Odisea
Odisea
Odisea
Homero
ODISEA
Advertencia de Luarna Ediciones
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Canto I. Los dioses deciden en asam-
blea el retorno de Odiseo
Canto II. Telmaco rene en asamblea
al pueblo de Itaca
Canto III. Telmaco viaja a Pilos para
informarse sobre su padre
Canto IV. Telmaco viaja a Esparta para
informarse sobre su padre
Canto V. Odiseo llega a Esqueria de los
feacios
Canto VI. Odiseo y Nauscaa
Canto VII. Odiseo en el palacio de
Alcnoo
Canto VIII. Odiseo agasajado por los
feacios
Canto IX. Odiseo cuenta sus aventuras:
los Cicones, los Lotfagos, los Cclopes
Canto X. La isla de Eolo. El palacio de
Circe la hechicera
Canto X1. Descensus ad inferos
Canto XII. Las Sirenas. Ercila y Carib-
dis. La isla del Sol.Ogigia
Canto XIII. Los feacios despiden a Odi-
seo. Llegada a Itaca
Canto XIV. Odiseo en la majada de
Eumeo
Canto XV. Telmaco regresa a Itaca
Canto XVI. Telmaco reconoce a Odi-
seo
Canto XVII. Odiseo mendiga entre los
pretendientes
Canto XVIII. Los pretendientes vejan a
Odiseo
Canto XIX. La esclava Euriclea recono-
ce a Odiseo
Canto XX. La ltima cena de los pre-
tendientes
Canto XXI. El certamen del arco
Canto XXII. La venganza
Canto XXIII. Penlope reconoce a Odi-
seo
Canto XXIV. El pacto
CANTO I
CANTO II
CANTO III
TELMACO VIAJA A PILOS PARA INFOR-
MARSE
SOBRE SU PADRE
CANTO IV
TELMACO VIAJA A ESPARTA
PARA INFORMASE SOBRE SU PADRE
CANTO V
ODISEO LLEGA A ESQUERIA
DE LOS FEACIOS
En esto, Eos se levant del lecho, de junto al
noble Titono, para llevar la luz a los inmortales
y a los mortales. Los dioses se reunieron en
asamblea, y entre ellos Zeus, que truena en lo
alto del cielo, cuyo poder es el mayor. Y Atenea
les recordaba y relataba las muchas penalida-
des de Odiseo. Pues se interesaba por ste, que
se encontraba en el palacio de la ninfa:
Padre Zeus y dems bienaventurados dioses
inmortales, que ningn rey portador de cetro
sea benvolo ni amable ni bondadoso y no sea
justo en su pensamiento, sino que siempre sea
cruel y obre injustamente, ya que no se acuerda
del divino Odiseo ninguno de los ciudadanos
entre los que reinaba y era tierno como un pa-
dre. Ahora ste se encuentra en una isla so-
portando fuertes penas en el palacio de la ninfa
Calipso y no tiene naves provistas de remos ni
compaeros que lo acompaen por el ancho
lomo del mar. Y, encima, ahora desean matar a
su querido hijo cuando regrese a casa, pues ha
marchado a la sagrada Pilos y a la divina Lace-
demonia en busca de noticias de su padre.
Y le contest y dijo Zeus, el que amontona las
nubes:
Hija ma, qu palabra ha escapado del cerco
de tus dientes! Pues no concebiste t misma la
idea de que Odiseo se vengara de aqullos
cuando llegara? T acompaa a Telmaco dies-
tramente, ya que puedes, para que regrese a su
patria sano y salvo, y que los pretendientes
regresen en la nave.
Y luego se dirigi a Hermes, su hijo, y le dijo:
Hermes, puesto que t eres el mensajero en lo
dems, ve a comunicar a la ninfa de lindas
trenzas nuestra firme decisin: la vuelta de
Odiseo el sufridor, que regrese sin acompaa-
miento de dioses ni de hombres mortales. A los
veinte das llegar en una balsa de buena tra-
bazn a la frtil Esqueria, despus de padecer
desgracias, a la tierra de los feacios, que son
semejantes a los dioses, quienes lo honrarn
como a un dios de todo corazn y lo enviarn a
su tierra en una nave dndole bronce, oro en
abundancia y ropas, tanto como nunca Odiseo
hubiera sacado de Troya si hubiera llegado
indemne habiendo obtenido parte del botn.
Pues su destino es que vea a los suyos, llegue a
su casa de alto techo y a su patria.
As dijo, y el mensajero Argifonte no desobede-
ci. Conque at, luego a sus pies hermosas
sandalias, divinas, de oro, que suelen llevarlo
igual por el mar que por la ilimitada tierra a la
par del soplo del viento. Y cogi la varita con la
que hechiza los ojos de los hombres que quiere
y los despierta cuando duermen. Con sta en
las manos ech a volar el poderoso Argifonte y
llegado a Pieria cay desde el ter en el ponto, y
se mova sobre el oleaje semejante a una gavio-
ta que, pescando sobre los terribles senos del
estril ponto, empapa sus espesas alas en el
agua del mar. Semejante a sta se diriga Her-
mes sobre las numerosas olas.
Pero cuando lleg a la isla lejana sali del ponto
color violeta y march tierra adentro hasta que
lleg a la gran cueva en la que habitaba la ninfa
de lindas trenzas. Y la encontr dentro. Un gran
fuego arda en el hogar y un olor de quebradizo
cedro y de incienso se extenda al arder a lo
largo de la isla. Calipso teja dentro con lanza-
dera de oro y cantaba con hermosa voz mien-
tras trabajaba en el telar. En torno a la cueva
haba nacido un florido bosque de alisos, de
chopos negros y olorosos cipreses, donde ani-
daban las aves de largas alas, los bhos y hal-
cones y las cornejas marinas de afilada lengua
que se ocupan de las cosas del mar.
CANTO VII
ODISEO EN EL PALACIO DE ALCNOO
Y mientras as rogaba el sufridor, el divino
Odiseo, el vigor de las mulas llevaba a la don-
cella a la ciudad. Cuando al fin lleg a la famo-
sa morada de su padre, se detuvo ante las puer-
tas y la rodearon sus hermanos, semejantes a
los inmortales, quienes desuncieron las mulas
del carro y llevaron adentro las ropas. Ella se
dirigi a su habitacin y le encendi fuego una
anciana de Apira, la camarera Eurimedusa, a la
que trajeron desde Apira las curvadas naves. Se
la haban elegido a Alcnoo como recompensa,
porque reinaba sobre todos los feacios y el pue-
blo lo escuchaba como a un dios. Ella fue quien
cri a Nauscaa, la de blancos brazos, en el
mgaron; ella le avivaba el fuego y le preparaba
la cena.
Entonces Odiseo se dispuso a marchar a la ciu-
dad, y Atenea, siempre preocupada por Odiseo,
derram en torno suyo una gran nube, no fuera
que alguno de los magnnimos feacios, salin-
dole al encuentro, le molestara de palabra y le
preguntara quin era. Conque cuando estaba ya
a punto de penetrar en la agradable ciudad, le
sali al encuentro la diosa Atenea, de ojos bri-
llantes, tomando la apariencia de una nia pe-
quea con un cntaro, y se detuvo delante de
l, y le pregunt luego el divino Odiseo:
CANTO VIII
ODISEO AGASAJADO POR LOS FEACIOS
Y cuando se mostr Eos, la que nace de la ma-
ana, la de dedos de rosa, se levant del lecho
la sagrada fuerza de Alcnoo y se levant Odi-
seo del linaje de Zeus, el destructor de ciuda-
des. La sagrada fuerza de Alcnoo los conduca
al gora que los feacios tenan construida cerca
de las naves. Y cuando llegaron se sentaron en
piedras pulimentadas, cerca unos de otros.
Y recorra la ciudad Palas Atenea, que tom el
aspecto del heraldo del prudente Alcnoo, pre-
parando el regreso a su patria para el valeroso
Odiseo. La diosa se colocaba cerca de cada
hombre y le deca s palabra:
Vamos, caudillos y seores de los feacios! Id
al gora para que os informis sobre el foraste-
ro que ha llegado recientemente a casa del pru-
dente Alcnoo despus de recorrer el ponto,
semejante en su cuerpo a los inmortales.
As diciendo mova la fuerza y el nimo de ca-
da uno. Bien pronto el gora y los asientos se
llenaron de hombres que se iban congregando
y muchos se admiraron al ver al prudente hijo
de Laertes; que Atenea derramaba una gracia
divina por su cabeza y hombros e hizo que pa-
reciese ms alto y ms grueso: as sera grato a
todos los feacios y temible y venerable, y Ilevar-
a a trmino muchas pruebas, las que los feacios
iban a poner a Odiseo. Cuando se haban re-
unido y estaban ya congregados, habl entre
ellos Alcnoo y dijo:
Odme, caudillos y seores de los feacios, para
que os diga lo que mi nimo me ordena dentro
del pecho. Este forastero -y no s quin es- ha
llegado errante a mi palacio bien de los hom-
bres de Oriente o de los de Occidente; nos pide
una escolta y suplica que le sea asegurada.
