El documento presenta la historia de un juicio en el que un ingeniero explica los eventos que llevaron a la muerte de un hombre llamado Felicio. Brevemente, el ingeniero trazó una carretera que cruzaba un cementerio a petición de un sargento, lo que llevó a Felicio, quien estaba vinculado al difunto enterrado allí, a amenazar con matarse si se movían los restos. Esto causó problemas para el ingeniero que había bebido en exceso la noche anterior.
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El documento presenta la historia de un juicio en el que un ingeniero explica los eventos que llevaron a la muerte de un hombre llamado Felicio. Brevemente, el ingeniero trazó una carretera que cruzaba un cementerio a petición de un sargento, lo que llevó a Felicio, quien estaba vinculado al difunto enterrado allí, a amenazar con matarse si se movían los restos. Esto causó problemas para el ingeniero que había bebido en exceso la noche anterior.
El documento presenta la historia de un juicio en el que un ingeniero explica los eventos que llevaron a la muerte de un hombre llamado Felicio. Brevemente, el ingeniero trazó una carretera que cruzaba un cementerio a petición de un sargento, lo que llevó a Felicio, quien estaba vinculado al difunto enterrado allí, a amenazar con matarse si se movían los restos. Esto causó problemas para el ingeniero que había bebido en exceso la noche anterior.
El documento presenta la historia de un juicio en el que un ingeniero explica los eventos que llevaron a la muerte de un hombre llamado Felicio. Brevemente, el ingeniero trazó una carretera que cruzaba un cementerio a petición de un sargento, lo que llevó a Felicio, quien estaba vinculado al difunto enterrado allí, a amenazar con matarse si se movían los restos. Esto causó problemas para el ingeniero que había bebido en exceso la noche anterior.
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Juan Bosch
(Repblica Dominicana, 1909-2001)
EL DIFUNTO ESTABA VIVO
(Ms cuentos escritos en el exilio, 1964)
LA ATMSFERA DEL juicio se carg ms cuando Jess Oquendo,
pen de obras pblicas y testigo presencial, dijo con toda seriedad: Lo que pasa es que el difunto taba vivo. Cmo? pregunt el juez, intrigado y al parecer de mal humor. S, yo lo vide y l fue el matador. Entonces en la concurrencia empez alguien a rerse. El propio fiscal solt una carcajada, y cuando el juez alarg el brazo para coger la campanilla, en medio de las risas que se extendan por toda la sala reson una voz enrgica, de tono angustiado, asegurando a gritos: S, estaba vivo; yo puedo asegurar que estaba vivo! La sala pblico, funcionarios, jueces se llen de estupor. El juez se quit los lentes y mir con detenimiento y disgusto al que haba gritado; igual que los del juez, todos los ojos se clavaron en l. l era un hombre joven, bien parecido, arrogante y sin embargo de aspecto triste; se hallaba en medio del pblico y todo el mundo saba que haba sido el ingeniero jefe de las obras. El asombro era completo, pues cmo poda nadie explicarse que un ingeniero asegurara tal cosa? Adems, desde que empez la instruccin del sumario el ingeniero haba negado conocer las causas de los hechos, a pesar de que fue l quien recogi el cuerpo herido de Felicio. A eso se refera el juez cuando pregunt despaciosamente: Y cmo se explica que ahora y recalc esta palabra sepa usted tanto? Porque slo ahora he comprendido la causa oculta de cuanto ocurri respondi sin titubear el ingeniero. El juez se volvi al secretario; los dos cambiaron palabras en voz baja y luego consultaron al fiscal. El abogado acusador se haba quedado mudo e inmvil. Al cabo de largo rato de confusin, de movimientos y cuchicheos, el juez hizo sonar la campanilla y pidi al ingeniero que dijera cuanto supiera. La expectacin en el pblico era tal que nadie se quedaba tranquilo en su asiento. El ingeniero empez con este extrao exordio: El honorable seor juez tiene que ser benvolo y permitir todas mis disquisiciones, por alejadas que parezcan del asunto, pues cuanto voy a decir aqu es importante para conocer la verdad. Al principio crea que el culpable era yo por haber cedido a las peticiones del sargento. Yo pude haber trazado la carretera por otro sitio; el terreno es llano, de igual grado de humedad en todo el valle, hasta llegar al poblado, y las dificultades de desage son las mismas en el centro que en cualquiera de sus orillas. Adems, la gente del lugar, que no est enterada ni de estos particulares ni de la peticin que me hizo el sargento, ha estado considerndome responsable de la tragedia e incluso un degenerado incapaz de respetar el reposo de un muerto. Esta circunstancia dificult mucho mi situacin y me impidi conocer el origen de los hechos, pues lo que yo me preguntaba, hasta atormentarme, era por qu el viejo Felicio reaccion de tal manera si el difunto don Pablo no era de su sangre. Pero cuando habl el testigo Jess Oquendo comprend toda la verdad: es que don Pablo no haba muerto. No puede el testigo ceirse a la exposicin de los hechos que presenci? interrumpi