Estructuralismo, Posestructuralismo y Deconstrucción
Estructuralismo, Posestructuralismo y Deconstrucción
Estructuralismo, Posestructuralismo y Deconstrucción
las duras crticas que reciba. De tal modo ocurri en Buenos Aires, por ejemplo. As,
los universitarios y especialistas al mismo tiempo que actualizaban aquellos
conocimientos sobre lingstica y fonologa que les posibilitaran penetrar el
vocabulario que el estructuralismo traa consigo, entraban en contacto con artculos y
obras de otros lingistas, filsofos, psiclogos, socilogos y marxistas que se dedicaban
a demoler el dogma de la estructura.
Por lo general lo hacan de una manera muy especial. Es decir, en el sentido de que
pretendan volver ese combate productivo desde una perspectiva metodolgica y
terica, pero incluso tambin poltica, razn por la cual la crtica, por lo general quedaba
claro, ms o menos implcitamente, supona el rescate de aquellos componentes que se
consideraban valiosos y que el estructuralismo traa consigo; como si entre ortodoxos y
heterodoxos existiera un acuerdo o consenso explcito determinado por la certidumbre
de que, cualquiera fuera su resolucin, se asista a un captulo fundamental en la
modernizacin y consolidacin de las ciencias sociales. Este fenmeno de crtica y
recuperacin es particularmente notorio en un libro como La estructura ausente.
Introduccin a la semitica del italiano Umberto Eco, una obra clsica de su poca y a
la vez bien emblemtica de lo que se acaba de afirmar.
La struttura ausente es de 1968 (aqu la citamos segn la versin espaola traducida por
Francisco Serra Cantarell, Barcelona, Lumen, 1978). En uno de sus ltimos apartados y
a modo de balance crtico el autor italiano realizaba el simple sealamiento
epistemolgico de que una cosa es que la nocin de estructura fuera juzgada como
presupuesto ontolgico, y por lo tanto estimada como una suerte de esencia oculta
propia del objeto que se pretende estudiar, y muy otra que se la tomara como una
necesidad metodolgica, de carcter inevitable y fatal a juzgar por los dichos de algunos
investigadores, pero, como toda herramienta, revisable y cuestionable en cuanto a sus
verdaderos alcances; un medio como otros, no una meta a alcanzar.
As, Eco concluye:
Al estar ausente, la estructura no puede ser considerada como el trmino objetivo de una
investigacin definitiva, sino como un instrumento hipottico para ensayar fenmenos y
trasladarlos a correlaciones ms amplias. (pg. 452)
Una estructura, entonces, deba ser entendida bsicamente en consonancia a los
componentes de un modelo explicativo:
Estos modelos pueden ser tericos, en el sentido de que han de ser postulados como los
ms cmodos y elegantes anticipndose as una recensin emprica y una
reconstruccin inductiva que en otro caso seran utpicas dadas las dimensiones del
territorio y su diacronicidad. (pg. 460)
El punto que Jacques Derrida pone en discusin alrededor de la idea de estructura tiene
otra dimensin y direccin que la planteada por el autor delTratado de semitica
general, tanto en lo que respecta a su fundamento filosfico como, si puede decirse as,
a sus alcances en el territorio de la cognicin, pero no es necesariamente contrario a
Se trata de un espacio disciplinario que, desde comienzos del siglo veinte y hasta la
expansin de la escuela estructuralista, apuntalada por las certidumbres y herramientas
que le fue procurando una lingstica epistemolgicamente bien asentada, pareci
atreverse a tocar el cielo de la ciencia con las manos, para que, unos aos ms tarde
viera nacer de su propia entraa a aquellos investigadores y pensadores que con nimo
parricida se empearon en devolver el total de la problemtica del arte y la literatura a
las incomodidades e incertidumbres de la vida sobre la tierra, dicho sea esto en los
trminos generales de unas ciencias sociales reconocibles en las formas de la
comprensin y la interpretacin.
Quizs haya quien todava mencione con nostalgia aquel intento de cientificidad como
va de fortalecimiento para los estudios estticos, aqu se parte ms bien de la
presuncin contraria. Que quede en entredicho el estatus cientfico de la disciplina, por
otra parte, no supone necesariamente que se disipe todo anhelo de rigor; de que sus
lmites y los contornos del objeto a estudiar se hayan difuminado tampoco se sigue de
manera lgica que se haya abandonado toda necesidad metodolgica. El enfrentamiento
con el estructuralismo, se podra agregar y como lo permite entrever el simple juego de
palabras que encierran las denominaciones clasificatorias, no es tan fuerte como para
que no puedan anotarse ciertas persistencias.
Por ejemplo la de aquella muletilla de Ferdinand de Saussure, que luego tomaron en
herencia mile Benveniste y los semilogos europeos de primera generacin, que
porfiaba en que una de las primeras tareas que le competa a la naciente ciencia de la
lingstica era la de autodefinirse como ciencia y en las proporciones de su objeto de
estudio y su metodologa; la diferencia estriba en que Saussure estimaba que se trataba
de una labor que deba llevarse a cabo una vez y para siempre, mientras que los
posestructuralistas ms bien han subrayado la productividad que encierra volver
permanentemente al espacio y el tiempo que contiene dicha interrogacin; una suerte de
eterno retorno a un pensamiento que se fortalece y complejiza cada vez que se pone en
frente del mismo problema.
En fin, se lo piense en los trminos de una mayor o menor demarcacin, lo cierto es que
los territorios del posestructuralismo son amplios y estn atravesados por versiones y
definiciones en muchos casos antitticas; aqu se ha privilegiado cierta homogeneidad,
una suerte de superficie de igualacin, necesaria incluso a los fines de que el trabajo
se vuelva materialmente posible.
