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Cuentos Del XIX Mexicano

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Joven la muerte
niega el amor joven
Cuentos del siglo xix
Marco antonio caMpos

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Joven la muerte
niega el amor joven
Cuentos del siglo xix
Marco antonio caMpos

Textos de Difusin Cultural


Serie Rayuela

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTNOMA DE MXICO


Coordinacin de Difusin Cultural
Direccin de Literatura
Mxico, 2015

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Primera edicin: junio de 2015

D.R. 2015, Universidad Nacional Autnoma de Mxico


Ciudad Universitaria, Delegacin Coyoacn
C.P. 04510 Mxico, Distrito Federal
Coordinacin de Difusin Cultural
Direccin de Literatura

D.R. 2015, Marco Antonio Campos

Imagen de portada: Retrato de la actriz Soledad Cordero (1816-1847),


musa y amor imposible de Ignacio Rodrguez Galvn.
Autor desconocido. En Enrique de Olavarra y Ferrari,
Resea histrica del teatro en Mxico 1538-1911, vol. I, Mxico, Porra, 1961.
Ejemplar en custodia de la Biblioteca Central-unam.

Diseo de portada: Roxana Deneb y Diego lvarez.

ISBN: 978-607-02-6727-7
ISBN de la serie: 968-36-3762-0

Esta edicin y sus caractersticas son propiedad


de la Universidad Nacional Autnoma de Mxico.
Prohibida la reproduccin total o parcial
por cualquier medio sin la autorizacin escrita
del titular de los derechos patrimoniales
Todos los derechos reservados.

Impreso y hecho en Mxico

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Rodrguez

a Mara del Carmen Ruiz Castaeda

La noche del viernes 14 de mayo de 1842 Rodrguez, con


mirada nubosa, miraba en diagonal, desde la contraesquina
de Colegio de Nias y callejn de Dolores, las tres puertas de
la fachada del Teatro Principal, y a travs de la fachada,
imgenes y escenas donde surga una y otra vez, en diferen-
tes instantes, Soledad Cordero. Una de esas puertas llevaba
al caf del Progreso, donde se reuni tantas veces con los
jvenes amigos lateranenses.
Al otro da Rodrguez partira para Xalapa y luego a
Veracruz, Nueva Orleans, La Habana y finalmente Caracas,
donde tomara su puesto en la Legacin Mexicana en las
Repblicas del Sur e Imperio del Brasil. De pronto, al pensar
que dejara Mxico, se le vino a la memoria un da de 1838
cuando el joven Ignacio Ramrez lleg a la Academia de
Letrn. Sonri. Luego de leer Ramrez un texto que escan-
daliz al rector Jos Mara Iturralde y al padre Guevara y
fascin a casi todos los asistentes, prceres y eminencias
empezaron a interrogarlo. Al preguntarle el ministro Tornel
qu le gustaba ms de Mxico, contest que Veracruz, porque
por Veracruz se sale de l.

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Pens en el amor, ahora s imposible, por Soledad Cordero
y en su propia gloria artstica que se le iba como humo de los
dedos. Cuanto escribi de importante en teatro fue pensan-
do en ella como primera actriz. As lo fue en 1838, cuando
se puso en escena Muoz, visitador de Mxico y lo fue ahora
en abril con El privado del virrey. Eran ya varios aos en el
intento de alcanzarla, y eran ya varios aos que, en todo in-
tento, slo haba encontrado palabras ridas y desdn que-
mante. En vez de que los aos disminuyeran el tenaz
incendio en la hierba del corazn, el amor se haba vuelto a
tal grado en l una obsesin enfermiza, que su protector, el
ministro de Guerra Jos Mara Tornel, consciente de un ab-
surdo que ya tena visos de demencia, gestion el actual
puesto diplomtico ante el presidente Santa Anna y el mi-
nistro de Exteriores y Gobernacin Jos Mara Bocanegra. El
nombramiento qued expedido el 14 de febrero. Rodrguez,
que aborreca al tirano, debi tragarse puados de alfileres,
y darle las gracias en una carta a l y a Bocanegra. No slo
eso: cuatro das despus de su designacin, Santa Anna, en
uno de sus fastuosos autohomenajes, haba colocado en calle
Vergara la primera piedra para la edificacin del Gran Teatro
Santa Anna. En la ceremonia Rodrguez Galvn puso un
poema suyo en los cimientos, donde deca que Mxico al fin
tendra un teatro hermoso digno de su esplendor y grandeza.
Se sinti mal. Sin duda era un honor para alguien tan joven,
de apenas veinticinco aos, que lo llamaran para escribir un
poema alusivo, existiendo poetas y dramaturgos mayores en
edad que l, con ms mritos, pero a la vez era un profundo
disgusto con l mismo, una molestia corporal, saber que
convalidaba uno de los caprichos del engredo dspota.

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Encapotado, reflexivo, Rodrguez camin hacia el norte
por Coliseo, dio vuelta a la izquierda hacia San Francisco, y
de nuevo a la izquierda para entrar a San Juan de Letrn. Se
detuvo ante la puerta del Colegio.

Los conoca desde aos antes, sobre todo a Guillermo Prieto,


compaero de tertulia en casa del poeta Francisco Ortega,
en Escalerillas 2, donde lleg a tratar a tan buenas personas
como Eulalio Mara, hijo de Ortega y gran lector de biografas,
y Luis Martnez de Castro, inmisericorde a la hora de disparar
flechas epigramticas o redactar stiras. Incluso se haba hecho
en aquella tertulia adolescente un curioso peridico que titu-
laron Obsequio de la Amistad. Tal vez en esos das de principios
de los aos treinta fue cuando los amigos empezaron a decirle
Rodrguez y no Ignacio y l comenz a firmar desde entonces
como Ignacio Rodrguez o simplemente Rodrguez, y muy
ocasionalmente, por ejemplo en un artculo de El Recreo de las
Familias, como Ignacio Rodrguez Galvn.
El 11 de julio de 1836 los hermanos Jos Mara y Juan
Nepomuceno Lacunza, el delicado y tmido Manuel Tossiat
Ferrer y el animoso y perspicaz Prieto, uno ms pobre o
msero que otro, luego de dos aos de tertulia en el ruinoso
cuarto de Jos Mara, emprendieron la fundacin de la
Academia de Letrn para dar mpetu a las letras nacionales
y democratizar la cultura. Celebraron el hecho con un dis-
curso de Jos Mara, y comieron, como si fuera un banque-
te de la corte francesa, una pia espolvoreada.
Como casi todo el Colegio, el dormitorio de Lacunza,
situado en el segundo piso al fondo del segundo patio, era

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una imagen del deterioro. Al principio siguieron siendo all
las reuniones de los jueves. Nadie discuta el liderazgo del
mayor de los Lacunza. Quin no admiraba sus dones inte-
lectuales y su joven sabidura? Lacunza saba latn, francs,
ingls e italiano y era uno de aquellos que prefieren dejar
de comer a dejar de leer. Sin embargo, algo disgustaba a
Prieto y sola comentarlo en reuniones de amigos en el
caf Veroly: su inteligencia pasmosa pero fra estaba ms
al servicio de los triunfos en una polmica que de la ver-
dad. Buscaba a veces menos la luz clarificadora que los
fuegos de artificio. Su hermano Juan era lo contrario. Vital,
sanguneo, sola brillar en el juego de la pelota y en el juego
del billar y era la diversin y la gracia de las cmicas del
Teatro de los Gallos.
El xito de la Academia fue inmediato. Dos o tres semanas
ms tarde lleg al cuarto de Lacunza un sobre que contena
una Oda con la rbrica de Isidoro de Almada. Aunque no
saban quin era el autor, colegan que firmaba con seudni-
mo. La leyeron. El dictamen fue que, pese a brusquedades
estilsticas y fallas de forma, se entreoan en los versos las
palpitaciones de un corazn sincero y desgarrado que expre-
saba un mundo personalsimo. Era un talento silvestre pero
que ya haba odo las voces de los ngeles.
Enviaron una cuarteta donde le contestaron que se
sentan en comunin con sus dolores y auguraban que un
da de gloria sera coronado.
El veinteaero Rodrguez lleg el jueves siguiente con su
atuendo de romntico pobre haciendo reverencias y dando
las gracias. Lleg con su capa azul y un sombrero alto en la
mano. Lleg con su rostro de rasgos indgenas donde se

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perciba en sus ojos la profundidad apagada de una mirada
melanclica. Se arreglaba a cada momento la raya en medio
de su cabellera negra y lacia. Todo en l, pens para s Prieto,
estaba mal colocado en el cuerpo.
Y Rodrguez ley un poema para una joven donde los
fundadores creyeron percibir la pinta y las facciones de
aquella a quien Prieto llamaba la rosa de oro del Teatro
Principal.

Rodrguez camin hacia el callejn de Lpez y se detuvo


ante una puerta cochera, que era la segunda entrada del
Colegio de Letrn. A esa hora de la noche ya pululaban las
meretrices. Era fama que en este callejn rondaba el mejor
surtido en la materia de la Ciudad de Mxico y aun llegaban
excursiones masculinas de diversos pueblos y barrios para
comprobar lo que se comentaba en corrillos. A cuntos
alumnos del Colegio no se les haba revelado la verdadera
cara del mundo en un pequeo y sucio cuarto de esta calle?
Si la librera de Galvn fue su primera casa, la Academia
represent la segunda. Sera el editor, no slo de un grupo
generacional, sino el vnculo de al menos tres generaciones
con la publicacin de revistas como El Ao Nuevo y El
Recreo de las Familias. Sin duda ya representaba algo para la
historia de la literatura mexicana. Sinti en ese momento
una vanidad hermosa, ingenua, sonri, pero luego se dijo
con tristeza: Pero quin en este pas reconoce algo?
Por la Academia de Letrn, salvo dos o tres excepciones,
pasaron las figuras y eminencias de aquellos aos: desde
Quintana Roo, Gorostiza, Tornel, Gondra, Ortega y Olagubel,

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hasta los muy jvenes Prieto, Ramrez, Caldern y Payno,
pasando por Carpio y Pesado, y a casi todos l los public.
Quiz la nica gran ausencia la represent don Jos Justo
Gmez de la Cortina, hombre lcido y de vasta cultura, pero
quien estaba del todo convencido de que la nica manera de
escribir bien se daba siguiendo los dictados y las pautas de la
Real Academia de la Lengua Espaola. Los jvenes latera-
nenses lo aborrecan sin dejar de reconocer sus mritos y
afanes. Saban que era un enemigo temible. Pero qu quera?,
se preguntaban en las reuniones del caf Veroly, y despus
en las del caf del Progreso, que sustituy al Veroly, poco
antes de que empezaran las funciones de teatro a la que al-
gunos o todos asistiran. Qu quera, si en este pas haba
pocos libros y los pocos no estaban al alcance de la plata de
jvenes como ellos? Qu fcil recomendar cincuenta o cien
libros, cuando se ha sido hijo de noble, rico, tenido altos
puestos en el gobierno, comido muy bien, dormido con placi-
dez en casa grande, mientras ellos tenan que remover cada
cntimo en el fondo de sus bolsillos. l no saba, opinaba
Manuel Tossiat, lo que es ver al vino convertirse en humo y
al pan en piedra. Preferible tener una prosodia defectuosa, si
en los versos hay msica y alma, agregaba Prieto. De qu
sirvi la Independencia si criollos cretinos se sienten an
con derecho a ostentar su linaje nobiliario ms falso que un
discurso de orador o de poltico?, preguntaba el propio Ro
drguez con resentimiento y enfado.
Pero en cambio, frente a eso, qu emocin fue ver llegar
a las sesiones de los jueves de la Academia (que ya para en-
tonces se efectuaban en la biblioteca del Colegio con la
asistencia incluso del rector Iturralde) al rumbo y trueno de

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la intelectualidad mexicana. Record lo que haba comenta-
do haca poco Manuel Payno en las reuniones del caf del
Progreso, de que los das vividos en la Academia haban sido
los ms felices de su vida. Quiz el momento ms recordable
(y en eso todos coincidan) fue el arribo a las sesiones de don
Andrs Quintana Roo. Al verlo entrar, todos quedaron estu-
pefactos. Jams le pas por la cabeza a ninguno que pudiera
darse una vuelta por all. Con su modesta grandeza, con su
sencillez intrnseca, Quintana salud con una frase afectuo-
sa: Vengo a ver qu hacen mis muchachos. Todos se levan-
taron y aplaudieron. Se le declar de inmediato presidente
perpetuo de la Academia. El adolescente Prieto coment
que era como si llegara a visitarlos la patria y recordaba que
el cura Morelos dict a Quintana en 1813, en Chilpancingo,
los Sentimientos de la Nacin. Rodrguez imagin a Quintana
en el campo de batalla junto a Leona Vicario. Alguna vez
alguien deba llevar al teatro o a la novela la historia de esos
amores que crecieron con el tremolar de las banderas y el
fuego cruzado en el campo de batalla.
Pero qu honrados y ejemplares fueron los mayores al
aceptar la crtica de los ms jvenes. Nadie en eso, pens Ro
drguez, igual a los catlicos Jos Joaqun Pesado y Manuel
Carpio, que escriban como clsicos, y quienes estaban
siempre dispuestos a or con buen talante las observaciones
crticas, aun las agrias, y a reconocer el mrito de los otros. No
haba dicho el propio Pesado a quien el gran Heredia llam
el Cisne de Orizaba, y a quien todos llamaban el Prncipe,
no haba dicho al joven Fernando Caldern que en su vida
tendra su facilidad de escritura como de inusitado torrente?
No haba dicho asimismo Jos Mara Tornel que deba drse

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les apoyo a los jvenes talentos, porque no se saba si alguno
llegara a ser un Napolen o un Shakespeare y no deba estor-
barse el camino a quienes aspiran a la gloria? No haban
defendido a rajatabla Quintana Roo y Tornel, contra la furia
inconsecuente del rector Iturralde, del padre Guevara y de
Clemente Mungua, el derecho de Ignacio Ramrez a leer en
una sesin su texto No hay Dios aduciendo que no sopor-
taran la censura y amenazando con trasladar las sesiones a
otra parte?
De los mayores, con quien Rodrguez tuvo quiz mejor
relacin, fue con Pesado, quien era en mucho el reverso de l,
pero que a diferencia del Conde de la Cortina, nunca haca
sentir que traa en la mano derecha un ltigo de espantajo
ni se crea el poseedor de la verdad. Apuesto, bien pareci-
do, elegante, de conversacin fluida, en Pesado haba una
armona corporal y de alma que nunca tuvo l. De los late-
ranenses, excluyndose a s mismo, nadie colabor ms en
los cuatro tomos del Ao Nuevo que el Prncipe Pesado. Ro
drguez presinti que ese amigo sera una de las gentes que
ms extraara en las Repblicas del Sur y en el imperio
del Brasil.

