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Recuperando A La Mujer Prohibida

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Casilda Rodrigez Bustos

Este artculo ha sido publicado en la revista MUJERES PREOKUPANDO,


Valencia 2004.

La sexualidad destruda de la mujer

En nuestro orden social la sexualidad ha quedado reducida al falocentrismo


adulto; es decir, lo que se entiende por 'sexualidad' es una pulsin adulta y
que gira en torno al falo. Por 'acto sexual' todo el mundo entiende el coito.
Sin embargo hay toda una sexualidad bsica humana y femenina que no es
falocntrica.

Para cuando la civilizacin occidental empieza a reconocer


'cientficamente' la sexualidad, la mujer lleva milenios arrastrando un
cuerpo sometido a este orden falocrtico, un cuerpo al que se le cortan las
races desde el comienzo de su crecimiento, lo mismo que a un bonsai. El
sexo femenino no existe, constata empricamente Freud, a partir de lo que
ve y del sesgo falocrtico y misgino de nuestra civilizacin. En el
panorama del orden sexual vigente, se determina que slo hay un sexo, el
masculino; y la mujer es sentida y definida como un varn sin sexo,
castrado. Sin embargo, hasta el mismo Freud reconoci que haba algo que
se le escapaba, un continente negro inexplorado... difcil de devolver a la
vida, como si hubiera cado bajo una represin particularmente inexorable.
(1)

Segn la cultura falocrtica del sexo nico, el orgasmo femenino tiene que
ser vaginal o clitoridiano; sin embargo, la psicoanalista y sexloga francesa
Maryse de Choisy (2), despus de diez aos de trabajo con cuestionario,
afirma que aunque segn sus investigaciones puede hablarse de cinco tipos
de orgasmos (el clitoridiano, el vaginal, el cloacal, sin acm o sin
paroxismo y el crvico-uterino), el orgasmo femenino ms autntico es el

crvico-uterino, por su profundidad, ritmo, intensidad y extensin. Por


ejemplo, Maryse de Choisy dice que: apretando los muslos o los glteos
firmemente (las mujeres) alcanzan un tipo de orgasmo que arranca en algun
punto muy profundo de su interior, sin ninguna otra estimulacin. Asegura
tambin que independientemente de cual sea la estimulacin que da lugar al
proceso orgsmico, en realidad, todos tienen su origen o su fuente (source=
en francs) en el tero.

Tambin Masters y Johnsons aseguran que en todo orgasmo femenino se


producen contracciones del tero, lo que nos viene a corroborar que,
independientemente de cual sea la estimulacin exterior, todos los
orgasmos tienen en comn unos movimientos rtmicos del tero, que
nosotras preferimos llamar latidos en vez decontracciones.

Esto explica la imagen de las sirenas, las mujeres-pez, que en la


Antigedad representaban la sexualidad no falocntrica de la mujer. Las
sirenas no podan tener relaciones coitales con varones, pero nadaban
voluptuosamente como los delfines y bailaban la danza del vientre -del
tero- en el agua.

Juan Merelo-Barber (3) afirma que el centro del sistema ergeno


femenino no es el cltoris, sino el tero, que empieza de latir propulsando
olas de placer, cada vez que una mujer se excita sexualmente. Pero el tero
es una bolsa de tejido muscular, y los msculos que no utilizan se agarrotan
y pierden su elasticidad y su funcionalidad. Cuando nos escayolan una
pierna un mes, luego tenemos que hacer ejercicios de rehabilitacin para
recuperar la funcin muscular... Qu sera si esa pierna hubiese estado 20
30 aos inmovilizada? Los partos sin dolor y con placer existen, y ya no
hace falta recurrir a lo que informa Bartolom de las Casas de las mujeres
del Caribe de hace 500 aos o a las investigaciones realizadas por MereloBarber y otros, puesto que los partos con placer y orgsmicos han sido
filmados. De hecho la misma Biblia nos tena que haber inducido a
sospecha, porque dice 'parirs con dolor' en tiempo futuro, a la par de 'el
hombre te dominar' y 'pondr enemistad entre ti y la serpiente' (que fue el

mayor smbolo de la sexualidad femenina en las civilizaciones prepatriarcales).

