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LA TULIVIEJA
Por: Antonio Tejera M.
En estos tiempos de la era espacial, de la computacin y del desarrollo tecnolgico, hablar de
la Tulivieja resulta risible, contraproducente, fuera de lugar, del tiempo y del espacio.
Los Fantasmas y las visiones como el Chivato, Caballo enfrenado, los duendes, la silampa
han tenido que remontarse monte adentro, ms haca el campo, huyendo de la luz y buscando
la oscuridad que son el escenario de sus apariciones.
Los razonamientos expuestos, como prembulo, que nos permitir atrevernos a relatarlas bajo
el ttulo de la Tulivieja, el incidente que se protagoniza en 1930 en san Francisco de Veraguas
cuando una compaa inglesa explotaba la mina del Remanse.
Me contaba mi abuelo remigio, que todos los das sala a las 4 de la madrugada, a pie,
alumbrndose con una linterna, de de San Francisco hacia la mina de Remanse donde
trabaja. En una ocasin segua el recorrido acostumbrado, cuando comenz a descender una
loma que llegaba a la quebrada por donde l tena que pasar y a medida que avanzaba senta
como un gemido, como un quejido que se haca ms sonoro a medida que se acercaba y que
le pareca que deca voy....voy.....voy. Como es natural sinti desconfianza y porque no decirlo,
cierto temor. Sin embargo, continu y al llegar a la orilla de la quebrada levant la linterna y
sobre una laja haba una visin fantasmal espelznate que infunda temor, espanto, respeto,
estupor. Cuando la observaba perplejo y confuso, volvi a gemir, era un ronquido gutural.
Sobre la laja, como un pedestal, la aparicin, inmvil como una estatua; en medio del agua.
Iluminada tenuemente por la plida luz de la linterna, semejaba la imagen fantasmagrica de
una escena dantesca. Su figura de apariencia humana femenina, era horriblemente fea. Los
pies sucios, llenos de loso tenan los dedos separados y las uas largas y negras de tierra,
vesta un traje descolorido y roto de tal manera que le colgaban flecos que casi le llegaban a
los tobillos. Los brazos y manos parecan normales, pero daban una impresin repugnante
con sus uas largas y negras como las de una Arpa. El rostro alargado y plido era
impresionante; de la mandbula superior sala un colmillo largo y nico que sobrepasaba el
labio inferior por fuera. La nariz la tena aguda y encorvada como el pico de un guila. Los
ojos extraviados, un poco fuera de las rbitas y uno ms bajo que el otro desfiguraban su
rostro imprimiendo una fealdad exagerada y como complemento sobre la cabeza una
cabellera larga y despeinada, su imagen, era la representacin de la locura.
El impacto de la conmocin que produjo en mi nimo esa primera impresin, fue violento-me
deca mi abuelo-crea soar, se senta como si estuviera flotando en el aire, absorto, esttico,
perplejo. Ante la pasividad de la figura que permaneca indefensa, inofensiva e ingenua, fui
recobrando la serenidad y la conciencia; mov los y las piernas que senta tensas, rgidos los
msculos y articulaciones y con dificultad comenc a moverme y a describir un semicrculo,
con pasos lentos y caminar torpe sobrepas la figura y cuando ya de espalda iba a perseguir
el camino, volv la mirada hacia la laja en donde estaba la aparicin, y an permaneca all,
inmvil y observndome.
Me contaba mi abuelo que cuando lleg al Remanse, se dirigi como de costumbre a la fonda
para desayunar y se sent pensativo y malhumorado con la cabeza apoyada entre las manos.
La seora que trabaja en el establecimiento le pregunt: Qu le pasa Sr Remigio? Entonces
l, le refiri lo que acababa de sucederle. Fue entonces cuando la seora le dijo: No, esa no
es una visin ese no es un fantasma, esa no es la Tulivieja, esa es una hija anormal de Coma
Nazario y Panco Boniche. Esa es Carmen Boniche, que seguro se le escap a mis
compadres.
