Los Celtiberos
Los Celtiberos
Los Celtiberos
DEPARTAMENTO DE PREHISTORIA
TESIS DOCTORAL
Los Celtíberos: etnia y cultura
PRESENTADA POR
DIRIGIDA POR
Madrid, 2002
t
A mis padres por su incondicional y
conslante apoyo y a Tofii por su
inagotable comprensión y aliento.
1~
e
INDICE
INTRODUCCION 13
1. HISTORIA DE LA INVESTIGACION 17
7
2. Sistemas defensivos 118
2.1. Murallas 118
2.1. 1. Las murallas acodadas 127
2.1.2. Las murallas dobles 128
2.1.3. Las murallas de paramentos internos 128
2.1.4. Los muros ciclópeos 130
2.2. Torres 131
2.3. Puertas 138
2.4. Fosos 143
2.5. Piedras hincadas 146
3. Arquitectura doméstica 150
4. El urbanismo: castros y oppida 159
r
Y. EL ARMAMENTO 215
1.FASEI 221
2. FASE II 228
2.1. El Alto Tajo-Alto Jalón 228
2.1.1. Subfase IIAl 230
1. Espadas y puñales (p. 232).- 2. Armas de asta (p 237).- 3
Cuchillos (p. 238).- 4. Escudos (p. 238).- 5. Corazas y cotas de
malla (p. 240).- 6. Cascos (p. 241).
8
2.2.2. Subfase lIB 266
1. Espadas y puñales (p. 266).- 2. Puntas de lanza y jabalina (p.
268).- 3. Cuchillos (p. 270).- 4. Bidentes (p. 270).- 5. Escudos (p.
270).
1. Orfebrería 290
2. Objetos relacionados con la vestimenta 297
2.1. Fíbulas 297
2.2. Alfileres 306
2.3. Pectorales 306
2.4. Broches de cinturón 316
2.5. Elementos para la sujeción del tocado 328
3. Adornos 329
3. 1. Brazaletes y pulseras 329
3.2. Collares y colgantes 332
3.3. Torques 338
3.4. Diademas 338
3.5. Placas ornamentales 338
3.6. Otros objetos de adorno 339
4. Elementos de banquete 341
5. Utiles 343
5.1. Pinzas y navajas 343
5.2. Tijeras 344
5.3. Hoces 345
5.4. Dobles punzones 347
5.5. Agujas 347
5.6. Utiles agrícolas y artesanales 348
5.7. Herraduras 350
6. Otros objetos 352
7. La producción cerámica 353
7.1. Los recipientes 353
7.2. La coroplástica 357
7.3. Fusayolas 363
7.4. Pesas de telar 367
7.5. Bolas y fichas 367
8. La expresión artística 369
9
VII. LA ARTICULACION INTERNA: FASES Y GRUPOS DE LA CULTURA
CELTIBERICA 377
st
VIII. LA ECONOMIA 437
10
IX. ORGANIZACION SOCIOPOLITICA 469
X. RELIGION 501
1. Divinidades 503
2. Los lugares sagrados y los santuarios 507
3. El sacrificio 512
3. 1. El sacrificio humano 512
3.2. El sacrificio animal 517
3.3. La destrucción ritual del armamento 523
4. Los depósitos y los hallazgos de armas en las aguas 526
5. El sacerdocio 527
6. Los rituales funerarios 528
APENDICES 581
BIBLIOGRAFíA 637
11
5
5.
st
st
a,
st
st
st
5
INTRODUCCION
13
ALBERTO J. LORRIO
históricas y geográficas debidas a los autores grecolatinos, a pesar de que las imprecisiones,
subjetividades y problemas interpretativos dificultan su uso. Finalmente, se ha pretendido
incorporar la documentación epigráfica y lingúistica, aunque corresponde en su conjunto a
época tardía, pretendiendo dar una visión general sobre el tema que complete el
imprescindible cuadro de conjunto, a fin de incorporar las diversas perspectivas
(arqueológicas, históricas, lingúisticas, etc.) para obtener una interpretación general
coherente, basada en estos análisis de carácter interdisciplinar.
Otro problema no menor ha sido la delimitación geográfica y cronológica. Partiendo
de los datos conocidos y de las opiniones más generalizadas esto se ha intentado con los
elementos más objetivos, tanto arqueológicos como históricos o linguisticos, a fin de ofrecer
una base de referencia suficientemente válida. Igualmente, de forma objetiva se ha procedido
a delimitar el marco cronológico, que abarca buena parte del Primer Milenio a.C., desde los
siglos VIII/VII al 1 a.C., que, básicamente, comprende el proceso general de etnogénesis de
los pueblos prerromanos de la Península Ibérica.
El método seguido para llevar a cabo esta Tesis Doctoral, estructurada en II capítulos
y unas conclusiones finales, ha sido el de abordar inicialmente los aspectos historiográficos
y geográficos relativos a los celtíberos, para a continuación analizar el hábitat, las necrópolis
y la cultura material, cuyo estudio conjunto permite abordar la secuencia cultural del mundo
celtibérico. Seguidamente, el análisis de la economía, la sociedad, la religión y la lengua
permiten completar el panorama.
Este trabajo se inicia (capitulo 1) con la historia de la investigación y los
planteamientos actuales sobre los celtiberos, enmarcando su estudio en el ámbito genérico
de los celtas hispanos, con especial incidencia en los aspectos arqueológicos, aunque sin
olvidar el fundamental aporte ofrecido desde el campo lingilístico. El capítulo II aborda la
delimitación geográfica de la Celtiberia en el contexto general de la Hispania céltica a partir,
sobre todo, de las fuentes literarias, epigráficas, lingOisticas y arqueológicas. Todo ello se
ha completado con una caracterización del territorio (que, en lineas generales, se extiende
por las actuales provincias de Soria, Guadalajara, Cuenca, sector oriental de Segovia, Sur
de Burgos y La Rioja y sector occidental de Zaragoza y Teruel), en la que se han analizado
los factores orográfico, hidrográfico y climático, así como los recursos metalogenéticos y
st
principales usos del suelo. En el capítulo iii se analizan las características generales del
poblamiento, con especial atención al emplazamiento y al tamaño de los hábitats, así como
Mv
14
INTRODUCCION
15
ALBERTO J. LORRIO
e,
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st
16
¡
HISTORIA DE LA INVESTIGACION
1.- Los precedentes (siglos XV-XIX). Los prineros estudios sobre los celtíberos,
enmarcados en la tradición erudita de los siglos XV a XVIII, se centraron en la identificación
de las ciudades mencionadas por las frentes clásicas, entre las que sin duda destaca
Numancia. Antonio de Nebrija, en el siglo XV, Ambrosio de Morales, en la segunda mitad
del siglo XVI y Mosquera de Barnuevo, en los comienzos del XVII, abogan por su
localización en la provincia de Soria, frente a quienes defendían, desde la Edad Media, su
ubicación en Zamora. Juan de Loperráez visita a finales del XVIII las ruinas de las ciudades
de Clunia, Uxama, Tiermes y Numancia, situando esta última en el cerro de La Muela de
Garray y presentando, asimismo, los planos de esta histórica ciudad (1788: 282-289)’.
Aunque los primeros trabajos arqueológicos en la ciudad de Numancia se
desarrollaron en 1803 bajo la dirección de J.B. Erro (11:06) y la subvención de la Sociedad
Económica de Soria, el punto de arranque de la Arqueología celtibérica puede situarse a
mediados del siglo XIX, con la publicación, en 1850, dc los resultados de las excavaciones
de Francisco de Padua Nicolau Bofarulí en la necrópolis de Hijes (Guadalajara)2 (vid. Cabré
1937: 99-100), y con el inicio en 1853 de los trabajos de E. Saavedra en Numancia,
continuados entre 1861 y 1867, bajo los auspicios de la Real Academia de la Historia,
Un análisis clarificador sobre el concepto de celtas en la Prehi~toria europea y española puede obtenerse en
G. Ruiz Zapatero (1993). vid., asimismo, los trabajos de A. Tovar (986: 68 ss.), Ph. Kalb (1993), traducción de
un trabajo en alemán publicado en 1990, desde unos planteamientos n:tamente centroeuropeos de lo ‘céltico’, y el
propio Ruiz Zapatero (1985). Para el mundo celtiberico, puede cowultarse la reciente aportación de F. Burillo
(1993), centrada fundamentalmente en la investigación arqueológica, haciendo hincapié en sus principales hitos que,
en buena medida, han sido seguidos en la redacción de este capítulo. También resultan de gran interés los trabajos
de O. Ruiz Zapatero (1989) y F. Romero (1991a: 41 ss. y 404 ss.> sob:e la historia de la investigación arqueológica
en la provincia de Soria, una de las regiones más emblemáticas leí mundo celtibérico. En relación con la
investigación sobre celtas y celtíberos a lo largo del siglo XIX en la Península Ibérica, vid, el estudio historiográfico
de JA. Jiménez (1993: 226 ss.)
2 Los hallazgos de Hijes (o Higes, como aparece en las publicac ones de la época) fueron recogidos en obras
generales como la Historia General de España del Padre J. de Marianí (1852-53, 1: 33), o en la de Catalina (1881:
177) sobre la provincia de Guadalajara.
17
ALBERTO J. LORRIO
identificando en su Memoria premiada en 1861, ya sin género de dudas, los restos aparecidos
en La Muela de Garray con la ciudad celtibérica mencionada por las fuentes clásicas. En
1877 se publicarían los primeros resultados de estos trabajos (Delgado, Olázaga y Fernández
Guerra 1877).
También la ciudad de Tiermes, ya visitada por Ambrosio de Morales y por Loperráez,
fue objeto de atención a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Nicolás Rabal en 1888
publica un informe sobre las minas de Tiermes, que es recogido parcialmente en su obra
sobre los Monumentos, Artes e Historia de Soria (1889).
El armamento celtibérico, que como se verá ha merecido una especial atención por
parte de la investigación arqueológica española a lo largo de todo el siglo XX (Lorrio 1993:
285 ss.), comenzó a ser valorado desde fecha temprana, principalmente debido a los
hallazgos de Hijes, que pasaron a formar parte de las síntesis de E. Cartailhac (1886: 247)
y 5P.M. Estacio da Veiga (1891: 270 s., lám. XXIII,6-24), si bien haya que buscar las
primeras referencias a las armas celtibéricas en la tradición erudita del siglo XVIII, que
utiliza algunas espadas de bronce procedentes de la Celtiberia -de las tierras entre Sigtienza
(Guadalajara) y Calatayud (Zaragoza)- para ilustrar ciertos pasajes de las frentes literarias
grecolatinas sobre el armamento de los pueblos prerromanos (Infante D. Gabriel 1772: 302-
303, nota 74; vid. Almagro-Gorbea e.p.a).
En 1879 se publica el trabajo de Joaquín Costa ‘Organización política, civil y
religiosa de los celtíberos”, en el que se tratan algunos de los aspectos esenciales de la
sociedad y la religión de los celtas hispanos, temas que van a constituir lugar común en la
historiografía céltica peninsular durante todo el siglo XX; dos años antes había publicado su
trabajo “La religión de los celtas españoles”, ambos incluidos en su obra La religión de los
celtíberos y su organización política y civil (1917). Sin embargo, y a pesar de la brillantez
de estos ensayos, todavía se atribuían los monumentos megalíticos a los celtas históricos,
tesis que aún era mantenida por los eruditos e historiadores españoles de la época (vid. Ruiz
Zapatero 1993: 35 s.).
Ya en el primer cuarto del siglo XIX, W. von Humbolt (1821), impulsor del
vascoiberismo, había identificado algunos topónimos celtas en la Península Ibérica
procedentes de las fuentes literarias. Durante la segunda mitad del siglo, F. Fita (1878a-b;
etc.) y E. Húbner (1893) engrosarían la documentación de tipo onomástico partiendo de la
epigrafía. Se realizan ahora los primeros hallazgos no monetales de documentos epigráficos
18
st
HISTORIA DE LA INVESTIGACION
2.- Las primeras décadas del siglo XX (1900-1939). Con el inicio del nuevo siglo,
la actividad arqueológica en la Celtiberia alcanza un importante desarrollo. Estos trabajos se
centran sobre todo en las excavaciones llevadas a cabo, por un lado, en Numancia y en las
principales ciudades celtibérico-romanas y, por otro, en as necrópolis de la Edad del Hierro
localizadas en las cuencas altas de los ríos Jalón, Tajo y Duero.
En Numancia, entre 1905 y 1912, un equipo alemán subvencionado por el Kaiser
Guillermo II y dirigido por A. Sehulten con la colaboración de C. Kónen, realizó algunos
sondeos en la parte oriental del cerro sobre el que se as lenta la ciudad, aunque sus trabajos
se centraron preferentemente en la identificación y excavación de los campamentos romanos
que formaban el cerco de Escipión. Los resultados de estas campañas fueron dados a conocer
en cuatro volúmenes, aparecidos entre 1914 y 1931, el primero de los cuales constituye la
primera síntesis sobre la Celtiberia, donde Schulten aporta una recopilación de las fuentes
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ALBERTO J. LORRIO
literarias sobre los celtíberos (Shulten 1914: 7-11 y 28 1-290), proponiendo la diferenciación
de la Celtiberia en Ulterior, correspondiente al Alto Duero, y Citerior, circunscrita a los
valles del Jiloca y del Jalón (Shulten 1914: 119 ss.). En esta obra ofrece, partiendo de las
fuentes literarias, una personal reconstrucción del proceso de etnogénesis de los celtiberos,
que constituirá la base de los posteriores estudios de Bosch Gimpera. Según Schulten (1914:
98 s.; Idem 1920: 108-111), los invasores celtas habrían llegado a controlar en su totalidad
la Meseta -a la que considera de etnia ligur de acuerdo con los postulados de la época-,
siendo prueba de ello la dispersión geográfica de los topónimos en -briga, para
posteriormente ser conquistados y absorbidos por los pueblos ibéricos. De esta forma, los
celtíberos serían iberos establecidos en tierra de celtas, contradiciendo así la tesis tradicional
según la cual el pueblo celtibérico estaba formado por el establecimiento de los invasores
celtas sobre los iberos. Prueba de la mezcla entre ambos pueblos sería la presencia de
elementos célticos entre los celtíberos, como demuestran los nombres que ostenta la nobleza
celtibérica (Schulten 1914: 246).
Paralelamente a los trabajos de Schulten en Numancia, entre 1906 y 1923, una
Comisión, presidida primero por E. Saavedra y después por J.R. Mélida, pondrá todos sus
esfuerzos en la excavación de la ciudad, dejando al descubierto unas 11 ha. de su superficie
total. La primera Memoria de estos trabajos apareció en 1912 (VV.AA. 1912), y a ella
siguieron otras siete, publicadas por la Junta Superior de Excavaciones y AntigUedades entre
1916 y 1926 (Mélida 1916 y 1918a; Mélida y Taracena 1920, 1921 y 1923; Mélida et alii
1924; González Simancas 1926a). A partir de 1913, M. González Simancas (1914; 1926a-b) —
20
HISTORIA DE LA INVESTIGACION
A su trabajo inicial sobre El Alto Jalón, en el que se ofrece un breve avance sobre sus excavaciones en la
necrópolis soriana de Montuenga (Aguilera 1909: 97-99), seguirá la obra inédita Páginas de la Historia Patria por
mis excavaciones Arqueológicas, fechada en 1911, por la que le fue c3ncedido el Premio Martorelí en 1913, cuyo
tomo III dedica a la necrópolis de Aguilar de Anguita y eliV a Diveisas necrópolis ibéricas, concretamente a las
de Montuenga, Luzaga y Arcóbriga. En 1912, presenta un avance e sus excavaciones en Aguilar de Anguita,
Luzaga y Arcóbriga al XIV Congrés International d’Anthropologie et d’Archéologie Préhistoriques, celebrado en
Ginebra (Aguilera 1913a), y en 1913 aparece un breve trabajo en e] que da a conocer la única estela funeraria
decorada, procedente de Aguilar de Anguita, documentada en sus exctvaciones (Aguilera 1913b). Sin embargo, su
síntesis esencial sobre el conjunto de estas necrópolis no aparecerá ha~;ta 1916, fruto de una conferencia impartida
en el Congreso de la Asociación Española para eí Progreso de las Siencias, celebrado en 1915 en Valladolid.
Además cabe añadir la conferencia dada con motivo del Congreso org~nizado por esta misma Asociación en Sevilla
en 1917, en el que abordará la clasificación de los elementos tipoligicos más significativos aparecidos en sus
necrópolis (vid. Artíñano 1919: 3; Argente 1977a).
