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Utilitarismo

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Filosofía y Ética

UVA 10

Artículo de cátedra: El utilitarismo

Índice

1. Introducción
2. Contexto histórico
3. El utilitarismo: sus premisas y alcances
4. El utilitarismo de Stuart Mill
5. El utilitarismo como concepción liberal
6. Algunas críticas
7. Las respuestas a las críticas y el utilitarismo de las reglas
Bibliografía

1. Introducción

Luego del viaje que hemos hecho por el mundo griego haremos un gran salto histórico para ubicarnos en el
mundo moderno (de la Edad Moderna) europeo, donde surge el utilitarismo. El utilitarismo es una de las propuestas
éticas más importantes y populares. Entre los motivos de su éxito podemos señalar su sencillez y su modalidad
cuantitativa de concebir la virtud, puesto que busca encontrar una medida para la bondad de los actos a realizar. La
ética así concebida pretende poseer un carácter más objetivo que aquellas posiciones que hacen referencia a las
intenciones o al carácter de las personas involucradas. Así, el utilitarismo ha considerado a la ética como una ciencia
positiva de la conducta humana.

En esta unidad, primeramente ubicaremos esta doctrina en el contexto histórico en el que surge. Luego
veremos los puntos principales que estableció su fundador, Jeremy Bentham, y las modificaciones que introdujo
posteriormente Stuart Mill. Después, mencionaremos su relación con el liberalismo y algunas objeciones que se le
han hecho. Finalmente, concluiremos con algunas variantes posteriores del utilitarismo que pretenden salvar esas
objeciones.

2. Contexto histórico

No es casual que la Inglaterra del siglo XVIII haya revisado en gran medida la antigua tradición hedonista (la
que asociaba la felicidad con el placer) para encontrar en ella una perspectiva moral que pueda dar cuenta de la
nueva situación que comenzaba a consolidarse en el país. Una hilandera, por ejemplo, podía hacer un paño en un
telar en un día, ¿cuántos más puede hacer una máquina? Sin duda, los beneficios –en principio sólo para los dueños
del sistema productivo– están en la capacidad notablemente mayor que provoca la implementación de la energía del
vapor en la industria textil. Ahora bien, esta mayor productividad, ¿qué impacto tiene socialmente?, ¿qué
consideraciones morales pueden estar presentes allí? El efecto inmediato fue la destrucción de numerosos puestos
de trabajo artesanal, al que se sumaron condiciones de vida lamentables para las clases más bajas y un deterioro de
las formas sociales de convivencia.

1
La revolución industrial y los cambios sociales que ésta provocó necesitaban un sistema moral acorde a esta
situación, en la que las nuevas condiciones de producción, y los efectos sociales que éstas implicaban, debían poder
ser justificados –y eventualmente rectificados– desde alguna moral. El utilitarismo tiene este sello, y si bien no es
exclusivo del mundo inglés de esa época, es indudable que allí encontró las condiciones para poder expresarse
filosóficamente. Para esta escuela, el objetivo de la moral no es agradar a Dios, ni seguir ciertas reglas abstractas, sino
producir en el mundo la mayor felicidad posible. Esta escuela no se consideraba a sí misma simplemente un
movimiento filosófico que se limitara al mundo académico, sino que sus precursores eran reformadores sociales que
buscaban modificar las prácticas de la época.

El hedonismo, adormecido por siglos de moral cristiana, tendrá un retorno muy singular a través del
utilitarismo, teniendo en la economía un punto de apoyo en esta articulación. Otro antecedente, menos directo pero
de importancia para la configuración de esta doctrina, es la visión económica presentada a partir del siglo XVII.
Precisamente, la terminología que utilizarán los filósofos utilitaristas tiene en la economía un lugar central de
referencia; palabras cruciales como “interés” o “utilidad”, propias de esta doctrina moral, provienen de las
consideraciones económicas. Cómo articular las nociones de bien, de felicidad con las de interés y utilidad va a ser un
tópico central del pensamiento de Jeremy Bentham y luego de John Stuart Mill.

Los lineamientos del utilitarismo fueron propuestos inicialmente por David Hume (1711-1776). Sin embargo,
su desarrollo fue consolidado por J. Bentham (1748-1832) y J. S. Mill (1806-1873). La diferencia entre la formulación
utilitarista de uno y otro es que, en el caso del primero, es rígida, radical y comparativamente cruda con respecto a la
de Mill. Aunque sigue sosteniendo sus principios básicos, en general, se dice que Mill suaviza y modifica
considerablemente la doctrina de Bentham. Igualmente, ambos comparten ciertas características que exceden el
marco teórico de la ética: ambos son reformadores de la historia. Así, Bentham tuvo una gran influencia en las
instituciones británicas de comienzos del siglo XIX. Perteneció, como líder, a un grupo reformador llamado “los
radicales filosóficos”, grupo que fue responsable de beneficios sociales y cambios políticos en la industrialización de
Inglaterra. Por ejemplo, gracias a los esfuerzos de este grupo se mejoró considerablemente el código penal. Y cuando
Bentham murió, Mill llegó a ser el líder del movimiento. Ambos pensadores estaban en contra de la monarquía y del
privilegio aristocrático, y los dos eran opuestos al imperialismo e impulsaban el sufragio de las mujeres, entre otras
cosas.

