Franco - Levin El Pasado Cercano en Clave Historiográfica
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Franco - Levin El Pasado Cercano en Clave Historiográfica
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Hoy en da, diversas prcticas sociales y culturales, as como un nmero creciente de disciplinas y campos de investigacin, hacen del pasado cercano su objeto e incluso a veces
su excusa y medio de legitimacin.
La memoria, en primer lugar, como resultado de la prctica colectiva de rememoracin, de diversas instancias de intervencin poltica y de la elaboracin de narrativas
impulsadas por distintas agrupaciones e instituciones surgidas tanto de la sociedad civil como del Estado, parece tener
la voz cantante en este vuelco hacia el pasado reciente. Asimismo, la tematizacin de algunos aspectos de ese pasado en
el cine (ficcional y documental) y la literatura, la aparicin de
un sinnmero de estudios periodsticos, los encendidos debates pblicos y sus repercusiones en las columnas de los diarios, as como el auge de testimonios en primera persona, dan
cuenta de la creciente preponderancia del pasado reciente en
el espacio pblico.
En el terreno estrictamente historiogrfico, la inquietud
por este pasado cercano se ha manifestado en el renovado auge de un campo de investigaciones que, con diversas denominaciones historia muy contempornea, historia del presente,
historia de nuestros tiempos, historia inmediata, historia vivida, historia reciente, historia actual, se propone hacer de ese pasado
cercano un objeto de estudio legtimo para el historiador. Lejos de tratarse de una cuestin trivial o anecdtica, la gran diversidad de denominaciones demuestra la existencia de algunas
dificultades e indeterminaciones que enfrentan los historiadores a la hora de establecer cul es la especificidad de este campo de estudios. En efecto, cul es el pasado cercano? Qu
perodo de tiempo abarca? Cmo se define ese perodo? Qu
tipo de vinculacin diferencial tiene ese pasado con nuestro
presente, en relacin con otros pasados "ms lejanos"?
Un camino posible para responder estos interrogantes es
tomar la cronologa como criterio para establecer la especificidad de la historia reciente. Si bien sta es una opcin posible y de hecho bastante utilizada, existen sin embargo algunos
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problemas. Para empezar, a diferencia de otros pasados ms remotos sobre los cuales se han construido y sedimentado, no sin
dificultades y disputas, fechas de inicio y de cierre, no existen
acuerdos entre los historiadores a la hora de establecer una cronologa propia para la historia reciente (ni en el plano mundial
ni en el de las historias nacionales). Adems, aun si se resolviera el problema de establecer fronteras cronolgicas precisas,
nos enfrentaramos al hecho de que al cabo de cierto tiempo
(cincuenta o cien aos, por ejemplo), ese pasado dejara de ser
considerado como "cercano". En consecuencia, el objeto de la
historia reciente tendra una existencia relativamente corta en
cuanto tal. Finalmente, otro elemento que complica la eleccin
del criterio cronolgico es la consideracin de la apreciacin de
los actores vivos de ese pasado, quienes reconocen como "historia reciente" determinados procesos enmarcados en un lapso
temporal que no siempre, y no necesariamente, guardan una
relacin de contigidad progresiva con el presente (vase el
captulo 10 de S. Visacovsky en este volumen).
Estas dificultades muestran que la cronologa no necesariamente es el camino ms adecuado para definir las particularidades de la historia reciente. Por eso, a la hora de establecer
cul es su especificidad, muchos historiadores concuerdan en
que sta se sustenta ms bien en un rgimen de historicidad
particular basado en diversas formas de coetaneidad entre pasado y presente: la supervivencia de actores y protagonistas del
pasado en condiciones de brindar sus testimonios al historiador, la existencia de una memoria social viva sobre ese pasado,
la contemporaneidad entre la experiencia vivida por el historiador y ese pasado del cual se ocupa. Desde esta perspectiva,
los debates acerca de qu acontecimientos y fechas enmarcan
la historia reciente carecen de sentido en tanto y en cuanto
sta constituye un campo en constante movimiento, con periodizaciones ms o menos elsticas y variables (Bdarida,
1997: 31). 2 Si bien este criterio soluciona todas las dificulta2. Como puede apreciarse, las tensiones en torno a cules son los cri-
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pasado que llamamos "reciente" o "cercano" se suele entrecruzar con otros elementos que son los que finalmente le
otorgan al campo una legitimidad que no es necesaria ni nicamente disciplinar, sino que es, sobre todo, poltica. 4
En suma, tal vez, la especificidad de esta historia no se defina exclusivamente segn reglas o consideraciones temporales,
epistemolgicas o metodolgicas sino, fundamentalmente, a
partir de cuestiones siempre subjetivas y siempre cambiantes
que interpelan a las sociedades contemporneas y que transforman los hechos y procesos del pasado cercano en problemas
del presente. En ese sentido, sin duda, los acontecimientos
considerados "traumticos" o de fuerte presencia social en el
presente son objetos privilegiados de esta historia, aunque no
por ello los nicos.
