Condiciones y Límites de La Autobiografía. (PDF) - (Georges Gusdorf) .
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Georges Gusdorf
Suplemento Anthropos, N 29.
1991
[9] La autobiografa es un gnero literario firmemente establecido, cuya historia se
presenta jalonada de una serie de obras maestras, desde las Confesiones de san Agustn
hasta Si le grain ne meurt de Gide, pasando por las Confesiones de Rousseau, Poesa y
verdad, las Memorias de ultratumba o la Apologa de Newman. Muchos grandes hombres, e
incluso muchos hombres no tan grandes, jedes de Estado o jedes militares, ministros,
exploradores, hombres de negocios, han consagrado el ocio de su vejez a la redaccin de
recuerdos que encuentran constantemente un pblico de lectores atentos. La
autobiografa existe de todas todas (sic); est protegida por la regla que protege a las
glorias consagradas, de modo que ponerla en cuestin puede parecer ridculo. Digenes
demostr el movimiento andando, en su disputa con el filsofo eleata que pretenda, por
la autoridad de la razn, impedir a Aquiles que atrapase la tortuga. De manera similar,
felizmente, la autobiografa no ha esperado que los filsofos le otorguen el derecho a la
existencia. Pero tal vez no es demasiado tarde para preguntarnos por el sentido de tal
empresa y pos sus condiciones y posibilidades, a fin de entresacar las presuposiciones
implcitas.
En primer lugar, conviene resaltar el hecho de que el gnero autobiogrfico est
limitado en el tiempo y en el espacio: ni ha existido siempre ni existe en todas partes. Si
las Confesiones de San Agustn ofrecen el punto de referencia inicial de un primer xito
fenomenal, vemos en seguida que se trata de un fenmeno tardo en la cultura
occidental, y que tiene lugar en el momento en que la aportacin cristiana se injerta en
las tradiciones clsicas. Por otra parte, no parece que la autobiografa se haya
manifestado jams fuera de nuestra atmsfera cultural; se dira que manifiesta una
preocupacin particular del hombre occidental, preocupacin que ha llevado consigo en
su [10] conquista paulatina del mundo y que ha comunicado a los hombres de otras
civilizaciones; pero, al mismo tiempo, estos hombres se habran visto sometidos, por una
especie de colonizacin intelectual, a una mentalidad que no era la suya. Cuando Gandhi
cuenta su propia historia, emplea los medios de Occidente para defender el Oriente. Y
los emotivos testimonios recogidos por Westermann en su Autobiografas de africanos
manifiestan la conmocin de las civilizaciones tradicionales en su contacto con las
europeas. El mundo antiguo est en trance de morir dentro incluso de esas conciencias
que se interrogan acerca de su destino, convertido, de grado o por la fuerza, al nuevo
estilo de vida que el hombre blanco ha trado desde ms all de los mares.
La preocupacin, que nos parece tan natural, de volverse hacia el pasado, de
reunir su vida para contarla, no es una exigencia universal. Se da solamente tras muchos
siglos y en una pequea parte del mundo. El hombre que se complace as en dibujar su
propia imagen se cree digno de un inters privilegiado. Cada uno de nosotros tiene
tendencia a considerarse como el centro de un espacio vital: yo supongo que mi
existencia importa al mundo y que mi muerte dejar el mundo incompleto. Al contar mi
vida, yo me manifiesto ms all de la muerte, a fin de que se conserve ese capital
precioso que no debe desaparecer. El autor de una autobiografa da a su imagen un tipo
de relieve en relacin con su entorno, una existencia independiente; se contempla en su
ser y le place ser contemplado, se constituye en testigo de s mismo; y toma a los dems
como testigos de lo que su presencia tiene de irreemplazable.
Esta toma de conciencia de la originalidad de cada vida personal es el producto
tardo de cierta civilizacin. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, el
individuo no ve su existencia fuera de los dems, y todava menos contra los dems,
sino con los otros, en una existencia solidaria cuyos ritmos se imponen globalmente a la
comunidad. Nadie es propietario de su vida ni de su muerte; las exigencias se solapan de
tal manera que cada una de ellas tiene su centro en todas partes y su circunferencia en
ninguna. Lo que cuenta no es nunca el ser aislado; mejor an, el aislamiento es imposible
en un rgimen de cohesin total. La vida social se despliega a manera de una gran
representacin teatral en la que las peripecias, fijadas originalmente por los dioses, se
repiten peridicamente. Cada persona aparece as como el titular de un papel, ya
representado por los ancestros y que los descendientes volvern a representar; hay un
nmero limitado de papeles, y se expresan con un nmero limitado de nombres. Los
recin nacidos reciben el nombre de los difuntos, de los cuales toman su rol, y la
comunidad se mantiene idntica a s misma, a pesar de la renovacin constante de los
individuos que la componen.