Una observacin obligada, en el medio de la proliferacin de los pos, es que si bien en
cierto registro amplio -para la descripcin y la impugnacin- hay quienes asocian al
posestructuralismo con el posmodernismo, en realidad no hay ninguna razn evidente
para hacerlo, ms all de la intencionalidad de aquel que realiza la identificacin, y en
muchos casos ms bien debe entendrselas como denominaciones antitticas. Ms all
de la acotacin, es cierto que si Woody Allen bautiz a su pelcula de
1997 Deconstructing Harry, se utiliza la palabra deconstructiva para adjetivar ciertas
tendencias de la moda, la arquitectura o la gastronoma, y hasta es posible advertir en el
suplemento juvenil de algn diario que se valora a cierto grupo de rock por el modo en
que deconstruye las formas tradicionales de la cancin pop, pues se vuelve evidente
que es posible registrar una inflacin del trmino -hasta podra hablarse de una
popularizacin a travs de cierto registro de divulgacin- que excede lo que aqu se
intenta.
En tal campo, pues, todo recorte supone y coloca en evidencia la arbitrariedad.
Bienvenida sea. El primer tramo a recorrer es aquel que encierra la obra de Jacques
Derrida y su teora de la deconstruccin.
2.
Jonathan Culler ubica a la deconstruccin como la tendencia mayor del
posestructuralismo (Sobre la deconstruccin, Madrid, Ctedra, 1984). Obliga de tal
manera a pensar a esa corriente difusa y de tan dificultosa demarcacin, como ya se
dijo, que se rene bajo la denominacin de posestructuralismo a partir de las obras y
la teora de Jacques Derrida. El autor de De la gramatologa se convierte en un
principio de ordenamiento, en un clave para acceder a una cierta arquitectura terica y
metodolgica. Un prlogo y quizs tambin un eplogo, puntos entre los cuales
conviven las polmicas ms frtiles y diversas.
El argumento ms o menos explcito que conduce a Culler hacia tal afirmacin es la
solidez terica de Derrida; lo cual no deja de ser una paradoja, puesto que si bien tal
aseveracin puede surgir de la confrontacin con otros autores, como por ejemplo Julia
Kristeva y el ltimo Roland Barthes que quizs no se pueden reconocer en el calco de
un dogma tan claro e influyente como el derridiano, es cierto tambin que el propio
Derrida se ha opuesto a que se identifique al deconstrucconismo, a contrapelo de lo que
la eleccin de Culler podra sugerir, con un conjunto de ideas enunciables y fijas.
Resulta difcil saber a ciencia cierta si Culler tiene o no razn, lo suyo es, en definitiva,
una jerarquizacin que esconde, aunque no mucho, una cierta opinin, un punto de
vista. Si se acuerda con l, se lo hace desde el convencimiento que supone la opcin de
una determinada perspectiva terica o ms bien se est cediendo a los brillos de un
cierto estrellato acadmico, un derramamiento de prestigio?
Es preciso anotar que la obra de Derrida no fue nicamente saludada con alabatorios
fuegos artificiales, sino tambin muy cuestionada, y desde perspectivas diferentes, como
fue particularmente notable en los textos de balance terico de su obra aparecidos en
el momento de su muerte. Segn apunta Peter Krieger (La deconstruccin de Jacques
Derrida, en Anales del Instituto de Investigaciones Estticas, n. 84, Universidad
Nacional Autnoma de Mxico, 2004, pp. 179-188):
Su marca registrada en el mercado de los pensamientos filosficos se llam
deconstructivismo, un instrumento controvertido de lectura de textos, que segn la
evaluacin irnica de Georg Steiner, un ao antes de la muerte de Derrida, se
caracteriz por el bluff (la patraa) y el absurdo del movimiento vanguardista Dada
(Der ganze Poststrukturalismus und die Dekonstruktion kommt vom Dadaismus her,
von Hugo Ball und seinen Unsinn-Gedichten. Es ist ein dadaistisches Spiel. Cita de
George Steiner en una entrevista del peridico Sddeutsche Zeitung, edicin del 18 de
mayo de 2003; traducida del alemn al espaol por Peter Krieger).
De hecho, uno de los obituarios, en un rgano de central importancia para los educados
estadounidenses, el New York Times (Jonathan Kandell, Jacques Derrida, Abstruse
Theorist, Dies at 74, en New York Times, 10 de octubre de 2004) descalific al filsofo
muerto con el ttulo como terico abstruso. El autor de ese obituario -uno entre
cientos en la prensa mundial- reduce el alcance del mtodo deconstructivista al
demostrar que toda escritura estuvo llena de confusin y contradiccin.
Al respecto Jorge Panesi escribi para la revista de la Universidad de Buenos Aires unos
meses despus de ocurrida la muerte de Derrida y como para demostrar que la polmica
es cierta:
Jacques Derrida fue un filsofo de la afirmacin y no -como una superficial mirada
miope de uso corriente en ciertos mbitos periodsticos anglosajones quieren creer- un
relativista o un nihilista. Su combate contra la metafsica occidental, al igual que
Heidegger, tuvo en cuenta que todo lo que pensamos y hemos pensado pertenece a este
dominio, y que revolucionar un sistema no es solamente invertirlo (esta operacin
favorece al sistema que quiere atacar), sino efectivamente transmutarlo; por lo tanto, la
deconstruccin (su invento) prefiere desplazar internamente el pensamiento metafsico
sin el cual nada podra ser pensado.
(Jacques Derrida (1930-2004). El deconstructor, en Uba: Encrucijadas. Revista de la
Universidad de Buenos Aires, 30, marzo de 2005, pp. 68-70)
Jacques Derrida naci en 1930 en El-Biar, Argelia, hijo de una familia juda, y muri en
un hospital de Pars en octubre de 2004.
Forma parte de un conjunto de pensadores europeos, especialmente franceses, cuyos
artculos y libros tuvieron una fuerte influencia en la segunda mitad del siglo veinte. Esa
importancia se nota, en primera instancia, en el lugar destacado que, por lo menos, debe
asignarse a tres libros de su autora como son De la gramatologa, Mrgenes de la
filosofa y La escritura y la diferencia. Por otro lado, son tambin ya de referencia
obligada dentro de las ciencias sociales contemporneas algunos de los debates y
polmicas que supo llevar a delante con (contra) Michel Foucault, Jacques Lacan o John
Searle, para destacar los ms publicitados.
