El Reino de Este Mundo Prologo de A.C.
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El Reino de Este Mundo Prologo de A.C.
PRLOGO
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A fines del ao 1943 tuve la suerte de poder visitar el reino de Henr Christophe las
ruinas, tan poticas, de Sans-Souci; la mole, imponentemente intacta a pesar de rayos y
terremotos, de la Ciudadela La Ferrire y de conocer la todava normanda Ciudad del
Cabo el Cap Franis de la antigua colonia, donde una calle de largusimos balcones
conduce al palacio de cantera habitado antao por Paulina Bonaparte. Despus de sentir
el nada mentido sortilegio de las tierras de Hait, de haber hallado advertencias mgicas
en los caminos rojos de la Meseta Central, de haber odo los tambores del Petro y del
Rada, me vi llevado a acercar la maravillosa realidad vivida a la acotante pretensin de
suscitar lo maravilloso que caracteriz ciertas literaturas europeas de estos ltimos treinta
aos. Lo maravilloso, buscado a travs de los viejos cliss de la selva de Brocelianda, de
los caballeros de la Mesa Redonda, del encantador Merln y del ciclo de Arturo. Lo
maravilloso, pobremente sugerido por los oficios y deformidades de los personajes de
feria no se cansarn los jvenes poetas franceses de los fenmenos y payasos de la
fte foraine, de los que ya Rimbaud se haba despedido en su Alquimia del Verbo?. Lo
maravilloso, obtenido con trucos de prestidigitacin, reunindose objetos que para riada
suelen encontrarse: la vieja y embustera historia del encuentro fortuito del paraguas y de
la mquina de coser sobre una mesa de diseccin, generador de las cucharas de armio,
los caracoles en el taxi pluvioso, la cabeza de len en la pelvis de una viuda, de las
exposiciones surrealistas. O, todava, lo maravilloso literario: el rey de la Julieta de Sade,
el supermacho de Jarry, el monje de Lewis, la utilera escalofriante de la novela negra
inglesa: fantasmas, sacerdotes emparedados, licantropas, manos clavadas sobre la
puerta de un castillo.
Pero, a fuerza de querer suscitar lo maravilloso a todo trance, los taumaturgos se hacen
burcratas. Invocado por medio de frmulas consabidas que hacen de ciertas pinturas un
montono baratillo de relojes amelcochados, de maniques de costurera, de vagos
monumentos flicos, lo maravilloso se queda en paraguas o langosta o mquina de coser,
o lo que sea, sobre una mesa de diseccin, en el interior de un cuarto triste, en un
desierto de rocas. Pobreza imaginativa, deca Unamuno, es aprenderse cdigos de
memoria. Y hoy existen cdigos de lo fantstico, basados en el principio del burro
devorado por un higo, propuesto por los Cantos de Maldoror como suprema in versin de
la realidad, a los que debemos muchos "nios amenazados por ruiseores", o los
"caballos devorando pjaros" de Andr Masson. Pero obsrvese que cuando Andr
Masson quiso dibujar la selva de la isla de Martinica, con el increble entrelazamiento de
sus plantas y la obscena promiscuidad de ciertos frutos, la maravillosa verdad del asunto
devor al pintor, dejndolo poco menos que impotente frente al papel en blanco. Y tuvo
que ser un pintor de Amrica, el cubano Wilfredo Lam, quien nos enseara la magia de la
vegetacin tropical, la desenfrenada Creacin de Formas de nuestra naturaleza con
todas sus metamorfosis y simbiosis, en cuadros monumentales de una expresin nica
en la era contempornea. Ante la desconcertante pobreza imaginativa de un Tanguy, por
ejemplo, que desde hace veinticinco aos pinta las mismas larvas ptreas bajo el mismo
cielo gris, me dan ganas de repetir una frase que enorgulleca a los surrealistas de la
primera hornada: Vous qui ne voyes pas, pensez a ceux qui voient. Hay todava
demasiados "adolescentes que hallan placer en violar los cadveres de hermosas
mujeres recin muertas" (Lautreamont), sin advertir que lo maravilloso estara en violarlas
vivas.
Pero es que muchos se olvidan, con disfrazarse de magos a poco costo, que lo
maravilloso comienza a serlo de manera inequvoca cuando surge de una alteracin de la
realidad (el milagro), de una revelacin privilegiada de la realidad, de una iluminacin
inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de
una ampliacin de las escalas y categoras de la realidad, percibidas con particular
intensidad en virtud de una exaltacin del espritu que lo conduce a un modo de "estado
lmite". Para empezar, la sensacin de lo maravilloso presupone una fe. Los que no creen
en santos no pueden curarse con milagros de santos, ni los que no son Quijotes pueden
meterse, en cuerpo, alma y bienes, en el mundo de Amads de Gaula o Tirante el Blanco.
Prodigiosamente fidedignas resultan ciertas frases de Rutilio en Los trabajos de Persiles y
Segismunda, acerca de hombres transformados en lobos, porque en tiempos de
Cervantes se crea en gentes aquejadas de mana lupina. Asimismo el viaje del
personaje, desde Toscana a Noruega, sobre el manto de una bruja. Marco Polo admita
que ciertas aves volaran llevando elefantes entre las garras, y Lutero vio de frente al
demonio a cuya cabeza arroj un tintero. Vctor Hugo, tan explotado por los tenedores de
libros de lo maravilloso, crea en aparecidos, porque estaba seguro de haber hablado, en
Guernesey, con el fantasma de Leopoldina. A Van Gogh bastaba con tener fe en el
Girasol, para fijar su revelacin en una tela. De ah que lo maravilloso invocado en el
descreimiento como lo hicieron los surrealistas durante tantos aos nunca fue sino
una artimaa literaria, tan aburrida, al prolongarse, como cierta literatura onrica
"arreglada'', ciertos elogios de la locura, de los que estamos muy de vuelta. No por ello va
a darse la razn, desde luego, a determinados partidarios de un regreso a lo real
trmino que cobra, entonces, un significado gregariamente poltico, que no hacen sino
sustituir los trucos del prestidigitador por los lugares comunes del literato "enrolado" o el
escatolgico regodeo de ciertos existencialistas. Pero es indudable que hay escasa
defensa para poetas y artistas que loan el sadismo sin practicarlo, admiran el supermacho
por impotencia, invocan espectros sin creer que respondan a los ensalmos, y fundan
sociedades secretas, sectas literarias, grupos vagamente filosficos, con santos y seas y
arcanos fines nunca alcanzados, sin ser capaces de concebir una mstica vlida ni de
abandonar los ms mezquinos hbitos para jugarse el alma sobre la temible carta de una
fe.