Apresuremos nosotros su escolta como otras
veces, que nadie que llega a mi casa est suspi-
rando mucho tiempo por ella.
Vamos, echemos al mar divino una negra na-
ve que navegue por primera vez, y que sean
escogidos entre el pueblo cincuenta y dos jve-
nes, cuantos son siempre los mejores. Atad bien
los remos a los bancos y salid. Preparad a con-
tinuacin un convite al volver a mi palacio, que
a todos se lo ofrecer en abundancia. Esto es lo
que ordeno a los jvenes. Y los dems, los reyes
que llevis cetro, venid,a mi hermosa mansin
para que honremos en el palacio al forastero.
Que nadie se niegue. Y llamad al divino aedo
Demdoco, a quien la divinidad h otorgado el
canto para deleitar siempre que su nimo lo
empuja a cantar.
As habl y los condujo y ellos le siguieron, los
reyes que llevan cetro. El heraldo fue a llamar
al divino aedo y los cincuenta y dos jyenes se
dirigieron, como les haba ordenado, la ribera
del mar estril. Cuando llegaron a la negra na-
ve y al mar echaron la nave al abismo del mar y
pusieron el mstil y las velas y ataron los remos
con correas, todo segn corresponda. Exten-
dieron hacia arriba las blancs velas, anclaron a
la nave en aguas profundas y se pusieron en
camino para ir a la gran casa del prudente
Alcnoo. Y los prticos, el recinto de los patios y
las habitaciones se llenaron de hombres que se
congregaban, pues eran muchos, jvenes y an-
cianos. Para ellos sacrific Alcnoo doce ovejas
y ocho cerdos albidentes y dos bueyes de rott-
les patas. Los desollaron y prepararon a hicie-
ron un agradable banquete.
Y se acerc el heraldo con el deseable aedo a
quien Musa am mucho y le haba dado lo
bueno y lo malo: le priv de los ojos, pero le
concedi el dulce canto. Pontnoo le puso un
silln de clavos de plata en medio de los co-
mensales, apoyndolo a una elevada columna,
y el heraldo le colg de un clavo la sonora cta-
ra sobre su cabeza. y le mostr cmo tomarla
con las manos. Tambin le puso al lado un ca-
nastillo y una linda mesa y una copa de vino
para beber siempre que su nimo le impulsara.
Y ellos echaron mano de las vindas qe tenan
delante. Y cuando hubieron arrojado el deseo
de comida y bebida, Musa empuj al aedo a
que cantara la gloria de los guerreros con un
canto cuya fama llegaba entonces al ancho cie-
lo: la disputa de Odiseo y del Pelida Aquiles,
cmo en cierta ocasin discutieron en el sun-
tuoso banquete de los dioses con horribles pa-
labras. Y el soberano de hombres; Agamenn,
se alegraba en su nim de que rieran los me-
jores de los aqueos. As se lo haba dicho con su
orculo Febo Apolo en la divina Pit cuando
sobrpas el umbral de piedra para ir a consul-
tarle; en aquel momento comenz a desarro-
llarse el principio de la calamidad para teucros
y dnaos por los designios del gran Zeus. Esta
cantaba el muy ilustre aedo. Entonces Odiseo
tom con sus pesadas manos su grande, purp-
rea manta; se lo ech par encima de la cabeza y
cubri su hermoso rostro; le daba vergenza
djar caer lgrimas bajo sus prpados delant
de los feacios. Siempre que el divino aedo deja-
ba de cantar se enjugaba las lgrimas y retiraba
el manto de su cabeza y, tomando una copa
doble, haca libaciones a los dioses.
Pero cuando comenzaba otra vez -lo impulsa-
ban a cantar los ms nobles de los feacios por-
que gozaban con sus versos-, Odiseo se cubra
nuevamente la cabeza y lloraba. A los dems
les pas inadvertido que derramaba lgrimas.
Slo Alcnoo lo advirti y observ, pues estaba
sentado al lado y le oa gemir gravemente. En-
tonces dijo el soberano a los feacios amantes del
remo:
Odme, caudills y seores de los feacios! Ya
hemos gozado del bien distribuido banquete y
de la ctara que es compaera del festn espln-
dido; salgamos y -probemos toda clase de jue-
gos. As tambin el husped contar a los suyos
al volver a casa cunto superamos a los dems
en el pugilato, en la lucha, en el salto y en la
carrera.
As habl y los condujo y ellos les siguieron. El
heraldo colg del clavo la sonora ctara y tom
de la mano a Demdoco; lo sac del mgaron y
lo conduca por el mismo camino que llevaban
los mejores de los feacios para admirar los jue-
gos,. Se pusieron en camino para ir al gora y
los segua una gran multitud, miles. Y se pusie-
ron en pie muchos y vigorosos jvenes, se le-
vant Acroneo, y Ocalo, y Elatreo, y Nauteo, y
Primneo, y Anqualo, y Eretmeo, y Ponteo, y
Poreo, y Ton, y Anabesineo, y Anfalo, hijo de
Polineo Tectnida. Se levant tambin Eurfalo,
semejante a Ares, funesto para los mortales, el
que ms sobresala en cuerpo y hermosura de
todos los feacios despus del irreprochable
Laodamante. Tambin se pusieron en pie tres
hijos del egregio Alcnoo: Laodamante, Halio y
litoneo, parecido a un dios. stos hicieron la
primera prueba con los pies. Desde la lnea de
salida se les extenda la pista y volaban veloz-
mente por la llanura levantando polvo. Entre
ellos fue con mucho el mejor en el correr el
irreprochable Clitoneo; cuanto en un campo
noval es el alcance de dos mulas, tanto se les
adelant llegando a la gente mientras los otros
se quedaron atrs. Luego hicieron la prueba de
la fatigosa lucha y en sta venci Euralo a to-
dos los mejores. Y en el salto fue Anfalo el me-
jor, y en el disco fue Elatreo el mejor de todos
con mucho, y en el pugilato Laodamante, el
noble hijo de Alcnoo. Y cuando todos hubieron
deleitado su nimo con los juegos, entre ellos
habl Laodamante, el hijo de Alcnoo:
Aqu, amigos, preguntemos al husped si co-
noce y ha aprendido algn juego. Que no es
vulgar en su natural: en sus msculos y pier-
nas, en sus dos brazos, en su robusto cuello y
en su gran vigor. Y no carece de vigor juvenil,
sino que est quebrantado por numerosos ma-
les; que no creo yo que haya cosa peor que el
mar para abatir a un hombre por fuerte que
sea.
CANTO IX
ODISEO CUENTA SUS AVENTURAS:
LOS CICONES, LOS LOTFAGOS, LOS
CCLOPES
Y le contest y dijo el muy astuto Odiseo:
Poderoso Alcnoo, el ms noble de todo tu
pueblo, en verdad es agradable escuchar al ae-
do, tal como es, semejante a los dioses en su
voz. No creo yo que haya un cumplimiento
ms delicioso que cuando el bienestar perdura
en todo el pueblo y los convidados escuchan a
lo largo del palacio al aedo sentados en orden,
y junto a ellos hay mesas cargadas de pan y
carne y un escanciador trae y lleva vino que ha
sacado de las crteras y lo escancia en las copas.
Esto me parece lo ms bello.
Tu nimo se ha decidido a preguntar mis pe-
nalidades a fin de que me lamente todava ms
en mi dolor. Porque, qu voy a narrarte lo
primero y qu en ltimo lugar?, pues son innu-
merables los dolores que los dioses, los hijos de
Urano, me han proporcionado. Conque lo pri-
mero qu voy a decir es mi nombre para que lo
conozcis y para que yo despus de escapar del
da cruel contine manteniendo con vosotros
relaciones de hospitalidad, aunque el palacio en
que habito est lejos.
Soy Odiseo, el hijo de Laertes, el que est en
boca de todos los hombres por toda clase de
trampas, y mi fama llega hasta el cielo. Habito
en Itaca, hermosa al atardecer. Hay en ella un
monte, el Nrito de agitado follaje, muy sobre-
saliente, y a su alrededor hay muchas islas
habitadas cercanas unas de otras, Duliquio y
Same, y la poblada de bosques Zante. Itaca se
recuesta sobre el mar con poca altura, la ms
remota hacia el Occidente, y las otras estn ms
lejos hacia Eos y Helios. Es spera, pero buena
criadora de mozos.
Yo en verdad no soy capaz de ver cosa alguna
ms dulce que la tierra de uno. Y eso que me
retuvo Calipso, divina entre las diosas, en pro-
funda cueva deseando que fuera su esposo, e
igualmente me retuvo en su palacio Circe, la
hija de Eeo, la engaosa, deseando que fuera su
esposo.
Pero no persuadi a mi nimo dentro de mi
pecho, que no hay nada ms dulce que la tierra
de uno y de sus padres, por muy rica que sea la
casa donde uno habita en tierra extranjera y
lejos de los suyos.
