Jean Marie Aubert
Jean Marie Aubert
Jean Marie Aubert
JEANMARIE
AUBERT
145
10
JEAN-MARIE AUBERT
natural, sino incluir asimismo este problema dentro de la perspectiva especficamente cristiana de la ley moral, de la ley nueva
de Cristo. Efectivamente, con demasiada frecuencia se han limitado las exposiciones de la objetividad de la ley moral a la perspectiva filosfica del derecho natural, olvidando su integracin
dentro de la ley de. Cristo, que es ley de gracia y de amor. Hemos
de estar agradecidos a Monseor Philippe Delhaye por habernos
recordado con fuerza, la necesidad de una vuelta a una visin ms
teolgica del problema y, al mismo tiempo, ms fiel al pensamiento de Santo Toms de Aquino 2.
Examinaremos aqu esta objetividad tica en sus dos instancias, la de la moralidad natural y, englobando sta, la de la economa de la salvacin; aqulla en la perspectiva de la filosofa
del ser, que sigue siendo el punto en el cual ms fcilmente se
puede apreciar dicha objetividad.
1.
146
constituy al hombre en su especificidad ante la llamada de Cristo. Al contrario, es por esta valorizacin y divinizacin de la estructura comn a todos, por la que llama Jess a todos los hombres, habiendo El mismo asumido, por su Encarnacin, las exigenCias de esta naturaleza humana. Ciertamente, el cristiano no
tiene que vivir dichas xigencias ticas en su naturalidad, sino
en el amor de caridad que las introduce en una nueva vida, la
del amor de Dios hacia los hombres.
De esta manera, hay que decir que la vida de caridad, n tanto que, ideal cristiano, presupone una realidad humana que hay
que animar y transformar. En efecto, el amor a Dios y al prjimo, que constituye el mandamiento esencial del Evangelio, reviste un carcter totalizante que todo lo engloba: el de una vida
nueva que informa y transforma todo el ser humano; este amor
es el alma de la vida moraZS. Un alma no tiene sentido sino por
la materia que tiene que animar; esta materia es la vida humana en su naturalidad. La llamada de Cristo no parte, por tanto,
de cero. No comienza negando al hombre (de no ser en tanto que
ser sometido al pecado), para luego reconstruirlo, sino que busca animar toda la actividad humana para elevarla a un nivel
superior. Mediante esto, la presupone con su dignidad, de tal modo que el amor a Dios ha de pasar por todos los detalles de la
vida diaria, lo cual se traduce en una manera nueva, ms total
y divinizada, de vivir una vida de hombre con sus exigencias propias que, lejos de quedar abolidas, han de realizarse mejor y, por
llo, ser mejor conocidas a la luz superior de la fe. Este impacto de la vida teologal sobre la vida natural vale la pena subrayarlo 6.
En este punto del planteamiento del problema, la exigencia
de la objetividad tica se revela justamente en lo que hemos llamado la antropologta presupuesta por el Evangelio" 7. Efectivamente, a pesar de los riesgos siempre a temer de un "naturalis5. Cfr. Ph. DELHAYE, La charit reine des vertus. Heurs et malheurs d'un
theme classique, en "Vie spirituelle", "Supplment", 41 (1957) pp. 135-171.
6. Este problema invitara a precisar la nocin de especificidad de la moral cristiana. Sobre ello, cfr. nuestros artculos La spcijicit de la morale
chrtienne selon saint Thomas, en "Supplment", 92 (1970) pp. 55-73; Y Les
vertus humaines dans l'enseignement scolastique, en "Seminarium", (1969)
pp. 417-433.
7. En nuestro artculo La morale chrtienne est-elle a la mesure de l'homme?, en "Etudes", (1966, noviembre) pp. 528-545; y, ms detalladamente, cfr.
nuestra contribucin a la obra ecumnica de C. YANNARA, R. MEHL Y .J. M.
AUBERT, La loi de la libert. Evangile et moral, Mame, 1972, pp. 117-158.
147
JEAN-lIIIARIE AUBERT
148
2.
