X. M. Domínguez Prieto - Nuevos Caminos para El Personalismo Comunitario
X. M. Domínguez Prieto - Nuevos Caminos para El Personalismo Comunitario
X. M. Domínguez Prieto - Nuevos Caminos para El Personalismo Comunitario
ISSN 0717-4675
Abstract
In first place, this article tries to approach what can be understood by community
personalism and considers the contributions of philosophy of person. Personalism as
a philosophical reflection on the person, as humanizing, as praxis and as a way of life,
overcomes definitely the philosophy of I to open up to the philosophy of I and
thou. But it must be proposed a new way that the personalism, and all philosophy, has
yet to go: to consider with to the active dimension of the person (I will, I hope, I feel,
I feel, I want ...) the size receptive. The person, above all, is beloved, is the subject of
donation, is surprised by the encounter with others, illness and death, by continuing
developments joyous and painful: for the unexpected. The purpose of this article,
finally, is to place anthropology rather than in the point of view of poiein, in the point
of view of pathein.
Key words: Philosophy, personalism, person, receptiveness, pathein.
Doctor en Filosofa por la Universidad Complutense de Madrid. Catedrtico
de Instituto. Miembro del Instituto Emmanuel Mounier de Espaa y Miembro
Honorario del Instituto Emmanuel Mounier de Argentina. Director de la coleccin
Persona, de la Editorial Mounier, Espaa. Entre sus numerosas publicaciones cabe
destacar tica del docente (2003), Razones para el compromiso (2004), Personalismo teraputico:
Frankl, Rogers, Girard (2005), Eres luz: la alegra de ser persona (2005), Llamada y proyecto de
vida (2007) y Antropologa de la familia (2007).
- Aceptado: 6/Enero/2009
VERITAS, vol.Recibido:
IV, n 2010/Noviemnbre/2008
(2009)
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Ibd., 55-143.
E. MOUNIER: El personalismo. Obras III, Sgueme, Salamanca 1990, 451-452.
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No podemos dejar de recordar la excepcin que supuso el postulado de la
haecceitas por parte de Duns Escoto como forma particular, estableciendo as una
va de inteligibilidad en el ser concreto. Desafortunadamente, no triunf esta genial
perspectiva.
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Cfr. T. DE AQUINO: Quaestio Disputata de Anima.
12
G. BRUNO: De docta ingnorantia, III.
13
Cfr. P. DELLA MIRANDOLA: De la dignidad del hombre. Editora Nacional, Madrid
1984.
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La pensadora personalista Ins Riego ha sido, sin duda, quien de modo
ms claro y ms documentadamente ha mostrado la importancia de la mstica y
sus principales aportaciones para el conocimiento de la persona. Cfr. I. RIEGO DE
MOINE: De la mstica que dice a la persona. Fundacin Mounier, Madrid 2007.
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Pascal, supuso una vuelta atrs, pues redujo el ser personal al cogito mera
cosa: je suis une chose qui pens en relacin siempre problemtica con
la materia corporal. Adems, tanto Descartes, como Malebranche, Leibniz
como Spinoza retomaron con fuerza el substancialismo griego15. Incluso,
este ltimo, reduciendo toda substancia a la divina. As, dir que entiendo
por cuerpo un modo que expresa de cierta y determinada manera la esencia
de Dios, en cuanto se la considera como cosa extensa16 y poco despus
afirma que el Pensamiento es un atributo de Dios, es decir, Dios es una
cosa pensante17; Lo primero que constituye el ser actual del alma humana
no es ms que la idea de una cosa singular existente en acto. Demostracin:
la esencia del hombre est constituida por ciertos modos de los atributos de
Dios18. El empirismo, por su lado, reduce el ser humano a su materialidad
y a su capacidad percipiente. Paradigma de ello es Hobbes en su De corpore
y en su De homine. Sobre estos principios, otros filsofos empiristas como
Locke no acertarn a ir ms lejos de una gnoseologa Essay concerning human
understanding y, acorde con este materialismo de fondo, un eudemonismo
utilitarista, que lleva a su mxima expresin Hume. Lo que llevaron a cabo
posteriormente tanto el idealismo kantiano como el de Hegel, Fichte o
Schelling, no fue sino llevar hasta las ltimas consecuencias esta reflexin
sobre el Cogito, sobre un sujeto que consideran nico y autosuficiente, en el
que el ser y el pensar, la esencia y el concepto, se identifican.