Despus de dar una vuelta por el exterior de la Alameda,


Rodrguez regres por San Juan de Letrn, dio vuelta a la
derecha por Zuleta, tom Colegio de Nias y volvi a pararse
frente al Teatro Principal, ahora en la calle de Coliseo, frente
a la puerta central. Se le salan las lgrimas. Era una tortura
no verla por ltima vez pero hubiera sido una tortura verla
por ltima vez.

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Adoraba a Soledad pero apenas poda respirar el ambiente
que la rodeaba. Todava en marzo y abril, cuando asista a los
ensayos de El privado del virrey, ya en las butacas u oculto tras
bastidores, era siempre lo mismo, y peor cuando terminaba
una puesta en escena, como suceda al final de las funciones
del teatro familiar, donde Soledad protagonizaba obras como
Un novio para la nia, Un ramillete, Murete y vers, La ciega, Una
carta o La madrina. La joven reciba siempre en abundancia
flores, regalos, coronas, mensajes de fuego y ceniza. Todo el
tiempo era asediada por viejos y jvenes cresos que iban a la
caza de una presa menos o ms fcil que se convirtiera en
un nmero ms en la larga lista. Nada como esto lo pona
fuera de s; nada lo colmaba ms de rencor y de resenti-
miento social. La madre misma de la bella actriz, quien se la
viva en la zambra y en la fiesta, recomendaba a la hija que,
si encontraba un hombre rico con buenas intenciones, no
desdeara casarse con l. Dineros son calidad, y no versos,
se deca Rodrguez.
Pero pese a todas las atormentadas fantasas y a los
desgarrados celos del joven poeta, Soledad era vista en so-
ciedad como una joya en el orbe de barrizal de los come-
diantes. Pese a ser la primera actriz del Principal, jams se
vio envuelta en escndalos o en rpidos deslices. Se le tena
en alto aprecio por su trabajo honesto en el teatro de familia
y por haber mantenido durante aos a su padre y parien-
tes. Rodrguez saba que l, en cambio, no era bien visto en
el medio. Les pareca un lrico intruso que buscaba en el
teatro renombre y resonancia inmediatas. Se le desdeaba,
y aun se le depreciaba, no slo por vrsele como un joven-
zuelo advenedizo, sino por su fealdad excluyente, por su

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condicin de indio, por su ausencia de modales y su vesti-
menta estrafalaria y msera. Eso prenda fuego a la ira de
Rodrguez que vea en ellos a gente ignorante, fatua, en fin, a
una turba roosa dispuesta a diario a las pequeas intrigas,
a envenenar el aire con calumnias y chismes, y a gozar, como
si estuvieran en el escenario, con el solapado ejercicio de
la maledicencia diablica.
l saba que, pese a sus fantasas y delirios para denigrar-
la frente a s mismo, para arrancrsela de la cabeza, la joven
era una excepcin de virtud. Por eso le calaba hasta el fondo
del corazn y del alma su actitud fra y sus palabras despec-
tivas cuando pretenda acercrsele. Todo en ella le atraa: el
talle esbelto y leve y la majestad modesta, la mirada melan-
clica y su trato delicado y gentil. Le atraa encontrar la
misma huella de la desdicha que a l lo persigui desde nio.
Para l Soledad era como dos mujeres: la joven comedianta y
la joven sin maquillajes ni afeites. Qu modestia en la belleza
de Soledad, a diferencia de las seoras pudientes, sin usar en
su cabeza trapujos ni peinetones, pirmides ni obeliscos.
Yo amaba a la mujer y no a la artista, comentaba haca
poco con los amigos en una de las mesas con base de tripi
del caf del Progreso, mientras beba un licor. Pero cmo
quitarle los ptalos a una rosa de oro sin que deje de ser
perfecta?, aduca Prieto que trataba de convencerlo de que
tomara en cuenta los aos perdidos en una obsesin estril.
En toda la historia nunca ha podido desatarse un nudo
gordiano, terciaba con irona Fernando Caldern, quien
visitaba a los amigos de Mxico de vez en vez, y quien de
asuntos de mujeres conoca de ms. No s cuntas veces
he hecho el oso, conclua dbilmente Rodrguez.

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Mientras caminaba por Coliseo Viejo en direccin a la plaza
principal, Rodrguez pens, con amargura triste, en Payno y
Caldern, a quienes las jvenes perseguan como los peces
necesitan el agua. Tenan ambos lo que Dios no le otorg:
buena posicin social y una simpata espontnea que pareca
un aire claro. Dondequiera eran bien recibidos. Ambos sa-
ban hablar a las muchachas y conocan toda suerte de juegos
y diversiones para convertirse en centro y alma de las reu-
niones, de fiestas familiares, de bailes y de los paseos por la
zona del Cabro, de Chimalistac y de Tizapn. Un mundo
que no fue para l. Un mundo que nunca sera para l.

Se detuvo frente al nmero 3 del Portal de los Agustinos. A su


derecha, inmediatamente, se vean el Portal de Mercaderes
y la vasta plaza principal.
En el local se hallaba, hasta haca un ao y medio, la
mejor librera de la ciudad, y arriba, en los altos, su cuarto
de pobre. En la librera de su to hizo de todo, desde depen-
diente hasta mandadero, y en ese cuarto vivi por casi trece
aos. Haca ao y medio, en noviembre de 1840, habiendo
quebrado Mariano Rivera Galvn, se hall literalmente en
la calle, y de no ser por la mano amiga del ministro Jos
Mara Tornel, no habra sabido qu hacer ni la manera de
sobrellevar la situacin.
Se le cerr la garganta al recordar las tertulias que orga-
nizaba su to hacia fines de los veinte con el rumbo y trueno
de los poetas y literatos de entonces. l era muy nio y las
palabras y opiniones de Couto y de Pesado, de Ortega y del
divino Tagle, resonaban armoniosamente en su cerebro y

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en su alma y lo llevaban en esos das a un mundo de magia
y esplendor. De la librera, con permiso del to, tomaba los
libros que en largas noches frtiles lea a la vaga luz de una
candela.
Camin hacia el Portal de Mercaderes, cruz el caf del
Cazador y se detuvo en Plateros. Vio hacia el cielo y en el
cielo apenas se vean las estrellas.

l saba lo que decan los amigos de l: que estaba hecho de


la madera talada de los rboles de la desdicha.
Ese domingo 12 de junio de 1842, desde la borda del vapor
Teviot, sintiendo en el rostro y los brazos descubiertos la fres-
cura de la brisa, Rodrguez vea las aguas oscuras del Atlntico
en el Golfo de Mxico. Volvi la vista hacia el cielo. Vio la luna
y pens en la de Ciudad de Mxico. No haba vuelta atrs.
Haba salido de la baliza de Nueva Orleans y en unas
horas estara en La Habana. Al pensar en la ciudad de La
Habana, fue inevitable asociar con Jos Mara Heredia,
hermano en la pena, tristemente muerto haca tres aos en
calle del Hospicio. Recordaba al poeta cubano llegar arras-
trndose como vago espectro a la librera del to, desgarrando
el aire con una tos desgarrada, para conversar con l, porque
Heredia lo vea as lo dijo ms de una vez como su here-
dero natural en la poesa y en el espritu. Sin duda exageraba.
Cmo poda l, Rodrguez, igualarse y escribir poemas
perfectos como En el teocalli de Cholula o Nigara? Si
como poeta no poda pretender la igualdad, poda hacerlo como
hombre al compararse en la desventura:

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Si no hered tu numen elocuente
Tu mala estrella s.

Pero qu Mxico dejaba ahora? Mxico estaba en manos de


un tirano, de aventureros sin ninguna honra que slo anhe-
laban el poder para colmar sus ambiciones y afanes de enri-
quecimiento, de una soldadesca voraz y corrupta que slo
ganaba batallas contra los propios nacionales, de un vulgo
abyecto capaz de todo porque le dieran las sobras del festn.
En Mxico slo se escalaban puestos por la lisonja y el dinero.
Pero era su pas. Pero era el lugar que en otras circunstan-
cias jams habra dejado. Volvi a mirar las aguas donde
ahondaban la luna y las hojas de oro de las estrellas. En las
pginas de la memoria empez a caligrafiar y a repetir versos:

As como hoy la luna


En Mxico luca.
Adis, oh patria ma,
Adis, tierra de amor.
En Mxico!... oh memoria!...

Y se puso a llorar...

Cuando en 1845 Payno visit La Habana se aloj en el hotel


Francs, en calle Teniente del Rey. Pronto sabra que fue
el hotel donde tres aos antes se alberg Rodrguez y que
dorma incluso en el mismo cuarto. Y tal vez es la misma
cama, pens.

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Payno busc dos cosas en los das que pas en la ciudad:
conocer muchachas y a los poetas y literatos que trataron a
Rodrguez, sobre todo a los seores Lasalle, Jos Jacinto
Milans y Antonio Bachiller. Slo pudo ver a este ltimo:
los Lasalle se hallaban fuera de la ciudad y Milans no ha-
ba resistido en 1843 el gran xito de su drama El conde
Alarcos y se le intern en un manicomio.
Payno se enter de pormenores que los amigos desco-
nocan en Mxico. Teniendo por primera vez dinero en su
vida, Rodrguez, durante un mes y una semana, se permiti
toda suerte de desafueros bajo el verano violento: coma y
beba desmedidamente, se baaba en el mar a horas in-
usuales, se asoleaba cuanto poda e iba a toda suerte de
tertulias de artistas y escritores. El 19 de julio, el da preci-
so que deba partir hacia Venezuela en el vapor Teviot junto
con el diplomtico Manuel Crescencio Rejn, lo aferraron con
tenacidad las garras del vmito negro.
Fue una gran pena, dijo Bachiller.
Y cont que Rodrguez haba cado muy bien desde el
principio en el ambiente literario y artstico de La Habana
y aun tenido tiempo de fomentar el conocimiento de la
obra de escritores de Mxico, incluido Payno. Al enfermar-
se, Bachiller lo llev a su casa fuera de La Habana para que
tomara el aire puro, lo cuid con su familia, pero el da 25
muri a las cinco de la maana. Para que no lo enterraran en
una de las cuatro fosas comunes que se hallan en cada uno
de los cuatro ngulos del cementerio Espada, lo trasladaron
a la cripta familiar. Manuscritos, dinero y pertenencias se
entregaron a la Legacin Mexicana. Payno dijo a Bachiller
que Rodrguez pas solitario por la vida y solitario entr a

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la eternidad y que con su muerte mora en su cuna el teatro
de expresin mexicana.
Payno recordara como uno de los momentos ms tris-
tes de su vida cuando, acompaado por el mismo Bachiller,
visit la cripta. La maana era clara, el cielo de un azul
amarillo hmedo y la brisa llegaba leve desde el mar que
rodeaba el cementerio. Era un contraste doloroso contem-
plar simultneamente tanta belleza en el paisaje y las hileras
de sepulcros.
Bachiller seal el lugar exacto donde yaca Rodrguez.
Largo rato Payno permaneci de pie y en silencio mirando
la cripta, y ms lejos, los colores verdes y azules cambiantes
del mar. Martillndola insistentemente, vena a la memoria de
Payno una frase dicha por el ministro Tornel que resuma la
vida de Rodrguez y ahora l podra grabar como un epitafio
imaginario en la piedra: Naci, vivi infeliz y muri.

Cinco aos, cuatro meses y veintin das despus del falle-


cimiento de Rodrguez muri Soledad Cordero en la ciudad
de Zacatecas. Muri a los treinta y un aos, ocho meses y
cinco das de su vida, el 16 de diciembre de 1847. Por las
calles de la ciudad pasaban las sombras de los rondines del
ejrcito de ocupacin estadounidense.
El da 17, la ciudad, en seal de luto, cerr las puertas
de todos sus comercios, y los zacatecanos en masa hicieron
largas filas desde la alameda para ver por ltima vez el
cuerpo de la actriz inolvidable en la nave de la iglesia de
Nuestra Seora de la Soledad de Chepinque. Amortajada
de blanco, Soledad Cordero sonrea de tal manera en su

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atad que pareca la ltima imagen de una representacin
teatral que protagonizaba.
Se le enterr entre altos y viejos cipreses en el breve
cementerio contiguo al templo, en una modesta sepultura,
que haca recordar la decencia y la austeridad con que vivi
sus das.
Nadie mencion a Rodrguez. Nadie supo acaso que algu
na vez pas por esta tierra.

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Arrniz

Nunca supimos qu iba a hacer a Puebla, dijo Juan Daz


Covarrubias esa tarde de diciembre de 1857 en un gabine-
te del caf de La Gran Sociedad. Lo oan Luis Gonzaga
Ortiz, Francisco Gonzlez Bocanegra y Florencio Mara
del Castillo.
Y totalmente solo...
Se miraban como con temor y vergenza. Se sentan
aturdidos, angustiados. La mirada triste de Juan se hunda
ms en la tristeza. Los ojos azules de Francisco, siempre
vivaces, se haban tornado opacos. Beban lenta, casi ahoga-
damente un cataln. Florencio tena fija la vista en la mesa
como si no viera nada.
Entr Ignacio Manuel Altamirano.

Era enero de 1851. De entre dos candidatos conservadores,


los generales Mariano Arista y Juan Nepomuceno Almonte,
el Congreso eligi al primero. Enemigos entre s no haba
mayor diferencia; ambos cambiaban de bandera segn sus
intereses y ambiciones. Sin embargo en el Congreso prevale
can los liberales. Diezmado endmicamente por las guerras,

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las malas administraciones, la incertidumbre poltica y la
corrupcin, el pas se hallaba de hecho sin recursos.