A pesar de este estatuto epistemolgicamente inestable a
la hora de las definiciones, lo cierto es que la historia reciente tiene ya una trayectoria relativamente larga dentro de la
historiografia occidental contempornea, cuyos orgenes se
remontan a las experiencias inditas y crticas de la Primera
Guerra Mundial, la Gran Depresin y poco despus la Segunda Guerra Mundial. El creciente inters que dichos acontecimientos convocaron entre los historiadores fue
sedimentando en un proceso de institucionalizacin y de legitimacin del pasado reciente como objeto historiogrfico.
A partir de la segunda posguerra, esto se tradujo en la creacin de una variedad de institutos y programas de investigacin especficos en distintos pases europeos y en los Estados
Unidos.' Sin embargo, slo hacia fines de los aos sesenta y
4. Lo antedicho no se contradice con el hecho de que en diversos pases hayan comenzado a aparecer investigaciones nucleadas dentro de este
campo y que no necesariamente hacen referencia a procesos traumticos,
sino simplemente cercanos en el tiempo.
5. Entre los ms conocidos: el Institutflir Zeitgeschichte (Munich), el Institut d'Histoire du Temps Prsent (Pars) el Institut of Comntemporary British
History de Londres (Londres), el Institut della Resistenza (Italia).
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durante los aos setenta sobre todo a partir de acontecimientos de gran repercusin mundial tales como el juicio a
Eichmann en Jerusaln (1961) y la Guerra de los Seis Das
(1967) la historia reciente y los debates especficos de los
historiadores cobraron mayor relevancia, incluso fuera del
mbito acadmico, convirtiendo al Holocausto en un tema
central de los debates pblicos6 (Traverso, 2001).
Ahora bien, si la historia reciente es un campo que tiene
ms de medio siglo de vida, la pregunta que surge es por qu
ahora, en los ltimos tiempos, ha cobrado an ms vigor. La
respuesta es compleja y slo puede esbozarse teniendo en
cuenta una multiplicidad de procesos y variables.
En primer lugar, es preciso mencionar las profundas transformaciones que han afectado al mundo entero y a nuestras re
presentaciones sociales sobre l. En una dimensin amplia y
secular, la sucesin de masacres modernas y organizadas entre ellas, las guerras mundiales, el Holocausto y los diversos
genocidios a lo largo de este ltimo siglo (de cuya repeticin
y lgica slo se ha tomado conciencia recientemente) ha
puesto en cuestin el presupuesto del progreso humano acuado en los siglos precedentes. As, la toma de conciencia de
esta nueva realidad ha enfrentado crudamente a la humanidad con la necesidad de comprender su pasado cercano. Junto a ello, la crisis y descomposicin del bloque de los pases
del Este, la crisis sostenida del capitalismo en el plano internacional y, ms recientemente, la reinvencin de un nuevo
enemigo para Occidente junto con la reconstitucin de un
escenario blico mundial, han terminado de derrumbar las
viejas certezas y han dejado lugar a nuevas incertidumbres
6. Ciertamente, el Holocausto se ha convertido en un tema de tal relevancia y centralidad que, al tiempo que es utilizado como modelo a partir
del cual interpretar las ms diversas experiencias histricas, tambin se ha
constituido en un caso paradigmtico a partir del cual se articula una gran
cantidad de discusiones historiogrficas relacionadas con los dilemas de la
representacin de la escritura de la historia en general.
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que impactan fuertemente, entre otras cosas, en las modalidades a partir de las cuales las sociedades occidentales se relacionan con su pasado (dentro de las cuales la historia es tan
slo una). Ciertamente, estas grandes transformaciones en el
escenario mundial terminaron de resquebrajar los andamiajes
sobre los que, durante gran parte del siglo XX, se haba cimentado la confianza en que el transcurso de la historia traera la superacin de las limitaciones y/o contradicciones del
pasado (fueran cuales fueren de acuerdo a las diversas perspectivas polticas e ideolgicas que articulaban las identidades polticas en ese entonces). Esa prdida de confianza en el
progreso y, por lo tanto, el abandono de las expectativas
puestas en el futuro han redundado en un notable giro hacia
el pasado (Huyssen, 2000: 14); vale decir que, en buena medida, las preocupaciones, preguntas y fuentes para la creacin
de identidades individuales y colectivas ya no se construyen
con miras al futuro, sino en relacin con un pasado que debe
ser, recuperado, retenido y, de algn modo, preservado.
