Saez Carmen - Mujer Locura Y Feminismo
Saez Carmen - Mujer Locura Y Feminismo
Saez Carmen - Mujer Locura Y Feminismo
C h e s te r
R a c h e l T. H a r e-M u stin
R o u th M o u lto n , J .B a r r e t
edicin a
cargo de Carmen Saez
O Carmen Sez
O Ddalo Ediciones, S. A.
Bravo Murillo, 3, 2* C
M adrid-3. Telfono 448 97 30
ISBN: 84-85337-12-3
Depsito Legal: M. 23.766- 1979
Impreso en Espaa - Printed in Spain
AG1SA. Toms Bretn, 51. M adrid-7
MUJER, LOCURA
Y FEMINISMO
CARMEN SAEZ BUENAVENTURA, VVALTER R. GOVE
y JE A N T T E TUDOR, PA U LIN E BART,
M A RLEN E B O SK IN D LODAHL, ANN W O LB ER T BU R G ESS
y LINDA LYTLE HOLM STROM , CAROL J . BARRET,
PH Y L L IS C H E S L E R , JE A N N E T M ARECEK
y K IA N E KRAVETZ, ROUTH MOULTON,
RA CIIEL T. H A RE-M USTIN
INTRODUCCION
He aqui cmo, desde los seis mil aos que el m undo existe,
los sabios en tre los sabios han juzgado la raza m ujer.
Por qu m enciono a las m ujeres
La Unin Obrera
F
lora
r is t n
(1843) *
E d it. F o n t a m a r a . 1977.
en el que no nos reconocem os, pero donde el hom bre nos ubica
o nos acoge, cuando se siente patern al, o de donde nos excluye,
las m s de las veces, cuando cree que, desde ese trm ino ofre
cido en calidad de prstam o, podem os a te n ta r co n tra su supe
rioridad (3).
No o b stante todo ello, la m u jer logr en determ inados mo
m entos histricos una im p o rtan te revalorizacin, m ediante la
que casi lleg a eq u ip ararse socialm ente al p rim er sexo, si bien
a expensas de los estra to s sociales m s afortunados. En nuestro
m undo occidental uno de los m om entos m s espectaculares en
este sentido, es la Rom a de finales del perodo republicano y
comienzos del Im perio, en que la m ujer, exceptuando el terreno
poltico-jurdico, tiene acceso y p articip a con un am plio m argen
de libertades, en el cam po de la cultura, las finanzas, el culto
religioso, etc., y ello en un sistem a nada fem inista (4). Pero la
rom ana que puede a d m in istra r sus bienes, co n tratar, divorciar
se, ab o rtar, cu ltiv ar las arte s o los negocios, regular su descen
dencia e in fluir en la vida pblica, ve p erd erse los logros y con
quistas de siglos precedentes, a m edida que se expanden y se
enraizan con m ayor fuerza, la m isoginia y el patriarcalism o
judeo-cristianos (5).
Poco a poco, van retrocediendo nuevam ente a los ghettos
fam iliares, donde vuelven a afanarse en sus tareas, con la doci
lidad de anim ales dom sticos. Una nueva imagen va im ponin
dose com o m odelo: la de virgen-madre-de Dios. El patriarcalis
m o rom ano de la Repblica, en su poca m s p o ten te se ve, no
slo reforzado, sino consolidado m ediante el concepto tu rb io y
vidriado que p ara el cristianism o rep resen ta la sexualidad, y,
p o r ende, la m u je r portadora de la misma.
Las coordenadas lcitas para las cristianas, retro trad a s a sus
hogares, son escasas y bien delim itadas: por m uros, los m anda
tos de un solo Dios, hom bre, que nunca tuvo hijas; p o r techo,
la autoridad del esposo; com o recom pensa, la servidum bre y el
sacrificio constantes, hacia aqul y los hijos, p ara quienes su
seno se hallar siem pre disponible, com o receptculo agradeci
do, en el que anide la sim iente del ser superior; com o esperanza,
m s all de la vida: una resurreccin de los m uertos en la que,
en el m ejor de los casos, se le reserva un puesto de segunda cla
se en el banquete de los santos. E sta es la imagen de m u jer del
cristianism o (depsito de los designios de la divinidad m ascu
lina) que no sabe de sexo, que no sabe de m undo, que no sabe
de nada que no sea c ria r al hijo y desaparecer de la historia,
cuando ste ha cum plido su ciclo vital. Ese es el m ito que ha
prevalecido d u ran te siglos y que. an hoy, m arca la pauta del
DE LA BRUJERIA A LA PSICOPATOLOGIA
La nueva organizacin social, surgida de la Edad Media, cre
el am biente propicio para canalizar, p o r o tras vas, las in q u ietu
des individuales y sociales.
No o b stante p ersistir la caza de b ru jas h asta el siglo x v iii ,
ya en el siglo xvn, se haban alzado voces, como la de Girolano
Cardano. que consideraban a las b ru ja s com o viejas m endigas,
cuya conducta estaba m otivada p o r la m iseria, las privaciones
y el ham bre (37).
A m edida que a finales del siglo xvii, la nueva actitu d cien
tfica haba com enzado a incidir en el estudio de la b ru je ra y
la demonologa, y los m dicos recogan detalladas histo rias cl
nicas de endem oniados, com enz a hablarse de fisiologa y pato
loga de estos casos. O tras voces, las m s, fueron pronuncin
dose en el sentido de Johan W eyer (consideraba a las b ru jas
como a viejas de escasa o p ertu rb ad a inteligencia, a las que el
diablo engaaba) y com enzaba a tran sm u tarse el significado de
bruja, p o r el de enferm a m ental. Asi se expresaron Tuke y
ms adelante O tto Snell y K irchoff, quienes afirm aban que
eran la paranoia, la histeria, la dem encia senil, la epilepsia y la
melancola, los procesos q u e padecieron las m ujeres acusadas
de b ru jera (38). En la actualidad, dicha teora todava encuen
tra determ inados portavoces (39).
Una m itologa suceda a o tra, una interpretacin su stitu a a
la anterior, y m ientras tan to , continuaban olvidndose los con
dicionantes que m otivaban sem ejantes actitudes, diversas a las
del com n de las gentes, as com o se ocultaba el significado de
las m ism as, de cara a la com plejidad y caractersticas que eran
peculiares de la poca y la sociedad en que surgan. Confundi
das de esta m anera las consecuencias (tratam ientos sim ilares,
aplicados a unas y o tras m ujeres), con las causas, hom ologron
se, burdam ente, unos casos y otros.
No debem os olvidar que, a lo largo del Renacim iento y a fi
nales de la Edad Media, el concepto y el tratam ien to de la en
ferm edad m ental derivan, todava, de las ideas de la antigedad
clsica, m odificadas a lo largo de gran p arte del perodo m edie
val. a consecuencia de los dogm as teolgicos y las creencias
populares, prim ordialm ente. De esta m anera, los m dicos sus
tentaban an la idea de que, las causas de los trasto rn o s psqui
cos podan se r tanto natu rales, com o sobrenaturales. Una en
ferm edad a la q u e se le aplicaban rem edios natu rales, p o r creer
que natu ral era su etiologa (basada sta en los conceptos de la
teora hum oral), era considerada, al cabo de cierto tiem po de
Ob. cit.)
EN EL PRESENTE
En nuestro m undo occidental, el presente siglo, es heredero
de los progresos, descubrim ientos, contradicciones y errores,
em anados del siglo xix, a la vez que creador de nuevos procesos
y estructuras, descubridor de hechos ignorados y generador de
nuevos errores y contradicciones.
En lo poltico y econmico, a la vez que se asiste a un desa
rrollo del capitalism o industrializado, sin precedentes, presen
ciamos el xito de revoluciones obreras y la im plantacin y desa
rrollo de los prim eros regm enes socialistas. E n lo tcnico y lo
cientfico a la p a r que se alcanza a pisar c investigar nuevos
planetas de n uestra galaxia, se crean rganos o elem entos de
repuesto, con que alarg ar la vida o im pedir la m uerte, en deter
minados m om entos del devenir individual; la natalidad cuenta
con medios de control y evitacin; la supervivencia, crianza y
educacin infantiles han experim entado cam bios notables; la
gravidez se considera como un hecho natural cuya atencin, sin
embargo, ha m ejorado y cuyos riesgos han dism inuido (todo
ello, desde luego, a nivel de ciertos sectores urbanos, prim ordialm cnte). Desde el punto de vista jurdico, a finales del segun
do cuarto de siglo, las m ujeres adquirieron por fin en nuestro
hem isferio, el derecho al voto; de 1945 a 1950, quince pases
europeos (a los que se fueron adhiriendo sucesivam ente la m a
yor parte de los restantes), m odificaron sus constituciones, en el
sentido de reconocer el derecho de igualdad entre los sexos (88).
Socialm ente, a la vez que la m ayor p arte de las instituciones
han sufrido im portantes cambios, los sistem as de asistencia,
em brionarios a finales del siglo xix han do extendindose y
si bien term inan adm itiendo, de m ejor o peor grado, que tales
m ujeres son excepcionales o extraordinarias por naturaleza,
con lo cual la ideologa dom inante pretende extraerlas de su
origen (el de m ujeres), negando a las restantes, aquellas de sus
miem bros que confirm an las categoras y capacidades que todas
poseen y que son mucho m s am plias y ricas que las puram ente
anim ales y /o sexuales (103).
Cierto, que algunas de las em peadas en la tarea de perso
nalizacin pueden llegar a la crisis, cuando la tensin en tre las
necesidades individuales y las im puestas p o r el control social
se m uestren tan contradictorias e irreconciliables, que hagan
saltar el equilibrio del sujeto en lucha, pero ello no ha de signi
ficar que necesariam ente ste haya de cejar en su em peo, sino
que deber, quiz con cierta ayuda, reform ar el cam ino ensa
yando tcticas nuevas. Lo fundam ental en este caso es quin
puede servir de ayuda y qu medios pueden ser tiles para
reem prender la m archa con m ejor acierto.
A la tendencia a la medicalizacin de los problem as en ge
neral y de los femeninos en p articu lar (segn veamos en p
rrafos anteriores) asistim os a la psicologizacin y psiquiatrizacin de los mismos, una vez que psicologa y psiquiatra se con
vierten en presuntas adelantadas, entre las ciencias dedicadas
al com portam iento humano. El sab er mdico, sustituy en gran
parte el saber religioso; hoy psiclogos y psiquiatras son, en
gran m edida, confesores y guas de gran nm ero de gentes y a
la par, quienes dictan los lm ites entre cordura y locura (104).
