Azevedo Marcelo. INCULTURACIÓN Teologia Fundamental
Azevedo Marcelo. INCULTURACIÓN Teologia Fundamental
Azevedo Marcelo. INCULTURACIÓN Teologia Fundamental
TEOLOGA FUNDAMENTAL
http://www.mercaba.org/DicTF/TF_inculturacion.htm
SUMARIO:
I. Problemtica:
1. Semntica del trmino;
2. Fundamentacin bblico-teolgica;
3. La nueva conciencia de la necesidad de inculturacin;
4. Elementos indispensables para una evangelizacin inculturada;
5. Datos elementales de un modelo de inculturacin
(M. C. Azevedo).
(H. Carrier).
TEOLOGA FUNDAMENTAL
M. de C. Azevedo
I. Problemtica
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antropolgicas de aculturacin (proceso de transformaciones de una
persona o grupo humano derivadas de su contacto con una cultura que
no es la suya), de enculturacin (concepto anlogo al de socializacin =
proceso de iniciacin de una persona o grupo a su propia cultura o
sociedad) y de transculturacin (trmino que denota o la presencia de
determinados elementos culturales a travs de diversas culturas o la
transferencia etnocntrica y unidireccional de elementos culturales de
una cultura dominante a otra cultura, generalmente subordinada). Se
distingue tambin de la adaptacin, tomada como el ajuste
fenomenolgico tanto del evangelizador (modos de ser y de obrar) como
del mensaje (traduccin y expresin) a la cultura destinataria.
Por inculturacin se designa el proceso activo a partir del interior mismo
de la cultura que recibe la revelacin a travs de la evangelizacin y que
la comprende y traduce segn su propio modo de ser, de actuar y de
comunicarse. Con el proceso de evangelizacin inculturada se echa la
semilla evanglica en el suelo de la cultura. El germen de la fe se va
desarrollando entonces en los trminos y segn la ndole peculiar de la
cultura que la recibe. Porque la inculturacin es un proceso de
evangelizacin mediante el cual la vida y el mensaje cristianos son
asimilados por una cultura de manera que no solamente se expresen a
travs de los elementos propios de esa cultura, sino que lleguen a
constituirse tambin en principio de inspiracin y al mismo tiempo en
norma y fuerza de unificacin que transforma recrea y relanza esa
cultura (Arrupe).
Por tanto, la inculturacin implica y connota siempre una relacin entre
la fe y la(s) cultura(s), realidades que abarcan la totalidad de la vida y de
la persona humanas, en el plano individual y comunitario. Por ! fe
cristiana se entiende aqu, no ya el asentimiento racional a un cuerpo de
ideas o de doctrinas, ni tampoco la organizacin religiosa,
sociolgicamente identificable, de un conjunto de creencias o de un
sistema simblico de rituales y disciplinas. Tomamos aqu la fe cristiana
como la plena respuesta existencial de aceptacin dada por una persona
o por un grupo humano al don vivo de Dios en Jesucristo.
Por cultura entendemos aqu no solamente el grupo humano en s mismo
(dato etnolgico) o lo fenomenolgico que puede describirse respecto a
l (dato etnogrfico); ni solamente el conjunto de la accin humana
sobre la naturaleza o el acervo de creaciones del espritu humano y sus
expresiones de todo tipo (arte, ciencia y tcnicas). Tomamos aqu la
cultura como el conjunto de sentidos y significaciones, de valores y
modelos, subyacentes o incorporados a la accin y comunicacin de un
grupo humano o sociedad concreta y considerados por ellos como
expresiones propias y distintas de su realidad humana.
La inculturacin, por consiguiente, no es un acto, sino un proceso, es
decir, supone y abarca la historia y el tiempo. Es un proceso activo, que
exige mutua acogida y dilogo, conciencia crtica y discernimiento,
fidelidad y conversin, transformacin y crecimiento, renovacin e
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innovacin. La inculturacin supone interaccin entre fe viva y cultura
viva. No se trata, por tanto, de arqueologa cultural. El proceso de
evangelizacin inculturada no lleva a absolutizar en abstracto una
cultura ideal o a restaurar una cultura histrica presuntamente vlida,
pero slo en la realidad de su pasado.
La inculturacin supone una interaccin de la fe con la(s) culturas) tal
como sta(s) existe(n) en vivo, en su proceso dinmico, que integra la
tradicin y el cambio, la fidelidad a los orgenes y las nuevas creaciones.
La inculturacin tampoco se reduce a una arqueologa teolgica. El
mensaje bblico-evanglico, fiel a s mismo y al Dios que se revela en y
por Jesucristo, es anunciado a unas personas y a unos grupos concretos.
Las expresiones, los nfasis, las formulaciones, las mediaciones de
comprensin, se miden por los ritmos humanos. Tienen que adecuarse a
los contenidos especficos de la vida en que se realiza la evangelizacin.
Como nos muestra la pedagoga de Yhwh en el AT, la de Jess y Pablo en
el NT y la de la Iglesia bajo la accin del Espritu a lo largo de la
historia, el proceso de evangelizacin articula las dos dimensiones de
educacin y de comunicacin. La una y la otra presuponen e implican
una atencin al interlocutor, a su mundo propio, a su contexto histrico,
a su nivel de aprehensin y de capacidad de asimilacin. As pues,
metodolgicamente no puede haber un modo nico y uniforme de
evangelizar. El evangelizador y el evangelizado son los dos sujetos del
proceso y tienen que mostrarse atentos a sus respectivos marcos
histrico-culturales y a la accin peculiar del Espritu Santo.
La inculturacin, finalmente, no es un proceso que fomente la
evangelizacin de la cultura en detrimento o sustitucin de la
evangelizacin de la sociedad. La cultura y la sociedad son conceptos y
realidades distintas. Pero toda cultura tiene expresiones sociales; toda
sociedad se basa sobre presupuestos culturales que escoge y defiende,
transmite y complementa. Puede darse una mayor o menor coincidencia
entre el humus cultural de un grupo humano y el marco concreto de sus
mediaciones e instituciones sociales. . Puede darse tambin una ruptura
y discrepancia entre las dos realidades, ya que en la evangelizacin
inculturada se implica la relacin fe-cultura-sociedad. Por tanto, la
evangelizacin inculturada no se da solamente en la transferencia o
modificacin de lenguajes y de mtodos, de ritos y de smbolos, de
organizacin y de normas, de los modos externos de obrar y de
expresarse. Tiene que ir ms lejos y llegar a las races de la cultura (EN
19), esto es, sus sentidos y criterios, su visin del mundo, la inspiracin
tcita o patente, pero realmente decisiva, de la praxis socio-cultural de
este grupo humano y que se traduce en la elaboracin dinmica y en las
transformaciones histricas de su ethos sociocultural. La evangelizacin
inculturada toca as el nivel ms profundo de la realidad humana, en el
plano individual y en el social. Se hace por tanto al nivel de la persona y
a partir de ella, teniendo en cuenta las redes tan complejas de
relaciones entre las personas y de stas con Dios (EN 20), en una
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dinmica de conversin individual y comunitaria. Se hace tambin con
todo el alcance de las expresiones ticas de la fe, que traen consigo la
existencia de transformacin y de perfeccionamiento de las estructuras
de la sociedad.
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traduce y realiza, por medio de la encarnacin, la forma primordial y
ms radical de la inculturacin. La encarnacin se lleva a cabo en un
espacio y en un tiempo culturales definidos, sealndonos as la
importancia teolgica del pueblo de Israel y la inspiracin fundamental
de todo proceso de inculturacin. Por medio de la encarnacin, la
naturaleza divina asume la naturaleza humana: Dios se hace hombre;
relacin de naturaleza con naturaleza. Gracias a la inculturacin la
naturaleza divina se traduce para este hombre, en este pueblo, en esta
cultura, en este grupo human en los que se sita, en este tiempo y en
este espacio, este individuo humano que es Jess. Gracias a la
encarnacin, el Verbo hecho hombre en Jess es un hombre como todos
los dems seres humanos. Gracias a la inculturacin, el Verbo se hace
hombre como son algunos seres humanos, en la realidad diversificada de
su cultura y sociedad: los judos del tiempo de Jess. Histricamente, en
Jesucristo, el Verbo se hizo igualmente y al mismo tiempo hombre-como-
todo-ser-humano (nivel de naturaleza) y hombre pero-no-como-todo-ser-
humano (nivel de la cultura), por ser judo.
La inculturacin que hoy se hace por el proceso de evangelizacin es
como una rplica de aquella inculturacin que se realiz
existencialmente en Jess. Fundamentada teolgica y cristolgicamente
en el misterio de la encarnacin, la inculturacin se proyecta en la
evangelizacin como expresin de la misin. A su vez, Jess,
fuertemente arraigado en su propia cultura, mantiene sin embargo ante
ella una libertad crtica: asume y confirma en ella lo que es
evanglicamente vlido, pero corrige o reorienta, en una dinmica de
conversin y de transformacin, lo que hay en ella de desviado o
perverso, actuando as el plan salvfico de Dios. Este discernimiento
sobre la cultura, la del evangelizador y la del evangelizando, es
indispensable en la inculturacin e inherente a ella. En efecto, como
realidad humana, toda cultura es solamente una entre muchas y
participa de los lmites que marcan al ser humano en el plano ontolgico
y psicolgico, moral y teolgico. Ninguna cultura puede ser absolutizada
como vehculo adecuado y nico de revelacin. En toda cultura queda un
espacio y debe haber una exigencia de conversin, de transformacin y
de crecimiento. El proceso de implantacin de la Iglesia en sus orgenes
y a lo largo de los primeros siglos de su historia revela igualmente una
apertura a las culturas y una continua adecuacin a ellas. Semtica en su
origen, la Iglesia implantar comunidades en la dispora y lo har
dentro de un amplio proceso de mediacin cultural: primero, a travs de
la fijacin por escrito, en los evangelios, de los contenidos de la nueva
alianza, en una expresin narrativa griega; segundo en la fijacin
doctrinal y conciliar del misterio cristiano, en su expresin racional y
cultural griega. En la simbiosis grecorromana del imperio, los santos
padres y el monaquismo oriental y occidental fundamentaron, en
trminos de cultura latina y helenista, la teologa, la espiritualidad y la
accin pastoral de prcticamente todo el primer milenio de nuestra era
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cristiana. As se concret el intenso y tal vez el nico proceso pleno de
inculturacin de la fe cristiana, en la medida en que esta fe se asimil y
se reexpres de hecho a partir de los elementos y del genio propio de la
cultura que fue evangelizada. La lenta incorporacin cristiana de los
pueblos nrdicos (brbaros) y eslavos, aunque atenta a sus culturas y
receptiva ante ellas en muchos aspectos, se har ya en gran parte
condicionada por ese molde cristiano de extraccin cultural
grecorromana. En los primeros siglos del segundo milenio, la Iglesia
ejerci un papel decisivo en la constitucin de la gran sntesis
pluricultural del Occidente europeo, que tiene en el cristianismo
medieval su catalizador y se convertira luego en la cultura cristiano-
catlica. Ser ella la referencia de la evangelizacin de prcticamente
las tres cuartas partes del segundo milenio. Ser considerada como la
expresin preferencial, y no pocas veces legitimada como la nica
portadora vlida de la revelacin. La reaccin contra la reforma
protestante y el movimiento misionero a partir de la contrarreforma, que
coincide con el descubrimiento, la colonizacin y la evangelizacin de
nuevos continentes, sern al mismo tiempo un esfuerzo por construir la
unidad cristiana universal sobre la uniformidad cultural del Occidente y
sobre la difusin del mensaje evanglico en los trminos exclusivos de
esta nica cultura, a costa del eclipse, la represin o la supresin de la
dimensin cultural de otros pueblos.
