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Ha Muerto Dios - G Thibon

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HA MUERTO DIOS?

POR
GUSTAVE THIBON

Un mundo sin Dios deja de ser humano. La muerte de Dios


en el corazn de los hombres por hostilidad, por olvido, por
indiferencia, cuntas veces ha tratado este tema Gustave Thibon en sus conferencias ? Conservando voluntariamente la espontaneidad oral de Thibon, Permanenees, nin. 169, de mayoabril 1980 y agradeciendo a Gustave Thibon su autorizacin
para publicar el texto de su conferencia. reprodujo sta ntegramente, porque su actualidad no ha cesado de ser confirmada da a da por los acontecimientos que nos rodean y que
tejen la trama de la actualidad internacional. En el momento
en que el "Office International" ha planteado pblicamente
el problema de "la dignidad del hombre frente a las opresiones", de lo que se trata realmente es de la muerte de Dios en
la sociedad de los hombres. Verbo tiene el gusto y el honor
de reproducir en castellano esta conferencia.
#

No es fcil hablar de Dios. Porque este nombre sagrado, al pasar


por las bocas que lo transmiten, queda manchado por todas sus limitaciones y todas sus impurezas.
En otro tiempo, el cesar germnico (Kaiser) era llamado portaespada de Dios, y, en la realidad, usaba la espada muchas veces
por intereses distintos al de Dios. Hoy da, Dios no tiene ya portaespadas, pero tiene muchos portavoces, que le traicionan, sin duda,
tanto como le traicionaba el cesar germnico.
Me propongo evocar el problema de la muerte de Dios. Evidentemente, cuando se habla de la muerte de Dios no se habla de Dios
mismo. Porque Dios existe o no existe. Si no existe no puede morir.
Y si existe, es inmortal.
1159

GUSTAVE THBON

Por consiguiente, de lo que yo quiero hablar es del eclipse de


Dios en el espritu de los hombres. Esto es infinitamente grave, pero
Dios sigue siendo el que era. Como deca Vctor Hugo: la sombra
del eclipse no cae sobre el sob>. El no lo deca hablando de Dios, sino
hablando de s mismo, durante el Segundo Imperio, cuando estaba
exilado y haba perdido una gran parte de su audiencia en Francia.
Si esto es verdad respecto a Vctor Hugo, lo es mucho ms respecto a Dios. Pero si este eclipse se prolonga, amenaza con hundir
a la humanidad en una noche terrible, en un fro mortal.
Y bien lo sinti Nietzsche, que fue el anunciador, el profeta de
la muerte de Dios. Dios ha muerto. E innumerables son los textos
de Nietzsche que hablan de desesperacin, de agona, del apocalipsis
que espera a la humanidad privada de ese rumbo eterno, de ese supremo punto de referencia.

Reaventar a Efios
Eclipse de Dios en el alma, en el espritu, en el corazn de los
hombres. Me dirn que Dios ha sido siempre ms o menos negado
u olvidado. Ya en la antigedad pueden citarse nombres como el de
Lucrecio. En el gran siglo, haba seres llamados libertinos, lo que
-significaba ateos. Slo que eran relativamente minoritarios y la sociedad segua impregnada de religin hasta sus profundidades.
Hoy en da, Dios no es solamente negado. Cuando se le niega,
cuando se le ataca, quiz no es tan mala seal. Lo ms grave es el
olvido, la indiferencia. Cuando no impregna la vida, lo divino llega
a una especie de descomposicin dentro de las almas, de tal modo
que, para muchos hombres, la palabra Dios no tiene sentido: es necesario, en cierto modo, reinventarlo.
Un comerciante de mi pueblo me dijo un da: El seor cura
me compra a n, que no voy a misa, igual que al otro tendero, que
si va. Ya ve usted: es qu me agradece que no vaya a verle hacer
esas tonteras que tiene que hacer el pobre hombre para ganars la
vida,
Qu es lo que ha pasado?
116O

HA MUERTO DIOS?