Bentham y Mill llegaron al utilitarismo como resultado de sus intereses en la reforma y desarrollaron su
posición ética a través de la búsqueda de un principio que se pudiera determinar con objetividad, que asegurara su
aplicabilidad a cualquier acción moralmente justificable. Lo que buscaban, en definitiva, era un criterio de decisión
para determinar si un acto era justo o injusto y que ese criterio fuera objetivo. La pretensión de Bentham era que la
ética fuera una ciencia tan exacta como la matemática, motivo por el cual puede verse cierto formalismo en las
afirmaciones utilitaristas. La idea era tratar de no apelar a los conceptos de autoridad, de intuición, de divinidad, de
sentimiento y de emoción, conceptos que o bien llevan a una ética subjetivista o bien llevan a una ética de la
trascendencia.

Hasta aquí podríamos sintetizar lo anterior diciendo que el utilitarismo buscará no sólo una justificación de la
ética, encuadrada en su marco histórico de aparición y asociada a las consideraciones económicas de su época, sino
que además intentará convertirse en una disciplina positiva, en la medida en que puede dar cuenta de la conducta
humana ajustándose al bien, a la justicia y a la felicidad. Entremos, pues, en el tema.

2
3. El utilitarismo: sus premisas y alcances

El utilitarismo surge en Inglaterra en la misma época en que escribía David Hume, el filósofo escocés que
mencionamos en un tema anterior y que fue uno de los fundadores de la filosofía empirista. Tengamos presente que
el empirismo es la filosofía que sostiene que el conocimiento proviene de nuestras percepciones y que toda idea en la
que no pueda rastrearse la impresión sensorial que la originó carece de sentido. Por ejemplo, desde esta perspectiva,
las ideas de Dios o de alma no refieren a nada, sino que son sólo ruidos que hacemos con la voz cuando decimos esas
palabras. Fuerte, ¿no? Dentro del marco empirista, entonces, el utilitarismo pretende encontrar un parámetro
observable para medir el valor moral de las acciones. Obviamente, la intención o los preceptos que tenga una
persona para llevar a cabo una acción no son algo observable. En cambio, las consecuencias concretas que pueda
tener una acción sí lo son, y por lo tanto son objetivas y medibles. De ahí que éste sea el criterio elegido para juzgar la
conducta moral.

El núcleo central de esta escuela reside en su definición de ‘bueno’, que consiste en lo siguiente: “la máxima
felicidad para el mayor número de personas posible”. Pero, ¿en qué tipo de felicidad están pensando? Esta premisa
debe implicar una definición de felicidad, que el utilitarismo rastreará en el hedonismo. De allí es que los utilitaristas,
en su filiación a esa corriente griega, conciban la felicidad en relación con el placer. Así, el principio utilitarista puede
ser reformulado de la siguiente manera: “el máximo placer para el mayor número de personas posible”. Éste –según
Bentham y Mill– debe ser el criterio a partir del cual debemos decidir si una acción es correcta o incorrecta.

En síntesis, esta escuela descansa en dos cuestiones principales:

(a) Que la buena vida de un hombre es una vida de placer.


(b) En tanto los hombres son agentes morales, ellos deberían actuar de acuerdo con el máximo placer
para la mayor cantidad de personas posible.

La primera pregunta que surge, entonces, es en qué punto es posible juzgar un acto como bueno, tomado en
este sentido utilitarista. Un acto puede ser juzgado como bueno o malo, según sus intenciones (como lo veremos en
el caso de Kant) o según las consecuencias que pueda tener. Cuando un acto es juzgado por sus intenciones, lo que
evaluamos es en qué estaba pensando esa persona cuando hizo algo. Muchas veces la gente hace actos valiosos
porque espera algo a cambio. Así, un político que tiene una mala imagen pública puede hacer una gran donación, u
otro tipo de obras de caridad, pero no porque esté bien hacerlo, sino para que se modifique su imagen. Si la opinión
pública evaluara ese acto desde el punto de vista de la intención que lo originó, consideraría que ese acto es menos
bueno o valioso que uno similar realizado por Teresa de Calcuta (si viviera), dado que en este último caso la intención
sería simplemente ayudar a los más pobres. Si se evalúa un acto por sus consecuencias, en cambio, lo que se
considera es el resultado. Y en este caso, no importa la intención de Teresa ni la del político: si los dos donaron la
misma suma de dinero para ayudar a la misma organización, los actos de ambos son igualmente buenos.

Ahora bien, ¿cuál es la posición del utilitarismo a la hora de juzgar un acto? El utilitarismo evalúa los actos
según sus consecuencias, y por este motivo a este tipo de éticas se las denomina consecuencialistas. Pero aquí no
termina todo: de esta definición de ‘bueno’ se desprende también que esta escuela es extensionalista, en el sentido
de que evalúa los actos por sus efectos y no por quién los lleva a cabo.