‘~La nómina de necrópolis excavadas por Cerralbo no es del todo conocida, aunque debió superar la veintena
de yacimientos, en su mayoría localizados en la provincia de Guadalajara. De ellas, Cerralbo dedicó una mayor
atención a las de El Altillo, en Aguilar de Anguita, aunque próxima a ésta excavara un segundo cementerio, el de
La Carretera, Centenares, en Luzaga, el Molino de Benjamín o Vado de la Lámpara, en Montuenga (Soria) y
Arcóbriga, en Monreal de Ariza (Zaragoza), todas ellas excavadas o en proceso de excavación en 1911, fecha de
redacción de su obra inédita, en la que cita brevemente la necrópolis de Los Majanos (Garbajosa). Con posterioridad
excavaría las necrópolis de Los Arroyuelos (lUjes), Valdenovillos (Alc3lea de las Peñas), Tordelrábano, Las Llanas
(La Olmeda), Las Horazas (El Atance), El Tesoro (Carabias), Padilk. del Ducado, Ruguilla, en la que al parecer
pudo excavar dos necrópolis (El Plantío y El Almagral), Los Mercadilks y La Cabezada, ambas en La Torresabiñán,
Acederales (La Hortezuela de Océn), Turmiel, La Cava (Luzón), Navafría (Clares), Ciruelos, todas ellas en
Guadalajara, así como la soriana de Alpanseque. A ellas, cabría añacir las dudosas de Estriégana, X~ilIaverde del
Ducado y Renales (Argente 1977a: fig 1).
21
ALBERTO J. LORRIO
Conde de Samitier (1907), la de Haza del Arca (Uclés) -en el territorio de la provincia de
Cuenca que en época histórica aparece integrado en la Celtiberia-, cuya excavación se
remonta a 1878 (Quintero Atauri 1913; Mélida 1919: 13, lám. V,5-7), y las sorianas de
Gormaz, Quintanas de Gormaz y Osma, en el Alto Duero, excavadas entre 1914 y 1916 por
R. Morenas de Tejada (Morenas de Tejada 1916a-b; Zapatero 1968)~.
Por lo que se refiere a los ajuares, la falta de una publicación completa de los
mismos, junto a las vicisitudes y el estado de abandono al que se vieron sometidos los
materiales procedentes de estos cementerios, ha llevado a que solamente en algunos casos se
haya podido acceder a una mínima parte del total excavado (Alvarez-Sanchís 1990: figs. 4
r
y 5; Lorrio 1994: fig. 2), que en ciertas necrópolis superaba el millar de tumbas (fig. 1)6.
Al tiempo que se daban a conocer, de forma parcial como se ha señalado, los
materiales procedentes de estas necrópolis, las piezas más significativas, primordialmente las
armas descubiertas por Cerralbo, sobre todo las procedentes de Aguilar de Anguita
(Guadalajara) y Arcóbriga (Zaragoza), pasaban a formar parte de las grandes síntesis de la
época, entre las que destaca, sin duda alguna, la obra de J. Déchelette sobre la arqueología
céltica (1913: 686-692; Idem 1914: 1101-1102). Déchelette (1912) tuvo la ocasión de estudiar
personalmente los materiales procedentes de estas necrópolis que, a la sazón, aún
permanecían inéditas, y a las que califica como celtibéricas, destacando el indudable interés
de estos hallazgos así como su originalidad, e incorporándolos a su visión sobre la Edad del
Hierro en Europa7. Tanto la necrópolis de Aguilar de Anguita como los cementerios
aquitanos cuyos ajuares considera emparentados, “bien que présentant le facies des produits
hallstattiens, parait appartenir á une époque relativement basse”, fechando el grupo principal
de tumbas de Aguilar de Anguita hacia el siglo IV a.C., mientras que Luzaga y Arcóbriga
st
~ Dado el interés de estos hallazgos, algunos de los ajuares de las necrópolis de Osma y Gormaz, excavadas
por Morenas de Tejada, fueron adquiridos por el Museo Arqueológico Nacional y por el Museo de Barcelona (vid.
Apéndice 1) (Mélida 1917: 145-159; Idem l9iSb: 130-141; Cabré 1918; Bosch Gimpera 1921-26), mientras que los
materiales de la Colección Cerralbo pasaron en su totalidad al Museo Arqueológico Nacional -una parte importante
en 1926 (Cabré 1930: 34 5.; Paris 1936: 31-44) y el resto en 1940 (Barril 1993: nota 1)- sin que su estudio fuera
abordado hasta la década de los 70, con resultados desalentadores.
6
Esto ha sido posible gracias a la publicación de algunos conjuntos aislados o por su identificación a partir de
la documentación fotográfica original (Lorrio 1994: apéndice). Vid., al respecto, Apéndice L
En este sentido, Déchelette (1913: 687) señala que Ces découvertes, encore inédites, constituent un ensemble
de documents archéologiques du plus haut intérét pour lérude de láge du fer chez les Celtibéres”.
22
HISTORIA DE LA INVESTISACION
CONJUNTOS VAI.I000
TOTAL TUMBAS
EXCAVADAS
LUZAGA 1 ~1~ 2.000
AGUILAR DE ANGUITA — é— I~ — 5.000
QU ¡N TANAS DE GORMAZ — 1— I~ — 800
GORMAZ
ALPANS EQU E —
a— a
— I~
I~ —
~E
1.200
300
OSMA — — I~ ~E 800
LA REVILLA — — i~ rzz 34
ARCOBRIGA — — i~ sr 300
ALMALUEZ — — 1
I~
¡Iii]
322
33
SIGUE NZA ¡ ji
LA YUNTA 109
ATIENZA 15
GRIEGOS 14
UCERO 72
LA MERCADERA 100
RIBA DE SAELICES 103
0% 25% 50% 75% 100%
% DE TuMBAS
TIPOS DE TUMBAS
— SIN
~ CONJUNTOS CERRADOS
m CONJUNTOS ALTERADOS ©
Fig. 1. Necrópolis celtibéricas excavadas entre 1.905 y 1.985 (A) y distribución de rumbas y conjuntos cerrados
obtenidos en el mismo período <B). Proporción de conjuntos cerrados respecto al total de rumbas excavadas en
algunas de las principales necrópolis celtibéricas (C). (A-B, según Alvarez-Sanchís 1.990).
23
ALBERTO J. LORRIO
han de llevarse a los siglos siguientes, dada la presencia de objetos de tipo La Téne
(Déchelette 1913: 691).
Un papel destacado jugaron también los materiales de las necrópolis excavadas por
Cerralbo en la obra de II. Sandars YAte Weapons of tite Iberians (1913), que constituye el
primer análisis global del armamento protohistórico peninsular. A pesar de calificar estas
armas de ibéricas, opina que los celtas o galos llegados a la Península Ibérica probablemente
en el siglo VI a.C. influyeron en gran medida en el annamento indígena. Estos celtas
“dominaron las razas indígenas, se aliaron con ellas y bajo el nombre de Celtíberos fundaron
luego una sola raza distinta” (Sandars 1913: 4). También Schulten (1914: 209-228) incorporó
r
estos hallazgos a su síntesis sobre los celtíberos.
Por su parte, Cerralbo, que ya en su publicación sobre el Alto Jalón adscribía la
necrópolis de Montuenga a época hallstáttica (Aguilera 1909: 99), mantendrá la terminología
europea al uso, considerando que la necrópolis de Aguilar de Anguita, a la que tiene por la
de mayor antiguedad, se fecharía a fines del siglo Y o inicios del IV a.C., correspondiendo
al Hallstatt II, mientras que la de Arcóbriga, cuyo inicio se sitúa al final de esta fase,
continuaría a lo largo del período lateniense, al que se adscribíria también el cementerio, más
moderno, de Luzaga (Aguilera 1916: 1O)~. El propio Cerralbo realizó un intento de
ordenación de los materiales de las necrópolis por él excavadas (Aguilera 1911, 111-1V; Idem
1916; Idem 1917). Los materiales más significativos, ordenados siguiendo los criterios de
Cerralbo, fueron expuestos con motivo de la celebración en 1917 del Congreso de la
Asociación Española para el Progreso de la Ciencias, al que ya en 1915 había presentado su
síntesis Las Necrópolis Ibéricas. Asimismo, y con planteamiento similares, una selección de
los objetos de hierro procedentes de los yacimientos excavados por Cerralbo, a los que se
añadió entre otros materiales un conjunto de sepulturas de la necrópolis de Quintanas de
Gormaz, excavada por Morenas de Tejada, formó parte destacada de la Exposición de st
Hierros Antiguos Españoles celebrada en Madrid en 1919, cuyo catálogo fue publicado por
P.M. de Artiñano y Galdácano.
~ Cerralbo, que califica indistintamente estas necrópolis como ibéricas o celtibéricas, ofrece una interpretación
del proceso de formación de los celtíberos que contrasta con el expuesto por Schulten: los celtas, que valientes y
conquistadores venían arrollando razas, naciones y pueblos, al llegar a nuestro país, tienen que hacer alto en su
invasora marcha, porque los hombres de la Iberia ni rinden sus armas, ni desfallecen sus brazos, ni abandonan sus st
hogares, ni se desnaturalizan de su tierra, y así los celtas abandonan en las escabrosidades de los Pirineos su rudo
carácter, su avaricia de conquistadores, y acogiéndose a la generosísima hospitalidad que caracterizaba a los iberos,
según Estrabón, se brindan como amigos para llegar a confundirse en una fraternidad que constituye la heroica raza st
celtíbera (Aguilera 1916: 78).
24
st
HISTORIA DE LA INVESTIGáCION
Mucho menor eco tuvieron las excavaciones re¡lizadas en poblados, entre las que
pueden destacarse, sobre todo, las aportaciones de Cerrt.lbo en el Alto Jalón y el Alto Tajo
(vid. Argente 1977a: 594, fig. 1). En su mayoría estos trabajos quedaron inéditos,
publicándose tan sólo breves avances de los más signifi:ativos. En el Alto Jalón, destacan
el “Castro o Castillo ciclópeo”, en Santa María de Huerta (Soria) (Aguilera 1909: 61-70;
Idem 1916: 79-83) y el “Castro megalítico” o “Cern ógmico”, en Monreal de Ariza
(Zaragoza) (Aguilera 1909: 74-86; Idem 1911, II: 60-74>. En el Alto Tajo, Cerralbo realizó
excavaciones en una serie de poblados que cabría empaxentar con algunas de las necrópolis
excavadas por él. “Los Castillejos”, en Aguilar de Anguita (Aguilera 1911, III: 77), “El
Castejón”, en Luzaga (Aguilera 1911, IV: 31-32; Artíi9ano 1919: no 72 y 123-131), “Los
Castillejos”, en El Atance (Artiñano 1919: n0 136-13~), “El Perical”, en Alcolea de las
Peñas (Artíñano 1919: n0 116-122), Turmiel (Artiñano 1919: n0 139), etc., serían algunos
de los hábitats en los que trabajó y de los que apenas existe documentación al respecto (vid.
Artífiano 1919, donde se recogen contados materiales -armas y útiles- procedentes de estos
yacimientos). También puede mencionarse la excavac~ ón del poblado de La Oruña, en
Veruela (Zaragoza), en las proximidades del Moncayo (Mundo 1918; vid. Bona et alii 1983).
J. Cabré -buen conocedor de los materiales provenientes de los trabajos de Cerralbo,
al haber colaborado con él en alguna de sus excavaciones, ordenando y fotografiando los
materiales- va a ser el elegido para la elaboración de los Catálogos Monumentales de las
provincias de Teruel (1909-10) y Soria (1917), ambos inéditos, aun cuando del primero
publicara el santuario celtibérico de Peñalba de Villastar (Cabré 1910) y el segundo fuera
manejado por B. Taracena en la elaboración de la Carta Arqueológica de Soria. El tomo III
del Catálogo de Soria (1917) lo dedica a las Necrópolis Celtibéricas, con especial incidencia
en las de Osma, Gormaz y Alpanseque, si bien se lamenta de no poder estudiarlas
conjuntamente con los yacimientos excavados por Cerralbo en las provincias de Guadalajara
y Zaragoza, por encontrarse en una misma región y pertenecer “al mismo pueblo”, “que
hemos dado en llamar ibérico, pero a mi entender su nombre propio es celtibero, puro y
neto”. El tomo cuarto de esta obra incluye las ciudades celtibérico-romanas de Numancia,
Uxama, Tiermes y Ocilis9.
A partir de 1915, P. Bosch Gimpera va a abordav en sucesivos trabajos el estudio de
Sobre la obra de J. Cabré y el ambiente científico de su época n relación a la arqueología céltica mesetefla,
vid. ME. Cabré y JA. Morán <i984a); con referencia al Catálogo Monumental de Soria, Ortego (i984>.
25
ALBERTO J. LORRIO
los Celtas en la Península Ibérica, partiendo de las tesis invasionistas de Schulten, basadas
en gran medida en los textos clásicos, a las que intentará dotar de base arqueológica’0.
Desde un primer momento Bosch Gimpera (1915: 34; vid., asimismo, 1918: 13) considera
que las necrópolis conocidas hasta la fecha en la Meseta Oriental “probablemente no son
ibéricas, sino célticas”, lo que contrasta con lo expuesto por Cerralbo, Déchelette y Schulten,
quien, a pesar de sus teorías sobre el proceso de etnogénesis meseteño, seguiría denominando
celtibéricos a estos cementerios.
En su trabajo Los celtas y la civilización céltica en la Península Ibérica, publicado
en 1921, Bosch Gimpera, influido por Kossina, expone los planteamientos esenciales de su
tesis invasionísta. De acuerdo con Schulten -siguiendo en esto lo señalado por los textos
clásicos- los celtas habrían entrado en la Península Ibérica a principios del siglo VI (ca. 600
a.C.) para, durante la Segunda Edad del Hierro (desde el 500 a.C.), desarrollar una cultura
que, por encima de sus diferencias locales, presenta un marcado carácter hallstáttico, no
obstante los tipos documentados difieran de los centroeuropeos y su cronología no sea
obviamente la misma que la comúnmente aceptada para la cultura hallstáttica, a la que
considera celta (vid, al respecto, Bosch Gimpera y Kraft 1928: 258 5.; Kalb 1993: 146 ss.).
Esta cultura, que Bosch Gimpera denomina ‘posthallstáttica’, al ser posterior a la hallstáttica,
se extendería por el Centro y el Occidente peninsular y por el Sur de Francia, equivaliendo
cronológicamente a los períodos 1 y II de La Téne (Bosch Gimpera 1921:17 s.). Uno de sus
grupos principales sería el definido a partir de las necrópolis de la Meseta Oriental, de las
que ofrece una clasificación tipológica de sus elementos esenciales (espadas, puñales, fíbulas
y broches de cinturón), sistematizando así lo esbozado por Cerralbo en sus trabajos más
recientes (Aguilera 1916 y 1917). Sobre esta ordenación, diferencia dos períodos en la
evolución de estas necrópolis, que fecha entre el siglo V y la primera mitad del III a.C.,
predecesores de lo que denomina cultura ibérica de Numancia, que atribuye a los celtíberos
y cuyo final establece en el 133 a.C., fecha de la destrucción de la histórica ciudad”.
Simultáneamente a los trabajos de Bosch Gimpera, hay que destacar la labor st>
lO Vid. las recensiones de Bosch Gimpera (1913-14: 204 ss.) a las obras de Cerralbo (1913a), Sandars (1913)
y Sehulten (i9i4). st
II
En esto, Bosch Gimpera sigue las tesis de Schulten, considerando que hacia el siglo III a.C. se produciría
la penetración de la cultura ibérica en las tierras del interior de la Península, cuyo fin coincidía con la toma de
Numancia (Bosch Gimpera i920: iSO ss.).
26 st
HISTORIA DE LA INVESTIGArEN
Taracena, colaborador con J.R. Mélida en las excavaciones de Numancia (1920; 1921; 1923
y 1924) y director del Museo Numantino desde 1919 a 1936. A lo largo de este periodo, la
actividad de Taracena se centró en la realización de prospecciones y excavaciones
arqueológicas preferentemente en yacimientos de la Edad del Hierro. Las excavaciones de
Taracena en los poblados sorianos de Ventosa y Arévab de la Sierra, Taniñe, Calatañazor
y Suellacabras (1926a: 3-29), Izana (1927: 3-21), Langa de Duero (1929: 31-52 y 1932: 52-
61), Ocenilla (1932: 37-52), el riojano de Canales de la Sierra (1929: 28-31), donde se había
localizado tradicionalmente la ciudad de Segeda, a~í como en un buen número de
asentamientos castreños del Norte de la provincia de Soria (1929: 3-27), resultan de gran
trascendencia, dado el desinterés que hasta la fecha había deparado en la arqueología
celtibérica la excavación de los núcleos de habitación de menor entidad, orientada sobre todo
hacia las ciudades y los conjuntos funerarios. A él se debe también la identificación de la
ciudad celtibérica de Contrebia Leukade en Aguilar del Río Alhama (La Rioja) (Taracena
1926b).
En la Memoria correspondiente a 1928 (Taracena 1929: 3-27) define por vez primera
la entidad cultural de uno de los grupos castreños penins alares de mayor personalidad, el de
“los castros sorianos”, cuya dispersión geográfica coinzide con el territorio en el que las
fuentes literarias sitúan a los pelendones y que, según ‘Jaracena (1929: 25-27), representan
“el más viejo grupo de cultura céltica de la meseta central”, en el que, si los objetos
metálicos permiten emparentarlos con las necrópolis pos tallstátticas del Sur de la provincia
de Soria, no ocurre lo mismo con las especies cerámicas, interpretadas como “una
supervivencia del pueblo que sufrió la invasión céltica”, que para Schulten serían ligures y
para Bosch Gimpera superviviventes del Eneolitico. Esta invasión, de acuerdo con Schulten
y Bosch Gimpera, quedaba fijada en el Periplo de Avieno (vid, capítulo II, 1.1), aceptándose
una fecha en tomo al 600 a.C. Con posterioridad, una supuesta invasión arévaca sustituiría
“la ruda cultura de los castros por la típica posthallstáttica, de donde por evolución surge la
cultura numantina”.
