Las Dos Muertes de Socrates - Ignacio Garcia-Valino
Las Dos Muertes de Socrates - Ignacio Garcia-Valino
Las Dos Muertes de Socrates - Ignacio Garcia-Valino
Ignacio Garca-Valio
Para Nieves
Mi agradecimiento especial a Jos Solana Dueso, que me ayud con su
original visin histrica.
Cronograma[1]
469 a. C. Nacimiento de Scrates.
465 a. C. Nacimiento de Aspasia de Mileto y de Prdico.
449 a. C. Llegada a Atenas de Aspasia.
445 a. C. Pericles contrae matrimonio con Aspasia.
429 a. C. Muerte de Pericles.
417 a. C. Nebula ingresa en La Milesia.
410 a. C. Nebula parte con Alcibades.
407 a. C. Regreso de Nebula a Atenas.
406 a. C. Desastre naval de las Arguinusas y juicio de los almirantes.
399 a. C. Muerte de Scrates.
Primera Parte
Captulo I
La leccin ms dura de su vida la aprendi Nebula a los doce aos, cuando nada saba
an del sexo. Era una esbelta pber, rozada por las miradas lbricas de los hombres,
recin sacada de su casa para no regresar. La peste haba puesto a su madre a pudrir la
tierra, y dos aos atrs su padre haba perecido en los fosos de las canteras de
Siracusa, adonde fue deportado por los espartanos como prisionero durante la gran
guerra. Sus dos tos corrieron parecida suerte, uno en la batalla de Anfpolis, y el otro
en paradero desconocido. No quedaba quien la cuidara, salvo una ta lejana, demasiado
mayor para hacerse cargo de ella, as que fue vendida a Aspasia para ser convertida en
hetaira de lujo.
Nebula haba odo hablar de la duea del burdel, Aspasia de Mileto, viuda de
Pericles, de quien se contaban tantas cosas y tan contradictorias: sus influencias en
determinados crculos masculinos, su cultura, cierta leyenda entreverada de turbios
ardides, y sobre todo el negocio que bajo la mera apariencia de una casa de placer
encubra una escuela de mujeres.
Tena cuarenta y ocho aos Aspasia cuando acompa a Nebula al templo de
Afrodita. All la pber deposit una corona de flores a los pies de la diosa, y a
continuacin se despoj de su tnica. Aspasia la examin: su cuerpo an no estaba del
todo formado, pero prometa ser la muchacha ms bella que habra pisado su local. Sus
ojos tenan el duro brillo de un zafiro. Cuando acabara de desarrollarse, ese cuerpo
sera perturbador, y para entonces Aspasia esperaba haberle enseado todo cuanto era
importante para conducirse entre los hombres y el sexo. Le advirti que la vida de
hetaira era una vida dura, y que slo sobrevivira con astucia, y con un temple firme
como el hierro. Ahora deba obedecer y ser respetuosa. Ella le enseara a pensar, a
embellecerse, a agudizar su sensibilidad con la danza, la poesa, msica, y tambin la
iniciara en los misterios de la escritura. All, en La Milesia, siempre tendra techo,
comida y proteccin, y slo se le pedira a cambio su trabajo. Nebula se limit a
asentir. Aspasia continu:
Ahora vas a tener tu primer cliente. Ha pagado mucho, porque eres virgen. He de
avisarte que tu primera experiencia ser dolorosa. Pero ten siempre presente esto: todo
lo que duele en el sexo es bueno.
Nebula no tena miedo. Crea haber dejado atrs lo peor con la prdida de sus
progenitores, y ahora haba encontrado una nueva familia, que la cuidara y le enseara
a ser mujer. Era una frgil muchacha, erguida en sus enaguas transparentes, con la
mirada perdida, los oscuros pezones y el vello negro contra el blanco lino, ante la
atenta mirada de su primer cliente.
En la alcoba de La Milesia se desnud framente y sin gracia, como un ritual carente
de significado. No pudo evitar que el pudor inicial le erizara la piel. Tena l unos
treinta aos, buena presencia, barba bien cuidada, una elegante tnica de lino y botas
recias. Por sus manos finas supo ella que era muy rico. Nebula lo desnud mirndole
fijamente a los ojos, sin mostrar una excesiva complacencia, sin querer reparar
demasiado en el miembro pugnaz. Sonri tmidamente, un instante, antes que el otro le
borrara la zalamera con un ceo hurao.
Una vez desnudos los dos, la puso a gatas sobre el divn y l se situ detrs. La
muchacha tuvo nocin de que deba curvar la espalda y alzar las nalgas. Frente a ella
haba un espejo de cobre pulido, donde se vea a s misma, desleda, y tras ella la
figura del hombre, la mano que suba por el surco del espinazo, como una lengua seca,
hacia la cerviz. Despus sinti que la untaba con grasa tibia, todo alrededor de su
vagina, demorndose en todos los pliegues, y luego, bruscamente, un dolor que no era
en su sexo, sino entre las nalgas, se fue abriendo paso hacia dentro, rasgndola con un
ardor insoportable que le licu las pupilas. Sinti que las rodillas no la sostenan, y el
hombre la agarraba por la juntura de los muslos con las nalgas, la apretaba, la sostena
en vilo, izndola, mientras segua hincndole ms adentro, ejerciendo sobre todo su
cuerpo tanta presin que se vio aplastada la mejilla contra el cobre del espejo, y all l
empuj, empuj, empuj. La desgarraba como un odre de cuero, y el divn cruja como
si fuera el lamento de sus propios huesos. Entonces, cuando le hubo metido el sexo
completo, comenz a revolverlo all, enjaretndola convulsivamente, rtmicamente, a
golpes de pelvis, empujando, empujando sin dejar de sostenerla con las uas clavadas
en la piel, y el peso, y el aplastamiento de la carne. Sus brazos se haban plegado,
incapaces de sostener la parte superior de su cuerpo, abrasada, humillada. Se abandon
por completo a la agresin durante un tiempo que le pareci una agona eterna.
Finalmente, el hombre sac el pene de entre sus nalgas, dejando escapar un gruido
de satisfaccin, y le solt los muslos. Qued encogida de dolor, pero enseguida el otro
volvi a levantarla tirndole de los hombros hasta hacerla girar hacia l. La agarr del
pelo, puso ante sus ojos su pene an erguido y cubierto de sangre y mierda, y le grit
que abriera la boca, abre la boca! Ella cerr los ojos y sinti, duro, dentro de su boca,
el sexo caliente y el sabor a sangre y hez, y poco despus el del tibio semen
bombeando.
Todo lo que duele en el sexo es bueno.
El hombre se estaba sacudiendo el resto del pringue, exprimindose con una mano
el glande enrojecido, todava tumescente:
Captulo II
Cuando Nebula ingres como aprendiz de hetaira, La Milesia llevaba veintinueve
aos funcionando y estaba en su declive. Haba tenido su edad dorada, como la ciudad,
su lrica y su misterio, y por ella haban pasado hombres distinguidos de Atenas y de
ciudades lejanas, atrados por la fama de sus mujeres que, segn decan, no se parecan
a las de ningn otro lugar.
En aquellos aos de bonanza que siguieron a su fundacin por Aspasia, el navegante
extranjero que llegaba a Atenas poda aliviarse de las privaciones de la travesa marina
recalando en una casa de citas nada ms poner los pies en el puerto del Pireo; por el
precio de un bolo se le daba la bienvenida y por otro ms poda yacer con alguna de
las prostitutas esclavas. Algunos atenienses bromeaban diciendo que si Ulises hubiera
tenido que desembarcar en Atenas durante su travesa y pasar la noche en un prostbulo
del puerto no se habra librado tan fcilmente de las garras de estas mujeres como lo
hiciera de Circe, Nauscaa y dems hechiceras, porque estas prostitutas eran portadoras
de toda la variedad de enfermedades venreas que uno poda contraer desde Cartago
hasta el Quersoneso.
Si el viajero era de gustos algo ms refinados y tena en estima su salud burlara a
las mujeres que le salan al paso desde los muelles y escolleras de la baha y seguira
adelante, atravesando la avenida de los Muros Largos hasta las puertas de la ciudad, y
una vez all, en el barrio de Cermicos, podra encontrar locales donde se serva buen
vino de Quos y mujeres dispuestas a hacer olvidar por una noche las amargas
dispensas de la mar. All, por quince bolos encontrara una amante limpia, perfumada,
y ms ejercitada en las artes erticas que aquellas toscas portuarias. Pero si era un
visitante culto y distinguido, y estaba bien informado, se diriga sin demora a
comprobar si eran ciertas las maravillas que se contaban de La Milesia, la casa de mala
fama con mejor reputacin de toda la Hlade.
Ubicada en la falda de la colina de las Ninfas y prxima al Arepago, haba sido
fundada por Aspasia de Mileto a sus diecinueve aos. Slo haba otra escuela conocida
de la mujer, creada por Safo en Lesbos un siglo antes, y an abierta. Por ella haba
pasado Aspasia durante su pubertad para aprender poesa, msica y las artes del placer.
All concibi su sueo de llegar a la ciudad de la sabidura y fundar una casa donde las
mujeres pudieran convertirse en personas autosuficientes, sin vivir bajo la frula de sus
maridos.
Con diecisis aos haba llegado a Atenas Aspasia acompaada de su hermana, dos
sobrinos y su cuado, un ateniense que regresaba de cumplir una condena de una dcada
de ostracismo. Aspasia reuna los rasgos orientales ms propios de la belleza jonia: tez
morena, rostro ojival, ojos tibios como carbones, adems de una educacin refinada. Al
mismo tiempo, las mujeres jonias tambin tenan fama de adlteras, avariciosas y
ladinas. Todo esto contribuy a que no le fuera nada fcil al principio abrirse camino.
Cuando la oan hablar con propiedad y buen criterio los hombres reforzaban su
impresin de encontrarse ante una mujer distinta, inquietante y a buen seguro poco de
fiar.
No buscaba entonces marido ni amante. Haba disfrutado tanto y tan precozmente
del sexo que ya en su temprana juventud no encerraba misterios para ella. Y en cuanto
al amor, de momento no entraba en sus planes. Deseaba ante todo completar la
formacin que haba empezado su padre, antes de morir, y que le haba permitido
aprender muy pronto los secretos de la lectura, la escritura y la euritmia. Conoca todas
las figuras de la danza, desde la de cortejo a la religiosa. Ejercer de hetaira no
convena mucho a su reputacin, pero qu otra cosa poda hacer? Slo como hetaira
tena acceso al mundo masculino del arte y la intelectualidad.
Durante tres aos se gan holgadamente la vida como acompaante de simposios,
animando los gapes masculinos en los andrones y banquetes nupciales, hacindose
acompaar de otras modelos o bailarinas de menor fuste, que junto a ella realzaban sus
cualidades. El simple hecho de ser mujer por naturaleza y condicin le haca ser tratada
como una persona cuya existencia vicaria estaba supeditada a las necesidades del
hombre; en su caso, puesto que no aspiraba a ser casada ni formar una familia, era un
instrumento del placer masculino. Aspasia de Mileto crea que la de hetaira era una
profesin muy digna, adems de lucrativa, pero sufra cuando la trataban como una
ciudadana de segunda categora, sin derechos, porque en ningn sentido se consideraba
inferior a los dems. Se saba con suficientes luces para departir con los hombres como
una igual, pero cmo demostrarlo si ni siquiera le daban una oportunidad?
Cuando les hablaba con palabras que no acostumbraban a or salir de boca de una
mujer, se rean y lo tomaban como una exquisitez ertica, como un refinamiento extico
en una hetaira de buena rama, venida de la escuela jonia. Por eso, durante sus primeros
aos en Atenas, la joven de Mileto dependi de los hombres mucho ms de lo que
hubiera querido, dado que le era imprescindible recibir su consideracin y respeto; su
propia estimacin pasaba por granjearse la confianza de quienes para ella eran
importantes, y de integrarse en la vida de los varones de una manera eficaz. Ella, que
por pundonor odiaba la sumisin, se someta sin saberlo en ese aspecto, y precisamente
era su ansia por distinguirse como una mujer especial lo que la haca, en cierto modo,
blanco de los caprichos de los hombres.
qu votamos. Es de risa pretender que el pueblo decida tantas cosas, cuando lo que le
preocupa es si la yegua est preada, o si las gallinas del vecino ponen ms huevos que
las suyas.
Eso es muy cierto celebr Conno.
No entiendo dijo Anito por qu dicen que Pericles es tan inteligente. Un
hombre listo nunca confiara las decisiones importantes al pueblo. De hecho, no hay
nada ms peligroso que consultar a los dems.
Pero es el precio de la representatividad objet Protgoras. Sobre la
participacin colectiva se funda la concordia ciudadana y la igualdad. En caso
contrario, el pueblo sentira que se gobierna sin contar con l.
El pueblo es ignorante y primitivo dijo el anfitrin y casi nunca sabe lo que
le conviene.
Entonces dijo Protgoras, habr que encontrar el equilibrio de la
representatividad: cunto puede y debe participar el pueblo en las decisiones de sus
soberanos? Una excesiva participacin del pueblo tal vez sea tan nocivo como el
desprecio de la opinin de los ciudadanos por parte de los dirigentes.
Este razonamiento no gust a la mayora, inclinada a favor de la tesis de Conno:
haba que depurar ese gobierno de advenedizos, y cederle el puesto de gobierno a
hombres que supieran manejar el timonel con pulso frreo. Pero quines haban de ser
esos hombres que asumieran el liderazgo? La mayora se inclinaba por los hombres
ricos e influyentes de la ciudad, los aristcratas. Protgoras objet que no crea en otra
aristocracia que la del talento.
Por su parte, Conno desarroll su tesis de que un buen gobernante deba elevar las
ambiciones del pueblo, porque el pueblo es rastrero y se mueve por intereses
mezquinos. En esto estaba de acuerdo la mayora.
Eso es exactamente lo que est haciendo Pericles dijo Protgoras. La ciudad
ha cambiado. La he visto cambiar en los ltimos aos, pero nunca ha florecido como
ahora. Es que no tenis ojos?
Tiene ms monumentos admiti Aristfanes. Han hecho un templo muy bello
a la entrada dela Acrpolis. Carsimo, por cierto. Pero hay que reconocer que le ha
sacado a Atenea unas tetas preciosas. Cada vez que paso por ah admiro el buen arte de
Fidias.
T estrenas comedias gracias a la democracia dijo Protgoras. Y si estamos
aqu juzgando a Pericles es por la democracia. Porque la democracia conlleva igualdad
y libertad.
Libertad, igualdad, bah Conno hizo un aspaviento. Slo son palabras. Para
empezar, por qu las ponis siempre juntas? Son dos cosas excluyentes. Si uno es
libre, entonces no aspira a ser igual que los dems. Aspira a ser superior.
Bueno, ah est el difcil equilibrio sonri Protgoras. Soy libre de expresar
mis opiniones aqu, pero no por ello me voy a arrogar el derecho de imponerlas.
Prdico de Ceos no deca nada, y slo escuchaba la conversacin de hito en hito.
Estaba demasiado perturbado por la belleza de Aspasia, situada detrs, en segundo
plano, para servir el vino antes de que se agotara en las copas. Prdico estaba seguro
de que segua el debate y comprenda cada palabra que se pronunciaba.
Querido Protgoras deca Conno, t que tanto has viajado, consideras lo
mismo un esclavo que un meteco, un meteco que un hombre libre?
Iguales por naturaleza, diferentes por condicin social, de acuerdo con las
normas imperantes. Pero las normas cambian. Y un da el esclavo se alza contra su
seor. Es el derecho natural.
Esta ltima observacin calent el ambiente. Anito puso a Protgoras como ejemplo
del peligro que representaba el ideal democrtico: abrir las compuertas del caos. Por
contra, l defenda una oligarqua organizada y autoritaria. Siempre era preferible a una
tirana, porque as se neutralizaba la ambicin de un solo hombre.
Prdico ejemplific esta idea advirtiendo de qu ocurra cuando se arrojaba un
hueso tierno a cuatro perros hambrientos.
La nica diferencia entre una tirana y una democracia dijo Aristfanes es
que en la primera somos dirigidos, y en la segunda burlados. Dirigidos o burlados, sa
es nuestra libertad de eleccin.
Entonces, t por qu rgimen poltico te inclinas? se interes Anito.
Por ninguno. Es un asunto que no me interesa. Nunca hablo de poltica. Por lo
menos entre gente decente.
Todos se echaron a rer. Aristfanes prosigui, muy animado:
Imaginemos que convenimos en abolir todo este gran enredo de la poltica, as
que decidimos formar un clan, aqu mismo, en esta estupenda casa, queremos formar
una pequea sociedad justa, igualitaria y sobre todo sin poltica; disolvemos toda
jerarqua, de acuerdo?, nadie manda, nadie obedece, todos mandamos a la vez, nos
responsabilizamos mutuamente. Sabis qu pasara? mir a los presentes. Yo os
lo dir: en menos de lo que dura un pan ya estaramos otra vez organizados y votando
quin limpia la casa, quin da de comer a los caballos, quin se hace cargo de las
compras, quin manda y quin obedece.
Me gusta la propuesta dijo Conno. Pero querra saber qu tipo de decisiones
habramos de tomar en esta pequea sociedad.
Si funciona bien dijo Aristfanes, podramos votar la posibilidad de
meternos en una complicada guerra.
Captulo III
Fue la primera vez que Aspasia se sinti justamente tratada desde que llegara a Atenas,
dos aos atrs.
Al da siguiente del banquete en el saln de Conno, recibi la inesperada visita de
Prdico. Le traa como regalo un manuscrito de Protgoras. Para ella era un honor
excesivo y, desde luego, inmerecido. Prdico demostraba un inusitado inters por ella,
no slo por su belleza: le cautivaba la idea de hallar una inteligencia sofista encarnada
en una mujer. Las repercusiones de este hallazgo eran evidentes en la extensin del
concepto de igualdad. Lo que demostraba el autodidactismo de Aspasia era, ante todo,
la falsedad de la primaca del varn y el conocimiento terriblemente incompleto de la
naturaleza humana y sus posibilidades. De ahora en adelante habra bromeado
Protgoras tendremos que buscar tambin alumnas, si no queremos perpetuar este
error.
Se quedaron solos un breve rato, pero el tiempo suficiente como para que prendiera
en los dos una pequea llama que nunca se apagara.
Al explicarle cmo un hombre devena sofista, Prdico le revel la tctica de su
maestro para admitir a un discpulo: probar si tena sentido lgico. As, Protgoras le
entregaba un pequeo pliego en el que haba escrito:
LA AFIRMACIN QUE HAY EN EL OTRO LADO ES FALSA
Y en la cara opuesta del pliego se lea:
LA AFIRMACIN QUE HAY EN EL OTRO LADO ES VERDADERA
Bastaba observar la reaccin del otro al leer esto.
Prdico le hizo la misma prueba a Aspasia y ella, tras leer el anverso y el reverso,
se ech a rer y dijo:
Es totalmente absurdo e imposible!
Prdico repuso, admirado, que ya la consideraba un sofista. La primera mujer
sofista. Pues esa prueba demostraba si el aspirante captaba el contrasentido y, sobre
todo, si se deleitaba con las relaciones lgicas extraas y las paradojas.
Aspasia se sinti profundamente halagada y un poco abrumada tambin ante
semejante cumplido. Para desviar un poco el tema de su persona, le pregunt si haba
escrito, como Protgoras, algn libro. Prdico le contest que, cuando lo tuviera, ella
sera su primera lectora. Entonces ahora tienes una nueva razn para escribirlo,
porque lo estar esperando vidamente, le dijo ella. Con estas palabras se
despidieron, porque Prdico y Protgoras abandonaban Atenas ese mismo da para
reunirse en Leontinos con otro sofista.
La visita de Prdico y Protgoras aviv su anhelo por cultivarse para estar a la
altura de aquellos hombres. De noche, junto a la lmpara de aceite, lea en secreto a los
principales sabios de la biblioteca de Conno, muchas de cuyas obras eran regalo de sus
autores, como Anaxgoras o Sfocles, a quienes admiraba hasta la reverencia. Su
espritu era como una esponja que todo lo absorba y se complaca en disfrutar de los
ms mnimos detalles. Cuanto ms aprenda, mayor era su avidez de conocimiento.
Tambin en un banquete organizado por Conno fue como Aspasia conoci a Fidias.
Era un hombre metido en s, absorto en su propio trabajo, y no demasiado sociable.
Ella senta por su talento una admiracin reverencial. Aunque fsicamente le pareca feo
y mal proporcionado, ser tocada por esas manos que esculpan a los dioses,
superndolos, le haca soar despierta. Al descubrir a Aspasia, Fidias estuvo al
principio mucho ms interesado en su aspecto fsico que en sus palabras y sus maneras.
La invit a su casa-taller, al pie de la colina del Arepago, y all la desnud para
convertirla en modelo de una escultura que representaba a Afrodita. Ella no paraba de
hablar mientras posaba. Aquel lugar sumido en un desorden inslito y fecundo, lleno de
obras a medio hacer, formas divinas que asomaban de bloques de mrmol, bocetos en
arcilla, le provocaba una excitacin incontenible. Aspasia le hablaba de todo lo que
aquellas esculturas le sugeran, del arte excelso que emborrachaba su espritu, pero
Fidias no comparta el entusiasmo de su amiga y, de hecho, no senta el ms mnimo
inters ni apego por sus obras ya terminadas. Las consideraba un boceto de algo que
estaba an por hacer, y se deshaca de ellas tan pronto como poda, preocupado ya en
madurar otros proyectos futuros de ms envergadura. Haba despedido a la mayor parte
de sus aprendices, incluso a aquellos que demostraron un verdadero talento. Se vea
incapaz de pulirlos, de explicarles la diferencia entre lo que ellos hacan y lo que
deberan hacer. A la postre perda mucho ms tiempo corrigiendo sus errores que
hacindose l cargo de todos los pedidos.
Aspasia y Fidias slo llegaron a intimar fsicamente. Ella senta que la trataba slo
como a una mujer hermosa, que le procuraba placer en la cama, y posando para l.
Fidias escuchaba todo lo que ella deca con el mximo inters, siempre y cuando no
guardara relacin con sus obras, pero nunca entraba en un dilogo, por lo que Aspasia
imagin que la consideraba demasiado ignorante para discutir en serio sobre cualquier
tema. Esto la atribulaba, pero aceptaba humildemente su superioridad y se iba con l a
la cama cuando se lo peda. A fin de cuentas, era un privilegio acostarse con semejante
genio, aunque fuera tan feo y hosco. A veces se senta como si hablara con un dios
mudo, capaz de hacer salir de sus manos la belleza ms pura, pero incapaz de mantener
una conversacin normal. Un da no pudo evitar rebelarse. Acaso no te has dado
cuenta de que soy algo ms que una hetaira?, le dijo. Fidias se qued muy extraado al
or esto, y le confes que la consideraba muy superior a l en inteligencia y facilidad de
palabra, tanto que le haca sentirse avergonzado, e incapaz de expresarse sin torpeza.
Entonces por qu me buscas para echarte sobre m siempre que puedes?
inquiri.
Qu otra cosa puedo hacer? repuso l, muy serio.
Aspasia de Mileto careca de linaje y del derecho de ciudadana. Era mujer, soltera de
dieciocho aos, forastera y adems jonia. No tena familia que la apoyara. Con estas
credenciales tena escasas posibilidades de prosperar e incluso de alcanzar una cierta
respetabilidad como ciudadana. Sin embargo contaba con dos ventajas a su favor: iba
acumulando dinero rpidamente y era portadora del secreto que mejor cautivaba la
sensibilidad ateniense: el sentido de la belleza.
Durante los dos aos en que permaneci bajo el auspicio de su mentor, gan lo
suficiente para independizarse y fundar su propio negocio, que le dispensara de ejercer
como hetaira, algo necesario si quera ir ganando mayor reconocimiento social. Su idea
de crear una escuela de hetairas de lujo a las que al mismo tiempo se las formase en
otras disciplinas impropias de la mujer, como leer y escribir, era tan contraria a las
costumbres y tradiciones de la polis que ya desde sus tanteos iniciales tropez con
importantes obstculos para obtener la licencia de apertura del local. Escribi una carta
a Protgoras y al cabo de una semana se present en persona, acompaado de Prdico,
para interceder por su causa. Los sofistas convocaron a los hombres ms influyentes de
la ciudad, entre los que se encontraban Fidias y Pericles. Este evento atrajo tambin a
los sofistas Gorgias, Hipias y Prdico, y todos juntos ejercieron su influencia sobre el
Consejo, y fueron muy persuasivos para disipar recelos y hacer ver que el proyecto de
Aspasia convena a los intereses de Atenas y a las arcas del Estado, pues atraera a los
mercaderes extranjeros ms ricos. Con tal respaldo la idea pudo seguir adelante y
Aspasia fund una casa que superaba sus mejores fantasas. Estaba radiante de alegra e
infinitamente agradecida a sus amigos, a quienes por nada del mundo quera defraudar.
Procur dar a su local un aire exquisito, limpio y distinguido, propicio al recreo de los
sentidos y tambin a la msica, la poesa, la conversacin y la buena compaa, donde
las hetairas no fuesen esclavas, sino verdaderas compaeras, amigas y dulces amantes,
Captulo IV
El sofista Prdico de Ceos se aplic durante un ao a la redaccin de su primer libro,
que abordaba el pensamiento del maestro Protgoras de Abdera. Contaba veinte aos y
recientemente haba dejado de ser su discpulo, al alcanzar una suficiente autonoma del
intelecto, pero su huella en l era todava tan honda que no encontraba mejor expresin
de gratitud que empezar escribiendo sobre l. Habiendo aprendido todo lo que un
discpulo puede aprender del mejor maestro, lo que restaba para asemejarse a l
trascenda cualquier magisterio: era cuanto atae a la calidad interior de un hombre
reconciliado con la vida, como Protgoras, una serena aceptacin ms all de la razn y
el conocimiento, aspecto que Prdico nunca heredara de l, por ms que se esforzara,
por ms aos que permaneciera a su lado. Protgoras le sola decir que tena cierto
instinto trgico sin consumar, que vena a ser, a su modo de entender, una cualidad para
percibir el lado doloroso de la naturaleza humana, y al mismo tiempo una incapacidad
de actuar por compasin. Quiz el distanciamiento escptico ante el mundo, ante
cualquier tentativa de alcanzar una certeza capaz de guiar el comportamiento de los
hombres por el camino adecuado, aspecto en el que convena con Protgoras, no le
procuraba a Prdico la serena indiferencia del sofista de Abdera, sino una rebelda
frustrada, una mal digerida resignacin.
Durante el tiempo en que se encerr en su casa islea, estudiando y preparando sus
pliegos, no dej de pensar en la extraordinaria mujer que haba conocido en Atenas, y a
la que haba prometido llevar el manuscrito una vez que lo diese por terminado. Era la
llama que brillaba en la oscuridad de su mente cuando le venca el desaliento, o la
lucha con las palabras le pareca superior a sus posibilidades. Estaba convencido de
que una sola mujer en el mundo como ella bastaba para justificar tal esfuerzo. Y no
quera defraudarla, aunque a veces tema que ni ella misma se acordara de la promesa.
Entonces tal vez no volviera a componer un nuevo libro.
Paradjicamente, una vez que lo hubo acabado comenz a cuestionarse si sera una
buena idea someterlo a la consideracin de Aspasia. l mismo no haba quedado por
completo satisfecho con el resultado, o en todo caso, no estaba seguro de si ste se
ajustaba a su propsito inicial, a lo que esperaba conseguir. Sobre todo, le preocupaba
defraudar a su amiga. Constantemente lo correga y lo revisaba, y cuanto ms lo
analizaba, ms debilidades perciba. Por otra parte, haban transcurrido muchos aos
desde aquella promesa que le hiciera a Aspasia. Todo esto meditaba cuando le lleg la
noticia de que aquella joven que en un tiempo animaba los banquetes en casa de Conno
Captulo V
Corran los aos sombros de la gran guerra. La peste azot la ciudad. La peste traa las
ratas, o las ratas traan la peste. Venan en riadas, de pueblo en pueblo, entraban en los
almacenes de grano, huan de las granjas incendiadas, trepaban por los muros de la
ciudad, se dispersaban por las calles, en la fetidez de la basura, procreaban en la
oscuridad de los rincones, en los stanos y bodegas, bajo los lechos de los enfermos, en
los cuartos donde ola a pstulas y a sudor, corran por las vigas, infectndolo todo. Los
hombres marchaban al frente a combatir con los lacedemonios y volvan para ser
enterrados en las afueras, allende las murallas. Hubo incendios, saqueos. El comercio
martimo qued prcticamente asfixiado, y todas las desgracias confluyeron en Atenas
como ros turbulentos.
Cansada de una guerra interminable, Atenas se vea cada vez ms acosada por los
espartanos y por los propios enemigos internos. Haba que encontrar a un culpable. El
hombre a quien su pueblo tanto haba amado y venerado, Pericles, muri sin gloria ni
honores bajo la mordedura de la peste, en un parco funeral al que aos atrs hubieran
asistido centenares de personas: amigos, familiares de la estirpe Alcmenida,
compaeros del ala demcrata, magistrados, todos los que haban estado a su lado,
trabajando en sus proyectos y haban conocido su calidad personal. Habran
comparecido tambin, como acto oficial, el colegio de estrategos y de arcontes y una
representacin de la Bul. Sin embargo, Atenas haba perdido la memoria. Y el signo
de la desgracia cay como una densa bruma en el sentir de la colectividad. Cunda el
rumor de que, con su ambicin y arrogancia, Pericles haba provocado las iras de Zeus,
seor de todas las pestes, tormentas y calamidades. Pocos recordaban ya al hombre que
cimentara un Estado sobre la razn; al genial orador, al poltico librrimo que so con
una gran ciudad habitada por hombres que regan su propio destino sin el arbitrio de los
dioses.
Aspasia qued sumida en una profunda desolacin.
las ltimas dcadas metida de lleno en el escenario de la contienda naval. Adems, por
estar justo en medio del mar era un enclave estratgico en la lucha por el control de las
rutas comerciales. Y all, prcticamente insignificante, resista como una rocosa
Caribdis, que emerga del mar para recibir la embestida del oleaje y los vientos
enfurecidos.
Como embajador, Prdico descubri que la poltica era el mejor antdoto contra la
nostalgia. Sus decepciones sentimentales se le borraban del recuerdo cuando cumpla
sus misiones diplomticas, ocupado en resolver las infinitas querellas de fronteras que
haba dejado el nuevo equilibrio de poderes. Entonces lo que ms le preocupaba era
saber hablar como Protgoras le haba enseado, utilizando el arte de la persuasin,
ganando la voluntad de los hombres de quienes dependan los pueblos, para mantener
las relaciones de alianza y negociar acuerdos de soberana. Aoraba volver a Atenas,
pero las noticias de la peste le mantenan alejado de tal propsito.
Un da lleg a su tranquila isla de las Cicladas la noticia del fallecimiento de
Pericles, y Prdico volvi a obsesionarse con Aspasia. Habra sido un golpe muy duro
para ella adivin por todo cuanto perda con esa muerte: su amor y el gran
proyecto al que consagraba su talento. As pues, decidi que era el momento indicado
para hacerle una visita de cortesa para transmitirle sus condolencias y su apoyo, y
darle un obsequio, segn una vieja promesa que contrajo cuando se conocieron.
