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La Ausencia VERDU

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El sentir melanclico en un mundo de prdidas

Cualquier forma de reproduccin, distribucin, comunicacin pblica o


transformacin de esta obra slo puede ser realizada con la autorizacin de sus titulares,
salvo excepcin prevista por la ley. Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos
Reprogrficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algn fragmento de esta
obra.

Nota preliminar ................................................ 13


Prefacio ............................................................ 17
1. Desaparicin total ................................. 19
Condenarse a ser feliz ........................ 21
Ciegos mercados ............................... 23
II. La volatilidad de lo visible ..................... 25
La cultura de arena ........................... 27
El hogar desnudo ............................. 30
Lastre cero ...................................... 32
Pantallas para pantallas ...................... 34
III. La atraccin del cielo ............................ 37
Espejos transparentes ......................... 38
El avatar da vida ............................. 42
IV. Blanco y gratis ...................................... 45
El miedo mortal ............................... 47
Todo gratis ..................................... 48
Y la nube ................................... 51
V. El luto poltico ...................................... 53
Las mentiras polticas ......................... 54
El circo vaco ................................... 58
VI. Los relmpagos ...................................... 63
La cultura corta ................................ 64

El texting total ............................... 68


El saber de la fisura .......................... 72
VII. La mirada del vaco ............................... 75
La ausencia del amado ....................... 79
La visin de la ceguera ....................... 80
La creatividad de la escasez ................. 82
El prestigio de la lejana ..................... 85
VIII. Msicas para recordar ............................ 87
Msica o nada ................................. 89
El valor del silencio ........................... 92
IX. Proyectos sin fin .................................... 95
Los hijos solos ................................. 98
X. El mar de la melancola ......................... 107
Oros y heridas ................................. 110
El consom melanclico ...................... 112
El alumbrado mgico ......................... 114
XI. El plomo del yo .................................... 119
El lujo de la pareja ........................... 122
El hacinamiento nos mata ................... 124
XII. La identidad lejos de m ........................ 129
El espejo y yo ................................. 131
El ojo del otro ................................. 138
XIII. El amor negro ........................................ 143
La pareja que se va ............................... 153

XIV. Las voces del dolor ................................ 157


El consuelo del dolor ............................. 161
El bien del dolor .................................. 163
Vivir sin sufrir? .................................. 165
XV Agua para olvidar .................................. 169
La contumacia del agua ......................... 171
O estargordo ....................................... 172
Las puertas abiertas .............................. 175
XVI. La elegancia de la muerte ...................... 179
Los que han muerto .............................. 181
Los libros de los otros ............................ 184
La piedra funeraria ............................... 187
El color del veneno ............................... 190
Eplcgo ............................................................ 193

odo libro bien nacido nace del corazn.Y el corazn, en mi opinin, es


quien lo lleva, lo vigila y lo alimenta.
Concretamente esta obra, un testimonio de biografa antes que de bibliografia, fue
impulsada, al principio, por la fuerte ausencia que excav a mi alrededor la muerte de mi
mujer y cuya oquedad pesaba incluso ms que las toneladas de cario que conservaba y
mantengo vivas.
De ese julio de 2003 hasta ahora han pasado ms de ocho aos, pero queriendo,
alguna vez, hablar de ese dolor, se extraviaba la ocasin, ahogado como estaba en la
dolencia o, simplemente, flotando sin proyecto.
Fue, ms tarde, cuando pude distanciarme de esa relativa invalidez y llegar a pensar
que de ausencia padecemos todos, cuando, con el carioso estmulo deYmelda Navajo en
2010, comenc la tarea de llenar estas pginas.
La ausencia entonces, ya en plena crisis econmica y social, significaba tambin la
falta de casi todo, desde el conocimiento suficiente para afrontar el problema a la paralela
ausencia de trabajo, de liqui dez, de lderes, de confianza, de moral y de muchos otros
importantes asideros.
Del contenido de mi corazn al contenedor de la Gran Crisis. Empezaba
expresndome en trminos particulares y la letra rebotaba en circunstancias sociales;
trataba mi ausencia, examinaba su valor y notaba que la emocin primera y personal, cada
vez ms esparcida, funcionaba en la meditacin como el discurrir de este vehculo que
siendo de un lado un libro es de otro un fuerte pedazo de vida. La ausencia, tratada as
durante intensos meses, permiti tambin filtrar la arena y crear el contraluz de la
presencia. Y del presente. Este presente global privado de ideas, poblado de fantasmas y
anorexias, eviscerado de fe, antesala del fin mortal de una poca.
En definitiva, para ayudar a que se entendiera mejor este texto he credo necesario
contarlo, aun brevemente. Todos los libros, por lo dems, son mejores si alguien, antes, nos
los cuenta habindolos sentido.
Estas pginas empapadas de su primer motivo empiezan refirindose al hecho de la
ausencia en cuanto un mal global de nuestro tiempo. Ausencia moral e instrumental que se
padece en casi todos los rdenes a travs de la prdida de referentes, de ideas y de
remedios. Pero este anlisis, que quizs no hubiera abordado con tanta conviccin en otras
circunstancias, en la segunda parte del libro, refiere la emocin de la ausencia en de este
modo el libro se confiesa.Todos los libros necesitan, al cabo, confe sar su procedencia

emocional, se trate de libros de literatura o de medicina. En mi caso, de uno y otro


territorio, literario y medicinal, emocional y crtico, se componen estas pginas, mitad
sociologa de la experiencia y mitad experiencia a secas.

a ausencia es una vscera.Y no posee lugar exacto puesto que,


efectivamente, se trata de la misma ausencia.
Pero el lugar ausente de la ausencia, sin embargo, palpita, saliva y existe. Est y est
vivo. La ausencia conduele, clama, desconsuela y, en consecuencia, manifiesta el malestar
de su ser. Un ser nacido del malestar. Un ser nacido del malestar hasta llegar a no estar.
Bien o mal, no estar en absoluto.
No se localiza, pues, en punto alguno, y aun palpitando en el organismo, es
imposible de extirpar. Paradjicamente, una supuesta extirpacin de la ausencia conducira
al reforzamiento de su entidad. De hecho, cada vez que en la ausencia se interviene o
apenas la memoria la roza, su condicin se remueve y baa su entorno de un vmito
presencial. Cada vez que sobre la ausencia se recae, aun siendo dulcemente, su volumen
aumenta como un cosmos. Posee as el comportamiento tan monstruoso como infeliz de los
animales que ante un acecho se hinchan y, empeorando su apariencia, se vuelven ms
temibles y dificiles de mantener nuestros sentidos en l.
No hay nada dentro de la ausencia. No hay otra cosa dentro de la ausencia que la
nada que segrega nada, desesperacin e impotencia. Ni un sonido ni una vibracin, solo la
silenciosa ondulacin de una nusea que nace como parte del fondo de la ausencia. Y no se
conoce supuesto que pueda taponar esa boca visceral y su ahogo de vida y silencio
actualizados. Ella misma es, por definicin, el silencio y el recuerdo en vivo.
No est en ningn lugar, no dice sino el silencio, no expresa sino el borbotn
doliente de la nada. Ni puede verse ni puede asirse, tal como un condenado sin rescate ni
redencin.
Su funcin orgnica, puesto que se trata al fin y al cabo de una vscera, es
comunicar sin trueno lo fisico con lo metafisico, la realidad con su imago, su permanencia
con el tormento de una figura que se abulta en el revs caudal de lo que no se ve.

os investigadores han logrado un material que, al aplicarse como una capa,


hace invisibles los objetos que cubre. En los trabajos de invisibilizacin publicados en las
revistas Nature y Science la segunda semana de agosto de 2008, los expertos afirmaban
que, aun siendo un gran paso, la composicin empleada es difcil de fabricar y su efecto no
es tan espectacular como el que se contempla en las pelculas de Harry Poner. Pese a ello,
no se descarta llegar a conseguirlo en toda su perfeccin. El material aplicable ahora se
compone de xido de aluminio con nanocables de plata y es diez veces ms fino que el
papel. Su sueo es la produccin de una antipresencia o, lo que sera lo mismo, la ubicacin
del todo en la inalcanzable y fina abstraccin de la ceguera.
La sensacin de ausencia caracteriza significativamente esta poca. Ausencia antes
y durante la Gran Crisis. Ausencia en el horizonte imaginable tras ella. Desde un mundo
que acaba a otro que apenas se atisba cunde una atmsfera vaca o vacindose de proyecto
y valor.
La religin hundida, las utopas evaporadas, los valores extraviados, las jerarquas
abatidas, la autori dad refutada, los padres desnortados, las instituciones desacreditadas han
compuesto un crculo que recalca, por su lado, la patraa del arte, el fin de la confianza y el
empleo fijo, el arrasamiento de casi cualquier afianzamiento o, en consecuencia, el
predominio del vaco, la vacuidad y el peso cero.
El posmodernismo fue, desde finales del siglo xx, la palabra ambigua que tapaba el
desorden y designaba lo que en verdad no significaba tras el fin de la modernidad. El fin de
la modernidad y con ello la caducidad del arsenal de referencias seguras. Porque abatido el
sistema de certezas, en su lugar apareca un solar.
Para levantar una nueva torre, otro ideal? Nada de nada. Un solar vasto destinado a
especular. Especular o crear mediante un delirio de imgenes repetidas, reflejndose entre
s, el colapso de lo mismo obcecado en lo mismo: la Gran Crisis de poca, y no solo
financiera, sino la Gran Crisis de un destino despojado de sentido y alzndose el futuro
como una figura blanca en la que se funden el no saber qu hacer con el no saber qu creer,
Otro mundo es posible. Otro mundo que gana prestigio gracias a su ausencia. No
habiendo nada aqu, es probable que no haya tampoco nada all, pero la dificultad de
comprobacin es tanto mayor cuanto ms lejos se sita el vaco.Y por aadidura, el
acuciante anhelo hace ver en la ausencia la promesa de toda salvacin. La extraa
espacialidad por la que discurrimos ahora sera as igual a un mundo que, perdida su
sustanti vidad, vive en la contingencia, grave o banal, arbitraria en fin, balancendose en el
fulgor de la ausencia. Una ausencia que, de seguir imperando, terminar por diluir cualquier
residuo y provocar un vuelco por el que el cuerpo deducir, de su insoportable angustia, el
impulso para rehacer la calidad del men.

Condenarse a ser feliz


Cuanto ms rica es la sociedad, ms aumentan los desechos. Cuanto mayor es la
ganancia, mayor es el desperdicio. Esta ecuacin que ha regido toda la historia se corrige
ahora con la tajante orden de hacer desaparecer los restos. Las sociedades ms atrasadas
seran aquellas a las que se les notaran los detritus, puesto que en las avanzadas
funcionaran tcnicas de degradacin orgnica hasta la asntota cero.
Ejemplarmente, respondiendo a las reglas de la nueva tica, la revista de publicidad
Creative Review del Reino Unido utiliza un producto para envolverla llamado Harmless
Dissolve (desintegracin inofensiva) que tiene la misin de acabar definitivamente con
la cosa.
Acabar definitivamente con ella y desde su interior, puesto que si bien ese material
puede disolverse por completo en agua a sesenta grados, tambin podra desvanecerse
echndolo a la basura y al rozar se con los dems productos orgnicos que tambin se
dirigen a la putrefaccin.
Estos envoltorios de tanta vocacin por hacerse nada se producen precisamente a
partir de fuentes sostenibles y renovables, fuentes eternas, sin muerte ni fin, como son hoy
el maz y el almidn de patata. Batalla, en general, contra las huellas de lo que se adquiere,
se consume y hasta se expulsa. Las sobras pasan as de ser una seal de superabundancia a
convertirse en el ndice de la miseria de la civilizacin.
En general, todo lo que en los entornos del siglo xxi naci de dispendios sin tasa se
convertir en excrecencias difciles de soportar.
Damien Hirst y sus presuntas obras de arte cuajadas de piedras preciosas, sus
carneros calzados de oro, sus calaveras pobladas de diamantes, cmo no iban a llevar
consigo la semilla de su propia muerte? El derroche es igual a la profusa hemorragia del
valor: la anemia del arte, la falta de liquidez, el rgor mortis del sistema. Por el contrario,
los peinados de onda blanda, la condescendencia, la llaneza, los colores leves, los gastos
dbiles, la relajacin, la distensin, la cooperacin, los biocombustibles, el mundo
descargado de ansiedad y de peso propician un ambiente donde la calma ir creando un
espacio ms humano y callado, y frente a la ya patolgica obligacin de divertirse, gastar,
trabajar sin freno, tomar pastillas o condenarse a ser necesariamente feliz.
Ciegos mercados
En medio de la impotencia, la ignorancia y la incompetencia poltica se dice que la
responsabilidad de esta Gran Crisis se halla en los mercados. Pero qu mercados? Dnde
estn? Quines son? Por qu son nuestros enemigos y nos atacan? Qu podra
disuadirlos?
Lo caracterstico del mercado es su abstraccin. Pero, adems, lo capital del
mercado es su falta de razn, su delirio, candente.

La naturaleza del mercado, siendo tan abstracta, pertenece al orden de lo inefable y


forma parte natural de lo inexplicable porque, de otro modo, siendo parte de un
pensamiento lgico, podran ensayarse negociaciones para hacerle entrar en vereda y en
efectos de buena fe.
Sin embargo, la razn que nos hiere o que nos mata forma parte del extraviado,
excntrico o ilocalizable organismo. Los mercados enloquecen o nos hacen extraamente
libres, desorbitadamente ricos y pobres.
Lo caracterstico, en fin, del mercado es su aparente independencia, su dura
autonoma, su impa precisamente, gracias a sus acciones arbitrarias creemos en su alto
poder. Los odiamos o los amamos sin saber bien qu amamos u odiamos, pero, siendo sus
efectos tan terribles, cmo no suponer en ellos la presencia de Dios? Son ahora nuestros
enemigos sin saber dnde se encuentran; son poderosos en virtud de su invisibilidad
descomunal.
La paradoja de los mercados, buenos y malos, explotadores y liberadores,
verdaderos y falsos, productores y especuladores, es que convierten su entidad en fantasma
y su presencia ms dura y feroz en ausencia feraz y pura. Actan desde lo invisible para
hacerse sentir y desaparecen en lo invisible, como si no necesitaran ocupar lugar alguno. La
ausencia institucional del mercado sera acaso nuestra carencia organizativa, pero ya su
gigantesco efecto, su omnipotencia absoluta, vendra a producir la aniquilacin del todo.
Esta es su ley.
Esta es su apora y la apora del momento en que vivimos. Dejar a los mercados
actuar a su antojo es tolerar una deriva ciega y acaso exterminadora. Controlar los
mercados, dotarles de rganos polticos para orientar su proceder es, ya hoy, cuando la
poltica hiede, entregarlos a manos de instancias que han demostrado su descomposicin, su
desvencijamiento y tantos otros achaques de su vejez. El mundo decide su futuro en esta
encrucijada de la crisis en donde lo asible y lo inasible, la realidad de miles de millones de
dlares y la irrealidad de miles de millones de dlares conmutan sus papeles de verdad y
ficcin en un torbellino en el que los bancos centrales y todas las mastodnticas
formaciones vuelan como el papel moneda, que en su profusin, proliferacin e
hiperfabricacin se comporta como papeles sin letras, panfletos ciegos de una revolucin
capitalista que se funde en el tumor de su pltora, una y otra vez.

a Siggraph, la mayor feria de muestras dedicada a las imgenes generadas


por ordenador y otras tcnicas interactivas, transform en 2008 la pantalla en habitacin.
Lo visible en lo vivible. Adems de los adelantos estereoscpicos en la televisin o en las
pantallas de ordenador, unos videojuegos de NeuroSky y Emotv Systems ofrecieron
programas capaces de incorporar al juego la lectura de las ondas cerebrales del jugador e
incluso complementar los gestos de su avatar con sus reacciones faciales. La acomodacin
del pensamiento a la nueva situacin y de la accin a la reordenacin del pensamiento
creara un resultado de fluidez y readaptacin semiinstantnea.
Todos quisimos acceder a tener nuestra propia casa pero una casa propia lleva
consigo la fijacin en un lugar. Significa atarse a un territorio y, con ello, fijar lazos de
afecto con la barriada. El complemento, prcticamente obligado, es disponer de un trabajo
no muy lejos de all.
Qu sucede, pues, cuando el trabajo escasea y se hace necesario buscarlo lejos, no
se sabe en qu cantn? La primera consecuencia es que vivir de alquiler sera lo ms
conveniente, mientras que poseer la casa en propiedad representara un lastre.A la
volatilidad del empleo y la imprevisibilidad de su evolucin debiera corresponder una
disposicin porttil. El alquiler se opone a la propiedad como el divorcio a la
indisolubilidad o como la infidelidad del cliente a la lealtad del parroquiano.
Todo viene a ser la misma cosa. Desplazarse lejos en busca de trabajo acarrea la
prdida de arraigo al territorio original, acenta la individuacin y deshace vnculos
personales. Casi un 17 por ciento de los norteamericanos cambian de residencia cada ao y
con ello tienen amigos en todas partes o en ninguna.
Esta tendencia hacia la propiedad de la vivienda se ha registrado ya en casi toda
Europa con el boom inmobiliario de los ltimos aos, y su deriva no ha dejado de
acelerarse. Coincidiendo, sin embargo, con esta deriva hacia la propiedad inmobiliaria,
favorecida y estimulada por los bancos y sus crditos fciles, ha sobrevenido la crisis. No
ha sobrevenido un monstruo exterior a este benfico deseo, sino un monstruo conjugndose
con la supermasa del mismo deseo, la proliferacin de una misma eleccin masiva que, al
repetirse y multiplicarse, crea, como la apoptosis en el cncer, la trpida enfermedad de la
abastanza.
El estallido de esa burbuja inmobiliaria, su explosin, ha venido a arrancar los
queridos afincamientos y ha generado un sinfin de migraciones errticas en la moral, en el
amor y en las conductas. Y tambin, efectivamente, en la identidad.
La crisis econmica, que empez a manifestarse como una crisis de valores

burstiles y del sistema econmico en general, se extiende ya al sistema global del valor. Lo
inestable frente a lo estable, lo efimero frente a lo duradero, la contingencia frente a la
sustancia, la desesperanza frente a la confianza en el porvenir mejor.Todo lo slido que
pesa mucho pertenece a otra poca. Desde el telfono a los zapatos, desde el gabn al
abrigo, las nuevas producciones tienden hoy a no pesar nada o a pesar poco.
En conjunto, el mundo, descargado de races, se hace ms volandero.Vuelan las
parejas, vuelan los empleos, vuelan los sueldos, vuela casi todo en un torbellino de low
cos.
Una casa propia? As como ya no existe un claro cabeza de familia -hombre o
mujer-, no hay familia que pueda asentarse. O que, asentada, pueda aferrarse al lugar.
Frente al notorio peso de las ferramentas industriales del siglo xx, ha llegado el flaco perfil
de los mviles escurridizos. El mundo se desliza hacia un estadio del que no se conoce bien
su carcter pero que perder sin duda comparecencia y profundidad.
La cultura de arena
La idea fija, la fe de hierro, la obra maestra han dejado de ser elementos ajustados a
la actualidad. Ms bien se tratara de adoptar una actitud laxa para que el sujeto y su objeto
se relacionen de forma ms diversa.
En lugar de calificar lo voluble de deshonroso y la veleidad de alma de cntaro, lo
voltil ha alcanzado su rango de pura contemporaneidad.Y esto podra resumirse en el
hecho de la hipervelocidad, porque, como consecuencia de ella, lo sustancial puede ser
demasiado pesado para circular deprisa mientras lo circunstancial es lo idneo en la marcha
del convoy.
Las divisas suben y bajan, los valores financieros se agrandan o se arruinan en una
espiral de audacias, delitos y miedos globales.Y no son estos factores negativos o positivos;
solo son nudos, hubs, del universo que tejen la obra de la actualidad.
De este armazn se desprenden esquirlas humanas, pedazos de orden, pero, sobre
todo, un sistema que fabrica, con terrible velocidad y dureza, verdugos y vctimas. Vctimas
-humanas o noque no deben considerarse ya subproductos del sistema, sino oportunas
materias primas para el reciclaje, combustibles para la siguiente jugada que trace, aun
superficialmente, el camino para seguir despiertos de noche y de da, de un confin al otro de
la irrealidad.
La desorientacin, el caos, el extravo del valor o el pudor. Cualquiera de estas
condiciones o todas ellas pueblan el mundo de la economa, la poltica o el arte. As, de la
misma manera que no hay centro para los mercados de divisas, ni lugar para los mercados,
ni explicacin para la cotizacin, se han desvanecido tambin los cnones que permitan
hacer caer el peso de la ley sobre cualquier delito. Las producciones se cruzan en una
madeja que hace dificil diferenciar la pintura del diseo, la literatura de calidad y la de
consumo, el cine de entretenimiento y la exigencia del buen cine.

Optimistas y pesimistas, apocalpticos e integrados, bucean dentro del mismo caldo.


Ser, pues, indiferente manifestarse a favor o en contra de esta cultura-mundo que ha roto
con el pasado y lo expurga de su identidad.
La posmodernidad de Lyotard, la hipermodernidad de Lipovetsky o la oscuridad
lquida de Bauman se caracterizan por el desprendimiento de bultos y por el vuelo hacia
ningn lugar. De tal viaje areo se deduce, por tanto, nuestro vrtigo.Y de tal vrtigo se
deriva el mareo, la especulacin, el crash.
No saber a dnde se va a parar o cunto paro debe incluirse ha llegado a ser la
cantinela de la poca. De un lado, esta confusin alude a una suerte de tempestad de arena
y, de otro, la desorientacin evoca un desierto donde los espejismos impiden ver el final del
final.
La cultura-arena vuela y se filtra por mil resquicios en un producto dificil de
aceptar. Todo es cultura, desde la educacin a los toros, desde el videojuego a la sexualidad,
desde la sexualidad a la familia y desde la familia a Ikea. Somos ms o menos cultos en la
medida en que participamos de este panach en alborotado estado de coccin. Somos seres
vivos, cotizables, en la medida en que siendo voltiles y mortales podemos todava producir
y viajar ms.
El hogar desnudo
A qu otra cosa no alude el armario sino al almario, y la consolacin a la
consola? O cmo no constatar la asociacin, de un lado, entre muebles pesados y
periodos de economas estables y, de otro, muebles desmontables en economas
especulativas o voltiles? El mueble desmontable solo se ve singularizado en la exposicin,
pero en el trayecto hasta el hogar es solo un paraleleppedo cualquiera. Este intervalo en el
que el mueble recin adquirido significativamente no est anticipa, an toscamente, el
vaticinio del diseador Isamu Noguchi, que dijo: Con el tiempo, terminaremos
librndonos de los muebles (El Pas, 9 de febrero de 2010).
Librndonos de los muebles? Cul es su incomodo? Cul es su tirana real?
Sencillamente que ocupan el espacio y reducen el vaco de la habitacin, se interfieren con
nuestros propios deseos de quedar en blanco y sin referencia alguna. La moda
complementaria que representan hoy los objetos extraplanos (en mviles o en televisores,
en tabletas, en chapas de cocinas o de automviles) tiende a dirigir el viaje general hacia la
nada. Lo extraplano anula la oratoria del diseo, allana la liturgia de la esttica, cambia el
espesor de la belleza por el grado cero de su esttica, hace pensar naturalmente en no
pensar.
De este modo, con la nada como patrn elegante, los muebles y objetos buscan
ausentarse para dejarnos su lujoso vaco, pero ese lugar, abandonado, se con vierte en una
sede para no estar, apropiado por lo que no se ve ni se toca, regido por lo que no alude ni
conversa. No sirve sino como un pequeo monumento simblico a la ausencia, presagio en
piezas de una amplia y extraa desaparicin.Y desaparicin no ya a la manera de una
muerte dolorosa y negra, sino, como expresa por excelencia la creciente desaparicin del

libro y del espejo grande en los hogares, desaparicin o ausencia acordes con las mgicas
conquistas de la electrnica y la mstica de la digitalizacin.
El mundo se desviste de objetos palpables, se descarga de espesura para ingresar en
una fase de desmaterializacin constante: virtual en los juegos de guerra, inasible en los
juegos econmicos, invisible en las conspiraciones polticas, divertido en el sexo y ldico
en lo moral.
No hay contenidos ni conceptos que pesen demasiado. Y tambin los medios pesan
cada vez menos. La cultura deja de ser la grave entidad que nos acompaaba fsicamente
(en las libreras, las galeras, las salas de cine, los museos) para hacerse un vaho errante por
todas las pantallas sin profundidad, por todas las fachadas de vidrio y sus vinilos.
El peridico o el libro vuelan a la nube de la red, los cuadros se esfuman en el netart, la pelcula ms comn es la pelcula pirata y, en general, todo el comercio se desarrolla
en el vaco de la red sin empleados ni empleadas. No nos movemos y todo est aqu. Nos
movemos y casi todo nos acompaa en un delgado y menudo artefacto que nos dispara a la
velocidad de la luz.
Nos morimos, en fin, y nada de la cultura que fuimos (o creamos ser) nos entierra
porque, en realidad, sin pesadas pertenencias, sin los libros que nos han ledo, sin muebles
que simbolizan nuestra identidad, es imposible grabar la sepultura.
Sin libros, sin revistas, sin diarios, sin panfletos nos quedamos literalmente sin
papel que interpretar. Nuestra representacin histrica ha terminado. Ha concluido nuestra
representacin del mundo y tambin nuestra poltica representacin.
Lastre cero
En 2001 la Universidad de Harvard concluy que para conseguir empleo no era ya
tan importante saber mucho de una determinada especialidad. Lo ms decisivo es mostrarse
curioso, despierto, flexible y emptico. Con ser emptico, simptico, flexible y despierto se
adelantaba mucho ante la mayora de los empresarios, quienes lograran as, al contratarlo,
disponer de trabajadores ms apropiados a la cambiante condicin de la produccin actual,
mayoritariamente basada en artculos y contactos personalizados.
Lo importante, pues, en una economa de servicios altamente dependiente del trato
personal, sera tanto la prestancia fisica y la apertura mental como la capacidad para
hacerse cargo de las fluctuaciones en las demandas. El empleado de una pieza
significara hoy la anttesis de lo mejor. La representacin en cuanto pieza de una
economa mecnica y no electrnica; industrial y no de servicios.
Los amateurs y no los profesionales, los advenedizos y no los veteranos son los
elementos idneos para promover la invencin y la captacin de nuevos clientes. Esto, por
un lado. Por otro, complementariamente, crece la cotizacin de todos aquellos candidatos
que denoten un lastre cero.

El candidato de lastre cero sera el individuo de pocas o dbiles races,


geogrficas, familiares, polticas o religiosas. Se trata del individuo que aceptara cambiar
de funcin sin protestar, que admitira nuevos horarios sin trabas y se prestara a
desplazamientos sin resistencia. Se hablara, en suma, de un empleado que, desprovisto de
un eje vivencial, fuera adaptable con facilidad y disposicin mximas.
Este nuevo empleado piensa y prefiere pero no se encalla en sus elecciones; se
aboca a lo que hace en cada momento pero sin vincularse con el nfasis de la vocacin.
Juega con todo con espritu deportivo, sea por la compensacin econmica, sea por la
disposicin vivencial a probar y desafiarse ante varias cosas.
Pronto, como era de esperar, han aparecido escuelas, coachs y ediciones de
autoayuda para conseguir aproximarse a este producto humano que tambin, como puede
deducirse, valdra ms sin pareja que con ella, ms si no est enamorado que estndolo.
Es mejor que sea un padre sin hijos o sin ascendientes a su cargo que con ellos. Ser
idneo, en definitiva, aquel que viva en un espacio sin proyecto definido y listo para bogar
en una u otra embarcacin. Habr candidatos ms formados, capaces y laboriosos que otros,
pero todos los factores de la produccin, incluido el individuo, tienden al mayor grado de
fluidez. As se logra tanto el ideal de la adaptacin ms inmediata como la posibilidad de su
ms rpida liquidacin.
Pantallas para pantallas
A lo largo del planeta, la televisin de las maanas realiza un servicio particular
sobre millones de seres particulares, pero tambin realiza un servicio general sobre
infinidad de espacios y seres igual a cero.
Matinalmente, el mundo se halla cubierto por las pantallas de esa emisin liviana e
insignificante que sin apenas pblico decide a imagen de incontables salas de estar, el
sonido sobre innumerables bancos de cocina, la cantinela de infinitas habitaciones de
hospital y de solitarias emisiones colgantes sobre las barras de bares y los pubs vacos.
Nunca la televisin es quizs ms autntica que durante ese tiempo en vano. Nunca,
adems, ser ms verdadera que cuando, por su cuenta, sin miradas ajenas, discurre
autnomamente y se comporta como un servicial suceso para s misma.
En hogares que tienen presentes los programas para cada hora siendo acaso
desocupados o enfermos, el tiempo pertenece a la pantalla y estos espectadores, centinelas
de la programacin, son los perfectos re presentantes del consumidor audiovisual cautivo.
No paladean lo que ven, no reciben lo emitido con la menor sombra de inters. Ven y oyen
lo audiovisual sin guarniciones ni excrecencias. Y son, por tanto, consumidores puros
porque tampoco escogen esto o aquello con determinacin, sino que se ofrecen al men que
la pantalla desea. As, al igual que los pacientes de los hospitales tragan con servidumbre y
resignacin los platos de la bandeja, estos telespectadores son pacientes sin impaciencia,
televidentes sin exigencias, elementos basales de la intercomunicacin consumada en el
hecho mismo de la emisin.

