Origen Ciencia Politica
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Resumen: El presente artículo profundiza en tres grandes temas de interés que, además de
encontrarse claramente entrelazados en la historia de la disciplina, ilustran algunos de los
principales desacuerdos que se han generado por los cambios en los cánones. Esto con el fin de
pensar la política en las distintas épocas (lo que desde la perspectiva khuniana podría ser
considerado como una revolución científica).
Abstract: This ar ti cle goes deep into three im por tant themes, which, be side the fact that they
are clearly braided in the his tory of po lit i cal sci ence as a dis ci pline, they il lus trate some of the
main ar gu ments that have emerged prin ci pally due to the changes in the rules on how to think
of politics during different historical periods (what could be considered, ac cord ing to
khunian’s perpective as sci en tific rev o lu tion).
arece que al interesarse por el desarrollo científico, el historiador
P tiene dos tareas principales. Según Thomas S. Khun, por una
parte, debe determinar quién y en qué momento se descubrió o
inventó cada hecho, ley o teoría científica contemporánea y; por otra,
debe describir y explicar el conjunto de errores, mitos y supersticiones
que impidieron una acumulación más rápida de los componentes del
caudal científico moderno. Sin embargo, durante los últimos años,
algunos historiadores de la ciencia han descubierto que es más difícil
desempeñar las funciones que les asigna el concepto de desarrollo, por
acumulación. Quizá –apunta Khun– porque la ciencia no se desarrolla
por la acumulación de descubrimientos e inventos individuales, y las
teorías anticuadas no dejan de ser científicas por el hecho de que hayan
sido descartadas. Esto hace difícil considerar el desarrollo científico
como un proceso de acumulación (Khun, 1986:2).
Lo an te rior ha obligado casi siempre a los historiadores a privilegiar
la integridad histórica de una ciencia en su propia época y, después, a
buscar sus contribuciones permanentes al cau dal nuevo de
conocimientos. No obstante, la existencia de episodios
extraordinarios subvierten la tradición de prácticas científicas y se
inician investigaciones extraordinarias que conducen a un nuevo
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Khun asevera que al pasar un año en una comunidad compuesta principalmente por
científicos sociales, se asombró ante el número y alcance de los desacuerdos patentes,
sobre la naturaleza de problemas y métodos científicos aceptados. Tanto la historia
como sus conocimientos le hicieron dudar de que quienes practicaban las ciencias
naturales poseyeran respuestas más firmes o permanentes para esas preguntas, que
sus colegas en las ciencias sociales. Sin embargo, hasta cierto punto, la práctica de la
astronomía, de la física, de la química o de la biología no evocaba para él, normalmente,
las controversias sobre fundamentos que, en la actualidad, parecían endémicas, por
ejemplo entre psicólogos y sociólogos. Así, al tratar de descubrir el origen de esta
diferencia, Khun llegó a reconocer –según lo afirma– el papel de la investigación
científica. Desde entonces llamó paradigmas a las “realizaciones científicas
universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de
problemas y soluciones a una comunidad científica”.
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... cada teórico tiene el derecho de construir un modelo si en ello encuentra diversión o
interés. Pero se equivocaría singularmente sobre la naturaleza de la realidad y la ciencia
política, si atribuyera a semejante modelo un alcance comparable al de los modelos
económicos, (pues) un modelo que incluye los dos postulados que hemos recordado no
ofrece una imagen simplificada o esquematizada de las conductas políticas, sino que
deforma o falsifica esas conductas, o, por lo menos, hace de ellas una interpretación que
los propios actores no aceptarían... (Aron, 1997:147).
Esta advertencia será el eje de su preocupación, de lo que llamará
“una teoría de la teoría política”. Lo que en realidad le interesaba a
Aron, era dejar claro que las filosofías políticas del pasado se apartan
menos de la realidad que los esquemas abstractos de los teóricos de
hoy; y que ni la ciencia ni la teoría política contemporáneas, respondían
categóricamente a las preguntas que tradicionalmente había planteado
la filosofía. Dichas preguntas nos ayudaron a reconocer sentidos y
valores específicos de la política y, por tanto, a identificar las vari ables
y las soluciones históricamente cambiantes, dadas a problemas
permanentes.
La crítica a la formulación y uso de modelos abstractos en la ciencia
política llevará a entender la teoría como filosofía, o a proponer la
recuperación de la filosofía política puesto que “el esfuerzo del teórico
no debe ten der a la elaboración de un esquema simplificado”, en el cual
actuaría una motivación única. Como toda teoría social, la política
tiene como fin la comprensión de un universo específico, con derecho
de simplificar éste, pero sin falsear su sentido. Por ejemplo, no se
comprendería a la política real, a los políticos, ni a las filosofías
políticas, si se decreta que la lucha por el poder, o la lucha por la
participación en los beneficios del poder, constituye su esencia, revela
su importancia permanente o descubre su mecanismo.
