Las Industrias Creativas y Culturales, Una Historia Crítica (Justin O'Connor)
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Las Industrias Creativas y Culturales, Una Historia Crítica (Justin O'Connor)
La poca de las industrias culturales y creativas, que podramos datar en 1997, combinaba
muchos planteamientos culturales diferentes en torno a la urgente llamada a reconocer una
nueva realidad que estaba ah, que representaba el futuro, el cambio, la renovacin y la re-
vitalizacin de la economa. Sin embargo, esa energa transformadora fue erosionndose
por ciertos factores que quizs rebajaron sus expectativas iniciales. Entre ellos podemos ci-
tar su absorcin por el desarrollo inmobiliario, su propia capacidad para integrarse con rapi-
dez en los nuevos desafos digitales y mediticos, as como la escasez de recursos intelectua-
les y financieros que la mayora de los gobiernos municipales ponen en su desarrollo. En
este artculo se sigue la pista a las complejas y contestadas narrativas sobre las industrias
culturales y/o creativas, para tratar de establecer, si no lo que son en s mismas, al menos
por qu son una apuesta poltica que merece el esfuerzo. Es decir, cmo llegaron a ser moti-
vos de preocupacin y qu clase de nueva preocupacin pueden ser ahora.
Kultura- eta sorkuntza-industrien garaia 1997an hasi zela esan dezakegu. Bada, garai hartan,
hainbat kultura-planteamendu nahasten ziren bertan zegoen errealitate berri bat aintzatesteko
premiazko deiaren inguruan, etorkizuna, aldaketa, berritzea eta ekonomia suspertzea azaltzen
zuela errealitate berri horrek. Hala eta guztiz ere, energia eraldatzaile hori apalduz joan zen, ha-
sierako itxaropenak agian txikiagotu egin zituzten zenbait faktoreren ondorioz. Honako faktore
hauek aipa daitezke, besteak beste: higiezinen garapenak xurgatu izana, erronka digital berrietan
eta komunikabideen erronka berrietan bizkor integratzeko duen gaitasuna eta udal-gobernu ge-
hienek hori garatzeko erabiltzen dituzten adimen- eta finantza-baliabide urriak. Artikulu hone-
tan hurbiletik aztertu dira kultura- eta/edo sorkuntza-industriei buruzko teoria konplexu eta
eztabaidatuak, ahalegina merezi duten apustu politikoa zergatik diren ezartzen saiatzeko, berez
zer diren ezartzen saiatu beharrean. Hau da, jakin nahi dena da zergatik izan ziren kezkagai
eta nolako kezka berria izan daitezkeen gaur egun.
The era of the cultural and creative industries, which can be said to date from 1997, brought
together many different approaches to culture around an urgent call for recognition of a new
reality that was out there and that represented the future, change, renewal and the
revitalisation of the economy. However that energy for change was gradually eroded by a
number of factors that reduced their initial expectations. Those factors included absorption
by real-estate development, their own ability to integrate rapidly into new digital, media
challenges and the scant intellectual and financial resources earmarked by most local
authorities for their development. This article tracks the complex, disputed accounts of the
cultural and/or creative industries and seeks to establish if not what they actually are at
least why they are worthwhile in terms of political effort, i.e. how they came to be a cause
for concern, and what type of new concern they may now have become.
ndice
25
1. Introduccin
2. Antecedentes
3. El valor de la cultura
4. Valor de uso y valor de cambio
5. La nueva economa cultural y creativa
6. Industria creativa o nueva industria cultural
7. Conclusiones
Referencias bibliogrficas
1. INTRODUCCIN
1 Under erasure o sous rature: concepto filosfico desarrollado originalmente por Martin
Heidegger. Traducido normalmente como bajo tachadura, implica el tachado de una palabra en
un texto, aunque permitiendo que siga siendo legible. Ampliamente utilizado por Jacques Derrida,
significa que una palabra es inadecuada aunque necesaria y que un significante en concreto no es
del todo adecuado para el concepto que representa pero debe ser utilizado ya que las limitaciones
del lenguaje no permiten disponer de nada mejor.