Muchas veces el mayor número de placer para la mayoría puede producir una cantidad desmedida de dolor
para una minoría (cuyo número podría ser considerable), con lo cual el placer de la mayoría debe estar balanceado
con el dolor de la minoría. Es decir, el placer de muchos no debe exceder en gran medida al dolor de unos pocos (o no
tan pocos). De allí que una cuestión central para los criterios utilitaristas de Bentham sea la posibilidad de un cálculo
3
de utilidad que pueda cuantificar los efectos de una acción y, por ende, determinar su moralidad. Para el utilitarismo,
la ética, en tanto vincula el bien y el placer a través de lo útil, necesita “matematizar” la moral. Para ello, intentará ver
de qué modo se puede medir el bien y el mal de los actos.

Volvamos al concepto de utilidad. Hay, en primera instancia, dos aspectos fundamentales involucrados en él:
uno es la intensidad y el otro es la extensividad; el primero remite a la condición de máxima satisfacción de una
necesidad, y el segundo, a la cantidad de individuos afectados por ese acto u objeto útil. Así, la llegada del fin de
semana nos da placer porque satisface nuestra necesidad de descanso. ¡Pero una semana con dos sábados sería aún
mejor! Y sería mejor que cada uno se tome un día más de descanso, porque si es feriado descansamos todos, es
decir, afecta a una mayor cantidad de gente. Aquí cabría una consideración en relación con el hedonismo antiguo;
para éste la felicidad está en la búsqueda del placer; pero para el utilitarismo, aunque Bentham o Mill no lo hayan
enunciado de este modo, la felicidad estaría no exclusivamente en obtener placer y evitar el dolor, sino en la
satisfacción de necesidades, que no es exactamente lo mismo. En la época en que se publicaron los primeros escritos
de Bentham, se los caricaturizaba con dibujos de cerdos dedicándose a los más bajos placeres del cuerpo. Pero en
realidad, él pensaba más bien en el placer que da satisfacer una necesidad. Un fin de semana largo después de rendir
un examen difícil es muy placentero, ¡pero tampoco es una bacanal!

Veamos otro ejemplo. Un medicamento es más útil si resuelve la congestión gripal, pero si además es
antifebril, es mejor que aquel que sólo sirve para la congestión. En este sentido se mide la intensidad, y si el
medicamento tiene eficacia en el mayor número de personas con las menores contraindicaciones, será, por carácter
extensivo, más útil y, por lo tanto, mejor.

No obstante, rápidamente podemos advertir que en este cálculo de utilidad aparecen algunos dilemas éticos.
Puede ser que un medicamento, por ejemplo, sea intensamente mejor que otro pero muy caro. Su alcance, en cuanto
a la cantidad de personas que pueden beneficiarse con él, es menor. ¿Cuál es más útil?: ¿el que satisface más
necesidades?, ¿o el que alcanza a más gente?

Debido a cuestiones como la ejemplificada arriba, aparecen otras variables, junto a la extensividad y la
intensidad, que hay que tener en cuenta para hacer el cálculo utilitarista. Una es la cuestión de la duración. En efecto,
puede ser que una acción sea útil por un tiempo menor que otra, y por ende será preferible la que proporcione placer
durante más tiempo. Por lo tanto, la condición temporal se convierte en otra clave para dar cuenta de qué puede ser
considerado útil. También hay que atender a la proximidad. Puede que algo proporcione placer pero a muy largo
plazo. Comparado con otro objeto o acción que nos satisface de manera inmediata, pareciera que hay que preferir la
última. Otro factor que entra en el cálculo utilitarista es la certeza de que esa acción efectivamente va a ser útil para
la mayoría. Esto le agrega valor a una acción frente a otra acerca de cuyas consecuencias no estamos seguros.
Además, hay que tener en cuenta la fecundidad de ese acto, es decir, que dé lugar a futuros placeres; y, por último, la
pureza, esto es, que esa acción no conlleve dolor.

Con todos los aspectos mencionados, deberíamos poder calcular exactamente el valor de una acción. Se le
asignarán puntajes a cada variable y la acción que sume el puntaje más alto será la más útil, la que proporciona
mayor placer. ¡Hay que tener un posgrado en matemáticas para decidir algo! Como podemos ver, estas
consideraciones sitúan al utilitarismo como una teoría que no presta demasiada atención a lo que sucede en la
intimidad de la persona, sino a una forma de objetividad, de exterioridad medible, cuantificable, que intenta
emparentar la ética con las ciencias del cálculo.