Existencialismo y personalismo son reacciones contundentes frente a toda
esta tradicin filosfica reduccionista y abstracta, despegada de la realidad
concreta19. Frente a las abstracciones de los modernos y los idealistas,
analizan la existencia humana de modo concreto, es decir, todo aquello que
constituye la experiencia inmediata del sujeto humano: la libertad, la decisin,
el compromiso, la angustia, el proyecto de vida, la soledad, la muerte. El
personalismo adems centra su reflexin en las experiencias del encuentro
interpersonal, en la experiencia comunitaria, en la vocacin y en el hecho de
la encarnacin corprea (cosa que no llevan a cabo los existencialistas). En
Cfr. R. DESCARTES: Principia philosophiae I, 51: Per substantiam nihil
aliud intelligere possumus quam rem quae ita exsistit, ut nulla alia re indigeat ad
existendum.
16 B. SPINOZA: tica. Parte segunda, definicin I.
17 Ibd., Parte segunda, proposicin I.
18 Ibd., Parte segunda, proposicin XI.
19 No es casualidad que Gabriel Marcel se proponga hacer una filosofa
concreta, ceida a experiencias cotidianas como la comunicacin, la fidelidad, la
esperanza, el amor. En su Diario metafsico, por oposicin al idealismo, parte de la
conciencia inmediata del propio cuerpo, de la existencia encarnada y corprea del ser
humano.
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todo caso, unos y otros, sealan que el ser humano no es sino que existe. El ser
se sita en el mbito de lo conceptuable, de lo etiquetable, de lo determinable
objetivamente. Frente a este concepto de ser, la existencia humana es lo no
etiquetable, lo no conceptuable, porque la persona no tiene esencia sino que
tiene que construirla. El problema del ser se analiza ahora desde el existir.
Y el existir es lo inmediato. Se rechazan, por tanto, los mtodos filosficos
que traten de captar lo que es el ser humano mediante conceptos, mediante
abstraccin, porque justo estos mtodos impiden captar la individualidad e
irrepetibilidad de cada existente. Por tanto, la filosofa tiene que partir de la
descripcin inmediata de las experiencias concretas del existente. As las cosas, muchos
existencialistas optaron por expresar sus ideas mediante diarios (como
hicieron Kierkegaard o Gabriel Marcel), otros mediante novelas (Sartre) y
otros por medio del mtodo fenomenolgico de Husserl como instrumento para
llegar directamente a la descripcin del existente humano dejando fuera toda
teora, interpretacin o prejuicio.
As como el personalismo y el existencialismo reaccionan de este modo
contra el substancialismo que inunda el pensamiento antropolgico hasta el
siglo XX, el personalismo tuvo, a su vez, que reaccionar contra el actualismo
de los existencialistas. Si la persona fuera considerada exclusivamente como
un conjunto de capacidades en accin, un mero conjunto de posibilidades,
orientados por un sentido, constituidos como un auts, estaramos
disolviendo a la persona en un mero actualismo. El actualismo es, pues, aquella
postura antropolgica que niega que exista la identidad personal, que niega
que exista alguna consistencia metafsica en la persona, de modo que queda
reducida a un mero fluir de actos. Es la postura que adopt Scheler, Sartre o
el estructuralismo de Bernard-Henri Lvy. Hablan todos de la persona como
un proceso sin sujeto, de una realidad sin ncleo permanente, sin fundamento,
una actividad sin yo. Lgicamente, el actualismo niega la persona y, en algunas
formulaciones radicales, proclama la muerte del hombre20.