el juez. S y no; pues los hechos que presenci carecen de valor si se desconocen otros, y debo hablar de esos otros. Esta historia, seor juez, tiene dos inicios, uno reciente y otro lejano. El reciente empez cuando el sargento Felipe fue a verme para pedirme que desviara la carretera hacindola cruzar por el cementerio; el lejano, cuando lleg al lugar por vez primera don Pablo de la Mota. Si no puedo referirme a ambos, es mejor que no hable, seor juez. La sensacin de intriga que haba en la sala del juicio al terminar el ingeniero estas palabras era tan densa que el propio juez se haba dejado ganar por ella. As, el ingeniero pudo explicarse sin lmites. He aqu un resumen de cuanto dijo: Resulta que el sargento Felipe tena un poco de tierra ms all del cementerio; propiamente, entre ste y el pueblo. Dos veces ya haba pedido al ingeniero que desviara la carretera a fin de que pasara por esa tierra. Para complacer al sargento era forzoso cruzar el cementerio, pues no poda, sin exponerse a investigaciones y reprimendas de sus superiores, trazar una curva innecesaria y, adems, cerrada. Y si la carretera cruzaba el cementerio, era inevitable que la cuneta derecha pasara a todo lo largo de la fosa de don Pablo de la Mota. Habr que quitar esa cruz y sacar de ah los huesos, si todava duran dijo el ingeniero a unos peones. Ahora bien, la mayor parte de los peones era del lugar; de ah que poco tiempo despus el viejo Felicio estaba enterado de todo. Esa misma tarde el ingeniero recibi su visita. Era un anciano casi ciego, bajito, de piel oscura, encanecido, tardo para hablar. Sentado en la silla del acusado, frente al juez, permaneca tranquilo y la gente se mova para verle. Segn explic el ingeniero, al visitarle fue muy respetuoso, pero firme. Estaba temblando, y aunque el ingeniero crey que eso se deba a sus aos, supo despus que era a causa de la ira. Explic que remover los huesos de don Pablo de la Mota llorara ante la presencia de Dios; que el difunto descansaba ah con todo derecho, porque l mismo haba dedicado esas tierras a cementerio; y que mientras l, Felicio, estuviera vivo, no consentira que lo dejaran sin sepultura. A todas las explicaciones que le dio el ingeniero contest obstinadamente con las mismas razones que haba expuesto en el primer momento. El ingeniero crey que iba a perder la cabeza. Pero seor dijo, a m qu me importa lo que usted siente o deja de sentir? Qu no le importa? Ust se atreve a decir que no le importa lo que siente un hombre? Y no le importa tampoco el reposo de un difunto? pregunt Felicio, con el acento de una persona que est a punto de perder la razn. No, no me importa! grit el ingeniero, fuera ya de s. Antonce mteme, mteme agora; quiero morirme antes que ver los gesos del difunto don Pablo sin reposo! A todo esto los obreros de la obra haban dejado de trabajar; oan y miraban, y el ingeniero comprendi que no tardaran en sentirse irritados. Casi toda era gente del lugar y quin sabe lo que empezaran a pensar. No habra en ese cementerio familiares de esos hombres enterrados? Llvense a este viejo de aqu, pronto! orden a voces; y despus se fue a pasos largos, disgustado consigo mismo. Ya en el pueblo cometi un error: se puso a beber y lo hizo con exceso. Estaba borracho cuando el sargento entr en la pulpera, y aunque lo razonable hubiera sido que los tragos le dieran por pelearse con el sargento pues a l se deban sus trastornos morales, se someti al ron, que no acata razones, y acab abrazado al militar. A eso de las nueve de la noche el ingeniero y el sargento rean a carcajadas, eran los amigos ms grandes en todo el pas y hablaban horrores del difunto y de Felicio. Desenterramos los gesos y los enterramos otra vez junto con el viejito se deca tartamudeando el sargento. De pronto empez a apostrofar al dependiente, a pesar de que el muchacho no responda ni una slaba. Sinvergenza! Ust se atreve a decir que mi propied no vale ms que los gesos del difunto, eh? Manque no lo diga lo ta pensando! Dgalo pa que vea cmo se muere un hombre, pedazo e sinvergenza! Atrvase a decir que esos gesos valen ms de trescientos pesos! Eso era verdad, pues los restos de don Pablo de la Mota no valan trescientos pesos; no valan nada en dinero. Ahora bien, tambin era verdad aunque eso no poda saberlo el dependiente que si los huesos no hubieran estado all nadie hubiera dado veinte pesos por la tierra que el sargento le haba quitado a doa Mas Prez. El sargento haba obtenido esa propiedad a cambio de dejar tranquilo al hijo de la seora, un muchachn medio loco que tena deudas con la justicia por cuenta de cierto lo de faldas. Si la carretera lo cruzaba, el terreno subira de valor. Y como yo necesito ese dinero, que boten al viejo de ah explicaba el militar entre eructos, mientras abrazaba al ingeniero. Si todava est ah aadi ste, pues es probable que ya no haya ni huesos. El terreno es muy hmedo aadi a manera de explicacin. Pero como pudieron ver todos el da siguiente, la osamenta de don Pablo estaba entera. El viejo era tan duro bajo la