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Jean Marie Aubert

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LA OBJETIVIDAD DE LA MORAL CRISTIANA Y LA

FILOSOFIA DEL SER *

JEANMARIE

AUBERT

Por todas partes se constata la realidad de una CrISIS moral,


no slo de la moral cristiana, sino de toda moral, considerada
como sujecin que obstaculiza el camino de expansin del hombre. La nica moral aceptada sera la que la persona humana se
autoimpusiera en la bsqueda de su propia autenticidad. No se
trata aqu de describir las causas y las formas de dicha crisis de
la moral!. Lo que s quisiramos subrayar, sin embargo, es el hecho de que este fenmeno ha llegado a ser asimismo intra-eclesial. Efectivamente, muchos fieles han cado bajo la influencia
de este estado de nimo, y no alcanzan a ver cmo conciliar la
sujecin inherente a toda ley moral, y la libertad de los hijos de
Dios. La conversin del corazn, la primaca del amor y el carcter nico de cada vocacin y de la relacin del alma con Dios,
sobre todo en su faceta de dilogo, suponen una espontaneidad
esencial y el ejercicio de la libertad personal que, para muchos
cristianos, difcilmente concuerdan con una moral objetiva y universal. De ah! que dicha moral sea tachada de impersonal.
Este es, en ltimo trmino, el punto preciso de la constestacin: el rechazo de la objetividad de las normas morales. Es asimismo sobre esta cuestin sobre la que nosotros queremos insistir
aqu. Digamos en seguida que nuestro propsito no es el de limitar nuestra reflexin al problema de la objetividad del derecho
* Traduccin del original francs.
1. Nos remitimos, para este tema, a nuestra obra Vivre en chrtien au
XXeme siecle, Salvator, 1976, tomo 1, captulo 1.

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10

JEAN-MARIE AUBERT

natural, sino incluir asimismo este problema dentro de la perspectiva especficamente cristiana de la ley moral, de la ley nueva
de Cristo. Efectivamente, con demasiada frecuencia se han limitado las exposiciones de la objetividad de la ley moral a la perspectiva filosfica del derecho natural, olvidando su integracin
dentro de la ley de. Cristo, que es ley de gracia y de amor. Hemos
de estar agradecidos a Monseor Philippe Delhaye por habernos
recordado con fuerza, la necesidad de una vuelta a una visin ms
teolgica del problema y, al mismo tiempo, ms fiel al pensamiento de Santo Toms de Aquino 2.
Examinaremos aqu esta objetividad tica en sus dos instancias, la de la moralidad natural y, englobando sta, la de la economa de la salvacin; aqulla en la perspectiva de la filosofa
del ser, que sigue siendo el punto en el cual ms fcilmente se
puede apreciar dicha objetividad.

1.

MORAL DE LA GRACIA Y MORAL DE LA NATURALEZA

Una verdad domina todo nuestro problema 3: en la economa


de la salvacin, no hay ms que una manera para que un cristiano viva moralmente; se trata de vivir, bajo la inspiracin del
Espritu Santo, una vida fundamentada en la adhesin de fe en
Jesucristo resucitado, animada por la gracia y finalizada por el
crecimiento en el amor de Dios que eleva al hombre a la dignidad de hijo adoptivo y partcipe de la vida trinitaria 4.
Pero, por el hecho de que es el hombre, con todos sus componentes naturales, quien es llamado por Dios a una vida superior,
al entrar con El en una relacin de dilogo, su ser nativo de
criatura no queda aniquilado, sino que conserva todas sus exigencias de cara a su desarrollo propio. Esta realidad creatural del
hombre ha de tomarse en consideracin como imagen de Dios
Creador llamada a crecer y a ser transfigurada mediante la participacin en la vida divina en Jesucristo. Esta realidad humana
natural con sus exigencias constituye pues un presupuesto obligatorio del mensaje evanglico; porque, al curar las debilidades
del hombre contradas por el pecado, no busca abolir aquello que
2. Por ejemplO, en su artculo La loi nouvelle dans l'enseignement de saint
Thomas, en "Esprit et Vie", (1974) pp. 33-41 Y 49-54.
3. Cfr., sobre esta doctrina, la voluminosa obra de B. STOEKLE, Gratia
supponit naturam. Geschichte und Analyse eines teologischen Axioms, Roma
1963.
4.

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Cfr. Summa Theol., I-II, q.106, a.1 y 2.