El parto con dolor, con el tero espstico (4), y la maternidad robotizada,


sin el impulso del deseo, fue el gran logro de la paralizacin de la
sexualidad de la mujer. Si en la era prepatriarcal la organizacin social se
vertebraba a partir de la lbido femenino-materna (5), su eliminacin fue el
requisito previo para levantar la sociedad patriarcal.

Hace 4 5 mil aos, el Poder de un colectivo de hombres cre una


sociedad basada en el sometimiento de la mujer. Este sometimiento inclua
de una manera muy especial, su sometimiento sexual; es decir, se cre una
sociedad basada en la violacin sistemtica de los deseos de la mujer.
Independientemente de que esa violacin en la prctica fuese ms o menos
forzada o violenta, segn los momentos, poco a poco se consigue que el
deseo de la mujer deje de ser relevante, hasta que se anula, desaparece y se
limita a la complacencia falocrtica. Las mujeres perdieron sus costumbres,
sus reuniones, sus bailes voluptuosos, sus baos sensuales compartidos
entre hermanas, madres, tas, abuelas...., el cuerpo a cuerpo con sus
criaturas... perdieron la maternidad nacida del deseo y guada por el placer
de sus cuerpos: perdieron su forma propia de existencia, como dice Lea
Melandri (6), una existencia impulsada por el latido del vientre; perdieron
la libertad de sus cuerpo y la conciencia del mismo. El deseo sexual en la
mujer pas a ser considerado lascivo y deshonesto, para que cuando
emergiera en la mujer, sta se sintiera culpable y aborreciera y se
distanciara de su propio cuerpo. Como dice la Biblia, las buenas esposas
eran esclavas del seor, deban hablar lo menos posible y sentir vergenza
hasta de su marido; como madres patriarcales tenan la misin de
introyectar el pudor y el recato en las hijas, convirtindose en la garanta de
la paralizacin de todo atisbo de produccin del deseo sexual de las futuras
generaciones de mujeres. Se cort de raz el valor del cuerpo femenino y el
desarrollo natural de la sexualidad de la mujer.

Por ello la mujer empieza a taparse con velos y a andar tiesa como un palo.
La higiene se convierte en una asepsia que elimina el olor de nuestros
flujos, que es un factor especfico de atraccin sexual (por ejemplo la mujer
lactante atrae al beb). Y los hbitos cotidianos de las posturas se rectifican;
dejamos de sentarnos en cuclillas y se generaliza el uso de la silla; se va
educando el movimiento del cuerpo con el objetivo de paralizar todo lo que
se pueda los msculos plvicos y los uterinos, para que nuestro vientre no
se estremezca ni palpite y no aparezca la pulsin sexual.

Creo que es obvio que la sexualidad de la mujer (a diferencia de la del


hombre) no es uniforme, no es siempre la misma; a lo largo de su vida, la
mujer pasa por diferentes ciclos y estados sexuales, unos de mayor
produccin libidinal que otros, y sobre todo, de diferente orientacin. El
equilibrio emocional, tanto psquico como orgnico, libidinal y hormonal,
que sostiene nuestros cuerpos es un proceso ondulante, cclico. Por eso la
luna, que aparece en el cielo cambiando de forma cclica, ha sido siempre
un smbolo de la femeneidad. Y sin embargo funcionamos como si nuestra
produccin sexual y libidinal, fuese algo rectilneo y siempre la misma.