A veces resulta bien difcil de explicar que la perspectiva marcadamente
antiinstitucionalista de sus escritos terminara catapultndolo hacia el estrellato
acadmico, uno ms de ese exclusivo mandarinato intelectual del que forman parte un
selecto grupo de habitantes de las ms destacadas universidades europeas y, en primer
lugar, de los Estados Unidos.
Particip originalmente de la ya clsica revista Tel Quel, cuyas pginas comparti con
figuras como Julia Kristeva, Roland Barthes, Gilles Deleuze y Philippe Sollers (director
de la publicacin y quien prolog De la gramatologa), donde, sintetizando, se puede
decir que naci y tom fuerza el posestructuralismo que Derrida traducira a los
trminos de una teora de la deconstruccin.
Tel Quel (el mismo nombre que el poeta Paul Valry le dedic a sus volmenes de
ensayos breves de 1941 y 1943) naci en 1960 capitaneada por Sollers y Jean-Edem
Hallier para la editorial Seuil y se extendi hasta comienzos de la dcada del ochenta
(cerr en 1982).
Se trataba de una revista trimestral de escritores, que surgi en 1960 y que particip
activamente en lo que aconteca en el terreno cultural francs de su poca. Era un
perodo menos conformista que el actual y Tel Quel ayud en la transformacin de
muchos aspectos. Fue una especie de unin entre la literatura, la filosofa y el
psicoanlisis,
segn sintetiz el propio Sollers en un reportaje que le concedi a Abraham de Amzaga
(Prgola, n. 11, Bilbao, diciembre de 2003).
Un tiempo menos conformista, define informalmente y en trazo grueso Sollers; la
observacin no puede dejar de subrayarse en tanto y en cuanto en buena medida, de
manera ms o menos directa, parte del prestigio del posestructuralismo es producto de la
asociacin que puede establecerse entre su gnesis, el Mayo francs y las grandes
movilizaciones que en esos aos sacudieron a Francia, Europa y buena parte del mundo,
y fue visualizado (en algn punto todava lo es) como un modo renovado de practicar la
protesta y reflexionar sobre la transformacin y el cambio sin caer en las formas
tradicionales de la poltica.
Por este camino hay que pensar tambin la asociacin, si bien difusa, con el discurso
marxista antes que con su prctica (que histricamente est orientada por la forma del
partido revolucionario). En los escritos de los posestructuralistas, Derrida entre ellos, y
siguiendo de alguna manera las indicaciones de Louis Althusser o, ms atrs, Theodor
Adorno, puede detectarse el armado de una antologa de textos marxistas segn un
criterio que impone, como no podra ser de otra manera, presencias y ausencias, premios
y castigos, amigos y enemigos, flexiones filosficas antes que programticas o
prctico-polticas.
Tal contexto biogrfico y epocal ha sido tomado, un tanto unilateralmente es cierto, por
algunos crticos para identificar las races que nutrieron la empresa de la
deconstruccin:
Esta figura del pensamiento indudablemente contiene una dimensin poltica, es la
lucha contra todas las instancias que centralizan el poder y excluyen la contradiccin.
Durante su adolescencia en Argelia, cuando el rgimen derechista de Vichy en 1942
impuso una poltica antisemita, Jackie (posteriormente Jackie Derrida afrances su
nombre: Jacques) Derrida experiment la brutalidad de un sistema poltico que
pretendi erradicar la diversidad tnico-religiosa a favor de un poder totalitario: por su
procedencia juda tuvo que salir de la preparatoria temporalmente. Con esta experiencia,
Derrida aprendi una leccin sobre la unidimensionalidad del autoritarismo, lo que hace
entendible que posteriormente, en varias ocasiones, el filsofo se comprometi con los
derechos humanos, apoy a Nelson Mandela en Sudfrica con un comit antiapartheid a partir de 1983 y, en uno de sus ltimos ensayos, critic la desastrosa y
antidemocrtica monopolizacin del poder en Estados Unidos bajo la administracin de
George W. Bush (Jacques Derrida, Voyous, Pars, Galile, 2003). La condicin del
argelino exiliado en Francia, pas de la represin colonialista hasta los 60, adems de su
diferencia religiosa frente a la mayora cristiana, casi otorgaron una dimensin teolgica
al pensamiento deconstructivista. Jrgen Habermas, en la necrolgica de su colega,
constat que bajo su mirada intransigente se fragmenta cualquier coherencia, lo que
en consecuencia revela la inhabitabilidad del mundo: un mensaje religioso de un
exiliado permanente,
escribi el ya mencionado Krieger (ob.cit., pg. 180).
Todas las observaciones anteriores se tensan y potencian cuando llega el momento de
hacer mencin al estilo derridiano. En la cita que se hizo de su reportaje Sollers
destac tambin esa mixtura de literatura ms filosofa y psicoanlisis que conform la
lengua de quienes aparecieron en las pginas deTel Quel: gran parte de las dificultades
de lectura (y los malos entendidos) de los textos de autores como Derrida proviene en
parte de estos cruces y mixturas.
En el artculo denominado El cartero de la verdad (en La tarjeta postal. De Scrates a
Freud y ms all, Mxico, Siglo XXI, 1986, pg. 396), que dedica a polemizar con el
famoso Seminario sobre La carta robada de Jacques Lacan, Derrida dice sobre los
dichos del psicoanalista:
La lgica del significante interrumpe el semantismo ingenuo. Y el estilo de Lacan
estaba hecho para frustrar mucho tiempo todo acceso a un contenido aislable, a un
sentido unvoco, determinable ms all de la escritura,
donde hablando en apariencia sobre el estilo del otro en realidad Derrida parece estar
refirindose al propio, o al menos as se puede interpretar.