tierra como haba sido sobre ella. Al ver aquel esqueleto en el fondo de la tumba sent lo degradante que haba sido mi conducta. No deb haber accedido a la peticin del sargento, aunque eso me hubiera costado el cargo; no deb haber bebido la noche anterior; no deb haber tratado tan groseramente a Felicio, pues el anciano respetaba la memoria del muerto como deb yo respetar su descanso eterno. As habl el ingeniero ante el juez; e inmediatamente empez a explicar por qu Felicio, que se hallaba en la obra junto con los peones cuando abrieron la vieja fosa, estaba tan vinculado al recuerdo del difunto. Esa era una historia antigua, pues Felicio haba entrado a trabajar con don Pablo cuando apenas tena veinte aos. Don Pablo era ya hombre de ms de cuarenta y reinaba como dueo absoluto en todas aquellas tierras. En esa poca haba pocos bohos; ahora hay un pueblo, y para comunicarlo con Jarabacoa y La Vega se hizo la carretera; pero segn pudo averiguar el ingeniero, cuando don Pablo lo vio por vez primera, toda la llanura, desde las lomas de Ro Grande hasta las del Tireo un valle triangular entre montaas era monte salvaje, donde no entraba el sol. Don Pablo lleg acompaado de un pen, contempl el hermoso y agreste panorama y volvi a irse por la ruta del Sur, abriendo l mismo lo que aos ms tarde iba a ser el camino de San Juan. Regres meses despus, con tres peones y una negra cocinera llamada Mara. Nadie supo jams de dnde haba salido don Pablo. Se estableci all y con el tiempo era dueo de potreros, siembras de tabaco y caa, de varios conucos, reses, caballos y mulos. Durante mucho tiempo vivi aislado, sin trato con personas que no fueran sus peones y la cocinera. Al cabo de largos aos de vivir entregado al cuidado del desmonte y a levantar sus potreros, baj un da a Tireo, conoci una muchacha y se la llev. Antes del ao empez a tener hijos, y todos fueron varones. Para los das de la guerra con los espaoles el hombre estaba metido en familia, lo que no le impidi asegurar cierta noche, asombrando a quienes le oan, que tal vez se fuera a soltarles sus tiros a los extranjeros. No lo hizo, y esa fue la nica cosa que dej sin hacer despus de haberla anunciado. A raz de la paz muri la mujer de don Pablo. l no la llor ni lament su falta con una sola palabra; pero desde entonces se hizo ms esquivo y silencioso. Poco despus muri tambin la negra Mara. Los hijos y los peones esperaban que alguna otra mujer reemplazara por lo menos a la cocinera; pero don Pablo ni siquiera mencion la posibilidad de hacerlo. Los hijos tuvieron que atenderse solos y acostumbrarse a asar ellos mismos los cerdos cimarrones o los becerros que mataban. Don Pablo coma con ellos. Desde lo alto del caballo sealaba el pedazo que deban asarle; sin apearse del caballo se lo llevaba a la boca y con l en la mano se iba tras la peonada a vigilar el trabajo. Criados como salvajes, los hijos de don Pablo se dieron agresivos. Era frecuente que algn vecino del Tireo se acercara al viejo para darle quejas de los hijos. Ezequiel se meti en la propied y me mat un puerquito, don. Don Pablo, meta a sus muchachos en cintura, que ayer me tumbaron una paliz. Aunque casi nunca responda a quienes le iban con esas acusaciones, don Pablo senta disgusto por el comportamiento de sus herederos; los llamaba, se quedaba mirndolos y les daba un bofetn o les echaba un ajo. Un da se cans de or quejas. Al que le fue a dar una le respondi: Los hombres son para entenderse con los hombres. Si el muchacho lo embroma, mtelo y treselo a los perros. La gente del Tireo le tena respeto a don Pablo y murmuraba que un seor que deca esas cosas deba andar mal de la cabeza. La verdad era que aquel personaje resultaba impenetrable. Jinete en un caballo flaco, se pasaba los das de sol a sol, atendiendo a la siembra, a la produccin del melado, a las reses o al remiendo de palizadas. De tanto andar al sol tena la piel oscura y sus bigotes y su pelo blancos resaltaban sobre el color pardo de la cara, aumentando la energa que denunciaban sus facciones. De ao en ao don Pablo bajaba a San Juan a vender andullos, cueros de reses o melado. Cuando volva de uno de esos viajes, al cabo de diez o doce das de andar por lomas y caminos infernales, llegaba tan silencioso como si no hubiera ido a parte alguna; responda a los saludos de los peones con un movimiento seco de la mano; muchas veces segua en el mismo caballo dirigiendo los trabajos y slo en la noche pisaba la puerta de la casa. Cuando lleg al lugar la noticia de la guerra de los seis aos empezaron los hijos a cuchichear entre s y a formar grupos con los peones. Don Pablo notaba la rara actitud de sus hijos y callaba. Un da desaparecieron los tres mayores con cinco de los trabajadores y ocho animales de silla y dejaron dicho que se iban a la frontera del Sur. A partir de entonces se agri el carcter de don Pablo. Cuando algn caminante contaba en la noche relatos de la guerra o cuando algn pen de los que bajaban al Tireo llegaba con noticias de la frontera, don Pablo se pona a escuchar, pero