A pesar del especial interés que durante las dos primeras décadas del siglo XX se
había demostrado por las necrópolis, la publicación detallada de conjuntos funerarios
celtibéricos de cierta entidad no se producirá hasta el comienzo de la década de los 30, en
que vieron la luz las Memorias de Excavación de los cementerios del Altillo de Cerropozo,
27
ALBERTO J. LORRIO
Atienza (Guadalajara) (Cabré 1930) y La Mercadera (Soria) (Taracena 1932: 5-3 1, lám. 1—
XXIII), publicaciones ambas que cabe considerar modélicas’2.
En el trabajo sobre la necrópolis de Atienza, Cabré (1930: 30 ss.) expone sus ideas
sobre la periodización en la Meseta Oriental, rechazando los términos Hallstatt y La Téne
para referirse a las culturas peninsulares (vid, asimismo Cabré 1928), y no aceptando
tampoco la propuesta de Bosch Gimpera, por considerarla imprecisa’3. Propone -a modo
de ensayo, hasta disponer de un mayor número de excavaciones metódicas en otros
cementerios de la Meseta Oriental y de haber publicado la Colección Cerralbo, tarea que le
había sido encomendada al propio Cabré- la diferenciación en dos grandes períodos que
denomina provisionalmente “1 a y 2 a Edad del Hierro de Castilla e inmediaciones”,
caracterizados por los elementos más significativos de la cultura material hallados en las
st
necrópolis, principalmente las espadas y los puñales -sentando las bases de la clasificación
actualmente en uso-, las fibulas, los broches de cinturón y las cerámicas, así como las puntas
de lanza y los escudos, arma esta sobre la que volverá en un estudio monográfico posterior
(Cabré 1939-40). Cabré fecha la necrópolis de Atienza entre el siglo IV e inicios del III a.C.,
momento al que atribuye la mayor parte de las sepulturas, lo que permite la clasificación de
este cementerio como celtibérico y así, refiriéndose a las necrópolis del Oriente de la Meseta e,>
st
~ Sin embargo, otras importantes necrópolis del área celtiberica no gozaron de similar fortuna: Monteagudo
de las vicarías tan sólo mereció una breve nota (Taracena 1932: 32-37, láms. XXí’v-xxv,í> y Almaluez permaneció
inédita, aunque se disponga del diario de su excavador, Blas Taracena. Por su parte, Giménez de Aguilar (1932)
publica una breve nota sobre la necrópolis conquense de Cañizares donde recoge algunos materiales e,>
descontextualizados, cuyo mayor interés radica en su semejanza con los documentados por Cerralbo en el Alto Tajo.
‘~ También critica Cabré (1930: 36) la periodización de las necrópolis posthallstátticas propuesta por Bosch st
Gimpera en su obra de 1921, pues “carecía cuando la redactó, y aun ahora, de la documentación necesaria para
Jievar a cabo un trabajo de sistematización acerca de Ja Edad del Hierro de Ja Meseta castellana y de sus
inmediaciones, a causa de que permanecen ignorados por él e inéditos muchos descubrimientos arqueológicos, muy
fundamentales en este género de estudios.
28
HISTORIA DE LA INVESTIGA ClON
29
ALBERTO J. LORRIO
ss.). Para Bosch Gimpera (1932: 569 ss. y 576 ss.), los castros estudiados por Taracena en
las provincias de Soria y Logroño y las necrópolis de Guadalajara y Soria presentan
características propias, insistiendo en la presencia, junto a los elementos posthallstátticos
puestos de manifiesto en armas y adornos, del elemento ibérico documentado a través de la
cerámica a torno, que considera venida del Valle del Ebro. La cronología propuesta abarca
desde el siglo Y al III a.C., señalando la ignorancia que cubre el período posterior. Ofrece
una periodización de las necrópolis posthallstátticas (Bosch Gimpera 1932: 578), coincidente
con la propuesta en 1921, aunque incorporando los hallazgos de Cabré (1930) en Atienza’4:
st
En los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil, cabe destacar los trabajos —>
indígena (Burillo 1994b: 102 s.), y Bílbilis (1934). En 1933 Schulten publica su Geschichte
von Numantia, cuya edición en castellano no aparecerá hasta 1945, que puede considerarse
en cierto sentido como un resumen de su obra Nunwntia en cuatro volúmenes, manteniendo
e,>
sin apenas modificación sus planteamientos invasionistas. A todo ello hay que unir los
st
14
Según Bosch Gimpera (1932: 576), las necrópolis de Osma, La Requijada, Recuerda, Alpanseque,
Valdenovillos, Atienza, Atance, Carabias e Higes se localizan en territorio arévaco; la de Arcóbriga, en zona bela;
y Jas de Garbajosa, Olmeda. Luzaga, Hortezuela de Océn, Ciruelos, Molino de Benjamín <Montuenga), Clares,
Turmiel y Aguilar de Anguita, se adscribirían al de los titos. Por su parte, identifica el nivel más antiguo de e,.
Numancia y los llamados castros sorianos con los pelendones (Bosch Gimpera 1932: 580 s.>.
30
u-
HISTORIA DE LA INVESTIGACION
15 Con respecto a las actividades arqueológicas en la Serranía de Albarracín en la primera mitad del siglo, vid.
los trabajos de NP. Gómez Serrano (1928, 1931 y 1954>, así como Collado (1990: 8).
31
ALBERTO J. LORRIO
También cabe destacar las publicaciones de J. Cabré sobre “La Caetra y el Scutum
en Hispania durante la Segunda Edad del Hierro” (1939-40) o sobre “El tltymaterion céltico
de Calaceite” (1942a), en las que los materiales procedentes de las necrópolis celtibéricas van
a ocupar un lugar destacado, incorporando los dibujos, obra de ME. Cabré, de algunos de
los conjuntos cerrados más significativos de estos cementerios, tantas veces repetidos en las
publicaciones posteriores.
Bosch Gimpera publica en 1942 Two Celtic waves ¿ti Spain, texto leído en 1939 y
cuya edición en castellano, algo ampliada, El poblamiento antiguo y la formación de los
pueblos de España, no aparecería hasta 1944. En estas obras mantiene los mismos puntos de
st
vista que en sus publicaciones previas, al seguir basándose en las fuentes literarias y en los
datos lingúísticos, aun cuando falte un conocimiento suficiente de los datos arqueológicos.
IP
Diferencia dos oleadas. La primera se sitúa hacia el 900 a.C., vinculándola con los Campos
de Urnas del Sur de Alemania que penetrarían por Cataluña, donde se produciría una
evolución autóctona hasta mediados del siglo VII a.C. Con esta invasión se relacionarían los
beribraces del Periplo de Avieno, constituyendo el único elemento de la misma que pudo
st
tener contacto con la Meseta. La segunda oleada, integrada por grupos hallstátticos del Bajo
y Medio Rhin, llegará a la Península en varias etapas entre el 650 y el 570 a.C. a través de
e,
los pasos occidentales del Pirineo, afectando de lleno a la Meseta. Los belgas serían el último
grupo céltico llegado a la Península (hacia el 570 a.C.) -con anterioridad a los primeros
elementos de la cultura de La Téne, producto de contactos comerciales-, trayendo consigo
los elementos que darán lugar a la cultura posthallstáttica, asentándose en el Valle del Ebro
y en la Meseta Norte (Bosch Gimpera 1944: 123 ss.). En relación a los celtíberos, considera
que tras la cultura posthallstáttica de las necrópolis y castros de Guadalajara y Soria, u-
céltica, lenta y gradual, cuyo inicio sitúa hacia el 800 a.C. Corresponderían al Hallstatt D
e,
32
HISTORIA DE LA INVESTIGI¾CION
“los niveles bajos de Numancia y otros castros sorianos” que fecha en su período 11(600-400
a.C.), enmarcándolos en el contexto general de la cultira celta de los Campos de Urnas
(Almagro Basch 1952: 214-216 y 233).
A estos trabajos habría que añadir la síntesis de >F. Martínez Santa Olalla, Esquema
Paletnológico de la Península Hispánica (1941), en la que diferencia tres invasiones
indoeuropeas, sin aportar nada nuevo respecto al panoruma reflejado en las tesis de Bosch
Gimpera, al que sigue en líneas generales. Además, cabe destacar Los pueblos de España de
J. Caro Baroja, publicado también en 1946, o los trabajos de L. Pericot La España primitiva
(1950) y Las raices de España (1952), así como un corto articulo, aparecido en el número
inicial de la revista Celtiberia (1951), en el que plantea el estado de la investigación sobre
los celtíberos, pasando revista a las tesis sobre su origer y destacando los trabajos llevados
a cabo por los lingúistas, sobre todo por A. Tovar, en relación al carácter céltico de la
lengua celtibérica.
Sin embargo, la aportación fundamental sobre los celtíberos se debe de nuevo a
Taracena, quien se encargará de su estudio en la Historia de España de Menéndez Pidal, en
la que J. Maluquer de Motes aborda la etnología de lcs restantes pueblos de la Hispania
céltica, señalando el valor de las gentilidades estudiadas por Tovar (1949: 96 ss., mapa 1)
para identificar el área céltica peninsular (Maluquer de Ivlotes 1954: 14, fig. 81, nota 32).
A lo largo de un centenar de páginas, Taracena ofrece un completo panorama de la
cultura celtibérica, desde el 300 a.C. hasta la conquista romana: las fuentes históricas, los
diferentes pueblos celtibéricos, sus núcleos de población las instituciones, el armamento, la
religión, el arte, etc., son algunos de los aspectos tratado:;. Al final de este trabajo, se refiere
con brevedad a la formación de la Celtiberia, siguiendo p:íra ello los planteamientos de Bosch
Gimpera (Taracena 1954: 295 s.). Acepta la existencia de dos invasiones, siendo los castros
célticos sorianos pervivencia de la primera, mientras que la segunda, fechada ca. 600 a.C.,
responsable de arrinconar a sus predecesores los pelendones, incluiría a los “vacceos,
arévacos y casi todo el elemento celta de los celtíberos”. Aun aceptando, al igual que Bosch
Gimpera, la presencia de un elemento ibérico anterior, a diferencia de éste no lo retrotrae
al final del Eneolítico o comienzos de la Edad del Bronce, a partir de la expansión por la
Meseta de la cultura de Almería, sino que lo considera mucho más reciente
“aproximadamente sincrónica a su entrada también en ‘~l sur de Francia y originada en la
misma causa, quizá los movimientos célticos de la Pri-nera Edad del Hierro. Ello podría
33
ALBERTO J. LORRIO
explicar el arrinconamiento de los pelendones en la serranía, logrado por los iberos antes de
la segunda invasión céltica”’6. Desde el siglo III a.C., se dejarían sentir los influjos ibéricos
en la Celtiberia que, coincidiendo de nuevo con Bosch Gimpera, serían de tipo puramente
cultural, sin necesidad de defender, tal como sugería Schulten, aportes étnicos. De esta
forma, “Ello hace ver el complejo celtibérico formado por un elemento ibero muy poco
denso que aun en el siglo VI, bastante después de la entrada de la primera invasión céltica,
también muy poco numerosa, sostenía sus características y desapareció absorbido por la
w
nueva llegada de centroeuropeos, que impusieron sus gustos, sus armas, su organización y
sus mandos, pero que a su vez y desde el siglo III son conquistados por la cultura superior
de los vencidos, cuya influencia llega desde tierras independientes”. Finalmente, se refiere
al proceso de expansión de los celtíberos desde su formación en el siglo III a.C., sin que en
st
ello deba verse una comunidad de origen con las poblaciones sobre las que impone su
nombre.
Con respecto a los trabajos de campo, muy escasos durante este periodo, destacan los
desarrollados por T. Ortego (1952) en la serranía turolense y en El Castillo de Soria, así st
como los llevados a cabo en el territorio celtibérico del Ebro Medio, que se concretan en las
prospecciones efectuadas por M. Pellicer (1957 y 1962; Pamplona 1957), que permitieron
descubrir los importantes yacimientos celtibéricos de Botorrita y Valdeherrera, actualmente
identificados con la ciudad de Contrebia Belaisca, cuyos trabajos de excavación no se e,,
planteamientos coincidentes con los de Taracena, si bien sugiere la inclusión de los vacceos
entre el colectivo celtibérico, lo que ha tenido un cierto peso en un sector importante de la
investigación actual (Martín Valls 1985; Martín Valls y Esparza 1993). En este trabajo se
e,
16 En este sentido, Taracena (1954: 296) valora los restos “de construcciones de gran aparato ciclópeo, en Santa
María de Huerta, vinuesa, Covaleda, Numancia, etcétera,, semejantes a las murallas ibéricas de la costa (Tarragona,
Ojerdoja, Sagunto, etc.), anteriores ni siglo III, considerando supervivencia de este elemento, mas bien escaso, “el
sistema de construcción radial en Arévalo, Ocenilla, liana y aun Numancia”.
34
pr
HISTORIA DE LA INVESTIGA ZION
trata la cronología de la cerámica numantina, objeto de estudio por Bosch Gimpera (1915)
y Taracena (1924), y la necesidad de revisar las estratigrafías de la histórica ciudad, lo que
le llevaría a realizar en 1963 diferentes cortes en Numancia con el objeto de solucionar tales
problemas estratigráficos (Wattenberg 1963: 17-25; 1965; 1983; Beltrán 1964), siendo la
plasmación de tales estudios su monografía sobre Las cerámicas de Numancia (Wattenberg
1963).
A partir de la década de los 40, como ha puesto de manifiesto Ruiz Zapatero (1993:
48 s.), “se produce una cierta atonía en la investigación ar4ueológica de ‘lo celta’. Esto unido
a las dificultades de relacionar los materiales hispanos ccn los del otro lado de los Pirineos,
condujo a una renuncia expresa por intentar nuevas síntesis e interpretaciones. En cierto
modo hasta los años 80 se han seguido repitiendo los viejos esquemas de Bosch, Almagro
y otros, sin apenas puntos de vista nuevos; en otras palabras el tema era complejo y delicado
y se optó por una aproximación descriptiva aderezada con la exposición historiográfica del
mismo. Sin muchos datos nuevos y sin apenas propuestas teóricas poco más se podía hacer”.
Un cambio en esta orientación vendrá marcado, como bien ha señalado el propio Ruiz
Zapatero (1993: 49), por la labor de una serie de arqueólogos alemanes que, de acuerdo con
los postulados de la investigación céltica centroeuropea, dentifica a los celtas históricos con
]a cultura de La Téne. El trabajo de E. Sangmeister (1960>, en el que intenta aclarar el valor
de la aportación céltica en la Península Ibérica, señala esl:e nuevo rumbo en la investigación.
Para Sangmeister, el Hallstatt D representa un nuevo estadio cultural en el Suroeste de
Alemania y el Noreste de Francia que recoge elementos supervivientes de los Campos de
Urnas, otros resucitados de la Cultura de los Túmulos y otros típicamente hallstátticos, no
pudiéndose determinar con claridad con cual de estos componentes llegaría la lengua céltica,
único y definitivo argumento, según Sangmeister, par:¡ hablar de celtas en la Península
Ibérica. Tras analizar los hallazgos peninsulares, considera que ciertos elementos, como las
fibulas de caballito o las de espirales, las urnas de pie ato calado y las espadas de antenas,
evidencian una corriente desde el Norte de Italia y el gripo del Suroeste Alpino posterior a
los Campos de Urnas y que no proceden del foco del Hallstatt D Occidental. Con estos
elementos se asociarían los nombres de los cempsi y de los sefes del Periplo de Avieno, cuya
relación con los ligures quedaría así explicada. Ciertos modelos de fíbulas, traídos por celtas
de la región gala en la primera mitad del siglo Y a.C., podrían explicar los nombres en -
triga y el nombre céltico de los beribraces del Periplo, aunque pudieron llegar en el
35
ALBERTO J. LORRIO
movimiento siguiente. Otra invasión se produciría en el siglo IV a.C., durante La Téne B/C,
siendo prueba de ello los modelos más tardíos de fibulas y ciertas armas, como las de los
relieves de Osuna.
