Sosa Roberto - Colección Antologica de Poesia Social 53
Sosa Roberto - Colección Antologica de Poesia Social 53
Sosa Roberto - Colección Antologica de Poesia Social 53
Roberto Sosa
1930 - 2011
Aire-Fuego-Agua-Tierra
Alguien planea
las descomunales mordeduras
que dejan los incendios.
De nio a hombre
Del odio
A Ins Consuelo Murillo
Intensos y plidos
y creyendo como creen los idiotas del odio
que puede hacerse aicos la belleza, la hicieron
picadillo.
Dibujo a pulso
Por eso
he decidido -dulcemente-
-mortalmente-
construir
con todas mis canciones
un puente interminable hacia la dignidad, para que pasen
uno por uno,
los hombre humillados de la tierra
Mam
Se pas la mayor parte de su existencia
parada en un ladrillo, hecha un nudo,
imaginando
que entraba y sala
por la puerta blanca de una casita
protegida
por la fraternidad de los animales domsticos.
Pensando
que sus hijos somos
lo que quisimos y no pudimos ser.
Creyendo
que su padre, el carnicero de los ojos goteados
y labios delgados de pies severos, no la golpe
hasta sacarle sangre, y que su madre, en fin,
le puso con amor, alguna vez, la mano en la cabeza.
Vindolo bien
todo eso lo entendi esa mujer apartada,
ella
la heredera del viento, a una vela. La que adivinaba
el pensamiento, presenta la frialdad
de las culebras
y hablaba con las rosas, ella, delicado equilibrio
entre
la humana dureza y el llanto de las cosas.
El soldadito de plomo
El hombre de mi historia
lo sabe tan bien como yo.
La batalla oscura
He vuelto.
El casero se desploma y flota su nombre
solamente.
Beso la tarde como quien besa una mujer dormida.
Los amigos
se acercan con rumor de infancia en cada frase.
Los muchachos
pronuncian mi nombre y yo admiro sus bocas con animal
[ternura.
Levanto una piedra como quien alza un ramo
sin otro afn que la amistad segura.
La realidad sonre
tal vez
porque
algo
he inventado en esta historia. He vuelto, es cierto,
pero nadie me mira ni me habla, y si lo hacen,
escucho una batalla de palabras oscuras entre dientes.
(las brasas del hogar amplan los rincones
y doran las tijeras del da que se cierra).
Un esfuerzo violceo
contiene mi garganta.
La casa de la Justicia
Entr
en la Casa de la Justicia
de m pas
y comprob
que es un templo
de encantadores de serpientes.
Dentro
se est
como en espera
de alguien
que no existe.
Temibles
abogados
perfeccionan el da y su azul dentellada.
Jueces sombros
hablan de pureza
con palabras
que han adquirido
el brillo
de un arma blanca. Las vctimas -en contenido espacio-
miden el terror de un solo golpe.
Y todo
se consuma
bajo esa sensacin de ternura que produce el dinero.
Qu humano no ha sentido
en el sitio del corazn
esos dedos
picoteados
por degradantes pjaros de cobre?
Quin no se ha detenido
a mirarles los huesos
y no escuch sus voces de humilladas campanas?
La eternidad y un da
Matar podra ahora y en la hora en que ruedan sin amor las palabras.
Qu hacer?
Qu hacer?
La hora baja
De nosotros
se levantaron
los jueces de dos caras; los perseguidores
de cien ojos, veloces en la bruma y alegres
consumidores de distancias; los delatores fciles;
los verdugos sedientos de prpura; los falsos testigos
creadores de la grfica del humo; los pacientes
hacedores de nocturnos cuchillos.
de donde
volvemos
con los cabellos tintos de sangre.
La muerte otra
En realidad
slo
Nunca sabemos
lo que necesitamos de este mundo,
pero
tenemos sed -mar de extremos dorados- el agua
no se diferencia
de una muchedumbre
extraviada
dentro de un espejismo.
Muy pocos
entienden
el laberinto de nuestro sueo.
Y somos uno.
Lmite
Estoy enfermo. Mi yo
no es sino un bulto abandonado
en un lugar con flores de doble filo.
Me arrastro como puedo
entre hombres y mujeres de sonrisa perfecta
condicionada
al cambio de las monedas falsas.
Me sobrevuelan crculos concntricos
de sombras
con brillo
de navajas
que me escarban el fondo,
y nada digo.
