Adela Cortina - Educar Personas y Ciudadanos
Adela Cortina - Educar Personas y Ciudadanos
Adela Cortina - Educar Personas y Ciudadanos
Adela CORTINA
RESUMEN
Educar para la ciudadana democrtica parece ser la meta de las sociedades pluralistas,
pero no para cualquier forma de organizacin democrtica, sino la que entienda que el
ejercicio de la autonoma personal y la formacin dialgica de la voluntad son indispensables. Para alcanzar tal meta parece necesario cultivar el capital humano (destrezas tcnicas
y conocimientos), el capital social (habilidades sociales) y la prudencia para desarrollar
una vida buena. Pero no slo eso, tambin un sentido de la justicia, ejercido en el marco del
mutuo reconocimiento, en el marco de un dilogo no slo lgico, sino tambin sentiente.
Desgranar estos puntos es el objetivo del artculo.
SUMMARY
To educate citizens for democracy appears to be the goal of pluralist societies, but not
for any form of democratic organization, but for one that understands that the exercise of
personal autonomy and the training of the will through the logic of dialogue are indispensable. To reach this goal, it seems necessary to cultivate human capital (technical skills and
knowledge), social capital (social skills) and the prudence to develop a good life. But not
only that, also needed is a sense of justice, exercised within the framework of mutual
recognition in the framework of a dialogue that is built not only on logic but also on
sentiment. To spell out these points is the aim of this article.
1.
30
ADELA CORTINA
Lo que distingue a los aristotlicos de los kantianos es, sobre todo, que los
primeros dirigen su mirada en primera instancia a las actividades humanas y tratan
de descubrir en ellas cul es el tlos, cul es la meta a la que se dirigen y que les
da, por tanto, sentido, mientras que los kantianos se esfuerzan por descubrir la
racionalidad de las normas por las que deberan orientarse las actividades para
realizarse de forma justa. Segn los aristotlicos, importan ante todo las actividades y las metas que persiguen, para descubrir qu medios es preciso adoptar para
alcanzar el tlos, el bien que las hace racionales. A juicio de los kantianos, importan ante todo las normas y los procedimientos por los que podemos asegurar que
son justas, importa formar la voluntad para optar por lo correcto.
Pronunciarse por una de estas dos posiciones en exclusiva, prescindiendo de la
restante, es hoy irresponsable por irracional. Los desafos de las ticas aplicadas,
que plantean sus exigencias desde la vida corriente, nos han obligado a reconocer
que es preciso sumar, y no restar, echar mano de cuantos recursos filosficos estn
a nuestro alcance para ofrecer respuestas 2 . Nos han obligado a percatarnos de que
en la Sociedad del Conocimiento, cuando los recursos humanos forman parte de
la mayor riqueza de los pueblos, lo que podramos llamar el capital filosfico, el
bagaje de saber que hemos heredado de quienes nos precedieron en la reflexin
filosfica, debe ser bien invertido, y nunca despreciado. De ah que, a la hora de
tratar acerca de cualesquiera esferas de la vida social, deban ser tenidas en cuenta
tanto la actividad correspondiente y el tlos por el que cobra su sentido, como el
marco de normas justas en que la actividad debe desarrollarse. En nuestro caso, a
la hora de hablar de la educacin.
Y en este sentido, tena razn Aristteles en que es preciso, en primera instancia, percatarse de que todo arte y toda investigacin, y del mismo modo toda
accin y eleccin parecen tender a algn bien3 . Pero tambin tiene razn MacIntyre
cuando entiende que es preciso fijarse, no slo en las actividades individuales, sino
tambin en aquellas que requieren la cooperacin social, y a las que puede denominarse prcticas4 . Tales actividades se dirigen, en efecto, a ciertas metas, que son
las que dan sentido a la prctica, de suerte que quien ingresa en ella se compromete
a perseguir esas metas, sean cuales fueren sus mviles individuales. A mi juicio,
uno de los grandes retos de nuestro tiempo consiste en sacar claramente a la luz
cules son las metas de las distintas actividades sociales, en este trabajo, las metas
de la educacin.
Sucede, sin embargo, que esas metas se modulan a lo largo de la historia, en
virtud de los cambios sociales y en virtud del progreso moral, que lleva a plantear
de forma diversa las exigencias de justicia en las distintas pocas. De ah que
resulte indispensable atender al marco normativo en cuyo seno debe desarrollarse
2.