FIN
La vida no era muy placentera. tomasn no haca mucho dinero con la industria de
colchones. La gente del pueblo dorma en catres y la preponderancia de la lona
desplazaba los mullidos colchones hacia los lechos matrimoniales nicamente.
Cuando Tomasn trabajaba, las cosas andaban mal, pues la lana vegetal con que
rellenaba los colchones despeda fibras sutiles que se introducan hasta los
pulmones de Miguel y sus hermanitos, obligndolos a correr la labor de su padre
con incontenibles golpes de tos. Haba que salir huyendo para deshacerse de
aquella mortificacin.
Prefera Miguelito estar en casa cuando Tomasn no trabajaba en colchones.
Porque entonces su padre se sentaba en un taburete, tomaba una larga y oscura
tabla, extenda sobre ella fragmentos de hojas de tabaco y los labraba y una con
auxilio de un poco de engrudo, hasta dejarlos convertidos en cigarros delgados de
penetrante fragancia.
Pagaba muy poco aquel trabajo de labrar tabacos. No haba mejor provecho que
la colchonera. Y Tomasn, el gigante del pueblo, se pasaba los das cavilando
sobre la manera de hacer ms dinero y darle mejor vida a Lorenza y a sus cuatro
vstagos.
Cuando, para espantar las penas, el colchonero se daba a la bebida, Miguelito se
aterrorizaba. Bien saba l como se las gastaba su pap con su pobre mam. La
incrementa duramente, la haca responsable de su miseria y terminaba por
arrojarlas al suelo de un empelln.
Pasaba la juma, el gigante se senta de nuevo bueno. Expresamente, nada deca
a Lorenza que hiciera referencia a los maltratos. Pero se haca ms suave y
carioso hasta cuando nuevas libaciones lo llevaban otra vez a olvidarse de ser
decente.
Todo aquello chocaba a Miguelito. Por eso, por las noches se iba al patio de la
seora rosa a or cuentos, para vivir en el deleitoso mundo de lo irreal.
Y la vieja era una gran narradora. Miguelito le beba literalmente la palabra, sus
pintorescas descripciones de los prncipes de los cuentos, que un da vestan de
plata para al otro presentarse de oro, de las princesas maravillosas, rubias y de
ojos azules siempre.
Haba tambin consejas del lugar. Y de ella ninguna s atraa tanto a Miguelito
como la de los duendes de El Coralillo, la seora Rosa los haba visto. Era verdad
que existan.
----"hijitos---dijo ella una noche al nutrido grupo de muchachos que, en verdad en
cuclillas sobre una estera, escuchaban a la Sharazada vernacular---. Yo he visto
los duendes con estos ojos que se han de comer la tierra, como los estoy viendo a
ustedes y an mejor, porque los he visto de da. La primera vez, siendo chica, los
vide mientras lavaban con mi mam en el ro. Los vide en el fondo del agua clara.
Se haba llegado do callatos hasta la orilla opuesta a donde mi mam y yo
lavbamos. Era pleno medio da. Haba mucho sol y a m el hambre me morda las
quitao una alpargata y con el dedo grande del pie haba jalao el gatillo teniendo el
can de la escopeta en la boca. Pero todo era pa hacer ver, porque la verd es
que fue que los duendes le cobraron la virt que le haban dao.
---Y si los duendes se encuentran conmigo y me dan juguetes o me dan una virtud
qu pasa?
---Je, hijo; que te la cobran y despus te llevan pa onde El Malo.
--- Ay, seora Rosa! Yo quisiera encontrarme con los duendes de El Coralillo
porque viene la Noche buena y muchos muchachos tienen juguetes y yo en once
aos que tengo ya cumplidos nunca he tenido uno porque dice mi pap que l es
muy pobre para gastar la plata en juguetes. Ahora mismo quisiera un trompo de
lata y un tambor de los que han venido a la tienda del chino. Ay, seora Rosa! Yo
quiero ver a los duendes a ver si es verdad que me regalan todo lo que yo quiero.