Ms all del ensayo y a un cierto saber filosfico, en el sentido habitual del trmino,
el estilo derridiano convoca reiteradamente, en su intento por exasperar los protocolos
de la escritura y la lectura tradicionales, procedimientos propios casi de las experiencias
de vanguardia.
Al respecto se puede convocar como caso extremo a Glas (Pars, Denol/Gonthier,
1974), texto concebido para poner en cuestin la forma libro y las formas de
produccin, propiedad y lectura que encierra. Glas es un bricolaje, una mezcla incesante
de fragmentos, de recortes, de columnas y de columnas de columnas donde a la voz
propia se suma la voz que habla de otros, que se desdibuja tras las pistas de Hegel en
dilogo polmico con Jean Genet en cuanto a las problemticas asociadas a la lengua y
la literatura. As Derrida intenta deslizarse en equilibrio provocador en el filo que separa
(y une, como ocurre ancestralmente, porque de manera oculta o a los ojos de todos
siempre ha sido as) al discurso filosfico y el discurso literario. La idea, siempre, est
orientada ms hacia la direccin de una apertura mxima (de desborde de sentido, de
interpretacin, de incomodidad) antes que a la clausura. Ese gesto diferente marca
bien la distancia que separa a Derrida de la bsqueda estructuralista con la que a veces
algunos manuales lo confunden. En la marcada exageracin del gesto reside tambin la
imposibilidad de la identificacin, all est el obstculo que impide convertirse en
derridiano: de hecho quienes lo han intentado y lo intentan por lo general se han
condenado a una extrema pobreza terica y de anlisis, como si la nica manera de la
copia fuera la de la inmediata precipitacin en la aplicacin bastarda, vulgarizada.
En relacin a una manera de la escritura que aqu se est denominando globalmente
como estilo Derrida dedica parte de Pasiones a reflexionar sobre los modos en que
intenta llevar adelante su prctica hermenetica, dice:
En lugar de ahondar la cuestin o el problema de frente, directamente -lo que sin duda
sera imposible, inapropiado o ilegtimo-, deberamos proceder oblicuamente? Lo he
hecho a menudo, y he llegado a reivindicar la oblicuidad bajo este nombre, incluso
confesndola, pensaran algunos, como una falta de deber, puesto que se suele asociar la
figura de lo oblicuo a la falta de franqueza o de rectitud. Pensando sin duda en esta
fatalidad, una tradicin de lo oblicuo en la que, de alguna manera, me encuentro
inscripto, David Wood para invitarme, incitarme u obligarme a participar en este
volumen, me ofrece titular estas pginas La ofrenda oblicua
(Passions, Pars, Galile, 1993, traduccin de Jorge Panesi para material pedaggico
utilizado en la Universidad de Buenos Aires)
As, se trata de un estilo pero tambin de un mtodo, o mejor un discurrir que
responde a ciertos presupuestos ideolgico-filosficos que pretenden no sedimentar ni
dejar simiente. Si se utiliz la palabra mtodo para de inmediato corregirla es con el
fin de tratar de definir la prctica derridiana a partir de aproximaciones; en ese sentido
mtodo algo dice pero lo dice de manera insuficiente en tanto se derrama ms all de
su definicin en el mbito de la ciencia que, por su misma naturaleza, ronda la
pretensin de una objetividad, de un asordinamiento de la indeseable intromisin
subjetiva, que en el pensamiento de Derrida poco interesa. Insiste en Pasiones:
A la reflexin, lo oblicuo no parece ofrecerle la mejor de las figuras para los recorridos
que trat de calificar de esa manera. Siempre me sent incmodo con esta palabra que,
sin embargo, tanto utilic. Aun cuando la haya empleado siempre de manera negativa,
para romper y no tanto para prescribir, para evitar o decir que se debera evitar, para
decir que, por otra parte, no se poda no evitar la confrontacin directa, el abordaje
inmediato.
Para romper y no tanto para prescribir, escribi Derrida para que quedara claro el por
qu de las dificultades de pensar al deconstruccionismo como un mtodo y por lo tanto
como una descendencia.
Es en ese sentido que tanto Derrida como el conjunto de los posestructuralistas parecen
haber sacado una leccin del devenir estructuralista y su obsesin tcnico-cientfica. El
desafo se orienta en otra direccin que alimentan los vientos de la filosofa y el
psicoanlisis, principalmente, y, en todo caso, aires lingsticos alejados del
estructuralismo (en su debate con John Searle puede advertirse bien hasta qu punto
Derrida se muestra decidido a echar mano segn sus necesidades a la pragmtica
lingstica sin alterarse en lo ms mnimo frente a la indicacin de que no respeta la
acuacin originaria de los conceptos que toma prestados). En la eleccin de esa
suerte de a-metodismo pueden encontrarse tambin las razones de muchas de las
impugnaciones que la teora derridiana ha padecido y todava padece.
Panesi subraya la intencionalidad con que el propio Derrida supo insistir acerca del
carcter no prescriptivo de sus anlisis, pero indica que no necesariamente tal
eleccin debe ser leda como la carencia absoluta de metodicidad (vaco, por lo dems,
impensable al calor de cualquier teora):
La deconstruccin no es un mtodo (nos lo ha repetido siempre), pero algo tiene de
camino, un camino de lectura que pone al texto del otro no tanto para destruirlo o
demorarlo, sino para integrarlo selectivamente a una tarea infinita y futura, luego de
apartar lo que tiene de connivencia con la metafsica. El tiempo de la deconstruccin no
es el tiempo del derruir, sino la preparacin del odo para hacer posible el discurso de
una meloda futura. Una tarea previa y necesaria, o tambin, un dilogo de lectura
textual donde el pasado se redime.
(ob. cit., pg. 69)
En el ya mencionado artculo sobre Lacan, a la hora de reconocerle mritos al
psicoanalista francs Derrida escribi:
Si la crtica de cierto semantismo constituye una fase indispensable en la elaboracin de
una teora del texto, se puede entonces reconocer en el Seminario ya un avance muy
ntido en relacin con toda una crtica psicoanaltica posfreudiana.
