Tradición Autoritaria Violencia y Democracia en El Perú Flores Galindo
Tradición Autoritaria Violencia y Democracia en El Perú Flores Galindo
Tradición Autoritaria Violencia y Democracia en El Perú Flores Galindo
La tradicin autoritaria:
Violencia y democracia en el Per
Este texto es un ensayo, gnero en el que se prescinde del aparato crtico para
proponer de manera directa una interpretacin. Escrito desde una circunstancia
particular y sin temor por los juicios de valor, el ensayo es muchas veces arbitrario,
pero en su defensa cabra decir que no busca establecer verdades definitivas o
conseguir la unanimidad; por el contrario, su eficacia queda supeditada a la discusin
que pueda suscitar. Es un texto que reclama no lectores asumiendo la connotacin
pasiva del trmino- sino interlocutores: debe, por eso mismo, sorprender y hasta
incomodar. El riesgo que pende siempre sobre el ensayista es el de exagerar ciertos
aspectos, y por consiguiente omitir matices, pasando por alto ese terreno que
siempre media entre los extremos: los claroscuros que componen cualquier cuadro.
En este ensayo se quiere discutir las relaciones entre Estado y sociedad en el Per,
buscando las imbricaciones que existen entre poltica y vida cotidiana. Lo habitual es
separar: convertir la realidad en un conjunto de segmentos. Pareciera que no hay
1 En: Flores Galindo, Alberto, La tradicin autoritaria: Violencia y democracia en el
Per, SUR. Casa de Estudios del Socialismo-APRODEH, Lima, 1999. pp.21-73
relacin alguna entre las relaciones familiares, los desaparecidos en Ayacucho y las
prcticas carcelarias. Pero una de las funciones de cualquier ensayo es aproximarse
a la totalidad encontrando lo que, mediante una expresin de la prctica
psicoanaltica podramos llamar conexiones de sentido.
Un pndulo incierto
Las relaciones que existen entre amos y esclavos, entre razas que se detestan, y
entre hombres que forman tantas subdivisiones sociales, cuantas modificaciones hay
en su color, son enteramente incompatibles con las ideas democrticas.
El historiador Jorge Basadre ha querido ver en este texto uno de los antecedentes de
nuestra moderna reflexin sociolgica. En efecto, nos invita a interrogamos sobre las
bases sociales de la democracia. El nuevo Estado se establece en una sociedad en
la que no exista vida pblica. Tampoco ciudadanos. En esas circunstancias la
disyuntiva pareca ser orden o anarqua: la imposicin de unos o el desorden
incontrolable. Monteagudo vislumbraba la posibilidad de un camino intermedio en una
monarqua regida por normas constitucionales. Como sabemos, sus ideas no fueron
acogidas. Despojado del poder tuvo tambin que marchar al exilio. Pero esto, e
incluso el hecho de que en 1825 encontrara la muerte en un obscuro callejn limeo,
robo?, crimen poltico?-, no anula su cuestionamiento de la Repblica. La prueba
es que Monteagudo no ha cado en el olvido.
Ms de 160 aos despus nos parece un hecho natural que en 1822 el Per se
definiera como un Estado nacional republicano. Pero en ese entonces, cuando no
exista Canal de Panam ni navegacin a vapor, y el viaje de Lima a cualquier puerto
europeo requera de varios meses, las ideas republicanas eran tan novedosas como
inciertas. La Santa Alianza aparentemente las haba liquidado en Europa. Rousseau
era detestado por Metternich y sus compinches; la bandera tricolor era tan aberrante
como despus lo seran las banderas rojas. No existan como Estados nacionales ni
Alemania, ni Italia, para no mencionar el archipilago de nacionalidades que eran los
pases al este del Elba. En otros continentes, habra que esperar hasta este siglo
para que surgieran repblicas en frica y Asia. El Per, al igual que gran parte de la
Amrica Latina de esa poca, al optar por la Repblica, retomaba la posta dejada por
las fuerzas ms avanzadas de Europa y parecan confirmar esa vieja idea segn la
cual aqu se realizaban los sueos y los proyectos del Viejo Mundo. La Repblica
ser en sus inicios el esfuerzo de un germinal grupo de intelectuales Snchez
Carrin, Vidaurre, Luna Pizarro, Lazo- por edificar una voluntad poltica y tratar de
cortar el lastre de la herencia colonial.