--- Ay, hijo! Se conoce que no sabes lo que hablas. Los duendes son de El Malino
y lo adoran como si fuera Dios. Deja esos malos pensamientos.}
El Retablo de los Duendes...
Era la semana de Navidad. Miguelito empujado por sus deseos, se haba ido muy temprano a
El Coralillo. Era ste un paraje no muy lejos del pueblo, por donde corra un arroyo cristalino,
sombreado por grandes rboles de cornezuelo y por mangos de distintas clases. En ciertas
partes del arroyuelo pareca estancado, para salir adelante, corriendo entre la yerba hmeda y
fresca. Se introduca el arroyo en una huerta inmediata, siempre sombreada por arboles
corpulentos. Miguelito, anhelante, comenz a gritar:
--- Duendes! Duendes!
De pronto, sinti una voz melodiosa que le hablaba a su espalda:
---Aqu estamos. Qu deseas?
Miguelito se sinti ms lleno de sorpresa que de miedo. Ah a dos pasos de l, haba tres
muchachitos rubios, vestidos como los nios que l viera una vez en un catlogo que
despertara en l grandes ansias de tener dinero para comprar las bellas ropas all lucidas.
Los tres duendes eran del tamao de Miguelito. Llevaba los cabellos largos y en respos,
cados sobre los hombros. Eran rubicundos, ms que los hijos del alemn del pueblo. Y los
ojos, muy azules, estaban llenos de extraa malicia.
---Buenos das, Miguelito---contest por todos el que pareca ser jefe del grupo---. Mucho me
alegro que hayas venido a veneros. Yo me llamo Ildaboach y stos son mis compaeros, Baal
y Moloch. Te suenan raros estos nombres verdad? Pues nosotros, los duendes, llevamos
nombres muy viejos. A veces son nombres de buenos ngeles, a veces de ngeles tenidos
por malos.
---Yo soy Miguelito, pero ya me he dado cuenta de que ustedes me conocan antes que le
dijera mi nombre.
------ Y cmo no habamos de conocerte Miguelito?---terci el llamado Baal---Nosotros todo lo
sabemos. Y cuando en las noches ustedes estn en el patio de la vieja Rosa oyendo cuentos,
cada vez que mientan la palabra duendes, nosotros nos acercamos. Sabamos que t queras
vernos y hablarnos y estamos dispuestos a complacerte.
---S, ---terci Moloch, hasta entonces silencioso---. No tienes ms que pedir. Supongo
que los primero que querrs ser ver dnde tenemos nosotros nuestros juguetes, verdad?
Y como Miguelito hiciera un gesto de asentamiento, Ildaboach hiri el suelo con el pie
izquierdo, que iba calzado con sandalia, y surgi una especie de gruta de la que salan
extraas
fosforescencias.
---Entra--dijo Molch a
Miguelito-que
nosotros
te
seguiremos.
Penetr
Miguelito
en
la
cueva,
seguido
por
los
duendes.
Y sus ojos se abrieron de sorpresa al contemplar la ms maravillosa coleccin de juguetes
que
l
jams
hubiera
soado.
Haba unos tambores pintados a toso color, caballos, con alas, con ruedas otros, blancos,
manchados, colorados, con sillitas de cuero con tachuelas de oro y remaches de piedras
brillantes.
Y vio Miguelito tambin unos trompos de palta con cintas de siete colores. Y haba
escopetitas muy bellas y caoncitos, violines y acordeones, bolitas de coloraciones fantsticas
que despedan de su interior misteriosas luces. Y pudo ver juguetes nunca por el soado y
otros que correspondan a sus experiencias con diminutos fongrafos que tocaban msicas
encantadoras cuando uno de los duendes lo haca funcionar. Y todo estaba cuidadosamente
arreglado en ntidas vidrieras.