El deconstruccionismo abreva en la vertiente ms radical que el llamado giro lingstico
imprimi a las ciencias en general y a las ciencias sociales en particular casi desde los
inicios del siglo veinte.
La consigna derridiana que sostiene la imposibilidad de que el hombre pueda concebir
el universo por fuera de los signos que l mismo ha creado y reproduce de manera
enajenada, se toca con las proposiciones surgidas de las tres categoras y las formas de
los signos-pensamientos de Charles Peirce, con el Ludwig Wittgenstein que sostuvo que
los lmites del lenguaje son necesariamente los lmites del mundo o con Jacques Lacan y
su ordenamiento de lo simblico y la tirana del significante.
La deconstruccin, segn reza ya la leyenda, naci la conferencia dictada por Derrida en
1966 en la universidad Johns Hopkins, en los Estados Unidos, con el nombre La
estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas. En dicha
conferencia Derrida supo poner en tela de juicio al estructuralismo cuando esta escuela
se encontraba en su punto ms fuerte, y lo hizo asocindola, si bien con matices, con las
tradiciones de manipulacin y sometimiento del sentido que han sido desde siempre
hegemnicas en la cultura occidental.
A partir de ese momento el desconstruccionismo irradi sobre el conjunto de la vida
acadmica y logr una fuerte descendencia en el mbito norteamericano,
particularmente a travs de figuras como Hillis Miller, Geoffrey Hartman y, en primer
lugar, Paul De Man. En ese contexto los lmites precisos de la prdica deconstructiva
fueron difuminndose. Se entrelazaron, ms ac o ms all de las intenciones y la letra
de Derrida y De Man, por izquierda y derecha, con parte de los estudios culturales, con
los escritos de la posmodernidad, los pensamientos de la diferencia o dbiles, con
las neohermenuticas En fin, un complejo territorio que le vali a esta corriente
evaluaciones muy diversas, que en muchos casos se alimentaron primariamente de las
simpatas nazis de De Man en su juventud o en la sospecha que proporcionan un devenir
tan exitoso dentro del mundo acadmico ms cerrado.
Afirma Panesi:
quizs el mayor malentendido de la deconstruccin haya sido su enclaustramiento y
generalizacin en el mundo universitario norteamericano, en esa empresa de
reproduccin acadmico-comercial que el mismo Derrida llam la deconstruccin en
Amrica. Malentendido porque su amigo Paul De Man, el cabeza de las filas de
constructivistas americanas, haba celosamente ocultado el pasado colaboracionista en
la Blgica natal ocupada. Malentendido que Derrida no logr aclarar del todo, enredado
a la fidelidad que le deba a su amigo.
(ob. cit., pg. 69)
Aqu nos interesa ms describir y evaluar, aprovechar el posestructuralismo y la teora
de la deconstruccin en los trminos de una manera del anlisis textual, antes que en
las dimensiones ms discutibles de una filosofa o, si se quiere, una visin poltica.
En tal sentido interesa subrayar en el comienzo la particular atencin que Derrida y los
posestructuralistas de conjunto prestaron al problema del nacimiento de las disciplinas y
los discursos. La influencia, en esta direccin, proviene de la renovadora tradicin que
en el siglo veinte lanzaron las especulaciones fenomenolgicas de Edmund Husserl y su
descendencia existencialista en la obra de Martin Heidegger. Muchos de los textos de
Michel Foucault apuntan en este sentido.
En lo que respecta a Derrida, y para que se observe el complejo entramado que est
detrs de tales elecciones, se puede citar tambin que el propio Louis Althusser lo
impuls para que investigara sobre los orgenes materiales y sociales de saberes y
conocimiento.
La obsesin derridiana por el origen, es decir, por la necesidad de todo discurso de
postular de manera espectacular o camuflada un punto de nacimiento, es directamente
proporcional a su advertencia acerca de hasta dnde dicha operacin ha teido el
conjunto de las prcticas crticas en el rea de las ciencias sociales y, ms all de ella, es
reconocible tambin en las formas de la religin, de la ciencia y de la poltica. Instituir
un origen de sangre, natural, es imponer un sentido y una cierta manera de pensar y de
actuar; al contrario, el quehacer deconstructivo -que estima en una dimensin amplia se
toca con la bsqueda de otros autores que se suelen englobar en el posestructuralismo,
en primer lugar Foucault- apunta a denunciar esa impostura, a desbrozar los afeites que
tien lo que no es ms que una imposicin para que se advierta su carcter histrico y
cultural. Remontndose por esta senda se comprende su inters y relectura de la nocin
de genealoga acuada por Friedrich Nietzsche.
3.
Al comienzo de su libro De la gramatologa, Derrida analiza y critica aquello que l
llama logocentrismo, y que explica en los trminos de una metafsica de la escritura
fontica que, a su vez, est enraizada en la tradicin de Occidente, desde los griegos de
la poca clsica hasta nuestros das, con una cierta manera de concebir al hombre, la
razn, la sociedad, el conocimiento y el arte. Pese a las diferencias y vaivenes de los
diversos modelos -es obvio quizs destacar que tal imperatvo cobra diversas formas,
por ejemplo, en la Edad Mdia cristiana y en el capitalismo tardo-, la metafsica
occidental siempre se las arregl para encontrar en el logos el origen de la verdad en
general.
El logocentrismo, explica Derrida, dirige:
a) El concepto de escritura;
b) la historia de la metafsica que, como se dijo, siempre asign al logos el origen de la
verdad;
c) el concepto de ciencia o de los presupuestos que posibilitan estimar la cientificidad
de la ciencia.
As la escritura se ve encerrada (y su poder diferido) por una consideracin de la
lengua que coloca en primer plano la oralidad en tanto y en cuanto la realizacin de la
misma supone el encadenamiento existencial e inevitable de las palabras a una cierta
idea de sujeto. Para Derrida, la fonetizacin de la escritura ha sido la condicin de
la episteme, el elemento que otorg orden y sentido a la estructura del pensamiento
filosfico en Occidente.
