Cuentos de Ciencia Ficcion
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salvado de la bancarrota. Pero nadie lograba entender la fascinacin de los Elrogs por
el juego; eran una raza antigua y brillante, que haba logrado el viaje en el tiempo, la
generacin de energa ex nihilo, el viaje intergalctico rpido y seguro y la
inmortalidad, entre otras cosas. No faltaron oportunistas que intentaron venderles otros
juegos antiguos como el Tetris, el Memotest o el Mario Bros, pero nada ms pareca
interesarles.
En los programas terranos de televisin abundaban los filsofos que elogiaban la
estructura del juego. Era, decan algunos, una genial metfora arcade del conflicto de
lucha de clases. El gordo consumista acechado por el fantasma de la pobreza. Muchos
farsantes decan jugarlo en sus casas desde pequeos y hablaban del Pacman con
familiaridad, como si se tratase de un viejo amigo. Nadie les crea: el juego haba sido
abandonado siglos atrs, y nadie lo haba mencionado hasta que el primer Elrog haba
enroscado sus tentculos en la palanquita naranja.
Unos meses despus del cuarto envo (que haba saldado la vieja deuda con el planeta
de los pulpos), el Embajador Elrog inform sobre lo que sera el acontecimiento ms
importante (y bizarro, desde mi punto de vista) de todos los tiempos: el Primer Torneo
Interplanetario de Pacman. La Tierra form una seleccin de lunticos que, impulsados
quizs por la curiosidad, haban dedicado sus vidas al juego. Tuve la suerte de ser
elegido para formar parte del equipo de periodistas que cubriran el evento, a
desarrollarse en una luna de Phires, el segundo gigante gaseoso que orbitaba Prxima
Centauro.
All conoc a Ras, un pulpo gigantesco y amistoso a quien, junto con varios colegas,
Elrog haba destacado para informar sobre el evento. Me ayud a registrarme en una
de las pocas habitaciones secas del hotel y me llev hasta la nica cantina que haba
en el lugar, a la que tuve que ingresar con traje de bao y esnrquel. Hablamos
durante horas; realmente no haba nada que hacer hasta el otro da, cuando
empezaran las primeras partidas. Me cont sobre su vida y sobre la historia del
planeta. Al parecer, haban pasado muchos malos ratos: guerras, epidemias, sequas,
hambrunas y todo ese tipo de cosas. Me habl de su familia. Tena una esposa en
Errgus, el gigantesco lago capital de Elrog.
Unas semanas ms tarde anunciaron al ganador. Para mi sorpresa, era un humano: un
adolescente de apenas diecisis aos que haba pasado el ltimo de ellos sentado
frente a una mquina Pacman, y que haba arrasado con sus oponentes, pulpos y
humanos por igual. El Embajador Elrog lo condecor en una ceremonia hermosa, que
se llev a cabo en un estanque lujosamente adornado y con vistas al espacio. El joven,
de apellido Guzmn, casi no poda hablar de la emocin. Cuando los pulpos anunciaron
el premio en dinero, el joven dej caer el esnrquel y se desmay. El Embajador
comenz a hablar nuevamente y dijo que habra un premio extra, por tratarse del
primer torneo de este tipo: entregaran una luna agrcola al pas de origen de Guzman.
Los pulpos aplaudieron suavemente con sus tentculos, pero los humanos tuvimos que
aferrarnos los unos a los otros para no caer al agua. Una luna agrcola! Sera el fin del
hambre en la Tierra, el fin de la economa y las finanzas opresoras! El fin de las
guerras, probablemente! Porque el pas de origen de Guzman era la Tierra entera,
desde que los Estados Nacionales se haban fusionado en una enorme confederacin.
Unas horas ms tarde, me hallaba sentado en la cantina frente a Ras, que me miraba
sonriente, esperando algn comentario de mi parte. Yo casi no poda hablar, y se lo
dije. Comenz a rer a carcajadas, junto con todos los pulpos a su alrededor, que me
miraban con inters. Era el nico humano en el lugar. Ri tanto que solt una nubecilla
de tinta por detrs y se disculp por ello, sonrojndose.
Ras dije , por qu les gusta tanto el Pacman?
No nos gusta el Pacman, es un juego estpido dijo recobrando la compostura. No
supe qu otra cosa preguntarle, me hallaba demasiado confundido. Tranquilo
agreg; en el caso de ustedes fue el Pacman, con los Huich fue algo parecido a lo que
ustedes llaman balero. En ese caso, ni siquiera tuvimos que dejarnos vencer en el
torneo; apenas podamos sostenerlos.
ESCALERAS
Eduardo Abel Gimenez - Argentina
Se haba cortado la luz y yo tena que subir hasta el dcimo piso. Las escaleras
parecan poco amistosas: cada tramo un semicrculo estrecho de diecisis escalones
negros encerrados entre dos paredes, muy angostos a la derecha, un poco ms anchos
a la izquierda, con una lucecita de emergencia de esas que parecen lunas cilndricas,
plidas, tuberculosas.
El primer tramo sirvi para ir tanteando el terreno, y ms que nada los msculos de
mis piernas, aquellos que normalmente reconozco y tambin los que slo anuncian su
presencia en casos como este. Adopt un ritmo lento, tranquilo, sabiendo que las cosas
se iban a complicar progresivamente.
En el segundo tramo me cruc con dos embarazadas, panzas enormes en primer plano,
que bajaban con muchas precauciones mientras mantenan una charla que slo dos
embarazadas podran tener:
Las zapatillas pesan como medio kilo.
S, la ropa es liviana, no te das cuenta. Pero las zapatillas...
S, como medio kilo pesan.
Las voces se perdieron en la distancia cuando encar el tercer tramo. Haca calor. Y
estaba hmedo, con ese tipo de humedad que ablanda los pocos billetes que uno lleva
en el bolsillo y los deja an menos valiosos de lo que suelen ser. En el piso tres haba,
con esas deliciosas simetras de la realidad, exactamente tres personas. Un nio, su
madre y otra mujer de mayor edad. La madre deca:
Pero cmo no vas a poder subir? Si hasta la abuela Amalia subi.
No s, hija, no s responda la mayor.
Era un ejercicio de previsin del futuro, el deporte favorito de los humanos, sobre todo
de los que bajan escaleras sabiendo que el camino de regreso ser mucho peor. Porque
estaban bajando, aunque de momento no lo not. El chico llevaba una linterna, y se
mantena callado mientras apuntaba hacia m: durante un segundo mis ojos fueron el
blanco, antes de que decidiera que los escalones eran ms interesantes.
Entre el tercer piso y el cuarto me empec a sentir solo. No haba otras voces. No haba
movimiento salvo el de mis piernas que con paciencia exasperante avanzaban hacia
arriba, mientras el sudor descenda.
No hice una pausa en el cuarto piso. Seguramente fue un error. Ya un poco apunado,
me detuve en el quinto, al pie del tramo de escaleras que llevaba an ms alto. Ese era
el momento oportuno para que apareciera alguien ms en direccin contraria, alguien
que me diera la excusa para esperar otro segundo, alguien que me distrajera del
aliento dificultoso, las piernas en actitud de protesta, la angustia que asomaba su
lengua asquerosa. Y sin embargo no apareca nadie. Era lgico: a mayor altura, menor
probabilidad de encontrar vida.
El sexto piso era un pramo. En el extremo del largo pasillo, donde no tendra que ir
porque la escalera segua enroscndose sobre s misma, all donde la falta de luz era
ms evidente, haba una vela encendida, apoyada en el suelo. Pareca la ltima estrella
en ponerse, preparando una noche negra e interminable; en el aire quieto y escaso, no
titilaba.
Las luces de emergencia de las escaleras estaban ms plidas, ms distantes a pesar
de que las paredes parecan haberse estrechado. S, sin duda el prximo tramo era ms
angosto que los otros, mientras mis pulmones requeran espacios mayores, y se creaba
la ilusin de una mayor altura. El mundo, o lo que quedaba del mundo por encima de
m, se estiraba hacia arriba para hacer las cosas ms difciles.