Casi todas las tardes se celebraba en el saln de la villa una tertulia despus del
banquete. Aspasia se preciaba de atraer a sus divanes a los mejores conversadores de
Atenas (a los que no les doliera en prendas ser los invitados de una dama) y as
Prdico pudo conocer y departir con algunos habituales como Aristfanes, Eurpides,
Demstenes, Scrates y otros que se iban dejando caer algunas tardes, como el sofista
Gorgias. Las buenas sesiones eran un espectculo excitante, la pltica cobraba vuelo y
se debata a veces con verdadera ferocidad. Aristfanes y Eurpides siempre divergan
y chocaban; el primero con su hablar de trazo grueso, pardico, y el segundo con su
estilo pulido y algo afectado; Demstenes era el bro de la palabra pronunciada con
torpeza de tartamudo; Gorgias se rea sin parar y saba detectar una incongruencia con
ms rapidez que el vuelo de una mosca; Aspasia coordinaba el debate, a veces
condescenda con Eurpides, y Scrates lanzaba preguntas capciosas y desconcertantes.
Para Prdico, Scrates era un hombre extrao, uno de los ms extraos con los que
se haba tropezado. Nunca estuvo seguro el sofista de si lo que mantena con l eran
dilogos, monlogos o interrogatorios. En cualquier caso le despertaba una gran
curiosidad, porque no era fcil averiguar por dnde se mova. Sola mirar a los otros
con expresin apacible, de agrado. Nunca haca bromas sobre nada, ni prestaba
atencin a las que le hacan otros, como Aristfanes. Era como si se creyera carente del
ms mnimo pice de frivolidad. Preguntaba mucho, demasiado, se interesaba
muchsimo por las opiniones. Esto ltimo era quizs lo ms llamativo. Siempre estaba
deseoso de conocer las opiniones ajenas, pero en el fondo le importaban una higa.
Al principio, Prdico se haba sentido muy atrado por el mtodo que empleaba el
filsofo, a base de preguntas, en pos de una cierta pureza conceptual, pues aquello de
definir los trminos y pulir razones iba mucho con su carcter, su amor a la exactitud
lingstica y la claridad. Sin embargo, pronto comenz a sentirse decepcionado al
determinar que sus indagaciones no se regan por una cierta lgica o un mnimo rigor,
sino por analogas aparentes. Utilizaba con excesiva frecuencia ejemplos tramposos (en
el sentido de inexactos) y al final uno se daba cuenta de que no haba indagacin alguna,
ya que haba previsto de antemano la senda del laberinto y la bifurcacin en la que el
otro quedara definitivamente extraviado. Entonces se ofreca al interlocutor como gua.
El sofista haba anhelado entablar amistad con l, dada su proximidad al crculo de
Aspasia y la excelente reputacin de la que gozaba, pese a sus poco refinados modales.
Su presencia en un banquete era acogida como un gran honor. Se le tena por un hombre
sabio y con un punto enigmtico muy del gusto de todos, especialmente de la anfitriona.
Aunque jams se pronunciaba sobre nada, nadie dudaba de que tuviera una opinin
valiosa y certera sobre cualquier asunto que se tratara. Se le brindaba ese respeto
reverencial que inspira quien se expresa desde claves metafricas y difusas, cuyo
Captulo VI
Nebula, la hetaira ms joven de La Milesia, aprenda demasiado rpido. Compensaba
su inexperiencia con un temperamento fogoso e impulsivo. Su apariencia fsica era la
de una pudorosa nubil, pero en la piel contra piel emergan sus uas largas y afiladas,
dientes ms que labios, tenazones ms que abrazos, pellizcos donde se esperaban
caricias, y en vez de gemidos, roncos gritos. Aspasia procuraba atemperar tales
excesos hasta que descubri que la clientela se deleitaba con esas maneras de cachorro
de leona, la forma en que se entregaba al sexo para manifestar su hostilidad contra los
hombres y contra el mundo. No finga.
El sexo y sus resacas haban ofuscado sus sentidos a tal punto que empezaba a ver
todas las relaciones humanas como manifestaciones que encubran o mostraban las
pulsiones atvicas de los hombres, y ella misma lleg a creer que slo a travs del sexo
lograra liberarse de las mordazas y debilidades de su mente: las imaginaciones y
ensueos de la nia que haba sido, sus aspiraciones de amar y ser amada por un
hombre admirable, y de hacer de su vida algo bello y grato a la casta Atenea. Tiempo
atrs haba pensado que la virginidad de la diosa era un modelo de virtud, y ahora
estaba convencida de que la utilizaba porque obtena ms goce negando con perfidia el
disfrute a quienes la deseaban enloquecidamente que entregndose a los brazos de
cualquiera de sus amantes; la sensualidad sera un goce efmero, incomparablemente
inferior al poder que le confera ser un objeto imposible de deseo, incorruptible y, por
eso mismo, inalcanzable.
Ella no poda seguir el ejemplo de Atenea, porque haba sido manchada con el
semen de hombres vulgares y rudos, en especial en su primera y traumtica experiencia
en la prostitucin, pero an tena la astucia que le permitira hacerlos sufrir mediante
otras penurias y privaciones, y quien gozara de ella ya no podra prescindir de su sexo;
quedara atado a l y a expensas de su dulce veneno.
El descubrimiento del sexo sin lmites fue lo que desvi a Nebula por la senda de
las tinieblas, en pos de experiencias que satisficieran ciertas ansias a las que no poda
dar curso ni siquiera como prostituta, buscando el extraamiento ante su propio cuerpo,
el otro lado de su conciencia, el delirio. Empez acudiendo como hetaira a las orgas
que se celebraban en el Pireo, para las que se contaba con una orquesta de msicos que
empezaba animando las sesiones con liras, ctaras y oboes. Acudan a ellas las ms
excelsas cortesanas de la casa de Aspasia, que bailaban desnudas para los hombres
ricos, y luego se entregaban a todo tipo de goces. Tanto beban que, cuando los odos ya
ciudades liderando la marcha de los vibrantes caballos. Nebula aprendi que de todo
cuanto bulla y se agitaba y se aferraba a la vida y era humano luego no quedaba nada,
lo barra la brisa que silba entre las espigas, y los que quedaban all recogan los
despojos y retornaban a sus casas; los hombres enterraban a los hombres, los lloraban,
y siempre la sed de venganza regresaba puntual para trabar combate en otra parte, pues
estaba en la naturaleza del hombre que haba de ser as. Nebula cerraba las heridas de
combate de su amante con sus besos y la savia rezumante de los pinos, y cubra de
abrazos su breve sueo, en cualquier parte donde podan caer sus huesos. La
desigualdad es inherente a nuestra naturaleza, le deca Alcibades, es la ley que impera
en el universo. Quin ha visto el mar en perfecta calma? Quin conoce un animal a
salvo de los depredadores o del hambre? La lucha por sobrevivir agudiza el ingenio y
los sentidos y nos empuja hacia el progreso, el fuerte derroca al dbil y as ha sido
siempre, entre los mortales y tambin entre los olmpicos. La democracia es un fraude y
no tardar en caer. Nadie ambiciona ser esclavo e inclinar la cerviz, pero est en
nuestra naturaleza que habr amos y esclavos, incluso si algn da desaparece la
esclavitud. Nunca una sociedad podr regirse por la igualdad, mientras sea una
sociedad de hombres, nacidos distintos entre s en cuanto a ambicin y dones naturales,
como tampoco es posible la paz en la prosperidad, ni en el imperio, y naves bien
armadas en el fondeadero no deben faltar en ninguna ciudad que merezca conservarse.
Nacimos en el movimiento perpetuo, como el fuego, y en llamas nos consumimos, y el
ardor fluye y colea en las entraas y vivir es una constante lucha por ganarle la partida
al hado. Los aos pasan y acometemos las adversidades, y ay del que se arredre o se
confe a la fortuna. Yo he armado bien mis naves y engrasado la correa de mi escudo
para protegerme el pecho, y he pulido mis lanzas de fresno y claveteado de bronce mi
espada, y a nadie, ni a mi propia madre, me confi para que velara mi sueo agitado
por el siniestro afn de quienes quieren mi muerte. As he sobrevivido a la conjura y la
conspiracin y he acabado siempre solo, huyendo de una tierra que me traicion para
buscar refugio en otra, siempre huyendo, como una estrella errante. Nadie es mi dueo y
seor.
Captulo VII
Nebula permaneci an junto a Alcibades, muy lejos de su patria, hasta los veintids
aos. La gran guerra se encontraba en su tramo final, y Atenas haca desesperados
esfuerzos por recuperar parte de su imperio martimo, depauperado en los ltimos
quince aos. Pero su declive era imparable: sus principales fuentes de riqueza como
las minas de Deceleia haban cado en manos enemigas, al igual que las islas mejor
situadas estratgicamente; la mayor parte de su flota haba desaparecido y miles de
hombres eran muertos en combate. La situacin se tornaba desesperada. Desde que
fuera nombrado estratega, Alcibades haba recuperado algo de terreno y protagonizado
algunas de las batallas ms exitosas que avivaron la ilusin de que an no estaba todo
perdido. Pero cometi un error fatal: su desmedida ambicin y su egolatra le
granjearon tantos odios que opt por convertirse en un traidor antes que doblegarse al
mando de otro general. Queran su cabeza. Atenas ya nunca confiara en l.
As empez el ltimo periodo de su vida. Rehus volver a su patria vilipendiado y
humillado. No le quedaba otro remedio que marcharse de nuevo, lejos, donde no se
molestaran en buscarlo. Parti en una nave con sus remeros esclavos y la nica
compaa de Nebula hasta la zona limtrofe de Tracia, el Quersoneso, donde tena una
pequea fortaleza.
Obligado a mantenerse apartado de la guerra, su carcter se volvi arisco, incluso
con Nebula. No soportaba a nadie, ni siquiera a s mismo. Apenas hablaba. Su nico
inters consista en seguir de lejos el curso de la guerra.
Tena cuarenta y seis aos y ya haba vivido demasiado. Sus das venideros se le
antojaban miserables. Expuls a Nebula de su lado, le dijo que ya no la amaba, que
regresara a Atenas. Nebula comprendi que ella ya nunca podra hacerle dichoso. Se
resign a dejarle para siempre.
guarida en la arena pedregosa, un campo de espigas casi tan altas como ella, donde
rasgaban las cigarras el medioda; la luz espesa de los establos, los rayos que entraban
por la puerta iluminando el polvo flotante, la risa de los grajos cuando su ta muri de
una coz en el pecho, y los das en que su casa tuvo que ser purificada tras fallecer su
madre. Finalmente, la corona de flores que haba dejado caer a los pies de Afrodita,
antes de despojarse de su tnica, como prenda de su pubertad, y exponer su desnudez a
la mirada experta de Aspasia.
Era la muerte la que haba ido dejando caer gruesas y pesadas piedras en el pozo de
su infancia hasta cegarlo. Ahora quedaba slo ese lecho pedregoso, desmemoriado,
incapaz por s solo de recordarle quin era la muchacha que dorma dentro de s misma,
en el caso de que an viviera, y qu le deba. Senta que su propia vida era algo
demasiado remoto.
Volva a Atenas pensando en el hombre que dejaba atrs, en otro recodo del camino,
a solas con su desgracia, para siempre. No quera verlo apagarse en su propia negrura,
extinguirse aquella luz divina que tanto haba ardido en l. Para Nebula quedara en su
recuerdo como aquel que haba tensado el arco de la vida hasta el mximo, el hombre
que haba gozado con ella cada instante en plenitud, apurando cada copa, la de la
venganza, la ambicin, el poder y la pasin. El tampoco dese que lo conocieran de
otra manera, y prefiri replegarse en la soledad del destierro.
Encontr Nebula una Atenas tan cambiada que sinti una extraa desazn
traspasada de melancola. Haba permanecido fuera tres aos, pero la guerra haba
cambiado la fisonoma de la ciudad como si hubieran transcurrido muchos ms. Todo, a
partir del puerto en adelante, estaba siendo reconstruido. Su casa haba sido incendiada
y destruida durante la guerra. No tena hogar, ni familia, ni amigos. Confiaba en que
Aspasia viviera y, si as era, a buen seguro la recibira en La Milesia.
Un esclavo le abri la puerta, la reconoci de inmediato y la invit a pasar adentro.
Nebula aspir un suave aroma a sndalo en el vestbulo, se dej descalzar por el
esclavo y esper a que la duea acudiera a recibirla. Antes de verla, oy su voz
pronunciando alegremente su nombre. Sinti que haba desaparecido toda huella de
rencor cuando la vio aparecer, alzando las manos, radiante e inquieta, con una tnica de
seda color lavanda hasta los tobillos y el cabello recogido con cintas. Se abrazaron y se
besaron efusivamente.
Aspasia imaginaba su situacin, y se aprest a ofrecerle alojamiento en su casa
hasta que pudiera adquirir una propia. Nebula not que, al dar Aspasia por hecho que
pronto ganara suficiente dinero como para tener su propia vivienda, exclua de
antemano la posibilidad de dedicarse a otra actividad que no fuera la prostitucin, o le
haca entender de manera tcita que cualquier proyecto que no fuera trabajar para La
Milesia era sencillamente inconcebible en una mujer como ella. A Nebula, empero, no
le desagrad esta manera de ofrecerle trabajo y estaba dispuesta a aceptarlo de buen
grado. Aquella forma de vida le ofreca incontables ventajas, y ya no era capaz de vivir
sin el trato asiduo con hombres. Ansiaba el momento de tenerlos de nuevo atenazados
entre sus muslos.
Tendrs muchsimas cosas que contarme le dijo Aspasia alegremente.
T tambin tendrs que ponerme al da de los ltimos acontecimientos.
A partir de cundo?
Desde que me march de Atenas.
Bueno, no hay gran cosa que contar. Un montn de guerras perdidas, aunque dicen
que es la misma, ms pobreza, y nosotras seguimos aqu, haciendo la vida ms
agradable a nuestros hombrecillos.
Y La Milesia, sigue como siempre?
Es lo nico que nunca cambia. La nica novedad es que han entrado dos nuevas
chicas, muy jvenes, que aguantan bien hasta la madrugada: una se llama Timareta y
otra Eutila. Estarn encantadas de conocerte. Como ves, he vuelto a hacerme cargo de
la direccin del local, en vista de que nadie me ofrece un trabajo ms interesante.
Intent abrir clandestinamente una pequea escuela para ensear a las mujeres a leer y
escribir, pero slo acuda la viuda Perictione; las dems no se atrevan ni a asomarse.
Adems, ya sabes que las mujeres casadas nunca nos vieron con buenos ojos, pues cada
noche les quitamos a sus maridos. En cuanto a Perictione, aprendi a leer tan bien que
acabbamos pasando la maana charlando. As que cerr aquello y ahora slo doy
clases a las nuevas pupilas de La Milesia.
No se molest Aspasia en preguntarle por los aos que haba pasado con
Alcibades, viviendo el final de la guerra, porque saba que jams contaba nada
personal. Conoca bien los lmites con ella. Y poda imaginarse vagamente la clase de
vida que poda haber llevado con un tipo como Alcibades. Se la vea ms robusta,
fibrosa, endurecida y curtida por la intemperie, ms mujer y ms deseable todava. No
ignoraba que, aun a sus veintids aos, Nebula arrastrara ms clientela que
cualquiera de sus ms jvenes hetairas. Su boca se abra como un manantial hmedo
cuando rea; era, en definitiva, todo lo que Aspasia haba perdido, muslos en flor que se
abran como plantas carnvoras, una piel fina que destilaba olor a hembra y a sexo, una
melena negra y voluble, el cuerpo relampagueante de una musa y una inteligencia
penetrante.
Nebula sola salir a pasear poco antes del anochecer, aprovechando la luz
menguante, despus de haber dormido durante todo el da y teniendo por delante unas
cuantas horas libres antes de volver a la faena. Iba con el rostro cubierto por un velo
demasiado hermosa.
Te desagrada?
En absoluto. Nunca estuve en un burdel, pero no descarto hacerlo cuando me
apetezca. Ests buscando clientes?
Hablaba como si fuera ya un hombre, con un prurito de soberbia.
As es minti. Eres joven y bien parecido, cmo te llamas?
Antemin, nieto de Antemin.
Por qu aludes a tu abuelo, y no a tu padre?
No reconozco a quien dice ser mi padre se dio cuenta de que su queja
resultaba un poco brusca y extempornea, y aadi rpidamente: Cobras mucho?
Depende del cliente y de sus deseos ella procur mostrarse alegre y
desenfadada para inspirarle confianza. A los feos les cobro ms.
En serio? No me parece justo.
Ah, no? se le escap una risa que azor un poco al joven. A otros, en
cambio, les devolvera el dinero despus de la sesin, para que puedan pagarme otra
ms.
Antemin la miraba con inters creciente, imaginando quiz aquello tan codiciado
que se mova bajo su ropa. Nebula se diverta slo pensando en la de cosas que
podra ensearle al joven en una sola noche.
Debes de tener muchos clientes.
No me puedo quejar. Trabajo no me falta.
Entonces por qu vas a buscarlos a la calle?
Nebula sonri; acababa de pillarla en una contradiccin. Tendra que estar ms
despierta.
En realidad estaba paseando. Es mi rato libre. Cuando pasaba junto a tu casa te
o discutir con tu padre y pens que te vendra bien un desahogo. Me apeteci llevarte
un poco de alegra.
Y por qu crees que ibas a alegrarme?
Soy una mujer de vida alegre, no lo olvides.
No lo he olvidado! ri l.
Llegaron a un pequeo promontorio recorrido por huertas escalonadas, desde donde
se oteaba una extensin de viviendas iluminadas por la luna, las llamas de las antorchas
y el humo de algunas casas. La brisa ola a elboro blanco. Se sentaron uno junto al otro
con la espalda apoyada en el muro bajo de una linde a degustar el comienzo de la
noche. La luna, cuando naca a ras del horizonte, surcada por las ramas de un rbol
cercano, pareca hinchada y enorme. Nebula senta estremecerse el cuerpo del joven.
He pasado un tiempo fuera de Atenas dijo ella. He perdido las amistades
Captulo VIII
El barrio de Cermicos herva a primera hora de la tarde. A travs de las avenidas
arboladas los mercaderes coreaban sus productos y precios con una voz montona, sin
inflexiones. La luz reverberaba en las tablas donde se exponan los pescados, en las
tinajas hmedas de aceite y sacaba un fondo prpura al bronce de los bazares. Ola a
fermentacin, fruta podrida, humanidad sudorosa y orines de perro. All se
arremolinaba un gento sin prisas, merodeador, procaz, capaz de pasarse horas
discutiendo el precio de cualquier quincalla.
Vestido con un tribn tosco y de tela basta, a modo de tnica corta, Scrates
escuchaba con gran inters al muchacho que caminaba a su lado, el cual le iba relatando
el camino que haba seguido hasta ahora su vida, sus enfrentamientos con su padre y las
dudas que le asediaban, la primera de las cuales era si su padre tena derecho legtimo
a exigirle que entrara en el negocio familiar. El filsofo se complaca en la belleza y la
inteligencia del joven, y le interrumpi slo para decirle:
Querido Antemin, ests enfrascado en tus palabras y casi no nos estamos dando
cuenta de cuanto ocurre a nuestro alrededor, como si paseramos por un desierto
deshabitado. Sin embargo, fjate, todo esto est lleno de vida y de bullicio, de gentes
con afanes y problemas. Observa, escucha lo que pasa y aprenders cosas nuevas e
importantes.
Se detuvieron en medio de la plaza a afinar los sentidos. Un aguador pas delante
de ellos sosteniendo su cuba sobre la cabeza mediante una albardilla, se abrieron paso
entre campesinos atezados, las granjeras con sus cestas de mimbre sopesaban,
olfateaban, tocaban, no toque eso, seora, todo es de buena calidad, fresco como lo ve,
tres dracmas, una, tres, dos, en el aire esttico se aspiraba aquella pestilencia orgnica
y dulzona, los pescados se alineaban sobre las tablas rezumantes, todo se coca bajo la
sombra picoteada de los caizos: perdices, arenques, tortas y panes, se haca trueque
sacando una gallina cebada de un festn, mirando la dentadura de un burro, metiendo el
dedo en un kylix de aceite de oliva; el polvo de las calles que levantaban tantas botas y
sandalias se haba ido sedimentando a lo largo del da en los expositores a la
intemperie, barracas de palo, toldos combados, pequeos refugios de sombra.
Un predicador rfico, vestido con andrajos y subido a una caja de fruta, vociferaba
para los diez o doce humildes campesinos que se haban detenido a escuchar un
mensaje de salvacin mediante la purificacin y la dieta vegetariana. Unos chavales se
divirtieron arrojndole piedras y consiguieron echarlo de la plaza. La escena despert
Quiz podamos empezar por rastrear lo que no deseas y por qu no lo deseas. Tal
vez as encontremos una pista para averiguar lo que deseas. Hablemos ahora del
comercio del cuero. Qu te sugiere?
Mojar pieles en artesas llenas de jugo de pino hasta que se te arrugan las manos,
oler siempre a res, raspar pelos de animal hasta despellejarte la propia piel de tus
manos, llenarte de tintes nauseabundos, tener que ir a las ferias de ganado para oler y
tocar pellejos; cortar, rebanar, tundir, macerar, todo eso un ao y otro ao, sin cesar.
Alguna ventaja tendr, no es cierto?
Puede que sea un trabajo que te permite relacionarte con mucha gente.
Relacionarte con mucha gente remed Scrates, pensativo. Hay muchas
formas de relacionarse y de conocer a los dems. Por ejemplo, crees que la forma en
que nos estamos relacionando t y yo en este momento, mientras paseamos, se parece
mucho a la manera en que se relacionan dos tratantes interesados en la compra o venta
de una mercanca? A ver si puedes aclararme este punto.
He acompaado muchas veces a mi padre cuando se relaciona con tratantes de
ganado y curtidores, y siempre es con un mismo fin: comerciar.
Es normal que sea as, puesto que la razn de que se junten es que ambos
pertenecen al ramo del cuero. Ahora bien, podras decirme en qu consiste comerciar?
En sacar provecho de una compra o una venta.
Quieres decir que es una relacin que busca el provecho propio para obtener
cierta cantidad de dinero en este intercambio?
Mi padre me dijo una vez que el arte de la negociacin consiste en ser ms listo
que el otro se qued unos instantes pensativo. Sabes? Es un hombre que no tiene
amigos, en el fondo, aunque siempre est rodeado de gente. Creo que lo nico que les
interesa de l es su dinero.
De todo esto que dices me parece claro que disfrutas relacionndote con los
dems, pero no de la forma en que lo hace tu padre. Es as o no lo he entendido bien?
Es exactamente as, Scrates. Me gustara un trabajo que me permitiera un trato
ms cercano y sincero con las personas.
Con cualquier tipo de personas? Piensa, por ejemplo, en un pastor muy rudo que
no ha odo en su vida hablar de Esquilo, o de Sfocles sonri.
Si no ha odo hablar de Esquilo ni de Sfocles, creo que podr contarme algo
interesante de las cabras brome Antemin.
Seguramente que s admiti el filsofo con suavidad, aunque no de teatro.
Tal vez, sin embargo, haya algo deseable para ti en ese trabajo que te propone tu padre.
No lo creo. Y ahora veo claro que no debera trabajar con mi padre.
Bien, pero no nos precipitemos en sacar conclusiones. An no hemos rastreado
todos tus deseos, y cules de ellos son los ms honestos. O acaso ests en condiciones
de admitir con total seguridad que no quieres trabajar en el oficio de tu padre?
No, no lo estoy repuso l con aire preocupado. Porque si me digo a m
mismo que he tomado la resolucin de no trabajar con mi padre, tampoco me quedo
tranquilo y contento.
Eso me parece a m tambin. Creo que es importante que descubramos la razn
asinti.
No es porque me sienta culpable de defraudar a mi padre, de eso estoy seguro
dijo el joven. Mi padre no tiene derecho a exigrmelo, como ya hemos convenido. Y
tampoco me siento en deuda con l.
Entonces qu es lo que te preocupa?
Ahora s que me siento perdido musit Antemin.
No tanto. Acabas de descubrir que en el fondo, y a pesar de que tus deseos son
contrarios a los de tu padre, no ests convencido de querer prescindir del negocio
familiar. Me parece que si encontramos la causa que te hace sentirte as, daremos con
una clave importante para tomar la decisin.
Supongo que tengo miedo, pero no s de qu.
Y tras decir esto qued bastante descorazonado. Scrates le puso una mano
alentadora en el hombro y le sonri apaciguadamente.
Querido Antemin, eres joven, pero valiente. S por experiencia que uno cuando
tiene miedo sabe qu es lo que le asusta, aunque no se atreve a reconocerlo. Me parece,
amigo mo, que t tienes esa respuesta dentro de ti, pero encontrarla te exige un cierto
esfuerzo de honestidad.
Aydame, entonces.
Puede que veas alguna ventaja en lo que hace tu padre, despus de todo. Quiz
puedas despejarme esta duda.
Lo hemos analizado ya, y no veo ninguna.
Scrates le lanz una mirada indagatoria, de reojo.
Te gusta la casa en la que vives?
Antemin tard unos instantes en responder.
Es una casa muy cmoda reconoci.
Hblame, pues, de tu casa. Creo que nos puede aclarar algo.
Es grande, fresca y tranquila. Tenemos una caballeriza con buenos caballos. Me
encanta cabalgar por el encinar. Tambin hay un patio muy grande donde puedo
practicar el tiro con arco. Varios das a la semana comemos carne de caza, que a m me
gusta mucho, regada con un buen vino. Puedo practicar los deportes que me gustan, y
recibir masajes. Tenemos nuestro propio pozo de agua, y as no hay que ir a acarrearla
desde lejos. Estas y otras caractersticas hacen que me guste mi casa, a pesar de la
presencia de mi padre.
Sabes que muy poca gente puede vivir en Atenas con esas comodidades que me
has descrito.
Es cierto.
Qu te parecera verte privado de tales comodidades? Te importara?
Reconozco que s al joven se le abrieron los ojos y se azor de la vergenza.
Pero es que hay algo malo en llevar una vida modesta y sin tantos placeres?
Antemin sospech que en la pregunta haba trampa. Pero no estaba seguro de lo
que el otro quera or. Busc una respuesta en s mismo.
Supongo que no, Scrates. Tampoco veo nada malo en vivir bien.
La cuestin de fondo, y a la que nos acercamos con esta charla, es saber qu es
vivir bien, como dices, y qu no es vivir bien, no te parece?
Me parece que as es, Scrates.
Ahora me dices que para ti vivir bien consiste en no renunciar a los placeres y
comodidades de la propiedad que pertenece a tu familia, pero quiz eso entre en
contradiccin con tu deseo de vivir bien escogiendo libremente el trabajo que te gusta,
y para el que te sientes inclinado por naturaleza.
Antemin se qued esta vez sin respuesta. Scrates le dej meditar un rato sobre la
cuestin. En el ltimo tramo de la calle ya no hablaron, ensordecidos por el rebuzno
desesperado de un asno en el interior de una cuadra. Poco despus, el joven reconoci
ver mucho ms claro cul era su problema.
Bien dijo Scrates parndose en un cruce de calles, hemos llegado a una
encrucijada difcil, pero necesaria. Dejmoslo aqu, de momento, para que madures
este dilema, y, si quieres, ms adelante seguiremos hablando.
Antemin tuvo el presentimiento de que Scrates lo haba calado desde el
principio, desde su primera pregunta le haba conducido, de manera premeditada, a su
gran contradiccin interior. Estaba admirado de la sabidura, la exquisita prudencia y
discrecin del filsofo en su manera de ayudarle, sin darle ninguna respuesta, ninguna
otra pista que las preguntas hbilmente escogidas para obligarlo a deliberar y ahondar
en la cuestin. Se senta avergonzado porque haba querido presumir ante l de honesto
y libre, al querer zafarse de las ataduras familiares, y terminaba dndose de narices
contra un muro. Se acababa de dar cuenta de que l, en el fondo, era como la gente
vulgar, como todos esos que alborotaban en el mercado pblico: le preocupaba la
subsistencia. Una buena leccin que le bajaba los humos. Ante la serenidad de
Scrates, su profunda mirada, se senta desnudo y desenmascarado, lleno de
debilidades.
Captulo IX
Timareta tena los ojos almendrados y una piel de almizcle embellecida con ajorcas de
oro; Eutila bailaba con la gracilidad de una cervatilla, y su vientre liso se estremeca
con las suaves caricias. Clais, taedora de oboe, tena una palidez roscea de mrmol,
como si nunca la hubiese mirado el divino sol. Pero la favorita de Aristfanes era
Nebula, por su carcter impo y perverso, y porque tena la osada de alquilarse por la
friolera de trescientas dracmas, una suma que la haca ms codiciada e inaccesible. Le
gustaba aquel placer malvolo de esquilmar a sus adoradores, como una diosa que se
complace en los grandes y cruentos sacrificios que se derraman a sus pies. Aristfanes
saba que Nebula era tambin el nombre de una musa que haba inspirado al poeta
Arquloco de Paros, por eso, al recostarse junto a ella, sola recitarle esos versos:
Ojal pudiera tocar la mano de Nebula
y caer, presto a la accin, sobre el odre
y aplicar el vientre al vientre y mis muslos a sus muslos.
Lo primero que haca un cliente que llegaba a La Milesia era pasar a la lavatriva,
donde las chicas lo desnudaban y le pasaban a conciencia y no siempre con la
delicadeza deseable el esparto caliente con ceniza. Los clientes solan salir de este
local mucho ms limpios que al entrar, y la norma de higiene se llevaba con tal
escrupulosidad que se haba hecho popular el comentario de que cuando un ateniense
iba siempre limpio y aseado es que de la cintura para abajo andaba bien despachado.
All se beba tanto como lo permitiese la duea, y a una orden de sta no se escanciaba
al cliente ms vino, para evitar conductas inconvenientes y, sobre todo, grescas.
Tampoco se aceptaban clientes que llegaran ebrios. En la entrada, una seora de
gruesos brazos probaba el baremo etlico hacindole exhalar al cliente su aliento, y si
demostraba estar bebido lo mandaba de vuelta a su casa, o a los prostbulos del barrio
de Cermicos. Esto poda hacerse por la simple razn de que el local nunca andaba
escaso de clientela, y con ello ganaban importantes ventajas, desde la conservacin del
refinado mobiliario hasta mantener un ambiente de placentera coexistencia, esencial
para que las mujeres pudieran confiar en el comportamiento de sus clientes sin sentirse
forzadas. Era una casa muy civilizada. Si, habindosele negado la entrada, el cliente
persista en aporrear la puerta, una hetaira del primer piso le arrojaba amablemente
desde la ventana un bacn de orina o de heces.
Las hetairas de Aspasia eran mujeres orgullosas, a tal punto que aseguraban hacerlo
tanto por dinero como por afn de placer. Su dignidad resida en demostrar que
llevaban las riendas de su destino, y, habida cuenta de que ganarse un salario
sacrificadamente significaba cierto demrito para un espritu aristocrtico, prestaban a
su profesin el aval indiscutible de la viciosa Afrodita. Haban descubierto que nada
era ms afn a la naturaleza de un hombre ateniense que creer a las mujeres posedas de
una irrefrenable lujuria. De lo contrario, si esta creencia no fuese tan inveterada,
habran sospechado con ms facilidad cundo una hetaira finga. Aspasia haba
enseado a sus pupilas que los hombres no distinguan los orgasmos fingidos de los
ciertos, ni tan siquiera cuando el fingimiento era malo, porque contravena a la vanidad
masculina y su ilusin de podero ertico. El otro secreto del xito consista en hacer
creer a cada cliente que l era especial e irreemplazable, y que la hetaira obtena un
goce muy particular con su forma de hacerle el amor. Aparentemente, era fcil reparar
en que esto no poda ser sino una gran patraa, siendo tantos los clientes, y tantos los
que pasaban por la misma hetaira en una misma noche, pero de nuevo se impona lo que
cada vanidad satisfecha quera creer. Por tanto, los asiduos de La Milesia eran felices
creyendo que sus hetairas los estaban esperando cada noche abiertas de piernas, y ellas
gozaban de lo lindo comprobando la eterna puerilidad de sus hombrecitos y lo fcil que
resultaba tenerlos bien engaados y contentos.