En el mismo año, W. SchÍlle (1960) publica un artículo en el que define, dentro de
su “Kastilischen Kulturen”, la “Cultura del Tajo”, estableciendo una periodización, en dos
estadios (A y B) subdivididos en cuatro fases (Al, A2, Bí y B2), basados en la evolución —
de las espadas. La fecha de las espadas de antenas y de las fibulas de ballesta en el Sur de
Francia impiden considerar que el foco difusor de la cultura posthallstáttica peninsular y de
sus paralelos sea el Noroeste de los Alpes, documentándose en el circulo del Tajo, del que
e,
las necrópolis de Cerralbo constituyen una parte esencial, ciertos elementos que hay que
relacionar con los Alpes Orientales, de época anterior al Hallstatt Final-La Téne.
st
No obstante, la aportación fundamental de Schtile será su síntesis Die Meseta Kulturen
der iberisciten Halbinsel (1969), en la que los cementerios celtibéricos ocupan un papel
0’
atención en esta obra. Schúle pretende estudiar la cultura de la Meseta en el marco de las
culturas coetáneas formadas, según él, por el influjo de varias corrientes culturales que e,
inciden en la Península seguramente atraídas por sus metales. Si el influjo fenicio se dejó
sentir en el Sur, y el griego en el Golfo de León y en el Sureste, grupos nómadas a caballo
debieron vagar preferentemente por el Centro y el Soroeste, con preferencia a las zonas del
Norte, Noroeste y Sureste, regiones que para ellos debieron ser poco atractivas. st
Schtile aborda el estudio de las culturas del Tajo y del Duero, centrándose sobre todo
en la primera, que se extiende desde el Valle del Jalón, las altas tierras de Guadalajara hasta u-
(Schtile 1969: 18 ss.). Propone la diferenciación de la Cultura del Tajo en dos períodos (A
y B), subdivididos a su vez en dos subfases, partiendo de la evolución de las armas, en u-
especial de los puñales de antenas. Las grandes necrópolis de la Cultura del Tajo del siglo
VI a.C. representarían una forma de vida nómada o seminómada, dado lo frecuente que u-
resultan los atalajes de caballo en las mismas y la desproporción entre el número y el tamaño
e,
36
u-
HISTORIA DE LA INVESTIGACION
de los cementerios con el de los lugares de habitación a lo largo de la fase A de esta Cultura.
Desde comienzos de la fase Tajo B se produce una lenta desaparición de los elementos de
origen euroasiáticos, lo que reflejaría la influencia cadí vez más poderosa de la cultura
ibérica, por una parte, y de la del Duero, por otra. A ello se une una reducción del territorio
dominado por la Cultura del Tajo, que ya en la fase 132 se limita a las altas tierras de
Guadalajara y a una pequeña franja a ambos lados del Sistema Central. A lo largo del siglo
II a.C., la Cultura del Tajo sucumbe bajo la presencia de Roma, que en momentos
posteriores será la causante del fin de la Cultura del Duero (Schtile 1969: 164 ss.).
También cabe destacar, entre los intentos de síntesis, la obra de N.U. Savory (1968)
sobre la Prehistoria de la Península Ibérica, en la que, siempre dentro de los esquemas
invasionistas vigentes, propone su punto de vista según el cual el mayor movimiento de
pueblos en la Península ocurre hacia los siglos VI y Y a.C., matizando las propuestas de
Bosch Gimpera y Sangmeister.
Como punto final de esta década, puede señalarse la celebración en 1967 del Coloquio
Conmemorativo del XXI Centenario de la gesta numantina, publicado algunos años más tarde
(VV.AA. 1972), a pesar de lo cual las investigacione; sobre Numancia no van a tener
continuidad, con la excepción de las excavaciones de J. ~ozaya (1970 y 1971) centradas en
la ocupación medieval de la ciudad o los diversos trabajos de carácter monográfico
principalmente sobre las cerámicas numantinas (vid. infva).
En relación con la Arqueología funeraria, los últimos años de la década de los 60
suponen la iniciación de una nueva etapa, tras un largo paréntesis de casi treinta años, con
la publicación de la necrópolis de Riba de Saelices (Guadalajara) por E. Cuadrado (1968),
en la que se documentan las alineaciones descritas poí Cerralbo, y la conquense de Las
Madrigueras (Almagro-Gorbea 1965 y 1969), localizada en lo que en época histórica
constituye el limite meridional de la Celtiberia, donde sc estableció la continuidad en el uso
de un cementerio a lo largo de un extenso lapso d: tiempo, lo que que entraba en
contradicción con las tesis clásicas, posteriormente documentado en otros cementerios
celtibéricos, como Aguilar de Anguita, Ucero, Carratiermes, etc. (vid, capitulo VII). A estos
trabajos cabe añadir la aportación de J.M. Zapatero (1968) sobre la figura de R. Morenas
de Tejada, ofreciendo algunas noticias interesantes sobre los cementerios de Osma, Gormaz
y Quintanas de Gormaz.
Desde el punto de vista de la Lingtiística, el período comprendido entre la década de
37
ALBERTO J. LORRIO
los 40 y la de los 60 resulta fundamental en lo que a los estudios célticos se refiere. Tras el
desciframiento de la escritura ibérica, debido a Gómez Moreno (1922; 1925; 1943; 1949),
Caro Baroja (1943) identificó elementos célticos en ciertas inscripciones en escritura ibérica
procedentes del territorio celtibérico, pudiendo delimitar la Celtiberia respecto de la zona
ibérica a partir de ciertas desinencias en las monedas, estableciendo cinco grandes regiones
lingtiísticas en la Hispania antigua. Sin embargo, será Tovar quien en 1946 describirá algunos
rasgos fundamentales de la lengua de los celtíberos que permitían su inclusión entre las
st
lenguas célticas. A este trabajo inicial, seguirán otros del propio Tovar (1948, 1949 y 1955-
56), a los que debe añadirse las obras de M. Lejeune (1955) y U. Schmoll (1959). A estas
aportaciones han de sumarse las relativas a la onomástica personal indígena, debidas a M.
Palomar Lapesa (1957), J. Rubio Alija (1959) y, en especial, M.L. Albertos (1966; 1976;
1979; 1983; etc.). En el inicio de la década de los 60, J. Untermann publicaría dos
importantes trabajos (1961 y 1965) sobre la onomástica peninsular. si
más tarde con los ilirios, anterior a la protagonizada por los celtas. En cambio, para
Untermann (1961), únicamente habría habido una invasión indoeuropea en la Península st
Ibérica, de tipo celta, que sería la responsable de las diferencias que, a nivel dialectal, se
observan en el territorio peninsular.
4.- El último tercio del siglo XX. Durante este período se va a producir un gran e
amplio, ambiguo y sin una definición arqueológica estricta de celta”, que llevará a veces a
“visiones simplistas, con atribuciones erróneas de yacimientos y materiales” (Ruiz Zapatero st
1993: 49).
a,
38
u-
HISTORIA DE LA INVESTIGAClON
17 A ellos habría que unir la reciente publicación del único conjunto cerrado conocido de la necrópolis de
Turmiel (Barril 1993).
39
ALBERTO J. LORRIO
de Sigtienza (vid. Cerdeño y Pérez de Ynestrosa 1993, donde se reúne toda la bibliografía
previa sobre la necrópolis), Carratiermes (Argente y Díaz 1979> y Molina de Aragón
(Cerdeño et alii 1981; Cerdeño 1983a). No obstante, las expectativas que crearon estas
necrópolis -sobre todo tras la decepción que supuso la revisión de la Colección Cerralbo,
cuyos materiales, aunque individualizados generalmente por necrópolis, solamente fueron
susceptibles de análisis tipológicos- se vieron defraudadas en cierta medida debido al estado
de deterioro en que fueron halladas’8.
st
Sin embargo, coincidiendo con la revitalización de los estudios celtibéricos que ha
tenido lugar desde mediados de la década de los 80, se ha llevado a cabo la excavación de
st
necrópolis cabe añadir las identificadas en el Valle del Jiloca, entre las que destacan las de
La Umbría, en Daroca (Aranda 1990) y Singra (Vicente y Escriche 1980), que ofreció
escasos materiales. También la Celtiberia conquense ha deparado algunas novedades durante
los años 70 y 80, como la necrópolis tumular de Pajaroncillo (Almagro-Gorbea 1973) o los st
los años 70. En el núcleo del Alto Tajo-Alto Jalón, definido tradicionalmente por los lugares
de enterramiento, se ha trabajado en: Castilviejo (Guijosa) y Los Castillejos (Pelegrina), en e,>
de algún avance de tos trabajos de excavación realizados de 1990 a 1992 (Arenas y Cortés e.p.). Por su parte.
Ucero, cuya excavación se inició en 1980, y Carratiermes, que tras los sondeos realizados en 1977 ha visto
reanudados los trabajos de campo a partir de 1986, se hallan aún en proceso de estudio, aunque se disponga de
numerosos avances (vid., respectivamente, García-Soto 1992 y Argente et alii 1992a, como pubiicaciones más u-
recientes). Junto a ellas, la recientemente descubierta necrópolis de Numancia que, en el mismo año de su
descubrimiento, 1993, ha sido objeto de una breve intervención de urgencia así como de la primera campaña de
excavaciones (Jimeno y Morales 1993 y 1994; Jimeno 1994a: 128 Ss.; Idem 1994b: 50 Ss.), trabajos éstos
continuados con posterioridad, y cuyos resultados vendrán sin duda a potenciar los estudios sobre el mundo funerario
celtibérico.
20 Una síntesis sobre el fenómeno funerario en la provincia de Cuenca puede obtenerse en Mena (1990). e
40
u-
HISTORIA DE LA INVESTIGACION
2t Menos fortuna ha tenido la excavación de hábitats conocido~ por trabajos antiguos, como El Perical, la
“acrópolis celtibérica de Valdenovillos”, cuyas excavaciones llevadas a cabo por Cerdeño (1976b) en 1973-1974
proporcionaron, junto a materiales campaniformes, abundante cerámica a torno. A ellos, habría que añadir la revisión
de los materiales procedentes de poblados excavados a principios de siglo, como el Cerro Ogmico (Monreal de
Ariza) (de La-Rosa y García-Soto 1989 y e.p.) o La Oruña (Veruela) (Bona et alii 1983).
41
ALBERTO J. LORRIO
(Palol et alii 1991), Bílbilis (Martin Bueno 1975a), Turiaso (Bona 1982), Ercávica (Osuna
1976), Valeria (Osuna et alii 1977) y Segóbriga, cuyas excavaciones fueron iniciadas en 1963
(Almagro Basch 1983, 1984 y 1986; Almagro-Gorbea y Lorrio 1989). A éstas hay que añadir
los trabajos desarrollados en las ciudades de Contrebia Belaisca, identificada en el Cabezo
de las Minas de Botorrita (Beltrán 1982; Idem 1983; Idem 1988; Idem 1992, con la
IP
bibliografía anterior), Contrebia Leukade, en Inestrillas (Hernández Vera 1982; Hernández
Vera y Núñez 1988), continuando de esta forma los trabajos iniciados por Taracena, así
como en La Caridad de Caminreal (Vicente et alii 1986 y 1991; Vicente 1988). El tema de
las ciudades se valorará, según Burillo (1993: 245 s.), “como verdadero dinamizador del
proceso histórico que se desarrolla especialmente durante el período celtíbero-romano, para
lo cual será determinante tanto el análisis de las fuentes escritas (Rodríguez Blanco 1977;
Fatás 1981), como la prospección y la aplicación de los planteamientos de la Arqueología
Espacial (Burillo 1979 y 1982)”.
A la vez que los trabajos de excavación, se ha desarrollado una importante labor
prospectora en diferentes zonas del territorio celtibérico. En Soria, la labor iniciada por
Taracena ha visto su continuidad en la nueva Carta Arqueológica provincial, de la que ya han
sido publicados los cuatro primeros volúmenes, centrados en el Campo de Gómara (Borobio e,.
1985), la Tierra de Almazán (Revilla 1985), la Zona Centro (Pascual 1991) y La Altiplanicie
Soriana (Morales 1995). Estos trabajos han permitido identificar una serie de asentamientos,
contemporáneos en parte a los castros de la serranía soriana, rompiendo así la dicotomía que
desde tiempos de Taracena se había establecido entre los hábitats castreños, al Norte, y las u-
22 Por su parte, la nómina de asentamientos castreilos se ha visto también incrementada en los últimos años u-
(Ruiz et alii 1985; San Miguel 1987>.
42 st
HISTORIA DE LA INVESTIGACION
estudio ha sido de gran interés para definir el horizonw inicial de la Cultura Celtibérica.
Además, hay que señalar los trabajos de prospección centrados en la comarca de Molina de
Aragón, de P.J. Jiménez (1988), M.R. García Huerta (1S89), J.L. Cebolla (1992-93) y J.A.
Arenas (1993; Arenas et alii e.p.). Junto a ellos, cabe mencionar la publicación de diversos
materiales de superficie procedentes de hábitats de la Edad del Hierro (Garcia-Gelabert 1984;
Arenas 1987-88; Iglesias et alii 1989; Barroso y Díez 1991).
En la Celtiberia aragonesa destacan las prospecciones sistemáticas desarrolladas en
el Bajo Jalón (Pérez Casas 1990b), los valles de la Huerva y del Jiloca Medio (Burillo 1980;
Aranda 1986 y 1987), Comarcas de Calamocha (Burillo. dir. 1991) y Daroca (Burillo, dir.
1993), zona del Moncayo (Bona et alii 1989), Sierra de Albarracín (Collado 1990), así como
la Carta Arqueológica de la provincia de Teruel (Atrialí et alii 1980) o la síntesis general
sobre la Carta Arqueológica de Aragón (Burillo, dir. 1992).
Al tiempo que se han incrementado los trabajos dD campo, desde la década de los 70
se han potenciado los estudios de carácter tipológico, especialmente interesados en los objetos
metálicos -fíbulas, broches de cinturón, pectorales y armas23-, en su mayoría hallados en
los lugares de enterramiento. Estos estudios han resuludo de gran trascendencia, pues, a
partir de las asociaciones de objetos documentadas en las sepulturas, se ha podido establecer
una seriación de los mismos, lo que ha permitido defirir la secuencia cultural del mundo
celtibérico (Lorrio 1994 y e.p.a).
Peor fortuna ha tenido la producción vascular pro:edente de las necrópolis excavadas
a principios de siglo que, salvo alguna excepción (Diaz 1976), ha quedado claramente
marginada de estos estudios, aunque la publicación de nuevos cementerios haya venido a
compensar en parte esta situación. Mucho mejor conocidas resultan las cerámicas procedentes
de los lugares de habitación, sobre todo por lo que resp~cta a las fases iniciales del mundo
celtibérico, gracias en gran medida a su sistematización en el ámbito castreño soriano, debida
a F. Romero (1991a: 239 ss. y 447 Ss.; vid., asimismo, Bachiller 1987a: 17 ss., entre otros
23 Para las fíbulas vid. Argente (1989a, 1990 y 1994), que recoge [aabundante bibliografía sobre el tema, entre
la que destacan especialmente los trabajos de E. Cabré y JA. Morán vid. capítulo VI, 2.1). Por lo que se refiere
a los broches de cinturón ha de consultarse Cerdeño (1977 y 1978), mientras que los pectorales han sido estudiados
a partir de los hallazgos de Carratiermes por Argente, Diaz y Bescós (992b). Para el armamento, uno de los temas
de mayor interés en la investigación arqueológica española a lo largo le este siglo, ha de consultarse las recientes
aportaciones de Cabré (1990), Quesada (1991) y Lorrio (1993, 1994 y epa), con toda la bibliografía anterior.
También los útiles de hierro, generalmente procedentes de hábitats (Manrique 1980; Barril 1992) y documentados
ocasionalmente en necrópolis (Barril 1993), han sido objeto de estudio.
43
ALBERTO J. LORRIO
trabajos de este autor), así como al cada vez más abundante material que están deparando los
trabajos de prospección y excavación desarrollados en territorio celtibérico, aun cuando las
altas cronologías defendidas en ocasiones para estos materiales hayan dificultado su correcta
valoración. También los conjuntos cerámicos celtibéricos de cronología más avanzada han
merecido una atención especial, destacando sin duda las producciones pintadas numantinas
4
(Jimeno, ed. 1992), tanto policromas (Romero 1976a; Olmos 1986) como monocromas
(Arlegui 1986 y 1992c), pudiéndose mencionar, asimismo, el trabajo de J.M. Abascal (1986)
sobre la cerámica pintada romana de tradición indígena, con especial incidencia en los
talleres del ámbito celtibérico. En relación con esta producción, puede mencionarse el estudio
st
sobre un importante conjunto de cerámica “celtibérica” de época romana (Lorrio 1989>,
procedente de las recientes excavaciones en la ciudad de Segóbriga (Almagro-Gorbea y
e,>.
Lorrio 1989).
La revitalización de los estudios sobre el ámbito celtibérico que se produce a partir
e’
García Huerta (1990) sobre la Edad del Hierro en el Alto Tajo-Alto Jalón, en la que se hallan
incluidas las memorias de excavación de dos importantes yacimientos de la zona, la
necrópolis de La Yunta y el castro de La Coronilla, ambas recientemente publicadas (García
Huerta y Antona 1992; Cerdeño y García Huerta 1992). Sobre el Alto Jalón, Arlegui (1990)
ofrece una visión general que incluye un avance de sus excavaciones en el castro de
Castilmontán. Para la Celtiberia aragonesa puede consultarse la obra colectiva Los Celtas en a,
el valle medio del Ebro (VV,AA. 1989a). Existen además algunos intentos de síntesis
relativos al período formativo del mundo celtibérico, entre los que cabe mencionar los a-
trabajos de Almagro-Gorbea (1986-87; 1987a; 1992a y 1993), Burillo (1987), Ruiz Zapatero
y Lorrio (1988) y Lorrio (e.p.b-c). Por último, se cuenta con otras síntesis globales debidas
a F. Burillo (1991b y 1993), en las que partiendo de las evidencias arqueológicas se ha
intentado ofrecer un completo panorama sobre los celtíberos. Hay que citar asimismo el
a.