Entre el sptimo y el octavo el aire era decididamente tenue. Pens en sentarme en
uno de los escalones, pero me disuadi el temor a no poder levantarme otra vez. Haba
rumores en alguna parte, no de voces sino de cosas, entidades que se arrastraban con
un lamento grave, extendido. Algo como el canto de las ballenas pero seis octavas ms
bajo y desesperado.
El calor iba en aumento. La nica forma de conseguir un poco de brisa era moverme
con ms rapidez, y eso estaba fuera de cuestin. Sub un escaln y me detuve. Mir
hacia arriba, ms all de la mirada sin prpados de la luz de emergencia, al agujero
negro que me esperaba: haba un reflejo rojizo, tal vez otra vela en el suelo ms all de
la prxima curva. O tal vez un signo de que en aquella direccin, en las alturas, estaba
el infierno.
No recuerdo nada del tramo entre el octavo piso y el noveno. Nada. Se borr de mi
memoria. Tal vez levit sin darme cuenta, porque tampoco sent el trabajo extra de
piernas, pulmones y otros centros de dolor distribuidos por todo el cuerpo.
En el noveno casi no se poda respirar. El calor vena de ms arriba, estaba seguro,
pero tambin de mi interior. Dos infiernos, contando el mo propio. Y nadie con quien
compartirlos. Apoy una mano en la pared y cont mentalmente los diecisis escalones
que faltaban para llegar al dcimo. Iba a ser tan poco el premio si los trepaba, si sufra
lo necesario para avanzar uno por uno, piedra negra tras piedra negra; iba a resultar
tan poco satisfactorio cumplir con la obligacin de llegar al dcimo piso, que tal vez
fuera mejor abandonar, bajar otra vez a regiones ms amistosas. Subir hasta el noveno
haba sido como estirar un elstico cada vez ms tenso, y ahora la tensin pareca
haber llegado al lmite. El elstico tiraba hacia abajo, y yo me haba quedado sin
fuerzas. Pero rendirme en ese momento sera una derrota. No tena derecho a hacerlo.
Nadie me lo perdonara, empezando por m mismo, el menos perdonador de mis
crticos.
De manera que ah me qued, aspirando hondo, con los billetes humedecidos en un
bolsillo pegado al cuerpo, mirando la prxima luz de emergencia, con un pie en el
primer escaln y la frente apoyada en el antebrazo, tratando de ya no pensar,
sudando, tembloroso, esperando una decisin que tal vez nunca pudiera ser tomada.
Eduardo Abel Gimenez es argentino y naci en 1954. Escritor, msico y especialista en juegos de ingenio,
desde junio de 1999 es codirector de Imaginaria, un portal literario dedicado a nios y adolescentes.
Eduardo vive en Buenos Aires con su esposa Susanne y su hijo Gabriel. Sus novelas El fondo del pozo y Un
paseo por Camarjali aparecieron en 1985. Cuatro cuentos en Axxn: "El bagrub" (154), "Pronstico" (155),
"El viaje de K" (156), "La mquina" con Luisa Axpe (157).
THRILLER
Antonio Mora Vlez - Colombia
Aquella noche lluviosa de mayo, el poblado agrcola de Mocar era apenas una fogata
desde las alturas. En la garita de su cementerio, el celador y un amigo jugaban una
partida de domin, desentendidos de la apacible estancia de los muertos. Mataban el
fro y el tedio con el delicioso aguardiente anisado y el juego.
Haca apenas un par de semanas que el cielo haba asperjado sobre las sementeras
una lluvia de partculas luminosas que hacan aumentar el brillo de las hojas
maaneras y que haban generado entre los pobladores toda clase de comentarios, a
cuales ms fantasiosos. "Es el abono de las estrellas", haba dicho el padre Anselmo
para aclarar las cosas y evitar mayores desmadres de la imaginacin. Y el pueblo le
crey.
Esa noche, la lluvia de partculas se hizo visible sobre la extensa zona del campo santo.
Juan y Martn, los silenciosos jugadores, no se dieron cuenta sino al rato, cuando un
rayo de luz que sala del torbellino celeste baaba todas las tumbas.Carajo, parece
como si fuera de da! dijo Juan.
INSEGURIDAD
Claudio Biondino - Argentina
Andrs Agero sali a la puerta de su nueva casa y contempl, embelesado, el
tranquilo y elegante vecindario. Era igual a los de las pelculas, tal como siempre lo
haba soado. Todo sucedi con gran rapidez pero, aunque le costaba creerlo, era
verdad. Sus virtudes como ingeniero en sistemas le haban permitido salir del infierno
en que se estaba convirtiendo Buenos Aires, y lo haban transportado al paraso.
An recordaba el sudor fro que se deslizaba por su frente y sus manos, la sensacin de
angustia y desamparo, cada vez que vea el noticiero o lea los peridicos.
Barras y Estrellas por Siempre
Trgico secuestro express en Villa del Parque. Un hombre es obligado por dos
delincuentes a recorrer varios cajeros automticos, y muere en tiroteo entre los
malvivientes y la Polica.
Este pas de mierda no tiene arreglo, Miguelito. La rutinaria cantilena de Andrs se
haba vuelto, ltimamente, un tanto exasperante para sus compaeros de trabajo. Pero
no por eso dejaban de estar de acuerdo con l.
Y? pregunt Miguel, al tiempo que asenta con un gesto. Ya aplicaste para la
empresa yanqui?
S, quedaron en contestarme esta semana le respondi Andrs. Y slo l saba la
importancia que tena para su vida esa posibilidad de trabajo en el exterior.
No se trataba simplemente de ambicin econmica. Quera verse libre del miedo. Por
eso no lo convencan las grandes ciudades, como Nueva York o Miami. Pero la empresa
a la que haba enviado su postulacin ofreca un puesto de trabajo en un pacfico
PARSITO
SONRISAS DE COCODRILO
Pablo Contursi - Argentina
Una serpiente mueve su cola imitando a un gusano para que una golondrina se
acerque; cuando la golondrina ataca al falso gusano, la serpiente ataca al ave; pero
resulta que el ave en realidad es un serpentario, un ave que come serpientes, un ave
que cuando es atacada por la serpiente le devuelve el ataque y transforma al
victimario en vctima; cul no ser la sorpresa del serpentario al notar que la serpiente
tiene patas, cosa que convierte a la serpiente en otra cosa, puesto que las serpientes
no tienen patas; el serpentario reconoce, ya dentro de las mandbulas del cocodrilo,
que su disfraz no ha servido de nada.
El cocodrilo, contento, repasa su tctica: imitar a una serpiente que imita a un gusano
para que se acerque un serpentario que imita a una golondrina.
Pablo Contursi naci en 1974 en San Miguel, provincia de Buenos Aires, Argentina. Su aficin por la ciencia
ficcin se inici al conocer los libros de Minotauro, la revista Ms All y las Fbulas de robots de Stanislav
Lem. Ha publicado textos en revistas electrnicas espaolas (Adamar, nm. 1; Casi Nada, nm. 32) y en ezines que se distribuan por redes amateurs en la poca de los BBSs. ltimamente se lo ha visto
merodeando por La Idea Fija, el disparate webeado por Saurio y sus secuaces. Tres cuentos en Axxn:
"Cuerpos perdidos" (90), "Simposio de ecologa" (124), "Qoerqiowel" (149).
El monje y el eremita, ansiosos por ampliar su conocimiento sobre las cosas divinas,
insistieron aun ms. Despus de mucho implorar, persuadieron al erudito de que les
revelara media verdad, pues la mitad de la verdad les bastaba para deducir el resto,
utilizando la razn y el entendimiento que Dios les haba dado. Y como media verdad
no era verdad entera, no perderan el sentido del odo, o quizs slo de un lado.
Timoteo sonri, y les dijo:
Est bien. Pero escuchen bien, porque slo dir una vez que el sexo de los ngeles es
el opuesto al de los demonios.
Se dice que poco despus Heraclio y Ciriaco enloquecieron.