En el saln principal se jugaba al ctabo ertico como preludio de goces ms
privados. Un hombre rea jugando con una hetaira, a la que haca rodar el disco sobre
su vientre desnudo. En un rincn se danzaba y se tocaba la ctara y el oboe bajo la
llama trmula de las lmparas. Aristfanes yaca con Nebula, ambos recostados en un
ancho divn. Cuando estaba un poco borracho, Aristfanes se pona retrico:
Eres tan bella, Nebula, que te puedes permitir el lujo de vender tu belleza por
dinero, y aun as parece que no se te agota. Cuanto ms pago por ella ms me convenzo
de que me arruinars antes de verte aflorar una arruga en el rostro.
Mejor preferira que escribieras algo hermoso sobre m.
T sabes, querida, que yo no s escribir cosas hermosas, como Eurpides, slo
farsas banales y soeces para hacer rer al vulgo.
Pues tengo un amigo que es discpulo de Fidias y va a poner mis formas a una
estatua de Afrodita.
Para despertar la envidia de la diosa?
Para despertar la lascivia de Aristfanes.
No s cmo no ha bajado Zeus a gozarte asumiendo la forma de algn cliente de
esta casa, por ejemplo, yo mismo.
Si me hubiera gozado Zeus, creo que me habra dado cuenta ri. Al menos
Aristfanes arque las cejas y puso los ojos saltones. A continuacin se dej llevar
de la mano de la hetaira a un reservado de la primera planta que nunca haba visitado
antes.
Cudate de esa devora hombres! rea Cinesias.
Los dioses me conducen a una muerte grata! se despidi, sonriendo.
Era una dependencia sin muebles, con el suelo tapizado por una alfombra de lana y
cubierto de cojines. De la pared nacan cuatro cadenas con grilletes, dos cortas para las
manos y dos largas para los pies. Aristfanes saba que aqulla era la sala por la que
tanto pagaban los ms ricos, vedada a clientes menos solventes, y a la que su parco
pecunio nunca le haba permitido acceder. Ahora, gracias a la generosidad de Nebula,
podra disfrutar al fin de la experiencia ms codiciada de La Milesia, un secreto para
iniciados. Ella haba adoptado una actitud grave, ritual, que le excitaba an ms. Se
dej desnudar y poner los grilletes en las muecas y los tobillos.
Esto se pone interesante dijo l.
Estaba a gatas en el suelo, las cadenas apenas le permitan moverse, eran
demasiado cortas y ya estaban tensas con su posicin actual. Detrs de sus nalgas, ella
le acariciaba los flancos y el vientre. Aristfanes senta los pechos contra su espalda, y
aquella mano que le bajaba como una serpiente hacia el sexo y le erizaba la piel. Ya no
tena ganas de hablar ni de bromear. La mujer agarr suavemente sus testculos y los
apret un poco. Aristfanes respir hondo, estremecido.
Eres mi esclavo sexual.
Soy tu esclavo, ama.
Sinti un alivio cuando la mano los solt y apret el nacimiento del pene,
producindole un reflujo de placer que le hizo gemir. Pero, justo cuando ms anhelaba
que siguiera as, cambi de posicin la mano y comenz a deslizara entre sus nalgas,
recorrindole toda la entrepierna como si fuera la textura ms deleitosa imaginable. Se
senta chapalear en un lodazal caliente. Justo entonces ella se separ de l.
Qu ocurre?
Necesito grasa de caballo. Esprame un momento.
Grasa de caballo? se asust.
Nebula le dej all solo, a cuatro patas, padeciendo. Aristfanes se mir las manos
y los pies encadenados y prefiri no pensar en eso. Pronto entr alguien, pero no era
Nebula. Su risa era de hombre, y la reconoci con un estremecimiento, antes de girar
el pescuezo lo suficiente como para verlo: era Anito, uno de sus ms feroces
acreedores. Anito se sent sobre su espalda y le tir del pelo por la nuca, alzndole el
mentn.
Me alegro de encontrarte aqu, tan receptivo dijo Anito con voz engolada por
Chpalo o te mato.
Antes de que pudiera reaccionar, aquel objeto se introdujo hasta su paladar y un
espasmo sacudi su vientre varias veces, en un acceso de nusea, aunque no pudo
vomitar. Sinti que las fuerzas le haban abandonado. Ella le volte empujando con las
piernas, le hizo tenderse boca arriba y se mont en l, deslizndose hacia atrs hasta
cubrir su sexo, y comenz a agitarse cada vez ms deprisa, deprisa, hasta maullar como
una gata en celo.
Captulo X
La anhelante multitud que esperaba en el puerto del Pireo el regreso de las naves estaba
compuesta en su mayor parte por mujeres, ancianos, nios y esclavos no aptos para la
guerra. Se agrupaban en corrillos, por familias, y no cesaban de murmurar y lamentarse
de lo ocurrido para ir descargando la tensin. Despus de las tempestades de los
ltimos das, el mar estaba en calma y apenas rompa en los batientes. La tarde estiraba
sobre el cielo un ancho tul malva que se desflecaba en la lnea del horizonte donde ya
se perfilaban las naves. Todos los ojos estaban clavados en ellas, las contaban una y
otra vez con angustia y nunca estaban todas. Venan muchas menos de las que haban
partido.
Entraron al fin ciento veinte trirremes de guerra en la drsena. Portaban antorchas y
velones negros en seal de duelo, por las veinticinco que se haban hundido en la
batalla. Silenciosamente fueron acercndose y atracando. El gento comenz a
prorrumpir en gritos de desesperacin y llantos. Desolados, los soldados
desembarcaron arrastrando sus armas y pertrechos, olvidando mantener el decoro de un
guerrero. Mujeres gemebundas se abran paso entre los supervivientes y clamaban los
nombres de sus maridos e hijos, buscndolos entre el tumulto, desesperadamente.
Al fin, Aspasia sinti desfallecer cuando vio aparecer a su hijo Pericles entre los
almirantes. Corri a abrazarlo, y los ojos se le licuaron. Pericles estaba abatido y
apenas respondi a las efusiones de su madre.
A la maana siguiente, los ocho almirantes responsables del desastre naval
acaecido en las Arguinusas comparecieron ante la Asamblea para rendir cuentas de sus
actos. Se les vea an extenuados por las jornadas sucesivas de navegacin sin vveres
y moralmente abatidos. El jefe del ala del partido conservador, que haba participado
en la batalla como trierarca, neg cualquier responsabilidad y culp a los almirantes, a
quienes haba dado rdenes de recoger a los nufragos, habindolos provisto de naves
bien equipadas para la misin. Les acus de no haber cumplido con su deber,
arredrados ante la tempestad, y de haber negado el auxilio a sus compaeros por querer
antes salvar sus vidas.
Los incriminados, pese al estado en que se encontraban, se defendieron con ardor
ante la Asamblea. Los espartanos los tenan bloqueados cerca de Lesbos y haban
librado un duro combate que se inclinaba en su favor, cuando sobrevino la terrible
tempestad. Algunas naves encallaron contra las rocas de la costa y otras fueron
volteadas por el potente oleaje. El viento embesta los mstiles y las proas. Los
Captulo XI
Durante el ao siguiente, el sofista porfi por retomar las riendas de su vida sin las
asechanzas de los malos recuerdos. La tristeza era una mala compaera. Se consagr a
su trabajo como embajador, a las rdenes de Anaxandro, el gobernador de Ceos.
Obsequi a Protgoras con una copia del libro que versaba sobre su pensamiento. El
regalo proporcion al maestro uno de los momentos ms felices de su vida. Eso le
anim a seguir escribiendo. En su casa de Iulis, que le viera nacer, compuso otros dos
libros ms, uno titulado Sobre la naturaleza del hombre y el otro Las estaciones. En
ellos ejercit su estilo de escritura ms que su pensamiento. De cuando en cuando
departa con su amigo Gorgias. Este prefera los largos y ampulosos discursos a las
frases ligeramente sentenciosas y concisas de Prdico. Sus diferencias afinaron la
inclinacin del sofista de Ceos por el rigor de los trminos, lo cual le llev a gestar una
obra ms larga y madura donde se reflejaba su preocupacin por el lenguaje. Se titul
Ensayo de sinonimia y se entretuvo en ella durante un lustro, ya que le permita
introducir constantemente reflexiones nuevas sobre el uso indebido del lenguaje, tan
fcil de detectar, incluso en buenos oradores, como Demcrito y Antstenes. Su maestro
pudo conocer algunos primeros manuscritos, esbozos ms que textos acabados, y le
anim a acometer por vez primera un verdadero anlisis lgico del lenguaje en el que
se llegara a precisar el valor de las palabras que tuvieran un significado semejante,
pero no idntico. Y es que ambos estaban convencidos de que en la riqueza de la lengua
griega resida el filn de saberes an inexplorados, pero tambin en sus lmites se
encontraban los lmites del conocimiento.
Para desgracia de Prdico, Protgoras de Abdera nunca pudo ver concluido este
libro: muri en un naufragio cuando se dispona a envirselo.
Prdico se senta un sofista ms en su identidad y talante personal que en su
ejercicio habitual. Y el fracaso con la mujer que tanto amaba le haba cambiado el
carcter. Era una cierta misantropa poco afn con el espritu de un educador: le faltaba
paciencia y verdadero amor por sus alumnos, y a menudo no se molestaba en bajar al
nivel bsico que stos requeran. Prefera entretenerse con oyentes de cierto nivel
cultural, para impartir sus lecciones retribuidas slo en los niveles ms avanzados, lo
cual y bien lo saba l iba en contra del espritu de la sofstica. Tuvo la fortuna de
contar entre sus discpulos a hombres de verdadero talento, como Tucdides y
Eurpides. Y habiendo tenido alumnos as, en adelante ya no quiso conformarse con
otros de menor alcance, as que no tard en abandonar la enseanza.
el da, cavilando, entraba en las tabernas y beba sin control, y volva tarde a su casa lo
bastante ebrio como para que no le afectara ya la represalia de su padre, o incluso ste
desistiera ya de recordarle el error que estaba cometiendo. Vindolo en ese lamentable
estado, Anito lo oblig a ponerse a trabajar en su curtiembre, mas no consigui
doblegar su voluntad; segua escapndose siempre que poda para irse a merodear por
ah con sus amigos, por las tabernas.
Se haba convencido a s mismo de que era demasiado inteligente como para
dedicarse a algo tan vulgar como curtir pellejos o ser un comerciante. Hizo algunas
tmidas tentativas con las artes de las musas, pero stas parecan huir despavoridas tan
pronto como eran convocadas por l.
Tambin se apoy mucho en su mejor amigo, Arstocles, ms conocido por su
apodo: Platn. Viva en el mismo barrio que l y era miembro de una de las ms
notables familias aristocrticas, descendiente del rey tico Codro. Su madre,
Perictione, vena de la rama de Dropides, familiar de Soln, y era amiga ntima de la
madre de Antemin. Haba enviudado de su primer marido, Aristin, un demcrata muy
influyente. La prdida de su padre marc a Platn desde su ms temprana infancia y era
quiz ese sentimiento de orfandad lo que despert la amistad de Antemin.
Platn y Antemin eran amigos desde los diez aos. Entonces, salan a jugar juntos
por el gora, entre los tratantes correteaban, peleaban en la arena de la palestra,
practicaban deportes y cultivaban la poesa. Platn le ganaba en la lucha y el
lanzamiento de disco. Era un muchacho robusto, orgulloso, y se senta unido a un alto
destino. Cuando gan sus primeras condecoraciones contaba quince aos y tena tan
anchas espaldas que los amigos le pusieron el apodo que llevara en adelante. Poco
despus, Platn abandon los deportes y se inici en la poesa. Critias, su to, le
instruy en la elega y el hexmetro, disciplinas en las que l demostr un gran talento.
Para entonces Antemin acababa de conocer a Scrates y se encontraba tan
maravillado por su descubrimiento que no pudo evitar contrselo todo a Platn y
contagiarle su febril admiracin por l. Fue el momento oportuno, porque Platn
comenzaba a ser superior a su maestro Critias, y buscaba un modelo que le satisficiera
plenamente. Lo encontr en Scrates. Tena dieciocho aos cuando Platn se alleg al
crculo del filsofo y se convirti en su discpulo predilecto. Antemin, por su parte,
iba sufriendo el rechazo de aqul al tiempo que vea cmo su amigo prosperaba y
creca en sabidura. Se sinti desplazado y comenz a ver a Platn como un rival. La
suma de envidias y rencores propici una pelea entre los dos de la que Antemin sali
con un brazo roto y la determinacin de alejarse de l para siempre.
Antemin se entreg compulsivamente a la bebida. Sin amigos, abandonado por
Scrates y por su propio padre, se senta hundido. De vez en cuando an llamaba a la
Captulo XII
En las ltimas semanas no se hablaba de otra cosa. La noticia haba corrido de boca en
boca por toda la ciudad, provocando reacciones de toda laya: regocijo, alivio, pasmo,
indignacin o tristeza, pero nunca indiferencia. Sin duda, a la persona a la que ms
afect fue a Aspasia.
Angustiada, la dama fue a visitar a Scrates. Recordaba cmo ste haba hecho todo
lo posible por salvar una vez a su hijo y se senta profundamente en deuda con l. Saba
que la vida de su amigo estaba en peligro, aunque l no pareciese o no quisiera
entenderlo.
Lo encontr recostado al sol del patio, mientras, dentro del chamizo, su mujer
Jantipa intentaba calmar los berridos del beb. El viejo estaba muy tranquilo, como si
nada de aquello fuera con l, ni los berridos de su hijo, ni la crispacin de su mujer, ni
la amenaza del juicio. Aspasia le pregunt si haba preparado su defensa.
Mi defensa es mi vida contest.
En vano intent ella hacerle ver que ese alegato sera insuficiente ante el tribunal.
Scrates no se inquiet lo ms mnimo, no tena nada que ocultar y estaba seguro de que
las injurias y calumnias caeran por su propio peso. Aspasia lo vea desde una
perspectiva ms realista, conoca a Anito y saba lo que se propona.
No quiero engaarte, Scrates. Tienes enemigos poderosos. Conoces los cargos
que te imputan?
Cmo voy a saberlo?
La dama se sent junto a l. Medit antes lo que iba a decirle. Quera encontrar las
palabras exactas, porque saba que iba a ser extremadamente difcil convencerle. Ya
iba preparada para todo eso.
Escucha, Scrates. S que tu serenidad es la prueba de tu virtud, tus amigos lo
sabemos, y confo en que as lo puedas transmitir al jurado. Pero s cmo son estos
juicios, recuerda que yo sufr uno en carne propia. Recuerda lo que ocurri con
Protgoras o Eurpides. Es una trampa mortal. Van a ir por ti. Y tienen argumentos que
te pueden hacer mucho dao, no importa que sean falsos. A veces basta introducir en el
jurado una ligera sospecha, Scrates, y si las acusaciones son muy graves, e implican
un riesgo para la estabilidad de la polis, aunque no haya pruebas fiables, no lo dudarn.
T sabes cmo estn las cosas ahora, la gente tiene miedo, desconfa de todo y no
quiere que vuelvan a ocurrir desgracias como las que hemos sufrido recientemente. He
podido saber algo del argumento de la acusacin, Scrates, y es de calado poltico.
Estn decididos a hundirte. Conocen tus puntos ms dbiles, van a insistir en tu relacin
con Alcibades y con Critias. Basta que suenen estos dos nombres en un tribunal para
que se produzca un temblor de tierra. Ese Anito se lo ha preparado bien, y tiene apoyos.
Es un hombre poderoso, t lo sabes. Vas a tener que emplearte a fondo en tu defensa.
Estoy muy preocupada.
Son slo calumnias, querida Aspasia. A quin pretenden impresionar?
Scrates! Aspasia no pudo reprimir un sollozo. Debes preparar tu defensa!
l la mir en silencio, compadecindose de ella y sin saber qu hacer. Aspasia
recuper el dominio de s misma, y sac un rollo de papiro que guardaba en una bolsa
de lienzo bajo su ropa. Se lo extendi. A primera vista, Scrates ya adivin que se
trataba de un discurso judicial de defensa.
Lelo atentamente. Es de Lisias, el loggrafo.
No tenas que haberte molestado, Aspasia.
Lelo de una vez, te lo suplico.
Scrates hizo lo que Aspasia le peda. La primera parte era una formularia
exposicin de patriotismo y fidelidad a Atenas, y tras negar con cierta rotundidad los
cargos esgrimidos contra l, pasaba a rematarlo con un final que se precipitaba hacia lo
sentimental:
As pues, atenienses, es falso que yo haya incitado a los jvenes contra
nuestras sagradas tradiciones religiosas y democrticas. Es tiempo, en
cambio, de recuperar la fe en nosotros mismos y de encomendarnos a los
dioses que velan por la paz y la concordia, recuperando el espritu de
Pericles y reconstruyendo la ciudad para devolverle su antiguo esplendor.
Amo a Atenas, como todos sabis, pues jams me alej de la ciudad sino
cuando fui llamado a la guerra para defenderla. Jams comet impiedad, y en
mis dilogos con mis jvenes amigos no os poner en duda los principios de
la polis, sino ms bien conducirlos por el camino de la virtud y la
moderacin, para servir con rectitud a nuestra divina ciudad, por eso pido
vuestra comprensin y clemencia. Habis escuchado mis palabras, admirable
jurado. Nunca he tenido propsitos que ocultar, tampoco ahora. Pero no slo
hablo por m. Mi mujer y mis hijos sufren esta afrenta an ms que yo, que
soy anciano y mi vida se dispone a llegar a su trmino. Pensad que an tengo
que ocuparme de una familia y sobre todo del ms pequeo de mis hijos.
Reflexionad sobre todo esto, y juzgad si merezco este proceso y tantas injurias
dolorosas para m pues no hay calumnia ms daina para el honor que poner
en duda mi fidelidad a la ciudad de Atenea, resplandeciente de sabidura y
Segunda Parte
Captulo XIII
Desde lo alto del promontorio de Ceos se divisaban las falas fondeadas en la orilla,
entre pequeas rocas rojizas, y los pescadores preparando sus aparejos. La calima
disolva el azul del mar en un gris metlico. La villa del gobernador de la isla era una
buena atalaya para otear el horizonte, daba vista a la ciudad de Ioulis, a sus pies, y
estaba bien resguardada del cfiro por una colina lampia donde aguantaban inclumes
los olivos. Se llegaba a ella por un tortuoso camino que ascenda desde los alrededores
del acantilado. A media hora de caminata se levantaba la mole de piedra con forma de
len gigantesco, en recuerdo de una antigua leyenda, segn la cual las ninfas haban
vivido felices en Ceos hasta que apareci el len, tras lo cual huyeron a la costa de
Eubea. Sin musas que inspirasen grandes obras, la isla se mantena tranquilamente de
las minas de plata, cobre y obsidiana. Alrededor de la cima del monte, la hierba estaba
seca y raleada por las cabras que pastaban en la ladera, pero an se encontraban
pequeos grupos de adelfas y alguna que otra amapola como extraviada entre los
zarcillos y abrojos.
Prdico ascenda el repecho renqueando y secndose el sudor de la frente con un
pao. La luz se quemaba en los pinos. A ratos sus pasos se hacan tan cortos y cansinos
que pareca no avanzar. A sus sesenta y seis aos odiaba hacer esfuerzos, aunque su
mdico le dijera que cada paso que daba alargaba un instante la vida. El sol estaba a
punto de alcanzar el medioda y ya haca hervir el aire. Asomaban algunas nubes, pero
no parecan de momento dispuestas a dejar caer una sombra, hasta quizs algo ms
tarde. A medida que se acercaba al borde del acantilado, ascenda el rumor ronco y
cadencioso del mar y el aire era salobre y con olor a algas.
Haban transcurrido siete aos desde que el sofista supo que el silencio puede ser
una civilizada atrocidad. Todos los das lo recordaba.
Ahora pensaba solamente en el gobernador de Ceos y ensay una sonrisa al pasar
bajo la arcada del patio. Se detuvo unos instantes en la penumbra fresca de la entrada,
apoyando la espalda contra el muro de piedra, y recab fuerzas antes de salir al
exterior donde el sol de nuevo le dio de lleno en los ojos. El jardn de madreselva
estaba dormido al bochorno del medioda. La esclava Alcipe baldeaba el agua desde el
pozo para refrescar el aire de las estancias interiores. La salud con el gesto afable y
algo mecnico de la costumbre. Ella se azor un poco y humill los ojos. Prdico
recordaba vivamente aquel tiempo en que acarici sus axilas y sus nalgas, cuando era
un alegre y brioso muchacho, y ella una tmida cabrera que llevaba en la piel el aroma
de los olivos. Ambos se haban visto crecer y envejecer como testigos mudos que se
daban cita en ese patio de piedra y madreselva que recorra un sol sin prisa. Ahora
estaba como l, arrugada por la edad y la intemperie.
Cruz el patio y comenz a subir los peldaos penumbrosos que daban al saln de
recepciones, precedido por uno de los guardianes que le esperaba. Saba que el
gobernador le hara reconsiderar una vez ms su decisin, que empleara para ello sus
mejores trucos de persuasin y ofertas an ms generosas que aquellas con las que
consigui retenerle en el cargo de embajador durante un lustro ms. Imagin para
ponerse en guardia ante esta eventualidad que abra un cofre ante sus ojos, se prepar
para un nuevo deslumbramiento de joyas y riquezas, botines de guerra, o incluso
aquellos fastuosos regalos de otras islas y pueblos que le haban hecho llegar sus
vecinos poderosos, precisamente haciendo uso de su embajada y mediacin. Se prepar
para el discurso de siempre, el vaco irreemplazable que dejaba, ante la falta de
candidatos dignos de confianza para cubrir su puesto, la delicada situacin poltica que
atravesaba Ceos, la emergencia de las misiones que le tena encomendadas y un sinfn
de cosas ms.
Aquel pedazo de tierra volcnica haba sobrevivido casi inclume a terremotos y
varias dcadas de guerra, mantenindose en los mrgenes de una astuta diplomacia de
pactos y negociaciones; por ella haban pasado poblaciones deportadas, ejrcitos,
piratas, brbaros, pero ahora que llegaba al fin la paz la paz que sigue a un tifn
Prdico estaba demasiado cansado de resistir a la historia y quera dedicar el tiempo
que le quedaba a la filosofa. Esta vez su renuncia al cargo de embajador sera
inapelable.
Agachando un poco la frente bajo el dintel y golpeando las losas con el camo de
las sandalias, entr en el vestbulo, se hizo anunciar en la sala de audiencias y fue
conducido desde la entrada por dos esclavos nubios de torso aceitado. El gobernador
estaba enrollando unos pliegos tras una mesa flanqueada por enormes vasijas. Al verle
entrar despidi a los esclavos con un gesto displicente y le ofreci asiento despejando
un divn de cojines. Tambin el gobernador estaba canoso, y, a pesar de que era quince
aos ms joven que Prdico, el tiempo le haba tratado mucho peor. Ahora un plumn
blanco y sedoso flotaba sobre su calva angulosa. Vesta de lino y sin muchos adornos.
Me han dicho que queras verme dijo Prdico, amablemente.
Un emisario con aspecto de eunuco ha trado esto desde Atenas alz un grueso
pliego enrollado y lo mir como si fuera un objeto extrao. Pens que era un libro,
pero resulta que es una carta. Una carta bien larga. Menuda decepcin cuando vi que no
iba dirigida a m, sino a un tal embajador de Ceos.
Anaxandro, el gobernador, preparaba unas copas de plata para el vino. Por la rejilla
races mismas de su ser repugnaba, era expresarla, empezar a hacerla sonar por ah, por
los vecindarios, para que ella misma, por algn extrao efecto, acabara convencindole
de la verdad inevitable que contena. Sera un vecino ms de la isla, dara paseos por
los acantilados hasta que le empezaran a doler los huesos, entonces se encerrara en
casa y en pocos meses olvidara a velocidad pasmosa todas las palabras que haba
escrito, todas las ideas que haba concebido, todas las misiones que haba realizado.
As se imaginaba el ltimo tramo de su tiempo, una prueba detestable y angustiosa.
Traidor ingrato le oy arrastrarse tras l. Volvers a suplicarme por tu
puesto.
Captulo XIV
De Aspasia en Atenas a Prdico en Ceos: salud y alegra.
Siete aos sin noticias tuyas, Prdico. No te guardo rencor por ello, pero me duele.
Tampoco olvido que te escrib cuando an no haba transcurrido un ao desde que
abandonaras mi casa y regresaras a tu isla, y mi mensajero me confirm que la recibiste
en mano. Entiendo que no me hayas querido honrar con una de tus visitas, pero,
conocindote, no concibo cmo has podido permanecer tanto tiempo lejos de Atenas.
Espero que no sea yo la razn, si se me permite la vanidad. En cualquier caso, confo
en que te encuentres en buen estado de salud. Yo permanezco bajo los cuidados de
Herdico, excelente mdico que me recomend nuestro comn amigo Gorgias,
principalmente porque es su hermano, pero tambin porque sabe tratar a las mujeres,
virtud, por cierto, que escasea entre los hombres, incluso en esta ciudad que tanto ama
el refinamiento y la belleza. Herdico me ha prescrito reposo absoluto, medida
exagerada para una simple destemplanza y un leve quebranto de huesos. Esas molestias
que una va acumulando a lo largo de la vida y parecen ponerse de acuerdo para hablar
todas juntas en la senectud, con ese confuso parloteo que tanto fatiga, pero no quiero
contrariar a Herdico y verme expuesta a su ira, as que no salgo mucho de casa y para
aprovechar el tiempo he decidido cumplir con mi viejo propsito de escribirte, en
respuesta a tu elocuente silencio, y ponerte al da de los ltimos acontecimientos
importantes, que no nos han dado precisamente motivo para alegras.
Como sabes, han sido aos duros. La prueba de lo mal que nos ha sentado la gran
guerra es que, despus de los aos que han pasado desde que la perdimos, an
seguimos lamentndonos. Ya no importan los cientos de barcos hundidos, las minas
robadas, las murallas destartaladas, las arcas saqueadas, las rutas comerciales
perdidas, o las granjas quemadas; lo peor es la desmoralizacin del pueblo, la falta de
fe en la democracia y el miedo que anida dentro de nosotros. Antes creamos que el
enemigo siempre estaba fuera de nuestras murallas, que eran los persas, los
lacedemonios, los brbaros de toda procedencia. Nos sentamos seguros entre nosotros
llamndonos atenienses, como una gran comunidad unida por la democracia y la cultura.
No podamos imaginarnos que lo peor se fuera a fraguar entre los nuestros, cuando,
perdida la guerra y sumidos en el desamparo, an iban a levantarse los tiranos, los
traidores, para hacer de Atenas una nueva Esparta, derrocando la nica riqueza que an
nos quedaba: la fortaleza de la polis. Entonces empez un nuevo periodo de
ejecuciones, purgas, el exilio y, finalmente, recuperamos esta democracia maltrecha,
sacudida y tambaleante, pero este pueblo ya nunca podr albergar la fe que tena en el
proyecto de Pericles. Ya nadie se acuerda de l. Como convalecientes hemos vuelto a
la democracia. Nos queda una ciudad ms pobre, ms dolida, con ms desigualdades.
Hemos perdido la guerra y ahora tenemos que ganar la paz.
Conoces, Prdico, los peligros que amenazan este Estado, sin un lder capaz de
asumir un proyecto poltico coherente y emprender un nuevo rumbo. Esta democracia es
una secuela de la tirana, es reactiva a todo lo que an est demasiado reciente en
nuestra memoria. Se ha constituido en un estado de vigilancia contra posibles
insurrectos. Se orientan los esfuerzos a defendernos de hipotticos enemigos, en vez de
fundar algo nuevo. Estamos desencantados. No tenemos fe en el gobierno. Las mismas
bases de la polis se cuestionan. La crispacin de los ciudadanos resucita el miedo a las
revueltas.
Alcibades fue enterrado hace unos meses, se dio por fin sepultura al nico hombre
que poda an avivar la colrica ambicin de los sectores oligrquicos y aristcratas,
de todos los enemigos de la igualdad, de los nobles resentidos por sus prdidas, que
esperaban el regreso del antiguo general para acabar con la democracia. l era el nico
hombre capaz de hacer creer al pueblo todava en un destino glorioso para Atenas. Su
muerte ha trado a los atenienses una sana resignacin: ya no hay ms lderes
semidivinos, se acabaron los sueos de grandeza. Pero nadie est tranquilo an.
Persiste un rgimen de delatores (delatores de sombras), sicofantas, calumniadores,
impostores, sospechosos de conspirar, sospechosos de sospechar, y, sobre todo,
individuos que medran a costa de poner y ganar pleitos.
La ltima vctima de este gran ultraje ha sido Scrates. Espero no haber sido la
primera persona en darte la mala noticia. El viejo sabio ha sido condenado a beber la
cicuta en el juicio ms extraordinario e inicuo de cuantos hemos tenido que padecer.
Peor que el que se instruy contra Sfocles. Peor que el de Fidias, que el de Eurpides.
Peor que el de Protgoras. Estamos todos conmocionados y apenas acertamos a
explicrnoslo. Como sabrs, se ha decretado una amnista que prohbe juzgar por
motivos polticos a ningn ciudadano. Necesitbamos esa garanta de paz y estabilidad.
Era menester pasar pgina en este captulo tan negro de nuestra historia. Atenas debe
superar sus errores pasados y recuperar la dignidad. Paradjicamente se ha violado la
amnista para condenar a un hombre que lleva toda su vida dedicndose pblicamente a
la bsqueda del conocimiento. Pero ms inslita y desconcertante an ha sido la manera
en que se ha conducido el juicio. Me refiero a la defensa que Scrates ha hecho de s
mismo.
Este controvertido proceso representa mejor que ningn otro la zanja de discordia
que se ha abierto entre los atenienses. Es posible que este gravsimo error pese por
salud ya est mejor. Lo que ms me aflige es ver que mi saln permanece vaco y triste
sin la presencia de los buenos amigos. Atenas ha perdido a sus hombres graves. Y yo
quedo aqu para recordarlos. Ven pronto.
Tu amiga que siempre piensa en ti.
Aspasia.
Captulo XV
Situada en una pequea colina al oeste de la Acrpolis, la audiencia criminal del
Arepago era un pequeo Consejo compuesto por once ancianos aristcratas que se
encargaban fundamentalmente de juzgar casos de homicidio culposo. Con anterioridad a
Pericles haba funcionado como rgano ejecutivo de gobierno, sin embargo fue
despojado de sus atribuciones polticas por los primeros lderes de la democracia, y en
especial por Pericles, en provecho del Consejo de los Quinientos y la Asamblea
Popular. Ahora eran generalmente reos de muerte, homicidas, quienes suban
encadenados por el serpenteante camino de abrojos que llevaba a la cima, conducidos
por guardianes, para esperar su ltimo juicio.