El personalismo, en fin, tiene otra razn de peso para enfrentarse tanto a
la abstraccin substancialista como al actualismo existencialista y, en general,
contra todo pensamiento academicista: su falta de compromiso con la
persona, esto es, que elude cualquier forma de praxis.
El filsofo personalista polaco Karol Wojtya, en Persona y accin (BAC,
Madrid 1982), lleva a cabo una minuciosa crtica al actualismo, sealando que la
persona no puede ser mera conciencia de s, pues desaparecera en los momentos de
inconsciencia. Pero es un hecho que cuando cesa la consciencia, la persona sigue. Por
otra parte, experimentamos nuestras acciones surgiendo de nuestra propia voluntad:
cada uno se vive a s mismo como causa de sus actos. La persona es capaz de decir yo
quiero porque es una realidad objetiva, un yo concreto que tiene una consistencia.
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G. G. LEIBNIZ: Monadologa, 7.
Cfr. T. HOBBES: De cive, I; J. LOCKE: Tratado del gobierno civil.
F. ROSENZWEIG: La Estrella de la redencin. Sgueme, Salamanca 1997.
M. BUBER: Yo y T. Madrid: Ed. Caparrs, 1993.
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Ibd., 17-23.
Ibd., 32.
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Este hecho no es algo que ocurre en el Yo y que ocurre en el T, dice Buber,
sino que ocurre entre (Zwisen) los dos.
28
R. GUARDINI: Referencia de la persona a las personas, en Mundo y persona.
Encuentro, Madrid 2000, 113ss.
29
E. MOUNIER: La comunicacin, en El personalismo. Sgueme, Salamanca
1990, 473ss.
30
J. LACROIX: Dialctica de la persona, en Amor y Persona. Caparrs, Madrid
1996, 15ss.
31
M. NDONCELLE: La comunicacin de las conciencias, en La reciprocidad de
las conciencias. Caparrs, Madrid 1996, 11ss.
32
X. ZUBIRI: El hombre, realidad social, en Sobre el hombre. Alianza, Madrid
1986, 223ss.
33
E. LVINAS: Humanismo del otro hombre. Caparrs, Madrid 1998.
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P. LAN ENTRALGO: Teora y realidad del otro. Alianza, Madrid 1988.
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antropologa desde esta perspectiva sino desde la actividad del sujeto personal, al
menos la han sealado como importante. As, Teilhard de Chardin, en El medio divino
(Alianza/Taurus, Madrid 1972, 51-71) trata de las pasividades del hombre, del hecho
de que recibe ms que da, recibe ms que hace, que antes de nuestro actuar y nuestro
esfuerzo existen pasividades que acompaan sin tregua nuestras operaciones
conscientes (ibd., 52), por un lado las fuerzas amigas y favorables, que sostienen
nuestro esfuerzo y nos dirigen hacia el xito: son las pasividades de crecimiento.
Por otro, las fuerzas enemigas, que interfieren penosamente con nuestras tendencias,
lastran o desvan nuestra marcha hacia el ser ms, reducen nuestras capacidades
reales o aparentes de desarrollo: son las pasividades de disminucin (ibd., 53).
En segundo lugar, tenemos que dar cuenta de la explcita exposicin que Dietrich
von Hildebrand, en su extraordinaria descripcin fenomenolgica de las vivencias
intencionales de la persona hace del ser afectados (tica. Encuentro, Madrid 1997, 206209, 223-225, 229-231 y 309-311), experiencia afectiva que supone una modificacin
interna, una conmocin afectiva ante alguna realidad valiosa que se hace presente.
Nos pone as en la pista de que esta patheidad a la que nos referimos resuena y se
muestra de modo especial en la vida afectiva. As ocurre cuando somos ofendidos,
consolados, alegrados o conmovidos y, en general, cuando somos afectados por un
valor, esto es, por un objeto, circunstancia o acontecimiento valioso. Y reconoce
Hildebrand que el ser afectados desempea un enorme papel en el desarrollo de
la personalidad. A travs de este canal corre tanto la seduccin, el envenenamiento
moral, el embrutecimiento, el empequeecemiento, el enriquecimiento, el
engrandecimiento, la liberacin (ibd., 208). Por ello, cobrar especial inters actitudes
y virtudes como la gratitud ante lo recibido (La gratitud. Encuentro, Madrid 2000).