Juan Pablo Noroa naci en Ciudad Habana, Cuba, en 1973. Es Licenciado en Filologa y trabaja como
redactor-corrector en la emisora Radio Reloj. Ha publicado cuentos en las antologas Reino Eterno (2000) y
Maanas en sombras (2005), en el fanzine de Literatura fantstica MiNatura y en el e-zine espaol Alfa
Eridiani. Trece cuentos en Axxn: "Hielo" (136), "Invitacin" (140), "Obra maestra" (142), "Todos los boutros
versus todos los hedren" (144), "Brecha en el mercado" (147), "Proyecto chancha bonita" (148), "Quimera"
(149), "Nufragos" (152), "Hogueras" (153), "Pareja" (155), "Shift" (157), "Cepas" (159), "Los soadores de
Kaliria" (159).
LA TORTILLA
Jos Vicente Ortuo - Espaa
Quien iba a pensar aquella maana de primavera, en la que las nubes apenas
manchaban el cielo azul y las palomas atormentaban los monumentos con sus
deyecciones lanzadas con malvada puntera, que una amenaza se cerna sobre la
humanidad de manera alarmante e inminente. Nada haba en el aire, ni siquiera una
vaga sensacin de algo malvolo, de una inminente catstrofe, o tal vez, la
premonicin de un increble horror. Sin duda haba amanecido una maana hermosa.
Juan como suele hacer todo el que pasa la noche durmiendo, se despert. No tena
prisa, era da de fiesta. Holgazane un par de horas en la cama, adormilado pero no
dormido, consciente de la dulce sensacin de pereza y relax. Al fin el hambre le decidi
a levantarse. Se ase y visti con parsimonia y como el esfuerzo de hacerlo le haba
dado an ms hambre, fue a prepararse el desayuno.
Entr a la cocina canturreando, alegre, despreocupado, marcando unos patosos pasos
de baile al son del Thriller de Michael Jackson, mientras silbaba desafinadamente. Al
mismo tiempo fue disponiendo los brtulos necesarios para preparar el desayuno.
Conect la radio y tras un rato de infructuosa bsqueda a lo largo del dial, como no
encontr nada ms que espantosa msica machacona y la retransmisin de una misa,
la apag mascullando una maldicin contra las emisoras. Coloc la sartn sobre la
placa vitrocermica de la cocina, puso en ella el aceite y accion el sensor que
conectaba la placa. Mientras la sartn se calentaba y con precisin de neurocirujano,
parti un par de huevos, los bati, aadi una pizca de sal y con decisin vaci los
huevos dentro de la sartn. La masa empez a crecer. Juan la reparti por igual por
todo el recipiente. La masa sigui creciendo. Jun la golpe con la paleta para aplastarla.
La masa sigui creciendo. Asombrado, vio como la tortilla desbordaba la sartn y
apag la placa vitrocermica. La masa sigui creciendo.
Intent pararla a golpes, pero horrorizado comprob que la masa haba cobrado vida
propia. Se mova, lata, reptaba sobre la brillante superficie, avanzando hacia l y
creciendo y progresando de forma incontenible, haciendo caso omiso a los golpes con
los que intentaba detenerla.
SIMBIOSIS
Jos Mara Tamparillas - Espaa
Interrumpi la pieza en medio del adagio y dej que el ltimo tremolar de las teclas
hormigueara en las puntas de sus dedos. La nota se alarg en el silencio de la sala.
Por qu has parado? le susurr Lambda.
No me siento a gusto. Uno slo interpreta bien a Mozart si se siente a gusto consigo
mismo.
Me gusta Mozart, me gusta tu msica y te voy a echar de menos. La voz de
Lambda vibraba suave, como la nota melanclica de un violonchelo. Laila llor.
Lloras? Laila asinti sujetndose la frente con las manos. Sollozaba con los ojos muy
cerrados. Su pelo oscuro cubra un rostro aniado.Creo que es lo que llamis pena, o
tristeza, me cuesta distinguirlamanifest Lambda. Laila se irgui, abri y cerr sus
grandes ojos oscuros hasta apagar sus lgrimas. A qu te refieres, Lambda?
A no poder hacer nada. Se supone que estamos con vosotros para eso. Ese fue el
trato.
Es un tumor maligno que crece con demasiada virulencia. Esa vez, Laila se expres
con un pensamiento.
Aunque los Neurianos preferan la subvocalizacin para comunicarse, algunos no
ponan pegas a la comunicacin mental. sta daba una mayor sensacin de intimidad.
Lambda era una de ellas. Haca mucho tiempo que haba decidido que Lambda, su
simbiote Neuriano, tena que ser una hembra, aunque ella le respondiera que en su
especie no haba dimorfismo sexual.Te repito que no soy hembra ni macho, slo soy
un shenck inmaduro apostill Lambda con su tono ms burln. Laila arranc una
meloda salvaje del piano. Las notas palpitaron en el aire con una furia apenas
contenida.
Es paradjico medit Laila para sus adentros. Tengo lo mejor y lo peor de m
misma dentro de este cerebro.No pienses eso le contest Lambda.
Voy a morir, amiga. Tengo derecho a pensar como quiera. Los casos perdidos
tenemos ese derecho.
Entonces no quiero escucharteprotest Lambda.Una fuerte desazn recorri la
espina dorsal de Laila.
El comentario del simbiote significaba que iba a encerrarse en su concha particular,
que iba a cortar el nexo temporalmente, saliendo de sus pensamientos. Los Neurianos
llamaban a esos intervalos de tiempo 'nuestras horas de sueo'.Saba que volvera.
Tendra que hacerlo. Demasiado tiempo de desconexin haca que el Neuriano se
debilitase. Esa fue una de las paradojas que ms sorprendieron a los investigadores,
aos atrs, cuando las primeras simbiosis experimentales tuvieron xito. Incluso
mientras el husped dorma, el Neuriano necesitaba de sus sueos, de algn tipo de
actividad, para sobrevivir.
Laila esper. Se dio cuenta de que su amiga haba interpretado mal su afliccin.
Ests ah? pregunt. Lambda? Silencio.
No puedo hacerte pagar por algo de lo que no tienes la culpa. Lambda, no quera
ser impertinente.
Sus pensamientos se vieron agitados por una corriente de gratificante frescor. Era
como estar sentada en una playa desierta, acunada por el rumor de las olas. Un
pensamiento extrao pero confortante. Esa era la forma silenciosa que el simbiote
tena de decirle que se tranquilizara, que no estaba enfadado, pero que prefera no
comunicarse por ahora. Te comprendopens Laila.
Se alej del piano. Tena que tomar su medicacin. sta no tena otra utilidad que la de
atenuar el sufrimiento. Los Neurianos tenan, entre otras, la facultad de hacer ms
soportable el dolor. Ellos saban qu canales tomar, qu neuronas manipular, pero con
un lmite. Lambda haba intentado una vez aplacar una jaqueca de Laila y casi haba
muerto en el intento.
Pens en el futuro de su simbiote. No haba muchos humanos dispuestos a donar su
cuerpo para mantener con vida a un aliengena que invada su mente, su cerebro, y
que usaba sus sentidos para relacionarse con el exterior; aunque eso significase que la
capacidad inmunolgica aumentase, que pudiera echar una mano a tu organismo
contra la mayora de las enfermedades, que fuera un fiel compaero, sensato, discreto
e inteligente. Para complicarlo, saba que los Neurianos sufran mucho en los cambios
de portador. Posean una inteligencia emocional, de ah la solidez que se creaba en el
vnculo husped-invitado; esa era la causa de que las secuelas de la ruptura brusca de
la relacin emptica con el portador pudieran mantenerlos en estado de desorientacin
durante varias semanas.
Los mejores huspedes que conoca eran artistas. Las investigaciones decan que esto
se deba a que la 'lateralidad cerebral' de esas personas mejoraba el nexo. Ella prefera
explicar esa especializacin de una forma ms potica: slo las almas sensibles y
creativas son capaces de convivir unidas.
Quiz hubiera suerte con Lambda. Ya haba hablado con el departamento de la
administracin encargado de los Neurianos, y all le haba asegurado que tenan en
lista un par de opciones bastante buenas.
Gracias por preocuparte. Seguro que estar bienle susurr Lambda Hola
compaera. Laila recibi con un salto en su corazn las palabras de su amiga. Hola.
Vas a tocar algo para m?pidi el simbiote.