24 Además de los trabajos de F. Romero sobre los castros sorianos, cabe destacar el intento de síntesis de
Fernández Miranda (1972), el estudio de las fortificaciones de uno de los castros más emblemáticos, El Castillo de
las Espinillas de Valdeavellano de Tera (Ruiz Zapatero 1977) o los trabajos dc JA. Bachiller (1986; 1987a-b; 1992- a-
93), realizados desde planteamientos que siguen los de Romero.
44
E
HISTORIA DE LA INVESTIGACION
45
ALBERTO J. LORRIO
1988b>, la economía (Blasco 1987: 314 Ss.; Beltrán Lloris 1987b: 287 5.; Pérez Casas 1988d;
Ruiz-Gálvez 1991; Alvarez-Sanchís 1991), la religión (Salinas 1984-85; Marco 1986; Idem
1987; Idem 1988; Idem 1989; Sopeña 1987 y e.p.), la numismática (Untermann 1975;
Villaronga 1979 y 1994; Domínguez 1979 y 1988; Blanco 1987 y 1991; García Garrido y
Villaronga 1987; etc.), así como la epigrafía y la lingúística (Untermann 1983; de Hoz 1986a
y 1988a-b; Gorrochategui 1991; etc.), quizás el ámbito de estudio en el que se han producido
las mayores novedades, en buena medida debidas al descubrimiento de los bronces de
Botorrita25.
El mayor conocimiento de la cultura material celtibérica, y la acumulación de
información procedente de las necrópolis y poblados excavados en los últimos años, han
permitido avanzar en la interpretación sobre el origen de esta cultura, enmarcándolo en el
de la celtización de la Península Ibérica. Con la excepción de los encomiables intentos de
Sangmeister y Schúle, este tema no se había vuelto a revisar desde los trabajos de Bosch
Gimpera y Almagro Basch, debido al estancamiento producido en la investigación tras estas
grandes síntesis, las cuales, como ha destacado recientemente Ph. Kalb (1993: 150), no se
habían ocupado de reunir pruebas relativas a la ‘celticidad’ de los hallazgos. Un intento de
interpretación, siguiendo la tradición centroeuropea de la investigación céltica, ya presente
en el trabajo de Sangmeister, ha sido el protagonizado por Stary (1982) y Lenerz-de Wilde
(1981) quienes intentan demostrar que los celtas peninsulares son celtas de La Téne, a pesar
de que la distribución de los hallazgos de elementos latenienses en la Península Ibérica no
coincida con el territorio lingtiistico indoeuropeo. Recientemente, Lenerz-de Wilde (1991) e>
ha planteado sus tesis invasionistas según las cuales desde el siglo VI a.C. se produciría la
llegada a la Península de grupos célticos, cuyo origen sitúa en la provincia Occidental de la
cultura de Hallstatt, afectando a diversas regiones del territorio peninsular, incluyendo la
ibérica, donde el elemento céltico desempeña un importante papel. Sin embargo, Ph. Kalb st
(1979), en su estudio sobre los celtas en Portugal, piensa que los hallazgos de tipo La Téne
documentados en territorio portugués no permiten demostrar arqueológicamente una cultura 0’>
celta, considerando en un trabajo reciente (1993: 155) que este “término no es el adecuado
para describir de manera inequívoca un contexto arqueológico”.
Serán los trabajos de M. Almagro-Gorbea, desarrollados a partir de 1985 (Almagro-
u-
46
0’
HISTORIA DE LA INVESTIGA CLON
Gorbea 1986-87; Idem 1987a; Idem 1991b-c; Idem 1992a; Idem 1993; Almagro-Gorbea y
Lorrio 1987a), los que den una nueva dimensión al tema. Como punto de partida, considera
difícil de mantener que el origen de los celtas peninsulares pueda ponerse en relación con la
Cultura de los Campos de Urnas, pues su revisión, desde los años 70, ha permitido precisar,
junto a un origen extrapirenaico, su dispersión por el cuadrante Nororiental de la Península,
zona que no coincide con la que ocuparían los celtas hisióricos ni con la de los testimonios
lingilísticos de tipo céltico (Ruiz Zapatero 1985). AdemáE, los Campos de Urnas del Noreste
dan paso sin solución de continuidad a la cultura ibérica, cuyos hallazgos epigráficos
corresponden a una lengua -el ibérico- no céltica y ni siqaiera indoeuropea (vid. Untermann
1990a).
En consecuencia, Almagro-Gorbea (1987a; 1992a y 1993) busca una nueva
interpretación que pretende determinar el origen de los celtas documentados por las fuentes
escritas a base de rastrear su cultura material, su estructura socioeconómica y su ideología
en la Península Ibérica, como partes interaccionadas de un mismo sistema cultural. Habría
que buscar las raíces del mundo celta peninsular en s~ substrato “protocelta” (Almagro-
Gorbea 1992a y 1993) -conservado en las regiones del Occidente peninsular, aunque en la
transición del Bronce Final a la Edad del Hierro se extencería desde el Atlántico a la Meseta-
que se documenta por la existencia de elementos ideológicos (tales cpmo ritos de iniciación
de cofradías de guerreros, divinidades de tipo arcaico, etc.), lingúisticos (el “Lusitano” y los
antropónimos y topónimos en P-) y arqueológicos comunes (hallazgos de armas en las aguas,
casas redondas, ausencia de “castros”, etc.), así como por una primitiva organización social,
que parecen asociarse al Bronce Final Atlántico, pero cuyas características afines a los celtas
históricos permiten relacionarlo con ellos. De esta forma, aunque no se excluyan
movimientos étnicos, la formación de los celtas peniw:ulares se habría producido por la
evolución in situ de dicho substrato cultural, en donde los procesos de aculturación, sobre
todo desde el mundo tartésico e ibérico, habríanjugado un papel determinante hasta el punto
de constituir un elemento clave para comprender la persnalidad de los celtas peninsulares.
Según Almagro-Gorbea (1993: 146 ss.), la Cultura Celtibérica surgiría del substrato
protocéltico, lo que explicaría las similitudes de tipo cultural, socio-económico, lingtiístico
e ideológico entre ambos, así como la progresiva asimilazión de dicho substrato por parte de
aquélla. Este proceso de celtización permitiría comprender la heterogeneidad y la evidente
personalidad de la Hispania céltica dentro del mundo celta.
47
ALBERTO J. LORRIO
Sin embargo, la máxima dificultad que presenta esta hipótesis, como habrá ocasión
de comprobar, es la falta de continuidad en la Celtiberia entre el final de la Edad del Bronce
y la fase inicial del mundo celtibérico, adscribible ya al Primer Hierro.
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II
GEOGRAFíA DE LA CELTIBERIA
1). En primer lugar, se analizan las noticias proporcionadas por los autores clásicos
grecolatinos, que enfocaron la descripción de la Península Ibérica desde distintas perspectivas
y en función de intereses diversos. De ellas, tan sólo un número reducido hacen referencia
a la presencia de celtas, mostrando una panorámica del mundo céltico “desde fuera, en la
que los errores, los intereses particulares y la manipulación de los datos no están ausentes
por completo (Champion 1985: 14 ss.). Su análisis, al igual que el de las restantes
evidencias, debe encuadrarse en su contexto cultural y cronológico, evitando en lo posible
las generalizaciones que pueden llevar a visiones excesivamente simplistas.
2>. A estas noticias hay que añadir las evidencia:; de tipo lingílístico, que incluyen
tanto la epigrafía en lengua indígena como la onomástica, en buena medida conocida a través
de las inscripciones latinas. El hallazgo de inscripciones en lengua indígena en la Península,
así como la abundante documentación de tipo onomástico conservada, permiten definir con
cierta claridad la existencia de dos grandes áreas lingíiísticas: una Hispania no indoeuropea
49
ALBERTO J. LORRIO
en el Mediodía y en el Levante y una Hispania indoeuropea ocupando las tierras del Centro,
Norte y Occidente de la Península.
E] término ecli/herí habría sido creado por ]os escritores clásicos para referirse a una
población como un grupo mixto (Untermann 1983 y 1984), y así aparece recogido en
Diodoro, Apiano y Marcial, para quienes los celtíberos serían celtas mezclados con iberos,
si bien para otros autores, como Estrabón, prevalecería el primero de estos componentes.
Con todo, “han de valorarse los aspectos que de los indígenas podrían trascender al visitante,
caso de costumbres y lenguas, ya que pudo ser base de la identidad que nos muestran”
(Burillo 1988a: 8).
Difículta su valoración el que se trate de un término no indígena así como las
frecuentes contradicciones -a veces explicables por razones cronológicas- que las fuentes
literarias ponen de manifiesto en su uso (vid, el caso de Estrabón, Plinio o Ptolomeo). La
Celtiberia se muestra así como un territorio cambiante a lo largo del período de tiempo que
abarca las guerras de Conquista y el posterior proceso romanizador (vid, mfra). En suma,
se desconoce el verdadero sentido con el que estos términos -celtíbero y Celtiberia- son
utilizados en los diferentes contextos en los que aparece, aunque parece probable que además
de estar dotados de un contenido étnico serían utilizados con un sentido puramente
geográfico.
Se ha sugerido que el término celtibero pudiera estar haciendo referencia a los “celtas
de Iberia” (Tovar 1989: 83), aunque como podrá comprobarse a continuación los celtíberos
no fueron los únicos pueblos celtas en la Península Ibérica. Es posible que el término
celtíbero no hiciera sino resaltar la personalidad de este pueblo en e] mundo céltico (Ciprés
1993: 57).
50
GEOGRAFIA DE LA CELTIBERIA
Como ha señalado Burillo (1993: 226), los celtiberos pueden ser considerados como
un grupo étnico, tanto en cuanto incorpora entidades étnicas de menor categoría, semejante
a los galos o iberos, pero de una amplitud menor, sin que pueda plantearse la existencia de
un poder centralizado ni aun de una unidad política, que de producirse lo fue tan sólo de
forma ocasional, como demuestran con claridad los acontecimientos militares del siglo II a.C.
(vid. capítulo IX, 4).
1.1. Las fuentes literarias grecolatinas. Las fuetites clásicas más antiguas resultan,
por lo común, excesivamente vagas en lo relativo a la localización geográfica de los celtas,
limitándose en la mayoría de los casos a señalar su presencia de forma bastante inconcreta,
situándolos a veces en la vecindad de ciudades o de otros grupos humanos presumiblemente
no célticos y vinculándolos en ocasiones con accidentes geográficos. Esto es debido a que
las fuentes de los siglos VI-IV a.C. se limitaban a describir las zonas costeras de la Península
conocidas de forma directa, especialmente la meridional y la levantina, siendo las referencias
al interior mucho más generales y a menudo imprecisas
Tradicionalmente, se considera que una de las fuentes de mayor antigUedad sobre la
Península Ibérica se hallaría recogida en un poema latino, la Ora maritima, escrito a finales
del siglo IV d.C. por Rufo Festo Avieno (fig. 2). Esta obra, según Schulten (1955: 55 ss.)
siguiendo a otros investigadores, contenía un periplo niassaliota del siglo VI a.C.27, con
algunas interpolaciones posteriores. Sin embargo, debido a la falta de bases sólidas de tipo
filológico, histórico o arqueológico, parece aventurado atribuir, sin más, determinados
pasajes de la Ora maritima a este supuesto periplo de gran antigUedad (Villalba 1985; de Hoz
1989a: 42 s.), que en ningún caso aparece mencioiado en el poema, a pesar del
reconocimiento explícito por parte de Avieno de las fuertes utilizadas en su redacción.
La Ora maritima describía las costas de Europa desde la Bretaña hasta el Mar Negro,
habiéndose conservado únicamente la primera parte de la obra (más de 700 versos) que,
26 En relación a las noticias de los autores griegos y romanos sobre los celtas hispanos, vid. Tovar 1977 y Koch
1979. Una visión general de las fuentes literarias sobre los celtas puede verse en Rankin 1987 y Dobesch 1991.
27 Para Sehulten (1955: 15-16) la redacción del Periplo sería posLerior a la batalla de Alalia (ca. 535 a.C.),
debiéndose simar en torno al 520 a.C., fecha aceptada por otros invmtigadores que han abordado este tema más
recientemente (Lomas 1980: 53s.; Tovar 1987: 16; etc.). Sin embargo, no faltan aquellos que consideran factible
una fecha anterior a dicha batalla para la fuente de mayor antiguedad (Tierney 1964: 23; Savory 1968: 239). ni
quienes plantean que la información básica wsada por Avieno corresponderia a un momento posterior al propuesto
por Schulten (Koch 1979).
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ALBERTO J. LORRIO
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52
GEOGRAFíA DE LA CELTIBERIA
incluyendo la Península Ibérica, citada bajo el nombre de Ophiussa, tiene su punto de destino
en Marsella. Cierto pasaje del Periplo (vv. 129-145), por otro lado excesivamente oscuro,
y las menciones a una serie de pueblos de difícil filiación (vv. 195 y 485), han sido
interpretados como las noticias más antiguas conocidas ;obre los celtas (Schulten 1955: 36
5.; Rankin 1987: 2 ss.; etc.). Avieno sitúa a los ce[tas, Celtae, más allá de la islas
Oestrímnicas (cuya identificación no es segura), de donde habrían expulsado a los ligures
(vv. 133 s.). La localización de estos territorios resulta controvertida. Así, aun cuando parece
admitido que el autor del Periplo se estaría refiriendo a Las costas del Mar del Norte (vid.,
entre otros, Schulten 1955: 36 y 97-98; Tierney 1964: 23; Rankin 1987: 6) no faltan quienes
incluso hayan pretendido localizarlos en Galicia (vid. ?‘ovar 1977: nota 6). En cualquier
caso, y con independencia de la interpretación dada a este pasaje, cabe plantear, de acuerdo
con Tovar (1977: nota 6), que tal vez se trate de una interpolación posterior a la supuesta
redacción original del Periplo, al igual que ocurre con el y. 638 (Tovar 1977: nota 14)
referido a los campos de Galia, Gallici soY, por más que para Schulten (1955: 145 s.) ¿sta
constituya la primera mención del nombre de los galos.
Con la excepción de este controvertido pasaje, Avieno no vuelve a hacer ninguna
referencia directa a los celtas, aunque Schulten (1955: 36-38, 104 s. y 133) consideró como
tales una serie de pueblos asentados en las regiones de~ interior de la Península: hacia el
Occidente, los cempsi y los sefes, localizados “en las altas colinas de Ofiusa” (vv. 195 s.),
si bien unos y otros debieron llegar hasta el Atlántico (lada su vinculación con diferentes
accidentes geográficos situados en la costa (vv. 182 y 199); hacia el Oriente se hallarían los
berybraces (y. 485), citados al describir la costa levantina a la altura de la actual ciudad de
Valencia. Al parecer, los cempsos habrían poseido tiempo atrás la isla de Cartare, que
Schulten sitúa en la desembocadura del río Guadalquivir, en pleno reino de Tartessos,
habiendo sido expulsados de allí por sus vecinos (vv. 25%259). Para Schulten (1955: 104 s.
y 133), cempsos y sefes ocuparían el Occidente de la Meseta, asentándose los primeros en
el valle del Guadiana, mientras que los segundos lo harían en los del Tajo y Duero; por el
contrario, los beribraces se localizarían en la Meseta Oriental, teniéndolos como antecesores
de los celtíberos históricos. De todos estos pueblos solamente el de los beribraces es citado
de nuevo por las fuentes (vid. Tovar 1989: 64). Así, el Pseudo-Escimno (vv. 196 ss.), autor
del siglo II a.C. basado en Éforo, los denomina béby ces, situándolos más arriba de las
tierras ocupadas por los tartesios e iberos.
53
ALBERTO J. LORRIO
28
El autor del Periplo señala que cerca de cempsos y sefes, ocupando las tierras situadas al Norte de ellos, se
encuentra el pern¡x lucís y la prole de los draganos (vv. 196-198). Según Schulten (1955: 105), quien propone la
corrección del lucís de la edición príncipe por Ligus, los draganos serían ligures asentados en la zona septentrional
de la Península. Sobre la consideración de lucís o del incorrecto Lusis (Shulten 1955: 105; Tovar 1976: 200) como
o’
la más antigua mención de los lusitanos, vid. Bosch Gimpera (1932: 600).
29 Para Tovar (1963: 359-360), en contra de Sehulten (1952: 192), esto quedaría confirmado gracias a Polibio
eL
(en Str., 3, 2 15), para el que los turdetanos, los antiguos tartesios, eran parientes de los célticos del Sudoeste.
54
GEOGRAFíA DE LA CELTIBERIA
incierta, y ubica a la colonia griega de Massalia, fundada en la tierra de los ligures, cerca
de la Céltica30.
Será Herodoto (2, 33 y 4, 49) quien, en pleno siglo V a.C., proporcione la primera
referencia segura respecto a la presencia de celtas en la Península Ibérica, al señalar que el
Istro, actual Danubio, nacía en el país de los celtas, cuyz territorio se extendía más allá de
las Columnas de Hercules, siendo vecinos de los kyn’zsios (o kynetes), pueblo que era
considerado como el más occidental de Europa31. Así pues, los referidos pasajes de
Herodoto pueden considerarse como la más antigua evidencia de la utilización del etnónimo
keltoi en la Península Ibérica.