Por tanto, –dirá Aron– ni la teoría como elaboración con cep tual, ni
el estudio empírico alcanzan una entera neutralidad si ésta exige el
rechazo de toda valoración. La ciencia política, al menos
implícitamente, suele juzgar los valores que profesan los actores que
ella estudia. No es posible comprender el sentido de una conducta
política, sin incluir en esta comprensión ciertas distinciones de valores.
Al respecto Aron pregunta: ¿Cómo determinar o definir una ciudad
ejemplar y cómo fundar la obediencia si se ignora el lugar del individuo
en la ciudad y el del hombre en la naturaleza, cuanto que “el orden
político, con sus necesidades y sus valores, no constituye toda la
existencia humana”? La teoría que identifica la textura inteligible de
ese orden es parte de la reflexión sobre la existencia humana, es decir,
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...no es justo que la ciencia empírica de la política venga a eclipsarla, ni tampoco tiene
sentido que el científico político desconozca lo que es el fundamento de su campo...
(Sartori, 1992:47 ).
¿En qué consiste la diferencia en tre la filosofía y la ciencia ? o más
bien ¿qué diferencia a la filosofía (de la) política, de la ciencia (de la)
política?. Sartori responde que la filosofía se puede ver como un
contenido de saber y/o como un método de adquisición de ese saber,
por lo que es válido partir de la individualización de los contenidos, que
se repiten y se caracterizan al filosofar. El ejemplo, según Sartori, es el
que propone el filósofo político italiano Norberto Bobbio, cuando
redujo la filosofía política a cuatro grandes temas de reflexión: 1)
búsqueda de la mejor forma de gobierno y de la república ideal; 2)
búsqueda del fundamento del Estado y justificación del compromiso
político; 3) búsqueda de la naturaleza de la política, y 4) análisis del
lenguaje político.
Es por ello que afirmará que la línea divisoria entre la filosofía
política y la ciencia política reside en el “tratamiento” y, en este
sentido, en el método. Al seguir a Bobbio, Sartori subraya que el
tratamiento filosófico se caracteriza por “al menos uno” de los
elementos siguientes: 1) un criterio de verdad que no es la
comprobación, sino más bien la coherencia deductiva; 2) una
tentativa que no es la explicación, sino en todo caso la justificación, y
3) la valoración como presupuesto y como objetivo (Sartori, 1992:
227).
Este planteamiento presenta también la ventaja de poner frente a
frente los criterios constitutivos del tratamiento filosófico con los del
método científico, que consisten en: 1) el principio de la
comprobación; 2) la explicación; 3) la no valoratividad.
En este sentido, nos dice Sartori, Bobbio admite que Maquiavelo
debe ser incluido en la filosofía si se toma en cuenta su tema: la
indagación sobre la naturaleza de la política. Pero resulta difícil decidir
esta inclusión, con base en uno de los tres criterios que según este
filósofo político italiano, distinguen al filosofar. A este respecto
Maquiavelo estaría más próximo a la comprobación que a la
deducción, a la explicación que a la justificación y a la no valoración
que a la axiología.
Si se les ve por separado, ninguna de las distinciones que acabamos
de enumerar parece exhaustiva, pero ya en conjunto dentro de la
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política (y también en otras ciencias), no sólo como una atento descriptor de los sucesos
de su época, sino por el afán de clasificar. De modo semejante, el historiador podrá ver la
cientificidad de Maquiavelo en el hecho de que con él, el observador se separa de la cosa
observada, aún sin despojarse de sus propios fines y valores. De este modo, Maquiavelo
rompe con la tradición filosófica, es decir, se aparta de la filosofía. Y todo eso es verdad,
pero el epistemólogo tiene el derecho –y hasta el deber– de rep li car que si la observación
realista se anticipa a la ciencia, tomada en sí misma, todavía no es ciencia. De modo
análogo, el epistemólogo deberá precisar que si la ciencia no es filosofía, no se hace
ciencia por el sim ple hecho de no hacer filosofía... (Sartori, 1992:227).
No está por demás señalar que la diferencia en tre el patrón del juicio
histórico e historiográfico por un lado, y el patrón del juicio
epistemológico por el otro, se plantea también para el caso de autores
más contemporáneos como Gaetano Mosca, Roberto Michels y
Vilfredo Pareto, los cuales han establecido tres “leyes” de la política,
que hasta hoy están en el centro del debate politológico: la ley de la
clase política, la ley de hierro de la oligarquía y la circulación de las
élites.