Podemos decir, por consiguiente, que del hecho teolgico-cristolgico de
la inculturacin bblica pasamos al hecho cristolgico-eclesiolgico de la
inculturacin en los primeros siglos de la era cristiana. En la vertiente
final del primer milenio, y en gran parte del segundo, surge y se
impone en Occidente, y a partir de l en varias partes del mundo, el
hecho histrico-poltico de la hegemona cultural cristiana-europea. La
cristalizacin y difusin de este modelo cultural como vehculo
privilegiado y hasta nico de la evangelizacin lleva a la disminucin y a
la desaparicin de la inculturacin. Se refuerza el predominio de una
aculturacin y transculturacin hegemnica de la influencia occidental,
con la consiguiente disociacin entre fe y cultura, entre fe cristiana-con
su ropaje cultural occidental y la multiplicidad de las culturas que
entran en la conciencia de la historia mundial. Para los pueblos no
europeos, el abrazar la fe significar cada vez ms arrinconar la propia
cultura y asimilar el cuadro cultural occidental dentro del cual se
propone esa fe. Pablo VI dir que la disociacin entre' la fe y la(s)
culturas) es el drama de nuestro tiempo, como lo fue el de otras pocas.
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culturas largo tiempo reprimidas u oprimidas con la constitucin de los
Estados nacionales o con el proceso de descolonizacin.
a) Conciencia de una Iglesia mundial. A diferencia de los concilios de
Trento y del Vaticano I, el concilio Vaticano lI tuvo la presencia
significativa de obispos de todo el mundo. ste es un mundo que,
despus de la segunda guerra mundial, se ha hecho consciente tanto de
su unidad planetaria como de su profunda diversidad. Aunque la
teologa del Vaticano II se haya formulado preponderantemente en
trminos europeos, las decisiones del concilio y su gradual cumplimiento
han reflejado mucho la presencia amplia y mltiple de la Iglesia. Esto se
ira haciendo cada vez ms claro a partir de los snodos mundiales de los
obispos, entre los que cabe destacar en este aspecto los snodos sobre la
justicia (1971), sobre la evangelizacin (1974) y sobre la catequesis
(1977). Los tres revelaron esa dimensin geogrfica y culturalmente
mundial que caracteriza a la Iglesia en esta segunda mitad del siglo XX.
En este contexto, ya antes del concilio Vaticano II, y sobre todo en l y a
partir de l, se han consolidado dos posiciones teolgicas
fundamentales, que han tenido una inmensa importancia sobre el
reciente caminar histrico de la Iglesia, y por tanto de la fe cristiana en
el mundo. La primera posicin, centrada en la Lumen gentium, irradia
sobre algunos otros documentos conciliares. Piensa en una Iglesia-en-
relacin, dispuesta al dilogo, abierta a la diversidad de la bsqueda de
Dios por los .seres humanos y a la mltiple concrecin de este
esfuerzo (Ad gentes). Es una Iglesia sensible, por consiguiente, a la
dimensin ecumnica entre las tradiciones y denominaciones
cristianas (Orientalium Ecclesiarum y Unitatis redintegratio), a la
relacin con las religiones no cristianas (Nostra aetate), lo cual conduce
tanto a un nuevo planteamiento de su perspectiva misionera (Ad
gentes) como de la misma ndole y calidad de su presencia en el
mundo(Dignitatis humanae, Apostolicam actuositatem y Gravissimum
educationis) y de su intercomunicacin con l (Inter mirifica).
La segunda posicin, centrada en la Gaudium et spes, explicita y
refuerza sobre todo la relacin entre la Iglesia y el mundo. Lo hace
especialmente a travs de una clave analtica y hermenutica que es
la cultura (GS 53-63). Esta cultura se toma en una perspectiva que,
adems del enfoque filosfico-humanista dominante en el siglo xix y
tambin en gran parte de la reflexin teolgica, integra y subraya la
contribucin actual de las ciencias sociales. Por ah precisamente se
arroja un rayo de luz sobre la multiplicidad y diversidad de las
culturas. Se da una revalorizacin de la importancia de la relacin entre
la fe y la cultura o las culturas. Usada en singular, la cultura se ve no
slo como creacin del espritu humano sobre la naturaleza, sino
tambin como creacin del espritu humano. Se presta una atencin
fundamental a la relacin entre la fe y la cultura moderna, dentro de una
visin optimista, que contrasta con la larga ruptura entre la Iglesia y el
mundo y la divergente evolucin de ambos en los ltimos cinco siglos.
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Usada en plural, la palabra culturas pone principalmente de relieve la
diversidad tanto de etnias y de formaciones sociales como de sentidos,
de valores y de visiones del mundo simultneamente presentes en un
mundo complejo y plural. Adems, la conciencia de ser una Iglesia
efectivamente mundial en la experiencia vivida de una realidad
pluricultural encamina a la Iglesia hacia una nueva sensibilidad ante la
necesidad de la inculturacin.
b) Valoracin de las Iglesias locales. Este segundo factor se deriva
igualmente de una posicin teolgica primordial de la Lumen gentium:la
importancia de la colegialidad episcopal, y por tanto de la identidad y
autonoma relativa de las Iglesias locales (Christus Dominus,
Presbyterorum ordinis). Una de las principales consecuencias de este
proceso ha sido una proximidad mayor entre los pastores y los fieles,
con una percepcin ms aguda de sus situaciones y problemas,
necesidades y aspiraciones; una actitud eclesial muy presente en los
comienzos cristianos y a lo largo de una gran parte del primer milenio.
Las consecuencias principales de este enfoque eclesiolgico del Vaticano
II han sido: la lectura contextualizada del mismo concilio, como lo
demuestran por ejemplo las asambleas episcopales de Medelln (1968) y
de Puebla (1979) ante la realidad latino-americana, pero con amplia
repercusin sobre toda la Iglesia; la realizacin de los snodos
mundiales, al destacar la variedad de preocupaciones pastorales ante las
diversidades histricas y socio-culturales de las regiones; la creciente
individuacin de las conferencias episcopales nacionales, regionales o
continentales con el tratamiento especfico de problemas afines (como,
por ejemplo, la diversa consideracin de la cuestin nuclear por el
episcopado norteamericano, alemn y francs respecto a las situaciones
y responsabilidades de sus pases); la multiplicacin de elaboraciones
teolgicas diversificadas en consonancia con la sensibilidad a las
variadas realidades de Amrica Latina, de frica, de las diversas reas
de Asia, como India y Filipinas, por ejemplo; el enfoque teolgico y
pastoral de realidades transculturales, como las culturas del joven, de la
mujer, del negro y otras, engendrando lecturas especficas de la Biblia y
de la tradicin en funcin de las exigencias propias de las diversas
realidades vividas; a todo ello habra que aadir la experiencia cultural
directa de Pablo VI, pero sobre todo de Juan Pablo II, a travs de sus
viajes pastorales. Sabido es hasta qu punto la preparacin de estos
viajes y su realizacin han contribuido -mucho ms de lo que podra
hacer el funcionamiento burocrtico y postal del Estado de la Ciudad del
Vaticano o de la Santa Sede- al conocimiento, el anlisis y la
interpretacin de la enorme variedad de realidades cultural-eclesiales
que constituyen la cotidianidad de los fieles cristianos en las distintas
partes del mundo. Es de destacar la repercusin posterior, real o
potencial, de estos viajes en la interaccin entre el papa y los
episcopados respectivos. Este cmulo de datos y el desarrollo de nuevas
percepciones eclesiales en relacin con la valoracin de la colegialidad y
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de las Iglesias locales ha hecho imperativa la perspectiva de la
inculturacin y est todava lejos de valorizar todo su alcance al servicio
del pueblo de Dios.
c) La rehabilitacin o reaparicin de las culturas. Es ste un factor de
suyo extrnseco a la vida de la Iglesia, pero que ha tenido una gran
influencia sobre ella.
En primer lugar, los estudios de antropologa cultural y social durante
los ltimos cien aos han dado al mundo un conocimiento ms concreto
de la diversidad de las etnias y de sus presupuestos histricos y
culturales. Ya antes del concilio Vaticano II la asimilacin de estos
nuevos datos por parte de la Iglesia fue reorientando su sensibilidad
misionera. La reformulacin del vocabulario misionolgico, a travs de
la evolucin semntica, por medio de palabras como trasplante,
adaptacin, acomodacin, encarnacin, insercin, indigenizacin,
contextualizacin, inculturacin, revela toda nueva comprensin de la
relacin evangelizador-evangelizando en funcin de una perspectiva
eclesiolgica derivada del nuevo enfoque antropolgico de
revalorizacin de las identidades culturales.
En segundo lugar, el ocaso de los imperios y del proceso de colonizacin
poltica en varios continentes llev a la independencia de naciones
jvenes, especialmente en frica, en Asia y en Oceana. Aunque no
siempre se respetaron las fronteras culturales en el trazado de las
unidades polticas, este proceso represent una reasuncin de las
identidades culturales reprimidas por la colonizacin. Este hecho, casi
sin excepcin, repercuti en las relaciones entre la Iglesia y estas
nuevas situaciones de sus fieles, teniendo como consecuencias
principales la implantacin de un clero y un episcopado autctono, el
desarrollo de laicados militantes y toda una revisin de los procesos
educativos, pastorales y promocionales de la Iglesia en esos pases.
En tercer lugar, la toma de conciencia de minoras culturales reprimidas
con ocasin de la formacin de los Estados nacionales en el mundo
occidental suscit la participacin de la Iglesia y su nueva sensibilidad
ante unas realidades incubadas durante siglos, como ha sido el caso de
los vascos, catalanes y gallegos en Espaa, de Quebec en el Canad, las
situaciones anlogas en Europa central y, ms recientemente, de los
hispanos en los Estados Unidos.
