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Las Habilidades Sociales en Niños y Adolescentes. Su Importancia En...

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fundamentos en humanidades

Fundamentos en Humanidades
Universidad Nacional de San Luis – Argentina
Año XII – Número I (23/2011) 159/182 pp.

Las habilidades sociales en niños


y adolescentes. Su importancia
en la prevención de trastornos
psicopatológicos
Social abilities in children and adolescents. Their importance
in preventing psychopathological disorders

Ana Betina Lacunza 1


CONICET
Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino
betinalacu@hotmail.com

Norma Contini de González2


Universidad Nacional de Tucumán
nocon@arnet.com.ar

(Recibido: 15/03/10 – Aceptado: 11/10/11)

Resumen
La investigación de las habilidades sociales es relevante, no sólo por
su dimensión relacional, sino por su influencia en otras áreas de la vida del
sujeto. Los estudios con niños han puesto de manifiesto que la carencia
de habilidades sociales asertivas favorece la aparición de comportamien-
tos disfuncionales en el ámbito familiar y escolar. En los adolescentes,
los déficits de habilidades sociales pueden incidir negativamente en la
consolidación de la identidad como en la cristalización de trastornos psi-
copatológicos. De allí que el diagnóstico y la intervención en esta temática

1 Dra. en Psicología, Becaria Posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científi-


cas y Técnicas (CONICET), Facultad de Psicología, UNT. Prof. Asociado de la Facultad de
Ciencias de la Salud, Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino.
2 Dra. en Psicología, Prof. Titular de la cátedra Teoría y Técnicas de Exploración Psicológica
(niños) Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Tucumán.

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sea una alternativa de prevención.


El objetivo de este trabajo es describir las características de las habi-
lidades sociales en la infancia y la adolescencia, tanto como destacar su
importancia desde una perspectiva salugénica.
Se analizan las características de las habilidades sociales en la infancia
y en la adolescencia, y las teorías en las que se sostienen las principales
experiencias científicas de intervención frente a los déficits en las mismas.
Se concluye analizando críticamente los alcances y límites que presentan
estas estrategias de diagnóstico e intervención.

Abstract
The research on social abilities is relevant not only because of its re-
lational dimension but also because of its influence on other areas of the
subject’s life. The studies with children have shown that the lack of social
abilities contributes to the occurrence of dysfunctional behaviors within the
school and family environments. With respect to adolescents, social ability
deficit may have a negative effect on identity consolidation and may contri-
bute to the manifestation of psychopathologic disorders. Thus, diagnosis
and intervention in this subject are a prevention alternative.
The aim of this study is to describe the characteristics of social abilities
in childhood and adolescence and to highlight their importance from a
positive perspective.
Both the characteristics of social abilities in childhood and adolescence
and the theories which support the main scientific experiences of interven-
tion in deficits are analyzed. As a conclusion, the scope and limits of the
diagnosis and intervention strategies are examined.

Palabras clave
habilidades sociales - niños - adolescentes - trastornos psicopatológicos
- prevención

Key words
social skills - children - adolescents - prevention - psychopathological
disorders

Las destrezas sociales son una parte esencial de la actividad humana


ya que el discurrir de la vida está determinado, al menor parcialmente,
por el rango de las habilidades sociales (Caballo, 2005). Distintos estu-
dios señalan que las habilidades sociales inciden en la autoestima, en
la adopción de roles, en la autorregulación del comportamiento y en el

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rendimiento académico, entre otros aspectos, tanto en la infancia como


en la vida adulta (Gil Rodríguez, León Rubio y Jarana Expósito, 1995;
Kennedy, 1992; Monjas Casares, 2002; Ovejero Bernal, 1998).
En niños y adolescentes, la temática de las habilidades sociales es
relevante, no sólo por su dimensión relacional, sino por su influencia a
otras áreas vitales tales como la escolar, la familiar, entre otras. Está com-
probado que aquellos niños y/o adolescentes que muestran dificultades
en relacionarse o en la aceptación por sus compañeros del aula, tienden
a presentar problemas a largo plazo vinculados con la deserción escolar,
los comportamientos violentos y las perturbaciones psicopatológicas en la
vida adulta (Ison, 1997; Arias Martínez y Fuertes Zurita, 1999; Michelson,
Sugai, Wood y Kazdin, 1987; Monjas Casares, González Moreno y col.,
1998). Michelson y otros. (1987) sostienen que las habilidades sociales
no sólo son importantes respecto a las relaciones con los pares sino que
también permiten que el niño y el adolescente asimilen los papeles y las
normas sociales.
Los comportamientos sociales se aprenden a lo largo del ciclo vital, por
lo que ciertas conductas de los niños y adolescentes para relacionarse con
sus pares, ser amable con los adultos o reaccionar agresivamente, entre
otras, depende del proceso de socialización. Según Schaffer (1990), las
interacciones sociales implican una serie de modelos de comportamientos
muy complejos y sincronizados, ejecutados recíprocamente por dos o más
sujetos. Cabe destacar que la socialización se produce en interrelación
con el desarrollo cognitivo.
Tanto la familia y la escuela como el acceso a otros grupos de pertenen-
cia son ámbitos privilegiados para el aprendizaje de habilidades sociales,
siempre y cuando estos contextos puedan proporcionar experiencias
positivas para adquirir comportamientos sociales, ya que se aprende
de lo que se observa, de lo que se experimenta (propias acciones) y de
los refuerzos que se obtiene en las relaciones interpersonales; también
se aprenden comportamientos sociales de los medios de comunicación
como la utilización de productos simbólicos de la cultura. En definitiva,
el contexto en sus múltiples acepciones (las características maternas y
paternas, la experiencia en la crianza, el acceso a mass media como
televisión o internet, entre otros) se vincula de modo decisivo a cómo se
aprenden y practican habilidades sociales salugénicas o disfuncionales.
La literatura enfatiza que los problemas de relaciones interpersonales
se presentan principalmente en aquellos sujetos que se vinculan muy poco
con sus pares. Estos se caracterizan por una evitación del contacto social
con otros sujetos (Monjas Casares, 2000) o bien por mantener relaciones