La “revolución behaviorista”: la influencia de un nuevo
paradigma
Como materia de estudio universitario, la ciencia política tal como hoy
se concibe es, sobre todo, una creación angloamericana y en su ac tual
formato le deba tal vez más a las iniciativas estadounidenses que a las
británicas. Tanto Gran Bretaña como Estados Unidos comparten una
herencia pragmática, que otorga gran importancia al sa ber práctico y a
sus aplicaciones para fines productivos, lo cual es expresión de un
talante empírico que, en muchas ocasiones, acentuó el aspecto
utilitario de los argumentos mo rales y la apreciación de sus
consecuencias a la hora de formular juicios políticos.
En Cambridge, por ejemplo, a finales del siglo XIX la ciencia
política llegó a considerarse “como una materia de gran valor para los
hombres capaces pero inútiles, e incluso perjudicial para los
estudiantes más débiles”, lo que fue motivo para que su análisis se
convirtiera en opcional, porque “en algunos casos resultaba
estimulante y útil; y en otros, fomentaba un gusto dañino por la vaga
disertación” (Collini, Winch y Burrow, 1987:381). Tal situación se
pudo comprobar a través de los cambios que experimentó su
desarrollo: el estudio puramente empírico de las instituciones políticas
se debilitaba al incluir un elemento mayor, en la historia del
pensamiento político.
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...es más necesario en una República, que en cualquier otra forma de gobierno, que los
jóvenes sean instruidos en la ciencia política... (Huntington, 1992:131).
En Estados Unidos es evidente que las tensiones interiores del
crecimiento económico y el desarrollo social pueden explicarse, en
parte, por la tradición que limitó la ciencia política al microcosmos del
derecho, las ciencias sociales y las humanas. Los estudiosos de la
ciencia política inmigraron habitualmente desde otros puntos del
universo académico: de la historia, la filosofía y el derecho. Las
modernas concepciones ampliaron los precedentes intelectuales y
determinaron un contacto más íntimo con la economía, sociología,
psicología y la antropología social.
Charles Merriam estuvo convencido, desde un principio, que la
ciencia política estaba demasiado dominada por la tradición de
“investigación en biblioteca” de los historiadores, por lo que intentó
equilibrar la formación de los estudiantes de esta disciplina, haciendo
que éstos utilizaran métodos especializados, para describir los
acontecimientos políticos que ellos observaban directamente.
La búsqueda de este equilibrio –también conocido como el péndulo
behaviorista– entrañó algunas dificultades. La ciencia política
tecno-descriptiva recibió una admisión parcial y a regañadientes en
ciertas Facultades. Con frecuencia, “el zapato del pie derecho iba en el
pie izquierdo”; y la erudición tradicional concerniente a la teoría
política, padecía privaciones y mutilaciones de todo tipo. Con ese
carácter mixto de los especialistas en ciencia política, resultaba posible
en un ataque de xenofobia decir a los filósofos: “si realmente valéis
para algo, debéis valer lo suficiente para conseguir un cargo en un
departamento normal de filosofía”. Lo mismo se decía a propósito de
los especialistas en derecho público: “que se vayan a la Facultad de
derecho...” (Lasswell, 1963).
Quienes se formaron en Estados Unidos entre 1920 y 1940
estuvieron ampliamente expuestos a la vocación teórico-empírica de la
ciencia política en esta etapa. Cabe señalar que, desde el punto de vista
del método, la investigación se caracterizó por atender más a la mera
descripción y a la recopilación de datos sobre los procesos políticos,
que a teorizar sobre cómo funcionaban; aunque alguna teoría latente
orientaba la investigación, la cual se encontraba en las turbias aguas de
la ciencia política. Es posible que áquella haya sido la que gravitaba
sobre el fenómeno denominado comportamiento político, o más bien,
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Gunnell describió un pasaje que, al igual que otros, como Giovanni Sartori interpretan al
responder a la pregunta: ¿Cuándo apareció una ciencia política en sentido estricto, que
nos permitió diferenciar entre una fase precientífica de la disciplina y su fase
propiamente científica?, como una transición entre una y otra fase, la cual “tuvo lugar
alrededor de los años cincuenta, en función de la denominada “ revolución
behaviorista”. Naturalmente, esta revolución se incubaba desde hacía tiempo. La
introducción de las técnicas cuantitativas se remonta a Stuart Rice y a Harold Gosnell, y
muchas premisas las habían planteado entre 1908 y 1930: Bentley, Merriam y
Lasswell. Pero recién se puede hablar de un viraje de la disciplina en su conjunto, a
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tive Choice and In di vid ual Values aparecida en 1963, impresionó a los
más “duros” politólogos. Por su rigor metodológico los convenció de
que debían revisar sus vagas hipótesis sobre el carácter social de los
valores. De este modo encajaba en una opinión en desarrollo a
mediados de la década de 1960 (sobre todo en Estados Unidos), según
la cual la filosofía política de tipo aparentemente tradicional debería
escribirse otra vez. (Para Tuck no fue una coincidencia que el
exponente más destacado de una nueva filosofía política fuese John
Rawls y se le viera en buena medida como kantiano).