Otro aspecto vinculado al actual florecimiento de la historia reciente (que sin duda se relaciona en forma compleja con
el anterior) tiene que ver con las transformaciones que el
campo intelectual viene experimentando en las ltimas dcadas. En efecto, desde mediados de los aos setenta y especialmente desde los ochenta, el cuestionamiento del modelo
estructural-funcionalista, la crisis de los "grandes relatos" y
lo que en general se ha denominado "giro lingstico" han
puesto en crisis la posibilidad de construir un conocimiento
"verdadero" sobre el mundo "real" y sobre el pasado. En el
caso de la historiografa, esta relativizacin de las certezas,
que en su versin ms extrema plantea el carcter ficcional de
toda narrativa sobre el pasado, implic la puesta en duda de
las formas ms globalizantes y estructuradas de aproximacin
a los procesos histricos. Todo ello ha permitido repensar la
importancia de los propios sujetos en tanto "actores sociales", prestando especial atencin a la observacin de sus prcticas y experiencias y al anlisis de sus representaciones del
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concede al factor de la contingencia y a la dimensin individual como elementos del anlisis histrico (Rousso, 2000), as
como tambin al inters por el estudio de las representaciones y los imaginarios sociales. Uno y otro enfoque se nutren
y adquieren todas sus potencialidades a partir del trabajo con
la historia oral que enriquece las nuevas pticas epistemolgicas.
Junto con las transformaciones sociopolticas e intelectuales sealadas, existen otros aspectos, de naturaleza diversa, en
los que se aprecia esta "crisis de futuro" por la que atraviesa
el mundo contemporneo y que han incidido en el actual giro hacia el pasado. Entre ellos, por ejemplo, el impacto de las
nuevas tecnologas de la comunicacin en las percepciones
del tiempo, la "moda memorialstica" fuertemente impulsada por el marketing y las reglas del consumo, que se aprecia
en el auge de los documentales histricos, la novela histrica
y la autobiografa, el frenes de la "musealizacin" y de la
"automusealizacin" a travs de filmaciones domsticas
(Huyssen, 2000).
Aunque es imposible determinar los alcances de este proceso de irrupcin de la memoria en el espacio pblico, lo
cierto es que no podemos desconocer que este es el contexto
en el cual los estudios sobre historia reciente estn cobrando
auge y vigor. Y dentro de este contexto, slo cabe otorgar un
lugar importante, pero relativamente humilde, al discurso de
los historiadores sobre el pasado.
ALGUNOS DESAFOS PARA LA HISTORIOGRAFA
DE LA HISTORIA RECIENTE
Dadas las peculiaridades de la historia reciente, fundamentalmente las que se derivan de su particular rgimen de historicidad, pero tambin las que se refieren a las fuertes
implicancias de ese pasado en el presente, el trabajo del investigador se ve atravesado por una serie de vinculaciones com-
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Memoria
Comencemos por sealar que el trmino memoria denomina una amplia y variada gama de discursos y experiencias.
Por un lado, puede aludir tanto a la capacidad de conservar o
retener ideas previamente adquiridas como, contrariamente,
a un proceso activo de construccin simblica y elaboracin
de sentidos sobre el pasado. Por otro lado, la memoria es una
dimensin que atae tanto a lo privado, es decir, a procesos y
modalidades estrictamente individuales y subjetivos de vinculacin con el pasado (y por ende con el presente y el futuro),
como a la dimensin pblica, colectiva e intersubjetiva. Ms
an, la nocin de memoria nos permite trazar un puente, una
articulacin entre lo ntimo y lo colectivo, ya que invariablemente los relatos y sentidos construidos colectivamente influyen en las memorias individuales o, como dira Hugo
Vezzetti, cumplen una "funcin preformativa" de los recuerdos de los sujetos (Vezzetti, 1998: 5).
Ms all de estas distintas vertientes que aluden a objetos
diversos, cuando los investigadores, filsofos o tericos hablan de memoria pueden estar haciendo referencia a dos rdenes completamente diversos que, sin embargo, pueden
guardar entre s estrechas y complejas relaciones. Por una
parte, con frecuencia la nocin de memoria hace referencia a
una dimensin epistmica que, precisamente, seala esos diversos objetos mencionados discursos, recuerdos, represen-
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nadas por regmenes diferentes, pero que guardan una estrecha relacin de interpelacin mutua: mientras que la historia
se sostiene sobre una pretensin de veracidad, la memoria lo
hace sobre una pretensin de fidelidad (Ricoeur, 2000), pretensin sta que se inscribe en esa dimensin tica de la memoria mencionada ms arriba.
En esta lgica de mutua interrelacin, la memoria tiene
una funcin crucial con respecto a la historia, en tanto y en
cuanto permite negociar en el terreno de la tica y de la poltica aquello que debiera ser preservado y transmitido por la
historia (LaCapra, 1998: 20).'