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sociales violentas con sus pares (Cerezo, 1997). Estos comportamientos


están relacionados con los estilos de interacción inhibido y agresivo, que
dan cuenta de habilidades sociales deficitarias. En muchas ocasiones,
estos déficits en las habilidades sociales pueden conllevar la presencia de
trastornos psicopatológicos en la vida adulta, aunque desde lo planteado
por León Rubio y Medina Anzano (1998) no se descarta la posición de
que los déficits en las habilidades sociales pueden ser tanto una causa,
efecto o concurrentes en la aparición de un trastorno psicológico.
Prieto Ursua (2000) afirma que se han identificado ciertos factores de
protección ante estresores ambientales que disminuyen la aparición de
problemas psicosociales en la infancia y adolescencia, entre los que se
destacan la competencia y el apoyo social, el empleo del tiempo libre y
adecuadas estrategias de afrontamiento. Respecto a la competencia y
el apoyo social, se considera que las habilidades sociales son un medio
excepcional de protección y promoción de la salud. Desde estos planteos,
la eficaz interacción con los otros permitiría a los niños y adolescentes
responder de modo positivo ante situaciones de estrés, por lo que deter-
minadas competencias como hablar con pares no conocidos, expresar
emociones positivas, establecer conversaciones con pares y adultos,
practicar habilidades sociales de elogio, entre otras, pueden convertirse
en factores protectores de la salud.
El objetivo de este trabajo es describir las características de las ha-
bilidades sociales en la infancia y la adolescencia tanto como destacar
su importancia desde una perspectiva salugénica. Se analizan las carac-
terísticas que adquieren las habilidades sociales en este ciclo vital y las
teorías en las que se sostienen las principales experiencias científicas de
intervención frente a los déficits en las mismas. Se concluye analizando
críticamente los alcances y límites que presentan estas estrategias de
diagnóstico e intervención.

Concepto de habilidad social

Delimitar el concepto de habilidad social resulta complejo por su


naturaleza multidimensional y su relación con otros conceptos afines.
Es frecuente encontrar en la literatura especializada una proximidad del
término con la denominada competencia social e interpersonal, la inteli-
gencia social y las habilidades adaptativas, entre otros.
Tal como plantea Fernández Ballesteros (1994), existe acuerdo entre
los autores con respecto a la dificultad, e incluso imposibilidad de dar una
definición satisfactoria del concepto de habilidad social. La variación termi-

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nológica respecto a las habilidades sociales es abundante; en la literatura


especializada suele encontrase términos tales como habilidades de inte-
racción social, habilidades para la interacción, habilidades interpersonales,
habilidades de relación interpersonal, destrezas sociales, intercambios
sociales, conductas de intercambio social, entre otros. Iruarrizaga, Gómez-
Segura, Criado, Zuazo y Sastre (1999) consideran que la dificultad en
establecer una definición radica en la conexión de ésta con el contexto.
Igualmente, debe pensarse en los recursos cognitivos con que cuenta
el sujeto y que van a incidir en la expresión de sus habilidades sociales.
Caballo (1993) resume que los problemas para definir una habilidad
social son básicamente de tres tipos. El primero, remite a la cantidad de
investigaciones y publicaciones en las que se han empleado términos
diversos para referirse a un mismo concepto; sobre todo el uso del tér-
mino “conducta asertiva” (Wolpe, 1958) reemplazado a mediados de los

años setenta por el término “habilidades sociales” . En segundo lugar, la


dependencia de los comportamientos sociales al contexto cambiante (Mei-
chenbaum, Butler y Grudson, 1981). Aquí es relevante el marco cultural,
las particularidades dentro de una misma cultura (subculturas), el nivel
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chenbaum, Butler y Grudson, 1981). Aquí es relevante el marco cultural,


las particularidades dentro de una misma cultura (subculturas), el nivel
social, educativo y económico, que junto a las diferencias individuales
(capacidades cognitivas, afectividad, sistema de valores, entre otros)
imposibilitan establecer un criterio único de lo que se considera una ha-
bilidad social. De este modo, dos personas pueden comportarse de un
modo diferente en una misma situación social, tener respuestas dispares
ante una misma circunstancia y considerarse que sus comportamientos
sociales son igualmente efectivos. Y en tercer lugar, las revisiones sobre
la temática indican que las definiciones sobre habilidades sociales se
han centrado más en las descripciones de las conductas que dan cuenta
de esas capacidades o en las consecuencias que tiene la ejecución de
dichos comportamientos.
Considerando estas apreciaciones, Fernández Ballesteros (1994), ha
señalado algunas características que presentan las habilidades sociales:
a- Heterogeneidad, ya que el constructo habilidades sociales incluye
una diversidad de comportamientos en distintas etapas evolutivas, en
diversos niveles de funcionamientos y en todos los contextos en los
que puede tener lugar la actividad humana.
b- Naturaleza interactiva del comportamiento social, al tratarse de una
conducta interdependiente ajustada a los comportamientos de los inter-
locutores en un contexto determinado. El comportamiento social aparece
en una secuencia establecida y se realiza de un modo integrado.
c- Especificidad situacional del comportamiento social,por lo que resulta

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imprescindible la consideración de los contextos socioculturales.