NATURALEZA y
OBJETIVIDAD
JEAN-MARIE
AUBERT
No es ste el lugar apropiado para resumir los avatares mltiples del concepto de naturaleza (y por tanto de ley natural o
derecho natural) que reviste sentidos muy numerosos y por ello
constituye una verdadera trampa semntica llena de ambigedades. Partiendo del sentido utilizado por Santo Toms en materia de moral, pOdremos entender mejor las reducciones de sentido y las diversificaciones de las cuales este concepto ha sido
vctima posteriormente.
Entre una multiplicidad de empleos 11 en Santo Toms, aqul
que mej or viene al caso aqu define la naturaleza como sinnimo
de la esencia del ser humano en tanto que es fuente de actividades humanas. Pero con algo de particular, que hay que subra-
yar: el concepto general de naturaleza, por el hecho de ser aplicable a todos los seres, desde el mineral hasta Dios (se puede en
efecto hablar de naturaleza divina), es esencialmente analgico;
de no serlo, correra el riesgo de ocultar gravemente el abismo
9. As Hans KNG, en Etre chrtien (traduccin), Pars 1979, p. 269 (negacin de la ley natural).
10. Para ms detalles sobre toda esta cuestin, nos remitimos a nuestro
largo artculo Pour une hermneutique du droit naturel, en "Recherche de
Science religieuse", 3 (1971) pp. 449-492.
11. Se halla la lista en el Thomas-Lexikon de SCHULTZ, pp. 509-514.
150
ontolgico que separa estos seres, mediante la aplicacin del mismo concepto a las criaturas y al Creador, o a los seres corporales
como a los espirituales. Adems, como se ver ms adelante, es
el olvido de esta analogla lo que ha acarreado, a menudo, una
reduccin del concepto de naturaleza, aplicado al hombre de modo univoco.
Ahora bien, tomado en sentido unvoco, el trmino naturaleza
designa espontneamente aquello por lo cual una realidad queda
bien definida, encerrada en sI misma, con la posibilidad de ser
"clasificada" definitivamente como objeto. Entonces, tomado en
este sentido corriente, este trmino "naturaleza", difcilmente es
aplicable al hombre 12. En tanto que espritu encarnado e interio-
De Verttate, 1,1.
151
JEAN-MARIF AUBERT
LOTTIN
en Morale fonda-
15. Esta apertura hacia una exigencia tica de desarrollo, por tanto de
explicitacin de virtualidades, ha sido muy precisada por Pablo VI en la Populorum progressio, n. 16: "El crecimiento humano constituye un resumen
de nuestros deberes". Cfr. el comentario que hemos hecho sobre esta encclica en la edicin francesa del documento, Ed. Fleurus, Paris 1967, p. 169.
b)
a la generalizacin de una concepcin unvoca de la naturaleza humana, de una naturaleza compacta y cerrada, hecha a imagen de la naturaleza de los seres puramen te corporales, de una realidad dada una vez por todas y
por lo tanto determinada ad unum. Esta reduccin, que hallamos tanto entre los filsofos profanos como entre los telogos que
han cado bajo su rbita, corresponde por otra parte a la necesidad de contrarrestar el peligro del subjetivismo derivado del pensamiento kantiano, negando la posibilidad de conocer lo real en
s. Para evitar este riesgo, la mayora de los autores, y sobre todo
los moralistas, adoptaron instintivamente una u otra de dos
acepciones de naturaleza muy poco tomistas. La primera circulaba en el ambiente filosfico de la Escuela del Derecho natural
donde, dentro de una perspectiva racionalista, de tipo platnico,
la naturaleza era concebida como un modelo abstracto e irreal,
situado fuera del tiempo y de la historia, y del cual se haban de
sacar (o justificar despus de hecho) todas las reglamentaciones
jurdicas. La otra concepcin, que perdur durante mucho tiempo, se situaba dentro del cuadro del dualismo cartesiano que opona el pensamiento libre (res cogitans) a la naturaleza limitada
a la corporalidad (res extensa). El trmino naturaleza, aplicado,
pues, al ser humano, s610 poda significar en l lo que dicho ser
guardaba en comn con el mundo animal y material, es decir,
lo menos especficamente humano que hay en l. El trmino naturaleza, as concebido, ya no poda designar la esencia del hombre (cuerpo y alma a la vez), sino s610 el hecho corporal. Comprendemos entonces, vista la generalizacin de este concepto cartesiano en nuestro universo cultural moderno, que para muchos
de nuestros contemporneos, ya no tiene sentido ver una norma
moral en la naturaleza, dado que este trmino no incluye la realidad espiritual del hombre. No se insistir lo suficiente sobre el
equvoco as sostenido por la utilizacin de este concepto, sino
en la medida en que volvamos a introducirlo dentro de una metafsica del ser respetuosa con la apertura espiritual del hombre.