Segn explica en el artculo compilado en La escritura y la diferencia que ya
semencion, La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias
humanas, siempre se neutraliz la estructura mediante la operacin de otorgarle
un centro, cuya funcin era organizar y limitar el juego de dicha estructura. El
pensamiento clsico entiende que el centro, si bien rige y determina la estructura, escapa
a la misma, por lo tanto de alguna manera la sobredetermina, se convierte en su causa y
a la vez la explica. El centro se constituye en una certeza tranquilizadora: nada puede
ser pensado ms all del lmite impuesto, el juego de las articulaciones posibles se
desarrolla siempre dentro de unas fronteras pautadas -fijas- por ese punto central. Esta
reduccin de la estructura es concebida a partir de una presencia plena y fuera del
juego, la presencia del centro que, mediante tal operacin asignativa, se convierte en
origen y fin.
A lo largo de lo que habitualmente se denomina historia del pensamiento occidental, el
centro ha tenido nombres alternativos: logos, razn, Dios, hombre, etc., pero tamaa
variedad remite a una funcin nica y homognea cuando se advierte que se relaciona
con una misma estructura fija de pensamiento. Entonces es posible advertir tambin que
se orienta en todos los casos hacia el mismo fin: delimitar las fronteras del conocer,
establecer los lmites epistemolgicos de la actividad filosfica, tranquilizar limitando
las posibilidades de recreacin del sentido.
La filosofa, segn explica Jonathan Culler parafraseando a Derrida en Sobre la
deconstruccin (Madrid, Ctedra, 1992), ha sido siempre una metafsica de la
presencia: los distintos nombres del centro siempre designan una presencia. Cada uno
de los conceptos mencionados en esa posicin central ha figurado entre los intentos
filosficos de describir lo que es fundamental y ha sido tratado como centro, fuerza,
base o principio ordenador. En oposiciones como significado y forma, alma y cuerpo,
intuicin y expresin, inteligible y perceptible, etc., el trmino superior pertenece al
logos y el trmino inferior seala la cada, resume Culler. El logocentrismo asume la
prioridad del primer trmino y concibe el segundo en relacin con ste, como
complicacin, negacin o desborde.
Producto directo del pensamiento logocntrico es el fonocentrismo que impone la
primaca del habla y relega a la escritura a un segundo plano. La filosofa, seala Culler,
La consecuencia de este planteo es que la lengua -y los cdigos semiticos- son efectos
que no tienen por causa un sujeto, una sustancia o una presencia que puedan escapar al
movimiento de la diffrance. Nada precede a la diffrance(sistema de diferencias): la
relacin con el presente y la referencia a una realidad actual estn siempre diferidas. El
principio de la diferencia implica que un elemento no significa ni funciona ms que
remitiendo a otros elementos pasados y/o futuros que se ensamblan en cadenas infinitas,
la estimacin de cuyos lmites suman una problemtica que Derrida tambin ha
contemplado en otros escritos. Por el contrario, todas las oposiciones metafsicas
(significado/significante,
inteligible/sensible,
palabra/escritura,
lengua/palabra,
actividad/pasividad, etc.) subordinan el movimiento de la diffrance a la presencia de un
valor o de un sentido que sera anterior a tal diseminacin y la dirigira.
El posestructuralismo implic una radicalizacin de los postulados estructuralistas. La
teora de la decontsruccin ocupa un lugar de privilegio dentro de esta corriente. Si
Saussure separaba la palabra de la cosa -el signo del referente-, el posestructuralismo
escinde el significado del significante y abre nuevas posibilidades para la consideracin
semitica de los significantes como cadenas y desplazamientos y los significados
como produccin de sentidos. Las consecuencias de tal reorientacin conceptual y
metodolgica se hacen sentir hasta el da de hoy en el campo de la terica y el anlisis
literarios. Como ya se dijo, los territorios diversos que ocupa la corriente
posestructuralista exceden -y a veces hasta enfrenta- los planteos de Derrida; aqu, por
razones pedaggicas y expositivas, hemos optado casi por yuxtaponer unos y otros.
Digamos, como final, que en cierta medida, la gua implcita que sigue esta exposicin
toma al pie de la letra el consejo tantas veces repetido en sus textos por Gilles
Deleuze en el sentido de orientar el quehacer intelectual en los trminos de una mxima
pragmtica que reza que se debe tomar lo que se quiera (y lo que se pueda) segn se lo
requiera. De alguna manera, el uso es el nico significado real de la comprensin.
(Sobre)Textos
La seleccin de ejemplos que siguen tiene como objetivo ilustrar de una manera
introductoria y general las maneras en que en anlisis literario se ha nutrido de los
postulados bsicos de la corriente posestructuralista y de la teora de la
deconstruccin, aun cuando los propios investigadores se preocuparon por alertar una
y otra vez sobre el peligro de traslaciones y aplicacionesde este tipo.
En el primer caso se trata de una interpretacin publicada por Jacques Derrida, en los
restantes se reproducen fragmentos de una serie de especialistas argentinos, no s{olo
del campo de los estudios literarios, para que se pueda estimar el impacto ms o menos
directo que estas ideas han tenido sobre la prctica crtica.
1.
En el volumen La filosofa como institucin (Barcelona, Granica, 1984, pp. 95114) se encuentra el artculo titulado Kafka: Ante la Ley que Jacques Derrida
dedic a reflexionar sobre todo lo escondido en ese breve relato de Franz
Kafka que forma parte de su clebre novela El proceso. A continuacin se
transcribe primero la historia de Kafka y seguida se ofrece una sntesis de las
observaciones que sobre el mismo realiza Derrida. En ellas queda claro por qu,
pese a cimentar una concepcin filosfica vasta, que puede reclamar para s
diversos objetos de reflexin, la literatura ocupa un especial lugar de
tratamiento para de la teora deconstruccionista.