2. ANTECEDENTES
influyente artculo de Girard escrito en 1980 para la UNESCO cuando era jefe de in-
vestigacin del Ministerio de Cultura francs (Girard, 1982). Girard seala la existen-
cia del enorme sector cultural comercial y hace un llamamiento urgente a las autorida-
des polticas para que tomen buena nota de l. Era el mismo llamamiento que el de los
nuevos dirigentes laboristas del Greater London Council (GLC), elegidos en mayo de
1981 (Bianchini, 1987; Garnham, 1990)), y el que realiz ese mismo ao Jack Lange, el
nuevo ministro de Cultura de Mitterand (Rigby, 1992; Loosely, 1995). Todos ellos
28 coinciden en que la gran mayora del consumo cultural tena lugar ahora fuera del sec-
tor subvencionado; que el consumo de cultura comercial estaba creciendo a un ritmo
extraordinario en todos los niveles sociales; que las formas culturales en directo sub-
vencionadas tradicionales eran econmicamente incapaces (siguiendo a Baumol y
Bowen, 1966) de satisfacer esta demanda; y por lo tanto, negarse a entrar en este sector
comercial era elitista e irresponsable. Para ser eficaz, la poltica cultural tena que rela-
cionarse con este sector y deba hacerlo para poner coto a algunas de las tendencias
ms negativas en su interior. Por consiguiente, Girard haca un llamamiento a que se
investigaran ms las dimensiones y la dinmica del sector. Ya por entonces, tres cues-
tiones destacaban claramente.
Pero, en segundo lugar, esta industria tambin trataba sobre mercados y benefi-
cios, lo cual planteaba cuestiones difciles a los polticos de la cultura. Estas cuestio-
nes fueron claramente esbozadas a mediados de la dcada de 1980 por Miege, B.
(1979; 1987; 1989) y Garnham, N. (1990), acadmicos ambos cercanos a las polticas
socialdemcratas de Jack Lange y el GLC. En discrepancia con Adorno y Horkhei-
mer, tenan una concepcin mucho ms especfica de las industrias culturales, no
tanto como ideologa capitalista sino como industrias capitalistas dedicadas a produ-
cir artculos culturales a cambio de un beneficio. En contraste con la monoltica in-
Ekonomiaz N. 78, 3. cuatrimestre, 2011
Las industrias culturales y creativas. Una historia crtica
En tercer lugar, junto a estas tendencias negativas, podemos ver en este momen-
to de las industrias culturales una apropiacin ms positiva de nuevas tecnologas de
produccin, reproduccin y distribucin. Se apreciaba una fuerte sensacin de mo-
dernidad democrtica, en ruptura con la crtica cultural anti-tecnolgica heidegge-
riana, as como con la esttica formalista de la ortodoxia modernista de posguerra.
La dcada de 1980 presenci un redescubrimiento de la temtica del modernismo
izquierdista de entre-guerras, que haba hecho suya la futura promesa ofrecida por
las formas y tecnologas de la cultura de masas americana y la de cosecha propia. Se
trat de una reapropiacin claramente facilitada por las energas liberadas de las
nuevas formas de cultura popular que haban florecido desde los aos sesenta. El
abrazo de industria y tecnologa estuvo necesariamente acompaado de una revalo-
rizacin del mercado. Lo que contaba aqu claramente no era la simple produccin
colectiva y reproduccin/distribucin tecnolgica, sino su organizacin fuera del
control y la subvencin estatal, es decir, en el mercado.