c)
XVII,
Comprendemos, pues, que este abandono, relativamente general, que se contempla entre nuestros contemporneos (fuera de
JEAN-MARIE AUBERT
- - - - - - - ------------
algunos crculos de juristas y telogos tradicionales, asI como entre los actuales defensores de los derechos del hombre), con respecto al concepto de naturaleza, haya podido dejar abierta la va
que conduce a todos los errores. Y de hecho la generalizacin de
esta concepcin cartesiana de la naturaleza o su interpretacin
idealista -sin hablar de su empleo unvoco por parte de algunos neoescolsticos- ha provocado unas reacciones vigorosas de
rechazo por parte de los pioneros de las ciencias humanas, cuyo
arranque en el siglo XIX coincidi con la decadencia metafisica,
de una metafsica que haba perdido el sentido del ser y por lo
tanto el verdadero sentido del hombre 16.
La invocacin de la naturaleza, o de una ley natural, no poda entonces parecerles a estos representantes de las ciencias
humanas sino como un vestigio de la era metafsica declarada
como terminada por Auguste Comte. El despegue de las ciencias
positivas del hombre tuvo, como consecuencia inmediata, el descrdito de las construcciones de un racionalismo abstracto y
apriorstico en moral, que ignora el hombre real. Pero lo ms
grave del asunto fue el hecho de que las nuevas ciencias (sociologa, etnologa, antropologa cultural, psicoanlisis, etc ... ), hallndose ante la plaza vacante, abandonada por una moral sin
fundamento en una metafisica del ser, no tardaron en ocupar el
sitio, en presentarse como la nica fuente de la regulacin tica.
De una tica que, desde alli, perda su objetividad y su universalidad. He aqU, sin duda, una de las causas ms claras del relativismo moral de hoy: siendo el objeto de estas ciencias el estudio de los hechos, son estos mismos hechos, elaborados en teoras, los que quedan propuestos como normas. Y vemos que con
cada nuevo descubriimento (puesto que estas ciencias progresan)
y segn el antojo o la moda de las distintas escuelas o teoras, las
normas propuestas sufren variaciones con arreglo al capricho de
cada individuo. Un ejemplo de esto nos proporciona el descubrimiento, por parte de la sociologa y la etnologa, de las condiciones socioculturales que explican la existencia de la poligamia entre ciertos pueblos. Ahora bien, una cosa es explicar a la luz de
16. Esta deshumanizacin del concepto de ley moral queda de hecho adoptada inconscientemente por un telogo moderno que pretende ser un critico;
escribe Hans Kng: "el servicio del hombre tiene prioridad sobre la observancia de la ley" (o. c., p. 285), mientras que el mejor servicio del hombre
pasa por la ley; cfr., sobre esto, nuestra comunicacin al Congreso Internacional en el VII Centenario de Santo Toms (Roma-Npoles 1974): La libert
du chrtien lace aux normes thiques, en Actas del Congreso, 5. val., Roma
1977, pp. 28-49.
154
grfico, sobre todo en los pases desarrollados 17, viene a confirmar, a posteriori, la postura de la Humanae vitae. Por otra parte, he
aqu que algunos telogos parten del hecho de la generalizacin
de las prcticas contraceptivas para sacar de ello, falsamente, su
legitimidad objetiva.