---Estos es bello ---dijo Miguelito ---. Yo que crea que en las tiendas del pueblo se
encontraban todos los juguetes que un nio poda desear.
Ri
con
suficiencia
Ildaboach
y
dijo:
---Nada tienen los hombres, Miguelito, que los duendes no tengamos mejor.
--- Y puedo yo llevarme algn juguete de stos?
---Si---dijo Baal--- te vas a llevar tres juguetes, pues nosotros ya habamos convenido darte la
primera vez cada uno, uno. Escgelos t mismo y procura que sean objetos que puedas
cargar.
Miguelito se sinti desconcertado. Por donde comenzara su coleccin? Haba tantas cosas
que llevar! En los caballitos, que tanto le atraan, no haba que pensar pues pesaban
demasiado. Dio vueltas, muchas vueltas, hasta cuando se decidi por tres objetos que le
parecieron maravillosos: un trompo de plata con los siete colores, una escopetita de viento y
una bola de cristal de cuyo centro salan luces multicolores, sin que el ojo humano lograra
percibir
el
origen
de
aquellas
irradiaciones.
---Te hemos dado lo que nos habia pedido---explic Ildaboach---. Ahora tenemos que pedirte
a ti un favor.
Se lleno de extraos temores Miguelito. Pens que haba llegado el momento de adquirir un
compromiso semejante al que le cost la vida y posiblemente al alma a Concha-e-armao. Mir
a los tres duendes con los ojos angustiosos, ms se seren un tanto a l orlos rer de buenas
ganas y mucha musicalidad.
---No creas en cuentos---manifest Ildaboach---. No vamos a pedirle la vida ni el alma. Qu
ganaramos con ello? Si quisiramos hacerte dao, no necesitaramos hacer trato contigo.
Con facilidad con que abrimos cuevas llenas de juguetes de un zapatazo, podemos
aniquilarte. Con que fuera temores y escucha. Sabes que dentro de pocos das los cristianos
van a celebrar la Noche Buena. Lo nico que te pedimos es que nos dejes a nosotros hacer
un nacimiento en tu casa. Porque hay algunas cosas que nosotros, con todo nuestro poder, no
podemos hacer sin el permiso de un cristiano.
---Pero si yo no quiero otra coa---expres Miguelito lleno de contento--- al fin, van a haber
nacimiento en casa, que nunca lo ha habido! Como se van a poner de contentos Efran,
Laura y Sofa!
Ms de pronto, una sombra de duda nubl sus ojos:
---Pero, y cmo van ustedes a hacer para que no los vean?
--- Cmo ignoras t lo que somos los duendes!---terci Maloch---. El asunto es muy sencillo.
La noche del 24, como por arte de magia, en el cuarto donde t duermes con tus hermanitos,
habr un nacimiento. Nadie sabr quin lo llevo all. Ms todos se sorprendern porque ser
algo que el pueblo nunca he visto.
Los tres duendes rieron significativamente. Al fin el jefe dijo:
---Puedes ya irte, Miguelito. Ms recuerda esto: No digas, por nada del mundo, nada de lo
acaba de pasar entre nosotros. Ni expliques, por supuesto, dnde obtuviese estos tres
juguetes que te hemos dado en seal de aprecio.
---Costar trabajo--- explic el hijo del colchonero--- porque mi pap no tiene plata para
comprar juguetes baratos, menos puede tenerla para conseguir stos, que no los hay en las
tiendas del pueblo.
---Pues entonces, deja los juguetes y no hay trato---dijo Baal.
Pero Miguelito, ante el temor de perder aquellas maravillas, se comprometi a callar.
Y emprendi el camino de regreso, sin saber si estaba despierto a soaba.
En casa surgieron inmediatamente problemas insuperables. Sus hermanitos, al ver los tres
portentosos juguetes, comenzaron a saltar de alegra y a preguntar en coro:
--- Donde conseguiste esas cosas tan lindas, Miguelito?