Desde el punto de vista de la historia, la relacin con la
memoria puede ser establecida de diversas maneras: la historia puede cumplir un importante papel en la construccin de
las memorias en la medida en que su saber erudito y controlado permite "corregir" aquellos datos del pasado que la investigacin encuentra alterados y sobre los que se construyen
las memorias Gelin, 2002). Pero este rol de la historia como
"correctora" no debiera suponer el establecimiento de una contraposicin entre "la verdad" de la historia frente a las "deformaciones" de la memoria. De otro modo, se caera en la ilusin
de que la historiografa puede independizarse de la memoria y,
sometida a sus propias reglas de validacin, liberarse de la selectividad y la subjetividad que gobiernan la memoria. Como es fcil advertir, este vnculo entre historia y memoria no es nada
sencillo y la confrontacin es casi inevitable cuando las reglas de
la produccin historiogrfica sitan al historiador en una visin
diferente y a veces opuesta a la de otros actores que brindan sus
7. Sin duda, la dimensin del poder es un factor ineludible para comprender esta vinculacin. As, por ejemplo, la gran relevancia y popularidad que adquiri el Nunca Ms en la Argentina de la transicin alfonsinista
(Juicio a las Juntas Militares mediante) tuvo como correlato una produccin acadmica que por largos aos y salvo raras y muy valiosas excepciones no atendi al problema de la responsabilidad de la sociedad y de
diversos actores colectivos en el advenimiento del golpe de 1976.
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como objetos de estudio, y se enfrentan a una serie de problemas entre los que se destaca, en primer lugar, la dificultad
misma de definirla. En este sentido, tomando como base los
trabajos de Maurice Halbwachs, los investigadores han discutido largamente la relacin indisociable entre memoria colectiva e individual, el carcter social y plural de la memoria, as
como la produccin de silencios y "olvidos" colectivos. Esta
lnea de trabajo ha abierto un enorme campo de anlisis sobre las sociedades contemporneas y sus formas de procesamiento del pasado, especialmente evidente en los pases del
Cono Sur latinoamericano, donde las memorias de las recientes dictaduras militares se han transformado en importantes objetos de investigacin. La enorme productividad
terica y emprica de este campo ha permitido un desplazamiento desde los primeros enfoques esencialistas sobre la
memoria colectiva que la construan como una entidad monoltica y reificada hacia nuevas perspectivas. stas parten
de la necesidad de estructurar analticamente el campo de las
memorias sociales como campo de luchas por "la" memoria
y, por tanto, un campo en conflicto. 8
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efecto, la segunda mitad del siglo )0( ha conocido una fenomenal explosin testimonial manifiesta en la produccin de
libros documentales, pelculas, programas periodsticos, etc.que fue configurndose a partir del citado juicio a Eichmann
y de la aparicin de testimonios de sobrevivientes de la Sho
en los medios masivos de Europa y los Estados Unidos. Lo
especfico de esta poca, seala Wieviorka, no es slo la ntima necesidad de contar una experiencia, sino el imperativo
social del "deber de memoria" al que esa explosin responde
(1998: 13, 160 y ss.).
Este fenmeno ha dado lugar a una sobrelegitimacin de
la posicin de enunciacin del testigo, quien emerge como el
portador de "la" verdad sobre el pasado por el hecho de haber "visto" o "vivido" tal o cual acontecimiento o experiencia
(Peris Blanes, 2005: 133). Lo particular es que ese lugar de
autoridad se ha tornado universal al no discriminarse entre
aquellos testimonios de quienes se erigen como nicos testigos que hablan en nombre de las vctimas que sucumbieron
ante el horror de sucesos inconmensurables, tales como el
Holocausto,' y otros testimonios autobiogrficos que dan
cuenta de la propia experiencia individual y subjetiva no slo
y no necesariamente vinculada con el horror producido por
Testimonio
Otro aspecto caracterstico que atae a la historia reciente, y que guarda estrecha vinculacin con la problemtica de
la memoria y la historia oral, es la gran centralidad que ha
cobrado el testimonio en nuestros das, que ha inaugurado lo
que Annette Wieviorka (1998) denomina la era del testigo. 9 En
8. Sobre el concepto de memorias en conflicto y luchas sociales por la
memoria en la Argentina. Jelin (2000, 2002).
9. Nuevamente, el concepto es polismico y suele usarse sin demasiada precisin para referirse al carcter jurdico del relato de un testigo, a la
narracin de experiencias traumticas transmitidas con intenciones informativas o de transmisin experiencial, a las narraciones ms tardas con in-
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11. El trmino es, sin dudas, violento, pero en este punto es preferible
asumir la violencia simblica que la tarea de investigacin y la instancia de
entrevista conllevan (Bourdieu, 1993).
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Demanda social
Finalmente, otra dimensin ineludible y siempre presente
en el trabajo del investigador abocado al pasado cercano tiene que ver con la importante demanda social que existe en el
espacio pblico sobre ciertos temas.