proyectos monarquistas como los que surgieron en Mxico o Ecuador. Tal vez una
posible explicacin se encuentre en que aqu la Independencia signific el derrumbe
de la clase alta colonial. Los grandes comerciantes que desde Lima intentaron
edificar una red mercantil y controlar el espacio interior perdieron sus fortunas y sus
ttulos nobiliarios; apostando por el bando realista no les qued otra alternativa que
soportar las requisas de las tropas patriotas o partir al exilio, siguiendo a las tropas
del Virrey. Sin ellos, la monarqua no pudo encontrar sustento alguno. Precisamente
gracias a esa aristocracia de origen peninsular, monarqua y dependencia colonial se
volvieron sinnimos. No fue difcil para Snchez Carrin, un joven intelectual
provinciano, congregar simpatas en tomo a las ideas republicanas. Frente al
pesimismo de Monteagudo, imagin un pas en el que se eliminaran las distancias
entre Estado y sociedad hasta que ambas llegaran a identificarse. El poder diluido
entre los grupos e instituciones: Yo quisiera, que el gobierno del Per Fuese una
misma cosa que la sociedad peruana, as como un vaso esfrico es lo mismo que un
vaso con figura esfrica2. Ser muy difcil que se repita en aos posteriores un
planteamiento tan prximo a la concepcin de una democracia social. En 1822 fue
posible encontrar individuos que se entusiasmaron por esta idea, pero no fuerzas
sociales grupos, partidos o instituciones- en condiciones de llevarla a cabo3.
El vaco dejado por la aristocracia colonial, que al dominio sobre el Tribunal del
Consulado haba aadido el monopolio del poder poltico ejercido hasta el ingreso de
los patriotas a Lima, no fue cubierto por ninguna otra clase social. De manera casi
inevitable, el control de los aparatos estatales fue a dar, sin que necesitaran buscarlo,
al ejrcito. Los militares ofrecieron conservar las formas republicanas e instaurar el
orden. Pero no es fcil amalgamar autoritarismo y democracia. Tampoco fue posible
que los caudillos militares consiguieran una estabilidad poltica como la que
estableci el estadista civil Diego Portales en Chile. El Mariscal Agustn Gamarra, uno
de los gobernantes ms slidos durante la iniciacin republicana, tuvo que enfrentar
catorce intentos subversivos. Este personaje termin encarnndolo peor del
militarismo. El 28 de enero de 1834, los artesanos, los jornaleros y la plebe de Lima
salen las calles y se enfrentan a los militares. Por primera vez dice Jorge Basadreen lucha callejera, el pueblo haba derrotado al ejrcito. El Palacio, los ministerios, la
2 La Abeja Republicana, 15 de agosto la 1822.
3 Para discutir estos temas una referencia obligada son los dos volmenes de la
Iniciacin de la Repblica (Rosay Hermanos, Lima, 1930), quiz el ms bello libro escrito por
Jorge Basadre.
Entre 1895 y 1980, el Per tuvo 28 gobernantes, de los cuales quince fueron civiles y
trece militares: nmeros equiparables, pero si atendemos a la duracin de sus
respectivos perodos, los civiles ocupan 55 aos mientras que los regmenes de facto
treinta. El perodo militar ms prolongado son los 12 aos recientes de Velasco y
Morales Bermdez juntos, pero si consideramos que tenan propsitos diferentes
ms all de vestir el mismo uniforme, el gobierno militar ms prolongado sera el
clebre ochenio de Odra, de duracin sin embargo inferior al oncenio leguista.
Este ltimo caso nos indica que ejercer la democracia no es necesariamente
sinnimo de gobierno civil. La legalidad puede ser interrumpida tambin por un
empresario como Legua que, amparado en los gendarmes limeos, depuso a Jos
Pardo y consigui mantenerse en palacio hasta 1930, clausurando peridicos,
deportando a dirigentes sindicales y estudiantiles, estableciendo una oculta pero
4 La historia poltica del siglo XX podra periodificarse de la siguiente manera. 18951919: el apogeo de la Repblica Aristocrtica; 19191930: la transicin leguista; 1931-1968:
los gobiernos tripartitos y la crisis del orden oligrquico; 1968-1980: el ocaso de la oligarqua.