Tras el hallazgo del cadver de Anito volvieron a escucharse rumores de una
conspiracin poltica desde los sectores reaccionarios y resentidos. En el Colegio de
Estrategos, al que Anito perteneca, el impacto del crimen an irresuelto fue
considerable. Por todo ello, haban llegado fuertes presiones al tribunal de areopagitas;
de un lado la de los influyentes amigos de la vctima, que exigan justicia; de otro, el
temor de que no hubiera sido un acto aislado, sino parte de un plan para descabezar a
los representantes de la democracia.
El Arepago inici sin demora las diligencias de indagatoria judicial, pero las
pesquisas se perdieron en una serie interminable de interrogatorios puesto que los
sospechosos eran demasiados, todos ellos clientes del burdel y ninguno ms
sospechoso que otro que no llevaron sino a protestas airadas de los interrogados por
la extorsin y deshonra a la que se les haba sometido, haciendo que parecieran
culpables por el mero hecho de irse de putas. Tal malestar aviv las crticas sobre la
eficacia de este tribunal de arcontes a los que muchos juzgaban demasiado ancianos
para discurrir bien. Ms maliciosamente, se oan comentarios incisivos sobre las
cortesanas de La Milesia, capaces de confundir a los ancianos magistrados con sus
malas artes, y otros que presentaban el negocio de Aspasia como la sede donde ciertos
grupos rebeldes mantenan reuniones secretas. Tales rumores slo consiguieron
acrecentar la clientela, siempre simpatizante con cualquier conjura protagonizada por
esas aviesas e intrigantes felinas, y dispuesta a sufrir en sus propias carnes aquel furor
conspiratorio. Ya se comenzaba a hablar del cierre de La Milesia, y, lo mismo que se
levantaron los detractores, proliferaron ms que nunca los defensores, capaces de
armar mucho ms alboroto que los otros. Aquello prometa convertirse en el escenario
de una batalla campal donde, por debajo de discursos ms o menos patriticos, ms o
En su juventud haba seguido la senda de los sabios creyendo que algn da encontrara,
si no la felicidad, al menos el mutismo de corazn: la aceptacin plena de la
incertidumbre, ver la vida a la inalcanzable distancia en que se encuentra. Su mayor
propsito, nunca conseguido, haba sido aceptar que un da haba de morir. Pero ni
ahora que ya haba llegado a la senectud se senta preparado. Toda la fortuna amasada
El sol vespertino estaba medio oculto tras las nubes y cuando asomaba su faz todo
el color del mar cambiaba como por milagro, tindolo de plata. Su vida, pens, era
extraa, le haba llevado siempre de un lado para otro, sin descanso, cuando l, en el
fondo, tena un espritu sedentario y cansino. La vida de Aspasia y la suya haban
tomado rumbos dispares, se haban encontrado en diferentes encrucijadas, y se haban
vuelto a separar. Ahora erala vejez, esa madre desgraciada, la que les traa de nuevo a
la orilla.
La carta de Aspasia le haba dejado una sana inquietud, porque de un plumazo le
disip la neblina de indolencia que le envolva, le dieron ganas de moverse y meterse
en nuevos problemas y ocupaciones con los que distraerse de s mismo, de esa tediosa
ocupacin de contemplar el fluir raqutico de su existencia senil. Sin duda, la muerte de
Scrates era el fin de una poca y el comienzo de otra. Haba que estar all, en Atenas,
y ser testigo de este cambio trascendental. Y sobre todo estaba ansioso por encontrarse
de nuevo con ella; la simple inminencia de este hecho le produca un repeluzno de
ansiedad en la boca del estmago.
La carta era una prueba de que conservaba ntegra su lucidez, pero la mujer que
vera ahora no sera la misma con la que estuvo la ltima vez. Era demasiado tiempo el
que haba pasado desde el ltimo encuentro, demasiados acontecimientos entre medias.
Tambin Protgoras haba muerto, ahogado en el mar durante una tempestad, o al menos
eso se contaba. Otro zarpazo de la fatalidad. El gran maestro dej hurfanos a sus
seguidores, pero ms unidos entre s. Los sofistas Hipias y Gorgias le mantenan
vagamente informado sobre Aspasia. Gorgias le refiri en una carta que la haba
encontrado desencantada de la vida, de la poltica, de todo lo que haba quedado
sepultado. Tras perder a su hijo, y luego a su segundo marido, fue desapareciendo de la
escena y recluyndose en una intimidad sombra de penumbras y velones, en una
callada y resentida renuncia a cuantos proyectos haba ido sacando adelante. Haba roto
sus viejos vnculos con la clase poltica, de la que desconfiaba profundamente. Gorgias
insinuaba que se estaba aficionando demasiado a la hierba de Circe, que preparaba ella
misma prensando la corteza de la raz de mandrgora. A veces la mezclaba con vino y
adormidera y pasaba los das sumida en una turbia somnolencia.
Pero no era esto lo que le causaba desasosiego, ni siquiera la certeza de que
Aspasia no sera nunca la mujer que an anidaba en su imaginacin, sino el miedo a
encontrarse ambos juntos de nuevo. Y tambin, mezclado con todo esto, la aprensin de
estar albergando expectativas de recuperar el tiempo perdido, cuando la vida le haba
enseado de manera inexorable que esas expectativas nunca se vean cumplidas.
Todo esto reflexionaba apoyado en la proa, donde las olas bailaban contra la quilla.
Breas les era favorable hinchando las velas y ayudando a los remeros esclavos. Era
relajante observar la cadencia rtmica con la que las paletas de los remos se
adelantaban buscando la piel profundamente azul del mar, para hundirse apenas en l,
trazar el breve camino de una caricia y levantarse de nuevo dejando una herida de
espuma que se cerraba en un instante. Su sombra se reflejaba en la superficie ondulada,
pero no la reconoca como suya. Poda ser la de cualquier hombre inclinado en la
cubierta. Tambin l mismo poda ser cualquier sombra reflejada en el mar.
Captulo XVI
Recordaba bien la ltima vez que haba arribado al puerto de Atenas: una inmensa flota
de trirremes de altivas proas se alineaba a todo lo largo de la baha. La escuadra naval,
orgullo del tica, bastin del imperio. Una vez en tierra firme era difcil no quedar
impactado por el fastuoso mercado del Emporio, donde se comerciaba lo ms granado
de los productos de cada regin: alfombras de Babilonia, piedras preciosas de Persia y
Escitia, lino de Amorgos, gemas indias, perfumes de Corinto, especias orientales de
camo, nardo, canela, brea, mirra, de las regiones hiperbreas en cestas de junco,
seda de Cos, nforas de vino, finos tejidos, marfiles entallados, mbar, lapislzuli,
adornos de plata, exquisitas telas perfumadas con orlas de prpura Se hablaban
decenas de lenguas, pero todo se compraba con la moneda de la lechuza de Atenea y
aquel espectculo le haba parecido a Prdico la viva imagen del imperio que Atenas
acaudillaba. Ahora, la guerra perdida haba dejado un panorama de escombros. En el
puerto hall pescadores trabajando en sus redes, una exigua flota de naves de guerra, y
en los muelles slo se descargaban sacos de grano. Las gaviotas se repartan un festn
de pobres: pescados podridos, frutas pisadas, granos de avena, la triste ofrenda que
dejaba la marejada al golpear contra los muelles y espolones. El centro del comercio
martimo se haba desplazado a Delos.
Prdico dijo a sus esclavos que se quedaran esperndole en el barco. Prefera hacer
el resto del camino solo, recordando al viejo filsofo de cara de cabra. Llevaba una
tnica negra, y un sombrero de fieltro de ala ancha. Las largas murallas que arrancaban
en el Pireo estaban siendo reconstruidas a lo largo de un buen recorrido, sobre
andamios de madera y bamb. Vio desfilar recuas de carros tirados por bueyes
cargando pescado y sacos de grano. Era hecatombeon, el mes de la siega. Los baluartes
de la ciudad haban sido desmantelados, y los jardines convertidos en cementerios
sucesivos. No quedaba piedra sobre piedra. Cmo haba podido acabar as la mayor
civilizacin conocida? Arrastrando un poco las sandalias, caminaba despacio, sin
perder detalle de cuanto vea. Muchas tumbas ni siquiera tenan lpida ni estela; un
montculo de tierra sealaba el lugar. El cementerio de Cermicos haba sido ampliado
en los campos anexos derribando los cercados de madera, y la extensin de urnas de
barro se extenda por doquier. Multitud de granjas quemadas haban sido abandonadas y
sustituidas por chozas con un techo de piel por tejado, sostenido con palos, otras
estaban en plena reconstruccin y haba una gran actividad en los carrascales aledaos
de la ciudad: gente carreteando piedras y adobe de barro, apuntalando vigas,
Captulo XVII
El cuerpo de Scrates haba sido enterrado por la noche para no mancillar con la
muerte los rayos de Helios. Desde la casa mortuoria lo transportaron en un carro tirado
por bueyes. Al frente del cortejo iba Jantipa, llorando y hablando sola, y detrs sus
amigos. Ningn taedor de oboe se avino a prestar sus servicios, por temor a ser mal
visto. El cortejo sali de las murallas de la ciudad portando antorchas en una noche
cerrada a cal y canto. Estaban all, adems de su mujer y sus hijos, Aspasia, Gorgias,
Apolodoro, Esquines y Antstenes. Otros amigos del difunto, como Fedondas, Euclides
y el joven Platn, haban huido a Megara cuando fracas el intento de liberarle y se dio
la orden de capturarlos. El rgimen oligarca de Megara ofreca de buen grado un asilo
poltico a todos los atenienses desertores de la democracia.
La ceremonia fnebre haba sido triste y parca. Sin plaideras, ni oboes, ni nimo
apenas para hacer las libaciones en su honor, los amigos dieron un ltimo adis al
maestro, secundados por los llantos de Jantipa, que no haba cesado de llorar durante
los dos das que haba durado el velatorio fnebre. Los discursos fueron breves.
Antstenes dijo, con la voz ahogada: Vivi para la verdad y muri para la verdad.
Esquines tambin pronunci pocas palabras: Aqu yace el ms clarividente de los
griegos. Apolodoro se pas toda la ceremonia llorando desconsoladamente y al fin
murmur, entre pucheros: Vivi mejor que nadie; muri con sencillez y con gloria. Su
muerte da a su vida su autntico significado.
Tras esta sentida ceremonia, los desconsolados amigos se fueron retirando, hasta
que se qued sola la viuda, ante la tumba, y ah la encontr Prdico cuando lleg. Antes
de verla, escuch de lejos un llanto rumoroso y adormecido, un hilillo cantarn que
suba y bajaba de lo hondo de su pecho con su respiracin, como ese llanto
ensimismado de los nios exhaustos de tanto llorar, que ya han desistido de que alguien
los escuche.
El sofista qued traspasado por este dolor solitario, el de una mujer grande y
rolliza, de unos cuarenta aos a vista pronta, que en verdad era fea de ver. Pero toda su
conmiseracin se evapor ante una sensacin ms directa e impactante: el olor cido,
animal, que despedan sus axilas.
Ella alz hacia l unos ojos saltones, hmedos y rojos.
Descansa ya, buena mujer dijo Prdico, y vete a casa, que has de
purificarla.
Ella no respondi. Estaban all solos, sin mirarse, como dos perfectos
desconocidos a quienes slo une el cadver bajo el que estn sentados, ante un campo
abierto donde apenas corra la brisa (para desesperacin de Prdico), moteado por el
rojo de algunas amapolas, los pedazos de vasijas rotas y la sombra de las acacias. A lo
lejos desafinaba un gallo.
l se acomod en el sitial con el sombrero apoyado en las rodillas.
Los hombres nacen y mueren solos murmur.
Jantipa interrumpi el sollozo y lo mir con expresin ceuda, arrugando la cara
llena de lgrimas.
No sers un poltico? pronunci la palabra poltico como si fuera el peor
calificativo imaginable.
Qu te hace pensar eso, buena mujer?
Tu forma de hablar tan sentenciosa.
Sentenciosa? Prdico encontr irresistible el comentario.
S, sentenciosa y grandilocuente, como la de los polticos.
El embajador supuso que le tocaba decidir su respuesta, pero an no tena
demasiado claro si l era un poltico al menos un poltico grandilocuente, y en
caso afirmativo, justificarse ante ella por su demrito.
Habra que colgarlos por los ojos, como las aceiteras.
A quines? se admir Prdico.
A los polticos.
El sofista le pregunt si se refera a alguno en particular. Ella pareci no or.
Esto le pasa por tonto hip un par de veces y se sorbi los mocos
ruidosamente. Si es que no tena conocimiento! Yo le deca cllate la boca, que te
ests buscando problemas, deja de enredar con esos disparates con los que ni t mismo
te entiendes, que no te van a traer ms que palos.
Qu disparates?
Tanto hablar y hablar y perfeccionarse en esos sutiles conocimientos y al final no
supo ni defenderse. Nunca aprendi a decir nada que tuviera alguna utilidad, o que no
fuera hablar en figurado. All se las hayan los tontos exhal un profundo suspiro,
antes de continuar su rumia. Ay, Scrates! Por qu tenas esa maldita mana, con lo
bueno que eras! Por qu andar por ah aguijoneando a todo hijo de vecino y haciendo
preguntas impertinentes que slo te ganaban malquerencias? Qu te importaba a ti si
los dems vivan bien o mal, si la buena vida era la que t llevabas, de pura holganza y
siempre invitado a los banquetes de los ricos?
El sofista sonri. Remova distradamente la tierra con su cayado y esperaba el
paso de una hilera de la oruga procesionaria que se avecinaba hacia ellos, lentsima,
moviendo sus diminutos y peludos lomos.
Ideas y desvaros! Tanto ir por ah, por los gimnasios y palestras, mirando a los
jovencitos para luego llevrselos y aturullarles la cabeza con peroratas. Y mientras
tanto, los que no tenemos nada, vamos a lo nuestro, que siempre es azacanear y trajinar
de mala manera para encontrar qu llevarse a la boca. La vida no me ha trado ningn
consuelo, ninguno, siempre sola, cargando con los hijos y con la casa, con un marido
que nunca me comprendi y al que he tenido que cuidar, para que ahora me lo quiten de
esa manera.
Al fin, se levant tambalendose. Retrajo la barbilla, buf, hocique el aire matinal
y reuni fuerzas para marcharse. Sacudiendo su corpachn, ech a andar y se despidi
de l con un tosco ademn. Prdico sinti piedad y alivio, y a la postre no supo si
acababa de or un discurso formidable o una formidable majadera, si Jantipa era una
sabia mujer o una grandsima ignorante, o quiz ambas cosas a la vez.
Con estos pensamientos qued mirando cmo se alejaba la mujerona con su paso
bamboleante. La procesionaria segua su lento avance cerca de la tumba. Sin moverse
apenas, con la punta del cayado separ a la oruga lder, la que guiaba a todas las
dems. Al romper la urdimbre, la segunda qued desorientada y comenz a girar, con lo
que las que iban tras ella perdieron tambin la referencia y muy pronto la hilera entera
se disgreg en una confusin en la que se mezclaban unas con otras. As Prdico no
tuvo ms que alzar la sandalia y espachurrarlas a gusto.
Captulo XVIII
De su belleza de antao la gran dama conservaba fieles la exquisitez y la intensidad de
la mirada. Los dems tonos se haban ido diluyendo en la paleta de su piel. Se
reconocieron y se estrecharon en un emotivo abrazo. La mano de Prdico se desliz a
travs de la tnica de lino y sinti como un quejido la disposicin sea de la espalda,
la levedad crujiente de una hoja seca y delicada. O acaso era su propio corazn el que
cruja.
Poco despus, las ruedas del carro remontaban lentamente el repecho de greda y
piedra bajo la breve sombra de los negrales, y se detenan al llegar a las escalinatas
que franqueaban la puerta de los Propileos, a la entrada de la Acrpolis. All dieron
instrucciones a los esclavos de que les esperasen al pie del muro que lindaba con el
pequeo templo de Atenea Nik. Comenzaron a subir despacio las escaleras, ella con
una mano apoyada en el bastn y la otra en el brazo de Prdico. La dama llevaba los
cabellos blancos sujetos en un pao de seda, estaba alegre y complaciente, atenta a
cada detalle. Las primeras palabras fueron dulces saludos, la expresin de la alegra
del reencuentro. Tenan tanto que contarse que no saban ni por dnde empezar. Pero no
haba prisa.
El sofista se dej guiar por sus sentidos. Era ella y no era ella, la misma. Su pelo
era ahora color hueso, sin sus caractersticos rizos, pero al aproximarse en el primer
abrazo haba reconocido de inmediato su olor, y con l, de golpe, sus viejas heridas
ardieron todas al mismo tiempo como un voraz despertar, antes de esconderse otra vez
bajo las duras cicatrices.
Sus ojos, en cambio, le traan otras noticias. Reconocan a aquella fruta
inalcanzable que el sol doraba en la rama ms alta. Atrs haban quedado, empero, los
veranos frtiles, los campos de espigas onduladas, cualquier esto presente no era ms
que una anticipacin del invierno. Le haca sentir piedad por ella, pero mucho ms por
s mismo.
Entre las virtudes de Prdico no se contaba la de ser andariego; muy al contrario,
tena por costumbre no caminar si haba medio de evitarlo. As era ya siendo joven, y,
ahora que le dolan los huesos, con ms razn. Unas nubes compasivas haban
parapetado el sol y la temperatura haba bajado un poco. La brisa traa una emanacin
de resina y espliego. Hicieron un repaso superficial a los aos de ausencia, nombraron
algunas noticias que influyeron ms en el devenir de ambos. A Aspasia le llam la
atencin que Prdico no se hubiese procurado una esposa. El prefiri pasar esta
cuestin por alto, refirindose evasivamente a la cantidad de mujeres bonitas de las que
la vida te permite disfrutar cuando no ests atado a un compromiso. Aspasia tambin
pas por alto la simpleza de la respuesta y cambi de tema.
Crees que hay algo bueno en la vejez? dijo Aspasia.
Que an no te has muerto, supongo sonri.
Y nuestra memoria es ms larga.
Nuestros recuerdos no le importan a nadie.
Pericles y yo venamos a menudo por aqu dijo ella. Era nuestro lugar
preferido para pasear. l confiaba en que andando el tiempo otras parejas nos imitaran
y dejaran de considerar que un matrimonio decente no iba a pasear a la Acrpolis.
Entonces encontraron una razn ms poderosa para no hacerlo dijo Prdico:
Que a la Acrpolis suba un matrimonio indecente.
Sonrieron. Aspasia le apretaba cariosamente el brazo. Paseaban despacio, con
indolencia estival.
Cmo has encontrado la ciudad?
La verdad es que no da para muchas alegras.
Estamos empezando de nuevo. Atenas tambin ha perdido la juventud. Se ha
vuelto irascible y desconfiada. Ha cerrado filas, ha condenado a Scrates y lo ha
enterrado lejos y sin honra.
El sofista se baj el ala del sombrero de fieltro porque los rayos oblicuos del sol
comenzaban a molestarle en los ojos. El viento seco del atardecer soplaba ladeado.
Prdico cubri con su mano la de Aspasia como si diera cobijo a un gorrin mojado.
Dese estar con ella en un barco solitario, anclado en medio del mar, tendidos sobre la
cubierta, bajo un sol que los rejuveneciera. Tena ese barco, tena el mar, y el sol
seguira all arriba.
Llevo aos aburrindome en Ceos. No tendrs alguna tarea que encomendarme?
Creo que en tu carta mencionabas algo.
Tengo un par de tareas difciles.
Le alegr constatarlo. Ella continu:
Deseo encargar una lpida con una inscripcin para honrar la memoria de
Scrates. Y el caso es que despus de mucho pensar no se me ocurre nada apropiado.
Creo que estoy perdiendo lucidez. En fin, he pensado en ti.
Me temo que tal vez no sea la persona ms adecuada. Adems, hace muchos aos
que le perd la pista. No estoy al corriente de sus ltimas fechoras.
Ya lo he pensado y por eso te quiero poner en contacto con nuestro mejor
historiador: Jenofonte. Era un buen amigo de Scrates. Ahora est ocupado en
continuarla narracin de la gran guerra a partir del punto en que la abandon Tucdides
Captulo XIX
Desayun junto a Aspasia a la maana siguiente en una estancia llena de mullidos
divanes, y tan silenciosa como el fondo de una cueva. El sofista amaba el silencio y la
tranquilidad al levantarse. Su manera ideal de entrar en el da era con indolente
lentitud, en una suave transicin que, cuando estaba solo, duraba a veces una maana
entera. Sus costumbres de ocioso reflexivo, deca, le haban permitido vivir ms aos.
Aspasia, en cambio, haba sido siempre inquieta y activa. Dos caracteres distintos.
Habran podido convivir juntos? Nunca lo sabra.
Ella vesta una cmoda cimbrica negra y se haba pintado un poco la cara para
disimular las ojeras. Prdico se mostr amable y conciliador. Le embargaba un buen
humor inslito en l, que apenas poda disimular. Alab sinceramente su sentido del
color en las cintas que llevaba prendidas al vestido, as como en el mobiliario de la
casa. Alab todo cuanto encontr digno de alabanza a su alrededor, aunque en sus
pensamientos ella era su nico objeto.
Los esclavos les llevaron leche, queso, higos, dtiles, uvas y tortas de ssamo y
despus se retiraron como hormiguillas, sigilosamente. Ambos tenan el nimo ms
apaciguado y Prdico deseaba un acercamiento a ella, ahora que ya haban desahogado
cada uno sus pequeas cuentas pendientes con el otro y cumplido esa venganza
cotidiana tras la cual es posible la reconciliacin.
El sofista de Ceos quera atacar cuanto antes el asunto del asesinato de Anito.
Necesitaba saber ms detalles.
Me han dado un plazo dijo Aspasia. Hasta la primera luna de pianepsion. Si
para entonces no les doy el nombre del culpable, cerrarn La Milesia.
Prdico apur su cuenco de leche y consider despacio el asunto. Cerrar La
Milesia no le pareca una tarea fcil. Habra muchas protestas. Aspasia repuso que se
trataba de una decisin poltica, y, cuando las cosas vienen de arriba, el pueblo calla.
En el fondo es un pretexto cualquiera para taparnos la boca a las que an
podemos hablar agreg. Se ve que incomodamos.
El asinti, conforme. Ahora era importante conocer las circunstancias que rodearon
el crimen, en qu momento y lugar se produjo, qu personas se encontraban all, quines
haban testificado, qu haban alegado, cundo y dnde fue la ltima vez que se vio
vivo a Anito, cunto tiempo pas desde entonces hasta que lo encontraron cadver y en
qu estado lo hallaron.
Fue horrible comenz Aspasia. Ocurri hace veinte das. Al amanecer, un
donde le sera ms fcil matarlo. Yaca tendido en la cama, boca arriba. Hasta una
mujer con poca pericia puede hundir un cuchillo afilado en el pecho de un hombre
dormido. Lo difcil es actuar con sigilo, sin testigos, en un lugar como La Milesia. Pero
mucho ms difcil hubiera sido asesinarlo en su propia morada, entrando de noche.
Tiene una estupenda villa con una puerta de entrada slida, que no se puede echar abajo
sin armar un escndalo. Eso habra despertado a Anito y a su hijo, que a sus veinte aos
es ya un joven robusto y bien capaz de defender a su familia. Fuera era difcil
encontrarlo solo. Le gustaba rodearse de gente influyente.
En definitiva dijo Prdico, no era un hombre fcil de matar.
No, ciertamente. Tal vez el nico lugar posible era mi local.
No deja de ser una eleccin demasiado arriesgada, habida cuenta de que es casi
imposible actuar all sin testigos que pueden afirmar, por lo menos, haberte visto.
Deba de tener una razn muy importante para matarlo, asumiendo ese riesgo
dijo ella.
Pudo ser por venganza. Tengo entendido que que sus amigos eran un hatajo
de fanticos, pens.
Qu?
Que Scrates tena amigos capaces de jugrsela por l.
No creo que haya sido uno de sus amigos. Es slo una intuicin.
Posiblemente el asesino tenga alguna relacin con Scrates. Por ah lo
cogeremos, por la amistad del filsofo con alguno de los cinco sospechosos, tal vez nos
encontremos algo inesperado en el camino.
Captulo XX
El alba comenzaba a asomar por la cima de las montaas del Himeto. Los
ciudadanos de Atenas se dieron cita en la plaza pblica para formar el grupo de
hombres que decidira sobre la inocencia o culpabilidad de uno solo. El sorteo se
efectu con toda la rapidez posible y discurri sin incidentes. No hubo protestas.
Cuando los primeros rayos de sol llegaron a la plaza ya estaban elegidos los mil
quinientos miembros del tribunal.
Protestas? Qu relevancia? inquiri Prdico.
Jenofonte asinti y dijo:
Que te caiga en suerte ser miembro de un tribunal no es del agrado de todos,
como t sabes, por eso fue raro que no hubiera ninguna protesta ni renuncia, como suele
ser habitual. Muchos debieron sentir que era un lujo convertirse en el juez que juzgara a
Scrates. En definitiva, habra sido imposible formar un tribunal popular imparcial.
La antipata personal hacia el acusado pesaba demasiado en esa balanza.
Dices bien: antipata repuso el historiador. No la equiparemos al odio o la
sed de venganza. Era una vida lo que se decida, no lo olvidemos.
La multitud fue ocupando las gradas, entre confusos murmullos, y tard en
hacerse silencio para que el heraldo realizara el rito de purificacin y la plegaria,
que satisfizo al arconte rey, de pie en la grada de honor. Una nueva oleada de
murmullos salud la entrada de los tres acusadores, Anito, Meleto y Licn, y
subieron an de tono cuando compareci Scrates, flanqueado por dos guardianes,
sereno y casi altivo, barba blanca bien recortada, su habitual tribn viejo, limpio y
bien compuesto. Tom asiento en el banco de los imputados tras retirar la estera de
lana mullida.
Este detalle hizo sonrer a ms de uno record Jenofonte. Era tpico de l
desdear las pequeas comodidades, para no perder la tensin.
En resumidas cuentas, tenamos al Scrates autntico sonri Prdico.
Al ms autntico de todos.
El arconte rey abri el proceso declarando que se haban reunido all para juzgar
a Scrates, hijo de Sofronisco, acusado de impiedad y otros delitos contra la ciudad.
llanas, como las que empleo en el gora. No tengo nada que ocultar. Me dejo ver en
cualquier parte, en el gimnasio, en las calles, en la plaza pblica, donde est la
gente. Sabis de lo que hablo. Muchos de los que estis aqu habis conversado
conmigo. Os habis sentido amenazados o corrompidos por m? Os he transmitido
desprecio a nuestros valores o instituciones? dej correr un silencio y prosigui.
S que he sido objeto de calumnias, pero creo que es un riesgo al que se expone
cualquiera que hable libremente en esta ciudad; es imposible evitar que algn necio
distorsione tus palabras o te ridiculice. As obra Anito, hablando con falsedad. Pues,
al contrario de quienes ensean corrompiendo y lucrndose con ello, no busco
ensear nada, sino slo indagar sobre cuestiones de la virtud y de la sabidura, de
cmo podemos ser mejores, ms libres y dichosos. Desde aqu desafo al bueno y
patriota de Anito a que demuestre que he corrompido a un solo joven y pido al
venerable arconte que me permita mantener un dilogo con l, en vez de hacer largos
discursos.
El arconte rey hizo que se acercaran los tres acusadores para recabar su opinin.
Tras unas breves deliberaciones aceptaron esta variacin en el procedimiento.
Scrates agradeci la deferencia cediendo a Anito el turno de palabra.
Te has expresado muy bien, Scrates dijo Anito, y te felicito por tu
discurso. Una vez ms queda de manifiesto que presumes de ignorante y lo sabes
hacer con mucho conocimiento. Podramos llamarla sabia presuncin, o presuncin
socrtica. Pues lo que acabas de desarrollar ha sido un magistral discurso acerca
de tu incapacidad de hacer discursos. Nos encanta tu elocuente humildad. Nos
convence y emociona dirigi una mirada triunfante al pblico, al despertar una
oleada de risas sofocadas. Pero nuestro Scrates no es el humilde ignorante que
finge ser. El camina entre la multitud portando la antorcha de la verdad, lo malo es
que va dejando las barbas chamuscadas a su paso!
Hubo otra oleada de risas mezcladas con murmullos. El arconte rey pidi
silencio. Impasible a las burlas, Scrates tom la palabra y se declar aburrido por
las maneras de Anito en sus vanos esfuerzos por convencer al pblico de su talento
como actor de comedia. Pero esa comedia ya la haba estrenado Aristfanes, y con
mejores resultados. Y aadi: Tus argumentos, Anito, estn a la altura de tus
mritos personales. Hace tiempo que te apartaste de la rectitud, y mucho tendras
que rebajarme a los ojos del jurado para hacerme quedar por debajo de ti.
Anito replic que no hara falta probar all su arrogancia, ya que el mismo
acusado pareca dispuesto a ahorrarles ese trabajo. Era la arrogancia de quien se
cree tan sabio como para decidir quin nos deba gobernar.
Scrates replic de esta manera:
Has puesto un ejemplo muy bueno, Meleto. La enseanza puede ser comparada
a la siembra. Pero es cierto eso que dices de que la siembra produce habas, igual
que, por ejemplo, las gallinas producen huevos? Dime slo esto, Meleto.
Por Zeus! Adnde me quieres llevar? hizo un gesto de impaciencia. Te
crees que no s que las gallinas producen huevos? Me tomas por tonto?
Las gradas empezaron a alborotarse y el arconte tuvo que pedir silencio.
Estaremos de acuerdo entonces en que las gallinas producen huevos continu
Scrates en tono tranquilo, confianzudo, pero no tanto en que la siembra produce
habas y otras hortalizas, como acabas de afirmar. Uno puede sembrar y no obtener
nada. Porque lo que hace que brote una planta no es el hombre, sino la semilla frtil,
la buena tierra, el sol y la lluvia, y de modo idntico podemos afirmar que el que
ensea o dice ensear no produce aprendizaje, esto es, no hace aprender al otro, sino
que es uno mismo el que aprende, cuando es capaz de pensar por s mismo. El
aprendizaje es algo que se da en el interior de uno mismo, como el recuerdo de las
cosas. El que ensea se limita a ayudar a dar a luz ese aprendizaje.
Anito estaba empezando a irritarse y se conform con echarse las manos a la
cabeza para hacer patente su burla, pero lo cierto es que las explicaciones del
acusado agradaban al jurado, porque mostraban su rostro ms conocido, el de un
artista de gran talento para enredar las cosas y darles un significado original y
extravagante. Y tambin porque haban conseguido sacar de quicio a Anito. El
filsofo concluy:
Niego haber enseado a nadie, porque estoy persuadido de que el conocimiento
no se transmite, sino que est dentro de cada uno de nosotros. Y quien afirme que
aprendi de m algo nuevo miente.
Los acusadores se dieron cuenta de que Scrates los haba llevado a su terreno y
gozaba de cierta ventaja. Meleto hizo hincapi en la estrategia del acusado de
desviarlos del tema y enredarlos en banalidades. Nunca responda a sus preguntas.
Rehua los hechos. Pero eran los hechos los que importaban. Anito tom el relevo:
Todos sabemos que t enseaste poltica a los tiranos y a los enemigos de Atenas.