Por un lado, muchas veces esa demanda lleva al historiador a involucrarse poltica y/o jurdicamente, sobrepasando
de este modo el mbito estrictamente profesional. En Europa, los lmites de esa intervencin pblica son objeto de importantes debates en los que se hallan presentes la necesidad
de preservar la legitimidad experta del saber historiogrfico,
la demanda social que exige la participacin de ese saber, los
lmites de la intervencin intelectual sobre campos que le son
ajenos y el hecho fundamental de que ese conocimiento "experto" no es neutro, sino que tambin est atravesado por las
luchas presentes de la memoria (Rousso, 2000: 27). 12 Por su
12. El aspecto jurdico de este problema fue especialmente discutido en
Francia a partir del proceso judicial a Maurice Papon, funcionario acusado
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parte, en los pases del Cono Sur la cuestin recin comienza a plantearse y an no ha habido debates profundos al respecto, aunque s ha habido importantes intervenciones, como
lo demuestra la publicacin del "Manifiesto de historiadores"
(1999) difundido en respuesta a la "Carta a los chilenos" de
Augusto Pinochet y a otros documentos manipulatorios del
pasado reciente de ese pas (Grez Toso, 2001).
Ms all de los dispares avances y consensos sobre el papel del historiador en el espacio pblico, lo cierto es que ste no puede desentenderse de que le toca asumir un rol
cvico que es tambin, necesariamente, un rol poltico. Sin
embargo, ese papel no surge del lugar del historiador frente al inters social que generan sus temas de trabajo, sino
que es previo y se origina en la intervencin poltica que
significa producir y pensar crticamente el pasado, y en particular el ms cercano. En ese sentido, el carcter poltico
del trabajo sobre el pasado reciente es ineludible, en la misma medida en que el objeto abordado implica e interpela el
horizonte de expectativas pasado de una sociedad e incide
en la construccin del propio horizonte de expectativas del
presente (Pittaluga, 2004: 63).
de la deportacin de judos durante la ocupacin alemana. La convocatoria a varios historiadores a testimoniar en calidad de "expertos" suscit un
gran debate acerca de si era o no adecuada su intervencin en un estrado
judicial. Para algunos historiadores como Henry Rousso, quien se neg a
presentarse brindar testimonio supone abandonar el campo de la observacin, propio de la disciplina, para pasar al terreno de la accin pblica,
donde se juegan decisiones que involucran la culpabilidad y por ende el
destino de un individuo. Para otros que s accedieron a testimoniar como
fue el caso de Marc Olivier Baruch, los historiadores no son convocados
para juzgar la responsabilidad individual del acusado, sino para responder
como "expertos" a ciertos aspectos "tcnicos" sobre los cuales podan informar a los jueces (un extenso debate sobre estos temas puede consultarse en Le Dbat, 1998). Reflexiona tambin sobre este problema el famoso
libro de Carlo Ginzburg, El juez y el historiador, 1993.
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Por otra parte, la sociedad ejerce una importante demanda de conocimiento, de respuestas e incluso de certezas sobre el pasado, demanda que en muy escasas ocasiones es
satisfecha por la produccin de los historiadores y. otros
cientistas sociales. Sin duda, son las obras enmarcadas en lo
que se denomina "historia de circulacin masiva" o "historia
de divulgacin" las que ingresan en el mercado a satisfacer la
avidez de amplios sectores de la poblacin por acercase al
pasado. La produccin acadmica est reglada por una serie
de prerrogativas que le otorgan una legitimidad que siempre
es interna al propio campo y est ms preocupada por generar preguntas, problematizar certezas y construir hiptesis
siempre provisorias. En cambio, la historia de circulacin
masiva ofrece relatos accesibles, narrativamente atractivos y
basados en modelos explicativos simples, ntidos, generalmente monocausales y teleolgicos, que brindan ciertas seguridades y permiten trazar ese "mapa" moral y poltico que
gran parte de la poblacin reclama. Se trata de relatos cuyos
principios simples "reduplican modos de percepcin de lo
social y no plantean contradicciones con el sentido comn
de sus lectores, sino que lo sostienen y se sostienen en l"
(Sarlo, 2005: 16), y que permiten demarcar la frontera entre
el "bien" y el "mal" y establecer quines son los hroes y
quines los villanos.
Al menos en la Argentina, el vaco que existe en la creacin de respuestas por parte de los investigadores acadmicos
no se explica, solamente, porque el tipo de respuestas que la
sociedad demanda no siempre puede ser satisfecho por una
produccin tan reglada y controlada como la historiogrfica.