Según Caballo (2005) las habilidades sociales son un conjunto de con-


ductas que permiten al individuo desarrollarse en un contexto individual
o interpersonal expresando sentimientos, actitudes, deseos, opiniones o
derechos de un modo adecuado a la situación. Generalmente, posibilitan
la resolución de problemas inmediatos y la disminución de problemas
futuros en la medida que el individuo respeta las conductas de los otros.
Siguiendo este énfasis en la resolución de situaciones interpersonales,
León Rubio y Medina Anzano, definen a la habilidad social como “la ca-
pacidad de ejecutar aquellas conductas aprendidas que cubren nuestras
necesidades de comunicación interpersonal y/o responden a las exigencias
y demandas de las situaciones sociales de forma efectiva” (1998: 15).
De este concepto se desprenden cuatro características centrales de las
habilidades: a) su carácter aprendido, b) la complementariedad e interde-
pendencia de otro sujeto, c) la especificidad situacional y d) la eficacia del
comportamiento interpersonal. Por su parte, Kelly (2002) define a las habi-
lidades sociales como un conjunto de conductas aprendidas, que emplean
los individuos en las situaciones interpersonales para obtener o mantener
el reforzamiento de su ambiente. Según este autor, esta definición presenta
tres aspectos fundamentales: a) el hecho de que un comportamiento es
socialmente hábil en la medida que implique consecuencias reforzantes
del ambiente, b) tener en cuenta las situaciones interpersonales en las
que se expresan las habilidades sociales y c) la posibilidad de describir
las habilidades sociales de modo objetivo. De este modo, Kelly (2002)
sostiene que las habilidades sociales son medios que tiene un sujeto para
alcanzar sus objetivos.
Tanto León Rubio y Medina Anzano (1998) como Kelly (2002) remarcan
la función que tienen las habilidades sociales para la resolución de situa-
ciones interpersonales, lo que las torna necesarias para la adaptación al
ambiente más próximo de la persona. Por su parte, al definir qué es una
habilidad social es necesario considerar la etapa evolutiva que transita
aquel que ejecuta dichas habilidades sociales, ya que las exigencias del
ambiente no tienen la misma significación para un niño, un adolescente
o un adulto.
Michelson y otros (1987) plantean que las habilidades sociales se

adquieren a través del aprendizaje, por lo que la infancia es una etapa


crítica para la enseñanza de éstas. Igualmente señala que su acrecenta-
miento está ligado al reforzamiento social. Precisamente, la práctica de
las habilidades sociales esta influida por las características del entorno;
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las habilidades sociales esta influida por las características del entorno;

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habilidades tales como pedir favores a otros niños, preguntar por qué a
un adulto, tomar decisiones, son ejemplos en ese sentido.
El pasaje de la niñez a la adolescencia supone la adquisición de habili-
dades sociales más complejas, puesto que los cambios físicos y psíquicos
implican una modificación del rol del adolescente respecto a cómo se ve a
sí mismo, cómo percibe al mundo y cómo es visto por los otros (Martínez
Guzmán, 2007). El mayor acercamiento a pares, particularmente del otro
sexo, la utilización del tiempo libre y el uso del dinero, entre otros aspec-
tos, conlleva la puesta en marcha de habilidades de interacción verbal,
de resolución de conflictos interpersonales, de elogio y de expresión de
emociones positivas y negativas. Se ha encontrado que los adolescentes
con alto nivel de entendimiento interpersonal y habilidades de comunica-
ción positiva son los que mayor influencia tienen en sus iguales, lo que
permite suponer que emplean un mayor número de habilidades sociales
(Guzmán Saldaña, García Cruz, Martínez Martínez, Fonseca Hernández y
Castillo Arreola, 2007). Lo descripto muestra que resulta relevante definir
qué comportamientos sociales se adquieren tanto en la infancia como en
la adolescencia.

Las habilidades sociales en niños y adolescentes

Existe consenso en la comunidad científica respecto a que el período


de la infancia y la adolescencia es un momento privilegiado para el apren-
dizaje y practica de las habilidades sociales, ya que se ha constatado la
importancia de estas capacidades en el desarrollo infantil y en el posterior
funcionamiento psicológico, académico y social. De allí que resulta valioso
identificar cuáles son las principales habilidades sociales propias de la
infancia y la adolescencia.
El desarrollo de las habilidades sociales está estrechamente vinculado
a las adquisiciones evolutivas. Si bien en la primera infancia las habilidades
para iniciar y mantener una situación de juego son esenciales, a medida
que el niño avanza en edad, son destacadas las habilidades verbales y
las de interacción con pares.
En los años preescolares, las habilidades sociales implican interac-
ción con pares, las primeras manifestaciones prosociales, la exploración
de reglas, la comprensión de emociones entre otros (Lacunza y Contini,
2009a). La interacción con pares suelen ser más frecuentes y duraderas a
partir de la actividad lúdica. El niño realiza una transición desde un juego
solitario o en paralelo hacia otro más interactivo y cooperativo, donde la
simbolización y el ejercicio de roles le permite la superación del egocen-

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trismo infantil y la paulatina comprensión del mundo social. Griffa y Moreno


(2005) sostienen que a los cinco años, por ejemplo, los juegos grupales
se caracterizan por una activa participación y comunicación, donde ya es
definido el liderazgo y todos los integrantes cooperan para mantener la
cohesión. Hatch (1987) analizó diversas investigaciones sobre el desa-
rrollo de la competencia social infantil y encontró que, a los cuatro años
aproximadamente, los niños ya suelen tener un concepto de sí mismos.
Esta breve autodefinición posibilita que el niño desarrolle relaciones de

amistad, principalmente con pares que les sonríen, saludan, les ofrecen
una mano o tienen un mayor acercamiento físico.
Una de las primeras manifestaciones prosociales del niño preescolar
consiste en ayudar a otros niños o compartir un juguete o alimento. Investi-
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consiste en ayudar a otros niños o compartir un juguete o alimento. Investi-