Pero tambin, un paso ms es el que se desarrolla como una performance en


aquellas estancias donde la televisin funciona sin que nadie se encuentre en la habitacin y
ningn espectador se halle presente. Esta televisin funciona por entero a su aire o para s.
En su aire, creando su aire y sin ninguna contaminacin exterior.
No hay ojos ni odos ni cuerpo alguno para ella, sino que ella misma se escucha, si
se escucha, o se ve, si se deseara, sin contemplar nada. Su espectculo repetido es el reflejo
de su espectculo desprovisto de funcin.
Sola pero absoluta, sin audiencia pero sin suspensin, sin ojos pero a su antojo, sola
pero a sus anchas y en el mejor de los mundos posibles para cualquier programacin,
incluida no la peor programacin sino la programacin indiferente. Sin crtica ni protestas,
sin juicio positivo o negativo, sin intromisin ni destino. El aparato emisor funciona en el
desarrollo completo de la no funcin. No sirve a nadie, nadie la sirve, no se representa ni
nadie la hace presente. Mejor: su presencia redunda en la ausencia y ella misma es una
ausencia en accin.
Esta entelequia, en fin, que habita a nuestro lado cumple el sueo ideal de la tele.
Ser para s y en s. Ni proporciona ventajas a su dueo a la manera de los trabajos serviles,
ni necesita el aplauso o la condena. Cmaras que graban y transmiten sin mediacin de
nadie y para nadie. Sin la colaboracin directa de ninguna mente ni con la intencin de
llegar a mente alguna. Son como composiciones a-mentales, sementales de s.
Compuestos de un mundo onanista que acaso, gracias a su imposibilidad de
copulacin, determinan la nueva parte creciente del mundo, desprendida de fertilidad. Ella
misma, en suma, realiza el todo de la televisin, sin causa ni fin igual a la invencin antes
de haber sido inventada, igual a la televisin eterna despus de haber desaparecido la
Humanidad.

n Estados Unidos hay una mquina expendedora por cada cincuenta


habitantes, pero en Japn se ha alcanzado la proporcin de una mquina por cada veinte
personas.
La proliferacin de vendings japoneses ha alcanzado este punto promovida por la
circunstancia de que la vivienda va reducindose tanto de tamao que apenas caben los
productos bsicos en su interior. Uno de los artculos que facilitan estas mquinas es, por
ejemplo, el papel higinico, pero tambin los huevos frescos. Las vending proporcionan
artculos de limpieza, juguetera, prendas interiores, material pornogrfico, recargas para
mviles o cebos para la pesca.
A no tardar, las mquinas proveern de todo y conformarn un mundo mercantil al
modo de robots-tenderos. Conformarn una paralela poblacin de comerciantes no
humanos que, al estilo del Tamagotchi, propondr su aliento animista en sustitucin del
vendedor anterior. Una despersonalizacin de la sociedad? Una omnmoda
neopersonalizacin del mundo.
Todo objeto que interacta genera cambios, memoria y amor. O, en general, la
cultura de consumo ha fomentado la subjetividad del objeto tanto o ms que la objetualidad
del sujeto, como trat de mostrar en Yo y t, objetos de lujo (Debate, Madrid, 2005).
Las vending machines del mundo siguen todava conductas rudimentarias porque
solo reproducen el toma y daca de la compraventa, pero existen desde hace aos programas
de ordenador diseados para atender, mediante la interaccin con el cliente, la depresin, la
ansiedad o la paranoia. Softwares que, instalados en aparatos callejeros, podran destinarse
a tratar demandas psicolgicas de urgencia tales como tentaciones suicidas, impulsos
cleptmanos o maltratos a la pareja.
La mquina ocupa la ausencia del otro, licenciado o no. Tal como en los
dispositivos del hotel-exprs, por ejemplo, sin empleado alguno, se atiende a las demandas
de comida y alojamiento.
Cada vez hay ms habitantes llenando el mundo, pero simultneamente el mercado
a gran escala contribuye a que de una u otra forma su presencia interfiera en menor grado la
soledad personal.
Espejos transparentes
El punto de la ignicin solitaria puede representarse en los campos de golf, nacidos
de la nada, pero cuyo efecto expansivo resulta formidable. Efectivamente en torno a

cualquier pradera artificial ha ido brotando un circo de miles de apartamentos adosados.


De este modo, cerca de las costas o no, han ido gestndose necesidades y servicios
mdicos, supermercados y peluqueras, aparcamientos y gimnasios, tan indiferenciables
como annimos. La poblacin, britnica, alemana o sueca, reside all como en un espacio
descaracterizado, libre de toda alteracin. Se divisanjubilados paseando, matrimonios
jvenes conduciendo el coche del beb, gentes que hacen footing.
En estas amplias zonas nacidas como por ensalmo, nadie pertenece a esa tierra ni
tampoco se propone echar races en ella. Es posible que enfermen y mueran all, pero una
vez incinerados toda irrelevancia geogrfica es el postulado y la solucin del teorema. La
especulacin ha creado esta urbanizacin de ligeros espejos transparentes, sin nombre, sin
peso. La construccin es efecto de la destruccin, y viceversa.
Antes, en los momentos de cambio de siglo, las periferias caticas de las grandes
ciudades fueron las espontneas diseadoras del espacio estructural preferido por algunos
urbanistas de moda que lean en su anarqua, su negligencia y su fealdad los trazos
conductores de nuestro tiempo.
La ciudad se generara siguiendo los dictados del accidente. No haba necesidad de
plan que preconcibiera el talante humano de la ciudad y su caracterizacin -como declaraba
el superarquitecto Rem Koolhaas- naca al albur, como un raro organismo crecido por la
sucesiva adicin de circunstancias. La imprevisibilidad sustitua a la previsin, el
incontrolable movimiento al mecanicismo, la biologa a la fi sica, el conflicto a la
organizacin, la libertad de la ausencia a la disciplina de lo presente.
Todo encajaba hace diez aos con los paradigmas posmodernistas que asaltaban la
razn para disear otro genoma emocionado. As se hacan coherentes con la clase de
conocimiento imperante en la ciencia, en la psicosociologa o en la teora de los sistemas
complejos.
La catstrofe resultante daba pie a la contemplacin de la belleza convulsa que
proclamaban las vanguardias. La ciudad se haca a s misma a travs del comportamiento
espontneo de su invertebrada alma. El urbanismo decimonnico y su ilustracin
reglamentaria expiraban en brazos de un posmodernismo tan brbaro como romntico y tan
desenvuelto como revolucionario. El especulador arrebataba su funcin al urbanista y
marcaba la ocupacin de las ciudades, pueblos y aldeas. No importa en qu direccin se
viaje ni en qu rea se detenga la vista, las ciudades se dilatan a travs de porciones que
reptan por valles y colinas, coronan las lomas y siguen su proliferacin al otro lado de los
sotos hasta una autopista sin nominacin.
No hay centro ni lnea de referencia, tampoco una estampa previa que opere como
un escenario de atraccin. El movimiento avanza sin una finalidad determinada porque
efectivamente, a partir de un tramo, las construcciones no se dirigen hacia direccin
alguna.Van unindose o abrochndose entre s bajo la compulsin de aproximarse a una
distancia de imantacin nula. La orientacin pudo deberse originariamente a la relevancia
del panorama, el paisaje de unos pinos o la presencia del mar, pero ms tarde la mancha se

extiende como un cuerpo sin cabeza, sin otra ley que la ocupacin del territorio y la
conexin decapitada con la fase anterior.
Las ltimas urbanizaciones en el litoral no miran ya al mar; mirarn a las anteriores
urbanizaciones que miraron a las anteriores urbanizaciones que miraron a las anteriores
urbanizaciones que llegaron a avistar la orilla. La consecuencia final de este rosario
desemboca en conjuntos alejados de la costa imaginaria que giran finalmente su fachada a
la carretera porque en la tesitura de no ver prcticamente nada se prefiere ver a los coches
pasar.
De esta aberracin son partcipes millones de metros cuadrados construidos y
centenares de miles de viviendas, primarias o secundarias. La especulacin forj esta clase
de estructura habitacional (especular o especulativa) y, en consecuencia, no puede
entenderse al observarla desde su exterior. La inexplicable demanda de tantas residencias
emplazadas en lugares sin gratificacin ser acaso resuelta por la lgica interna de esa
misma construccin alienada, alineada y adosada a otras construcciones y cuya base se
encuentra en el protocolo de la compulsin, el engranaje de la neurosis o la patologa del
urbanismo sin civilizacin.
El avatar da vida
En este entramado de ausencias habitacionales, la red representa el mximo
paradigma de las habitaciones sin cimientos. Los nexos, la relacin interpersonal o
personista crece exponencialmente. Todos estn presentes, congregados en la
globalizacin, como nunca antes, pero a la vez se trata de una descomunal constelacin de
aceptados fantasmas. Centenares de miles de personas en Myspace, quinientos millones de
personas enYouTube, miles de millones en Twitter y otros tantos ocanos de blogueros van
sumando sus nombres intangibles, traducciones de la carne y el hueso en el silencioso
planeta de la ausencia. No se trata, sin embargo, de muertos o espectros de cuyo rastro se
desprendiera un dolor temible o luctuoso, sino de seres tan extraos como impalpables, tan
inesperados como crecientes. Con una particularidad determinante: su apilamiento se
experimentar sin peso, su concierto se escuchar sin ruido, su presencia se corresponder
con el tamao exacto de su ausencia.
Podemos sentirnos multitudinariamente comunicados, pero basta un clic para hacer
desaparecer la red y tener entonces la sensacin de haber abandonado a gran parte del
mundo o haber dictado su desaparicin. La facilidad con que se pasa de lo presente a lo
ausente y de lo ms importante a lo ms trivial determina el peso voluble de la presencia y
de su ausencia. Pero, evidentemente, no habra de terminar en ello todo el gran suceso de la
red. All se vive y se ama, se comercia, se gana o se pierde, pero tambin dentro de la red se
muere.A la vida de la interaccin corresponde la muerte de una interrelacin sin final. La
comunicacin con el internauta puede cesar, pero es el efecto de su distanciamiento o de
su ausencia definitiva?
Con sede en Madison (Wisconsin), Entrustet es una organizacin cuyo fin es
salvaguardar los bienes fisicos y sentimentales de quienes perecen. No es una invencin de
alguien prximo a la muerte, sino la fundacin, en 2008, de unos jvenes, Jesse Davis y

Nathan Lustig, que ponderaron la importancia del patrimonio econmico y emocional que
cada internauta dejara sin destino ni conocimiento al dejar de existir. Fsicamente su
existencia haba terminado, pero quin podra afirmar que all habra terminado todo? Sus
contactos en la red, los filamentos de sus adhesiones romnticas y amistosas, sus
contribuciones a la vida de los dems, sus conocimientos y posesiones tanto intelectuales
como econmicas podran quedar suspendidos en un lim-bo sin que nadie, ignorante de su
password, pudiera acceder a ellas. Morir no significa lo mismo que dejar de estar, pues esa
continuidad de la estancia hasta el infinito, hasta la simulacin de la inmortalidad, queda
amparada por una empresa que, si bien no ofrece la criogenizacin, brinda una oferta de
persistencia an ms efectiva.
Jesse Davis relata la idea que le llev a fundar Entrustet a partir de la lectura de La
tierra es plana de Thomas Friedman (Martnez Roca, Madrid, 2009), donde aparece el caso
de Justin Ellsworth, quien, muerto en una accin militar en Irak, deja pendiente en la red un
caudal de contactos, deseos y pensamientos que se habran perdido si alguien como la
empresa Entrustet no poseyera la clave para acceder al bal de sus pertenencias. Unas veces
se trata de cuestiones de herencia, pero tambin, otras muchas, de asuntos relacionados con
el odio o el amor a los dems, con los secretos y los subsecretos que cualquiera lleva
consigo.
La diferencia, sin embargo, es que esa constelacin de ideas, emociones y recuerdos
se hallan ilustrados mediante textos e imgenes patentes en la red. No est ya en cuerpo
presente, pero tampoco lo estuvo antes, de manera que su existencia se prolonga por los
siglos de los siglos o por los das de los das. Ms vivo que en el recuerdo, ms presente
que en el corazn de los seres amados.Vivo de por s.Vivo en sus cosas. Vivo en sus
secretos, recuperado para la inmortalidad en las cintas de vdeos que le dan vida o en los
textos que prolongan su carcter, su expresin y su sonrisa. De otra parte,
VirtualEternity.com, perteneciente a una compaa llamada Intellitar, promete convertir los
datos personales que se obtienen de la persona fallecida en un personaje o avatar que podra
formar parte de las historias o juegos en los que participan miles o millones de cibernautas
en la red. La vida del avatar da vida, el avatar del avatar salva de la muerte, ya sin aventura.
De la ausencia, en fin, en cuyo mbito lo peor es no ser nadie.

As que nos hallamos iluminados (..) sin poder refractar esa luz, y estamos
entregados a una actividad blanca, a una sociedad blanca, al blanqueo de los cuerpos como
del dinero, el cerebro y la memoria, a una asepsia total. Se blanquea la violencia, se
blanquea la historia en una gigantesca maniobra de ciruga esttica al trmino de la cual
solo existen una sociedad y unos individuos incapaces de violencia, incapaces de
negatividad.
JEAN BAUDRILLARD, La transparencia del mal

a misma poltica actual es una bolsa blanca en la que los sondeos de uno u
otro partido van anotando los puntos del programa electoral. El juego es tan burdo, tan
claro y lelo, que el color blanco lo representa bien. La revolucin verde, la naranja y la
violeta son revoluciones cuya vibracin se dirige a conseguir el color blanco. Sobre el
blanco todo se puede pintar y en los papeles cualquier texto logra una destacada
imprimacin. El blanco representa, en determinado sentido, la ausencia de color: el
desfalco en el dinero, la eterna espera en el amor, la poltica sin ideologa, los lderes sin
proyeccin.
En general los actuales lderes se avienen bien con esta idea de crear un talante lo
bastante incoloro para virar hacia el cromatismo que les convenga ms a la hora de alcanzar
o mantener el poder. El blanco es el principio de la escritura, la base de la pintura, el
soporte neutral del proyecto, la hoja donde se dibuja el edificio, la matriz insonora de
cualquier advocacin, santa o cerril.
En la psicologa de los colores, el blanco alude a la idea sin ideologa, a la novia sin
coito, al papel sin declaracin. Todos los coches, en su origen, fueron completamente
negros, como las cacerolas, los telfonos, los paraguas, las mquinas de escribir y las
locomotoras. Solo el jbilo de los aos cincuenta del siglo xx norteamericano cubri las
carroceras de cromados y de cromatismos, combinaciones bicolores o tricolores basadas en
una escala feliz, inspirada sin duda en la festividad inherente a los felices helados de varios
gustos.
Pero ahora ha vuelto, de nuevo, el blanco. El blanco del esmoquin distinguido, el
blanco de la novia y su pastel, el de los hospitales y los repartidores de pan, el de las
botellas de leche y las ambulancias.
Los nuevos Salones del Automvil en Madrid, Detroit, Ginebra, Tokio o Pars
exhibieron en 2009 y 2010 los nuevos modelos de cada marca a travs de relucientes
blancos. No mediante el blanco lechoso de los taxis y las camionetas de la seguridad social,
sino con blancos rotos, amarfilados, aporcelanados, perlados, en un retroamor que

alcanzara hasta al calcetn de punto blanco.


En la asociacin de los colores, el plata alude a la velocidad, al dinero y a la Luna,
mientras el blanco viene a ser el vestido de los fantasmas, la mente del Alzheimer y la
bandera de la rendicin.
Aunque quizs la actual comparecencia del blanco podra interpretarse como una
conjura cromtica para convertir esta sucia crisis en un espacio barrido y la corrupcin
(dinero negro) en un capital blanqueado.
El miedo mortal
En ingls, white lie -literalmente, mentira blanca- significa tambin mentira
piadosa, que aludira al pietismo oficial y mendaz a propsito de la calamidad real. En esta
lnea, el blanco sera una estratagema ms, de un socialismo plido o decolorado. Pero,
adems, el blanco, como corresponde a la mente en blanco, se halla representado en
incontables signos contemporneos. Blanco nuclear, blanco de IPods, blanco de muros y
exposiciones, sociedad provisionalmente blanca para un tiempo de crisis cuya aspiracin
natural no es la orga del color, sino la limpieza de los cambalaches contables, la
desaparicin de la sombra sobre la deuda, la eliminacin de los asquerosos pigs o el lozano
regreso de la confianza. Blanco, pues, no alusivo a la neutralidad de la bandera blanca sino
al blanco de los subterrneos sin luz, blanco de gusanos prximos al estado de lividez,
deudos de muerte.
As, el blanco muy blanco alude tambin al miedo mortal. Porque como dice
Herman Melville en Moby Dick: Hay algo impalpable que se guarece en lo ms interno de
este color, susceptible de producir ms pnico al alma que el rojo de la sangre, blanco que
aterra (La blancura de la ballena, captulo 41).
Blanco, en fin, que se exaspera en la propaganda contra la persistencia de la crisis
negra. Blanco que nace, desde el subsuelo, para crear la ilusin de luz rasa donde renazcan,
liberadas de culpa, las inmorales aagazas.
Lugares de copas, tiendas, vestbulos de hoteles y corporaciones, luciendo el blanco
o la falta de iris que les hubiera podido brindar una identidad mayor. Paradjicamente,
cuando el mundo se encuentra ms abarrotado que nunca y sus rincones, por exticos que
sean, minuciosamente censados, crece una fuerte sensacin de ausencia o falta de
visibilidad.
Con esta consideracin, el blanco del mundo no procedera de su vaco sino de su
extraa falta. El vaco hace relacin al espacio, pero su falta en blanco evoca tambin un
vano temporal, una fantasmal idea del orden fisico y econmico de las cosas.
Todo gratis
Una numerosa cantidad de artculos tienden a valer muy poco, objetos de una
tendencia en la que se une tanto la desmaterializacin de los materiales como la

desvalorizacin del precio. En Free [Gratis], de Chris Anderson, editor jefe de la revista
Wired y autor del best seller La economa Long Tail (Empresa activa, Barcelona, 2009), se
trata el fenmeno de numerosos artculos a valer cada vez menos y a escenificar su decidida
inclinacin a no costar nada. A la ausencia de los materiales palpables, a la expansin de la
realidad virtual, al progreso de la nanotecnologa se suma, como una ausencia adicional, la
prdida de peso y de precio. En 1961 un transistor costaba 10 dlares; ahora el ltimo chip
de Intel contiene dos mil millones de transistores y cuesta 300 dlares, es decir, 0,000015
cntimos de dlar por transistor. Pero hay algo ms profundo que esta rebaja, y es el hecho
de que un nmero cada vez mayor de compaas ganan dinero a travs de la red ofreciendo
productos que los clientes no pagan.
Desde el siglo xix la entrega de objetos gratis como promocin fue una prctica
conocida. Despus, desde hace aos, lo innovador consista en donar una mquina de
afeitar, un mvil o una consola y cobrar por las cuchillas, por las llamadas o por los juegos.
Pero no es esta la caracterstica ms singular de la economa gratis. El siglo xx fue
una economa del tomo. El siglo xxi es una economa apoyada en los bits. Los artculos
basados en el tomo pueden ir rebajndose con el tiempo; los artculos basados en el bit
nacen gratis.
La gente se muestra escptica cuando se le ofrece algo gratis de la economa del
tomo, pero asume naturalmente que lo relativo al mundo digital sea gratuito. Los diarios y
revistas gratis en la red, ms las pelculas, los vdeos y las melodas que pueden descargarse
sin coste componen un universo incorporado a la vida comn. La misma realizacin de
negocios on line tiene un coste igual a cero.
Y no es que no se pague nada ahora por razn de que luego se pagar algo, sino que
no se paga ni antes ni despus. Este es el caso, ya experimentado durante dcadas, de la
sanidad pblica o, sencillamente, de los servicios de la radio y la televisin. Ahora, adems,
los blogs son gratis y tambin el libro que se cuelga en la red. Es gratis la informacin
sobre restaurantes o sobre ofertas de empleo; son gratis la pornografia, las clases de ingls o
el servicio de drogas a travs de la red. Los peridicos y revistas prcticamente regalan toda
suerte de artculos por adquirir un ejemplar. Pero, a su vez, hace tiempo que se ofrecen
revistas y peridicos gratis. Y cmo pasar por alto que YouTube, gratis, est arruinando a
las emisoras de televisin?
Hay incluso otras frmulas ms ingeniosas que las de agasajar al cliente sin ms. En
China, algunos doctores se hacen pagar mensualmente mientras el paciente est sano. Si
enferma, ellos asumen este cambio como culpa suya y entonces no cobran.
En Dinamarca, un gimnasio ofrece gratuitamente a sus miembros un programa de
ejercicios si no faltan a las sesiones establecidas. Un fallo acarrea que se paga el mes
completo. El cliente ser, pues, el cul pable del desembolso, y la empresa la parte munfica.
Como signo de esta poca, lo que no cuesta nada viene a ser el denominador comn de las
vanguardias tecnolgicas, desde la energa solar o elica a los efectos de enzimas que
convierten la hierba en etanol.

Y la nube
Actualmente Google ofrece cientos de productos, desde un software para editar
fotograflas a procesadores de palabras, libres de toda carga. Google gana ms dinero con la
publicidad que con un alto nmero de servicios, muchos de ellos gratis. Otras innumerables
compaas, pequeas y grandes (pero menos grandes que Google), emplean la misma
frmula. La valoracin de la empresa Google era de 20.000 millones de dlares antes de la
crisis y haba obtenido un beneficio de 4.000 millones de dlares en 2007, tanto como la
suma de los beneficios de todas las compaas areas y automovilsticas norteamericanas
juntas.
Google no es solo la primera introductora de este modelo de negocio con gratuidad,
sino que sus avances han trasladado cada vez ms funciones desde nuestro ordenador
personal a la nube, lo cual es como decir que se gestionan en un centro remoto accesible
a travs de buscadores como Chrome, propiedad tambin de Google.
Que dnde est esa nube? En una semisecreta direccin en Oregn, un rea a lo
largo del ro Columbia. All se halla una divisin del centro de datos de Google: inmensa
factora dotada con miles de computadores conectados entre s y todos ellos prolongados
por cables de fibras pticas que unen el edificio a Internet. Se trata de los centros de datos
de Google que progresan de tal manera que, cada dieciocho meses, el coste del Gmail cae
un 50 por ciento, y lo mismo sucede con el Google Maps, Google News y los
entretenimientos de tres minutos en YouTube. La caracterstica comn es su coste cero. Un
concepto integrado en el viaje general hacia la meta de la desaparicin.

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uera de la poltica actual puede que todava no haya nada polticamente


posible, pero ya sabemos, gracias a las redes sociales, que la participacin individual no
hace precisa la figura del intermediario y menos si, como sucede, este se lucra de nuestra
confianza y de nuestra buena fe. Ciudadanos del siglo xxi o sbditos, tontos de la plebe
otra vez?
Se trate del comercio, del sexo, de la cultura o de la poltica, el intermediario es una
figura en descomposicin. Unas veces va cayendo a trozos a travs de las descargas
directas, los contactos persona a persona o las convocatorias masivas a travs de internet;
otras veces se queman en sus propios desmanes o se momifican carentes de funcin.
Quienes emprenden su mandato con descaro caen tarde o temprano en las basuras. No
todos, desde luego, pero la tendencia no se corrige por la eficiencia y honestidad de un
grupo.
Porque, quin no contempla el papel de los polticos como una vana teatralizacin
de lo que fuera el teatro de la polis, como un vetusto circo desconectado o como una
manifestacin de la distancia entre el lder enftico y el escptico telespectador?
Las mentiras polticas
Las mismas campaas electorales hace tiempo que se desarrollan como una parodia
de tiempos pasados y, consecuentemente, su expediente responde menos a un fin real que a
un sino hiperreal, un potlatch de la palabrera, las pancartas y las ciudades visitadas. 0 es
que se sigue creyendo que las caravanas, los mtines y las arengas de quince das alteran la
opinin del elector?
Todo cuanto el candidato tiene que decir cabe en un zurrn de tpicos ms muertos
que vivos o una ristra de promesas que rozan el sarcasmo y la ficcin. El candidato promete
sin fin como si, hallndose de veras fuera de lo real, no encontrara lmite para seguir
prometiendo: cientos de kilmetros de metro, miles de metros de telefricos, decenas de
miles de viviendas, oceanogrficos, auditorios, campos de ftbol, residencias para ancianos,
miles de escneres o pares de gafas, plazas bilinges, AVES por doquier.
Nada limita sus promesas ante el auditorio porque, de antemano, los espectadores,
la ciudadana o los votantes tampoco ponen lmite a la inverosimilitud. Las inauguraciones
son simulaciones, los programas son alucinaciones y las ofertas, juguetes baratos del
maquinador.

Tu voto puede, dice el eslogan en seal de que los votantes ya han experimentado
sobradamente que no pueden. Han votado y votado sin lograr las casas o los empleos que
necesitaban, han votado y votado generando unos poderes que tomaron los polticos para
emprender sus carreras.
La poltica fue terminando hace tiempo con el mismo prestigio de la poltica y,
efectivamente, no puede decirse que todos los polticos sean iguales; son cada vez peores.
Confianza en el futuro. El cambio, ya. Nada ms inane para un cartel
cualquiera que los eslganes que utilizan. No se les ocurre ni a ellos ni a sus publicitarios
nada ms, pero qu podran decir cuando no queda nada por hablar? Sin embargo,
consideran los electores actuales, ya instruidos en la publicidad, cnicos, infieles y crticos
de cualquier marca, que el candidato posee una oferta inslita de verdad-verdad? Sigue
siendo tan crdulo el votante como para poner su voto -parcelas de su vida- en manos de
esta patulea que aqu o all acaba a menudo en prisin?
En qu mundo vive el partido y sus paniaguados representantes tan vetustos que
siguen expresndose con las mismas triquiuelas de muchos aos atrs? Si el ciudadano ya
no es el dcil consumidor de antes, si no es, desde luego, el analfabeto, incomunicado y
menesteroso de ayer, cmo esperar que siga tragndose las mismas bolas?
De hecho, las mentiras polticas apenas constituyen ahora desviaciones del sistema,
sino que lo componen. Forman parte sustantiva de l y, precisamente en la campaa
electoral, adornan su grotesca y pretendida condicin sagrada. La veneracin del derecho a
votar, la metfora de la urna en cuanto sagrario en donde comulgamos todos, el horrendo
pecado de abstenerse, el gozo de la libertad por el ensalmo de la papeleta, etctera,
confieren un aura seudorreligiosa al proceso que los polticos, supuestamente astutos,
cultivan con su aire de magia o de superior irrealidad.
El elegido ser un representante legtimo y mucho ms que un ciudadano ms:
corrupto o no, su condicin queda aforada y amparada para facilitarle el bien y el mal. La
poltica ha perdido casi toda ideologa, pero tambin categora. Ha perdido casi todo
crdito, pero sobre todo marca, que es lo peor que le pudiera pasar. Compensatoriamente,
hipcritamente, ha sostenido el ritual con dotaciones de millones de euros, pero ni aun as, a
la altura de la segunda dcada del siglo xxi, consiguen camuflar su guiol.Y lo que es ms
decisivo: ni ms mtines, medios de comunicacin, comunicados persona a persona y
propagandas electrnicas logran evitar el mal de su farsa, la tragedia de su ausencia, la
presencia de la organizada comedia cuatrienal.
Lo que se ve no es ya la visin de la poltica, sino un remedo de su antigua
vitalidad. Hacen, ciertamente, como si nos representaran, pero ellos son la misma
representacin de la representacin.
Cierto. A la democracia representativa no la ha abatido nadie todava; an contina
repitindose la liturgia de las sagradas elecciones y se siguen reproduciendo las
campanudas sentencias del siglo xix: han hablado las urnas, la legitimidad recibida del

pueblo soberano, la investidura.