No es que el hombre sea ahora ms sabio que antes, bien lejos


de eso. La herida del pecado original sigue notndose hoy como
siempre. El hombre no se ha hecho ms sabio; se ha hecho ms poderoso. Conoce mejor el mecanismo de las causas segundas y es infinitamente ms capaz de manejarlas. Esto se constata en todos los
dominios.
En primer lugar, en el orden de los acontecimientos. El hombre
de hoy est mucho mejor armado contra plagas naturales, contra las
enfermedades, contra las mil vicisitudes que en otro tiempo le amenazaban y ante las cuales no tena otro recurso que la oracin. Ahora
est armado para defenderse; el miedo le lleva a Dios menos que
antes, salvo, en ltima instancia, a la hora de la muerte.
Dios retrocede igualmente en el dominio psicolgico. Muchos estados de nimo que en otro tiempo se atribuan al alma e indirectamente a Dios, son hoy da analizados, desmontados todos sus mecanismos y, en apariencia, explicados. Se ha analizado cmo se produce en el interior del hombre el sentimiento religioso. Se ha credo
explicarlo de tal modo que se ha hecho de Dios un producto del
hombre. Se atribuye a mecanismos, a determinismos, lo que en otro
tiempo se atribua al alma misma, con su libertad y su responsabilidad.
Un ejemplo entre mil. Yo tengo en mi casa la biblioteca de un
to abuelo que hizo estudios en e seminario. Estos libros estn escritos en un latn que no es el de Cicern ni el de Tcito y, por eso
mismo, es mucho ms legible. Un da, leyendo uno de esos libros,
encontr una descripcin de un pecado designado con el nombre de
aceda. Es una palabra muy difcil de traducir, que quiere decir
desgana de vivir, aburrimiento. La mejor traduccin sera la palabra
inglesa spleen. La aceda era considerada como un pecado mortal, como un atentado contra Dios que nos haba concedido la grada
de la vida. Pues bien: en la descripcin de la acedia se encuentran
poco ms o menos los sntomas de lo que hoy se llama depresin
nerviosa.
Se consideraba al hombre responsable de su estado de nimo.
Se le exiga tenier valor para librarse de ese pecado.
1161

GUSTAVE

THIBON

Hoy da se le manda a una clnica y se le dan medicinas. Se le


libera de la responsabilidad. Y, al hacerlo, se le priva de su libertad.

"La religin de mi rey y de mi nodriza"


En el terreno sociolgico, el fenmeno es mucho ms notorio.
Dios estaba en otro tiempo presente en todos los aspectos de la sociedad; los jefes eran religiosamente reconocidos. Los reyes eran consagrados; eran, en cierto modo, elegidos por Dios: toda autoridad
estaba reconocida como venida de Dios. Hoy los jefes son elegidos
por el pueblo. Los oficios, las profesiones, estaban impregnadas de
religin, de carcter sagrado. Los nombres de las ciudades eran nombres de santos. En los tribunales haba un crucifijo. Todo estaba sumergido en una atmsfera religiosa.
La religin se apoyaba sobre una cimentacin sociolgica muy
fuerte. Descartes, cuando le acusaban de no ser ortodoxo, responda:
Soy de la religin de mi rey y de mi nodriza.
Aquello tena, por supuesto, toda la pesadez inherente al fenmeno social, pero tambin toda una base de costumbres, de prcticas
que conducan al hombre hacia Dios.
Lo que nos llevaba a Dios tambin era la muerte, la muerte que
pesaba sobre el hombre mucho ms que ahora. En primer lugar, porque la longevidad era mucho menor y, adems, porque la inseguridad
general debida al hambre, a las guerras, a las epidemias, mantena
sin cesar su imagen ante los ojos de los hombres.
Hoy existe un retroceso de la mortalidad y un retroceso de la
muerte: los hombres cada vez se dan menos cuenta de que van a
morir. Yo he vivido la poca en que los viejos campesinos conocan
su prxima muerte. La sentan venir. Presidan su propia muerte
con perfecta conscienda, distribuan sus bienes, daban consejos. Todo
esto desaparece cada vez ms. Se considera de mala educacin el prevenir a un enfermo de su fin inminente.
De modo que los hombres mueren sin saberlo. El acto ms importante de su vida se convierte en un acto inconsciente. Cmo acordarse de Dios en estas condidones?
1162

HA MUERTO DIOS?