Se inauguraban ese enero los cursos en el Colegio de Letrn.


El rector Jos Mara Lacunza invit al acto a los jvenes
escritores del Liceo Hidalgo. En la Ciudad de Mxico decir
Lacunza y Colegio de Letrn era de hecho un sinnimo.
Francisco Zarco entr por el callejn de Lpez. La luz
fra de invierno caa sobre las tienduchas donde se acostaban
las prostitutas. Desde fuera podan verse las ventanas de los
cuartos de los colegiales y de la administracin escolar. La
oscura entrada tena la forma de un cono que, daba la impre-
sin, conduca al infierno.
Lacunza hizo pasar a Zarco al desmedrado despacho de
la Rectora. Pregunt cmo marchaba el Colegio; habl de las
ctedras: jurisprudencia, filosofa, griego, francs, ingls, di-
bujo, gimnstica, primeras letras, gramtica latina y espaola...
Actualmente tomaban clases cerca de cien colegiales. Le
inquiri por la Academia de Letrn de los aos de su juven-
tud; al fro Lacunza lo vio Zarco emocionarse por primera
vez; evocaba los aos de resplandor creativo, cuando varias
generaciones de poetas, escritores y cientficos se dieron
cita entre 1836 y 1839, primero en su cuarto, y luego, cuan-
do empez a llegar la cepa intelectual, en la librera del
Colegio. Pese a su difcil catolicismo, el rector Jos Mara de
Iturralde apoy con entusiasmo esas reuniones y aun particip
en muchas de ellas. Iturralde haba sido rector del Colegio por
cosa de veintids aos: salvo 1833, de 1825 a 1848; Lacunza
tom su lugar. Lacunza record que Iturralde, como ahora

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l, invitaba a jvenes poetas para que leyeran sus odas di-
dcticas en fechas significativas de la patria o del Colegio
con el fin de que a los alumnos, o al menos a algunos de
ellos, se les quedara una mnima luz de la centella formativa.
Y era de ver cmo Lacunza, con su memoria milimtrica,
pormenorizaba esas reuniones a las que llegaban Quintana
Roo, Carpio, Pesado, Gorostiza, y jvenes como Prieto, Ra
mrez, Caldern, Payno y, la hoja filosa del cuchillo, Ignacio
Rodrguez Galvn! Ya haban muerto Rodrguez y Caldern
en la joven edad y se encontraba muy grave don Andrs
Quintana Roo. La Independencia ayud a desterrar a las
sombras de las sombras la poesa de campanario, de deco-
rado barroco o de pastores y zagalas en alqueras y vegas, y
eso se deba fundamentalmente, presuma Lacunza, a la
Academia de Letrn.
Ahora que haba surgido esa camada de brillantes jve-
nes del Liceo Hidalgo, quienes se reunan en el Colegio de
Minera, convidados por el director Jos Mara Tornel,
como Marcos Arrniz, Francisco Gonzlez Bocanegra, Luis
Gonzaga Ortiz, Jos Toms de Cullar, Fernando Orozco y
Berra, Lacunza quera integrarlos, o al menos acercarlos, al
Colegio, en especial a ese muchacho sombro y de escasas
palabras, pero de gran talento y cultura, Marcos Arrniz,
quien leera hoy el poema inaugural de los cursos, y a ese
otro, Francisco Gonzlez Bocanegra, que el 15 de septiem-
bre pasado haba ledo aqu un discurso sobre la literatura
nacional. En septiembre de aquel 1851 Arrniz fue desig-
nado presidente del Liceo Hidalgo.

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Por una mala especie que le hicieron saber, Guadalupe
Gonzlez Pino rompi el compromiso matrimonial con su
primo Francisco. Hundido en las aguas inciertas del tor-
mento y la desesperanza, Gonzlez Bocanegra empez a
escribir poemas que eran, a decir de los liceohidalguenses,
mucho ms sinceros que buenos. Fue inevitable asociar
su tormentosa experiencia con la que viva dramticamente
por esos aos Jos Mara Lafragua con Dolores Escalante.

Para Marcos el ao de 1852 fue dolorosamente difcil: ena-


morado sin perspectiva ni luz de Mara Concepcin, escriba
poemas que publicaba en las revistas literarias de Ignacio
Cumplido, La Ilustracin Mexicana y El Presente Amistoso.
Si la joven lo saludaba o le sonrea alguna vez en la calle o
en las reuniones era suficiente para punzarse el corazn con
las espinas de la corona. De nada serva que sus amigos le re-
comendaran retirarse, dicindole que, si tantas jvenes se-
ran felices de que l las cortejara, por qu se obstinaba con
una que apenas se molestaba en verlo y que mientras l ms la
persegua ms se le alejaba. Hermossima, de una avispada
ligereza, enamorada del esplendor de los bailes y de saberse
admirada en los paseos de Bucareli y La Viga y en los palcos
de los teatros, la esplndida muchacha representaba el ex-
tremo opuesto de lo que era el pretendiente.
Cuando los amigos leyeron en La Ilustracin Mexicana
su largo poema Zelos, pese a escenas, estrofas y versos
deshilvanados, pese a interrupciones abruptas y cadas rt-
micas, supieron que aquel joven de veintisis aos haba
escrito la mejor pieza, al menos hasta entonces, entre los

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jvenes del Liceo Hidalgo, pero tambin percibieron el ca-
llejn sin salida donde se hallaba. Zarco coment que las
escenas en la que Marcos imagina la cpula ardiente con la
joven eran una sublimacin de la escena al rojo vivo del
Canto II del Don Juan de Lord Byron, donde Juan y Hayde
hacen el amor en una gruta oyendo al lado los rumores del
mar. Ya saben por qu al bien parecido Marcos le gusta
tanto que le digan Byron.
Marcos y Francisco beban juntos o a solas el agrio vino
del desconsuelo en cafs, en las redacciones de La Ilus
tracin Mexicana y El Siglo Diez y Nueve o en la gala de las
fiestas aristocrticas.
En septiembre de 1852 Marcos dej la presidencia del
Liceo Hidalgo; lo relev Zarco. Los problemas no cesaban
en el pas. A nadie odiaban ms los conservadores como al
gobernador michoacano Melchor Ocampo, a quien tildaban
de ateo y de atentar contra los bienes de la iglesia y de los
grandes propietarios. Teman que sus ideas y prcticas se
propagaran por el pas para terminar con la gente de bien.
El estado de Jalisco era un volcn en erupcin. En el mes
de octubre, la guarnicin militar de Guadalajara se pronun-
ci contra Arista: exigan su dimisin, sostener el sistema
federal, e, increble y paradjicamente, deca Prieto, men-
cionando con sarcasmo nombres y apellidos, el regreso
desde el norte de Colombia del general Antonio de Padua
Mara Severino Lpez de Santa Anna y Prez de Lebrn.
En noviembre de ese ao muri el padre de Marcos.
Fue una cuchillada en el vientre que lo dobl y de la que
en el fondo no se recobr nunca. Marcos se volvi por un
tiempo ms taciturno y evasivo. Su padre lo haba formado

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moral, intelectual y polticamente, y en las horas opacas, le
daba consuelo, alivio y luz.

A principios de 1853 renunci Arista. Se sucedieron como


interinos Juan Bautista Ceballos, presidente de la Suprema
Corte de Justicia, y el general Manuel Mara Lombardini, a
quien los conservadores juzgaban necio e incompetente. Se
ultimaba al federalismo. El poltico e historiador Lucas
Alamn organiz una comisin, encabezada por Antonio de
Haro y Tamariz, para invitar al general Santa Anna a asumir
de nuevo la presidencia. La comisin se traslad a Turbaco,
pueblo pequesimo, prximo a Cartagena de Indias, donde
Santa Anna compr casa y hacienda y se dedicaba a la cra
de ganado y a organizar peleas en las galleras. En la carta,
Alamn condicionaba el ofrecimiento: respeto a la religin
catlica y a la propiedad privada y no dejarse envolver en la
red habitual de los aduladores ni desatender sus obligacio
nes yndose a su casa de Tacubaya o temporadas peridicas
a su hacienda de Manga de Clavo. Al asumir la presidencia
el 20 de abril, Santa Anna design como ministros al general
Antonio Haro y Tamariz en Hacienda y a Lucas Alamn en
Relaciones Exteriores. La bienvenida a Santa Anna en
Veracruz y en la Ciudad de Mxico fue entusiasta y tumul-
tuosa. No hay nada ms inconstante que el sentimiento de
los pueblos, coment Guillermo Prieto con Francisco Zarco
en una mesa del caf del Cazador.
Apenas asumi el poder, Santa Anna, con la Ley Lares,
de inmediato impuso la censura a la prensa con el pretexto de
una nueva constitucin, quiso europeizar el ejrcito com-

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prando uniformes, y cre la polica secreta. Empez una
impresionante leva de indios para integrarlos al ejrcito
con el fin de blanquearlos emblemticamente y convertir-
los en hsares. La Ciudad de Mxico se volvi un gran saln
de fiestas para polticos y magnates.
Hbil con el caballo y el sable, Marcos se incorpor al
ejrcito. Pronto ascendi a capitn de Lanceros. La llegada
al poder de Santa Anna empez a querellar a liberales y
conservadores aun entre los propios liceohidalguenses. Por
un lado, Francisco Zarco, Florencio Mara del Castillo, Luis
G. Ortiz y Jos T. de Cullar; por el otro, Arrniz, Gonzlez
Bocanegra y Sebastin Segura.

Esa tarde de principios de junio Luis G. Ortiz acompaaba


a Zarco. Haca unos das haba muerto Lucas Alamn. Los
jvenes liberales lo lamentaron poco o nada. Lo responsa-
bilizaban ante todo de la injuriosa trada de Santa Anna.
Era un hombre lleno de odios deca Zarco. Siempre
crey merecer ms de lo que tuvo. Quera que Mxico
volviera a los siglos de la Colonia. Cuando vio la bandera
de los Estados Unidos en el asta del Zcalo en 1847 dijo que
representaba un castigo de Dios a Mxico por haberse libe-
rado de Espaa. Por ms que hizo nunca pudo lavar de su
piel las manchas de sangre que le salpicaron con el fusila-
miento de Vicente Guerrero. Lo absolvi gente igual a l.
Caminaban por la plaza del Zcalo de poniente a oriente
dirigindose a la plaza del Volador. Tenan de frente Palacio
Nacional con su torre del reloj, sus balcones con verjas de
hierro en el piso alto y sus ventanas asimtricas en el en-

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tresuelo. En la plaza del Volador, al fondo, se vea la fachada
de lneas sencillas de la Universidad. Por la entrada de dos
arcos, desbordaba el oleaje estudiantil.
Entraron. En el centro del patio, al pie de la estatua de
Carlos IV conversaban en corro Segura, Bocanegra, Ortiz
y Arrniz. Los saludaron. Se cruzaron entre todos chanzas y
puyas. Al ver a Marcos con sus arreos de soldado, Zarco dijo:
Tenemos entre nosotros a la doncella de Orleans. Le pre-
gunt si con ese uniforme iba a luchar contra los estadouni-
denses a los que odiaba tanto. Marcos apret los labios.
Regresaron por la acera de Palacio Nacional. Ligeramente
sesgado, se vea el sagrario de la Catedral con su portada
churrigueresca y detrs el cielo azul con unas cuantas nubes.
Al fondo se adelgazaba la calle del Relox, y ms all, en el
fondo, ms all de la Colegiata de Guadalupe, se distinguan
los cerros oscuros y azules del norte de la Ciudad de Mxico.
En la esquina norte del Palacio Nacional, doblaron hacia
Moneda, y Zarco deposit una carta en el correo.
Zarco quera y admiraba a Arrniz pero polticamente
eran las antpodas. Haca poco Zarco haba publicado en La
Ilustracin Mexicana una prosa breve, El Poeta, que se la
dedic, porque le pareca eso, el mejor poeta de la genera-
cin naciente. Zarco comentaba que haba hablado varias
veces con l para disuadirlo que su militancia santanista
era hundirse moralmente en el cieno. El mismo Ortiz, el
ms joven del grupo, buscaba convencerlo, arguyndole
que el artista, salvo en el caso de una invasin, no deba
inmiscuirse en asuntos militares. Zarco y Ortiz insistan a
Arrniz que sus altos y claros modelos, Byron y Espronceda,
lucharon contra la tirana y no a favor de ella. Que la libertad

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la representaban los liberales y un joven con sus dones deba
de ser un liberal. No era contradictorio que en sus poemas
afirmara, por un lado, que la libertad era su dolo, y por el
otro, se encantara departiendo en reuniones y fiestas con
la chusma lujosa de la reaccin mexicana? Y Bocanegra
anda por el estilo, aadi Ortiz.
Zarco call unos instantes.
El proyecto de nuestro grupo se est yendo, si no es que
ya se fue, al despeadero. De qu me sirve ser presidente
del Liceo si las sesiones se han suspendido y La Ilustracin
Mexicana corre el inminente riesgo de cerrarse? El Monitor
Republicano debi cerrar y en El Siglo Diez y Nueve mismo
no publicamos noticias polticas.