El sexo a que pertenecen m ayoritariam ente, la clase social
de la que proceden en general y las co m en te s ideolgicas que
ms influyen hoy da en la form acin de estos tcnicos, preco
nizan un tipo de psiclogo o psiquitra, com nm ente sexista y
regresivo, cuya prctica profesional se halla m s prxim a al
ejercicio jurdico que al cientfico, dado su escaso inters por
investigar y tra ta r de com prender los nuevos fenmenos, ante
los cuales contina em pecinado en distinguir, para sep arar lo
bueno de lo malo. Todos estos factores, les conducen a menudo
a tom ar la parte p o r el todo, llegando en ocasiones, a peripecias
t clm ente preocupantes, como dem uestran las experiencias ya
clsicas de Roseham (105) y Tem crlin (106).
Desde este enfoque, an las m ujeres que han actuado trad i
cionalm ente. han sido las que han venido a tener que ser nor
malizadas al expresar las consecuencias patolgicas de la asun
cin del rol sexual estereotpico: en lugar de ser su papel el que
haya venido a m odificarse y adecuarse a las personas, para
evitar su patogeneidad. E sto ha exigido: 1) la psiquiatrizacin
acu sad a de p rcticas ilegales. M ujer cu lta, q u e haba seguido cu rso s espe
ciales de m edicina, fue acu sad a, no d e h ace r m al su com etido, sino, p o r el
c o n tra rio , de ten er m s xito s q u e os m dicos varones. As m ism o, u n o
de los m s fu rib u n d o s cazad o res d e b ru ja s de In g la te rra , afirm ab a: ... no
slo consid erb am o s b ru ja s , a las q u e asesin an y a to rm e n ta n , sino a todas
la adivinas, sab io s y sab ias... S era m il veces m e jo r p a ra el m undo, que
todas las b ru ja s , y en p a rtic u la r las q u e ocasionan beneficios en vez de
p erju icio s, p u d ie ra n m orir. (C itado p o r B. E h r e n r e i c i i y D. E n g u s h :
Ob. cit.)
(30) E n el siglo x tii, so n q u em ad o s los escrito s de A ristteles, p o r o rden
d e la Inquisicin, as com o la o b ra d e A vcrroes (G. Z ilb o o rg : Ob. citada).
(31) S o b re la repercusin d e iguales m edidas en E sp a a, ver: H istoria
Social d e la M cdtcitia en la E spaa d e los siglos X I I I y XI V. L u is G a r c a
B a i j .l s t e r (Akal ed ito r, 1976). E ste a u to r su b ray a com o: a finales del si
glo xiv y p rim ero s del xv, los servicios d e las m u jeres m o ras, q u e p ra c ti
caban la m edicina, e ra n req u erid o s p o r los M unicipios y la m ism a C orte,
oficio q u e tam b in p racticab a n las ju d a s (cinco de las cu ales fueron p a r
te ra s en la p ro p ia C orte de la C orona d e Aragn) y las cristia n a s (...) As.
p o r ejem plo, en 1391, el M unicipio d e C astelln acu erd a so licitar la p re
sencia d e u n a m etgessa (m dica) m o ra especializada en la c u ra de e n fer
m edades d e los o jo s, reco rd an d o q u e ya h ab a e sta d o h aca alg n tiem po
en la ciudad y h ab a realizad o all g ran d es curas"...*.
(32) Com o ejem plo, sirv a el siguiente: E n 1956 fu ero n d eten id as en
H arsb u rg o (Alemania) d o s m u jeres acu sad as d e b ru je ra . H aban solicitado
a o tr a m u je r, un m edio p a ra a tra e r d e nuevo a dos estu d ian tes, d e quienes
e sta b a n em b arazad as. F ueron acu sad as, ad em s d e p ro stitu ci n , d e in citar
a o tra s m u je re s a secu n d arlas en su s fechoras; p o r fin, fu ero n ejecu ta
das. En o tr a ocasin, u n a m u je r se neg a ir a la Iglesia cu an d o el p asto r
se lo m and; co m o fuese ya d e an tes, sospechosa de b ru je ra , fue deten id a
c in terro g ad a b ajo to rtu ra : en tales circu n stan cias, confes h a b e r com etido
a d u lte rio con su cuitado, b a jo cu y a form a, vino a ella el diablo. Fue a ju s
ticiada. (G. R osen en M adness in Socicty.)
(33) R ecordem os, en este sen tid o , los clebres p ro ceso s de Loudon,
M attain co u rl, del C onvento d e S. P lcido de M adrid, d e S alem , etc.
(34) F.n 1656, en K appcl (A lem ania), fue acusada d e b ru je ra Eiizabcth
Leip. Su m arid o a firm a b a q u e e ra una m u je r h o n rad a y q u e. adem s,
h ab a denu n ciad o varios crm en es en o tra s ocasiones y que la acusacin
h ab a sido inventada p o r enem igos, com o venganza. Un cam p esin o que
acu sab a de b r u ja a E iizabcth. a firm a b a que el m arid o d e s ta le deba
80 gulden y q u e, a l in te n ta r re c u p e ra r su d in ero , su h ijo haba cado en
ferm o (G. R o s e n ) .
(35) En 1553 Miguel S erv et pu b licab a su d escu b rim ien to d e la circu la
cin p u lm o n ar, p a ra O ccidente (parece que fue d escrita, en el siglo x m p o r
Ibu-An-Nafis, em in en te m dico ra b e nacido en D am asco); en 1600 e ra que
m ado vivo en la hoguera, en G inebra, tra s p o n er en d u d a la trip erso n alid ad
de la D ivinidad y la vida e te rn a d e Jess (De T rin ita tis E rroribus), a la
p a r q u e se co n v erta en convencido d efen so r d e la teo ra copernicana. Giord an o B run o m o ra quem ado, el m ism o a o en Italia, acu sad o d e hereja.
Galileo, m dico, fsico y m atem tico m ora en 1642, tra s casi diez a o s de
c u sto d ia p erp etu a, p o r p a rte d e la Inquisicin, d esp u s d e a b ju ra r d e sus
creencias, tra s el fam oso p ro ceso d e todos conocido.
(36) Los a u to re s m s p restig io so s coinciden en a firm a r, q u e all donde
ap are can los secuaces del S a n to O ficio, las b ru ja s su rg an p o r doquier,
en ta n to q u e, cu an d o exccpcionalm ente, p erso n as razonables y sen satas
Jeannete F. Tudor
(C entral M ichigan U niversity)
las psicosis funcionales (esquizofrenia, reaccin psictico-depresiva y reaccin paranoide) son trastornos psicticos sin causa
orgnica (conocida) (American Psychiatric Association, 1968).
Las o tras dos grandes categoras de diagnstico, las caracteropatas y los trastornos cerebrales crnicos y agudos, no se
adecan a nuestra concepcin de enferm edad m ental. I-as perso
nas con trastornos caracteriales no experim entan m alestar p er
sonal, no se sienten ansiosas ni fatigadas, ni sufren ningn tipo
de desorganizacin psictica. Se las considera enferm os men
tales, porque no se ajustan a las norm as sociales y se ven for
zadas a som eterse a tratam iento habitualm ente, porque su con
ducta resu lta agresiva, impulsiva y am biciosa, lo cual resulta
antisocial o asocia!. (American Psychiatric Association, 1968;
Rowe, 1970; Klein y Davis, 1969). Los sntom as asociados a los
trastornos de personalidad, no slo son diferentes a los asocia
dos a la enferm edad m ental (tal y como la estam os definiendo),
sino que las form as de terapia que norm alm ente son efectivas
en el tratam iento de la enferm edad m ental, dejan de serlo en
el tratam iento de los trasto rn o s de la personalidad. En realidad,
slo recientem ente se ha llegado a considerar que los trastornos
de la personalidad en tran en el terreno de la psiquiatra (v. gr.:
Robbins, 966, pg. 15). Los trastornos cerebrales (los sndrom es
cerebrales agudos y crnicos) tienen una causa fsica (lesin ce
rebral o txica) y no son un trastorno funcional. Como las alte
raciones de la personalidad y del cerebro no se adecan a nues
tra concepcin de la enferm edad m ental y en este artculo no
sern tratados como tales.
Casi todos los pacientes psiquitricos estn clasificados den
tro de las categoras de diagnstico ya com entadas. Tres de las
categoras restantes deficiencia mental, sin trasto rn o men
tal* y sin diagnstico se explican suficientem ente por s mis
mas, no se utilizan norm alm ente y no son relevantes para el
presente trabajo. O tras dos categoras pueden tener inters.
El trasto rn o de personalidad transitorio es un sntom a agudo
de respuesta ante una situacin insoportable, en el que no
existe ninguna perturbacin esencial de la personalidad (3).
Cuando el stress situacional disminuye, tam bin lo hacen los
sntom as. Esta categora de diagnstico se aplica sobre todo a
nios y adolescentes, y tam bin se utiliza ocasionalm ente con
adultos. Quiz debiram os incluir en nuestra concepcin de en
ferm edad m ental algunas personas diagnosticadas de esta for
ma, pero no estam os seguros de ello. En la o tra categora, estn
incluidos los trastornos psicosomticos, caracterizados por sn
tomas som ticos, que aparecen como consecuencia de una ten
ROLES SEXUALES
En la sociedad occidental, como en otras sociedades, el sexo
acta como determ inante fundam ental del status, canalizando
al individuo hacia roles especficos y determ inando la calidad
de su propia interaccin con los dem s (Hughes, 1945; Angrist,
1969). Hay ciertas razones que perm iten suponer que las m uje
res, a causa de los roles que desem pean norm alm ente, estn
ms predispuestas que los hom bres a tener problem as em ociona
les. En p rim er lugar, la m ayor p arte de las m ujeres estn limi
tadas a un nico rol social principal am a de casa m ientras
que la mayora de los hom bres ocupan dos roles, cabeza de fa
milia y trabajador. De este modo, un hom bre posee dos fuentes
principales de gratificacin, su familia y su trabajo, m ientras
que la m ujer slo posee una, su familia. Si un varn encuentra
que uno de sus roles es insatisfactorio, puede m uchas veces
cen trar su inters y atencin en el otro. Por el contrario, si una
m ujer encuentra que su rol de familia es insatisfactorio, nor
m alm ente no posee o tra fuente de gratificacin alternativa (Bernard, 1971, pgs. 157-63; tam bin Lopata, 1971, pg. 171; Langner
y Michael, 1963).