Qu quieres que interprete? dijo Laila en un susurro. Pide y sers obedecida.
Te acuerdas de aquel jardn que vimos en Francia el ao pasado? dijo Lambda.
La eleccin era de esperar.
Los Neurianos centraban su ser en el componente emocional, hasta en su forma de
recordar. La belleza era para ellos un hecho ineludible, un gran atractor.
Haban sido unas vacaciones maravillosas. Recorrieron el Loira y buena parte de la
campia francesa durante dos semanas. En una de las aldeas, ya no recordaba su
nombre, un hermoso jardn de rosas haba encandilado a Lambda por su fragancia y
belleza.
Algo que te lo recuerde?
Me has ledo el pensamiento, Laila.
Rieron la broma.
Se acerc al piano. Sus dedos volaron con elegancia y seguridad sobre las teclas y el
instrumento le susurr la meloda con infinita delicadeza.
Lambda, a su manera, se lo agradeci.
Era como estar tumbada al atardecer en un hermoso prado de un verde intenso. El sol
baaba el aire con sus ltimas turgencias. Ola a rosas y roco.
Jos Mara Tamparillas naci en Zaragoza, Espaa, en 1970. Es licenciado en Fsica y se dedica a programar
aplicaciones web. Ha demostrado una participacin muy entusiasta en las actividades del Taller 7 y sus
relatos, sentidos y siempre originales, se multiplican de un modo inquietante. Un cuento en Axxn: "Viajero"
(159).
La sagrada geometra
Juan B. Gutirrez *
Usted suea? Rosita armio se acerc a la ventana siguiendo la secuencia de
movimientos que haba estudiado mientras esperaba la llegada de Soln Deunamor.
Alis su falda y se asegur que el talle le hiciera ver la cintura diminuta, baj un poco el
escote, ech su cabello sobre sus hombros y camino agitando las caderas. Incluso
saba cuntas vueltas iba a dar entre sus dedos el medalln que colgaba de su pecho.
Haba medido con precisin el tiempo que le tomaba ir desde la entrada del parque
hasta el ventanal. Siempre el mismo ventanal.
l no volte.Prefiero los sueos de los otros. En el parque haba rboles enanos que
rozaban el techo. El resto de la vegetacin era artificial. Alrededor haba edificios que
proyectaban sus sombras y lo dejaban en penumbras, excepto por unos pocos minutos,
en los extraos das sin lluvias, cuando el sol estaba en su cenit.Usted es espectador
dijo Rosita algo decepcionada.No exactamente. En la prctica s. Soy reparador. Ella
dej escapar un suspiro.Pens que... como usted viene al parque...De vez en
cuando los reparadores nos desconectamos del grupo. Eso la tranquiliza? Rosita
asinti. Se coloc en el borde de la ventana. Afuera las gotas grises de lluvia
arrastraban la suciedad del aire. En el suelo quedaba una tenue capa de lodo del
mismo color del cabello de Soln. Era la primera vez que ella miraba por esa ventana.
Esperaba ver otra cosa. Usted siempre se detiene para ver para fuera dijo Rosita.
Soln sonri. Dio un paso para atrs y la empuj suavemente, hasta colocarla donde l
estaba. Ella sigui mirando a travs del cristal, sin entender. Entonces vio el reflejo de
la silla en la que estaba sentada.
Nunca pens que usted tomara la iniciativa. Siempre me pareci tan... tan... dijo
Soln.
Yo pens lo mismo de usted complet Rosita con una sonrisa. Por eso le pregunt
sobre los sueos.
Ah, los sueos! An me parece extrao que la gente los prefiera. En vez de ponerse
una cita en el parque, se ponen una cita en el hipnlogo.
Rosita perdi su sonrisa y mir para afuera. Se concentr en algn punto del suelo,
por debajo de la capa gris de lodo que cambiaba constantemente.
El hipnlogo hasta analiza los sueos. Me hubiera gustado vivir la poca cuando
la gente an lea el tarot. Ahora no todo lo analiza el hipnlogo. Todo se entiende
gracias a l. Dicen que es lo mejor.
S, eso dicen. Soln comprendi que ella trataba de decirle algo. Y...?
Rosita volte y sonri. Le tom el brazo de gancho y lo llev a dar una vuelta por el
parque. Con la mano libre acariciaba las hojas de los rboles. De vez en cuando
arrancaba una y la ola. Luego de cuarenta pasos en silencio volvieron al sitio de inicio.
Me gustan los rboles dijo ella con los ojos cerrados y el rostro hacia arriba. A
la vez para invitar a Rosita a continuar la conversacin que haba dejado iniciada, y
porque no quera darle tema. Se acercaba la hora de conectarse al hipnlogo para
hacer su trabajo de reparador. Si el hipnlogo se averiaba fsicamente era necesario
enviar a un tcnico para que tratara directamente con el dueo del aparato. Los dos
eran mal vistos. El tcnico por tener que tratar con las personas. El dueo del
hipnlogo por tener una maquina de mala calidad. El ms alto signo de clase era no
verle nunca la cara a nadie.
Pero lo que yo so no lo puede interpretar.
Rosita vio cmo se transfigur Soln. Cuando ella habl, los ojos de l brillaron y se
mostr vivamente interesado.
Cmo es eso? Qu hace la maquina?
Slo arroja un mensaje: error en el proceso, imposible continuar.
Debe ser un error matemtico. Es necesario reportarlo para que lo arreglen.
Imagnese, puede ser famosa. No cualquiera detecta un error en las mquinas. No
ahora que estn tan perfeccionadas. Qu ms dice el mensaje?
Slo eso.
Soln, con un gesto, invit a Rosita a continuar. Ella se acerc al vidrio y lo
empa con su respiracin. Miraba hacia fuera, al piso sucio por la lluvia.
Le interesa saber cual es el sueo? pregunt Rosita.
Soln se sobresalto. Sinti el rostro caliente y supo que estaba ruborizado.
Esperaba terminar pronto la conversacin.
S, claro.
So con un mundo extrao lleno de figuras geomtricas, slidas, planas,
curvas. Desde la sencillez de la lnea hasta las figuras imposibles. Todo estaba en
movimiento, y todo estaba equilibrado por la simetra, aunque no haba una
contraparte para cada elemento. All comprend que una lnea es el rastro de un punto
que huye, y los slidos se forman de la unin de esos rastros. Todo ese mundo estaba
lleno y a la vez vaci, porque en ninguna parte, aunque me esforc, pude ver un solo
punto. Cuando crea ver uno y me acercaba, ste estallaba en infinitas nuevas figuras.
Es comprensible dijo Soln. Rosita volte hacia l, atenta. Si su sueo fue
demasiado complejo, tal vez se haya sobrecargado la mquina. Los grficos
tridimensionales son exigentes y requieren mucho clculo.
Soln Deunamor sonri, pero se puso serio lentamente al observar la expresin de
decepcin de Rosita. Ella se retir de la ventana.
Fue un placer, pero ya debo irme dijo ella.
Se dirigi a la entrada del parque. Al pasar al lado de los rboles les acarici las
hojas de nuevo. Al ltimo le arranc una y la oli. Luego desapareci a travs de la
puerta. Soln esper unos minutos hasta que crey que ella estaba la suficientemente
lejos para no encontrrsela en los corredores, y se fue a trabajar.
Durante la siguiente semana Soln fue al parque todos los das a esperar a Rosita. Crea
que haba quedado firmado un pacto tcito entre los dos, segn el cual se seguiran
viendo en el mismo sitio. l ya no se paraba en la ventana sino que la esperaba en la
banca. Al sexto da estuvo seguro de que ella haba entendido la cita como semanal.
Soln era lento en comprender. Al sptimo da le pareci poco probable que la cita fuera
mensual y supo que ella no volvera. Entendi que ella le haba preguntado por algo
ms profundo que el uso de la mquina. Entonces se dio a la tarea de encontrarla.