No importa en qu pas se instaure. La democracia representativa ha dejado tambin
de tener peso y, en consecuencia, puede volar desde Venezuela a desde Italia a Rusia, desde
cualquier punto a cualquier otro lugar. La realidad cuenta menos que su hiperrealidad y los
efectos especiales ms que el argumento ideolgico.
Los polticos de la llamada democracia representativa son ya como llagas de un
organismo al que solamente le falta un paso ms para ingresar en la unidad de quemados.
Nadie, en fin, en sus cabales sera capaz de esperar nada interesante e innovador de
los partidos de hoy, que ya en las mismas apariencias de sus lderes manifiestan su
pertenencia a una rancia y desteida grey. Moda revenida en el estilo de sus lenguajes, en el
contenido de sus ideologas o en la palabrera de sus arengas, detalles de un pensamiento
intelectual, cuando parece existir, incapaz de hacerse cargo del actual estilo del mundo.
As que apenas hay nada ms fantasmal en nuestros das que este grotesco desajuste
entre la sociedad del siglo xxi y su sistema poltico envejecido.
El abismo que separa el presente de dos siglos atrs es igual al que discurre entre la
realidad social y su guardarropa parlamentaria. En el proceso no hay traduccin de deseos
y necesidades sino cambalaches y trucos que transforman las delegaciones de poder en
desviaciones de poder, ms los extravos de fondos y voluntades.
En suma, contemplado globalmente el panorama, no se trata de que estos polticos
de aqu o de all se hayan pervertido, sino de que es el sistema quien sobrevive muerto y en
pecado mortal. Pecado mortal o muerte del sujeto como hijo de Dios, desaparicin del
feligrs o paciente en la vanidosa nube de sus cenizas.
El circo vaco
Gloria, pues, para la abstencin. Gloria para la abstencin masiva provocada tanto
por la indiferencia de los ciudadanos ante un asunto que se guisan y comen solo los
polticos, y gloria por el pavor de estos, que sin electores se desvanecen.
Probablemente los electores han aprendido la importancia de su poder. Toda la
historia escuchando el edificante valor del voto y ni una palabra sobre su energa de
demolicin. Ahora, por fin, los polticos temen de verdad al votante y no ya porque les
muestre su relativo desdn, sino porque les cave su fosa.
En tanto persista el juego del haz y el envs ideolgico, el malabarismo poltico
mantena el circo con espectadores, pero si el juego espectacular se desvanece, de qu
dinmica vivir el poder convencional?
La ausencia como testing del absentismo laboral, la baja escolar o la baja militar,
que son las grandes termitas de las viejas y desvencijadas instituciones. Y esta ausencia es,
adems, su mayor enemigo, puesto que nace del mismo aliento, ahora mefitico, que lleva a

un intrprete desde la fama a la nada, desde el bordado a la bardoma.


La abstencin es as la pura nusea de la poltica cero. La angustiosa presencia del
poltico, incompetente, falaz, trufado de vaciedad y proclive al cohecho.
Los medios de comunicacin, pero sobre todo los peridicos, son los que ms se
han acercado al mundo de la poltica y en consecuencia, con o sin papel, con o sin pantallas
convencionales, son los ms directamente afectados por esta decadencia de su objeto.
Pginas y pginas que los diarios del mundo dedicaron y dedican a la poltica, pero todos,
polticos y papel prensa, van juntos a la misma papelera. El diario buscar su supervivencia
manoteando en las nuevas tecnologas digitales, pero precisamente la poltica vigente es
todo lo contrario a la nueva tecnologa, por muy emparentadas que se encuentren.
Los polticos, junto a sus discursos, son escorias de otro tiempo, adherencias
pegajosas de un par de siglos atrs que no hicieron sino prorrogar su agona gracias a la
rutinaria atencin de los medios. Pero quines son los comentaristas, los tertulianos o los
columnistas de la poltica que siguen vivos? Todos aquellos que dan gracias por no haber
muerto, sea de un enfisema, una pulmona o cualquier otra enfermedad contrada en la
redaccin ahumada de tabaco, alcoholizada de coac y redactando los txicos de la poltica.
El estado terminal en la poltica se corresponde con la terminacin de esta
generacin imposible de rescatar.Y ni falta que hace. Los empresarios de los peridicos son
cada vez ms, como los propietarios de clubes de ftbol, gentes de ahora mismo. Tan de
ahora mismo que impone tenerlos demasiado cerca. De una parte son nuevos, ms
especuladores, ms ricos y miran ms all de la tica. De otra, descartan sin miramientos
todo aquello que no es sensacional.
Hay excepciones, pero hace falta decir algo ms? De la misma manera que la
cultura se ha infiltrado en el mundo para hacerse inseparable de l y de sus fenmenos
vistosos, ya sea en la moda, en el marketing, en la televisin o en la red, la poltica
conocida no tiene otra opcin que infiltrarse en los entresijos de estos nuevos medios y
fundirse con ellos.
Obama bas su estrategia en ese mundo que, dicho sea de paso, es ya el mundo
donde vale volcarse para su perfeccionamiento, su desarrollo, su purificacin y su orden
legal. Porque, de qu manera se pretende resolver los profundos problemas de la
democracia en vigor, o de qu modo revigorizarla sin liberarla de las sustancias de su
contaminacin? Una nueva luz a travs de su ardiente oscuridad? Ms bien un vasto y
definitivo luto de charol.
Con la democracia llevada a su extremo, al punto de fatiga de sus materiales, se ha
desembocado adems en una suerte de superdemocratizacin perversa. O dicho de otro
modo: alcanzado un punto de perversa saturacin del sistema (abarrotado de sondeos,
saqueado por marketings de audiencia, de electoralismo o de afeccin), se cumple lo que ha
venido en llamarse masacracia.
En Internet se encuentra todo y de todo, pero Internet es el sitio donde se expresa,

con mayor significacin, la poltica de una presencia sin presencia. Ms an: el xito capital
de las convocatorias polticas en la red se deducen de la autoridad de la ausencia y su
remedo de una bblica voz.
Las masas, y su posible agitacin social, han sido reemplazadas por aglomeraciones
de Anonymous convocados a travs de la red. No son tanto acciones pertenecientes a
programas como golpes de protesta al estilo del 15-M. La masa se rene, se manifiesta y
pronto se dispersa. Sin ambicin roja ni intencin trascendente, el levantamiento culmina
en la negacin sin determinado proyecto futuro. Aglomeracin o acumulaciones, montables
y desmontables en minutos, porque la masa no acta ya en rebelda revolucionaria, sino en
unidad comunicativa, en revueltas sonoras no dirigidas a transformar toda la sociedad, sino
a ahuyentar fieramente una parte indeseable de ella, como ha sucedido ya en Espaa, en el
este de Europa o en diferentes pases rabes.
No hay propuesta de una alternativa determinada, pero s una determinacin del
malestar. Contra la corrupcin, contra la falsa representacin, contra la especulacin, contra
la guerra, la metfora de la protesta viene a ser un blasn blanco. El enarbolar de la
abstencin, la desafeccin y el hasto frente al repetido tedio de la poltica falaz.

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1 Libro de los pasajes de Walter Benjamin (Akal, Madrid, 2007) no


consiste en esto ni en aquello, carece de gnero y de ilacin. De todo se habla sin
proporcin fija, puesto que unas veces la curiosidad patina y otras se enreda en un
ornamento, en la moda, la fotografia, el coleccionista, el tedio, Marx, la Bolsa o Pars.
Lo caracterstico pues de esta obra, que se empez a escribir en unos aos (1927) de
capitalismo boyante, son los trnsitos de uno a otro asunto sin que nada busque un punto
central. De ese mundo desmenuzado y profuso, desarmonizado y caprichoso, va creciendo
un aroma de humanidad o amenidad como felices caras de la misma cosa.
No centrarse seriamente en algo fue siempre visto por los buenos burgueses como
un signo de superficialidad. La virtud de la mejor cultura burguesa del siglo xix era
consagrarse a un trabajo definido, ahorrar regularmente y proponerse metas claras tan tiles
como provechosas. La honestidad del burgus de Werner Sombart tiene que ver con esta
ideologa de la existencia en rectitud que conducira, venciendo las peligrosas
distracciones, a conquistar un fin crecientemente prspero.
El trnsito, el pasaje, la traduccin, el viaje o la moda son, no obstante, cada uno a
su manera, elementos propensos para los extravos. Son tambin por ello, en cuanto
aventureros, objetos de enorme atraccin. Baudelaire y su obsesin por lo moderno es una
insignia del mundo que deja tras de s la seguridad, la estabilidad, la va recta, y pasea entre
los laberintos de la urbe.
A estas alturas del siglo xxi aquella modernidad ha dejado por completo de ser
moderna, pero la idea de cruces, mixturas, pasajes, trficos y crisis constituyen el todo de
nuestro air du temps.
Ms todava, podra decirse que el tiempo que ahora vivimos posee la condicin de
un caleidoscopio en el que los signos de los medios de comunicacin y entretenimiento
actan hacindonos pasar de una sorpresa a la siguiente, de una amenaza ficticia (o no) a
otra ficcin realista y de la reiteracin a la reinvencin del espectculo como clase de vida.
Siempre hay intervalos que parecen ms familiares o conservadores que otros, pero tambin
pocas, como la actual, cargadas de inflexiones, tiempo de saldos y de expectacin por el
percance.
La cultura corta

Dondequiera que se busque un ejemplo se encuentra un menos de lo que antes fue


un ms, un micro de un maxi, una cucharada de una tarta, una maqueta de la escala real. No
solo se difunden incontables micronovelas en los mviles hasta lograr xitos formidables en
pases como Japn y otros de su influencia, sino que tambin se multiplican las msicas
sucintas o comprimidas, se exponen vdeos que no llegan al minuto, minirretablos que
sustituyen al teatro, blogs que reemplazan al artculo, biopics y flashes artsticos o
publicitarios que hasta cuesta relatar.
No se despliega un lienzo, ni se celebra una secuencia larga. El estilo sincopado de
muchas otras actividades diarias, en las compras, los ligues, los secuestros exprs o, en
conjunto, los servicios solicitados a travs de un simple clic, corresponde a una cultura
ratonera, nerviosa y veloz.
Por esta misma razn, marcas como McDonald's, Google, Facebook,YouTube,
Nespresso, TomTom, Viagra, Swatch, Zara, ING Direct o Red Bull, de una misma
personalidad expresiva, tan lacnica como impactante, ingresan en la explanada general de
la cultura, menos reverenciada que concelebrada, porque todos estos elementos poseen,
tanto en su carcter como en su finalidad, el efecto de la contundencia y la asuncin
informativa (e informal) del trago corto.
La concentracin que requera el libro, antiguo depsito de todo el saber, se
sustituye por la capacidad de crecer en un conocimiento disperso que, pareciendo
distraccin, no es sino la necesaria red para pescar con xito dentro de la cultura del
fragmento.
White Cube, la segunda galera ms importante del mundo, dedic veinticuatro
horas en Londres a la proyeccin de la pelcula El reloj de Christian Marclay cuya
particularidad consista en hallarse compuesta por miles de fragmentos de otras cintas,
desde secuencias de Godard a las Tortugas Ninja, de Bollywood a Hollywood, de Bette
Davis a Brad Pitt. La pelcula se llamaba El reloj porque lo comn de todas sus escenas es
que aparece un reloj, de pulsera, de pared, de pndulo, de cuco, digital, de sol, que escena a
escena avanza de minuto en minuto.
El reloj cuenta mil historias cuyo protagonista es la vanidad de la misma historia.
Rentabilidad? Solo la idea cinematogrfica en la que a la secuencia le sucede secamente el
plano y as, plano a plano, un stock de piezas enjutas, sorbos de cata, libaciones para pasar
de un trago a otro trago y expresar que la cultura en su conjunto no es ms que un
dispensario donde las visitas mdicas se acortaron hasta lo nfimo. Del mismo modo que la
curacin se hizo pldora y el amor pas al flirt.
Muy pronto nadie podr llamarse culto si pretende saber mucho de alguna o varias
disciplinas. De hecho, hasta el mismo periodismo, modelo de este saber, ha reducido
tambin sus proporciones, la longitud de los textos de opinin o informativos y la
sustitucin de la lectura por el impacto del photoshop. De hecho, hasta las misas, los
enterramientos y los mismos responsos se acortan. La religin, la cultura, el dolor o el amor
se presentan divididos como una metralla horizontal.

Casi cualquier artculo asimilable a esta cultura entra y sale del receptor como un
diurtico, se bebe y no embebe. Se engulle y no empacha, se metaboliza y no engorda. Se
expone, en fin, y al momento se marchita tal como en la exposicin on&on, que ha viajado
por medio mundo en el ao 2010 y mostraba un arte destinado a la descomposicin. Un arte
al que no desintegran las circunstancias externas sino que l mismo escoge componentes
propensos a su rpida desintegracin.
As, frente a materiales como el bronce o el oro o incluso el lino, que perduran a lo
largo de aos, las obras de on&on y tantos otros ejemplos tienen como fin la degradacin.
Son tan actuales que se degradan porque son tan biodegradables como las nuevas bolsas de
la compra o un creciente nmero de objetos que, apenas se usan, emprenden la senda de su
desaparicin.
La on&on que comisariaban Flora Fairbairn (Reino Unido, 1972) y Olivier Varenne
(Francia, 1977) haba seleccionado trece artistas de diez pases distintos, pero todos ellos
volcados en hacer de lo efimero el tema de su trabajo. Trabajo que se hace y se deshace,
que aparece y se desvanece enseguida. Que va de un sitio a otro donde la exposicin, una y
otra vez, debe montarse desde cero para completar desde ese origen el cero del final. El
proceso, en definitiva, se impone a cualquier meta concreta, el fin se sita por debajo de los
medios y el resultado efectivo ser la idea que, aunque entre pavesas, humea como
creacin.
El texting total
En el textng, o lenguaje abreviado que se transmite por los mviles y en los chats,
desaparecen sobre todo las vocales. Pero las vocales seran, sin embargo, como los sonidos
natales del habla, los sonidos primeros que emite el beb.
Los vacos que dejan las letras entre s mellan los signos inaugurales y permanecen,
en cambio, los sonidos convencionales que deciden el mecanismo de la comunicacin.
Twitter aporta instantaneidad tanto a las redes sociales ms flexibles como a las ms
friables: permite enviar y recibir en el mvil o en la computadora mensajes con un mximo
de 140 caracteres.Y no hay ms all.
En ingls, twit quiere decir imbcil y to twt pinchar. To twitter es gorjear.
Lenguajes, pues, como de pjaro, comidas como de pjaro, coitos como de pjaro. Todo
parece buscar ser comprimido para poder volar. Hablar y hablar fue y es la terapia
psicoanaltica, la terapia de darle al pico sin tasa, no picoteando, sino parafraseando, en
todas sus lneas el posible coste de la enfermedad.
El futurista Jamais Cascio suea actualmente con un Twitter equipado con un robot
virtual capaz de entender qu mensajes merecen atencin y cules no, para finalmente
eliminar todo lo que no sirve y dejar tan solo aquello que permite orientar hacia la accin.
Es decir, crear en el otro no ya un mundo de pensamientos, reflexiones, contradicciones o
ensueos, sino operaciones inequvocas: positivo, negativo, cambio, a la manera de
los pilotos a la velocidad del Mach 2. El lenguaje escrito pasa pues a hacer de la escritura

un salto entre intervalos y de la frase una nota del s y del no.


Pero, por aadidura, con este nimo podra llegarse, como predice la Escuela de
Bioingeniera de Utah, a pasar las palabras, del cerebro a la mente, sin necesidad de
enunciarlas escritas o habladas. Todas las palabras se transmitiran solo al ser pensadas?
Puede que s o puede que no, pero es obvio que cuanto ms reducido sea el pensamiento,
ms emitible ser.
Unos experimentos con pacientes que lean varias veces cada una de las diez
palabras tiles a una persona con parlisis cerebral demostraron que s, no, caliente,
fro, hambriento, sediento, hola, adis, ms y menos se registraban por
unos pocos miles de neuronas. Esos miles de neuronas entre millones demostraban la
posibilidad de ser eficientes con mucho menos de lo que ahora se emplea para hacerse
entender. Y hacerse querer.
Los blogs, los sms, los microvdeos, los lemas en las camisetas, las musiquillas del
mvil, las comidas en pequeas porciones, la informacin sincopada, los secuestros exprs
han creado un mundo de granizo. En la cultura, en la poltica, en el sexo, en el delito o en la
religin, nada tiende a durar, sino a compri mirse y desaparecer despus; a realizar el ideal
de un mundo donde cada instante posee una pldora que nos remite de un espacio a otro, del
miedo a la indolencia, de un hombre a una mujer. En un sentido y al revs.
Comunicar? A la transmisin de conocimientos con la cadencia suficiente para que
el receptor los mastique, los ensalive y los degluta, sucede el sistema del chute. No hay
tiempo para la digestin y, en su lugar, adviene la inyeccin. Los mensajes de la publicidad
fueron los pioneros de este saber directo e inmediato. Un saber que se recibe en la
circunvalacin del cuerpo y no en sus laberintos cognitivos. De este modo, el impacto
resulta ser literalmente un golpe, un vistazo, una erosin.
No significa, en todo caso, que esta cultura del relmpago carezca de complejidad,
pero no requiere profundidad. Se plasma sobre una malla de circuitos a la manera que
dibuja la electrnica. El receptor se expande en red para acoplarse al emisor reticular; el
conocimiento se desarrolla a travs de filamentos horizontales en lugar de por bajantes
hasta el subsuelo.
Se trata de contenidos menos hondos, ms epidrmicos y finos. No nos atamos al
otro hasta unir los cuerpos; acercamos los aromas. Nos confundimos brevemente para
disiparnos despus en la misma evaporacin del olor.
De esta manera se vuela ms, se pesa menos, se viaja y se contacta ms en una
incesante anulacin de los procesos.
El sujeto ser todo menos un ser sujeto. La insujecin se corresponde con la
volatilidad, el desplazamiento y la infidelidad. El mundo, todas las experiencias, se recorren
de aqu a all en movimiento incesante. Reposar? El reposo tiene lugar sobre la misma
cinta de la velocidad y la calma responde al ritmo de una determinada velocidad ms que a
su ausencia. De este modo siempre habr accidentes. Numerosos accidentes y a todas horas.

El dinero, los celos, la belleza o la defuncin sern hijos naturales del accidente. El
mundo entero tiende a ser accidental y la cultura en marcha ser heredera del desastre. El
desastre entendido no como un fenmeno negativo, sino como oportunidad. El mismo
desorden, representado en los modos, modas y dormitorios de los adolescentes, viene a ser
la progresiva ley general del valor y la va para acceder al conocimiento, la solidaridad o las
brillantes esquirlas de cualquier amor, cierto o no.
Adis a la verdad titul Gianni Vattimo un libro suyo (Gedisa, Barcelona, 2010).
Pero, realmente, estuvo antes la verdad aqu y ahora se muda? Ms bien podra decirse que
con la slida verdad no se va a ninguna parte, y si ahora, supuestamente, se borrara del
mapa, habramos alcanzado el diagnstico puro.
Todas las utopas se basaban en una imaginacin conscientemente irreal pero grave
o pesada. Todo lo irreal no es necesariamente mentira, pero si la mentira niega la
consistencia de lo irreal es imposible que perviva demasiado.
Si las mentiras son eternas es a causa de su virtud de no errar jams, de sortear
como tales cualquier latitud verificable o cierta. Dios mismo se vio obligado a decir
escuetamente: Yo soy el que soy. Si hubiera ofrecido una explicacin, por pequea que
fuera, se habra hundido. El mximo ndice de la inteligencia divina radica en no hablar, no
hacerse ver, ausentarse, no existir. En estas condiciones vuela, no habla, no miente. Miente
o resplandece.
El saber de la fisura
En toda la historia de las lecturas personales, los mejores libros no fueron aquellos
que se entendieron del todo ni tampoco los que no se entendieron nada, sino aquellos que
de vez en cuando no se entendan y cuyas pginas, en conjunto, no venan a ilustrarnos
como escolares sino a cortejarnos como amantes.
Hay escritores que poseen ese don seductor del habla a medias y otros no, por
brillantes que sean. De hecho, la cultura y el amor importantes o turbadores solo se
encuentran en los objetos y sujetos que no llegamos a poseer del todo. Lo que en la
memoria arde es el filo de una ausencia que brilla entre la pared del sentido y el sinsentido
del conocimiento. Un habitculo que ocupa con frecuencia la buena poesa o esa esttica
que, como en el mejor arte abstracto, no trata de decirnos algo exacto a travs del
pensamiento lgico, sino algo incierto a la luz de la emocin en cuyos pliegues anida el
pigmento secreto.
Si la poesa se considera como aquella escritura de imposible traduccin no es solo
porque en el otro idioma falten trminos sino por la imposibilidad de reproducir, en otras
lenguas, la proporcin, el peso y la categora de los silencios. O sencillamente: un poema de
Eliot es intraducible no por lo que est escrito, sino por lo que no lo est y solo se lee en el
silencio singular del cuerpo.
Lo escrito o, mejor, inscrito se hallar a menudo bajo la palabra, al costado

indeterminable del adjetivo o del sustantivo. Incluso la posicin eficaz de esos silencios es
imposible de averiguar, puesto que las palabras en cada idioma poseen su particular
copulacin a travs de la cadencia, la ausencia y su luminiscencia.
De hecho, resulta tan impertinente una traduccin de los poemas de Vallejo como
demencial tratar de explicar las formas, los colores y los efectos de un Kandinsky. El
lenguaje es, en semitica, el patrn de la comunicacin, pero dista de ser Dios. El Dios de
la poesa no se dice, como tampoco la autntica creacin puede narrarse. En los museos,
como en las capillas, se pide silencio porque ni ante los cuadros ni ante el altar hay nada
que decir, y menos en un idioma conocido.
Parece que aprendimos del maestro que nos hablaba como un libro abierto, pero, en
realidad, no es all donde el docente pone el dedo, el lugar en el que se aprende la leccin
idnea. Todos los libros, todos los cuadros, todas las arquitecturas, todas las msicas se
velan en los intervalos para producir milagros.
El autntico valor del conocimiento se encuentra, pues, en la inspiracin, que no
viene a ser otra cosa que una limpia transpiracin del buen silencio. Porque hay silencios
ganga, silencios trampa, escorias de silencio que se desprenden de la impotencia, pero, al
revs, tambin hay silencios potentes que siguen dando de beber alcohol al que solo
esperaba recibir agua. Inoculando luz inslita al que esperaba saber comn.

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a XXVIII Bienal de So Paulo (2008) propuso una exposicin sin obras en


una planta vaca de doce mil metros cuadrados en el edificio de Niemeyer. El comisario de
la Bienal, Ivo Mesquita, una de las personas ms reputadas en el mundo del arte, explicaba
que ese vaco era la metfora de un museo imaginario, una representacin de la historia
ms reciente del arte.
Cinco aos antes el mismo comisario de So Paulo, Ivo Mesquita, lo fue de la
Bienal de Dakar. Las obras escogidas no llegaron a tiempo por un problema de aduana y
Mesquita, lejos de desesperarse, abri el certamen con un libro como nico objeto para
contemplar. El libro no para leer, sino para contemplar, el libro como objeto cerrado,
liberado de la lectura y de la escritura. La libertad como ausencia. O al revs.
Uno de los mayores, ms hermosos e importantes desa$os de la ciencia es,
actualmente, el vaco. Del vaco nada sustancioso poda esperarse, pero una colosal parte
del todo halla en l su causa y su morada. El vaco, una cuestin que sin destino aparente,
tanto en la fisica como en la simbologa, equivala prcticamente a nada, algo que nada
podra ofrecer, se alza hoy como una mina del saber. Dios sera la plenitud y a partir de ese
depsito absoluto se resolvera todo. Sin embargo, qu pasa cuando se descubre al
supuesto anti-Dios y el vaco no es insulso ni insolvente, sino precisamente una rica
porcin de cualquier estado?
En la fsica tradicional la nada no llegaba a nada. Mientras en la aritmtica el cero
cuenta mucho, en la fsica la nada no contaba. Sin embargo, cmo no sospechar que algo
as se guardaba en la autoridad del silencio, la potencia de la nulidad, la aniquilacin y la
muerte en cueros?
La nada ocup la espesa y hasta nauseabunda materia del existencialismo, tras el
horror de la Segunda Guerra Mundial, y con su literatura abri los ojos a los stanos de la
condicin humana. Pozos humanos revelados como una versin, entonces desconocida, de
los csmicos agujeros negros y los vacos que ahora, recientemente, en las investigaciones
de la fisica hologramtica, brindan una respuesta esencial, aunque todava sin expresin
completa. Sin lmites precisos? Sin resolucin mortal?
El vaco no se puede oler, palpar, ver ni medir. Y de esta anmerica condicin extrae
su carcter y su fundamento anmalos. Los fsicos que diriga en 2008 Peter Higgins y
trabajaban en el acelerador suizo de partculas -el CMS (Solenoide Compacto de Muones)
del LHC (Large Hadron Collider)- afirmaron que el vaco antes significado en cero no

puede asimilarse, sin embargo, a la nada. La nada es una minucia si se compara con la
gigantesca talla del vaco. Si de una habitacin se extrae hasta el ms nfimo y ltimo
residuo, el resultado no es simplemente la nada, sino un cuerpo inconmensurable. Una
evidencia que en el arte ha permitido a la escultora Rachel Whiteread mostrar moldeado en
polivinilo el minucioso interior de una vivienda que dibuja el cuerpo ausente, el espectculo
de la librera desalojada de sus libros o el hueco de toda clase de contenedores que cambian
instantneamente su lenguaje cuando pasan de la plenitud a la vaciedad, cuando la muda
voz amordazada se libera de su negativa consideracin y se expresa en libertad completa.
Los cuerpos celestes, las galaxias, se ven condenadas a atraerse por la fuerza de la
gravedad, pero se sienten empujadas a alejarse entre s por la influencia del vaco. Una
fuerza primordialmente aciaga, puesto que si lo que aproxima es amor, lo que distancia as
es odio puro. O no. Acaso se trate de la forma exasperada del amor que se deshace en la
impotencia de fundirse con lo amado.
El vaco es transparencia, pero, a la vez, esa transparencia viene a empaarse con la
identidad del mal que nos empuja a volar con lo invisible, ver lo imperceptible, darle valor
a las corrientes que sin viento promueven el incansable morir del mundo.
Estos nuevos descubrimientos sobre el vaco dan la razn a Einstein, tras sus
vacilaciones respecto al universo en expansin. De hecho, esta misma vacila cin resulta
ser, en su vaivn, el nombre (vaciln) que cientficos como lvaro de Rjula han elegido
para designar las partculas de un vaco.
Partculas, chispas del vaco enfurecido en su quehacer? Porque, a primera vista, el
vaco se ve como un elemento aforado y liso. Una bola de luz sin luz o una exhalacin sin
aire, ahogada de nulidad. Pero las partculas pululan en el vaco, igual que en lo lleno. No
se ven, pero cuando el LHC hace vibrar la sustancia que forman se las ve brincar, tal como
sucede con el polvo al sacudir una alfombra.
Su composicin es la incgnita en que se empean actualmente muchos fisicos
internacionales, con la esperanza de hallar una explicacin sobre la relacin entre lo ms
grande y lo ms pequeo, siendo esto ltimo hasta hace poco el nivel cero de la inanidad.
El mal, la nada, las partculas malditas (goddamed particle) vienen a ser como las
semillas del diablo del universo. No todo el universo existe en virtud de estas simientes,
pero si el universo se expande, si no cae el cielo sobre nuestras cabezas, ser gracias a la
suprema conducta del vaco, que impulsa la dilatacin y acta con una superior energa de
distanciamiento.
Amar al universo? Abrazarse a la Naturaleza? Quin puede asegurar que en ese
movimiento no perezcamos? La vida misma, la ansiedad permanente por ayuntarnos, el
deseo eternamente insatisfecho de ser abrazados se frustra en el trance que tiende a
vaciarnos o eviscerarnos.
La ausencia del amado

El resplandor que concede la ausencia a quien no est o a todo aquello que ya no


est tiene que ver aqu con el satinado que la distancia crea. La lejana brue la superficie
del objeto y afina sus caracteres, aumenta su abstraccin y lo alza hasta la pureza del
concepto.
La ausencia aspira el ser hacia arriba y en esa operacin deshace sus pliegues. La
figura se estiliza a la vez que pierde talle o peso y con esto facilita su asuncin. El ausente
se encuentra pronto metabolizado por el efecto de esa aspiracin y luce amable, si se
deseara.
Los personajes odiosos se vuelven tanto ms temibles cuanto ms acercan su rostro,
e incluso todos los rostros se hacen monstruosos cuando la distancia se acorta demasiado.
La proximidad desprende tufos de imperfeccin y su estructura acosa. La distancia
apropiada, por el contrario, sita al objeto o al sujeto en proporcin, pero la lejana va poco
a poco reduciendo la asechanza y ofreciendo el regalo de una circunscripcin inmensa. El
yo se expande sobre el lugar que ocupaba lo otro y ese solar infinito lleva al xtasis o a la
exasperacin sugeridos por el viento de la ausencia.
El amado se ausenta y se lleva con l una parte de nosotros, ese nosotros que se
dilata en el vaco para tratar de rozar al objeto que se evade. La ausencia ampla al amante
dolorosamente pero, de otra parte, aumenta la dimensin del yo tras su vacante. La ausencia
es el perfume por excelencia. Quien preside la esperanza, la desesperacin o la locura con
su aura.
Tambin, toda ausencia ilumina el vaco que genera y toda prdida se comporta
como una cncava incandescencia o, acaso, como un ahogo. De hecho, todos los duelos
despiden un dolor que, helado, sera ms llevadero, pero el padecimiento de hecho coincide
con la imposibilidad de que ese dolor, trasunto del gozo, llegue a enfriarse. Su gas ondula,
nos invade y casi nos lleva al desvanecimiento en correlacin con la sustancia que arde. De
ah la quemazn que provoca el ataque de la ausencia: la ausencia del rgano amputado, la
muerte en llamas del ser querido, la traicin de la persona que, tras haber posedo nuestro
amor, deja una hoguera.
La visin de la ceguera
La ausencia es de esta forma ms impresionante que la presencia. Posee ms
capacidad de impresin, puesto que la presencia es un bulto mientras que su desaparicin
genera una huella.Todo lo que no est despus de haber estado levanta una voz inagotable,
una voz que alude sin remedio y sin consuelo.
Todo lo que ocupa fisicamente un lugar es abatible, pero cuando la existencia
prescinde del espacio y resulta tan potente como para no necesitar representacin, su
presencia se hace tan intangible como el viento que no se ve o el sonido que no se oye. Sin
origen, sin tallo, sin destino, sin representacin posible. Autnoma e independiente como la
nada y tan indestructible como la ceguera.
Frente a la saciedad que con su colmo embota el ayuno, el vaco aguza la diccin.