En cambio, estas ciencias humanas, tomadas como lo que son,
es decir, como planteamientos, cada una segn un ngulo particular, con respecto a la compleja realidad humana, pueden prestar un servicio inmenso al moralista, en la bsqueda del conocimiento de las condiciones exactas en las cuales se plantea un
problema moral, para poder desde alli juzgarlo y solucionarlo mejor. Pero no les toca a las ciencias humanas el papel de erguirse
como sustitutos del juicio moral que viene de la razn humana
(iluminada, para el cristiano, por la fe), de la razn humana que
es capaz de conocer las exigencias ticas fundamentales de la
naturaleza humana. As, el conocimiento, gracias a la sociologa,
en torno a las causas de la criminalidad y sus vnculos con la
urbanizacin o las desigualdades sociales, permite al moralista o
al responsable del bien comn luchar ms efectivamente contra
esta lacra. En resumen, las ciencias humanas no fundan el juicio
moral, sino que le dan una ayuda y una eficacia ms grandes, sobre todo cuando hay que enfrentarse a nuevos problemas.
Hay que decir, a pesar de las apariencias, que la mejor objetividad para el moralista ha de buscarse en la formacin del juicio tico, con una preocupacin con respecto al hombre real. Ciertamente, las ciencias humanas son objetivas tambin, pero dentro
de un campo limitado y de lo que se puede observar cientficamente. Slo una verdadera filosofia del ser puede dar al moralista la percepcin del bien que se ha de buscar, con vistas a un
futuro mejor para el hombre.
Fe y razn en moral
JEAN-MARIE AUBERT
------------------------------------------
158
b)
Magisterio y moral
15,9
JEAN-lIIlARIE AUBERT
qu contenido tico tiene que tener dicha vida para poder lograr
ese fin. Por tanto, en todo acto tico, desde el momento que el
hombre compromete lo mejor de s mismo, su pensamiento, su voluntad y su libertad, su salvacin queda asimismo comprometida,
y con ella la competencia de la Iglesia, signo en el mundo de esa
nica salvacin" 21.
En conclusin, hemos de reconocer que el problema de la objetividad de la ley moral est en el centro mismo de la vida
cristiana, no como una coaccin extrnseca al hombre, sino como
una exigencia que surge de lo ms profundo del ser humano y que
se propone a su libertad como una vocacin que tiene que cumplir, bajo la mocin del espritu de Dios. Dicha objetividad es asimismo la garanta de que las decisiones ticas, tomadas en conformidad con la ley moral precisada por la ley positiva de la
Iglesia, no son el fruto de un albedro engaador, sino que ataen al ser humano en lo ms profundo de su realidad, la de criatura de Dios llamada a participar en la vida misma de Dios. Y
el amor-gape que est en el centro mismo de esta progresin,
como efecto de la graCia del Espritu Santo difundida por Jesucristo, y anunciada por la Iglesia, constituye la realidad ms objetiva que se pueda concebir, puesto que es el mismo Dios que viene a nuestro encuentro, invitndonos a responder a ese don mediante nuestra propia realidad objetiva, la que queda significada
por una vida moral, que forma el tejido de nuestra existencia
cotidiana iluminada por ese mismo Amor.
Esta existencia cristiana, en su banalidad, se transforma entonces en una participacin en la vida misma de Dios; es lo que
le gustaba recordar a uno de los maestros de la espiritualidad
moderna, cuya personalidad est tan ntimamente unida a esta
bella Universidad de Navarra, Mons. J. Escriv de Balaguer: "Os
a,seguro, hijos mos, que cuando un cristiano desempea con amor
la ms intranscendente de las acciones diarias, aquellO rebosa
de la transcendencia de Dios" 22.
21. Extracto de nuestra obra Pour une thologie de l'age industriel, Cer!,
1971, 318 pp.
22. Entretiens avec Monseigneur Escriv de Balaguer, Fayard, Paris 1969,
p. 116.
1.60