En cuarto lugar, la misma viabilidad de la relacin intercultural, bien a
travs de la comunicacin y de la informacin, bien con el desarrollo
acelerado de la industria turstica, al mismo tiempo que unific o
aproxim el mundo por un lado, revel por otro lado la irreductible
diversidad cultural de las poblaciones de este mundo. La misma difusin
hegemnica de la cultura moderna occidental, que en una determinada
altura haba suscitado la hiptesis del paso rpido a una cultura
universal homognea, va revelando precisamente lo contrario, esto es,
una creciente disposicin de salvaguardia de la diversidad y de las
autonomas culturales y subculturales especficas. El fenmeno reciente
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de desoccidentalizacin progresiva del Extremo Oriente, junto con su
desarrollo y su creciente participacin en las economas occidentales, es
un dato significativo de esta transformacin. Este dato se vio precedido
por el ocaso de los imperios colonizadores y la consiguiente
independencia de varios pases o creacin de varias naciones,
principalmente en frica, en Asia y en Oceana. En frica, este
movimiento estuvo marcado por una recuperacin cultural. La paciente
preservacin de una rica tradicin oral est contribuyendo a la
revalorizacin del patrimonio y de la identidad culturales. Ya en Asia, la
densidad de varias tradiciones escritas, ligadas ntimamente a religiones
milenarias, permiti la conservacin de perfiles culturales bien
definidos, que prevalecieron por lo dems como grandes mayoras de la
poblacin frente a minoras cristianas.
Esta diversificacin de situaciones plantea a la inculturacin problemas
especficos, de orden antropolgico y teolgico, en cada una de esas
reas culturales, como nos lo est mostrando la experiencia, la
investigacin y la bibliografa cada vez ms abundante sobre el tema.
Finalmente, hay que resaltar la creacin y el establecimiento de forums
internacionales pluriculturales, como la ONU y sus asociaciones
subsidiarias, la UNESCO, la FAO, la UNICEF, etc., al lado de instancias
particulares, como las organizaciones internacionales y pluriculturales
de todo tipo, los congresos y convenciones internacionales de naturaleza
temtica o corporativa. Todo esto revela la experiencia y la conciencia
de la diversidad cultural y de la imposibilidad real de unidades
hegemnicas construidas sobre la uniformidad o a partir de una.
inconsciencia o infravaloracin de la diversidad socio-cultural histrica
tan patente en el mundo de nuestros das: Esta reaparicin y
revalorizacin de las culturas es otro camino de acceso de la Iglesia a la
conciencia de la urgencia de la inculturacin y a la reelaboracin
constructiva de una relacin entre la fe y la cultura.
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precisamente su identidad, en s misma y en relacin con otros grupos
humanos. As pues, la inculturacin, como proceso de evangelizacin
que articula la fe y la cultura, no se limita nicamente a la
evangelizacin de grupos y de comunidades a los que no ha sido
anunciado todava el evangelio (los "territorios de misin" o las
"misiones extranjeras", segn el vocabulario preconciliar). La
inculturacin tiene que cualificar a todo el proceso de evangelizacin,
sea el que sea, bien en relacin con los grupos humanos de tradicin
de origen cristiano en su formacin cultural (como la mayor parte de los
pases occidentales, marcados actualmente por la cultura moderno-
contempornea), bien en relacin con grupos sin un pasado cristiano
anterior o decisivo en su formacin cultural (como la mayor parte de las
regiones de Asia, de frica y de Oceana), bien, finalmente, en relacin
con las subculturas dentro de cada uno de esos grupos (como
organizaciones, instituciones, regiones especficas; grupos
transculturales). La razn de esta afirmacin est precisamente en el
hecho de que, por medio de la inculturacin, se relacionan la fe y la
cultura viva, marcadas ambas por el dinamismo de transformacin y
crecimiento. As pues, un verdadero proceso de evangelizacin estar
siempre atento a una triple dimensin.
1.a No existe un ncleo evanglico en abstracto que pueda ser aislado y
transmitido de una cultura a otra. Lo que existe de hecho es el mensaje
evanglico inculturado ya concretamente en alguna cultura, en nuestro
caso la cultura que evangeliza, proponiendo el mensaje a otra cultura, la
que est siendo evangelizada. En este sentido, proponer o transmitir el
mensaje (evangelizar), as como recibirlo y asumirlo (ser evangelizado)
es una interaccin entre culturas. La fe que lleva a la proposicin del
mensaje y la fe que resulta de la acogida de ese mensaje es la misma fe
(esto es, la plena respuesta existencial de aceptacin dada por una
persona o grupo humano al don vivo de Dios en Jesucristo), pero ser
una fe culturalmente cualificada, y por tanto diferenciada en su
percepcin y en su expresin.
2.a En esta relacin entre culturas que es el proceso de evangelizacin,
tanto el evangelizador como el evangelizando son sujetos activos. Por
tanto, la evangelizacin no es simplemente una transmisin o traduccin
unilateral del mensaje evanglico, en los trminos de la cultura que
evangeliza. No es mera adaptacin extrnseca o superficial, en el plano
meramente fenomenolgico de la expresin. No es tampoco la recepcin
pasiva de este mensaje, tal como lo transmite el evangelizador. La
evangelizacin es el proceso de interaccin dialogal entre las dos
culturas, la del evangelizador y la del evangelizando, dilogo que se
hace en funcin del mensaje. Por consiguiente, la evangelizacin
inculturada es un proceso crtico de discernimiento en relacin tanto
con la cultura del evangelizador como con la cultura del evangelizando.
No se le pide al evangelizador que renuncie a su propia cultura, pero s
que sea consciente de la identidad que la caracteriza en el modo propio
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de percibir y de vivir el mensaje evanglico y no imponga este modo
como vehculo obligatorio del mensaje. Se le pide adems que ayude al
evangelizando a comprender, asimilar y expresar activamente el
mensaje a partir de la identidad de su cultura, evangelizndolo en los
trminos y segn el genio de esa cultura.
3.a Como la evangelizacin inculturada es un proceso de relacin entre
culturas en funcin del mensaje evanglico, es importante tener en
cuenta que, en la realidad concreta de la historia, la relacin entre
culturas no es en general simtrica o igualitaria, sino asimtrica. Las
culturas no se relacionan como iguales, sino como culturas dominantes y
culturas subordinadas. Esto es as en el plano poltico y en el econmico,
en el social y en el militar, y tambin lo fue ciertamente en el plano
eclesial, como lo comprueba la evangelizacin sobre todo en los cinco
ltimos siglos. Toda forma de relacin entre culturas -relacin de
aculturacin, transculturacin o inculturacin tiene que estar abierta a
la sospecha de una posibilidad real de dominacin de una sobre otra.
Estas relaciones interculturales, por consiguiente, no sern por s
mismas relaciones naturalmente tranquilas y fciles. Sern, al contrario,
relaciones marcadas por la tensin, el conflicto y la perplejidad. De ah
la necesidad de discernimiento, que busca la purificacin y la liberacin
de los elementos de imposicin y de presin, de poder y de violencia. El
proceso de evangelizacin inculturada, como expresin de relacin entre
culturas con vistas a la fe, es un proceso dialctico de liberacin de
ambas culturas, la del evangelizador y la del evangelizando, a fin de que
quede espacio libre para la accin del Espritu sobre los sujetos de la
evangelizacin al proponer el mensaje y al suscitar su acogida por la fe.
Efectivamente, la fe, resultado final de la evangelizacin, no es una
conquista del esfuerzo humano ni el producto de un mtodo, sino el don
gratuito de Dios que se manifiesta y comunica. As pues, el verdadero
proceso de evangelizacin inculturada es tambin un proceso libertador
de la cultura. A su vez, slo ser autntico el proceso de evangelizacin
liberadora y transformadora de la sociedad, si es tambin un proceso
inculturado. Por consiguiente, no hay contradiccin, sino
complementariedad integrada entre las temticas teolgicas de la
inculturacin y de la liberacin. Cada una de ellas exige a la otra.
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apostlico que est inevitablemente asociado a un dilogo entre culturas
concretas. Son numerosos los modelos de evangelizacin que se
proponen en los estudios misionolgico-teolgicos. En la perspectiva de
una evangelizacin inculturada parecen imprescindibles los siguientes
datos. Las cuatro etapas siguientes son analticamente distintas, aunque
pueden desarrollarse de un modo integrado y hasta simultneo:
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ciertas modalidades concretas de tal o cual cultura. Son aspectos en los
que no se necesita una conversin o una ruptura, como suceda en el
caso anterior. Pero se requiere una reorientacin o una mejor
explicitacin de medios que ayuden a la cultura a redescubrir o retomar
su propia teleologa (p.ej., la posicin de Jess respecto al sbado). El
mensaje evanglico puede tambin abrir a la cultura una perspectiva de
crecimiento en la direccin de su orientacin original (p.ej., las
contraposiciones de Jess en el sermn de la montaa entre las
exigencias de la antigua y de la nueva ley).
Estas dos primeras etapas en un modelo bsico de evangelizacin
inculturada se ocupan de la cultura tal como es, en su realidad humana,
concreta y presente. Buscan en ella las sintonas existentes o las
correcciones y perfeccionamientos necesarios o posibles en relacin con
la acogida y asimilacin interactiva del evangelio, dentro de la fidelidad
tanto a l como a la identidad cultural. Se establece entonces la
relacin dialogal y dialctica entre la fe y la cultura a la que nos
referamos. La homologacin (primera etapa) o la reorientacin de la
cultura (segunda etapa), a la luz del hombre y de Jesucristo, es ya una
forma implcita de proclamacin; qu permanece sin embargo en el
horizonte inmanente de la propia cultura.
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El proceso evangelizador que se desarrolla segn este modelo elemental
supone naturalmente el testimonio (martyrion) coherente y fiable de los
que ya viven el mensaje y lo transmiten a la cultura. Implica igualmente
la interaccin dialogal con los miembros de la
cultura (koinona). Comprende la potenciacin del servicio para el
crecimiento humano y cristiano de los miembros de la
cultura(diakonfa). Conduce al anuncio propiamente dicho del mensaje
evanglico, como don gratuito de Dios en y por Jesucristo (mystrion),
que ha de vivirse en la comunidad de fe eclesial (ekklsfa).
15
centenario dell pera evangelizatrice dei santi Cirillo e Metodio (2-6-
1985), en Insegnamenti di Giovanni Paolo 11, VII/2, 1985; KRAFT C.,
Christianity in Culture. Orbis, Maryknoll N.Y., 1984; LuzBETAK L., The
Church and Cultures: New Perspectives in Missiological Anthropology,
Orbis, Maryknoll, N.Y., 1988; MULLER K., Accomodation and
Inculturation in the Papal Documents, en "Verbum/ VD- 24/ 4 (1983)
347-360; NKERAMmIGo T., On Inculturation of Christianity, en
A.A. ROEST CROLMUS (ed)., What Is So New about Inculturation?