Sabemos que no compartes los principios de la democracia.
Scrates inquiri a qu principios se refera. Anito puso de relieve que el acusado
haba criticado muchas veces el sistema de jurado popular, alegando que no todo el
mundo est autorizado a discernir lo que es justo y lo que no lo es. Y del mismo modo
se haba referido a la democracia como el ruido que produce un cortejo de msicos
que nunca ha aprendido a utilizar sus instrumentos. Scrates ni lo afirm ni lo neg.
Te hemos odo decir tambin que t eres el nico ateniense que conoce bien el
arte de la poltica dijo Anito.
silencio sobrecogido reinaba ahora en las gradas. Todas las miradas estaban puestas
en l. Se haba vuelto a sentar a causa de la fatiga. Y habl sin levantarse.
Veo que queris restaurar la democracia sobre la represin y la condena dijo
llevando a todos los que opinen de modo diferente a una muerte pactada. Estis
dominados por la inseguridad y el miedo, y os figuris que aquel que no coma en la
misma mesa que vosotros es vuestro enemigo. Errneamente creis que con mi muerte
vais a solucionar los problemas de Atenas, que son vuestros propios problemas
internos. Si miraseis ms por la justicia me habrais interrogado con ms honestidad
y menos resentimiento, y no habrais tenido tanto miedo a escuchar la verdad. Pero
habis venido dispuestos a escuchar de mi boca lamentos y splicas, y quiz os he
defraudado en este sentido, al no humillarme ante vosotros, pidiendo perdn por
delitos que no comet.
Mi edad es avanzada y no me importa morir, pero me duele ser ultrajado por
este tribunal y por la ciudad que amo y a la que tanto he dado. En estos tiempos se
me impugna como un traidor, pero quin sabe lo que sentenciar el futuro.
Tu testimonio del juicio es muy interesante aprob Prdico, y habla muy
bien de tus cualidades como historiador. Sin embargo, hay algo que no entiendo de todo
esto y me gustara que me lo aclarases. Crees realmente que hacia el final del juicio
rehus defenderse?
As me parece. Debi de comprender que las mentiras haban terminado
imponindose sobre los hechos, sobre su vida. Defenderse de ellas le resultaba indigno.
Se le haba declarado culpable. Por qu solicitar una pena ms clemente? Eso
equivaldra a aceptar algn grado de culpabilidad.
En mi opinin dijo el sofista, el primer deber de un hombre inteligente es
salvaguardar su vida, antes que su dignidad o cualquier otro valor.
El historiador fingi no sentirse ofendido. Se retrep en el asiento y replic
suavemente:
Pero l opt por ser coherente hasta su momento final.
A qu te refieres con coherente?
A aceptar y cumplir la pena, aunque fuese injusta.
He odo que sus amigos le prepararon una fuga.
Cierto, pero l rehus escapar.
Qu necedad!
Jenofonte le dirigi una mirada severa y profundamente disgustada.
Quiz no puedas entender nunca su concepto de la integridad.
Lo entiendo, y no lo comparto. Tampoco creo que esa actitud de aceptacin total
de la condena fuese coherente consigo mismo. l pensaba que las leyes nunca estn por
encima de los individuos. Su ideal del sabio era el del hombre que busca la verdad en
su interior. En eso se fundaba su moral superior. Si l se crea inocente, por qu acatar
entonces la moral del vulgo?
El respeto a la justicia de Atenas fue lo que le mantuvo en su decisin de beber la
cicuta sin oponerse.
Di mejor el respeto de las leyes, que no de la justicia corrigi. Scrates
distingua muy bien entre legalidad y justicia.
Jenofonte apenas poda disimular su impaciencia. Mova con insistencia una pierna.
Dijo:
Entonces, segn tu punto de vista, por qu se resisti a huir?
Quiz Scrates confiaba en que Atenas se arrepentira de su crimen, y que
bebiendo l la cicuta la beberan simblicamente todos los atenienses. Tal vez quiso ser
un Antgona, un defensor de la justicia hasta la muerte, un hroe que haba llevado su
destino trgico a un final solemne. Suicidarte parece significar que, al fin y al cabo, vas
en serio.
l estaba en contra del suicidio.
Lo suicidaron, si prefieres decirlo as. Pero l pudo haberlo evitado. Tal vez su
fracaso personal fue lo que le hizo preferir cicuta.
Estas palabras lograron enfurecer al historiador. Le dirigi una mirada fra,
despiadada:
Con razn hablaba de la necedad de los sofistas.
Tal vez s y tal vez no, como dira Protgoras sonri.
Bien, entonces t y yo ya no tenemos nada ms que hablar dijo Jenofonte
enrollando su manuscrito antes de abandonar airadamente el saln.
Captulo XXI
Otra razn para quedarse junto a Aspasia era su casa, quin poda dudarlo. Amplia,
luminosa, siempre limpia, te reciba con sus alfombras mullidas, sus rincones frescos
rodeados de mrmol pentlico. Tena una de las mejores bibliotecas que Prdico haba
visto. Los rollos, envueltos en paos de lino para resguardarlos del polvo y la
humedad, se conservaban en muy buen estado. Todos ellos haban sido ledos por ella.
El patio era uno de los lugares ms agradables para pasar las horas de calor, a la
sombra bonancible de la parra que se extenda desde el prtico, donde suba el grato
olor a uva fermentada procedente de la bodega y, a primera hora de la maana, tambin
el aroma del horno de pan. La servidumbre estaba impecablemente adiestrada en
modales y en el cumplimiento eficiente de sus servicios; sin resultar en exceso serviles,
saban recortar bien la barba, los escanciadores mezclaban bien el vino, eran capaces
de permanecer en una estancia sin hacer notar su presencia y retirarse inadvertidamente.
En general, Prdico era atendido por tantos esclavos diferentes que a una llamada suya
casi nunca acuda el mismo. Este hecho cosquilleaba su curiosidad. Si a peticin suya
acababan de traerle algo a su cuarto, se vea tentado de llamar de nuevo slo por
comprobar si ahora se presentaba otro fornido nubio o acaso una hermosa esclava
extranjera ganada en algn botn de guerra. Pululaban por la mansin de Aspasia como
hormiguitas silenciosas, y slo hacan ruido en la cocina, que estaba al otro lado del
patio, y por tanto apenas se oa en las estancias principales. Sus ayudantes y remeros
que le haban acompaado en el viaje desde Ceos se alojaban en la casa anexa, con el
resto de la servidumbre, junto a la caballeriza, y al parecer estaban encantados con el
trato.
Poco a poco empez a hacer el recuento de esclavos de la mansin y elabor
mentalmente una lista interesante. Haba dos cardadores, dos doncellas peinaban y
vestan a Aspasia, tres jvenes coperos, un portero, el que le dispensaba la tinta, el
clamo y el papiro para escribir, el que custodiaba la biblioteca, cuatro palafreneros
que se encargaban de la caballeriza, tres escanciadoras, dos taedores de lad, la que
perfumaba el atrio con lavanda y mejorana, tres cocineras, cuatro que pasaban el
aguamanil y las jofainas a los invitados, la que cuidaba las plantas del peristilo, dos
tejedoras de lino, tres guardianes de la casa, dos que le iban a hacer la compra, otros
dos para la limpieza de la casa, una encargada de cuidar y preparar la vajilla de plata,
un emisario que le llevaba recados por la ciudad y que sola acompaarla cuando
sala En total, treinta y nueve, la mayora escitas, que eran los ms caros en las
subastas, aunque tambin los haba beocios, tracios, frigios, carios, armenios e itlicos,
y todos ellos hablaban perfectamente el griego. Los guardianes de la casa haban
servido antes en la custodia de la ciudad, y haban sido tomados como prisioneros de
guerra. En ninguno vea muestras de indolencia o descortesa; eran siempre
respetuosos, formales y discretos. Aspasia los trataba con una delicadeza
desacostumbrada y en su casa gozaban de ciertos derechos, tenan su espacio propio
para su intimidad y su vida social. No reciban ningn castigo, ni hacan por
merecerlos. Tampoco haba fugas o insubordinaciones. Se sentan contentos de servir a
una seora tan distinguida que incluso se complaca a veces en conversar un poco con
ellos. Le eran fieles porque llevaban muchos aos a su servicio, y Aspasia se
preocupaba tanto por ellos que si uno se pona enfermo tena la atencin de su propio
mdico.
Todo esto y sobre todo la paz y el silencio y la independencia que le conceda su
anfitriona haca que Prdico no pudiera sentirse ms cmodo. El lecho de su
aposento destinado a huspedes era de plumn de aves forrado con lana. Haba agua
fresca en las tinajas de barro cocido y en el aguamanil de cermica del lavatorio, y vino
con especias y tortas de ssamo a su disposicin. Se respiraba silencio y amplitud, era
como un apacible refugio del mundo, y su presencia como husped de honor era no slo
bien acogida, sino tambin deseada.
Entre tanto, Prdico trabajaba en el caso sin prisas. Se impuso la tarea de confirmar
por s mismo la descripcin de los hechos que le haba dado Aspasia. Quera esbozar
con cierta precisin el ltimo instante en que Anito estuvo vivo o, si fuera posible,
hasta el momento en que alguien se le acerc sigilosamente, apretando un cuchillo,
mientras l yaca ebrio en una yacija del burdel. Quiz entonces, si llegaba a saber lo
que lata en el fondo de los ojos de Anito, podra columbrar el dibujo que se form en
sus pupilas, lo que vieron antes de que se cerrasen para siempre.
En el patio pas una tarde entera interrogando a Filipo, el portero de La Milesia.
Tena un cuerpo atezado y musculoso que denotaba un largo entrenamiento en el deporte
de la lucha. No le faltaban ocasiones de emplear su destreza cuando se produca algn
altercado indeseable entre dos o ms clientes; en unos instantes reduca a los
alborotadores y los arrojaba fuera del local. Era un espectculo que haca las delicias
de los habituales de La Milesia. Por eso, una de las bromas privadas del local consista
en gritar Cuidado, que viene Filipo!, cuando alguien armaba ms escndalo de la
cuenta. E incluso ante la socarrona expectacin que despertaba la descomunal
intervencin de Filipo, a menudo se simulaban peleas para que el grandulln atravesara
los cortinajes y se arrojara sobre unos cuantos, y en ese momento rompan todos a rer.
Lejos de enfadarse, Filipo se una a la broma. Era un alma simple, pero no tan tonto
como para no advertir cundo la rencilla era fingida. Eso s, se quedaba mirando a los
farsantes con el ceo fruncido, como avisndoles de que si seguan haciendo el payaso
se levantara de veras y los echara del local. Entonces los que se divertan
presenciando la escena se conformaban con rerse al decir: Cuidado, que viene
Filipo!.
Era una especie de gigantn bondadoso, incapaz de emplear su fuerza con algn fin
egosta o destructivo. Las hetairas se mostraban mimosas con l, le decan que era su
macho preferido, y Filipo se senta feliz as. Prdico observ que tena una tablilla de
cera y un punzn donde iba anotando con total escrupulosidad los nombres de los
clientes que entraban. Aspasia le haba enseado a escribir. Su testimonio fue muy
importante para despejar cualquier duda acerca de quines pudieron estar presentes en
La Milesia en el momento en que se produjo el asesinato. Tambin, en los das
siguientes, pidi testimonio a Timareta, Clais y Eutila, que eran quienes estaban fuera
de sospecha.
Las preguntas se centraron en averiguar todos los movimientos de las hetairas y los
clientes en ese ltimo periodo de la madrugada. De este modo, el sofista recompuso al
detalle dnde se encontraba cada una y con quin. La ltima hetaira con la que yaci
Anito fue Nebula, en una alcoba del fondo de la casa, a la que Prdico denomin
alcoba del crimen. Al terminar con l, Nebula sali y fue directamente al lavatorio
de mujeres. Esto lo pudo confirmar Eutila, la escanciadora, porque Nebula se top con
ella nada ms salir y le dijo que le llevara vino a Anito. Sin embargo, Aspasia no lo
vio. Eutila fue por una tinaja que estaba junto al lavatorio, y pudo ver entrar a Nebula
en esta sala. Hasta el momento, todos los pasos de Nebula estaban controlados. El
lavatorio slo tena una puerta para entrar y salir, de modo que no daba acceso a la
alcoba del crimen. La escanciadora sirvi a un Anito ebrio y sooliento y acto seguido
se retir. Justo entonces, Clais acababa de terminar con Diodoro, el sacamuelas, y fue
al lavatorio, donde se encontr con Nebula. Las dos conversaron un poco y Nebula
fue la primera en salir al concluir su aseo. Eutila la vio recoger sus cosas y dirigirse
directamente a la salida, donde cambi algunas palabras con Filipo antes de abandonar
La Milesia.
En resumidas cuentas, desde que Nebula dej a Anito en la alcoba del crimen
vivo, como pudo constatar la escanciadora no volvi a acercarse a ste ni tuvo la
menor oportunidad de hacerlo sin que la vieran. Eso la dejaba fuera de sospecha?
Esa pregunta llevaba a Prdico a formularse otras dos cuestiones: no podra Eutila
encubrir a Nebula, siendo las dos hetairas? Le convena a Aspasia que sus chicas
estuvieran bajo sospecha? Sobre la primera habra que indagar en la relacin que
mantenan las dos hetairas, a travs de alguien que no trabajara en La Milesia, tal vez
un cliente asiduo.
Conjeturas aparte, en el momento en que se produjo el asesinato quedaban dentro
cuatro hombres: Diodoro, Aristfanes, Cinesias y Antemin, hijo de Anito, quien
dorma profundamente la borrachera en el saln principal. De todos ellos, Cinesias era
el nico que tena coartada: Eutila vio salir de una alcoba a ste con Timareta y ambos
se marcharon juntos. Timareta le acompa un trecho, hasta donde sus caminos se
separaban.
En cambio, ni Diodoro ni Aristfanes tenan coartada. Haba un punto ciego en el
que ambos estuvieron solos y sin testigos, y pudieron acceder a la alcoba del crimen.
Diodoro testific alegando que sali de la alcoba y fue al lavatorio de hombres (pero
tampoco tena testigos). Algo parecido aconteci con Aristfanes, y durante los
interrogatorios aleg que estaba demasiado borracho como para recordar dnde se
encontraba a cada instante, y que ya era suficiente mrito el haber conseguido orientarse
por ese laberinto sin ayuda de nadie y encontrar la salida.
Diodoro se march poco despus que Aristfanes. Filipo le abri la puerta. Lo not
tranquilo y afable, como siempre. Entonces fue a despertar a Antemin, ya que iba a
cerrar; le pareci que sala de un profundo sueo, como ya vena siendo habitual. Pero
lo cierto es que no poda descartarse que Antemin fingiera dormir, e incluso hubiese
fingido estar tan borracho como cualquier otra noche. Antemin, por tanto, gru un
poco, se levant tambalendose y sali a la calle. Por fin, Filipo fue a despertar a Anito
y lo encontr muerto. Entonces fue corriendo a dar el aviso. Amaneca.
Esta reconstruccin de los hechos le permiti a Prdico hacerse una composicin
de lugar y esbozar un plan para su investigacin. De modo que tom la lista que haba
escrito para clarificar los enigmas principales y secundarios y tach a Nebula y
Cinesias del apartado hiptesis del enigma principal. Qued as:
TRES HIPTESIS:
Aristfanes. Diodoro. Antemin.
Por otra parte, exista una relacin clara entre la muerte de Anito y la de Scrates.
Ambos eran los extremos de una misma madeja poltica. Anito representaba la lnea
ortodoxa; Scrates la disidente. ste era contrario a las tesis de un gobierno popular,
defendido por Anito; no crea en el sistema asamblesta de toma de decisiones, ni en la
diletancia poltica del pueblo, ni en los tribunales populares o en los comicios
pblicos. Propugnaba una clase poltica especializada, contra la injerencia del vulgo,
formada en la filosofa y en el conocimiento de la esencia de las leyes. Su pensamiento
imprima una ruptura de fondo con la polis.
Puesto que Anito haba sido el principal acusador de Scrates, Prdico intua que
era cuestin de buscar el mvil criminal en una razn de ndole poltica
desestabilizar el rgimen democrtico o bien sentimental vengar a Scrates. En
resumidas cuentas, el perfil del asesino se iba configurando con bastante claridad:
alguien de ideas polticas muy afines a las del filsofo. Por el retrato ideolgico de la
vctima podra llegar al retrato del asesino, pues todo lo que representa un hombre es
cuanto el asesino odia y desea extinguir, ms que un mero cuerpo humano nacido de
mujer a quien han puesto un nombre como cualquier otro.
En cierto sentido, Anito encarnaba la restauracin de la democracia construida
sobre el cadver de hombres como Scrates. Nadie haba podido aportar una sola
evidencia de enemistad personal entre Anito y Aristfanes o Diodoro; acaso tal
enemistad personal no exista, pero s una suerte de enemistad genrica, ideolgica,
para querer impedir que Anito fuera elegido estratego de Atenas, o para daar al
Colegio de Estrategos. Por otro lado, la presencia de un mvil s que se haca evidente
en el caso de Antemin, y no era en absoluto descartable que fingiera estar
profundamente dormido despus de cometer parricidio, utilizando su adiccin al
alcohol como camuflaje.
De lo que no estaba nada seguro Prdico era del posicionamiento de Aristfanes y
Diodoro con respecto a la democracia que representaba Anito. Por tanto, decidi
empezar por ah rastreando a estos dos sospechosos en su forma de pensar, y en sus
opiniones polticas, por si hallaba alguna proximidad a las tesis de Scrates.
Particularmente, con Aristfanes no haba que restar importancia a la cuanta de sus
deudas y a la gravedad de su situacin pecuniaria.
Era menester actuar con disimulo y naturalidad, sin que pareciera que estaba
sondendoles como sospechosos para no ponerles sobre aviso, sin forzar las cosas,
como si vinieran casualmente a colacin. Hacerse pasar por un amigo de Scrates
tambin era una buena forma de evitar sospechas y facilitar la confidencialidad. Su
condicin de extranjero le favoreca: nadie imaginara que investigaba para el
gobierno. Aristfanes era el primero a quien deseaba investigar, y confiaba en poder
descartarlo, porque lo conoca y lo apreciaba sinceramente.
Captulo XXII
Ningn poderoso haba logrado callarle la boca. Como una plaga de langostas haba
azotado la ciudad, lanzando primero sus diatribas contra la democracia, la guerra, y,
finalmente, contra la tirana. Pero ah estaba, invicto, el atrabiliario comedigrafo, todo
un superviviente de las purgas polticas a sus cincuenta aos, un jayn de aspecto
brbaro, ms temido que venerado. Sus insolentes burlas hacan las delicias del pueblo
y quiz era cierto que el hecho de estar vivo demostraba que an haba democracia,
aunque l pensaba ms bien que los demcratas le haban perdonado hipcritamente la
vida para hacer creer al pueblo que exista la libertad de expresin.
Lo peor que poda ocurrirle a un ateniense era ser convertido en uno de sus
personajes de comedia. Pero tambin era lo mejor que poda ocurrirle a uno, visto
desde otro ngulo, pues eso constitua la prueba inequvoca de su celebridad y su
perpetuacin para la historia. El comedigrafo tena esa potestad divina de conceder y
repartir gloria eterna entre los aspirantes a disfrutar de un lugar en el nutrido Olimpo de
los idiotas.
Prdico siempre haba credo que Aristfanes y Scrates eran amigos, por eso no
acababa de entender por qu el comedigrafo se haba ensaado con l de aquella
forma en su obra Las nubes, estrenada aos atrs. Las gradas del teatro se haban visto
sacudidas por una carcajada unnime cuando entr en escena un actor, que era el propio
Aristfanes, inequvocamente caracterizado como el filsofo por arte del maquillaje: su
fea nariz, las barbas desaliadas y el aire de luntico. Apareci flotando en lo alto del
escenario, metido en una enorme cesta colgada de una cuerda por una polea. Ms tarde
contaran muchos que fue la nica vez que vieron rer a Scrates (que se encontraba
entre el pblico). Tambin Prdico tuvo su parte cuando un personaje declar: A
ningn otro de los filsofos celestes estaramos dispuestos a obedecer, a excepcin de
Prdico.
A pesar de todo, Aristfanes nunca haba ocultado su aprecio por el filsofo.
La finca del comedigrafo que no era suya, sino alquilada estaba ubicada en la
colina de la Pnix, rodeada de un encinar. Era una casa seorial, una de las ms
distinguidas de Atenas. La puerta haba sido arrancada. En su lugar, haban puesto una
especie de tabla mal claveteada. Prdico no quiso llamar con los nudillos por miedo a
que se viniera abajo.
Aristfanes! grit.
El comedigrafo se encontraba en su mesa ante un pliego de escritura lleno de
tachaduras, manchas de grasa y babas de sus propias cabezadas y alguna que otra mosca
aplastada. Llevaba horas, das, semanas enfangado en la ms absoluta desesperacin.
Le dijo a su esclavo Janto que se asomara a mirar quin era el visitante. El esclavo
Janto corri a la puerta, ech una ojeada y le dijo a su amo que nunca le haba visto
antes, pero que pareca inofensivo. Aristfanes, por si acaso, tom su garrote y se
acerc con cautela a la entrada.
Tras la tabla que haca las veces de puerta, Prdico se top ante un tipo con la
pelambrera blanca erizada y un garrote enorme apoyado en el hombro. Tena los ojos
enrojecidos bajo unas cejas hirsutas. Su expresin leonina no era todo lo amistosa que
el sofista haba esperado encontrar.
Prdico de Ceos, el insigne sofista! la cara de Aristfanes cambi
completamente. Se dieron un fuerte abrazo. El sofista percibi el pestazo a vino de su
aliento. Qu te trae por aqu? Vienes en visita oficial? Haca aos que no te vea!
Qu te ha pasado en el pelo? Te lo has teido de blanco, como yo?
Rieron a la vez. La risa de Aristfanes era reventona y un poco exhibicionista, pero
contagiosa. Le dio un espaldarazo tan vigoroso al viejo que ste sinti cmo su
esqueleto cruja y amenazaba con romperse en pedazos.
Me han dicho que has escrito un libro estupendo que no s cmo se titula ni nadie
sabe de qu trata aadi Aristfanes. Yo no lo he ledo, pero me parece soberbio
que escribas para que la gente no entienda. No como yo, que gasto tanto esfuerzo en
hacerme entender que hasta los idiotas opinan de mis obras.
Espero no haber interrumpido tu trabajo dijo amablemente.
El esclavo descalz a Prdico en la entrada. Sus ojillos eran ingenuos como los de
un cachorro, y algo en su rostro enterneca. El aire estaba fresco y apacible all, a pesar
del caos reinante. Atravesaron un breve pasillo de techos estucados con pinturas hasta
el patio interior, al que convergan varias habitaciones vacas de muebles a causa de
sucesivos embargos.
Interrumpir mi trabajo? Estaba en mitad de una frase cuando has llamado! Pero
no importa; hace dos meses que la empec y no s cmo acabarla. An estoy esperando
a que las musas me susurren al odo algo que no sean obscenidades.
Infinidad de pliegos y manuscritos yacan tirados por el suelo. Aristfanes se haba
acostumbrado a pasar por encima de ellos sin pisarlos, como si cruzara a saltos un ro
limoso. De hecho, el olor a encierro, la viscosidad del ambiente, la dejadez de todos
los objetos de la casa, las velas de sebo que haban chorreado por el suelo y las
paredes, las telaraas de las esquinas, toda esa suma de circunstancias que hacan tan
opresivo el ambiente caus un notable impacto en el sofista; de alguna manera saba
interpretar aquellos signos, le eran familiares. Era el lugar donde un hombre se halla
empantanado.
El dueo de la casa me quiere desalojar de aqu le confes. Tambin es el
propietario de la armera. Llevo varios meses sin poder pagarle el alquiler y est
decidido a echarme a la fuerza, porque ha visto que por las buenas maneras no va a
convencerme. Pens que eras uno de sus felones, menos mal que no te he golpeado. Yo
nunca fui partidario de golpear a los sofistas, sabes? Te dir una cosa, el muy canalla
viene por la noche, a sabotearme. Se ha llevado la puerta, ha cerrado la boca del pozo
para dejarme sin agua, y viene a quitarme las tejas del tejado. Este imbcil con tal de
echarme est dispuesto a demoler su propia casa!
Siento que ests as. De todas formas, hay casas de alquiler mucho ms baratas.
S, s, ya s. Pero yo tengo que hacerme respetar por mi pblico. Tengo un
nombre!
Y se ech a rer de su propia parodia.
Es triste dijo Prdico que un clebre autor de comedias acabe arruinado.
Me han hundido con multas y delaciones por no pagar mis impuestos, y ahora me
acusan de haber matado a un hombre en La Milesia, yo, que no necesito de ningn
cuchillo para hundir a mi peor enemigo. Todo es por culpa de este gobierno obsceno y
corrupto que llaman democracia y no es otra cosa que una anarqua colectiva donde
campan a sus anchas delatores, sicofantes, cobardes y ladrones.
Prdico tena otra versin, la de Aspasia: lo que haba llevado a Aristfanes a la
ruina era su costumbre, mantenida a lo largo de muchos aos, de pasar las noches en La
Milesia.
Acabo de llegar a Atenas, despus de una larga ausencia. Y slo me han
informado de que han ejecutado a Scrates minti.
Ha sido un juicio infame. Creme. Scrates era uno de los pocos hombres de
vala que nos quedaban. Ya no hay ms que ineptos y demagogos.
El sofista recorra con la mirada el estudio de Aristfanes: rollos de pergamino
formando un revoltillo, clamos de escritura destrozados contra la superficie de la
mesa en accesos de rabia, velas y escudillas con restos de comida seca. Sonri al
observar un lutrforo donde se representaba el Olimpo convertido en una casa de putas
regentada por el amo Zeus con su sdico rayo.
Y eso? lo seal el sofista.
Es bueno tener a los dioses por modelos dijo Aristfanes.
Para saber lo que hay que hacer o lo que no hay que hacer?
En esa pregunta se resume toda la cuestin moral sonri.
Tambin haba una figura de Tala, la musa protectora de la comedia, abierta de
piernas. A la mesa de trabajo se una un divn donde Aristfanes escriba cuando se
cansaba de estar sentado, y una mesa baja con un mortero de madera para diluir la tinta
solidificada junto a una tabla con varias plumas de caa tallada. La luz llegaba del
patio interior y por una escalerilla se suba a la planta de arriba, donde se supona que
estaban sus esclavas (en realidad, slo haba un esclavo en toda la casa). Prdico par
sus ojos en un papiro, pero no consigui desentraar su letra entre los borrones.
Alguna nueva stira poltica?
Bah! Un encargo.
Escribes por encargo? se admir el sofista.
Me la han pedido las locas de Aspasia. Me han dado una idea para un argumento:
las mujeres toman el poder y expulsan a los hombres del gobierno. Has odo idea ms
descabellada?
No te creas. Conozco un lugar donde se da esa ginecocracia.
Ah, s? Aristfanes se rasc la barba con cierta aprensin. Debe de ser un
lugar horrible.
Pues t lo visitas todas las noches.
El otro lo festej con una risotada estentrea. Prdico dijo:
Para m la igualdad entre los sexos slo llegar cuando seamos los hombres
quienes limpiemos el culo a nuestros ancianos padres.
Zeus! Espero que ese da no llegue nunca!
El sofista ech un rpido vistazo a algunos pliegos, pero todo estaba emborronado e
ininteligible. Los volvi a enrollar y le tirone cariosamente de las barbas.
No te da vergenza escribir por encargo, grandsimo zoquete?
Aristfanes le arrebat el rollo y lo rasg sin mirarlo siquiera, como para
demostrarle lo poco que le importaba. Refunfu:
Corren tiempos duros, pero no podrn conmigo. Tengo ms aguante que Filpides.
Una copa? alz de nuevo la copa de vino. Prdico la declin con un gesto. Mira
que la abstencin de vino es mala para la salud. Y ste es vino de Quos, sin aromas ni
tonteras.
Prdico chasque la lengua luego de probarlo.
Eh! Este vino no est rebajado!
Rebajar el vino! Otra costumbre abominable. Cmo vamos a rebajar nuestra
tristeza, querido Prdico, si rebajamos el vino.
Prdico agradeci poder salir al patio interior, donde sus pulmones podan respirar
aliviados de aquel espesor. Haba all varias sillas y tom asiento en una de ellas tan
decididamente que Aristfanes se dio cuenta de cmo se senta. Al momento se
present Janto con una bandeja que contena higos, aceitunas y cebollas avinagradas.
Antes de servirles, se arrodill en el suelo y les lav las manos con una jofaina de
barro.
Y ahora cuntame, Prdico, qu proyecto te traes entre manos.
Estoy escribiendo sobre Scrates. Pero no se lo digas a nadie.
Puedes confiar en m. Todo el mundo sabe que soy la discrecin en persona.
Se echaron a rer.
Es cierto que erais amigos? inquiri el sofista.
Y cmo lo dudas?
Me parece que le hiciste una buena perrera en una de tus obras.
No fue ms que una broma dijo Aristfanes. Los amigos estn para
aprovecharse de ellos. Pero te dir que en el fondo lo admiraba. Hasta que no lo han
matado no se han quedado tranquilos. En fin lanz un eructo displicente. En el
Hades habr espacio para todos. A la salud de Hades.
Levantaron la copa y bebieron, aunque a Prdico no le hizo ni la menor gracia que
le mentara el Hades. Estaba observando con cierta fascinacin una de las orejas
peludas de Aristfanes, que le regalaba su perfil, y pens que el Hades podra ser algo
as, una oquedad serosa y peluda a travs de la cual llegasen los sonidos
incomprensibles del exterior.
Aristfanes llev pronto la charla hacia sus intereses, que tambin eran los de
Prdico. Le recomend visitar La Milesia, y hacerlo pronto, porque corra el rumor de
que la iban a cerrar.
Y cmo sabes que no he ido todava?
Te habra visto dijo Aristfanes, aunque slo hubieses entrado una sola
noche en cinco aos.
Veo que estoy ante la persona ms adecuada para que me recomiende la mejor
hetaira.
Complacido con la pregunta, el comedigrafo le descubri sus rojas y brillantes
encas, como las de un caballo rebosante de salud.
sa es Nebula! No es ya tan joven como las otras, pero te aseguro que nunca
habrs probado nada semejante.
Ahora que lo dices, creo que he odo hablar de ella. Me parece que fue su amiga,
la que escancia el vino, cmo se llama?
Eutila? Si es ella no creo que te haya dado buenas referencias.
En efecto, no fueron muy buenas.
No se llevan bien. Bueno, en realidad, Nebula no se lleva bien con ninguna de
ellas. Le tienen envidia. Gana mucho ms que las dems porque sabe hacerlo mucho
mejor.
Con ninguna se lleva bien? Tampoco con Clais?
Slo la quiere Aspasia, por los beneficios que le reporta. Pero creo que tampoco
se tienen demasiado cario la una a la otra. Es una casa interesante, La Milesia;
material fantstico para una comedia, te las imaginas tirndose de los pelos unas a
otras, todas en pelotas? Y qu me dices del momento en que los clientes vuelven a
casa y les estn esperando sus esposas hechas una furia? Sera un gran xito. Pero ahora
hago encargos para Aspasia, as que no debo contrariarla.