Y ahora os voy a narrar mi atormentado re-
greso, el qe Zeus me ha dado al venir de Tro-
ya. El viento que me traa de Ilin me empuj
hacia los Cicones, hacia Ismaro. All asol la
ciudad, a sus habitantes los pas a cuchillo,
tomamos de la ciudad a las esposas y abundan-
te botn y lo repartimos de manera que nadie se
me fuera sin su parte correspondiente. En-
tonces orden a los mos que huyeran con rpi-
dos pies, pero ellos, los muy estpidos, no rne
hicieron caso. As que bebieron mucho vino y
degollaron muchas ovejas junto a la ribera y
cuernitorcidos bueyes de rottiles patas.
Entre tanto, los Cicones, que se hban mar-
chado, lanzaron sus gritos de ayuda a otros
Cicones que, vecinos suyos, eran a la vez ms
numerosos y mejores, los que habitaban tierra
adentro, bien entrenados en luchar con hom-
bres desde el carro y a pie, donde sea preciso. Y
enseguida llegaron tan numerosos como nacen
en primavera las hojas y las flores, veloces.
CANTO X
LA ISLA DE EOLO.
EL PALACIO DE CIRCE LA HECHICERA
Arribamos a la isla Eolia, isla flotante donde
habita Eolo Hiptada, amado de los dioses in-
mortales. Un muro indestructible de bronce la
rodea, y se yergue como roca pelada.
Tiene Eolo doce hijos nacidos en su palacio,
seis hijas y seis hijos mozos, y ha entregado sus
hijas a sus hijos como esposas. Siempre estn
ellos de banquete en casa de su padre y su ve-
nerable madre, y tienen a su alcance alimentos
sin cuento. Durante el da resuena la casa, que
huele a carne asada, con el sonido de la flauta,
y por la noche duermen entre colchas y sobre
lechos taladrados junto a sus respetables espo-
sas. Conque llegamos a la ciudad y mansiones
de stos. Durante un mes me agasaj y me pre-
guntaba detalladamente por Ilin, por las naves
de los argivos y por el regreso de los aqueos, y
yo le relat todo como me corresponda. Y
cuando por fin le habl de volver y le ped que
me despidiera, no se neg y me proporcion
escolta. Me entreg un pellejo de buey de nue-
ve aos que l haba desollado, y en l at las
sendas de mugidores vientos, pues el Cronida
le haba hecho despensero de vientos, para que
amainara o impulsara al que quisiera. Sujet el
odre a la curvada nave con un brillante hilo de
plata para que no escaparan ni un poco siquie-
ra, y me envi a Cfiro para que soplara y con-
dujera a las naves y a nosotros con ellas. Pero
no iba a cumplirlo, pues nos vimos perdidos
por nuestra estupidez.
CANTO XI
DESCENSUS AD INFEROS
Y cuando habamos llegado a la nave y al mar,
antes que nada empujamos la nave hacia el mar
divino y colocamos el mstil y las velas a la
negra nave. Embarcamos tambin ganados que
habamos tomado, y luego ascendimos noso-
tros llenos de dolor, derramando gruesas lgri-
mas. Y Circe, la de lindas trenzas, la terrible
diosa dotada de voz, nos envi un viento que
llenaba las velas, buen compaero detrs de
nuestra nave de azuloscura proa. Colocamos
luego el aparejo, nos sentamos a lo largo de la
nave y a sta la dirigan el viento y el piloto.
Durante todo el da estuvieron extendidas las
velas en su viaje a travs del ponto.
Y Helios se sumergi, y todos los caminos se
llenaron de sombras. Entonces lleg nuestra
nave a los confines de Ocano de profundas
corrientes, donde est el pueblo y la ciudad de
los hombres Cimerios cubiertos por la oscuri-
dad y la niebla. Nunca Helios, el brillante, los
mira desde arriba con sus rayos, ni cuando va
al cielo estrellado ni cuando de nuevo se vuelve
a la tierra desde el cielo, sino que la noche se
extiende sombra sobre estos desgraciados mor-
tales. Llegados all, arrastramos nuestra nave,
sacamos los ganados y nos pusimos en camino
cerca de la corriente de Ocano, hasta que lle-
gamos al lugar que nos haba indicado Circe.
All Perimedes y Eurloco sostuvieron las
vctimas y yo saqu la aguda espada de junto a
mi muslo e hice una fosa como de un codo por
uno y otro lado. Y alrededor de ella derramaba
las libaciones para todos los difuntos, primero
con leche y miel, despus con delicioso vino y,
en tercer lugar, con agua. Y esparc por encima
blanca harina.
CANTO XII
LAS SIRENAS ESCILA Y CARIBDIS.
LA ISLA DEL SOL. OGIGIA
CANTO XIII
LOS FEACIOS DESPIDEN A ODISEO.
LLEGADA A ITACA
As habl, y todos enmudecieron en el silencio;
estaban posedos como por un hechizo en el
sombro palacio. Entonces Alcnoo le contest y
dijo:
Odiseo, ya que has llegado a mi palacio de
piso de bronce, de elevado techo, creo que no
vas a volver a casa errabundo otra vez por mu-
cho que hayas sufrido. En cuanto a vosotros,
cuantos acostumbris a beber en mi palacio el
rojo vino de los ancianos escuchando al aedo,
os voy a hacer este encargo: el forastero ya tie-
ne, en un arca bien pulimentada, oro bien tra-
bajado y cuantos regalos le han trado los con-
sejeros de los feacios. Dmosle tambin un gran
trpode y una caldera cada hombre, que noso-
tros despus os recompensaremos recogindolo
por el pueblo, pues es doloroso que uno haga
dones gratis.
As habl Alcnoo y les agrad su palabra. Y se
march cada uno a su casa con ganas de dor-
mir.
Y cuando se mostr Eos, la que nace de la ma-
ana, la de dedos de rosa, se apresuraron hacia
la nave llevando el bronce propio de los guerre-
ros.
Y la sagrada fuerza de Alcnoo, marchando en
persona, coloc todo bien bajo los bancos de la
nave, no fuera que causaran dao a alguno de
los compaeros durante el viaje cuando se
apresuraran moviendo los remos.
Luego marcharon al palacio de Alcnoo y dis-
pusieron el almuerzo. La sagrada fuerza de
Alcnoo sacrific entre ellos un buey en honor
de Cronida Zeus, el que oscurece las nubes, el
que gobierna a todos. Quemaron los muslos y
se repartieron gustosos un magnfico banquete;
y entre ellos cantaba el divino aedo, Demdoco,
venerado por su pueblo. Pero Odiseo volva
una y otra vez su cabeza hacia el resplandecien-
te sol, deseando que se pusiera, pues ya pensa-
ba en el regreso. Como cuando un hombre des-
ea vivamente cenar cuando su pareja de bueyes
ha estado todo el da arrastrando el bien cons-
truido arado por el campo -la luz del sol se po-
ne para l con agrado, ya que se va a cenar, y
sus rodillas le duelen al caminar-, as se puso el
sol con agrado para Odiseo.
Y volvi a dirigirse a los feacios amantes del
remo y, dirigindose sobre todo a Alcnoo, dijo
su palabra:
Poderoso Alcnoo, el ms ilustre de tu pueblo,
haced una libacin y devolvedme a casa sin
dao. Y a vosotros, salud! Ya se me ha propor-
cionado lo que mi nimo deseaba, una escolta y
amables regalos que ojal los dioses, hijos de
Urano, hagan prosperar. Que encuentre en
casa, al volver, a mi irrepochable esposa junto
con los mos sanos y salvos! Vosotros quedaos
aqu y seguid llenando de gozo a vuestras es-
posas legtimas y a vuestros hijos; que los dio-
ses os repartan bienes de todas clases y que
ningn mal se instale entre vosotros.
As habl y todos aprobaron sus palabras y
aconsejaban dar escolta al forastero, porque
haba hablado como le corresponda. Entonces
Alcnoo se dirigi a un heraldo:
Pontnoo, mezcla una crtera y reparte vino a
todos en el palacio, para que demos escolta al
forastero hasta su tierra patria despus de orar
al padre Zeus.
As habl, y Pontnoo mezcl el vino que ale-
gra el corazn y se lo reparti a todos, uno tras
otro. Y libaron desde sus mismos asientos en
honor de los dioses felices, los que poseen el
ancho cielo.
El divino Odiseo se puso en pie, coloc una
copa de doble asa en manos de Arete y le dijo
aladas palabras:
S siempre feliz, reina hasta que te lleguen la
vejez y la muerte que andan rondando a los
hombres. Yo vuelvo a casa, goza t en este pa-
lacio entre tus hijos, tu pueblo y el rey Al-
cnoo.
As hablando el divino Odiseo traspas el um-
bral. Y la fuerza de Alcnoo le envi un heraldo
para que le condujera hasta la rpida nave y la
ribera del mar. Tambin le envi Arete a sus
esclavs, a una con un manto bien lavado y una
tnica, a otra le dio un arca adornada para que
la llevara y otra portaba trigo y rojo vino.