Dejando de lado la sexualidad de la nia -la diferenciacin de la lbido


empieza antes de la pubertad-, no es el mismo estado sexual ni el mismo
equilibrio hormonal el que tiene la mujer cuando ovula que cuando
menstra. Tambin es diferente el estado de la mujer grvida de la que no
lo est, ni el de la mujer en el parto o despes del parto, o durante la
gestacin extrauterina, o a lo largo de una lactancia prolongada, o cuando
vivimos la pasin amorosa con adultos o adultas. Hemos perdido, a lo largo
de la socializacin patriarcal, la percepcin del estado cambiante de nuestro
cuerpo, de cmo lo sentimos, de nuestros diferentes flujos y de sus olores.

La generalizacin de la alineacin sexual de la mujer en torno al falo se fue


consolidando a lo largo de estos milenios de civilizacin patriarcal que
mencionbamos antes. Esta alineacin, respaldada con toda la fuerza de la
ley, se consolida tanto a nivel psquico como somtico. El falocentrismo se
va adentrando en el inconsciente, interiorizndose como un ordenamiento

sexual que manipula nuestras pulsiones antes de hacerse conscientes, como


veremos ms adelante.

El parto, que es un episodio importante de la vida sexual de la mujer, deja


de ser considerado como tal; esto es gravsimo porque la fisiologa del
parto est prevista para funcionar con el impulso de la emocin ertica. De
hecho, para forzar el desencadenamiento del parto, la Medicina tiene que
fabricar en laboratorio la oxitocina (que nos inyectan con los famosos
goteros), la hormona llamada del amor que se segrega naturalmente con la
excitacin sexual, porque no han encontrado otra cosa que abra el crvix.
Adems como todo acto sexual, el parto requiere una intimidad para que el
cuerpo pueda abandonarse a la emocin y a la relajacin, intimidad que
desaparece en el parto hospitalario (7). Todo esto, unido al
desconocimiento de nuestro cuerpo y la prdida de la confianza en l, junto
con el miedo inculcado y la rigidez uterina resultante de la represin sexual
durante la infancia, nos hace hacer todo lo contrario de lo que el parto
requiere; contradas, llenas de miedo, entregamos nuestra confianza a las
autoridades de la Medicina, que -cesreas aparte- no pueden saber ni hacer
lo que slo el cuerpo sabe cmo y cundo hacer. El decbito supino es una
posicin contraria al parto: el canal de nacimiento se estrecha y se alarga, y
adems la posicin horizontal va en contra de la fuerza de gravedad; pero
sobre todo, en esa posicin la mujer no puede hacer fuerza con los
msculos plvicos; en cambio, en cuclillas se puede hacer toda la fuerza
necesaria con los msculos plvicos para impulsar el avance del beb, el
canal de nacimiento se acorta y la salida va a favor de la fuerza de la
gravedad. Parir en decbito supino supone alargar el parto, poner
dificultades al avance del beb, facilitar el atasco y la falta de oxgeno; es
tan absurdo como defecar en esa posicin. Slo tiene una lgica: la
manipulacin mdica y agravar el sufrimiento de la madre y del beb.
Obligar a la mujer a parir en esa posicin es una violencia gratuita e
innecesaria; es la imagen de la sumisin y de la negacin de nuestros
cuerpos.

Todava quedan zonas fuera de Occidente, donde se sabe que el parto y la


maternidad son episodios de la vida sexual de una mujer. Las mujeres de la

India visualizan los ptalos de la flor de loto abrindose para abrir el canal
del nacimiento, un abrir suave, sin violencia alguna; claro que no se les
ocurre ponerse a parir en decbito supino, en medio de focos, entregadas a
las rdenes de las autoridades mdicas. En zonas de Arabia Saudita las
mujeres bailan la danza del vientre entorno a la parturienta hiponotizndola
con sus movimientos rtmicos ondulantes para que tambin ella se mueva a
favor del cuerpo en lugar de moverse contra l (8).