Para esta historia, aparte del libro de Gilbert: La oligarqua peruana: historia de tres familias
(Horizonte, Lima, 1982), nos remitimos a las investigaciones de Jorge Basadre, Henry
Pease, Julio Cotler y otros
eficaz censura. En contraposicin, no han faltado gobiernos militares que han surgido
en nombre de la democracia como la Junta de Gobierno de 1962 que anul un
proceso electoral por considerarlo fraudulento no discutimos si fue o no cierto-, y los
intentos velasquistas por democratizar la sociedad reformando el agro y las
empresas industriales. En alguna ocasin, Martn Adn dijo que en el Per en lugar
de dictaduras deberamos hablar de dictablandas. Estados de emergencia existen
durante gobiernos militares y tambin durante gobiernos constitucionales. Entonces
dictadura y democracia, no necesariamente son sinnimos de militares y civiles.
En 1924 Legua promulg una nueva ley electoral en la que se precisaba el carcter
del voto ciudadano: directo y pblico. Esto ltimo exiga una doble cdula firmada por
el votante con indicacin de su libreta militar, de manera tal que con una poblacin
electoral tan reducida, en ciudades relativamente pequeas como entonces eran
incluso Lima (200 mil habitantes), Arequipa o Trujillo, para no mencionar a pueblos y
villorrios, era demasiado fcil saber quin haba votado por quin y, sin necesidad de
asaltar las nforas como en 1850, manipular los resultados. Recin para las
elecciones de 1931 Ejecutivo y Congreso Constituyente- se estableci el voto
secreto: las cdulas no podan ser diferenciadas ni por el color, la forma o la calidad
del papel. Pero del nmero de votantes seguan excluidos las mujeres y los
analfabetos. El voto femenino slo fue admitido en 1956. En 1978 pudieron votar los
jvenes mayores de 18 aos y recin en 1980 el acto electoral qued abierto a los
analfabetos. La democratizacin del sistema electoral peruano obedeci al
crecimiento y aparicin de formas de organizacin populares a las que luego nos
referiremos- y tambin a la intervencin directa de estos sectores. De por medio
estuvieron las reformas emprendidas por el rgimen militar que captur el poder en
1968. Las elecciones para la Constituyente, que sirvieron para transferir el poder del
Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armadas a los civiles, iniciaron el ocaso de un
sistema electoral que, como el rgimen oligrquico en el que se haba originado,
reposaba en marginaciones y exclusiones.
Elecciones y golpes militares, para regresar al pndulo, tienen tambin otros rasgos
comunes. Quiz el ms importante sea la confianza en el individuo antes que en la
ideologa, la bsqueda del dirigente providencial y el desdn por los planes de
gobierno. El caudillismo republicano naci asociado con los jvenes militares que,
como Gamarra o Santa Cruz, lucharon por la Independencia, pero luego adquiri vida
propia y se convirti en el paradigma de cualquier liderazgo poltico, acatado hasta
por los ms acrrimos antimilitaristas. El mejor ejemplo que podramos citar en el
siglo pasado es la figura, para muchos romntica y conmovedora, de Nicols de
Pirola. Sin caudillo no exista posibilidad de eficacia en la poltica nacional. Lo
antes que el ejrcito rival de otro pas ha sido, parafraseando el ttulo de un libro del
General Felipe de la Barra, el Palacio de Gobierno.
Antes de que los militares asumieran el poder, los gastos de defensa ya haba
pasado a ocupar el primer lugar en el presupuesto del Gobierno Central. En 1965, el
24.1 por ciento de lo presupuestado se destinaba al rubro defensa; en 1968, este
porcentaje ascendi a 32.9 por ciento. La defensa nacional ha recurrido tambin a
fuentes externas. Entre 1950 y 1968, el Per recibi 81.9 millones de dlares de
ayuda militar, siendo despus de Brasil y Chile, el tercer pas ms beneficiado si
se puede emplear ese eufemismo- por la ayuda norteamericana a todo el continente.