(Working Papers on Living Faith and Cultures Pont. Univ. Gregoriana e
Pont. Ist. Biblico Editrice), Roma 1984, 21-29;PAOLO VI,' exhort. ap.
Evangelii nuntiandi; ROEST CROLLIus A.A., "al Is So New about
Inculturation? A Concept and lis Implications, en "Gregorianum"59
(1978) 721-738; SCHREITER R., Constructing Local Theologies, Orbis,
Maryknoll, N.Y., 1985; SHORTER A., loward a Theology of Inculturation,
Orbis, Maryknoll, N.Y., 1988; STANDAERT, L7lfstoire d un nlogisme.
Le terme Inculturation dans les documents romains, en "NRTh" 110
(1988) 555-570; SuFss P., Companheiro-Peregrino na Terra dos Pobres,
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partir da Amrica Latina, en "Revista Eclesistica Brasileira" 48/ 191
(1988) 645=671; ID,Inculturag&o, Desafos, Caminhos, Metas, en
"Revista Eclesistica Brasileira" 49/ 193 (1989) 81-127.
16
inculturacin puede definirse como el esfuerzo de la Iglesia para hacer
penetrar el mensaje de Cristo en un ambiente socio-cultural
determinado, llamndolo a crecer segn todos sus propios valores, una
vez que stos son conciliables con el evangelio. El
trmino inculturacin incluye la idea de crecimiento, de enriquecimiento
mutuo de las personas y de los grupos, debido al encuentro del
evangelio con un ambiente social. La inculturacin es la encarnacin del
evangelio en las culturas autctonas y, al mismo tiempo, la introduccin
de esas culturas en la vida de la Iglesia" (encclica Slavorum apostoli, 2
de junio de 1985, n. 21).
Pueden subrayarse a la vez los aspectos innovadores y tradicionales de
la inculturacin. Ms adelante indicaremos las razones que hacen
considerar la inculturacin como un aspecto renovado de la
evangelizacin; pero hay que sealar igualmente que la reflexin actual
sobre el tema goza de una larga y rica experiencia en la Iglesia.
17
proteja" (UNION MISSIONAIRE DU CLERG, Le Sige apostolique et
les Missions, Pars 1959).
El perodo moderno conoci un desarrollo misional
considerable, marcado por una preparacin cada vez ms atenta de los
sacerdotes, religiosos y religiosas enviados a Africa, a Asia, a las
Amricas. En el siglo xix se crearon muchos nuevos institutos que
llevaron el evangelio a vastas regiones en donde no haba penetrado
todava la Iglesia ni se haba implantado. Estos institutos se
especializaron progresivamente en la manera de definir la tarea misional
y los mtodos de adaptacin a los diversos pueblos.
Tras la primera guerra mundial y hasta el concilio Vaticano 11 se
publicaron varios documentos pontificios sobre las misiones,
especialmente Maximum illud (1919), Rerum Ecclesiae (1926), Evangelii
praecones (1951). En ellos se daban normas claras para promover una
mejor adaptacin del evangelio al carcter y a las tradiciones de cada,
pueblo. Ante todo, hay que dominar la lengua del pas. Se le da una
importancia muy especial a la constitucin de un cero indgena. El
sacerdote autctono debe ser formado para que comprenda las
costumbres, la forma de vivir y el alma de su pueblo. Debe ser acogido y
respetado por la elite local y, algn da, poder acceder a las
responsabilidades de gobierno de las nuevas Iglesias. Los religiosos y
religiosas debern acoger y formar tambin a los candidatos indgenas.
Todos los evangelizadores deberan gozar de la ayuda que ofrecen las
ciencias modernas para conocer y servir mejora las poblaciones: la
lingstica, la etnografa, la historia, la geografa, la medicina.
Estas normas contienen preciosas orientaciones para la inculturacin y
manifiestan una madurez de la teologa misional. La primera norma es
respetar el carcter y el genio de los pueblos que se evangelizan,
cultivando sus mejores dones, purificndolos y elevndolos por la fe
cristiana. Po XII, en su primera encclica Summi pontificatus (1939)
incita a toda la Iglesia "a comprender ms profundamente la civilizacin
y las instituciones de los diversos pueblos y a cultivar sus cualidades y
sus dones mejores... Todo lo que, en las costumbres de los pueblos, no
est ligado indisolublemente a supersticiones y errores debe ser
examinado con benevolencia y, a ser posible, ser conservado intacto".
Algunas de estas orientaciones, como veremos, seran recogidas por el
Vaticano II, sobre todo en el decreto Adgentes.
18
misioneros. Es verdad que se haba implantado la iglesia, pero se
haban convertido en profundidad las culturas autctonas? Con
frecuencia no se haba visto afectado un paganismo latente. Por otra
parte, las potencialidades religiosas de muchas costumbres o rasgos
culturales no haban sido comprendidas ni asumidas por los misioneros.
Se dirigan otras crticas a los evangelizadores europeos, a veces con
exceso; con frecuencia ellos haban trasplantado su lengua, sus
instituciones, su forma de pensar de un pas a otro. No haba que
despojar entonces al cristianismo de su revestimiento occidental, para
inculturar la fe en las culturas locales y para proceder a una
africanizacin, indianizacin o indigenizacin de las Iglesias autctonas?
El debate afectaba a todos los aspectos de la vida eclesial: el lenguaje, la
teologa, la moral, la liturgia y la aceptacin eventual por la Iglesia de
ciertos elementos de las religiones tradicionales (l Religin, IV), como
los textos sagrados y las formas de orar.
La amplitud y la gravedad de las cuestiones discutidas subrayaron la
necesidad urgente de estudiar ms profundamente las condiciones, los
criterios y los mtodos de la inculturacin. Result claro que haba que
proceder a un reexamen de toda la cuestin a la luz de los principios
teolgicos y de un mejor conocimien= to antropolgico.
19
complejidad que reviste la evangelizacin en los ambientes sometidos a
rpidas mutaciones, muchas veces en crisis de identidad cultural y
religiosa. Hoy es indispensable un esfuerzo metdico de investigacin y
de reflexin. Hay que aprender a analizar las culturas para discernir en
ellas los obstculos, pero tambin las potencialidades respecto a la
recepcin del evangelio. La inculturacin favorecer la conservacin y el
crecimiento de todo lo que hay de sano en las costumbres, las
tradiciones, las artes y el pensamiento de los pueblos. La vida de la
Iglesia, la misma liturgia, se enriquecern con el patrimonio cultural de
las naciones que se evangelizan. La Iglesia no impone ninguna
uniformidad rgida, como afirma el Vaticano II: "Al contrario, cultiva las
cualidades y los dones de los diversos pueblos y los desarrolla. Todo lo
que en sus costumbres no es indisolublemente solidario de
supersticiones y errores, lo aprecia con benevolencia y, si puede,
asegura su perfecta conservacin. Ms an, lo admite a veces en la
misma liturgia, con tal que se armonice con los principios de un
verdadero y autntico espritu litrgico" (SC 37).
Los discernimientos requeridos no se improvisan; exigen un
esfuerzo concertado y suponen que las Iglesias particulares sometan a
"un nuevo examen" los datos de la fe y los elementos culturales de cada
regin para discernir lo que puede o no ser integrado en la vida
cristiana. Sin emplear la palabra inculturacin, el decreto sobre las
misiones del Vaticano II explica claramente las reglas que han de dirigir
su prctica (AG 22).
La autenticidad de la inculturacin se basa, en definitiva, en el respeto a
las condiciones teolgicas y etnolgicas a la vez de la tarea misionera.
Se necesita la plena comprensin de las realidades de la fe y de las
realidades culturales implicadas en la evangelizacin. Este
discernimiento, de naturaleza socio-teolgica, es indispensable para
reconciliar los elementos que entran en tensin dinmica en el proceso
de inculturacin. La inculturacin debe salvaguardar, en primer lugar, la
distincin entre la fe y la cultura y, en segundo lugar, la necesidad de la
unidad y del pluralismo en la Iglesia. Estas exigencias son
fundamentales en la prctica de la inculturacin.
a) Distinguir fe y cultura. Por una parte, la fe debe ser reconocida como
radicalmente distinta de toda cultura. La fe en Cristo no es elproducto
de ninguna cultura; no se identifica con ninguna de ellas; es
absolutamente distinta, ya que viene de Dios. Para las culturas la fe es
siempre "escndalo" y "locura", para emplear las palabras de san Pablo
(1Cor 1,22-23). Pero esta distincin entre fe y cultura no
esdisociacin. La fe est destinada a impregnar toda cultura humana, a
fin de salvarlas y elevarlas segn el ideal del evangelio. Ms an, la fe
no se vive de verdad ms que cuando se hace cultura, es decir, cuando
transforma las mentalidades y los comportamientos. Hay una dialctica
que respetar entre la trascendencia de la palabra revelada y su destino a
fecundar todas las culturas. Rechazar una de estas dos exigencias es
20
exponer la inculturacin bien al sincretismo, que confunde la fe con las
tradiciones humanas, bien a una acomodacin ficticia y superficial del
evangelio a unas culturas determinadas.
b) Salvaguardar la unidad y el pluralismo. Por otra parte, la
inculturacin procurar salvaguardar a la vez la unidad de la Iglesia y el
pluralismo de sus modos de expresin. La evangelizacin sirve para
construir la Iglesia en su unidad y en su identidad esenciales. Es verdad
que el mensaje anunciado se tradujo otras veces en unas categoras de
pensamiento sacadas de culturas particulares, pero esas
interdependencias culturales no invalidan el valor permanente de las
conceptualizaciones elementales de la fe y de las estructuras orgnicas
de la Iglesia. El evangelizador transmite una enseanza enriquecida por
varias generaciones de creyentes, de pensadores, de santos, cuya
aportacin forma parte integrante del patrimonio cristiano. Esta
identidad esencial y fundadora es la que la evangelizacin est llamada
a transmitir a las culturas humanas en trminos accesibles a todas ellas.
Pero la unidad no debe confundirse con la uniformidad. La inculturacin,
por consiguiente, tendr que reconciliar la unidad y la diversidad en la
Iglesia. La larga experiencia de las Iglesias orientales ofrece, en este
sentido, un modelo que Pablo VI presenta como ejemplar: "Precisamente
en las Iglesias orientales es donde se encuentra anticipada y
perfectamente demostrada la validez del esquema pluralista, de forma
que las investigaciones modernas, que tienden a verificar las relaciones
entre el anuncio del evangelio y las civilizaciones humanas, entr la fe y
la cultura, encuentran ya significativamente anticipadas en la historia de
esas venerables Iglesias unas elaboraciones conceptuales y unas formas
concretas ordenadas a este binomio de la unidad y la diversidad': El
Papa indica, por tanto, que la iglesia "acoge este pluralismo como
articulacin de la misma unidad" (Discurso al Colegio griego de Roma,
1 de mayo de 1977).
