Contra La Vida Activa
Contra La Vida Activa
Contra La Vida Activa
VERSUS
RAFAEL
ROUND 9
LEMUS
CONTRA
LA VIDA
ACTIVA
ahora, en cambio, la vanidad idiota con que nuestro vecino revisa su agenda, consulta a su secretaria y anuncia
estar, s, tremendamente ocupado.
Es tal el descrdito del ocio que en no mucho tiempo
la palabrita que lo nombra se sumar a nuestro populoso
cementerio lxico. Para las generaciones futuras el terminajo ocio ser tan incomprensible como para nosotros la
palabra sobrepelliz, la costumbre del bombn o, si nos
ponemos melodramticos, el concepto del honor. Un
esqueleto, slo eso, de cuatro letras. Si alguna vez hubo
una guerra entre el trabajo y el ocio, ha concluido, y no
vencieron los vagos. Est claro: de 9 a 7 son horas de fbrica y oficina. No se confundan: las dems horas son tambin propiedad del trabajo. Ese, el problema: el trabajo lo
avasalla todo. En sus horas nos tritura y vaca. Cuando al
fin nos escupe, su sombra, que se llama cansancio o abulia, nos persigue. Si alguien, un hroe, conserva cierta
energa, ya se le apura a que corra y la gaste. Porque tambin eso: en los breves tiempos de ocio se trabaja. La tica
laboral ha rebasado las fronteras de la oficina y la fbrica
y mora, dominante, en todas partes: los gimnasios, los
cursos de educacin continua, los divanes que nos invitan
a ocupar dramticamente nuestro tiempo libre. Donde
antes haba asueto y fiesta ahora hay un rgimen blando
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y no demasiados parecen considerar que el conocimiento sea un fin en s mismo! Debe trabajarse en beneficio de
la empresa o la patria, y la teora es autista, habla una
jerga, se discute a s misma! Como no se halla placer en el
conocimiento, se decreta: el conocimiento no es placentero, debe contribuir a crear productos placenteros.
Decir que las cosas tienen slo un valor de uso y un
valor de cambio supone decir que carecen, entre otras
cosas, de un valor esttico. Mucho me temo que esto
demanda una aclaracin. Hoy las cosas son bellas, acaso
ms bellas que nunca. Muebles, automviles, utensilios
de cocina: todo es bosquejado por las grandes firmas de
diseo y fabricado con los mejores estndares de calidad. La cuchara que te llevas a la boca: pensada por un
artista reputado. El hotel con el que sueas: un milagro
de la arquitectura. Tu camisa o el inslito botn de tu
camisa: tan bonitos. Hoy todo, casi todo, es bello y por lo
mismo la belleza contempornea, como ha escrito Yves
Michaud, es gaseosa: est en todas partes y en ninguna.
Peor: es un deleite tan cotidiano que es cada vez menos
vigoroso. Reconozca usted que nuestra actitud ante las
mercancas bellas suele ser poco contundente: celebramos su delicada forma y, si no podemos adquirirlas, les
tomamos una o dos fotografas. Acepte que la experiencia
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realidad. Quien se aburre est desprendido: pisa el mundo pero no es parte del proceso del mundo. Las cosas ocurren, estn (all), y el que se hasta sobrevive, fluye trabajosamente (aqu). No un abismo sino un velo, intangible y
apenas evidente, se opone entre l y la experiencia del
mundo. Puede estallar, digamos, la maana del otro lado
del velo, o declinar un vasto imperio, o persistir la guerra
diaria, y nada de eso afecta al que se aburre. Ni siquiera la
agitacin extrema, mucho menos la agitacin extrema,
consigue sacudirlo: cuando uno se hasta da lo mismo
rascarse los sobacos, admirar la noche o arrojarse en
paracadas.
Est adems el tiempo, que se rehsa a arrastrarnos.
Si nos aburrimos, no somos una partcula ms en el devenir: miramos desplomarse, uno a uno, los segundos. Lo
primero, la sensacin ms obvia, es la lentitud: todo
parece durar demasiado, acaso para siempre, y nada
fluye con soltura, como si no slo uno, tambin el mundo,
se hubiera atascado. No es extrao que la palabra alemana para designar el tedio, Langeweile, signifique llanamente larga duracin. Es ms raro que el tedio, como
ha explicado Thomas Mann, suponga tambin una aceleracin del mundo: ahora, mientras se le padece, el
tiempo no pasa; en un futuro, cuando se recuerde el abu37
mundo que se fuga. No escribe, sobra decirlo, una crnica. No podra hacerlo: el espectculo frente a su ojos
sucede lejos, en ese instante pero en otro tiempo.