Entre los mismos aos, ms de 4 mil oficiales haban participado en el Military
Assistance Program. A falta de conflictos internacionales, quizs el incremento en
todas estas cifras se entienda si consideramos que los dlares y el entrenamiento
norteamericano fueron acompaados con la propalacin de teoras acerca de la
seguridad nacional y las guerras internas, confirmadas aparentemente cuando en
1965 aparecen focos guerrilleros en los Andes del centro y sur del pas. En la
contraposicin entre comunismo y capitalismo, las Fuerzas Armadas aparecieron
como las garantes no slo de la constitucin sino del mismo orden democrtico6.
10
El rgimen de Velasco signific un corte en la historia militar del pas. El ejrcito trat
de romper su dependencia de los Estados Unidos. Se cancela la misin militar
estadounidense que hasta 1970 contaba con 38 miembros. Se diversifican las
fuentes de abastecimiento militar. Pero toda la audacia de las reformas del gobierno
no permiten cambiar a la institucin que dirige el proceso. An cuando los militares
parecieron asumir como tarea colectiva la lucha contra el subdesarrollo y hasta una
poltica declaradamente antiimperialista, el entrenamiento de las fuerzas especiales
sigui bajo los mismos patrones antisubversivos, los manuales continuaron siendo
los mismos, se preservaron las jerarquas internas y hasta paradjicamente los
oficiales, desde el uniforme hasta la talla exigida, adquirieron ciertos rasgos
aristocrticos. No transformar el ejrcito, a la larga, sera fatal para el propio Velasco:
de all salieron quienes lo depusieron.
El
papel
de
los
militares
la
precaria
democracia
peruana
terminaron
11
matar sesenta personas, no hay que tener ningn reparo7. Aqu s han confluido
palabras y hechos. Cuando en 1983, el gobierno democrtico del arquitecto Belande
encomienda al ejrcito el orden interno en las provincias ayacuchanas, la guerra
iniciada por Sendero Luminoso cambiar de manera cualitativa. Para demostrarlo,
limitmonos a una lectura casi asptica de la informacin oficial: un recuento de los
comunicados que han venido saliendo en los peridicos y revistas. Son cifras
oficiales. Deben ser ledas con precaucin, porque en ocasiones los requerimientos
de la tctica militar, pueden exagerar las bajas y, en otras, disminuirlas.
Hasta 1983, los muertos a causa de la violencia poltica en el pas llegaron a la cifra
de 165 y los heridos a 199. Slo durante los doce meses del ao siguiente los
muertos ascendieron a 2,282 mientras los heridos apenas a 372. Una guerra casi sin
prisioneros y sin heridos. Slo muertos: 20, 30, 50, como se iba sumando en los
lacnicos comunicados militares. El cambio guard relacin directa con la
intervencin de las Fuerzas Armadas. Al terminar 1984 las bajas superaban a 4 mil
500 muertos, la gran mayora clasificados como senderistas y civiles, entre los cuales
slo menos de un centenar eran soldados y policas. Durante la actual administracin
poltica, aunque el nmero de vctimas ha decrecido, la violencia prosigue siempre
con una cantidad superior de muertos en relacin a los heridos y de civiles en
comparacin con las fuerzas del orden. Entre agosto de 1985 y setiembre de 1986,
las cifras oficiales indicaban mil 737 muertos, de los cuales 979 eran presuntos
terroristas y 676 eran civiles8. Al terminar este ao la cifra acumulativa de muertos
bordea los 7 mil. Estn all incluidos muchos jvenes, pero tambin menores de
edad, hasta nios, sin olvidar a los ancianos 9. Una guerra que ha arrasado con
poblaciones enteras en Ayacucho. Muchos se han visto obligados a abandonar sus
comunidades y huir a Ica o a Lima. Pero esta masacre tiene una dimensin
cualitativa. El ingreso del ejrcito en 1983 signific iniciar la prctica de las
desapariciones y el empleo de fosas comunes o botaderos de cadveres. Al
7 Entrevista al General Luis Cisneros V. en Quehacer N 20, enero de 1983, p. 50:
Maten 60 personas y a lo mejor all hay 3 senderistas... Y seguramente la polica dir que
los 60 eran senderistas.
8 Fuentes: Centro de Documentacin e Informacin de Aprodeh (Asociacin ProDerechos Humanos). Desco, Resumen Semanal Banco de Datos.
9 En 1992, cinco aos despus, esta cifra super los treinta mil muertos por la
violencia poltica. (Nota de la editora).