Harto de sus burlas y crticas, Santa Anna decret la expul-


sin de Guillermo Prieto. No olvidaba asimismo los artcu-
los de Prieto en la revolucin de diciembre de 1844, cuando
debi dejar la presidencia, y las pginas reprobatorias a
su conduccin de la guerra contra los estadounidenses en
1847.
Zarco y Ortiz se encaminaron a casa de Prieto. Pasaron.
Prieto sirvi un aguardiente. Me han contado dijo Ortiz
que en la dcada pasada su madre y usted rentaban habita-
ciones en la casa de Alamn en Ribera de San Cosme.
Con su picarda habitual, con ese colorido de su pltica, lo
record chaparrn, de cabello poblado y cano, y con unas
gafas pequesimas. Las tena de todos colores, ri. Haba en
don Lucas una parte chocarrera, contaba Prieto, y saba rerse
de s mismo. Hispano de raza, se comportaba como francs,

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admiraba de los ingleses el desarrollo de la industria y la
economa y se resignaba a la condicin ofensiva de ser
mexicano. Hasta creo que por eso nunca perdi el ceceo.
Slo crea en los criollos y l mismo se crea superior. En el
fondo sus odios y fobias fueron producto de una vanidad
profundamente herida. Dios se port mal con l y no lo
hizo vivir en la Nueva Espaa del siglo xviii. Nadie como l
para sustituir al virrey Revillagigedo.
Pero en su Historia resping Zarco los nicos que
valen la pena son los hipcritas y santurrones del partido
clerical y sus protectores racistas. Su historia es menos fiel a
la verdad que a los ajustes de cuentas personales. Los indios
existen pero como una raza invlida; eso, para l, fue culpa
de los indios por no tener el tino de nacer en Francia o en
Inglaterra. Hidalgo y Morelos? En sus pginas terminan
como un toro para el arrastre.
Vienen ahora con Santa Anna tiempos difciles. Ser
igual, o peor, que en el 44, cuando lo expulsamos: la orga
palaciega, el tahr como hombre respetable, el agio con el
rostro de la caridad, las prostitutas de lujo para los incondi-
cionales dijo con acritud Prieto.
Se despidieron. Se dieron un fuerte abrazo ignorando si
volveran a verlo. En la calle, observndolo de reojo, pese a
la oscuridad de la noche, Ortiz not que Zarco lloraba.

Marcos invit a Ortiz y a Cullar a uno de los saraos en Palacio


Nacional. Entraron. Saludaron de lejos a Francisco y a Gua
dalupe. Francisco se acerc para anunciar su compromiso
matrimonial. Se casaran en el curso del ao siguiente. Marcos

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los felicit. Se alejaron. Pareca todo perdido para l, dijo
Marcos, y record uno de los poemas del amigo escrito a
Elisa (as la llamaba en sus versos) apenas el ao anterior. Le
he dicho que cambie el ttulo al libro. Se necesita valenta
cursi para ponerle Vida del corazn, apostill Cullar.
Cullar vea de lejos a Gonzlez Bocanegra. A sus vein-
tinueve aos tena un porte elegante y vesta con decoro.
Pareca ms un nrdico, con el cabello rubio y los ojos
azules, que un espaol o un mexicano. Su mirada tena una
vivacidad rara y extraordinaria. Guadalupe era una joven
bonita, de rasgos finos, delgada, de modales impecables.
Desde su llegada a Ciudad de Mxico, siendo todava un
nio, Marcos se haba enamorado de Mara Concepcin,
pero desde entonces, sobre todo a ltimas fechas, los celos,
o los zelos como l los llamaba, lo hacan tocar las puertas
del desnimo. Una de las principales causas de la entrada
a la Guardia de Lanceros fue para darse y darle una imagen de
valiente y asistir a fiestas en salones de gobierno y en casas
de los ricos y estar cerca de ella.
Mara Concepcin iba de un lado al otro de la sala. Esbelta,
de cabellera rubia, ojos azules, tenue, pareca no tocar con
sus pies la alfombra. Vesta una saya color negro y una
mantilla blanca.
Marcos contaba que haba hecho lo posible y lo imposi-
ble proponindole el compromiso de mil maneras y ofre-
cindole todo lo que tena al alcance. Cada poema de amor
escrito desde 1846 tena una sola destinataria. En sus viajes
por la repblica o en su estancia en Cdiz, comparadas con
ella, las dems jvenes eran beldades opacas. Por ella bus-
caba la grandeza slo para compartirla.

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Los amigos contemplaban el baile. Lo que a Arrniz le
pareca, segn sus palabras, de una pompa digna de las
grandes capitales de Europa y un cuadro encantador, a Cullar
y a Ortiz les causaba un profundo malestar. Era demasiado
tal gala y dispendio.
Con Marcos se acercaron a saludar una ms bella que
otra a las Zozoya, a las Pacheco, a Paz Villamil (hija de la
Gera Rodrguez), a Hiplita Urrucha. Era imposible no
maravillarse ante el nmero de muchachas que lucan sus
sayas y mantillas de Manila y los vestidos de raso o tercio-
pelo. La mayora, comentaban las Zozoya, se alhajaban y
vestan con Virginia Gourgus. Ortiz vea a Paz Villamil
con sus cuencas de cabello junto a las sienes y las crenchas
abiertas detrs de la cabeza. Lo nico bueno de los ricos
son sus mujeres y su coac, rea Ortiz.
Pero los amigos tenan la impresin de que ms all del
relumbrn superficial, Marcos saba que aquel no era su
mundo. Lo hubiera dejado, lo dejara a ciegas, si Mara
Concepcin aceptara irse con l. Cuntas veces no imagin
hacer el amor con ella en el campo oyendo las voces de los
pjaros y los murmullos de las fuentes. Cuntas veces no
imagin besar cada milmetro del cuerpo de la joven hasta
hacer hervir la lava.
Carmen, una amiga de Marcos y Mara Concepcin, se
acerc a la esquina del saln donde estaban los amigos. Se
despidieron las Zozoya y las Pacheco que no dejaron de
fisgonear y murmurar toda la noche.
Mara Concepcin pareca lumbre mvil. Ccoras chin-
chorreros, como enjambre de abejas, volaban y zumbaban
en torno de ella. Con uno bailaba un vals, con otro una

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contradanza, con el tercero una polka, con un cuarto una
mazurka, y la muchacha sonrea a uno, susurraba a otro,
miraba con languidez a un tercero, le daba un papelito al
cuarto. Marcos frunca el ceo, haca gestos, palideca, tra-
gaba saliva, daba vueltas en pequeos crculos. Pasaba de
la rabia a la tristeza y de la tristeza a la desesperacin.
Se acerc a la muchacha. La invit a bailar. Ella lo vio a
los ojos un momento. Marcos se qued esttico.
Carmen camin hacia donde estaba l.

Das despus Luis G. Ortiz lo acompa al paseo de Bucareli.


Cruzaban carruajes y caballos de sur a norte y de norte a
sur: de la garita de Beln a la plaza de toros y viceversa.
Mara Concepcin asomaba por la ventanilla de un carruaje.
El avispero de jvenes volaba en torno de la flor.
No deba decirlo murmur Marcos, pero si no
fuera por Dios y el recuerdo de mi padre, despedazara a
todos estos currutacos inmundos.
Cuando el carruaje pas frente a los jvenes, la mucha-
cha pareci no ver a Marcos.

Aquella noche del 19 de junio de 1853 Francisco, Luis y


Marcos visitaron a Carmen en su casa. Carmen era bella,
dulce, tranquila, de suavsimas maneras. Enamorada de
Marcos, como Marcos de Mara Concepcin, varios amigos
la asediaban sin xito. Despus de la muerte del padre de
Marcos, Carmen haba sido para l, en los meses difciles, la
dulzura que no hay en la sombra o niebla. En las horas de

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la visita Marcos estuvo taciturno y melanclico. Al trmino
de la cena, Carmen le pidi unos versos para su lbum.
Para sorpresa de todos, Marcos acept; nadie recordaba
que en ningn otro lbum hubiera escrito versos de corte-
sa; pero en el poema que improvis se disculpaba de no
poder cantar la hermosura y la gentileza de la joven, porque
a causa de un amor, por el que se atravesaba como por un
tnel sin luz al final, su lira estaba rota.

Luego de pasar la tarde sentados a la orilla de la fuente en


el centro de la Alameda conversando sobre las jvenes,
rubias y blancas, que amaban, y del trato que de ellas reci-
ban, Arrniz y Ortiz se encontraron con Zarco frente al
convento de San Francisco y se encaminaron a la calle del
ngel a visitar al poeta Jos Joaqun Pesado. Mientras ca-
minaban, Ortiz record lo dicho por Prieto de que el cuerpo
pequeo de Zarco contrastaba con una inteligencia, una
honradez y una valenta sin lmites. Por la calle de San
Francisco, en direccin a Palacio Nacional, en un carruaje,
vieron pasar a Santa Anna y al general Martn Carrera, de
quien Marcos era edecn.
En casa de Pesado se enteraron del fallecimiento de
Jos Mara Tornel. Un ataque de apopleja.
El velorio sera ese 11 de septiembre en el Colegio de
Minera.
Lo trat y apreci mucho. Toda la vida fue el brazo
derecho del general. Le hubiera gustado ser presidente.
Alamn lo odiaba. Tornel no era ms inteligente y talentoso
que don Lucas, pero s ms tolerante.

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Don Jos Joaqun, disclpeme dijo Luis G. Ortiz,
Tornel era como Santa Anna y a veces era Santa Anna.
Navegando en la veleta, cambiaba, segn el aire, el uniforme
rojo por el azul con tal de no renunciar al poder. Se uni
a los insurgentes y luego los combati. El virrey lo ascendi a
capitn, pero prefiri, viendo la veleta, unirse al ejrcito tri-
garante y convertirse en iturbidista. Como Iturbide no lo
recompens como quera, se declar al ao siguiente federa-
lista y liberal. Como secretario del presidente Guadalupe
Victoria, Tornel fundament la expulsin de los espaoles, y
luego sirvi a Vicente Guerrero y a Anastasio Bustamante.
Ministro en cada regreso a la presidencia de Santa Anna,
declar, contra el parecer antiguo, la improcedencia del
federalismo. Diez aos despus de fundamentar la expulsin
de los espaoles, defendi las relaciones con Espaa y se
volvi ms obispo que el obispo, y al ltimo, presuma de mo
narquista y cobraba unos sueldazos como general de divisin,
director del Colegio de Minera y senador. Desde luego su
falta de actividad en todos, haca que los puestos no los
sueldos fueran honorficos. Sin embargo lo reconozco
como un gran anfitrin, y en un mundo de militares analfa-
betas, entre ellos el propio Santa Anna, era letrado.
Nos trataba con afecto y respeto (Marcos).
Nunca he visto un maromero con ms suerte: caa
siempre de pie (Zarco).
Fue muy enfermizo. En los ltimos aos padeci
mucho de los pulmones y el estmago. Muri como un
buen cristiano (Pesado).
Cuando se diriga a nosotros en el Colegio pareca
estar en una plaza pblica. Como Santa Anna, no perda

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ocasin de fungir como orador. Al orlo recordaba la crni-
ca de Martnez de Castro donde lo llamaba Don Pomposo
Rimbomba (Zarco).
Jos Mara quera que lo recordaran como un hombre
de espritu que apoy a los jvenes. Protegi e impuls cuan-
to pudo al desdichado Rodrguez. Recuerden tambin cuando
defendi a Fernando Caldern diciendo que las revolucio
nesdeban respetar el genio. Fue un ponderado compaero
en las batallas civiles del partido dijo Pesado con tristeza.
Un ministro de Defensa que nunca estuvo en un
combate ironiz Ortiz.
Pesado sonri. Pareca estar ms all del bien y el mal.
Dijo: Ahora vengo.
Sali un momento y regres con una charola con tazas
de chocolate.
Saban pregunt, que renunci el general Haro
al Ministerio de Hacienda?
En el pecado santannista lleva la penitencia sentenci
Zarco.
Debemos reconocer que don Jos Joaqun nos tiene
una paciencia infinita. Otro nos hubiera sacado a patadas si
hablramos as de sus amigos dijo Ortiz, mientras iban
de regreso caminando a travs de la Plaza Mayor.
Prieto me contaba que l y Carpio eran extraordinaria-
mente tolerantes con los jvenes insolentes desde los aos
de la Academia de Letrn. Aguantaban a pie firme sus crti-
cas y no sentan tristeza ni envidia por el bien ajeno (Zarco).

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El ministro Haro, harto de los caprichos y las arbitrarieda-
des de Santa Anna, escribi con valenta un artculo terrible
contra la corrupcin en el gobierno. La persecucin de
Santa Anna contra l se torn feroz.
Cmo estara la cosa comentaba Florencio Mara del
Castillo en el caf del Progreso que un pillo de la ralea
de Haro viera ms pillo a quien trajo de Turbaco.
Con su vena irnica, Florencio, que era muy alto, deca
que Haro pareca uno de esos muecos de juguete que
nunca traen una arruga en el traje. Su cortesa es tan fina
como su voz meliflua. Pero el tipo es peligrossimo. Detrs
de ese cuerpo de paja es de una inteligencia perversa y de
un valor frreo.
Zarco contaba que desde agosto se corra el rumor de
que Santa Anna haba dado instrucciones a embajadores
del partido conservador mexicano en Madrid y Pars con el
fin de que intervinieran Espaa, Francia e Inglaterra y se
trajera a un prncipe espaol a gobernar este pas sin re-
dencin ni remisin. El gobierno lo negaba.
La leva forzosa de indios para el ejrcito creca por miles.
Para su escolta Santa Anna mand traer mercenarios suizos.

Zarco, Ortiz y Castillo paseaban por el paseo de la Viga ese


fro medioda de diciembre de intensa luz. Como flechas
disparadas llegaban a las orillas por las aguas pardas del
canal las canoas conducidas por los indios que traan su
mercanca. A travs del extenso paseo, bordeado de rboles,
iban y venan lentamente caballos y carruajes. Las seori-
tas movan sus abanicos y de carruaje a carruaje saludaban

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a conocidos. Charros y rancheros se lucan haciendo suertes
con los caballos. Cruzaban aguadores. A los lados se halla-
ban alineados mltiples puestos: de rbanos, de juiles, de
lechugas, de palomitas, de caas, de naranjas, de jaulas
de pjaros canoros...
El Napolen de utilera ha enloquecido, deca sarcstica
mente Florencio Mara. Restableci la Orden de Guadalupe
y se honr a s mismo como Gran Maestre. Su camarilla se
pronunci para que le fuera otorgado el ttulo de Su Alteza
Serensima. Pese a no estar de acuerdo la gente de bien con
sus tropelas, lo toleran por temor a la vuelta de los liberales.
Para controlar al ejrcito, por medio de la corrupcin
y sostener el ritmo de las fiestas, ha impuesto gabelas por
tener ventanas y pasear a los perros apuntaba Zarco.
Y el Monitor cerrado... se lament acremente
Florencio.