Tomason y Lorenza tambin se mostraban sorprendidos y hasta alarmados. Temieron que
Miguelito hubiera cometido robo, pero pronto comprobaron que en las tiendas no haba
juguetes como aqullos. Y ante splicas y amenazas Miguelito mantuvo estricto silencio.
El ms sorprendente de los tres juguetes era el trompo de siete colores. Miguelito que
desconoca sus virtudes, no fue el menos sorprendido cuando, por el mero toque de un
resorte, el trompo comenzaba a zumbar en el aire y a la vez una meloda nunca antes oda
que siendo bella, era a la vez ttrica, tan ttrica que dejaba a quien la oa con el espritu
confuso, como ante la proximidad de una ineludible desgracia.
---No bailes ms ese trompo, que parece cosa del diablo--fue la protesta de todo el que oy la
msica del regalo de los duendes.
La bola de cristal tambin ejerca una mala influencia sobre quienes trataban de ver de dnde
venan sus multicolores irradiaciones. No se es posible mirar a la entraa de aquella esfera sin
sentirse presa de las ms contradictorias melancolas.
En cuanto a escopetita de viento, cada vez se disparaba con ella caa sin que se supiera de
dnde, un ave canora, muerta a los pies del que la disparaba.
Miguelito comenz a actuar en forma anormal y sus compaeros y parientes terminaron por
mirarlo como a brujo. El, por su parte, esquivaba encontrarse con el cura, anciano de cuyas
manos recibiera ms de una absolucin de sus infantiles pecados y la eucarista.
En la escuela termin por sentarse solo. El maestro lo sorprendi varias veces hablando para
s y repitiendo distrado:Ildaboach, Baal, Moloch.
Los dos ltimos nombres tenan sentido para el maestro, no as el primero. Pero no poda
concatenar qu relacin haba entre ellos y su transformado discpulo.
Tras un lapso de sobresaltos para Miguelito, quien slo por temor no haba vuelo a El Coralillo
a devolver a sus blondos amigos los desasosegante juguetes, llego el 24 de diciembre.
Miguelito se senta a dos dedos de la demencia. Presuma lo que iba a ocurrir aquella noche;
la casa miserable donde viva, hediendo a tabaco y llena de sutil fibra de lana vegetal, iba a
ser adornada por los duendes con un nacimiento. Y ya l saba cmo eran sus rubios
protectores de fantsticos para hacer las cosas.
Y todo ocurri con precisin. A las primeras horas de la noche y sin que nadie supiera cmo ni
por dnde, en el cuarto de los hijos del colchonero se not una luz intensa. Miguelito fue el
primero en acudir a ver la maravilla, ms por falta de dominio sobre sus nervios que por
deseos de confrontar la realidad.
All estaba el nacimiento maravilloso. Era alto hasta llegar al techo y largo hasta cubrir el
suelo. Y estaba iluminado por ascuas de vivos colores que alumbraban figuras de reyes
magos, pastores y animales de muchas especies. Cada figura era del tamao de la mano
abierta de Miguelito. Y ofrecan la particularidad de que todas, hasta la de los animales,
llevaban en los labios una sonrisa sabia y burlesca, como la sonrisa de os duendes autores de
aquella maravilla.
Sobrecogido estaban Tomasn, Lorenza, los hermanos de Miguelito y l mismo, buscando a la
luz de las acuas todas las imgenes y cosas all arregladas con arte infernal. Ms de pronto se
sintieron aterrorizados hasta el mximo. Magos, pastores, ngeles y animales comenzaron
amoverse. Buscndose para tomarse de las manos y ejecutar una ronda extravagante
alrededor de un pesebre.
Y en el pesebre haba, no un Nio, sino un mueco repugnante, negro, de ojos aviesos, con
un paal de la tela dorada, coronada la cabeza por unos cuernos deslumbrantemente negros
y con los pies en forma de patas de macho cabro! Y su boca abierta en una horrible sonrisa,
mostraba dos dientes repugnantes y amarillentos.