Si bien hemos hecho referencia a la filiación del utilitarismo con el hedonismo, hay en la corriente griega un
egoísmo intrínseco que no pone de relieve el vínculo con el otro: todo lo bueno es bueno para el individuo en tanto le
provoca placer. En esta ecuación, placer=felicidad=bien, no hay lugar para lo social más que como horizonte en el
4
cual encontramos nuestras satisfacciones. Por eso se dice que el hedonismo antiguo es egoísta. El utilitarismo, en
cambio, pondrá en consideración la inclusión del otro en la medida en que una necesidad del ser humano, uno de los
puntos que se debe resolver en función de su felicidad, es ser amado.

Igualmente, la asociación entre felicidad y placer es bastante débil, tal como hemos podido ver cuando
estudiamos a los filósofos clásicos. Incluso, desde nuestra perspectiva del sentido común y desde la concepción actual
de felicidad, es bastante clara la diferencia: buscamos placer porque lo consideramos bueno; pero a la felicidad no la
buscamos porque sea buena. Por el contrario, nos ponemos felices cuando hemos alcanzado algo que consideramos
bueno. De hecho, para evitar todas estas dificultades en cuanto a la identificación entre felicidad y placer, los
utilitaristas contemporáneos han buscado otras alternativas a la hora de definir a la felicidad.

Un punto importante a tener en cuenta es que para el utilitarismo la felicidad de cada persona cuenta por
igual. Debemos tener presente esta tesis, especialmente debido a la asociación que tiene en nuestra sociedad este
término con el ámbito empresarial y con el egoísmo, basada en el vínculo de este término con la palabra ‘útil’. Sin
embargo, nada más lejos de esta escuela, pues uno de sus conceptos centrales es el de imparcialidad. Como explica
Mill, “la felicidad que constituye el criterio utilitarista de lo que es correcto en una conducta no es la propia felicidad
del agente, sino la de todos los afectados. Entre la felicidad personal del agente y la de los demás, el utilitarista obliga
a aquél a ser tan estrictamente imparcial como un espectador desinteresado y benévolo.” 1 Esto significa que, al
contrario de cualquier posición defensora del egoísmo, uno debe sacrificar su propia felicidad en aras de la felicidad
de la mayoría.

En realidad, esta concepción de imparcialidad ha dado lugar a una serie de debates de interés, no por el
egoísmo que está en su base, sino –por el contrario– por su excesiva exigencia. De hecho, esta exigencia es aun
mayor si tomamos en cuenta que para esta escuela no tiene sentido establecer una distinción moral entre seres
humanos y no humanos, lo cual significa que un animal debe ser tratado moralmente como un ser humano. Esta
posición es utilizada por varios ecologistas que rechazan el maltrato a los animales, así como su uso para
experimentaciones de distintos tipos y para el entretenimiento de los seres humanos. Bentham dio fundamentos
para estas tesis al desplazar lo que define el trato moral de un ente desde la razón o el habla hacia la sensibilidad. Así,
si consideramos que un ente es sensible al dolor, no debe ser maltratado. Este filósofo plantea su tesis con las
siguientes palabras:

“Puede llegar el día en que el resto de las criaturas animales pueda adquirir aquellos derechos que nunca
podrían habérseles negado, excepto por la mano de un tirano. Los franceses ya han descubierto que el
color negro de la piel no es razón para que un ser humano sea abandonado sin más al capricho de un
torturador. Tal vez llegue un día en el que se reconozca que el número de piernas, la vellosidad de la piel
o la terminación del os sacrum sean razones igualmente insuficientes para abandonar a un ser sensible a
la misma suerte. ¿Qué otra cosa podría trazar la insuperable línea? ¿Es la facultad de la razón, o quizá la
facultad del habla? Pero un caballo o un perro adultos son, sin comparación, animales más racionales,
así como más capaces de sostener una conversación, que un bebé de un día o una semana o incluso un
mes de edad. Pero supongamos que fuera de otra manera, ¿de qué les serviría? La pregunta no es
¿pueden razonar? ni ¿pueden hablar?, sino ¿pueden sufrir?” 2

En efecto, supongamos que vivimos en un departamento de tres ambientes en un barrio de clase media,
poseemos un automóvil pequeño y tenemos un estándar medio de vida. Un día alguien nos toca el timbre y nos

1
J. S. Mill, citado por Rachels, James. Introducción a la filosofía moral. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2007, p.
165.
2
Rachels, James, Introducción a la filosofía moral. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2007, pp. 157-158.
5
recrimina la vida lujosa que tenemos, en contraste con la gente del norte del país que muere de hambre. Nos exige
que nos mudemos a un departamento de dos ambientes, vendamos el auto y que donemos el dinero restante para
nutrir a gente que no conocemos. ¿Cómo lo tomaríamos? Si fuéramos utilitaristas consecuentes, deberíamos hacerlo,
pero desde el sentido común no nos cierra. Si bien podemos juzgar positivamente a quien tome esa posición, no la
consideramos obligatoria. Pareciera que desde el sentido común no existe esta imparcialidad exigida por Bentham, y
que no todos somos iguales.