hacindose el que atenda a otra cosa. No nombraba nunca a sus hijos. Otro da desaparecieron dos ms. Se llevaron cuatro caballos y dos peones. El viejo no sali de su casa, pretextando que llova. Empezaba a notarse en su rostro el paso de los aos, y al tiempo que se le descarnaban las mejillas y las sienes, el pelo del bigote se le haca ms blanco, ms erizado el de las cejas y ms escaso el de la cabeza. El da de la fuga de los muchachos, el viejo estuvo, por primera vez en su vida, una hora sin moverse de una silla; ese da, tambin por primera vez en su vida, pos su mano en la cabeza de uno de los dos herederos que le quedaban. Fue en la de Rem, el menor, que tendra entonces quince o diecisis aos, y el joven Rem pudo ver cmo una leve sombra de ternura apag durante un instante el fulgor de los ojos de su padre. Meses ms tarde ocurri una tragedia: un toro cimarrn le mat al mayor de los dos hijos que le quedaban. El pen que le llev la noticia lleg ahogndose y lvido. S, don Pablo; yo taba con l y lo vide. Por esa loma anda el maldito con las tripas de Merardo entre los chifles. El viejo se levant de golpe y pareci que los huesos de la cara queran salrsele de la piel. Cmo? pregunt. Sin esperar respuesta entr en su aposento, se amarr un pesado sable, tom una antigua tercerola que nunca usaba y orden al pen que entramojara los perros. Se le podan or las lgrimas por dentro. Vamos! mand. Silenciosos y llenos de respeto, los hombres le vieron coger el camino de la loma y durante cuatro das no supieron palabra ni de l ni de su pen. Al cuarto da de ausencia, ya metida la noche, les vieron volver. Don Pablo entr mudo, y se le poda ver en el rostro la enorme fatiga moral que padeca. Ante el silencio de todos, su pen contaba en la enramada: Pasaba un animal cerca y lo dejaba seguir. No ms me preguntaba: Ese? Pero yo conoca bien al maldito. Era joco en negro y tena una oreja gacha. El viejo y yo sube repecho, baja barranco, busca aqu, busca all. Venamos a comer en la noche, como quien dice, con algn puerquito que se arrimaba; pero el viejo ni an tentaba la comida. Ayer, casi al caer el sol, asunto yo a los perros orejones y cantando. Jum Me malici que era el condenao; me lo dio el corazn. Y pueden creer que era l? El viejo ni an resollaba. Soltamos los perros y al rato asom el toro los chifles por un claro. Aguitelo ah, don Pablo; se es el maldito!, grit yo. El viejo pareca como descuidao; pero se vir en un repente y tu! Le parti una pata de un tiro! El animal peg un grito y breg por alevantarse, pero lleg el viejo, que taba como tembloroso: tu!; el otro tiro en la otra pata. Yo no saba que don Pablo tena tanto pulso. No ms se vea ese toro dando vuelta y vuelta sobre las patas partas. En eso yo me le fui arriba al animal, y don Pablo me ataj y me dijo que me quitara, que no me atreviera a acercarme. Echaba candela por los ojos, cranmelo. Ah mesmo sali en carrera, le agarr un chifle al animal y le cay a machetazos por la cara. El toro fuetiaba la tierra con el rabo y pegaba unos gritos que partan el corazn. El pen arrugaba la cara y los otros le oan en silencio, mientras arriba, batidas por la brisa, iban y volvan sin descanso las llamas de un pedazo de pino encendido que haban amarrado a un espeque. Asina segua la voz tuvo el viejo un rato largo; dispus parece que se cans, cogi el sable y se lo meti entero al animal. El pobre toro boquiaba entre tanto tormento, y todava boquiaba cuando el viejo lo dej. Don Pablo taba embarrao en sangre de arriba abajo y me dijo que cogiera el camino. Dende que salimos no ha dicho ni jota. T como si se le hubiera cido la lengua. As, como si se le hubiera cado la lengua, creca Rem, el ltimo de los hijos, llamado a morir en brazos de Felicio. Hablaba poco, como el padre, pero era ms afectuoso. Aunque nunca el viejo y l cambiaban una prueba de cario, se senta el afecto que los ligaba, y algunos peones sorprendieron ms de una vez a don Pablo con los ojos puestos en las ltimas vueltas del camino cuando Rem haca un viaje y se demoraba ms de lo normal. Un da Rem abraz a dos de sus hermanos que volvan de la frontera. Tuvo un alegrn tan grande que no pudo disimularlo; el viejo, en cambio, apenas los salud. Los hermanos mostraban cicatrices y barbas, y durante muchas noches los peones se reunieron en la enramada para orles relatos de la guerra. De los otros hermanos no saban palabra y ni siquiera los mencionaban. En cierto momento don Pablo fue a llamar a uno de ellos y el nombre que le sali a los labios fue el del mayor, que acaso a tal hora estaba enterrado all en el Sur. Cuando Rem se volvi not una vaga palidez en las mejillas de su padre y un brillo doloroso en sus ojos. Los hermanos volvieron a trabajar y su vida se deslizaba en el sitio como si nunca hubieran abandonado aquel paraje. Pasaron seis meses, ocho, diez Un da, por fin, lleg alguien con una queja, y poco a poco, igual que antes, empezaron las querellas con los vecinos distantes. Con sus ojos inyectados en sangre, sus barbas negras y crespas, jinetes en