Miguelito dio un grito terrible, un ay! desgarrador, y cay de la cama, Sus hermanitos
despertaron sobresaltados y su madre se levant de su lecho para acudir a su socorro.
Y el colchonero, con voz fuerte, de bajo profundo, le inquiri por el motivo de su espanto.
--Pap! Pap! Los duendes! El nacimiento de los duendes!
---Lorenza---dijo Tomasn con energa---no quiero que este muchacho vaya ms a orle los
cuentos a esa vieja charlatana de El Calvario. Mira cmo est asustado. Seguramente que
estaba soando con las patraas de Rosa.
---As ser Toms. Pero despus de todo, mejor que haya despertado. Ya es hora de
comenzar a arreglarse para la Misa del Gallo y Miguelito tiene edad suficiente para que oiga la
primera.....
FIN
El corot llorn
En el grande y bellsimo llano de la Mitra en las proximidades de la Chorrera, creci robusto y
frondoso, un rbol de corot. Y all, muy cerca viva tambin un campesino padre de una
muchacha bellsima de nombre Isabel.
La joven era pretendida por los mozos de todos los contornos pues su belleza era
extraordinaria, ms el padre, rgido y severo, jams acept un requiebro para su hija, ni acept
tampoco a ninguno de los hombres que aspiraban a su amor. Con esto Isabel se
desconsolaba. Era joven y admiraba y quera gozar de su juventud y su hermosura.
Conocedor de los gustos de su hija, el campesino quiso prevenir males futuros. Encer a la
joven y no le permiti asomarse ni a la puerta de la casa. Pero como propone el hombre el
diablo lo descompone, a pesar de todos los encerramientos, Isabel conoci a un hombre de
quien se enamor perdidamente. La vigilancia de su padre fue burlada, y un da lleg en que
Isabel no pudo ocultar las consecuencias de escondidos amoros.
Indignado el padre, cogi a su hija, y sin hacer caso de sus lamentaciones y sus splicas, la
at desnuda al tronco del corot. Enseguida, con un ltigo de cuero, la maltrat sin descanso
hasta convertirla en una masa sangrienta.
All a los pies del rbol qued Isabel falta de aliento y vida y sin cristiana sepultura, hasta que
el sol y el aire deshicieron su cuerpo antao hermoso y gentil.
Desde entonces, a ciertas horas de la noche, sale del tronco de corot, el lloro triste de una
criatura. Son los sollozas de aquel nio que Isabel llevaba en su seno y que desde las
profundidades del limbo en donde vaga su alma, se lamenta por no pode jams subir hasta el
cielo.
FIN
FABULA
En un pas muy lejano, donde la ciencia es muy importante para sus habitantes, haba un anciano
astrnomo, le gustaba realizar el mismo recorrido todas las noches para observar las estrellas.
Un da, uno de sus viejos colegas le dijo que haba aparecido un extrao astro en el cielo, el
anciano sali de la ciudad para poder verlo con sus propios ojos. Muy emocionado estaba el
astrnomo mirando al cielo, no se dio cuenta que a pocos pasos de l haba un agujero. Cuando se
cay al agujero comenz a gritar pidiendo ayuda.
Cerca del agujero pasaba un hombre, el cual se acerc hasta el agujero para ver lo que suceda;
ya informado de lo que haba ocurrido, le dijo al anciano:
"Te ayudar a salir de ah, pero ten mucho cuidado la prxima vez que salgas por un lugar que
desconoces, tienes que estar muy atento por donde caminas ya que te puedes encontrar con
cualquier cosa en el suelo."
Moraleja: Antes de lanzarse a la aventura, hay que conocer el lugar por el que se transita.