12
Los militares han asumido la lucha contra la subversin. Esto significa que el Estado
de derecho ha dejado en la prctica de funcionar en las zonas declaradas en
emergencia. All no cuentan los alcaldes, los jueces, los civiles. nicamente militares
cuyos actos se ven protegidos por un fuero privativo: del militarismo hemos pasado a
la militarizacin. El trnsito ha sido posible precisamente bajo los gobiernos
declaradamente democrticos, originados en las nforas y autodefinidos como
respetuosos del orden jurdico. La imagen del pndulo se desdibuja, as como se
aproximan, en la prctica, civiles y militares. La aproximacin ha sido posible en un
pas en el que sucesos como los de las crceles no han conmocionado a la opinin
pblica. No existe todava un movimiento en favor de los derechos humanos de la
envergadura requerida.
Racismo y servidumbre
13
14
cotidiano, que as como se ejerca en las plazas pblicas tambin tena un espacio en
el mbito familiar. Sevicia fue la acusacin ms frecuente de los esclavos contra sus
amos. El seoro fue inexorable, digamos que cruel, y mucho, al castigar al esclavo
que le sirve9. A lo largo del Virreinato, en las ciudades y pueblos, las panaderas,
anexas y casi confundidas con la vivienda del administrador o propietario, eran
centros laborales pero tambin lugares de reclusin en los que el ritmo de la jornada
estaba impuesto por las cadenas y el ltigo. Sustituan a las crceles. El castigo no
dispona de un espacio propio. La violencia fsica invada las calles, plazas y
viviendas: todo el mundo cotidiano. La Repblica no aboli estos procedimientos. En
la Lima que hacia 1860 describe Manuel Atanasio Fuentes, se refiere con
minuciosidad los castigos que se ejecutaban en los espacios pblicos de la ciudad.
Por entonces, se termin de construir con ladrillo y piedra, el primer edificio moderno
de Lima: la Penitenciara, llamada a constituirse en una crcel modelo pero de la que
no estuvo excluido el empleo de la violencia fsica. Lejos de controlar el delito, los
procesados aumentaron. Se crearon despus otras prisiones como El Frontn y la
isla Taquile en Puno: en ellas fueron recluidos muchos polticos. Todava a principios
de siglo, el reglamento de la Penitenciara de Lima admita la tortura como una
prctica con presos calificados como recalcitrantes. La violencia fsica se ejerca con
absoluta impunidad en el manicomio. Pero era tambin un hbito en la relacin entre
maestros y estudiantes en las escuelas.
Para aproximarse a la violencia no hace falta interrogar a los presos. Basta con mirar
ms cerca y reparar en una institucin demasiado importante en nuestras ciudades:
15
Cuando sals para la sierra, las seoritas de Lima no dejan de pediros un cholito y
una cholita, y a veces os encargan tantos, que juzgarais se encuentran por los
campos por parvadas. No es la empresa tan fcil; pero con un poco de actividad
saldres airoso en vuestro compromiso i a falta de otros os ayudarn el gobernador y
el cura11.
16
17
El derrumbe del Estado colonial fue seguido por los aos anrquicos de la iniciacin
de la Repblica. Heraclio Bonilla se ha referido, con alguna exageracin, a la
situacin de un pas a la deriva. Hubo que esperar hasta los aos cuarenta y
cincuenta del siglo pasado para que se iniciara la recomposicin de la clase alta
peruana. Las exportaciones guaneras permitieron entonces la conformacin de
rpidas fortunas familiares, el establecimiento de un rudimentario circuito financiero y
el flujo de capitales del comercio a la agricultura de exportacin, a travs del pago a
los bonos de la deuda interna, la manumisin de esclavos o los prstamos del Banco
Central Hipotecario. Todos estos cambios terminaron trasladando el eje de la
economa nacional de la sierra a la costa. Desequilibrando el espacio en beneficio de
Lima y los valles azucareros y algodoneros. Apareci una burguesa peculiar, provista
de capitales pero sin fbricas y sin obreros: podra resumirse en la relacin de 30
18
(Nota de la editora).
apellidos como Aspllaga, Barreda, Larco, Pardo... De qu manera un grupo tan
reducido pudo controlar un pas tan vasto y desarticulado como el Per de entonces?