Hay ahora como un. flujo del poder humano y un reflujo del
poder divino en el alma. El hombre, en cierto modo, se ha apropiado,
no ciertamente la pure2a y las perfecciones de Dios, sino su poder.
Mistral, con una extraordinaria presencia, describa hace cien
aos a la humanidad futura dominando a su gusto al mundo natural,
mientras que Dios se retiraba paso a paso ante el hombre soberano.
Este fenmeno del eclipse de Dios, de la muerte de Dios en el
hombre, nos coloca frente al hombre que llamamos prometico.
El hombre artesano de su propio destino.
Pues bien: al mismo tiempo que se constata la muerte de Dios,
se convierte en un lugar comn anunciar la muerte del hombre. En
el fondo, el hombre se diviniza cada vez ms, y su divinizacin est
muy cerca de su disolucin. Esto es muy significativo y me hace pensar en la frase del emperador Vespasiano moribundo. Alguien le
pregunt cmo estaba y l respondi, no sin irona, y sin duda en
previsin de la apoteosis que se dedicaba a todos los emperadores
difuntos: Siento que me vuelvo dios. Lo que quera decir: Estoy
perdido. Bonito eufemismo.
Una libertad colgada del vaco
Yo creo que ocurre igual con todas las cosas creadas : su divinizacin es el primer sntoma de su agona. El hombre no escapa a
esta regla.
En efecto, qu nos trae el mundo moderno? Al mismo tiempo
que una proliferacin y un perfeccionamiento prodigioso de los medios, no nos trae una ausencia vertiginosa de sentido y de objetivo?
Nos da infinidad de medios para vivir; pero qu vida? Cada vez
nos da menos razones de vivir, y por eso la mayora de las filosofas
modernas, salvo el marxismo, que tiene su esperanza especfica, son
filosofas de la desesperacin.
Del sartrismo que exalta la libertad hasta el infinito, al estructuralismo que la niega casi totalmente, estas filosofas coinciden en
las mismas conclusiones. La conclusin central es la expresada por
un filsofo contemporneo : nada tiene sentido ms que por el
hombre y. el hombre no tiene sentido.
1163

GUSTAVE

THIBON

El hambre cae d Diera sobre s mismo.


Sartre nos dice que el hombre es una pasin intil; un pontfice del estructuralismo aade que el hombre es un montn de
palabras en una masa de protoplasma. Esto no nos lleva muy lejos.
Para otro, el hombre es el lugar annimo en que reinan las estructuras. Esta es una visin de la existencia separada del ser. Privado
de la garanta divina, el hombre se ve, por ello mismo, privado de
su finalidad. All donde no hay Dios, tampoco hay hombre.
Pero para mejor percibir lo que representa este reflujo de Dios
en el alma y la conducta del hombre, quiz convenga meditar sobre
aqullo por lo cual se sustituye a Dios; es decir, sobre las luces artificiales que pululan cuando se ha puesto el sol divino.
Chesterton deca ya que cuando se deja de creer en Dios, no
es para no creer en nada, sino para creer en cualquier cosa.
Estamos en los tiempos temidos por los galos, que, segn se nos
enseaba en la escuela primaria, no teman ms que una sola cosa:
la cada del cielo sobre la tierra.
Esto es lo que, simblicamente, se ha realizado hoy: el cielo nos
ha cado en la cabeza; o, para decirio como Bossuet: el hombre ha
cado de Dios sobre s mismo, y, al caer sobre s mismo, se ha
roto.
En efecto, lo sagrado, lo divino, subsiste en todas partes. Pero
degradado, corrompido, falsificado. Como el hombre no puede vivir
solo de pan, de felicidad, de poder, necesita una fe; necesita, lo quiera o no, un ideal, y cuando ya no hay Dios, los falsos ideales pululan
como las moscas sobre un cadver.
Se reprocha algunas veces a la religin una cierta tosquedad en
los ritos, en las prcticas, en la disciplina, en la moral. Reconozco
que no faltaban en ella imperfecciones ni, incluso, supersticiones.
Pero Baudelaire deca que la supersticin es el depsito de
todas las verdades. Cuando uno es joven, es siempre ms o menos
idealista. En. otro tiempo, ciertas cosas de la religin catlica me repugnaban mucho, cierto modo de recitar el rosario, de obtener indulgencias, todas estas apoyaturas psicolgicas y sociolgicas un poco
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HA MUERTO DIOS?