Cuando arribaron a la nave y al mar, sus ilus-
tres acompaantes colocaron todo en la cnca-
va nave, la bebida y la comida toda, y para
Odiseo extendieron una manta y una sbana en
la cubierta de proa, para que durmiera sin des-
pertar. Subi l y se acost en silencio, y ellos se
sentaron en los bancos, cada uno en su sitio, y
soltaron el cable de una piedra prforada. Des-
pus se inclinaron y batan el mar con el remo.
A Odiseo se le vino un sueo profundo a los
prpados, sueo sosegado, delicioso, semejante
en todo a la muerte. Y la nave... como los
cuadrpedos caballos se arrancan todos a la
vez en la llanura a los golpes del ltigo y
elevndose velozmente apresuran su marcha,
as se elevaba su proa y un gran oleaje de
prpura rompa en el resonante mar. Corra
sta con firmeza, sin estorbos; ni un halcn la
habra alcanzdo, la ms rpida de las aves. Y
en su carrera cortaba veloz las olas del mar por-
tando a un hombre de pensamientos semejan-
tes a los de los dioses que haba sufrido muchos
dolores en su nimo al probar batallas y dolo-
rosas olas, pero que ya dorma imperturbable,
olvidado de todas sus penas.
Y cuando despunt el ms brillante astro, el
que avanza anunciando la luz de Eos que nace
de la maana, la nave se acerc para fondear en
la isla.
En el pueblo de Itaca hay un puerto, el de For-
cis, el viejo del mar, y en l hay dos salientes
escarpados que se inclinan hacia el puerto y
que dejan fuera el oleaje producido por sil-
bantes vientos; dentro, las naves de buenos
bancos permanecen sin amarras cuando llegan
al trmino del fondeadero. Al extremo del
puerto hay un olivo de anchas hojas y cerca de
ste una gruta sombra y amable consagrada a
las ninfas que llaman Nyades. Hay dentro
crteras y nforas de piedra y tambin dentro
fabrican las abejas sus panales. Hay dentro
grandes telares de piedra donde las ninfas tejen
sus tnicas con prpura marina -una maravilla
para velas!- y tambin dentro corren las aguas
sin cesar. Tiene dos puertas, la una del lado de
Breas accesible a los hombres; la otra, del lado
de Noto, es en cambio slo para dioses y no
entran por ella los hombres, que es camino de
inmortales. Hacia all remaron, pues ya lo co-
nocan de antes, y la nave se apresur a fondear
en tierra firme, como a media altura -tales eran
las manos de los remeros que la impulsaban!
-stos descendieron de la nave de buenos ban-
cos y levantando primero a Odiseo de la cnca-
va nave, le colocaron sobre la arena, rendido
por el sueo, junto con su manta y resplande-
ciente sbana. Tambin sacaron las riquezas
que los ilustres feacios le haban donado cuan-
do volva a casa por voluntad de la magnnima
Atenea.
Conque colocaron todo junto, cerca del tronco
de olivo, lejos del camino -no fuera que algn
caminante cayera sobre ello y lo robara antes de
que Odiseo despertase-, y se volvieron a casa.
Pero el que sacude la tierra no se haba olvida-
do de las amenazas que haba hecho al divino
Odiseo al principio y pregunt la decisin de
Zeus:
Padre Zeus, ya no tendr nunca honores entre
los dioses inmortales si los mortales no me hon-
ran, los feacios que, adems, son de mi propia
estirpe. Yo pensaba que Odiseo regresara a
casa despus de mucho sufrir -el regreso no se
lo haba quitado del todo porque t se lo pro-
metiste desde el principio-, pero los feacios lo
han trado durmiendo en rpida nave sobre el
ponto y lo han dejado en Itaca. Le han entrega-
do adems innumerables regalos, bronce y oro
en abundancia y ropa tejida, tantos como jams
habra sacado de Troya si hubiera vuelto inc-
lume con su parte sorteada del botn.
Y le contest y dijo el que rene las nubes,
Zeus:
CANTO XV
TELMACO REGRESA A ITACA
Entre tanto haba marchado Palas Atenea hacia
la extensa Lacedemonia para sugerir el regreso
al ilustre hijo del magnnimo Odiseo y orde-
narle que regresara.
Y encontr a Telmaco y al brillante hijo de
Nstor durmiendo en el prtico del glorioso
Menelao, aunque en verdad slo al hijo de
Nstor dominaba el dulce sueo, que a Te-
lmaco no lo sujetaba el blando sueo y en la
noche inmortal agitaba en su interior la angus-
tia por su padre. Se acerc Atenea, la de ojos
brillantes y le dijo:
Telmaco, no est bien vagar ms tiempo lejos
de casa dejando all tus bienes y a hombres tan
soberbios. Cuidado, no vayan a repartirse y
devorarlo todo mientras t haces un viaje bald-
o! Vamos, apremia a Menelao, de recia voz
guerrera, para que te despida, a fin de que en-
cuentres a tu ilustre madre todava en casa, que
ya su padre y hermanos andan empujndola a
que se case con Eurmaco, pues ste aventaja a
todos los pretendientes en regalarla y en au-
mentar su dote. Gurdate de que no se lleve de
casa, contra tu voluntad, algn bien. Pues ya
sabes cmo es el alma de una mujer: est dis-
puesta a acrecentar la casa de quien la despose
olvidando y despreocupndose de sus prime-
ros hijos y de su esposo, una vez que ha muer-
to.
CANTO XVI
TELMACO RECONOCE A ODISEO
En esto Odiseo y el divino porquero se prepa-
raban el desayuno al despuntar la aurora de-
ntro de la cabaa, encendiendo fuego -haban
despedido a los pastores junto con las manadas
de cerdos. Cuando se acercaba Telmaco, no
ladraron los perros de incesantes ladridos, sino
que meneaban la cola.
Percatse el divino Odiseo de que los perros
meneaban la cola, le vino un ruido de pasos y
enseguida dijo a Eumeo aladas palabras:
Eumeo, sin duda se acerca un compaero o
conocido, pues los perros no ladran, sino que
menean la cola. Y oigo ruido de pasos.
No haba acabado de decir toda su palabra,
cuando su querido hijo puso pie en el umbral.
Levantse sorprendido el porquero y de sus
manos cayeron los cuencos con los que se ocu-
paba de mezclar rojo vino. Sali al encuentro de
su seor y bes su rostro, sus dos hermosos
ojos y sus manos; y le cay un llanto abundan-
te. Como un padre acoge con amor a su hijo
que vuelve de lejanas tierras despus de diez
aos, a su nico hijo amado por quien sufriera
indecibles pesares, as el divino porquero bes
a Telmaco, semejante a los inmortales, abra-
zando todo su cuerpo como si hubiera escapa-
do de la muerte. Y, entre lamentos, deca aladas
palabras:
Has venido, Telmaco, como dulce luz. Crea
que ya no volvera a verte ms cuando mar-
chaste a Pilos con tu nave. Vamos, entra, hijo
mo, para que goce mi corazn contemplndote
recin llegado de otras tierras. Que no vienes a
menudo al campo ni junto a los pastores, sino
que te quedas en la ciudad, pues es grato a tu
nimo contemplar el odioso grupo de los pre-
tendientes.
Y Telmaco le contest a su vez discretamente:
As se har, abuelo, que yo he venido aqu por
ti, para verte con mis ojos y or de tus labios si
mi madre est todava en palacio o ya la ha
desposado algn hombre; que la cama de Odi-
seo est llena de telaraas por falta de quien se
acueste en ella.
Y se dirigi a l el porquero, caudillo de hom-
bres:
Claro que permanece ella en tu palacio con
nimo paciente! Las noches se le consumen
entre dolores y los das entre lgrimas.
As diciendo, tom de sus manos la lanza de
bronce. Entonces Telmaco se puso en camino y
traspas el umbral de piedra, y cuando entraba,
su padre le cedi el asiento. Pero Telmaco le
contuvo y dijo:
Sientate, forastero, que ya encontraremos
asiento en otra parte de nuestra majada. Aqu
est el hombre que nos lo proporcionar.
As diciendo, volvi a sentarse. El porquero le
extendi ramas verdes y por encima unas pie-
les, donde fue a sentarse el querido hijo de Odi-
seo. Tambin les acerc el porquero fuentes de
carne asada que haban dejado de la comida del
da anterior, amonton rpidamente pan en
canastas y mezcl en un jarro vino agradable. Y
luego fue a sentarse frente al divino Odiseo.
Conque echaron mano de los alimentos que
tenan delante y cuando haban arrojado de s el
deseo de comer y beber, Telmaco se dirigi al
divino porquero:
Abuelo, de dnde ha llegado este forastero?
Cmo le han trado hasta Itaca los marineros?
Quines se preciaban de ser? Porque no creo
que haya llegado a pie hasta aqu.