buenos caballos, los dos endiablados hijos de don Pablo recorran los confines del sitio buscando pelea, y como la gente de los contornos saba de lo que eran capaces, los dejaban hacer, temerosa. Uno de ellos anduvo enamorando a una joven del Tireo y ella no le dio odos. El galn decidi ver al padre de la muchacha, y all se fue con su hermano. El padre trat de esquivar el problema diciendo que l no poda obligar a su hija a ser la mujer de un hombre que no le gustaba, y los hermanos contestaron con un ultimtum en regla: o les daban la prenda de ah en tres das o ellos iran a buscarla como hombres, se la llevaran y despus daran candela al boho. As lo hicieron. Una noche se presentaron en la casa, cada uno armado de sable y carabina. El padre de la muchacha haba preparado a sus familiares y peones, y cuando los asaltantes, sin apearse de los caballos, con las cabezas de los animales metidas en la casa, dijeron que iban a buscar lo suyo recibieron en respuesta el ataque de los asaltados. Los hijos de don Pablo no eludieron la pelea. El menor de ellos result herido en una pierna; pero cuando los hermanos se alejaron de all dejaban el boho en llamas, un pen muerto, a la muchacha herida y al padre agonizante. El vecindario oy la precipitada carrera de las dos bestias que montaban los hijos de don Pablo; en cuanto a stos, nadie ms volvi a verlos. Muchos aos despus lleg al sitio un hombre que dijo haberlos conocido y cont que el mayor se haba dedicado a robar reses y que el otro muri peleando en el Este. La brbara agresin de aquellos demonios distanci a la gente del Tireo de don Pablo. La misma noche del suceso se supo en la casa del viejo, pero a l no le dijeron palabra hasta el otro da. Le tembl el bigote y le ardieron los ojos al or lo que le contaban; despus se levant, dio algunos paseos lentos por la sala, y al fin hizo llamar a casi todos sus peones. Cuando estuvieron reunidos dijo con voz pausada: Tienen dos das para buscarme a esos bandidos. Si no los pueden traer vivos, triganlos muertos. Sin detenerse a pensarlo mucho, uno de los peones se adelant. Para nosotros no son bandidos, don, sino sus hijos, y ni yo ni ninguno de nosotros va a hacer preso a un hijo suyo, contims tirarle. Tienen dos das para buscarlos! remach don Pablo lleno de clera. Los peones se miraron entre s. Otro explic: Mire, don Pablo, una noche y casi un da nos llevan por delante. Ellos conocen bien los cubujones de la loma y no los vamos a encontrar, contims que van bien montaos. Ante ese razonamiento don Pablo pareci dudar. Mir fijamente al que haba hablado, se llev las manos a la espalda y se puso a dar paseos. Rem temi que l mismo se lanzara a perseguir a los muchachos. Por cuenta de ese suceso Rem no quiso seguir cortejando a una muchacha del Tireo que le gustaba y como ya estaba en edad de tener mujer, el disgusto lo desmejoraba. El viejo comprenda lo que le ocurra al hijo y un da lo llam: Vstase de limpio y ensille su caballo le orden. Sin hablar y sin tratar de averiguar qu se propona el viejo, Rem le obedeci. Tomaron el camino del Tireo y ambos iban mudos. Don Pablo no levant la cabeza sino cuando llegaron a los primeros ranchos del lugar. A la vera del arroyo, entre amagos de selva, pardeaba un boho. Una muchacha blanca, tierna todava y gil y tmida como una paloma, se meti huyendo en la casa. Don Pablo le grit que se cambiara de ropa, entr tras ella y sin prembulo alguno le solt al hombre que sali a recibirlo: Aliste a su muchacha, que Rem est enamorado de ella y se la lleva hoy mismo. Oyendo hablar al hombre de sus cosechas, siempre mudo y grave, don Pablo esper el caf; despus sali, dijo que iba a la pulpera, donde orden que le despacharan dos cajas de ron en una mula, y volvi para decir a Rem que lo esperaba con la pareja en su casa. Cuando los enamorados llegaron encontraron a los peones asando dos lechones. En la enramada comieron y bebieron, alumbrados por los hachones de cuaba. Don Pablo estuvo levantado hasta muy tarde, cosa que jams haba hecho, y alguna vez se le vio sonrer, con una sonrisa torpe, a la que no estaba acostumbrado. Esa noche, sentado a su lado, estaba el todava muchachn Felicio Rojas, que poco antes haba entrado a formar fila entre los peones de don Pablo. Una vez Felicio tuvo que ir a la loma en busca de Grano de Oro, novilla cebada que deba ser llevada al corral; pero en el camino olvid la orden y esa misma tarde lleg a la casa arreando a Pinto, un buey viejo que haba sido echado a la sabana para que se hartara de pasto. Los peones se rieron de l y todava hay quien diga en el lugar, a lo mejor ignorando el origen del dicho: Cuidao si en ve de Grano de Oro trai a Pinto. As de distrado era Felicio en su juventud; con el andar de los aos aquel mal pareci agravarse en vez de mejorar, y al mismo tiempo aumentaba su extraa sensibilidad moral. Haba muchas cosas que Felicio reputaba por mal hechas y que a otros le parecan corrientes, y haba muchas que otros juzgaban decentes y l no. Don Pablo mata a un hombre y no lo hace por mal, sino