Est claro que la autobiografa no puede darse en un medio cultural en el que la
conciencia de s, hablando con propiedad, no existe. Pero esta falta de conciencia de la
personalidad, caracterstica de las sociedades primitivas tal como nos las describen los
etnlogos, se mantiene en civilizaciones ms avanzadas, que se inscriben en marcos
mticos regidos por el principio de la repeticin. Las teoras del eterno retorno, admitidas
como dogma, bajo formas variadas, por la mayor parte de las grandes culturas antiguas,
centran su atencin en lo que permanece, y no en lo que pasa. Lo que es nos seala la
sabidura del Eclesiasts- es lo que ha sido, y no hay nada nuevo bajo el sol. De la misma
manera, las creencias en la transmigracin de las almas, diseminadas a travs del mundo
indoeuropeo, solo dan un valor negativo a las peripecias de la existencia temporal. La
sabidura del Indo considera la personalidad como una ilusin funesta y busca la
salvacin en la despersonalizacin.
La autobiografa solo resulta posible a condicin de ciertas presuposiciones
metafsicas. Resulta necesario, en primer lugar, que la humanidad haya salido, al precio
de una revolucin cultural, del cuadro mtico de las sabiduras tradicionales, para entrar
en el reino peligroso de la historia. El hombre que se toma el trabajo de contar su vida
sabe que el presente difiere del pasado y que no se repetir en el futuro; se ha hecho
llevan a cabo sus guerras en el seno de su vida espiritual, librando batallas silenciosas,
cuyas vas y medios, triunfos y ecos, merecen ser legados a la memoria universal.
Esta conversin se da tardamente, en la medida en que corresponde a una
evolucin difcil o, mejor dicho, a una involucin de la conciencia. Uno se maravilla de
lo que lo rodea ms rpidamente que de uno mismo. Uno admira lo que ve, uno no se ve
a s mismo. Si el espacio de fuera, el teatro del mundo, es un espacio claro, en el que los
comportamientos, los mviles y los motivos de cada uno se desentraan bastante bien a
primera vista, el espacio interior es tenebroso por esencia. El sujeto que se toma a s
mismo como objeto invierte el movimiento natural de la atencin; al hacer esto, parece
estar violando ciertas prohibiciones secretas de la naturaleza humana. La sociologa, la
psicologa profunda, el psicoanlisis, han revelado la significacin compleja y angustiosa
que reviste el encuentro del hombre con su imagen. La imagen es otro yo-mismo, un
doble de mi ser, pero ms frgil y vulnerable, revestido de un carcter sagrado que lo
hace a la vez fascinante y terrible. Narciso, al contemplar su rostro en el seno del
manantial, queda fascinado por esta aparicin, hasta el punto de morir al doblarse sobre
s mismo. En la mayor parte de los folklores y las mitologas la aparicin del doble es un
signo fatal.
Las prohibiciones mticas subrayan el carcter inquietante del descubrimiento de
uno mismo. La naturaleza no haba previsto el encuentro del hombre con su reflejo, sino
que pareca oponerse a toda complacencia antes ese reflejo. La invencin del espejo
parece haber conmovido la experiencia humana, sobre todo a partir del momento en que
las mediocres lminas de metal usadas desde la Antigedad fueron reemplazadas, a fines
de la Edad Media, por los vidrios producidos por la tcnica veneciana. La imagen en el
espejo forma parte, a partir de ese momento, de la escena de la vida, y los psicoanalistas
han puesto en evidencia el papel capital de esta imagen en la conciencia progresiva que
el nio va tomando de su propia personalidad. 1 Desde los seis meses de edad, el nio se
interesa particularmente por ese reflejo suyo, que solo produce indiferencia en el animal.
En esa imagen descubre el nio poco a poco un aspecto esencial de su identidad: separa
lo exterior de su interior, se ve como otro entre los otros; se sita en el espacio social en
el que se va a sentir capaz de reagrupar su propia realidad.