El principio director de todo esfuerzo de inculturacin de la teologa, de
la predicacin y de la disciplina sigue siendo el crecimiento de la
"communio Ecclesiae", la comunin de la Iglesia universal. Esta unidad,
sin embargo, no es la de un sistema uniforme e indiferenciado, sino ms
bien la de un cuerpo que crece orgnicamente. La Iglesia universal es
una comunin de Iglesias particulares. Es tambin, por extensin, una
comunidad de naciones, de lenguas, de tradiciones, de culturas. Cada
poca o cada civilizacin aporta sus propios dones y su patrimonio a la
vida de la Iglesia. Gracias a la inculturacin, las culturas acogen los
tesoros del evangelio y ofrecen a toda la Iglesia, en compensacin, las
riquezas de sus mejores tradiciones y el fruto de su sabidura. Este
complejo y delicado intercambio es el que tiene que promover la
inculturacin para el crecimiento mutuo de la Iglesia y de cada una de
las culturas.
21
4. EXTENSIN DE LA INCULTURACIN. Un desarrollo ms reciente de
la reflexin ha llevado a extender la prctica de la inculturacin no slo
a los territorios tradicionales de las misiones, sino tambin a las
sociedades modernas, cuyas culturas se han descristianizado y han
quedado marcadas por la secularizacin creciente. La cultura moderna
constituye un obstculo para la evangelizacin y exige un esfuerzo
metdico de inculturacin. Es ste el reto de
la segunda evangelizacin en unos ambientes en que la fe, dormida,
reprimida o rechazada, hace difcil el anuncio del evangelio en toda su
novedad. El documento La fe y la inculturacin de la Comisin Teolgica
Internacional (1988) consagra su primera parte a la cultura de la
modernidad. Leemos all: "La inculturacin del evangelio en las
sociedades modernas exigir un esfuerzo metdico de investigacin y de
accin concertadas. Este esfuerzo supondr en los responsables de la
evangelizacin: 1) una actitud de acogida y de discernimiento crtico; 2)
la capacidad de percibir los afanes espirituales y las aspiraciones
humanas de las nuevas culturas; 3) la aptitud para el anlisis cultural
con vistas a un encuentro efectivo con el mundo moderno".
La inculturacin adquiere entonces unas nuevas dimensiones: no
concierne solamente a las personas, a los pases, a las instituciones que
esperan el evangelio. Inculturar el evangelio significa tambin alcanzar
los fenmenos psico-sociales, las mentalidades, los modos de pensar, los
estilos de vida, para hacer penetrar en ellos la fuerza salvfica del
mensaje cristiano. En resumen, puede decirse que hay que superar una
concepcin geogrfica de la evangelizacin y llegar a una concepcin
ms cultural. Estas perspectivas no se excluyen en lo ms mnimo, sino
que marcan el sentido de un desarrollo necesario de la misin
evangelizadora.
Es verdad que todava quedan regiones geogrficas por cristianizar,
pero el mayor problema es ahora evangelizar las mismas culturas. Hay
que hacer penetrar la luz del evangelio en las mentalidades y en los
ambientes de vida marcados por la indiferencia y el agnosticismo. Estas
corrientes de espritu tienden a difundirse por todas partes por donde
penetra la modernidad.'Con-discernimiento y con confianza, la
Iglesia intenta anunciar a Cristo a las culturas de hoy: y esto exigir un
largo y valeroso proceso de inculturacin, como afirma Juan Pablo 11:
"La Iglesia tiene que hacerse toda para todos, mirando con simpata las
culturas de hoy. Todava hay ambientes y mentalidades, as como pases
y regiones enteras por evangelizar, lo cual supone un largo y valeroso
proceso de inculturacin para que el evangelio penetre en el alma de las
culturas vivas, respondiendo a sus ms elevados anhelos y hacindolas
crecer en la dimensin misma de la fe, de la esperanza y de la caridad
cristianas": El trmino l misin, aade Juan Pablo II, "se aplica en
adelante a las viejas civilizaciones marcadas por el cristianismo, pero
que se ven ahora amenazadas de indiferencia, de agnosticismo y hasta
de irreligin. Adems, aparecen nuevos sectores de cultura, con
22
objetivos, mtodos y lenguajes diversos. Por consiguiente, se impone el
dilogo intercultural a los cristianos en todos los pases (Discurso al
Consejo Pontificio de la Cultura, 18 de enero de 1983).
BIBL.: ARRUPE P., Catequesis e inculturacin (intervencin en l snodo
de 1977), en "Actualidad catequtica" 18 (1978) 7G-81; CARRIER
H., Evangile et cultures de Lon Xlll Jean-Paul II, Ciudad del Vaticano-
Pars 1987 (con trad. espaola); COMMISSION THEOLOGIQUE
NTERNATIONALE La Foi et 17nculturation, en "Doc: Cath. ,1980" (19
marzo 1989) (cf "La Civilt Cattolica" 3326, [21 enero 19891);
"Concilium", Etnicidad y, teologa, n. 121 (1977); Encuentro de culturas
y expresin religiosa, n. 122 (1977); Verdadera y falsa universalidad
del cristianismo, n. 155 (1980); LUZRETAK L.-J., The Church and
~u1tUres: New Perspectives in MissiologicalAnthropology, Maryknoll,
N.Y. 1988; NIEBUHR R., Cristo y la cultura, Barcelona, 1968;
SEGONDIN B., Mensaje evanglico y culturas,Paulinas, Madrid 1982;
TORRES QUEIRUGA A., Inculturacin de la fe, en C. FLORISTAN y J.J.
TAMAYO (eds.), Conceptosfundamentales de Pastoral, Madrid 1983,
471-480.
LA FE Y LA INCULTURACIN [*]
(1987)
Texto aprobado in forma specifica por la Comisin Teolgica
Internacional[1]
INTRODUCCIN
23
qu consignas ha sacado la Iglesia, de sus primeras experiencias de
inculturacin en el mundo greco-romano[5]. Despus ha consagrado un
captulo entero de ese documento a la promocin de la cultura (el sano
fomento del progreso cultural)[6]. Tras haber descrito la cultura como
un esfuerzo por una ms plena humanidad y por una mejor
acomodacin del universo, el Concilio ha considerado largamente las
relaciones entre la cultura y el mensaje de la salvacin. A continuacin
ha enunciado algunos de los deberes ms urgentes de los cristianos con
respecto a la cultura: defensa del derecho de todos a la cultura,
promocin de una cultura integral, armonizacin de las relaciones entre
cultura y cristianismo. El Decreto sobre la actividad misionera de la
Iglesia y la Declaracin sobre las religiones no cristianas retoman
algunas de estas orientaciones. Dos Snodos ordinarios han tratado
expresamente de la evangelizacin de las culturas, el de 1974
consagrado a la evangelizacin[7] y el de 1977 sobre la formacin
catequtica[8]. El Snodo de 1985, que celebraba el vigsimo
aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II ha hablado de la
inculturacin como una ntima transformacin de los autnticos
valores culturales por su integracin en el cristianismo y la radicacin
del cristianismo en todas las culturas humanas[9].
4. Por su parte, el Papa Juan Pablo II ha asumido, de manera especial y
con todo el corazn, la evangelizacin de las culturas: el dilogo de la
Iglesia y de las culturas reviste, a sus ojos, una importancia vital para el
futuro de la Iglesia y del mundo. El Santo Padre ha creado un
organismo curial especializado para que le ayude en esta gran obra: el
Consejo pontificio para la cultura[10]. Por lo dems, la Comisin
Teolgica Internacional se alegra de poder reflexionar hoy con este
Dicasterio sobre la inculturacin de la fe.
5. Apoyndose en la conviccin de que la Encarnacin del Verbo ha
sido tambin una encarnacin cultural, el Papa afirma que las culturas
comparables analgicamente con la humanidad de Cristo en lo que
tienen de bueno, pueden jugar un papel positivo de mediacin para la
expresin y la irradiacin de la fe cristiana[11].
6. Dos temas esenciales estn vinculados a estas perspectivas. En
primer lugar, el de la transcendencia de la Revelacin con respecto a
las culturas en que se expresa. En efecto, la Palabra de Dios no podra
identificarse o vincularse de modo exclusivo a los elementos de cultura
que la transmiten. El evangelio, donde se implanta, impone
frecuentemente incluso una conversin de las mentalidades y una
enmienda de las costumbres: tambin las culturas deben ser
purificadas y restauradas en Cristo.
7. El segundo gran tema del magisterio de Juan Pablo II se refiere a la
urgencia de la evangelizacin de las culturas. Esta tarea supone que se
comprendan y se penetren las identidades culturales particulares con
una simpata crtica y que, con un cuidado de universalidad congruente
con la realidad propiamente humana de todas las culturas, se
24
favorezcan los intercambios entre ellas. El Santo Padre fundamenta as
la evangelizacin de las culturas sobre una concepcin antropolgica
fuertemente enraizada en el pensamiento cristiano ya desde los Padres
de la Iglesia. Porque la cultura cuando es correcta, revela y fortifica la
naturaleza del hombre, la impregnacin cristiana de la cultura supone
la superacin de todo historicismo y de todo relativismo en la
concepcin de lo humano. La evangelizacin de las culturas debe, por
ello, inspirarse en el amor del hombre en s mismo y por s mismo,
especialmente en los aspectos de su ser y de su cultura que estn
atacados o amenazados[12].
8. A la luz de este magisterio, como tambin de la reflexin que el tema
de la inculturacin de la fe ha suscitado en la Iglesia, propondremos, en
primer lugar, una antropologa cristiana que sita la naturaleza, la
cultura y la gracia en su relacin mutua. Veremos a continuacin el
proceso de inculturacin que se realiza en la historia de la salvacin:
antiguo Israel, vida y obra de Jess, Iglesia primitiva. Una ltima
seccin tratar de los problemas que actualmente se plantean a la fe
por el encuentro con la piedad popular, las religiones no cristianas, la
tradicin cultural de las Iglesias jvenes y finalmente los diversos
aspectos de la modernidad.
25
arte y de generosidad, y un lote considerable de desviaciones y de
perversiones. La atencin se dirige entonces juntamente a la naturaleza
humana y a la condicin humana, expresin que integra datos
existenciales, de los que algunos el pecado y la gracia tocan la
historia de la salvacin. Si, por tanto, utilizamos la palabra cultura en
primer lugar en un sentido positivo por ejemplo, como sinnima de
desarrollo como han hecho el Concilio Vaticano II y los Papas
recientes, no olvidamos que las culturas pueden perpetuar y favorecer
opciones de orgullo y de egosmo.