gaciones actuales sostienen que estos comportamientos aparecen aproxi-
madamente desde los dos años de vida y son evidentes en el contexto
familiar. De allí que la Psicología del Desarrollo enfatice la importancia de
su promoción como un factor de prevención ante las conductas agresivas,
incluso en poblaciones de riesgo, tal como lo señalan los estudios de Ikeda,
Simon y Swahn (2001). Un estudio con niños de Tucumán de contextos
de pobreza analizó la cualidad de las habilidades sociales y mostró que
en el grupo de cinco años aquellas habilidades sociales asociadas a la
prosocialidad fueron las más recurrentes (por ejemplo, “hacer pequeños
favores a otros niños” -ítem 4, Escala de Habilidades Sociales (Lacunza,
2007)-, “ayudar a un amigo cuando está en dificultades” -ítem 8- (Lacunza y
Contini, 2009a). En muchas ocasiones, el grado de cooperación que tenga
el niño es un indicador clave para comprender si es querido y aceptado
o rechazado por su grupo de iguales.
La interacción no tiene sólo un papel socializador para el niño sino que
promueve el desarrollo cognitivo, sobre todo a partir de la manipulación de
un sistema de signos. Un indicador que resume tanto aspectos cognitivos
como sociales es la comprensión que el niño hace de las emociones.
Aproximadamente a los tres años, el niño desarrolla emociones dirigidas
hacia sí mismo, aunque subsiste una confusión respecto a experimentar
diferentes estados emocionales (positivos o negativos) al mismo tiempo.
Pueden sentir orgullo o vergüenza, expresar quejas o halagos, aunque
estos dependen en gran medida de cómo es su socialización y de las
características de personalidad parentales.
Ya en los años escolares, la participación del niño en situaciones inter-
personales es cada vez mayor debido a su inclusión en otros contextos
significativos (por ejemplo, el escolar o el de actividades extraescolares).
En este período, las habilidades sociales enfatizan las relaciones con pa-

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fundamentos en humanidades

res, por lo que son necesarias conductas y habilidades tales como saludar,
hacer críticas y alabanzas, disentir, ofrecer ayuda, expresar opiniones, re-
sistir a las presiones grupales, entre otras (Monjas Casares, 2004). Según
Kelly (2002) las habilidades relacionadas con la competencia social infantil
son los saludos, la iniciación social, el hacer y responder preguntas, los
elogios, la proximidad y orientación, la participación en tareas y juegos,
la conducta cooperativa y la responsividad afectiva.
Semrud-Clikeman (2007) sostiene que la integración del niño al ámbito
escolar constituye una segunda socialización. La educación se produce
en un contexto social, con sus características propias, donde los compor-
tamientos sociales de los alumnos, de los maestros y la interacción entre
ambos resultan de una primordial importancia para el proceso educativo
como para el desarrollo de la competencia social infantil.
La interacción con los pares supone el aprendizaje de numerosas
habilidades sociales para el niño. Así se aprende a dominar o proteger a
los pares, a asumir responsabilidades, a devolver favores, a considerar
los otros puntos de vista y a valorar las habilidades de los otros. Hoff-
man, Paris y Hall (1995) sostienen que estos aprendizajes son posibles
por procesos como el refuerzo por parte de los compañeros (a través de
halagos, imitación de la acción o la simple observación), el modelo de los
pares y la comparación social.
Un recurso muy importante para la aceptación del niño por parte de los
pares es la habilidad para regular emociones, ya que controlar las reac-
ciones emocionales le permite comprender las diversas variables de una
situación social y no sentirse abrumado por su propio estado emocional.
Denham y otros (1990) sostienen que aquellos niños que se relacionan
satisfactoriamente con sus pares utilizan adecuadas estrategias de reso-
lución de problemas, por lo que puede considerarse otra capacidad que
potencia las habilidades sociales.
Otros recursos también importantes en esta edad son las habilida-

des para esperar turnos, guardar silencio cuando otros hablan, mostrar
comprensión no verbal, habilidades para entablar un diálogo, para jugar
e integrarse a grupos, entre otras. Asher y Williams (1987) sostienen que
ciertas características individuales potencian el desarrollo de estas habi-
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ciertas características individuales potencian el desarrollo de estas habi-


lidades, entre las que se destacan el sentido del humor y la capacidad
de tolerar las burlas.
A través del proceso de socialización, la mayoría de los niños apren-
de cuándo la agresión es aceptable y cuándo no. Los niños que utilizan
la agresión de modo constante y sin una razón justificada suelen ser
rechazados por sus compañeros a diferencia de aquellos que se defien-

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den de otros y se niegan a ser dominados e insultados (Hoffman y otros,


1995). La popularidad está dada en este período por cómo el niño utiliza
sus habilidades sociales dentro del grupo de pares para iniciar nuevas
amistades, mantenerlas y resolver conflictos.

Tal como se planteó, la adolescencia es un período crítico para la ad-


quisición y práctica de habilidades sociales más complejas. Por un lado,
los adolescentes han dejado los comportamientos sociales propios de la
niñez puesto que adoptan comportamientos más críticos y desafiantes
respecto a las normas sociales, y por otro lado, los adultos les exigen
comportamientos sociales más elaborados (Zavala Berbena, Valadez
Sierra y Vargas Vivero, 2008).
La interacción con pares en la adolescencia tiene funciones decisivas
para la conformación de la propia identidad del adolescente. Según Garai-
gordobil Landazabal (2008) el grupo es ahora la institución socializadora
por antonomasia, puesto que las relaciones con los iguales del mismo o
distinto sexo le permiten al adolescente nutrir su estatus como autocon-
cepto y formar las bases de las futuras relaciones entre los adultos. Para
esta autora, la formación de grupos en esta etapa permite al adolescente
elaborar ideas y experiencias, la discusión de ideologías y puntos de vista,
el desarrollo de la amistad y el enamoramiento.
Si bien el grupo de pares contribuye a la definición de intereses, iden-
tidad y habilidades sociales, no siempre la influencia de éstos le resulta
positiva al adolescente. Existen grupos que promueven una socialización
que se orienta más a las conductas agresivas, al alejamiento de los es-
tándares de comportamiento que se espera del joven y que, de persistir
en el tiempo, pueden tornarse psicopatológicos.
Zabala Berbena y otros (2008) sostienen que las habilidades sociales
juegan un papel muy importante para la aceptación social del adolescente.
La aceptación social es una condición personal de un sujeto respecto a
un grupo de referencia; en el caso de los adolescentes, esta condición se
relaciona con las habilidades de liderazgo, popularidad, compañerismo,
jovialidad, respeto, entre otras.
Silva Moreno y Martorell Pallás (2001) consideran que la conducta
social de los adolescentes presenta varias dimensiones, tales como la
consideración con los demás, el autocontrol en las relaciones sociales, el
retraimiento social, la ansiedad social o timidez y el liderazgo. Las mismas
fueron operacionalizadas a partir de la Batería de Socialización (BAS-3),
autoinforme aplicable a adolescentes de 11 a 19 años aproximadamente.
Los autores de este instrumento sostienen, a partir de los datos empíricos,
que las variables consideración con los demás, autocontrol en las relacio-
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fundamentos en humanidades

nes sociales y liderazgo son facilitadoras de la conducta social; en tanto,


la presencia de retraimiento y ansiedad social inciden negativamente in-

hibiendo la capacidad del adolescente para establecer contactos sociales.