19
Pero, con el ocaso de la oligarqua y de los gamonales ocurri algo similar que con el
eclipse de la aristocracia colonial. Desaparecieron los personajes, cambiaron los
nombres pero no variaron las relaciones sociales y las formas de organizar el poder.
El velasquismo fue, como la Independencia de 1821, una revolucin poltica: una
revolucin desde los aparatos del Estado, sin la intervencin directa de las clases
populares y con el propsito ms de reformar que de transformar una sociedad. As
como el ejrcito se mantuvo intocado durante la revolucin militar, lo mismo sucedi
con los otros aparatos del Estado. Pero esta historia, an con un desenlace tan
12 Jorge Basadre: Introduccin a las bases documentadas para la historia de la
Repblica del Per con algunas reflexiones, P.L. Villanueva, Lima, 1971, t. I, p. 403.
20
21
En
muchas
localidades,
las
instituciones
comunales
fueron
La historia de las clases populares de este pas no ha sido siempre tan disgregada
como una primera observacin nos haca suponer. Frente a un acontecimiento como
las migraciones crecientes a las ciudades de la costa y a Lima, la primera imagen
supone el desorden y el azar: llegan de cualquier manera y a cualquier sitio. Pero no
es cierto. Desde principios de siglo cuando los provincianos no tenan la presencia
masiva de ahora-, en Lima ya existan agrupaciones que los reunan de acuerdo a su
lugar de origen, por pueblos y provincias: despus se llamaran clubes de migrantes
22
14 Cfr. para todo lo referente a los clubes, Cecilia Rivera: Asociaciones de migrantes:
una larga tradicin en Lima. Ver tambin, Tefilo Altamirano: Presencia andina en Lima
Metropolitana. Un estudio sobre migrantes y clubes de provincias, Lima, 1984.
15 Isabel Yepes y Denis Sulmont: Trabajo en cifras, Lima, 1983.
23
El clasismo
Est situacin fue cuestionada con la aparicin de los sindicatos. Todava de manera
ms evidente, aos despus, cuando una generacin de jvenes obreros desech la
propuesta de colaboracin de clases planteada por el viejo sindicalismo aprista- por
una prctica que condujo a la formulacin de reivindicaciones y a la elaboracin de
pliegos de reclamos. Los dueos ni siquiera advirtieron qu ventajas podan obtener
al encontrar un interlocutor colectivo en la empresa. Tampoco ensayaron la
posibilidad de buscar terrenos comunes, discutir y arribar a la concertacin: ni
siquiera se utilizaba esta palabra. Por el contrario, se alarmaron. Sacaron a relucir
reglamentos excesivamente rgidos. Buscaron imponer una prctica disciplinaria
represiva, plagada de sanciones. Los obreros, por su parte, respondieron con
enfrentamientos cada vez ms frecuentes. En un inicio, segn han referido despus
protagonistas de estos hechos, los obreros queran acortar distancia? con los
24
empresarios pero, para stos, quiz rememorando ese ideal colonial de vivir
separados, la sola posibilidad de acercarse era intolerable. Buscaron destruir al
sindicato. Del paternalismo de los aos sesenta pasaron al autoritarismo: la
dominacin total y arbitraria. La respuesta de los obreros fue adscribirse a esa
corriente que recibi el nombre de clasismo, convencidos de que mediante el
dilogo era imposible conseguir alguna reivindicacin y que el nico medio disponible
era la fuerza: huelgas, marchas, ocupaciones de fbricas 16. La violencia se exacerb
con la crisis. A fines de diciembre del ao 1978, los obreros impagos de la fbrica
Cromotex tomaron el local de esta empresa textil. El 4 de marzo del ao siguiente, la
polica intent desalojarlos. Un capitn de la Guardia de Asalto sube al techo de la
fbrica y se enfrenta con uno de los dirigentes. En medio del pugilato ambos caen y
mueren. La polica procede a recuperar el local a como d lugar, con el saldo de otros
dos obreros muertos, dos heridos y 52 detenidos. En la prensa de oposicin se
hablara de la masacre de Cromotex. Ahora, despus de los siete mil muertos de la
guerra silenciosa entre el ejrcito a subversin o de la masacre en los penales (junio
1986), evidentemente el trmino parece desproporcionado. Pero, en todo caso,
Cromotex fue uno de los muchos prlogos de la ocupacin del pueblo de Chuschi por
una columna de senderistas.