En segundo lugar, parece lgico suponer que un am plio n
m ero de m ujeres encuentran que la m ayora de sus actividades
instrum entales criar a los hijos y cu id ar la casa resultan
frustrantes. S er am a de casa no requiere una especial habilidad,
ya que, prcticam ente todas las m ujeres, educadas o no. pare
cen ser capaces de llevar a cabo tal actividad con m ayor o me-
u a d r
P O R C E N T A JE S 0 fc H O M B R E S Y M U JE R E S M E N T A L M E N T E
E N F E R M O S S E G U N E S T U D IO S E P ID E M IO L O G IC O S
FUENTE
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1.006
5
236
1.793
1.242
,
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1.44
Neurosis:
Mujeres
Hombres
Total:
Mujeres
Hombres
C uadro
Hombres
(%)
Mujeres
(%)
Pacientes
(N)
41
34
37
59
66
63
(746)
(264)
(239)
<*)
(270)
39
61
(4.452) +
0,5
0.6
(2.003)
2.9
7.6
(2550)
Referencia a un psiquiatra:
Watts, Caute y Kuenssberg
(1964. pg. 1355)
Referencias..............................
Inees y Sharp (1962, pg. 499)
Referencia a partir de la po
blacin general en un ao
d a d o ....................................
Pacientes externos :
Hagnell (1966, pg. 46) ........
u a d r o
FUEN T E
Hom
bres
(%)
Mujeres
(%)
Prcticas
Pacientes estudiadas
(N)
(N)
3,0
3.4
15
7.4
(990)
(875)
5,5
9,4
(2.926)
7.1
1.4
16.3
7.1
(5.471)
(2.400)
(1)
(1)
3,0
11.1
6.4
15,8
(114.294)
(670)
(106)
(1)
3,5
15
5.9
17.4
12,6
27,2
(14.697)
(7.454)
6,9
15,6
(743)
-----
(40)
32,0
31,8
68,0
68,2
(6.123)
(154)
Tipo de Hospital
Federales y provinciales...................
Privados...............................................
VA (alta estimacin) ......................
26
5
5
23
6
0
Total .....................
36
29
Atencin psiquitrica
en hospitales generales
No federales (*) ................................
VA ( + ) .................................................
Seguridad S o cial.................................
Total
...
65
9
120
0
74
120
Atencin en Clnicas
Psiquitricas externas ( )
Todas excepto las del VA .............
V A .........................................................
166
0
271
0
Total .....................
166
271
C uadro
Hombres
Mujeres
Primeros ingresos
en Hospitales Mentales
Federales y provinciales.....................
Privados...............................................
VA (alta estim acin)..........................
2
2
2
2
2
0
Total .....................
Atencin Psiquitrica
en Hospitales Generales
No federales ( * ) ..................................
Hospitales generales del VA ( + ) .......
Seguridad Social .................................
70
9
2
137
0
0
Total .....................
81
137
Atencin en Clnicas
Psiquitricas externas
Todas excepto las del V A ..................
V A ......................................................
20
6
27
0
Total .....................
26
27
FUENTE
Hombres
(%)
Mujeres
(%)
18,9
52,4
809
18,2
30,7
2.550
31.0
59.0
274
65.0
71,0
1.010
Tamao
de la muestra
FUENTE
Hombres
(%)
Mujeres
(%)
Shepherd y otros
(1964. pg. 1.361X11)
Mazur (1967) (+ ) ...
Watts (1962, pg. 40 ( )
2,5
41.6
15
58,4
Tamao
de a
muestra
14.697
89(**)
114,294
Prcticas
estudiadas
(N)
(46)
(5)
(106)
que las tasas de los hom bres eran m s altas y otros indicaban
lo contrario. A pesar de todo, si exista un rasgo com n entre
estas categoras, ste consista en que los hom bres estaban ms
predispuestos que las m ujeres a la enferm edad m ental, pues en
cada una de estas categoras de no casados un mayor nm ero
de estudios dem ostraba que las tasas de enferm edad mental
eran m s altas en los hom bres.
Como la posicin de la m ujer en nuestra sociedad ha expe
rim entado cambios fundam entales en un pasado relativam ente
reciente, podram os esperar algunos cam bios a travs del tiem
po. en la proporcin de enferm edad m ental entre los dos sexos.
De hecho existen pruebas de cierto cam bio en el perodo cer
cano a la Segunda G uerra Mundial. Por ejemplo, en el perodo
anterior a ella en los hospitales psiquitricos ingresaron ms
hom bres que m ujeres con trastornos psicticos (Landis y Page,
1938, pg. 40; Goldham er y M arshall, 1953, p. 65; U.S., Bureau
of the Census, 1930, 1941). Por o tra parte, los estudios epidemio
lgicos citados por Dohrenwcnd y Dohrenwend, que, segn su
opinin, indican que las diferencias entre los sexos en las tasas
de enferm edad m ental, son inexistentes sugieren un movimien
to hacia tasas relativam ente ms altas de enferm edad mental
en las m ujeres. Doce de los trabajos citados p o r ellos y realiza
dos en Europa Occidental o N orteam rica, despus de la Se
gunda G uerra Mundial, presentaban cifras ms altas para las
m ujeres, m ientras que en ninguno aparecan tasas ms altas
en los hom bres (Dohrenwend y Dohrenwend, 1969. pg. 15).
El estudio de com unidad de Leighton y otros (1963, pgs. 322353) tam bin proporciona una serie de datos que dem uestran
que el nm ero tan desproporcionado de m ujeres con enferm e
dad m ental es un producto del sistem a social. Al igual que en
otros estudios de com unidad, se encontraron con que en gene
ral existan ms m ujeres con enferm edad m ental que hom bres,
y lo que es ms im portante, descubrieron dos tipos de com uni
dades con resultados opuestos: un grupo de tres com unidades
con una crisis econmica muy fuerte y un pueblo francs de
Acadia que estaba perfectam ente integrado. Como era de espe
rar, las com unidades depauperadas econmicamente tenan una
tasa de enferm edad m ental mayor que otras. Lo interesante del
caso es que en estas com unidades las tasas de enferm edad men
tal que presentaban los hom bres eran algo m s altas que las
de las m ujeres. Esto es lgico teniendo en cuenta que una si
tuacin de bajo nivel de empleo tiene ms repercusiones sobre
los hom bres. La com unidad francesa de Acadia (integrada) p re
sentaba tasas de enferm edad m ental muy bajas, siendo las de
RESUMEN
Hemos afirm ado que el rol de la m ujer, en las sociedades
m odernas industrializadas, posee una serie de caractersticas
que pueden favorecer la enferm edad m ental y hem os explorado
la posibilidad de que, en tales sociedades, las tasas de enfer
medad de las m ujeres sean m s elevadas que la de los hom bres.
En nuestro anlisis, hem os utilizado una definicin muy precisa
de la enferm edad m ental, lim itndola a trastornos funcionales
caracterizados p o r la ansiedad (neurosis) y /o desorganizacin
m ental (psicosis). La inform acin acerca de los prim eros ingre
sos en hospitales m entales, del tratam iento psiquitrico en hos
pitales generales de pacientes am bulatorios, de la atencin psi
quitrica a pacientes privados, adem s de los datos que arro ja
la prctica de los mdicos generales y los estudios cpidemiol-
todo B rad b u rn y Caplovitz (1965, pp. 95-127) pro p o rcio n an un g ran n m ero
de p ru eb as q u e lo fu ndam entan.
(6) I-as p ru eb as indican que s te es el caso d e E u ro p a (Haavio-M anila.
1967; P rudcnski y K olpakov, 1962; D ahltrom y L iljestrom , 1971), y tam bin
parece s e r el caso de los E stad o s U nidos (H artlcy, 1959-60).
(7) A lgunos investigadores (v. g.: M ead. 1949; K om arovsky, 1946; Fred an , 1963; S tein m an n y Fox, 1966; B ardw ick, 1971) h an p o stu lad o que Jas
expectativas con q u e se en fren tan las m u jeres, no so lam en te son difusas,
sino de hecho co n tra d icto rias y que las m u jeres e st n situ a d as en u n grave
doble vinculo (double bind).
(8) E xisten u n a serie d e razones p a ra elegir el p erio d o cercan o a la
S egunda G u erra M undial com o p u n to de p a rtid a . Nos estam o s ocupando
de ad u lto s y g ran p a rte de su m arco d e referen cia e sta r d eterm in ad o
p o r el tip o d e m u n d o en el q u e se h an educado. I.as m u je re s ob tu v iero n
el derecho al voto en 1920 y las p erso n as q u e nacieron en aq u ella poca
solo tenan 25 aos d e edad al final de la S egunda G u erra M undial. Es
m s, el gran im p acto de la indu strializaci n no em pez verd ad eram en te
h asta la P rim e ra G u erra M undial. De este m odo, las p erso n as que so b rep a
saban con m u ch o los 25 aos al fin al de la S egunda G u erra M undial cre
cieron en u n a situ aci n en la que los ro les y las ex p ectativas eran muy
d ifere n tes a ah o ra. Q uizs u n o d e los m ejores in d icad o res del cam bio
o p erad o en el rol de la m u je r es la p roporcin de m u jeres casad as que
tienen tra b a jo ; h asta la S egunda G u erra M undial m uy pocas m u je re s tr a
b ajab an.
(9) I.os estu d io s se d eb en a E ato n y Weil (1955). q u e investigaron la
enferm edad m en tal en los h u te ritas; a Bellin y H a rd t (1958), q u e investi
garon la enferm ed ad m ental en las p erso n as de ed ad y a H egason (1964),
que investig
la en ferm ed ad m ental
en todas las p erso n as n acid as en
Islandia e n tre 1895 y 1897. S e d io el caso d e q u e en todos ellos se dem os
tr que las m u jeres tenan ta sas d e en ferm ed ad m ental m s a lta s q u e los
hom bres.
(10) I.os inform es del estu d io de M idtow n (Srole. Langner, Michacl
O pler y R ennie en 1962; I-angner y M ichacl en 1963) n o p re se n ta n variacio
nes estad stica s segn el sexo. De los estud io s de com unidad acerca d e la
enferm edad m ental, que no la p arcelan en en ferm ed ad es d e diagnstico,
es ste el nico cuyos a u to re s incluyen los tra sto rn o s de p erso n alid ad
d e n tro d e su definicin operacional d e en ferm ed ad m ental. P o r ta n to , su
concepcin d e la en ferm ed ad m en tal
no co rresp o n d e a la n u estra. Segn
su m edida de
la en ferm ed ad m ental, dicen no h a b e r en co n trad o d iferen
cias significativas e n tre los sexos en c u a tro niveles d e edades. S in em b ar
go, las m u je re s p resen ta b an m s sn to m as psiconeurticos y psicofisiolgicos que los h om b res (Lagner y M ichacl, 1963. p. 77). Como la m ayora
d e los tra s to rn o s d e p ersonalidad se d an en los h o m b res, p arec era (aun
que no podem os a firm arlo con seguridad) que haba m s h o m b res con un
tra sto rn o d e la p erso n alid ad y m s m u jeres con tra sto rn o s p siconeur
ticos y que tendan a eq u ilib rarse e n tre s.