Hablar del placer de parir suena a marciano, pero es tan real como difcil
para la mujer socializada en el imperio falocrtico. A pesar de todo, hay
algo muy importante que debe saberse: inmediatamente despus del parto,
incluso aunque ste haya sido doloroso y violento para la madre y la
criatura, hay una oportunidad de recuperar la autorregulacin del proceso
sexual de la maternidad. Son las dos tres horas inmediatas despus de la
salida de la criatura. En ese lapso de tiempo se producen las mayores
descargas de oxitocina de toda nuestra vida sexual (7), as como de otras
sustancias opiceas como las endorfinas. Si nos dejan un poco en paz, nos
sentiremos invadidas de oleadas de placer y de felicidad al sentir a la
criatura recien salida en nuestro vientre y succionando el pezn. Este
fenmeno fisilogico est filognticamente establecido para organizar el
acoplamiento o simbiosis de la exterogestacin y se le conoce con el
nombre de 'impronta'. La extero-gestacin (que dura ms o menos un ao,
pero que es muy intensa los dos primeros meses) es el nico periodo
realmente simbitico de nuestra vida. La atraccin libidinal, como dice
Michael Balint (9) entre madre y beb produce y mantiene el estado de
simbiosis, es una atraccin mutua de ndole sexual que corresponde a un
nuevo estado sexual de la mujer y de la criatura, tan placentero y
gratificante para la mujer como para el beb. Dice Balint que se trata de la
carga (o catexia) libidinal mayor de toda la vida humana, porque debe
mantener la atraccin mutua de la simbiosis, confirmando lo que ya dice el
indicador hormonal. Y aunque ahora podamos sobrevivir con leche y calor
artificial, el contacto piel con piel que corresponde a la produccin libidinal
sigue siendo necesario no slo psquicamente, sino tambin orgnicamente,
para la formacin de las sinapsis neuronales, la coordinacin
neuromuscular, el sistema inmunologico, etc. Se ha demostrado que de la
emocin dependen la produccin de ciertas enzimas y otros moduladores

qumicos necesarios para la maduracin psicosomtica de la criatura


humana. Lo peor no es que el pezn que chupamos sea de plstico, sino el
cuerpo que falta detrs del chupete o del bibern, es decir, la destruccin
del cuerpo a cuerpo con la madre y el bloqueo de nuestro desarrollo sexual
bsico.

Actualmente se separa sistemticamente a la criatura recin nacida de la


madre, con la excusa de lavar y de inspeccionar clnicamente a la criatura;
esto produce la interrupcin de la impronta, y es una negacin de la
sexualidad femenina, uno de los estados de mayor placer de nuestras vidas;
y tambin la de la misma criatura, que queda daada de por vida (a esto se
le llama falta bsica).

Hablar del placer y del deseo de amamantar suena tambin a algo


extravagante, hasta tal punto hemos perdido las pulsiones sexuales. Las
mujeres lo consideran una lata y dejamos a l@s bebs con biberones y
canguros para irnos a trabajar. Sin embargo, amamantar puede ser
sumamente placentero, un placer que se percibe en los pechos y en el tero
y en la vagina, pues hay conexiones o 'meridianos' de placer entre los
pechos y el tero, tal y como lo expresaban en el arte pre-patriarcal
trazndolos sobre los cuerpos en pinturas o esculturas.

Segn Michel Odent (7) durante la lactancia, la lbido de la madre se


orienta hacia el beb, lo cual le lleva a este cientfico a cuestionar la pareja
monogmica (lo cierto es que incluso en la sociedad actual, muchas
mujeres que amamantan a sus criaturas pierden el deseo hacia sus
compaeras/os).

La maternidad, que hoy se realiza de forma robotizada, sin el impulso del


deseo y de pulsin libidinal (y que est a cargo de la Medicina como si de
una enfermedad se tratara) es en realidad una etapa de la vida sexual de la
mujer. El grado de castracin de nuestros cuerpos es el necesario para dejar
la reproduccin humana a merced del orden establecido. Y la represin

exterior va cediendo cada vez ms terreno a la interior, a la prdida de la


conciencia de nuestros cuerpos, la autoinhibicin y la sumisin
inconsciente.