Por lo tanto, a principios de la dcada de 1980, los polticos en las reas de cul-
tura con tendencias izquierdistas abogaron por los mercados y la tecnologa, mbi-
tos ambos que anteriormente haban sido considerados el lmite entre arte y cultura
comercial. Podemos considerarlo como el primer rechazo de esa oposicin elitista
de artes / industria o cultura / capitalismo que muchos reivindican para las indus-
trias creativas? En alguna medida lo es. La idea de un arte/artista trascendental no
contaminado por el comercio y ajeno al mundo de las mquinas ha sido sistemtica-
mente socavada. Igualmente, la poltica socialdemcrata estaba ahora mucho ms
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justin OConnor
3. EL VALOR DE LA CULTURA
Las intervenciones en las industrias culturales exigen contar con informacin so-
bre la estructura y dinmica del sector como se recoge ahora de forma rutinaria por
gobiernos, agencias internacionales, asesores polticos y economistas mediticos y cul-
turales. La obra de Miege y Garnham fue pionera en ese sentido aunque tambin daba
paso a otra rea aparentemente perifrica que todava iba a producir algunos cambios
Otro aspecto crucial de la pareja valor de uso / valor de cambio implicaba esa
crtica fundamental del modelo de la Escuela de Frankfurt antes citado: que la in-
dustria cultural tiene que proporcionar algn valor de uso a su pblico para generar
un valor de cambio. Ello identificaba un espacio para el autntico valor cultural en
el corazn de la cultura comercial; pero al mismo tiempo estaba sujeto a distorsin
por la lgica del beneficio (cf. Ryan B., 1992, para un tratamiento exhaustivo de la
cuestin). Esta dialctica de uso/cambio, valor cultural/beneficio y sus mltiples
puntos de friccin y contradiccin, proporcionaron abundante margen para explo-
rar la dinmica de la produccin cultural contempornea cmo se combinan el
input creativo, la produccin y gestin creativas, los estudios de mercado, la conta-
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La cuestin del valor de uso/cambio suscita por lo tanto algunas cuestiones funda-
mentales para cualquier poltica cultural que pretenda comprometerse con la cultura
comercialmente producida: qu constituye su valor de uso y cmo puede ser distin-
guido del valor de cambio? Para contestarlo tenemos que dar un ligero rodeo y situar
la cuestin dentro del desplazamiento, a partir de 1970 en adelante, de una poltica de
las artes a una poltica cultural. Esto suele presentarse habitualmente como el cam-
bio de una concepcin estrecha a una concepcin amplia de la cultura. En la tradi-
cin anglfona marxista se suele invocar aqu la famosa frase de Williams de que la
cultura no es nada excepcional o fuera de lo comn (1958/1997), y que evidentemen-
te el cambio debe mucho al aumento de los estudios culturales desde finales de la d-
cada de 1950. En Francia se relaciona ms con la obra de Henri Lefebvre sobre la vida
cotidiana, crucialmente ampliada por Bourdieu y de Certeau en los aos sesenta y se-
tenta (Ahearne, 2004). En general, el cambio se asocia con la intensificacin de la de-
mocracia del inters socialdemcrata de posguerra por ampliar el acceso a las artes
a una democracia cultural ms participativa e interactiva. No se puede negar el fuerte
contenido democrtico de dicho cambio pero resulta til analizar aqu un tema cen-
tral de esta narrativa, la que vincula el elitismo del arte a su separacin de la vida.
Los cargos contra la irresponsabilidad social del arte, elitismo, individualismo
solipsista, falta de preocupacin por el mundo real, etc. son antiguos en todo el es-
pectro poltico y se han visto exacerbados por las tendencias formalistas dentro del
postmodernismo. Los potentes ataques del movimiento de las artes comunitarias
y de los nuevos movimientos sociales urbanos del que formaban parte (Castells,
1983; Bianchini y Parkinson, 1993; Mayer, 2006) contra el establishment artsti-
co revivieron temas de un antiguo modernismo de izquierdas, pero tambin coinci-
dan con un desafo filosfico y sociolgico ms fundamental que la familiar crtica
del arte por el arte. Este desafo sostena que la pretensin originaria de la esttica
occidental desde el siglo XVIII, de que proporcionaba acceso a cierta verdad era
profundamente ideolgica (cf. OConnor, 2011, para una ampliacin del tema).
Esta funcin ideolgica fue sistemticamente analizada por Bourdieu en La Distinc-
tion (1974), obra que ms que ninguna otra desacreditacin posterior, estableca la
ecuacin de arte y elitismo (Bourdieu, 1986). Bourdieu sostena que el desinters
que Kant vio como la caracterstica definitoria de la recepcin esttica y que a travs
de Schiller iba a convertirse en la base para la autonoma del arte, era la expresin 33
de un habitus2 burgus emergente. Es decir, basaba la correcta capacidad para
apreciar el arte en las facultades ms elevadas que estaban libres de la necesidad o el
deseo. La clase trabajadora quedaba por lo tanto excluida por su sujecin a las bajas
pasiones y por su necesidad de trabajar. La necesidad que tiene el arte de autonoma
y las facultades requeridas para apreciar la libre interaccin que constituye su n-
cleo tenan que ver por lo tanto con prcticas de distincin y dominio social.