A pesar del error en la identificación de las fuentes del Danubio, que son situadas en
las proximidades de la ciudad de Pyrene (2, 33), localizable en el extremo oriental de la
Cordillera Pirenaica, y de la que se hace mención en ei Periplo de Avieno (vv. 559-561)
como frecuentada por los massaliotas, la veracidad del texto de Herodoto es aceptada de
forma generalizada (vid., entre otros, Powell 1958: 13 s.; Fisher 1972: 109 5.; Rankín 1987:
8 5.; etc.), no faltando quienes consideran estas noticias como poco fiables, debido a su falta
de detalle y a su carácter excesivamente genérico, al est.n referidas a los pueblos bárbaros
del Occidente, que en el siglo V a.C. se englobarían con los celtas (Koch 1979: 389).
Con posterioridad a estas primeras noticias, la presencia de celtas en la Península
Ibérica es señalada repetidamente. Así Eforo (en Str., 4, 4, 6), ca. 405-340 a.C, consideraba
que la Céltica, Keltiké, ocuparía la mayor parte de la Península, llegando hasta Gades3t. Las
30 Tovar (1977: notaS) considera dudosos los escasos fragmentos ce Esteban de Bizancio atribuidos a Hecateo,
entre los que Schulten (1955: 187, n0 6; Tovar 1963: 362) incluye el rasaje que considera a Make y Mainake, en
la costa andaluza, como ciudades célticas.
31 No cabe duda que los kynesios o kynetes citados por Herodotc son los mismos C5’netes que el Periplo de
Avieno situaba en vecindad de los cerupsos, ocupando el actual territorio del Algarve (Tovar 1976: 193-194). El
hecho de que ambas fuentes coincidieran en situar en el Suroeste de la Península a los Cynetes, y el que Herodoto
localizara en su vecindad a los celtas, mientras Avieno lo hacía con los c~mpsos, fue interpretado por Schulten como
una confirmación del carácter céltico de estos últimos, aunque, como señala Tovar (1977: 170), sefes y cempsos,
aun siendo celtas, no se reconocerían como tales, o al menos no fueron identificados en ese sentido por el autor del
Periplo. A este respecto, Maia (1985: 174), para el que ni cempsos ni seres serían celtas, considera la Ora Marítima
y Herodoto, respectivamente, como terminus post y ante quem para deerminar el momento de asentamiento de los
pueblos célticos en esta zona. Desafortunadamente, estas noticias sor excesivamente vagas como para permitir
realizar una afirmación de este tipo, ya que, como se ha señalado, ni está clara la filiación cultural y étnica de
cempsos y sefes, ni existe la certeza, aun en el caso de que realmente n se tratara de grupos célticos, de que éstos
no estuvieran ya asentados en la época del Periplo en las remotas tierrts del interior de la Península.
32 Relacionado con la identificación de los celtas como pueblo de Oeste en Hoto, vid. Pérez Vilatela 1992:
397.
55
ALBERTO J. LORRIO
referencias a celtas en las tierras del interior se ve reflejada en otro pasaje del Pseudo-Scimno
(vv. 162 ss.) atribuido a Eforo, para el que el río Tartesos, el actual Guadalquivir, procedía
de la Céltica. El desconocimiento de las fuentes del Guadalquivir es evidenciado por
Aristóteles (384-312 a.C.), para quien “Del Pirineo (monte sito hacia el occidente equinoccial
en el país de los celtas) descienden el Istro y el Tartesos. Este más allá de las Columnas
(Meteor. 350b,2; vid. Schulten 1925: 216). Para Schulten (1925: 56), la Céltica mencionada
por el Pseudo-Scimno quedaría circunscrita a la Meseta habitada por celtas, esto es, la
Celtiberia, coincidiendo así con lo referido por Polibio (en Str., 3, 2,11), quien consideraba
que el Anas y el Betis, esto es, el Guadiana y el Guadalquivir, nacían en la Celtiberia.
Más difíciles de interpretar resultan una serie de pasajes, cuya vinculación con la
Península Ibérica cabe calificar de dudosa. Así, Aristóteles (De animal. gen. 748a, 22)
menciona el frío país de los celtas “que están sobre la Iberia”, que podría estar referido,
como señala Schulten (1925: 76), tanto a la Galia como a la Meseta hispánica, o bien se
refiere a los celtas del Océano (Eth. 2,7), que para Pérez Vilatela (1990b: 138) serían los del
Suroeste peninsular. Algo similar cabe decir de un pasaje de Plutarco (De plac. philos.
897,C) que recoge la opinión de Timeo, 340-250 a.C., sobre la causa de la marea, que ha
de ponerse en relación con los ríos de la cuenca atlántica “que se precipitan a través de la
Céltica montañosa”. De nuevo Schulten (1925: 105) propone la ecuación Céltica = Meseta,
al considerar que en tiempos de Timeo el concepto del Océano Atlántico aún no incluía la
Galia (vid, al respecto, Pérez Vilatela 1990b: 138; Idem 1992: 398; Idem 1993: 421).
Que los celtas alcanzaran la región de Cádiz parece confirmarlo Eratóstenes (en Str.,
2, 4, 4), ca. 280-195 a.C., para quien la periferia de Iberia estaba habitada hasta Gades por
Galatae. La falta de referencias a estos galos o galatas, término utilizado sin duda como
sinónimo de celtas en su descripción de Iberia llevó a Polibio, y de acuerdo con él a
Estrabón, a dudar de los conocimientos de Eratóstenes sobre la Península. Sin embargo,
como defienden Sehulten (1952: 35) y Tovar (1963: 356; 1977: nota 24>, no existe tal
contradicción en Eratóstenes, pues para él el término Iberia, tomado en un sentido
fundamentalmente étnico, se circunscribe a las costas del Este y del Sur peninsulares,
mientras que tanto Polibio, en sus últimos libros, como Estrabón identifican Iberia, como
concepto geográfico, con la totalidad de la Península33. La presencia de celtas en el
o’
~ Sobre el concepto de Iberia en las fuentes grecolatinas, vid. Domínguez Monedero 1983 y Pérez vilatela r
1992.
56
GEOGRAFIA DE LA CELTIBERIA
Mediodía peninsular es confirmada por Diodoro (25, 13) quien señala que Amílcar, a su
llegada a la Península en el 237 a.C. hubo de enfrentarse con tartesios e iberos que luchaban
junto a los celtas de Istolacio.
No será hasta finales del siglo III a.C., y sobre todo durante las dos centurias
siguientes, cuando el creciente interés estratégico de la Península para los intereses de Roma
haga que la infonnación sobre la misma se multiplique con noticias no únicamente de tipo
geográfico sino también de orden económico, social, religioso, etc., lo que ofrece un
panorama mucho más completo sobre los celtas peninsulares, permitiendo delimitar con
mayor claridad las áreas donde se asentaron e incluso poner de manifiesto verdaderas
migraciones interiores. El concepto de Céltica, tal come aparecía en la obra de Herodoto,
EXoro o Eratóstenes, va a ver modificado su contenidc en las fuentes contemporáneas o
posteriores a las guerras con Roma, aplicándose desde ahora a las tierras situadas al Norte
de los Pirineos. A este respecto, un pasaje de Polibio (3, 37, 8-9) resulta enormemente
esclarecedor:
~“ Para la traducción de los textos clásicos se ha seguido mayoritariamente la traducción ofrecida por las Fontes
Hispaniae Antiquae.
El carácter fronterizo de los Pirineos, como barrera que separa la Céltica de la Iberia, puede verse también
en Polibio, 3, 39,2, así como en Estrabón (3, 1, 3; 3,2, 11; 3,4,8; 3, 4, 10; 3,4, 11), quien hace uso del término
Iberia referido a toda la Península, siguiendo en esto al propio Polibio, eL cual, en sus últimos libros, escritos a partir
de mediados del siglo II a.C., extenderá el concepto de Iberia, ahora mtendida en sentido puramente geográfico,
a la totalidad del territorio peninsular (Schulten 1952: 127s.» Por su 1 arte, para Posidonio <en Diod., 5, 35), los
Pirineos separan Galia de Celtiberia e Iberia, entendida ésta todavía en un sentido más etnológico que geográfico,
circunscrito a las costas peninsulares del Sur y Levante.
57
ALBERTO J. LORRIO
ofreciendo un panorama más complejo que el de las fuentes más antiguas, caracterizado por
una aparente uniformidad, lo que ha de verse como resultado del mejor conocimiento de la
Península por parte de Roma, en buena medida debido a las frecuentes guerras, sobre todo
contra celtíberos y lusitanos.
El análisis conjunto de las obras de Polibio, Posidonio, Estrabón, Diodoro Siculo,
Pomponio Mela, Plinio el Viejo y Claudio Ptolomeo, entre otros, permite individualizar con
claridad tres zonas en las que se señala, de forma explícita, la presencia de pueblos de
o’
raigambre celta, lo que, obviamente, no excluye que hubiera otros que, aun siéndolo, no
aparecieran mencionados como tales por las fuentes, quizás por presentar un carácter más
eL
arcaico. Este seria el caso de los lusitanos del Norte del Tajo, que las fuentes diferencian
claramente de los celtas hispanos, entre los cuales los celtíberos serían los mejor definidos,
o’
y cuya lengua, de tipo indoeuropeo arcaico, presenta algunos elementos comunes con la
subfamilia celta.
el conquistar la mayor parte de su país con su fuerza superior; y antes a los tirios y después
a los celtas, que hoy se llaman celtiberos y berones ...“. La llegada de celtas a Hispania -a —~
eL
36 En cuanto a la delimitación de la Celtiberia y de las etnias celtibéricas a partir de las fuentes literarias, vid.
Schulten 1914: 7-11 y 281-290; Taracena 1933; Idem 1954: 197 Ss.; Alonso 1969; Koch 1979; Alonso-Núñez 1985;
Burillo 1986; Salinas 1986: 78ss.; Idem 1988; Idem 1991; Tovar 1989:75 y 78 ss.; Pérez Vilatela 1990a: 103 ss.;
Santos Yanguas 1991; etc. Sobre el concepto de celtíbero, vid. Koch 1979, Untermann 1984 y Burillo 1993: 224
55.
~ Sobre la etnogénesis de los celtíberos según las fuentes literarias, vid. Pérez Vilatela 1994.
58
GEOGRAFIA DE LA CELTIBERIA
la que se refieren otros autores como Marco Varrón (en Plin., 3, 7-17)- es apuntada en otro
pasaje de Estrabón (3, 4, 12): “Al Norte de los celtíberos, están los berones, que son vecinos
de los cántabros coniscos, y tomaron parte en la inmigración céltica”.
La doble raíz cultural aludida en el texto de Diodoro (5, 33) se pone de manifiesto
por el poeta Marcial, natural de Bilbilis, cuando dice (4, 55): “Nosotros, hijos de los Celtas
y de los Iberos, no nos avergonzamos de celebrar con ve:sos de agradecimiento los nombres
un tanto duros de nuestra tierra”. San Isidoro (Ethym. 9, 2, 114) establece el origen de los
38
celtiberos en los galos llegados desde el Ebro
La primera referencia a los celtíberos se debe a Livio (21, 43, 8), al narrar los
acontecimientos del 218 a.C. Desde esta fecha, las noticias sobre ellos y sobre la Celtiberia
son abundantes y variadas, siendo uno de los protagonistas principales de los acontecimientos
bélicos del siglo II a.C., que culminarán con la destrucción de Numancia el 133 a.C.
Existe un concepto genérico de Celtiberia patente en los testimonios literarios más
antiguos, no exento de imprecisiones cuando no de errores manifiestos. En el 207 a.C.
aparece como la “región situada entre los dos mares” (Liv., 28, 1, 2); para Polibio (en Str.,
3, 2, 11) el Anas y el Betis vienen de la Celtiberia -asi como el Limia (Str., 3, 3, 4)-,
aunque esto sería “porque los celtíberos extendiendo su territorio han extendido también su
nombre a toda la región lindante”; para Posidonio, los Pirineos separarían Galia de Iberia
y Celtiberia (en Diod., 5, 35), región por la que discurre el Anas y el Tagus (en Str., 3, 4,
12). Artemidoro (en Esteban de Bizancio, vid. Schulten 1925: 157, n0 16) considera a
Hemeroscopeion “ciudad de la Celtiberia” y Plutarco (Sen. 3) se refiere a Cástulo como
“ciudad de los celtíberos”. Para Plinio (4, 119), las islas Casitérides se hallarían enfrente de
la Celtiberia, mientras que para Mela (3, 47) se localizarían entre los célticos.
Junto a esta Celtiberia amplia, existe otra más restringida, que se ubica en la Meseta
Oriental y el Valle Medio del Ebro, a caballo del Sistema Ibérico. Sus limites, que en
absoluto cabe considerar como estables, pueden determinErse a partir del análisis de las etnias
pertenecientes al colectivo celtibérico, a su vez delimitadas por la localización de las ciudades
a ellas adscritas (Taracena 1954: 199)~~. Un indicio de su extensión vendría dado por la
38 Celtiberí ex Gal/ls Celticis fuerunt, quorum ex nomine appe’ata est regio Celtiberica. Nam ex flumine
Ilispaniae Ibero, uhf consideruní, et ex Gal/it, qui Celtici dicebatur, mixto utro que vocablo Ce/liben nuncapatí sunt.
En relación a la localización de las ciudades celtibéricas, principalmente por lo respecta al Valle Medio del
Ebro, vid, los recientes trabajos de Burillo (1986) y Beltrán Lloris (19~7a).
59
ALBERTO J. LORRIO
utilización de apelativos que hacen referencia al carácter limítrofe de ciertas ciudades, como
Clunia, Celtiberiae finis (Plin., 3, 27), Segóbriga, caput Celtiberiae (Plin., 3, 25) o
Contrebia, caput gentis celtiberorum (Val. Max., 7, 4, 5).
Estrabón (3, 4, 12), que escribió en torno al cambio de era, ofrece una descripción
de la Celtiberia partiendo sobre todo de las noticias proporcionadas por Polibio y Posidonio
(fig. 3,B):
los ríos más caudalosos de la cuenca atlántica, como el Duero (Str., 3, 3, 4), el Tajo (Str.,
o’
40 Que el Anas viene de la Celtiberia está tomado de Polibio (en Str., 3, 2, 11). al igual que ocurre con el
Betis.
o’
42 “Después hay otros ríos y después de éstos el Lethes, que unos llaman Limaias y otros Belión. También este
río viene del país de los celtíberos y vacceos, y el Bainis después de éste, que otros llaman Minios. Este es el río
más grande de los ríos de Lusitania ... Pero Posidonio dice que este río viene de los cántabros” (Str., 3, 3, 4).
eL
En otro pasaje, Estrabón (3, 3, 4) señala: “Después de éstos, el Duero, que, viniendo de lejos, corre por
Numancia y otros muchos pueblos de los celtíberos y vacceos . . -
Esto mismo es expresado en 3, 3, 3: “Los callaicos por el Este son vecinos de los astures y de los celtíberos, eL
~ Así, también, en 3, 4, 14, Estrabón escribe: “Al Sur de los celtíberos están los habitantes de la Orospeda eL
y del país alrededor del Sucro: los sedetanos hasta Cartago Nova y los bastetanos y oretanos, llegando casi hasta
Malaca”.
eL’
60
o’
GEOGRAFÍA DE LA CELTIBERIA
Fig. 3. Europa Occidental (A) y la Península Ibérica (fi), a partir de ¿oS textos de Es-trabón. (Según Las-serre 1.966
(A) y García y Be//ido (fi)).
61
ALBERTO J. LORRIO
episodio de Segeda del año 154 a.C. se deduce la situación de dependencia de los titos
respecto a los belos (App., Iber. 44), en los restantes casos aparecen citados en un plano de
igualdad, a menudo junto con los arévacos.
Volviendo a Estrabón (3, 4, 13), Segóbriga y Bílbilis son consideradas ciudades
celtibéricas, para, un poco más adelante (Str., 3, 4, 19), en un pasaje que según Schulten
47
(1952: 263) estaría referido a la Celtiberia, a pesar de no mencionarse expresamente
señalar que para algunos serian cinco las partes. Schulten consideró a los vacceos como el
~ Vid., a este respecto, Capalvo (e.p.), quien considera que el pasaje estraboniano estaría referido a Hispania
y no al territorio celtibérico.
62
GEOGRAFÍA DE LA CELT[BERIA
Fig. 4. El territorio de los belos y de los /usones, estos ú/timos, segú.’i Apiano (1) y según Estrabón y la toponimia
(2). (Según Burilo ¡.986).
63
ALBERTO J. LORRIO
candidato más idóneo48, pero más bien podría tratarse de los pelendones, que a decir de
Plinio (3, 26) eran celtíberos49.