La conversacin qued cortada en ese punto, porque justo entonces se oyeron los
pasos de su esclavo Janto corriendo por toda la casa. Irrumpi en la habitacin
visiblemente alterado:
Ya vienen, seor! grit.
Quines vienen?
El dueo, mi seor! El dueo y varios hombres armados con palos! No parecen
traer buenas intenciones!
Les recibir como se merecen! bram Aristfanes. Y tomando su garrote
corri hacia la salida. El esclavo sali tras l, al trote y haciendo aspavientos:
Seor, no haga eso! Tenga cuidado!
Prdico tard unos instantes en reaccionar. Consigui alcanzar a su amigo antes de
que saliera afuera, y le conmin a ser prudente. No le convendra antes negociar?
Negociar? se alarm l.
En ese momento, el rostro de un hombre asom por el hueco desvencijado de la
puerta. Apenas pudo abrir la boca para hablar. Aristfanes cogi el garrote y empuj la
cara con la punta, sin llegar a golpearlo, pero bast ese simple movimiento para hacer
brotar sangre de la nariz. Eso le enfureci, y retrocedi para mostrar a los otros que
haba que entrar por la fuerza.
Al enemigo ni agua! golpe contra la plancha de madera de la puerta cada,
para que lo oyeran los otros.
El sofista comprendi que lo ms prudente era largarse enseguida de all, antes de
que la gresca le salpicase. Pero antes de salvar su propio pescuezo deba salvarlos
escritos de Aristfanes, en previsin de que el dueo de la casa no le diera siquiera la
opcin de llevarse sus pertenencias, y las quemara como represalia. Comenz a recoger
tan deprisa como pudo todos los pliegos y rollos de papiro desperdigados por doquier
y a meterlos en un saco de arpillera que previamente vaci de ropa. Estaban bajo los
muebles, mezclados con todo tipo de objetos, arrugados o hechos un bolo, y sin decidir
cules podan valer y cules no, los iba salvando uno por uno, avanzando a gatas,
resoplando, agotado, maldiciendo. Afuera se oan los gritos de Aristfanes y del dueo.
Primero fue un intercambio de insultos; el comedigrafo se haba apostado ante la
entrada y pareca dispuesto a defender su territorio con uas y dientes y sin arredrarse
ante las furiosas amenazas. Se oyeron varios golpes contra el panel que haca las veces
de puerta, y que acab descalabrndose con estrpito, y a continuacin un alarido
brbaro de su amigo y el grito agudsimo y casi simultneo de Janto. Prdico tena ya el
saco lleno. Avanz por el pasillo durante un instante en que afuera se produjo un
silencio muy poco tranquilizador. Gan al fin el hueco donde haba estado la puerta en
el momento en que se reanudaron los golpes, lo cual le hizo retroceder, dado que la
pelea se estaba librando all mismo, en la salida. Aristfanes entr rodando hacia atrs;
el golpe de su corpachn contra una de las jambas hizo caer parte del revoque del
dintel. Alarmado, Prdico tuvo una reaccin instintiva de apartarse.
Aristfanes se levant lleno de vigor, la cara sangrando espantosamente y una
mirada furiosa, demente. Recogi su garrote y se lanz de nuevo a la carga. Se haba
levantado una tolvanera de polvo tras la cual apenas se adivinaban los bultos de los
hombres. Uno fue derribado por la acometida, y el otro se arroj sobre l y ambos
rodaron por el albero. El esclavo daba saltos de inquietud y gema, se acercaba al lugar
donde se estaba produciendo el forcejeo, sin atreverse a intervenir. Se oyeron varios
golpes secos y Prdico no supo quin haba cado hasta que se lo aclar el grito de
Janto. Dos de los hombres levantaron el cuerpo que an se retorca entre gruidos
inarticulados y espasmos. El propietario de la casa les orden que lo ataran y lo
echasen a la parte trasera del carro. El aire se fue aclarando y el sofista pudo ver cmo
enrollaban las sogas de esparto en torno a su amigo maltrecho, antes de arrojarlo a la
caja del carro como si fuera un saco de grano. Cay con un sonido breve, pesado, y a
continuacin dej de moverse, no se saba si por haber claudicado o perdido el sentido.
El dueo se qued mirando a Prdico con una fijeza estpida, preguntndose quin era
l, si tambin ofrecera resistencia. Prdico alz una mano, conciliador, y comenz a
retroceder. Los matones se subieron al pescante y espolearon a los burros. All se
llevaban a Aristfanes. El esclavo corveteaba tras ellos como un perro fiel, lanzando
gaidos y muestras de pesar.
Captulo XXIII
Un gran cartel claveteado en el portn de la consulta informaba:
PRECIO POR EXTRAER UNA MUELA:
SIN DOLOR: 20 DRACMAS
CON DOLOR: 200 DRACMAS
Prdico sonri la broma y empuj la puerta.
Pupilo de Protgoras, al igual que Prdico, y a la sazn sacamuelas, Diodoro estaba
ocupado extrayendo algo realmente muy profundo en la boca de un viejo que
permaneca hundido en el incmodo silln de mimbre, la cabeza reclinada hacia atrs y
los ojos saltones movindose de un lado a otro como si escudriaran el bardal del
techo. El viejo dio un alarido de dolor y el sacamuelas interrumpi la operacin y le
espet, molesto:
Te quejas? En ese caso tendr que cobrrtela a doscientas dracmas.
El paciente neg con la cabeza al tiempo que farfullaba algo que apenas pudo
entenderse como no me duele.
Pues si no te duele, deja de protestar.
Volvi a abrirle la boca y a tirar de la muela, mientras el otro se revolva en
espasmos, pero sin que un solo sonido brotara de su garganta.
All estaba tambin el hijo del viejo que sufra en silencio. Por la elegante clmide
prpura y las botas de cuero repujado Prdico vio que era un aristcrata. Mantena con
el sacamuelas una conversacin sobre poltica que se haba resuelto en un agrio
monlogo del noble.
Conspiracin contra la democracia? le deca al sacamuelas. Ser el
Estado demcrata el que est conspirando contra nosotros! Nos estn confiscando
nuestro dinero y nuestras propiedades para llenar las arcas vacas tras la guerra. Se
creen que somos una mina de donde pueden llevarse todo lo que les apetezca. Quines
te crees que hemos pagado esta guerra? La ley ya no nos protege. No podemos confiar
en la democracia cuando nos explotan de esta manera.
La guerra la hemos pagado todos, querido Jantipo repuso Diodoro sin dejar de
trabajar, sobre todo los que estuvimos combatiendo.
Yo tambin fui a combatir y mira para qu nos sirvi. Lo hemos perdido todo. Y
ahora nos quieren esquilmar a los que an tenemos alguna propiedad, a base de
impuestos que luego destinan a ayudar a esos haraganes que se dicen pobres, porque se
niegan a trabajar. Salario pblico lo llaman, ya ves t, un sueldo por no hacer nada.
Pero, ah, la igualdad. Repartir entre los que menos tienen, el pillaje del Estado. Dime
cmo van a levantar esta ciudad. Se burlan de nosotros o es que se creen que el dinero
nos llueve del cielo? Eso es lo que quieren con la igualdad! Hacernos a todos igual de
pobres y miserables. Y si protestas te amenazan con llevarte a juicio!
A m tambin me quitan mi dinero, que me gano honradamente con el sudor de las
frentes ajenas, y no protesto. Aj!
Diodoro observ con embeleso la muela sanguinolenta que acababa de extirpar con
la punta de sus tenazas, la ltima que quedaba en las encas del viejo, que se limit a
proferir un gemido hondo y perruno. Recibi unas palmaditas de su verdugo en el
hombro.
Te has portado bien dijo Diodoro. Te la cobrar sin dolor.
El aristcrata se levant a mirar tambin la muela. Diodoro la limpi en un plato de
agua.
Fjate. Estaba bien picada, la maldita. sta es de las que hacen rabiar.
Qued el otro muy convencido con esta prueba de que el trabajo mereca una
remuneracin, y le pag las veinte dracmas. Mientras tanto, el viejo se desangraba la
boca en una bacina. Mientras desinfectaba la enca del viejo con unas gotas de un vino
muy fermentado, el sacamuelas le dio una advertencia:
Tenis los dientes rotos por vuestra estpida costumbre de guardar monedas en la
boca. Cada vez que os metis una de esas sucias monedas, me procuris trabajo y yo os
las acabo cobrando.
El otro asinti, tom a su padre del brazo y a pasitos breves lo sac de la consulta.
Diodoro aprovech para lavarse las manos junto a una mesa donde tena material para
hacer empastes y poner puentes dentales. Se puso a hablarle a Prdico como si hablase
con cualquier otro:
Si la gente fuera ms limpia y no se metiera el dinero en la boca no habra tantos
problemas. Pero somos as; nos encanta admirar la belleza de los cuerpos en los juegos,
pero luego andamos por las calles llenos de pulgas y zarrapastrosos. Hemos llevado
nuestro ideal de belleza a la ciudad alta, a los templos sagrados, pero aqu, donde
vivimos y trabajamos, las casas y las calles estn mugrientas, las tablas del mercado
huelen mal, hay excrementos por todas partes y pasamos por las mismas calles que los
cerdos. As que no me extraa que cojamos tantas pestes y enfermedades acab de
lavarse las manos y prest atencin a Prdico. Sintate aqu. Nunca te vi antes. Eres
extranjero?
El sofista se hundi con pesarosa resignacin en el silln de mimbre.
entonces habras ganado tu primer caso y no le pagaras. Pero en rigor deba darte la
razn a ti.
Diodoro le escuchaba atentamente y dejando escapar el murmullo de su risa
mientras preparaba el instrumental con un tabaleo metlico. Prdico volvi la cabeza y
vio que estaba pasando el bistur bajo una llama para desinfectarlo.
Cierto dijo el sacamuelas. Lo gan yo, y por tanto no le pagu a Protgoras.
As que durante un tiempo me qued muy satisfecho pensando que le haba vencido con
mis argumentos. Pero poco me dur el contento, porque, en cuanto volv a repasar el
dilema, me di cuenta de que estaba en deuda con Protgoras, y que quiz el juez se
haba equivocado y debi darle la razn a l. Fui a preguntarle a Protgoras qu
opinaba del enrevesado asunto. El no me guardaba ningn rencor, y me explic que todo
es cierto y falso al mismo tiempo, dependiendo del punto de vista. Muchas personas
pueden formular juicios diferentes sobre lo que es verdadero, y todas estar en lo cierto,
dado que cualquier afirmacin se sostiene sobre bases arbitrarias. Yo quera
demostrarle a Protgoras que una cosa no puede ser cierta y falsa al mismo tiempo, y
que uno de los dos estaba equivocado. Cmo lo hars?, me pregunt l.
Demndame de nuevo le ped, por no haberte pagado ahora que he ganado mi
primer pleito. Protgoras observ que tras el primer pleito la situacin haba
cambiado y me dijo: Ahora me has de pagar tanto si ganas el juicio como si lo
pierdes: silo ganas, porque aunque el juez te d la razn, se cumpliran los trminos de
tu promesa, y si lo pierdes, tambin, porque ya ganaste un juicio el anterior y
adems porque te lo exige el juez. Y me llev a juicio, y esta vez lo gan Protgoras.
As qued resuelto el dilema. Le pagu cuanto le deba y le demostr que hay cosas
ciertas y cosas falsas, aunque l se mantuvo en que eran ciertas o falsas para m. Qu te
parece.
Dioses! sonri entusiasmado. Con semejante experiencia, no me explico
cmo renunciaste a ser sofista y te dedicaste a arrancar muelas.
Mientras hablaba, Prdico calculaba las zancadas que le separaban de la salida, en
caso de que el otro viniera a atacarle con el bistur y las tenazas.
Diodoro advirti que era de esa clase de pacientes a quienes la nica manera de
arrancarles una muela es cogerles desprevenidos. Por eso sigui hablando con
naturalidad.
Vosotros os hacis llamar demcratas y decs que creis en la igualdad, pero slo
los que tienen dinero pueden pagar vuestras clases y aprender leyes, poltica, oratoria y
todo lo que se necesita para llegar al poder. Debajo de una democracia se esconde una
plutocracia.
Estoy de acuerdo concedi Prdico, somos bastante elitistas. Scrates
Scrates, y puedo decirte que no slo era contrario a la democracia, como algunos
ciudadanos de ciertos sectores, sino que hizo cuanto pudo para erosionarla y demolerla.
Es cierto que l nunca intervino directamente en poltica, ni aspir a ningn puesto de
poder, pero inculc sus nocivas ideas a jvenes que por pertenecer a familias nobles
tenan muchas oportunidades de convertirse en futuros mandatarios. A eso me refera
cuando te dije que l slo escoga potros de buena crianza, razas puras. As fue como lo
hizo con Alcibades y con Critias, productos tpicos de la aristocracia ateniense, los
cuales haran tanto dao a esta ciudad. Las enseanzas de Scrates versaban sobre
virtud, es cierto, pero su arena era la poltica. Un filoespartano de pies a cabeza: su
ideal era crear una repblica gobernada por un tipo como l, sobre un rgimen de
disciplina militar mezclado con una extraa forma de colectividad. Pudo haberse
quedado en las ideas, pero l pas a la accin. Por eso, para m era un traidor. El error,
creo yo, fue la magnitud de la pena. Si me preguntas qu condena mereca Scrates, te
dir que el exilio. Pero l al parecer prefiri la muerte.
No le tena aprecio concluy Diodoro, pero tampoco me alegr de que
acabara as. Atenas ha perdido algo con l. Peor que la muerte de un hombre es la
muerte de las ideas.
Captulo XXIV
Varios das tard Aristfanes en recuperarse de la paliza que le propin el arrendador
de la casa. Se encontr tirado en el olivar de Sunio, un promontorio al sureste de
Atenas, con la cara hinchada como un higo calentado por el sol. Lo primero que vio fue
el ridculo gorro de perro de su esclavo Janto, despus la calva que lo rodeaba, ms
all el cielo azul de siempre, y por ltimo lament no haber descendido al pestilente
Hades.
Su fiel esclavo trataba de despabilarlo trayndole trasnochadas palabras de
consuelo. Afortunadamente no le haban roto nada, aunque s maltrecho un poco de cada
rincn de su cuerpo, y pudo volver por su propio pie cojeando penosamente y
apoyndose en el hombro de su esclavo a casa de su amigo. Cinesias qued
impresionado al verlo en ese estado y le ofreci enseguida alojamiento, mientras
encontraba una solucin a sus problemas. En ella se aloj tambin Janto, que no estaba
dispuesto a separarse de l. Un mdico asclepada le dio a beber una infusin de
elboro, le desinfect las heridas, le baj la hinchazn con friegas y le encomend
reposo durante una semana. Lo primero que hizo Aristfanes al recuperarse fue
presentar una denuncia ante el Arepago por agresiones fsicas con resultado de
heridas. Los viejos jueces se burlaron de l:
Cmo te atreves a venir aqu a pleitear, sinvergenza, cuando tantas veces te has
burlado de que los atenienses se pasan la vida de pleito en pleito, y cuando de nosotros
dijiste en una comedia que tenemos menos entendederas que una coneja?
No dije coneja. Dije corneja corrigi.
Por todo lo cual, le atizaron a Aristfanes una multa de quinientas dracmas por
impago de alquiler, y otra de seiscientas por perder el pleito con el propietario.
Estaba completamente arruinado. Slo le quedaba su esclavo. Le dijo que ya poda
irse y buscarse otro amo que lo mantuviera, que l le otorgaba la condicin de esclavo
libre; libre al menos de elegir amo. Pero Janto le replic que si era libre de elegir a qu
seor pertenecer, entonces se quedaba con l, y que si le ordenaba dejarle, no le
obedecera.
Entonces tendr que darte unos cuantos latigazos, por desobediente.
Janto se recogi la tnica para recibir el castigo. Mostr unas nalgas enclenques
que no estimulaban demasiado su apetito vengativo.
Y de dnde saco yo un ltigo, que adems cuesta veinte dracmas en el mercado?
protest Aristfanes. No tengo dinero ni para castigarte. Anda, cbrete tus partes y
extenda en los pormenores de la casa que tena previsto comprarse. Haba visto
algunas muy buenas en el barrio de los Escambnidas, residencia de aristcratas. Eran
viviendas bien construidas, de slidos muros, con prtico, peristilos, salones grandes,
espacios habitables y luminosos, techos altos, patios interiores, y disponan de bao,
cocina, bodega y obrador, adems de dependencias para esclavos. Los alrededores eran
buenos y tranquilos, y l necesitaba mucha tranquilidad para escribir. En el barrio haba
una fuente que surta de agua a todas las casas, as como conducciones para evitar la
acumulacin de vertidos residuales. En fin, eran viviendas caras, pero dignas de un
hombre como l. Tras este exordio dejaba que el prestamista le diera la razn y alabase
su buen gusto. Aristfanes an se demoraba un rato ms en la descripcin de una
mansin que le gustaba especialmente, orientada al sur, con el sol matinal en el andrn.
Haba decidido ya qu colores tendran los tapices que la decoraran por dentro. Se
esmeraba por demostrarles que adems de comedigrafo era un gran decorador.
Mientras relataba todo esto, el prestamista que tena delante iba haciendo clculos en
sus mientes. Al fin, Aristfanes expresaba una cantidad, evidentemente exorbitante, y se
quedaba en silencio, esperando la respuesta, como quien espera el trueno que sigue al
rayo de Zeus. El prestamista se limitaba a sonrer entre dientes y asenta, claro, claro
que ser posible. Consegua as que Aristfanes se hiciese ilusiones y viera su objetivo
ms al alcance de la mano, para a continuacin herirlo de muerte informndole de los
intereses que tendra que pagar en cada luna nueva. En este punto Aristfanes intentaba
negociar, al principio cordialmente, para rebajar los intereses hasta un nivel aceptable,
pero el otro se limitaba a mantener su oferta sin inmutarse: una moneda por cada nueve
prestadas. Si Aristfanes porfiaba y descargaba sobre el prestamista la
responsabilidad del futuro de la comedia tica, se le sugera hiriente y amablemente
que buscase una vivienda ms barata y accesible a su situacin. Qu vivienda?, se
exasperaba Aristfanes. El otro se refera a una de las casuchas de adobe de la calle de
los Trpodes o de las barriadas del Cermico, Clito o Melit, cerca del hervidero del
gora, junto a los talleres y mercados que llenaban el aire de una emulsin de pescado,
curtiembre, humanidad, moscardones y aguas de desage. Aristfanes responda que
por nada del mundo iba a meterse en uno de aquellos tugurios malolientes y volva a
exigir un prstamo en condiciones. La sangre se le iba subiendo a la cabeza hasta que la
clera le arrancaba de la lengua sapos y culebras. Es que lo haba tomado por idiota?
Iba a creerse que se dejara engaar por tamao usurero, sanguijuela, mal nacido, culo
puesto? Y se iba de all entre estos y otros denuestos, jurndoles venganza en el
escenario.
De modo que volvi a La Milesia con el rabo entre las piernas para solicitar un
adelanto de su comedia de encargo. Tuvo que soportar una reprimenda maternal de
Aspasia por haberse pulido todo el primer adelanto sin haberles entregado an ni el
primer acto. Ella no ignoraba que Aristfanes era un completo irresponsable, pero
gracias a l se haban lanzado algunos mensajes al patriarcado ateniense, acerca de la
ultrajante esclavitud de la mujer, que haban sido bien acogidos en ciertos sectores, y
lo ms importante escandalizado en otros. Aspasia tena ciertas esperanzas en la
prxima comedia sobre una Asamblea de mujeres que toman las riendas del poder,
dejando a los hombres en ridculo, y l le jur que estaba muy avanzada.
Por desgracia, Aspasia haba recibido el da anterior la arqueta con los escritos de
Aristfanes que le haba llevado Prdico, buscando un lugar donde ponerlos a salvo de
la rapia, en tanto que el comedigrafo buscaba una habitacin barata donde alojarse
hasta que encontrara algo mejor. Aspasia haba pasado la tarde entera intentando
descifrar aquellos borradores, hasta llegar a la conclusin de que lo nico que haba
escrito de aquella comedia eran notas! Simples anotaciones! Y para ello haba
empleado tres meses?
Consciente de la tormenta que le vena encima, Aristfanes haba escrito, in
extremis, unas frases dialgicas que se suponan esenciales para la marcha de la obra, y
en las que haba cargado suficientes dosis de indignacin feminista para contentarla.
Pensaba ponerlas en boca de la protagonista, una mujer beligerante y clarividente que
hiciera recordar a Aspasia de joven. Se las ley en voz alta:
Mujeres, no es el deseo de figurar lo que me persuade a levantarme y
tomar la palabra, sino el hecho de haber sido durante mucho tiempo una
mujer vejada y desgraciada. Estamos hartas de que los hombres pongan
cerraduras y cerrojos en las habitaciones de las mujeres, para guardarnos, y
hasta ponen perros molosos que son el terror de los amantes.
Aspasia escuch atentamente este fragmento. Le gustaba aquello de advertir que no
haba en su reivindicacin una motivacin vanidosa, y los adjetivos vejada y
desgraciada tenan fuerza. Lo de los cerrojos y cerraduras era simptico y real, pero
perros molosos que son el terror de los amantes? Cmo haba tenido la desfachatez
de escribir esa barbaridad? Aspasia estaba muy irritada, pues con frases como sa
estaba contribuyendo a reforzar el estereotipo de esposa veleidosa e incapaz de ser fiel
si no se la encerraba! Aristfanes dej escapar una insidiosa risilla y dijo que el
dilogo necesitaba una chispa de humor para ser comedia.
Humor? clam Aspasia. Te parece esto divertido?
Hombre alz las manos, contemporizando. No has odo hablar del
Captulo XXV
El sofista de Ceos puso a Aristfanes y a Diodoro fuera de su lista de sospechosos. El
primero tena deudas con demasiados acreedores: matando a uno slo no habra
mejorado significativamente su situacin, y por tanto careca de un mvil. En cuanto al
sacamuelas, era hombre de paz, convencido demcrata, poco afn a Scrates y
conforme con la decisin que le llev a la pena de muerte. El nico cuchillo que saba
esgrimir era el del lenguaje, y lo haba afilado en buena escuela.
Adems, le haba proporcionado una interesante versin del juicio, y de la
naturaleza de su pensamiento. Tal vez lo que no terminaba de creerse Prdico era que
fuese un traidor, un conspirador en toda regla. Ms bien tenda a verlo como un terico
de la conspiracin.
El siguiente en la lista y probablemente el principal sospechoso era Antemin, hijo
de Anito. Podra tratarse de un parricidio, pues saba que cuando aqul era joven haba
huido de la casa del padre por fuertes diferencias con l. Este conflicto le haba
arrastrado a la bebida, y de la evolucin de las relaciones con su padre hasta el da de
su asesinato no tena ms noticia. Aspasia, por su parte, tena una buena opinin de este
hombre, a quien sola verse borracho por antros de las afueras. Le dijo que era un
hombre culto, buen conversador, muy suelto de la lengua, pero no un charlatn, o al
menos esa era la impresin que le haba producido durante los interrogatorios.
Le haban dicho dnde poda encontrarlo a aquella hora de la tarde, porque, como
cualquier bebedor inveterado, era de costumbres fijas. Un hato de ovejas era conducido
por la va principal hacia el mercado. Para evitarlo tom las callejas adyacentes, aun a
riesgo de llenarse las sandalias de un barrillo rojizo. Pas junto a una fuente donde las
mujeres lavaban la ropa sin dejar de parlotear y rer, y luego la extendan a secar sobre
un colgadizo o sobre los arbustos. Vio entre ellas a Jantipa y Prdico apret el paso.
La taberna se hallaba en el barrio del Cermico exterior, saliendo por la puerta del
Dipiln, dejando el ro Erdano a la derecha y atravesando un descampado pedregoso y
desapacible, con penachos de hierba reseca, donde se levantaban algunos chamizos
expuestos al sol y pequeos huertos abonados con las bostas de los cerdos que pasaban
por ah camino de las porquerizas. Era un barracn descuidado y barato, que se
preciaba de contar entre sus clientes con individuos de cualquier procedencia. All
acuda el hijo de Anito cada tarde a envenenarse despacio, sin prisa, en alguna de las
mesas bajo el caizo, rodeado de compaeros en estado de embriaguez. Prdico se
dej caer por ah en el primer tramo de la tarde, con su sombrero calado hasta las
cejas, a una hora en la que saba que Antemin estara an lo suficientemente lcido
para discurrir y ser manejable, y lo suficientemente bebido como para que le fuera
difcil mentir con disimulo. Su entrada en el barracn atestado de moscas bast para
llamar la atencin de la clientela, que lo mir de arriba abajo, reparando enseguida en
que era forneo. Prdico se sent en la mesa mal claveteada frente a Antemin, y pidi
vino. El tabernero le sirvi un odrecillo de vino aguado. El hijo de Anito estaba limpio,
aseado, y llevaba un buen quitn largo, con algunas manchas de vino. Le calcul menos
de treinta aos. Para llegar a esa edad a ser un bebedor consumado, deba de haberse
empleado a fondo. Era atractivo de aspecto, prescindiendo de que no se cuidaba la
barba ni el pelo. Sus ojos tenan an un fulgor inteligente, y ahora escrutaban a Prdico
con esa incmoda fijeza del bebedor.
A qu has venido, viejo? le solt.
Me llamo Prdico y soy de Ceos, de las Cicladas. He venido a hablar contigo,
Antemin, hijo de Anito.
Bienvenido seas. Todo el que quiera hablar conmigo ser recibido como un
amigo. Me encanta hablar con todo el mundo, lo mismo sea joven que viejo, ateniense o
extranjero, hombre o mujer se qued unos instantes pensando cmo proseguir la
enumeracin y aadi, en un tono de simptico borrachn: Conocido o desconocido.
Casi mejor lo prefiero desconocido. Y dime, amigo mo desconocido que vienes de tan
lejos, para qu quieres verme?
Ando siguiendo la pista de un muerto llamado Scrates.
Ah, Scrates! dio un porrazo a la mesa que derram el vino de varios odres,
sin que a ningn cliente pareciera importarle, porque todos estaban pendientes de sus
propias charlas. Me encanta hablar de Scrates. Envidiable personaje. Unos nos
tiramos aos para matarnos lentamente y l lo consigui con una sola copa.
Se dejaron or algunas risas desgastadas.
Pocos en esta ciudad pueden presumir de haberlo conocido tan bien como yo. Por
cierto, conoces el cuento?
Qu cuento? inquiri el sofista.
Hubo una vez un hombre que lleg a una encrucijada de caminos y se top con
Scrates, que andaba paseando por ah. Y le pregunt:
Podras decirme, buen hombre, cmo llegar a la fuente del Erdano?
Quieres decir por cul de estos dos caminos? responde Scrates.
A eso me refiero.
De modo que te diriges a la fuente del Erdano. Ests seguro de que uno, y slo
uno de estos dos caminos lleva a la fuente del Erdano?
El hombre comienza a impacientarse, como es natural.
hurgando en viejas heridas. Su mirada iba ms all del barracn, ms all de los
vertederos de basura, y en ella advirti el sofista el poso de una ira mal domesticada.
Conoca bien ese sentimiento.
Quin mat a tu padre?
Esta pregunta lo sacudi de su ensimismamiento, lo despert de los vapores del
vino, de la bruma del cansancio:
Si lo supiera, ese hombre no estara vivo.
Me has hablado de Platn.
Antemin neg con la cabeza.
Platn es fuerte, fantico, pero no tiene talante de asesino.
Cmo lo sabes?
No es un hombre de empuar el cuchillo, sino el camo. Ahora est muy
ocupado en Megara, escribiendo las hazaas de su maestro.
Tal vez pag a otro para que lo hiciera.
Tal vez, pero no creo. Has conocido a algn idealista, aparte de Scrates? Yo
era uno de ellos, y Platn lo es. Los que viven de alimentarse de las ideas no maquinan
venganzas. Eso es cosa de los hombres de accin.
Puede que tengas razn admiti Prdico.
Quieres saber mi opinin?
Claro, por eso he venido.
Antemin se asegur de que nadie les escuchaba, y baj an ms la voz.
Sospecho que lo mataron porque saba algo importante acerca del intento de fuga
de Scrates de la prisin.
Qu es lo que saba?
No lo s exactamente. No me lo cont, porque quera llevar el asunto con total
discrecin, ponindolo en manos de los jueces antes de que empezaran a desatarse las
lenguas.
Antemin suspir y trat de concentrarse. Pareca que por momentos se le iba la
cabeza. Estaba lcido, pero mareado. Continu:
Corren rumores de que los amigos de Scrates le prepararon una fuga cuando se
hallaba en prisin. Bien, puedo confirmarte que es cierto. Y tambin lo es que l se
neg a huir, para presentarse como la gran vctima de un error trgico. Con ello sembr
una terrible duda: nos habremos equivocado ejecutando a este hombre? Era realmente
un hombre justo? Scrates quiso alimentar esta duda con su muerte, so con que fuera
una culpa que hiciera lamentarse a los hombres por aos y siglos venideros, avivando
su fama de sabio incorruptible hasta la muerte.
Su delirio de inmortalidad asinti Prdico.
Captulo XXVI
En las brumas del vino y el crepitar del sebo de los velones bajo los pbilos, iban y
venan los peplos desceidos, las enaguas transparentes, una femineidad desparramada,
grcil, ondulante, a veces desnuda, un aroma de aceites, un murmullo de voces y risas
que parecan salir de las cavernas del sueo. Abotargados en los mullidos cojines o
desparramados por el suelo, ahtos de vino, los hombres miraban con un pasmo bobo el
cuerpo deslizante de una bailarina en su primer nmero nocturno salir de la tupida
oscuridad de las cortinas, haciendo tintinear sus ajorcas y pulseras, agitando la
cabellera y creando un zig-zag de sombras al trasluz de las antorchas.
Las escanciadoras arrimaban el vino, se arrodillaban ante ellos, riendo zalameras,
acariciantes, perfumadas. Entraban y salan hetairas de los reservados, con los hombres
de la mano, dciles como perrillos domsticos, los iban embrujando uno a uno, entre
encajes y cortinajes, entre el baile y los compases de la ctara, los murmullos, gruidos,
las risas, en la solidaridad de los cuerpos prximos, del roce de las pieles sudorosas,
bonancibles y alegres por una noche ms. As, descalzas como divinidades, meneando
provocativamente sus nalgas, o inclinndose para entregar una copa, un susurro picante,
sin dejar de exhibir graciosamente su busto, pareca imposible imaginar que un hombre
no las apeteciera hasta el delirio.
El secreto de La Milesia era el de ser un lugar hecho para los sentidos porque
consegua burlarlos. En sus juegos de luces y espejos de cobre pulido donde bailaban
las llamas sinuosas, en las paredes de mosaicos plateados como escamas de pez, que
brillaban con el movimiento de las sombras, en el licor embriagador y los aromas
etreos haba un ntimo engao, un trueque de las apariencias. Por eso pareca un lugar
capaz de procurar esa codiciada felicidad de lo tangible.
Tendido de bruces sobre una especie de largo divn muy almohadillado, en un
reservado, mientras Nebula le someta a un masaje inolvidable, Prdico contemplaba
un tapiz de lino que tena ante sus ojos, que representaba a Ulises encadenado al mstil
de su barco, mientras las sirenas, prfidas aves rapaces con cabezas de mujer,
aleteaban sobre l. En la postura de Ulises poda adivinarse su esfuerzo por librarse de
las cadenas y dejarse absorber por el negro Ponto.