burdas. Pero es conveniente recordar la recomendacin del arzobispo


de Pars a Bossuet despus de la crisis del quietismo. El quietismo
era el puro amor. No haca falta otra cosa que amar. No se necesitaban jerarquas, ni prcticas. Entonces, el arzobispo de Pars escribi a Bossuet esta frase que puede parecer cnica^ pero que es
admirable: hgame usted una religin ms espesa. Es decir: pngala al alcance de los hombres, dele esa aleacin sin la cual lo divino
es demasiado frgil e inaccesible para la inmensa mayora de las
almas.
Me acuerdo de que, cuando yo me indignaba ante estas prcticas,
un viejo capuchino me deca: mi pobre Tbibon, el catolicismo es
un comedero donde hay forraje para todos los hocicos, De hecho,
el catolicismo puede satisfacer a un Blas Pascal, a un San Juan de
la Cruz, a una Simone Weil, lo mismo que a una Bernadette Soubirous o a los nios de Ftima.
Yo veo precisamente en ello un signo de divinidad.
Qu representan, en cambio, los nuevos mitos? Porque no son
mitos lo que nos falta hoy.
Hay uno que comienza a desmoronarse, pero que an conserva
solidez: el mito del progreso. Este es el gran dogma moderno, tan
indiscutido, al menos en ciertas mentes, como infundado. Consiste
en afirmar que el hoy vale ms que el ayer y que el maana valdr
necesariamente ms que el hoy. De tal modo que a principios de
siglo los propietarios de algunos cafs los denominaban indiferentemente cafe del Progreso o caf del Porvenir,.
De aqu la valoracin desmesurada de la idea de cambio, como
si bastara cambiar las cosas pora obtener su mejoramiento.
A lo cual responde esta palabra de un padre griego: Nada puede cambiar en el hombre indivinamente (atheos: es decir, sin la
ayuda de Dios, sin la gracia). Esto es tambin lo que dice la liturgia:
En el hombre no hay nada inocente sin tu ayuda;

El puro amor... revolucionario


No me extender sobre el mito del consumo, del que se ha hablado ya demasiado. Queda el mito de la revolucin que representa
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GUSTAVE