(11) Los in fo rm es d e los ho sp itales no son co m pletos; fa lta el 9.1 p o r
ciento d e los hosp itales p blicos y el 11.1 p o r 100 de los privados. Al cal
c u la r las ta sa s, hem os co rregido la ausencia de esto s hospitales, su p o
niendo que las ta sas eran guales a la m edia del resto.
(12) Al to m a r la poblacin civil hem os inflado ligeram ente la tasa
m asculina que. desde n u e stro p u n to d e vista sesga d esfavorablem ente los
resu ltad o s. Debe ten erse en cu en ta q u e la poblacin m ilita r h a recibido
u n a ad ap taci n p siq u i trica que hace que el n m ero de civiles enferm os
m entales sea desproporcionado.
u a d r o
6-1
Condicin
Porcentaje
de
depresiones
N Total
(Base)
Prdida de r o l ............................................
62,0
369
63,0
245
69.0
124
74,0
69
76,0
72
82,0
44
u a d r o
6-2
Condicin
Porcentaje
de
depresiones
76.0
58.0
N Total
(Dase)
72
88
C u a d r o
6-3
C o n d ic i n
Judas ........
No-Judas
...........
...........
JV T o ta l
(B a se)
122
383
84,0
47,0
6-4
u a d r o
R e la c i n
Sobreprotectora........
No sobreprotectora ...
P o r c e n ta je
de
d e p r e s io n e s
86,0
75,0
N o- J udas
N T o ta l
(B a se )
21
8
P o r c e n ta je
de
d e p r e s io n e s
78,0
60,0
N T o ta l
(B a se)
23
25
u a d r o
6-5
1 2 1
Compaera sexual .....................................
I 3 1
Empico remunerado ................................
Cuidar a los hijos .................................... 4 5 2 1 1
Cuadro
6-6
En el relato
Positiva .........................................
Negativa ........................................
No reconocimiento .....................
Neutral ..........................................
No utilizada en la respuesta ...
1
6
2
2
9
En tas preguntas
1
4
INTERPRETACION PSICOANALITICA
DE LA ANOREXIA Y LA BULIMIA
La concepcin de la anorexia como un rechazo de la fem ini
dad, que m uchas veces se m anifiesta como un tem or al contacto
oral, est am pliam ente difundida (ver esquem a 1). Szyrynski
observa que:
Parecen tener miedo de crecer y m ad u rar y les resulta
difcil aceptar ... su identidad sexual. En el caso de las
chicas, el tem or al em barazo a m enudo dom ina el cua
dro; el em barazo est simbolizado p o r la comida, en
gordar significa quedarse em barazada. En muchas oca
siones estas fantasas tam bin se traducen en el con
tacto oral. Las chicas, despus de besar a un chico, por
prim era vez, tienen pnico ante el tem or de quedarse
em barazadas. Conceden una im portancia especial al h e
cho de engordar y, m uchas veces, las observaciones ca-
>y
CONFLICTO RESPECTO AL ROL SEXUAL
ANOREXIA NERVIOSA
Rechazo de la Feminidad
BULIM1A
Identificacin Excesiva con
la Feminidad
Deseo de Em barazo
Esquem a 1.
Modelo psicoanalitico de la anorexia nerviosa y btilimia.
17-2
u a d r o
Hombres
(n a 99)
TOTAL
4 5 % (n 1 1 7 )
23%(n=*75)
23%(n=*75)
69 % (n = 109) 63 % (n = 62)
14 % (n = 23)
17% (n = 27)
13% (n = 13)
24% (n b 24)
Edad
69%
31%
Judia
41%
u a d r o
Cat!.
22%
Prot.
1496
Ninguna
23%
1 7 3
Estado civil
.Mu j e r e s
H ombres
Preferencia
Preferencia
Muje Ninguna
res
54%
30%
16%
44%
28%
29%
41 %
35%
37%
26%
22%
39%
25%
53%
25%
23%
50%
23%
INFANCIA
M adre Carente de Poder y D om inante -f Padre Hroe
i
ADOLESCENCIA
Nivel de Auto-estima A norm alm ente Bajo + Necesidad
de Validacin p o r p arte de los H om bres
Adolescente mal equipada en cuanto a su socializacin respecto
a los hom bres
i
Rechazos Reales o Percibidos
|
Preocupacin excesiva
por el Aspecto y el Cuerpo
Anorexia Nerviosa
BULIMAREXIA
Obesidad Adolescente
Esquem a 2.
Desarrollo de la Conduela Bulimarxica.
DIETA
Esfuerzo por lograr la perfeccin
Lucha por el control
Expectativas insatisfechas sobre los resultados de la Dieta
Resultados de la Dieta
BANOUETE
Unin Mente-Cuerpo
Placer de Perder
el Control.
Total Inm ersin en el
Presente.
Disodlucin del
VERGENZA y
AUTODESPRECIO
IRA
NO MANIFESTADA
PURGA 1
Separacin
Mente-Cuerpo.
Afirmacin
del Conrtol (Yo).
Preocupacin
por la perfeccin.
Temor al Banquete
Anterior y a Engordar.
Esquem a 3.
Psicodiiimica de la Bulimarexia.
(1)
Ju d itm Long Laws: Wonian a s O bject, T h e S ec n d X X (New
York: E lsevier Publishing Co.).
(2) T am bin se tr a t a c u a tro h o m b res q u e p resen ta b an p rd id a y
au m en to rep en tin o de ap etito . Vi a tre s d e ellos en te ra p ia individual.
A p a r tir d e la redaccin de este tra b a jo , he realizado intervenciones
terap u ticas c investigaciones d estin a d a s a c o m p ro b a r algunos de estos
arg u m en to s tericos. A provechando la v e n ta ja de un nuevo m ovim ien
to filosfico c in n o v ad o r en n u e stra clnica d e salu d m en tal, realic un
p ro g ram a extensivo, d estin ad o a ro m p e r con el aislam ien to y se n tim ie n
to d e vergenza ex p erim en tad o p o r las m u je re s q u e com en excesivam ente.
E n sep tiem b re d e 1974, se a ad i un anexo en el p eri d ico d e n u estra
universidad, describ ien d o el sn to m a y o frecien d o u n a experiencia d e grupo
de o rien taci n fem in ista q u e u tilizara tcnicas c o n d u c tista s y d e la
G estalt. R espondieron sesen ta m u jeres, q u in ce de ellas fu ero n ad m itid as
en el grupo. Algunas d e las m edidas q u e se a d m in istra ro n an tes, d espus
y d u ra n te el proceso fueron: cu estio n ario s especficam ente cen trad o s en
la co n d u cta d e polifagia y ayuno y la form acin en la p rim e ra infancia:
u n te st d e las catex ias d el cu erp o (P. S e c o r d y S . J o u r a r d : The A ppraisal
o f Body-Cathcxis: Body C athcxis a n d th e Sclf, Journal o f C onsulting
Psychology) y el cu estio n ario d e los Diecisis F actores de la Personalidad
(R. B. C vrnax, T he 16 P-F [C ham paing, II.: In s titu te fo r P erso n ality an d
Ability T esting, 19721). T ra s el xito d e este g ru p o inicial se h iciero n d o s
gru p o s m s. recogiendo los d ato s. N u e stro p ro g ram a extensivo, pro y ectad o
com o u n a intervencin p reventiva, rev elab a u n a poblacin m ucho m ayor
q u e m an ifestab a e s ta co n d u cta que lo q u e h ab am o s sospechado. D espus
d e v e r a 138 m u je re s y c u a tro h o m b res d u ra n te d o s a o s en n u e stro h o s
p ital y d e e s tu d ia r sistem ticam en te a o ch en ta con u n a v aried ad d e tests
y o tr a s m edidas, actu alm en te estam o s tra b a ja n d o p a ra d e s a rro lla r una
definicin operacional del sn d ro m e d e la bulim arexia. rev isan d o n u estro s
d a to s p a ra u n a publicacin y esb o zan d o un nuevo en fo q u e te ra p u tico del
problem a.
(3) H jlua B r u c h : Fating D isorders (New Y ork. B asic Books, !973\
pp. 82, 251-254.
(4) V. S z y r y n s k i : Anorexia N ervosa a n d Psychoteray. Am erican
Journal o f P sychoterapy, 27. no. 2 (o ctu b re 1973): 492-505.
(5)) M. W rtJT: U ebcr cinen in teressan ten oralen Sym ptom cnkom plex
un d seine Beziehung z u r sucht, en T h e P sychoanalytic T h co ry o f Neusoses, ed. O tto Fcnichel (N ew Y or, W. W. N o rto n & Co., 1945), p. 241.
METODO
E studio de la poblacin
I-a poblacin estudiada est integrada por todas las personas
que pasaron p o r el departam ento de urgencias del Boston City
H ospital, d u ran te el perodo que va desde el 20 de julio de 1972
hasta el 19 de julio de 1973, m anifestando h ab er sido violadas.
Hemos dividido estas 146 pacientes en 3 categoras principa
les: 1) vctim as de violacin p o r la fuerza (tanto en el caso de
violacin consum ada como en el de intento, siendo el prim ero
el m s frecuente): 2) vctim as de situaciones sexuales en las que
han tom ado p arte en co n tra de su voluntad; y 3) vctim as de
situaciones en las que hubo violencia sexual (relaciones sexuales
a las que accedieron en un p rim er m om ento, pero que luego
fueron m s all de sus expectativas y capacidad de control).
El sndrom e del traum a de violacin consiste en una fase
lo, deriva del anlisis de los sntom as de una m uestra de 92
m ujeres adultas, vctim as de violacin por la fuerza. O tros in
form es posteriores sirvieron para analizar los problem as de
o tras vctimas. Si bien no se han incluido directam ente en este
artculo, tam bin se recogieron datos suplem entarios a p artir
de 14 pacientes, datos proporcionados al Victim Counscling
Program por o tras instancias y de las consultas de otros m
dicos que trabajaban con vctim as de violacin.
La principal ventaja para la investigacin, que supuso el he
cho de que el proyecto se llevara a cabo en el Boston City Hos
C uadro
Estado Civil
S o lte ra ....................................
Casada ... ... ... ... ... ... ...
Divorciada, separada o viuda
Conviviendo con un hombre
por acuerdo mutuo ........