El ao siguiente Marcos se refugi en los libros y en el


ejrcito. Donde quiera se le vea con el uniforme de capitn
de Lanceros. Pero con el corazn roto, senta a menudo
que el cerebro perda su simetra y su orden.
Se lean sus poemas, por lo regular sonetos, que su
amigo Zarco publicaba en El Siglo Diez y Nueve. Se observaba
madurez tcnica, cuidada musicalidad y un tono aflictivo
por la prdida amorosa. La mayora de las piezas podan
leerse en una doble interpretacin: Arrniz equiparaba sus
estados de nimo a elementos y fenmenos de la naturaleza.

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Francisco Gonzlez Bocanegra haba ganado el 5 de febrero
de aquel 1854 el concurso para la letra del Himno Nacional.
Premiado por los poetas conservadores Jos Joaqun Pesado,
Manuel Carpio y Bernardo Couto, el dictamen se redact el 9.
Slo se haba visto a Francisco tan feliz el da cuando su
prima Guadalupe le dio el s matrimonial, luego de dos
aos de consumirse en la sombra. El Himno estaba dedicado
con una zalamera insoportable a Santa Anna y contena una
estrofa ditirmbica para Su Alteza Serensima.
Con acrimonia, con furia, Zarco comentaba en la redac-
cin de El Siglo Diez y Nueve que al parecer Marcos y
Francisco queran convertirse en el nuevo Ignacio Sierra
y Rosso de Santa Anna. Y repeta aquella octava de Sierra y
Rosso, decorativamente abyecta, que tanto gustaba repetir
Guillermo Prieto de manera zumbona:

Viste muy dulce en calurosa tarde,


Es del ocano la templada brisa,
Y dulce al joven amador cobarde
De su amada en los labios ve la risa;
Pero ms dulce al corazn y arde
Dentro el pecho latiendo ms aprisa,
Cuando el amor feliz repite ufana:
Viva el excelso general Santa Anna!

Viva el excelso general Santa Anna! se carcajeaba


Florencio.
No hay un verso que no sea un ripio rea Ortiz.
Saben cmo le deca Prieto al chato Sierra? pregunt
Zarco: El licenciado general don Ignacio Sierra y Rosso.

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Pero gracias a aguantar a pie firme las diarias humi-
llaciones y burlas del presidente, Sierra tiene casas en todos
los barrios (Florencio).

En marzo el viejo general Juan lvarez lanz en Guerrero el


Plan de Ayutla en el cual se desconoca a Santa Anna y se
peda un presidente interino y el restablecimiento del siste-
ma federal. El veinteaero Ignacio Manuel Altamirano se
adhiri de inmediato al Plan que pronto se volvera una re-
volucin. Quiz fue la primera vez que Santa Anna baj de
la nube y empez a vislumbrar que la nacin europea, en la
que crey vivir, no exista ni en la imaginacin del ms
imbcil o chiflado de sus aduladores. March a Acapulco a
combatir la sublevacin, pero pese a contar con fuerzas muy
superiores, lo humill el general Ignacio Comonfort al no
poder romper el sitio del fuerte de San Diego.
Acaso presinti el principio del fin.

Los Estados Unidos queran el territorio de La Mesilla para


construir el ferrocarril que unira el este y el oeste; el gober
nador de Nuevo Mxico declar que el terreno perteneca
a los Estados Unidos; lo ocup el ejrcito estadounidense;
el gobierno de Mxico present una protesta.
Pagaron a Mxico una bicoca de indemnizacin, que
acab en el bolsillo de los negociadores.

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Qu manera de caminar la ciudad! Tal vez de su genera-
cin nadie la conoci como Marcos. Era un deleite orlo
hablar con detalle de iglesias, conventos, jardines, plazas,
edificios gubernamentales, bibliotecas, libreras, cervece-
ras, peluqueras, cafs... Los amigos pensaban que ocurra
con l como con los que llegaban de afuera: conocan ms
la ciudad que visitaban o en la que terminaban residiendo
que la suya propia.
Marcos oa msica y asista al teatro pero sobre todo
lea con delectacin a los espaoles de los siglos de oro y del
romanticismo y a Petrarca y a Byron y a Hugo. Empezaba a
apasionarse por la historia y la geografa y los diccionarios
mexicanos.
A veces iba a Orizaba con los familiares (l naci en San
Miguel el Grande) y sola ir de all a las costas del ocano
Atlntico. Nada le causaba tanta desazn, nada le pareca
ms melodiosamente melanclico, como la vista del mar
quieto en los atardeceres, y nada le alzaba ms fuego en el
alma y la sangre que el mar con los vientos del norte que
llegaban con furia devastadora.
En junio se cas Gonzlez Bocanegra. Los amigos asistie-
ron al convite. A fines de mes se ratific en Washington el
Tratado de la Mesilla con el que termin el gran tajo al pas.
Creca la inconformidad. Hubo pronunciamientos en
Michoacn y Tamaulipas

Los amigos fueron al Gran Teatro de Santa Anna cuando la


clase poltica y la aristocracia mexicana, sin la presencia del
dictador, asistieron al estreno oficial del Himno Nacional.

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La msica era del cataln Jaime Nun. Con el rostro radioso,
Gonzlez Bocanegra dio un discurso, que Zarco calific de
torneliano (pomposo, rimbombante) sobre la patria. Grit
salves por Hidalgo, Allende e Iturbide y jur por los valores
de unin, libertad e independencia.

Corra enero de 1855. El da 9 el Conde de la Cortina ofreci


como bienvenida a Mxico un gran banquete a Jos Zorrilla
en el Hotel del Bazar, en calle del Espritu Santo. Sin em-
bargo, donde el poeta y dramaturgo espaol se sinti como
en el comedor de su casa, fue en la animada recepcin que
le organizaron das despus en el Tvoli de San Cosme los
jvenes poetas y escritores. Los convidados se sorprendieron
de encontrar a un hombre pequeo de estatura y de apa-
riencia frgil. Brindaron por su gloria Zarco, Arrniz, Gon
zlez Bocanegra, Flix Mara Escalante, Sebastin Segura,
Casimiro del Collado, Juan Miguel de Losada, Jos Mara
Brcena y Emilio Rey. Algunos no dejaban de recitarle de
memoria pasajes de Don Juan Tenorio.
En cierto momento del convite Marcos se acerc a
Zorrilla y le dijo que si a su paso hacia Mxico se detuvo en
la ciudad de Orizaba; Zorrilla habl con fruicin y alegra del
trayecto en carruaje de Veracruz a la capital: de las feraces
tierras de Orizaba y Crdoba, su paso por la meseta del centro
y el arrobamiento que sinti al acercarse a la Ciudad de M
xico y contemplar el elevado valle con sus frescas lagunas,
rodeado de colinas y montaas boscosas, y lejos, al oriente,
los volcanes nevados. Pero ante todo le sorprendi la luz del
valle que daba una nueva claridad a las cosas.

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Los convidados preguntaron a Zorrilla si las quintillas que
se le atribuan contra Mxico y contra Santa Anna eran de su
pluma; repuso que si lo fueran, jams habra puesto un pie en
Mxico. Todo mundo sabe que son de Garca Gutirrez.
Zarco chance: Ojal fueran de Zorrilla. Y en voz baja
empez a decirlas de memoria en la mesa a los amigos que
estaban prximos:

Pobre gente mexicana!


Se dice republicana
Por sarcasmo o por baldn,
Y se encaja por gua
Un gallero de La Habana.
Y detestan nuestro trono,
Nuestro regio pabelln,
Quien tiene por dueo un mono,
Vestido de Napolen.

La prensa hablara de un banquete sencillo y cordial.

Al parecer todo el encono contra Zorrilla naci por el resenti-


miento del empresario espaol Manuel Moreno, agente del
Teatro Nacional, que hizo llegar las quintillas al hijo de Santa
Anna, atribuyndoselas a Zorrilla. Moreno estaba furioso
porque le quitaron una funcin para representar Don Juan
Tenorio. Con gran irritacin, Zorrilla contaba que, das des-
pus del convite en el Tvoli, lo cit Antonio Dez de Bonilla,
gobernador del Distrito Federal, quien quiso obligarlo a firmar
un documento deshonroso, donde no slo negaba la autora

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de los versos, sino que enalteca a Santa Anna, y aun, para
colmo, tuvo que visitar en Palacio al presidente (as dijo)
para desfacer los entuertos. A sus amigos de mayor con-
fianza, el Conde de la Cortina, el alegre y valeroso Sanchiz,
el pundonoroso Manuel Madrid y el reservado Cagigas, les
confesaba que lo que en verdad le dola era la creencia de
que los ataques eran no contra Santa Anna, sino contra el
pueblo mexicano, y confidencialmente haca la observa-
cin de que para l Santa Anna tena la conciencia ms
negra que un usurero.
Zorrilla se senta incmodo en medio de los intolerantes
liberales, que llamaban a los conservadores religioneros,
y de los intolerantes conservadores, que llamaban a los libe-
rales libertinos. Unos pregonaban religin y fueros, los
otros libertad y justicia.

Al principio de su residencia sus nuevos amigos Sanchiz o


Cagigas o Portilla mostraban a Zorrilla aquella habitable
urbe de doscientos mil habitantes. Al pasear por las calles
y plazas, se admiraba de encontrar una ciudad muy espa-
ola: algo le recordaba a Burgos, algo a Toledo, algo a
Valladolid. Se sorprenda con el movimiento persistente de
frailes y cannigos franciscanos, dominicos y agustinos
que pululaban por las calles, o con el sonido de campanas
que a cada momento taan de las mltiples iglesias de la
ciudad religiosa, o con los ros de pjaros que volaban en el
aire y se escondan para cantar en los rboles, o encontrar
con frecuencia a Dolores Tosta, la esposa del presidente,
visitando los conventos de las hermanas.

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Los primeros aos en nuestro pas Zorrilla los pas en-
tre la urbe y las haciendas de los ricos. En Ciudad de Mxico
aceptaba invitaciones a lecturas en colegios, salones y teatros.
A menudo se quedaba en la casa de Tacubaya del Conde de
la Cortina en un cuarto que daba al jardn, al lado de la bi-
blioteca, la cual, sin duda, era la ms selecta del pas. La
casa era quieta y silenciosa. El mejor sitio, el sitio ideal,
deca, para leer y escribir.
El Conde es el hombre ms culto del pas, una gramtica
viva, un tratado de retrica Zorrilla comentaba a Marcos
Arrniz en el restaurante Coquelet. Da la impresin de co-
nocer la historia entera de Mxico y las vidas de los grandes
hombres ilustres de vosotros.
Y aada que, pese a su fortuna, el Conde coma con
frugalidad y vesta con modestia, en fin, era un hombre
capaz de quitarse la camisa para drsela a un amigo.
Los jvenes liberales, sobre todo los escritores y perio-
distas, critican que haya renunciado a la nacionalidad mexi-
cana en 1848 para poder ostentar el ttulo espaol de Conde
que le perteneca por herencia. Tampoco olvidan que apoy
con dinero a anteriores gobiernos de Santa Anna ni sus cr-
ticas terribles en El Zurriago Literario.
A Zorrilla llamaban en especial la atencin varias cosas
de Mxico: los juegos de azar como diversin y hbito, los
negocios de los curas, las fiestas religiosas que acababan en
algo ms parecido a ceremonias bquicas y la obsesin de
los hombres por la levedad de los pies de las mujeres.

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Gracias a ser edecn del general Martn Carrera los amigos
vean con tristeza que Marcos se integraba al primer crculo
del poder. Cuando Santa Anna huy el 9 de agosto (regresara
slo diecinueve aos despus para darse cuenta de que pocos
lo recordaban), Carrera fue designado presiden te interino.
Marcos lo segua con fidelidad sin fisuras porque crea en su
patriotismo de raz. Pero no lo dejaban gobernar. Para evitar
un ro de sangre fratricida, Carrera, as lo dijo, renunci al po-
der. El Plan de Ayutla triunf. Luego de la fuga de Santa Anna
regres Guillermo Prieto. Lo nombraron ministro de Hacienda.
Jos Zorrilla se reuna con l y con Manuel Payno a almorzar
los domingos en la casa de Tacubaya de Manuel Madrid.
Juan lvarez subi en octubre a la presidencia, pero los
liberales moderados se impusieron a los rojos, y lvarez fue
sustituido apenas dos meses despus por Ignacio Comonfort.
Lanzando el Plan de Zacapoaxtla, Antonio de Haro y
Tamariz se rebel en Puebla y desconoci el gobierno de
Comonfort. Marcos se integr al ejrcito de Haro al que
llamaba curiosamente revolucionario. En el marzo fro
de 1856, en las llanuras poblanas, particip en la batalla de
Ocotln, donde pele con ciega valenta. Poco despus lo
aprehendieron bajo el cargo de conspiracin.

Cuando los amigos iban a visitar a Marcos en la crcel sen-


tan a la vez pena y enojo. Si ya haba detalles que lo anun-
ciaban, empezaron a crecer sus fugas y desvaros mentales,
pero curiosamente su ritmo de escritura y de lectura creci
de manera frentica. Pobre Marcos!, deca Altamirano,
con sincera piedad, cada vez que sala de visitarlo.

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No haba en Marcos ningn arrepentimiento por haber
pertenecido al ejrcito santanista y combatido en marzo
con las fuerzas de Haro. Con desconcierto, con dolor, lo
oan comentar minucias de la contienda. Hablaba del ejr-
cito de Comonfort como del enemigo y de sus compae-
ros de combate como los valientes, los revolucionarios,
nuestro ejrcito...
Contaba cmo al principio las fuerzas de los generales
Haro y Castillo avanzaron en columnas para ponerse frente
a las bateras y batallones del enemigo. Se gritaron vivas!
de los dos lados. Abri fuego el ejrcito de Haro y de Castillo
pero pronto la artillera de los liberales caus estragos.
Cerraron las filas conservadoras, marcharon a pie firme,
pero la metralla y los caonazos de los liberales despeda
zaban lo que se pona enfrente. El general Leonardo
Mrquez, de quien yo estaba al lado, nos exigi entrar a
bayoneta calada, pero tuvimos que retroceder ante cao-
nes y granadas. Observ cmo la Legin de Honor del ge-
neral Orihuela se retiraba con orden. En ese momento, por
un caonazo, perd el caballo, pero rpidamente tom uno
nuevo. Algunas de nuestras fuerzas derrotaron a las contra-
rias. Sin embargo los generales Haro y Villarreal pactaron
un armisticio y desocuparon la llanura de Ocotln. Un
error que dej el campo a los contrarios. Otorgndole una
victoria moral, el enemigo march contra nuestra retaguar-
dia. Pese a perder nuestro ejrcito quinientos hombres, no
flaque nunca; a pecho abierto los soldados se lanzaban
contra el fuego.
Ante la estupefaccin de los amigos, Marcos comparaba la
batalla de Ocotln con las de La Angostura, Gallinero y Tolon.