Cortina
3.
4.
31
la actividad, como insisten los kantianos, un marco que no debe ser slo jurdico,
sino tambin tico. Moral y derecho se complementan y, ms an, se entreveran 5 .
Cules seran, pues, las metas de la actividad educativa, en sociedades democrticas, moralmente pluralistas, situadas institucionalmente en ese marco normativo que es el del nivel postconvencional en el desarrollo de la conciencia moral, y
cules seran los medios ms adecuados para alcanzarlas?
2.
5. J. Habermas, ber Moralitt und Sittlichkeit -Was macht eine Lebensform rational, en
H. Schndelbach (Hg.), Rationalitt, Frankfurt, Suhrkamp, 1984, 218-236; N. Lpez Calera, Es
posible un mundo justo?, Universidad de Granada, 2003, 117 ss.
6. P. F. Drucker, La sociedad postcapitalista, Barcelona, Apstrofe, 1993.
Anales de la Ctedra Francisco Surez, 38 (2004), 29-45.
32
ADELA CORTINA
habilidades, al menos por tres razones: porque una sociedad bien informada tiene
mayor capacidad de aprovechar sus recursos materiales, es menos permeable al
engao que una sociedad ignorante, y puede ofrecer alternativas al actual proceso
de globalizacin. Personas y sociedades carentes de habilidades y conocimientos
aprovechan mal sus recursos, resultan engaadas con facilidad, y pueden organizar
protestas sin cuento ante lo que consideren injusto, pero son incapaces de ofrecer
alternativas viables. Cuando ofrecerlas y tratar de ponerlas en marcha es el nico
modo de hacer que otro mundo mejor sea posible7 .
Sin embargo, y con ser esto cierto, tambin es verdad que transmitir habilidades y conocimientos no es lo mismo que ensear la virtud moral, no es lo mismo
que ensear a comportarse moralmente. Y es muy dudoso que esto ltimo es lo que
quieran los padres para sus hijos, tambin en sociedades democrticas. A este
respecto siguen siendo totalmente actuales aquellas palabras de Kant, recogidas en
la Fundamentacin de la metafsica de las costumbres:
En la primera juventud nadie sabe qu fines podrn ofrecrsenos en la vida; por
eso los padres tratan de que sus hijos aprendan muchas cosas y se cuidan de
darles habilidad para el uso de los medios tiles a toda suerte de fines cualesquiera,
pues no pueden determinar de ninguno de stos que no ha de ser ms tarde un
propsito real del educando, siendo posible que alguna vez lo tenga por tal; y este
cuidado es tan grande, que los padres olvidan por lo comn reformar y corregir el
juicio de los nios sobre el valor de las cosas que pudieran proponerse como
fines8 .
7. A. Cortina, Educar para una ciudadana cosmopolita, El Pas, 11 de febrero de 2004, p. 11.
8. I. Kant, Grundlegung zur Metaphysik der Sitten, IV, 415.
9. J. S. Coleman, Social Capital in the Creation of Human Capital, AJS, vol. 94 Supplement
(1988), 95-120; G. Becker, Human Capital, New York, National Bureau of Economic Research, 1964.
Anales de la Ctedra Francisco Surez, 38 (2004), 29-45.
33
la produccin; 2) el capital humano compuesto por las tcnicas y los conocimientos de los que dispone una empresa o sociedad, lo que ha dado en llamarse
recursos humanos se crea mediante cambios en las personas, produciendo
habilidades y capacidades que les permiten actuar de formas nuevas; 3) el capital
social, sin embargo, se produce por cambios en las relaciones entre las personas,
cambios que facilitan la accin. No se localiza en los objetos fsicos, no es tangible
como el capital fsico, sino que, como el capital humano, es intangible 10 . Pero
podramos decir todava es menos tangible que el capital humano, porque
existe en las relaciones entre las personas, y no en las personas mismas. Situar el
capital social en las relaciones entre las personas, aunque ello implique a las personas, y no en las personas mismas, es una de las caractersticas de la concepcin de
Coleman11 .