Esto se me hizo particularmente evidente durante mi permanencia en Hait, al hallarme en
contacto cotidiano con algo que podramos llamar lo real maravilloso. Pisaba yo una tierra
donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrpicos de
Mackandal, a punto de que esa fe colectiva produjera un milagro el da de su ejecucin.
Conoca ya la historia prodigiosa de Bouckman, el iniciado jamaiquino. Haba estado en la
Ciudadela La Ferrire, obra sin antecedentes arquitectnicos, nicamente anunciada por
las Prisiones Imaginarias del Piranese. Haba respirado la atmsfera creada por Henri
Christophe, monarca de increbles empeos, mucho ms sorprendente que todos los
reyes crueles inventados por los surrealistas, muy afectos a tiranas imaginarias, aunque
no padecidas. A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, adems, que esa
presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio nico de Hait, sino patrimonio
de la Amrica entera, donde todava no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un
recuento de cosmogonas. Lo real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de
hombres que inscribieron fechas en la historia del Continente y dejaron apellidos an
llevados: desde los buscadores de la Fuente de la Eterna Juventud, de la urea ciudad de
Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos hroes modernos de nuestras
guerras de independencia de tan mitolgica traza como la coronela Juana de Azurduy.
Siempre me ha parecido significativo el hecho de que, en 1780, unos cuerdos espaoles,
salidos de Angostura, se lanzaran todava a la busca de El Dorado, y que, en das de la
Revolucin Francesa vivan la Razn y el Ser Supremo!, el compostelano Francisco
Menndez anduviera por tierras de Patagonia buscando la Ciudad Encantada de los
Csares. Enfocando otro aspecto de la cuestin, veramos que, as como en Europa
occidental el folklore danzario, por ejemplo, ha perdido todo carcter mgico o invocatorio,
rara es la danza colectiva, en Amrica, que no encierre un hondo sentido ritual, crendose
en torno a l todo un proceso iniciado: tal los bailes de la santera cubana, o la prodigiosa
versin negroide de la fiesta del Corpus, que aun puede verse en el pueblo de San
Francisco de Yare, en Venezuela.
Hay un momento, en el sexto canto de Maldoror, en que el hroe, perseguido por toda la
polica del mundo, escapa a "un ejrcito de agentes y espas" adoptando el aspecto de
animales diversos y haciendo uso de su don de transportarse instantneamente a Pekn,
Madrid o San Petersburgo. Esto es "literatura maravillosa" en pleno. Pero en Amrica,
donde no se ha escrito nada semejante, existi un Mackandal dotado de los mismos
poderes por la fe de sus contemporneos, y que alent, con esa magia, una de las
sublevaciones ms dramticas y extraas de la Historia. Maldoror lo confiesa el mismo
Ducasse no pasaba de ser un potico Rocambole. De l slo qued una escuela
literaria de vida efmera. De Mackandal el americano, en cambio, ha quedado toda una
mitologa, acompaada de himnos mgicos, conservados por todo un pueblo que aun se
cantan en las ceremonias del Vaudou. (Hay, por otra parte, una rara casualidad en el
hecho de que Isidoro Ducasse, hombre que tuvo un excepcional instinto de lo
fantsticopotico, hubiera nacido en Amrica y se jactara tan enfticamente al final de uno
de sus cantos, de ser Le Monteviden"). Y es que, por la virginidad del paisaje, por la
formacin, por la ontologa, por la presencia fustica del indio y del negro, por la
Revelacin que constituy su reciente descubrimiento, por los fecundos mestizajes que
propici, Amrica est muy lejos de haber agotado su caudal de mitologas.
Sin habrmelo propuesto de modo sistemtico, el texto que sigue ha respondido a este
orden de preocupaciones. En l se narra una sucesin de hechos extraordinarios,
ocurridos en la isla de Santo Domingo, en determinada poca que no alcanza el lapso de
una vida humana, dejndose que lo maravilloso fluya libremente de una realidad
estrictamente seguida en todos sus detalles. Por que es menester advertir que el relato
que va a leerse ha sido establecido sobre una documentacin extremadamente rigurosa
que no solamente respeta la verdad histrica de los acontecimientos, los nombres de
personajes incluso secundarios, de lugares y hasta de calles, sino que oculta, bajo su
aparente intemporalidad, un minucioso cotejo de fechas y de cronologas. Y sin embargo,
por la dramtica singularidad de los acontecimientos, por la fantstica apostura de los
personajes que se encontraron, en determinado momento, en la encrucijada mgica de la
Ciudad del Cabo, todo resulta maravilloso en una historia imposible de situar en Europa, y
que es tan real, sin embargo, como cualquier suceso ejemplar de los consignados, para
pedaggica edificacin, en los manuales escolares. Pero qu es la historia de Amrica
toda sino una crnica de lo real-maravilloso.
Alejo Carpentier