Estoy enfermo, claro, muy enfermo,
todos
estn enfermos en la ciudad que habito.
Anda drogado y sucio el odio por las calles y sufre
oscuramente
de fro en la cabeza.
Para ellos,
los adoradores del Primer Gallo
que al principio de la creacin del Universo
se balance sobre la lnea del horizonte,
los mismos
que planearon incendios y matanzas en fro,
se habla
de los Sandoval Alarcn, de los Videla, de los Pinochet,
de los DAbuisson tocados, cada uno, por la magia
del crimen
que posea Truman, la Parca alucinada de Hiroshima-Nagasaki:
para ellos llegar, en su da, la sombra del lirio.
Los claustros
Nuestros cazadores
casi nuestros amigos
nos han enseado, sin equivocarse jams,
los diferentes ritmos
que conducen al miedo.
Nos han amaestrado con sutileza.
Hablamos,
leemos y escribimos sobre la claridad.
Admiramos sus sombras
que aparecen de pronto.
Omos
los sonidos de los cuernos
mezclados
con los ruidos suplicantes del ocano.
Sin embargo
sabemos que somos los animales
con guirnaldas de horror en el cuerpo;
los cercenados a sangre fra; los que se han dormido
en un museo de cera
vigilado
por maniques de metal violento.
El horror
asumi su papel de padre fro. Conocemos su rostro
lnea por lnea,
gesto por gesto, clera por clera. Y aunque desde las colinas
[admiramos el mar
tendido en la maleza, adolescente de blanco oleaje,
nuestra niez se destroz en la trampa
que prepararon nuestros mayores.
Mirad.
Miradla cuidadosamente.
Los indios
Los indios
bajan
por continuos laberintos
con su vaco a cuestas.
En el pasado
fueron guerreros sobre todas las cosas.
Levantaron columnas al fuego
y a las lluvias de puos negros
que someten los frutos a la tierra.
Calcularon el tiempo
con precisin numrica.
Dieron de beber oro lquido
a sus conquistadores,
y entendieron el cielo
como una flor pequea.
En nuestros das
aran y siembran el suelo
lo mismo que en edades primitivas.
Sus mujeres modelan las piedras del campo
y el barro, o tejen
mientras el viento
desordena sus duras cabelleras de diosas.
Los pobres
Seguramente
ven
en los amaneceres
mltiples edificios
donde ellos
quisieran habitar con sus hijos.
Pueden
llevar en hombros
el fretro de una estrella.
Pueden
destruir el aire como aves furiosas,
nublar el sol.
Por eso
es imposible olvidarlos.
Aquellos de nosotros
que siendo hijos y nietos
de honestsimos hombres de campo,
cien veces
negaron sus orgenes
antes y despus
del canto de los gallos.
Aquellos de nosotros
que aprendieron de los lobos
las vueltas
sombras
del aullido y el acecho,
y que a las crueldades adquiridas
agregaron
los refinamientos de la perversidad
extrados
de las cavidades de los lamentos.
Y aquellos de nosotros
que compartieron (y comparten)
la mesa
y el lecho
con heladas bestias velludas destructoras
de la imagen de la patria, y que mintieron o callaron
a la hora de la verdad, vosotros,
-solamente vosotros, malignos bailarines sin cabeza-
un da valdris menos que una botella quebrada
arrojada
al fondo de un crter de la Luna.
Piano vaco
Si acaso
deciden buscarme,
me encontrarn
afinando mi caja de msica.
Podrn
or entonces
la cancin que he repetido
a boca de los anocheceres: ustedes
destruyeron
cuidadosamente
mi patria y escribieron su nombre en libros secretos.
A nosotros
nos transformaron en espantapjaros.
Si acaso
deciden
buscarme,
estar esperndoles
junto a mi silencio de piano vaco.
Sin nombre
Si pudiera dira
que anidaban todo el amor del mundo.
De: Muros
El fro
tiene
los ademanes suaves
pero sus claros pies de agua dormida
no entran
en las habitaciones de los poderosos.
Penetra
en las chozas
con la tranquilidad de los dueos
y abraza la belleza de los nios.
Los desheredados
dudan
de esas delicadas actitudes
y esperan la tibieza
-se dira calor humano-
temblando como ovejas en peligro.
Testimonios
Bibliografa
Audiovisuales:
- Los pobres:
http://www.youtube.com/watch?v=wTTU8IG62Ps
ndice