Sin embargo, fuera de estos anlisis, tampoco concede una especial importancia a
esta receptividad personal, centrando sus reflexiones antropolgicas en la respuesta
voluntaria a lo valioso, esto es, a la actividad tica de la persona, en la persona como
agente. Por su parte, Paul Ricoeur, en el contexto de una filosofa de la accin y
de la accin voluntaria, se refiere en alguna ocasin a que la trama narrativa de la
persona ha de tener en cuenta de que no slo es la trama de un agente sino tambin
de un paciente. As, afirma que Por mi parte, nunca dejo de hablar del hombre
actuante y sufriente. El problema moral () se inserta en el reconocimiento de esta
disimetra esencial entre el que hace y el que sufre () Ser afectado por un curso
de acontecimientos narrados, ste es el principio organizador de toda una serie de
funciones de pacientes (S mismo como otro. Siglo XXI, Madrid 1996, 143-144). Sin
embargo, como hemos sealado, lo que desarrolla es slo la dimensin activa: una
semntica de la accin, una pragmtica de la accin y la tragedia de la accin. Por
otra parte, en su Finitud y culpabilidad (Taurus, Madrid 1982), a raz del anlisis de
la labilidad y finitud del ser humano, hace referencia a su receptividad sensorial, al
hecho de una cierta pasividad afectiva e, incluso, a una pattica de la miseria, pero
centrndose no en el hecho de la menesterosidad humana sino en el de la falibilidad,
en su impotencia, en su ser intermedio entre la idea y lo sensible, en su aspiracin a
la plenitud, en su estado de situado entre lo finito y lo infinito, en la desproporcin
entre lo que es y lo que desea ser. Y, sobre todo, su anlisis est dirigido a entender el
Yo quiero, el acto voluntario (y su falibilidad, que le hace capaz del mal). Conviene
tambin destacar a Carlos Daz, quien sita en el corazn de la existencia humana
una pasividad: soy amado, luego existo. El nuevo pensamiento no comienza por
el pensamiento a secas, por el cartesiano Pienso, luego yo existo, sino () por el
amor ergo sum (Soy amado, luego existo. Tomo I, Descle de Breuwer, Bilbao 1999,
104). Consecuentemente, Desde que existimos necesitamos que nos donen, que
nos cuiden, que nos nutran, que nos quieran y mimen, y todo esto lo expresamos
desde chiquitines polisgnicamente mediante la llamada, los gestos, el llanto, como
lo manifiesta cualquier pobre necesitado que precisa de la ajena ddiva, a saber, en
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vocativo (ibd., 105). La vocatividad del ser humano, que pide ser correspondido
por la genitividad de otro, es elemento definitorio de lo personal para nuestro autor.
Por eso, siguiendo en esto al mismo Teilhard, para el filsofo espaol la persona
se desarrolla en tres momentos: primero, el hombre se centra sobre s (centracin),
se descentra sobre el otro (descentracin) y se sobrecentra en uno mayor que l
(sobrecentracin). Es decir, primero ser, luego amar y finalmente adorar (lo cual, a
su vez, slo es posible porque se ha sido amado). Sin embargo, tampoco el filsofo
espaol ha sacado todas las consecuencias de este hecho, habiendo por contra
desarrollado su pensamiento desde el yo activo, tomando a la persona bsicamente
como centro de centros (Cfr. C. DAZ: op. cit., 57-187). Tambin es cierto que
en alguna de sus ltimas obras retoma la dimensin de la fragilidad humana como
clave de comprensin antropolgica (Cfr. C. DAZ: La felicidad que hay en la fragilidad.
Fundacin Mounier, Madrid 2006).