La sumisin inconsciente

Los padres de nuestra civilizacin descubrieron lo que hay que hacer para
convertir un toro en un buey y poder utilizar su fuerza sumisa para tirar de
la carreta o labrar los campos: castrarlo cuando es muy pequeo; entonces
inventaron la ganadera, tener un montn de vacas, de ovejas o de lo que
sea, reproduciendo lo que interesa; se trata de dominar a la especie en
cuestin para reducir su vitalidad sin matarla del todo para poder explotar
la produccin de esas vidas mutiladas. Este arte de la dominacin, de la
devatacin y de la explotacin lo aplicaron a la sociedad humana, para
conseguir ejrcitos para las guerras de conquista, y esclavos para el trabajo
forzado. En la especie humana, haba que manipular la capacidad
reproductora de la mujer para manipular las criaturas nada ms nacer y
criarlas en la carencia, en la represin y en el miedo, para ir formando el
acorazamiento psicosomtico necesario tanto para la crueldad y la
competitividad del guerrero como para la resignacin del esclavo; en este
proceso, como dice Amparo Moreno (10), es imprescindible que la madre
amante y enamorada de su criatura se transforme en madre patriarcal capaz
de reprimirla en lugar de complacerla, capaz de anteponer los objetivos de
su promocin social a su bienestar inmediato; por eso haba que eliminar el
latido del vientre de la mujer, la pulsin del deseo sexual que impulsa la
reproduccin, acabar con la pasin de la madre amante; por eso la
prohibicin de la expansin de la sexualidad femenina desde la niez; la
prohibicin de la sexualidad compartida de las mujeres, el quitarlas sus
costumbres y su espacio vital donde el tero palpitaba; y la implantacin de
un status social de inferioridad que posibilitase todo el sometimiento.

Aunque a lo largo de estos milenios de patriarcado, el arte y la tcnica de la


domesticacin han variado, siempre ha habido una combinacin de la
represin exterior (por la fuerza fsica, la coercin sibilina y las

incentivaciones en la escala social) con la represin interior (el propio


autoconvencimiento y autoinhibicin de la mujer). Es cierto que en algunos
momentos puntuales, y seguramente al principio, cuando las oleadas kurgas
invadieron los pacficos asentamientos matrifocales de la Antigua Europa
(11), hubo slo represin exterior pura y dura (ahora tambin cuando la
sumisin voluntaria de la mujer no les funciona, los hombres la emplean);
pero tambin es cierto que desde los comienzos se pusieron en marcha
mitos e incentivaciones destinadas a convencer a la mujer y lograr su
sumisin cada vez ms voluntaria y cada vez ms inconsciente.

Hoy por hoy la socializacin de la mujer en Occidente produce una


estructura psquica y un adiestramiento corporal en la mujer, que hacen que
nosotras mismas, como dice Lea Melandri reproduzcamos nuestra propia
autodestruccin. (6) Todo empieza cuando al nacer nos encontramos que
nuestra madre no est ah como mujer con su cuerpo de mujer en gestacin
extrauterina, sino como mujer del hombre y para el hombre; cuando
aprendemos de nuestras madres a mirarnos a traves de la mirada del
hombre (Melandri). Nosotras solas en nuestra cuna y ella en la cama con
pap: esa es la imagen de 'lo que debe ser' (el deseo del cuerpo a cuerpo es
adulto y falocntrico); y es, a la vez, lo que saca de la conciencia lo
prohibido, 'lo que no debe ser,' (el deseo del cuerpo femenino-materno),
para que nunca podamos evocar esa imagen, ni podamos imaginarnos ese
valor bsico y fundamental de nuestros cuerpos; porque tan importante es
que la mujer prohibida quede fuera del orden social, como que quede fuera
de nuestra imaginacin. As se construye una sexualidad adaptada al orden
patriarcal, con la infravaloracin y la percepcin falsa de nuestros cuerpos,
que slo deben gustar al hombre: la introyeccin del falocentrismo.