Este relato plantea enormes problemas que no podemos solucionar aqu; lo im-
portante es cmo se utiliz en la poltica cultural. En la poltica cultural con inclina-
ciones izquierdistas sugera que el trabajo autosuficiente y separado del arte necesi-
taba ocupar ahora su lugar en un contexto social ms amplio, en la vida cotidiana.
Al mismo tiempo, necesitaba reconocer sus condiciones materiales de produccin,
su relacin con la economa. Al hacerlo, su desinters apolneo dara lugar al
abrazo dionisiaco de los bajos deseos e intereses, el negocio de las exigencias polti-
cas, el desorden del mercado, y la indisciplina de la cultura popular contempor-
nea. Sin embargo, la autonoma del arte no se mantiene a expensas de la vida, del
mundo cado sino contra la cultura, una cultura que ve como meramente conven-
cional, caduca, cosificada, devaluada. Ranciere (2009) ha sostenido de modo con-
vincente que la caracterizacin del arte esttico como algo separado de la vida es
incorrecta y, que al contrario, su historia a lo largo de los ltimos doscientos aos
muestra una disolucin constante de las fronteras entre arte y vida establecidas por
prcticas artsticas pre-modernas. Jameson (2002) tambin seala los intercambios
constantes, sistemticos y a menudo agonsticos entre arte y vida en la era moder-
na. La autonoma que reivindica el arte tiene una fuerza transgresora y perjudicial
utilizada no contra la vida sino contra las formas de cultura fijas y convencionales
que actan de mediadoras. En este sentido es el arte, no la cultura el que afirma la
heterogeneidad radical de su mbito de actividad contra los lenguajes conceptuales y
administrativos de la economa, la poltica, la ley, etc.
Esto puede ser claramente apreciado en dos reas cruciales de la elaboracin de
polticas culturales de posguerra. Por un lado, tenemos un arte que se haba conver-
tido en una representacin y ejemplificacin privilegiadas de la identidad cultural
2Habitus: es uno de los conceptos centrales de la teora sociolgica de Pierre Bourdieu. Por tal
podemos entender esquemas de obrar, pensar y sentir asociados a la posicin social.
nacional. Por otro, tenemos un arte autnomo cuya relacin hacia dicha identidad
nacional (o al menos sus expresiones culturales convencionales) era frecuentemente
ambivalente, si no antagonista. Estos dos elementos estaban altamente desarticula-
dos, como lo demostraron los aos de entreguerras, del arte autnomo (ms o me-
nos equiparado con el modernismo) suprimido por los regmenes totalitarios y de
derechas. La poltica cultural despus de la Segunda Guerra Mundial fue un intento
de socialdemocratizacin de esta herencia cultural nacional. La decisin de subven-
34 cionar las artes no se tom solamente para sacar al arte de la suciedad del mercado
(aunque, evidentemente, si ya estabas en el mercado, quedabas descalificado para
que te sacaran) sino para evitar que el arte se convirtiera en dominio exclusivo de los
ricos. De ah la crucial relacin con la expansin de la educacin, los museos pbli-
cos, bibliotecas, etc. Al mismo tiempo, la promocin de un nuevo canon de arte
moderno (cada vez ms internacionalizado en el contexto de la Guerra Fra y del
plan Marshall) implicaba una serie de valores mucho ms degradados que el huma-
nismo convencional de un patrimonio artstico comn evocado por escritores
como Andre Malraux (Cf. Su obra de 1951 Voces del Silencio). Estos valores incluan
una experimentacin radical y anrquica; un inters por las exigencias formales del
medio artstico; un evitar el contenido humanista edificante (y de hecho el conte-
nido per se); un rechazo de las convenciones ticas y sociales y la negativa a colocar
su trabajo bajo fundamentos polticos y econmicos explcitos.