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Sigue en el fondo la tentacin ms primitiva: la de querer ser Dios. Por ello,
como muestra Boudrillard, en El crimen perfecto (Anagrama, Barcelona 2000), pero
sobre todo en su obra pstuma El pacto de lucidez o la inteligencia del Mal (Amorrortu,
Buenos Aires 2008), esta hybris ha trado las siguientes consecuencias, en tres
momentos: Primero, la muerte de Dios (Nietzsche, Marx, Feuerbach, Freud). En
segundo lugar, la muerte del hombre (estructuralismo: Lacan, Lev-Strauss, Derrid).
En tercer lugar, muerte de lo real.
VERITAS, vol. IV, n 20 (2009)
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llamada, nombrada, enviada y se le pide que su vida sea respuesta a este amor del que
es objeto, a esta llamada, a este nombramiento y misin. La persona no tiene la ltima
palabra sobre su vida sino la penltima.
Ahora bien, para reconocer este hecho quizs haga falta desenmascarar
un prejuicio al que nos ha llevado toda nuestra cultura occidental: concebir a
los humanos como seres autnomos (idea ilustrada) omnipotentes, dueos
y seores de su propia vida, de su destino y del destino del mundo. Pero
hay momentos en la vida de toda persona unos, dolorosos: una grave
enfermedad, la muerte de un amigo, la prdida o ruptura con un ser dilecto,
un fracaso profesional o personal; y otros, inesperados: un encuentro
decisivo, un enamoramiento, una circunstancia inesperada, una propuesta
profesional que pareca imposible, un golpe de fortuna que nos muestran
que nuestra vida tal vez no est tan en nuestras manos como imaginbamos.
Se produce, por tanto, un choque entre nuestras ideas de suficiencia, tan
occidentales y secularizadas, y nuestras experiencias radicales. Pero, por falta
de fidelidad a la realidad o por comodidad preferimos asirnos a la ilusin de
la omnipotencia y la radical autonoma, pretendiendo ser lo que no somos:
dioses.
El dolor, el fracaso, la muerte y todas las llamadas por Jaspers experiencias
lmite, nos muestran claramente y nos hacen asumir que no somos los
protagonistas absolutos de nuestra vida. La destruccin de lo nuestro, de
nuestras perspectivas, de nuestras ambiciones, nos sustrae a nosotros y nos
muestra que no somos los protagonistas absolutos de nuestra vida. Nos
hace ms libres porque nos descentra (o, mejor, excentra). Cuando llega la
enfermedad, la muerte, la prdida, la limitacin, perdemos pie en nosotros
mismos, nos vemos obligados a vaciarnos, sucede aquello con lo que no
contbamos y se nos abre a la realidad tal cual es. Abrirse a la realidad y
confiar en ella exige hacerlo siguiendo los signos interiores y los exteriores,
que confluyen en nuestra plenificacin, pero tambin cuando no se presentan
como elementos felices sino dolorosos. En fin: antes que actividad, el ser
humano es pasividad, pathesis. Y esta pathesis puede ser posibilitante de la
accin exterior o posibilitante del crecimiento interior o, al decir de Teilhard,
pasividades de crecimiento o pasividades de disminucin44.
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Cfr. X. ZUBIRI: Sobre el hombre. Alianza, Madrid 1986, 206.
Para Zubiri, la vinculacin social a los dems es inherente al hecho de ser
persona y puede ser de dos tipos: impersonal (Semejante a la relacin Yo-Ello de
Buber o a la Gesellschaft de Tnnies), mera asociacin de personas, en la que se
est vertido a los dems en tanto que otros, dando lugar as a la sociedad. Pero
puede ser tambin una versin personal (Semejante a la relacin Yo-T de Buber o
a la Gemeinschaft de Tnnies), autntica comunidad, que consiste en la versin de
unas personas a otras en cuanto personas. La primera le transmite el haber social:
mentalidad y tradicin. Pero en el segundo caso hay una vinculacin concreta
a personas. Ellas pueden ser apoyo, posibilitacin e impelencia para la propia realizacin.