Y t le contestaste, porquero Eumeo, diciendo:
En verdad, hijo, te voy a contar toda la ver-
dad. De origen se precia de ser de la vasta Creta
y asegura que ha recorrido errante muchas ciu-
dades de mortales. Que as se lo ha hilado el
destino. Ahora ha llegado a mi majada huyen-
do de la nave de unos tesprotos y yo te lo en-
comiendo a ti; obra como gustes, se precia de
ser tu suplicante.
Y Telmaco le contest discretamente:
Eumeo, en verdad has dicho una palabra do-
lorosa. Cmo voy a recibir en mi casa a este
husped? En cuanto a m, soy joven y no confo
en mis brazos para rechazar a un hombre si
alguien lo maltrata. Y en cuanto a mi madre, su
nimo anda cavilando en su interior si perma-
necer junto a m y cuidar de su casa por ver-
genza del lecho de su esposo y de las habladu-
ras del pueblo, o si se marchar ya en pos del
ms excelente de los aqueos que la pretenda y
le ofrezca ms riquezas.
Pero ya que ha llegado a tu casa, vestir al
forastero con manto y tnica, hermosos vesti-
dos, y le dar afilada espada y sandalias para
sus pies y le enviar a donde su nimo y su co-
razn lo empujen. Pero si quieres, retenlo en la
majada y cudate de l, que yo enviar ropas y
toda clase de comida para que no sea gravoso
ni a ti ni a tus compaeros. Sin embargo, yo no
la dejara ir adonde estn los pretendientes
-pues tienen una insolencia en exceso insensa-
ta-, no sea que le ultrajen y a m me cause una
pena terrible; es difcil que un hombre, aunque
fuerte, tenga xito cuando est entre muchos,
pues stos son, en verdad, ms poderosos.
Y le dijo el sufridor, el divino Odiseo:
Amigo -puesto que me es permitido contestar-
te-, mucho se me ha desgarrado el corazn al
escuchar de vuestros labios cuntas obras inso-
lentes realizan los pretendientes en el palacio
contra tu voluntad, siendo como eres. Dime si
te dejas dominar de buen grado o es que te odia
la gente del pueblo, siguiendo una inspiracin
de la divinidad, o si tienes algo que reprochar a
tus hermanos, en los que un hombre suele con-
fiar cuando surge una disputa por grande que
sea. Ojal fuera yo as de joven -con los impul-
sos que siento- o fuera hijo del irreprochable
Odiseo u Odiseo en persona que vuelve des-
pus de andar errante! -pues an hay una parte
de esperanza-. Que me corte la cabeza un ex-
tranjero si no me converta en azote de todos
ellos, presentndome en el megaron de Odiseo
Laertada! Pero si me dominaran por su nme-
ro, solo como estoy, preferira morir en mi pa-
lacio asesinado antes que ver continuamente
estas acciones vergonzosas: maltratar a foraste-
ros y arrastrar por el palacio a las esclavas, sa-
car vino continuamente y comer el pan sin mo-
tivo, en vano, para un acto que no va a tener
cumplimiento.
CANTO XVII
ODISEO MENDIGA ENTRE LOS PRETEN-
DIENTES
Y cuando se mostr Eos, la que nace de la ma-
ana, la de los dedos de rosa, calz Telmaco
bajo sus pies hermosas sandalias, el querido
hijo del divino Odiseo, tom la fuerte lanza que
se adaptaba bien a sus manos deseando mar-
char a la ciudad y dijo a su porquero:
Abuelo, yo me voy a la ciudad para que me
vea mi madre, pues no creo que abandone los
tristes lamentos y los sollozos acompaados de
lgrimas, hasta que me vea en persona. As que
te voy a encomendar esto: lleva a la ciudad a
este desdichado forastero para que mendigue
all su pan -el que quiera le dar un mendrugo
y un vaso de vino-, pues yo no puedo hacerme
cargo de todos los hombres, afligido como es-
toy en mi corazn. Y si el forastero se encoleri-
za, peor para l, que a m me place decir ver-
dad.
Y contestndole dijo el astuto Odiseo:
Amigo, tampoco yo quiero que me retengan.
Para un pobre es mejor mendigar por la ciudad
que por los campos -y me dar el que quiera-,
pues ya no soy de edad para quedarme en las
majadas y obedecer en todo a quien da las
rdenes y los encargos. Conque, marcha, que a
m me llevar este hombre, a quien has orde-
nado, una vez que me haya calentado al fuego
y haya solana. Tengo unas ropas que son terri-
blemente malas y temo que me haga dao la
escarcha maanera, pues decs que la ciudad
est lejos.
As dijo, y Telmaco cruz la majada dando
largas zancadas; iba sembrando la muerte para
los pretendientes.
Cuando lleg al palacio, agradable para vivir,
dej la lanza que llevaba junto a una elevada
columna y entr en el interior, traspasando el
umbral de piedra.
La primera en verlo fue la nodriza Euriclea, que
extenda cobertores sobre los bien trabajados
sillones y se dirigi llorando hacia l. A su al-
rededor se congregaron las dems siervas del
sufridor Odiseo y acaricindolo besaban su
cabeza y hombros.
Sali del dormitorio la prudente Penlope, se-
mejante a Artemis o a la dorada Afrodita, y
ech llorando sus brazos a su querido hijo, le
bes la cabeza y los dos hermosos ojos y, entre
lamentos, deca aladas palabras:
Has llegado, Telmaco, como dulce luz. Ya no
crea que volvera a verte desde que marchaste
en la nave a Pilos, a ocultas y contra mi volun-
tad, en busca de noticias de tu padre. Vamos,
cuntame cmo has conseguido verlo.
Y Telmaco le contest discretamente:
Madre ma, no despiertes mi llanto ni con-
muevas mi corazn dentro del pecho, ya que he
escapado de una muerte terrible. Conque,
bate, viste tu cuerpo con ropa limpia, sube al
piso de arriba con tus esclavas y promete a to-
dos los dioses realizar hecatombes perfectas,
por si Zeus quiere llevar a cabo obras de repre-
salia.
Yo marchar al gora para invitar a un foras-
tero que me ha acompaado cuando volva de
all. Lo he enviado por delante con mis divinos
compaeros y he ordenado a Pireo que lo lleve
a su casa y lo agasaje gentilmente y honre hasta
que yo llegue.
As habl, y a Penlope se le quedaron sin alas
las palabras. As que se ba, visti su cuerpo
con ropa limpia y prometi a todos los dioses
realizar hecatombes perfectas por si Zeus quer-
a llevar a cabo obras de represalia.
CANTO XVIII
LOS PRETENDIENTES VEJAN A ODISEO
En esto lleg un mendigo del pueblo que sola
pedir por la ciudad de Itaca y sobresala por su
vientre insaciable, por comer y beber sin parar.
No tena vigor ni fortaleza, pero su cuerpo era
grande al mirarlo. Su nombre era Arneo, que se
lo puso su soberana madre el da de su naci-
miento, pero todos los jvenes le llamaban Iro,
porque sola ir de correveidile cuando alguien
se lo mandaba. Cuando lleg, empez a perse-
guir a Odiseo por su casa y le insultaba dicien-
do aladas palabras:
Viejo, sal del prtico, no sea que te arrastre
por el pie. No has odo que todos me hacen
guios incitndome a que te arrastre? Yo, sin
embargo, siento vergenza. Conque levntate,
no sea que nuestra disputa llegue a las manos.
CANTO XX
LA LTIMA CENA DE LOS PRETENDIENTES
Entonces el divino Odiseo comenz a acostarse
en el vestbulo; extendi la piel no curtida de
un buey y sobre ella muchas pieles de ovejas
que haban sacrificado los aqueos, y Eurnome
ech sobre l un manto cuando se hubo acosta-
do.
Y mientras Odiseo yaca all desvelado, medi-
tando males en su interior contra los preten-
dientes, salieron del palacio riendo y chance-
ando unas con otras las mujeres que solan
acostarse con stos. El nimo de Odiseo se
conmova dentro del pecho y lo meditaba en su
mente y en su corazn si se lanzara detrs y
causara la muerte a cada una, o si todava las
iba a dejar unirse por ltima y postrera vez con
los orgullosos pretendientes. Y su corazn le
ladraba dentro. Como la perra que camina al-
rededor de sus tiernos cachorrillos ladra a un
hombre y se lanza a luchar con l si no lo cono-
ce, as tambin le ladraba dentro el corazn
indignado por las malas acciones. Y se golpe
el pecho y reprendi a su corazn con estas
razones:
Aguanta, corazn!, que ya en otra ocasin
tuviste que soportar algo ms desvergonzado,
el da en que el Cclope de furia incontenible
coma a mis valerosos compaeros. T lo so-
portaste hasta que, cuand creas morir, la as-
tucia te sac de la cueva.
As dijo increpando a su corazn y ste se man-
tuvo sufridor, pero l se revolva aqu y all.
Como cuando un hombre revuelve sobre
abundante fuego un vientre lleno de grasa y
sangre, pues desea que se ase deprisa, as se
revolva l a uno y otro lado, meditando cmo
pondra las manos sobre los desvergonzados
pretendientes, siendo l solo contra muchos.