Frente al colmo que termina en la obviedad de s, el vaco se abre a millones de secuencias


por rodar. Mientras el trueno se traduce limitadamente en la jactancia de su estruendo, el
silencio significa un mbito donde cualquier msica florece. La luz invisible es la suma de
todos los colores del espectro. Luz tan pura en cuya transparencia nada parece existir,
siendo, en cambio, la visin perfecta.
Por el contrario, el abigarramiento de los colores aturde el discernimiento del color.
El personaje visionario de Shakespeare en julio Csar es, naturalmente, un ciego. La
ceguera que, evadiendo cualquier contingencia cromtica, anticipa la sangre y la muerte,
ms all. No hay poeta verdadero que no sea visionario. No hay visionario que pueda verse.
No hay Dios, en suma, que posea la cualidad de ser visto por nadie, puesto que de esta
negacin nace la capacidad para verlo todo y, en consecuencia, acabar con el Todo, sea
mediante el poder de la ausencia, sea a travs del sortilegio de la especulacin.
Dios es, pues, la Ausencia por antonomasia. La gigantesca ausencia que lo ocupa
todo y todo lo implica. La ausencia total que concede sentido a la totalidad. Procedemos del
misterio de la ausencia y volvemos a la ausencia. La nada no dice nada. Pero lo ausente lo
dice todo.
La ausencia es la materia prima del aliento y, a continuacin, emitido ya el aliento,
el patrn invisible de su morfologa, su destino y su secreto. Dios, en suma, forma unidad
con la Ausencia. El poder de Dios, el amor a Dios, el temor a Dios derivan de su
identificacin con lo ausente y desde ese mbito hallamos la gloria o la perdicin. Merced a
la ausencia hallamos la razn de vivir, mientras el presente solo nos habra matado ya. Por
la ausencia exhalamos, respiramos, esperamos. Todo gracias a la creencia absoluta en la
Ausencia, en su capacidad para vigilarlo todo y, en consecuencia, su benevolencia munfica
tambin para permitirnos continuar vivos.
La creatividad de la escasez
De la carencia nace precisamente la fuerza creadora. Esto es verdad en cuanto
prcticamente toda invencin responde a una demanda pujante. Pero no lo es en la medida
en que la tensin de desear algo sin alcanzar satisfaccin conduce, ms tarde o ms
temprano, a fabricar cualquier suerte de sucedneo.
La creacin entonces no sera as otra cosa que esta impostura construida. El objeto
deseado no se obtiene y, en su lugar, la creacin ofrece distraccin. Drogas, guerras,
verbenas.
Los seres humanos son esos dioses que al no poder tenerlo todo generan remedos.
Remedos nacidos de su dficit de poder y, en ocasiones, hasta antibiticos. Es as como
buena parte de la creacin humana nace de la carencia.
Los pintores, los escritores, los arquitectos realizan sus obras mejores entre los
lmites que les fijan el tiempo, la vista, el presupuesto o la salud. De la carencia surge la
obra, de la ausencia se alza el imago de la presencia, del vaco se obtienen los volmenes
de la escultura, de la memoria insuficiente se hila la narracin. Y el fracaso de la

originalidad a menudo proviene tanto de la imposibilidad de hacer desde la nada como


desde el todo.
Llegado a un punto podra decirse que somos capaces de escribir o crear ms si no
sabemos demasiado. Es preciso saber algo, pero no sabiendo en exceso para que no
suframos un ictus mental.
Entre los catedrticos se padece a menudo esta extraa malaria del conocimiento.
Saben tanto de una disciplina, han consultado tal nmero de pginas, han visitado tantas
teoras, que pierden la motivacin y hasta el ingenio. La superabundancia ahoga y la
ignorancia degella, pero la informacin crtica, en apropiadas dosis, dispara la
imaginacin como a las hormonas el sexo entrevisto.
No ser aconsejable producir ciencia desde la caresta del saber pero, fuera de ella,
el saber que merienda el amateur-se llame Mark Zuckerberg, Steve Jobs o Bill Gatesproduce objetivos que el profe sional ni siquiera concibe. Simplemente porque el
profesional tiende a seguir lo profesionalmente establecido como cierto, mientras que el
amateur, menos prescrito, goza de la ventaja de jugar con la mentira y la ayuda de lo
incierto.
Son los amateurs y no los profesionales quienes recientemente han inventado en
proporcin mayor. Los grandes cambios tecnolgicos en la comunicacin, desde el Mac a
Google, desde Myspace a Facebook, han sido obra de muchachos sin apenas experiencia.
El debutante crea ms novedad que el veterano, y el amateur, incluso en pintura, escritura o
cine, se halla a menudo en condiciones de inaugurar un producto que el conspicuo
profesional del oficio (el oficinista?) no ser capaz de hallar. Una dosis precisa de
ignorancia propende al atrevimiento, y una dosis milagrosa de osada puede convertirse en
la perla de la renovacin.
La serendipity o el hallazgo por casualidad requiere no solo dar con la joya, sino
distinguirla en la maleza. La visin de lo distinto y el valor de lo inslito forman parte de la
investigacin, pero, al cabo, el investigador muy curtido y asendareado repite el punto de
vista. El amateur puede carecer de la hondura de conocimientos del otro, pero la
superficialidad le procura ventajas para otear el panorama, para pulsar esto o aquello y, en
definitiva, para ver la verdad de la actualidad en su chispazo sobre la ptica.
La ausencia acompaa y esboza el ncleo de la esencia. Somos en cuanto no somos.
Nos reconoce mos en cuanto todava no nos conocemos, y en esa fatalidad se anilla el
crculo de la ausencia, el punto cero donde no estamos.
El prestigio de la lejana
Siempre creemos que se est mejor en el sitio donde no estamos, y esta ansiedad
que discurre desde la peregrinacin a la Tierra Prometida hasta la utopa de la casita en el
campo nos hace ms dao de lo que merece. El espacio ausente cae sobre el presente como
una bomba. Cualquier queja sobre la situacin que vivimos solo parece que hallar su
solucin cuando cambie la situacin, y quin no sospecha que su situacin ha empeorado

de tal modo por continuar aqu? Fugarse, escapar, decir adis a todo esto, compone la
constelacin de exclamaciones que pugnan por hacer efectiva la traslacin. Seramos otros
en otra parte y esa otra parte ser siempre aquella porcin ideal que nos hace soar tanto y
sufrir con su distancia.
La presencia, sin embargo, de esa ausencia deseada constituye aquello a lo que ms
habr que temer, porque el da en que el mbito ideal se pose sobre el mbito real habr
terminado nuestro mundo. Entendiendo por nuestro mundo, por el mundo humano, al par
compuesto por el sentido comn y su delirio, lo patente y lo latente, el dolor y su anestesia.
De la misma manera, no hay obra de arte sin la colaboracin de lo que no hay en
ella; lo presente y lo ausente son parte de la misma composicin.
Esta regla, sin embargo, no es fcil de transmitir. Tanto en la seduccin de la obra
como en el amor de los amantes la dosis de lo no visto, no alcanzable o no expresable acta
como el resorte de la genialidad y, sin duda, como la originalidad suprema.
No somos, contra las evidencias, cuanto consta sobre nuestras realizaciones o
avatares, sino que habitamos especialmente en aquello que, al no poder concretarse, acta
como un incontaminado truco del yo. O tambin: somos exclusivos, nicos y perennes en lo
que, no estando propiamente presente, no puede igualarse ni morir.
La mxima inmortalidad se corresponde con la repetida singularidad de cada
ausencia.Y la inmortalidad a secas coincide con el vaho de nuestra ocultacin, el rastro
afinado de nuestra memoria evaporndose.

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1 concurso Air Guitar- guitarra de aire o guitarra imaginaria- se


celebra cada ao desde 1995 en la localidad finlandesa de Oulu. Se premia el
apasionamiento, el entusiasmo y el estilo en el arte de fingir que se toca la guitarra. Los
participantes intervienen en dos pruebas de un minuto de duracin cada una. En la primera
interpretan fragmentos de canciones escogidas por ellos; en la segunda se enfrentan al
desafo de tocar una cancin escogida por el jurado.
La filosofa de Kis, organizadores del certamen, se proclama en su web diciendo:
Si todo el mundo tocase laguitarra de aire, las guerras terminaran, el cambio climtico se
detendra y todas las cosas malas desapareceran.
Los hoteles usan aromas y sonidos para evocar recuerdos. Pero tambin lo hacen las
marcas importantes de casi cualquier cosa, desde Rolls-Royce a Victoria's Secret, desde
Armani a Sony. En el futuro, pues, no ser necesario recordar ya el nombre de una marca
sino tan solo el olor asociado a ella.
Algunas de las cadenas que han creado perfumes de firma son Westin Hotels and
Resorts, cuyo aroma de t blanco gener una lnea de productos para su venta, u Omni
Hotels, que infunde en sus vestbulos aromas de limoncillo y t verde. Por su parte, el
Morgans Hotel Group, propietario de hoteles boutique como el Royalton de Nueva York,
dispersa en cada uno de ellos una fragancia exclusiva.
Estos aromas pueden difundirse a travs de los sistemas de calefaccin y aire
acondicionado o mediante unos aparatos del tamao de una tostadora, fabricados por
compaas como ScentAir. Omni Hotels ha llevado su iniciativa de marca sensorial incluso
a unas pegatinas con aroma de arndano que se prenden en los peridicos que leen los
huspedes y ha instalado bares de sensaciones en las habitaciones con artculos para la
ducha o el bao.
Igualmente, cada vez en mayor nmero de establecimientos, desde lenceras a
tiendas de electrodomsticos, se deslizan melodas supuestamente adaptadas o incluso
inherentes al estilo de cada firma. El sonido tiene que aadir valor a la experiencia del
cliente, dice Julian Treasure, autor del libro Sound Business y director de Sound Agency,
una asesora con sede en Londres.
Treasure comenta, adems, que las empresas deberan examinar todo el paisaje de
sonidos de sus hoteles, no solo la msica de fondo, sino tambin el ruido que reverbera en

las habitaciones construidas con materiales duros como la madera o el granito. Y en lo


referente al diseo del sonido, no cree que las habitaciones deban ser una zona de
exclusin. Por el momento -aade-, la nica manera en que se puede cambiar el paisaje
sonoro es encender la televisin, lo cual no es algo que le guste a todo el mundo.
Msica o nada
La msica ha ido filtrndose tan ampliamente en nuestras vidas que pronto ser un
gran mar en el que la existencia navegue. Probablemente siempre fue as, puesto que no se
concibe la biologa sin la meloda, pero en la actualidad la msica producida, la que
explcitamente se adquiere o se descarga, acaba revelndose como el flujo general de
nuestra era.
Las firmas eligieron antes un color: el azul de IBM, el rojo del BSCH, el verde de
Caja Madrid, el blanco de Apple. Pero un paso ms y a la evocacin del cromatismo le
sigue el ritmo. No ha sido suficiente que los ascensores o los lavabos pblicos, los
aeropuertos o las consultas fuesen colonizados por el influjo musical. De hecho, las marcas
forman hoy su identidad alindose con determinados CD, cuyos surtidos seleccionan, u
organizan a travs de temas que ordenan componer, para representarlas singularmente.
El ojo capta, pero el odo se siente captar. El ojo admira la belleza, pero el odo se
enreda con ella. Incluso, siendo exactos, el alma no es sino un comps.
La msica rene notas y melodas que son detalles o frases de un mundo que suena
en cuanto au sente y, cuando la msica consigue hilvanar una entonacin, la ausencia se
estremece. Todos los instrumentos musicales son as artilugios construidos para captar la
ausencia. Cualquiera de ellos denota, en su porte de herramientas embrujadas, la misin
esotrica en la que se afanan.
Se presentan como piezas que emiten, pero en realidad solo interpretan. Interpretan
los escritos de una partitura inspirada por los mismos resortes de una ausencia que,
estimulados, comunican susurros y celadas.
La ausencia se corresponde con un inmenso animal sobre cuya mansedumbre se
dibujan las lneas de un mapa. La msica y la ausencia se relacionan as como las partes de
una inteligencia gemela. La msica alude a la ausencia, convoca a la ausencia, produce
ausencias. En el acontecer de la msica bajo una u otra naturaleza, la ausencia se embalsa
en su dominio y la msica nos posee a travs del goteo sentimental que la ausencia deposita
en nuestro odo. Dejarse llevar por la msica es ausentarse con ella, deshacerse en su
presencia.
La pintura est aparentemente basada en la presencia, pero la msica sera su
antagonista, puesto que no habra msica sin el sonido del silencio. Puede pintarse lo que
est o hacer que venga a estar lo que se ha ido. La msica, sin embargo, jams triunfa en la
designacin de lo inmediato y nunca logra, al acarrear el pasado, desprenderlo de nostalgia.
En puridad, podra decirse que la msica est inventada para y por la ausencia,

mientras la pintura por y para la presencia. El color, la forma, la composicin disparan la


contemplacin hacia una creacin fsica, mientras la msica siempre aparece acabada en la
misma cima de su decir abstracto.
La pintura se pinta ahora, est pintndose, la ests viendo. La msica alude
frecuentemente a un pasado, repite la emocin de una experiencia acabada o medio
acabada. La msica es mgica en cuanto supuestamente incorregible. La omos
precisamente con la felicidad o el dolor de haberla escuchado antes. La pintura pugna ojo a
ojo y tarda ms en formar parte de lo que somos y tambin, sobre todo, de aquel mundo de
donde fuimos.
Hay msica para bailar, msica para amar, msica para recordar, segn se proclama
en las emisoras de radio. Falta adems enumerar la especie destinada a no estar. No estar
ante los dems.Y no ya aislndose a la manera de encerrarse en una habitacin, sino msica
para recibir, como una inoculacin auricular, la anulacin de lo real y obtener el efecto de
no sentir siquiera al yo, disuelto en la meloda. No sentir al latoso yo del famoso jugador de
ftbol, por ejemplo, y anularse en la completa turbacin del odo, tal como parece que les
ocurre a los futbolistas cuando bajan del autocar.
Gentes arrogantes los jugadores? dolos que nos desdean tapndose los odos
con sus auriculares? Precisamente se tratara de todo lo contrario. Sin esos adminculos el
jugador sufrira, a causa de la pesada conciencia de su yo famoso, el ruido de los hin chas
y padecera, en consecuencia, la divisin entre el motivo (de su viaje) y el tema (de sus
aturdidos admiradores).
El yo famoso se tapona, pues, mediante el IPod, en el que se compactan mil
composiciones. Msica a granel y favorita que elude con su redundancia en el tmpano toda
presencia exterior. Msica que sella precisamente la otra msica sin sello, sin marca, que
emite el clamor del pblico.
El valor del silencio
Desde mediados del siglo xix el silencio abunda menos y, en consecuencia, vale
ms, de modo que, a partir de su escasez, el espacio, el tiempo y el silencio componen el
tringulo del lujo. El odo se cultiva para degustar tanto la msica como el silencio, que
forma parte de la misma narracin sonora.
Pero qu sucedera si a la msica se le amputaran sus silencios? La
desestructuracin hundira la meloda, y esto sin contar con la prdida del dorado fluido por
el que cunde y cuyo cauce lo constituye el silencio.
Este silencio es, en efecto, tan basal que la msica viene a ser como un producto
obtenido de hilar retricamente el ovillo del silencio. No es efectivamente as, pero una
modalidad de explotacin contempornea basada en el MP3 revela hasta qu punto llega la
estrategia mercantil para obtener beneficios econmicos.
El MP3 permite almacenar una mayor cantidad de msica gracias a que comprime

su contenido, eliminando todos aquellos pasajes sonoros que no pueden ser captados por el
odo. Aquello que tcnicamente no omos desaparece de la grabacin y el resultado es
espacio para un mayor almacenamiento. Cul es la consecuencia? La consecuencia es que
all donde se hallaba el silencio latente, el silencio musical, ya no queda nada. La presencia
de ese silencio musical deja de existir para ser sustituida por el vaco. De este modo la
msica parece orse ms o menos igual en el habitculo ruidoso de un coche o en los
auriculares de un porttil, pero, escuchada en el saln de casa, la msica sin silencios se
muestra desvitalizada. O bien: el cuerpo de la msica sin la mdula del silencio tiende hacia
la anemia del cuerpo sin vida.
No omos fisicamente el silencio de la orquesta, pero fisica y psquicamente nos
penetra. Su amputacin nos amputa y su eliminacin nos demedia. Con ello perdemos no
solo la audicin de la msica sino la audicin de nosotros mismos, convertidos, a travs del
asiduo contacto con lo audiovisual comprimido (IPod, mviles, Internet), en entes
decrecidos, entes entecos y quin sabe si ya arteramente embalados para el mausoleo.
La palabra est llena de xitos y de fracasos, exornos, sentencias y oropeles, pero el
silencio es divino. Dios es aquel que es gracias a su extremo silencio. No hay modo de
arrancarle una palabra, y de eso se deduce que lo posee y lo sabe todo. No dice una sola
palabra, pero puede decirse que es el amo del verbo. La autoridad, la riqueza, el respeto, la
devocin de los dems a causa de su silencio son tan desorbitadas que no la igualan todas
las fortunas y ejrcitos de este ruidoso mundo. Como sucede con el puado de elementos
nucleares que compone el mundo conocido, el silencio se encuentra entre aquellos de
corazn ms disolvente, inteligente y duro. Deshace o edifica con una solvencia y
rotundidad, con una habilidad y astucia, que ningn otro sonido puede igualar. Ms que
eso: el silencio es la base sonora germinal y, en las ocasiones ms graves, aquellas que
exigen eliminar al enemigo, no hay mejor arma letal que la de administrarle silencio
exclusivo.

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na mujer llega aterrorizada porque en su primera visita al


psicoterapeuta, este la haba inquirido sobre si posea o no un proyecto de vida. Nunca se
le haba pasado por la cabeza que el asunto fuera importante y psicocentral pero, segn el
terapeuta, para sentirse bien consigo misma necesitaba un proyecto de vida. Pregunt
despus a unas amigas y tampoco ellas contaban con un proyecto de vida. Extraviadas
todas? Errabundas? Desahuciadas?
El llamado proyecto de vida procede de una construccin conspicuamente
masculina. El afn de ser alguien, lograr unas metas, edificarse un porvenir forma parte del
armazn con que adentrarse mejor en el mundo, siendo hombre. Las muj eres, por el
contrario, se conformaron hasta hace poco con el afn de ser felices. Promteme que sers
feliz, han dictado muchas madres a sus hijas.
Los padres, por el contrario, ponen su ambicin en que el hijo consiga ser alguien.
La diferencia es tan radical que la misma idea de felicidad ha venido asociada a la
debilidad. El hroe no pretende la felicidad, sino el honor. El hroe no se entretiene en
pasarlo bien, sino que se forja en una interminable lucha. Buscar la felicidad qued para las
soadoras, las madres amantsimas o los msticos, antagonistas de lo ms recio o viril.
Cualquier movimiento productivo fue as relacionado con los resultados tangibles,
el dinero, la hacienda, el estatus. Pero, entonces, ser improductiva la felicidad? Tiende la
felicidad a atontarnos?
La respuesta afirmativa a estas preguntas ha fomentado la cultura del sacrificio y la
tica del denuedo hasta el final mismo del capitalismo de produccin, hace poco ms de
medio siglo.
En buena parte, esta cultura masculina ha descuidado ser feliz al considerar la
felicidad sinnimo de acomodo y su deleite una manifestacin de improductividad o
pecado.
El denuedo, sin embargo, parece alimenticio, sustancioso, aleccionador, mientras
que lo feliz puede postrarnos. La felicidad, segn esta idea machista, se colara en nuestro
espritu como un liquido letal. Parece dulce pero, apenas se sorbe, sabemos que hemos
libado el zumo de la fatalidad. De este modo, sin quererlo, tendramos que escupir el
intervalo feliz y sentirnos literalmente amparados por el interminable mal. El mal como una
pelcula protectora, el mal como linimento que provocando escozor nos blinda contra la

impostura de almbar.
Todo sabor placentero en los labios, en el sexo, en el cerebro es seal de que el
demonio ha deposi tado su dorado excremento en nuestro organismo y, a partir de esa
deposicin, empezar la destruccin. Lo mejor nos saja, lo bueno nos embota, lo feliz nos
envenena. En la insatisfaccin hallamos los componentes que configurarn al animal
humano.
La sensacin de ausencia, ese dolor, es en todo caso la base de la existencia
humana. Los animales sienten menos esa rara sed y, en consecuencia, menguan
extraordinariamente su sensacin de vivir.
Vivir es un no vivir algo ms. Es un sinvivir por el mal de la ausencia. Su reino
desprende una especial ansiedad que, mezclada con la vida, le confiere una condicin
particular, mitad dulzura y mitad tragedia. El anhelo vuela hacia la ausencia para tratar de
condensarla en una presencia, y su fracaso decide la infelicidad latente en casi todo
instante, bajo la felicidad incluso. O precisamente.
Pero no son ya las cosas de este sacrificial modo. La felicidad ha pasado a ser
asunto central, rosa prpura, ambisex, en los ltimos tiempos del capitalismo de consumo.
Presente en los libros, los vdeos de autoayuda, las pldoras de la felicidad, los spas o los
antidepresivos. La cultura de consumo ha liquidado, en fin, el miedo a ser feliz y su
identificacin con el desfallecido suspiro afeminado.
Tanto la formidable influencia femenina, convertida en el estilo del mundo, como la
proclamacin de la felicidad por el consumo han sacudido la vieja ecuacin que divida
hroes y mujeres. Unos con la obligacin de trazarse un proyecto para llegar a ser grandes y
ellas con la impulsin a ser madres para realizarse plenamente.
En el cruce cultural de ambos mundos el nuevo afn consistira no ya en el diseo
de metas muy solemnes, sino en la golosina de objetivos ms cercanos. O, en suma, en
lugar de aspirar a una culminacin a la manera metafisica, la alternativa ser una
degustacin a la manera turstica.
La existencia, ciertamente, se contempl como un viaje; la novedad es que ahora no
hay un ms all repleto de regalos celestes, sino tan solo un vaco. O, dicho de otro modo,
en ausencia de itinerarios fijos, desprendidos del mapa sagrado, todo lugar es holgura y
todo tiempo viene a ser un aforo sin atender, una cavidad en la que la ausencia del ms all
reclama en justa compensacin porciones de sentido aqu.
Los hijos solos
En La sociedad de los hijos hurfanos (Ediciones B, Buenos Aires, 2010), Sergio
Sinay analiza el caso de los nios que, en ausencia de normas, prohibiciones o dictmenes
fuertes, se desenvuelven a su antojo y crecen entre sus pandillas, sus msicas y sus
pantallas. Se trata de una orfandad familiar que, al prolongarse, les empuja a viajar por un
espacio en el que la orden, o incluso las sugerencias paternas, los rayan. Pasan del

padre que no est y de la madre que les incomoda, pasan de educaciones y enseanzas
temporalmente pasadas.
Acostumbrados a desenvolverse sin padres (o dioses), cuando los padres aparecen
ocupan espacios que ya estaban conquistados o barridos. Antes, los hijos deban querer a
los padres y los padres deban querer a los hijos. Sin embargo, hoy, a fuerza de estar solos,
los hijos no experimentan que los padres se interesen realmente por ellos, y ellos, a su vez,
se desinteresan de los padres. Puede que an se quieran, pero esa relacin se ha vuelto lo
bastante laxa como para que los lenguajes no enlacen y mucho menos se ensamblen. De
uno y otro lado, acostumbrados unos y otros a no hablar o a hablar poco entre s (unos
veinte minutos semanales de media en Estados Unidos), las respectivas historias
evolucionan demasiado a su aire como para no hacer fatigosa la tarea de referirse a su
principio y a sus significados.
No son hurfanos fisicos los hijos, ni tampoco los padres carecen de su funcin. Ni
unos ni otros se hallan privados de esa condicin paternofilial, pero el efecto real es que los
padres viven sin hijos y los hijos sin padres. Todo ello entre silencios, malentendidos,
reproches y estruendos de puertas.
Un ejemplo de estos nios hurfanos lo represent la aparicin de las Salus o
Salus Infirmorum formadas en la Universidad Pontificia de Salamanca para cuidar bebs.
Las Salus surgieron, pues, como enfermeras especializadas en recin nacidos que
contrataban los padres para mitigar sus esfuerzos nocturnos cuando tenan mellizos o
trillizos. Pero ahora las Salus no solo acuden a las casas donde han nacido dos o tres nios a
la vez; basta con uno, y no importa si ya ha crecido unos aos.
La Salus suele llegar a su lugar de trabajo de nueve a diez de la noche y toma a su
cargo la criatura. La baa, le da de cenar, le cuenta un cuento, la duerme, la custodia
durante la noche y, a la maana siguiente, la despierta, le da el desayuno, la arregla y la deja
a punto para ir al colegio. Puede que incluso acompae al nio o a los nios hasta la
escuela, pero antes despierta a los padres para darles ocasin de hacerlo ellos y, en todo
caso, para que les den un beso y brindarles algn consejo.
Todava siguen vivas, y con salud, las Salus. Los padres tienen hijos, adoptados o
no, pero deben lograr -si pueden- que no les pesen; los padres besaban a los nios antes de
ir a la cama, pero, como cuenta Proust en un pasaje inicial de En busca del tiempo perdido,
ese gesto era un delicado regalo de oro.
Qu piensan los nios de todo ello? Hace aproximadamente un siglo, como tan
detenidamente cuenta Marcel Proust, el padre y la madre eran intactas figuras sagradas. No
haba que desobedecerlas, pero incluso desobedecindolas no se las hara padecer porque el
servicio se encargaba de absorber la travesura, taponar la pequea rebelda o encubrir el
leve destrozo infantil.
Esta familia, claro est, hace tiempo que es polvo de biblioteca, pero la otra gran
familia santa, la Sagrada Familia de la Iglesia catlica de la segunda posguerra, esa que
desvela todava al Papa y se halla permanentemente amenazada, tambin ha ido

deshacindose a pesar de los rezos.Y ha ido desintegrndose (desacralizndose) unas veces