Por su trabajo, Soln tena acceso a los registros de usuario de hipnlogos. Localizar
el aparato de Rosita fue relativamente fcil, considerando que haba millones. Soln
trat de dejar un mensaje en l, pero encontr que estaba abierto al pblico y que
tena una galera de imgenes del funeral de Rosita. Ella estaba en un atad
rectangular. La cabeza, envuelta en un inmaculado trapo blanco, le haca ver el rostro
encerrado en una elipse. Los brazos, cruzados sobre el pecho, formaban con los
hombros dos tringulos escalenos. Alrededor haba pocas coronas circulares llenas de
claveles, adornadas en el centro por orqudeas de curvas parablicas.
* Juan B. Gutirrez. Ingeniero de Sistemas. Autor del libro de cuentos Seis curiosas
formas de morir y de la primera novela de hipertexto que se publica en
Colombia, Condiciones extremas, esta ltima en asocio de Giovanny Castro y Alberto
Rodrguez. El cuento que ofrecemos hace parte de la antologa Contemporneos del
Porvenir compilada por Ren Rebetez. Bogot, Espasa, 2000.
El asunto Garca
Orlando Meja Rivera*
fuegos, los tranvas son volteados e incendiados, los franco tiradores desde las azoteas
y las terrazas de las iglesias disparan a todo lo que se mueva, un aguacero llega a las
tres de la tarde y salva de las cenizas a la ciudad, yo me veo caminando como un
sonmbulo por la carrera octava con Jimnez, han quemado la pensin, mis libros y mi
escasa ropa no existe, de pronto veo el fauno que me sonre y despierto titiritando de
fro y de miedo. Me asomo a la ventana y veo la ciudad tranquila y limpia, con un sol
tenue que cubre los tejados de barro.
La maana me la pas escudriando la ciudad, como convencindome de que mi
sueo si haba sido un sueo, todo el da he tenido en la memoria los versos de Eliot "
Las casas han desaparecido bajo el mar/Los bailarines han desaparecido bajo la colina"
y ese que dice " el funeral de nadie, por que ni hay a quin enterrar". Al medio da
estuvimos hablando de poltica en la pensin de la calle Florin esperando a que
sirvieran el almuerzo; Jos y Luis Enrique creen en la revolucin, yo no s en qu creo,
a lo mejor en nada. El reloj da la una en punto y de pronto veo al fauno al lado mo, me
mira y se re, baja las escaleras y yo cansado de ese chivo fantasmal de mierda salgo
detrs de l, llegamos a la calle y lo sigo casi corriendo, doblamos la Jimnez y
cogemos por todo la sptima, ya casi lo alcanzo... te voy a hacer hablar fauno burln,
de pronto veo que se para, se voltea y me mira, en ese momento slo escucho como
golpes de tambor y un calorcito que me recuerda mi tierra.
II
Diario Jornada. 10 de abril de 1948. Bogot. En el da de ayer, en extraos hechos
fue abaleado y muerto un estudiante (al parecer de filosofa) de la Universidad
Nacional, de apellido Garca, de 20 aos de edad, que vesta un buzo negro de cuello
de tortuga y un pantaln caf oscuro de dril. El sitio del crimen fue en la carrera 7. N.
14-51, al frente del edificio donde tiene su oficina el doctor Jorge Elicer Gaitn.
Testigos afirman que hacia la 1 y 5 p.m. vena el estudiante caminando
apresuradamente por la sptima y un hombre de baja estatura, de vestido gris a rayas
muy grasoso, de nariz aguilea y mostrando una frialdad espeluznante, sac un
revlver y dispar tres tiros que penetraron la frente del occiso, su costado izquierdo y
el abdomen. Despus refieren los testigos que el asesino sali corriendo con la pistola
en la mano hacia el sur y nadie se atrevi a interceptarlo. El informe forense afirma que
un tiro se aloj en la regin occipital del cerebro, otro en el pulmn izquierdo y el
tercero destruy su hgado. El primer tiro fue el mortal. Lo ms llamativo de este
crimen es que de manera coincidencial los doctores Jorge Elicer Gaitn, Plinio
Mendoza Neira, Alejandro Vallejo, Jorge Padilla y el Medico Jorge Eliseo Cruz, acababan
de Salir del edificio y se encontraban un metro detrs del sujeto abaleado. Aunque el
doctor Vallejo y cierto sector del movimiento gaitanista han insinuado que los disparos
podran haber sido en realidad dirigidos contra el doctor Gaitn, l mismo ha
descartado esta posibilidad por que est convencido "de que el pueblo de Bogot es mi
guardan y nadie se atrevera a atentar contra el jefe del pueblo". El diario El Siglo ha
publicado un editorial en su edicin especial de la tarde donde desmienten los
<calumniosos rumores de los bandidos comunistas> de que hayan tenido que ver con
un atentado fallido a Gaitn. De todos modos este confuso crimen ha llevado a que el
gobierno del doctor Ospina Prez haya aceptado, tardamente, invitar al caudillo liberal
a la Conferencia Panamericana que se desarrolla en Bogot y en donde existe una gran
expectativa, de parte de todos los dirigentes de Latinoamrica, por las palabras del
invitado general Marshall y la posibilidad de que apoye un plan econmico de ayuda
similar al otorgado a Europa. Hasta este momento el asesino no ha sido capturado y no
se conocen detalles de quin era el estudiante muerto. La ciudad est en completa
calma, haciendo honor al elogioso nombre que le ha dado el diplomtico Miguel Can
de "La Atenas Suramericana".
III
Informe judicial: Asunto Garca
De: Sargento Marn
Para: Mi teniente Murillo
Fecha: 15 de abril de 1948
por un gitano... tiempo circular... el tono de la abuela para contar la historia. Ttulo
optativo: La Casa... CARAJO! OTRA VEZ EL FAUNO".
ltimo hombre
que consulta una biblioteca
Campo Ricardo Burgos Lpez*
El ltimo hombre que quedaba vivo en el mundo se sent frente al escritorio de la
biblioteca y observ: frente a l infinito- se acumulaban miles de estantes con miles y
miles de libros; mejor con todos los libros que la especie humana haba producido
hasta el instante en que se extingui. El ltimo hombre que quedaba vivo en el mundo
saba que slo le quedaba tiempo para leer un libro, que una vez leyera ese libro
morira, que su fin, que era a la vez el fin de una especie, estaba por sucederle de un
momento a otro y que ni siquiera los desolados pasillos de la Megabiblioteca Universal
lo protegeran de la muerte. Cansado, el ltimo hombre que quedaba vivo en el mundo
se hizo una pregunta retrica:
Qu leer?
Horas antes, el ltimo hombre que quedaba vivo en el mundo haba recorrido los
ciclpeos estantes y haba escogido tres o cuatro libros al azar, tres o cuatro libros que
por su titulo le llamaron la atencin. Ahora, colocados sobre el escritorio, el ltimo
hombre que quedaba vivo en el mundo deba afrontar la trascendental decisin de
escoger el ltimo libro que sera ledo por la especie humana antes de desaparecer.
Cul sera? Lentamente, tom los tres o cuatro libros en su mano, cerr los ojos y los
baraj hasta olvidar cul era cul. Luego aun a ciegas- dirigi su mano al gerente y
tom uno de ellos entre sus manos. El ltimo hombre que quedaba vivo en el mundo
abri los ojos, verific el ttulo y comenz a leer el capitulo I. Asombrosamente el libro
describa los instantes postreros del ltimo hombre que quedaba vivo en el mundo.
Asustado, busco el pie de imprenta y encontr que el texto haba sido escrito varios
siglos atrs. Segn el citado pie de imprenta, haca 457 aos un tal Derengowski haba
descrito punto por punto lo que efectivamente el hombre haba vivido en aquellos das:
la plaga que haba arrasado a la humanidad, las escenas ruines que le sera dado
contemplar, cmo el ltimo hombre se ocultara en la Megabiblioteca, como cierto da
el ltimo hombre que quedaba vivo en el mundo sabra que haba llegado su instante
postrero y que apenas le quedaba tiempo para leer un solo libro.
Y me elegir a m afirmaba soberbio el libro de Derengowski. Horas antes de
morir, el ultimo hombre que quede vivo en el mundo recorrer incrdulo los
vertiginosos estantes y se asustar del tamao de su ignorancia. Entonces escoger
tres o cuatro libros al azar, los colocar sobre un escritorio, tomar los tres o cuatro
libros en sus manos, cerrara los ojos, los bajar hasta olvidar cul es cul y finalmente
an a ciegas me escoger y comenzar a leer su propia historia.