El hombre primitivo se asusta de su reflejo en el espejo, al igual que se espanta de
la imagen fotogrfica o cinematogrfica. El nio civilizado tiene todo el tiempo
necesario para familiarizarse con el revestimiento de apariencias que l ha asumido bajo
la presin persuasiva del espejo. Sin embargo, incluso el adulto, hombre o mujer, si
reflexiona por un momento, encuentra en el fondo esta confrontacin consigo mismo, la
conmocin y la fascinacin de Narciso. La primera imagen sonora del magnetfono, la
imagen animada del cine, despiertan una angustia similar en nuestras profundidades. El
1
Cfr. En particular las investigaciones de Jacques Lacan, Le Stade du Miroir comme formateur de la
fonction du Je, Revue Franaise de Psychanalyse, 4 (1949). [N. del T.: hay traduccin castellana en Escritos,
1, Mxico, Siglo XXI, 1971, pp. 11-18.]
Para ms detalle, vase la obra, desgraciadamente inacabada, de Georg Misch, Geschiche der
Autobiographie, t. I, Teubner, 1907.
3
Vase tambin Andr Maurois, Aspects de la biographie, Grasset, 1928.
A primera vista, no hay en eso nada de chocante. Si admitimos que cada hombre
tiene una historia y que es posible contar esa historia, es inevitable que el narrador se
acabe tomando a s mismo como objeto desde el momento en que concibe que su destino
tiene inters suficiente para l mismo y para los dems. Por otra parte, el testimonio que
cada uno da de s mismo es privilegiado: el bigrafo, cuando se ocupa de un personaje
distante o desaparecido, no tiene completa seguridad en cuanto a las intenciones de su
hroe; se limita a descifrar los signos, y su obra tiene siempre, en cierto sentido, algo de
novela policiaca. Al contrario, nadie mejor que yo mismo puede saber en lo que he
credo o lo que he querido; nicamente yo poseo el privilegio de encontrarme, en lo que
me concierne, del otro lado del espejo, sin que pueda interponrseme la muralla de la
vida privada. Los otros, por muy bien intencionados que sean, se equivocan siempre;
describen el personaje exterior, la apariencia que ellos ven, y no la persona, la cual se les
escapa. Nadie mejor que el propio interesado puede hacer justicia a s mismo, y es
precisamente para aclarar los malentendidos, para restablecer una verdad incompleta o
deformada, por lo que el autor de la autobiografa se impone la tare de presentar l
mismo su historia.
Un gran nmero de autobiografas, sin duda la mayor parte, se basan en estos
presupuestos elementales: el hombre de Estado, el poltico, el jefe militar, cuando les
llega el ocio del retiro o del exilio, escriben para celebrar su obra, siempre ms o menos
incomprendida, para hacerse un tipo de propaganda pstuma en la posteridad, que corre
el riesgo de olvidarlos o de no apreciarlos en su justa medida. Memorias y recuerdos
compiten en celebrar la clarividencia y la habilidad de hombres ilustres que jams se han
equivocado, a pesar de las apariencias. El cardenal de Retz, jefe de faccin sin suerte,
gana infaliblemente a posteriori todas las batallas que ha perdido; Napolen, en [13]
Santa Elena, por la persona interpuesta de Las Cases, se toma su revancha de las
injusticias de los acontecimientos, enemigos de su genialidad. Nadie se sirve mejor que
uno mismo.
Esta autobiografa, consagrada exclusivamente a la defensa e ilustracin de un
hombre, de una carrera, de una poltica o de una estrategia, es una autobiografa sin
problemas: se limita casi exclusivamente al sector pblico de la existencia. Aporta un
testimonio interesante e interesado, e incumbe al historiador, ms que a ningn otro, el
estudiar y criticar este tipo de autobiografa. Lo que importa aqu son los hechos
oficiales, y las intenciones se juzgan de acuerdo con las realizaciones. No resulta
necesario creer al narrador, sino considerar su versin de los hechos como una
contribucin a su propia biografa. El reverso de la historia, las motivaciones ntimas,
completan la secuencia objetiva de los hechos. Pero en el caso de los hombres pblicos lo
que predomina es ese aspecto exterior: ellos cuentan su vida segn la ptica de su
tiempo, de modo que las dificultades de mtodo no difieren de las de la historiografa al
uso. El historiador sabe bien que las memorias son siempre, hasta cierto punto, una
revancha sobre la historia. Leyendo los recuerdos de Retz, no se comprende del todo por
Paul Valry, Tel Quel, II; cf., en el mismo sentido, su afirmacin Quien se confiesa miente y huye de la
verdadera verdad, la cual no existe, o es informe, y, en general confusa.