Las descripciones señaladas respecto a las habilidades sociales en
niños y adolescentes destacan dos ejes, el conductual y el cognitivo. Sin
embargo, al momento de describir los recursos sociales de la población

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embargo, al momento de describir los recursos sociales de la población


infanto-juvenil resulta imprescindible considerar las dimensiones situa-
cionales y culturales en las que se manifiestan las habilidades sociales.
Además, si se tiene en cuenta que una habilidad es definida como “una
rutina conductual o cognitiva concreta que forma parte de una estrategia
más amplia” (Trianes, De la Morena y Muñoz, 1999: 18), hay que reflexionar
sobre los diversos factores que regulan el comportamiento social (tal es el
caso de la inteligencia social y emocional, la experiencia, la personalidad,
entre otros).

¿Las habilidades sociales previenen trastornos psicopatológicos?

Los estudios de psicopatología han mostrado que algunos problemas y


trastornos iniciados en la infancia o la adolescencia persisten hasta la edad
adulta, y se asocian con otros trastornos psiquiátricos (Caraveo-Anduaga,
Colmenares-Bermúdez y Martínez-Vélez, 2002). La aparición de un mayor
número de trastornos psicopatológicos depende de la interrelación de
factores de riesgo y protectores o de protección que exhibe el sujeto, por
lo que las intervenciones pueden ser eficaces en tanto se potencien los
factores protectores (Costa y López, 1996).
Según Díaz-Sibaja, Trujillo y Peris-Mencheta (2007) uno de los fac-
tores de protección más estudiados en salud infanto-juvenil es el de las
habilidades sociales, puesto que se ha comprobado que un déficit en las
mismas conlleva modificaciones negativas en la autoestima. La posibili-
dad de un sujeto de poner en juego habilidades sociales asertivas en el
contexto en el cual vive permite un ajuste social satisfactorio. A su vez,
los reforzamientos por parte de los otros potencian en el sujeto una valo-
ración positiva de sus comportamientos sociales, lo que repercute en su
autoestima, componente muy importante de la personalidad.
Si bien Monjas Casares (2004) afirma que las habilidades sociales
son comportamientos aprendidos y no variables de personalidad, ciertas
características de personalidad pueden potenciar el desarrollo de los
comportamientos sociales. Según Carr (2007), la capacidad para formar
y mantener amistades estables y satisfactorias está determinada por las
experiencias de apego, ciertos rasgos de personalidad (como la extro-

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versión, la simpatía y la estabilidad en oposición al neuroticismo) y las


oportunidades que brinda el entorno (la escuela, las actividades de ocio,
la familia y la comunidad para conocer a otras personas).
Es así como distintos estudios han mostrado la relación entre las habi-
lidades sociales y distintos aspectos de la personalidad. Pérez Fernández
y Garaigordobil Landazabal (2004) estudiaron en 135 niños de 6 años
(de un NES medio) las relaciones entre la conducta social y la madurez
intelectual, el autoconcepto y otras dimensiones de la personalidad infantil.
Los resultados mostraron que los niños con comportamientos sociales sa-
tisfactorios presentaron puntuaciones significativamente altas en madurez
intelectual, verbal y no verbal, elevados niveles de autoconcepto y tendían
a caracterizarse como emocionalmente estables, perseverantes, respe-
tuosos con las normas, confiados y seguros de sí mismos. Garaigordobil
Landazabal (2006) estudió en una muestra de 322 adolescentes, de 14
a 17 años, la relación entre síntomas psicopatológicos, las habilidades
sociales y rasgos de personalidad. Encontró que los adolescentes con
numerosas conductas de cooperación hacia otros presentaban pocos
síntomas psicopatológicos (como de ansiedad, hostilidad, obsesivos com-
pulsivos, entre otros); aquellos sin síntomas psicopatológicos disponían
de muchas habilidades sociales como de ciertos rasgos de personalidad
(socialización positiva, tolerancia al estrés, alto autoconcepto, entre otros).
Los factores ambientales (sociales, culturales y ecológicos) también
intervienen en los desórdenes psicopatológicos. Los niños de familias
numerosas tienen más posibilidades de enfermar que los de familias

pequeñas, en tanto, los cuidados parentales sean deficitarios (Papalia,


Wendkos Old y Feldman, 2001). Asociado a este indicador, se ha encon-
trado que los niños de niveles socioeconómicos bajos presentan mayores
niveles de psicopatología que sus pares más aventajados (Sesa, Frassoni,

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niveles de psicopatología que sus pares más aventajados (Sesa, Frassoni,


Sabulsky y Agrelo, 2001; Thorne, 1999). Un estudio efectuado en población
urbana de niños de Buenos Aires (Argentina), de 6 a 11 años, mostró que
los comportamientos disfuncionales eran significativamente más altos en
niños de niveles socioeconómicos bajos respecto a aquellos de niveles
medios y altos (Samaniego, 1998, 2004). A su vez, una investigación en
población infantil de Mendoza (Argentina) encontró que el contexto influye
en los déficits en las habilidades sociales, por lo que puede convertirse
en un factor de riesgo para la aparición de un trastorno psicopatológico
(Ison, 1997). Esta autora observó en niños mendocinos varones de 7 a
10 años, de zonas urbanas de nivel socioeconómico bajo, que aquellos
con déficit en sus habilidades sociales presentaron una mayor ocurrencia
de conductas disruptivas. Trianes Torres, Cardelle Elawar, Mena y Muñoz