21-29
3039
4049
50-73
29
2
2
25
1
6
0
2
7
2
2
2
I
0
2
M todo de entrevista
Cada vez que ingresaba una vctim a de violacin en el depar
tam ento de Urgencias del Boston City H ospital, se telefonaba
a los entrevistadores (coautores de este artculo); tardbam os
30 m inutos en llegar al hospital. D urante un perodo de un ao,
C uadro
3
4
3
0
0
0
Actividad motora
Los efectos, a largo plazo, de la violacin consistan general
m ente en un aum ento de la actividad m otora, evidente sobre
todo en el cambio de residencia. Este traslado, destinado a ga
rantizar la seguridad y la capacidad de la vctim a para vivir
norm alm ente, era muy frecuente. Cuarenta y cuatro de las no
venta y dos vctimas cam biaron de residencia en un corto plazo
de tiempo despus de la violacin. Tambin apareca una fuerte
necesidad de salir de viaje y algunas m ujeres viajaron a otros
estados o pases.
Una reaccin general consista en cam biar de nm ero de te
lfono. A menudo, se cam biaba por otro que no apareciera en
el listn. Esto se haca como m edida de precaucin o despus
de llam adas am enazadoras u obscenas. La vctim a viva acosa
Pesadillas
Los sueos y pesadillas podan llegar a ser muy inquietantes.
Veintinueve de las vctimas describieron espontneam ente sue
os de terror. Un ejem plo de ello, lo proporciona el siguiente
relato:
Tuve una pesadilla terrorfica que me inquiet du
rante dos das. Estaba en el trabajo y aquel maniaco
asesino tam bin estaba en la tienda. Mat a dos de las
vendedoras, degollndolas. Yo haba ido a poner en hora
el reloj y cuando volva, las dos chicas estaban m uertas.
Pens que me tocaba a m. Tenia ganas de irm e a casa.
En el cam ino m e encontr con dos chicas que conoca.
Estbam os andando y nos encontram os con el manaco
asesino que era el mismo que me haba atacado: se le
pareca. Una de las chicas se par y dijo: No, me
quedo aqu. Yo dije que le conoca y que iba a luchar
con l. En ese m omento me despert sobresaltada con
el terrible tem or de que iba a m orir inm ediatam ente.
Cre que el cuchillo era real porque era el mismo cu
chillo que el hom bre haba acercado a m i garganta.
Las m ujeres contaban dos tipos de sueos. Uno de ellos se
m ejante al ejem plo anterior; en l. la vctima desea hacer algo,
pero se despierta antes de actuar. A medida que transcurra el
tiempo, se daba el segundo tipo: el material del sueo cambiaba
un tanto y m uchas veces la m ujer deca que, en el sueo, haba
sido capaz de dom inar y hace huir al agresor. Una joven refiri
el siguiente sueo un mes despus de ser violada:
IMPLICACIONES CLINICAS
Existen una serie de consideraciones bsicas que ponen el
acento sobre la im portancia del modelo de intervencin en la
crisis que utilizamos para asesorar a la vctima:
1) La violacin representaba una crisis en la que el modo
de vida de la victima quedaba trastornado.
2) A nteriorm enie a la situacin de crisis, la vctima era con
siderada como una m ujer norm al, que actuaba de forma ade
cuada.
3) El tratam iento elegido para hacer volver a la m u jer lo
ms rpidam ente posible a su nivel an terio r de actuacin fue
el asesoram iento d urante la crisis. Se proporcionaba un trata
miento orientado hacia ese problem a. En ningn m omento de
la intervencin se consideraban p rioritarios otros problem as
anteriores; de ningn m odo se consideraba que el consejo o asesoram icnto constituyese una psicoterapia. En todo caso, si apa
recan o tro tipo de problem as de mayor gravedad que requeran
otro tipo de tratam iento, y la m ujer lo solicitaba, se le orientaba
en esc sentido.
4) Intervenam os activam ente para iniciar el contacto tera
putico, de m anera contraria a como suele hacerse tradicionalm ente (esperando que sea el paciente el que inicie la relacin);
bamos al hospital para visitar a la vctima y despus nos po
namos en contacto con ella por telfono.
DISCUSION
La crisis que se produce cuando una m ujer ha sido atacada
sexualmcnte, tiene una funcin de autopreservacin. Las vcti
mas de nuestra m uestra, pensaban que era m ejor vivir que
m orir y haban realizado esta eleccin. Las reacciones de las
vctim as ante una amenaza inm iente a sus vidas, constituyen
el ncleo en torno al cual puede observarse una pauta de adap
tacin.
La conducta de enfrentam iento por p arte de los individuos
ante situaciones que am enazan sus vidas, ha sido descrita en
la obra de autores como G rinkcr y Spiegel (14), Lindemann (15),
Kbler Ross (16) y H am burg (17). Kbler Ross describi el pro
ceso que atraviesan las pacientes para llegar a una reconcilia
cin con el hecho de la m uerte. H am burg se refiere a la capaci
dad de recursos que poseen los pacientes al enfrentarse con
noticias catastrficas y expone una variedad de estrategias im
plcitas, m ediante las cuales los pacientes hacen frente a las
amenazas contra su vida. E sta am plia secuencia de: fase aguda,
apoyo grupal y resolucin a largo plazo, descrita por estos
autores es perfectam ente com patible con el trabajo psicolgico
que la victim a de violacin debe llevar a cabo durante todo el
tiempo.
La mayora de las victim as de nuestra m uestra pudieron re
organizar su form a de vivir despus de la fase aguda, m ante
nerse alerta ante posibles am enazas en esta forma de vida y
procurarse proteccin en cuanto a otros posibles ataques. Esto
ltim o era difcil, porque despus de la violacin el mundo se
perciba como un entorno traum atizante. Como deca una de
las vctim as: Por fuera estoy perfectam ente, pero por dentro
(siento que) todos los hom bres son violadores.
La vctima de una violacin es capaz de m antener cierto equi
librio. En ningn caso apareci desintegracin del yo, ni con
ducta extraa o autodestructiva, durante la fase aguda. Como ya
se ha indicado, fueron pocas las vctimas que regresaron a un
LA MUJER EN LA VIUDEZ
Por Carol J. Barret
E l duelo
El prim er stress con que se enfrenta una viuda, es el dolor
por la m uerte del cnyuge. El proceso de duelo ha sido descrito
por un gran nm ero de autores, en especial M arris, Lindcmann
y Parkes (5). El estudio de M arris sobre 72 viudas britnicas,
de clase social baja, reconoca los siguientes fenmenos ms
recientes: sentim iento de inutilidad y convencim iento de que
nada en la vida m erece la pena; incapacidad para com prender
la prdida; sentim iento de injusticia an te el propio destino; re
viviscencia de experiencias com partidas y necesidad de culpabilizar. Se presentaba una am plia gam a de sntom as fsicos que
la propia viuda, o su mdico, crean estar causados o agravados
por el shock de la m uerte del marido. El m s frecuente de
ellos era el insomnio. En la batalla inicial por la aceptacin de
la m uerte, algunas eran asaltadas por recuerdos obsesivos de
las circunstancias en las que sta se haba producido o p o r ilu
siones de la presencia del marido. Algunas viudas cultivaban el
sentim iento de su presencia, por ejemplo, hablando con su foto
grafa e imaginando que l les aconsejaba. Cualquier otro detalle
que recordara al difunto, reavivaba el duelo. M arris tambin
descubri que las viudas tenan tendencia a ap artarse de los
dem s y rechazar el consuelo.
En un artculo, que ha m arcado un hito dentro del estudio
del duelo, Parkes relataba la experiencia de 22 viudas londinen
ses de 65 aos, estudiadas longitudinalm ente, d urante trece
meses, despus de la prdida. La mayora, se haba negado a
aceptar las advertencias de que su m arido podra m orir en cual
quier momento. La reaccin inm ediata ante la m uerte era una
fase de insensibilidad, seguida p o r una fase de ansiedad en la
que aparecan las punzadas del duelo. Muchas veces, se evi
taba o negaba el m ismo hecho de la prdida. Tambin se obser
vaba intranquilidad y un deseo de ir al encuentro del marido.
Algunas viudas tendan a actu ar o pensar, como lo hara el es
poso, desarrollaban sntom as muy parecidos a la ltim a enfer
m edad del marido, o sentan como si el m arido estuviera den
tro de ellas m ism as o de alguno de los hijos. Suele o cu rrir que
las personas que se encuentran a la m itad del duelo sienten
que se estn volviendo locas, como lo atestiguan muchos de
los libros no especializados en esta m ateria (6).
Una cuestin im portante, consiste en averiguar si las dife
rencias de las reacciones en el duelo, pueden predecir la adap
tacin p osterio r a la viudez. En un estudio retrospectivo, sobre
m ujeres am ericanas de edad, que citaban la m uerte de una per
IMPLICACIONES SOCIO-POLITICAS
Las consecuencias profundam ente negativas de la m uerte del
cnyuge exigen cam bios en nuestra poltica social, tanto en lo
que se refiere a la viudez, como en lo que se refiere a nuestro
estilo de vida an terio r a la viudez.
Educacin
Es necesaria una am plia escala de educacin pblica que
afronte la viudez de una m anera realista, como un estadio ine
vitable del ciclo vital para la m ayora de las m ujeres. Tanto las
hijas de 6 aos como las viudas de 60, deben darse cuenta de
que, en tanto que m ujeres, vivirn slas d u ran te un perodo
considerable de sus aos adultos. N orm alm ente, las viudas que
no se vuelvan a casar y que m ueran de m uerte natural, pasarn
18 aos y medio en este estadio final de la vida (48). Para m u
chas m ujeres, este tiem po es m ayor que el periodo total de vida
que va desde la enseanza prim aria h asta el m atrim onio. (El
perodo equivalente para los viudos es de 13 aos y medio.) La
tom a de conciencia de este hecho, puede d ar lugar a una prepa
racin eficaz. El shock de la viudez puede evitarse con una pre
paracin para la m uerte. Pueden cultivarse las habilidades p re
cisas p ara un estilo de vida sin com paero antes de que sea
necesario ponerlas en prctica. Los m atrim onios pueden hacer
planes para la vida posterior a la m uerte de uno de los cn
yuges.
A lo largo de mi investigacin, pregunt a algunas viudas
qu aconsejaran a las m ujeres cuyos m aridos viven todava.