Franz Kafka, Ante la ley
Ante la ley hay un guardin. Un campesino se presenta al guardin y le pide que lo deje
entrar. Pero el guardin contesta que de momento no puede dejarlo pasar. El hombre
reflexiona y pregunta si ms tarde se lo permitir.
-Es posible- contesta el guardin -, pero ahora no.
La puerta de la ley est abierta, como de costumbre; cuando el guardin se hace a un
lado, el campesino se inclina para atisbar el interior. El guardin lo ve, se re y le dice:
-Si tantas ganas tienes- intenta entrar a pesar de mi prohibicin. Pero recuerda que soy
poderoso. Y slo soy el ltimo de los guardianes. Entre saln y saln hay otros tantos
guardianes, cada uno ms poderoso que el anterior. Ya el tercer guardin es tan terrible
que no puedo soportar su vista.
El campesino no haba imaginado tales dificultades; pero el imponente aspecto del
guardin, con su pelliza, su nariz grande y aguilea, su larga barba de trtaro, rala y
negra, lo convencen de que es mejor que espere. El guardin le da un banquito y le
permite sentarse a un lado de la puerta. All espera das y aos. Intenta entrar un sinfn
de veces y suplica sin cesar al guardin. Con frecuencia, el guardin mantiene con l
breves conversaciones, le hace preguntas sobre su pas y sobre muchas otras cosas; pero
son preguntas indiferentes, como las de los grandes seores, y al final siempre le dice
que no, que todava no puede dejarlo entrar. El campesino, que ha llevado consigo
muchas cosas para el viaje, lo ofrece todo, aun lo ms valioso, para sobornar al
guardin. ste acepta los obsequios, pero le dice:
-Lo acepto para que no pienses que has omitido algn esfuerzo.
Durante largos aos, el hombre observa casi continuamente al guardin: se olvida de los
otros y le parece que ste es el nico obstculo que lo separa de la ley. Maldice su mala
suerte, durante los primeros aos abiertamente y en voz alta; ms tarde, a medida que
envejece, slo entre murmullos. Se vuelve como un nio, y como en su larga
contemplacin del guardin ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel,
ruega a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardin. Finalmente su vista se
debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz o si slo lo engaan sus ojos. Pero en
medio de la oscuridad distingue un resplandor, que brota inextinguible de la puerta de la
ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos
largos aos se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha
formulado. Hace seas al guardin para que se acerque, ya que el rigor de la muerte
endurece su cuerpo. El guardin tiene que agacharse mucho para hablar con l, porque
la diferencia de estatura entre ambos ha aumentado con el tiempo.
-Qu quieres ahora? -pregunta el guardin-. Eres insaciable.
-Todos se esfuerzan por llegar a la ley- dice el hombre-; cmo se explica, pues, que
durante tantos aos slo yo intentara entrar?
El guardin comprende que el hombre va a morir y, para asegurarse de que oye sus
palabras, le dice al odo con voz atronadora:
-Nadie poda intentarlo, porque esta puerta estaba reservada solamente para ti. Ahora
voy a cerrarla.
literatura que, sin embargo, nunca fue (porque no poda serlo en definitiva) de una
exposicin clara de las proposiciones conceptuales que lo constituyen; su origen, en
consecuencia, ha sido siempre y siempre ser oscuro. Quizs porque la literatura
-sostiene Derrida- oscurece a la literatura, de algn modo la literatura debe no ser
literatura. En condiciones histricas que no son nicamente lingsticas, la literatura ha
nacido para ocupar una suerte de comprensin suspendida.
Concluye el autor de De la gramatologa: En estas condiciones la literatura puede
hacer de ley, reponerla al rodearla o soslayarla. Estas condiciones, que son tambin las
condiciones convencionales de toda operatividad, no son, sin duda, puramente
lingsticas, a pesar de que toda convencin puede, a su vez, dar lugar a una definicin
o a un contrato de orden lingstico.
2.
La filsofa argentina Esther Daz ha dedicado buena parte de sus libros y su prctica
docente a dar cuenta de los diversos autores de la escuela francesa que integran lo que
aqu globalmente denominamos posestructuralismo. Ha escrito especialmente sobre la
obra de Michel Foucault, pero tambin las figuras de Gilles Deleuze y, en menor
medida, Jacques Derrida, asoman habitualmente en sus ensayos. Lo que sigue a
continuacin es un extracto del apartado primero, llamado El sentido mltiple de la
verdad, que pertenece al captulo inicial de su libro Entre la tecnociencia y el
deseo (Buenos Aires, Biblos, 2007), donde puede verse la particular manera en que
Daz toma un relato y la intencionalidad expositiva con que lo hace.
1. El sentido mltiple de la verdad
Japn, siglo XII, senderos en el bosque. Un samurai camina lentamente delante de un
caballo blanco al que conduce por las riendas. Canto de pjaros. Rayos de sol que
atraviesan el follaje y bailan en la maleza. Los medallones de luz tornan traslcido el
velo de una mujer posada en la montura. La tela se desliza hasta los pequeos pies, que
delatan la nobleza de su duea. La montura y el armamento brillan. Una especie de paz
emana de la armona de las cosas. Pero el delicado equilibrio se quiebra. La narracin
3.
4.
El escritor y crtico Alan Pauls public en 1986 (Buenos Aires, Hachette, Biblioteca
Crtica) un libro breve pero interesante sobre La traicin de Rita Hayworth (1968), la
primera novela del escritor argentino Manuel Puig. Aqu, vamos a comentar dos o tres
aspectos claves que Pauls, empapado de las teoras posestructuralistas, en particular
provenientes del libro Mil mesetas, de Gilles Deleuze y Flix Guattari, analiza en la
obra de Puig.