LA OBJETIVIDAD DE LA MORAL CRISTIANA Y LA FILOSOFIA DEL SER

constituy al hombre en su especificidad ante la llamada de Cristo. Al contrario, es por esta valorizacin y divinizacin de la estructura comn a todos, por la que llama Jess a todos los hombres, habiendo El mismo asumido, por su Encarnacin, las exigenCias de esta naturaleza humana. Ciertamente, el cristiano no
tiene que vivir dichas xigencias ticas en su naturalidad, sino
en el amor de caridad que las introduce en una nueva vida, la
del amor de Dios hacia los hombres.
De esta manera, hay que decir que la vida de caridad, n tanto que, ideal cristiano, presupone una realidad humana que hay
que animar y transformar. En efecto, el amor a Dios y al prjimo, que constituye el mandamiento esencial del Evangelio, reviste un carcter totalizante que todo lo engloba: el de una vida
nueva que informa y transforma todo el ser humano; este amor
es el alma de la vida moraZS. Un alma no tiene sentido sino por
la materia que tiene que animar; esta materia es la vida humana en su naturalidad. La llamada de Cristo no parte, por tanto,
de cero. No comienza negando al hombre (de no ser en tanto que
ser sometido al pecado), para luego reconstruirlo, sino que busca animar toda la actividad humana para elevarla a un nivel
superior. Mediante esto, la presupone con su dignidad, de tal modo que el amor a Dios ha de pasar por todos los detalles de la
vida diaria, lo cual se traduce en una manera nueva, ms total
y divinizada, de vivir una vida de hombre con sus exigencias propias que, lejos de quedar abolidas, han de realizarse mejor y, por
llo, ser mejor conocidas a la luz superior de la fe. Este impacto de la vida teologal sobre la vida natural vale la pena subrayarlo 6.
En este punto del planteamiento del problema, la exigencia
de la objetividad tica se revela justamente en lo que hemos llamado la antropologta presupuesta por el Evangelio" 7. Efectivamente, a pesar de los riesgos siempre a temer de un "naturalis5. Cfr. Ph. DELHAYE, La charit reine des vertus. Heurs et malheurs d'un
theme classique, en "Vie spirituelle", "Supplment", 41 (1957) pp. 135-171.
6. Este problema invitara a precisar la nocin de especificidad de la moral cristiana. Sobre ello, cfr. nuestros artculos La spcijicit de la morale
chrtienne selon saint Thomas, en "Supplment", 92 (1970) pp. 55-73; Y Les
vertus humaines dans l'enseignement scolastique, en "Seminarium", (1969)
pp. 417-433.
7. En nuestro artculo La morale chrtienne est-elle a la mesure de l'homme?, en "Etudes", (1966, noviembre) pp. 528-545; y, ms detalladamente, cfr.
nuestra contribucin a la obra ecumnica de C. YANNARA, R. MEHL Y .J. M.
AUBERT, La loi de la libert. Evangile et moral, Mame, 1972, pp. 117-158.

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JEAN-lIIIARIE AUBERT

mo" evanglico, es evidente que el Evangelio presupone un cierto


nmero de hechos antropolgicos, lo cual sirve para legitimar la
conviccin, tradicional en la reflexin catlica, de que no toda
concepcin del hombre es compatible con la Revelacin y la Palabra de Dios. Esto, adems, deriva de la estructura misma del
mensaje evanglico.
En efecto, por definicin, el mensaje de Jess pretende ser
universal, y est propuesto a todos los hombres sin distincin de
razas ni de civilizaciones. Contenido ya en estado germinal en
la promesa divina hecha a Abrahm con su referencia a "todas
las razas de la tierra" (Gen 12, 3), se explicita, con rigor y claridad, en el Nuevo Testamento: el Evangelio ha de anunciarse a
todas las naciones (Mt 28,19; Mc 16,15; Act 1,8 etc.). Toda la misin de la Iglesia, de reunir a todos los hombres en Cristo 8, no
tiene pues sentido alguno salvo por dicho universalismo, que queda significado, por otra parte, mediante el trmino catolicidad.
Ahora bien, qu implica, de hecho, esta universalidad? Habituados a situarla de buenas a primeras al nivel de la fe de la
que hay que dar testimonio, corremos el peligro de olvidar su
dimensin moral, que no obstante es correlativa a su contenido
doctrinal. De hecho, este mensaje concierne a todo el ser humano y a todos los hombres, y por ello implica dos condiciones sin
las cuales pierde todo su sentido.
Por una parte, una tal llamada universal supone, en cada hombre, una receptividad, una especie de apoyo a esta universalidad,
que hace posible la unidad pretendida. Porque si los seres humanos, por encima de su comunidad de orden biolgico, no poseyeran caractersticas comunes, de orden tpicamente humano, si no
fueran participantes en una realidad que se halla en cada uno de
ellos, no estaran todos afectados por esta "buena nueva", por
esta llamada universalista que no tiene sentido sino en la medida en que, en cada uno de ellos, pueda hallar como un lugar de
espera o suscitar un eco que tenga una significacin universal.
Si los hombres estuvieran inexorablemente separados por lo ms
profundo de ellos mismos, si fueran como bloques errticos y heterogneos, cerrados en sus singularidades personales, seria imposible lograr cualquier dilogo y toda comunicacin profunda.
~El mensaje evanglico, que busca reunir a todos los hombres en
una verdadera unin, caera en saco roto. En resumen, la vocacin cristiana, que no hace acepcin de personas, supone en todo
8.

148

Cfr. Lumen Gentium, n. 1.