4. La cultura se comprende en la prolongacin de las exigencias de la
naturaleza humana, como cumplimiento de sus finalidades; as lo
ensea especialmente la constitucin Gaudium et spes: Es propio de la
persona humana no llegar a la verdadera y propia humanidad si no es
mediante la cultura, es decir, cultivando los bienes y los valores de la
naturaleza... En sentido general, con la palabra cultura se indica todo
aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus mltiples cualidades
de alma y cuerpo[14]. Los campos de la cultura son, por tanto,
muchos: el hombre procura someter el mismo orbe de la tierra por el
conocimiento y el trabajo; hace ms humana la vida social... por el
progreso de las costumbres y de las instituciones; finalmente expresa,
conserva y comunica a travs del tiempo, en sus obras, las grandes
experiencias espirituales y las aspiraciones para que sirvan de provecho
a muchos e incluso a todo el gnero humano[15].
5. El sujeto primero de la cultura es la persona humana considerada
segn todas las dimensiones de su ser. El hombre se cultiva en esto
consiste la finalidad primera de la cultura, pero lo hace gracias a
obras de cultura y a una memoria cultural. As la cultura designa
tambin el medio en el cual y gracias al cual las personas pueden
crecer.
6. La persona humana es un ser de comunin: se expande dando y
recibiendo. Por ello, la persona progresa en solidaridad con los otros y a
travs de los lazos sociales vivos. As realidades como la nacin, el
pueblo, la sociedad, con su patrimonio cultural, constituyen para el
desarrollo de la persona un medio histrico y determinado... del que
[el hombre] obtiene los valores para promover la civilizacin[16].
7. La cultura que es siempre una cultura concreta y particular, est
abierta a los valores superiores comunes a todos los hombres. La
originalidad de una cultura no significa, por tanto, repliegue sobre s
misma, sino contribucin a una riqueza que es bien de todos los
hombres. Por ello, el pluralismo cultural no podra interpretarse como
la yuxtaposicin de universos cerrados, sino como la participacin en el
concierto de realidades, orientadas todas ellas hacia los valores
universales de la humanidad. Los fenmenos de penetracin recproca
de las culturas, frecuentes en la historia, ilustran esta apertura
fundamental de las culturas particulares a los valores comunes a todos
los hombres, y por ello la apertura de las culturas entre s.
26
8. El hombre es un ser naturalmente religioso. La orientacin hacia el
Absoluto est inscrita en su ser profundo. La religin, en sentido
amplio, es parte integrante de la cultura en que se enraza y que
desarrolla. Por ello, todas las grandes culturas implican la dimensin
religiosa como clave de bveda del edificio que constituyen, dimensin
que inspira las grandes realizaciones que han marcado la historia
milenaria de las civilizaciones.
9. En la raz de las grandes religiones est el movimiento ascendente
del hombre a la bsqueda de Dios. Purificado de sus desviaciones y
defectos, este movimiento debe ser objeto de un respeto sincero. Sobre
l se injerta el don de la fe cristiana. Porque lo que distingue a la fe
cristiana, es ser libre adhesin a la propuesta del amor gratuito de Dios
que se nos revela, que nos ha dado a su Hijo nico para liberarnos del
pecado y que ha derramado su Espritu en nuestros corazones. En este
don que Dios hace de s mismo a la humanidad, reside la radical
originalidad cristiana frente a todas las aspiraciones, demandas,
conquistas y adquisiciones de la naturaleza.
10. La fe cristiana, porque transciende todo el orden de la naturaleza y
de la cultura, por una parte, es compatible con todas las culturas en lo
que tienen de conforme con la recta razn y la buena voluntad, y por
otra parte, es ella misma, en grado eminente, un factor dinamizante de
cultura. Un principio ilumina el conjunto de las relaciones entre la fe y
la cultura: la gracia respeta la naturaleza, la cura de las heridas del
pecado, la conforta y la eleva. La elevacin a la vida divina es la
finalidad especfica de la gracia, pero no puede realizarse sin que la
naturaleza sea sanada y sin que la elevacin al orden sobrenatural lleve
la naturaleza, en su lnea propia, a una plenitud de perfeccin.
11. El proceso de inculturacin puede definirse como el esfuerzo de la
Iglesia por hacer penetrar el mensaje de Cristo en un determinado
medio socio-cultural, llamndolo a crecer segn todos sus valores
propios, en cuanto son conciliables con el Evangelio. El
trminoinculturacin incluye la idea de crecimiento, de enriquecimiento
mutuo de las personas y de los grupos, del hecho del encuentro del
evangelio con un medio social. Segn Juan Pablo II, en los grandes
apstoles de los eslavos se encuentra un ejemplo de lo que hoy se
llamainculturacin, a saber: la insercin del evangelio en una cultura
autctona y la introduccin de esa misma cultura en la vida de la
Iglesia[17].
27
1. Consideramos las relaciones de la naturaleza, de la cultura y de la
gracia en la historia concreta de la Alianza de Dios con la humanidad.
En esta historia que comienza con un pueblo particular, culmina en un
hijo de ese pueblo que es tambin Hijo de Dios, y a partir de l se
extiende a todas las naciones de la tierra, se muestra la admirable
condescendencia de la Sabidura eterna[18].
28
medio de No, con todos los pueblos de la tierra que estn dispuestos a
vivir en la justicia (cf Gn 9, 1-17; Eclo 44, 17-19). Esta Alianza es
anterior a las que se hicieron con Abrahn y con Moiss. A partir de
Abrahn, Israel est llamado a comunicar a todas las familias de la
tierra, las bendiciones que ha recibido (Gn 12, 1-5; Jer 4, 2; Eclo 44,
21).
7. Sealemos, por otra parte, que los diversos aspectos de la cultura de
Israel no mantienen las mismas relaciones con la revelacin divina.
Algunos atestiguan la resistencia a la Palabra de Dios, mientras que
otros expresan su aceptacin. Entre estos ltimos hay que distinguir
todava entre lo provisorio (prescripciones rituales y judiciales) y lo
permanente, de alcance universal. Ciertos elementos en la Ley de
Moiss, los profetas y los salmos (Lc 24, 44; cf. v. 27) tienen
precisamente el sentido de ser la prehistoria de Jess.
29
las sabiduras y de las morales meramente humanas, e incluso de la Ley
aunque dada a Moiss por Dios, todas ellas instituciones capaces de dar
el conocimiento del bien, pero no la fuerza para cumplirlo, el
conocimiento del pecado, pero no el poder de substraerse a l (Rom 7,
16ss; 3, 20; 7, 7; 1 Tim 1, 8).
12. La encarnacin del Hijo de Dios, por haber sido integral y concreta,
fue una encarnacin cultural. El mismo Cristo por su encarnacin se
uni a determinadas condiciones sociales y culturales de los hombres
con los que convivi[19].
13. El Hijo de Dios ha querido ser un Judo de Nazaret en Galilea, que
hablaba arameo, estaba sometido a padres piadosos de Israel, los
acompaaba al Templo de Jerusaln, donde lo encuentran sentado en
medio de los doctores, oyndolos y preguntndoles (Lc 2, 46). Jess
crece en medio de las costumbres y de las instituciones de la Palestina
del siglo primero, aprendiendo los oficios de su poca, observando el
comportamiento de los pescadores, de los campesinos y de los
comerciantes de su ambiente. Las escenas y los paisajes de los que se
nutre la imaginacin del futuro rabino, son de un pas y de una poca
bien determinados.
14. Nutrido con la piedad de Israel, formado por la enseanza de la Ley
y de los profetas, a la que una experiencia completamente singular de
Dios como Padre permite dar una profundidad inaudita, Jess se sita
en una tradicin espiritual bien determinada, la del profetismo judo.
Como los profetas de otro tiempo, l es la boca de Dios y llama a la
conversin. La manera es igualmente muy tpica: el vocabulario, los
gneros literarios, los procedimientos de estilo, todo recuerda la lnea
de Elas y Eliseo: el paralelismo bblico, los proverbios, las paradojas,
las amonestaciones, las bienaventuranzas y hasta las acciones
simblicas.
15. Jess est de tal manera ligado a la vida de Israel que el pueblo y la
tradicin religiosa en que se sita, tienen, por este mismo hecho, algo
de singular en la historia de la salvacin de los hombres: este pueblo
elegido y la tradicin religiosa que ha dejado, tienen una significacin
permanente para la humanidad.
16. No. La encarnacin no tiene nada de improvisacin. El Verbo de
Dios entra en una historia que lo prepara, lo anuncia y lo prefigura.
Cristo, en primer lugar, se puede decir que forma cuerpo con el pueblo
30
que Dios se ha preparado en orden del don que har de su Hijo. Todas
las palabras que han proferido los profetas, preludian la Palabra
subsistente que es el Hijo de Dios.
17. As la historia de la alianza concluida con Abrahn y, por Moiss,
con el pueblo de Israel, como tambin los libros que narran y explanan
esta historia, conservan para los fieles de Jess el papel de una
pedagoga indispensable e insustituible. Por lo dems, la eleccin de
este pueblo del que ha salido Jess, jams ha sido revocada. Mis
parientes segn la carne escribe Pablo son los Israelitas, de los
que es la adopcin filial y la gloria y la alianza y la legislacin y el culto
y las promesas, de los que son los padres, y de los que procede Cristo
segn la carne: que es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos.
Amn (Rom 9, 3-5). El buen olivo no ha perdido sus privilegios en favor
del olivo salvaje que ha sido injertado en l (Rom 11, 24).
B) La catolicidad del nico
18. Por muy particular que sea la condicin del Verbo hecho carne y,
por tanto, de la cultura que lo acoge, lo forma y lo prolonga, el Hijo
de Dios no se ha unido primariamente a esta particularidad. Porque
Dios se ha hecho hombre, ha asumido tambin, en cierta manera, una
raza, un pas y una poca. Porque en l la naturaleza humana ha sido
asumida, no suprimida, tambin en nosotros ha sido elevada a una
dignidad sublime. Pues el mismo Hijo de Dios, por su encarnacin, de
alguna manera, se uni con todo hombre[20].
19. La transcendencia de Cristo no lo asla por encima de la familia
humana, sino que lo hace presente a todo hombre, ms all de todo
particularismo. No se le puede considerar extranjero con respecto a
nadie ni en ninguna parte[21]. Ya no hay judo ni griego, ya no hay
esclavo ni libre, ya no hay varn ni mujer, porque todos sois uno en
Cristo Jess (Gl 3, 28). Cristo nos alcanza tanto en la unidad que
formamos como en la multiplicidad y en la diversidad de los individuos
en que se realiza nuestra naturaleza comn.