Por lo que respecta a la educacin, conviene recordar que el capital social,
igual que los capitales fsico y humano, puede ser un recurso tanto para las personas, que pueden utilizarlo exclusivamente para sus fines individuales manipulando
al resto de los agentes, como para las organizaciones. En el caso de que el capital
social refuerce las redes sociales y beneficie a la sociedad en su conjunto, no
exclusivamente a algunos individuos o grupos, es un recurso fundamental para los
pueblos. Hasta el punto de que algunos cientficos sociales afirman que las economas nacionales dependen al menos de las tres formas mencionadas de capital; y
tanto los tericos del republicanismo como los del comunitarismo proponen aumentar el capital social12 .
Sin embargo, la pregunta sigue siendo: se trata slo de un recurso para alcanzar ciertas metas, o es algo tambin valioso por s mismo? En una civilizacin
como la nuestra, en que la lucha por la vida slo permite sobrevivir a los tcnica y
socialmente diestros, es una pregunta anterior a toda otra en el terreno de la educacin moral la de si creemos en serio que merece la pena, a pesar de todo, ensear
a apreciar ciertos valores por los que pareci luchar la Modernidad y que, bien
entendidos, no se dejan instrumentalizar, sino que valen por s mismos: la libertad,
la igualdad, la solidaridad y el respeto activo.
La sutil, pero esencial diferencia, entre lo que vale para y lo en s valioso,
sigue siendo un reto para la educacin moral. La diferencia que lleva a autores
como Sen a distanciarse del utilitarismo y a recordar que no todo es medio para
otra cosa, que hay valores como la libertad valiosos por s mismos. Recordando a
Tocqueville, quien pregunta libertad, para qu? es que ha nacido para servir 13 .
34
ADELA CORTINA
14. I. Kant, La paz perpetua, Madrid, Tecnos, 1985, 38; A. Cortina, Hasta un pueblo de
demonios, Madrid, Trotta, 1998.
Anales de la Ctedra Francisco Surez, 38 (2004), 29-45.
35
15.
36
ADELA CORTINA
16. L. Kohlberg, The just community approach to moral education in theory and practice, en
M. Berkowitz y E. Oser (eds.), Moral education: theory and application, Hillsdale, N. J., Erlbaum,
1985.
17. I. Kant, Pedagoga, Madrid, Akal, 1983, 36.
Anales de la Ctedra Francisco Surez, 38 (2004), 29-45.
37
marco de una sociedad justa. Para lograrlo, la meta de la educacin no slo debe
consistir en transmitir habilidades tcnicas y sociales capital humano y social,
sino tambin en ensear a incorporar valores como la libertad, la igualdad, la
solidaridad, el respeto activo y el dilogo, que abren el campo de una democracia
capaz de cultivar personas en el ms hondo sentido de la palabra 18 .
Cierto que no existe un nico modelo de democracia, sino que a lo largo de la
historia se han ido proponiendo bien diversos, e incluso en el momento actual
existen distintas propuestas19 . Pero adems tendremos que averiguar cul de los
modelos posibles es moralmente deseable y tcnicamente viable; pesquisa que no
puede llevarse a cabo a mi juicio si no es imaginando qu tipo de persona
produce un modelo u otro y cul de ellos nos parece que merece la pena propiciar.
No se trata de indagar qu tipo de educacin moral hemos de fomentar para
construir una sociedad democrtica, como si hubiera que poner a los individuos al
servicio de un tipo de organizacin social, sino, por el contrario, qu modelo de
educacin es menester adoptar para configurar una sociedad que produzca un
modelo de persona deseable. A mi modo de ver, y frente a lo que Rorty propone,
las instituciones incluyendo la educativa han de estar al servicio de los individuos, y no viceversa20 .
Si las personas deben poder ejercer su libertad, desde una igualdad bsica y en
vinculacin solidaria, si respetar activamente las diferencias y resolver los conflictos mediante el dilogo encaminado a descubrir lo justo es el camino adecuado,
entonces la forma de organizacin democrtica es la que compone el estilo de
persona deseable. Pero no cualquier forma de organizacin democrtica, sino una
que entienda que el ejercicio de la autonoma personal y la formacin dialgica de
la voluntad son indispensables. Lo cual, por desgracia, tiene bien poco que ver con
el funcionamiento de las actuales democracias de partidos, en que los individuos se
saben y sienten relegados.