LA OBJETIVIDAD DE LA MORAL CRISTIANA Y LA FILOSOFIA DEL SER

hombre una especie de fondo comn, que ha de significar lo que


es el hombre, lo que es esencial en l. Y, desde la poca de los
Padres, bajo diversas formas por otro lado, el pensamiento cristiano ha expresado esta idea del hombre, presupuesta por el mensaje evanglico, mediante el concepto de naturaleza humana con
su correspondiente tica de la ley natural.
Otro aspecto del mensaje evanglico saca de nuevo a la luz
esta exigencia antropolgica. Porque si bien se presenta como
emanando de una iniciativa divina, por lo tanto trascendente,
no quiere ir tan lejos como para ser radicalmente heterognea al
hombre. Se plantea inicial y esencialmente en trminos del cumplimiento, la realizacin y la restauracin de un orden anterior
a l; incluso si el mensaje evanglico evoca la idea de superacin, siempre queda en referencia a una estructura previa que
posee una significacin moral. El hombre slo es afectado por el
Evangelio si hay en l algo que le una a sus semejantes, algo
susceptible de una restauracin y de una salvacin. Es cuestin,
pues, de reconocer que esta estructura supuesta por el universalismo cristiano y muy vagamente designada mediante el trmino naturaleza humana, ha de tener una significacin moral, universal y, por tanto, objetiva, en atencin al encuentro con Dios,
a modo de terreno de germinacin de su obra de salvacin. Por
otra parte la idea misma de la salvacin presupone un vnculo
entre lo que hay que salvar y aquello que proporciona la salvacin, entre la naturaleza y la gracia, por emplear el lenguaje tradicional. En resumen, el universalismo de la gracia exige la presencia objetiva de eXigencias ticas en la realidad natural universal que dicha gracia tiene que curar (gratia sanans) y transfigurar (gratia elevans).

2.

NATURALEZA y

OBJETIVIDAD

Si el carcter universal de la llamada evanglica a una vida


moral animada por la gracia exige que dicha moral sea independiente del arbitrio de cada uno (incluso si cada uno le confiere
un estilo personal legitimo y necesario), es decir, que sea objetiva, hace falta ir ms lejos en el anlisis de la realidad de criatura que la gracia transfigura, de aquella realidad llamada naturaleza humana que es fuente de eXigencias ticas. Es a propsito de este problema precisamente, donde hallamos hoy en
dia gran parte de la contestacin en torno a la objetividad en
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JEAN-MARIE

AUBERT

la moral, en nombre, a menudo, de un personalismo excesivo que


desemboca en una moral de pura situacin.
No podemos olvidar que desde mediados del siglo pasado el
progreso cientfico ha corrido parejo con una recesin general de
la creencia en un derecho natural, que muchos llegaron a considerar como una ficcin, como el ltimo vestigio de la poca metafsica. Inevitablemente, pues, cuando la Iglesia decidi entablar de nuevo en el mundo un dilogo interrumpido durante mucho tiempo (Vaticano II), no fue capaz de evitar la influencia del
pensamiento profano, hasta tal punto que el descrdito en el cual
haba cado el derecho natural lleg a propagarse incluso al interior mismo de la Iglesia. Asimismo, muchos telogos ya no se atreven a invocar este vocabulario (naturaleza, derecho natural), incluso cuando no pretenden poner en tela de juicio la realidad que
dicho vocabulario designa, cosa que otros, por el contrario, no
vacilan en hacer 9. Se impone, pues, denunciar las ambigedades
-numerosas en este campo- con el fin de arrojar un poco de luz
sobre el tema lO.
a)

Una naturaleza ambigua

No es ste el lugar apropiado para resumir los avatares mltiples del concepto de naturaleza (y por tanto de ley natural o
derecho natural) que reviste sentidos muy numerosos y por ello
constituye una verdadera trampa semntica llena de ambigedades. Partiendo del sentido utilizado por Santo Toms en materia de moral, pOdremos entender mejor las reducciones de sentido y las diversificaciones de las cuales este concepto ha sido
vctima posteriormente.
Entre una multiplicidad de empleos 11 en Santo Toms, aqul
que mej or viene al caso aqu define la naturaleza como sinnimo
de la esencia del ser humano en tanto que es fuente de actividades humanas. Pero con algo de particular, que hay que subra-

yar: el concepto general de naturaleza, por el hecho de ser aplicable a todos los seres, desde el mineral hasta Dios (se puede en
efecto hablar de naturaleza divina), es esencialmente analgico;
de no serlo, correra el riesgo de ocultar gravemente el abismo
9. As Hans KNG, en Etre chrtien (traduccin), Pars 1979, p. 269 (negacin de la ley natural).
10. Para ms detalles sobre toda esta cuestin, nos remitimos a nuestro
largo artculo Pour une hermneutique du droit naturel, en "Recherche de
Science religieuse", 3 (1971) pp. 449-492.
11. Se halla la lista en el Thomas-Lexikon de SCHULTZ, pp. 509-514.