THIBON

un papel fundamental, ya que en muchos espritus la fe revolucionaria ha tomado el relevo de la fe religiosa. Y es que ofrece a los
hombres un sucedneo de la trascendencia y del misterio.
Hay que examinar esto muy de cerca: Para un verdadero revolucionario, el fin de la revolucin no est en las reformas sociales;
no est en el bienestar; no est en la libertad. Como el fin de Dios
est en Dios, el fin de la revolucin est en ella misma. Hay textos
muy significativos. Por ejemplo, un texto de Stalin que declara que
para el reformista, la reforma lo es todo, pero para el revolucionario, en cambio, lo esencial es el trabajo revolucionario y no la reforman>>. La reforma no es ms que el producto accesorio de la revolucin. La misma idea se encuentra en uno de los dirigentes de
la China actual, que deca qe el objeto de la reforma agraria no
es dar la tierra a los campesinos pobres ini aliviar su miseria. Este
es un ideal de filntropos aade mientras que el verdadero objetivo es la liberacin de las fuerzas revolucionarias. Con qu fin?
No nos lo dicen. En el fondo, ios caminos de la revolucin son impenetrables, como se deca en otro tiempo de los caminos de Dios.
No estamos muy lejos del puro amor de los msticos, indiferentes a la recompensa y al castigo. La revolucin no est al servicio
de los hombres, es el hombre el que est al servicio de la revolucin.
As, pues, si exceptuamos la gracia y la salvacin del alma, estamos en plena teologa negativa. Es un sucedneo casi completo del
cristianismo.
Malraux deca que una civilizacin no puede fundar sus valores
por mucho tiempo sobre otra cosa que una religin.
Deca tambin que la religin de las ciencias y de las mquinas,
la ms potente civilizacin que el mundo ha conocido, no ha sido
nunca capaz de edificar un templo ni una tumba. Esta idea me parece impresionante, porque, en el fondo, para edificar un templo se
necesita creer en el dios que ha de habitarlo, y para edificar una
tumba se necesita creer en la muerte que nos devuelve a ese dios.
Pero se ha dicho: el reino de Dios est dentro de vosotros.
Para escapar al vaco interior estn muy de moda dos remedios:
el placer y la revolucin.
El placer. Es Calides diciendo a Scrates que no hay nada ms
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HA MUERTO DIOS?

bello que el placer, y que hubiera querido conocer un placer satisfactorio, constante, y rpidamente renovado. Scrates le respondi:
Tu ideal es, pues, el sarnoso, para el cual el placer de rascarse se
renueva sin cesar. :
La revolucin. Es el trastrueque del mundo exterior, del cual se
espera que devuelva al hombre su alma perdida. Pero el remedio es
slo exterior. Y el remedio profundo est en el interior del hombre.
De qu le sirve d hombre ganar todo el mundo si pierde su dma?.
Hay en nuestras conquistas del mundo exterior Una prueba decisiva de la fe. Bossuet, hablando de los grandes de este mundo, de
Csar, de Alejandro, a quienes Dios haba dado tanto poder, deca:
Dios les ha dado el imperio del mundo como un presente sin valor.
Hoy da, ese imperio del mundo, que era en otro tiempo privilegio
de algunos potentados, tiende a dilatarse a la medida de la humanidad entera.
En el orden del tener, nosotros, indiscutiblemente, no tenemos
el poder de Csar, pero tenemos mil cosas que Csar hubiera podido
envidiarnos. Se ha calculado que un americano medio que tiene a su
disposicin un automvil y los electrodomsticos corrientes, dispone
de la energa que proporcionaban en otro tiempo cien esclavos como
poco. La tarde de la batalla de Austerlitz, a alguien que le preguntaba: No le gustara a usted ser Dios?, Napolen le dio esta
extraordinaria respuesta: No; Dios es un callejn sin salida. He
aqu el hombre del devenir. Todos corremos el riesgo de hacemos as
a causa de las muchas posibilidades que tenemos de distraernos de
Dios y de nosotros mismos. Quizs vemos de Dios ms su poder que
su perfeccin, su justicia, su amor...
Ante la pureza, ante la verdad, somos tan pobres, estamos tan
desarmados y tan reducidos a la splica como en los primeros das
de la humanidad. Sed perfectos, como vuestro padre celestid es
perfecto. No dijo: sed poderosos.
Yo creo que, por todo esto, el mundo en que vivimos nos invita
a una severa purificacin de la fe. En este mundo del que Dios parece ausente, incumbe a cada uno de nosotros traer a Dios al mundo
con humildad, por medio de la oracin.
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GUSTAVE

TH1B0N

Po pedirle a Dios otra cosa que l mismo.