Entonces Atenea baj del cielo y se lleg a su
lado -semejante en su cuerpo a una mujer- y
colocndose sobre su cabeza le dijo esta pala-
bra:
Por qu ests desvelado todava, desdichado,
ms que ningn mortal? Esta es tu casa y tu
mujer est en ella y tu hijo es como cualquiera
deseara que fuese su hijo.
Y le respondi y dijo el muy astuto Odiseo:
S, diosa, todo eso lo dices con razn, pero lo
que medita mi espritu dentro del pecho es
cmo pondra mis manos sobre los desvergon-
zados pretendientes solo como estoy, mientras
que ellos estn siempre dentro en grupo. Tam-
bin medito esto dentro del pecho, lo ms im-
portante: si lograra matarlos por la voluntad de
Zeus y de ti misma, a dnde podra refugiar-
me? Esto es lo que te invito a considerar.
Y a su vez le dijo la diosa de ojos brillantes,
Atenea:
Desdichado, cualquiera suele seguir el consejo
de un compaero peor, aunque ste sea mortal
y no conciba muchas ideas, pero yo soy una
diosa, la que constantemente te protege en tus
dificultades. Te voy a hablar claramente: aun-
que nos rodearan cincuenta compaas de
hombres de voz articulada, deseosos de matar
por causa de Ares, incluso a stos podras arre-
batarles los bueyes y las pinges ovejas. Con-
que procura coger el sueo; es locura mante-
nerse en vela y vigilar durante toda la noche
cuando ya vas a salir de tus desgracias. ,
As diciendo, le verti sueo sobre los prpados
y se volvi al Olimpo la divina entre las diosas.
Cuando ya comenzaba a vencerlo el sueo, el
que desata las preocupaciones del espritu y
afloja los miembros, despert su fiel esposa y
rompi a llorar sentada en el blando lecho. Y
luego que se hubo saciado de llorar la divina
entre las mujeres, suplic en primer lugar a
Artemis:
CANTO XXI
EL CERTAMEN DEL ARCO
Entonces Atenea, la diosa de ojos brillantes,
inspir en la mente de la hija de Icario, la pru-
dente Penlope, que dispusiera el arco y el ce-
niciento hierro en el palacio de Odiseo para los
pretendientes, como competicin y para co-
mienzo de la matanza. Subi a la alta escalera
de su casa y tomando en su vigorosa mano una
bien curvada llave, hermosa, de bronce y con
mango de marfil, ech a andar con sus esclavas
hacia la ltima habitacin donde se hallaban los
objetos preciosos del seor -bronce, oro y la-
brado hierro. All estaba tambin el flexible
arco y el carcaj de las flechas con muchos y do-
lorosos dardos que le haba dado como regalo
un husped, Ifito Eurtida, semejante a los in-
mortales, cuando lo encontr en Lacedemonia.
Se encontraron los dos en Mesenia, en casa del
prudente Ortloco. Odiseo haba ido por una
deuda que le deba todo el pueblo: en efecto,
unos mesenios se le haban llevado de Itaca
trescientas ovejas, con sus pastores, en naves de
muchos bancos. A causa de stas, Odiseo ca-
min mucho camino seguido, aunque era jo-
ven, pues le haban mandado su padre y otros
ancianos. Ifito, por su parte, buscaba unos ani-
males que le haban desaparecido, doce yeguas
y mulos pacientes en el trabajo. stas seran
despus murte y destruccin para l, cuando
lleg junto al hijo de Zeus de nimo esforzado,
junto al mortal Heracles concebidor de grandes
empresas, quien, aun siendo su husped, lo
mat en su casa. Desdichado!, no temi la ven-
ganza de los dioses ni respet la mesa que le
haba puesto; y, despus de matarlo, retuvo a
las yeguas de fuertes pezuas en el palacio.
Cuando buscaba a stas, se encontr con Odi-
seo y le dio el arco que usaba el gran Eurito y
que haba legado a su hijo al morir en su eleva-
do palacio.
CANTO XXII
LA VENGANZA
Entonces el muy astuto Odiseo se despoj de
sus andrajos, salt al gran umbral con el arco y
el carcaj lleno de flechas y las derram ante sus
pies diciendo a los pretendientes:
Ya termin este inofensivo certamen; ahora
ver si acierto a otro blanco que no ha alcanza-
do ningn hombre y Apolo me concede gloria.
As dijo, y apunt la amarga saeta contra Ant-
noo. Levantaba ste una hermosa copa de oro
de doble asa y la tena en sus manos para beber
el vino. La muerte no se le haba venido a las
mientes, pues quin creera que, entre tantos
convidados, uno, por valiente que fuera, iba a
causarle funesta muerte y negro destino? Pero
Odiseo le acert en la garganta y le clav una
flecha; la punta le atraves en lnea recta el de-
licado cuello, se desplom hacia atrs, la copa
se le cay de la mano al ser alcanzado y al pun-
to un grueso chorro de humana sangre brot de
su nariz. Rpidamente golpe con el pie y
apart de s la mesa, la comida cay al suelo y
se mancharon el pan y la carne asada.
Los pretendientes levantaron gran tumulto en
el palacio al verlo caer, se levantaron de sus
asientos lanzndose por la sala y miraban por
todas las bien construidas paredes, pero no ha-
ba en ellas escudo ni poderosa lanza que poder
coger. E increparon a Odiseo con colricas pa-
labras:
Forastero, haces mal en disparar el arco contra
los hombres; ya no tendrs que afrontar ms
certmenes, pues te espera terrible muerte. Has
matado a uno que era el ms excelente de. los
jvenes de Itaca; te van a comer los buitres aqu
mismo.
As lo imaginaban todos, porque en verdad
crean que lo haba matado involuntariamente;
los necios no se daban cuenta de que tambin
sobre ellos penda el extremo de la muerte. Y
mirndolos torvamente les dijo el muy astuto
Odiseo:
Perros, no esperabais que volviera del pueblo
troyano cuando devastabais mi casa, forzabais
a las esclavas y, estando yo vivo tratabais de
seducir a mi esposa sin temer a los dioses que
habitan el ancho cielo ni venganza alguna de
los hombres. Ahora pende sobre vosotros todos
el extremo de la muerte.
As habl y se apoder de todos el plido terror
y buscaba cada uno por dnde escapar a la es-
cabrosa muerte. Eurmaco fue el nico que le
contest diciendo:
Si de verdad eres Odiseo de Itaca que ha lle-
gado, tienes razn en hablar as de las atroci-
dades que han cometido los aqueos en el pala-
cio y en el campo. Pero ya ha cado el causante
de todo, Antnoo; fue l quien tom la iniciati-
va, no tanto por intentar el matrimonio como
por concebir otros proyectos que el Cronida no
llev a cabo: reinar sobre el pueblo de la bien
construida Itaca tratando de matar a tu hijo con
asechanzas. Ya ha muerto ste por su destino,
perdona t a tus conciudadanos, que nosotros,
para aplacarte pblicamente, te com-
pensaremos de lo que se ha comido y bebido en
el palacio estimndolo en veinte bueyes cada
uno por separado, y te devolveremos bronce y
oro hasta que tu corazn se satisfaga; antes de
ello no se te puede reprochar que ests irrita-
do.
Y mirndole torvamente le dijo el muy astuto
Odiseo:
Eurmaco, aunque me dierais todos los bienes
familiares y aadierais otros, ni aun as con-
tendra mis manos de matar hasta que los pre-
tendientes paguis toda vuestra insolencia.
Ahora slo os queda luchar conmigo o huir, si
es que alguno puede evitar la muerte y las Ke-
res, pero creo que nadie escapar a la escabrosa
muerte.
CANTO XXIII
PENLOPE RECONOCE A ODISEO
Entonces la anciana subi gozosa al piso de
arriba para anunciar a la seora que estaba de-
ntro su esposo, y sus rodillas se llenaban de
fuerza y sus pies se levantaban del suelo.
Se detuvo sobre su cabeza y le dijo su palabra:
Despierta, Penlope, hija ma, para que veas
con tus propios ojos lo que esperas todos los
das. Ha venido Odiseo, ha llegado a casa por
fin, aunque tarde, y ha matado a los ilustres
pretendientes, a los que afligan su casa co-
mindose los bienes y haciendo de su hijo el
objeto de sus violencias.
Y se dirigi a ella la prudente Penlope:
Nodriza querida, te han vuelto loca los dioses,
los que pueden volver insensato a cualquiera,
por muy sensato que sea, y hacer entrar en
razn al de mente estpida. Ellos te han daa-
do; antes eras equilibrada en tu mente.
Por qu te burlas de m, si tengo el nimo
quebrantado por el dolor, dicindome estos
extravos y me despiertas del dulce sueo que
me tena encadenados los prpados? Jams ha-
ba dormido de tal modo desde que Odiseo
march a la madita Ilin que no hay que nom-
brar.
Pero vamos, baja ya y vuelve al mgaron. Por-
que si cualquiera otra de las mujeres que estn
a mi servicio hubiera venido a anunciarme esto
y me hubiera despertado, seguro que la habra
hecho volver al mgaron con palabra violenta.