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LA OBJETIVIDAD DE LA MORAL CRISTIANA Y LA FILOSOFIA DEL SER

ontolgico que separa estos seres, mediante la aplicacin del mismo concepto a las criaturas y al Creador, o a los seres corporales
como a los espirituales. Adems, como se ver ms adelante, es
el olvido de esta analogla lo que ha acarreado, a menudo, una
reduccin del concepto de naturaleza, aplicado al hombre de modo univoco.
Ahora bien, tomado en sentido unvoco, el trmino naturaleza
designa espontneamente aquello por lo cual una realidad queda
bien definida, encerrada en sI misma, con la posibilidad de ser
"clasificada" definitivamente como objeto. Entonces, tomado en
este sentido corriente, este trmino "naturaleza", difcilmente es
aplicable al hombre 12. En tanto que espritu encarnado e interio-

ridad capaz de libertad, el hombre queda abierto a un horizonte


ilimitado, aqul que le descubre su inteligencia, cuyo objeto es
el ser descubierto en cada realidad, investido en lo sensible (la
"quididad"). Santo Toms deca que "el alma humana es, en
cierto sentido, todas las cosas" 13, lo cual explica la insatisfaccin
permanente del hombre, su bsqueda incesante de nuevas maneras de realizarse, su libertad esencial frente a bienes que no realizan el Bien, y sobre todo su capacidad de ser elevado por Dios
a la dignidad de hij o adoptivo (capax Dei). Asimismo, la expresin
de naturaleza, tomada en nuestros das en cualquier otro sentido,
slo es aplicable al hombre de modo analgico.
La consecuencia de esto es importante de cara a la moral.
Ciertamente, como toda naturaleza viviente, la del hombre tiene
exigencias estrictas motivadas por la necesidad de desarrollarse,
de crecer. No obstante, dado que su naturaleza no est cerrada,
sino abierta, puesto que es espiritual, sus exigencias no estn dadas de una vez para siempre en todos sus detalles. De todos modos, sI que se expresan, de manera obj etiva, baj o las formas de
tendencias e inclinaciones naturales, llamadas a ser asumidas y
regUladas por la razn; esta regulacin constituye la ley natural.
Lejos de r en contra de las inclinaciones fundamentales (conservacin de la vida, finalidad de la sexualidad, el deseo natural de
ver a Dios, etc ... ), el efecto de la ley natural es el de educarlas,
enderezarlas, adaptarlas y aplicarlas a las circunstancias histricas. Esta es la razn fundamental de la distincin, en el seno
de la regulacin de la ley natural, entre los principios primeros
12. Aristteles ya haba vislumbrado esta dificultad, al plantear la cuestin de la legitimidad de introducir el estudio del hombre en Filosofa de la
naturaleza; cfr. "Partes de los animales", 1, 641 b.
13.

De Verttate, 1,1.

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JEAN-MARIF AUBERT

(el sentido profundo de las inclinaciones naturales) y segundos


(adaptaciones y aplicaciones contingentes). Esta agilidad o "flexibilidad" de algunas zonas de la ley natural, aunque quede interpretada de distinta manera por diferentes autores 14, no significa un relativismo o arbitrio subjetivo. Al contrario, es con el fin
de configurar mejor lo verdaderamente humano, en su situacin
histrica y frente a nuevos problemas, por lo que se hace indispensable prever aquellos matices que son los garantes de la objetividad. Esta es la funcin de la ley positiva y de la autoridad
jerrquica en la Iglesia (como se ver ms adelante) al aportar
estas determinaciones.
Esta ensefianza tomista cobra su valor pleno si la situamos
dentro del contexto de la metafsica del ser, como fundamento de
la ciencia moral. Una tal metafsica, lejos de ser una ontologa
a priori y puramente deductiva, especie de sistema cerrado del
cual todas las determinaciones ticas habran de deducirse, es una
verdadera metafsica del ser, con carcter emprico e inductivo.
No debemos olvidar que el realismo tomista siempre ha mantenido que la percepcin del ser no era el resultado de una idea
innata, sino que brota del conocimiento sensible y experimental
del ser concreto, investido en las cosas. Tampoco olvidemos que
la abstraccin metafsica buscaba -por va de la induccin principalmente- descubrir las constantes que podan hacer esperar el
logro de una captacin de la realidad objetiva. De este modo, la
metafsica no funcionaba en una especie de vaco ontolgico, y si
bien su objeto formal no era el de las ciencias positivas, ella presupona el conocimiento sensible, como punto de partida de una
percepcin de lo real, laboriosa y siempre perfectible. Adems conviene tener en cuenta que la realidad humana, objeto de conocimiento, est, de por s, englobada dentro de una historia, es
decir, dentro de un desarrollo clarificador de numerosas virtualidades en larga gestacin, que se enfrenta con situaciones y problemas frecuentemente nuevos. Slo una filosofa de este tipo
puede dar a la moral su carcter realista y objetivo, y por ello
humanista. Porque, alcanzando al hombre en su ser profundo, le
ayuda a desarrollarse segn su ley interna que es la ley natural 15.
14. Sus opiniones quedan anotadas por Dom O.

LOTTIN

en Morale fonda-

mentale, Tournai-Paris 1954, pp. 183-188.

15. Esta apertura hacia una exigencia tica de desarrollo, por tanto de
explicitacin de virtualidades, ha sido muy precisada por Pablo VI en la Populorum progressio, n. 16: "El crecimiento humano constituye un resumen
de nuestros deberes". Cfr. el comentario que hemos hecho sobre esta encclica en la edicin francesa del documento, Ed. Fleurus, Paris 1967, p. 169.