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fundamentos en humanidades

Sanchez (2003) hallaron en 92 alumnos andaluces de 11 y 12 años una


relación entre el tipo de habilidades sociales autoinformadas y el contexto
socioeconómico; los adolescentes de NES alto mostraron más habilidades
asertivas (como expresar sentimientos, deseos, opiniones y necesidades)
pero una mayor agresividad respecto a sus pares, al compararlos con alum-
nos de otros contextos. En tanto, los alumnos de NES bajo registraron altas
puntuaciones en habilidades asertivas como agresivas hacia profesores
y adultos, mientras que sus pares de NES medio tenían mayor pasividad
en la relación con los adultos. En definitiva, las dificultades descriptas en
las interacciones sociales, particularmente la agresividad hacia pares o
adultos, puede llevar a que estos sujetos padezcan rechazo de sus pares
y aislamiento social, por comportamientos perturbadores en el aula y las
agresiones verbales y/o físicas.
Las investigaciones descriptas muestran que los déficits en las habi-
lidades sociales pueden potenciar la ocurrencia de un trastorno psico-
patológico en la infancia o la adolescencia. Las escasas posibilidades
de interaccionar con pares, la inhibición de comportamientos sociales o
las manifestaciones agresivas pueden minimizar las oportunidades de
los niños/ adolescentes de observar e interactuar con modelos sociales
salugénicos como el de reforzar comportamientos asertivos.
En estos casos resultan efectivas las intervenciones a fin de modifi-
car las deficiencias de las habilidades sociales, promoviendo otras más
eficaces, las que, según Ballestar y Gil Llario (2002) pueden dar más
posibilidades para aprender y madurar.

Ahora bien ¿es posible potenciar las habilidades sociales?, ¿todos


los sujetos pueden aprender habilidades sociales?, ¿toda enseñanza de
habilidades sociales cerciora la eficacia de un comportamiento en el suje-
to?, ¿aprender habilidades sociales asegura que un sujeto no manifieste
síntomas psicopatológicos posteriormente?
Estos interrogantes plantean dos cuestiones fundamentales. La primera
remite al proceso de evaluación de las habilidades sociales; la segunda
cuestión alude al tipo de estrategias de intervención y el período de en-
señanza.
La evaluación de las habilidades sociales implica un proceso de
distintas fases. En tal sentido, Monjas Casares (2002) sostiene que el
primer momento comprende la identificación, clasificación y diagnóstico;
la segunda supone la planificación de los programas de intervención y la
tercera, remite a la evaluación de los efectos de la intervención. Según
esta autora, la evaluación de este constructo psicológico es un proceso

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continuo que se lleva a cabo antes de la intervención, durante ésta y


después de terminada, como así también en el seguimiento, es decir, en
determinados períodos después de la finalización. Según Garaigordobil
Landazabal (2008) el monitoreo de la enseñanza de comportamientos
sociales requiere una metodología de evaluación de tipo sumativa, por
un lado, y de tipo formativa, por otro. La evaluación sumativa identifica el
resultado, el cambio producido por el programa de intervención mientras
que la evaluación formativa es una evaluación continua del programa
implementado para desarrollar habilidades sociales. En la evaluación
sumativa se utiliza la misma batería diagnóstica empleada al momento
inicial, por lo que se encuadra en el modelo de evaluación dinámica Test-
Intervención-Postest, propuesto por Feuerstein, Rand y Hoffman (1979)
respecto a la modificabilidad cognitiva. En la evaluación formativa se re-
curren a técnicas observacionales, de corte cualitativo, diseñadas según
el tipo de estrategias de intervención y la población que participe en la
implementación experimental de dichas estrategias.
La determinación del nivel de habilidades sociales -el llamado diagnósti-
co inicial- conlleva a una controversia respecto a cómo evaluarlas. Caballo
(2005) sostiene que la mayor dificultad radica en la misma naturaleza de
las interacciones sociales, en la falta de acuerdo sobre el concepto de
comportamiento socialmente habilidoso y sobre el criterio externo signifi-
cativo con los cuales validar los procedimientos de evaluación. A esto se
suma lo cuestionable de los métodos de evaluación puesto que algunos
centran su interés en una dimensión de los comportamientos sociales
olvidando su naturaleza multidimensional.
De allí que se proponga un enfoque multimétodo para la evaluación,
en el que se utilicen diferentes instrumentos y modalidades que permitan
obtener información acerca de los comportamientos sociales de niños/
adolescentes en los distintos contextos y cómo éstos se relacionan con
diversos actores sociales (familia, docentes, pares). Si bien los diferentes
procedimientos metodológicos apuntan a incrementar la certeza diagnós-
tica, en la práctica resulta difícil y costoso aplicar tanto las entrevistas y
los heteroinformes a informantes clave, los autoinformes y los registros
de observación al sujeto evaluado en los contextos significativos de éste
(por ejemplo el familiar y el escolar). Estudios con niños preescolares de
Tucumán han mostrado que la evaluación multimétodo de las habilida-
des sociales destaca la especificidad situacional que presentan dichos
comportamientos, puesto que se han encontrado divergencias entre la
percepción parental y los comportamientos sociales más recurrentes del
niño en el ámbito escolar (Lacunza, 2007; Lacunza y Contini, 2009b).

