19 BECK Vivir Nuestra Propia Vida en Un Mundo Desbocado
19 BECK Vivir Nuestra Propia Vida en Un Mundo Desbocado
19 BECK Vivir Nuestra Propia Vida en Un Mundo Desbocado
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No hay casi nada que se desee hoy tanto en Occidente como vivir nuestra propia vida. Si una persona que viaja por Francia, Finlandia, Polonia, Suiza,
Gran Bretaa, Alemania, Hungra, Estados Unidos o
Canad pregunta a la gente qu les motiva de verdad, por qu luchan y se esfuerzan, la respuesta
quiz sea dinero, trabajo, poder, amor. Dios o cualquier otra cosa, pero tambin sera, cada vez ms, la
promesa de una vida propia. Dinero significa dinero propio, espacio significa espacio personal, incluso
en el sentido elemental de una condicin indispensable para poder tener una vida propia. Amor, matrimonio y paternidad son requisitos necesarios para
centrar la vida de una persona y contrarrestar sus
tendencias centrfugas. No es una gran exageracin
decir que la lucha diaria para tener una vida propia
se ha convertido en la experiencia colectiva del
mundo occidental. Expresa lo que queda de nuestro
sentimiento de comunidad.
del bienestar- incluyen exigencias de que los individuos gobiernen sus vidas, so pena de sanciones
econmicas.
Cuatro: vivir nuestra propia vida significa, por consiguiente, que las biografas corrientes se convierten
en biografas que hay que escoger, biografas de
bricolaje, biografas de riesgo, biografas rotas o
descompuestas. Incluso detrs de fachadas de seguridad y prosperidad, las posibilidades de que la biografa se deslice y se venga abajo estn siempre presentes. De ah la necesidad de aferrarse y el miedo
existente incluso en las capas medias de la sociedad,
que en su exterior son capas acomodadas. As que
hay una gran diferencia entre la individuacin, en la
que existen recursos institucionales como los derechos humanos, la educacin y el Estado del bienestar
para hacer frente a la contradiccin de las biografas
modernas, y la atomizacin, en la que no los hay. La
ideologa neoliberal de mercado refuerza la atomizacin, con todas sus connotaciones polticas.
Cinco: a pesar de, o debido a, las directrices institucionales y la inseguridad, a menudo incalculable,
nuestra vida est condenada a la actividad. Incluso
cuando fracasa, es una vida activa en su estructuracin de demandas. La otra cara de esta obligacin
de ser activos es que el fracaso se vuelve personal y
deja de percibirse como una experiencia de clase en
una cultura de la pobreza. Va acompaada de diversas formas de responsabilidad con uno mismo. Si
la enfermedad, la adiccin, el desempleo y otras
desviaciones de la norma se solan considerar golpes
del destino, hoy en da se hace hincapi en la culpa y
la responsabilidad individual. Vivir nuestra propia vida
significa asumir la responsabilidad de las desgracias
personales y los hechos inesperados. En general, no
se trata slo de una percepcin individual, sino de una
atribucin vinculante desde el punto de vista cultural. Corresponde a una imagen de la sociedad en la
que los individuos no son reflejos pasivos de las circunstancias sino constructores activos de sus propias
vidas, con grados variables de limitacin.
de vista funcional, a la de las formas polticas tradicionales de las grandes organizaciones o el Estado
nacional. Ni siquiera todo lo que se dice de una
red de redes puede ocultar el hecho de que la
estructura poltica de la sociedad, cada vez ms
fragmentada -que se manifiesta en la individuacin
del comportamiento poltico y la capacidad cada vez
menor de las viejas organizaciones de gran tamao
para la integracin y el agrupamiento-, debilita las
posibilidades de movilizacin y direccin intencional
en las sociedades polticas. El ideal de la integracin
a travs del conflicto, que es la base de la democracia nacional, se descompone. Se vuelve cada vez
ms difcil garantizar las dos caras de la democracia:
el consenso entre individuos y grupos, basado en un
libre acuerdo, y la representacin de intereses
opuestos. Pero aqu es donde se hace tangible un
autntico dilema poltico de la segunda modernidad.
Por una parte, la imaginacin y la accin poltica se
enfrenta a desafos de una dimensin sin precedentes. No tenemos ms que pensar en las reformas
radicales que hacen falta para dar al Estado social
una nueva base en relacin con la inseguridad en el
empleo y los trabajadores pobres; o en lo que se
necesita para reorganizar las instituciones clave de
la democracia parlamentaria, probadas en el mbito
nacional, para que estn ms abiertas a las identidades transnacionales, las vicisitudes de la vida y las
vinculaciones econmicas; por no hablar del asunto,
en otro tiempo totalmente olvidado, de reformar
con criterios ecolgicos la dinmica industrial del
mundo, autnoma y cada vez ms rpida. Por otra
parte, los procesos de individuacin erosionan las
condiciones sociales y estructurales para el consenso poltico, que hasta ahora han permitido la accin
poltica colectiva. La paradoja es que esto ocurre
porque la participacin poltica aumenta a escala
microscpica y la sociedad subpoltica est gobernada desde abajo en asuntos y campos de accin
cada vez ms numerosos. El espacio cerrado de la
poltica nacional ya no existe. La sociedad y el mbito pblico estn compuestos por espacios contradictorios que estn, al mismo tiempo, individualizados, abiertos a otras naciones y definidos en mutua oposicin. Es en esos espacios donde cada grupo cultural prueba y vive su hbrido.