En efecto, una cosa es nuestra familia y amigos y otra es el resto de la humanidad, la mayor parte de la cual
nos resulta desconocida. Por los primeros daríamos muchos, sino todos nuestros bienes, pero no haríamos lo mismo
por el segundo grupo. Esta distinción está excelentemente graficada en la siguiente objeción al utilitarismo: “Un
padre que deja que su hijo se queme, sobre la base de que en el edificio en llamas había alguien más cuya
contribución futura al bienestar general prometía ser mayor, no es un héroe; es (correctamente) objeto de desprecio
moral, un leproso moral.” 3

4. El utilitarismo de Stuart Mill

Anteriormente dijimos que Mill había suavizado el utilitarismo de Bentham. Resta preguntarnos entonces
cuál es la diferencia entre la posición de uno y otro y en qué consiste esa moderación propia de Mill.

Una diferencia importante es que Bentham asumió que si se calcula el aumento de placer que causa una
acción determinada, ésta producirá ese placer en cada persona en cantidades iguales; más aún: él asumió que no
habría diferencias cualitativas entre placeres, sino solamente cuantitativas, tales como la intensidad o la duración.
Supongamos, por ejemplo, que el placer que provoca comer un chocolate sea x cantidad, de acuerdo con su
intensidad, extensión, duración, etc. Supongamos, además, que leer una novela provoque la misma cantidad de
placer. Según Bentham, no habría ninguna diferencia, desde el punto de vista ético, entre estas dos acciones. Así,
para Bentham el cálculo del placer supone únicamente factores cuantitativos. Pero Mill no estaba de acuerdo con
esto; como Epicuro, él consideraba que los placeres de la inteligencia son diferentes, superiores a los placeres del
cuerpo. De ahí que distinguió entre tipos de placeres y evaluó cuáles eran los más valiosos.

Para Stuart Mill, la variante de placer que debe considerarse como buena es la que él denomina placer
intrínseco, es decir, aquel placer mental, inherente a la psicología humana. Por otra parte, están los placeres
extrínsecos, que valen en la medida en que pueden generar los intrínsecos, es decir que son un medio para obtener
los otros. Esto nos lleva a considerar que no es posible determinar la bondad de algo por la sola consideración
cuantitativa, tan importante en la perspectiva de Bentham, ya que el impacto psicológico de los actos no puede
mensurarse fácilmente ni homogeneizarse para determinar un canon de bondad, utilidad y, por lo tanto, de
moralidad. En estas consideraciones, Mill también propone la clasificación de los placeres en subjetivos y objetivos,
siendo los primeros psicológicos y más deseables que los segundos, aunque éstos últimos tienen la ventaja de que
podrían ser calculables, mientras que los primeros no.

Con respecto a lo que entiende Mill por placer, oigámoslo a él: “Es mejor ser un ser humano insatisfecho que
un cerdo satisfecho; mejor ser Sócrates insatisfecho que un tonto satisfecho. Y si el tonto o el cerdo son de una
diferente opinión, es porque ellos conocen solamente su propio lado de la cuestión. En cambio, la otra parte de la
comparación conoce ambos lados.” 4 Como podemos apreciar, ésta es una importante restricción al principio que

3
Ibídem, p. 176.
4
Ésta es una célebre frase que encontramos en el capítulo 2 de su texto El utilitarismo (2007).
6
asocia placer y felicidad con aquello que es deseable o no. Y de alguna manera muestra que, siguiendo a la tradición
griega, la vida intelectual es más preciada que la material.

Para comprender hasta qué punto ambas posiciones pueden llegar a oponerse, preguntémonos nosotros:
¿qué nos generaría más placer: una noche en el Colón o una noche de lujuria asegurada? En el caso de Mill la
respuesta será, sin lugar a dudas, la primera. Como Bentham, en cambio, les otorga a todos los placeres el mismo
valor, evaluará qué genera mayor placer para la mayoría. Y ¿cuál de las opciones suponemos que preferirá la
mayoría?

5. El utilitarismo como concepción liberal

El pensamiento utilitario, en particular a los puntos que lo lleva Stuart Mill, sostiene lazos con la política, la
psicología y la antropología. Parte de estas disciplinas y vuelve a ellas. En un fragmento de Sobre la libertad expresa
con claridad su perspectiva y la manera en que la ética queda instaurada en medio de consideraciones de aquellas
otras disciplinas y manifiesta una necesaria articulación del utilitarismo con las posiciones liberales y su inherente
individualismo.