Ciertamente, resulta imposible aqu hacer un seguimiento de uno de los asuntos ms complejos hoy en da en el mbito de la filosofa prctica, como es el de
discernir qu sea una democracia moralmente deseable y tcnicamente viable, hecho por el cual tendr que contentarme con resumir las conclusiones de lo tratado
ms ampliamente en otros lugares21 : es imposible construir una sociedad autnticamente democrtica contando slo con individuos tcnica y socialmente diestros, que buscan nicamente su bienestar, porque tal sociedad ha de sustentarse en
valores como la libertad, la igualdad, la solidaridad o el respeto activo, que no se
38
ADELA CORTINA
dejan instrumentalizar, sino que valen por s mismos. A mi juicio, una autntica
democracia slo es posible sobre la base del fomento de estos valores, por eso
deberamos preguntarnos antes de entrar en otras cuestiones si lo que queremos
realmente son individuos diestros, que saben manejarse para lograr su bienestar, o
personas con sentido de autorrealizacin, porque no es lo mismo el bienestar que
la autorrealizacin. Para lograr el primero basta con las destrezas, para conseguir la
segunda, es necesaria una educacin moral, en el ms amplio sentido del trmino
moral.
4.
39
La autoestima, como bien dice Rawls, es uno de los bienes primarios, de los
que los individuos no pueden prescindir para llevar adelante sus planes vitales, y es
deber de una sociedad justa pertrechar a los ciudadanos de las bases indispensables
para su autoestima.
2) Por otra parte, la moral tiene una dimensin comunitaria indiscutible, en la
medida en que un individuo se socializa y aprende a vivir unos valores en el mbito
de una comunidad, que se nutre culturalmente de un entrecruzamiento de tradiciones. Los valores y normas de las respectivas tradiciones cristalizan en costumbres,
normas legales e instituciones, que componen el thos de las comunidades. Sin
duda, como muestra cada vez ms el comunitarismo, no slo reactivo, sino tambin
propositivo, el desarrollo de las virtudes y la identificacin del propio yo exigen
una vida comunitaria integrada, frente a una existencia desarraigada: exigen que
cada individuo enrace en el humus de las tradiciones de una comunidad concreta 23 .
Estas comunidades constituyen, a mi juicio, lo que la tica discursiva llamara
una comunidad real de comunicacin, y son necesarias para el desarrollo de la vida
de un individuo y, por tanto, para su educacin moral. Sin embargo, quien se limite
a vivir la solidaridad en una comunidad concreta no trasciende los lmites de una
solidaridad grupal, que es incapaz, entre otras cosas, de permitir una vida democrtica. Una democracia autntica precisa ese tipo de solidaridad universalista de
quienes, a la hora de decidir normas comunes, son capaces de ponerse en el lugar
de cualquier otro y de estar abiertos al dilogo con cualquier otro, siempre que
existan presupuestos racionales para ese dilogo.
Precisa de un marco cosmopolita que se configure como un cosmopolitismo
arraigado24 . Tanto el cosmopolitismo abstracto como el comunitarismo provinciano cercenan las posibilidades de desarrollar una vida personal en plenitud y una
democracia autntica, de ah que importe educar en un cosmopolitismo capaz de
implicarse en la comunidad local dentro del horizonte universal.
Una educacin integral tiene, pues, que tener en cuenta la dimensin comunitaria
de las personas, su proyecto personal, y tambin su capacidad de universalizacin.
3) En efecto, reducir lo moral a los dos niveles anteriores supone no haber
dado el paso al nivel postconvencional en el desarrollo de la conciencia moral.
Mientras que en el nivel convencional el individuo identifica las normas morales
correctas con las propias de su comunidad, en el postconvencional el individuo es
capaz de distinguir las normas comunitarias, convencionales, de los principios
universalistas, que le permiten criticar incluso las normas de su comunidad.
Las ticas universalistas (liberales o socialistas), que intentan dar cuenta
de este nivel, se niegan hoy a reducir lo moral a los hbitos del corazn de los
individuos y las comunidades, y proponen, frente a las tradiciones, principios legiti-
23. A. MacIntyre, Tras la Virtud, Barcelona, Crtica, 1987; A. Etzioni, The Community of
Communities, The Responsive Community, 7 (1996/97), pp. 21-32; La Nueva Regla de Oro, Barcelona, Paids, 1999.
24. A. Cortina, Alianza y Contrato, Madrid, Trotta, 2001, cap. 8.
Anales de la Ctedra Francisco Surez, 38 (2004), 29-45.