En los aos setenta, los obreros de Lima fueron ms all de los reclamos salariales.
Al defender su dignidad como personas y reclamar un trato diferente, cuestionaron
las relaciones de poder existentes en las fbricas y, de manera prctica, esbozaron
una concepcin en la que democracia era sinnimo de igualdad poltica y econmica.
Una de las acepciones posibles de este trmino. Quiz una de las ms antiguas.
Pero llegaron a estas ideas no slo a partir de la vida en las fbricas sino tambin
influidos por otro aprendizaje. Se trataba de trabajadores jvenes que, en su mayora,
pasaron antes por escuelas y colegios donde a comienzos de los setenta haba
surgido una visin de la sociedad peruana que descalificaba a la Conquista y al papel
desempeado en nuestra historia por las clases altas, a la par que exaltaba a los
movimientos sociales. Gonzalo Portocarrero ha llamado a esta concepcin la idea
16 Hemos venido parafraseando la investigacin que sobre este tema ha realizado
Carmen Rosa Balbi, Magister en Sociologa en la Universidad Catlica. Debemos mencionar
tambin aunque desde otra perspectiva y con conclusiones diferentes- los trabajos de
Jorge Parodi, como el que est incluido en Movimientos sociales y crisis: el caso peruano,
Deseo, Lima, 1986, y su libro reciente Ser obrero es algo relativo, Instituto de Estudios
Peruanos, Lima, 1986.
25
Cules fueron las dimensiones del fenmeno clasista? Es evidente que en sus
inicios se limit al reducido nmero de obreros sindicalizados y a las empresas del
sector industrial que tenan ms alta concentracin de fuerza de trabajo. De all
salieron grupos de obreros pensantes, dirigentes que no se limitaron a repetir
consignas y que renovaron al sindicalismo peruano. Tuvieron como escenario a las
17 En el Censo Escolar de 1997, los estudiantes matriculados fueron 6132,681
(Fuente: INEI). (Nota de la editora).
26
27
justicia. Pero, llegado a este reino, qu pasara con las elecciones y el parlamento?,
con la divisin de poderes?, con los partidos polticos? En otras palabras: qu
organizaciones debera producir una democracia social?
28
29
Aunque podemos suponer que en el Per la mayora de sus habitantes son mestizos,
nadie se reconoce en el encuentro de las dos civilizaciones la andina y la occidental
y, por el contrario, la mezcla sigue teniendo la misma connotacin negativa que en el
siglo XVI: entonces, mestizo era un insulto, sinnimo de perro, equivalente de cholo,
que, a su vez, sustitua a sirviente. Slo podemos suponer el predominio de los
mestizos porque las categoras raciales han desaparecido de las cdulas censales.
Una manera de ocultar el racismo cotidiano. La ltima ocasin en que fueron
empleadas fue en el censo de 1940. Pero en la publicacin de resultados, si bien se
consider por separado a los indios (46%), a las minoras negra y amarilla (1 %),
blancos y mestizos fueron sumados dando 53 por ciento. Una manera demasiado
burda de ocultar la condicin minoritaria de los blancos. En pleno siglo xx se repeta
un procedimiento colonial que aconsejaba a los espaoles la alianza con los mestizos
y las castas, para compensar el elevado nmero de indios. Pero si en ese mismo
censo de 1940 reparamos en la lengua utilizada por los peruanos a partir de los 5
aos, tenemos que 52 por ciento de ellos hablan alguna lengua calificada como
aborigen y apenas 2 por ciento una lengua extranjera. En esta ltima situacin
figuran los que conocen chino, japons e italiano. Aquellos peruanos que conocen
ingls y francs lenguas consideradas distinguidas en los patrones oligrquicosson una minora nfima.
30
Bordeando el abismo
31
nios sobre 1,000 mueren antes de cumplir un ao-, entre los que sobreviven, 60 por
ciento de los menores de 5 aos son desnutridos, El Per, sin embargo, es un pas
en el que todava algunos pueden enriquecerse a pesar de la crisis y en medio de la
miseria general. No es necesario recurrir a estadsticas. Basta salir a las calles, ver
las tiendas de pieles, la oferta de licores importados, los autos Mercedes o BMW, en
escandaloso contraste con la mendicidad infantil. Se puede entender esa spera
alusin de Jos Mara Arguedas, en 1969, poco antes de morir, a los diestros
asesinos que nos gobiernan. La pobreza tiene un costo real en vidas humanas.