por autorid; pero esos muchachos suyos que se jueron dispu de lo del Tireo eran malos manque hicieran el bien deca; y sentenciosamente agregaba: El hombre bueno lo merece todo; el malo lo que hace es malgastar lo que se come. De haber sido por don Pablo el sitio no se hubiera poblado, porque l no consenta tener cerca gente que no estuviera bajo su mando. No le dola dar tierras, repartirlas o arrendarlas, siempre que fuera a personas que reconocieran su jefatura moral y se abstuvieran de querer penetrar su intimidad. Cierta vez lleg al lugar un hombre de las vueltas de La Vega, y como en realidad aquellos terrenos no haban sido legalmente adjudicados a nadie, se crey autorizado a tomar su parte y empez a tender una palizada. El viejo lo supo, mont a caballo, llam a unos cuantos peones entre los que iba Felicio, y tumb la palizada. Cuatro o cinco das ms tarde volvi el desconocido a pararla; alguien se lo dijo a don Pablo, quien, sin decir una palabra, mont a caballo y sali hacia all. En el camino pech al hombre. igame, amigo tron, si ust quiere sembrar o criar aqu, hgalo sin cuidado; pero si ust quiere seguir vivo, tumbe esa palizada ahora mismo. A espaldas del pap, Rem aconsejaba lo contrario. Los aos pasaban tambin por aquel rincn del mundo, y el viejo iba perdiendo bros. Un boho hoy, otro ms tarde; un rancho all y alguno a la vera del ro, entre el tupido monte de negros y copudos rboles fue apareciendo gente y en la tierra cubierta de maleza y de yerba fueron naciendo, como ligeras cicatrices, veredas que llevaban de una puerta a otra. Lleg el da en que la frrea mano de don Pablo dej de gobernar los destinos de aquel tringulo de tierra metido entre lomas. Segua siendo el amo, pero sus ojos perdan luz entre los largos pelos de las cejas y los huesos de su rostro se pronunciaban cada vez ms. Algunas veces haca alusiones a la poca hombra del hijo que no daba descendencia. La nuera enfermaba mucho y se quejaba de clicos. Uno de esos terribles dolores acab con ella y la enterraron cerca de Merardo y de dos peones que haban muerto aos atrs, en el mismo sitio donde don Pablo pidi que sepultaran a su mujer y a la negra Mara. Jinete en un hermoso potro negro acompa el atad de su nuera, y desde su montura sigui con fra mirada la operacin del enterramiento. Felicio estaba all y siempre record aquel grave y silencioso instante. Oyendo el golpe de los picos que cavaban la zanja de la carretera, oa Felicio el de la tierra cayendo sobre la madera que albergaba el cuerpo de la difunta, desde muchsimos aos atrs. Como si el tiempo no hubiera pasado, le pareca ver al viejo, callado, de mirada fija, inmvil, y le pareca or su voz diciendo, al emprender el camino de regreso, que ah quera tener l su ltima morada. S, esas haban sido sus palabras, y una vez dichas se haba vuelto lentamente hacia el valle, en cuyo csped brillaba el sol. Al final, hacia el Tireo, se vean los negros penachos de los pinos y sobre ellos el cielo radiante. Segn crey siempre Felicio, sa fue la nica vez, en lo que l recordaba, que don Pablo se detuvo a contemplar el paisaje. Antes del ao Rem tena otra mujer, con la cual fue padre. Cuando ocurri esto don Pablo estaba ya ms que viejo. Haba enflaquecido tanto que slo le quedaba la piel sobre los huesos; con la flacura pareca haber aumentado su natural solitario y a veces se pasaba das enteros sin abrir la boca. Al nacer el muchacho don Pablo se anim un poco. Acechaba que no hubiera gente en la casa y se acercaba silencioso a la hamaca de cuadro en que dorma el nieto y le haca caricias en la mejilla con la punta de sus duros y temblorosos dedos. Desde recin nacido exigi que le pusieran Antonio, en recuerdo de su mujer, que se llam Mara Antonia. Aquel hombre enigmtico debi guardar veneracin por la difunta, con quien ni siquiera se haba casado, ya que en tan remotos tiempos no haba habido en toda la comarca ni cura ni juez civil. No pareci sino que don Pablo slo esperaba la satisfaccin de tener un nieto para abandonarse a las manas que le apuntaban. Agravada su naturaleza solitaria con la vejez, se disgustaba profundamente cada vez que alguien iba a verle. Lleg da en que se neg a ponerse su ropa y andaba por las cercanas de la casa vestido con un batn de tela que le llegaba a media pierna; cuando llegaban mujeres de visita se echaba maz en la falda, se levantaba el ruedo de sta hasta la altura del pecho y sala a echarles el maz a las gallinas. Era ridculo y triste verle en tal facha, y Felicio sufra como nadie tales espectculos, pues en tan largo tiempo a su lado haba aprendido a quererle como a un padre. Cerca de los noventa deba andar don Pablo cuando se le conoci el primer quebranto. Jams se haba quedado un da en la cama y no poda admitir que tena que mantenerse acostado. Comprendiendo que no tardara en morir, los vecinos empezaron a visitar la casa. Don Pablo no tard en darse cuenta de la realidad, y cuando adivin que la cercana de su muerte era causa de esas visitas, pidi la ropa que haba dejado de usar en los ltimos tiempos