El paso de arte a cultura podra ser visto, por lo tanto, como el ensanchamiento
de un arte autnomo y elitista para unirse a las realidades terrenas y turbulentas de la
cultura ordinaria. Pero, debe quedar claro, que este ensanchamiento fue tambin una
migracin. Implicaba la introduccin de los temas de arte autnomo, que Boltanski
y Chiapello (2005) denominaban la crtica artstica del capitalismo, en la poltica de
la nueva izquierda, con el resultado de nuevas clases de demandas y aspiraciones cul-
turales. Podemos ver una transferencia de muchos de los temas del modernismo que
se alejan del arte elevado y desembocan en la cultura; en los movimientos artsticos
comunitarios radicales recuperando el modernismo de izquierdas; en los movimientos
sociales urbanos estableciendo nuevas formas de espacios y organizaciones; en las van-
guardias artsticas operando en la periferia de la cultura popular (y viceversa); en la
transformacin y expansin de la educacin superior y el crecimiento de la teora cul-
tural radical en su seno: en todo ello podemos ver no slo la culturizacin del arte
sino tambin la estetizacin de la cultura. Aqu est la fuente de esa urgencia por un
nuevo ah fuera, una transformacin rpida y voltil de las prcticas del arte y la cul-
tura cotidiana. El significante industrias culturales era una va para que los polticos
asimilaran ese ah fuera desconocido.
A la luz de lo anterior podemos decir que el valor de uso representa ese momento
de autonoma en el ncleo mismo de la forma de producto cultural. Ya no est ligado
directamente con la centralidad determinante del artista individual autnomo sino
que es un proceso ms complejo, iterativo y de colaboracin, establecido dentro de
Ekonomiaz N. 78, 3. cuatrimestre, 2011
Las industrias culturales y creativas. Una historia crtica
culturas o ethos organizativos especficos. Por lo tanto, la relacin dialctica del valor
de uso con el valor de cambio no debe considerarse como una guerra constante entre
valor cultural y financiero (aunque pueda parecerlo); ninguno de ellos son valores co-
nocidos (son ms unos desconocidos conocidos) y la capacidad de asignar dicho va-
lor (provisional) est distribuida (desigualmente) y rebatida en todo el proyecto colec-
tivo. La autonoma del valor de uso cultural no se afirma contra el valor de cambio per
se (los ingresos as como mucha estima profesional provienen del mercado) sino en
diferentes puntos dentro del contexto especfico tico, poltico y esttico, dentro del 35
cual se genera ese beneficio. El valor de cambio es tambin un mediador clave entre la
autonoma cultural de los productores y la recepcin del pblico. Este ultimo, como lo
ha demostrado el planteamiento de pblico activo, tiene elevados niveles de autono-
ma con respecto a las intenciones y predicciones de valor de los productores: pueden
rechazar, adaptar, tergiversar una lectura pretendida de un producto de maneras bas-
tante voltiles. Estas lecturas se realimentan a travs de la compra (o falta de ella) y
otros mecanismos formales (estudios de mercado) e informales (lo que se dice en la
calle), un proceso acelerado por el surgimiento de nuevas tecnologas de la informa-
cin y la comunicacin desde la dcada de 1980. Tenemos un campo de produccin
cultural muy diferente del antiguo mundo de las artes que todava est por ser plena-
mente conceptualizado y, sobre todo, est pendiente de formar parte de la teora de las
polticas culturales. Pero lo que debe quedar claro es que no se trataba de un rechazo o
marginacin del arte autnomo a favor del entretenimiento o de la cultura popular
sino de trasladar muchos de sus valores al interior de stos.
Esto puede observarse en aquellos movimientos sociales urbanos y de artes comu-
nitarias que formaron una oposicin de nueva izquierda a la poltica artstica tradi-
cional, con el resultado de nuevas formas de hacer poltica cultural en Europa (Bian-
chini y Parkinson, 1993), en el nuevo GLC y en coaliciones radicales de polticas
culturales en Norteamrica, Australia y otros lugares. Las demandas en torno al con-
sumo colectivo se trasladaron al de la provisin pblica de cultura, as como a un ma-
yor control de base sobre los recursos. Dicha cultura extendida se convirti en estti-
ca: ms autnoma, opaca, refractiva, abrasiva con respecto a la cultura dominante.