El ltimo hombre que quedara vivo en el mundo interrumpi la lectura aterrorizado
.457 aos atrs un hombre del cual nunca haba odo hablar y a quien ni siquiera se
haba imaginado, haba escrito este texto donde verificaba si destino. Quien era
Derengowski? Cmo haba anticipado el fin de la especie?. Cmo es que saba de
antemano todas las crueles escenas que precisamente en esos das le haba tocado
vivir?
Fascinado, el ltimo hombre dej a un lado el libro, y en una de tantas terminales
del archivo central tecle el nombre: Derengowski, C. P. En segundos, la pantalla de la
terminal arroj datos acerca del individuo: biografa, obras publicadas, crtica acerca
de su obro e incluso informacin sobre una pelcula llamada Derengowski que,
supuestamente, trataba de las ocultas artes que este hombre haba llegado a dominar.
Desconcertado, el ltimo hombre que quedaba vivo en el mundo se pregunt si exista
Dios y luego se contrapregunt por qu se le ocurra preguntar tal cosa en semejante
momento tan inoportuno. Temeroso, abandono la terminal y volvi al escritorio donde
el libro de Derengowski le aguardaba con algo as como una sonrisa. Por un momento
el ltimo hombre ley, y esta vez un escalofro de horror le recorri el espinazo: la
pginas de Derengowski profetizaban que llegando a cierto punto de su lectura, el
ltimo hombre que quedaba vivo en el mundo reaccionaria dejando de lado el texto y
se preguntara cmo era posible que hace 457 aos un hombre del cual nunca haba
odo hablar, hubiera escrito este texto donde vaticinaba su destino. Despus segua
impertrrito Derengowski el ltimo hombre pesquisara informacin en una terminal
de computador acerca del mismo Derengowski, obtendra cierto cmulo de datos, y la
inquietud de que todos los destinos estn escritos en alguna parte mucho antes de
vivirlos, lo conducira a pensar si era posible que la anticuada figura mitolgica de Dios
fuera algo ms que una mera figura mitolgica.
El ultimo hombre que quedaba vivo en el mundo se detuvo otra vez: Derengowski
lo sabia todo! Tal vez Derengowski era Dios! Sin duda alguna, su destino hasta el
momento de su desaparicin estaba contenido en las pginas que quedaban de aquel
libro Pero son muchas! se dijo el ltimo hombre. Demasiadas! Me restar acaso
ms tiempo del presupuestado?
Sudando profusamente el ltimo hombre que quedaba vivo en el mundo se salt
varios captulos y arrib a una de las pginas finales. All se describa la
descomposicin de un cadver que el ltimo hombre no supo si era el suyo. Insistiendo
en la lectura, el ltimo hombre intuy que en ese aparte se hablaba de lo que ocurrira
en esa biblioteca el da siguiente y que, por ende, en algn punto de los captulos que
se haba saltado, Derengowski describa su muerte. De nuevo, el ltimo hombre que
quedaba vivo en el mundo salt las pginas y se ocup de las posteriores del libro. Lo
que encontr all lo dej confundido: Derengowski describa una suerte de multitudes
de almas enfiladas aguardando algo as como el juicio final. Con una sensacin de
vaci en el estmago, el ltimo hombre se pregunt si seran ciertas las ya olvidadas
leyendas acerca de un da del juicio donde los bienaventurados serian separados de los
condenados. Con el corazn disparado como una tormenta, lleg a una seccin donde
con nombres propios se listaban grupos de condenados y de salvados. Aqu el texto de
Derengowski era confuso, y en vez de citar primero a los salvados y luego a los
condenados o viceversa, refunda los unos con los otros sin ningn empacho. El ltimo
hombre que quedaba vivo en el mundo se sorprendi al encontrar el nombre de su
madre entre los condenados al fuego eterno.
Pero si era una Santa!, se dijo para s, estupefacto.
Despus, entre los salvados, no pudo menos que llorar cuando hall el nombre de
la mujer que alguna vez haba amado pero que lo haba abandonado (precisamente
segn Derengowski que la mujer lo hubiera abandonado era el acto que la haba
encaminado hacia la vida eterna). Ms casi se ahog cuando Derengowski revel
cierta vergenza que l mismo jams haba relatado a nadie. Ya en el culmen de la
desesperacin, el ltimo hombre hall su nombre con su correspondiente sentencia
infinita, y entonces no supo que hacer cuando en el texto sobrevino un inesperado
cambio en el punto de vista del narrador. En esa parte el texto de Derengowski ya no
hablaba de tercera persona y en lugar de ello le interpelaba directamente mientras le
deca, socarrn:
Tu y yo lo sabamos desde antes de que hubieras nacido. No es cierto?
* Campo Rcardo Burgos. Siclogo y Magister en Literatura. Ganador del Premio
Nacional de Poesa de Colcultura. Autor de un ensayo crtico sobre la CF en Colombia, y
de la novela sicolgica Jos Antonio Ramrez y un zapato. Fue finalista en el Concurso
Nacional de cuentos de CF arriba citado. El cuento de esta seleccin aparece en la
antologaContemporneos del porvenir.
Memorias de un crononauta
Ren Rebetez*
Cuando recuerdes esta cita intemporal, que nadie te dio y a la que nadie
convocaste, te preguntars qu haces a bordo, qu destino oculto ha guiado tu xodo,
para encontrar de nuevo ese rostro conocido y casi odiado, ese rostro que te mira
actuar y te vigila, un testigo que nunca se erige en tu juez y te irrita por esa actitud
impvida y natural, fra y persistente.
Te preguntars el porqu de esa actitud de eterno embarque, rosa arisca de los
vientos que te impele a huir de lo que amas, por qu ese rostro impvido te ha soplado
al odo la diablica posibilidad de que tu verdad se encuentra ms all de la epidermis
conocida, que no basta dar ni tomar las respuestas inmediatas y que hay que ir ms
all, mucho ms lejos, abandonando los seguros parajes de la lgica en cuyos lmites
las aves blancas de una tierra negra canta el Tekelili! de la ltima y gran alienacin.
Y arrancndote del universo conocido vas a entregarte al abrazo fatal de la manta
sagrada, esa mujer insectiforme, ms all de ese futuro en que la humanidad tornose
negra por obra y gracia de los babalaos; atravesars penosamente el mar de los
sargazos de la duda bajo doradas tormentas de sol y fletars un dorado cohete hasta la
lejana galaxia de Inra, para probarte a ti mismo que la relatividad cientfica tambin
acarrea la relatividad de los conceptos y que el absoluto es simplemente una infinita
acumulacin de fragmentos relativos y vas a su encuentro en esa regin de los mitos
que est poblada de espejos como un gran saln de ferias a donde el hombre nio
acude a contemplar su imagen deformada por el ego.
No te tomes por el reflejo, tras de l est tu verdadero rostro. Este rostro que te
mira, impvido del curso de tu vida y te preguntas como surgi, cuando lo creaste, por
que sabes que es obra tuya demoniaca, como un viejo feto que hubieses incubado en
tus meninges desde hace tanto tiempo y hoy diese a luz, inopinadamente, cuando
menos lo esperas, cuando ya habas credo ser acreedor a la paz que deja tras de s la
ltima tempestad de los conceptos.
Pero es intil, ya sabes que es intil y te rindes a tu peregrinar obligatorio,
escogido por ti mismo y que no quieres llamar por su nombre: El inconsciente, que
penetra en tu efmero recinto conceptual, pisoteando el frgil archivo donde guardas
tus valores, caducos cada vez que la manecilla del tiempo marca un hito.