Sus sugerencias son abundantes, pero dom inan dos tem as. Uno
se refiere a la preparacin econmica para la viudez, el o tro a
la preparacin emocional. Las viudas incitan a las dem s m uje
res a que aprendan a organizarse econm icam ente y a que se
fam iliaricen con todos los docum entos y transacciones finan
cieras relacionados con su vida presente y futura. Aconsejan a
las m ujeres que desarrollen sus capacidades profesionales y
Ayuda institucional
Silverm an ha realizado una investigacin sobre las agencias
de salud m ental existentes en Estados Unidos y ha llegado a lo
conclusin de que no son plenam ente utilizadas por las personas
que enviudan (51). Los servicios no estn orientados hacia las
necesidades de este grupo especfico. La ignorancia de los pro
fesionales, en este cam po, puede llegar a ser escalofriante. La
intensa depresin, que con tan ta frecuencia se experim enta en
la viudez puede se r atrib u id a a la existencia de graves proble
mas psicopatolgicos. Las ilusiones, bastante com unes, de la
presencia del m arido d urante los prim eros estadios del duelo,
pueden in terp retarse como alucinaciones visuales sintom ti
cas de esquizofrenia. Se utilizan drogas psicotrpicas para tra
ta r la soledad, cuya com plejidad quiz nunca sea desentraada.
Las instituciones religiosas ra ra vez han actuado m ejor que
las instituciones de salud m ental. Las viudas pocas veces des
criben a su pastor, sacerdote o rabino como una ayuda especial.
Ms bien se sienten inclinadas a b uscar consuelo en su concien
cia religiosa por s m ismas. Pocas organizaciones religiosas pa
trocinan program as especiales p ara los viudos. Una organiza
cin catlica denom inada NAIM,y Theos, una organizacin es
piritual no sectaria fundada en P ittsburgh (52), constituyen dos
excepciones.
El Program a de Asistencia a la Viudez de Boston inspir una
serie de program as de servicio voluntario, utilizando a perso
nas viudas para acom paar a las que acababan de su frir recien
tem ente la prdida de un cnyuge (53). El patrocinicio de estos
program as puede incluir la American Association of Retires
Persons (Asociacin Americana de Personas R etiradas) (54). ca
C r ter y G lock.
(13) I b id.
(1 4 )
P alm o r e y o tr o s .
L o p a t a , n . 18 d e ! a n t e r i o r .
L opata, n . 3 d e l a n t e r i o r .
C om parison of Age G roups (tra b a jo p resen ta d o en la A m erican Psychological A ssociation A nnual C onvention, Chicago, 1975).
(43) R. B. A b r a h a m s : M utual H elp fo r th e W idowcd, Social W ork 17
(1972): 54-61.
(4 4 )
(4 5 )
(16)
(4 7 )
(48)
B a r r ft t, n . 39 d e l a n t e r i o r .
L opata, n . 25 d e l a n t e r i o r .
A flR A H A M S.
N ucko ls.
C r t e r y G l ic k .
B a r r e it , n n . 27 y 39 d e l a n t e r i o r .
(58) M. F. L o w e n t h a l y C. H a v e n : In tera ctio n an d A daptation: Intim acy a s a C ritical Variable, A m erican Sociological R evicw 33 (1968): 20-30.
(5 9 )
L o p a t a . n . 25 d e l a n t e r i o r .
P A f 'I F M T F
Y P A T R IA R C A -
ESTADISTICAS GENERALES
Un estudio publicado en 1970 por el U. S. D eparim ent of
Health, Education and Welfare (D epartam ento de Sanidad, E du
cacin y B ienestar de Estados Unidos) (2) indicaba que. tanto
en la poblacin blanca como en la negra, haba un nm ero sig
nificativo de m ujeres mayor que el de hom bres que haban su
frido crisis nerviosas (o sentan su inminencia, apata psicol
gica y vrtigo. Tambin, tanto las blancas como las negras, al
canzaron tasas ms altas que los hom bres, en los sntom as si
guientes: nerviosismo, insomnio, tem blor en las manos, pesadi
llas, desmayos (3) y jaquecas (ver cuadro 17.1). La m ujeres blan
cas, que nunca haban estado casadas, presentaban menos sn
tomas que las blancas casadas o separadas. Todos estos descu
brim ientos estn de acuerdo, en lo fundam ental, con un estudio
anterior publicado en 1960 por la Joint Comission of Mental
Healt and Illness (Comisin Mixta de Salud Mental y Enferm e
dad). La comisin present la informacin siguiente: 1) las m u
jeres presentan un mayor m alestar y un m ayor nm ero de sn
tom as que los hom bres en tareas de adaptacin. Presentan ms
trastornos en la adaptacin general, en la auto-percepcin y en
su funcionamiento conyugal y como padres. E sta diferencia en
tre los sexos es ms acusada en los intervalos de edades ms
jvenes. 2) El presentim iento de una crisis inm inente aparace
con ms frecuencia entre las divorciadas y separadas que entre
cualquier otro grupo de am bos sexos. 3) Los no casados (solte
ros, separados, divorciados o viudos) tienen una predisposicin
al m alestar psicolgico m s fuerte que los casados (4). Si bien
los dos sexos no difieren en cuanto a la frecuencia de casos de
infelicidad, las m ujeres se quejan ms de estar preocupadas,
tener crisis y necesitar ayuda.
Lo que estos estudios no aclaran es cuntas de estas m uje
res que sufren m alestar psicolgico estn implicadas en cual
quier form a de tratam iento psiquitrico o psicolgico. Otros
estudios lo han intentado. William Schocfield (5) descubri que
los psiquiatras ven a ms m ujeres que a hom bres proporcio
nalmente. Un estudio publicado en 1965 inform aba de que el n
mero de m ujeres pacientes sobrepasaba al de hom bres en una
proporcin de 3 a 2, en los tratam ientos privados (6). Existen
estadsticas sobre la hospitalizacin pblica y privada en Am
rica y, por supuesto, los datos son controvertidos. Sin embargo,
s aparecen ciertas tendencias generales (7). El National Institute of M ental Health inform a de que, entre 1965 y 1967, haba
102.241 m ujeres ms que hom bres implicadas en las siguientes
u a d r o
17-1
TASAS DE SINTOMAS SEGUN I.A EDAD. SF.XO Y EDAD Y SEXO Y RAZA (POR 100)
TOTAL
Sntoma y sexo
18-79
Aos
EDAD
RAZA
18-24
Aos
25-34
Aos
3544
Aos
4554
Aos
55-64
Aos
65-7475 79 Blanca
Aos
Aos
Negra
32
6.4
13
1.0
1.8
3.6
3,5
5.0
3.0
7.3
5.4
12.7
5.4
10.7
1.5
13.1
3.2
6.0
2.8
10.4
7.7
17.5
6.9
14.6
7,4
21,6
8.6
19,3
11,7
18.8
6.4
14.5
3.1
13.8
2.2
10.2
7.7
17.8
8.2
16.1
45.1
70.6
435
61.4
47.5
74.4
51.9
75.0
48.1
725
37.7
72.6
36.6
62.9
30.2
65.6
47.2
73.2
313
55.2
16.8
325
17,2
31.0
16,1
34.0
17,6
35,2
16,3
31.1
16.9
29.7
18.2
31.9
12,1
35,6
16.9
33.1
17.1
295
235
40,4
20,4
28,0
16.7
335
20,8
33,7
26,8
42,8
27,0
53,8
35,9
59,0
265
51,0
24,1
40.9
20,4
38.9
7.0
10.9
7.6
10.4
65
12.2
5.4
12.1
5.7
10.6
8.8
93
10,0
9.2
85
13,0
6,9
10,6
7.1
12.3
7.6
12.4
5.7
12.8
9.4
15.8
7.7
14.7
7.7
9.9
8.2
75
5.8
11.6
65
11,8
6.9
12,3
13.0
143
17.0
21.4
23.2
28.6
24,9
27.7
17,7
24.2
14,7
19.6
11,0
15,0
7,9
9,2
3.0
5.9
17,0
22,2
16.8
16.0
Crisis nerviosa
Hombres ...........................
M u je re s..............................
Sentimiento de crisis nervio
sa inminente
Hombres ............................
M ujeres..............................
Nerviosidad
Hombres ...........................
Mujeres .............................
Inercia
Hombres ...........................
Mujeres ..............................
Insomnio
Hombres ...........................
M u je re s..............................
Temblor en las manos
Hombres ...........................
M u je re s..............................
Pesadillas
Hombres ...........................
M u je re s..............................
Sudor en as manos
Hombres ...........................
M u jeres..............................
u a d r o
17-1
TASAS DE SINTOMAS SEGUN EL SEXO. EL SEXO Y LA EDAD Y EL SEXO (POR 100) (Continuacin)
TOTAL
Sntoma y sexo
EDAD
Aos
18-79
Aos
18-24
Aos
25-34
Aos
3544
Aos
45-54
16.9
29,1
17,6
28.5
15,7
33,2
15.7
29.9
18.1
27.0
13,7
27,8
13,0
24,0
12,8
31.6
13,8
29.6
15,2
29,5
RAZA
Aos
55-64
Aos
Aos
65-7475-79 Blanca
17,3
262
17,8
29.7
17,2
24,8
17,5
30.4
13,8
20.5
113
24,2
10.0
19,3
13,8
27,5
11,9
30.9
Negra
Desmayos
Hombres ...........................
M ujeres.............................
Jaquecas
Hombres ...........................
M ujeres..............................
15,6
25.9
V rtig o
Hombres ...........................
M ujeres.............................
7,1
10.9
6,3
8,4
3.0
93
5.0
8,5
7,6
10.1
10,7
14,3
12,8
16.9
14,3
16,6
6.9
103
9.2
15,7
Taquicardia
Hombres ...........................
Mujeres .............................
3.7
5.8
3,3
1.7
2,0
3,1
2,1
4,7
3.9
6,2
7,2
9.7
6.4
10.4
13
14.8
3.6
5,7
4.8
6,4
1.72
1,25
1.70
1.03
1.72
1,37
1,78
1.79
1,69
1,87
1,66
2,23
1,19
2,99
1,70
1.55
2,61
1,91
3,07
2.61
2.93
2.60
2,89
232
2,86
3.27
2.82
3.79
2,80
2,62
2,88
2.65
1.70
135
Mujeres
Blancas ........................
Negras ..........................
2.88
2,65
(1) Escala de 0 a 1 1 .
u e n t e : Estudio del U.S. Departamento de Salud, Educacin
Constatacin de
del pene.
la ausencia
la
La nia se considera a si m is
ma, inferior. Envidia del pene.
Sigmund Freud:
T h om as S. S zasz,
op cit.
Sim one de B eauvoir, C lara T hom pson, N atalio Shainess, B etty Friedan,
A lbcrt Adler, Thom as Szasz y H arry Stack Sullivan.