porque los padres y las madres se renen como fragmentos amorosos tras roturas o
divorcios de otra relacin. Y, otras, porque el motor paternofilial se plantea como un
bricolaje de aquellos que en Nueva Guinea admiraba Lvi-Strauss.
La prdida del viejo pegamento sagrado sera de por s la causa de una libertad que,
aun manteniendo unido con su pringue al grupo, nunca lo pegara de verdad. Quien haya
visto la primera pelcula de la serie Millennium y sus horrendas heridas de familia no
necesitar complementos para saber que no solo los hombres no amaban a las mujeres, sino
que las mujeres y los hombres sin amor fijo van creando una fuente heterognea de vivir y
de morir entre el turismo casero y el santo hogar.
Con o sin Salus, preceptores, colegios de curas, coachs o nanis, los padres son
padres y los hijos son hijos, efectivamente. La cuestin radica en la naturaleza que les
corresponde a unos y otros hoy con o sin proceso de gestacin.
Una primera cuestin es que la democracia (corrupta o no) ha permeado las paredes
domsticas y la superdemocracia o masacracia universal, vigente en la red, se opone
radicalmente a la jerarqua. Ms an: sin horizontalidad, sin superficialidad, sin pantallas
no hay cultura. Sin red no hay comunicacin y sin colaboracin no hay vida.
Todos los lamentos que imploran el regreso de la autoridad paterna fracasan, de la
misma manera que no hay trasvase de conocimientos en la escuela imponiendo la autoridad
profesoral. El valle ha sustituido a la montaa para sembrar una briosa plantacin de seres
distintos en la que todos, independientemente de su altura y su experiencia, tienen algo que
decir.
Podra afirmarse que este modelo solo lleva a un confuso plano y, ciertamente, no
hay nada ms contemporneo que la confusin, el galimatas y la ausencia de orientacin
segura. En el pasado, un cabeza de familia, padre y seor, marcaba el punto de donde parta
la orden y la organizacin.
Pero quin es hoy la cabeza del hogar? Perdida la cabeza, ese hombre -como en
otros mbitosha perdido tambin la posibilidad de interpretar un papel. Pero, adems, en
cuanto a la madre que, como mujer, ha buscado su liberacin siguiendo las huellas
masculinas, su funcin no termina de encajarse aqu o all. Es tierna, cariosa, detallista,
eficiente, protectora en el mejor de los casos, pero tambin depende del tiempo y la fuerza
que le deje libre su ocupacin exterior.Y encima, denostado el patriarcado, le toca la penosa
tarea de reprender.
En definitiva, ni los padres saben cul debe ser su cargo, ni tampoco las madres su
cargo y su carga. Unos y otros, hijos incluidos, improvisan esfuerzos y silencios, ensayan
conjunciones y disyunciones en un medio en el que ni la sangre que corre por las venas ni
el apellido que marca el linaje son clave.
El amor? Nunca como ahora los chicos han encontrado ms abrigo en horizontal,
con sus pandas, sus amigos, sus twitters. Y por algo ser. El apego familiar no es

desdeable pero tampoco ha de tomarse como el aglutinante mayor. As como los alumnos
menosprecian a los profesores que ensean, en forma y contenido, materias ajenas a su
curiosidad, los hijos ven desacreditarse a los padres despistados, descolocados o en trabajos
de poco inters.
Todo ello sin contar que, en la actualidad, prcticamente todos los amores, en la
pareja o en la familia, en el consumo de marcas o en el lazo profesional, son de quita y pon.
De este modo, los dramas tremebundos, las tragedias familiares al modo de Dostoievski o
Ella Kazan han ido cayendo desecadas a los pies de Freud.
No todos los nios son hurfanos, pero si Sergio Sinay llama a nuestra poca La
sociedad de los hijos hurfanos es porque observa con melancola que ni emocionalmente,
ni ticamente, ni espiritual o normativamente, los hijos son amparados por la presencia de
sus padres.
Ni falta que les hace? Les hace falta, pero esa falta en la casa paterna se
corresponde con el Estado de Ausencia General. Ausencia de lderes, de valores, de
intelectuales, de objetos y sujetos con peso.
En esta sociedad en la que los artefactos pesan cada vez menos y se desmenuzan
hasta los extremos de la nanotecnologa, los herrajes se oponen a la dura categora del
binomio padre-hijo, que va aflojndose sin remisin.
Si se piensa que para una gran mayora de hombres de hace apenas medio siglo, el
sexo era una fuerza de atraccin decisiva para casarse de por vida, se comprender el gran
abismo mental que separa aquellas trascendentes bodas de las voltiles bodas de hoy.
Pero el amor a un hijo no ser lo mismo ayer que hoy? Pues no.A la idea sagrada
de la familia perteneca la idea sagrada del padre y del hijo, de la madre, el abuelo y el
intachable honor del apellido en sociedad. Ser hijo de tal obligaba a mantener guarda y
fidelidad a unos fundamentos, unos feudos y unas figuras. Formar parte de una familia
conllevaba pertenecer a una historia esencial y su acarreo vital mediatizaba la buena o la
mala imagen del nombre. Un pecado de los antepasados flua de generacin en generacin
y un aura heroica baaba de orgullo una dinasta.
El individualismo y el superindividualismo terminaron, en la segunda mitad del
siglo xx, con los efectos de esa cadena de chatarra y oro.Antes se quera a los hijos -se
deca- como carne de nuestra carne. Se les quera intravenosamente. Pero ahora, liberados
los hijos de los padres, avanzados los injertos, los trasplantes y las clulas madre, todos
podemos llegar a ser hijos de extraos o los extraos llegar a ser padres, madres e hijos de
uno o de dos. Los hijos no elegan a los padres al nacer, pero los padres enseguida deban
hacer algo para hacerse dignos de ese azar. Igualmente, los hijos deban hacerse dignos
acreedores de los santos padres. Honrarlos incluso como sbditos siguiendo sus mismas
carreras para cumplir as una vida a imagen y semejanza del progenitor, tal y como Dios
habra escrito en su virtuosa ecuacin del mundo.
El mundo de hoy? Si se desea tener una familia habr que montrsela, como los

muebles utilitarios, con las propias manos y sacndola del atiborrado almacn. Pero
tambin, hartos de tragedias y de transfusiones, de dbitos y culpas, puede decidirse no
montar una familia en absoluto, tal como ya elige casi el 50 por ciento de la poblacin en
los pases de democracia ms avanzada.
El amor es democrtico, el sexo es divertido, la boda es un juguete, los hijos una
frmula, los padres un mecano. La comunicacin familiar? De su historia hablarn los
libros, si es que existen, los aos que vienen.
La maternidad? La paternidad? Cualquier funcin, por primordial que sea, se
acomoda a los tiempos, y las diferentes pocas conllevan ofertas y demandas surtidas,
como en las ferias de antes.

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Demostrar el espritu por la ausencia del espritu, demostrar la idea por la ausencia
de la idea, demostrar la vida por la ausencia de la vida, tal era la paradjica tarea de la obra
de arte.
YuKIO MISHIMA, El color prohibido

os mejores poemas de amor son los que cantan la ausencia y las ms


cautivadoras canciones romnticas son aquellas que inspiraron o procedieron de alguna
prdida. El vaco es el principal lujo del arte. De la msica, la arquitectura, la pintura o los
versos.
La negacin, el dolor, el mal, el vaco son insignes creadores. Altamente activos.
Todo lo que proviene del bien absoluto se consolida en su propia obviedad mientras la parte
maldita, y tanto ms cuanto ms arbitraria, es materia de primera calidad para la actividad
creadora. La gloria? No hay nada tan confortable y a la vez tan demoledor. La felicidad?
No hay nada ms dulce y simultneamente ms dificil de sufrir. El dolor, sin embargo, es
consistencia, biologa, bestiario familiar.
Esta sociedad que ahora envejece extensamente aumenta su proporcin melanclica
y promueve el arte de lo que, ya perdido, da dolor.Aqu y all, en el caos del arte, de la
economa o la poltica, el pensamiento se arquea en el intento de rescatar sonidos, sentidos
y sabores de un pasado que forzosamente cuadra mal con la actualidad, puesto que la
acentuada sensacin de una ausencia irrecuperable es la metfora ms acertada del final.
La edad proterva conlleva un depsito de sabidura, pero se comprueba pronto que
este depsito, retricamente guardado o no, vale para tratar el porvenir. Por el contrario,
siendo el dficit el signo general atribuido al mundo presente, el pensamiento recibido es
tambin, paradjicamente, deficitario. Dficit en casi cualquier lugar, dficit intelectual en
casi cualquier punto. Prdida de energas productivas en un mundo que se vislumbra
engaado y desengaado.
El viejo desea envejecer a solas con su vergenza fisica y mental mientras afuera la
escena bulle. El silencio de adentro y a fuego lento prepara su caldo mientras el champn
estalla en honor de una bienvenida que excluye a los mayores.
Sin embargo, justamente, entre los pocos y relativos dones que procura la edad, uno
consiste en un nuevo inters por los dems, pero que, en lugar de llevar a enviscarse en los

otros y olvidar las cuestiones propias, conduce a un raro consuelo de la ausencia. Uno
mismo llega a ser demasiado lo mismo, mientras los numerosos argumentos de los seres de
alrededor se revelan como versiones tan incomprensibles como diferentes del repertorio
amigo.
Sin este don que ayuda a poner atencin sobre los problemas del prjimo, se pierde
la larga experiencia de historias y visiones del mundo que, en conjunto, componen un
programa soportable para la tercera edad. No se trata de caridad ni de curiosidad tan solo.
Se obtiene un placer sabroso y fcil a partir de la felicidad del otro, sea un nieto, sea un
hijo, y se alcanza un confort de segundo orden que, en las postrimeras, brindamos a los
dems.
Los otros son el patrimonio. Sin ellos nos arruinaramos de un golpe en nuestras
quiebras crecientes. Continuar, tras una edad, cultivando el yo resulta tan feo como
incestuoso. El narcisismo, como fumar o beber mucho, son conductas grotescas despus de
la juventud. Nada se hace ms valioso en la edad avanzada que sentirse apaciguado con la
naturaleza de uno mismo.Toda lmina de serenidad equivale a un bucle con la circunstancia
que antes combatimos, colonizamos, excluimos, cabalgamos o desafiamos. Ser horizontal
como la naturaleza, ni ms ni menos, hallarse entretejido y no ser nada, ningn nudo
relevante, es la terapia geritrica que confiere mayor salud.
Interesarse, en fin, por los dems no significa otra cosa que culminar el crculo de la
intemporal medicina amorosa. Somos ms felices aproximando nuestro curso al curso de
los otros y favoreciendo tambin que ellos disfruten de esa actitud que, con el auge de las
interconexiones, aumenta el inters y la cate gora humana del texto. El texto o la textura
acaso que nos lea y nos empapele juntos.Y como un ovillo nos facture.
Oros y heridas
Si se quiere, la melancola puede dar mucho de s, pero tambin, tras haberla
probado varias veces, parece iluso alancearse con ella. Los hechos son y se ajustan uno a
otro construyendo el azar de la vida. Uno a uno parecen tan pesados o ligeros, tan
singulares en s mismos, que el tiempo tiende a sintetizarse dentro de sus trminos y, por si
fuera poco, se empina sobre ellos para otear el pasado y su futuro.
La estructura completa de una existencia desdice la supuesta magia del fragmento
que, a diferencia de lo que se cree, expone el cdigo en su apogeo y desdice la fractalidad.
Entendiendo por fractal aquella composicin cuya forma superior procede de la reunin de
otras hijuelas de su misma morfologa.
As, ciertos tramos de vida componen un argumento tan integrado como intenso,
pero, una vez finaliza esta trama, por tupida que fuera, vuelve a empezar el modelo. Se
inaugurar espontneamente -como hacen las clulas madre- un nuevo periodo con
personajes distintos, unos venidos de lejos y otros llegados del propio interior, como ideas y
sentimientos que surgen de forma inesperada. Hijos estos del mismo cuerpo, pero no de la
misma estacin sentimental.

A diferencia, pues, de la doxia que atribuye el genio y figura hasta la sepultura, la


experiencia ensea que es cada vez ms corriente y ameno ensayar a travs de avatares
diferentes, mediante otros nicknames que corrigen el patrn anterior, supuestamente bsico.
A travs de este sortilegio, siempre al alcance de todos los pblicos, la lnea de la
vida pasa de ser una recta a formar un rizo o a trazar una suerte de banda de Moebius que
solo al final, ya muertos, alcanza su sentido, intil.
La muerte vendra a ser como el inesperado fractal de la biografia.Y la muerte, en
toda la vida, siempre nos estara matando. Pero tampoco es del todo as. Esta ausencia de
sentido de una vida es tambin lo que la ampara y la resguarda. Lo presente hiere, censura,
hostiga, mientras que la ausencia de sentido, su vaco, permite una acumulacin de oros y
heridas. Llagas o sedas que enredan.
El significado del mundo se halla inscrito en la ausencia de significado del mundo
que, a diferencia de lo ms cotidiano y ruin, se engasta sin sentido en esa cpula salvadora
de la ausencia. Soy reconocido no por los presentes que pugnan entre s para sobrevivir.
Soy reconocido por la ausencia que, libre y sana, a diferencia de la presencia enferma,
muestra las justas proporciones del bien y el mal, lo bueno y lo mediocre, lo importante y lo
trivial. Esta ausencia o sustancia sin manchas es la judicatura decisiva, el universo que se
contempla como un ncar al comps de una vida lista para comparecer en la escena final.
El consom melanclico
Toda melancola es del orden de los fluidos capitales, y as, originalmente, la bilis se
asociaba a este talante de acbar que caracteriz con ahnco a los romnticos del siglo xix.
Ser duraderamente cautivado por la memoria de lo perdido podra parecer una rara
orientacin pero, sin duda, la complejidad del movimiento que el alma interpreta hacia ese
punto lejano consigue, mediante su arco, transformar la tristeza en una airosa tristeza y la
pena en una plateada peana del yo.
El ser melanclico se ama del modo perverso que dicta el narcisismo, pero con la
diferencia de que, en lugar de procurar alguna exultacin del yo, logra su declinacin
precisa. Se trata, en fin, de una conquista de s en la sede de la decadencia, siendo entonces
esta no tanto una degradacin como un elegante punto de vista.
El narcisismo a secas es obsceno, pero el narcisismo baado en melancola llega a
adquirir prestancia.Todo lo melanclico se parece, en general, a una lmina de agua
levemente turbia sobre una superficie impermeable. No hay incursin alguna del
sentimiento propio en los poros de otro cuerpo, sino que la emocin bala sobre el objeto y
el sujeto, tal como si nos baara una delicada pcima que, obviamente, ser venenossima y
en su peligro reposa su clamante valor.
El juego, en fin, con la muerte y sus versiones ocupa el centro del consom
melanclico. No se trata nunca de la muerte concreta, slida ni ordinaria, sino por el
contrario del barniz mortal. O bien se trata, en niveles de mayor riesgo, de la muerte

destilada y extrada de una reelaboracin del charol letal, del alquitrn fnebre o del final
travestido en el principio creador. Vacuna que envenena para no morir nunca de aquello.
Vicio que nos hace mucho ms santos que cualquier conjura de la virtud.
Bajo la tesis de que quien olvida la historia puede volver a incurrir en los mismos
errores, la idea de recordar y, cuanto ms minuciosamente, mejorse ha instalado como una
virtud. En el polo opuesto se ubica, por tanto, el olvido. El desmemoriado pasa por ser
trivial, cuando no, sospechosamente, un desalmado.
Se dira que la moral se funda en la memoria y la inmoralidad en el olvido. Quien
perdona solo puede salvarse si, simultneamente, no olvida. Se sugiere de este modo que en
los sujetos sin la debida densidad se borran las huellas del pasado, mientras que, por el
contrario, las personas de valor guardan los recuerdos a fuego.
Debemos seguir alentando esta ecuacin tan del medievo? En realidad pocas veces
se exalta la memoria histrica para aumentar el gozo de vivir. La memoria ha adquirido una
consideracin tan grave que sin dificultad se emparenta con toda clase de tragedias,
holocaustos, crceles, hambrunas, represin y guerras. De este modo, la facultad
memorstica acta como una esponja que absorbe toda amargura y baa el presente con sus
escurriduras.
Gracias a la memoria podemos seguir odiando, gracias a la memoria podemos
continuar regurgitando y volviendo a paladear el mal. La felicidad? Queda asumido que
mientras la desventura se clava, la felicidad resbala. De este modo, resulta la desgracia de
ms fcil succin porque, en general, nos hallamos ms instruidos en la recreacin del dolor
que del placer, aunque de los dos sea posible alguna formacin fantstica. La memoria
opera sobre el pasado como la pala excavadora sobre una montaa de residuos y no ser
raro que, como en los vertederos, esa remocin apeste.
El alumbrado mgico
Pero no siempre es as. Paradjicamente el recuerdo hace presente a la cosa
memorada no en cuanto una presencia ms, sino en cuanto purificada ausencia. Podra
pensarse que el vaco de no estar aquello acaba con toda su residencia, pero de nuevo,
paradjicamente, la reclamada ausencia llega a ser ms poderosa que la presencia y ms
decisiva, porque el producto que el recuerdo obtiene del pasado requiere de una fuerza que
mide su poder con la inercia del olvido.
Todo mundo pasado, toda persona o poca desaparecidas viajan incesantemente en
irrefrenable direccin hacia la prdida. Sofrenar esa marcha primero e iniciar despus un
arduo regreso con el cuerpo a cuestas, recuperado de la fatalidad, supone emplear una
energa que vuelve la ausencia en potencia pura. Potencia excepcional en el presente: lo
ausente arrancado del pretrito para venir a ocupar un fulgente lugar al lado del relente
comn de la presencia.
Giordano Bruno, un gigante en el arte de la memoria, propuso un severo y
pormenorizado sistema nemotcnico no para recordar algo, sino para comprender, recrearlo

todo, y, en suma, para alcanzar un remedo de inmortalidad, puesto que si la eternidad no se


halla al alcance de los seres humanos, la memoria sin fin puede traspasar la delimitacin de
la muerte y generar un espacio infinito por donde pasean simuladamente el pasado y el
presente, siendo el futuro el vector de su enunciacin.
En la literatura del yo, en los escritores autnticos, en los poetas ptimos, la sbita
iluminacin de un instante en la memoria expende una emocin tan intensa y frtil para la
escritura que se confundira con su forraje natural. Ese instante que el poeta recibe y en el
que el recuerdo brilla es semejante al sorbo de un estupefaciente puro. All, el objeto se
presta a un hilado o copulacin desde el que miles de criaturas desfilan en el texto. Tal
instante, especial como una alhaja, puede acaso confundirse con la inspiracin, pero en
realidad se trata de la raz fundacional del habla y cuya asuncin procura un efecto igual al
de las bombas de racimo. Irradia sobre una amplia extensin nerviosa y el entusiasmo que
desprende, su onda caliente, puede dar origen a una clase de visin o una cualidad del texto
que decide el sentido de la construccin e, igualmente, de su destruccin masiva.
La memoria en la literatura es la pasta bsica del alcaloide que lograr la
encantacin. Y no se trata de ser mejor o peor escritor en proporcin a la capacidad para
recordar. El grado en que la sbita iluminacin opera no radica tanto en la extensa
coleccin de datos como en la excepcional cualidad de alguno que decide, mediante su
alumbrado mgico, la totalidad del pensamiento emocionado.
En la televisin, un psiquiatra dice que la clave de la felicidad reside en dos factores
fundamentales: tener buena salud y gozar de mala memoria. La mala memoria o la buena
salud pertenecen a un mismo orden de la sanidad. Mientras la buena salud es equivalente a
la pura ausencia de dolor, la mala memoria coincide con el alma en blanco.
Todo el sufrimiento que conlleva una enfermedad se parece a la corrosin que un
rencor, una tragedia o un odio traen consigo.
La figura del atleta gil que corre y salta sin esfuerzo se parece a la del
desmemoriado que vuela ligero, pues no se ve lastrado por el pasado. Ambos amarn el
presente sin que les falte la inteligencia de su volubilidad, pero se sentirn dotados del bro
fisico y mental para conservar la salud virtual del equilibrio. Uno y otro tonificados por la
benfica gracia de olvidar y el valiente donaire del oxgeno.
Una anciana sentada en su terraza frente al mar, inmvil e impasible, pareca
acampar en su memoria, como la nica parcela casi intacta de su cuerpo marchito. A partir
de esa facultad, an disponible, alzaba ante s una pantalla en la que se proyectaba no ya el
paisaje de la marina o el desfile de los barcos, sino una representacin lenta e insonora que
cruzaba por su memoria al comps de su flaqueza. Dispuesta sencillamente para pensar y
descansar en las maceradas estampas del recuerdo. Recuerdos para la sesin de la maana
cuando la bajaban a desayunar, recuerdos para despus de la siesta y, finalmente, un men
ligero para la hora del crepsculo, cuando el mar se abate y ya la preparan para ir dormir.
Entretanto leo en Proust un prrafo que dice:
Mi ta saba muy bien que nunca ms vera a Swann, que no volvera a salir de su

casa; pero esta reclusin definitiva hacasela cmoda por la misma razn que, segn
nosotros, debiera serle ms dolorosa; y es que aquella reclusin se la impona la
disminucin, perceptible para ella cada da que pasaba, de sus fuerzas, y que al convertir
todo acto y movimiento en cansancio o en sufrimiento, revestan a la inaccin, al
aislamiento y al silencio de la suavidad reparadora y bendita del descanso. (Por el camino
de Swann,Alianza Editorial, Madrid, 1988, p. 179).
Y as era.

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o hay conciencia que no sea conciencia de algo. No hay sujeto sin


objeto ni objeto sin sujeto. Esta tautologa viene a ser, sin embargo, como el plasma vital.
No hay conciencia presente por s misma, no hay conciencia de s sin rebote en el
objeto. No hay, en fin, conciencia que no se represente en objetos o simulaciones de
objetos: imgenes, signos, cosas, figuras triviales o abstractas. La conciencia y el sujeto se
dicen en trminos de emblemas.
El recuerdo difiere de la representacin por una cualidad: la cualidad de la vivencia.
Mientras hay recuerdo, el pasado se enlaza con lo actual y conserva la vivacidad del
presente. Lo cual no significa haber recobrado una presencia sometida a los avatares de las
circunstancias presentes, sino haber construido una ausencia en la presencia. La ausencia se
hace presente y participa de sus representaciones. Y, un paso ms, la ausencia experimenta
tambin los accidentes de la memoria y el olvido.
Memoria de la ausencia, olvido de la ausencia? La suma de las ausencias y la
desmaterializacin del mundo componen un nuevo estadio del conocimien to, el
sentimiento y la figuracin. La ausencia de la ausencia, el sueo del sueo, el recuerdo del
recuerdo son pares de una realidad desrealizada, parte de un mundo que vivimos solo como
inconsciente y que, sin embargo, pesa como el plomo, a su vez inconsciente, sobre el
mbito del porvenir.
La soledad de las ciudades, el hiperindividualismo y la muchedumbre solitaria
fueron temas en la segunda mitad del siglo xx, pero apenas se habla ya de ellos. Los
individuos no se han entraado ms, pero electrnicamente se han comunicado hasta acallar
las voces del aislamiento.
Se trata, sin embargo, de dos realidades paralelas. Mientras la relacin en el cuerpo
a cuerpo sigue debilitndose, la relacin a distancia, mscara a mscara, aumenta. La
aventura de ser un individuo diferente o mejor, siempre dependiente de la imagen
proyectada en los dems, se ha provisto ahora de un artilugio especial mediante el cual
nuestra identidad se enreda con nuestras artes de engao. Nuestro diseo, en fin, se
encuentra ms en nuestras manos a travs del atrezo, el nickname o el avatar, para hacer
personajes de la persona y versiones de lo real.
El prjimo es siempre insustituible para poder ser algo, pero la proporcin que de su
presencia se necesita para crear nuestro perfil puede sustituirse, en parte, por nuestra

habilidad para fingir en las pantallas.


Indudablemente, la satisfaccin afectiva no ser igual a la que proporciona un amor
encarnado pero, poco a poco, este mundo electrnico ser casi todo lo que hay y la vida en
su seno decidir una importante porcin de nuestra figura. Lo transparente procura abrigo,
lo remoto segrega proximidad, lo virtual se verifica y el sucedneo, como en las gulas,
ser progresivamente el nico gusto atribuible a lo autntico.
Incluso, poco a poco, con el uso y el consumo de compaas y sentimientos en la
red, lo que hoy parece sucedneo borrar su carcter subsidiario y ascender de pleno al
mundo presencial.
Este universo de contactos posee una condicin indita: conectamos con ms gentes
sin tener que sufrir al gento. El contacto personista (vase T y yo, objetos de lujo) se
define as por una relacin entre personas distantes y distintas pero sin su extrao y
atosigante tufo. Crece la conexin y hasta la implicacin, pero no los compromisos fuertes.
De la misma manera que el saber actual es ms superficial que profundo, ms extensivo que
intensivo, la relacin con las personas a travs de la red conforma un modelo a su imagen y
semejanza. Tratamos con una multiplicidad de individuos para degustarlos en aquellos
aspectos fragmentarios que nos complacen.
El mundo avanza de esta manera como un frente de infinitas relaciones
ligeras.Vivimos o navegamos y en lugar de llegar hasta el fondo del otro, sustituimos la
cavidad por el surf y el corazn por el btox. La interrelacin resulta as ms cambiante,
menos perso nalista al modo catlico de Mounier y, por el contrario, cada vez ms
personista.
El lujo de la pareja
En general, muchos nexos y pocos vnculos, mucha conversacin en horizontal y
menos en vertical. No es ya tanto la desconfianza en el otro lo que reduce el peso de la
amistad, sino la dificultad laboral y residencial para cultivarla. Poco a poco, sin pensarlo ni
ponderarlo, vamos reduciendo la compaa al recinto de la pareja y sobre ella van
concentrndose tantas demandas que sus cimientos acaban ardiendo.
El otro puede ser un verdugo o un lujo, aunque siempre posee partculas de
ambos.Y siempre parece preferible estar acompaado que estar solo porque, de la misma
manera que no hay mejor especialista en la tortura que el autotorturador ni tampoco peor
enemigo de la lucidez que nuestra ofuscacin, el otro cumple como elemento necesario para
aliviarnos. Aquel que nos observa desde fuera, liberado de nuestra fijacin, puede actuar
como la cura. Todo problema tiene su solucin, pero a menudo esta no se halla en nuestro
reino y alguien amado, venido desde afuera, abre el encierro. Los trminos se vuelven ms
claros y saltamos desde la tempestad a la calma relativa mediante la ciruga de la ajenidad.
No significa, sin embargo, que el otro constituya siempre un blsamo. La especie
humana prefiere, en general, no convivir demasiado junta.Y precisamente, lo peor de la
cotidianidad de las abejas procede de su obligatoria, eterna y hacinada colaboracin. Nada

parecido al orden de los seres humanos, que encuentran en la soledad oportunidades


generativas.
No ser lo mismo la soledad que la independencia, pero la soledad elegida y la
independencia conquistada se acercan mucho entre s. Complementariamente, la calidad del
lazo aumenta si ambos asumen su independencia y la disfrutan, pudiendo adems estar
juntos o distantes despus.
Somos con los dems y los dems son con nosotros, pero sin apelmazamientos. La
interdependencia no es, por tanto, suma de dependencias sino juego de independencias, de
manera que la metfora del panal nos endulza tanto como nos encarcela.
Somos, en suma, seres comunitarios y solitarios, ciudadanos e individuos. El
inconveniente de la soledad en relacin a la visin del mundo reside en que una idea o una
opinin mantenida en solitario es prcticamente igual a una primera creencia, mientras que
la idea compartida se vuelve conviccin y ayuda a afianzar la identidad y a suponerse ms
fuerte.
La relacin no constituye un compromiso al modo de la religin o la militancia,
pero s una clase de organizacin afectuosa que funciona como una red de socializacin por
parcelas.
Igualmente, el nuevo mundo ciberntico se sostiene en red y su vida procede de una
constante y progresiva interaccin personista. No tener lazos con los dems es vivir
colgado. El ordenador parece morir cuando se cuelga; se cuelga cuando no conecta. La
conexin es vida.
El hacinamiento nos mata
Pero la representacin del otro sustituye muchas veces a la presentacin. Las
pantallas omnipresentes operan como una cmara de transmutacin de lo real para crear el
mundo de una semirrealidad compatible con la ventaja de la ausencia. Por otra parte, lo
especfico de nuestra especie no es el contacto con los dems sino la distancia. Son especies
de contacto aquellas que se apian por placer y permanecen piel con piel durante horas,
como el hipoptamo, el cerdo o el erizo.
Pero hay especies de no contacto entre las que se encuentra el caballo, el perro, el
gato, la rata y los seres humanos. No nos aguantamos cerca durante mucho tiempo. Puede
ser que este rechazo no predomine siendo cachorros o bebs, pero en cuanto se alcanza el
estado adulto toda confortabilidad requiere holgura.Y no ya un hueco para pensar o atacar
sino como hbitat natural de supervivencia.
El hacinamiento nos mata y bastara la excesiva proximidad para enfermarnos. El
individuo (indivisible) requiere para su definicin una esfera en la que reine el olor y el
amor propio. De modo que el abrazo amistoso, la asociacin religiosa, el equipo, el vecinda
ro son elecciones desde la soledad primigenia en que nos fundamos. Nada que ver con el
pantanoso cosmos del cerdo o el apegamiento de las vacas.