40
ADELA CORTINA
madores de normas. Sin embargo, a mi juicio, resulta absurdo contraponer principios y tradiciones, porque las ticas universalistas tambin estn enraizadas en
tradiciones. Slo que en el caso de una tica universalista, como la dialgica que
propondremos a continuacin, adems de la comunidad real en que la persona
aprende a comportarse a travs del humus de tradiciones, cada individuo tiene que
contar con una comunidad ideal de comunicacin, que hace referencia en definitiva
a todo hombre en cuanto tal, es decir, en cuanto interlocutor vlido 25 . El ncleo de
la vida social no es, pues, el individuo, ni tampoco la comunidad, sino el reconocimiento recproco de quienes se saben y sienten igualmente personas 26 .
De cuanto venimos diciendo se desprende que una educacin moral, en una
sociedad democrtica, tiene que tener en cuenta los tres niveles mencionados en el
siguiente sentido.
5.
25. K. O. Apel, La transformacin de la filosofa, Madrid, Taurus, 1985, vol. II, 341 ss.;
Estudios ticos, Barcelona, Alfa, 1986; K. O. Apel: Verdad y Responsabilidad, Barcelona, Paids,
1992; J. Habermas, Conciencia moral y accin comunicativa, Barcelona, Pennsula, 1985; La inclusin del otro, Barcelona, Paids, 1999. Para la tica del discurso ver, entre nosotros, A. Cortina, tica
mnima, Madrid, Tecnos, 1986; tica sin moral; tica aplicada y democracia radical; J. Conill, El
enigma del animal fantstico, Madrid, Tecnos, 1991; J. Muguerza, Desde la perplejidad, Madrid,
F.C.E., 1991; D. Garca-Marz, tica de la justicia, Madrid, Tecnos, 1992; D. Blanco, J. A. Prez
Tapias y L. Sez (eds.), Discurso y realidad, Madrid, Trotta, 1994; J. C. Siurana, Una brjula para la
vida moral, Granada, Comares, 2003, y el nmero monogrfico 183 de la revista Anthropos (1999),
sobre Karl-Otto Apel. Una tica del discurso o dialgica.
26. A. Cortina, Alianza y Contrato, Madrid, Trotta, 2001, cap. 10.
27. J. Wilson, Education and Indoctrination, en T. C. B. Hollins (ed.), Aims in Education,
Manchester, UP, 1964; R. M. Hare, Essays on Religion and Education, Oxford, Clarendon Press, 1992,
cap. 7; A. Cortina, El quehacer tico. Gua para la educacin moral, Madrid, Santillana y Aula XXI,
1994, cap. 4.
Anales de la Ctedra Francisco Surez, 38 (2004), 29-45.
41
28. A. Cortina, tica mnima, Madrid, Tecnos, 1986; J. Rawls, Liberalismo poltico, Barcelona,
Crtica, 1996, conf. VI.
Anales de la Ctedra Francisco Surez, 38 (2004), 29-45.
42
ADELA CORTINA
Para lograr que los individuos puedan acceder al mismo nivel en el que, al
menos verbalmente, se encuentra el tipo de conciencia que legitima las instituciones democrticas, considero que el tipo de tica ms adecuado consiste en una
peculiar versin de la tica del discurso.
6.
43
44
ADELA CORTINA
34. Apel ha tenido que rectificar en este sentido en Teora de la Verdad y tica del Discurso,
161 y 162.
Anales de la Ctedra Francisco Surez, 38 (2004), 29-45.
45
10. De ah que, a pesar de que Apel y Habermas hayan presentado la tica del
discurso como exenta de valores, como si fuera una tica sin moral, yo considere
que el procedimentalismo lleva entraado un conjunto de valores, que nunca ha
sido ni es ahora axiolgicamente neutral.
Por tanto, importa sacar a la luz los valores entraados en los procedimientos
e ir componiendo con ellos los trazos de un nuevo hilo conductor para la educacin
el concepto de ciudadana, capaz de unir el procedimentalismo de las actitudes
con la materialidad de los valores entraados en los procedimientos 35 . ste sera
el fundamento de una educacin que se propone acceder a una situacin mejor, a
travs de personas libres y solidarias que en su comunidad poltica se expresan
como ciudadanos democrticos.
35. A. Cortina, Ciudadanos del mundo, cap. 8; A. Cortina y J. Conill (eds.), Educar en la
ciudadana, Valencia, Institucin Alfonso El Magnnimo, 2001.
Anales de la Ctedra Francisco Surez, 38 (2004), 29-45.