Algo aturdido por la laxitud y el penetrante perfume del ungento de Chipre con que
ella lo haba embalsamado, se daba a imaginar que aquellas artes de sirena eran las
mismas con las que Nebula estaba secuestrando sus sentidos. Se senta laxo y
escurridizo como un pez expuesto en una tabla, listo para ser troceado. Las profundas
caricias iban desatando los amarres de su cuerpo a la voluntad, sus miembros se iban
aflojando ms y ms, hasta que la ltima caricia, la ms liberadora, se cernira sobre su
cuello, precisa y letal.
Un delgado tabique los separaba de la fiesta del burdel, pero all an gozaban de
intimidad. Hubiera querido permanecer as tendido, indefinidamente. De vez en cuando,
si ella se situaba ante su cabeza, poda ver a la luz de la lmpara de aceite sus piernas
delgadas y tersas, perfectamente depiladas con cera. No senta la tentacin de alargar la
mano y tocarlas. La voluptuosidad de la indolencia le resultaba mucho ms convincente
que cualquier otra. Haca ya aos que se haba despedido de las escaramuzas sensuales,
pero se hubiera dejado cortar una mano y parte de la otra para recuperar el bro.
Has debido de llevar una vida muy interesante, siendo embajador y sofista dijo
Nebula. Seguro que has amado a muchas mujeres y has escrito hermosos libros.
La hetaira llevaba el cabello castao envuelto en un pauelo de seda violeta. Era su
color favorito, y usaba diferentes tonos ms rojizos o azulados, como el color del mar a
cierta hora del atardecer, tambin para el himatin y el peplo drico.
Pocas verdaderamente hermosas y muchos libros malos.
Nunca me he acostado con un sofista. Hay pocos y tienen gustos extraos. Pero
me interesan toda clase de perversiones.
Comenzaba a masajearle los hombros, empujando hacia afuera con la parte anterior
de la mano. Los hombros cedan como si sus huesos se hubieran vuelto elsticos.
No te has perdido nada repuso l con tranquilidad.
Los hombres sabios no creis en la pasin hizo un mohn burln y voluptuoso.
Qu otra cosa puede ser ms tomada en serio que la pasin? Por ella se libran
las guerras y matanzas, y se traen al mundo los seres humanos.
Creo que conozco tu debilidad sonri Nebula. Confas demasiado en tu
razn. Y en poder mantener siempre la cabeza fra.
Mucho menos de lo que quisiera.
Nebula seal el tapiz de Ulises encadenado al mstil. Prdico apenas movi la
cabeza para verlo.
Ah tienes a un hombre astuto dijo ella. Sobrevivi porque no confiaba en
que su razn pudiera con el arrastre de la pasin. Por eso se hizo encadenar. Renunci a
su libertad de elegir.
Prdico estaba admirado con las palabras de Nebula. Un comentario digno de
Aspasia! Al mismo tiempo notaba que bajo la apariencia de aquella conversacin
erudita se estaban midiendo el uno al otro, para comprender su funcionamiento interno,
su peligrosidad.
Es interesante eso que dices, Nebula. Indudablemente eres una mujer muy bien
inclinada sobre l hasta rozarle el pecho con sus pezones. Prdico comenz a debatirse,
al tiempo que senta que su cuerpo, sus fuerzas, le abandonaban y la sangre se le
agolpaba en el rostro. Ella segua movindose sobre l sinuosamente, primero muy
despacio, buscando el contacto suave, el mero roce, el toque que le despert un leve
gemido, que le hizo desviar la mirada, rehacer la postura, bajar de nuevo, abierta,
expuesta, puntualmente hmeda, deslizarse hacia abajo y hacia atrs, como si se
agazapara, hasta sentir otra vez el calambre, y subir, boquear hacia la superficie, antes
de zambullirse de nuevo, resbalar sobre l, sobre su sexo blando, inocuo, exange,
como sobre la insulsa piel, y a continuacin un poco ms deprisa, habiendo establecido
el primer contacto entre el centro del placer y la superficie fofa del viejo, repetir,
repetir, subiendo y bajando, igual que si Prdico fuera un muerto, igual que si fuera un
despojo humano, carne vieja, flccida, yacente para el placer de la otra. Se concentr
en respirar a pesar del peso de la mujer sobre su trax, jadeaba como si estuviera
haciendo un tremendo esfuerzo, aunque no se mova. Era incapaz de recordar alguna
otra experiencia de su vida, dentro o fuera del sexo, que le hubiera resultado tan
ultrajante. Al menos, si ella hubiese pedido que la hiciera gozar tocndola, habra sido
distinto, se habra sentido parte activa, pero as ella lo reduca a la condicin de un
objeto inanimado, un cadver caliente. Al cabo de unos instantes comprendi que
Nebula se estaba excitando verdaderamente y tambin que su excitacin la obtena de
la humillacin de Prdico, en restregarse sobre su prdida de virilidad, en su vergenza
y en su vejez resentida, en definitiva, en follarse el cadver de un vencido.
Captulo XXVII
Prdico estaba satisfecho con las declaraciones de Nebula y esperaba que le ayudasen
a avanzar por senda segura. Por supuesto, en ningn momento se haba tomado en serio
que Aspasia pudiera ser la asesina, pero le impresion la frialdad y la consistencia del
testimonio de la hetaira. Cada argumento por separado era bueno, y juntos encajaban a
la perfeccin, lo cual slo probaba que Nebula era en extremo sutil. Definitivamente,
la sofstica no era cosa de hombres! Por eso mismo, un sofista siempre debe desconfiar
de otro sofista.
Tampoco se equivocaba Nebula en que los sentimientos de Prdico hacia Aspasia
eran muy intensos, lo suficiente como para oscurecer su razn. Aun siendo consciente
de ello, su convencimiento acerca de la inocencia de Aspasia era absoluto.
La cuestin relevante, a su juicio, era por qu la hetaira quera imbuirle esa
sospecha, por qu le estaba manipulando. Probaba eso que Nebula fuera culpable? La
respuesta era negativa: probaba slo que Nebula deseaba la muerte de Aspasia.
Prdico escribi el nombre de la hetaira en su lista de principales sospechosos. Los
dems estaban tachados.
Su orgullo herido, el haber sido rechazado por la nica mujer que haba amado, era ya
un pretexto inservible, haba muerto como una mala planta en un cambio de estacin,
aunque se aferrara tenazmente a la tierra de la que brot. En el medioda de las
colmenas, en el aire pegajoso como la resina, se senta seguro de poder dar la espalda a
la pasin, as se le presentase Afrodita seductora contoneando sus caderas. Aspasia
dorma para poder trabajar de noche. Pero en el patio nocturno con su luna amarilla, en
la quietud de los jazmines y la frescura de la hiedra en el pozo, Aspasia se le apareca
como un fantasma de otro tiempo, y su voz le electrizaba la piel. Entonces hablaban de
los viejos amigos, recordaban juntos y l se esforzaba otra vez en hacerla rer. Y ella le
buscaba los ojos y durante unos instantes se entrelazaban las manos. Esta ebriedad era
lo ms prximo a la felicidad que l haba conocido, y deseaba que no terminara nunca.
Tal vez Aspasia conoca mejor los sentimientos de Prdico que l mismo. El sofista
haba vivido siempre solo, por deseo expreso de no atarse a ninguna relacin que le
pudiera lastrar su libertad, por eso no sera extrao que en la senectud se hubiera vuelto
un manitico solitario. Pero ningn hombre haba conseguido ocultarle jams sus
sentimientos por ella, y Prdico, aunque tena ms tupido el acceso, ms hojarasca entre
Aquella noche estuvo dndole vueltas a todo ese asunto del orculo y del destino, y a la
posibilidad de que todo estuviera realmente prefijado de antemano. Si era as, se
trataba de la justificacin perfecta que cada uno poda encontrar a sus errores,
delegando toda responsabilidad en el hado. Protgoras slo crea en la suerte, aunque
tambin vea en la fortuna el mismo peligro de atribuir a algo ajeno a uno la causa de
los errores propios. A este respecto, el maestro sola afirmar que el que sabe elegir con
sabidura siempre tiene suerte.
En cierta ocasin, mientras conversaban los dos sofistas sobre este asunto, se
encontraron con un hombre de quien decan que desde su nacimiento haba sido tocado
por la fatalidad. A su condicin de ciego se una un cmulo de desgracias, como el
haber perdido un pie y una mano accidentalmente. Prdico le hizo notar que el que va
sin mirar por donde anda suele pisar a lo largo de su vida muchos rabos de perro.
Tambin le puso el ejemplo del rayo que mata a un hombre. Repugna a la razn
admitir que tal desgracia pueda ser obra del azar y que carece de significado. Es
preferible atribuirlo a la ira de Zeus: Algo mal habr hecho, por lo que merece ser
castigado. Y si al mortal no se le encuentra falta ni impiedad, es sabido que al dios
siempre se le escapaban algunos rayos por su carcter, en sus trifulcas amorosas con la
celosa Hera. En definitiva, el hombre prefera sentirse vctima de las bajas pasiones de
los dioses antes que reconocerse siervo de algo tan neutro como el azar.
Y sin embargo meditaba Prdico los rayos siguen cayendo durante las
tormentas, y la inmensa mayora no mata a nadie. Errores de Zeus? Ah, esos rayos no
importaban a nadie.
Prdico comprenda muy bien la necesidad de atribuir un valor de necesidad a la
muerte, porque su propia madre haba muerto de una manera incomprensible; se haba
sentado a echar un sueo de media tarde en el patio y ya nunca despert. No hubo
ningn signo, ninguna seal previa. Simplemente su corazn dej de latir. A partir de
entonces, el joven Prdico tambin se zambull en una especie de ensueo, un trance
del que a menudo le pareca que nunca haba despertado del todo.
Creo que la nica ley es nuestro instinto de belleza haba dicho Protgoras,
y nuestra fantasa para interpretar el azar. Muchas coincidencias son orquestadas
inconscientemente por nuestra voluntad de que nuestra vida responda a un modelo
armnico, inteligible.
Prdico daba vueltas en la cama reflexionando y recordando estas conversaciones
con Protgoras, el nico amigo por quien haba llorado a su muerte, durante un
naufragio acontecido no muchos aos atrs. A l siempre le haba preocupado la
anticipacin, el dolor de casi saber lo que a uno va a sucederle, porque todo acaba
repitindose hasta el tedio. Esa sensacin de ya vivido, de presentir el efecto antes que
la causa, de saber de antemano el final de la representacin, era algo que repugnaba a
su espritu, por cuanto todo lo banalizaba y desposea de inters y sorpresa. Para l la
fuerza que guiaba su vida era la curiosidad, y la anticipacin era la muerte de la
esperanza. La gente iba al orculo a saber lo que restaba por venir, a conocer sus
desgracias por adelantado, y eso le pareca sencillamente una aberracin. No poda
comprender cmo Aspasia haba cometido tal error.
Y pensando en el sentido de la anticipacin, temeroso de ser la nica destreza
mental que se iba agudizando con la vejez, se sorprendi al ocurrirle algo que en
absoluto esperaba, y que le hizo sentir que todava habra sorpresas inquietantes en su
vida: Aspasia entr silenciosamente y se acost a su lado.
Con ella ya no palpaba la carne, sino la luz. Ya no importaban sus huesos, sino el
olor que emanaban, la reconciliacin y la paz, y la sombra que se espesaba en torno a
ellos, ya no importaba que tuvieran ms o menos que decirse: al fin haban desterrado
las palabras. En el silencio se encontraban y se amaban.
Captulo XXVIII
La salud de Aspasia empeoraba y las visitas de Herdico se hacan ms frecuentes. La
milesia nunca haca alusin a ellas, ni siquiera cuando Prdico le preguntaba qu le
haba dicho el mdico. Tan pronto como ste se iba, cabizbajo y preocupado, Aspasia
volva a sonrer y a hacer como si hubiera olvidado que el mdico haba estado
explorndola. No era en absoluto un olvido escapista, pues demasiado bien saba ella
el mal que le aquejaba, sino su actitud natural de dejar las malas noticias para el final,
mientras quedase tiempo de disfrutar las buenas. Al sofista le desconcertaba esta
renuencia a quejarse, cuando l se quejaba siempre que poda, excepto con Aspasia.
Intuy que se comportaba as porque su amiga era un modelo tan perfecto que le sacaba
lo mejor de s mismo.
En las ltimas semanas iba de mal en peor. Tosa muchsimo, aunque procurase
disimularlo, y haba das en que no poda ni levantarse de la cama. Aquellos das en
que se senta un poco mejor, navegaba en el vapor de las hierbas narcotizantes,
adormidera, hierba de Circe y vino, con las que intentaba mitigar un dolor que deba de
estar perforndole las entraas. Alguna vez la haba odo llorar en la antecmara. Sus
siervos eran en extremo solcitos para ayudarla en cualquier momento de flaqueza. Ante
Prdico prescinda de ellos, en su intento de aparentar una salud todava digna,
suficiente al menos para hacerse cargo de s misma y de sus obligaciones, aunque poco
hubiera que ocultar a esas alturas. El sofista haba evitado hasta ahora mostrar
demasiado a las claras su inquietud por el estado de su amiga, y si alguna vez haba
probado a preguntarle cmo se encontraba, ella haba fingido un optimista desinters
para cambiar enseguida de tema, cosa que no haba contribuido precisamente a
tranquilizarlo. A menudo hablaba sola, murmuraba un soliloquio desesperanzado. En
estos ratos, Prdico procuraba irse a dar un paseo. No soportaba verla as.
Envuelta en su oscura y fina cimbrica, era el habitante de la casa ms sigiloso. Por
eso, cuando hizo su aparicin una noche, muy tarde, en que Prdico estaba arrellanado
en un silln de mimbre de la biblioteca, reflexionando sobre el caso del asesinato de
Anito, y en particular sobre la manera en que alguien puede acercarse a otra persona
con un afilado y largo cuchillo en la mano, mientras descansa sin sospechar el peligro
que acecha, dio un respingo al encontrarse con que ella estaba justo detrs de l.
No te o llegar se disculp Prdico.
Las lechuzas cazan a odo en medio de la noche.
Enseguida, Aspasia le pidi que le pusiera al corriente de sus ltimas
decidido que hay que sacrificar a alguien para evitar el fin de La Milesia, y en el fondo
le importa poco quin. Su gran ambicin, desde hace tiempo, es ocupar mi lugar.
Eso tiene bastante sentido.
Por otra parte, ella es la ms capacitada para hacerlo, y sobre todo para luchar
por el proyecto de la mujer. Es orgullosa y no se arredra ante nada.
Pero ella no se lo merece objet Prdico. Desea tu muerte.
Mi muerte est ms cerca de lo que ella cree.
Prdico reproch a Aspasia haber dicho eso.
Querido Prdico le acarici la mejilla, a tu lado estoy pasando los mejores
das desde hace muchos aos.
Es lo mismo que me ocurre a m.
Se quedaron mirndose tiernamente, con las manos cogidas, hasta que al fin Aspasia
exclam:
Ya me iba a olvidar! Hay novedades. He encontrado algo interesante en mi local.
Tenemos que ir ahora mismo.
pensar. Filipo me ha contado con detalle cmo ocurri: al caer la cera caliente sobre el
cliente, peg un grito y hubo unos momentos de confusin, pero Filipo acudi enseguida
y le arroj un cubo de agua, y luego ech otro al tapiz. Al final todo qued en unas
cuantas carcajadas.
Pero Filipo descuid la entrada durante esos instantes.
Exacto.
Prdico observ con detenimiento el candelero. Lo sostena un atril de hierro con
cuatro pequeos pies. El tronco era de bronce pesado y de superficie rugosa. No se
deslizaba fcilmente.
Ha estado siempre aqu, a esta distancia de la pared?
Antes estaba ms cerca del tapiz. Pero ahora, como ves, lo hemos apartado, por
si acaso.
Supongamos que ella fingi el traspis para volcarlo y provocar esos momentos
de confusin. Eso nos abre la posibilidad de que una persona con la que no habamos
contado al principio entre los sospechosos estuviese en el escenario del crimen.
Un hombre habra podido entrar en el local sin que Filipo le viera.
Prdico asinti y se puso a conjeturar en voz alta:
Poda haberse deslizado felinamente sin ser visto, oculto el rostro por un
embozo, por ejemplo, con un cuchillo afilado bajo la tnica avanzara sin ser
reconocido en medio de la confusin. Habra evolucionado hacia el interior, hasta un
lugar donde permanecera oculto, y del que slo saldra cuando la escanciadora Eutila
sirvi vino a Anito, el ltimo momento en que ste fue visto con vida.
Quin puede ser este hombre?
Nebula no nos lo dir. Pero nos ayuda saber que ella lo sabe.
Captulo XXIX
El rencor por esa mujer que le haba intentado manipular de la peor manera posible le
ayud a concentrarse en su trabajo, a canalizar su energa, afilar su anlisis. Ese odio lo
haba sacudido de su indolencia y daba a su mente un ardor productivo. Si ella era la
asesina, caera el castigo sobre ese cuerpo de belleza ultrajante, algo deleitoso de
contemplar. Pero no deba dejarse llevar en demasa por este deseo de venganza. La
primera norma era la imparcialidad.
El poder de la poltica est sujeto al poder del sexo, haba dicho la hetaira.
Fue a registrar la casa de Nebula por la noche, a una hora en que sta se
encontraba trabajando. En principio, no iba buscando nada en concreto, careca de una
gua que orientara su registro, lo cual poda ser una ventaja, al no cerrarle ninguna
posibilidad, o un inconveniente, pues no dispona de mucho tiempo para
averiguaciones.
Era la huronera de un animal coqueto y desordenado, espaciosa, lujosa, pero muy
mal gobernada. Nada ms entrar le llam la atencin el busto que presida la estancia
principal, el difunto Alcibades de joven, esculpido por el gran Fidias, y por el que a
buen seguro haba pagado una considerable suma. Examin una a una todas las
estancias, y se demor un buen rato en el dormitorio. Sobre el colchn de plumas
forrado de lana de su cama encontr un montn de curiosos adminculos de maquillaje,
pequeos frascos con ungentos de colores, y al lado del lecho, varios bales
rebosantes de ropa, un cajn lleno de velos de seda de color violeta, cuidadosamente
doblados. No pudo evitar olerlos. Al pie del lecho, una palangana de asiento para las
lavativas. Haba peplos y suaves tnicas colgadas de perchas de madera, y un tocador
con espejuelos de lminas de bronce pulido, enmarcadas en madera de sndalo. En la
superficie de la repisa hall tijeras, cintas, peines de hueso, navajas para la manicura,
pinzas para la depilacin y una red para el pelo, y otros objetos cuya utilidad ni
remotamente imaginaba, como una borla semejante a un rabo de conejo, y un cepillo
minsculo, del tamao de una ua. Pareca claro que las invenciones de la coquetera
femenina haban evolucionado mucho ms deprisa que la medicina o la astronoma.
En pequeas arquetas guardaba sus abalorios, diademas, pulseras, brazaletes y
pendientes de piedras preciosas. Muchsimo oro, en conjunto. En otro aparador haba
instrumentos para calentar la cera, morteros para mezclar los albayaldes y ungentos,
delicados frascos de perfumera. En un espejo de cobre pulido no pudo evitar mirarse
un momento, y al instante lament haberlo hecho.
De pronto, algo le llam la atencin: una escalera de palo con diez peldaos que
estaba apoyada contra la pared del umbral. Se pregunt qu funcin tendra en la casa,
pues no haba advertido la presencia de altillo, armario o repisa que no se alcanzara de
pie. Volvi a recorrer todas las habitaciones y corrobor esta observacin. De modo
que se qued pensando sobre esta pequea paradoja, y se dijo: He buscado mirando
arriba, pero una escalera no slo sirve para subir, sino tambin para bajar. Volvi a
recorrer la casa, esta vez mirando al suelo en busca de alguna trampilla que accediera a
un stano oculto. Y la encontr precisamente debajo de una alfombra. Se arrodill y
tir con fuerza de la anilla metlica y, antes de percibir la oscuridad, le subi a las
fosas nasales un tufo a humanidad encerrada. Tom una de las lmparas de aceite que
haba utilizado durante su inspeccin y, de rodillas en el borde de la trampilla, la baj
para examinar el interior. Replegado en una esquina vio a un viejo demacrado,
semidesnudo. Con pasos vacilantes, ste se acerc al haz de luz y entonces Prdico
pudo ver su rostro. Lo sacudi un repeluzno de horror al reconocer a Scrates.
Captulo XXX
Mi nombre es Licino, tengo setenta y tres aos y soy ilota. Jams hasta ahora haba
salido de Esparta. Mi padre me abandon al nacer y un hombre rico me encontr y me
adopt como esclavo en una casa que contaba con trescientos ilotas a su servicio. Mi
amo era un aristcrata refinado y culto, educado en Megara, llamado Filipo, que hered
grandes propiedades en Esparta y se afinc all con su mujer y su squito de esclavos
para cuidar sus tierras y ganado. Este hombre sabio se empe en pulir algo de mi
naturaleza tosca y refinar mis modales porque me eligi para el servicio a los nobles
huspedes. Entonces la gran guerra acababa de comenzar y yo tena cincuenta aos y
haba vivido mejor que ningn otro esclavo de la ciudad: disfrut de una buena
educacin, adquir los rudimentos de la lectura en la propia casa de mi amo, aprend a
cuidar y cepillar a los caballos, a abastecer las cuadras, preparar las herramientas, y no
dejar nunca una lmpara sin aceite.
Llegu a ser el capataz de la servidumbre para la recepcin de invitados. Me
ocupaba de que a los huspedes de mi seor no les faltase nada, y que el servicio fuera
perfecto en los salones, y mi amo se complaca sobremanera con mis cuidados. Al
morir fue enterrado con honores, y dej tan slo un hijo varn, cuyo carcter result ser
del todo opuesto a mi seor: era desptico, cruel y vengativo, y ejerca un dominio
seversimo sobre todo aquel que estaba bajo su gobierno, y muy especialmente con sus
esclavos y esclavas. Tena muchos adeudados que haban credo alguna vez que este
hombre les iba a favorecer, y a quienes pronto extorsionaba y cobraba con usura sus
prstamos. Era de costumbres disipadas y tan brutales que nunca un mismo hombre o
mujer se ofreca por segunda vez a sus prcticas de amante, y los esclavos que haban
pasado por su lecho eran quienes ms le teman. Durante toda mi vida haba servido a
su padre, y ahora deba honrar su memoria, as que cumpl devotamente mis
obligaciones para con su hijo, a quien di trato de amo, aunque en mi corazn nunca
reconoc a otro que a quien me salv del abandono.
A menudo la severidad y displicencia de mi nuevo seor quiso encontrar desahogo
en m, humillndome hasta donde le fue posible. Me volv insensible como una piedra.
Mi cuerpo se mova de aqu para all sin mediar emociones, o si alguna mantuve fue
slo la curiosidad por ver si la fortuna le deparaba la muerte. Con la vuelta a las
hostilidades y a la guerra con Atenas, el amo estuvo peridicamente ausente, y fueron
sos los nicos das en que pudimos disfrutar de tranquilidad, aunque por lo que a
nuestros deberes haca todo estaba siempre a punto para el regreso del seor. Volvi de
la guerra sin sufrir dao y muy alegre de estar de vuelta en casa, y lo celebr con
muchos banquetes que acababan en orgas cruentas. Yo haba ido envejeciendo en esas
estancias y no esperaba mucho de la vida. Nunca tuve enemigos, ni me vi envuelto en
disputas, ni a nadie di motivo de queja, sino que fui un esclavo laborioso y discreto. A
nadie ped favores, a nadie debo nada. Me he contentado siempre con tener un techo
donde guarecerme y un suelo donde dormir. As ha transcurrido mi vida, y que sufra la
ira de los dioses si hay mentira en lo que digo. Es todo cuanto puedo contaros, hasta el
momento en que fui zarandeado por el destino y trado a esta ciudad. Bien veo que es
sta la parte de mi relato que ms os interesa. Y har lo posible por complaceros,
aunque es aqu donde precisamente no tengo ninguna explicacin para lo que sucedi.
Ocurri que llegaron dos hombres a mi casa y estuvieron negociando con mi seor.
Eran atenienses jvenes y de buen linaje. Mi nombre fue pronunciado varias veces
antes de que mi amo me mandara llamar. Me present ante ellos y al verme se quedaron
muy asombrados por mi aspecto, y luego, presos de una gran excitacin, me tocaban la
cara, como si no pudieran creer lo que vean, y me apretaban las carnes, calibrando mi
peso. Mi amo estaba tan confuso como yo y quiso saber las razones por las que dos
atenienses haban viajado a la ciudad para comprar un esclavo viejo y ya casi intil. No
logr que se lo dijeran, ms all de unas toscas mentiras. Columbrando que deba de
tratarse de un asunto de cierta importancia, especialmente por la forma tan extraa en
que me escrutaban, pidi un precio muy alto, lo equivalente a veinte esclavos jvenes y
agraciados. Ellos sacaron la bolsa con tal prontitud que mi amo se crisp por no haber
pedido el doble o el triple.
As es como sal con esos dos atenienses, sin poder llevar ms que lo puesto, y
sabiendo que el viejo Licino no volvera nunca a aquella casa donde haba pasado su
vida. Para qu me querran aquellos extranjeros? Fui conducido a una casa de campo,
donde me ataron con cadenas los tobillos, como a un perro. All me dejaron solo junto a
un cubo de agua. Pronto desfalleca de hambre. Durante tres das no vino nadie, y al
cuarto lleg un desconocido, tambin ateniense segn vi por su ropa, el cual se me
qued mirando muy asombrado nada ms entrar, y coment que era an ms
extraordinario de lo que haba imaginado, pero no dijo qu era lo extraordinario. Este
hombre limpi mis heces, me pes, me dio dos higos y renov el agua del cubo para
que no me faltara. Como vino se fue, y yo segua muerto de hambre, pues los higos,
lejos de saciarla, la haban avivado.
As pas cinco das ms sin comer. Comprend que queran dejarme morir de
hambre y decid acabar con mi vida. Primero contuve la respiracin, mas ya
inconsciente mi cuerpo sin voluntad recuper el aliento. Tampoco me fue posible
estrangularme con las cadenas, pues estaban demasiado bajas y eran cortas. Si gritaba,
con las pocas fuerzas que an consegua reunir, nadie me oa ni acuda en mi auxilio. Lo
nico que poda hacer era golpear mi cabeza contra el suelo, pero la tierra apisonada
slo hizo que perdiera el sentido durante un rato.
An vino una vez ms el hombre que haba estado la ltima vez para traerme ms
agua, y yo le supliqu que me matara, pero se limit a pellizcarme el pellejo y
comprobar con agrado que haba adelgazado mucho. No sabis cmo fue aquel
tormento! Me debilit tanto que ya slo permaneca algunas horas al da despierto, y el
resto dorma y soaba con comida. Perd la nocin de los das, aunque creo que desde
la ltima visita slo haban pasado tres ms cuando los dos hombres que me compraron
entraron por la puerta y quedaron muy satisfechos al verme. Uno de ellos tena unas
tijeras y me recort un poco la barba y el cabello. Despus me limpiaron y me quitaron
los grilletes. Uno de ellos, el ms joven, prometi que si obedeca y me dejaba
conducir sin gritar a donde haban de llevarme, una vez all me daran una muerte tan
dulce que ni siquiera la sentira llegar. Aquellas palabras fueron como un blsamo en
mi corazn. Les pregunt dnde y cundo podra recibir esa muerte, y me dijeron que
sera en uno o dos das, en la prisin de Atenas.
Me metieron dentro de un saco de lino, me ataron con cuerdas y pronto sent dar
con mis huesos en un carro. Fui transportado a lo largo de la noche. Hubo un incidente
que nos mantuvo parados ms de una hora. Una rueda debi de salirse del eje. La
arreglaron y siguieron adelante, ms deprisa. Yo botaba en las tablas de madera, pero
no haba forma de caer del carro. Cerca ya del amanecer me descargaron y me
transportaron en una carretilla hasta un lugar donde al fin me sacaron de all. En mi
cabeza todos los pensamientos eran de tormentos terribles, y haba perdido toda
esperanza de que esos hombres cumplieran su promesa de darme una muerte rpida. De
nuevo me arroj a sus pies y supliqu que me mataran all mismo, con la espada. Entre
los dos me irguieron y amenazaron con encerrarme otra vez si volva a quejarme.
Estaban muy nerviosos porque dentro de poco clareara y haban contado con llegar
poco despus de medianoche. Me cubrieron la cabeza con un saco negro, me lo ataron
bien por el cuello y slo me dejaron un orificio en la boca para que pudiera respirar.
Yo no entenda por qu hacan eso, si tena las manos atadas y no poda escaparme,
pero creo que tenan miedo de que alguien me viese la cara. As me condujeron por un
camino que segn pude escuchar llevaba a la crcel. Entonces ocurri algo que me
asust mucho. O que gritaban: Apresadlos!, y unos hombres llegaban corriendo y
los que me llevaban atado debieron de ponerse en guardia, porque me soltaron. O
cmo desenvainaban las espadas unos y otros, y all mismo se iniciaba la lucha. Yo, tan
pronto como me vi libre, an con las manos atadas, ech a correr a la desesperada, sin
ver apenas nada debido a la capucha, tropezndome con todo lo que encontraba a mi
Al principio no poda creerlo. Otra vez libre! Hasta cundo? Quin sera el
prximo en capturarme y torturarme? La noche estaba queda y oscura, no vi a nadie por
all. Me intern en un pequeo bosque. A cada paso flaqueaba ms y al fin me dej caer
entre unos olivos, con la nica esperanza de poder descansar en paz hasta el prximo
amanecer.
A la maana siguiente no saba ni dnde estaba. Me despert una mujer que
llevaba un saco, y entonces me levant y ech a correr. Sal del bosque y entr de nuevo
en un barrio de la ciudad y no s yo si era por la desesperacin que deba de tener mi
cara o por ese extrao prodigio que todos vean pintado en m desde que fui vendido,
que all donde me topara con un ateniense se desencajaba su expresin, chillaba de
horror o simplemente sala corriendo tan deprisa como yo.
Al fin, fui prendido de nuevo y llevado a una casa, una mansin muy rica, casi
tanto como sta, cuyo propietario me interrog y le cont esta misma historia. Que si
recuerdo el nombre de ese rico propietario? Claro que s, Anito, un hombre de unos
cincuenta aos, de buena planta, bien educado. Este hombre tambin me trat bien, he
de decirlo: me ofreci comida, bebida y descanso. Estaba muy contento de tenerme en
su casa y me dijo adems que me necesitaba para atestiguar ante un tribunal sobre los
hechos acaecidos, porque, segn l, yo era la prueba de que haba habido una
conspiracin para liberar a un recluso de la prisin. Imagino que se refera a ese
hombre que tanto se pareca a m. Iba a llevarme al da siguiente ante ese tribunal que,
segn dijo, estaba en lo alto de una colina para que all, ante los jueces, repitiera mi
historia, pero ese da nunca lleg, porque al amanecer se present un hombre a quien yo
conoca porque era el que durante mi reclusin en Esparta me traa el agua. Estaba
armado y me sac de all sin emplear la fuerza. Le pregunt si vena de parte de Anito,
y me dijo que Anito estaba muerto.