Puede medirse, como una guerra, por las bajas que ocasiona. Hay otras
32
Jos Matos Mar concluye un exitoso ensayo sobre la presente crisis social con estas
reflexiones:
El Per Oficial no podr imponer otra vez sus condiciones. Deber entrar en dilogo
con las masas en desborde, para favorecer la verdadera integracin de sus
instituciones emergentes en el Per que surge. Pero, para esto, deber aceptan los
trminos de la nueva formalidad que las masas tienen en proceso de elaboracin
espontnea. Slo en esas condiciones podr constituirse la futura legitimidad del
Estado y la autoridad de la Nacin.
Es evidente que en el pas existe una crisis de legitimidad: los viejos mecanismos de
dominacin ya no funcionan. Es lo que hemos querido argumentar en este ensayo.
Los dominados no los aceptan. En este hecho radica toda la gravedad de la crisis.
Imposible no recordar las palabras pronunciadas por Alexis de Tocqueville en las
proximidades de la revolucin de 1848, y que hemos utilizado como epgrafe de este
ensayo. Una va de solucin sera, como plantea Matos, que el Estado se transforme
y reconozca la ciudadana real no slo la forma y legal- de esas masas populares. A
esto podra llamrsele, con un trmino convencional, una nueva legitimidad
establecida desde arriba o, para recurrir a una imagen actual, desde el balcn.
Queda otro camino. La espontaneidad popular puede adquirir cohesin y efectividad
hasta convertirse en una alternativa. Una revolucin que nazca desde abajo. La gran
transformacin que este pas viene reclamando desde 1930, incluso antes, desde
1821 1780. Y es que contra lo que digan los, tericos del evolucionismo, puede ser
que ste impere en las ciencias naturales; pero, a veces, la Historia se realiza
mediante algo terrible y bello, doloroso y formidable que se llama Revolucin 20. La
historia republicana no ha sido sino la sucesin de procedimientos ms o menos
eficaces, para evadir este desenlace por parte de quienes han usufructuado el poder.
Postergar no equivale a anular una opcin. Puede, en todo caso, acrecentar sus
costos. En un proyecto revolucionario, qu quedara en pie de la Repblica?
33
Por eso mismo, ninguna de las alternativas anteriores anula la persistente amenaza
de una solucin represiva de la crisis: restablecer el principio de autoridad, cuya
ausencia
lamentaban
los
empresarios
desde
tiempo
atrs,
recurriendo
Nacin y estado
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imperios aparecen tardamente con Wari y los Incas. El caso de los Incas fue el de
una formacin estatal tan dilatada como efmera: se forma en medio siglo para
derrumbarse a los pocos aos de la llegada de los europeos. La administracin
colonial que lo sustituy despus de las guerras civiles entre los conquistadores, no
consigui la estabilidad que tuvo su similar en Nueva Espaa. Hemos referido,
pginas atrs, cmo se descompone la dominacin colonial y las dificultades para
edificar una nueva organizacin estatal, que, a la postre, debi tolerar los fueros
privados de los terratenientes. En esta larga historia siempre ha estado presente la
resistencia de las poblaciones al Estado. La lucha de los pueblos, de las regiones, de
las ciudades contra la dominacin centralizada. Alzamientos campesinos contra las
cargas tributarias, reclamos por los excesivos recursos extrados en beneficio de la
capital, protestas contra los malos administradores o contra la ineficacia burocrtica.
Podramos decir que la nacin si identificamos esta palabra con los habitantes del,
pas- se ha constituido en lucha contra el Estado.
Nacin contra Estado: en otras palabras, relaciones conflictivas entre sociedad civil e
instituciones polticas. En contra del monopolio oligrquico del poder, la sociedad civil
recurri a antiguas y nuevas organizaciones. En este siglo, fue el resultado,
espontneo a veces y otras consciente, de la conformacin de una estructura de
clases sociales. El movimiento campesino primero, los movimientos obrero,
estudiantil, de pobladores de barriadas, despus,
resquebrajan el edificio
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Bibliografa
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