A ti, en cambio, te valdr la vejez, por lo menos
en esto.
Y le contest su nodriza Euriclea:
No me burlo de t en absoluto, hija ma, que en
verdad ha llegado Odiseo, ha vuelto a casa co-
mo lo anuncio y es el forastero a quien todos
deshonraban en el mgaron. Telmaco saba
hace tiempo que ya estaba dentro, pero ocult
con prudencia los proyectos de su padre para
que castigara la violencia de esos hombres alti-
vos.
As dijo; invadi a Penlope la alegra y, sal-
tando del lecho, abraz a la anciana, dej correr
el llanto de sus prpados y hablndole dijo ala-
das palabras:
Vamos, nodriza querida, dime la verdad, dime
si de verdad ha llegado a casa como anuncias;
dime cmo ha puesto sus manos sobre los pre-
tendientes desvergonzados, solo como estaba,
mientras que ellos permanecan dentro siempre
en grupo.
Y le contest su nodriza Euriclea:
No lo he visto, no me lo han dicho, slo he
odo el ruido de los que caan muertos. Noso-
tras permanecamos asustadas en un rincn de
la bien construida habitacin -y la cerraban
bien ajustadas puertas- hasta que tu hijo me
llam desde el mgaron, Telmaco, pues su
padre le haba mandado que me llamara. Des-
pus encontr a Odiseo en pie, entre los cuer-
pos recin asesinados que cubran el firme sue-
lo, hacinados unos sobre otros. Habras gozado
en tu nimo si lo hubieras visto rociado de san-
gre y polvo como un len. Ahora ya estn todos
amontonados en la puerta del patio mientas l
roca con azufre la hermosa sala, luego de en-
cender un gran fuego, y me ha mandado que te
llame. Vamos, sgueme, para que vuestros co-
razones alcancen la felicidad despus de haber
sufrido infinidad de pruebas. Ahora ya se ha
cumplido este tu mayor anhelo: l ha llegado
vivo y est en su hogar y te ha encontrado a ti y
a su hijo en el palacio, y a los que le ultrajaban,
a los pretendientes, a todos los ha hecho pagar
en su palacio.
Y le respondi la prudente Penlope:
Nodriza querida, no eleves todava tus spli-
cas ni te alegres en exceso. Sabes bien cun
bienvenido sera en el palacio para todos, y en
especial para m y para nuestro hijo, a quien
engendramos, pero no es verdadera esta noticia
que me anuncias, sino que uno de los inmorta-
les ha dado muerte a los ilustres pretendientes,
irritado por su insolencia dolorosa y sus mal-
vadas acciones; pues no respetaban a ninguno
de los hombres que pisan la tierra, ni al del
pueblo ni al noble, cualquiera que se llegara a
ellos. Por esto, por su maldad, han sufrido la
desgracia, que lo que es Odiseo... ste ha perdi-
do su regreso lejos de Acaya y ha perecido.
Y le contest su nodriza Euriclea:
Hija ma, qu palabra ha escapado del cerco
de tus dientes! T, que dices que no volver
jams tu esposo, cuando ya est dentro, junto al
hogar! Tu corazn ha sido siempre desconfia-
do, pero te voy a dar otra seal manifiesta:
cuando le lavaba vi la herida que una vez le
hizo un jabal con su blanco colmillo; quise
decrtelo, pero l me asi la boca con sus manos
y no me lo permiti por la astucia de su mente.
Vamos, sgueme, que yo misma me ofrezco en
prenda y, si te engao, mtame con la muerte
ms lamentable.
Y le contest la prudente Penlope:
Nodriza querida, es difcil que t descubras
los designios de los dioses, que han nacido para
siempre, por muy astuta que seas. Vayamos,
pues, en busca de mi hijo para que yo vea a los
pretendientes muertos y a quien los mat.
As dijo, y descendi del piso de arriba. Su co-
razn revolva una y otra vez si interrogara a
su esposo desde lejos o se colocara a su lado, le
tomara de las manos y le besara la cabeza. Y
cuando entr y traspas el umbral de piedra se
sent frente a Odiseo junto al resplandor del
fuego, en la pared de enfrente. l se sentaba
junto a una elevada columna con la vista baja
esperando que le dijera algo su fuerte esposa
cuando lo viera con sus ojos, pero ella perma-
neci sentada en silencio largo tiempo -pues el
estupor alcanzaba su corazn. Unas veces le
miraba fijamente al rostro y otras no lo reconoc-
a por llevar en su cuerpo miserables vestidos.
Entonces Telmaco la reprendi, le dijo su pa-
labra y la llam por su nombre:
Madre ma, mala madre, que tienes un co-
razn tan cruel. Por qu te mantienes tan ale-
jada de mi padre y no te sientas junto a l para
interrogarle y enterarte de todo? Ninguna otra
mujer se mantendra con nimo tan tenaz apar-
tada de su marido, cuando ste despus de pa-
sar innumerables calamidades llega a su patria
a los veinte aos. Pero tu corazn es siempre
ms duro que la piedra.
Y le contest la prudente Penlope:
Hijo mo, tengo el corazn pasmado dentro
del pecho y no puedo pronunciar una sola pa-
labra ni interrogarle, ni mirarle siquiera a la
cara. Si en verdad es Odiseo y ha llegado a ca-
sa, nos reconoceremos mutuamente mejor, pues
tenemos seales secretas para los dems que
slo nosotros dos conocemos.
As habl y sonri el sufridor, el divino Odiseo,
y al punto dirigi a Telmaco aladas palabras:
Telmaco, deja a tu madre que me ponga a
prueba en el palacio y as lo ver mejor. Como
ahora estoy sucio y tengo sobre mi cuerpo ves-
tidos mseros, no me honra y todava no cree
que yo sea aqul. Pero deliberemos antes de
modo que resulte todo mejor, pues cualquiera
que mata en el pueblo incluso a un hombre que
no deja atrs muchos vengadores, se da a la
fuga abandonando sus parientes y su tierra
patria, pero yo he matado a los defensores de la
ciudad, a los ms nobles mozos de Itaca. Te
invito a que consideres esto.
Y le contest Telmaco discretamente:
Considralo t mismo, padre mo, pues dicen
que tus decisiones son las mejores y ningn
otro de los mortales hombres osara rivalizar
contigo. Nosotros te apoyaremos ardorosos y te
aseguro que no nos faltar fuerza en cuanto
est de nuestra parte.
Y le contest y dijo el muy astuto Odiseo:
Te voy a decir lo que me parece mejor. En
primer lugar, lavaos y vestid vuestras tnicas, y
ordenad a las esclavas en el palacio que elijan
ropas para ellas mismas. Despus, que el divino
aedo nos entone una alegre danza con su sono-
ra lira, para que cualquiera piense que hay bo-
da si lo oye desde fuera, ya sea un caminante o
uno de nuestros vecinos; que no se extienda por
la ciudad la noticia de la muerte de los preten-
dientes antes de que salgamos en direccin a
nuestra finca, abundante en rboles. Una vez
all pensaremos qu cosa de provecho nos va a
conceder el Olmpico.
As habl, y al punto todos le escucharon y
obedecieron. En primer lugar se lavaron y vis-
tieron las tnicas, y las mujeres se adornaron.
Luego, el divino aedo tom su curvada lira y
excit en ellos el deseo del dulce canto y la ilus-
tre danza. Y la gran mansin retumbaba con los
pies de los hombres que danzaban y de las mu-
jeres de lindos ceidores.
Y uno que lo oy desde fuera del palacio deca
as:
Seguro que se ha desposado ya alguien con la
muy pretendida reina. Desdichada!, no ha te-
nido valor para proteger con constancia la gran
mansin de su legtimo esposo, hasta que llega-
ra.
As deca uno, pero no saban en verdad qu
haba pasado.
Despus lav a Odiseo, el de gran corazn, el
ama de llaves Eurnome y lo ungi con aceite y
puso a su alrededor una hermosa tnica y man-
to. Entonces derram Atenea sobre su cabeza
abundante gracia para que pareciera ms alto y
ms ancho e hizo que cayeran de su cabeza
ensortijados cabellos semejantes a la flor del
jacinto. Como cuando derrama oro sobre plata
un hombre entendido a quien Hefesto y Palas
Atenea han enseado toda clase de habilidad y
lleva a trmino obras que agradan, as derram
la gracia sobre ste, sobre su cabeza y hombro.
Y sali de la baera semejante en cuerpo a los
inmortales.
Fue a sentarse de nuevo en el silln, del que se
haba levantado, frente a su esposa, y le dirigi
su palabra:
Querida ma, los que tienen mansiones en el
Olimpo te han puesto un corazn ms inflexi-
ble que a las dems mujeres. Ninguna otra se
mantendra con nimo tan tenaz apartada de su
marido cuando ste, despus de pasar innume-
rables calamidades, llega a su patria a los veinte
aos. Vamos, nodriza, preprame el lecho para
que tambin yo me acueste, pues sta tiene un
corazn de hierro dentro del pecho.