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fundamentos en humanidades

Además ciertos instrumentos utilizados en población infanto-juvenil


muestran numerosas limitaciones. Una de ellas es la carencia de bare-
mos adecuados a los distintos contextos socioculturales; otra se vincula a
las necesarias adecuaciones lingüísticas y metodológicas que requieren
dichos instrumentos. Dichas limitaciones surgen porque la mayoría de
las técnicas han sido creadas y validadas en contextos americanos o
españoles y, dada la especificidad situacional del constructo habilidades
sociales, no pueden traspolarse a otros contextos. Las particularidades
evolutivas también han contribuido a estas dificultades metodológicas,
tal es así, que los instrumentos específicos referidos a las habilidades
sociales infantiles alcanzan a niños desde edad escolar. Distintos estu-
dios han abordado las habilidades sociales de niños preescolares a partir
del diseño de nuevas técnicas de evaluación (Lacunza, Castro Solano y
Contini, 2009; Lacunza, 2007, Lacunza y Contini, 2009c) o la validación
de algunos ya existentes (Reyna y Brussino, 2009).
La enseñanza de las habilidades sociales se fundamenta en modelos
teóricos que sostienen la capacidad de aprender que tiene todo sujeto
(Feuerstein y otros, 1979), por lo que la intervención se dirige a provocar
cambios en su manera de interactuar y responder al medio externo.

La intervención es considerada como un momento dentro del proceso


de evaluación de las habilidades sociales. Los autores que trabajan en
esta temática (Caballo, 1993; Monjas Casares, 2002; Pelechano, 1996)
sostienen que durante la intervención se realiza una evaluación continua
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esta temática (Caballo, 1993; Monjas Casares, 2002; Pelechano, 1996)


sostienen que durante la intervención se realiza una evaluación continua
de los comportamientos sociales ya que ésta brinda información sobre
los cambios comportamentales y la posibilidad de transferencia de tales
habilidades a otros contextos. Esta evaluación, de tipo formativa, permite
determinar si se están alcanzando los objetivos propuestos o si resulta
necesario diseñar e implementar nuevas estrategias. Tal como se planteó,
los instrumentos utilizados en este periodo suelen ser registros de obser-
vación y cuestionarios centrados más en identificar aspectos subjetivos
del cambio en las capacidades sociales que en indicadores cuantificables
de los cambios conductuales y cognitivos de las habilidades sociales.
Lo descripto permite afirmar que resulta imprescindible el diagnóstico
de las capacidades sociales como punto de apoyo para las intervenciones
posteriores. Este diagnóstico inicial permite al evaluador conocer no sólo
los posibles déficits en las habilidades sociales sino también las fortalezas
que posibilitarán el aprendizaje de habilidades más asertivas del niño/ado-
lescente durante el momento de intervención. Para ello resulta necesario
que el evaluador se posicione en los modelos conceptuales respecto a la
capacidad de “aprender” un comportamiento social.

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fundamentos en humanidades

Son numerosas las teorías que remarcan la importancia del apren-


dizaje del comportamiento social. Entre estas se destacan la Teoría del
Aprendizaje Social (Bandura y Walters, 1974) y los modelos interactivos
(Mc Fall, 1982).
Si bien la Teoría del Aprendizaje Social no ha propuesto un modelo de
las habilidades sociales, su lineamientos permiten comprender el com-
portamiento social como fruto de factores intrínsecos (propios del sujeto)
y extrínsecos (relativos al medio ambiente) (Bandura, 1987).
Autores como Dollard y Millar (1950) ya sostuvieron la importancia de
la imitación como factor socializador. Sin embargo, los trabajos de Ban-
dura y Walters (1974) sobre agresión en niños, son los que delimitaron el
estudio experimental del aprendizaje. Éstos habían descrito la influencia
del aprendizaje observacional o vicario -denominado “modelado”- en la
conducta social. Este proceso es básico en el funcionamiento psicológico
y permite explicar cómo el aprendizaje observacional permite incorporar
modelos de comportamientos y reglas acerca de cómo actuar y obtener
resultados deseados. Bandura y Walters (1974) tuvieron en cuenta el papel
del refuerzo vicario, por el cual se modifica la conducta de un observador
según el tipo de refuerzo administrado al modelo.
Bandura ha diferenciado entre el aprendizaje observacional y la imi-
tación, ya que el sujeto no solo imita comportamientos sino que analiza
la situación y extrae reglas generales del modo de actuar en el ambiente
para ponerlas en práctica cuando éste cree que puede obtener resultados
favorables. En este sentido, este autor ha considerado lo planteado por
Rotter (1954) respecto a las expectativas de éxito o fracaso, incluyendo
la autoeficacia y las creencias personales. Estas creencias se desarrollan
como resultados de las experiencias en una situación social, por lo que
un sujeto que ha aprendido por experiencia directa, por modelado, que
es capaz de manejar con efectividad una interacción social, desarrollará
una expectativa de éxito positiva (Kelly, 1987). De este modo, si bien el
comportamiento depende de factores externos, los sujetos pueden con-
trolar este comportamiento a partir de auto reforzamientos. En síntesis,
este enfoque sostiene que la conducta es función de la interacción de
aspectos situacionales como personales.
Por su parte, el enfoque interactivo ha tenido varios representantes,
entre los que se menciona el modelo de Mc Fall (1982) sobre la compe-
tencia social. La denominación de modelo interactivo surge a partir de
Mischel (1973), el que enfatiza a la conducta como producto del papel

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de las variables ambientales, las características personales (aunque no