En el fondo, adems, siempre estamos solos. Ms solos que la una y a casi cualquier
hora, pobres o ricos, sanos o enfermos. Proust escriba: Nos comunica alguien su
enfermedad o su revs econmico, lo escuchamos, lo compadecemos, tratamos de
reconfortarle y volvemos a nuestros asuntos. Qu solas estamos las personas!.Y qu bello
disfrute hallamos en esa oquedad cuando por momentos, voluptuosamente, la escogemos.
La ausencia ms demoledora tiene lugar cuando los dems crean tu ausencia.
Podran tenerte presente pero optan por tenerte ausente. O todava peor: ni siquiera optan.
La opcin de pensar se ha desvanecido como un tejido cada vez ms liviano y transparente,
y la transparencia viene a ser el resultado de tu ser. No te rechazan ni te tachan;
simplemente tu ser se ha consumido y solo una fumarola dara cuenta de su lbil
consistencia.
La prdida de presencia moral se confunde as con la desintegracin de los cuerpos,
bien en la fsica o en la ptica, bien en la sustancia o en la consideracin. En todos los casos
viene a ser la consistencia la que cede y se desliza vagamente, como una onda de olor hacia
la prdida completa de olfato. Prdida de olor, de color, de tacto: la muerte acenta la
transmisin del suceso a travs de estos sentidos. La ausencia transmite su realizacin
mediante la irrea lizacin de las facultades, el aroma sin partculas, el color sin vibraciones,
el tacto sin rozaduras.
La ausencia es una suave entidad deslizante, inasible y, al cabo, insaciable. No estar
presente en los dems tiende en su punto extremo hacia la zona absoluta de la nada. Es as
como la ausencia que los dems nos procuran sin saberlo consigue el mximo efecto del
universo primigenio (o final). El espacio donde no hay lmites ni paramentos vestidos de
espejos. El espacio se refleja a s mismo en una infinita repeticin donde la igualacin
contribuye a mantener la masa en su nivel absoluto, cenital como un inmarcesible cristal de
cuarzo, y a la vez, indefinible, puesto que incluso la simple vaciedad es un rango que no le
conviene: la ausencia es el vaco ms el vaco definitivo.
Dentro de tal vaco explota la falta total, y el resultado es el dolor que desborda la
cabida del dolor y se convierte en una masa deslizante pero inmvil, plateada pero
transparente. Esto es la ausencia. Ninguna circunstancia lograra el prodigio de hacernos
ausentes si proviniera del quehacer consciente. La mayor ausencia procede de la
indiferencia y a travs de la impasible diferencia ajena.
Somos ausentes como hijos del coro sepulcral que nos da luz, y el coro nos hace
ausentes con su circulacin cerrada. Somos ausentes en la ausencia del pensamiento que
nos anula no por su despecho sino por su despiste. Su indiferencia nos ciega y la ceguera a
la que surgimos nos vela ante cualquier mirada.
Tambin ante la nuestra? No es seguro. Sentirse ausente en los dems crea una
segunda vida propia. Una vida amoral y flotante en la que se va fundando un mausoleo
alejado todava de la muerte perfecta. Porque la muerte real, perfecta, volvera a darnos
presencia, llegara a producir un suceso y, en consecuencia, a extraernos de la pena en vano.
El catafalco del ausente no es, pues, en verdad, el de su muerte fisica, sino el de su vaco, la

carga insoportable que acarrea tras haberse convertido en el gran plomo de s.

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n dictamen de los sabios dice que el mejor modo de ser feliz, eficaz,
poderoso y acaso superior es conocerse a s mismo. Nadie, sin embargo, lo ha conseguido.
La identidad, sea esto lo que sea, no es nunca identificable, gracias a Dios.
Saber cmo se es o consagrar la vida a lograr la coincidencia entre el propio yo
-supuestamente originario- y su gemelo fugitivo constituyen tareas tan mprobas como
estpidas. Pero tambin tan aburridas como fracasadas, diga lo que diga la doxia, la
ortodoxia y los manuales para triunfar.
En un librito de Clment Rosset, Lejos de m (Marbot, Barcelona, 2007), se insiste
en la soberana tontera de pretender coronarse como el sabio de uno mismo. En realidad, no
hay mayor aliciente para seguir vivo y coleando que la incertidumbre sobre el yo. De otro
modo, cmo soportar la asidua convivencia con esta pareja obtenida del yo mismo?
Cmo no bostezar ante este sujeto-sujeto, meticulosamente censado, privado de enigma,
sin ms cara que no sea la cara o cruz de su nica moneda?
Cmo saber de s sin el saber del otro? De hecho, no solo el amor parece
insustituible para sen tirse feliz; sin alguna forma de buen amor caeramos como annimos
muertos.
De esta manera se entiende la condicin humana, puesto que no hay humanidad sin
su carne amorosa, no hay red social sin enlace humano, no hay efectividad sin afectividad.
De una manera u otra, incluso las empresas, los asesinos, los financieros se aman, se
requieren, se asocian o se coaligan para sobrevivir como tales o como algo ms. Todo
comercio, a su vez, reproduce en sus canjes el modelo matriz del intercambio amoroso que
es la base de la pareja, su sentido del acoplamiento y la magia de la copulacin.
Cualquier doctrina que haya credo ver en el amor tan solo donacin no ha
entendido nada del bsico bien de la coyunda, representada desde el duro encastramiento de
los seres humanos al engranaje de las mquinas, desde el motor de la vida al motor de
explosin donde los mbolos del t y el yo se presionan y dialogan.
Empezando por Dios, la contraprestacin es ineludible. Si la divinidad se sostiene es
gracias a la creencia de los fieles en el suculento alimento que el intercambio religioso
provee. No es Dios el creador de los hombres, sino que Dios resulta de la interesada
fantasa econmica que, a cambio de fe, brindar su fortuna y su bondad.

Pero, tambin, una vez Dios en la escena del negocio, se hace verdad que los seres
humanos se ven respecto a l como hambrientos e indigentes. Dios es, por esa causa, panal
o dulce coagulacin del amor, licor del polo que alcoholiza la soledad suavemente, que
azucara la desesperanza y espolvorea la ausencia de ans.
El espejo y yo
En trminos de manual, la prdida de la autoestima constituye una enfermedad casi
mortal que nicamente se cura mediante un remedo del soplo de Dios que recalienta las
vsceras. Auto estima del corazn conectado con otros corazones, nexos de amor que
generan un escudo contra el descrdito personal o contra el simple despeamiento del yo
que, ciego, podra caer falto de conviccin alguna.
Todo yo, cualquier yo, solo existe en relacin con otro. Todo yo crea
automticamente un mundo a travs de otra presencia, pero ese mundo, a la vez, se encarga
de crear al yo. No hay un mundo sin yo, ni un yo sin mundo. Esta es la primera evidencia y
la primera soledad de la filosofa, pero la oportuna presencia del otro inaugura un nuevo
punto de vista, una mirada ms que mutuamente genera el mundo como un mbito
habitable, hogar que nace con la pareja del yo.
En el principio, mundo y yo, crendose mutuamente, forman un absoluto tan
inexorable como deshabitado. Segn confirma la fisica moderna y el paradigma
hologramtico en todas las ciencias, la percepcin y lo percibido, lo percibido y la
percepcin son parte de un continuo similar a una tinta desleda a lo largo del agua. En ese
movimiento el yo se deshace y se liquidara sin la asistencia de alguien que, sobre la
hemorragia, introdujera una aleacin y creara de su azogue un nuevo espejo.
No hay preexistencia del espacio ni preexistencia del tiempo, no hay universo antes
de nuestra llegada, de manera que la slida realidad del yo se encuentra necesariamente
unida a la imagen del mundo que brota con su presencia y el certificado aadido de la
coexistencia. De esta frmula se deduce que la soledad constituye un veneno casi letal y
que en su constatacin se prueba el insoportable sabor del yo nico. Hace falta alguien ms
para que la escena persista y la mesa se sirva.
La ausencia de los dems equivale a dejar de vivir. La muerte anida en el vaco o en
la oquedad de una ausencia. Gracias al amor de otro, sin embargo, se tiende un lienzo que
embolsa el viento y crea una calma medicinal, la medicina primordial de estar unidos.
De este proceso radical que va de la soledad a la reunin, hay incontables ejemplos
en el arte, en la economa, en la ciencia o en las investigaciones de la neurobiologa.
Pervivimos en cuanto seres que estamos juntos, y La Crisis no es otra cosa que la rotura
progresiva de la confianza o de la aproximacin, la ruina provocada por la liquidacin de
los cuerpos o la escasez de su liquidez en grupo.
Es tan dificil llegar a conocerse que a casi cualquier opinin que omos verter sobre
nosotros, le concedemos un desaforado valor. Desaforado? La medida de la resonancia que

le conferimos nos ha de parecer desmesurada, simplemente porque no poseemos la cierta


medida de lo que somos.
Contarse a s mismo, tanto aritmticamente como literariamente, representa el
ejercicio ms incierto. La verdad escapa de nuestro anlisis, puesto que cualquier punto de
vista sobre uno mismo requiere antes la sesgada eleccin del ngulo de visin, la
manipulacin del objetivo o su imposible objetivacin.
Ocurre como cuando, al contemplarnos en el espejo, adoptamos una pose, un
determinado escorzo o un gesto en los que confiamos para quedar mejor. Pero, en el mejor
de los casos, la imagen que as se obtiene cmo no atribuirla a una falsificada verdad? Nos
preparamos para presentarnos ante el espejo con el temor a vernos mal o muy mal. A
reconocernos, en fin, lo indeseable.
Y as ocurre tambin con el malestar al escucharnos o vernos en una grabacin. La
expectacin por vernos recuerda la expectacin por desmantelar la imagen del tipo
conocido y el pavor de vernos irremediablemente condenados a l. Nada hay concreto e
inmutable en nuestra imagen ni tampoco a resguardo de otra interpretacin, puesto que la
misma extraeza con la que nos auscultamos nos indica la fragilidad del conocimiento que
poseemos. Ese yo (desconocido) emerge, tan extrao para nosotros mismos que
preferiramos no percibir su verdadera ajenidad. 0 bien: nunca nos sentimos ms alegres
que cuando no nos vemos ni nos imaginamos.
Pero cmo no inventarnos alguna buena versin?Y, cmo no vivir en el filo de ser
descubiertos dentro de esa mentira? El otro nos mira, nos mide, nos talla, nos diseca. En su
pupila nos delimita.
Por contraste, la dificultad de autoconocernos nos libera. No estar frente a la mirada
de s coincide con la vacacin suprema, puesto que no hay peor verdugo que la incontrolada
mirada que nos echamos encima y que, como un chacal, nos devora y nos dice. El otro, en
fin, nos tiene en sus ojos. Aquella pareja que nos ama nos absuelve, nos blinda de nuestra
insufrible visin y nos amamanta con la benevolencia de la suya, esa tierna laguna en la que
flotbamos como recin nacidos.
Todas las discusiones, peleas y agresiones que se registran tienen por centro el
yo. Parece una perogrullada (una perogru-yo-da) pero, simultneamente, en otras partes
del mundo en las que el yo cuenta menos, se desarrolla mejor la paz social. El yo es una
bomba que al mimarse en exceso estalla con facilidad. Todo yo, por pequeo que sea, se
encuentra naturalmente inflado y se comporta en el mundo como un globo propenso a
detectar con sensibilidad los roces, los pinchazos y, lo que es ms grave, su exagerada y
grotesca autoridad.
Con ello el globo del yo, achicado en la estimacin, procura engrandecerse, y el que
se siente preterido, o no visible, se mueve aparatosamente para hacerse contemplar.
La presencia del yo es, sin duda, tan consustancial a su pervivencia que el lmite de
esta ansiedad u obscenidad no puede siquiera calcularse.Y menos si se tiene en cuenta la

forma en que concuerda sin agresividad con los dems yoes.


Las peleas familiares, por ejemplo, hacen notoria esta batalla de egos hinchados,
inflamados, explosivos; en la posible reyerta, uno y otro despiden, al cabo, un aire tan
vulgar, un hedor egosta que deshace el natural aroma del amor propio, que ser siempre
digno cuando no traspase su tino. Un abusivo amor por el yo, sin embargo, convierte a su
ncleo en una sede masturbatoria y sofrena as cualquier intencin de amar al prjimo, vista
la desmesura que el prjimo destina a s y cuya patologa desprende un humus repulsivo.
Uno mismo, en fin, nunca es uno mismo si pretende la salud. De acuerdo, nos
resulta familiar este seor del espejo que me representa, pero de eso a aceptar ser l mismo
media un abismo. En el vdeo, en las fotografias, uno se alegra o se decepciona ante la
imagen que se ha plasmado, pero, en todo caso, se sobreentiende que la sensacin
satisfactoria o insatisfactoria se refiere no al mismo yo, sino a esa proyeccin para las fotos
o las cmaras que se representa con aberraciones.
El verdadero yo es imposible de retratar y se identifica precisamente con no ser
nada. No existir, no aparecer, no poder ser juzgado ni aprendido, ni entendido, ni amado
certeramente.
Por definicin o por experiencia nosotros mismos apenas existimos en el trato con
los dems, sea en el ejercicio del trabajo o en la relacin de amor. Pero, en verdad,
existimos en todos estos supuestos, algo ms atrs, camuflados, disfrazados o escondidos.
Todo lo que los dems conocen, odian o aman de cada uno de nosotros no son sino
versiones de lo que realmente es, mezclas de su yo y el mo. Guisos de extrao sabor en la
elaboracin de la realidad que pretende definirnos. O bien, traducciones -a menudo aciagasde una identidad que permanecer forzosamente ausente.
De hecho, al decir que somos esto o aquello solo se alude a nuestro ser por
especialidades o fragmentos. El yo va deshacindose en esa enumeracin desesperada que
nunca acierta a decir lo que corresponde ser dicho. Aunque, qu correspondera decir? Lo
mejor, lo insuperable en la circunstancia del muerto es que cualquier versin referida a l
carece de trascendencia. Y acaso adems de pertenencia. Con estas consideraciones, cmo
no elegir vivir solo? Solo y solamente para s, pase lo que pase a su manera.
No es casualidad que en los pases ms avanzados econmicamente los hogares
ocupados por una sola persona se extiendan como un moderno sistema de vida.
Del proyecto de la familia amplia, densa o bulliciosa, se pasa al apartamento en
silencio, expur gado de ruidos y convivencias. Este sujeto solitario necesita, como todos, la
compaa, ama la comunicacin, considera una riqueza poseer contactos y, sin embargo, la
ms prxima naturaleza de su estar se corresponde con la opcin de preferir su soledad
domstica.
De ese modo, la ausencia no se tiene por una amarga condena, sino que se iguala a
una voluntad de vivir a solas tal como si el ego hubiera medido instintivamente sus

dimensiones y dedujera su conveniencia de poseer un espacio tallado para su yo y sus


contingencias. En consecuencia, su relativa soledad espacial es elegida, y la ausencia, en
paralelo, se vive como un decantado blsamo.
Se goza as de la ausencia como una alternativa que, por comparacin al vivir con
los dems, se revela una opcin limpia y, acaso, engalanada. Engalanada tras haber dejado
excluidos a los dems de m al otro lado de la puerta y habiendo obtenido, de esta
operacin, el inodoro zumo de su ser, el zumo, la memoria o el eco blanco, derivado de su
distancia.
Y algo semejante ocurre en el caso de individuos bien acomodados en su hogar que
se resisten a salir de casa.
Al gusto por ser visto, en donde quiera que sea, se opone el sueo de la
desaparicin. No se trata de saber qu clase de mayor placer se obtiene con la reclusin,
pero se relaciona, sin duda, con la inestimable voluptuosidad de hallarse ausente.
Salir es exponerse. Encerrarse significa, por el contrario, aminorar el azar relacional
y abrirse a la sabrosa densidad de la vida estanca. En una u otra opcin, la biografa se
remueve en su interior. La edad, la experiencia, el nimo y la salud tambin.
Contra lo que pueda parecer, la vida no se desmaya al aislarla, ni se entona por
agitarla: se fortalece o enferma, engorda o pierde peso, canta o piensa.
Lo ideal, no cabe duda, sera la posibilidad de regular en ms o en menos la vida en
comn, pero regular el volumen de esa vida ha sido tanto una aspiracin de los estoicos
como de todos los libros de autoayuda.
Con todo, no es la presencia de nimo lo que orienta la vida, sino que las pompas de
esta, en forma de salud, de fortuna o de amor, deciden su conjunto y nosotros, como
sujetos, solo somos libres para matarnos.
El ojo del otro
Que la mano que escribe ignore siempre el ojo que lee!, escribi Jules Renard en
su diario el 7 de julio de 1894. No atender al ojo que nos lee significa escribir en el espacio
de la soledad sin referencias. Un amigo, una pareja, un maestro suelen leer los originales de
los autores y emitir su reclamada opinin. El autor que escribe, mientras escribe, piensa al
menos en estos personajes y, anticipando de tiempo en tiempo sus juicios sobre la
redaccin, endereza la obra. De esta deseada coaccin de aquellos a quienes se respeta, la
escritura se dota de un firme y oportuno amparo. Se escribe, pues, para agradar a estas
personas respetadas en la confianza de que su aprobacin proteger de los errores y
contribuir lo mejor?
No es seguro. El auxilio de un personaje de esta clase puede conllevar una exigencia
superior a la propia existencia y asfixiar las desviaciones que se puedan disfrutar.

La presencia, en fin, de aquel otro que nos lee y ampara, que nos acompaa y nos
confiere destino, convierte la azarosa tarea de escribir en algo tan razonable como una
aventura controlada. Es efectivamente as? Desde luego que no.
Para ser de verdad atrayente, la escritura, al igual que la pintura, la arquitectura o la
msica, necesita desconcertar a su propio autor. Sorprenderlo y materializarse a travs de la
temeridad. La frmula completa ser un misterio y su repeticin casi imposible.
No hay un ojo que juzgue toda la produccin, pero tampoco un ojo que ajuste la
primera idea con su xito. Se escribe, a menudo, creyendo que se puede decir esto o lo otro
gracias a las herramientas que ha procurado la experiencia, pero el xito final depende
(precisamente) de que lo hecho desdiga la previsin del resultado. Esta es la sal, la pimienta
y el azcar de cualquier creacin. Sin asombro (y autoasombro) no hay arte.Y la obra de
arte se llama a s misma maestra cuando, nacida de una mente, no se identifica como una
derivacin de ella, sino como una autoridad superior.
Que la mano que escribe ignore siempre el ojo que lee!. La sentencia viene a ser,
en rigor, irrealizable, porque aun pretendiendo escribir sin mirada, la pgina es un espejo
que refleja otra pupila mayor. Sin embargo, nadie sera capaz de escribir bien si escribiera
para sentar bien a una imagen preconcebida. La obra gloriosa, sea cual sea el significado de
esta exageracin, solo llega a travs del vrtigo del yo paradjicamente entregado no a ser
el yo propio y apropiado, sino el ser todava por ver. O por venir.
Una vez le esto: El porvenir es inocente porque no tiene sentido.Volv a leerlo y
fui ganando una inesperada paz. Si el futuro no est en nuestras manos, somos inocentes
desde ahora. Pero la sentencia no quera decir esto exactamente. O acaso s, porque toda
lectura de lo escrito constituye una traduccin. Hay diferentes traducciones para cada frase.
Ms an, casi la totalidad de los lectores leen antes lo que esperan encontrar escrito que lo
que realmente se encuentra en la escritura. La opinin propia se impone sobre la expuesta;
la aplasta y la modula para recobrarla como confirmacin. La lectura es la hora del
lector.
El porvenir es inocente porque no tiene sentido. En cierto modo, podra tratarse
de la vida misma, la que carecera de sentido al ingresar a cada instante en el porvenir y, de
este modo, sin sentido, la vida se revelara tan pacfica como inocente. S? No es tampoco
seguro. No hay nada seguro, porque el porvenir en cuanto tal no llega nunca, nunca
aparece, puesto que definitivamente se encuentra por venir.
Pero si siempre se halla as pendiente de venir, impotente para llegar, qu sentido
tiene pensar en ello. Si nunca va a llegar el porvenir, qu importancia tiene? O, por
extensin, qu sentido tiene pensarse muerto o no, curado o herido, desdichado o feliz,
amado o despechado en un espacio ausente que nunca tendr sitio en ningn lugar?

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n estudio informtico revel en 2007 que el universo est sembrado de


huecos. Prcticamente todo lo que no es la llamada energa oscura es hueco, y la materia
oscura (pero llena) contiene un poder energtico en forma de lacios filamentos que navegan
como una melena y deciden el 95 por ciento de lo que no se ve. El pequeo 5 por ciento en
maraa se presenta como una red de supremo poder y con una morfologa tan abstrusa que
evoca tanto a la brujera como a la complejidad cerebral.
Esa suerte de nube y ubre csmica modelizada en una zona del cielo a 1.500
millones de aos luz se public como muestra de la intrincada organizacin que nos
gobierna, y no uno a uno como menudos guisantes de la plantacin universal, sino como
muchedumbre animal, almas a granel, tierras, lluvias, epidemias, cocodrilos, tedios y
deseos donde hacer el amor.
Ms all del microcerebro que portamos como nfima sucursal de la gran
motorizacin galctica, se entroniza esta mvil gasa de alambres blanquecinos que planea
sobre el origen y el fin del mundo. Esta formidable medusa que, sin duda, produce la
electricidad y crea la inspiracin, el calor, la lujuria, la prisa y la hernia se comporta con la
mayor indiferencia respecto a nuestras vidas. Nuestra cuota vital le pertenece, pero en una
proporcin tan reducida que no es capaz de advertirla entre sus gigantescos sumarios. 0 s?
La advierte no en su funcionamiento correcto, pero esta masa semidivina da a entender, con
su prestancia fantasmal, que cualquier desorden debera irritarla. Porque aunque se la
contemple viajar indemne con su cohorte de ncleos y estribaciones, finsimos encajes y
pasamaneras, en sus entresijos se form nuestra existencia y esa huella de desprendimiento
ha dejado alguna marca en su evolucin. Una memoria nfima, desde luego, tan dbil como
cercana al olvido, pero, no siendo olvido an, conserva la respiracin.
Esta maraa gaseosa, en fin, que se plasma ms en su flacidez que en su tupidez,
viene a ser tan delicada que todava ser necesario esperar aos hasta que los mayores
telescopios logren captarla directamente. La ciencia, sin embargo, como es sabido, no basa
su fe en la presencia fisica sino, a menudo, en la materia afsica.
Trasladar la oscuridad a la luz, convertir en msica o ruidos aquello que todava no
puede orse es el trabajo de los cientficos. As como sin ojo clnico no hay buen mdico,
sin corazonada no hay descubrimiento y sin riesgo no se obtiene novedad. En la ciencia
como en la paciencia se da ocasin para que la ausencia, sin anuncio, se presente rendida y
emitiendo un aroma en flor.

En la parte relativamente reducida de lo que es visible al microscopio pronto se le


agota la exploracin. El bien por antonomasia es la luz. Pero la oscuridad es la nada? Nada
de eso: de la misma manera que los sujetos no bendecidos por el amor aparecen marchitos,
la ptica afectiva deduce colores de casi cualquier cosa por negra que sea.
Pero la mirada que se fija obsesivamente en un objeto deja de ver al objeto tanto
ms cuanto ms tiempo e intensidad ocular concentra en l.
La continuidad de la mxima relacin entre el ojo y el objeto acaba con la realidad
de los dos. Tal como en las relaciones amorosas, que se carbonizan a fuerza de requerrseles
una entrega y atencin absolutas, la pupila chamusca y se chamusca en el incendio de lo
mismo.
Abordando obstinadamente el mundo, no podemos alcanzar una informacin cabal
del mundo y, en consecuencia, una saludable residencia en l. Lo discontinuo, y no lo
continuo, es la base del saber, puesto que no alcanzaramos a saber nada de nada si todo
fuera una mmesis de la contemplacin.
Sucede radicalmente con el hecho de vivir: los latidos dan ocasin a que la
existencia pueda producirse igual que la corriente alterna que nos procura luz. No hay nada
ms nutricio que la cesura. Nada ms frtil y creador. En el arte, en la fe, en la
alimentacin, en el oficio o en el amor, puesto que incluso la cpula reproduce el ir y venir
de un pulso que se place gracias a la interaccin de su estar y no estar.
La ausencia es as, una vez ms, la madre primordial de la ciencia: la fuente del
conocimiento y del sentimiento, de la informacin, la emocin y la conviccin. La ausencia
procura la nitidez de la presencia, el rescate perfecto del objeto gracias a que en el vaco se
dibuja lo que ya no est y su imagen lo recalca.
En El arte de amar, escrito a partir del ao 1 a. C., se obtiene la impresin de que la
estrategia amorosa apenas ha cambiado a lo largo de los siglos. Los celos, las infidelidades,
las armas del halago y el regalo, la depilacin de los varones (entonces con piedra pmez) y
el bronceado de la piel, el cortejo, la insistencia componen un repertorio familiar. Incluso
una tctica especialmente estimada por Ovidio, como era la discontinuidad de los
encuentros, sigue en vigor.
La fisura es, adems, la fehaciente nocin de nuestro tiempo. En el diccionario, la
fisura hace mencin a la fractura o hendidura longitudinal de un hueso, tambin a la
hendidura que se encuentra en una masa mineral y, finalmente, pero no en ltimo lugar, al
trmino que, en ciruga, se aplica a una grieta en el ano.
La fisura, la hendidura, la grieta, el entresijo o el intervalo forman la base de la
cultura cnica, la ma triz del escepticismo, la distancia casi imperceptible que va de la
creencia a la fe. En unas u otras disciplinas, la fisura traza un filn entre una y otra cosa.Y
no importa de qu cosa o cuerpo se trate, tampoco de qu espacio o de qu otro, de qu
tiempo o de qu continuacin se hable.