y, ya anochecido, tom la puerta y se fue, sin hacer caso de la nuera que se esforzaba en convencerle de que no saliera. Cuando pasaron dos horas salieron en su busca. Una luna radiante metalizaba los matorrales y los rboles. La vecindad se erizaba de miedo, llena de aullidos de perros y mugidos de toros. Fue Felicio quien dio con l cuando se levantaban las primeras luces del da. Yaca en el fondo de un barranco, descalabrado, con los brazos y las piernas tendidos y los ojos abiertos. El antiguo pen se ahogaba cuando le daba la noticia a Rem, y lloraba horas ms tarde, al abrir la fosa que iban a profanar aos despus los picadores de obras pblicas. Al andar del tiempo, Rem, su mujer y su hijo Antonio iban a morir a causa de la influenza, y seran enterrados cerca de don Pablo. Al llegar a este punto el ingeniero pidi tomar agua. Nadie se mova en la sala. Con toda suavidad, como si temiera hacer ruido, el fiscal se rascaba la cabeza o limpiaba sus lentes con el pauelo. A partir de ahora debo contar las cosas, no como las vimos nosotros sino como con toda seguridad las vio y las sinti Felicio. l est aqu y hasta ahora se ha negado a hablar, pero estoy seguro de que al final declarar y repetir mis palabras. Es un viejo respetuoso, que no miente; yo dira que espiritualmente, Felicio es un hijo de don Pablo de la Mota. Al llegar ah el ingeniero, Felicio se puso de pie. Estaba temblando y por las mejillas le rodaban lgrimas que se secaba con el dorso de una mano. El pblico vio eso y se conmovi. Parece que Felicio quiso hablar, lo cual caus expectacin, porque era la primera vez que iba a hacerlo; no pudo, sin embargo, y lo que hizo fue mover la cabeza de arriba abajo, aprobando lo que acababa de or. Lentamente volvi a sentarse, mientras segua estrujndose los ojos con la mano. El ingeniero haba callado y el juez y los asistentes miraban hacia Felicio. Yo haba visto a Felicio all, sentado sobre una tumba, oyendo el golpe de los picos y tratando de ver lo que se haca explic el ingeniero. S, all estaba. No quera creer lo que vea y esperaba que a ltima hora se ordenara la suspensin del trabajo. Siempre haba sido l as: no se avena a aceptar que la gente procediera mal sino cuando ya era evidente que lo haba hecho. En ese momento, por ejemplo, Felicio no pensaba en que estaban abriendo la tumba, sino que pensaba en don Pablo y lo vea ante l tal como haba sido antes de volverse manitico; lo vea con su estampa alta, flaca, su piel quemada, sus bigotes blancos, su mirada fra; lo vea moverse, observndolo todo y siempre tan callado. De pronto oy voces. Felicio hizo un esfuerzo, se puso de pie y camin. Los hombres rodeaban el hoyo y sealaban algo. Felicio quiso ver. Sigue picando, t! grit alguien. Dos peones se tiraron al hoyo mientras el resto haca gestos de repulsin y algunos se persignaban. Con sus cansados brazos, Felicio se abri camino y se acerc al hoyo. Lo que haba en el fondo era borroso para sus ojos, y cuando empezaba a distinguir oy una exclamacin. Concho, ta enterito todava! dijo una voz. Entonces Felicio volvi el rostro a los que le rodeaban. S, deba ser que haban dado con la osamenta de don Pablo. Estaba ah, en ese lugar, y l lo saba mejor que nadie; pero se negaba a admitir que no hubieran respetado al difunto. Mir de nuevo hacia el hoyo; al principio todo le pareci barro revuelto con madera, pero despus distingui el esqueleto, del cual, debido a un golpe de pico, se haba desprendido un brazo. En ese momento todo se confabul para que las cosas ocurrieran como sucedieron. Seran las once del da, ms o menos, y un sol radiante iluminaba el valle. Por el camino de Tireo, que estaba al oriente, se acercaban dos hombres a caballo y uno de ellos montaba un hermoso animal negro cuya crin se bata al paso de la bestia. El grupo que rodeaba el hoyo atrajo a esos hombres y el del caballo negro se tir de l para ver qu estaba pasando. Al mismo tiempo, a cosa de cien varas y procedentes del pueblo, se acercaban a pie el sargento Felipe y el ingeniero. As estaban distribuidos los personajes en el momento en que los picadores dieron con la osamenta de don Pablo de la Mota. Adems de todos esos detalles, hay que agregar ste: a la espalda de los trabajadores que estaban junto a Felicio, hacia la mano derecha del viejo, haba un pequeo montn de herramientas, mandarrias y martillos entre ellas. Ah ta el difunto. Ust que lo conoci, diga si es l Felicio se volvi hacia el que hablaba y despus hacia el hoyo. All abajo estaba el esqueleto, grande, sucio, con el brazo izquierdo separado. Sbitamente, Felicio recul, con toda la cara contrada. Ah, dentro del pecho, sinti que algo le estallaba y al mismo tiempo se le fij en la espalda un terror que lo ahogaba y lo matara. La idea que tuvo fue la de que don Pablo iba a salir de la tumba, montado a caballo, ms colrico que jams lo haba estado en vida, y que iba a preguntarle por qu estaba all y por qu haba consentido que profanaran su ltimo sueo. Aquello fue tan vivamente sentido que Felicio gimi y se llev las manos a