10 de marzo de 2016
- Contest la pulga: "Disclpeme seor, no fue mi intencin molestarlo de ninguna manera; le pido
por favor que me deje seguir viviendo, ya que por mi pequeo tamao no creo que lo pueda
molestar mucho." El hombre rindose de las ocurrencias de la pulga, le dijo:
- Lo siento pequea pulga, pero no puedo hacer otra cosa que acabar con tu vida para siempre, ya
que no tengo ningn motivo para seguir aguantando tus picaduras, no importa si es grande o
pequeo que pueda ser el prejuicio que me causes.
Moraleja: todo aquel que le hace dao a otra persona, debe estar dispuesto a afrontar las
consecuencias.
Haban tres pjaros montados en una cerca. De esos tres, dos decidieron volar muy lejos,
mientras que el otro decidi quedarse en la cerca donde estaban. Cuantos pjaros quedaron?
Quedaron 3 pjaros.
Moraleja: Decidir algo no es suficiente. Tienes que hacerlo!
LEYENDA
El zapatero felz
Todava perdura el recuerdo, en una ciudad de Europa, de un alegre zapatero. Era, probablemente,
una de las personas ms felices de la tierra a pesar de su gran humildad.
Un da el zapatero fue visitado por uno de sus vecinos, un banquero muy rico, que al observar la
gran alegra del zapatero entre tanta miseria, no pudo dejar de preguntar: Seor zapatero, si no es
molestia, podra decirme cunto gana usted con su humilde trabajo?
Es tan poco dinero, seor, que hasta vergenza me da decirlo, no se lo tome a mal. Pero dicho
dinero me da cada da el pan de mis hijos, y a m me basta con terminar decentemente el ao,
aunque tengamos que privarnos, lamentablemente, de muchas cosas. Respondi el zapatero
orgulloso.
Aquella excelente y positiva actitud dej muy sorprendido al banquero que, poco despus, dijo muy
conmovido:
- Seor zapatero, tome usted estas monedas de oro que le ofrezco desinteresadamente, y
gurdelas con esmero para cuando las necesite de verdad.
A partir de entonces la actitud del zapatero cambi, con motivo de sentirse poseedor de una de las
mayores riquezas del mundo. Aquella riqueza exiga mucho del zapatero, ya que al haber
escondido bajo el suelo de su casa las monedas de oro, era incapaz de descansar y vivir con
normalidad. El zapatero haba enterrado sin saberlo al mismo tiempo el dinero y su alegra y buen
humor, siendo desde entonces huspedes de su casa, el miedo, la desconfianza, el insomnio y la
inquietud.
El menor ruido durante la noche, le haca llenarse de temor ante un posible robo y sus
consecuencias. Hasta que un da, cansado el zapatero de su nueva vida, fue a visitar a su vecino
banquero: Oiga, amable seor; quiero devolverle todo su dinero, pues mi mayor deseo es vivir
como lo haca antes.
Y, de esta sencilla forma, el zapatero recuper su alegra.
miraron a ambos lados de la carretera, y al ver que estaba libre cruzaron.Apenas se giraba la
madre para cambiar de rumbo, cuando se escuch un golpe muy fuerte a sus espaldas, volte
de inmediato para ver con terror que sus hijas estaban debajo de un camin, fueron
atropelladas perdiendo la vida en al instante.El pesar dur mucho tiempo, pero transcurridos
cuatros aos, la madre dio a luz de nuevo gemelas, estas era muy parecidas a sus fallecidas
hermanas, lo cual le haca tener presente aquel fatal accidente. Esta vez tena una terrible
obsesin por su cuidado y no les permita estar cerca de ningn peligro, en especial aquella
temida carretera.Pero no poda estar detrs de ellas las 24 horas, y un da, se vieron muy
cercanas al peligroso lugar, decididas a cruzar vieron hacia los dos lados, no haba ningn
auto, con un paso en el asfalto, fueron tomadas del hombro bruscamente por su madre, quien
lloraba desconsoladamente, diciendo No crucen- a lo cual recibi una respuesta inesperada
de las dos pequeas: -No pensbamos cruzar, ya nos atropellaron una vez, no volver a
suceder-