LA OBJETIVIDAD DE LA MORAL CRISTIANA Y LA FILOSOFIA DEL SER

b)

La reduccin moderna del concepto de naturaleza

Asistimos, desde el siglo

a la generalizacin de una concepcin unvoca de la naturaleza humana, de una naturaleza compacta y cerrada, hecha a imagen de la naturaleza de los seres puramen te corporales, de una realidad dada una vez por todas y
por lo tanto determinada ad unum. Esta reduccin, que hallamos tanto entre los filsofos profanos como entre los telogos que
han cado bajo su rbita, corresponde por otra parte a la necesidad de contrarrestar el peligro del subjetivismo derivado del pensamiento kantiano, negando la posibilidad de conocer lo real en
s. Para evitar este riesgo, la mayora de los autores, y sobre todo
los moralistas, adoptaron instintivamente una u otra de dos
acepciones de naturaleza muy poco tomistas. La primera circulaba en el ambiente filosfico de la Escuela del Derecho natural
donde, dentro de una perspectiva racionalista, de tipo platnico,
la naturaleza era concebida como un modelo abstracto e irreal,
situado fuera del tiempo y de la historia, y del cual se haban de
sacar (o justificar despus de hecho) todas las reglamentaciones
jurdicas. La otra concepcin, que perdur durante mucho tiempo, se situaba dentro del cuadro del dualismo cartesiano que opona el pensamiento libre (res cogitans) a la naturaleza limitada
a la corporalidad (res extensa). El trmino naturaleza, aplicado,
pues, al ser humano, s610 poda significar en l lo que dicho ser
guardaba en comn con el mundo animal y material, es decir,
lo menos especficamente humano que hay en l. El trmino naturaleza, as concebido, ya no poda designar la esencia del hombre (cuerpo y alma a la vez), sino s610 el hecho corporal. Comprendemos entonces, vista la generalizacin de este concepto cartesiano en nuestro universo cultural moderno, que para muchos
de nuestros contemporneos, ya no tiene sentido ver una norma
moral en la naturaleza, dado que este trmino no incluye la realidad espiritual del hombre. No se insistir lo suficiente sobre el
equvoco as sostenido por la utilizacin de este concepto, sino
en la medida en que volvamos a introducirlo dentro de una metafsica del ser respetuosa con la apertura espiritual del hombre.
c)

XVII,

Moral y ciencias humanas

Comprendemos, pues, que este abandono, relativamente general, que se contempla entre nuestros contemporneos (fuera de

JEAN-MARIE AUBERT

- - - - - - - ------------

algunos crculos de juristas y telogos tradicionales, asI como entre los actuales defensores de los derechos del hombre), con respecto al concepto de naturaleza, haya podido dejar abierta la va
que conduce a todos los errores. Y de hecho la generalizacin de
esta concepcin cartesiana de la naturaleza o su interpretacin
idealista -sin hablar de su empleo unvoco por parte de algunos neoescolsticos- ha provocado unas reacciones vigorosas de
rechazo por parte de los pioneros de las ciencias humanas, cuyo
arranque en el siglo XIX coincidi con la decadencia metafisica,
de una metafsica que haba perdido el sentido del ser y por lo
tanto el verdadero sentido del hombre 16.
La invocacin de la naturaleza, o de una ley natural, no poda entonces parecerles a estos representantes de las ciencias
humanas sino como un vestigio de la era metafsica declarada
como terminada por Auguste Comte. El despegue de las ciencias
positivas del hombre tuvo, como consecuencia inmediata, el descrdito de las construcciones de un racionalismo abstracto y
apriorstico en moral, que ignora el hombre real. Pero lo ms
grave del asunto fue el hecho de que las nuevas ciencias (sociologa, etnologa, antropologa cultural, psicoanlisis, etc ... ), hallndose ante la plaza vacante, abandonada por una moral sin
fundamento en una metafisica del ser, no tardaron en ocupar el
sitio, en presentarse como la nica fuente de la regulacin tica.
De una tica que, desde alli, perda su objetividad y su universalidad. He aqU, sin duda, una de las causas ms claras del relativismo moral de hoy: siendo el objeto de estas ciencias el estudio de los hechos, son estos mismos hechos, elaborados en teoras, los que quedan propuestos como normas. Y vemos que con
cada nuevo descubriimento (puesto que estas ciencias progresan)
y segn el antojo o la moda de las distintas escuelas o teoras, las
normas propuestas sufren variaciones con arreglo al capricho de
cada individuo. Un ejemplo de esto nos proporciona el descubrimiento, por parte de la sociologa y la etnologa, de las condiciones socioculturales que explican la existencia de la poligamia entre ciertos pueblos. Ahora bien, una cosa es explicar a la luz de
16. Esta deshumanizacin del concepto de ley moral queda de hecho adoptada inconscientemente por un telogo moderno que pretende ser un critico;
escribe Hans Kng: "el servicio del hombre tiene prioridad sobre la observancia de la ley" (o. c., p. 285), mientras que el mejor servicio del hombre
pasa por la ley; cfr., sobre esto, nuestra comunicacin al Congreso Internacional en el VII Centenario de Santo Toms (Roma-Npoles 1974): La libert
du chrtien lace aux normes thiques, en Actas del Congreso, 5. val., Roma
1977, pp. 28-49.
154