(34) Kakis- H orn b y : The F light fro m W om anhood en F em enine
Psychology, cd. p o r H arold K clm an (N. Y ork. W. W. N orton, 1967). I-a
respuesta indirecta de Freud en el ensayo de 1931 titu lad o La Sexualidad
Fem enina es la siguiente:
C abe an ticip a r q u e los an alistas con sim p a ta s fem inistas, asi
com o n u estro s an alistas del sexo fem enino, e sta r n en desacuerdo
con estas consideraciones. S eg u ram en te o b je ta r n q u e tales no
ciones son in sp irad as p o r el com plejo d e m asculinidad del
hom bre, estan d o destin ad as a ju stific a r tericam en te su in n ata
propensin a d esp reciar y o p rim ir a la m u jer. Tal su erte d e a rg u
m entacin psicoanaltica, em pero, nos recuerda en este caso, com o
en ta n to s o tro s, a la fam osa arm a de doble filo de Dostoyevski.
Los adversario s d e quienes as razonan h allarn com prensible,
p o r su p a rte , q u e el sexo fem enino se niegue a a d m itir cu an to
parezca c o n tra ria r la tan an h elad a equip araci n con el hom bre.
Es evidente que el em pleo del anlisis com o a rm a d e controversia
no lleva a decisin alguna.
(35) SlGMUND Freud: Sonic Psychological C onsequences o th e A nat
mica! D istinction B etw een Sexcs*. C ollected Papers, Vol. 5 (London. llog arth Press, 1956), pgs. 196-197.
(36) S ig m n d F r e u d : N e w In tro d u cto ry fa c tu r e s in Psychoanalysis
(New Y ork. W. W. N o rto n . 1963).
(37) F.. H. ER1KS0N: Inner and O u ter Space: R elections o n W om an
hood, Deadalus 93 (1964): 582-606.
(38) B. B e tte lh b im : The C om m itm cnt R equired o f a W om an E ntering
a S cientific Profession en Present Day Am erican Society, en W om an and
the S cien tific Professions, S im posio sobre las M ujeres A m ericanas en Ja
Ciencia c Ingeniera (Cam bridge. M assachussets, 1965).
(39) J . R h h in c o l d : T h e Fear o f Being a W om an (New York: G rue &
S tra tto n . 1964).
(40) S. Freud: Case o f Dora: An Analysis o f a Case o f H ysleria (New
Y ork, W. W. N orton, 1950). E n su poca tem p ran a, al re la ta r este caso
dice: Las exigencias q u e la h isteria hace al m dico slo pueden s e r sa
tisfechas con un gran esp ritu de sim p ata e investigacin y no con una
actitu d d e su p erio rid ad y m enosprecio. D esgraciadam ente F reu d no siem
p re m an tien e esta actitud*.
(41) Como S herlock Ilolm es, cu an d o Freud tiene una p ru eb a *no deja
de utilizarla c o n tra Dora. Dice: Cuando m e p lan teo la ta re a d e sacar a
la luz lo q u e los seres h u m an o s m an tien en escondido, no m ed ian te el
poder com pulsivo de la hipnosis, sino m ediante la observacin de lo que
dicen y m u e stran ... ningn m o rtal puede conservar un secreto. Si su s la
bios estn en silencio, h ab la con la s yem as d e los dedos: se traiciona p o r
cad a un o d e los p o ro s de su piel.
(42) F reud no era el nico que desagrado a Dora. V eintids aos m s
tard e, cu ando ya e ra u n a m u je r casad a d e c u a re n ta y dos, D ora fue en
viada a o tro psicoanalista. Flix D eutsch, debido a sn to m as histricos.
P erm tanm e c ita r la descripcin q u e hace d e ella:
La paciente com enz en to n ces una serie de q u ejas y ofrecim ien
to s y acerca de lo desgraciada que haba sido en su vida con
yugal... e sto la con d u jo a h a b la r so b re su p ro p ia vida am orosa
fru s tra d a y su frigidez... expres con resen tim ien to su conviccin
d e que su m arido le haba sido infiel... con lg rim as en los ojos
denunci a los hom bres en general com o egostas, exigentes pero
4.
Educacin de los mdicos encargados de la salud m ental
p ara que adopten actitudes y conductas no sexistas en su tra
bajo profesional.
TEORIAS CORRECTORAS E INVESTIGACIONES SOBRE
LA SALUD MENTAL Y LOS TRASTORNOS PSICOLOGICOS
DE LAS MUJERES
Las investigaciones fem inistas, han sacado a la luz los pre
juicios de los que adolecen gran p arte de las teoras e investi
gaciones tradicionales acerca de la m ujer. Un aspecto im portan
te de su anlisis es la dem ostracin de hasta qu punto los
debates tradicionales sobre las m ujeres definen la feminidad
como la ausencia lam entable de masculinidad. La conducta
masculina ha proporcionado tradicionalm ente el modelo frente
al cual se juzga la conducta femenina. La exposicin de Freud
acerca de la envidia del pene y el com plejo de Edipo femeninos
proporciona un buen ejem plo de esta percepcin llena de pre
juicios. Desde la perspectiva fem inista, este enfoque es inade
cuado y lleva a conclusiones errneas. Las experiencias de las
m ujeres no son un m ero com plem ento de la experiencia m ascu
lina; son im portantes p o r derecho propio.
El fem inism o ha servido tam bin para afianzar las concep
ciones de los investigadores acerca de la intervencin de las
fuerzas biolgicas, psicosociales y polticas que moldean la con
ducta individual. Las teoras de la personalidad fem enina que se
rem iten a la biologa para explicar sus sentim ientos y conduc
tas han sido refutadas. En lugar de la biologa, las fem inistas
subrayan la im portancia de la socializacin de las m ujeres, de
las norm as culturales y valores sociales que les afectan, y de
sus respuestas sociales. Las investigaciones biosociales recien
tes apoyan el excepticismo de las fem inistas respecto al ingenuo
determ inism o biolgico. Por ejemplo, el trab ajo de John Moncy
y Ankc E h rh ard t (1972) sobre los com ponentes biolgicos y so
ciales de la identidad sexual y la conducta que se adeca al rol
sexual, indica que la diferenciacin y la identidad sexuales se
establecen a travs de procesos sociales y no de la program acin
biolgica. El trabajo de Mary Brown Parlee (1973, 1974) contra
dice las creencias tradicionales de que los ciclos m enstruales de
las m ujeres determ inan fuertem ente su actitudes y su com por
tam iento. Por ltim o, el trabajo de William M asters y Virginia
Johnson (1966) corrobora la aseveracin fem inista de qu cate
goras como inmaduro y perverso no deberan aplicarse a
to. La relacin e n tre los objetivos del tratam iento y el cam bio
social se pone de relieve a travs de la discusin de las form as
en que los roles sociales y los derechos de la m u jer influyen
en las experiencias personales de sta. Se entiende que un cam
bio social trascendente es un su stra to necesario en m uchos as
pectos del cam bio individual.
O tra caracterstica distintiva de la terapia fem inista es su
com prom iso con los principios fem inistas, incluyendo el selfhelp, la utilizacin de e stru c tu ras colectivas, en lugar de je r r
quicas y un rep arto igualitario de los recursos, el p o d er y la
responsabilidad. Se eligen estrategias teraputicas en consonan
cia con estos principios, porque se da por sentado que ayudar
a las m ujeres a tran sfo rm ar los aspectos opresivos de sus vidas,
fuera de la situacin teraputica, exige elim inar tam bin los
aspectos opresivos de la terapia. Por ejem plo, las form as de
terapia que sitan a la paciente en papeles subordinados a un
terapeuta au to ritario no hacen sino rep etir la situacin de infe
rioridad que las m ujeres poseen en la sociedad. Por esta razn,
las terap eu tas fem inistas seleccionan deliberadam ente estra te
gias que pongan de relieve el poder y la responsabilidad de la
paciente. La utilizacin de co n trato s es una estrategia p ara igua
la r el equilibrio de poder e n tre tra ta n te y tratado. O tra estra te
gia que sirve p ara reforzar el poder de la paciente consiste en
a b rir expedientes y reg istra r actas p ara su inspeccin y evalua
cin, tam bin se utiliza la terapia de grupo p ara dism inuir la
autoridad del terap eu ta (los m iem bros del grupo asum en m u
chas funciones de las q u e norm alm ente se encarga el terap eu
ta). Dichos grupos, p o r regla general, estn com puestos nica
m ente p o r m ujeres, p ara ayudarlas a co m p artir experiencias que
les han afectado com o individuos y com o m ujeres y p ara facili
ta r el resp eto y la confianza en tre ellas.
Las terap eu tas fem inistas se definen a s m ism as como p ro
fesionales de la salud m ental y como p articip an tes del movi
m iento fem inista. La form a de d irig ir la hora de terapia tiene
m ucho en com n con o tras psicoterapias. La terap ia fem inista,
al igual que las terapias de conversacin en general, no ofrece
curas para los trasto rn o s psicolgicos con un su stra to fisiol
gico o bioqum ico. Sin em bargo, los problem as de un gran n
m ero de pacientes no tienen un origen fsico. Las fem inistas
afirm an que la m ayora de los problem as de las m ujeres po
dran ser com prendidos m ejo r si se in te rp retaran d en tro de un
m arco socio-poltico. La aportacin de un anlisis de este tipo
com plem enta las dem s tareas de la relacin teraputica. Por
ltim o, los objetivos de la terap ia fem inista ayudar a las m u
EDUCACION Y TRANSFORMACION
DE LOS PROFESIONALES DE LA SALUD MENTAL
El fin ltim o de las fem inistas no es desarrollar un sistema
de asistencia paralelo, separado del sistem a tradicional, sino
transform ar este ltim o, de m anera que los sistem as alterna
tivos lleguen a ser superfluos. Segn esto, la educacin de los
trabajadox-es de la salud m ental constituye una preocupacin
central para las fem inistas. Los esfuerzos educativos se reflejan
en los simposios presentados en convenciones profesionales
(ejemplo: Marecek y Katz, 1973; Brodsky, 1974; Waskow, 1975);
en libros, artculos y ensayos dirigidos a profesionales y al p
blico en general y en m ateriales de form acin y conferencias
acerca de las m ujeres en tratam iento. En el caso de las femi
nistas que se dedican a supervisar a los principiantes, utilizan
esta relacin para fom entar la sensibilidad hacia los problem as
de las m ujeres (Brodsky, 1973, 1976). Muchas de las que se de
dican a esta tarca educativa consideran que su prim er objetivo
es dem ostrar a sus colegas la existencia del problema. Algunos
psicoterapeutas no son conscientes de que el rol de las m ujeres
est cam biando y, muchos de ellos, no conocen la extensa lite
ratu ra existente, que docum enta el perjuicio socio-cultural oca
sionado a las m ujeres y sus consecuencias en la salud m ental de
stas.