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En das siguientes el ejrcito de Comonfort sigui el
ataque e hicieron abandonar el cerro de San Juan y de
Loreto a las fuerzas de Haro y Castillo. Se incendi el con-
vento de La Merced; sin recursos, los conservadores huye-
ron en desbandada. Capitularon el 22 de marzo. Generales,
jefes y oficiales conclua Arrniz con desconsuelo se
hallan desterrados al sur.
Y tristes lo dejaban en su soledad afligida escribiendo
libros de historia y de biografas mexicanas.

En la crcel estuvo varios meses. A mediados de ao, toda-


va en chirona, el ministro de Hacienda decret la llamada
Ley Lerdo o Ley de Desamortizacin de los Bienes de la
Iglesia. Por protestar fueron presos o expulsados, entre
otros, los arzobispos de Mxico y Puebla.
Al diagnosticarse que su locura no era peligrosa dejaron
a Marcos salir de prisin. Los amigos lo vean sobre todo
cuando asista a San Juan de Letrn 3 a saludarlos en la
redaccin de El Monitor Republicano. Florencio Mara,
quien se autobautiz como Genio, era el redactor del diario.
Tras de su rostro ceudo y de una melancola sin fondo, se
ocultaba en Florencio un hombre puro y bueno. Como gran
nmero de melanclicos, el nervioso y excitado Florencio
posea asimismo una irona de filo y como polemista lanza-
ba dardos de fuego. Entre pilas de peridicos y libros sobre
viejos escritorios, se reunan con l Arrniz, Gonzlez
Bocanegra y Ortiz. Marcos hablaba poco, menos que antes,
y sus ojos parecan ya mirar hacia ninguna direccin. Pero
al hablar su discurso era bella y armoniosamente exacto.

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Se discuta la nueva Constitucin. Los conservadores esta-
ban furiosos. Los liberales rojos y moderados peleaban entre
s; poco a poco se imponan los rojos. Era impresionante
or en el Congreso los discursos de lucidez incendiaria de
Ignacio Ramrez, de Melchor Ocampo, de Ponciano Arriaga y
del joven Zarco, que discutan contra Jos Mara Lafragua
y su caterva de moderados (camarilla de timoratos, los
llamaban), apoyados por el presidente Comonfort.
Esos liberales traen bajo el traje una sotana deca el
Nigromante Ignacio Ramrez en uno de sus habituales
epigramas.
El 15 y el 18 de septiembre los amigos asistieron a las
puestas en escena del drama Vasco Nez de Balboa de
Bocanegra. Pocos das despus Florencio redact una breve
nota y Marcos public un par de semanas ms tarde una rese-
a. Si Marcos sealaba que en la obra se prolongaban algunas
escenas ms de lo debido y de cierto descuido en la versifi-
cacin, la unidad de accin, la belleza de los caracteres y
la poesa salvaban las pequeas deficiencias. Y el vano elogio
extremo: la obra daba honor a la dramaturgia mexicana.
Marcos no volvi a escribir para los diarios.

Luis G. Ortiz, que pareca escribir poemas a destajo, publi-


c ese ao un vasto tomo de sus poesas. Se lo entreg a
Marcos en la redaccin de El Monitor Republicano. Marcos
empez a [h]ojearlo. Not poemas donde era personaje. Se
dirigi a un rincn para leer ms despacio. Ortiz lo obser-
vaba. De pronto vio a Marcos echarse a llorar. Ortiz se
acerc y vio la pgina que el amigo lea:

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T que has llorado la ilusin perdida
T que de una mujer frgil formaste
Una deidad, a cuyos pies rendida
Pusiste el alma, y con amor quemaste
Incienso puro, y que tu edad florida
Ante su bello altar sacrificaste,
Y que al ceir su sien con tu guirnalda
Ingrata y falsa te volvi la espalda.

Y Ortiz sinti en ese momento lo que Marcos en ese mo-


mento senta.

Al estrecho y pobre cuarto del estudiante de tercero de De


recho, Ignacio Manuel Altamirano, en el Colegio de Letrn,
Marcos se apareca de vez en vez en ese ao de 1857. Llegaba
solo o acompaado de Florencio Mara del Castillo, quien
aligeraba mucho las reuniones con sus bromas y veras, con
sus expresiones y dichos mexicansimos que alegraban las
sesiones. Tambin llegaba a veces Luis G. Ortiz.
Marcos acept asistir a las reuniones como una manera
de agradecimiento a los jvenes lateranenses, sobre todo
a Altamirano y a Daz Covarrubias, por las visitas que le
hicieron en los meses de prisin. Haba un acuerdo entre
los colegiales, quiz estimulado por Altamirano, de no tocar
con Marcos ningn tema poltico; era mejor; la mayora del
grupo que se reuna en torno de Altamirano era de jvenes
liberales dispuestos en aquellos duros tiempos a todo.
Muchos aos despus Altamirano recordara en aquellas
reuniones, adems de a Florencio y Marcos, a Juan Mateos

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con sus saetas epigramticas, al alto y fuerte Manuel Mateos,
quien buscaba imponerse en las reuniones a base de frases
explosivas, y a Alfredo Chavero y a Emilio Velasco y a Juan
Doria. Poco despus, invitado por Altamirano, se apareci
en las reuniones Manuel M. Flores, tanto o ms introvertido
entonces que el propio Marcos.
Nacido en Tixtla en 1834, protegido del ex presidente
Juan lvarez, pese a su pobreza extrema y a su condicin
de indgena en una sociedad terriblemente racista y clasista,
Altamirano, desde los quince aos, demostr en el Instituto
Literario de Toluca un admirable anhelo de superacin y
una capacidad de conciliacin para unir a los ms diversos
grupos ideolgicos. Siendo su lengua materna el nhuatl,
en Toluca aprendi espaol y francs. Menos que su penu-
ria econmica, su mayor dolor era la condicin indigente de
su familia y que su padre anciano se hallaba muy enfermo.
Algo en Marcos despertaba en los lateranenses una
simpata trgica. No era fcil para ellos entender cmo un
hombre de tal manera dotado para la poesa y la prosa, con
su gran cultura europea, con su elegancia natural, desca-
minara los caminos de la razn, y los descorazonaba no
hallar medios de animarlo y aliviarlo cuando en el curso de
las discusiones pasaba de la tristeza al abatimiento. Quien
se senta ms prximo a l, byroniano como l, era el estu-
diante de medicina Juan Daz Covarrubias, con quien sola
conversar en los cafs de La Gran Sociedad y del Hotel
Bazar. Daz Covarrubias sala de sus prcticas en el Hospital
de San Andrs o de su cuarto en la Escuela de Medicina
para asistir a las reuniones en el escueto cuarto de becario
del joven Altamirano.

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Arrniz apreciaba del jalapeo Daz Covarrubias su
precoz talento y su lucidez para la observacin de la vida
diaria. Senta una rara ternura aflictiva al ver a ese joven
de diecinueve aos, de mirada triste, pequeo y magro de
cuerpo, hurfano como l, y que, como l, haba sufrido un
desengao terrible por una joven a quien llamaba Sofa.
Apenas el 30 de enero de ese 1857 haba muerto la madre
de Juan. Slo los separaban (de eso no hablaban nunca) las
preferencias y simpatas polticas. Quin de los dos ten-
dr la mirada ms hundida y triste?, se preguntaban los
amigos en los pasillos desmedrados del Colegio de Letrn.
En los corrillos del Colegio, Altamirano deca que la
locura de Marcos empez en la crcel; Daz Covarrubias y
Ortiz, quienes lo trataban a menudo, culpaban su insania
al desdn sangriento de Mara Concepcin: Lo atraa, lo
desdeaba, le daba pequeas o grandes esperanzas, volva
a alejarse, y dndose cuenta o no, a veces con intencin y a
veces no, lo hizo pedazos.
Alguna vez el director Jos Mara Lacunza coment con
los jvenes que ya notaba ciertos sntomas de alteraciones
en Marcos desde principios de los cincuenta cuando vena
a leer sus poemas al Colegio. Con dolor, con piedad,
Altamirano refera que todo en su obra y en su persona
pareca extraviarse en las brumas del Norte.
Los muchachos de Letrn oan admirados a Marcos
opinar, con su palabra delicada y elegante, de Garcilaso, de
Byron y Espronceda, de los aos frtiles del Liceo Hidalgo,
de la lrica mexicana, de sus gustos de teatro y msica, de
rincones inslitos de la Ciudad de Mxico, de la amistad
con sus contemporneos. Cuando a Marcos se le preguntaba

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sobre su propia poesa, contestaba siempre que la lira esta-
ba rota.
Al salir del Colegio, Juan sola pasear con Marcos por la
Alameda o Bucareli o la Viga o ir a dar vueltas a la Plaza
Mayor. Juan mostraba a Marcos sus escritos publicados en
El Monitor Republicano y en el Diario de Avisos. Ambos ha-
blaban, sentados en una banca de la Alameda, de los hom-
bres ilustres del siglo y queran escribir sobre ellos; Juan
ya tena el ttulo de su volumen (Galera de mexicanos cle-
bres del siglo xix), pero Marcos, quien no tena an el ttulo,
fue el primero que lo escribi, aun yndose ms lejos en el
tiempo, hasta el alba de la Colonia.
De qu hablarn si son casi mudos? comentaba
Florencio.
El 15 de septiembre de ese ao Juan Daz Covarrubias
ley en el pueblo de Tlalpan un discurso en el cual atacaba
a la iglesia y a los religioneros. No saba, no poda saber,
que sellaba su condena de muerte.
Arrniz dej de asistir al Colegio de Letrn. No se sien-
te bien con nosotros, dijo Manuel Mateos.

Hallaron el cuerpo en el camino a Puebla en un lugar


llamado El Agua del Venerable. Andaba solo en aquellos
bosques. Parece que lo robaron unos bandidos y lo cosieron
a pualadas sigui Altamirano.
Pero qu haca all? pregunt Bocanegra.
Qu podan robarle a quien no tena nada? pre-
gunt Daz Covarrubias como si hablara consigo mismo.
Se habla tambin de suicidio atenu Altamirano.

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Si es as (Daz Covarrubias).
El mal de Werther... interrumpi Altamirano.
Pero por qu suicidarse en Puebla? dud Gonzlez
Bocanegra. Poda haberlo hecho en su casa o en un cuar-
to de hotel donde alguien al menos supiera que lo hizo.
El camino a Puebla est infestado de bandidos y sal-
teadores (Ortiz).
Si se suicid se sabra slo viendo cuntas pualadas
hay en el cuerpo apostill Florencio que ese da no estaba
para hacer ninguna broma.
Y dnde est el cuerpo? (Bocanegra).

Salieron del local. El aire de diciembre helaba. Se despidieron


afuera, en la esquina de San Jos del Real y Coliseo. Ortiz
y Daz Covarrubias continuaron por San Jos del Real, do-
blaron hacia San Francisco y siguieron por Corpus Christi.
Apuntaban sus deducciones y trataban de atar y desatar
nudos. Daz Covarrubias se esforzaba para no llorar.
Llegaron al paseo de Bucareli. Entre los carruajes, los
caballos y los vendedores, se encaminaron en direccin a
la garita de Beln. Era un remolino de gente que en mo-
mentos se volva torbellino. Como una llama rpida, como
una aparicin, Daz Covarrubias y Ortiz vieron tras de la
ventanilla de un carruaje que pasaba, el cabello rubio, el
rostro de luz y unos ojos azules. Reciba con una sonrisa
un clavel de un joven. Por un momento Daz Covarrubias
record los poemas donde Marcos la parangonaba a la
Virgen Mara.