los ojos. Asustados, los que le rodeaban quisieron sujetarle. Entonces Felicio mir en torno suyo y vio a seis pasos del hoyo el caballo negro del recin llegado. Al dar con el animal palideci y grit, con una voz llena de miedo: Su caballo; el caballo de don Pablo! Si, aquella era la bestia en que don Pablo haba estado ah, en ese mismo sitio, mientras enterraban a la nuera, muchsimos aos atrs. Violentando las manos que le sujetaban, Felicio corri y vocifer, dirigindose al hoyo: Ah ta su caballo, don Pablo! Y entonces l vio a don Pablo, que apoyaba una mano en el fondo del hoyo; la derecha, porque no tena mano izquierda; lo vio levantarse y sujetarse a la pared del hoyo. Dame la mano! orden el muerto con la misma voz autoritaria de otros tiempos. Todo sucedi tan de prisa que Felicio no comprenda por qu los dems no hacan algo para evitar lo que estaba sucediendo. l no poda hacer nada; l estaba paralizado por el miedo, con los ojos vidriados, sudando fro en la frente. Acompame y toma esto! Hay que matar, Felicio! Monta conmigo! dijo la voz, fra y precisa. Qu le haba dado aquel difunto que de pronto volva a la vida? Ah, s; el hueso de su brazo izquierdo. Felicio lo tom y not que estaba hmedo, sin duda por haber estado tanto tiempo bajo la tierra. Felicio temblaba y quera llorar. Don Pablo de la Mota se vea ms viejo que cuando viva y estaba amarillo y sucio del barro. Su aspecto era el de un hombre salido de las profundidades de una cueva. Firmemente, con su brazo a faltar, camin y mont el caballo negro. Al poner el pie en el estribo se volvi y mir a Felicio con ojos glaciales. T aqu atrs! dijo; y nada ms. Felicio corri y mont en las ancas. Don Pablo llevaba las riendas. Felicio se dio cuenta de que el animal galopaba y oy gritos; volvi la cara y vio que entre los hombres que rodeaban el hoyo se produca un tumulto. De sbito l se sinti lleno de ternura por don Pablo y peg su pecho en la espalda del difunto. Don Pablo, se acuerda que se descalabr, la noche que se tir por el barranco? El muerto dijo: S; todava tengo la marca en la frente. Pero de pronto su voz cambi, y grit, como cuando ordenaba atajar un toro: Ahora, Felicio! Felicio se lade y vio ante el caballo al sargento Felipe, que enarbolaba un revlver. El ingeniero corra hacia un matorral vecino. Ta loco, viejo condenao? grit el sargento a todo pulmn. Se le vea que estaba asustado; se haba puesto plido y resultaba grotesco, pegando saltos con sus piernas torcidas. Ahora, Felicio, duro! orden el difunto con voz estentrea. El caballo pasaba velozmente junto al sargento. Felicio alz el brazo y descarg el golpe. l no poda pensar que aquel hueso sucio, descarnado y hmedo, pudiera ser tan fuerte. Oy el chasquido del golpe y vio al sargento caer haciendo un crculo y manando sangre por la cabeza. Entonces son un disparo. Ay dijo don Pablo. Felicio se asust. Lo hirieron, don? pregunt solcito. S, aqu mascull el difunto llevndose la mano al vientre. Pero a Felicio le result curioso comprobar que la mano que tocaba aquel vientre no era la de don Pablo sino la suya. Tal vez era porque el difunto no tena mano izquierda. Cada vez ms asustado, Felicio not que tocaba un lquido caliente y espeso. De golpe el caballo se detuvo. Por encima de la cabeza de don Pablo, Felicio vio el cielo y observ que las lomas iban girando all arriba, todas deslizndose, una tras otra. Dobl la frente, golpe la silla con el rostro; luego, con todo el cuerpo, la tierra negra y feraz del valle. A su lado, temblando, espantado y sudoroso, estaba el caballo negro. La gente corri, dividindose en dos grupos, uno que se precipitaba hacia el sargento y otro hacia Felicio. Yo mismo recog a Felicio explic el ingeniero; despus not el odio de la gente y me sent mal. Me acusaban de ser el culpable de la tragedia, y aunque tenan razn hasta cierto punto, el que le dio a Felicio la orden de matar fue el difunto, pues aunque nadie quiera creerlo, el difunto estaba vivo. Slo ahora lo comprendo. Lentamente, Felicio volvi a ponerse de pie. Pareca trabado de la espalda por algn dolor. De nuevo empez a temblar y sealaba con un brazo hacia el ingeniero. S, s, s comenz a decir, casi babeando. El difunto taba vivo y seguir vivo mientras yo no me muera, porque naiden se muere de a verd si queda en el mundo quien repete su memoria. Y aquel viejo casi ciego tena una figura y una voz tan patticas, que a pesar de que estaba hacindolo sin autorizacin, el juez le dej hablar sin interrumpirle. El juez evoc la sombra de su padre, tan presente siempre en l, y comprendi al ingeniero y a Felicio. De todo esto surga, sin embargo, una dificultad: l no poda condenar a un difunto, aunque estuviera vivo. Y como no quera cavilar mucho, porque se senta cansado, se puso de pie, son la campanilla y dijo: El juicio queda declarado suspenso para proceder a las deliberaciones. Con sus cansados ojos, Felicio vio la sombra de la toga levantarse y alejarse. Qu har aqu el cura? pens. Y sigui sentado, mientras el pblico abandonaba la sala con las caras vueltas para verle.