“Que la especie humana no es infalible; que sus verdades no son más que medias verdades, en la mayor
parte de los casos; que la unidad de opinión no es deseable a menos que resulte de la más libre y más
completa comparación de opiniones contrarias, y que la diversidad de opiniones no es un mal sino un bien,
por lo menos mientras la humanidad no sea capaz de reconocer los diversos aspectos de la verdad, tales son
los principios que se pueden aplicar a los modos de acción de los hombres, así como a sus opiniones. Puesto
que es útil mientras dure la imperfección del género humano, que existan opiniones diferentes, del mismo
modo será conveniente que haya diferentes maneras de vivir; que se abra campo al desarrollo de la
diversidad de carácter, siempre que no suponga daño a los demás; y que cada uno pueda, cuando lo juzgue
conveniente, hacer la prueba de los diferentes géneros de vida. En resumen, es deseable que, en los asuntos
que no conciernen primariamente a los demás, sea afirmada la individualidad. Donde la regla de conducta
no es el carácter personal, sino las tradiciones o las costumbres de otros, allí faltará completamente uno de
los principales ingredientes del bienestar humano y el ingrediente más importante, sin duda, del progreso
individual y social.” 5

Si en la posición de Bentham la clave del utilitarismo estaba en función de responder al móvil fundamental
del hombre, que es placer-dolor (díada inscripta en la condición humana y que se despliega en todas las direcciones
hasta llegar a la ética), en Mill lo útil es la posibilidad del hombre de expresarse libremente: es útil aquello que del
hombre permite producir progreso, tanto individual como colectivo. En Bentham, lo útil estaría en función de
satisfacer necesidades, en Mill en proyectar al individuo libremente, afirmando su diversidad y su originalidad. Es
importante señalar que, en este punto de Mill, no hay un anclaje tan claro en el hedonismo, sino más bien en el
liberalismo propio de la Inglaterra del siglo XIX. Bienestar y progreso son dos características que están en sintonía con
el liberalismo y abren la cuestión a la política y a la función del Estado.

Un tema en el que se pone de manifiesto la tensión existente entre esta concepción liberal utilitaria de la vida
y la visión que impera en la sociedad actual es la eutanasia. El término ‘eutanasia’ viene del griego eu, que significa
‘buena’, y thanatos, ‘muerte’, y se refiere al derecho que tiene el ser humano a decidir sobre cuándo morir. El debate
se plantea en aquellas situaciones en las que las personas no pueden llevar a cabo dicha decisión, como sucede en
ciertas instancias de las enfermedades terminales, donde están bajo el control médico, o en personas impedidas de

5
Mill, John Stuart. Sobre la libertad. Madrid: Alianza Editorial, 1970, p. 68.
7
movimiento. Por lo general, actualmente se recurre a argumentos cercanos al paternalismo para rechazar dicho
derecho, como por ejemplo, el planteado por John Locke de que Dios nos ha creado y es nuestro dueño, por lo que
no podemos hacernos nada que afecte a su propiedad. Los utilitaristas, por el contrario, favorecen esta práctica, pues
rechazan restringir cualquier libertad que no afecte a terceros. Veamos cómo lo explica Bentham:

“El único fin por el cual es justificable que la humanidad, individual o colectivamente, se entremeta en la
libertad de acción de uno cualquiera de sus miembros es la propia protección. Que la única finalidad por la
cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada, contra
su voluntad, es evitar que perjudique a los demás. Su propio bien, físico o moral no es justificación suficiente
[…] Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu, el individuo es soberano.” 6

Otro ejemplo de la concepción liberal de esta escuela se encuentra también en el modo en que concibió el
problema de la prisión y en qué consistía una pena. Bentham rechazaba el retribucionismo, es decir, devolverle de
algún modo al ofensor su mala acción (un paradigma de esta posición es la famosa Ley del Talión, resumida en el
Antiguo Testamento con la frase “Ojo por ojo y diente por diente”). En su opinión, todo castigo era malo en sí mismo,
siempre y cuando el castigo supusiera tratar mal a la gente, quitándole su propiedad, mediante una multa, su
libertad, con la prisión, o incluso la vida; pues, en realidad, lo que todo esto hacía era aumentar el sufrimiento en el
mundo. Si de lo que se trata es de aumentar la felicidad en el mundo, la única justificación para encerrar a los
criminales es aislarlos para que no sigan infringiendo la ley. Sin embargo, el concepto de la prisión se vio modificado
cuando las ideas utilitarias empezaron a propagarse en las distintas legislaciones. En efecto, la prisión dejó de ser
considerada como un lugar de castigo, en el que se encerraba a los malhechores, para convertirse en un centro de
rehabilitación. Su objetivo pasó a ser modificar la mala educación recibida y capacitar a quienes estaban encerrados
para insertarlos en el mundo laboral. En nuestro próximo tema, veremos cómo se puede concebir el castigo y las
cárceles desde otra perspectiva ética: la de Kant. ¡Exactamente al revés!

6. Algunas críticas

En este punto reuniremos algunas de las dificultades que se desprenden de lo que hemos venido señalando a
lo largo del apartado. Como hemos visto, la primera gran dificultad es determinar en qué consiste tanto el placer
como la felicidad, que son los conceptos fundamentales para la propuesta de qué es bueno, según esta escuela. A
este punto se le debe agregar la cuestión de cómo cuantificar el placer. Algunos herederos de Bentham han
propuesto utilizar como criterio la cuantificación del mercado, es decir, lo que se paga por satisfacer ciertos deseos,
intelectuales o no, daría una medida del valor de cada placer. Sin embargo, por motivos de espacio, no nos
adentraremos en este punto.