20. Sin embargo, Cristo no nos alcanzara en la verdad de nuestra
humanidad concreta, si no entrara en contacto con nosotros en la
diversidad y la complementariedad de nuestras culturas. En efecto, las
culturas lengua, historia, actitud general ante la vida, instituciones
diversas nos acogen, para bien o para mal, en la vida, nos acompaan
y nos prolongan. Si el cosmos entero es misteriosamente el lugar de la
gracia y del pecado, cmo no lo seran tambin nuestras culturas que
son los frutos y los grmenes de la actividad propiamente humana?
21. En el Cuerpo de Cristo, las culturas, en la medida en que son
animadas y renovadas por la gracia y la fe, son, por lo dems,
complementarias. Ellas permiten ver la fecundidad multiforme de que
son capaces las enseanzas y las energas del mismo evangelio, as
como los mismos principios de verdad, de justicia, de amor y de
libertad, cuando estn atravesados por el Espritu de Cristo.
31
22. Finalmente hay que recordar que la Iglesia, esposa del Verbo
encarnado, no se preocupa de la suerte de las diversas culturas de la
humanidad por estrategia interesada. Quiere animar desde el interior
estos recursos de verdad y de amor, que Dios ha dispuesto en su
creacin como semina Verbi, protegerlos y liberarlos del error y del
pecado con que los hemos corrompido. El Verbo de Dios no viene a una
creacin que le sea extraa. Todas las cosas han sido creadas por l y
para l, y l es antes que todas las cosas y todas las cosas se mantienen
en l (Col 1, 16-17).
32
26. Pero el misterio de la Cruz, escndalo para los judos, es locura para
los paganos. Aqu, la inculturacin de la fe choca con el pecado radical
que retiene cautiva (cf. Rom 1, 18) la verdad de una cultura que no
ha sido asumida por Cristo: la idolatra. Mientras el hombre est
privado de la gloria de Dios (cf. Rom 3, 23), todo lo que cultiva, es
imagen opaca de s mismo. El kerygma paulino parte entonces de la
Creacin y de la vocacin a la alianza, denuncia las perversiones
morales de la humanidad ciega y anuncia la salvacin en Cristo
crucificado y resucitado.
27. Despus de la prueba para la catolicidad entre comunidades
cristianas culturalmente diferentes, despus de las resistencias del
legalismo judo y de la idolatra, en el gnosticismo la fe se entrega a la
cultura. El fenmeno nace en la poca de las ltimas cartas de Pablo y
de Juan; y alimentar la mayor parte de las crisis doctrinales de los
siglos siguientes. Aqu la razn humana, en su estado vulnerado,
rechaza la locura de la Encarnacin del Hijo de Dios e intenta recuperar
el Misterio acomodndolo a la cultura reinante. Ahora bien, la fe
reposa no en la sabidura de los hombres, sino en el poder de Dios (cf.
1 Cor 2, 4ss).
33
pantalla al mutuo reconocimiento en la fe apostlica y a la solidaridad
en el amor.
c) Toda Iglesia enviada a las naciones slo da testimonio de su Seor si
con respecto a sus lazos culturales se conforma a l en
la knosis primera de su Encarnacin y en el abajamiento ltimo de su
Pasin vivificante. La inculturacin de la fe es una de las expresiones de
la Tradicin apostlica, de la que Pablo subraya muchas veces el
carcter dramtico (1 y 2 Corpassim).
30. Los escritos apostlicos y los testimonios patrsticos no limitan su
visin de la cultura al servicio de la evangelizacin, sino que la integran
en la totalidad del Misterio de Cristo. Para ellos, la creacin es el reflejo
de la Gloria de Dios, el hombre es su icono viviente, y en Cristo se ha
dado la semejanza con Dios. La cultura es el lugar en que el hombre y
el mundo son llamados a encontrarse en la Gloria de Dios. El encuentro
falta o se oscurece en la medida en que el hombre es pecador. En el
interior de la creacin cautiva se vive la gestacin del universo nuevo
(Ap 21, 5): la Iglesia gime (cf. Rom 8, 18-25). En ella y por ella, las
creaturas de este mundo pueden vivir su redencin y su
transfiguracin.
III. Problemas actuales de inculturacin
La piedad popular
Inculturacin de la fe y religiones no cristianas
Las jvenes Iglesias y su pasado cristiano
La fe cristiana y la modernidad
La piedad popular
34
2. Por religiosidad popular en los pases que han sido tocados por el
evangelio, se entiende generalmente la unin de la fe y de la piedad
cristiana, por una parte, con la cultura profunda y formas de la religin
anterior de las poblaciones, por otra. Se trata de esas devociones muy
numerosas en que los cristianos expresan su sentimiento religioso en el
lenguaje simple, entre otros, de la fiesta y de la peregrinacin, de la
danza y del canto. Se ha podido hablar de sntesis vital a propsito de
esta piedad, ya que une espritu y cuerpo, comunin e institucin,
persona y comunidad, fe y patria, inteligencia y afecto[23]. La calidad
de la sntesis como puede preverse depende de la antigedad y
profundidad de la evangelizacin, as como de la compatibilidad de los
antecedentes religiosos y culturales con la fe cristiana.
3. En la exhortacin apostlica Evangelii nuntiandi, Pablo VI ha
confirmado y alentado una valoracin nueva de la piedad popular.
Estas expresiones [con las que se significan la bsqueda de Dios y la
fe], aunque largo tiempo consideradas menos puras y, a veces,
despreciadas, vuelven casi por todas partes a ser mejor estudiadas y
conocidas por los hombres de nuestro tiempo[24].
4. Si se orienta bien, sobre todo por una accin de evangelizacin
continuaba Pablo VI la misma [piedad popular] es rica tambin en
muchos bienes. Pues muestra una sed de Dios que slo pueden
experimentar los sencillos y pobres de espritu; da a los hombres la
capacidad de darse y entregarse hasta el herosmo, cuando se trata de
confesar la fe. Trae consigo un fino sentido para poder percibir los
atributos inefables de Dios: a saber, su paternidad, providencia, la
presencia de su amor perpetuo y benevolente. Engendra en el interior
del hombre tales actitudes que difcilmente pueden encontrase
semejantes o iguales: a saber, la paciencia, la conciencia de que la cruz
ha de ser llevada en la vida diaria, el desapego, la abierta aceptacin de
los dems, la observancia de las obligaciones[25].
5. Por lo dems, la fuerza y la profundidad de las races de la piedad
popular se han manifestado claramente en este largo perodo de
desestima, de que hablaba Pablo VI. Las expresiones de la piedad
popular han sobrevivido a las numerosas predicciones de su
desaparicin, que la modernidad y los progresos del secularismo
parecan garantizar. En muchas regiones del orbe han conservado e
incluso aumentado el atractivo que ejercan sobre las multitudes.
6. Muchas veces se han denunciado las limitaciones de la piedad
popular. Consisten en un cierto simplismo, fuente de diversas
deformaciones de la religin, en concreto de supersticiones. Se
permanece en el nivel de manifestaciones culturales sin que una
verdadera adhesin de fe y la expresin de esta fe se comprometan en
el servicio del prjimo. La piedad popular, mal orientada, puede
conducir incluso a la formacin de sectas y poner as en peligro la
verdadera comunidad eclesial. Ulteriormente tiene el peligro de ser
35
manipulada sea por poderes polticos sea por fuerzas religiosas
extraas a la fe cristiana.
7. La conciencia de estos peligros invita a practicar una catequesis
inteligente, que estime los mritos de una piedad popular autntica y
que sea, al mismo tiempo, capaz de discernimiento. Una liturgia viva y
adaptada est igualmente llamada a jugar un gran papel en la
integracin de una fe muy pura y de las formas tradicionales de vida
religiosa de los pueblos. Sin duda alguna, la piedad popular puede
aportar una contribucin insustituible a una antropologa cultural
cristiana que permitira reducir la distancia, a veces trgica, entre la fe
de los cristianos y ciertas instituciones socio-econmicas de orientacin
muy diferente que rigen su vida diaria.
36
12. Para la fe cristiana, la unidad de todos en su origen y en su destino,
es decir, en la creacin y en la comunin con Dios en Jesucristo va
acompaada de la presencia y de la accin universales del Espritu
Santo. La Iglesia en dilogo escucha y aprende. La Iglesia catlica no
rechaza nada de lo que es verdadero y santo en estas religiones. Con
sincero respeto considera aquellas maneras de obrar y vivir, aquellos
preceptos y doctrinas que aunque discrepen, en muchos puntos, de los
que ella tiene y propone, sin embargo frecuentemente traen consigo un
rayo de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres[26].
13. Este dilogo tiene algo de original, ya que, como lo atestigua la
historia de las religiones, la pluralidad de las religiones ha engendrado
frecuentemente discriminacin y celos, fanatismo y despotismo, cosas
todas que han valido a la religin la acusacin de ser fuente de divisin
en la familia humana. La Iglesia, sacramento universal de
salvacin[27], es decir, signo e instrumento de la unin ntima con
Dios y de la unidad de todo el gnero humano[28], es llamada por Dios
a ser ministra e instrumento de la unidad en Jesucristo para todos los
hombres y todos los pueblos.
37
16. En virtud de la comunin catlica que une todas las Iglesias
particulares en una misma historia, las jvenes Iglesias consideran el
pasado de las Iglesias que les han dado nacimiento, como una parte de
su propia historia. Sin embargo, el acto decisivo de interpretacin que
seala su madurez espiritual, consiste en reconocer esta anterioridad
como originaria y no slo como histrica. Esto significa que acogiendo
con fe el evangelio que les han anunciado las Iglesias ms antiguas, las
jvenes Iglesias han acogido al mismo gua del camino de la fe (Heb
12, 2) y la entera Tradicin en la que la fe est atestiguada, as como la
capacidad de engendrar formas originales en que se expresar la fe
nica y comn. Iguales en dignidad, viviendo del mismo misterio,
autnticas Iglesias-hermanas, las jvenes Iglesias manifiestan,
juntamente con las que les son mayores, la plenitud del misterio de
Cristo.
17. La Iglesia, pueblo de la Nueva Alianza, en cuanto que hace memoria
del misterio pascual y anuncia sin cesar la vuelta del Seor, puede
decirse escatologa comenzada de las tradiciones culturales de los
pueblos, a condicin, sin duda, de que estas tradiciones hayan sido
sometidas a la ley purificadora de la muerte y de la resurreccin en
Jesucristo.
18. Como san Pablo en el Arepago de Atenas, la joven Iglesia hace una
lectura nueva y creativa de la cultura ancestral. Cuando esta cultura
pasa a Cristo, se quita el velo (2 Cor 3, 16). En el tiempo
de incubacin de la fe, esta Iglesia haba descubierto a Cristo como
exegeta y exgesis del Padre en el Espritu[29]; por lo dems, no cesa
de contemplarlo como tal. Ahora lo descubre exegeta y exgesis del
hombre, fuente y destinatario de la cultura. Al Dios desconocido,
revelado en la Cruz, corresponde el hombre desconocido que la joven
Iglesia anuncia en su cualidad de misterio pascual vivo, inaugurado por
gracia en la antigua cultura.