Y le contest la prudente Penlope:
Querido mo, no me tengo en mucho ni en
poco ni me admiro en exceso, pero s muy bien
cmo eras cuando marchaste de Itaca en la na-
ve de largos remos. Vamos, Euriclea, prepara el
labrado lecho fuera del slido tlamo, el que
construy l mismo. Y una vez que hayis
puesto fuera el labrado lecho, disponed la cama
pieles, mantas y resplandecientes colchas.
As dijo poniendo a prueba a su esposo. Enton-
ces Odiseo se dirigi irritado a su fiel esposa:
Mujer, esta palabra que has dicho es dolorosa
para mi corazn. Quin me ha puesto la cama
en otro sitio? Sera difcil incluso para uno muy
hbil si no viniera un dios en persona y lo pu-
siera fcilmente en otro lugar; que de los hom-
bres, ningn mortal viviente, ni aun en la flor
de la edad, lo cambiara fcilmente, pues hay
una seal en el labrado lecho, y lo constru yo y
nadie ms. Haba crecido dentro del patio un
tronco de olivo de extensas hojas, robusto y
floreciente, ancho como una columna. Edifiqu
el dormitorio en torno a l, hasta acabarlo, con
piedras espesas, y lo cubr bien con un techo y
le aad puertas bien ajustadas, habilidosamen-
te trabadas. Fue entonces cuando cort el follaje
del olivo de extensas hojas; empec a podar el
tronco desde la raz, lo pul bien y habilidosa-
mente con el bronce y lo igual con la plomada,
convirtindolo en pie de la cama, y luego lo
taladr todo con el berbiqu. Comenzando por
aqu lo puliment, hasta acabarlo, lo adorn con
oro, plata y marfil y tens dentro unas correas
de piel de buey que brillaban de prpura.
Esta es la seal que te manifiesto, aunque no
s si mi lecho est todava intacto, mujer, o si ya
lo ha puesto algn hombre en otro sitio, cor-
tando la base del olivo.
As dijo, y a ella se le aflojaron las rodillas y el
corazn al reconocer las seales que le haba
manifestado claramente Odiseo. Corri lloran-
do hacia l y ech sus brazos alrededor del cue-
llo de Odiseo; bes su cabeza y dijo:
No te enojes conmigo, Odiseo, que en lo de-
ms eres ms sensato que el resto de los hom-
bres. Los dioses nos han enviado el infortunio,
ellos, que envidiaban que gozramos de la ju-
ventud y llegramos al umbral de la vejez uno
al lado del otro. Por esto no te irrites ahora
conmigo ni te enojes porque al principio, nada
ms verse, no te acogiera con amor. Pues con-
tinuamente mi corazn se estremeca dentro del
pecho por temor a que alguno de los mortales
se acercase a m y me engaara con sus pala-
bras, pues muchos conciben proyectos malva-
dos para su provecho. Ni la argiva Helena, del
linaje de Zeus, se hubiera unido a un extranjero
en amor y cama, si hubiera sabido que los beli-
cosos hijos de los aqueos haban de llevarla de
nuevo a casa, a su patria. Fue un dios quien la
impuls a ejecutar una accin vergonzosa, que
antes no haba puesto en su mente esta lamen-
table ceguera por la que, por primera vez, se
lleg a nosotros el dolor.
Pero ahora que me has manifestado claramen-
te las seales de nuestro lecho, que ningn otro
mortal haba visto sino slo t y yo -y una sola
sierva, Actors, la que me dio mi padre al venir
yo aqu, la que nos vigilaba las puertas del la-
brado dormitorio-, ya tienes convencido a mi
corazn, por muy inflexible que sea.
As habl, y a l se le levant todava ms el
deseo de llorar y lloraba abrazado a su deseada,
a su fiel esposa. Como cuando la tierra aparece
deseable a los ojos de los que nadan (a los que
Poseidn ha destruido la bien construida nave
en el ponto, impulsada por el viento y el recio
oleaje; pocos han conseguido escapar del cano-
so mar nadando hacia el litoral y -cuajada su
piel de costras de sal- consiguen llegar a tierra
bienvenidos, despus de huir de la desgracia),
as de bienvenido era el esposo para Penlope,
quien no dejaba de mirarlo y no acababa de
soltar del todo sus blancos brazos del cuello.
Y se les hubiera aparecido Eos, de dedos de
rosa, mientras se lamentaban, si la diosa de ojos
brillantes, Atenea, no hubiera concebido otro
proyecto: contuvo a la noche en el otro extremo
al tiempo que la prolongaba, y a Eos, de trono
de oro, la empuj de nuevo hacia Ocano y no
permita que unciera sus caballos de veloces
pies, los que llevan la luz a los hombres, Lampo
y Faetonte, los potros que conducen a Eos.
Entonces se dirigi a su esposa el muy astuto
Odiseo:
Mujer, no hemos llegado todava a la meta de
las pruebas, que an tendremos un trabajo
desmedido y difcil que es preciso que yo acabe
del todo. As me lo vaticin el alma de Tiresias
el da en que descend a la morada de Hades,
para inquirir sobre el regreso de mis compae-
ros y el mo propio. Pero vayamos a la cama,
mujer, para gozar ya del dulce sueo acos-
tados.
Y le contest la prudente Penlope:
Estar en tus manos el acostarte cuando as lo
desee tu corazn, ahora que los dioses te han
hecho volver a tu bien edificado palacio y a tu
tierra patria. Pero puesto que has hecho una
consideracin -y seguro que un dios la ha pues-
to en tu mente-, vamos, dime la prueba que te
espera, puesto que me voy a enterar despus,
creo yo, y no es peor que lo sepa ahora mismo.
Y le contest y dijo el muy astuto Odiseo:
Querida ma, por qu me apremias tanto a
que te lo diga? En fin, te lo voy a decir y no lo
ocultar, pero tu corazn no se sentir feliz;
tampoco yo me alegro, puesto que me ha orde-
nado ir a muchas ciudades de mortales con un
manejable remo entre mis manos, hasta que
llegue a los hombres que no conocen el mar ni
comen alimentos aderezados con sal; tampoco
conocen estos hombres las naves de rojas meji-
llas ni los manejables remos que son alas para
las naves. Y me dio esta seal que no te voy a
ocultar: cuando un caminante, al encontrarse
conmigo, diga que llevo un bieldo sobre mi
ilustre hombro, me orden que en ese momento
clavara en tierra el remo, ofreciera hermosos
sacrificios al soberano Poseidn -un cabrito, un
toro y un verraco semental de cerdas-, que vol-
viera a casa y ofreciera sagradas hecatombes a
los dioses inmortales, los que poseen el ancho
cielo, a todos por orden. Y me sobrevendr una
muerte dulce, lejos del mar, de tal suerte que
me destruya abrumado por la vejez. Y a mi
alrededor el pueblo ser feliz. Me asegur que
todo esto se va a cumplir.
Y se dirigi a l la prudente Penlope:
Si los dioses nos conceden una vejez feliz, hay
esperanza de que tendremos medios de escapar
a la desgracia.
As hablaban el uno con el otro. Entretanto,
Eurnome y la nodriza dispusieron la cama con
ropa blanda bajo la luz de las antorchas. Luego
que hubieron preparado diligentemente el la-
brado lecho, la anciana se march a dormir a su
habitacin y Eurnome, la camarera, los condu-
jo mientras se dirigan al lecho con una antor-
cha en sus manos. Luego que los hubo con-
ducido se volvi, y ellos llegaron de buen gra-
do al lugar de su antiguo lecho.
Despus Telmaco, el boyero y el porquero
hicieron descansar a sus pies de la danza y fue-
ron todos a acostarse por el sombro palacio.
Y cuando haban gozado del amor placentero,
se complacan los dos esposos contndose mu-
tuamente, ella cunto haba soportado en el
palacio, la divina entre las mujeres; con-
templando la odiosa comparsa de los preten-
dientes que por causa de ella degollaban en
abundancia toros y gordas ovejas y sacaban de
las tinajas gran cantidad de vino; por su parte,
Odiseo, de linaje divino, le cont cuntas pena-
lidades haba causado a los hombres y cuntas
haba padecido l mismo con fatiga. Penlope
gozaba escuchndole y el sueo no cay sobre
sus prpados hasta que le contara todo. Co-
menz narrando cmo haba sometido a los
cicones y llegado despus a la frtil tierra de los
Lotfagos, y cunto le hizo al Cclope y cmo se
veng del castigo de sus ilustres compaeros a
quienes aqul se haba comido sin compasin, y
cmo lleg a Eolo, que lo acogi y despidi
afablemente, pero todava no estaba decidido
que llegara a su patria, sino que una tempestad
lo arrebat de nuevo y lo llevaba por el ponto,
lleno de peces, entre profundos lamentos; y
cmo lleg a Telpilo de los Lestrgones, quie-
nes destruyeron sus naves y a todos sus com-
paeros de buenas grebas. Slo Odiseo consi-
gui escapar en la negra nave.