Lo prohibido no se dice, se silencia y se oculta detrs del tab del incesto,


para que no se sepa que este tab es ante todo la prohibicin de una mujer
que era incompatible con un determinado modelo de sociedad, y que por
ello qued perdida en el origen de esta civilizacin.

La supresin del cuerpo a cuerpo con la madre (12) es la base de la


construccin de los paradigmas de hombre y de mujer, de los gneros que
hacen funcionar esta sociedad; sus consecuencias estn directa e
inmediatamente relacionadas, entre otras, con el origen de la violencia, con
la interiorizacin psquica de las relaciones de Poder y de sumisin, y con
la transformacin del derramamiento del amor en relaciones de
posesividad. La herida psicosomtica que se inflige a la criatura humana
que nace de una madre libidinalmente asptica y robotizada, es decir,
patriarcalizada, se ha constatado en distintos campos del conocimiento. El
golpe que recibe la criatura humana es un cuestionamiento de su existencia;
el shock, el miedo, la ansiedad y la tensin muscular son las de alguien ante
la proximidad de la muerte. La supresin del cuerpo a cuerpo con la madre
y la desaparicin de la sexualidad no falocntrica de la mujer es la
mutilacin o la poda de las races humanas que convierten el rbol en un
bonsai.

La socializacin es un proceso de manipulacin de la herida producida por


la falta de madre, y de la ansiedad que mana de esta herida. Por eso lo
simblico es tan importante y acta con tanta eficacia: porque nos atrapa en
lo ms hondo y adems inconscientemente. El contenido de esta
manipulacin, que tiene lugar a lo largo del proceso de socializacin, es un
permanente chantaje emocional: para que te den un poco de lo que te han
quitado tienes que obedecer y cumplir las reglas establecidas. Uno de los
principales objetivos de esta socializacin es el de canalizar el anhelo y la
ansiedad que manan de la herida hacia el orden falocrtico y hacia la
pareja, esa pareja en la que se saciar todo el anhelo y se encontrar la
plenitud del deseo sexual.

As se codifica o se define este deseo como adulto y falocntrico (cuando


originariamente no lo era, era un deseo del otro sexo silenciado); durante la
infancia nos dicen que toda pulsin sexual es pecado, porque eso slo
corresponde a l@s adult@s cuando 'se casan'. Entonces crecemos pensando
que nuestro anhelo es encontrar al prncipe azul, al hombre de nuestra vida,
y que toda nuestra energa sexual ser absorbida y colmada por la media
naranja. Slo cuando se cumple puntualmente la Ley y se realiza el

paradigma (encontramos al principe azul, o la media naranja) nos veremos


libres de ansiedad, y tambin por eso el menor desajuste o crisis de
inadaptacin a la norma provoca tanta ansiedad y depresiones: porque deja
al descubierto la herida primaria. La sublimacin de la falta bsica, claro
est, es diferente en las nias y en los nios, y ah arranca la construccin
de los gneros, y todo el sistema de identidad, que tienen profundas races
emocionales e inconscientes. Cuando realizamos los paradigmas del gnero
femenino y del gnero masculino establecidos, al mismo tiempo que
afirmamos las instituciones que sostienen el orden social (el Matrimonio o
la Pareja estable heterosexual y mongmica), afirmamos tambin nuestra
existencia cuestionada; por eso los gneros estn tan arraigados individual
y socialmente y son tan difciles de cuestionar.

Y sin embargo el cuestionamiento de los gneros es imparable porque las


cosas no funcionan segn el mito de la media naranja; de hecho el mito de
la media naranja en el que proyectamos de nias nuestros deseos de vida y
de felicidad, es una imagen engaosa.

En primer lugar se ofrece la imagen de la simbiosis de las dos mitades de la


naranja, como proyecto de vida adulta. Pero la simbiosis slo pertenece a la
etapa primal, cuando necesitamos estar en brazos, permanentemente
fusionados para comer, tener calor, estar protegid@s, movernos, etc. La
lbido adulta (excepto el estado de exterogestacin de la mujer) se produce
para fusiones discontinuas, no para un estado de fusin o simbiosis
permanente. Entonces la trampa est en que se ofrece la imagen de la
naranja, que se sabe que no es cierta, para atrapar y canalizar el anhelo
simbitico del cuerpo materno. Por eso no existe prncipe azul que pueda
colmar dicho anhelo. En este camino emocional desaparece de nuestras
vidas el cuerpo de la madre y su significado.