Tambin se explica por las fuertes resistencias, cuando no rechazos, que la comunidad acadmica tradicionalmente ha
mostrado hacia la produccin de discursos y saberes ms accesibles, atractivos y ciertamente necesarios para un pblico
ms amplio que el de los pares y los estudiantes. En cualquier
caso, para los investigadores y profesionales de las ciencias
sociales queda como tarea pendiente generar respuestas que
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ciente, tal vez la respuesta no pueda ser ms que la conciencia de estos limites y el imperativo de explicitar al mximo las
c ondiciones y contextos de produccin, personales y colectivos. Junto con ello, la vigilancia sobre la propia tarea que
implica el compromiso profesional del trabajo crtico no sumido a poderes externos y la permanente puesta en circulacin y discusin de la produccin parecen dos opciones
viables para enfrentar la cuestin.
En segundo lugar, otra de las grandes objeciones que se
formulan al estudio de la historia reciente tiene que ver con
aspectos metodolgicos relacionados con las fuentes, a las que
se supone escasas, o excesivamente abundantes, o no confiables. Por un lado, es cierto que para perodos recientes las
fuentes escritas no suelen ser accesibles al historiador, o por el
contrario, a veces son tan abundantes que su tratamiento resulta dificultoso. Pero en realidad, en la mayora de los casos,
todos los argumentos sobre la precariedad de las fuentes estn
objetando, implcita o explcitamente, un instrumento esencial de la historia reciente: la utilizacin de fuentes orales y las
tcnicas de la historia oral. Nuevamente de la mano de la herencia positivista, estas objeciones ponderan la importancia y
confiabilidad de las fuentes escritas al remarcar la subjetividad, la dudosa calidad y la representatividad de las fuentes
orales, sobre todo porque son coproducidas por el investigador mismo en la instancia de entrevista. Aunque esta objecin deba ser respondida desde la historia oral en particular,
sealemos solamente que cualquiera de estos problemas es
igualmente aplicable a las fuentes escritas, las cuales tambin
han sido seleccionadas e interpretadas por el historiador. Si
bien stas tienen la ventaja relativa de no haber sido modificadas por el paso del tiempo en su contenido concreto (aunque s se modifique constantemente la interpretacin de ese
contenido), tienen la limitacin de que permiten ver una escasa cantidad de cuestiones en relacin con aquellas que pueden relevarse a partir de las fuentes orales (por ejemplo,
ciertos aspectos de la vida cotidiana, de la subjetividad de los
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actores, ciertos grupos sociales, ciertas formas de conflictividad social o poltica, etc.) (Joutard, 1983).
Por otra parte, otra respuesta frecuente al problema de la
"rivalidad" entre ambos tipos de fuentes es que lo que caracteriza y diferencia a las orales de las escritas es el tipo de preguntas distintas que se les hacen, no slo como fuente de
informacin sino tambin como fuente de representaciones y
significados sobre el pasado (Portelli, 1991). Esto es inobjetable, pero tambin es cierto nue las fuentes orales all donde se carece de documentos escritos frecuentemente son
utilizadas como fuentes de informacin factual y precisa. En
todo caso, el problema no se resuelve desde una competencia
de productividades de unas y otras, sino desde su uso complementario, contrastado y controlado.
Por ltimo, la crtica ms compleja que se le ha planteado
al estudio de la historia reciente es el carcter inacabado del
objeto (proceso) que se estudia y, por tanto, del conocimiento
que se construye sobre ello (Bdarida, 1997: 31). Esta crtica
proviene, nuevamente, de las tradiciones historiogrficas herederas del positivismo que suponen que la tarea del historiador
es reconstruir objetivamente la lgica de procesos del pasado
que, de alguna manera, se han "cerrado". Una respuesta posible y ciertamente parcial a este cuestionamiento, construida a
partir de su propia lgica, consiste en replicar que tambin para la historia de otros perodos el investigador sabe cmo concluye el proceso y eso tambin condiciona su mirada sobre el
objeto. Sin embargo, desde otra perspectiva, podemos afirmar
que las cualidades de los procesos que estudian los historiadores (entre ellas su posibilidad de estar "acabados", "cerrados" o
"concluidos") no son inherentes a "lo real" de ese pasado, sino
a las construcciones discursivas que ellos elaboran generalmente en estrecha relacin con sentidos decantados socialmente (de hecho, la nocin misma de proceso es una
construccin y no un objeto real observable como tal).
En cualquier caso, los controles sobre el trabajo en la historia reciente se centran en la necesidad de un gran rigor en
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la seleccin de las fuentes; en mayores esfuerzos de contrastacin y verificacin; en la puesta en perspectiva del objeto en
una dimensin temporal amplia; en la puesta en perspectiva
horizontal a travs del trabajo interdisciplinario con las ciencias sociales, en fin, en el esfuerzo permanente por mantener
una distincin consciente entre compromisos sociales o polticos y la tarea profesional, y en la particular vinculacin con
los sujetos de estudio (Soulet, 1994: 66-76, 114-117). A pesar
de todo ello, como dice Pierre Laborie (1994), probablemente estos controles no librarn nunca a este historiador de la
historia reciente de estar "bajo alta vigilancia".