Lo primero que seala Pauls y todos aquellos que leen La traicin, es la ausencia de un
narrador. La novela, entonces, est constituida sobre la pura enunciacin de sus
personajes. De esta manera, se deconstruye una de las instancias ms criticadas por
Derrida: la nocin de un origen o autoridad que otorgue un significado absoluto y que
cierre el proceso de significacin, en este caso la figura del narrador.
La traicin es un ajuste de cuentas con la narracin, y con esa funcin que preside toda
descripcin narratolgica: la funcin narrador. Inaugurando una de las consignas
fundamentales del programa literario de Puig, la pulverizacin de la instancia
narrativa, La traicin decreta la acefala del lugar clsico de la enunciacin: no hay
sujeto de la narracin, y esta vacancia es uno de los principios de disolucin de la
historia. En La traicin slo hay voces: de sus 16 captulos, once se presentan como la
reproduccin del discurso directo de los personajes (del I al XI), y los restantes son
transcripciones de textos escritos. (...)
De ah que en La traicin, la trama (en el sentido narrativo de la palabra) sea en realidad
una trama en su sentido textil: un tejido de voces, montaje de discursos sin cuerpo,
estructura coral que se despliega ms all de la mirada nica del narrador y la subvierte
con su polifona. No hay un yo que cohesione esas voces, ningn principio de
homogeneidad que las abrace. (pg. 20)
Muerto el narrador, ya no existe una funcin que organice el texto (slo apareceuna
indicacin que encabeza cada captulo, en la que se indica quin habla y el lugar y
fecha -En casa de Berto, Vallejos 1933 o Toto, 1942-), que otorgue un sentido, una
direccin posible de lectura. Muerto el narrador, es el lector, que asume la mayora de
edad, quien tiene que hacerse cargo de los posibles sentidos del relato. As, el efecto que
produce la lectura de La traicin es similar al que siente el espectador de Rashomon.
La traicin introduce siempre otros discursos. La relacin nombre-discurso nunca es
directa, tampoco natural. En cada una de las voces del texto, nada singular, ninguna
originalidad (...) Cada voz es en s misma un mosaico de rumores, una conflagracin de
ecos. La voz, en La traicin, no plantea circuitos simples de emisin: siempre establece
mediaciones, siempre pantallas, siempre citas. Cada voz retoma, refiere, deforma o
reproduce las voces de los otros. (pg. 22)
Esta segunda caracterstica se complementa con la anterior: en la novela no
hayuna autoridad, slo voces; o mejor dicho, enunciados, que son, por definicin,
sociales.
La segunda deconstruccin que Pauls advierte en el texto de Puig es la del paradigma
sexual: La traicin implica una ruptura con la lgica maniquea que capta el mundo en
dos polos separados, bien diferenciados, y aun antagnicos: masculino/femenino,
alto/bajo, adentro/afuera, blanco/negro, etc. Pauls dice que Puig, en su literatura, pone
entre dicho ciertas oposiciones binarias (cultura alta/cultura baja, kitsch/camp), las
denuncia y subvierte.
Para que el sexo tenga sentido es preciso establecer, primero, un paradigma, una
oposicin binaria, un par. El discurso infantil de Toto es una maquina prodigiosa de
producciones de pares (...) As, el enigma del sexo es equivalente al enigma del sentido.
No hay sentido sin paradigma; no es casual, pues, que la cuestin del sentido (y) del
sexo se plantee para Toto en forma de alternativas binarias. Muecos/muecas,
muequito/muequita, chico/chica, y toda la cadena de pares que metaforizan esta
oposicin genrica y sexual bsica (arbolito/casita, aceituna verde/aceituna negra, etc.).
Como se ve, sexualidad y sentido van unidos por efecto de una estructura lingstica: el
paradigma gramatical de gnero. La oposicin de las desinencias a/o, paradigma
morfolgico que designa los dos gneros, es literalizado en La traicin; o mejor: Puig
sexualiza el paradigma gramatical, de modo que toda decisin de sentido es al mismo
tiempo, e inevitablemente, una decisin sobre la sexualidad.
Sin embargo, esta mana de los pares y las oposiciones tiene un punto de fuga; siempre
hay, en esta clasificacin binaria del mundo, un momento tercero, una instancia que
escapa al paradigma y lo desactiva, anulando la diferencia que lo funda. En La
traicin nunca hay dos sin tres. Muecas y muecos visten el mismo traje de seda, y
para todo chico o chica hay una careta rosa detrs de la cual ocultar la identidad
sexual. La traicin trabaja neutralizando los paradigmas, poniendo en evidencia la
fragilidad de las diferencias. Siempre se puede hacer que la diferencia vacile, hacer
temblar las discriminaciones, pervertir los repartos. El arte de Puig es precisamente un
arte del tercer trmino, lo que no significa un arte de la sntesis. Si se desactiva un
paradigma, denunciando lo que de poltico hay en su gramaticalidad, no es para
refugiarse en una hibridez apacible, ni para reivindicar los beneficios de la
complementariedad. El primer gesto del trabajo de Puig consiste en sexualizar cada
trmino del paradigma, des-inocentizarlo, arrancarlo de la asepsia de la gramtica de la
lengua para inscribirlo en un uso que remite siempre a una poltica. La diferencia
chico/chica nunca es slo gramatical, o en todo caso La traicin siempre empieza por
delatar el orden poltico que sostiene el orden gramatical. La traicin es una crtica de
los usos; postula que todo uso de las categoras de la lengua es un uso a la vez sexual y
poltico, y que la diferencia gramatical (la oposicin masculino/femenino) es el soporte
de una diferencia que se instaura en el campo de la sexualidad social. (pg. 25-26)
Un momento de la novela que ejemplifica lo dicho hasta aqu, es aquel en que Berto
debe llevar a su pequeo hijo, Toto, al bao (estn en un lugar pblico) y no sabe a cul
de los dos: si al de mujeres o al de hombres. Lo irnico de la situacin es que Berto
reniega de los gustos de su hijo por considerarlos inadecuados para un varn y
constantemente exige de ste un comportamiento masculino.