19. En la salvacin que hace presente, la joven Iglesia se esfuerza por
encontrar todos los vestigios de la solicitud de Dios por un grupo
humano particular, los semina Verbi. Lo que el prlogo de la Carta a los
Hebreos dice de los Padres y de los profetas, puede tomarse y vale, de
alguna manera, analgicamente de toda cultura humana con respecto a
Jesucristo, en lo que es recto y verdadero en las culturas y en lo que
contienen de sabidura.
La fe cristiana y la modernidad
38
caractersticos, como tambin en sus expectaciones y sus necesidades
con respecto a la salvacin aportada por Jesucristo.
21. La revolucin industrial fue igualmente una revolucin cultural.
Valores asegurados hasta entonces se pusieron en cuestin, como el
sentido del trabajo personal y comunitario, la relacin directa del
hombre a la naturaleza, la pertenencia a una familia de apoyo tanto en
la cohabitacin como en el trabajo, el enraizamiento en comunidades
locales y religiosas de dimensiones humanas, la participacin en
tradiciones, ritos, ceremonias y celebraciones que dan sentido a los
grandes momentos de la existencia. La industrializacin, provocando un
amontonamiento desordenado de las poblaciones, aporta graves
perjuicios a estos valores seculares, sin suscitar comunidades capaces
de integrar nuevas culturas. En un momento en que los pueblos ms
indefensos estn buscando un modelo apropiado de desarrollo, se
perciben mejor tanto las ventajas como los riesgos y los costes humanos
de la industrializacin.
22. Se han realizado grandes progresos en muchos campos de la vida:
alimentacin, salud, educacin, transportes, acceso a los bienes de
consumo de toda especie. Sin embargo, inquietudes profundas surgen
en el inconsciente colectivo. En muchos pases, la idea de progreso ha
cedido el puesto, sobre todo despus de la segunda guerra mundial, al
desencanto. La racionalidad en materia de produccin y de
administracin, cuando olvida el bien de las personas, trabaja contra la
razn. La emancipacin con respecto a las comunidades de pertenencia
ha enterrado al hombre en la multitud solitaria. Los nuevos medios de
comunicacin destruyen de la misma manera que pueden unir. La
ciencia por las creaciones tcnicas que son su fruto, aparece, a la vez,
creadora y homicida. Por ello, algunos desesperan de la modernidad y
hablan de una nueva barbarie. A pesar de tantos fracasos y faltas, es
necesario esperar una reaccin moral de todas las naciones, ricas y
pobres. Si el evangelio es predicado y escuchado, es posible una
conversin cultural y espiritual: sta llama a la solidaridad, al cuidado
por el bien integral de la persona, a la promocin de la justicia y de la
paz, a la adoracin del Padre, del que procede todo bien.
23. La inculturacin del evangelio en las sociedades modernas exigir
un esfuerzo metdico de bsqueda y de accin concertadas. Este
esfuerzo supondr en los responsables de la evangelizacin: 1) una
actitud de acogida y de discernimiento crtico; 2) la capacidad de
percibir las expectaciones espirituales y las aspiraciones humanas de
las nuevas culturas; 3) la aptitud para el anlisis cultural en orden a un
encuentro efectivo con el mundo moderno.
24. En efecto, se requiere una actitud de acogida en quien quiere
comprender y evangelizar el mundo de este tiempo. La modernidad est
acompaada de progresos innegables en muchos campos, materiales y
culturales: bienestar, movilidad humana, ciencia, investigacin,
educacin, nuevo sentido de la solidaridad. Adems la Iglesia del
39
Vaticano II ha tomado una viva conciencia de las nuevas condiciones en
las que debe ejercer su misin, y en las culturas de la modernidad se
construye la Iglesia de maana. A propsito del discernimiento se
aplica la consigna tradicional repetida por Po XII: hay que conocer
ms y mejor la cultura y las instituciones de los diversos pueblos y
cultivar y promover sus valores y dotes espirituales... Todo lo que en las
costumbres de los pueblos no est indisolublemente ligado a
supersticiones y errores debe considerarse siempre con benevolencia y,
s es posible, conservarse intacto y protegido[30].
25. El evangelio suscita cuestiones fundamentales en quien reflexiona
sobre el comportamiento del hombre moderno: Cmo hacer
comprender a este hombre la radicalidad del mensaje de
Cristo: la caridad incondicional, la pobreza evanglica, la adoracin del
Padre y el asentimiento constante a su voluntad? Cmo educar en el
sentido cristiano del sufrimiento y de la muerte? Cmo suscitar la fe y
la esperanza en la obra de resurreccin realizada por Cristo?
26. Tenemos que desarrollar una capacidad de analizar las culturas, de
percibir sus incidencias morales y espirituales. Se impone una
movilizacin de toda la Iglesia, para afrontar con xito la tarea
sumamente compleja de la inculturacin del evangelio en el mundo
moderno. En esta materia, debemos abrazar la preocupacin de Juan
Pablo II: Desde el comienzo de mi pontificado he considerado que el
dilogo de la Iglesia con las culturas de nuestro tiempo era un campo
vital, en el que est en juego el destino del mundo en este final del siglo
XX[31].
CONCLUSIN
40
y valiente proceso de inculturacin para que el evangelio penetre el
alma de las culturas, respondiendo as a sus expectaciones ms altas y
hacindolas crecer a la misma medida de la fe, de la esperanza y de la
caridad cristiana... A veces, las culturas no han sido todava tocadas
ms que superficialmente y, en todo caso, porque se transforman sin
cesar, exigen un acercamiento renovado... Adems, aparecen nuevos
sectores de cultura con objetivos, mtodos y lenguajes diversos[34].
NOTA ANEXA
41
[*] Texto oficial latino en Commissio Theologica Internationalis, Fides et
Inculturatio: Gregorianum 70 (1989) 625-646.
[1] Documento preparado por la comisin teolgica Internacional
durante su sesin plenaria de diciembre de 1987, aprobado
ampliamente en forma especfica durante la sesin plenaria de 1988 y
publicado con el consentimiento de su eminencia el cardenal Joseph
Ratzinger, presidente de la Comisin. En la Nota anexa a este
documento se encuentran los nombres de los miembros que han
contribuido ms particularmente a la elaboracin de este texto.
[2] Vanse los textos La unidad de la fe y el pluralismo
teolgico (1972), Promocin humana y salvacin
cristiana (1976), Doctrina catlica sobre el matrimonio (1977),
Cuestiones selectas de Cristologa (1979).
[3] Temas selectos de Eclesiologa (1984), 4.
[4] Pontificia Comisin Bblica, Fede e cultura alla luce della Bibbia-Foi
et culture la lumire de la Bible (Torino [Editrice Elle Di Ci] 1981).
[5] Concilio Vaticano II, Const. pastoral Gaudium et spes, 44: AAS 58
(1966) 1064-1065.
[6] Concilio Vaticano II, Const. pastoral Gaudium et spes, 53-62: AAS 58
(1966) 1075-1084.
[7] Pablo VI, Exhort. apostlica Evangelii nuntiandi, 18-20: AAS 68
(1976) 17-19.
[8] Juan Pablo II, Exhort. apostlica Catechesi tradendae, 53: AAS 71
(1979) 1319-1321.
[9] Ecclesia sub Verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi.
Relatio finalis, II, D, 4 (E Civitate Vaticana 1985) 17-18.
[10] Juan Pablo II, Carta por la que se instituye el Consejo Pontificio
para la Cultura (20 de mayo de 1982): AAS 74 (1982) 683-688.
[11] Juan Pablo II, Alocucin en la Universidad de Coimbra (15 de mayo
de 1982), 5:Insegnamenti 5/2, 1695; Id., Alocucin a los Obispos de
Kenya (7 de mayo de 1980), 6: AAS 72 (1980) 497.
[12] Juan Pablo II, Alocucin a los miembros del Consejo Pontificio para
la Cultura (18 de enero de 1983), 7: AAS 75 (1983) 386.
[13]Pablo VI, Enc. Humanae vitae, 13: AAS 60 (1968) 489.
[14] Concilio Vaticano II, Const. pastoral Gaudium et spes, 53: AAS 58
(1966) 1075.
[15] Concilio Vaticano II, Const. pastoral Gaudium et spes, 53: AAS 58
(1966) 1075.
[16] Concilio Vaticano II, Const. pastoral Gaudium et spes, 53: AAS 58
(1966) 1075.
[17] Juan Pablo II, Enc. Slavorum apostoli (2 de junio de 1985), 21: AAS
77 (1985) 802.
[18] Concilio Vaticano II, Const. dogmtica Dei Verbum, 13: AAS 58
(1966) 824.
[19]Concilio Vaticano II, Decreto, Ad gentes, 10: AAS 58 (1966) 959.
42
[20] Concilio Vaticano II, Const. pastoral Gaudium et spes, 22: AAS 58
(1966) 1042.
[21] Concilio Vaticano II, Decreto, Ad gentes, 8: AAS 58 (1966) 957,
donde la afirmacin se hace en plural hablando, a la vez, de Cristo y de
la Iglesia.
[22] Concilio Vaticano II, Decl. Nostra aetate, 2: AAS 58 (1966) 741.
[23] III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla.
La Evangelizacin en el presente y en el futuro de Amrica
Latina (Madrid, BAC, 1979) 188.
[24] Pablo VI, Exhort. apostlica Evangelii nuntiandi, 48: AAS 68 (1976)
37.
[25] Pablo VI, Exhort. apostlica Evangelii nuntiandi, 48: AAS 68 (1976)
37-38.
[26] Concilio Vaticano II, Decl. Nostra aetate, 2: AAS 58 (1966) 741.
[27]Concilio Vaticano II, Const. dogmtica Lumen gentium, 48: AAS 57
(1965) 53.
[28]Concilio Vaticano II, Const. dogmtica Lumen gentium, 1: AAS 57
(1965) 5.
[29] Cf. H. de Lubac, Exgse mdivale, t.1 (Pars 1959) 322-324. Po
XII, Enc. Summi Pontificatus (20 de octubre de 1939): AAS 31 (1939)
429.
[30] Po XII, Enc. Summi Pontificatus (20 de octubre de 1939): AAS 31
(1939) 429.
[31] Juan Pablo II, Carta por la que se instituye el Consejo Pontificio
para la Cultura: AAS 74 (1982) 683.
[32] Pablo VI, Exhort. apostlica Evangelii nuntiandi, 19: AAS 68 (1976)
18.
[33] Ibid., 20: AAS 68 (1976) 18.
[34] Juan Pablo II, Alocucin a los miembros del Consejo Pontificio para
la Cultura, 4: AAS 75 (1983) 384
43