Has venido a esta cita y te preguntas por qu. Tal vez porque lo quieres destruir, al
tiempo, ese concepto humanoide y deleznable, prisin prisionera de s misma. (desde
las orillas del tiempo rompes las amarras que te tienen atado al dolor, implcito en el
deseo de convertir en eternidad lo pasajero.) Tal vez a bordo, cuando el fuego de san
Telmo juegue artificios del diablo en el tope de tu carcomida nave, recuerdes tu futuro
y que fue l, el tiempo, quien incub con su soberbia esa solitariedad que me restaba
como una tenia en tu interior, antes de haber construido tu verdadera y necesaria
soledad. Te vers como ahora, despidindote de todas las clepsidras de obsesivo y
taladrante gotear, de los tic tacs y de los campanarios, sentado en un muelle,
esperando izarte a bordo de una galera o de un cohete, en los puertos de Cdiz,
Cartagena o Venezuela, en las escalas sin brea de los puertos siderales.
Vienes de un remoto pasado, lo presientes, por que en aquel tiempo constructor
de pirmides tuviste el mismo afn que ahora te posee de llegar ms all de las
formas conocidas del calidoscopio humano. Fuiste Coprnico y pusiste al mundo en
movimiento. ngel cado, ardiste cientos de veces en las exorcizantes piras de la media
edad y ahora sers brujo entre los hlmidos, a miles de aos luz de distancia, en la
estrella ms lejana de una galaxia innombrable como los horrores lovcraftianos. Si no lo
sabes an, lo sabe ese rostro que te mira, Frankenstein de ti mismo, habitante de ese
silencio que mora en los vientres inmensos de las catedrales y entre los mudos
renglones de los manuscritos.
Puede que este sea el ltimo viaje que emprendas, aun que eso en verdad es
mentira, por que todo es un viaje. Pero quieres que sea el ltimo, como quiere el bonzo
escapar definitivamente de la rueda de los tiempos. Tal vez, tal vez ya que no hay
tiempo...
(El muelle est vaci y el hombre sufre un insomnio poblado de fantasmas. En las
entraas de un cuento un reloj canta las doce desde hace muchas horas. Frente a l,
en las sobras cargadas de presentimientos, el mar, estanco y mercurio de alquimista
desprende brumas nefandas que se remontan al cielo. Todo est quieto).
... ya que no hay tiempo. Ya has viajado un buen trecho, te recuerda el rostro aquel
que te acompaa, del que tienes memoria umbilical, susurrndote al odo que eres
muy viejo, ms viejo que el mar. Fuiste pescador en las Antillas y en un puerto que
llam Taganga soplaste el odre inflamado de las primeras gaitas. All o en alguna parte
de tu vida, tal vez en Gnova o en Mxico, en los tenebrosos tneles de la mina de las
Azulitas, o antes, cuando fabricaste esos dolos en Marte, procreaste ese rostro que te
mira al desdoblarte y que te sobrevivir, alegre falsario, fabricante de tu esquizofrenia
y ladrn de tu ego. Ya has hecho un buen trecho. Mira ante ti las brumas que se
hienden: la nave arriba y el corsario y coherente impulsado por las gotas de roco que
Cyrano de Bergerac puso en su proa. Profiere el rumor de muchas aguas que oyera
alguna vez el profeta Ezequiel y es carroza de fuego, zarza ardiendo, tronco del tiempo
de Brick Bradford. Gira como un dios ebrio entre los jirones de su tnica.
Un relmpago de lucidez rasga tu noche: puedes quedarte, si quieres, dicen los
rostros de las madres y los hijos y todo aquel estarse quieto como un juego de ajedrez
que qued en tablas. Pero quieres la victoria o la derrota. Sientes el abrigo de los
esquemas conocidos cobijndote la espada como una ruana vieja. Los ritos cotidianos
te sealan el camino trillado y el antiguo dios esquemtico te susurra al odo
estadsticas y convenciones. Puedes quedarte, si quieres dice la mujer que est a tu
lado suave y menuda como un tierno caracol.
La voz de una sirena rasga la noche como una aguja ojival que se despierta. La
bronca voz de un carguero le responde, desde su nido de aceite. El suave ulular de la
serpiente de mar ronronea y el viejo tonelero Jean Marie Cabidoulin se asoma a la
borda para verla. Una hidra lo abomina desde el fondo del mar; los sargazos se
estremecen.
Y eres t, Imaginacin, mujer insectiforme y gigantesca la que emerge del mar y
se dirige hacia m ofrecindome el apoyo de tus velludos brazos. No me debato; son
tus ojos que han bebido el aceite de los petroleros nufragos y la clorofila de las algas
los que me atenazan, no tus brazos. Te conozco: ha existido desde siempre al lado de
mis das. Trepo a tu lomo y no me asombro al constatar que te estremeces; desde aqu
veo la tersura escamosa de tu cuerpo hundirse en el mar y te deseo: la vieja nave de
herrumbres carcomidas nos espera.
Muy atrs ha quedado el puerto que despierta: una gra de prehistricas
nostalgias gira su perfil de iguanodonte en el alba de ayer.
* Ren Rebetez. Uno de los pioneros de la CF en Colombia. Autor de los libros de
cuentos Los ojos de la clepsidra, La Prehistoria y otros cuentos, Ellos lo llaman al
amanecer y otros relatos, y de los ensayos La odisea de la luz y CF: Cuarta dimensin
de la literatura. Antologado en The world tresaury of SF. Compilador de la
antologaContemporneos del porvenir: Primera antologa de la CF colombiana (enero,
2000) que no alcanz a ver publicada. "Memorias de un crononauta" apareci
publicado en su libro Ellos lo llaman amanecer y otros relatos (Bogot, Tercer Mundo
editores, 1996).
La noche de la trapa
Germn Espinosa*
Nadie que, hacia la medianoche de aquel viernes de marzo, hubiese cruzado el
paraje poblado de arbustos a cuya vera se alza el Monasterio de Nuestra Seora de la
Trapa, haba advertido la presencia de un tipo alto, bastante entrado en aos que,
embozado materialmente en el cuello de su gabn se aproximaba al alto portn
seoreado por el escudo de los cistercienses reformados.
El viento era fro y sacuda uno que otro tallo raqutico, mientras se oa all lejos la
voz unsona con que los monjes entonaban motetes corales de tiempos de Orlando de
Lasso. Una mscara de nubes envolva la luna y la oscuridad era casi absoluta.
El intruso asi decididamente el macizo aldabn y llam una, dos, tres veces, con
golpes sonoros. De haber luz, sus cabellos se le habran visto arremolinados sobre un
rostro malsano, de verticales arrugas.
Transcurrieron unos minutos antes de que un diminuto postigo, resguardado por
una rejilla, se abriese para enmarcar unas vegas facciones.
En nombre de Dios, qu busca?
Me llamo Melchor de Arcos dijo el extrao. En el mundo era el profesor de
Arcos, un eminente bilogo y eclogo. Ahora quiero solamente la paz del claustro.
A estas horas de la noche? Porque escogi la orden trapense?
Una rfaga azot la fachada de fbrica romntica, flagel el almenaje que
coronaba los muros, as como las columnas exentas y resaltadas de los machones, y
fue a colarse luego, con sordos gemidos, por las bvedas en can.
Tuve que hacer un viaje largo. He odo que los trapenses atienden a su
manutencin por medio de trabajos manuales, pero consagran a los ejercicios
espirituales y al estudio la mayor parte de su tiempo. Es el gnero de vida que
apetezco para mi vejez.
Ojal no lo apetezca desordenadamente. Tambin suele haber desorden en las
vocaciones monsticas.
Quiero convertir mi vida en algo til.
Nunca es tarde.
Algo cruji y se abri el portn, chirriando sobre sus goznes.
La silueta de un monje de hbito blanco, con escapulario y capucha negros, se
dej entrever en la penumbra aureolada por el resplandor de una lmpara de petrleo
que l sostena con la mano derecha.
arrojar una luz sobre su conducta pasada? Hasta cierto punto, esto tiene el valor de
una confesin.
La ventanilla se la celda, abierta a la noche, permita ver all arriba el parpadeo de
Altair de guila. Otros hachoncillos, y otros, se amontonaban en el recuadro del
alfizar. Melchor de Arcos se estremeci.
Es lo ms tremendo de que tenga noticia. A menudo no s si lo he soado.
Fray Roberto esboz un mohn de incredulidad. No pareca impresionarlo el tono
ligeramente pattico empleado por el profesor para dar comienzo a su historia.