5
Mauriac, Commencements dune vie, Grasset, 1932, Introduction, p. XI.
condenada a sustituir sin cesar lo hecho por lo que se est haciendo. El presente vivido,
con su carga de inseguridad, se ve arrastrado por el movimiento necesario que une, al
hilo de la narracin, el pasado con el futuro.
La dificultad es insuperable: ningn artificio de presentacin, aunque se vea
ayudado por la genialidad, puede impedir al narrador saber siempre la continuacin de la
historia que cuenta, es decir, partir, de alguna manera, del problema resuelto. La ilusin
comienza, por otra parte, en el momento en que la narracin le da sentido al
acontecimiento, el cual, mientras ocurri, tal vez tena muchos, o tal vez ninguno. Esta
postulacin del sentido determina los hechos que se eligen, los detalles que se resaltan o
se descartan, de acuerdo con la exigencia de la inteligibilidad preconcebida. Los olvidos,
las lagunas y las deformaciones de la memoria se originan ah: no son la consecuencia de
una necesidad puramente material resultado del azar; por el contrario, provienen de una
opcin del escritor, que recuerda y quiere hacer prevalecer determinada versin revidad
y corregida de su pasado, de su realidad personal. Eso es lo que Renan haba
experimentado: Goethe, observa, elige como ttulo de sus memorias Poesa y verdad,
mostrando as que uno no podra escribir su propia biografa de la misma manera que
escribe la de los dems. Lo que uno dice de s es siempre poesa [] Uno escribe sobre
tales cosas para transmitir a los otros la teora del universo que uno lleva dentro de s.6
Es necesario seguir su ejemplo y renunciar al prejuicio de la objetividad, a un tipo
de cientificismo que juzgara la obra segn la precisin del detalle. Hay un tipo de
pintores de escenas histricas cuya ambicin, cuando representan una escena militar, se
limita a representar minuciosamente los detalles de los uniformes y de las armas, o las
grandes lneas de la topografa. El resultado de su empresa es tan falso como resulta
posible, mientras que La rendicin de Breda, de Velzquez, o el Dos de mayo, de Goya,
aunque estn plagados de inexactitudes, son obras maestras. Una autobiografa no
podra ser, pura y simplemente, un proceso verbal de la existencia, un libro de cuentas y
un diario de campaa: tal da, a tal hora, fue a tal lugar Tal tipo de cuentas, aunque
fuese minuciosamente exacto, no sera ms que una caricatura de la vida real; la
precisin rigurosa se correspondera con el engao ms sutil.
Uno de los ms bellos poemas autobiogrficos de Lamartine, La vigne et la
maison, evoca la casa natal del poeta, en Milly, cuya fachada est adornada por una
guirnalda de madreselva. Un historiador ha descubierto que no haba tal madreselva en
la casa de Milly durante la infancia del poeta; solo mucho ms tarde, para reconciliar el
poema y la verdad, la esposa de Lamartine hizo plantar una enredadera. La ancdota
resulta simblica: en el caso de la autobiografa, la verdad de los hechos se subordina a la
verdad del hombre, pues es sobre todo el hombre lo que est en cuestin. La narracin
nos aporta el testimonio de un hombre sobre s mismo, el debate de una existencia que
dialoga con ella misma, a la bsqueda de su fidelidad ms ntima.
Mauriac, Journal, II, Grasset, 1937, p. 138. Cfr. Maurois, Tourguenief, p. 196: La creacin artstica no es
una creacin ex nihilo. Es una reordenacin de elementos de la realidad. Se podra mostrar fcilmente que
las narraciones ms extraas, las que nos parece ms lejanas de la observacin real, como Los viajes de
Gulliver, los Cuentos de Edgar Poe, la Divina Comedia de Dante o Ubu rey de Jarry, estn compuestos de
recuerdos [].
8
Nietzsche, Ms all del bien y del mal, 6.