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En unos das sera la Navidad de 1892. Vea desde la ventana
de la Pensin Suiza el patio, y ms all del patio, las aguas del
mar Tirreno. Despus del severo fro parisiense se encan
taba mirando el cielo azul, las nubes de amaranto y rosa, el
mar azul oscuro, las colinas cubiertas de olivos, los caseros
y las villas con sus jardines de naranjos, de limoneros y
magnolios. Al principio, cuando lleg a San Remo, poda
hacer ejercicios y se daba nimos dicindose que en poco
tiempo el aire del mar y de montaa lo aliviaran.
Quera vivir. Quera volver a Mxico a saludar a los
amigos y a los discpulos y al presidente Porfirio Daz, que
tan bien se haba portado con l. Tena planes de viajar con
Joaqun Casass y Catalina Sierra a Roma, a Grecia y a Ale
jandra. Pero eso lo vea ahora como un sueo en el sueo.
Le gustaba mucho su trabajo de cnsul y anhelaba vol-
ver a Pars. Le gustaba esa ciudad limpia, tranquila, indife-
rente, muy lejos del pequeo infierno de las mordeduras y
picaduras venenosas de los envidiosos en Mxico. Pero aun
as eran preferibles los mexicanos en Mxico que los mexi-
canos en Pars, donde eran ms los malos que los buenos.
De los escritores mexicanos que pasaron por Pars durante
su consulado, nadie ms inaguantable que Jos Toms de
Cullar. Qu hombre tan avaro, vulgar y tonto. Quiz por
esos mritos, se dijo, lo eligieron acadmico.
Tosa. No dejaba de toser. No se daba cuenta, no quera
darse cuenta, de que ese pequeo cuarto lo ahogaba ms.
Baj a la playa. Busc una silla y se sent. Caa el cre-
psculo sobre las playas de San Remo. El juego de olas le
trajo un juego de recuerdos. De pronto se le vino a la me-
moria cmo a fines de enero de 1858 los muchachos de

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Letrn, a causa de los acontecimientos polticos, comenza-
ron a dejar de ir al Colegio y a dispersarse. Daz Covarrubias
public ese ao tres novelas, y la ltima, El diablo en Mxico,
se la dedic a Luis G. Ortiz. Pobre Luis, se dijo. Tan buen
hombre y tan buen amigo. Mereci haber escrito versos
ms recordables.
Cerrando los ojos por el dolor (ya haban pasado treinta
y tres aos), Altamirano record aquel 11 de abril de 1859,
cuando el ejrcito encabezado por los generales Leonardo
Mrquez y Miguel Miramn venci en Tacubaya a las fuer-
zas liberales de Santos Degollado. Daz Covarrubias haba
asistido a la batalla como mdico. Manuel Mateos lo acom-
pa. Sin respetar mdicos ni civiles ambos generales con
servadores ordenaron fusilar a troche y moche, pero hasta
pocos instantes antes de su fusilamiento en el cerro de
las Campanas de Quertaro, junto a Maximiliano y Toms
Meja, Miramn jur que la decisin no fue de l. En todos
los das de su vida Altamirano no pudo arrancarse del alma
la imagen de Manuel y Juan quienes rean tanto en las
reuniones en su cuarto de becario del Colegio de Letrn,
muertos en un abrazo a la hora de la carnicera. Repiti
para s los versos del violento soneto que escribi Ignacio
Ramrez cuando se enter de la matanza del 11 de abril en
Tacubaya perpetrada por la canalla religionera. Record la
impresin profunda que le caus leer la crnica de Zarco
sobre los hechos. Tantas muertes de amigos pareca llevar
sobre las espaldas y la espalda le pesaba ahora como una
montaa.
Mientras el crepsculo entraba en la noche, Altamirano
supo que otra noche se hallaba prxima. Con dificultad se

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levant de la silla. Con pesadez camin de regreso por la
arena de la playa y se encamin a la Pensin Suiza. Pronto,
tal vez muy pronto, estara en la otra noche con los amigos.
Record en ese momento a Marcos en su cuarto del Colegio
de Letrn hablndoles a los muchachos, con pulcritud inte-
ligente, de Byron y Espronceda. Se le volvieron a fijar en los
ojos de la memoria la figura elegante, la cabellera negra
encrespada, los ojos de mirada varonil y la sonrisa triste en
los labios delgados de ese joven ultradotado. Pobre Marcos,
pens, expresin que deca o se deca siempre cuando lo
recordaba. Un genio que slo qued en borrador. Un hombre
con tantos dones no mereca el tamao de su desdicha.
A lo lejos, sin poder ubicar dnde, se oa la voz de un
muchacho que cantaba en italiano una cancin que hablaba
de un amor desdichado que llevaba a la muerte.
Volvi la vista y se qued viendo cmo los colores del
crepsculo se ensombrecan en el horizonte.

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Acua

Aquel fro 5 de diciembre de 1873 Manuel Acua se haba


hecho acompaar por Juan de Dios Peza y haban ambula-
do por la ciudad la maana y la tarde. Pese a su torpeza al
andar, Acua siempre marchaba deprisa, y costaba seguir-
lo. Permanecieron largo rato en el restaurante del callejn
del Arquillo, donde Acua gustaba de ir para ver una repro-
duccin de Francesca da Rimini.
Salieron. Se encaminaron hacia el oriente rumbo al
Zcalo. Acua iba, como de costumbre, con su levita negra
de largos faldones, brillosa por el uso. Una y otra vez, a
causa del viento, Acua mesaba hacia atrs el rebelde cabe-
llo negro que se desordenaba.
Ufano Juan de Dios de ser un devoto de Acua, registra-
ba mentalmente todo lo que comentaba como si tuviera un
apuntador y lea todo cuanto publicaba o estaba por publicar.
Saba de memoria casi todos los poemas del amigo.
En la plaza del Zcalo dieron la vuelta por la zona
de rboles. Juan de Dios vio el reloj de Palacio y el reloj de
Catedral. Marcaba uno las 5:31 y otro las 5:32. Cul ser
ms exacto?, pens burlonamente.
Vamos a la Alameda dijo Acua.

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Se encaminaron hacia Tlapaleros. Frente al largo Portal
de Mercaderes se vean alineados los coches de providencia,
los carros de carga y los tranvas de mulas. En la esquina de
la plaza del Zcalo, donde se unan el Portal de los Merca
deres y Portal de los Agustinos, el comercio se animaba.
Acua vio los rtulos de las tiendas de las esquinas sur y
norte: Ciudad de Londres y Gran Cajn de Ropa. Acua vol-
vi la vista hacia el norte, y al fondo, por un instante, crey
ver imposiblemente la plaza y la iglesia de Santo Domingo y
la Escuela de Medicina. Siguieron su caminata bajo los porta-
les. Llegaron a San Juan de Letrn y viraron a la derecha.
Esa tarde el viento fro del otoo final deshojaba los fo-
llajes de los fresnos y los lamos en la Alameda. Se dejaba
sentir esa vaga pero honda tristeza que da la cercana de la
Navidad. Pero Acua no pensaba en la Navidad. Slo senta
que a cada momento su tristeza iba profundizndose. Juan
de Dios se daba cuenta y se entristeca por l. Los ojos
grandes y salientes de Acua parecan ahora extraamente
hundidos.
Ambos jvenes admiraban a Victor Hugo. Esa tarde
lean bajo un fresno Les Feuilles de lautomne. Con una de las
hojas secas que cayeron a sus pies, Acua seal a Juan de
Dios un captulo del libro dicindole: Mira, una rfaga
helada lo arrebat del tronco antes de tiempo. Juan de
Dios dej la hoja como separador.
Acua recit entonces un poema suyo, La gnesis, que
a Juan de Dios le pareci muy bello, y luego, sentados en
una banca del parque, le dijo que iba a dictarle un soneto.
Juan de Dios transcribi los catorce versos de A un arroyo.
Acua tom la pgina y se la dedic de su puo y letra.

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Declinaba el sol. Dejaron la Alameda, bordearon el
convento de Santa Isabel, y a unos pasos, en calle Santa
Isabel nmero 10, se despidieron. Acua dijo que lo espe-
raba en su cuarto de la Escuela a la una de la tarde del da
siguiente. Si no llegaba, se ira sin despedirse.
Adnde vas?
De viaje.

Juan de Dios camin unos pasos y lleg a San Francisco,


vir a la izquierda, pas por la Casa de los Azulejos, luego
por el Hotel Iturbide y se detuvo en el caf de La Concordia.
La noche se espesaba. Entr pero no vio ningn conocido.
Haba quedado de verse con Gregorio y Gerardo a las siete.
Se sent en una mesa que daba hacia la calle y orden un
licor. Le gustaban la animacin de la calle y la animacin
del caf.
Qu haba querido decir con eso de irse de viaje? En
los ltimos meses Acua se vea ms distante, sombro,
tenso. Adnde ira? A Saltillo? A los alrededores de la
ciudad? Cierto, Acua haba prometido a su madre que
la visitara en enero pero cmo? No tena un cntimo en
que caerse muerto. Si no fuera por Celi, que lo quera sin
otra esperanza que estar prximo a l, no tendra ni siquiera
ropa limpia. Acua se lo haba dicho haca unas semanas en
el restaurante del retrato de Francesca: l senta que estaba
defraudando a su madre, a su familia y a los profesores de
la escuela. Todo el ao haba vivido de la beca que le permi-
ta tener el cuarto y la alimentacin sin siquiera haberse
matriculado ni casi asistido a las aulas y a las prcticas. Si

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bien se haba acentuado en los ltimos meses, desde enero
mismo se le vea o en estado de gran excitacin o de depre-
sin profunda. En enero, incluso, un amigo suyo, un joven
abogado saltillense, Espinoza, haba advertido a los amigos
del difcil estado psquico en que se hallaba Acua. No haba
ningn conocido que no comentara el estado de tensin, de
fiebre continua, en el cual haba entrado, cometiendo exce-
sos en todo: lectura, escritura, desvelos, presentaciones
pblicas, organizacin de tertulias Para trabajar Acua
beba decenas de tazas de caf. Pareca sostener una batalla
a muerte con la muerte. Las huellas del esfuerzo y del ago-
tamiento eran cada vez ms visibles en su rostro.
Y Laura Mndez! Y Rosario de la Pea! Vaya historias!
Por Acua l se hizo ntimo de Rosario y la visitaba en
Santa Isabel. Conoca las dos versiones de la historia por-
que a ambos se las haba escuchado. Juan de Dios no se
explicaba muy bien a s mismo ese raro magnetismo que
tena, esa confianza que daba, para que la gente le contara
sus confidencias. Quiz te vemos cara de franciscano, le
deca Acua palmotendolo.
Desde mayo, cuando la conoci, Acua sufri un cam-
bio de conducta evidente. En mayo y junio estuvo exultan-
te, lleno de ilusiones, y Rosario reciba a menudo poemas
autgrafos, poemas dedicados, flores, hojas de laurel. A esto
se agregaba una gran alegra porque su drama, El Pasado,
sera puesto en escena, de nuevo, por Jos Valero con su
compaa en el Teatro Nacional. En ocasiones l acompa
a Acua a la casa de la joven. A Acua le reventaba el hga-
do no encontrarse a solas con Rosario. Cuando no estaba
Ramrez, se apareca Prieto, o se arrastraba por la sala una

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ralea de poetillas con presunciones byronianas, que iban a
leerle a la joven sus mamotretos de polilla municipal. De los
asiduos a casa de Rosario, Acua slo soportaba a Altami
rano, su maestro, su queridsimo maestro, que en todo
cuanto pudo, desde 1868, le dio la mano (publicaciones,
revisin de textos, recomendaciones para peridicos y so-
ciedades). Para Altamirano el principal resplandor literario
mexicano que fulgurara en los aos por venir se llamaba
Manuel Acua.
Una vez que lo acompa, estaban all Ramrez, Prieto y
Altamirano. Aunque profesaba ideas liberales, Juan de Dios
no dejaba de sentirse incmodo al relacionar que esos varo-
nes ntegros haban luchado con decisin feroz, con inteli-
gencia implacable, con honradez escrupulosa, contra los
hombres del Imperio, entre ellos su padre mismo, del mismo
nombre, quien haba sido ministro de Guerra con Maxi
miliano. Pero las cosas ya eran de otro modo. Desde los inicios
de la Repblica Restaurada, Altamirano convoc con magnani
midad, a artistas, intelectuales y escritores de ambos partidos
para que las llagas no siguieran supurando. Pero entonces y
siempre Juan de Dios fue bien tratado por aquellos persona-
jes, que ya se confundan o eran la patria, y con quienes te-
na, por dems, muchas ms afinidades y simpatas polticas,
sociales y literarias que con su propio padre.
Acua admiraba los poemas que Ramrez dedic a los
gregorianos (quiz lo haban influido para los tercetos de
Ante un cadver), reconoca su inigualable labor de pi-
queta para la destruccin del falso castillo del antiguo rgi-
men, de ese rgimen arcaico y ptreo que ya tena en el
pas casi tres siglos y medio, pero no soportaba verlo con

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Rosario cuando llegaba a la cada de la tarde o luego de salir
de prcticas del Hospital de Terceros. Se senta acosado por
esos pequeos e incisivos ojos y tema esas frases moldeada
mente crueles que haban hecho famoso al ex ministro. En
alguna ocasin, estando Ramrez en la casa de Santa Isabel,
Acua exclam con despecho: Nunca se haba visto un
brujo con Rosario!. Ironizaba sobre Ramrez y aun se per-
miti escribir en una pgina del lbum de Asuncin, la
hermana de Rosario, que desconfiara del tipo de ngeles
disfrazados que podan venir por ella.
Pero vino despus eso que Justo Sierra llam el chisme
de Prieto. A fines de junio el llamado Romancero sinti la
obligacin, como amigo de sus padres, de comunicarle a
Rosario que Acua tena quereres con Laura Mndez, de
quien iba a tener un hijo, y con una planchadora de la Escuela
de Medicina. Desde luego Prieto no dijo a Rosario que l le
haba birlado a Laura, no siendo los mtodos honrosos.
Rosario se sinti herida, ofendida, y, aunque no senta por
Acua ningn cario, le molestaba, o quiz le afrentaba, no
ser la nica. Cuando Acua lleg esa tarde lo condujo a otra
pieza y le reclam; Acua baj la cabeza. Lo de Laura era
cierto, dijo, pero pidi hacer a un lado la historia de la plancha
dora. Dio su versin de los hechos. Lo triste, lo angustioso, lo
peor, deca, es que el hijo nacera en octubre, y no saba ni
con qu podra alimentarlo. No obstante, la relacin con
Laura se haba enfriado, sobre todo despus de las visitas a
la casa de Santa Isabel. S, en efecto, Laura lo amaba pero l
no, como yo la amo a usted, Rosario, y usted no me ama.
Creo que ya no insistir en adelante en llamarme su
santa prometida.

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Quiz sin saberlo, o percibindolo Acua un poco ms,
empez a alzarse entre ambos un muro invisible que se
ensanchaba cada hora. Rosario no rechazaba las visitas
continuas con la condicin de que el trato fuera exclusiva-
mente de amigos. En vez de buscar nuevas vas, Acua se
adentraba en terrenos psquicos arduamente peligrosos.
Una tarde de septiembre, contara Rosario a Juan de Dios,
Acua lleg muy excitado a la casa de Santa Isabel. Pidi a
Rosario papel y tinta. Se aisl en una mesa y empez a escribir
febrilmente. Al terminar le dio el manuscrito; la joven vio el
ttulo: Nocturno. Tena una dedicatoria: a Rosario. Juan de
Dios repuso que el poema se lo haba mostrado el amigo das
antes, y que l, Juan de Dios, lo saba de memoria. Y se lo dijo.
Manuel se iba hundiendo en peligrosos abismos psqui-
cos. Pocos das despus del asunto del Nocturno, volvi a
la casa de Santa Isabel para proponerle a Rosario que bebie-
ran juntos una copa de veneno.
Imagnese lo clebres que seremos en la posteridad.
Rosario se asust.
Usted est loco. Deje, por favor, de pensar en esas cosas.
En octubre naci el hijo de Manuel Acua y Laura
Mndez. Lo bautizaron con el nombre del padre.