LA OBJETIVIDAD DE LA MORAL CRISTIANA Y LA FILOSOFIA DEL SER

los hechos; otra bien distinta la de legitimar ticamente dichos


hechos. Porque, al margen de todas las explicaciones, no es menos cierto que la poligamia significa el rechazo de la igualdad de
derechos de las mujeres con respecto a los de los hombres, de
aquella igualdad que se fundamenta, al mismo tiempo, en la igual
dignidad de todas las personas y en la naturaleza del matrimonio,
incluso para los no cristianos (para los cristianos la exigencia de
la monogamia est reforzada por el carcter sacramental del
matrimonio). Encontramos esta misma confusin en el psicoanlisis, cuando se confunde culpabilidad (o conciencia del pecado)
con estado patolgico, lo cual sirve para eliminar lo especifico de
la falta y del pecado, para convertirlo en situaciones que derivan
de una pura terapia psicolgica.
Ms grave todava es que estas ciencias, olvidando el carcter
particular de su objeto formal, o su estatuto epistemolgico propio, pretenden, cada una de ellas, proferir un discurso global sobre el hombre, lo cual justamente es lo propio de la metafisica
y de la verdadera moral. El drama del asunto es que muchos creyentes -incluso algunos telogos- caen en la trampa de esta
dialctica; al descubrir el prestigio de tal o cual explicacin de
la existencia humana, sea la del psicoanlisis o de la antropologa
cultural, dan a estas explicaciones un valor absoluto y totaZizante.
Toda la realidad humana ha de pasar por el filtro de su lectura
particularizada. Afiadamos a todo aquello la exaltacin de la libertad individual y la primaca de la bsqueda del placer inherente a una sociedad de consumo, y habremos terminado en el
rechazo condescendiente e irnico de toda moral objetiva. El mejor ejemplo de estos excesos es el del problema de la contracepcin. El descubrimiento de medios artificiales de contracepcin se
maneja dentro de un clima de lo fcil y de banalizacin de la
sexualidad. Y, sobre todo, manifiesta el olvido total del alcance
del acto sexual que trasciende a la pareja, del hecho de que atafie, quermoslo o no, al futuro de la especie humana (evidentemente cuando la fecundacin es posible). Por tanto, Pablo VI tena razn en subrayar la sexualidad dentro de la escala de
valores humanos; no se trata slo de una simple funcin de expanSin del individuo, que ste quede libre para usar a su antojo, sino de una funcin que, aun englobando toda la persona, va
ms all del derecho de intervencin por parte del individuo. Sobre este tema, es significativo notar que el actual declive demo155

JEAN - MARIE AUBERT

grfico, sobre todo en los pases desarrollados 17, viene a confirmar, a posteriori, la postura de la Humanae vitae. Por otra parte, he
aqu que algunos telogos parten del hecho de la generalizacin
de las prcticas contraceptivas para sacar de ello, falsamente, su
legitimidad objetiva.
En cambio, estas ciencias humanas, tomadas como lo que son,
es decir, como planteamientos, cada una segn un ngulo particular, con respecto a la compleja realidad humana, pueden prestar un servicio inmenso al moralista, en la bsqueda del conocimiento de las condiciones exactas en las cuales se plantea un
problema moral, para poder desde alli juzgarlo y solucionarlo mejor. Pero no les toca a las ciencias humanas el papel de erguirse
como sustitutos del juicio moral que viene de la razn humana
(iluminada, para el cristiano, por la fe), de la razn humana que
es capaz de conocer las exigencias ticas fundamentales de la
naturaleza humana. As, el conocimiento, gracias a la sociologa,
en torno a las causas de la criminalidad y sus vnculos con la
urbanizacin o las desigualdades sociales, permite al moralista o
al responsable del bien comn luchar ms efectivamente contra
esta lacra. En resumen, las ciencias humanas no fundan el juicio
moral, sino que le dan una ayuda y una eficacia ms grandes, sobre todo cuando hay que enfrentarse a nuevos problemas.
Hay que decir, a pesar de las apariencias, que la mejor objetividad para el moralista ha de buscarse en la formacin del juicio tico, con una preocupacin con respecto al hombre real. Ciertamente, las ciencias humanas son objetivas tambin, pero dentro
de un campo limitado y de lo que se puede observar cientficamente. Slo una verdadera filosofia del ser puede dar al moralista la percepcin del bien que se ha de buscar, con vistas a un
futuro mejor para el hombre.