Plinio, reflejando la situación administrativa de Hispania tras las reformas de
Augusto, sólo se refiere a arévacos y pelendones como celtíberos en su descripción de la
Hispania Citerior. Para Plinio (3, 26), los pelendones eran del grupo de los celtiberos,
adscribiéndoles al conventus Cluniense con cuatro pueblos (populus) “de los que fueron
ilustres los numantinos”. Entre ellos nacía el Duero que, pasando cerca de Numancia, corre
luego entre los arévacos (4, 112). Siguiendo con la descripción del convento Cluniense, en
3, 27 habla de los arévacos, que como ha indicado en un pasaje anterior (3, 19) serían
celtiberos a los que “ha dado nombre el río Areva”, adscribiéndoles seis opp ida: “Secontia
y Uxama, nombres que a menudo se usan en otros lugares, y además Segovia, y Nova
eL
Augusta, Tiermes y la misma Clunia, límite de la Celtiberia (celt¿beriaefinis>”. Además, en
el convento Carthaginensis, Plinio (3, 25) incluye a los caput Celtiberiae Segobrigenses50.
Por el contrario, ya en el siglo II d.C., Ptolomeo (fig. 5), al describir la provincia
Tarraconense, trata de forma independiente de los celtiberos (2, 6, 57) a los arévacos (2, 6, r
55) y pelendones (2, 6, 53). Entre los arévacos, situados “por debajo de los pelendones”,
incluye las ciudades (poleis) de Confloenta, Clunia, Termes, Uxama Argaila, Segortia Lanca,
Veluca, Tucris, Numantia, Segovia y Nueva Augusta, todas ellas situadas en la Meseta
Oriental, al Norte del Sistema Central, A los pelendones les atribuye Visontium,
Augustóbriga y Savia. Entre los celtíberos, que considera más orientales que los carpetanos -
a su vez más meridionales que vacceos y arévacos- y sin señalar subdivisiones internas, sitúa
una serie de ciudades vinculadas al Ebro Medio, en su margen derecha, como Turiaso,
o’
~ Apiano, al narrar los acontecimientos del 151 a.C., se refiere a los vacceos como “pueblo celtíbero vecino
de los arévacos” (Iber. 50-52) y a la zona de Intercatia como “región de los celtíberos” (Iber. 53-54). Sin embargo,
celtíberos y vacceos, por lo común, aparecen diferenciados. Sobre la relación de celtíberos y vacceos en las obras
de Polibio y Estrabón, vid. Pérez Vilatela 1989-90: 211 Ss. = 1991: 464 Ss.; Idem 1990a: 104 ss.
eL
‘~ La primera mención de este pueblo podría hallarse en la cita de Livio (frag. XCI) relacionada con las
Guerras Sertorianas cl 76 a.C. al referirse a unos cerindones que cita junto con los arévacos. Para Taracena <1954:
200), Apiano podría estar haciendo mención de este pueblo cuando se refiere a los numantinos y arévacos como
gentes emparentadas pero distintas. Al narrar los acontecimientos del 134-133 nC. Apiano (¡ter. 93) describe cómo
Retógenes y un grupo de clientes se dirige en busca de ayuda “hacia las ciudades de los arévacos ... pidiéndoles que
enviasen auxilio a sus hermanos los numantinos”.
eL
50 Este texto se ha interpretado como una referencia al comienzo de la Celtiberia en la región dc Segóbriga:
“los segobrigetises que constituyen la cabeza (esto es, el comienzo) de la Celtiberia”, en oposición a Clunia, que
como se ha visto es límite de la Celtiberia (Almagro Basch 1986: 18). Esta interpretación parece más acertada que eL
Ja que supone a Segóbriga capital de la Celtiberia (vid, traducción de y. Bejarano 1987: 123>.
64
GEOGRAFÍA DE LA CELTIBERIA
AUTRIGONES -
TURMOGI ¡
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\—~ •~4 VARDULI ¡
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‘6
Fig. 5. Hispania (A) y /as ciudades de pelendones, arévacos y ce/tibe ros (fi) según Pto/omeo. (Según Tovar 1.976)
65
ALBERTO 1. LORRIO
Nertóbriga, Bílbilis o Arcóbriga, junto a otras situadas más al Sur, en la actual provincia de
Cuenca, como Segóbriga, Ercávica, Valeria o Urcesa5t.
Del análisis de las fuentes literarias se desprende una Celtiberia enormemente
compleja, cuyo territorio y composición étnica resulta difícil de definir, mostrándose
cambiante a lo largo del proceso de conquista y posterior romanización. Así, a la dificultad
en la delimitación global del territorio celtibérico hay que unir la falta de acuerdo a la hora
de enumerar los diferentes popuil o etnias que formarían parte del colectivo celtibérico
(arévacos, pelendones, lusones, belos y titos serían los candidatos más probables) y las
contradicciones en la atribución de una misma ciudad a diferentes popuil. Todo ello podría
eL
reflejar, en ocasiones, más que desconocimiento o errores de atribución por parte de los
escritores clásicos, las fluctuaciones territoriales de estos pueblos en la Antigúedad, pues no
o’
hay que olvidar que entre las referencias más antiguas sobre los celtíberos y la obra de
52
Ptolomeo han pasado más de tres siglos, en los que los acontecimientos bélicos, primero ,
que para Estrabón (3, 4, 13) es arévaca; por Floro (1, 34, 3) se sabe que los arévacos serían
aliados y consanguíneos de los segedenses. En otros casos, ciudades o territorios que no cabe
considerar celtibéricos aparecen ocasionalmente mencionados como tales. Este sería el caso
de Intercatia (App., Iber. 54; Str., 3, 4, 13), tenida de forma general como una ciudad
vaccea, o el de la carpetana Toletum, que es citada en un pasaje de Livio (35, 7) como una
ciudad celtibérica.
Desde los trabajos de Schulten (1914: 119), se viene aceptando la división de la
~‘ Bé/sinon, Turiassó, Nertóbriga, Bí/bi/is, Arcóbriga, ~óisada, Mediolon, Attacon, Ergávica, Segóbriga,
Condabora, Búrsada, Laxta, Va/eria, Istonion, Á/aba, Libana y Urcesa.
52 La movilidad de los celtíberos durante las guerras queda de manifiesto en diversos pasajes. Livio <39, 56>
menciona el ataque a los celtíberos en el 184-183 a.C. en el ager Ausetanus donde se habían hecho fuertes.
66
GEOGRAFíA DE LA CELTIBERIA
67
ALBERTO J. LORRIO
Por su estrecha relación geográfica y cultural con los celtiberos, conviene tener
presente la existencia de otro pueblo celta, el de los berones (Str., 3, 4, 5), que cabe
localizar en la actual Rioja (Villacampa 1980; Tovar 1989: 77 s.). Como se ha indicado,
según Estrabón (3, 4, 12) estarían asentados al Norte de los celtíberos, teniendo como
vecinos a los cántabros coniscos, habiendo participado en “la inmigración céltica”, y
adjudicándoles la ciudad de Varia. Por su parte, Ptolomeo (2, 6, 54) menciona además de
ésta, que denomina Varea, las de Tricio y Oliba.
b). Otra de las grandes áreas donde las fuentes coinciden en señalar la presencia de
pueblos de filiación céltica es el Suroeste peninsular. Estrabón (3, 1, 6), siguiendo a
Posidonio (Tovar 1976: 194), menciona a los keltikoi como los principales habitantes de la
región situada entre el Tajo y el Guadiana, aproximadamente en lo que es el Alentejo en la
actualidad53. Entre estos célticos se encontrarían algunos lusitanos, trasladados allí por los
romanos desde la margen derecha del Tajo54.
eL
“De las costas junto al Cabo Sagrado, la una es el comienzo del lado
Occidental de Iberia hasta la boca del Tagus, y la otra es el comienzo del lado
Sur hasta otro río, el Anas, y su boca. Ambos ríos vienen de Oriente, pero el
uno (el Tagus) desemboca derecho hacia Occidente y es mucho más grande
que el otro (el Anas), mientras el Anas tuerce hacia el Sur y limita la región
entre los dos ríos, la que habitan en su mayor parte los célticos (Str., 3,
1, 6)
eL
Para Plinio (3, 13), los célticos de la Beturia serían celtíberos, aunque venidos desde
Lusitania55, como lo demuestran sus ritos, su lengua y los nombres de sus poblaciones,
conocidas en la Bética por sus sobrenombres. Los célticos participarían del carácter “manso
y civilizado” de los turdetanos, ya debido a su vecindad, como señala Estrabón o, de acuerdo
~ Con respecto a a los pueblos célticos del Suroeste vid. Schulten 1952: 139 5.; Tovar 1976: 194-195; Maia
1985: 172 Ss.; Fernández Ochoa 1987: 335-337 y 341 ss.; Pérez vilatela 1989 y 1990b; Berrocal-Rangel 1992: 32
Ss., etc.
~ Recientemente, Pérez Vilatela (1989; 1990b; 1993) ha identificado a los lusitanos que protagonizaron las
guerras del siglo II a.C., esto es, los situados al Sur del Tajo, con los pueblos célticos del Suroeste, lo que
justificaría la práctica ausencia de referencias sobre este pueblo por parte de las fuentes durante dicho periodo.
~ Ce//fcos a Celtiberis ex Lusitania aduenisse manifesrum est sacris, /ingua, oppidorum uocabulis, quae
cognominibus in Baetica distingauntur.
68
eL
GEOGRAFIA DE LA CELTIE ERíA
con Polibio, por estar emparentados con ellos, “pero los célticos menos, porque generalmente
viven en aldeas” (Str., 3, 2, 15). Los célticos del Guadiana estarían vinculados por
parentesco con los de la Gallaecia, habiendo protagonizado una verdadera migración hacia
el Noroeste en compañía de los túrdulos (Str., 3, 3, 5). La ciudad más célebre de los célticos
seria Conistorgis (Str., 3, 2, 2), atribuida a los cunetes o conios por otras fuentes (App.,
Iber. 56-60). Asimismo, Estrabón (3, 2, 15) señala la fundación de colonias entre los celtici,
como ocurre con Pax Augusta.
Plinio (4, 116), quien escribió a mediados del siglo 1 d.C., localiza a los célticos en
la Lusitania y señala que los habitantes del oppidunz de Ivliróbriga (Santiago do Cacem) “se
sobrenombran célticos” (Plin., 4, 118). Ptolomeo (2, 5, 5), ya en el siglo II d.C., incluye,
entre las ciudades célticas de la Lusitania, a Laccóbriga, Caepiana, Braetolaeum, Miróbriga,
Arcóbriga, Meríbriga, Catraleucus, Turres Albae y Ara:xlis.
Además del territorio anteriormente citado, los célticos aparecen también asentados
en la Beturia56, situada entre los ríos Guadiana y Guadalquivir (Plin., 3, 13-14), y de la que
Estrabón (3, 2, 3) dice que estaría constituida por áridas planicies extendidas a lo largo del
curso del Anas. Siguiendo el texto pliniano la Beturia estaría dividida “en dos partes y en
otros tantos pueblos: los célticos, que rayan con la Lusit~Lnia, del convento Hispalense, y los
túrdulos ...“. Plinio cita entre sus ciudades Seria, llamada Fama lulia, Nertóbriga Concordia
lulia, Segida Restituta lulia, Contributa lulia Ugultunia, Curiga, Lacimurga Constatia
Iulia57, a los Estereses (o Siarenses) Fortunales y a los Callenses Eneanicos, además, añade
“en la Céltica”58 las de Acinippo, Arunda, Arunci, Turóbriga, Lastigi, Salpesa, Saepone
y Serippo que, con la excepción de Arunci y Turóbriga (Berrocal-Rangel 1992: 39 s.), se
ubican fuera de la Beturia céltica, que cabe localizar en la cuenca del río Ardila (Berrocal-
Rangel 1992: fig. 2), habiendo de buscar la explicación en la penetración de elementos
célticos al Sur del Guadalquivir (García Iglesias 1971:107).
56
Para la delimitación geográfica de la Beturia céltica y la identificación de las ciudades célticas citadas por
Plinio, vid. García Iglesias (1971), Tovar (1963: 363 ss.) y Berrocal-Rangel <1988: 57ss.; 1989: 245 ss.; 1992: 29-
72).
Los cognomina “lulia” de algunas de estas poblaciones reflejarían, según Berrocal-Rangel (1992: 36 y 50),
que la integración definitiva de estos oppida en el sistema jurídico romano se debió realizar en tiempos de César.
58
Berrocal-Rangel (1992: 36) sugiere, siguiendo a A. Canto, la sustitución del, según él, problemático in
Celtica por el menos conflictivo in Baetica, pero, como se verá, la presencia de celtas al sur del Guadalquivir está
confirmada por diferentes fuentes históricas y epigráficas, lo que justñcaría tal denominación por parte de Plinio.
69
ALBERTO 1. LORRIO
Sin embargo, con respecto a este topónimo, Untermann (1985a: nota 15) ha manifestado serias dudas en
relación a su carácter céltico, planteando que tal vez se trate de un topónimo no indoeuropeo de la forma Basti, Urci,
etcétera.
Sobre el carácter céltico de los pueblos citados por las fuentes literarias y su localización geográfica, vid.
Tranoy (1981: 41 Ss.) y Tovar (1989: 124 y 136-141).
70
GEOGRAFIA DE LA CELTIBERIA
englobados una serie de pueblos, entre los que se incluirian los neri, los supertamarci, cuya
existencia ha quedado confirmada, además, por la :pigrafia (Albertos 1974-75), los
praestamarci y, quizás, los cileni, a los que habría que añadir también los artabri, que por
Mela (3, 13) sabemos que eran Celticae gentis. Estos keltikoi, según Estrabón (3, 3, 5),
serían parientes de aquellos célticos del Guadiana que se desplazaron junto con los túrdulos
hasta el río Limia, donde al parecer se separaron, continuando, ya sin éstos, su expedición
hacia el Norte61.
Estrabón (3, 3, 5) sitúa en las proximidades del cabo Nerio, “que es el final de los
lados Norte y Oeste” de la Península, y junto al cual se asientan los ártrabos, a los keltikoi.
Mela, cuya obra se desarrolla a mediados del siglo 1 d.C., tras describir la costa entre el
Duero y el promontorium Celticum, identificable con el ‘:abo Neriwn también llamado cabo
de los ártabros62 (Str., 3, 1, 3), señala que toda esta legión está habitada por los celtiel
(Mela, 3, 10). A continuación (Mela, 3, 11) se refiere a una serie de pueblos, sin hacer
mención de su filiación céltica bien conocida por otras fuentes, los praesamarci, los
supertamarici y los neri. Plinio escribe que “el convento Lucense comprende, además de los
celtici y los lemavos, 16 pueblos poco conocidos y de nombre bárbaro” (3, 28), aunque en
otro pasaje (Plin., 4,11 1), al describir la costa septentrional de Hispania cita en último lugar
a los arrotrebae (vid, también Str., 3, 3, 5), o ártrabos, para a continuación del
promontorium Celticum, señalar la presencia de los nerios, celtici cognomine, los
supertamáricos, los praestamáricos, celtici cognomine, y los cilenos.
Los ártrabos, o arrotrebae, se asentarían en ks proximidades del cabo Nerium,
identificable quizás con el Finisterre; los nerios, que debieron ser vecinos de los ártabros,
se encontraban en el extremo de la costa occidental de la Península (Mela, 3, 11); los
supertamáricos y los praestamáricos estarían vinculados con el río Tambre, asentándose,
respectivamente, al Norte y al Sur del mismo, mientras que los cilenos se hallarían aún más
al Sur.
61 La presencia de túrdulos en el Norte de Portugal es señalada ~or Mela (3, 8) y, sobre todo, por Plinio (4,
112 y 113), quienes localizan a los turduli veteres al Sur del curso inferior del Duero, presencia que ha quedado
confirmada con el hallazgo de dos téseras de hospitalidad procedentes de Monte Murado (Vila Nova de Gaia), en
la margen izquierda del Duero, en torno a su desembocadura (Silva 1983).
62 Según Artemidoro, el promontorium Ar¡rabum era el punto irás lejano de la costa de Hispania (Plin., 2,
242).
71
ALBERTO J. LORRIO
d). Hay que mencionar en último lugar los pasajes de las fuentes literarias en los que
se señala la presencia de galos en territorio hispano. Con la excepción de la referencia ya
comentada de Eratóstenes a los Galatae (en Str., 2, 4, 4), que dado el contexto más bien ha
de interpretarse como sinónimo de celtas, las pocas noticias aportadas apuntan hacia
cronologías tardías, a partir de finales del siglo III a.C., interpretándose en buena medida
como infiltraciones de grupos de galos procedentes del otro lado de Pirineos.
Livio (24, 41), al relatar los acontecimientos del 214-212, se refiere a la muerte en
el campo de batalla de dos reguil Gal/orzan aliados de los cartagineses: Moenicoeptus y
Vismarus. El botín estaba formado en su mayoría por spolia plurima Galilea: torques áureos
y brazaletes (armillae) en número elevado. Los nombres de estos régulos sugieren un origen
extrapeninsular para los mismos (Tovar 1977: nota 15; Albertos 1966: 158 y 253), aun
cuando según Schulten (1935: 85) se trataría de celtas de la Meseta.