En pocas palabras, algo que acab por buscarme. Ya sabe que soy uno de los
investigadores ms respetados en el campo de la ecologa.
Perdone...
Es la parte de la biologa que se ocupa de la relacin de los organismos entre s y
con el medio que los rodea. Presupone por supuesto un conocimiento de las formas, las
estructuras, la fisiologa. Soy bilogo de la Sorbona. Mis padres fueron ricos y costearon
mis estudios en aquella Europa de comienzos del siglo, vida de progreso, sedienta de
audacias.
Fray Roberto oa devotamente.
De regreso ac, me sent lleno de ideas innovadoras. Todo lo que vea me
pareca mezquino. Eso nos pasa a todos los educadores en el extranjero. Mientras mis
colegas se preocupaban por hacer dinero, yo lea, investigaba, dictaba conferencias no
siempre ortodoxas.
El viento volva a fustigar las almenas. Por un momento, sus zumbidos parecieron
traer un sonsonete de burla.
Un da, al meditar sobre ciertas premisas, ca en cuenta de algo verdaderamente
extraordinario. No s si me est explicando bien, pero la verdad es que me puse a
pensar que no es el medio el que plasma y modifica al hombre, sino ste al medio. Me
dije que, desde el lapn de las tundras hasta el congols del trpico, la huella dejada
por el hombre, ya sea en objetos labrados, ya en grandes bloques arquitectnicos, es
nica, impar, diferente a la dejada por otros seres. Y por qu razn? Pues por que el
hombre, ms que animal racional, es animal insatisfecho, materia antojadiza, no est a
sus anchas en el marco de la naturaleza, por maravilloso que esta sea, y pretende
alterarlo... Por donde pasa un hombre, la naturaleza es alterada inmediatamente, unas
veces con grandes ciudades, otras con simples jeroglficos o tallas en las piedras.
Est bien - rezong fray Roberto.
El hombre no est a sus anchas en la naturaleza y, por tanto, no es susceptible
de recibir su influjo. Al contrario, es l quien la influye y la modifica a su sabor.
Se haba puesto de pie y recorra a grandes zancadas el aposento.
El nacimiento de esta insatisfaccin prosigui, es lo que a su vez determina
el nacimiento de la especie humana. Si Darwin tena razn en el aspecto fisiolgico del
Los ejecutores
Antonio Mora Vlez*
Aquella era una noche fra de saturnal, el mes de las lluvias, con un cielo
encapotado que no permita ver la luz de la luna. Las calles estaban solas y las
pantallas del alumbrado languidecan misteriosamente, como si la energa hubiera
optado por el atajo de Carnot y se perdiera en ese impreciso lugar en donde el fuego
se libera de sus alas para retomar el ciclo.
Me dispona a salir de una taberna del tipo alemn situada en el populoso sector
de Mocari. Haba estado all en la agradable compaa de mis amigos de tertulia.
Durante horas y horas habamos hablado de poltica, de mujeres, de rones, de las
ltimas decisiones de Mutltivac. Y la conversacin giraba y giraba, alrededor de uno y
otro tema, y a los odos de cualquier parroquiano del siglo XXXII era como si nada
hubiera cambiado sobre la faz del Caribe despus del Gran Salto.
Nabo y Castillejo, mis eternos compaeros de farra, haban consumido quince
sifones de cerveza rubia con pitillos enervantes. Yo, en cambio, por el temor de mi
Gota, apenas si inger un par de whiskys dobles en la roca que el barman muy
gentilmente accedi a venderme no obstante las restricciones del da ordenadas por la
seccin etlica de Multivac.
Yo estaba aburrido, es lo que quiero decir, de modo que no hay razn alguna para
atribuirle al alcohol la procedencia de todo mi dicho, de lo que mis ojos vieron esa
noche despus de la juerga. Juro que es tan verdad como la luz que ahora contemplo
en esta hermosa terraza de plasma csmico que me hace recordar los viejos tiempos
de mi estancia en Tierra Santa, de cuando era un principiante en comunicacin social y
jugaba con las palabras de la jerga en la elaboracin de intrincados poemas
matemticos que ni yo mismo lograba descifrar.
Sal como a las doce y cuarto de la taberna, solo. Castillejo trat de detenerme con
su verbo y con esa prosopopeya tan suya pero tan ostensiblemente impostada,
dicindome que no habamos terminado el tema de los decibeles nticos, pero yo lo
desped cortsmente, hacindole un gracejo con su estilo de antiguo lord ingls pero
vestido de hojalata, y apelando a mis conocidos achaques articulares.
Intent tomar un troley pero la hora no era la ms apropiada y me decid entonces
por un robotaxi que pas justo a los diez minutos de la espera. Lo abord y le dije mi
direccin de llegada. Su cerebro prodigioso me respondi que tendra que hacer un
ligero rodeo antes de llegar ya que se haba producido un crimen por el sector y varias
calles se encontraban interceptadas.
Muy bien, como usted ordene -le contest-. El vehculo inici la marcha por el
carril interior de la autopista y yo me recost en el espaldar de la butaca, intentando
dormir durante el recorrido.
Eran ya las doce y media de la madrugada del sbado, hora en la que, segn los
noticieros breves, salan a cumplir con su oficio los llamados ejecutores del tiempo, los
correctores de la historia que anticipara genialmente Isaac Asimov en su polmico Fin
de la eternidad, a fines del milenio anterior.
Tal vez por esa circunstancia las calles se hallaban ms solitarias que de
costumbre. Nunca se saba en qu lugar y hora exacta de esa franja de la madrugada,
poda aparecer un auto fantasma con un grupo de ejecutores dentro. Para ellos, que
duda cabe, todo noctmbulo era potencialmente un candidato a la dulce muerte de los
dardos de luz disparados como si fueran sencillas proyecciones de cine digital.
El auto ciberntico avanzaba raudo por la avenida de Los Fundadores, conmigo en
su interior totalmente despreocupado de la ciudad. La suave brisa de las primeras
horas despeinaba ligeramente el perfil del sector. La avenida y sus alrededores
parecan un cuadro fugaz de Piescarollo, el maestro de la nueva pintura vibrtil. Yo me
sumerga en el recuerdo de mis noches de bohemia en La nueva Ola, de cuando era
un simple perifoneador de comerciales en la Radio Ambiental. El tablero de mando del
robotaxi ejecutaba una sonata de colores alternados que yo mir de reojo
simplemente.
A la altura de la calle 681 el cerebro del auto me dijo, alzando la voz para volverme
en m: Viene un carro fantasma por la autopista paralela!. Yo abr los ojos y me
acerqu a la ventana izquierda para observarlo. El robotaxi sigui su marcha
normalmente. Yo permaneca adherido al vidrio, contemplando el raudo
desplazamiento del auto fantasma. Era algo que no poda dejar de hacer; se trataba de
un grupo de ejecutores y siempre quise verlos en accin. Al pasar casi frente a m pude
observar que uno de los ejecutores disparaba un flash en direccin nuestra. La luz
arrop mi rostro durante una fraccin de segundo y yo me sent en el instante feto,
nio, joven, adulto, en sucesin fantstica, como si mi vida se hubiera repetido en un
filme que me era introproyectado sinicamente.
El robotaxi me dijo entonces: No cabe discusin, se trata de un equipo de
ejecutores en plena accin. Yo mismo le he sentido
Sigmosle!- le orden. El auto titube, lo cual quiere decir, en trminos de
cibermecnica, que aceler y desaceler en forma imprecisa. Al tomar la curva de
unin de las dos autopistas casi nos chocamos con uno de los postes de oxgeno de la
entreva. Despus de recobrado el control, el parlante del carro me dijo: Est usted
seguro de lo que me pide?
Por supuesto que s! le contest- Soy periodista y no puedo perder esta
oportunidad de cubrir una ejecucin. Que tal que sea un ajuste histrico. Podr
anunciarle al mundo del futuro que una posible lnea de desarrollo queda borrada de la
lista A veces creo que las aparentes contingencias de la historia se deben a este tipo
de ajustes y no a la simple casualidad.
La razn estara de parte de Demcrito, despus de tantos siglos! Demcrito? O
era tal vez Herclito?
Se inici entonces la persecucin.