Cmo dices? S, se llamaba Alcibades. As es como le llamaba la mujer que
viva en la ltima casa donde fui encerrado. Todo era una continuacin de la misma
locura. Ahora este tal Alcibades quera que engordara y dejara de parecerme al
hombre de la prisin, aunque al parecer ya haba sido ejecutado, porque el plan para
liberarlo haba fracasado, pero mi presencia era an una amenaza, no me preguntis por
qu. Esa hermosa mujer que me encerr en el stano de su casa me recort la barba y
me visti con estas ropas. Me dijo que, cuando cambiara lo suficiente mi aspecto, me
llevaran de nuevo a Esparta y all me dejaran libre. Pero en ese cuarto oscuro no vea
yo muy prxima la libertad. Y eso es todo lo que tengo que contaros hasta que me
sacasteis de all. Qu pensis hacer conmigo ahora?. Hoy mismo viajars a
Esparta con oro suficiente como para que nunca ms tengas que vivir como un esclavo
dijo Prdico.
Captulo XXXI
Al sofista de Ceos le agradaba sobremanera la inscripcin que Alcibades haba
tallado, de propia mano, en la losa que sera aos despus su estela fnebre, y que
trajeron sus partidarios desde la lejana Tracia, junto con su cadver, para recibir
sepultura en Atenas:
PATRIA MA, SI COMENZARA DE NUEVO
TE VOLVERA A TRAICIONAR
Era hermosa y honesta como una declaracin de amor.
Un ao haba transcurrido desde aquella ceremonia de exequias, la ms extraa que
se haba conocido en la ciudad. Ahora, a la luz del tiempo pasado desde entonces, a
Prdico le resultaba ms paradjica an si se tena en cuenta que aquel atad cerrado
en el que descansaban sus huesos contena cualquier cosa excepto esto.
Cuando corri la voz de que Alcibades haba fallecido, la mayor parte de la
Asamblea de ciudadanos se opuso en rotundo a que los restos de aquel traidor sin
escrpulos volvieran al tica. Pero otro sector, nostlgico del pasado, clamaba por que
se permitiera su funeral all, en un acto de piedad con sus antepasados, y en respeto a la
dinasta Alcmenida, a la que perteneca Pericles. Finalmente, por temor a una revuelta,
se permiti que recibiera sepultura en su patria, pero se le deneg cualquier honra,
como ser enterrado en un recinto sagrado, en el interior de la ciudad, o con dignidades
de hroe. El cadver haba sido trado desde la Tracia de su exilio por un puado de
partidarios, en un viaje sin apenas escalas. Desde el momento en que desembarc en el
Pireo, haba tenido que ser custodiado por un piquete de soldados para salvaguardarlo
de los intentos de sabotaje. La guardia cubra el largo corredor fortificado que una el
puerto con la ciudad. All, entre los Muros Largos, se api el pueblo ateniense como
cuando el ejrcito espartano invadi el tica, para ver pasar el fretro. La tensin
reinante haca esperar que nunca llegara a entrar en la ciudad. Todos se preguntaban
quin o quines lo impediran y de qu modo; si robaran el atad o lo haran retroceder
hasta el mar, si se opondran los soldados, anteponiendo el rencor personal a las
rdenes recibidas, o si por el contrario seran estrictos en el cumplimiento de su misin
hasta el punto de enfrentarse a los insurrectos ante el menor intento de sabotaje. Los
caballos que tiraban del carro avanzaron despacio, piafando y sacudiendo la cabeza,
nerviosos por la proximidad de la gente. Delante, la guardia que conduca la comitiva,
alertada y en medio de una gran tensin, iba despejando el paso entre el gento.
Contrariamente a lo que se vaticinaba, el cortejo fnebre formado por los pocos
amigos y fieles al difunto que an quedaban apenas hubo de soportar algunos abucheos
que no consiguieron animar a los violentos. El carro con el cadver pas ante la
multitud sobrecogida, y nadie os alzar la mano contra el muerto.
Los muchachos observaban el entierro desde las ramas de las encinas o sentados a
horcajadas en los muros que rodeaban el cementerio, ansiosos de seguir escuchando
aquella leyenda interminable del hroe ms admirado y odiado. Hombres y mujeres
aguardaban sin moverse y sudando bajo la cancula, asombrados por aquel ltimo golpe
de efecto de Alcibades, su epitafio. Finalmente, fue Nebula quien pronunci unas
breves palabras cuando se baj el fretro al foso:
Aqu yace un hombre que fue libre, un hombre que slo fue fiel a s mismo. Quiso
llegar a lo ms alto. Todo l irradiaba luz. Vivi con avidez y plenitud porque odiaba la
mediocridad. Su nico gran amor fue Atenas.
A continuacin, pas a leer el discurso que Alcibades haba dirigido a su pueblo
aos atrs, cuando ella viva con l. Era un ltimo adis:
Atenienses:
La tormenta me embriaga. Galopo por las praderas de los acantilados
bajo las gaviotas de vuelo quebrado. Esta tierra an es virgen y el mar
infinito.
De nuevo el hado me obliga a alejarme de Atenas, la nica ciudad que he
amado, esta vez para siempre, pues ya no he de volver. Con una sola nave me
alej de ella por ltima vez, rumbo a Tracia. Ya no hay refugio para m en la
tierra, me habis convertido en un extranjero. Voy errando de un pas a otro,
sin horizonte. Desde esta triste fortaleza del Quersoneso contemplo el mar
pensando que en algn lejano lugar est baando el puerto de la inefable
Atenas. He vivido para m, nunca acept otro gobierno que el de mi libre
destino, y en cada momento decid segn esta ltima prerrogativa: mi vida,
por encima de cualquier deber y fidelidad.
Durante muchos aos me habis zaherido con injurias, la calumnia sigue
mis pasos all donde vaya, soy blanco de la envidia de los necios y los
espritus mezquinos han querido apartarme del mando de las tropas cuando
yo pude cubrir esta ciudad de gloria.
Desde estas colinas del destierro escucho los gritos de las gaviotas y mi
recuerdo viaja a los acantilados en los que las olas batiendo en el risco
envolvan nuestras naves encalladas y las hacan zozobrar a merced del
Captulo XXXII
Era fcil comprobar que Alcibades estaba vivo: bastaba abrir su sepulcro. No tena
prisa en hacerlo, estaba casi seguro de que se iba a encontrar con un cenotafio. En
Atenas slo Nebula y l saban que Alcibades viva. Prdico se daba golpes en la
frente al no haber tenido en cuenta la posibilidad de que Alcibades fuera el asesino de
Anito. Cmo no se le ocurri pensar en ello? Evidentemente, descart esa hiptesis
porque l haba asistido a su funeral; estaba muerto. A veces uno da por cierta la
versin oficial y nunca se detiene a cuestionarla: ah radic su error, ya que Alcibades
dejando al margen que fuera un cadver era el hombre que encajaba a la
perfeccin con el asesino de Anito. Era su enemigo poltico antidemcrata,
partidario de una dictadura, la suya, amigo personal de Scrates; era astuto y
valiente, capaz de matar a un hombre en un burdel sin dejar rastro, y amante de
Nebula, por lo que no resultaba extrao que sta fuera su cmplice.
La nica manera de que Alcibades pudiera regresar a Atenas era muerto, ya que,
tras su traicin durante la guerra, se haba convertido en el primer enemigo del pueblo.
Muerto el ltimo lder capaz de movilizar las fuerzas oligrquicas, la democracia poda
respirar mucho ms tranquila. Habra sido un inteligente efecto tctico el orquestar un
falso funeral para jugar con la ventaja de un regreso clandestino. De acuerdo con esta
hiptesis, su entrada se habra producido en secreto, con la complicidadde sus
partidarios. Aunque qu partidarios le quedaran al Alcmenida, despus de tanto
tiempo en el exilio? Quiz una mujer anclada en un viejo amor.
Lo que an no tena claro era si aquel asesinato haba nacido en la mente de
Alcibades como una venganza personal, o l slo haba sido la mano que consumara
una venganza maquinada por Nebula. Esta segunda suposicin explicaba mejor la
presencia de Alcibades en Atenas: habra vuelto por ella.
En estos momentos Prdico tuvo que abandonar la investigacin por una razn de
vital importancia, y de tal gravedad que converta en ftil cualquier otra preocupacin.
La vida de Aspasia se estaba extinguiendo rpidamente.
A travs de la puerta no se perciba el menor ruido de lo que ocurra en el
dormitorio de Aspasia, ni una voz alteraba el silencio. Resuelto a no entrar para no
perturbar el examen del mdico, Prdico se paseaba por el patio, daba vueltas en torno
a la fuente, conversaba con los esclavos, inquietos tambin por la enfermedad del ama,
se sentaba un rato, intentaba no pensar en nada, pero sus pensamientos iban a la deriva,
ensombrecidos. De cuando en cuando volva al vestbulo a ver si el mdico sala de
una vez. Confiaba plenamente en Herdico no slo por su prestigio, sino sobre todo
porque era hermano de Gorgias, analtico y meticuloso como l, aunque ms reservado.
El examen se demoraba mucho ms tiempo que los anteriores, lo cual era una mala
seal. Al fin, oy la puerta abrirse y se dirigi a su encuentro moderando su prisa.
Antes de formularle la pregunta ley en los ojos del mdico la respuesta. Herdico le
llev lejos de la puerta, donde Aspasia no pudiera orles, y le dijo que esta vez era
cuestin de das, tal vez horas.
Ella no lo sabe aadi Herdico y conviene que no se lo digas. S por
experiencia que la esperanza de vivir a veces retrasa la muerte y hace ms soportable
la agona.
Asinti con un nudo en la garganta. El mdico continu.
Su pulso es muy dbil, tiene mucha fiebre, respira con dificultad. Es ya muy
anciana y su cuerpo est extenuado, a pesar de su vitalidad.
El sofista le acompa hasta la salida y se qued un rato de pie, inmvil en la
puerta, irresoluto, viendo alejarse al mdico. Le temblaban las rodillas. Respir hondo.
Afuera, en la maana recin rota, se mova un poco el aire, una maana como otra
cualquiera, sin signos, con un cielo levemente nublado, anunciando ya el otoo, que
cruzaban como flechas los vencejos de puntiagudas alas. Al fin, adormecido casi por su
propia tribulacin, cruz de nuevo el vestbulo y entr con un innecesario sigilo en el
dormitorio.
Su amiga yaca boca arriba, bajo las mantas, con los cabellos color ceniza
desperdigados, y le miraba dulcemente, ms all del miedo. Con voz quebrada, dijo:
Este Herdico nunca fue bueno fingiendo. Qu te ha dicho?
Tena l bien presentes los consejos del mdico. A pesar de todo, ahora que estaba
cara a cara con ella, comprenda lo intil y estpido que sera tratar de engaarla. La
voz se le empa en la garganta:
Que se te acaba la vida, Aspasia.
Ella suspir y parpade lentamente.
Est bien dijo con suavidad.
El sofista se sent junto a ella. Haca esfuerzos por dominar sus emociones y no
echarse a llorar, pues si alguna vez en su vida haba sentido deseos de hacerlo, de
comprobar que sus ojos no estaban secos, era ahora.
Dime qu puedo hacer por ti.
La mano de Aspasia avanz entre el lienzo, trmula, buscando la suya. El la
estrech con suavidad. Arda.
No permitirs que me pongan uno de esos epitafios que hacen para las mujeres:
Cuid los hijos e hil el telar, verdad?
Aquella misma tarde, Aspasia recibi una visita muy especial de Nebula. Prdico la
escuch desde el pasillo, arrimando la oreja, y sinti verdaderas nuseas. Nada le
repugnaba como la hipocresa, pero tanto Nebula como la enferma cumplieron con
escrupulosa correccin con aquel ritual, hasta el punto de que Prdico lleg a dudar de
si la dama crea las manifestaciones de dolor de su pupila. Y si ella hablaba en serio.
Nebula llor en su mano y la llam su benefactora, la persona a quien ms deba.
Ella la haba educado, le haba dado una casa, una nueva familia, y la posibilidad de
ser una mujer autnoma y libre. Le confes que siempre la haba envidiado, por sus
logros, la influencia que haba ejercido entre los hombres notables, en los aos dorados
de Atenas, en los que su vida pudo llegar a la plenitud al lado de Pericles. Le dijo,
finalmente, que siempre sera su modelo a seguir.
Queremos que La Milesia siga fiel al espritu que t le diste le deca Nebula
. Pero tememos no ser capaces de hacerlo como a ti te habra gustado.
Captulo XXXIII
Aquella misma noche flotaba en el agua negra del Flero una luna deslucida,
iluminando los montones de pescado que se pudran en el muelle, envueltos en una
espuma amarillenta, cerca de la empalizada de tablones donde cada da se montaban y
desmontaban los puestos de pescado, y que ahora, en el relente de la noche, era apenas
la silueta de las cajas amontonadas y las hileras de mesas y expositores. Los barcos
amarrados en el atracadero dorman con un ronquido de maderas crujientes, y ya en
tierra firme se dejaba escuchar el eco de la msica y el jolgorio de los burdeles.
Cuando se abra el portn de alguno de los burdeles, todo el gritero de la canalla
tumultuaria sala a la noche durante unos instantes, antes de volver a ensordecerse.
Nebula escuchaba al hombre que le hablaba ahora, frente a ella, refugiado en la
oscuridad de una arcada en las escaleras que bajaban al Flero. Ms que sus
apasionadas palabras, lea los movimientos de su cara, de sus manos, lo que afloraba
en ellos, el miedo a ser visto, una ansiedad desconocida en l. Su rostro se encuadraba
en la oscuridad del mar, y ms all de l era slo la negrura. La hetaira asenta,
buscando en ese hombre algn resto de aquella insolencia que le hizo digno de ser
amado, pero no pudo encontrarla, y aunque lo hiciera, estaba segura de que ya no
lograra cautivarla. Ahora, aos despus, no era ni la sombra del que fuera. Le hablaba
de unas tierras lejanas que ella conoca ya, evocaba los bosques umbros y vrgenes,
los caaverales en verano, la pasin bajo la luna de Persia, la libertad de antao,
cuando la vastedad del mundo la llenaba la presencia del otro. Ahora nada de eso tena
sentido, resultaba obsceno orlo, apelar a los delirios de la juventud: ya no eran
jvenes, aunque l pareciera ignorarlo. Nebula dio en pensar que el hombre que le
hablaba haba perdido la nocin de realidad, demasiado tiempo aislado, exiliado,
ocupado en sus problemas, viviendo de las leyendas del pasado, de una fama que haba
dejado de tener importancia salvo para l mismo. Haba envejecido en el resentimiento,
hablaba casi como si la guerra no hubiera terminado, aos atrs, como si Atenas an
fuera un territorio virgen para la subversin y la conjura, hablaba desde la soledad en
la que durante aos haba ido revolviendo sus insidias hasta ofuscar su juicio. No poda
creerlo, era cierto que estaba muerto, que sus restos descansaban bajo una lpida.
Durante un rato ms sigui envolvindola en palabras vanas, haba perdido la
capacidad de leer en su rostro lo que senta, ella miraba su boca movindose con
rapidez, aquella boca que unos aos atrs la fascinaba, con su curva ladina y
afeminada, incluso cuando juntaba los labios y pareca serio, y ahora esa boca se mova
estpidamente como un pez fuera del agua, coleteando en la escollera. La atrajo hacia s
buscando algn indicio de vacilacin, de afecto, pero ella se senta fra, insensible, ms
distante que nunca, y lamentaba profundamente estar viviendo ese momento que la haca
abominar de sus mejores recuerdos. Para colmo, intent besarla. Ella se limit a volver
la cara a un lado. Le dijo que esta vez no iba a seguirle, que se quedaba all, en su
ciudad, porque se era su sitio, y tena una misin que cumplir. Acptalo de una vez, le
dijo, nada nos une ya. Vete.
l cometi la imprudencia de recordarle las palabras que ella haba pronunciado
aos atrs, cuando fue l quien la oblig a alejarse de su lado y regresar a Atenas,
cmo le suplic ella que le dejase compartir su exilio jurndole amor eterno. Nebula
no pudo soportarlo ms, se levant decidida a marcharse. Entonces sinti el tirn en el
brazo, la fuerza con la que l la atraa de nuevo, y su mirada ya no era la misma, por
primera vez sinti hervir un conato de furia y lo reconoci al fin. l not su agrado y le
pidi que le acompaase al barco, donde podran estar ms seguros. La hetaira sinti
miedo, sonri un poco y le dijo estar de acuerdo, all podran seguir hablando.
Por suerte para Nebula, los remeros no se encontraban en el navo, pues de otro
modo la habra obligado a embarcarse con l rumbo a mar abierto, como una esclava
prisionera. Probablemente estaran de jarana en los burdeles. Durante unos instantes
medit qu hacer, mientras le daba la espalda en la popa y se quedaba mirando la
debilsima luz que brillaba en la oscuridad del mar, la de un barco faenando en la
lejana, como una isla desde la cual se veran las luces de la costa como islotes
inciertos. An estaba a tiempo de arrojarse al agua y huir nadando. Antes de que
pudiera calcular sus posibilidades de escaparse as sinti a su espalda la odiosa
cercana del hombre, un aliento en el cuello, los brazos que la entrelazaban, las manos
que avanzaban por su piel. l entonces la llam como sola llamarla, la flor cuyo
perfume enloquece a los hombres. Por primera vez, en su mente se form clara, precisa,
la idea de matarlo. Cerr los ojos y apret los dientes dejando que la lengua que
avanzaba desde atrs le hurgara en el cuello, y que una mano furtiva le soltara el broche
del peplo y le bajara el lino hasta la cadera. Slo aquel olor familiar la confunda un
poco, pero era el olor de un recuerdo. Pronto estaba ya en la pequea tienda de lona del
interior, despojada de ropa, violentamente atenazada bajo las rodillas del hombre. No
opuso resistencia. Se dej lamer, como si cumpliera su trabajo con un cliente
desagradable, abri las piernas y se desliz ella misma hacia el sexo rgido, suspir,
hizo bailar las caderas rtmicamente, hasta que fue cediendo la tensin, y entonces el
hombre comenzaba a disfrutar de verdad, a olvidar cmo haban llegado ah. Ella se
dej dar la vuelta para que pudiera penetrarla desde las nalgas, agarr sus manos
cuando l la embesta con euforia, y ya lo odiaba desde lo ms profundo de sus
Captulo XXXIV
Tres aos despus de aquel funeral fraudulento Prdico estaba all, al pie de la tumba,
dispuesto a echar un vistazo al cadver por ver si hallaba en l alguna prenda u objeto
por el que fuera identificable.
Antes de que los esclavos subieran el atad, al romper el alba, Prdico casi not en
su nariz el olor a podredumbre de cadver, a tierra fermentada. Retrocedi varios pasos
para no asistir a este deplorable espectculo. Los esclavos no pudieron hacer saltar los
clavos del atad con las palancas de hierro, y tras unos esfuerzos infructuosos optaron
por resquebrajar la madera de pino a golpes. Prdico retrocedi cuando empezaron a
saltar las astillas. A partir de la primera fractura que lograron abrir, el resto fue ms
sencillo. Poco a poco fue asomando el interior. All dentro slo haba sacos de tierra.
Tres sacos llenos de tierra. A Prdico le dio un vuelco el corazn, sinti una excitacin
incontenible, el sabor del triunfo. Ese momento de satisfaccin era la recompensa a
todos sus esfuerzos. All estaban, inermes, los despojos de Alcibades que su patria
quera, tierra que cay a la tierra al vaciar los sacos, casi poda or la risa de ese zorro
que una vez ms haba logrado engaar a Atenas. Era como para descubrirse ante esta
nueva muestra de ingenio, la de un hombre que haba hecho de su vida una curiosa obra
maestra.
Orden a los esclavos que cerraran el atad, lo cubrieran de tierra y corrieran la
lpida como si nadie hubiera profanado aquel secreto. Senta todava el corazn
estremecido y una borrachera de satisfaccin por haber superado en astucia a su rival.
Mientras los esclavos se aplicaban a enterrar el catafalco, Prdico dio un paseo por
entre las estatuas y los pinos del cementerio, reflexionando sobre su reciente hallazgo.
El aire se iba llenando del rasgueo de los vencejos.
Sin dejar de caminar entre tumbas, absorto en sus pensamientos, imagin que
Alcibades poda haber llegado a Atenas antes de la muerte de Scrates con el
propsito de liberarlo de la prisin. Acaso Alcibades no haba llegado a tiempo,
habida cuenta de la largusima jornada de navegacin desde Tracia hasta Atenas.
Arrastrado por la sucesin de sus propias conjeturas, Prdico ech la cuenta de los
das desde que Scrates fue condenado a muerte hasta que bebi la cicuta, y ese tiempo
transcurrido era suficiente para que un emisario cumpliera todo el trayecto hasta Tracia
para dar a Alcibades la noticia, pero no para que ste arribara a Atenas a tiempo de
impedirlo. Siguiendo con sus conjeturas, bien poda haber ocurrido que el filsofo
hubiese acatado la condena sin apenas defenderse, confiando en que de ese modo
Hizo que sus esclavos espolearan a los caballos que tiraban del carro para llegar lo
antes posible a la casa de Aspasia. Estaba impaciente por darle las buenas noticias. En
cuanto franque la puerta, casi corri hasta la cmara de Aspasia, pero algo le detuvo
nada ms entrar. Sinti all, flotando en el aire como una aciaga emanacin, el paso
sigiloso de la Muerte.
Acerc su mano a la de la anciana y sinti un fro ms fro que el fro, un vaho
helado, el mordisco de un metal como un carmbano en la mano desguarnecida, y luego
Captulo XXXV
De modo que ahora importaba todava menos, y Prdico senta que su misin tocaba a
su fin. El cadver de Aspasia, incinerado ante la presencia de sus amigos ms queridos
en lo alto del monte Licabeto, arroj hacia las impvidas estrellas un humo azulado. De
pie, doscientas sombras sobrecogidas portando antorchas murmuraron una plegaria a
los dioses. Haba muchas ms mujeres, y, de los pocos hombres, se encontraban algunos
de los ms principales de Atenas. Si algo agradeci Prdico fue que no hubiera msica
ni plaideras; Aspasia deploraba el exhibicionismo ritual de los funerales. Fue una
ceremonia contenida y silenciosa, muy de su gusto. Se arrojaron ptalos de anmonas al
viento que se llevaba las cenizas, y no hubo mucho ms. El loggrafo Lisias se encarg
de pronunciar algunas palabras que afortunadamente pasaron pronto al olvido. Despus,
cada uno se recogi en su desolacin y emprendi el camino de regreso, serpenteando
por la vereda del monte.
dispersaba los malos humores de la cabeza. Pronto lleg hasta las gradas de piedra,
donde los ancianos le esperaban quietos como estatuas. Humill la cerviz ante ellos.
Desde el podio se encontraban a la altura de un brazo por encima de l, un efecto para
hacer sentir su autoridad que a Prdico se le antojaba muy ingenuo. Tuvo la
desagradable sensacin de que iba a vomitar all mismo la naturaleza misma de sus
entraas, sobre aquellas arenas sagradas, mancillando el nombre de Ares y a todos sus
correligionarios sinvergenzas del Olimpo. Se contuvo pensando en Aspasia y en su
deseo de brindarle una muerte un poco dichosa. Trag saliva y se apret los flancos con
los brazos, como si as pudiera reprimir sus vsceras.
La ceremonia de ofrendas al dios comenz con mal pie, cosa que distrajo al sofista
de sus movimientos internos. El promontorio era esa maana un autntico ventisquero, y
primero fue la ceniza la que se ech encima de los viejos, hacindolos toser y
lagrimear, y luego la yesca no arda de ninguna manera. Este bochornoso espectculo
llen al sofista de tal regocijo que al momento se sinti de nuevo dueo de su cuerpo, a
pesar de los latidos martilleantes en sus sienes. Los oficiantes que ayudaban a los
arcontes se apresuraron a llevar el pebetero al socaire del altar a la Implacabilidad y
tras las columnas de mrmol lograron prender el fuego, que se apag an dos veces
antes de que las llamas cobrasen cierto vigor.
Los ancianos se sentan tan apurados por los contratiempos que no hacan ms que
carraspear y musitar torpes excusas, y Prdico sinti esa forma de simpata que acarrea
la lstima, aunque se limitaba a mirar a tierra para no parecer osado. Finalmente se
hicieron las ofrendas rituales ante el dios sanguinario. Era el momento de intervenir.
Prdico se acerc al podio de los arcontes, temiendo que alguno de ellos estuviera
sordo, y habl elevando la voz cuanto pudo, de espaldas al viento:
Venerables magistrados. Estoy aqu porque a m, Prdico, embajador de Ceos,
me fue encomendada por Aspasia la misin de esclarecer los hechos relacionados con
el abominable crimen de Anito para que este tribunal imponga justicia. He venido a
hablaros en nombre de mi amiga, que para nuestra consternacin ha cruzado la orilla
que no tiene retorno. Asum llevar a cabo esta investigacin cuando ella ya se
encontraba gravemente enferma, aunque con el propsito indeclinable de cumplir la
promesa que contrajo ante este altar de Ares, para limpiar el honor de su nombre y el
de La Milesia de toda sospecha e ignominia.
Hizo una pausa y recorri con la mirada los rostros severos y surcados de arrugas,
que aguardaban con impaciencia embozados en sus tnicas. En sus miradas ansiosas
Prdico sinti que devoraban cada palabra que pronunciaba, buscando un error delator.
Mi propsito ante el Arepago es, por tanto, dar cumplimiento a esta promesa y
transmitiros el resultado de las investigaciones. Se han reanudado y repetido los
propia ejecucin. No existe por tanto deuda con la justicia. Juzgad ahora si mi opinin
fundada merece la confianza de este noble tribunal, y si es as, es hora de poner fin a
este conflicto que ha trado discordia y protestas, y no slo perjudica el honor de las
hetairas, sino la confianza de muchos ciudadanos en que las leyes de la ciudad se
aplican en su provecho, no en su perjuicio. En el curso de mis investigaciones tambin
he podido comprobar que La Milesia cumple con todos los deberes religiosos a
Afrodita Pandemos y a Atenea, y sus oficiantes son mujeres respetables, fieles a
Atenas, respetuosas con las leyes y, desde luego, realizan una funcin muy apreciada
por muchos ciudadanos. No sera en absoluto bueno para la ciudad su cierre, y tal
decisin slo podra ejecutarse en un clima de discordia y descontento. Venerables
magistrados! Debemos honrar la memoria de quien fuera la esposa del divino Pericles,
lamentablemente fallecida, una persona que como ninguna otra nos ha iluminado el
camino hacia la democracia y el civismo, desde la meridiana claridad de Atenea,
protectora de esta ciudad. Por eso os pido un gesto de comprensin y benevolencia.
El mximo magistrado de los areopagitas, visiblemente confuso y turbado ante la
alambicada exposicin del sofista, tom la palabra y dijo:
Ilustre sofista, rtor y embajador. Mucho nos agrada escuchar tus palabras y tus
prudentes consejos, que miran por el bien de esta ciudad y demuestran tu fidelidad a la
venerable Aspasia, cuya muerte todos lamentamos profundamente. Por ello, esta
audiencia reconsiderar su decisin si as nos parece conveniente. Lo deliberaremos
con ayuda de Zeus, y muy pronto tendris noticia de nuestro veredicto.
dudas sin demasiada importancia. La principal era el mvil del crimen. Mucho dudaba
de que Alcibades fuera tan afecto a su antiguo maestro Scrates que, llevado del dolor
por su muerte, hubiese perpetrado una venganza sobre Anito. Ms bien se inclinaba a
pensar que la venganza tena un nombre de mujer, y que en este caso Alcibades haba
sido simplemente la mano fiel que consumara el deseo vengativo de Nebula. Pero
estas dudas no le inquietaban ni tan siquiera para distraer sus pensamientos y disipar la
bruma fnebre que lo envolva por dentro. Esperara a la decisin del Arepago y
despus volvera a Ceos.
Captulo XXXVI
El veredicto de los ancianos areopagitas fue de inocencia para las hetairas de La
Milesia. Las oficiantes gozaban de la licencia de la ciudad para mantener sus
actividades nocturnas. La noticia fue celebrada con alborozo. Durante la noche
siguiente hubo entrada libre, en una fiesta donde se bail hasta el amanecer.
Haba dejado cumplida la faena. Ya nada poda ocurrir en Atenas ni en su corazn,
ms que un continuo toparse con fantasmas. Ya no divisaba porvenir alguno entre
aquellas piedras, nunca tan viejas y tan numerosas como las de su memoria. Haba
encontrado el mutismo de corazn, pero era una antesala de la muerte. Y si quedaba
alguien vivo en Atenas, no quera despedirse. Y si los azares o los dioses an le
aguardaban alguna sorpresa, no quera conocerla.
De modo que comenz a hacer los preparativos para embarcarse en la nave de la
embajada que le haba trado hasta la tierra de Palas, esta vez de regreso a Ceos, hacia
el sol de las Hesprides. Dejara atrs su amada ciudad por ltima vez.
Se senta viejo, corrodo por el tiempo y la nostalgia. Un sntoma claro de
decrepitud le pareca su desinters por el presente y el futuro. Todo su mundo era ahora
una amalgama de recuerdos antiguos, afortunadamente los buenos momentos eran los
que ms haban sobrevivido en su memoria, rfagas de belleza, el rostro oval de su
madre bajo la sombra de los tilos del patio, sus paseos con Aspasia cuando ambos eran
jvenes por los juncales de Salamina, cuando un bando de gansos atraves el
crepsculo, en una formacin que imitaba la punta de una flecha, y ella se apoy en l y
lo bes. Tambin recordaba mucho sus conversaciones con Protgoras, cuando dej de
ser su discpulo para ser simplemente su amigo, de igual a igual, y cierta ocasin en
que, andando por la vereda del ro Iliso, al llegar a la fuente de Calore, se encontraron
a un individuo que se haca llamar gemetra y perteneca a la secta pitagrica. Estaba
trazando lneas y nmeros en la tierra con una vara. Ese hombre les ense un teorema
de una belleza perfecta, limpia y precisa como un cristal de cuarzo, y con la
consistencia de una verdad destinada a ser eterna e inmutable: ah estaba, al fin, la
maravillosa gramtica del pensamiento que se rega por las leyes de la lgica.
Antes de preparar sus cosas para embarcarse cumpli el ltimo deseo de su amiga:
llevar un epitafio a la tumba de Scrates. Dedic una maana entera a pensar en una
mxima que pudiera expresar la verdadera esencia de Scrates; tarea ardua en extremo.
Lo recordaba como un muerto en vida, paseando su cadver bajo el sol, con el
convencimiento de ser el modelo perfecto de virtud y verdad. Al fin, l mismo se haba
bebido la cicuta de su doctrina, y Atenas haba descansado al verlo por fin bajo tierra.
Encarg, pues, al taller de Fidias un ara funeraria de mrmol decorada con un
tmpano en la parte superior con la siguiente inscripcin:
AQU YACE SCRATES, HIJO DE SOFRONISCO:
CADVER EJEMPLAR.
En la lpida de su corazn, Prdico portaba otro epitafio. ste haba sido grabado
con un estilete candente, secreto e indeleble, hasta el fin de sus das:
AQU YACE ASPASIA DE MILETO
MUERTA A LOS 66 AOS,
SABIA COMO PALAS ATENEA,
COMO PALAS HERMOSA,
LA QUE TANTO NOS ENSE,
A LA QUE TANTO AMAMOS.
Notas
[1]
Las fechas que se refieren a hechos histricos son, en algn caso, aproximativas. <<