CONCLUSION
Las actividades de las fem inistas relacionadas con el sistem a
de salud m ental han tenido lugar en el campo de la teora, de
la investigacin, de la prctica y de la educacin. Sus esfuerzos
se han centrado fundam entalm ente en la construccin de una
teora y en el desarrollo y la prctica de la terapia fem inista.
Se ha producido un increm ento de la actividad en el campo de
la investigacin y una proliferacin de los sistem as de ayuda
alternativos, pero en am bos casos el progreso se ha visto lim ita
do por la escasez de fondos. El hecho de prom over un cambio
en el sistem a de salud m ental ha supuesto todo un desafo.
Qu queda p o r hacer? La eliminacin total del sexismo en
EL CONTRATO
Las fem inistas subrayan lo necesario de la igualdad en la
relacin entre terap eu ta y paciente como form a de abandonar
el m odelo de m edicina patern alista en el que se supone que el
doctor siem pre es el que sabe m ejo r lo que sucede. Reconocien
do que la capacidad de in flu ir en la gente se debe en p a rte a
sus propias expectativas (el efecto placebo), las fem inistas
defienden que una relacin igual, en la que se da un respeto
m utuo, puede, a p esar de todo, suscitar expectativas beneficio
sas p ara lograr las m etas propuestas (13). Un m todo para con
seguir esta igualdad es la utilizacin de un contrato.
M uchos terap eu tas utilizan un co n trato inform al o de pala
bra con las fam ilias que acuden a solicitar ayuda, lo cual faci
lita el acuerdo en las m edidas tom adas p ara el tratam ien to y
en las m etas del m ism o (18). Como seala el grupo N ader, un
co n trato escrito asegura la proteccin de los derechos del pa
ciente de form a mucho m s am plia (19). El co n trato no p reten
RECONCEPTUALIZACION DE LA DESVIACION
Las categoras de diagnstico no son tiles p ara un enfoque
de la fam ilia como sistem a porque contienen connotaciones intrapsquicas y de causalidad que no se adecan a este modelo.
El terap eu ta fam iliar puede seguir los pasos de las terapeutas
fem inistas evitando la utilizacin de etiquetas que im pliquen
que el a trib u to pertenece al individuo an tes que a la situacin.
Las categoras de diagnstico se cen tran en los individuos en
m ascarando la existencia de condiciones particu lares en la so
ciedad que son las q u e producen m alestar en estos individuos.
El hecho de que una determ inada conducta ya se haya convertido
en habitual como resultado del reforzam iento ejercido p o r las
pau tas de socialiacin, no significa que el terap eu ta deba a d o p
ta r un m odelo intrapsquico. P or ejem plo, debera reconocerse
que la infelicidad de las m ujeres en las fam ilias est dem asiado
extendida com o p ara seguir considernola como una debilidad
o un defecto individual. Como lia subrayado H alleck (41), aquel
tratam iento que no anim e al paciente a exam inar y evaluar la
influencia de su entorno, lo nico que consigue es consolidar
el status quo.
La observacin de la utilizacin del lenguaje es im portante
porque m ediante l pueden exagerarse las diferencias en tre los
sexos, a m enudo con connotaciones despectivas (14). Algunas
de las categoras despectivas que se utilizan estn im puestas
p o r la cu ltu ra m asculina dom inante, por ejem plo: bonita,
sexy, fea, rubia, regordeta, y o tras p o r el estilo (23).
O tras reflejan claram ente la existencia de un criterio doble
p ara hom bres y m ujeres. El uso del m asculino de form a gen
fam ilia. E sto enfatiza las sim ilitudes, y no las diferencias, en tre
los herm anos.
LOS MODELOS
El fem inism o reconoce que uno tic tos aspecto# m is im por
tantes de los grupos de concienciacin es la o p o rtunidad de
que cada m u je r se convierta en un modelo p ara Jas dem s.
E xisten loda una serie de m delos m asculinos de ito en la
vida pblica, en los negocios, en las diferentes profesiones y
en !us m edas de com unicacin de m asas; pero las m ujeres ca
recen de m odelos fem eninos debido a que, com parativam ente,
hay m uchas m enos m ujeres que ocupan posiciones destacadas.
Por o tra parte, a! p erm an ecer en sus casas. las m ujeres se en
cu en tran aisladas em re s. La tti'ap ctu a fem inista puede ofrecer
un m odelo gratificante para las pacientes, pero he notado que
h asta a] ms liberal de los hom bres le es m uy difcil reconocer
que una terap eu ta puede o frecer algo que l no pueda ofrecer.
Algunos lerap cu tas dicen que es m ejor para una m u je r que Su
terapeuta sea mascnJino, porque as se le puede pro p o rcio n ar un
modelo de identificacin diferente a! que la paciente est acos
tum brada {26), Pero lo que aq u no se considera es que el te ra
peuta, al o frecer un m odelo m asculino diferente, refuerza los
estereotipos tradicionales, lando p o r supuesto que la paciente
necesita un hom bre especial que la trate de m anera diferente
a com o los dem s hom bres lo han hecho h asta entonces. Lo que
la m ujer tiene que ap ren d er no es que algunos h o m b r e s son
diferentes, sino cm o co n v ertirse ella en una m u je r diferente.
Al m odelar diferentes conductas, la terap eu ta fem enina pue
de ayudar a las m ujeres a liberarse de los rasgos de grupo m i
n o ritario que han desarrolladu debido a su falta de poder y a
su posicin secundaria, rasgos tales como sentirse descontentas
de su sexo, poseer una imagen negativa de s miomas, sentirse
elevadas, inseguras, tm idas en sus aspiraciones, exhibiendo
conductas conciliadoras (23). O tra cualidad que las terapeutas
fem inistas pueden p roponer como m odelo a toda la familia es
la com petencia fem enina. Sin em bargo, en la terap ia de familia,
es preciso que el terap eu ta tenga cuidado en no convertir a los
m iem bros de la familia en incom petentes, reforzando slo a
uno de ellos, el padre o la m adre, com o el m ejor, el ms sabio,
el m s justo* y el que se encarga de todo. La terapia tradicional
ha fom entado con m ucha frecuencia que las m ujeres se consi
derasen incapaces. El m ejor m odelo pai*t los padres no es el
ALIANZAS TERAPEUTICAS
Un p roblem a que surge a lo largo de la terap ia fam iliar, y a
travs de las intervenciones y alianzas del terap eu ta, es el sexo
del propio terap eu ta. Se in te ra ct a de form a d iferen te con los
hom bres que con las m u jeres? Puede un hom b re se r terap eu ta
fem inista? P or supuesto, un hom b re no m achista es m ejo r que
una terap eu ta m achista. La diferencia de poder e n tre hom bres
y m ujeres sigue constituyendo un gran obstculo. Es m s, ya
que el estereo tip o de m asculinidad exige al hom b re d em o strar
siem pre que es una persona com petente, puede o c u rrir que le
resulte m s difcil que a las m u jeres id en tificar y reconocer
sus propios p reju icio s sexuales. E sto s p u n to s dbiles del te ra
p eu ta le llevan a refo rzar la p a u ta s tradicionales, ya sea alin
dose con un a m u jer p ara protegerla, lo q u e en realidad cons
titu ira un acto com petitivo p ara el m arido, o estableciendo una
alianza con el m arido, c o n tra la esposa.
Un asp ecto esencial de la terap ia fam iliar consiste en que el
te ra p eu ta debe e s ta r co m prom etido con todas las perso n as de
la fam ilia (20). E sto significa que la m ayora de las veces tiene
que estab lecer alianzas con fines teraputicos. Pero u n a alianza
no significa necesariam ente estar de acuerdo. Si el terap eu ta
tiene experiencia le es fcil aliarse con un m iem bro de la fa
milia, bien en cu an to a su atencin u opiniones, o bien aprove
chando los aspectos sintnicos de la personalidad tan to del te
rapeuta com o del paciente, y sin em bargo ap o y ar m ien tras tan
to puntos de vista y actitu d es de o tro m iem bro de la fam ilia.
Por ejem plo, es m uy co rrien te q u e al principio se necesite esta
blecer una alianza de algn tipo con el p a d re que se m u estra
reacio a p a rtic ip a r en la terapia, p ara aseg u rar su asisten cia y
participacin en los estadios iniciales de la m ism a.
La terap eu ta fem enina m uchas veces ser considerada como
una alianza de la m ad re a causa de su sexo; de la m ism a fo r
ma, tam bin se cree q u e el te ra p eu ta m asculino establece alian
zas con el p a d re en m uchos de los casos en los que esto no
es as. A m enudo se da p o r su p u esto que el padre y el terap eu ta
en cuanto q u e son dos personas m s razonables (poderosas),
poseen una alianza n atu ral. Raw lings y C rter (42) refieren una
sesin con dos terap eu tas, un p siq u iatra y un asisten te social
am bos hom bres, en la q u e la m ad re se senta com o u n a liebre
acosada p o r u n a m anada de lobos. A veces las m u jeres necesi
tan el apoyo de una terap eu ta m u jer q u e se oponga a las alian
zas tradicionales y sea capaz de lib e ra r los sentim ientos re p ri
m idos de ira, inutilidad y envidia que tienen los h o m bres (25).
CONCLUSION
La terap ia fam iliar p roporciona o p ortunidades p ara el cam
bio social inasequibles desde o tro s enfoques teraputicos. El te
rapeuta se en cu en tra con problem as fam iliares q u e reflejan las
norm as tradicionales y las expectativas que los p ad res traen de
sus propias fam ilias de origen e in ten tan m an ten er en su familia
actual. El enfoque de la terapia de la fam ilia com o un sistem a
es congruente con la terap ia fem inista en cu an to que exam ina
la conducta en trm inos de sus d eterm inantes econm icos y so
ciales y no basndose en un enfoque centrado en el individuo.
Un terap eu ta de la fam ilia, de orientacin fem inista, puede
in terv en ir de m uchas m aneras p ara tran sfo rm ar las consecuen
cias opresivas de los roles y expectativas estereotipadas. A me
dida que la conciencia em ergente va ganando terren o en la
fam ilia, los m iem bros van reconociendo las presiones socioculturalcs que p erp et an los roles sexuales tradicionales y buscan
form as de liberarse de tales presiones. La revisin de las tc
nicas de la terap ia de la fam ilia, desde una perspectiva fem i
nista, indica q u e dicha terap ia es perfectam ente posible, sin
favorecer p o r ello los roles sexuales estereotipados.
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