3. LA "RACIONALIZACIN CRISTIANA" (Po XI)


Llegados a este punto del anlisis, fundando la objetividad de
la ley moral sobre el conocimiento de la naturaleza humana, puede plantearse esta cuestin: Pero, entonces, qu aporta la fe
en este campo? Y sobre qu se fundan entonces las decisiones
17. Sobre este problema cfr. el estudio de Pierre CHAUNU, Analyse historique du prsent: la dnatalit, en L'Histoire, Paris 1978, n. 3, pp. 62-68, donde el autor lanza un grito de alarma y revela que en los ltimos trece aos
la tasa global de fecundidad en Europa se ha reducido a la mitad.
15<6

LA OBJETIVIDAD DE LA MORAL CRISTIANA Y LA FILOSOFIA DEL SER

del Magisterio de la Iglesia, si la sola razn, presente en todo


hombre, puede ser suficiente?
a)

Fe y razn en moral

Qu vnculo hay entre las dos instancias -razn natural y


fe- en materia de tica? Por lo que atae a la razn natural,
hace falta subrayar, de entrada, sus lmites, que hacen imprescindible la apelacin a otra fuente de juicio. Ciertamente, la razn humana, con sus propias fuerzas nicamente, puede normalmente conocer lo esencial de los preceptos de la ley divina con
respecto al hombre, como ser creado (ley natural), pero a menudo
los conoce por abstraccin, con el riesgo de errores o aproximaciones, especialmente cuando se trata de problemas complejos.
La razn humana queda, sobre todo, debilitada por el pecado:
puede quedar obcecada por la pasin o por hbitos arraigados.
Hemos visto ya el riesgo' del materialismo vinculado a la sociedad de consumo, que hace predominar el placer por encima del
bien verdadero del hombre. Estos riesgos aumentan por otra parte con la socializacin del mundo actual (presin de los medios
de comunicacin colectiva, de la publicidad, de los respetos humanos, del miedo a singularizarse, etc ... ). Incluso asistimos a
algunos casos de verdaderas intoxicaciones y anestesias de las conciencias (por ejemplo, a propsito del aborto). En una palabra,
la razn humana, la de un espritu encarnado, puede extraviarse en cuanto al conocimiento del verdadero bien del hombre, es
decir, en el juicio moral, sobre todo frente al veredicto de las ciencias humanas cuyo prestigio es inmenso.
Ante esta debilidad, la instancia de la fe revela su funcin
indispensable. La Revelacin realizada en Jesucristo y cuyo custodio es la Iglesia, busca como finalidad la preparacin de la vida
futura. El Reino de Dios empieza aqu abajo su construccin en
el seno de la existencia cotidiana. No hay, pues, para el hombre
dos morales que hay que vivir una al lado de la otra, aquella que
se conoce por la razn y aquella que se conoce a la luz de la fe,
sino que sta esclarece y purifica la primera. La progresin hacia Dios no se lleva a cabo al margen de los actos humanos profanos, como en una especie de sector aislado. Se realiza en cada
acto libre del hombre esta progresin hacia Dios, esta progreSin
moral. Por otro lado la moral cristiana ha mantenido siempre que,
en lo concreto, no hay actos moralmente indiferentes. La presen15,7

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cia del pecado en el hombre (sobre la cual la fe est capacitada


para emitir un juicio), as como las debilidades de la razn natural en materia de tica, fundamentan as la funcin de la fe
en este dominio.
En efecto, las verdades proclamadas por la fe, incluso si de
por s no son accesibles a la razn, sobre todo en lo que se refiere
a Dios y a su planteamiento religioso, conciernen y ataen al
hombre en su ser fundamental. Asimismo, si bien la fe es sobrenatural, no deja de ser una forma de racionalidad superior. Sera
orgullo --y nada ms-- pensar que la razn humana es la nica
va de acceso a lo verdadero que atafie al destino humano; el
pensamiento divino revelado constituye otra va, muchsimo superior, que nos descubre valores ticos que no son extrafios al
hombre, pero que corren el peligro de ser olvidados o menospreciados por l. Este es el drama de ciertos telogos que, ofuscados
por el prestigio de tal o cual ciencia humana, ya no logran comprender que puede haber, aparte de la racionalidad metafsica
evocada anteriormente, otra racionalidad, la de la Palabra de Dios
transmitida por la Iglesia.
Queda significado as el impacto de la ley nueva de Jess sobre
la ley natural; estas dos formas de ius divinum corresponden a la
dialctica de dos realidades que vienen de Dios: la naturaleza y
la gracia. En la prolongacin de la Encarnacin, la Revelacin y
la fe, no slo se respetan los preceptos de la ley natural, sino que
reciben ms firmeza y ms objetividad (en razn de la autoridad
superior inherente al Autor de la fe). Asimismo, en muchos sectores, ellas proponen, o vas de superacin (los consejos evanglicos), o una modificacin en la escala de valores (por ejemplo,
la primaca del espritu de pobreza, de renuncia, de la no violencia, etc ... ). Sin que nos sea posible extendernos aqu sobre este
amplio problema 18, s podemos subrayar que la fe robustece considerablemente la objetividad de la ley moral, colocndola al amparo de vacilaciones o de incertidumbres. Por eso, el hombre no
queda sujeto a una imposicin de una ley extrnseca a su ser, sino
al contrario est asegurado el progreso hacia su destino verdadero
y el acceso, por la fe, a lo que Po XI ha llamado la "racionalizacin cristiana" 19.
18. Para ms detalles, cfr. nuestro articulo Loi el Evangile, en Dictionnaire de Spiritualit, t.9, Beauchesne, Paris 1976, c. 966-984.
19. Po XI, Quadragesimo anno, n. 55.