En segundo lugar, tenemos que señalar el problema consistente en determinar el alcance de una acción
desde el punto de vista espacial y temporal. Al respecto, podríamos recordar lo que dice Borges sobre esto. Para él las
consecuencias de un acto se ramifican hasta el infinito, por lo que un acto es infinitamente bueno y también malo, si
es que lo consideramos desde sus consecuencias; por lo tanto, las probabilidades de bondad o maldad se neutralizan
en el infinito, y con ello su consideración moral entra en la indeterminación. 7 Tomemos el caso de las plantas
pasteras de Botnia y Ense como ejemplos de este punto. La ciudad de Fray Bentos, en Uruguay, es una ciudad
fronteriza que ha tenido pasados más gloriosos. Pueblo a la vera de una ruta del MERCOSUR, vive del comercio y del
turismo. En la plaza central hay una glorieta donada por los emigrados de esa ciudad a diferentes países, lo que
demuestra la alta desocupación de la ciudad y la gran cantidad de emigrados que tuvo por ese motivo. A finales del

6
Rachels, James, óp. cit., pp. 154-155.
7
Cf. Borges, Jorge Luis y Ferrari, Osvaldo. En diálogo. Buenos Aires: Ed. Sudamericana, 1998, p. 298.
8
siglo XIX la Anglo tenía una planta de procesamiento de carne de grandes proporciones, con un amarradero para
exportar la carne. Esta planta hoy en día se convirtió en “El Museo de la Revolución Industrial”. La instalación de las
plantas pasteras (después quedó sólo Botnia) proporcionaría fuentes de trabajo para el lugar y mejoraría de manera
ostensible el PBI del país. Esto parecía un negocio redondo por todas partes.

Sin embargo, si ampliamos el alcance de la acción tomando en cuenta un período de tiempo más amplio que
los siguientes cuatro u ocho años –que es lo que tiene en mente un político que es o apunta a ser presidente– y,
además, ampliamos el alcance geográfico más allá de la República Oriental del Uruguay, veremos que el panorama no
resulta tan “redondo”. En efecto, por una parte, tenemos el reclamo de la gente de Gualeguaychú que sostiene que
los olores de la pastera así como las sustancias limpiadoras utilizadas afectan la playa del Ñandubaysal. Más allá de
estos efectos, ya el propio reclamo de la Argentina fue un efecto no tenido en cuenta por exceder el alcance de lo
evaluado a la hora de tomar la decisión. Desde el punto de vista temporal, también es posible que haya efectos
perjudiciales no tenidos en cuenta en su momento. Así, del sector agrícola cercano a Fray Bentos hubo reclamos
referidos a los árboles utilizados para la pastera, que afectaban la agricultura de la región, porque absorbían gran
cantidad de agua. Por otra parte, podría darse el caso de que los olores y los desperdicios de la planta terminaran
afectando a Las Cañas, que es la playa de Fray Bentos y una fuente importante de turismo. En síntesis, podría ser que
esta planta terminara afectando al campo y al turismo, dos de los pilares económicos de nuestro vecino país, en un
período de tiempo mayor al tenido en cuenta en la decisión primaria.

El tercer punto que se le objeta al utilitarismo es que para ellos “buenas” son las acciones que consiguen “el
mayor bien para el mayor número de personas”. El problema es que en aras de lograr ese objetivo puede darse el
caso que se atente contra las minorías. Leamos el siguiente ejemplo de Murray Rothbard, para mostrar de qué
manera esta consecuencia puede afectar un derecho de la minoría tan importante como el de la vida.

“Imaginemos que en una determinada sociedad la mayoría aborrece y vilipendia a los pelirrojos y que le
gustaría enormemente acabar con ellos; imaginemos además que en cada período concreto existe un
número muy pequeño de pelirrojos ¿debemos decir que, en tales circunstancias, es «bueno» para la
inmensa mayoría degollar a los pocos individuos de cabellos rojizos?” 8

Impactante la cita ¿verdad? Pero en última instancia, Rothbard quiere resaltar que las necesidades de las
minorías también tienen que ser satisfechas. Entonces, es posible reconstruir una gran cantidad de ejemplos que,
desde el sentido común, resultan inmorales, pero que para el utilitarismo son perfectamente correctos. Veamos el
siguiente caso, en el que se ponen en tensión la felicidad de la mayoría y el principio de equidad ligado con la justicia:

“Supóngase que un utilitarista estuviera visitando un área en la que hubiera conflictos raciales, y que,
durante su visita, un negro violara a una mujer blanca, y que ocurrieran disturbios raciales como
resultado del delito, turbas de gente blanca que, con la complicidad de la policía, golpean y matan
negros, etc. Supóngase también que nuestro utilitarista está en la zona del delito cuando éste se comete,
de modo que su testimonio conduciría a la condena de un negro en particular. Si él sabe que una pronta
detención pondrá fin a los disturbios y linchamientos, seguramente, como utilitarista, debe pensar que
tiene el deber de dar un falso testimonio que producirá el castigo de una persona inocente.” 9