rasgos) y las interacciones entre ellas (Caballo, 2005).
Según Mc Fall (1982) las habilidades sociales resultan de variables
cognitivas y conductuales que se inician con una recepción correcta de
estímulos interpersonales relevantes, posteriormente tiene lugar un pro-
cesamiento flexible de estos estímulos para generar y evaluar las posibles
opciones de respuesta, de las cuales el sujeto seleccionaría la mejor para
una emisión apropiada o la expresión manifiesta de la opción elegida. De
este modo, habría habilidades de decodificación (recepción, percepción e
interpretación) de los estímulos situacionales entrantes y una interpretación
de éstos dentro de un marco de conocimiento existente. Posteriormente
intervendrían habilidades de decisión (búsqueda, comprobación y selec-
ción de la respuesta, búsqueda en el repertorio y valuación de su utilidad)
por las que se realizaría un interpretación situacional y una transformación
de la información como el uso de reglas de contingencia almacenadas
en la memoria a largo plazo. Por último, intervendrían las habilidades de
codificación (ejecución y auto-observación) que traducen la información
de un programa de proposiciones de respuesta a una secuencia coordi-
nada de conductas observables (Caballo, 2005). Desde este enfoque, el
sujeto es un agente activo que busca y procesa información y controla
sus acciones a fin de lograr objetivos determinados.
Ambos modelos plantean que la habilidad social surge a partir de la
interacción de lo situacional y las características personales del sujeto,
por lo que toda intervención contribuye al desarrollo de nuevos compor-
tamientos sociales. Distintos estudios han comprobado la eficacia de la
enseñanza de habilidades sociales en la infancia como en la adolescencia
(Garagoidobil Landazabal, 2001, 2008; Michelson y otros, 1987; Monjas
Casares, 2002, 2004). Sin embargo, estos modelos también plantean que
la sola presencia de estímulos externos (por ejemplo, las actividades de
entrenamiento) no aseguran que el niño/adolescente sea exitoso social-
mente, puesto que la presencia de dificultades en el área cognitiva (déficit
de atención, concentración, procesamiento simultáneo o secuencial, entre
otros) puede potenciar los déficits del comportamiento social.

Consideraciones finales

Se ha desarrollado la temática de las habilidades sociales en la in-


fancia y la adolescencia y su importancia en la prevención de trastornos
psicopatológicos.

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fundamentos en humanidades

Se plantearon las dificultades inherentes al concepto de habilidad


social, particularmente su naturaleza multidimensional y la especificidad
situacional de los conceptos. Se enfatizó que todo análisis de las habilida-
des sociales debe considerarse desde un marco cultural de referencia, ya
que los patrones de comunicación varían ampliamente entre las culturas
y aún dentro de una misma. A esto hay que sumar factores tales como la
edad, el sexo, la clase social y la educación, entre otros. Reflexionando
sobre estas variables se han descripto las principales habilidades sociales
aprendidas en la infancia y en la adolescencia.
La evaluación supone un enfoque multimétodo en el que una misma
variable, en este caso las habilidades sociales, se identifica a partir de
multitécnicas (autoinformes, técnicas subjetivas, cuestionarios, entrevistas,
registros de observación, entre otros) empleados en multi-informantes

(niños, adolescentes, pares, padres, docentes, entre otros), lo que permite


obtener información de los comportamientos sociales en los diversos con-
textos significativos del niño y/o adolescente. Estos diversos procedimien-
tos metodológicos, de corte cuantitativo y cualitativo, apuntan a sostener
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tos metodológicos, de corte cuantitativo y cualitativo, apuntan a sostener


una certeza diagnóstica, la que en práctica clínica y de investigación resulta
muy costosa no sólo por el tiempo y recursos necesarios sino también
por la especificidad de los contextos en los que debe desarrollarse este
proceso de evaluación (por ejemplo, los contextos familiares y escolares).
Se ha planteado que en la infancia, la conformación de las habilidades
sociales está muy vinculada al grupo primario y a las figuras de apego. Se
destaca que las habilidades sociales en la etapa preescolar se centran
en el aprendizaje de normas y modelos de cómo relacionarse con pares
y adultos, principalmente los integrantes del contexto familiar. En estos
años, la actividad lúdica es el principal dispositivo para la adquisición y
practica de comportamientos sociales satisfactorios.
La entrada a la escuela supone el empleo de habilidades sociales más
complejas, ya que este ámbito implica no solo la expresión sino también
la comprensión de comportamientos sociales y sentimientos.
En la adolescencia, el papel de las habilidades sociales es fundamental
para el acercamiento a pares, la conformación de la pareja y la participa-
ción en diversos grupos. A su vez, las competencias sociales influyen en
la percepción que el adolescente tiene de sí, de los otros y de la realidad.
Se han descripto modelos teóricos que se consideran relevantes para
comprender cómo se configuran las habilidades sociales. Tanto la Teoría
del Aprendizaje Social (Bandura y Walters, 1974) como el enfoque Inte-
ractivo (Mc Fall, 1982) destacan que la adquisición de comportamientos
sociales depende no sólo del ambiente sino también de ciertos recursos

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fundamentos en humanidades

personales. Ambos modelos combinan elementos de los paradigmas Con-


ductista y Cognitivo al conjugarse en una perspectiva cognitivo-conductual.
Estos enfoques sostienen que la interacción social va a depender no
sólo del grado de efectividad de la relación entre distintos actores sociales,
sino que en las relaciones sociales también intervienen actitudes, valores,
creencias, capacidades cognitivas y estilos de interacción. Por otra parte,
la sola presencia de estímulos externos (por ejemplo, las actividades de
entrenamiento) no asegura que el niño/adolescente sea exitoso social-
mente, puesto que ciertas variables de personalidad van a intervenir en la
adquisición de las habilidades sociales o en sus posibles déficits. De allí
que los programas de intervención presenten sus limitaciones.
Más allá de estas limitaciones, puede afirmarse que los programas
de intervención orientados a prevenir comportamientos disfuncionales
en niños/adolescentes han tenido resultados satisfactorios. Esto lleva a
afirmar que la intervención en las habilidades sociales es posible por lo
que ha sido utilizada con resultados muy alentadores en la prevención
de comportamientos agresivos e inhibidos en niños y/o adolescentes. Sin
embargo no puede pensarse que estos programas sean la panacea para
la salud psicológica.
Como las investigaciones han encontrado sólidas relaciones entre las
habilidades sociales asertivas en la infancia y adolescencia y un ajuste
saludable del sujeto a su contexto, resulta particularmente necesario el
diagnóstico preciso y la intervención oportuna para el logro de habilidades
sociales que contribuyan al bienestar psicológico del niño/ adolescente.
De allí que resulta particularmente relevante para las prácticas psicoló-
gicas el diagnóstico e intervención para el logro de habilidades sociales
salugénicas.

San Miguel de Tucumán (Argentina), 12 de febrero de 2010.

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