158

LA OBJETIVIDAD DE LA MORAL CRISTIANA Y LA FILOSOFIA DEL SER

b)

Magisterio y moral

Visto el vinculo estrecho e indispensable entre Fe y Moral que


acabamos de precisar, se deriva de por s la funcin del Magisterio de la Iglesia en materia de tica. Precisemos este tema con
algunas consideraciones finales.
Desde el momento que la Jerarqua eclesistica tiene un papel ministerial propio, el de velar por la unidad de la Fe, su competencia incide, por eso mismo, sobre el esclarecimiento proporcionado por la fe con respecto a las realidades humanas. De ah
que no deben juzgarse sus intervenciones nicamente en funcin
de la argumentacin racional, cuando sabemos cules son los limites de la razn natural en este dominio. La Iglesia jerrquica,
asistida por el Espritu Santo, y no nicamente en los casos de
declaraciones ex cathedra, es pues capaz de tomar posturas ticas, incluso sobre temas en torno a los cuales no reina la evidencia y la unanimidad al nivel de la simple razn. Esto es lo que
quera decir Po XII, en un enunciado que puede parecer paradjico para aquel que no tiene fe, pero que expresa bien la misin de la Jerarqua dentro de la perspectiva eclesial: "Cuando se
trata de avisos y de prescripciones que los pastores legtimos promulgan en materia de derecho natural, los fieles no deben invocar el dicho siguiente: tanto valen las razones, tanto vale el
autor. Esta es la razn por la que aqul que no est convencido
por los argumentos propuestos en una ordenanza de la Iglesia,
tiene, a pesar de todo, la obligacin de obedecer ... La fuerza de
la Iglesia no queda limitada a las cosas estrictamente religiosas,
como se dice, sino que toda la materia de la ley natural, sus principios, su interpretacin y su aplicacin, en tanto y en cuanto
que se trata de su aspecto moral, dependen de su poder" 20.
Esto es fcilmente comprensible: "porque si la Iglesia es competente para anunciar y conocer este fin ltimo que est propuesto al hombre, tambin lo es para conocer y determinar los medios que hay que poner en marcha de cara a la realizacin de dicho fin, y cuyo conjunto constituye una gran parte de la moralidad natural y secular. Si el fin sobrenatural para el cual la Iglesia tiene competencia es la transfiguracin de una vida humana
natural, tiene la Iglesia, ciertamente, algn derecho para decir
20. Alocucin del 2-XI-1954, AAS (1954) p. 672. La mayora de los dems
textos sobre la cuestin estn reunidos en nuestra obra Ley de Dios, leyes
de los hombres, Herder, 1967, p. 96 Y ss.

15,9

JEAN-lIIlARIE AUBERT

qu contenido tico tiene que tener dicha vida para poder lograr
ese fin. Por tanto, en todo acto tico, desde el momento que el
hombre compromete lo mejor de s mismo, su pensamiento, su voluntad y su libertad, su salvacin queda asimismo comprometida,
y con ella la competencia de la Iglesia, signo en el mundo de esa
nica salvacin" 21.
En conclusin, hemos de reconocer que el problema de la objetividad de la ley moral est en el centro mismo de la vida
cristiana, no como una coaccin extrnseca al hombre, sino como
una exigencia que surge de lo ms profundo del ser humano y que
se propone a su libertad como una vocacin que tiene que cumplir, bajo la mocin del espritu de Dios. Dicha objetividad es asimismo la garanta de que las decisiones ticas, tomadas en conformidad con la ley moral precisada por la ley positiva de la
Iglesia, no son el fruto de un albedro engaador, sino que ataen al ser humano en lo ms profundo de su realidad, la de criatura de Dios llamada a participar en la vida misma de Dios. Y
el amor-gape que est en el centro mismo de esta progresin,
como efecto de la graCia del Espritu Santo difundida por Jesucristo, y anunciada por la Iglesia, constituye la realidad ms objetiva que se pueda concebir, puesto que es el mismo Dios que viene a nuestro encuentro, invitndonos a responder a ese don mediante nuestra propia realidad objetiva, la que queda significada
por una vida moral, que forma el tejido de nuestra existencia
cotidiana iluminada por ese mismo Amor.
Esta existencia cristiana, en su banalidad, se transforma entonces en una participacin en la vida misma de Dios; es lo que
le gustaba recordar a uno de los maestros de la espiritualidad
moderna, cuya personalidad est tan ntimamente unida a esta
bella Universidad de Navarra, Mons. J. Escriv de Balaguer: "Os
a,seguro, hijos mos, que cuando un cristiano desempea con amor
la ms intranscendente de las acciones diarias, aquellO rebosa
de la transcendencia de Dios" 22.
21. Extracto de nuestra obra Pour une thologie de l'age industriel, Cer!,
1971, 318 pp.
22. Entretiens avec Monseigneur Escriv de Balaguer, Fayard, Paris 1969,
p. 116.

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