Pertenecer a una etnia, ser un profesional de una pieza o un enamorado sin reservas
son circunstancias que forman parte de los postulados de otra poca. La poca en que ser y
comportarse como una pieza era el correlato de la perfeccin y de la ley.
Ser de una pieza, un bloque sin fisuras, se equiparaba rotundamente a la honradez,
la franqueza y la autenticidad. Ahora, sin embargo, ha venido a abrirse un intermedio entre
el medio y su fin, entre un fin y su medio y entre los medios o los fines en s.
La ausencia de la continuidad, la condicionada fortaleza de los vnculos o las
adhesiones con grados de fidelidad se oponen a la entrega sin anlisis, la pasin ciega, la
unin eterna, en cuerpo y alma, que form parte de la mecnica clsica y el amor
romntico. De la mquina proceda la fabricacin del producto y del amor se llegaba a la
procreacin.
El producto era el efecto previamente calculado, y tanto en la mecnica como en las
matemticas del amor el resultado desembocaba en la unin del matrimonio productivo y
sacramental. De este modo, tanto en la teora mecnica como amorosa se llegaba a la
obtencin de una pieza resistente y experimentada.
Toda produccin lograba su perfeccin en esa realizacin probada y compacta. Un
bloque acorde con el desarrollo de un procedimiento sin dudas. Los rodamientos marcaban
con su contacto lubricado la permanencia de la precisin y, a imagen y semejanza de la fe
religiosa sin flaquezas, la produccin material se cumpla en el encaje del mbolo y el
cilindro, sin intermisin.
La vacilacin en la fe, el mal ajuste en la mecnica y la lasitud en el matrimonio
componan las bases de una contracultura donde la ausencia de la cincha simblica daba pie
a la desafeccin, la insumisin, la informalidad y el caos.
Hoy, en cambio, esta fistula o porcin de ausencia entrometida, esta fisura o
albergue de la indeterminacin, es la clave de la economa, del pensamiento, la ciencia y el
amor.
Ni se quiere como una pieza de proyecto perdurable, ni, como se ejemplifica en los
muebles desmontables o las familias mecanos, se quiere sin condiciones ni precisos
juramentos de acero. En cada composicin, la ausencia de continuidad o el vaco intersticial
hacen las veces del antiguo cemento armado.
La ausencia es el intersticio, la clave del amor, duradero o no duradero. Es la
residencia de la crtica, el solar de la duda, la base del s o el no.Y desde este espacio se
decide la variabilidad del destino. Ms an: toda creencia cimentada es hija de otro tiempo.
El tiempo macizo de la presencia.
O, en suma, puede afirmarse que lo esencial del mundo ha mutado su carcter y, en
lugar de hacer referencia a una cosa perfilada y concreta, la hace, simultneamente, a ella y
a su sombra. Con solo la ausencia no podra representarse el mundo, pero tampoco con la
presencia constante se podra llegar a ser entendido cabalmente. En la fisica cuntica la

gran ausencia de una teora final provoca un vaco entre la realidad y su percepcin, entre la
realidad y su intuicin.
No es necesario ejemplificar esta dialctica a travs de ejemplos trascendentes. La
misma discontinuidad de las relaciones amorosas impuesta por el mercado y las residencias
en lugares distantes crea el mundo cada vez ms numeroso de los commuters. Commuters,
parejas casadas o no, que trabajan fuera de casa, tienen su empleo en diferentes localidades
y se renen solo de vez en cuando. Son commuters que se ven cada fin de semana, cada
quince das o algunos das al mes.
La relacin pervive, sin embargo, tanto o ms tiempo que aquella en que sus
componentes duermen juntos cada da y en el mismo lecho. Sin la independencia de las
mujeres y el abaratamiento de los transportes no habra sido posible este modelo, pero, a la
vez, esta modalidad, hija del mercado, introduce un tipo de vinculacin institucional hasta
ahora inslito y del que se deriva una creciente alteracin de la naturaleza familiar, de la
paternidad y del devaneo.
Es duro decirlo, pero la pareja constituida al modo tradicional acta como el
personaje de mayor entidad represora en nuestras vidas. Por nuestra pareja lo
condicionamos casi todo. Por ella renunciamos, nos avenimos, condescendemos, dejamos
de salir o de alternar, cambiamos aficiones, horarios, msicas, ropas, amigos.
La pareja se comporta no solo como una tarea a cultivar, atender y vigilar, sino
tambin como una pantalla. Parejas esbeltas pueden proporcionar una ptica aguzada en
algn determinado ngulo, pero, en general, todas son bultos que ciegan, total o
parcialmente, el panorama.
Una pareja es una mampara. Se trate de la pareja amorosa o de la pareja sin ms,
siempre son mampara, pero la pareja amorosa es la mampara maestra porque, as como el
nio ve primeramente el mundo a travs del amor que le procuran sus padres, el sujeto de la
relacin didica ve la realidad filtrada a travs de su concreta relacin de amor.Y no solo en
sentido potico o romntico sino en su ms rudo significado. Amor -dice Lvinas en Fuera
del sujetoes existir como si el amante y el amado estuvieran solos en el mundo. La relacin
intersubjetiva del amor no es el comienzo sino la negacin de la sociedad. La presencia del
otro agota el contenido de tal sociedad.
El amor crea efectivamente en su entorno mucho ms que un velo. Dentro de las
emanaciones del amor se encuentran la atencin, la vista, el olfato, el es tado de nimo, la
disposicin de espritu, el odo, la interpretacin. La multiplicidad de factores que se
incluyen en la relacin de amor causa que su mismo funcionamiento se convierta en un
espeso filtro. No solo decide el tono de las cosas sino la mera presencia de ellas. Con la
pareja, en ocasiones, no se ve ms all.
La pareja, no importa si a su pesar, nos confina. Puede creerse que una compaa
estimulante lanza a universos que no se hubieran podido imaginar. Pero incluso as ese
lanzamiento determina que no podamos asir pasajes que hubiramos tenido a mano. De la
mano de la pareja nos alejamos, y no hay mejor prueba de este alejamiento que el contraste

sentido al perder la compaa de aquel amor. De golpe, como en una milagrosa aparicin, el
mundo se presenta como un gran desconocido. Sea porque abandonamos a nuestra pareja,
sea porque la pareja nos deja, el mundo alrededor se altera. En el dolor de la separacin, en
medio de una naciente oscuridad, el espacio se ensancha y sus elementos antes sintetizados
se despliegan y multiplican.
El amor abre las ganas de vivir pero reduce a menudo el objetivo. Conquistada la
plenitud del corazn, el entorno se aminora. Se gana en nimo tanto como se pierde en
amenidad. No significa que la pareja aburra, solo que intensifica la animacin sin necesidad
de acrecentar su surtido. Efectivamente, todo parece ms brillante y atractivo si se
contempla desde un amor en ebullicin, pero ese mismo barniz homogeneiza acaso la
diversidad del paisaje.
Cmo conjugar, pues, el deseo de entraarse con el otro y la ansiada ventilacin de
nuestro mundo? Los commuters vienen parcialmente al quite. Al contrario de la naturaleza
fundacional y estable que la consagraba en los aos cincuenta, la pareja es hoy una variante
y no una constante. Los factores que le dan argumento repiten, en lo esencial, los
enunciados de Ovidio, pero no por vocacin de eternidad sino recuperando, en este mundo
apartado de lo sagrado, los presupuestos de una paganidad perfeccionada.
La holgura entre uno y otro, la preservacin de historias, pensamientos y secretos,
de asuntos y palabras nunca pronunciadas no perjudican la unin: acrecientan el inters de
perseguirse y de reunirse. No tan reunidos, apilados o unidos como para mezclar los
humores personales, pero s juntos para procurarse calor sin necesidad de ahogarse con sus
vaharadas.
Pero es igual ser amado y amar que hallarse conscientemente enamorado? S y no.
De un lado el enamoramiento proporciona un viaje sentimental extraordinario que, dentro
de la pasin turstica, es acaso el destino mximo al que se puede aspirar. Pero, adems,
siendo la vida un viaje que acaba aqu, sin metafsicas, el tour del enamoramiento conlleva
una experiencia inslita y de primera calidad. No hay, por tanto, ms que decir en su
calificacin?
Hay que decir mucho ms. Enamorarse comporta asumir los efectos de una
ecuacin de doble signo que, si en un sentido nos arroba integralmente, en el otro nos roba
el cuerpo y la mente de la circulacin general.
La pareja que se va
Mejor es que tu pareja te deje que dejarla t. Contra la lista de consideraciones
negativas que provoca el que se va, justas o injustas, la pareja abandonada se nimba de un
halo de dolor que la santifica. No importar, al cabo, de quin fuera la culpa, si es que
puede hablarse as. Lo importante es el cuchillo que se clav en el cuerpo que antes
llamamos nuestro amor, nuestro corazn, nuestro mximo deseo. Sobre ese adorado
monumento del otro hemos cometido el crimen, cmo no sentirse de una parte un canalla
y aparecer ante los dems como asesino?

El matrimonio indisoluble absorba hace menos de un siglo delitos de toda especie.


Traiciones, asesinatos y parricidios tambin.Toda la materia tarada, la ignominia, la
hipocresa, el despecho y el odio formaban parte de un mismo guisado venenoso a veces y,
siempre, tan nutricio que el matrimonio no poda definirse sin l.
Este plato cargado de los ms diversos y aun amargos ingredientes iba macerndose
con la edad y creando, al cabo, una argamasa ntima tan diferencial como insufrible e
imposible de curar. Matrimonios crnicos al modo de las enfermedades para toda la vida y
en cuya permanencia se desarrollaba una relacin, hablada o muda, que anticipaba las
caractersticas de un fuerte embalsamamiento que, sin duda, aun metafricamente, ayudaba
a morir.
Ahora, sin embargo, a travs de las separaciones o los divorcios se crea un ex que
va por el mundo como un peso grave que no se llega, sin embargo, a morir. Por principio,
literalmente, el ex cree saber ms de aquella pareja rota de lo que ningn otro alcanzar a
saber. El ex fue quien la conoci originalmente y ha sido el mejor testigo. La ruptura no
significara as otra cosa que la explosin de ese conocimiento en su cima, puesto que
escenificara la culminacin de la metamorfosis de una estructura a otra, de un bien a un
mal que se vivi en primera fila.
El ex poseera as el cdigo primordial del otro, su clave secreta, que nadie ms
llegar a poseer en una dudosa etapa posterior. Desde el punto de vista de quien ha
abandonado la relacin, el ex nunca valdr ms que cuando, de pronto, se transforma en
ausente. Aquella pareja que ya no nos deca nada (la convivencia haba devenido en tedio)
resucita iluminada y deseable tras haberse consumado la separacin. La ausencia es la
potencia. Tan extrao es nuestro corazn miserable que abandonamos con un desgarro
terrible a los que hemos tenido cerca sin placer, dice Proust. O bien: El cnyuge debe
partir para que finalmente podamos amarlo (Pascal Bruckner, La paradoja del
amor,Tusquets, Barcelona, 2011).
Aunque tambin, desde el otro punto de vista, desde el punto de vista del sujeto
abandonado, el otro nunca es ms terriblemente poderoso e importante que ahora.
El amor provoca estas raras convulsiones del afecto. Nos animamos para querer
desaforadamente en el incomparable periodo del enamoramiento y sus secuelas, pero
cmo desmontar, al estallar la ruptura, este largo esfuerzo en el que la vida se puso en
juego?
Solo hay un sistema: no conceder tanto valor al amor. Enamorarse y desenamorarse,
amar y odiar a un mismo sujeto sera un juego de transicin donde el hilo sentimental se
enreda y desenreda como en los pasajeros ejercicios de sobremesa.
La mitificacin del amor, no obstante, tan inseparable del gozo amoroso, hace
prcticamente imposible esta irona distanciadora. Simplemente, porque amor e irona se
oponen radicalmente.
Amamos muy seriamente, hasta la muerte, hasta el delirio, hasta el fin.

Cmo rebajar, por tanto, esta ecuacin dorada a la ordinaria categora de una ancdota?
Ningn ex deja de amar (o vivir) a su ex, ni deja tampoco de estar interesado por su
peripecia, su felicidad, su xito o su desgracia. Ese ser extirpado de la vida sigue coleteando
entre nosotros, a la manera en que la cola de la lagartija contina sus espasmos seccionada
del cuerpo.
El ex, relativamente olvidado, sorteado en la conversacin, negado en la
interrogacin, sigue vivo en el sentido de la vida. No ya la desgracia del que abandon la
relacin interesar como un desquite, la posible felicidad o desdicha de uno u otra se hallan
unidas, aun silenciosamente, a aquel que ya no est. No est $sicamente aqu pero,
paradjicamente, por el poderoso efecto de la ausencia, se halla aqu y all, dentro y fuera,
en el llanto y en la risa, en la salud y la enfermedad, en verano y en Navidad. En ninguna
parte, en ningn tiempo y en casi todos.

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arece extrao incluso que el dolor fsico, que tan elocuentemente se


manifiesta, no consiga comunicarse ruidosamente con el otro ms cercano.
Sufrimos la clamorosa presencia del dolor, pero afuera no es posible or nada.
Parece extrao que no se oiga o se sienta alrededor indicio alguno de nuestro tormento,
pero efectivamente la condicin humana ha mutilado ese lenguaje cuerpo a cuerpo.
Un habla acaso superior pero ensimismada opera en su accin como un castigo
doble: el castigo de su martirio primario y la tortura secundaria de vivirlo en soledad. El
dolor fisico, pues, no cuenta nada ms que consigo para demostrar su imperio. El otro
dolor, el del alma, se presta a la transmisin existencial, pero el fisico se funde
desesperadamente en s mismo. De ese modo constituye el reflejo ms duro de la soledad
en que, a fin de cuentas, cada cual vive consigo.Yo a solas con mi dolor.Yo o mi dolor
crnico. Yo acompaado. Tan solo acompaado verdaderamente por la perfecta soledad que
el dolor, a la luz del da o a lo largo de la noche, acorrala y muerde.
Las unidades del sueo en los hospitales son en buena medida paralelas a las que se
ocupan del tratamiento del dolor. El dolor y el sueo forman entre s una danza silenciosa
que, sin formar parte de la misma clnica, se aluden en las peores metforas del sufrimiento.
Habr otros factores, pero tanto sentir dolor como pasar la noche en vela se
relacionan a la manera de dos caos siameses que marcan la crucifixin de algunas vidas. No
es siempre el dolor el que no deja dormir, pero la vigilia, por s misma, engendra un dolor
soterrado y caracterstico que sigilosamente conduce a alguna dolencia oculta, ms secreta
que el dolor con luz, ms cncava que la ausencia.
El insomnio es de este modo retrico la va tcita que circunvala el manicomio
como el dolor. Un dolor que, siendo crnico como el insomnio, empuja hacia la conjunta
desesperacin en las alcobas del frenoptico y el campamento en guerra. No duerme y
allan sus sentidos, se duele y la profundidad de su silencio iguala a la desesperacin del
grito.
Estar hecho trizas tras la noche en vela y sentirse hecho trizas bajo el castigo del
dolor invierten la posible perspectiva de una salud prxima y trenzan, en la sucesin de uno
a otro y del otro al uno, una maldita danza dirigida fatalmente a la parlisis del cuerpo y la
mente, presos entre la vieja dentadura del dolor y los manglares sin sueo.

El hombre es un aprendiz, el dolor es su maestro, escribi Alfred de Musset. Un


mismo dolor no es el mismo para cualquiera, pero nunca llegar a saberse si esta afirmacin
tan obvia es mentira o verdad. El dolor posee una condicin propia, una verdad sin
verificacin y una ilusoria capacidad de hacer dao sin mesura. No ser, siquiera, mi dolor,
puesto que, al cabo, se presenta y se ausenta al antojo de una existencia paralela que nos
succiona o nos escupe en maniobras en las que no rige sino la voluntad del malhechor. No
es, pues, el dolor predecible, ni medible, ni acotable, puesto que, siendo tan autnomo, no
conoce la vida sin la vida del otro revuelta en el dictamen de su acoso.
Paradjicamente, el poder del dolor que se muestra con mayor arrogancia es aquel
que nos necesita. Un dolor a solas cae en el ridculo de la vanidad, pero una vez que nos
caza somos esclavos de un programa, en ocasiones crnico, que el dolor traza para su
pervivencia a costa de la vivencia de su vctima, a expensas de crear suplicio con dolo,
dolor a travs de un tormento que solo se complace con la prolongacin de su tenaza, su
garra y su exigente presencia.
No hay, pues, dolor en el dolor mismo. Hay dolor conmigo presente. O bien el dolor
es un resultado de una desdichada reunin entre el sujeto y su verdugo, entre el sujeto,
paradjicamente desenvuelto, y el dolor-objeto condenado a torturar.
Efectivamente, el dolor puro no se ve ni se siente sin la mediacin del cuerpo
inocente, pero quin puede evitar sentir que el dolor llegue desde un afuera determinado y
en el que ha de residir su fiereza? Cmo evitar hablar del dolor como algo llamativamente
ajeno que en las jaquecas se pone en la cabeza o en los clicos se deposita en la cintura? O
ser que el dolor se halla dentro, ya definido, y nos dolemos cuando desde su cantn se
mueve?
Siendo as, viviramos permanentemente habitados por el dolor o, como le gustara
decir a la religin, albergaramos a imagen y semejanza del pecado original un plomo
atmico. En este supuesto, no se tratara de un mal que sobreviene desde las afueras, a
tontas y a locas, como un badajo o una rueda excntrica, como un peregrino alcoholizado o
un ciego en el tremedal, sino que surgira desde nuestro adentro; provendra del cuerpo
mismo y de su composicin imperfecta. Se comportara unas veces quieto y dormido en su
escondite, pero otras despertara como una bestia y voceando a travs de nuestro aullido en
l.
Su comparecencia en todos los casos plantea la persistencia de su presencia, pasiva
o no, en nuestro hbitat humano, o de su existencia exterior, ausente, desde donde se
abalanzara para ocupar su proyectada sede de padecimiento.
Su presencia en nosotros llegara a ser de tanto valor como la complementaria parte
del ser. De hecho, la importancia de su peso y de su aforo llega a ser tan decisiva que
cuando, tras un episodio de sufrimiento, el dolor cesa podra creerse en ese instante que
renacemos a un nuevo determinante del yo.A la ausencia del yo determinado por la
dolencia. Porque si en el lugar donde el dolor estaba clamando ahora nada se oye, una
ausencia tan poderosa como el amor nos recrea o nos rebautiza.

La prdida de placer, por sbita que sea, se registra como un regreso a la comn
realidad, pero la ausencia repentina del insufrible dolor dibuja una ausencia primordial, tal
como si su retirada abriera un solar de vida y muerte soleadas. Una existencia, en fin, tan
soportable (o nadable) como la nada. Tras la desaparicin del dolor, en suma, nace un
vaco ahora sin habla, sin reflexin, sin mente, que nos deja anestesiados y abandonados en
la inocencia.Tan puros que el efecto se asemeja al de haber sido expurgados de todo lazo
con los detritus de la vida, felizmente muertos o recin nacidos en un ocano sin dimensin.
El consuelo del dolor
Hay, efectivamente, una ausencia que duele y otra, en cambio, que se comporta
como un preciado lenitivo. O incluso como una depurada luz que, al mostrarse en su
envergadura, sorprende cmo pudo haber sido ignorada. La ausencia abre un espacio
propicio a que la herida sane y cicatrice en su espacio de seda y se exprese
inesperadamente. De este modo, las separaciones, por dolorosas que sean, aaden toneladas
de cavilaciones vacilantes. De hecho, toda rup tura amorosa procura, entre sus cuerdas, un
nuevo yo dispuesto a sentir con ahnco algo consolador o bueno. Toda unin sostenida a
pesar, en el pesar, no es otra cosa que un vicioso sinsentido o incluso un vicio orientado
hacia el suicidio, real o referido. Lo que no es en absoluto tan inslito, porque la muerte,
junto al amor, constituye el ms potente imn una vez que se consigue asumir su vrtigo.
El suicidio es as una tentacin para pasar la vida. Enviscarse en el martirio de la
relacin o en el maltrato recproco obsequia con un significado de bulto donde nada haba.
Ms que el trabajo rutinario, la distraccin efimera o el alcohol vulgar, la destruccin mutua
y muy feroz genera una necesidad de la que muchas parejas no saben ni ven razn mayor
para sustraerse.
Sufrir, destruir, no es un mal absoluto. Como tampoco gozar o edificar es un
incuestionable bien. En una u otra especialidad la extensa gama de posibilidades permite
crear una compleja sinfona del padecimiento o del placer, recorrer las mil caras del pesar y
del jbilo.
Pero incluso en determinados puntos, el dolor recobrado all donde prevemos que
est nos asiste como un extrao compaero de vida. Duele all donde incidimos y sin fallar,
por lo comn, a la cita. Se sufre all donde conocemos la sede del sufrimiento que fijamos,
y as nos fijamos y nos afirmamos como teas. Izndonos en ellas tan brillantes como
ardientes, carbonizados o candentes. Hacia la desaparicin o la iluminacin.
El dolor insoportable deja pues sin aliento, pero aquel que permite ser consuela
astutamente porque ocupa un espacio en el que no cabe sentirse a solas. Dolor obediente o
destruccin controlada hacia un final vital. Destino o muerte que persigue la demolicin del
mal.
El bien del dolor
El dolor fue un capital en la cultura anterior a la sociedad de consumo. Mediante el
buen aprovechamiento del dolor se obtena la salvacin del alma. Por el dolor se acceda al

saber (la letra con sangre entra) y a travs del dolor, la enfermedad, la sfilis, los artistas
creaban la obra suprema. En general, nada posea valor si no proceda del esfuerzo o la
experiencia dolorosa, la disciplina y el llanto. Paralelamente, el martirio produca santos a
granel. Primero el dolor y despus la recompensa del unto gozoso, siendo uno la esencia del
otro, puesto que en la ecuacin ejemplar el dolor deba ir siempre por delante. Ahorrar para
comprar, abstenerse sexualmente antes del sacramento, ayunar antes de alcanzar la
plenitud. Cilicios, disciplinas, sogas, duchas fras, lapidaciones. Solo as el cuerpo dolorido
y macerado empezaba a cambiar su endiablada ignominia por una santa ignicin.
Pero qu ocurre, sin embargo, cuando el cuerpo vale mucho y la cultura le
reconoce mrito para recibir cuidados, desde el lifting al wellness, desde el bal neario a la
cosmtica, desde el derecho a abortar hasta el derecho a la muerte?
El alma aparece como una invencin infantil. Asunto de tiempos cmicamente
pretritos en los que no exista el crdito fcil, el inters cero, el aprobado antes que el
estudio, el placer antes que la renuncia, el piso antes que el ahorro, el endeudamiento
fundido con un cambio de eje: desde el eje del dolor al eje del placer, desde el reemplazo de
la dolorosa espera a la inmediatez de la satisfaccin. Crisis financiera o cambio de poca?
Crisis econmica o cambio de sistema? De la economa del dolor a la economa del
amor.
La sociedad laica ha abatido el valor del dolor hasta la nada. Quien lo sufre ser
compadecido, pero en ningn caso se le supondr por ello encarrilado hacia la santidad.
Ninguna desdicha terrenal se convalida por una dicha divina.
Los grupos religiosos siguen rigindose por este intercambio del martirio, pero su
significacin cultural se ha reducido de tal modo que aquella especie de oro metafisico,
representado por el dolor, ha pasado a convertirse en hojalata en manos del analgsico.
Pena sin utilidad alguna. As, las mismas materias del saber que se estimaron como
disciplinas en seal del bien que aportaban, ahora se llaman y se tratan- como crditos.
No se asimilan mediante el dolor, sino que simblicamente se reciben como prstamos. En
consecuencia, cmo puede tratarse todava a esta Gran Crisis de ausencias como un asunto
financiero?
No comprar o comprar poco o comprar gratis reaparece como un estilo del tiempo.
Lo chic es el ayuno, el ahorro, la segunda mano, las marcas blancas y la vida, en general,
sin entorchados. La simplicidad (la vida simple que introdujo hace una dcada el
downshifting) renace fortalecida por la indigencia. Tambin la lentitud (aquellas slowfood y
slow city de los noventa) se cotiza frente a la aceleracin general, de la que es fcil deducir
el crash o el accidente.
Justamente, cuando las autoridades polticas y econmicas impulsan a comprar, el
consumidor encuentra la hipstasis de su existencia en la escasez y su mantra en la
recuperada voluntad de ahorrar. De rellenar, en fin, el presente de pertenencias frente a la
dura ausencia que representa la deuda, la cavidad de la hipoteca.
Porque, adems, cuando la escasez no se halla en los mrgenes sino que ha

colonizado la cultura (la cultura de la depresin, la crisis, el paro, el desamparo, el miedo),


lo cool consiste en comprar lo ms barato de lo barato o comprar, en su extremo, la nada.
La cuenta en blanco, el precio cero como insignia del capitalismo estrangulado.
Vivir sin sufrir?
Puede el amor concebirse sin dolor? No es fcil pero se puede.
No fue posible hacer un caf sin cafena que no nos pone nerviosos y no faltan ya
los vinos y cerve zas que no marean o las sandas sin pepitas, uvas sin granujas, azcares
sin azcar, jamones sin colesterol y coches sin conductor? Por qu esta misma idea matriz
no iba a ser extendida a todos los rincones, sobre todas las cosas y sin ninguna excepcin
cultural?
Hace unos aos Anagrama public la traduccin de Cmo hablar de los libros que
no se han ledo que haba publicado Pierre Bayard con xito en ms de media docena de
pases. El ser ateo pero creyendo en Dios o creer en Dios pero siendo ateo es la ecuacin
cannica de tantas y tantas ofertas religiosas de nuestro tiempo.
Adelgazar comiendo, muscular sin hacer gimnasia, tener hijos sin dolor, vecinos sin
ruidos, adhesiones sin compromisos y compromisos sin promisin forman parte de la
misma inspiracin. Por qu no extirpar tambin del amor aquello que hace sufrir y
convertirlo en una autntica fruta de maracuy, la autntica fruta de la pasin que ni hace
dao al estmago ni tampoco al corazn?
Luca Etxebarria escribi hace unos aos un libro (Ya no sufro por amor, Martnez
Roca, Barcelona, 2005) que expresaba el mismo anhelo de amar mucho sin sufrir nada, no
sufrir por algo tan complejo como es el amor y, en consecuencia, con tantos resortes ajenos.
Esta receta de no padecer, imposible de imaginar hace unos aos, se halla hoy
casi en cualquier avance tecnolgico o, ms an, en todas las disci punas que, desde la
medicina a la acupuntura, desde la acupuntura a la epidural y desde la epidural al coma
inducido, tratan de dejar el cuerpo en paz. Rehuyendo el dolor se han anestesiado los
duelos, se han desarraigado las fuertes pertenencias locales, se ha diluido el peso de la
vocacin y se ha vaciado de plomo la gravedad de las ideologas. Toda revolucin, egipcia
o de su estilo, ha tenido caracteres de fiesta, una esttica de botelln, deca Manuel
Vicent. Toda agitacin contra el tirano parte de un ciberespacio invisible y se dirige hacia
un destino sin resolucin.
La extirpacin constante de lo que duele o pesa ha llevado a la pedagoga del
aprender jugando, a la penitenciara de reinsertarse aprendiendo, a la poltica del nada de
nada, al talante sin talento y a la ausencia en la decisin.
Pero, adems, lejos de que alguien solicite alguna norma para reconstituir el pasado,
lejos de aceptar cualquier prohibicin que duela (desde la ley del tabaco al cinturn de
seguridad, desde las multas incesantes a la persecucin del drogata o su suministrador), las
leyes caen o son recibidas como torturas.

Leyes o torturas fuera del tiempo, fuera del mundo que induce a vivir sin sufrir y
sufrir sin correlato religioso o pasional alguno. Pero, en todo caso, hay en verdad pasin
sin dolor? En un librito del filsofo Alain Badiou publicado por La Esfera de los Libros
(Elogio del amor, 2011) se recuerdan los esl ganes que la web de encuentros Meetic
lanzaba para atraer clientes. Uno de estos eslganes deca exactamente: Puede usted estar
enamorado sin sufrir por ello. Pero cmo? Meetic se las haba ingeniado para que la
relacin se dotara de reservas, salvavidas y salvaguardas que neutralizaran los efectos de la
traicin, la decepcin o el hasto.
Se puede estar enamorado sin caer enamorado!. Ciertamente elfall in love ingls
alude a una suerte de cada en un abismo. Los directores de Meetic trataban, por tanto, de
hacerse ricos eludiendo del amor su porrazo. No habr desdicha despus de la dicha como
no hay azcar para el diabtico tras ingerir un hermoso polvorn.
Contra el viejo binomio del bien y el mal, la actualidad crea una traza continua que
lleva, como en las pistas de peaje, por caminos sin tropiezos, pasos sin peatones,
velocidades sin accidentes, accidentes sin dolor. El cielo est aqu y no precisamente tras
haber trasladado a la tierra paladas de su divinidad, sino tras haber acabado con el vicioso
par de indignidad y dignidad, inocencia y culpa, condena y salvacin.
Esta magna idea, para ser exactos, es la que habr de regir todo el pensamiento
futuro -en caso de que lo haya- como un continuum que llevar de un universo a otro, de un
castillo a otro, de un polo al polo opuesto: al polo de lo puesto. Lo puesto y nada ms. Sin
fin, sin ceremoniosa procesin, sin penitencia.