Pero si en el paisaje ético de la ciencia política norteamericana no
tenía ya sentido una pluralidad de valores fundamentados de una
manera indeterminada, quedaba socavada la función tradicional del
pensamiento político. Esto fue lo que sintieron Dunn y Skin ner al fi nal
de los años sesenta y su polémica contra la historia tradicional del
pensamiento político coincidió con un sentimiento claro de la
posibilidad, al menos, de una filosofía política moderna y sistemática.
La “nueva” historia del pensamiento político fue la contrapartida de
la “nueva” filosofía política del mundo anglosajón de las décadas de
1970 y 1980. Tuck aclara que el ideal de una nueva filosofía política
que proporcionaría a la moderna Norteamérica (y, por extensión, a
sociedades en situación similar) un conjunto de valores, parecerá
mucho menos plausible en 1990 que en 1970, pues veinte años de
impresionante actividad filosófica habían servido en gran parte para
subrayar la naturaleza dispar de los valores modernos, a pesar de cierta
complacencia al respecto, por parte de algunos teóricos liberales. En el
caso de los especialistas de lengua inglesa tuvo una función crucial la
decadencia de la teoría política en este idioma a principios del siglo XX
y su renacimiento a finales de la década de 1960. Las cuestiones
debatidas en las tradiciones intelectuales de Francia y Alemania,
distintas a la inglesa, tuvieron (al principio) poca influencia en estas
discusiones de los años sesenta (Tuck, 1996).
La explicación an te rior co in cide con la afirmación de fi na les de los
años 80, de que la teoría política había experimentado un renacimiento.
Si se comparan las dos décadas de 1970-90, con las dos precedentes de
1950-70 (tiempo en el que se verifica la “revolución behaviorista”) se
observa un ascenso en el interés por la materia y un incremento al in te-
rior de la comunidad de estudiosos de la política.
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No es casual que el parteaguas en el desarrollo de la teoría política normativa haya sido
la publicación de A Theory of Justice de John Rawls, cuya primera edición data de 1971
y que tuvo una enorme influencia, tanto en Gran Bretaña como en Norteamérica, y del
número de intentos (Nozick, Ackerman, Walzer, etcétera) para desarrollar alternativas
sistemáticas a su teoría.
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Es necesario dejar claro que desde 1990 David Miller, profesor de Ciencia Política en
Oxford, Inglaterra, se refería al crecimiento de lo que él llama la teoría política aplicada,
al enunciar las tendencias que había detectado y que apuntaban hacia un desarrollo
futuro de esta rama del campo de conocimiento. Una de ellas se refiere a las
implicaciones de la teoría política en las políticas públicas (aplicar la teoría de Ralws,
Beitz o Daniels en forma alternativa, partiendo de una institución social o algún
programa del modelo del Estado de bienestar). Otro ejemplo tiene que ver con los
debates sobre el mercado y la “economía de mercado”, cuyo ordenamiento dependería
de las creencias normativas y empíricas que configuran la teoría política. Un tercer tema
de interés ha sido la cuestión de la igualdad sexual y racial. Si bien, buena parte del
trabajo en este rubro no pertenece al área de la teoría política aplicada, sino que más
bien participan en el debate sobre la justicia de género (posición subordinada de la
mujer), también existen trabajos que han retomado argumentos teóricos provenientes
del ámbito de la teoría política normativa (Miller, 1997:500-508).
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Dice Gerry Stoker que quizá a algunos les sorprenda que el marxismo no haya sido
incluído en la lista; sin embargo, para este estudioso, dicha corriente ha sido decisiva en
el impulso que ha recibido la ampliación antes mencionada, del ámbito de la ciencia
política, ya que la relación de la política con las grandes fuerzas sociales y económicas
ha sido uno de los principales temas de los autores marxistas, pero no es apropiado
considerarlo como un enfoque independiente.
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