En segundo lugar, nuestra sexualidad no se complementa unvocamente


con la del hombre. El mito de la media naranja ofrece la imagen de una
complementariedad recproca, cuando la mujer, an la que tiene prcticas
heterosexuales habituales, tiene estados sexuales y pasa por ciclos de su

vida en los que su lbido no se orienta hacia el hombre. El orden simblico


falocrtico proyecta la imagen de simetra entre los dos sexos, para as
dejar fuera de la imaginacin y de la realidad toda la sexualidad femenina
no falocntrica. Cmo no va a haber crisis de pareja en general, y de la
pareja heterosexual en particular? La pareja estable adulta, es un paradigma
falocrtico, no pertenece a la sexualidad natural del gnero humano.

En tercer lugar, a lo largo de nuestras vidas el deseo no se queda fijado


siempre en la misma persona; nadie honestamente puede decir que slo ha
querido a una sola persona en su vida. Por eso cuando la ley cede terreno y
reconoce el derecho a ser coherente con los sentimientos (en apariencia al
menos) el matrimonio y la familia entra en crisis. En la familia tradicional,
las relaciones entre los cnyuges y entre los padres y l@s hij@s se
mantenan estables, haciendo cada cual lo que le tocaba, porque se asuma
la ley, no porque fuese el desarrollo natural de los sentimientos. Ahora los
padres se quejan que l@s hij@s no sienten respeto ni cuidan de sus viej@s,
las parejas se deshacen cada dos por tres, etc. etc. Y as seguir siendo
mientras que no recuperemos las relaciones armnicas entre los sexos (que
presupone el reconocimiento del sexo femenino y la asimetra de las
funciones de cada sexo).

En cuarto lugar, las dos mitades de la naranja nos las presentan como dos
mitades homlogas, mismo volumen, mismo peso, etc. Esto esconde la
relacin de Poder del gnero masculino sobre el femenino. Aunque no sea
una ley escrita (hoy supuestamente la ley reconoce igualdad de derechos
etc. etc.), el Poder del sexo masculino est inscrito en el inconsciente
colectivo, desde que el colectivo hegemnico de varones invent el sistema
de otorgar a cada hombre, por ser hombre, una cuota de la potestad de la
patria sobre la vida y la muerte de sus mujeres, de la descendencia de sus
mujeres y de sus sierv@s (y no es casualidad que la figura jurdica de la
patria potestas siga conservando este nombre en nuestros cdigos civiles), y
esto lleva milenios de puesta en prctica, de elaboracin concreta y de
rodaje, y por eso el machismo y la pre-potencia masculina siguen estando
plenamente vigentes. Y por eso cuando los hombres entran en situaciones
lmites de desesperacin pegan, violan y matan a sus mujeres, para

autoafirmar su ego con el que tratan de resarcir la existencia cuestionada:


porque es ma y por eso hago lo que quiero. El paradigma del gnero
masculino, que se resume en el nombre del 'padre', lleva incluido la patria
potestas, el poder sobre la mujer y l@s hij@s; el del gnero femenino, la
sumisin. Por mucho que de palabra digamos que es apoyo mutuo, amor,
proteccin y respeto, sabemos que ah est la relacin de poder y sumisin,
dentro de la naranja.

En quinto lugar, el restablecimiento de la armona entre los sexos no tiene


nada que ver con la complementaridad de ningn ego, ni masculino ni
femenino, sino con la recuperacin de lo que la antropologa llama sistema
de identidad grupal (la percepcin de cada cual como parte de un grupo).
Recuperar la mujer prohibida significa recuperar su funcin social, y sta
no es una funcin individual, sino grupal, de los grupos de mujeres. Y lo
mismo se puede decir para una condicin masculina no patriarcal (13).