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tilizar frmacos amnsicos para borrar los recuerdos no es una idea


nueva, pero nunca hasta ahora se dispona de una molcula como ZIP.
ZIP es inhibidos de una enzima (catalizador biolgico) cerebral llamada PKM zeta.
Los trabajos se publicaron en 2009 en Science, Learn M y Philosophical Transactions of the
Royal Society B, aunque arrancan de una larga colaboracin entre los investigadores de la
memoria.
ZIP es un agente que ataca solamente a la memoria declarativa, por oposicin a la
implcita. La memoria declarativa es lo que entendemos por memoria en el lenguaje
comn. La memoria implcita se refiere, por el contrario, a procedimientos, habilidades,
ritmos o emociones. Esta es inmune a ZIP.
La mayora de la gente, cuando sufre, desea eliminar el dolor. Es decir, la mayora
de la gente desea eliminar el dolor del presente, no la memoria del dolor pasado, puesto que
las experiencias dolorosas son parte de la formacin y de la biografa. Parte del cuerpo que
se deduce de la natacin vital.
La fuerza expansiva de la natacin sera una metfora de la disolucin en la
espacialidad del mundo. Porque el agua que se nada, expande, dilata y contribuye a llenar
de vida las axilas, perfecciona la tenedura del cutis y elonga las lneas del cuerpo hacia la
distancia. El agua lava la piel, abrillanta la osamenta y embellece el aforo del pecho.
Gracias a ella se gana tiempo por fuera y por dentro.
El agua es as prolongacin de las ondas musicales que blanquean las escayolas del
espritu y confieren al cuerpo una disposicin ms all de las brumosas heridas de la vida.
As, el agua se derrama sobre el anciano como un aceite sin pesantez o una caricia que lo
incluye en su espacio fulgente y primitivo. Magnnima, sana como un aro de transparencia,
el agua comunica lo vivido con el punto cero de la vida, salva al cuerpo de sus escorias y
devuelve, aun en pequeos fragmentos, las primeras promesas de plata.
Un tratamiento de belleza -deca Coco Chanel- debe empezar en el corazn y en el
alma; de lo contrario, de nada servirn los cosmticos. Y ciertamente, todos los best sellers
que, en los ltimos aos, se han ocupado de la felicidad pertenecen al mismo sistema
cultural que los balnearios.
La fisioterapia se confunde con la psicoterapia, de manera que los problemas de la

columna, por ejemplo, se enredan con los problemas de la vertebracin personal o familiar.
Nunca habamos llegado a conocer con tan sabia precisin que, frente a la idea mecanicista
de la Ilustracin, la teora de la complejidad lo explica todo.
Paralelamente, mientras la fuerza fsica ha perdido su carcter productivo, la
musculatura ha pasado de la milicia al orden de la cosmtica. Ser fuerte sirve ms en cuanto
apariencia, de la misma manera que la juventud cotiza ms en cuanto aspecto que como
documento.
La contumacia del agua
En el corazn de ese escenario atemporal y alardeando de una naturalidad
paradisaca se ubican hoy, especialmente, los spas. El gimnasio procura la belleza del
nimo a travs de trabajar la prestancia del cuerpo, mientras el spa trata el sistema linftico
para embellecer la elegancia del gesto. En el gimnasio se acentan las sensaciones tctiles y
en el spa se trata de desproveernos de ellas. Gracias a insistir sobre la musculatura, el
gimnasio menciona repetidamente el yo, mientras que el spa, por su parte, procura diluirlo,
desguazarlo.
La experiencia en el spa hace caer en la cuenta de que nuestra felicidad llega tras
ausentarse el ego. Gracias a la contumacia del agua, el egotismo cede como un metal
licuado.
El agua se impone as una y otra vez como reina absoluta. Agua fra, templada,
pulverizada, ardiente, coloreada, aromatizada, gloriosa.
Esa agua que aparece por doquier se empea en disolvernos las carnes y sorbernos
la consciencia y la enfermedad. De este modo, cuando se recorre el circuito antiestrs, en
un spa de lujo, el sujeto siente aflojada la identidad y, en consecuencia, puede ir o no al
trabajo, volver o no al hogar, todo ello sin que nadie, en adelante, se percate de su ausencia
(o su presencia).
El trmino spa, que para unos fue el nombre de una antigua y saludable localidad
belga y, para otros, es el acrnimo de salas per aquam, procura nuestra salud
aproximndonos silenciosamente a la nada. El gimnasio buscaba nuestra felicidad
hacindonos ms corpulentos; el spa desea nuestro bien mengundonos.
El sudor, que fue la materia por la que purgbamos el castigo divino y el flujo por el
que escapaban los pecados, ha pasado a ser el vehculo que elimina las toxinas. No elimina
el mal ajeno a Dios, sino ajeno a la salud erigida en el dios ateo. La paz que se adquiere tras
la hora y media de spa se asemeja, como dos gotas, a la serenidad que confera el bautismo
a los adultos del Jordn. Porque la religin nunca desaparece; solo cambia de naturaleza. El
cuerpo nunca muere, solo se diluye y se transforma.
O estar gordo
Pero puede ser que cuatro o cinco kilos de ms cambien no ya la imagen de una

determinada persona, sino la percepcin de su alma?


De su alma, de su inteligencia, de su temple, de sus pensamientos y de su
sensibilidad. No quiere decirse que ocurra necesariamente as, puesto que el interior es muy
resistente, pero la imagen, en una u otra proporcin, acaba filtrndose en los caladeros y
denotando ante los dems y ante el espejo un trastorno de la personalidad, el amor a s
mismo y el amor mundial.
Toda pareja amada que se descarrila en el aumento de peso toma una deriva hacia el
extraamiento que algunos no sabemos contrarrestar ni con un amor ancilar, una caridad
condescendiente o una racionalidad de izquierdas.
La esttica posee en determinados casos un poder tan radical que arranca a las
ninfas de sus pedestales, arruina el gozo o crea tambin, en sentido inverso, universos de
una calidad suprema. Como consecuencia, la deficiencia esttica se hace dificil de soportar
y, a menudo, los daos o los autocastigos pueden alcanzar, en su desproporcin, una
crueldad desorbitada. O eso puede dar a creer.
El peso parece ser solo un aditamento, pero su efecto sobre la totalidad de la
apariencia consigue imponerse al recuerdo anterior y vencer en la liza entre la estampa
presente y la anterior (ausente, delgada, perdida).Y no se trata de infligir al gordo
menosprecio alguno. El efecto negativo se presenta cuando la persona que no fue gorda
ante nuestros ojos encariados adquiere una deriva que desfigura sus rastros y hurta los
trminos de la formacin anterior.
Esta persona engorda a su pesar. Gana literalmente peso a su pesar (y, a menudo,
como efecto de un pesar). No obtiene, en fin, solo peso sino pesa dumbre, y de esta manera
trasluce su pena y su pesar. Y no es del todo lo peor.
Todava quien engorda entre la pesadumbre conforma una unidad corporal que se
autocastiga. Pero el gordo dichoso, satisfecho o indiferente, constituye un desafio que nos
neutraliza con su insidia sin permitir que ejerzamos la nuestra.
Afortunadamente este gordo o gorda abunda menos. Pero el otro o la otra que
engorda casi en silencio es tan habitual que en cualquier momento puede revelarse a
nuestro lado y permanecer all pesadamente. La gordura, en fin, llega como una exhalacin,
pero el adelgazamiento, por el contrario, requiere sistemas de pesas y medidas, un plazo
atareado e irreductible.
De este modo, como ocurre con determinadas enfermedades ya pautadas, el tiempo
necesario para desprenderse de los kilos superfluos es lento y no cabe recurso ni
medicacin recomendable que anule la dureza del proceso. Es necesario armarse de
resignacin para soportar el paso de las jornadas sobre esa presencia abultada (esa ausencia
de su presencia preferida) y confiar en que el rgimen vaya erosionando los perfiles que
ahora revisten al cuerpo deseado.
Pero cmo conllevar este lento regreso al cuerpo ausente? Cmo metabolizar este

incmodo distanciamiento que el grosor ha infundido?


Se tratara tan solo de unas grasas que se han aglomerado provisionalmente y que,
en efecto, actual mente no dejan libre el paso a la querida identidad, no permiten la normal
fluencia de la idealizacin, ni tampoco el xito del imago que sobre la realidad del amor
procuraba el encantamiento. Nada importante, en su sabia opinin. Pero, francamente,
podra concebirse alguna otra hecatombe, de mayor confusin y envergadura?
El nexo entre el nivel ms alto de la ingenuidad y el vuelo hacia la desaparicin
-muertos o delgados- forman parte del mito celestial del paraso. En el paraso se habita sin
vileza, sin intencionalidad ni inteligencia. Se vive, en fin, expoliados de futuro y,
consecuentemente, sin pesantez alguna.
El ahogado representa bien al dulce poblador del paraso que, macizo de felicidad,
se transforma en una saciedad sin peso: el alma metabolizada en felicidad completa y su
deseo convertido en un lingote de azcar. Tan inofensivos como son los juguetes en las
manos de un nio (objetos de gozo puro), son tambin los cuerpos definitivamente
abandonados. Piezas leves de una muerte indolora.
Las puertas abiertas
La ideologa de lo secreto, de lo reservado, privado y oculto domin en casi todos
los mbitos de la sociedad del siglo xix y primeros aos del xx. Lo ntimo constitua un
tesoro a imagen y semejanza de un alma que se guardaba para solo tener una exclu siva
ventilacin en el contacto con Dios. Hogares cerrados; puertas cerradas, posesiones
celosas de intimidad, deca Andr Gide de ese tiempo que vivi en buena parte encerrado
en el armario.
Lo abierto, lo expuesto, lo publicitado socialmente componen, sin embargo, la
ideologa que fue emergiendo al final del siglo xx y se enseore del mundo
intercomunicado en estos aos del siglo xxi. A la condena de todo aquel que hablaba
abiertamente de las cosas o enseaba demasiado, fueran partes de su cuerpo o de su interior,
ha seguido la obsesin por la transparencia, la exposicin y la apertura en cualquier terreno.
Esta cultura hace de la imagen iluminada y ampliada su emblema, convierte el directo en
la ptica suprema y promueve la evisceracin en la gastronoma ms sabrosa.
La poltica y la empresa, el congreso o las fbricas buscan legitimarse popularmente
con los das de puertas abiertas, y los edificios se consagran como contemporneos a travs
de la multiplicacin de vidrios y espacios exentos. El mundo del secreto ha entrado en
decadencia, puesto que el planeta que se representaba antes con destinos remotos y zonas
por explorar se ha vuelto global o transparente. Toda opacidad conduce a la sospecha de
estar encubriendo basuras. Lo que no se ve o no se dice es, en trminos generales,
susceptible de encerrar lo peor, y lo no revelado pasa de ser un atributo de lo sagrado a su
contrario envilecido.
La ansiedad por saberlo y publicarlo todo, por mostrar los entresijos de la creacin
cuando se trata del arte, de las fases en la cadena de montaje cuando se fabrica, de las

incidencias de las operaciones cuando se refiere a transplantes, forma parte de lo mismo.


Igualmente, el gusto por contemplar las tomas falsas de los rodajes o las sucesivas
versiones en la creacin de un cuadro denotan que, tanto en la demanda como en la oferta,
el producto estelar es aquel que se muestra sin misterios.
Las exposiciones sobre los interiores del cuerpo humano despellejado, los xitos de
instalaciones como la de la cama de Tracey Emin mostrando sus sbanas manchadas, la
pulsin por sacar del estudio a la calle los programas de radio o televisin, el planetario
desembalaje de la intimidad a travs de las webs y el gusto por los muchos chismes
conforman una poca en cuya escena la penumbra ha perdido fama y la claridad ha
acumulado prestigio.
Incluso el lenguaje del cortejo amoroso se abrevia para llegar cuanto antes a lo ms
explicito.Y as son tambin los estilos de los blogs, de los chats, deTwitter, de los sms o de
las amistades que en Facebook se confirman en la pantalla mediante relampagazos.
Formando parte adems de este panorama, los mismos interiores de los complejos
reactores de la central nuclear de Fukushima fueron ofrecidos una y otra vez en los medios
con infogra$as tan detalladas como incomprensibles. Acaso imposibles de entender pero
coherentes con el mandato de llevar el interior al exterior y las entraas de cualquier
entidad, lo nuclear, a la exposicin completa.
Cline deca: Nada es ms terrible que lo que no se ha dicho.Y Dios precisamente
se define como aquel que es el que es para que, gracias a esa cacofona sin explicacin
interior, su potencia pueda alcanzar el grado de radiacin mxima.
De hecho, toda supuesta ocultacin en los comunicados de las autoridades japonesas
sobre el estado de los reactores y los riesgos de radiacin de los reactores afectados por el
tsunami de 2011 desencadenaron un pnico muchas veces superior a toda revelacin,
puesto que el desnudo es ahora mucho ms inofensivo y menos provocador que el velo.
Lo enterrado, lo subterrneo, lo velado es, en esencia, lo temible.Y el horrible
terremoto de Sendai sera, segn este mandato de obscenidad total, la carga sepultada y
oscurecida que salta necesariamente a la luz para producir miles de muertos a cielo abierto,
muertos que multiplican las toneladas de muerte expuesta en la escombrera.

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a falta, el vaco, la carencia. La ausencia no llega a ser propiamente la


privacin de un todo brutal sino una angustia cruelmente fina que cubre la realidad y
ralentiza el tono saludable del espacio.
A primera vista, el sentimiento de ausencia se parece a un duelo, pero la diferencia
consiste en que, dentro de la ausencia, el objeto perdido no golpea crudamente ni su dolor
acompaa, sino que absorbe para s todo el consuelo. El objeto de la ausencia se ensimisma,
y segrega la sedosa sustancia que la desesperacin regula.
Aunque, acaso, no es preciso llegar a tanto. No sabemos, efectivamente, a qu
atenernos, puesto que los principales asideros fallan, pero tambin nos libramos de
elementos muy pesados y capaces de laminarnos. Es decir, en la esfera de la ausencia no
caben promesas ni compromisos lapidarios, como tampoco se obtienen divinas
recompensas. Se vive como se habita, al punto de que la existencia tiende a ser una
secuencia orientada a procurarse las condiciones para durar ms. Desde la cultura de
consumo, consolidada como la cultura total, hasta la personalizacin de las personas en
busca de una identidad singular, la biografa se encuentra ms que ocupada en mitigar las
ausencias y adornarse de presencias.
Conmemoraciones? Memoria histrica? Reciclajes? El pretrito siempre ha
pasado, pero su paso aumenta o decrece de acuerdo al impulso de cada poca.
Descompuesto el proceso histrico, exasperado el presente, declarado el instante perpetuo,
la ausencia es la inseparable sombra del momento.
La muerte? La muerte no. La ausencia es el sucedneo de la mortalidad. No
morimos y nada muere, solo sufre obsolescencia. Se habita sin el trabajo del duelo, solo
entre una ondulacin de angustia.
El malestar en la cultura era la enfermedad de la ausencia. Ahora, de nuevo, tras la
corpulencia de los avances en la tecnologa de la comunicacin, tras la supermasa y la
teatralidad consumista, hemos reingresado en una nueva hospitalizacin.
El objeto, el sexo, el padre, la vocacin, el trabajo, el arte han ido deshaciendo su
compostura hasta el punto en que el planeta flota en la densidad de su propio plasma y,
como es patente en los televisores planos, la realidad funda su visin en ese magma que no
fumea.

La parlisis del tiempo infeliz en plena crisis condena a tragar la crasa saciedad del
mal. Ser presa de un posible mal interminable equivale a padecer, fibra a fibra, un
apresamiento de hierros o grumos que, desde el origen, los nios perciben en el sabor del
aburrimiento. Y el elemento medicinal, muy popularizado, se llama simplemente
distraccin. La distraccin nos protege o nos libra del asedio, porque mientras el asedio
trata de cegar las salidas neuronales y provocar peste interior, la distraccin brinda aire al
corazn y lo expande hacia una fisica de la que ha desaparecido tanto la entropa como el
reloj. Un mbito en el que no morimos materialmente puesto que no estamos vindonos y,
en consecuencia, al no observarnos, no podemos ya contarnos ms.
Los que han muerto
La presencia y la ausencia no pueden concebirse, pues, como el haz y el envs de
algo. No hay esta doble cara a la que la mente se dirige alternativamente y excluyendo al
trmino abandonado. As como no hay presencia absoluta del otro, objeto o sujeto, no hay
ausencia completa, ni siquiera tras su extincin. Por muy pura y afectiva que sea.
Nos acordamos con gran dolor de quienes quisimos y ya han muerto, pero la muerte
llega a ser an ms intensa que nuestro dolor. Los muertos que tanto amamos traspasan la
barrera de su desaparicin y acuden a nosotros enseguida, pero al llegar carecen de esa
carga central de la que les ha desposedo la muerte. Ese odioso mundo, en fin, succiona
para s el espesor de nuestros seres queridos y apenas nos permite recuperar una descolorida
lmina.
Son ellos, sin duda, pero inexplicablemente simplificados y casi transparentes,
desprovistos de toda temperatura capaz de abrazarnos cuando intentamos abrazarlos, de
toda habla para respondernos. Seres que perviven siempre pero solo dentro del autoclave de
la muerte. Siguen vivos all pero solo en cuanto han permutado su cuerpo por la estela de su
memoria, apresada en el gran almacn de la muerte.
Y la ausencia es tambin la forma suprema de lo elegante, siendo esta el efecto
esencial que nunca se pronuncia, se oye o se apresa. La ausencia llega an ms lejos: no se
ve, no se toca, pero, adems, no se hace por s ilocalizable. Es lo ilocalizable hasta la
extenuacin total.
Su fuerza deriva precisamente de esta imposibilidad para calcular su ubicacin y
atribuir alguna medida a su encuentro. Impenetrable, niquelada, la ausencia se hace
resistente a toda herramienta, a cualquier ley, y su fuga incluye la fuga de la esperanza.
Como en los solares devastados, la ausencia crea un cosmos sin confines y manifiesta, sin
darse a conocer, una fuerza superior que abate.
El cuerpo amado que se ausenta deja tras de s un fresco rastro de memoria dolorida,
pero, gradualmente, agranda su huella incolora y todo l se transforma en un gigante
transparente en el que los sentidos se extravan y ya cualquier intento de reconstruccin
topa con la demolicin que la ausencia extiende, da tras da, sobre el ms nfimo vestigio
del pretrito.

Nunca seremos capaces de convivir con la ausencia que en su progreso revela la


naturaleza de un orden superior, no tico sino desolador, no fisico sino progresivamente
abstracto, no alcanzable sino tan huidizo como la sutileza de la elegancia, esa forma de
atributo sin formalizacin, ese sistema sin clave, ese mbito en el que la danza y el bostezo
son categoras de Dios.
As como los silencios de la msica crean la msica y los reposos deportivos
generan una potencia superior, en la produccin de un cuadro los momentos en que el
pintor mira el lienzo, y solo mira, pintan tanto o ms que aquellos otros en que interviene el
pincel.
La ausencia crea tanta o ms realidad que la presencia, como tambin las
apariencias son tanto o ms intensas que las sustancias. De una se pasa a la otra y de la otra
se pasa a la una mediante un vaivn que viene a ser el modelo general de la existencia.
De la enfermedad a la salud, del amor al odio, de la felicidad a la desdicha, de la
vitalidad al desfallecimiento. Este binomio de todos los tipos y cuya constelacin preside la
Gran Pareja vida/muerte opera como el cdigo de nuestro destino que debe llevar a la paz:
la paz que se opone a la guerra, la serenidad que se alterna con la inquietud, el desasosiego
que repetidamente nos impide el armisticio con nosotros mismos.
Ni en los veranos o en los veraneos, ni en los bailes o las vacaciones, ni en las
epifanas, las onomsticas o las verbenas se acaba con el insufrible do del s y el no.
Vivimos para vivir escindidos. Por vivir escindidos vivimos.Vivimos, en fin, escindidos
como la forma inevitable de ser. Seres diseados para la muerte cuando el ser solo se
concibe a s mismo como un dibujo en vivo.
Los libros de los otros
George Steiner tiene un libro titulado Los libros que nunca he escrito, publicado por
Siruela en la coleccin El ojo del tiempo. El ojo del tiempo ve los libros que Steiner y
todos los dems nunca hemos escrito.
No hemos escrito prcticamente todos los libros existentes, pero aquellos que
nosotros no hemos escrito son un puado no ya de temas y obsesiones pendientes, sino
de volmenes que circulan como brtulos sin vida alrededor. De ellos, unos apegaron su
ausencia a la conciencia como taras culpables, mientras otros se fueron disipando como
pavesas que la distancia ha convertido incluso en una rara liberacin. De su conjunto, se ha
deducido un relativo desistimiento de la escritura, pero tal vaco, a la vez, ha creado un
perfil de nuestra imagen profesional y personal.
Cada uno de los potenciales libros, transformado en xito o en fracaso, en sea de
identidad presente u olvidada, conformara un semblante diferente de la Obra.Y hay libros
que, en miles de casos, exclusivamente por s solos, graban con fijeza la forma y la planta
del escritor. Teniendo esto presente, todo libro no escrito podra haber sido la estampa
esencial de nuestra personalidad sobre la historia.

Para bien o para mal, para uno u otro reflejo concreto, ese libro que ahora camufla
la ausencia habra actuado como un molde principal, una mscara de hierro. Merecera la
pena, pues, sopesar, recrear, investigar el no de su realizacin? Se err o se atin
negndole evidencia? Preguntas sin respuesta desde el mismo tiempo vivido. Preguntas
propensas a la mxima corrupcin si fueran enunciadas despus.
Los libros no se escriben mejor porque se les otorgue mayor esfuerzo. Bien porque
el esfuerzo podra obcecarse en una falsa direccin, bien porque su escritura se resistiera o
bien, finalmente, porque son en verdad libros de otros. Libros, en suma, que, abandonados a
su suerte, el tiempo se encarga de engullir y metabolizar convertidos en materia para otra
obra en la que la ausencia primera actuar como presencia, abono efectivo que generar
vida y luz. Luz benfica de todo el conjunto escrito (y no escrito) o luz malfica que
fomentar un turbin de interpretaciones erradas y de las que tantas veces se sirve la
leyenda para bien o para mal. Para el azar. Porque lo ms importante sera conocer si ese
libro pensado, anotado, imaginado pero no escrito, contuviera el sino de su no creador.
Porque, entonces, sera el sino del autor no haber escrito ese libro en lugar de verse
determinado por aquel otro que, como en el amor, le dijo s? Ser su sino ese s? Ser su
sino aquel no?
La interrelacin con la escritura asusta. Las obras nos obran y las obras nos
destruyen sin conocer de antemano su intencin. Como en el amor, creemos que su
intencin es parte integral de la nuestra, pero, lanzada al tumulto de la vida general, la
intencionalidad adquiere caracteres errticos y, por ello, amenazantes.
El pblico escribe a travs del tiempo el rostro del autor cuya fisonoma va
gestndose con el transcurrir de la obra. Es decir, la ausencia del libro sin escribir y la
presencia del libro escrito forman un todo continuo. Un todo holstico u hologramtico tal
como el sistema de llenos y vacos de la vida personal, el cosmos de agujeros y masas, la
involuntaria voluntad de representacin que construye tanto como destruye al ser: un
concepto tan extrao, tan virtual, tan intangible como la dialctica de la ausencia que
permite, con su fuerza, gozar del efecto presencial.
El supremo ideal del arte es hacer olvidar el arte. El arte de la espada, el arte del
baile, el arte del toreo o el arte de la pintura aspiran a lograr un punto mgico en que
desaparece el ejercicio de la esgrima, la danza, la lidia o el proceder del cuadro. Esto logr
Rembrandt, entre otros elegidos, durante los ltimos aos de su vida. La contemplacin de
sus lienzos se convierte en la experiencia misma de un suceso que no ampara ninguna
escuela o estilo de pintura. Se trata de un hecho sin ms para cuyo hacer ha desaparecido la
cuestin de la materia, el dibujo, la composicin o los colores concretos. El oficio se ha
incluido de modo tan ntimo en la accin que convierte el resultado en un accidente, belleza
verdadera. Y ocurre tambin as, aunque de un modo levemente diferente, cuando la msica
en su gloria o su embeleso absorbe el surtido de sus notas y pasa de ser composicin a pieza
de una pieza. La pieza de una experiencia viva que adviene al mundo de los objetos y los
seres vivos, como si se tratara de un viento. El arte se naturaliza hasta el punto en que el
artificio se deshace, se hunde en lo natural y se vuelve por lo tanto incomparable. El
mximo atractivo de una exposicin de Rembrandt no es ya la excelencia del pintor o de su
obra, sino la excelencia de la vista, la vida y la visita.

La piedra funeraria
Toda prdida deja un rastro de ausencias. Un rastro de sangre? Un rastro cuyo
amargo sabor evoca el resabio de la sangre que, si hmeda enciende los sentidos, al
desecarse deja un residuo msero y oscuro, oxidado mineral en cuya textura se junta la
desecacin del pecho y el vahdo de la piedra. No silenciado sino radicalmente acallado. La
piedra, por tanto, no es la marca de una ausencia sino la oposicin a todo ello. La ausencia
vibra, ondea, irradia y se transforma, puesto que procede de un sentir, y este solo llegara a
ser piedra cuando, si fuera posible, cesara.
El rastro de la ausencia nunca se apega, pues, a la naturaleza de la piedra, y tampoco
a la piedra funeraria. La piedra se muestra como nota herldica del dolor, pero en realidad
su accin consiste en matar basalmente al muerto, acabar con todo su residuo emocional y
saldar su ausencia.
Contra la convencin popular, la tumba no acerca al cuerpo del difunto ni tampoco a
su recuerdo. La piedra secuestra el cuerpo para s y con ello petrifica el poder de su
ausencia.
Fuera del cementerio, unos pasos ms all, la ausencia regresa, pero el camposanto
es piedra, presidio. La muerte de la ausencia. Piedra compacta, sin porosidades ni
pasadizos. Piedra que repele la visita o el abrazo.
El cementerio que acoge los muertos a granel y los guarda posee como
caracterstica decisiva su capacidad para hacer desaparecer con este encierro los rastros.
Dentro del cementerio, precisamente, no se siente al ser querido, y los llantos que se
desprenden son parte de la decoracin mineralizada. El ser querido se ha hundido en el
cementerio a los niveles primitivos de la piedra y con ella pervive en su perpetuidad inane.
Esta es la produccin especfica de los camposantos: hacer desaparecer al muerto y
desvanecer su sentido, el sentir de su ausencia. Son as como fbricas donde se procesa la
materia untuosa del muerto para transmutar su ras tro en la desaparicin de su huella y, con
ello, de su clamante ausencia.
De esta manera se comportan como recintos de paz. Paz incombustible, paz sin
anverso o diferencia. La muerte temible no est en ninguna de las tumbas ni tampoco en el
recinto total. El cementerio, saturado de muertos, acta no para ensalzar la muerte, sino
para convertir su significado en una talla o inscripcin intil.
Nada hace evocar menos la vida del muerto que la teatralidad del cementerio all
donde no se representa la vida o la muerte de la persona, sino una funcin litrgica apoyada
en el laconismo del mrmol o en la retrica de la literatura funeraria.
Lejos de actuar como un vnculo entre el aqu y el ms all, la presencia y la
ausencia verdaderas, este sitio es fatuidad pura. Cmara de anulacin, el cementerio lleva
hasta el punto cero todo indicio de existencia, y en su seno habita el banal garabato de la
nada.

De hecho, acercarse a sus mausoleos devuelve al visitante una paz entre insulsa y
cnica, puesto que a grandes dosis su oferta consiste en vivir un interior sin nada. No hay
siquiera dolor si no es que se imposte, puesto que el cementerio gusta porque es indoloro,
inocuo, inclume. Aparta todo posible dolor de l, repudia las lgrimas y repele cualquier
hmeda sensibilidad del corazn, porque su carcter consiste en la estricta desecacin de
todo. La ausencia, por el contrario, se manifestar en cualquier parte ajena a ese tropo y se
mostrar con intensidad especial cuando no aparece sobre un escenario especializado. La
ausencia acomete, acompaa y angustia ms cuando carece de domicilio fijo y ondea en
cualquier punto interior o exterior ocupndolo y regentndolo.
El color del veneno
Siempre, en el fondo de cualquier dicha puede detectarse un regusto amargo y en el
poso de la peor tristeza una extraa felicidad de cuarzo.
El desconsuelo representa esta dualidad de una manera especial, porque en el
desconsuelo se une tanto el sano hundimiento del yo como una sucia descolgadura respecto
al nivel del otro.
El desconsuelo conlleva por s mismo una desdicha, pero cualquier efecto de
consolacin, protagonizado como actor o como vctima, adentra la voz en una bveda an
ms deshabitada. Cunto ms no sentir ese desconsuelo en forma pura, entregado como un
bulto aciago con el que cargar, tragar, deglutir!
El caldo cido y pesado lo simboliza bien. Un caldo absorbido de golpe se deposita
en el cardias sin aparente consecuencia, pero, al llegar hasta el estmago, se expresa con su
oratoria de plomo, su color de amianto y la acidez de un animal en dentelladas. De esta
experiencia se deduce una prdida de la firmeza y una dejacin sensorial que induce, an de
forma atormentada, a dar otro sorbo del veneno. De este modo el desconsuelo se
desconsuela de s, una y otra vez, hasta el punto en que solo parece posible ahogarse
desarboladamente en l.
Pero en l solo se hallar la salvacin posible. Y as, el desconsuelo por un amor
perdido solo se recompone mediante una consolacin de otro amor ganado, y tambin el
desconsuelo de una traicin solo se cura en un episodio donde el traidor encuentra su
castigo en el padecimiento de una infamia paralela.
Se comporta, en fin, el mayor desconsuelo como una emocin telescpica que se
alarga y contrae, luce o se oculta, dentro de una procesin. De este modo se explica que, sin
pensarlo, vaya uno incluso a beber de su propio jugo, tal como si un plus adicional de
desconsuelo deshiciera su peor dolor y le hiciera regresar, por el mismo carril, hacia la cota
suficiente para no sufrir la desconsolacin incurable. Es decir, la desnuda y anacarada
majestad de la ausencia.

a ausencia, en suma, se representara en el ncar. Pero se representara tan


perfectamente que no estoy seguro de que sea perfectamente el ncar. No habra por qu
imaginar nada ms abstracto. Podra decir: el ncar es la ausencia en estado slido. Lleva
en su composicin, en su apariencia, en su imposible sabor y en su absoluto despojo la
personalidad de la ausencia. El ncar no seala nada ni de ningn modo es testigo o
embajador. Se trata de la ausencia en estado puro. Cada manifestacin del ncar comunica
el regusto inconsolable y feliz de la ausencia en una fermentacin cuyo cido endulzado
permanece como el rastro de lo que no puede asirse. La imposibilidad de una secuencia ms
y su reflejo. De modo que la ausencia dialoga con quien la siente a la manera de una
historia deshuesada, reducida a un vago y ondulado resplandor. El brillo tristsimo, infeliz y
felicsimo del ncar es femenino y medular, pero, de paso, acta como el indicio de lo
sepulcral, patente desde el blanco exacerbado hasta el rosa, o, ms an, desde el hueco
blanco extremado hasta la clula primaria del inconsolable desnudo.

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