No se trataba de una simple reproduccin de las formas de arte moderno difcil sino
que formaba parte de esa promesa transformativa de la crtica artstica del capitalis-
mo. Es decir, crtica que subrayaba no la injusticia social (aunque no la negaba) sino
la incapacidad del capitalismo de satisfacer las exigencias humanas de una vida que
tenga sentido como la prometida o personificada en la obra de arte autnoma. La lla-
mada de Rimbaud a changer la vie poda verse en Joseph Beuys as como en las co-
rrientes culturales del Punk y Post-Punk. Adems, esta crtica artstica ya no estaba li-
mitada a los artistas; aunque posteriormente se redujo al estilo de vida bohemio, en
un principio aport exigencias nuevas sobre el trabajo, nuevas actitudes ante la profe-
sin, las convenciones sociales, el curso de la vida, etc. (Boltanski y Chiapello, 2005).
Los centros urbanos sufrieron especialmente un cambio radical, cuando las demandas
de una vida ms llena de sentido produjeron nuevas culturas de consumo y produc-
cin. Podemos ver como surge un nuevo habitus; nuevos medios culturales urbanos
en los que se aprendan nuevas aspiraciones culturales, as como nuevas formas de ha-
bitar esas aspiraciones y de convertirlas en algn tipo de ingreso econmico (Raban,
1974; Zukin, 1982). Fueron estas aspiraciones a una cultura democrtica y significativa
en comn, unido a las posibilidades de un trabajo remunerado y positivo lo que dio al
significante industrias culturales una carga utpica entre activistas, acadmicos y pol-
ticos cuando entr en una poca poltica muy diferente (OConnor y Wynne, 1996).
36
cultura para esta nueva economa. Pero del gobierno Thatcher no lleg nun-
ca ningn reconocimiento explcito.
Dicho pathos caracteriz gran parte de las coaliciones polticas que se crearon en
torno a las industrias culturales antes de la eleccin del Nuevo Laborismo en 1997. En
muchos sentidos, la coalicin de industrias culturales acta como una especie de opo-
sicin en el exilio; pero el exilio tiene sus costes. La creciente dependencia de argu-
mentos econmicos para que el sector adquiriera alguna forma de atractivo poltico
estaba unida a la necesidad de una coalicin especial para manifestar sus credenciales
polticamente realistas. Era muy fcil que, de seguir en esa lnea, los pragmticos aca-
baran como expertos economistas. Pero como veremos, el momento de las industrias
creativas coincidi con una versin ms populista de derechas de la crtica de estu-
dios culturales del arte autnomo y que su rechazo del mercado, industria, capita-
lismo, etc., formaba parte de su elitismo antidemocrtico. La erradicacin de cual-
quier friccin o contradiccin entre cultura y economa es una marca de la agenda de
las industrias culturales y su espacio de posibilidades ser esbozado ms adelante.
En otros pases y regiones los contextos fueron diferentes aunque todos tenan que
hacer frente a la desindustrializacin de las grandes ciudades, a la agudizacin de la
competencia global (incluyendo las industrias culturales) y al desplazamiento general
hacia la derecha bajo el disfraz de neoliberalismo. Entre todo ello podemos ver una bi-
furcacin general entre la poltica de las industrias culturales a escala local y nacional,
como parte de una reorganizacin ms general del espacio intranacional a consecuen-
cia de la globalizacin. Localmente, la agenda de polticas de las industrias culturales
estaba cada vez ms vinculada a la de la regeneracin urbana impulsada por la cultura.
Aunque los niveles de autonoma financiera y poltica urbana diferan en los pases de-
sarrollados, en general, en la dcada de 1980 y 1990, era muy limitada la capacidad de
Ekonomiaz N. 78, 3. cuatrimestre, 2011
justin OConnor
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6. INDUSTRIA CREATIVA O NUEVA INDUSTRIA CULTURAL
3 Significado y significante.
con las preocupaciones de gente como Robert Putnam (2000) acerca de la solidari-
dad social al proponer que la falta de fuertes lazos sociales favoreca la fluidez de in-
teraccin e intercambio y por lo tanto, la innovacin econmica.