Vio entrar a La Concordia a Gregorio Oribe, amigo y con-


discpulo de Acua en la carrera de Medicina. Tambin
escriba poemas. Lo conoci en una de esas caticas tertu-
lias literarias que el saltillense organizaba algunas noches
en su cuarto del patio de los naranjos. Joven bueno y ho-
nesto, no haca mucho Oribe se haba casado.

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Juan de Dios le hizo una sea. Oribe se acerc. Ordenaron
ambos un caf. Juan de Dios coment que vena de dejar a
Acua en casa de Rosario. Oribe movi negativamente la
cabeza. Dijo que ya deba abandonar eso por la paz, no haba
salida ni futuro prspero, y a lo que debera abocarse es al
hijo que ya cumpla dos meses. Laura y el nio vivan de la
mano noble de Agustn F. Cuenca, quien fue el nico que
la recibi en su casa, en calle Zuleta, cuando todo el mundo le
haca el vaco. Juan de Dios dijo que a causa de esto se ha-
blaba psimo de Acua y de ella. Oribe repuso qu es lo que
pretendan que hiciera: Laura estaba sola, en la miseria y
con el hijo.
Oribe era amigo de la muchacha. l haba llevado a
Acua, a principios del ao anterior, a casa de sta, donde se
conocieron. Laura organizaba tertulias en su casa y desde el
principio Acua se asombr de la inteligencia, las lecturas y
los dones poticos de la casi adolescente. Empezaron a en-
contrarse y poco ms tarde Manuel escribi ese poema tan
musical y esplndido, A Laura, donde exige a la joven que
contra todo y todos llegue a ser una gran poeta y una gran
mujer. Nada deba detenerla ni amilanarla. Laura no haba
dejado de querer al amigo. Oribe dijo a Juan de Dios que
Laura llor cuando en octubre, apenas nacido el hijo, recibi
el poema de Acua, La Gloria, con una dedicatoria ofensi-
va de tan seca: A Laura. Manuel.
Hablaron del amigo y de lo tenso y nervioso que se vea.
Juan de Dios mostr orondo el soneto que acababa de dictar-
le en una banca de la Alameda dedicado de puo y letra.
Dijo que se iba de viaje. Qued de verme con l ma-
ana a la una de la tarde.

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Pero adnde puede ir?
No s. Al menos que haya conseguido algo y vaya a
visitar a la madre.
A los compaeros de Medicina nos dijo que ira hasta
enero.
Juan de Dios pag la cuenta. Oribe dijo que ira a la
Escuela como a esa hora para ver cul era el propsito. O
el despropsito.

Acua se vea distante y melanclico. Rosario le ofreci un


ponche. Mejor un caf, corrigi el joven. Rosario se quej
de que su hbito del caf se haba vuelto un vicio pernicio-
so. Le sugiri moderacin.
Desde hace semanas lo noto nervioso y cansado.
Debera descansar.
Tal vez.
Conversaban de todo y nada. Se vea que Acua quera
prolongar lo ms posible la conversacin. Como se haca
tarde, Rosario le insinu que podan verse al otro da.
Creo que ya no vendr a visitarla.
Vaya! Pero qu mal cara ha visto! Le digo que est
usted nervioso y muy cansado. Maana, cuando salga de
prcticas del hospital, venga a visitarme como siempre.
Rosario llam a doa Margarita, su madre, para que vi-
niera a despedirse. Ambas lo acompaaron a la puerta.

Acua se encamin al restaurante de callejn del Arquillo.


Rasc los bolsillos. No tena ni para la cena. Pidi un caf.

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Vea el retrato de Francesca. Aquello era morir de amor.
O ms bien: morir por amar sin lmite. Pero eso slo se vive
en el sueo o en la literatura, o al menos, la literatura embe-
llece de tal modo los hechos para que las grandes pasiones
entren lmpidas a la leyenda y al mito y no se contaminen
de la suciedad y la grosera diarias. Eso eran Tristn e Isolda,
Abelardo y Elosa, Paolo y Francesca, Romeo y Julia.
Pag el caf y sali. Se encamin hacia la plaza del
Zcalo, luego vir a la izquierda, por Empedradillo, y entr
a la imprenta donde correga pruebas.

Regres tarde a la Escuela. Salud a Nemesio, el ayudante


de conserje, pas el primer patio, lleg al segundo, y se diri-
gi al fondo, hacia su cuarto, donde viva desde mediados de
1871. Entr un momento, sali otra vez y se sent un rato
bajo uno de los naranjos. Luego entr de nuevo y arregl el
cuarto lo mejor que pudo. Quem papeles y escribi cartas.
Durmi profundamente.

Cuando Juan de Dios entr a la una y cuarto de la tarde del


da 6 lo encontr tendido. Sospech lo peor. Se acerc para
tocar su frente. An la sinti tibia. Alz uno de los prpados
y se aterroriz. Se volvi hacia la mesa de noche y ley la
carta donde Manuel deca lo acostumbrado: No se culpe a
nadie de mi muerte.
Al lado de la carta estaba el vaso funesto.
Empavorecido, sali gritando y a los primeros que vio
fueron a Oribe, Villamil y Vargas, que estaban en un cuarto

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prximo. Todos se precipitaron al cuarto de Acua. Oribe le
dio respiracin de boca a boca y Vargas mova el trax.
Oribe era tal la dosis de cianuro bebida por el compae-
ro se desvaneci intoxicado.
Fama divulg la noticia con una rapidez asombrosa. No
dejaba de llegar gente. Nadie poda creerlo.

Una hora y media ms tarde, sali atropelladamente de su


casa de La Mariscala y se dirigi a grandes pasos a la casa
de Santa Isabel. No era posible. No poda ser. Era el mejor
poeta de su generacin y su mejor discpulo.
Toc repetidamente a la puerta. Rosario le dijo a su
hermana Asuncin que abriera. Seguramente era Manuel,
quien deba venir de sus prcticas en el Hospital de San
Andrs. Pero qu prisa, por Dios. Qu educacin. Tena
que decirle algo. Por educacin nadie toca as.
Asuncin abri la puerta. Se top de frente a Altamirano
jadeante, sudoroso. En el rostro se marcaba la desesperacin.
Dnde est Rosario?
En su habitacin.
Altamirano lleg a la pieza y con voz consternada le dijo:
Qu has hecho, qu has hecho, Rosario? Manuel se
acaba de matar!

Un ao despus, reunidos en la imprenta de Ignacio Cum


plido, los amigos fueron a recoger los ejemplares de la
edicin de Versos. Gracias a una colecta haba podido salir
a luz el libro. Altamirano no pudo escribir el prlogo; Javier

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Santamara lo escribi sin firma. Qu deba hacerse aho-
ra? Los amigos coincidieron pronto en algo: con el dinero
de las ventas se alzara un monumento al amigo y poeta.
Sali a colacin Rosario. Justo Sierra se notaba afligido.
Como todo mundo cree que Rosario es culpable del
suicidio, Rosario habla pestes de Manuel. Ni la familia, pa-
dres o hermanos, se escapa.
Todo es por ese poema, el Nocturno, que no hay na-
die que no sepa de memoria opin Juan de Dios.
Pero a Rosario no le va mal. Desde el Nigromante
hasta los amigos de Acua la cortejan terci Javier.
Nadie se dio por aludido.
Altamirano iba a salir en defensa de Ignacio Ramrez
pero el dolor por el maestro y hermano lo paralizaron. Le
dola verlo a esa edad tan ilusa y ftilmente enamorado, dis
frazando todo, como siempre, con la risa envenenada del
sarcasmo y la mordacidad. Mientras ms se enamore,
mayores sern la decepcin y la contrariedad, pens.
No saben si Agustn y Laura ya estn comprometi-
dos? pregunt Javier Santamara.
Se hizo el silencio.
Se dice que Rosario est enamorada de Flores dijo Justo.
Qutale el se dice concluy Peza.

Aquella tarde de septiembre Rosario de la Pea y Manuel


Mara Flores vean desde la ventana hacia la calle de Santa
Isabel. Vean la iglesia y el convento y la gente que pasaba.
El sol del crepsculo caa de frente.

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Rosario coment que Juan de Dios vendra ms tarde.
Quera mostrarle algo. No saba qu era. Luego dijo que Ra
mrez ya espaciaba sus visitas. Senta pena por eso. Se haba
enterado de sus amores con Flores y, adems, con sus pala-
bras, no toleraba el cortejo de jovenzuelos cretinos que la
asediaba y aislaba. Qu lstima! Uno de sus mayores pasa-
tiempos y deleites era orlo. Ramrez pareca una enciclopedia
y explicaba cada cosa y cada hecho con sencillez y emocin.
Flores coment que con quien hablase de ella siempre
la relacionaban con Acua.
Rosario puso cara de rabia y hartazgo.
Esprame.
Rosario regres con varios poemas autgrafos. Flores vio
el Nocturno. Sinti a la vez un vago sentimiento de venera-
cin y horror. Curiosamente faltaba el ltimo prrafo.
Yo le tena respeto y admiracin pero no lo quera
dijo Rosario. Cmo poda quererlo? Fsicamente no me
agradaba: tena los ojos saltones y caminaba sin saber dnde
poner el pie.
Flores la escuchaba con cuidado e inters. Recordaba lo
que deca muy bien Juan de Dios de que Rosario se expre-
saba con correccin y alio.
Es una gran mentira que se haya suicidado por m. Me
niego a ser cmplice de ese infundio. Para m sera muy fcil
engalanarme y embellecer el mito. Pero no fue as: Acua
estaba en la miseria y tena desequilibrios mentales. S que el
padre tambin los tuvo. Yo fui pretexto pero no causa de su
muerte y el Nocturno lo escribi slo para darle una
dimensin romntica a su acto. Dudo incluso que la Rosa
rio del poema sea yo. Debe ser otra Rosario; no s quin.

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Flores la miraba ahora con ojos de asombro.
Pero si el poema lo escribi en tu casa de su puo y
letra, te lo dedic y te lo dio en la mano. Me lo acabas de
mostrar. Es un poema maravilloso. Me lo s de memoria
y me lo repito a veces.
A Flores lo asustaba en ocasiones la fra inteligencia de
Rosario para analizar los hechos, incluso para mentir, y se lo
haba dicho no pocas veces de viva voz o por carta. Calculadora
e inteligente, lo verosmil sola hacerlo parecer real.
Acua era tan proclive al suicidio que se hubiera
matado tarde o temprano, por m o por otra mujer o por la
causa que se quiera.
Rosario y Flores callaron. La noche caa sobre Ciudad
de Mxico. Vieron cmo la noche caa sobre Ciudad de
Mxico. Se vieron a los ojos.
En ese momento Juan de Dios entraba del lado de La
Mariscala a la calle de Santa Isabel. Traa en la mano Les
Feuilles de lautomne de Victor Hugo. Quera mostrarle a
Rosario la hoja de rbol que Acua puso en uno de los ca-
ptulos la vspera de su muerte pocos minutos antes de ir a
Santa Isabel a despedirse de ella. Los novios se besaban en
la ventana. Juan de Dios sinti que el estmago se le con-
traa. Baj la cabeza y camin deprisa hacia San Francisco.
Al dar la vuelta, en la plaza de Guardiola, se top de frente
con Ignacio Ramrez. Se saludaron.
Ramrez le coment a Juan de Dios se diriga a casa
de Rosario.

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Nota

Los tres fueron quiz los mejores poetas de sus promociones,


es decir, de lo que solemos llamar el primero y el segundo
romanticismos y el romanticismo tardo; los tres dejaron al
menos un gran poema que los caracterizara para siempre:
Ignacio Rodrguez Galvn, Profeca de Guatimoc (1839),
Arrniz, Zelos (1852), y Acua Ante un cadver (1872); a
los tres los persigui sin pausas la desdicha, y en el caso de
Arrniz, al final de su vida, la locura, o en el de Acua, algo
que lo llevaba a ella; los tres murieron jvenes o muy jvenes:
Rodrguez, veintisis aos, Arrniz, treinta y dos, y Acua,
veinticuatro, o en otras palabras, rboles mayores que fueron
talados en la verde edad; Rodrguez y Acua vivieron siem-
pre por debajo de la pobreza, y a Arrniz, en los ltimos aos,
slo le qued el porte aristocrtico; mucho del derrumbe
psquico de los tres, el sol destructivo que gir en torno de
ellos, fueron jvenes hermosas y atractivas que desde el
principio los desdearon, pese a la insistencia esforzada que
hicieron para alcanzarlas.
En fin, los tres son poetas cuya figura y poesa trgicas
me han acompaado desde hace muchos aos. Quiz una
honda simpata triste sea el principal motivo por el que he

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querido recobrarlos en estos cuentos que buscan ante todo
conmover al lector.

Ciudad de Mxico, enero de 2015

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ndice

Rodrguez 7

Arrniz 23

Acua 61

Nota 75

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTNOMA DE MXICO

Jos Narro Robles


Rector

Mara Teresa Uriarte C.


Coordinadora de Difusin Cultural

Rosa Beltrn
Directora de Literatura

Leticia Garca Corts


Subdirectora

Vctor Cabrera
Martha Santos Ugarte
Editores

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Joven la muerte niega el amor joven. Cuentos del
siglo XIX, de Marco Antonio Campos, Textos
de Difusin Cultural, Serie Rayuela, editado
por la Direccin de Literatura de la
Coordinacin de Difusin Cultural de la
unam, se termin de imprimir el 8 de junio
de 2015 en los talleres de Grfica Premier,
S.A. de C.V., Calle 5 de Febrero 2309,
Col. San Jernimo Chicahualco, C.P. 52170,
Metepec, Estado de Mxico. Se tiraron 1,000
ejemplares en papel cultural de 90 gs. La
composicin se realiz en tipo Veljovic Book
de 11 puntos. Impresin en offset. Cuid la
edicin: Martha Anglica Santos Ugarte.

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