Vivimos en un mundo que ha dejado de ser una cristiandad. Esto
debe llevarnos a interiorizar las relaciones del hombre con Dios y,
cada vez ms, a no pedirle a Dios otra cosa que l mismo.
Nietzsche, presintiendo las consecuencias de la muerte de Dios,
hace esta confesin: cuando todas las permutaciones se hayan agotado, qu suceder? No nos veremos obligados a volver a la fe,
y quiz a la fe catlica?.
Yo creo que esta confesin cobra todo su valor en nuestros das,
tras el agotamiento de tantas permutaciones, de tantas revoluciones
que han desembocado todas en lo contrario del ideal en cuyo nombre haban nacido.
En efecto... cuntos abortos! Yo, al fin y al cabo, an no tengo
cien aos, y, sin embargo, a cuntos no he asistido ya? He vivido
la guerra del 14, aquel suicidio atroz de Europa, aqul crimen imperdonable que se cometi en nombre de la civilizacin. Qu sali
te l al cabo de veinte aos? Hitler y Stalin. Se puede imaginar
nada peor? He visto desarrollarse la revolucin rusa; qu queda de
ella sino un aumento de opresin?
He conocido el ideal de la Resistencia: la Repblica pura y dura.
Se puede hoy hablar de ello sin reir?
En este extravo universal no queda otra cosa que nuestra vieja
senda cristiana, vieja y eterna. Y, por consiguiente, siempre nueva.
Slo ella da sentido a nuestro destino, justamente porque hace
de la vida un camino y de la muerte una puerta. Todo el problema
est en eso, porque si la vida es un camino, es que lleva a alguna
parte. Pero si en este camino queremos hacer nuestra morada, como
no est hecho para eso, ya no tenemos ni camino ni morada. Y, por
cierto, justamente en las pocas en que el hombre ha sido ms consciente de su destino transitorio aqu abajo, de que la tierra es un
lugar de paso, es cuando el orden social ha sido menos inestable. Es
un fenmeno histrico. Por el contrario, si se quiere construir sobre
ese camino algo inmutable y definitivo, el camino no lo sostiene.
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HA MUERTO DIOS?

Lo cual hada dedr a un poltico ingls que la sodedad se convierte


en un infierno a medida que se quiere hacer de ella un paraso.
El mundo moderno sufre, ante todo, de una carencia de eternidad. Y a esta eternidad llama, aunque ignore su nombre, por medio
de sus esperanzas descaminadas y de la desesperadn consecutiva a
su aborto. Y lo que nos pide a nosotros, los cristianos, no es quiz
neqesariamente que pongamos el reloj de la Iglesia a la hora del
mundo, sino que le ofrezcamos una luz y un amor que estn fuera
del tiempo.
Lo que nos pide no es que participemos de su fiebre, sino que
le curemos. No es que nos extasiemos ante sus obras y sus conquistas
que, en su dominio, son, en efecto, extraordinarias, sino que
llenemos el vaco incurable que esas obras y esas conquistas dejan en
l. En una palabra, no es tanto que nos adaptemos a l como que le
demos lo que le falta.
Hoy da, la mejor prueba de la existenda de Dios sera una prueba negativa. Sera llevar a los hombres la concienda de la nada y
de la mentira, de todo aquello por lo que en vano intentan reemplazar a Dios. En derto modo, jams ha sido tan fdl prescindir de
Dios en nuestras relaciones con el mundo y con las cosas. Y jams,
tampoco, ha sido tan inmediata y tan trgica la urgencia de volver
interiormente a Dios.
Dios se impone cada vez menos desde el exterior, pero cada vez
ms desde el interior. Y si el interior queda vado, el exterior no
tiene sentido ni objetivo. El problema es elegir entre el Dios que se
ha hecho hombre y el hombre que se ha hecho dios. El problema es
devolver Dios al hombre, porque devolver Dios al hombre es devolver el hombre a s mismo.

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