Vehiculan de modo excelente el poder de lo real. Zubiri no lo dice as de modo explcito,
pero todo ello se colige de las muchas referencias a la presencia fundante de los otros
en la realizacin de mi decurso vital. Propondr algunas: Sobre el hombre, 563-568:
Los otros presentes en la vida del hombre en sus albores le proporcionan recursos, le
educan, le ensean (Cfr. Sobre el hombre, op. cit., 563-568), los otros son ayuda, fuente
de educacin y acompaamiento (ibd., 139), los otros son, dice adems Zubiri, los
que me dejan o no las cosas para poder realizarme, es decir, me permiten o no
disponer de unas posibilidades (ibd., 240). En definitiva, las personas significativas
que tejen el entramado de mi vida, y que aparecen en ella por gracia, son elementos
indispensables en la propia realizacin personal. Son el elemento clave del sistema de
referencia en torno al cual se ordenan y polarizan los dems.
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5. El acontecimiento inesperado:
poder de lo real e impotencia de la persona
Pero no slo en la infancia sino tambin a lo largo de la vida experimentamos
que somos un vocativo, menesterosidad. Se hace esto patente cuando surge
lo inesperado, doloroso o gozoso. Afirmaba Filn de Alejandra en su De
fuga et inventione que hay cuatro tipos de actitudes de los hombres respecto
de la bsqueda: los que no buscan y no encuentran, aquellos que buscan y
encuentran, aquellos que buscan sin encontrar y aquellos que encuentran
sin buscar55. A esta ltima categora es a la que nos vamos a referir ahora: a
todo lo que aparece en la vida sin ser buscado, pues es otra privilegiada va
de acercamiento a nuestra radical menesterosidad.
a) Lo inesperado
Cualquier persona experimenta cmo su vida es continuo acontecer de
lo inesperado, de lo imprevisto, del acontecimiento con el que no se contaba,
del don o del dolor no pretendido ni incluso imaginado. La experiencia de
monotona en la vida constituye, en realidad, una forma de ceguera, pues
la vida es acontecimiento continuo. Es ms: la vida es exceso de acontecer,
exceso de sentido. Y justo este desbordarse de lo real y su acontecer sobre
la persona y desde la persona es lo que muestra su finitud y el hecho de
que no todo depende de ella. Incluso, en algunos momentos de la vida se
hace presente lo imprevisto como algo que desbarata nuestras previsiones y
clculos, nuestras esperanzas y temores, de forma sobrecogedora. Semejante
sobrecogimiento, al mostrar que no somos la medida de lo divino y que
esto se nos escapa en el mismo momento en que no escapamos a ello, nos
relaciona esencialmente con ello56. De alguna manera, lo real se apodera
de nosotros, sentimos el poder de lo real. En este sentido, afirma Zubiri que
El hombre se dirige a la realidad para buscar apoyo en ella, y a su vez esta
realidad tiene gran riqueza de notas () como posibilidades de realizacin.
() El hombre, haciendo religadamente su propia persona, est haciendo
la probacin fsica de lo que es el poder de lo real. Es la probacin de la
insercin de la ultimidad, de la posibilitacin y de la impelencia en mi propia
realidad. Al hacerme realidad personal soy pues una experiencia del poder de
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X. ZUBIRI: El hombre y Dios. Alianza, Madrid 1988, 95.
Ibd., 82-83. La realidad se le ofrece como apoyo ltimo de todas las acciones
de la persona, como posibilitante de todas las posibilidades por las que el hombre
opta para realizarse como hombre y, en tercer lugar, como apoyo impelente.
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Ibd., 86.
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Ibd., 88.
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EURPIDES: Alcestes, 1159-1163.
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En este sentido, afirma Herclito No es lo mejor para los hombres que les
ocurra todo lo que quieren, DIELS-KRANZ: B 110.
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Ibd., B 18.
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Cfr. K. JASPERS: Psicologa de las concepciones del mundo. Gredos, Madrid 1967.
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