7. Las respuestas a las críticas y el utilitarismo de las reglas

8
Rothbard, Murray. Algunas teorías alternativas sobre la libertad. Libertas Nº 31, art. 03. Ed. ESEADE, 1999.
9
H. J. McCloskey, citado por Rachels, James, Introducción a la filosofía moral, p. 169.
9
Los utilitaristas han contraatacado, en primer lugar, señalando que los casos aquí recogidos son hipótesis que
llevan la cuestión del derecho o la justicia a extremos no realistas acerca del mundo, y de ahí se concluye que esta
concepción es errónea. En efecto, en el mundo real dar falso testimonio tiene malas consecuencias y no buenas,
como se propuso más arriba. Sin embargo, esto no parece una objeción suficientemente fuerte, pues es en estos
ejemplos imaginarios donde salen a la luz los problemas de las distintas teorías que hemos venido viendo hasta
ahora.

Una segunda estrategia para responder a esta objeción es poner en duda el sentido común. Nuestro sentido
común no necesariamente es confiable. De hecho, es usual que se recurra a teorías como las que estamos viendo
para avalar de algún modo o justificar lo que dice el sentido común. Pero hemos visto situaciones en las que la razón
nos ha advertido contra lo que dice el sentido común. Habría que ver hasta dónde no tendremos que rever ciertas
cuestiones respecto de los derechos de los animales o la eutanasia, en las que el sentido común nos guía hacia una
dirección y la teoría utilitaria hacia otra.

Una última estrategia, especialmente dirigida hacia el problema de las minorías, es la que se ha dado por
llamar el utilitarismo de la regla. Para entender esta estrategia tenemos que analizar en qué consiste el utilitarismo,
recurriendo a las herramientas vistas en la primera unidad. A la hora de introducir el tema de la ética, hemos
mencionado tres ámbitos diferentes: el ámbito de las acciones; la moral, en el que se encuentran los códigos que nos
dicen qué hacer; y finalmente la ética, que proporciona la justificación de la moral, es decir, responde a por qué
hacemos algo. Hecha esta distinción, podríamos decir que el utilitarismo –al que denominaremos utilitarismo de la
acción para distinguirlo del de la regla– está en el segundo nivel. Esto significa que nos responde qué hacer en
determinada situación. El utilitarismo de la regla, por el contrario, se ubicaría a nivel de la ética. A grandes rasgos,
pretende establecer un código moral que sea el que mayor felicidad proporcione a la mayoría de la gente. Es decir, es
una suerte de justificación ética que utilizaría un legislador a la hora de establecer un código. Grafiquemos esta
distinción utilizando el esquema que vimos en el Tema 1:

Ética Utilitarismo de la regla

Moral Utilitarismo de la acción

Acciones

Así, por ejemplo, en el utilitarismo de la acción se evalúa si mentir va a generar mayor o menor felicidad en
una situación en particular. En la próxima ocasión, deberemos volver a evaluarlo. Dicho con otras palabras, nunca se
puede establecer desde el utilitarismo de la acción una regla o un mandamiento como “No mentirás”. En el
utilitarismo de la regla, en cambio, se trata justamente de determinar una regla como la anterior y para eso se toman
en cuenta diversas situaciones, algunas para las cuales esta regla generará mayor felicidad y otras en las que no. Si
finalmente se concluye que, definitivamente, la regla genera mayor felicidad que su contraria, en adelante se toma
como una regla que no se ha de modificar.

En conclusión, el utilitarismo, a pesar de las críticas que ha recibido, sigue siendo una doctrina muy popular
aunque muchas veces, malinterpretada. Se la suele asociar con el egoísmo pero ya hemos visto que, por el contrario,
la felicidad del individuo se ve supeditada a la de la mayoría. Esta escuela de pensamiento tuvo mucha influencia en
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las teorías económicas posteriores. Así, el economista italiano Wilfredo Pareto propuso el famoso principio
económico conocido como “Óptimo de Pareto”. Según este autor, una sociedad alcanza un estado óptimo cuando no
es posible aumentar el bienestar de un agente sin disminuir el de otro. Es decir, una política es buena si a alguno o
algunos les va mejor con dicha política mientras que a ninguno le va peor. Las teorías económicas neoclásicas de la
actualidad continúan esta línea de pensamiento.

Bibliografía

BORGES, Jorge Luis y Ferrari, Osvaldo. En diálogo. Buenos Aires: Ed. Sudamericana, 1998.

CENCI, W.; Laera, R., y Lythgoe, E. Ética. Buenos Aires: Temas-UADE, 2007.

MILL, John Stuart. Sobre la libertad. Madrid: Alianza Editorial, 1970.

MILL, John Stuart. El utilitarismo. Madrid: Alianza Editorial, 1997.

RACHELS, James. Introducción a la filosofía moral. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2007.

ROTHBARD, Murray. Algunas teorías alternativas sobre la libertad. Libertas No 31, art. 03. Ed. ESEADE, 1999.

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