Bibliografia

(1) Freud, Sigmond (1931) Sobre la sexualidad femenina Tomo III Obras
Completas Ed. Biblioteca Nueva, Madrid 1968

(2) De Choisy, Maryse: La guerre des sexes Ed. Publications Premires


1970

(3) Merelo-Barber, J. Parirs con placer. Kairs, Barcelona, 1980.

(4) Reich, W. : Reich habla sobre Freud Ed. Anagrama. Tambin en


Leboyer, F. El parto: crnica de un viaje, Ed. Alta Fulla, Barcelona 1998

(5) Segn la antroploga Martha Moia (El no de las nias laSal ed. de les
dones, Barcelona 1981) el primer vnculo social estable de la especie
humana no fue la pareja heterosexual... sino el conjunto de lazos que unen
a la mujer con la criatura que da a luz... (que) se expande al agregarse otras
mujeres... El ginecogrupo (y no la pareja heterosexual) es la primera forma
de organizacin humana original y universal... que se estructura a partir de
exigencias ... culturales y no instintivas.. no es un resto de una forma de
organizacin entre varias posibles, sino la original a partir de la cual se
derivarn todas las variables conocidas. Esto lo corrobora J.J. Bachofen
(Mitologa arcaica y derecho materno ed. Anthropos, Barcelona ) en su
estudio basado en la literatura griega antigua, segn la cual la organizacin
social se vertebraba desde 'lo maternal' (muttertum); sin embargo la
incorrecta traduccin de 'muterlich' (maternal) y 'mutertum' (lo materno)
que casi por norma han sido traducidas por 'matriarcal' en todas las
versiones en castellano, oscurece este estudio.

(6) Melandri, Lea: La infamia originaria Ed.Ricou, Barcelona 1980

(7) Odent, M. El beb es un mamifero Ed. Mandala, Madrid 1990

(8) V.V.A.A. Mamatoto: la celebracin del nacimiento. Plural ediciones,


Barcelona 1992.

(9) Balint, M. La Falta Bsica Paids, Barcelona 1993 (10 publicacin:


Londres y Nueva York 1979)

(10) Carta de Amparo Moreno a la Asociacin Antipatriarcal, Boletn n1 4,


Madrid, diciembre 1989.

(11) Lerner, Gerda La creacin del Patriarcado, Crtica, Barcelona 1990.

(12) Irigaray, Luce: El cuerpo a cuerpo con la madre la Sal ed. de les dones
Barcelona 1985

(13) Ver nota (5): adems del concepto de 'ginecogrupo' de Moia, hay
muchsimos datos que suministra la antropologa sobre el carcter colectivo
de la funcin femenina, como las 'tbula' de Malinowsky (The sexual life
of savages in North-Western Melanesia. Beacon Press, Boston 1987). En
cuanto a la condicin masculina, los 'polipteres' de Bachofen tambin es
muy significativa. Segn este autor, en la sociedad prepatriarcal cada ni@
tena muchos 'padres' que l@s cuidaban: este trmino de 'polipteres'
responde al enfoque patricntrico y a la incapacidad de Bachofen de salirse
de la perspectiva patriarcal, pero su significado no deja dudas en cuanto al
carcter colectivo de la funcin masculina.

Nota : Para ms informacin sobre el tema de la sexualidad femenina,


pueden consultarsenuestros libros: La represin del deseo materno y la
gnesis del estado de sumisin inconsciente (MadreTierra 1996), El asalto
al Hades (Traficantes de Sueos 2001), en el artculo 'Matricidio y estado
teraputico' del n 25 de la revista Archipilago, en el monogrfico de la
revista Ekintza Zuzena 'La sexualidad de la Mujer', y en la ponencia
'Tender la urdimbre' en el I Congreso Internacional sobre parto y
nacimiento en casa, Jerez octubre 2000.

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