LA HISTORIA RECIENTE EN LA ARGENTINA:
UN CAMPO EN CONSTRUCCIN
La historia de la historiografa del pasado reciente en la
Argentina est, sin dudas, atravesada por los avatares y derroteros que la disciplina ha vivido en el contexto acadmico occidental, as como tambin por las especificidades y
particularidades de la historia de nuestro pas.
Es evidente que la actual irrupcin del pasado reciente como tema y problema de la historiografa argentina tiene su
correlato en la pasin memorialista propia de las ltimas dcadas y est especialmente vinculada al carcter violento y
traumtico de ese pasado que, como sealamos ms arriba,
pareciera ser un factor casi constitutivo de las preocupaciones
por el pasado cercano. En efecto, si la sociedad argentina no
hubiera atravesado la violencia poltica y la represin de los
aos setenta, asistiramos hoy a esta explosin de los discursos sobre el pasado reciente? O, si a partir de la transicin democrtica se hubiera iniciado una etapa de sostenido
crecimiento y bienestar socio-econmico en el pas, asistiramos a semejante inters por ese pasado? Parece evidente,
una vez ms, que es esta interseccin entre la explosin de la
memoria como problemtica de poca y la profunda y soste-
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nida crisis de los horizontes de expectativas locales construidos en torno a la democracia en el perodo post-autoritario,
lo que ha conducido al inters memorialista y acadmico por
el tema.
Sin embargo, a pesar de este contexto favorable, en la Argentina la historia reciente como tal tard en constituirse en
un objeto de estudio sistemtico de la investigacin profesional. Y en ello, la participacin de los historiadores fue aun
mucho ms tarda que la preocupacin pionera que manifestaron las ciencias sociales (en particular la sociologa y las
ciencias polticas) en los tempranos aos ochenta en torno a
problemas como los rasgos caractersticos de la cultura poltica argentina, los regmenes autoritarios, la transicin democrtica o las transformaciones estructurales en la economa.
Es probable que esa demora de la historiografa en la investigacin y construccin de narrativas sobre el pasado reciente est de alguna manera relacionada con la voluntad de
establecer una escisin entre historia y poltica a partir de la
cual se produjo el proceso de institucionalizacin y profesionalizacin de la historia durante los aos ochenta (Hora,
2001). As, a los tradicionales resguardos de origen positivista en relacin con la historia reciente, se sum esa voluntad
de "asepsia" como condicin de profesionalizacin. Y en esa
necesidad de "asepsia", un pasado politizado y "caliente" sin
dudas planteaba demasiadas dificultades al investigador.
Hoy, sin embargo, la situacin se ha modificado, posiblemente debido a los efectos producidos por el impacto de los
discursos de la memoria, la superacin del "perodo de latencia" dentro del mbito acadmico (LaCapra, 1998)" y la incorporacin profesional de historiadores de generaciones
13. No nos referimos aqu al relativo "silencio" sobre el pasado reciente argentino que predomin en diversos mbitos de la sociedad civil durante varias dcadas, ni mucho menos a los organismos de derechos humanos,
que no dejaron nunca de hacerse or en sus reclamos de verdad y justicia,
sino estrictamente al mbito profesional.
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14. Abarcan solamente el perodo democrtico iniciado en 1983: Novaro, Marcos y Vicente Palermo (comps.), La Historia reciente. La Argentina en democracia, Buenos Aires, Edhasa, 2004. Por su parte, abarcan el
perodo 1976-2001: Suriano, Juan (dir.), Nueva Historia argentina, Dictadura y democracia, 1976-2001, Buenos Aires, Sudamericana, 2004.
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primero y militares despus." De igual forma, pueden mencionarse los speros debates en torno a la pertinencia de la
utilizacin de categoras tales como "Proceso", "dictadura",
"terrorismo estatal" para nombrar al ltimo rgimen militar
o los encendidos debates en torno a la utilidad o no del concepto de "genocidio" para referirse a las prcticas de dicho
rgimen. 16
En cualquier caso, estas dificultades y tensiones en el
aspecto semntico estn estrechamente relacionadas con la relacin transferencial del investigador con su objeto y el nico
modo de avanzar, con y a pesar de ellas, es asumiendo y debatiendo sus implicancias y significados, tarea que est an lejos
de haber dado sus frutos en la Argentina. Sin embargo, como
bien advierte Dominque LaCapra, pretender negar el problema de la transferencia y suponer que el lenguaje puede autonomizarse de estas implicancias y significaciones slo conduce
a reforzar posturas positivistas que estn muy lejos de poder
resolver este tipo de dificultades (LaCapra, 1992: 111).