Baudelaire no hace nada, salvo desear la muerte,
para sacudirse el aburrimiento. Mucho me temo que la
mayora de los hombres, menos estoicos, practica, con
objeto de volver a enchufarse con el mundo, las ms abigarradas coreografas. Antes de mirarlos y rer, una atenuante: hay una disposicin fsica a ello, un afn natural
de actuar y crecer y expandirse. Otra disculpa: persiste la
fantasa romntica y esta sugiere que eso, la comunin
entre el hombre y el mundo, es todava posible, sobre
todo a travs de la aventura. Pero para ser honestos: no es
la voluntad de crecimiento ni la imaginacin romntica
lo que motiva nuestros actos cotidianos. Es el miedo, el
comn miedo al aburrimiento. Porque el tedio es, s, aterrador: quien se aburre, aun en medio de la multitud, est
absolutamente solo; si no se huye del bostezo, un abismo
metafsico se abre y nos devora.
El alpinista que conquista una cumbre y ya mira la
siguiente, el licenciado que cambia desesperadamente
de canales televisivos, la secretaria que habla y grita para
no concederle un segundo al silencio: triste, absurda
coreografa. Se pretende vencer el tedio y el tedio es jus39
relajarnos un tiempo y regresarnos a la apretada sabidura de las cuatro paredes. Una buena aventura, de hecho,
debera hacernos aborrecer la posibilidad de experimentar pronto otra aventura. Si no estuviera tan cansado, dira
que esa es una de las funciones de la aventura: devolvernos renovados, satisfechos, a la vida cotidiana.
El tedio de las demasiadas aventuras. Kierkegaard
ha escrito famosamente sobre el asunto. Segn su tipologa, hay un hombre esttico justo el bicho que increpamos: vano y efervescente y es uno solo su destino: la
desesperacin. Si no goza, porque no goza: el mundo es
fro y aburrido. Si alcanza el placer, porque lo alcanza:
es breve y se escurre; es tpico y se parece a otros placeres; es mucho y enajena. De un modo u otro, la misma,
torpe estrategia: multiplicar, no intensificar, las aventuras. Tengo un par de citas, desde luego, para convencerlos de que la tctica correcta es, debe ser, la contraria: no
coleccionar sensaciones sino intensificar unas pocas
experiencias. Janklvitch: El remedio contra el tedio
no estriba tanto en extender la diversin como en limitarla e intensificarla. Italo Calvino: la mejor manera de
combatir el infierno es buscar y saber quin y qu, en
medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y
dejarle espacio.
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Una pausa. Han visto esos pequeos jardines pblicos cuya desolacin nos invita a visitarlos? Pues bueno,
miro uno desde la hamaca. El pasto crecido y hmedo.
Los macizos troncos de diez o doce rboles. El herrumbroso tiovivo. Que por qu no dejo la hamaca y me
monto festivamente en uno de los columpios? En parte,
por cortesa: estoy hablando con ustedes. En parte, porque he ledo un bello ensayo del seor Robert Louis
Stevenson que me recomienda, a la manera de Bartleby,
mejor no hacerlo. Habla Stevenson de la sensacin de
perspectiva, ese placer que provocan las cosas y los
espacios que descansan siempre un poco ms all, en el
horizonte. Habla de cierto malestar de la cercana, esa
decepcin que se sufre a menudo cuando algo se alcanza
y se exprime y el goce de la anticipacin termina. Hay
que pensar mucho en un paisaje, advierte, antes de
empezar a disfrutarlo. Hay que paladear la expectativa
de la experiencia antes de perpetrar la accin. Para convencernos, refiere este episodio de Werther:
Cuando llegu aqu, cmo me llamaba el hermoso valle desde todas las laderas, cuando lo
mir desde la cima de la colina! Oh, perderme
en sus misterios! Corr a su encuentro, y volv
sin hallar nada de lo que anhelaba. Ay! La dis47
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