La capacidad cultural de innovacin iba ms all, por lo tanto, de la habilidad de
procesar conocimientos y manipular smbolos de manera rutinaria y se converta
en la capacidad de operar en los mrgenes de las reglas establecidas. La literatura de
42 gestin y empresarial comenz a promover el trabajo fuera de los lmites estableci-
dos, cortejando deliberadamente el fallo, el caos y el desorden, utilizando conoci-
mientos intuitivos o para-racionales, la actuacin disidente (Kelly, 1998). Estos nue-
vos valores o formas de trabajar se inspiraban explcitamente en las prcticas poco
ortodoxas e imprevisibles de artistas y cientficos visionarios. De hecho, el concepto
de creatividad que estaba surgiendo en el lenguaje empresarial era un parsito de
estas figuras ejemplares. No perteneca nicamente al mbito del pensamiento crea-
tivo (blue skies thinking) y a la ruptura de paradigmas y formas de actuar estableci-
das, sino que la nueva figura del empresario tambin se apropiaba del capital cultu-
ral asociado al artista como rebelde social.
En la dcada de 1980 regres el empresario schumpeteriano para enfrentarse al
hombre de la organizacin fordista de los aos cincuenta y sesenta. Formaba parte
de un renovado ataque neoliberal al corporacionismo estatal a favor de la pequea
empresa. La Nueva Derecha se posicion a s misma y al empresario como outsiders
y rebeldes. Los empresarios trabajaron en los mrgenes del sistema, ampliaron sus
fronteras, exploraron nuevos territorios, enfrentndose a formas de pensar y de ha-
cer osificadas. La destruccin creativa de Schumpeter tena vnculos evidentes con
las propuestas dominantes del modernismo cultural: su obsesin iconoclasta y rom-
pedora por la innovacin (Anderson, 1984). Durante la dcada de 1980, empresa-
rios y artistas ocuparon a menudo el mismo lugar en la nueva literatura empresarial,
como extraos a la sociedad, rebeldes productivos que podan vislumbrar el contor-
no del futuro. El arte y la cultura, al movilizar la capacidad cultural local, utilizar el
arte esttico como ejemplo para la innovacin, y transformar al productor contra-
cultural bohemio en un empresario creativo y que haba dejado de ser reacio al de-
sarrollo econmico, se convirtieron en recursos (Yudice, 2003).
Las consecuencias de estos tipos de cambios pueden apreciarse en los amplios
debates en torno al trabajo cultural (Cf. Oakley 2009). La promesa de un trabajo
cultural autnomo y lleno de sentido ha desembocado con frecuencia en la (auto)
explotacin; la creatividad ha sido un modo de desviar la responsabilidad del mer-
cado laboral de los gobiernos a los individuos; la creacin de una cultura en comn
se convierte fcilmente en la auto-promocin narcisista y en explotacin instrumen-
tal de redes sociales. No ampliar aqu estas amplias crticas. Lo que es crucial es ese
ah fuera urgente que poda movilizar el discurso de las industrias creativas. Lo que
transform al artista-creativo de modelo de rol ejemplar (la prctica artstica de
vanguardia como modelo de pensamiento empresarial e innovador en los negocios)
7. CONCLUSIN
En este artculo no han estudiado las polticas de las industrias culturales y creativas
desde la perspectiva de un sector econmico al que se le pueden aplicar diversas polticas
de ayuda y subvenciones. Se ha tratado de esbozar la forma en la que estas industrias
han llegado a convertirse en motivos de preocupacin para las polticas culturales. La
poca de las industrias creativas que comenz en 1997 combinaba muchos plantemien-
tos culturales diferentes y contradictorias en torno a la urgente llamada a reconocer una
nueva realidad que estaba ah, que representaba el futuro, el cambio, la renovacin.
Aunque recibidas a menudo con cierto cinismo en el Reino Unido por sus expl-
citos elementos polticos (cf. Harris, 2003), no haba duda de que contenan un im-
pulso revigorizante de la economa. A menudo, he estado en reuniones celebradas
en Rusia, Asia Oriental y en otros lugares, en las que polticos economtricos calcu-
laban el valor aadido de la cultura como expertos econmicos, mientras a su lado,
creativos jvenes y enrgicos se rebelaban contra polticos corruptos e ignorantes,
multinacionales y engredas instituciones artsticas a los que vean como obstculos
para ganarse la vida y crear una cultura en comn. A estos momentos de las indus-
trias creativas no se les puede negar su poder; como tampoco se pueden desestimar
los comienzos de la coalicin de industrias culturales porque su valor fuera retoma-
do por los promotores inmobiliarios y los departamentos de marketing urbano.
REFERENCIAS BIBLIOGRFICAS
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