En relacin con la serie de objeciones al estudio de la historia reciente analizadas ms arriba, stas tienen una fuerte
presencia e incidencia en el caso argentino. Por empezar, el
problema de la legitimidad de las fuentes para la investigacin es especialmente esgrimido en el mbito local, ya que es
muy difcil acceder a las fuentes estatales o militares sobre el
15. Si bien en general los historiadores suelen ser cautelosos en la utilizacin del trmino "guerra", es llamativo cmo la nocin de "guerra civil" se desliza en muchos de ellos sin convocar una debida aclaracin acerca
de su uso conceptual. Una excepcin puede ser la obra de Hugo Vezzetti
quien se ha encargado, precisamente, de revisar las representaciones de la
guerra compartidas por amplios grupos y sectores de la sociedad argentina. (Cfr. Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en Argentina, Buenos
Aires, Siglo XXI editores, 2002.)
16. En particular, Silvia Sigal (2001), hace ya varios aos, alert sobre
el uso del concepto "genocidio" y, de hecho, su intervencin pblica al respecto provoc un enorme rechazo de parte de los organismos de derechos
humanos.
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teado realmente muy poco, pero en la medida en que la investigacin avance en el conocimiento e interpretacin del
pasado cercano, los historiadores debern enfrentarse a los
problemas que implica introducirse en un terreno cuyas lgicas no son las del campo cientfico y en un espacio donde no
tienen el monopolio del relato sobre el pasado. Cul sera,
por ejemplo, la especificidad del relato de un investigador sobre algn acontecimiento del pasado cercano en relacin con
el testimonio de sus protagonistas? Con qu criterios se establecera la legitimidad de uno y otro relato? Qu posicin
debera adoptar un historiador convocado a declarar en calidad de profesional experto ante un estrado judicial en contra,
por ejemplo, de un represor o de un jefe de alguna organizacin armada? En todo caso, el tema no puede ser resuelto con
la simple invocacin de los mecanismos de validacin del conocimiento historiogrfico por sobre cualquier otro discurso,
pues el debate involucra la condicin de ciudadano y no slo
la de experto del historiador.
Hoy, a la luz de estos elementos, la escisin entre historia
y poltica, entre profesionalizacin y compromiso, debe ser
pensada en otros trminos para poder aprehender un pasado
que tiene, como caracterstica distintiva, un indudable componente poltico con proyecciones sobre el presente y el futuro. En ese sentido, no alcanza con impulsar la construccin
de una tica profesional que supone tanto una "vigilancia epistemolgica" como la plena conciencia del rol y la obligacin
poltica que implica el trabajo del historiador, sino que es
preciso, adems, asumir que el discurso que construyen los
historiadores, por ms profesional y controlado que sea su
proceso de construccin, es l mismo un discurso ideolgico
(Vern, 1984 [1971]).
Ms all de las dificultades sealadas, lo cierto es que la
historia reciente se presenta en estos momentos en nuestro
pas como un terreno frtil para la investigacin tanto como
para la discusin colectiva. Como ya sealamos, existe un
creciente inters por parte de la sociedad por conocer el pa-
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sado reciente y, en general, los historiadores estn ms abiertos a reconocer la importancia, pertinencia y legitimidad de
ese pasado como objeto de estudio legtimo.
A propsito de la historiografa francesa de finales de los
aos noventa, Bdarida afirma que la batalla est ganada, que
el pasado reciente ya es reconocido de pleno derecho como
territorio del historiador y que ya se le ha otorgado valor
cognitivo y heurstico. Si volvemos la mirada sobre la Argentina, el balance no puede ser (an) tan optimista. Si bien es
cierto que la historia reciente est dando sus primeros pasos
para afirmarse como una especializacin legtima dentro del
campo historiogrfico y acadmico, todava no queda muy
claro si se trata de una batalla ganada dentro de un largo camino por recorrer o de una moda pasajera.
Cualquiera sea la respuesta a la pregunta anterior, lo que est claro es que an falta no slo ganar espacios de legitimidad
para el trabajo sobre la historia reciente dentro del campo de
la historiografa sino que, al mismo tiempo, los historiadores
debern enfrentar la explosin de unas fronteras disciplinarias que los obligan a romper con toda pretensin de monopolio historiogrfico y a perder el miedo a un objeto y un
territorio compartidos.
Por otro lado, faltan tambin espacios de reflexin y debate sobre el lugar del investigador, sus responsabilidades sociales y su tica profesional, as como sobre los resguardos y
precauciones metodolgicas propias de la disciplina.
Estas falencias se tornan especialmente crticas cuando se
habla de pasados dolorosos y proyectos de cambio social, temas que interpelan muy especialmente a las generaciones jvenes y a los propios horizontes de expectativas de un pas
permanentemente sumido en la crisis.
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