La presencia de galos estaría mejor documentada en el Noreste, pues debido a la
proximidad geográfica de esta zona con los focos de origen, los contactos habrían sido
particularmente intensos, como se encargan de demostrar la toponimia (vid, mfra) y la
arqueología (Almagro-Gorbea y Lorrio 1992: 414). En este marco cabria situar la conocida
cita de César (beil. ciu. 1, 51) quien, en el 49 a.C., señala la llegada a su campamento,
situado frente a la ciudad de Ilerda, de un contingente formado por jinetes galos y arqueros
rutenos acompañados por más de 6.000 hombres junto con sus siervos, mujeres e hijos.
El mismo origen cabría atribuir a otra serie de evidencias (vid. Beltrán Lloris 1977;
Beltrán 1980; Marco 1980: 62; García-Bellido 1985-86; Burillo 1988c: 26; Almagro-Gorbea
y Lorrio 1992: 413 5.; Lorrio 1993: 297; de Hoz 1993a: 365), fundamentalmente de tipo
toponímico, como una Gállica Flavia, que Ptolomeo (3, 6, 67) atribuye a los ilergetes, o las
mansiones romanas Foro Gallorum y Gallicum localizadas en el curso inferior del río Gállego
(Gallicus), hidrónimo que admitiría una interpretación semejante. De una zona no muy
alejada procedería la llamada tábula de Gallur, datada a finales del siglo 1 y comienzos del
II d.C., y en la que se cita un pago gallorum (Beltrán Lloris 1977). Especial interés tiene la eL
72
GEOGRAFíA DE LA CELTIBERIA
1). La celtibéricaTM, definida a partir del hallazgo de una serie de textos en una
lengua de tipo céltico arcaico, tanto en escritura ibérica -adaptada del ibérico en un
momento que cabe situar en el siglo II a.C.- como en alfabeto latino -fechados en el
siglo 1 a.C., aun cuando existen algunos casos datables con posterioridad al cambio
de era-. Estos documentos epigráficos son de distinto tipo: téseras de hospitalidad,
inscripciones rupestres de carácter religioso, Leyendas monetales, inscripciones
sepulcrales, grafitos cerámicos, etc. A ellos habría que añadir dos documentos
públicos de gran extensión, los llamados bronces de Botorrita. La dispersión
geográfica de la mayor parte de estos hallazgos coincide básicamente con el Oriente
de la Meseta y el Valle Medio del Ebro, territorio identificado con la Celtiberia de
las fuentes clásicas, incluyendo también sus zonas limítrofes (figs. 6,A y 7,A, 1-3).
Esta distribución geográfica justifica plenamente la adopción del término celtibérico
por la Lingílistica.
2). Los documentos epigráficos celtibéricos no son los únicos testimonios de lenguas
indoeuropeas en la Península Ibérica, mas silos mejor conocidos. De las tierras del
Occidente peninsular procede un reducido grupo de inscripciones -tres en total, una
63 Una visión de conjunto, con abundantes referencias bibliográficas, puede obtenerse en las recientes
aportaciones de Villar (1991: 443 ss.), de Hoz (1993a) y Gorrochategi¡i (1993).
73
ALBERTO 1. LORRIO
eL
6V•
eL
eL
Fig. 6. A.- Arcas /ingñtsticas de /a Penínsu/a ¡ibérica; fi. - Topónimos en -briga: 1.- Indígenas; 2.- Latinos. (A, según
Untermann 1.981).
74
GEOGRAFíA DE LA CELTIBERIA
de ellas perdida- en alfabeto latino, pero que contienen una lengua indoeuropea
distinta del celtibérico, denominada lusitano debido a la dispersión geográfica de los
hallazgos (dos de ellas proceden del territorio potgués entre el Tajo y el Duero, y
la tercera, hoy perdida, de las tierras cacereñas inmediatamente al Sur del Tajo) (figs.
6,A y 7,A, 11). Estas inscripciones presentan una cronología tardía, correspondiente
a los primeros siglos de la era. Si para la mayor parte de los investigadores
constituyen el testimonio de una lengua indoeuropea diferente del celta (Tovar 1985;
Schmidt 1985; Gorrochategui 1987), también se ha planteado su vinculación con la
subfamilia céltica, interpretándose como un dialecto céltico distinto del celtibérico
(Untermann 1987).
Habría que mencionar aquí brevemente (fig. 6,A) las llamadas incripciones tartésicas
o del Suroeste (en su mayoría de carácter funerario y fechadas entre los siglos VII y VI
a.C.). Si bien inicialmente fueron puestas en relaciór con una lengua no indoeuropea,
recientemente se ha señalado su posible interpretación desde una lengua de tipo indoeuropeo
Occidental y más concretamente celta; los problemas de desciframiento hacen que esto resulte
aún dudoso65.
La coexistencia de diversas lenguas indoeuropeas, algunas célticas pero otras
posiblemente no, debió ser un fenómeno generalizado, lo que confirmaría la enorme
complejidad del territorio indoeuropeo peninsular a la llegada de Roma, complicado as¡mismo
por la propia presencia de esta potencia mediterránea.
El panorama ofrecido por los documentos en lengua indígena se completa con la
onomástica, conocida a través de las obras de los autores grecolatinos y sobre todo por la
epigrafía. Esta incluye textos en lengua indígena -ya en escritura ibérica o en alfabeto latino-
e inscripciones latinas, que son, con mucho, las más atundantes, datándose en su mayoría
en época imperial (Albertos 1983: 858 s.). Estas evidencias onomásticas66 son
principalmente antropónimos, no faltando los topónimos~ los teónimos, o los nombres de las
organizaciones sociales de tipo suprafamiliar -formados a partir de la antroponimia-
65 En este sentido, vid, de Hoz (1989b: 535 ss.; 1993a: 366), quien tan sólo acepta el carácter indoeuropeo
de un antropónimo de la inscripción de Almoriqui (Cáceres), que inte:preta como una evidencia de contactos entre
las poblaciones autóctonas y los primeros grupos meseteflos llegados a esta zona, y Gorrochategui (1993: 414 s.).
66 Para los testimonios onomásticos en general, vid, de Hoz (19<)3a: 366 ss.), con bibliografía.
75
ALBERTO J. LORRIO
76
GEOGRAFíA DE LA CELTIBERIA
demostrarían que la utilización de esta toponimia característica siguió en vigor durante largo
tiempo. Un buen ejemplo de ello sería el caso de Flavióbriga que, de acuerdo con Plinio (IV,
110), habría sido la nueva denominación de la ciudad de portus Amanun, lo que evidenciaría
la pujanza de estos topónimos en fechas ya plenamente romanas68.
Otro grupo de topónimos son los que ofrecen ~l sufijo Seg-, cuya etimología se
explica por el celta segh ‘victoria’, que en alguna oc:lsión aparecen vinculados con los
topónimos en -briga, caso de Segóbriga. Su distribución contrasta con los topónimos de la
serie anterior por estar perfectamente representados en la zona nuclear de la Celtiberia
Occidental y sus aledaños, entre el Sistema Ibérico y el [‘isuerga, observándose, al igual que
ocurriera con éstos, su expansión hacia el Suroeste: en dirección a la Turdetania y la Beturia
céltica.
La relación de ambas series toponímicas con la Celtiberia, quedaría confirmada por
Plinio (3, 13) quien, como ya se ha señalado, vincula a los celtici de la Beturia con los
celtíberos, lo que se constata en el nombre de sus ciudades, como es el caso de Nertóbriga
y Segida, también localizadas en el Valle del Ebro, o Tiróbriga.
Si los topónimos en Seg- y en -briga permiten definir un área de celtización o, quizás
mejor, de celtiberización, un significado diferente habría que atribuir a los topónimos en -
68 Así, cabría referirse a una Celticoflav(ia) en Albocola, Salamanca (Tovar 1976: 212).
77
ALBERTO J. LORRIO
fiable que la toponimia, por su mayor inestabilidad y estar sujeta, además, a la movilidad de
los individuos, aspecto en el que la propia presencia de Roma debió jugar un papel
primordial, tanto directamente, con el desplazamiento de pueblos por parte de los romanos,
como sería el caso de los lusitanos asentados al sur del Tajo (Str., 3, 1, 6), como
indirectamente, por las propias guerras contra Roma. Actualmente se dispone de un completo
corpus antroponímico que permite abordar su estudio con plenas garantías69.
El territorio indoeuropeo definido a partir de la distribución de los topónimos en -
briga, aparece cubierto por una antroponimia característica, en general de tipo indoeuropeo,
cuyo carácter céltico no siempre está claro (Albertos 1983: 860 5.; de Hoz 1993a: 367 ss.),
que aporta una cierta sensación de homogeneidad. Si bien esto es cierto en lineas generales,
no lo es menos la existencia de concentraciones de series antroponímicas que, en ocasiones,
resultan claramente mayoritarias de una determinada región. Este sería el caso de Aius, Atto
o Rectugenus, claramente restringidos al territorio celtibérico, de Cloutius o Clutamus,
característicos del Occidente peninsular, especialmente el Oriente de la Lusitania y el
Noroeste, o de Boutius, Tancinus o Tongetamnus, identificados en la Lusitania central. —
Resulta, pues, licito hablar de una onomástica personal celtibérica, lusitana, lusitano-galaica,
etc., por más que aunque a menudo su dispersión presente solapamientos que dificultan la
delimitación geográfica de los pueblos conocidos por las fuentes literarias.
Mayor trascendencia, si cabe, tienen los antropónimos de tipo étnico como Celtius o
Celtiber y sus variantes (fig. 7,A,4-5). Los primeros aparecen claramente concentrados hacia
Lusitania y el Sur del área vetona, mientras que los segundos presentan una dispersión mucho
más general, siempre fuera del territorio celtibérico conocido por otras fuentes documentales.
Así pues, y como queda demostrado en el caso de Celtiber, estos antropónimos contribuyen
a definir por exclusión el área propiamente céltica y/o celtibérica, por cuanto se ha
considerado con razón que estas denominaciones corresponden a individuos no autóctonos, —
pues debían servir como elemento caracterizador de los mismos e indicador de su origen.
Consiguientemente, su interés es mayor ya que, además de contribuir a la definición en —
negativo del área céltica, ponen de relieve las zonas de emigración de las gentes célticas que,
como en los casos de Lusitania y Vettonia, debió ser bastante intensa. eL
69 Una panorámica general puede verse en Albertos 1983, donde se recoge la bibliografía esencial. Vid.,
además, Albertos 1985 y 1987.
78
GEOGRAFíA DE LA CELT [BERlA
Fig. 7. A-Antropónimos yEtnónimos Celtius y Celtibery relacionados: 1-3, área /ingñtstica del Celtibérico, según
diversos autores; 4, Celtius y variantes; 5, Celtiber, -a,- 6, Celtit~nus, -a; 7, Celtigun, 8, etnónimos celtici; 9,
ciudades de los celtici del Suroeste y ciudades localizadas de la Ce/Iberia; 10, “Celtigos” en la toponimia actual;
11, inscripciones lusitanas. fi. - Antropónimos Ambatus y relacionados: 1, Anibatus y sus variantes; 2, genti/idades.
<A, según A/magro-Gorbea 1.993 y A, según A/henos 1.976, modificado y ampliado).
79
ALBERTO J. LORRIO
relacionados (fig. 7,B), cuya etimología hace clara referencia al sistema clientelar de la
sociedad céltica (galo ambactos ‘servidor’). Presenta una concentración al Norte de la
Celtiberia, en la que sin embargo apenas está representado, detectándose su distribución por
el Occidente de la Meseta, sin llegar a alcanzar el territorio lusitano. Quizás, dada su práctica
ausencia en la Celtiberia y su significado, pudiera plantearse su utilización más entre
poblaciones celtizadas que entre las propiamente celtibéricas.
De gran interés para el conocimiento de la sociedad céltica, es el caso de las llamadas
“gentilidades” (vid., al respecto, González 1986), organizaciones de tipo suprafamiliar
interpretadas en ocasiones como denominaciones de clanes (Albertos 1975). La mención de
estos “grupos familiares” (fig. 8,A, 1), de acuerdo a la denominación sugerida por de Hoz
(1986a: 91-98), se realiza normalmente mediante un adjetivo en genitivo de plural derivado
de un antropónimo, apareciendo habitualmente en la fórmula onomástica indígena, tanto en
las inscripciones latinas como en las celtibéricas -vgr. Lubos (nombre del individuo), de los
alisokum (nombre del grupo familiar), hijo de Aualos (nombre del padre), de Contrebia
Belaisca (ciudad de procedencia)-. A pesar de su elevado número, no es frecuente su
repetición que, cuando se produce, o bien ocurre en territorios muy alejados entre sí o están
referidos a los miembros de una misma familia (padre e hijo, hermanos, etc.). Esto permite
su interpretación como agrupaciones familiares de tipo extenso, en torno a cuatro
generaciones a lo sumo (de Hoz 1986a: 91 ss.). Su distribución geográfica (fig. 8,A,1)
engloba la Celtiberia de las fuentes clásicas y las tierras del Sistema Central, al Norte del
curso medio del Tajo, constatándose su presencia igualmente en la zona cantábrica, con una
importante concentración en territorio astur.
El Occidente que, como se ha visto, presenta una serie de características —
eL
documentadas en todo el Occidente, desde Gallaecia hasta Lusitania y Vettonia-, reflejando
la celtización religiosa de aquellas regiones. Dentro de esta zona occidental, el Noroeste -
80 eL
QEOGRAPIA DE LA CELTIBERIA
Fig. 8. A.- “Gentilidades” (1) y castella (2). fi.- Divinidades lusitano-galaicas: 1, Bandua, 2, Coses; .3, Nabia,~ 4,
Reva; 5, otras divinidades. (A, según Albertos 1.975, ampliado, y q, según García Fernñndez-A/balat 1.990).
81
ALBERTO J. LORRIO
82
eL
GEOGRAFIA DE LA CELTIBERIA
Parece lícito plantear que se deben considerar celtas a aquellos grupos arqueológicos,
cuyo origen se remonta a los albores de la 1 Edad del Hierro (en la transición del siglo VII
al VI a.C.), que alcanzan sin solución de continuidad el período de las Guerras con Roma,
situándose su zona nuclear en áreas donde en época avanzada es conocida la presencia de
pueblos históricos celtas y en la que además existeix evidencias de una organización
sociopolítica de tipo celta y pruebas lingtíísticas de que ;e hablaría una lengua celta.
En este sentido, es adecuada la utilización del téinino “celtibérico” para referirse a
las culturas arqueológicas localizadas en las tierras del Alto Tajo-Alto Jalón y Alto Duero
ya desde sus fases formativas70. La continuidad puesta dc manifiesto a través de la secuencia
cultural en este sector de la Meseta permite correlacionar las evidencias de tipo arqueológico
con las históricas o étnicas, dada su individualización en un territorio que, en gran medida,
coincide con el que los autores clásicos atribuían a los :eltfberos (pueblo que, como se ha
señalado, era considerado como celta), y en el que, al menos en época histórica, se hablaría
una lengua celta, el celtibérico, la única que sin ningún género de dudas ha sido identificada
como tal en la Península Ibérica.
Su punto de arranque puede situarse a partir de k aparición de aquellos elementos de
cultura material, poblamiento, ritual funerario, estructura socioeconómica, etc., que van a
ser característicos del mundo celtibérico a lo largo de todo su proceso evolutivo. Deben
valorarse en su justo término las modificaciones en el resistro arqueológico y otras de mayor
alcance, perfectamente explicables desde la aculturaciór, los intercambios comerciales o la
propia evolución local.
Por su parte, el hallazgo de elementos que pueden ser considerados como celtibéricos
en áreas no estrictamente celtibéricas puede verse como un indicio de celtiberización y, por
tanto, celtización de estos territorios. Esto, más que pirnerlo en relación con importantes
movimientos étnicos, debe verse como un fenómeno intermitente de efecto acumulativo, que
cabe vincular con la imposición de grupos dominantes, seguramente en número reducido,
migraciones locales o incluso la aculturación del substrato (Almagro-Gorbea 1993: 156). De
acuerdo con ello, podría interpretarse la dispersión geográfica de ciertas armas típicamente
70 Por más que resulte legítima la aplicación de términos étnicos para definir entidades arqueológicas, no
conviene olvidar la dificultad en establecer la correlación Arqueología-Etnia-Lengua, que ha llevado a mantener
conceptos culturales como “cultura de los castros sorianos”, o preferir el más genérico de 1 o II Edad del Hierro,
que resulta difícil de mantener en aquellas áreas en las que la secuenc a cultural no se adecúa a dicha terminología.
Los términos étnicos, por su parte, se han mantenido de forma usual para los períodos más avanzados, cuando
aparecen utilizados por los autores clásicos (vid. capítulo VII).
83
ALBERTO J. LORRIO
celtibéricas -como es el caso de los puñales biglobulares- como indicios de esta expansión,
y por consiguiente del proceso de celtización, también documentado por la distribución de
los antropónimos étnicos Celtius y Celtiber y sus variantes, o de los propios topónimos en -
briga. Desde el punto de vista lingilistico, se manifiesta por la aparición de textos en lengua
celtibérica fuera del teórico territorio celtibérico, en su mayoría localizados en la Meseta,
pero también en zonas más alejadas, como Extremadura. Este es el caso de una tésera de
hospitalidad procedente, al parecer, del castro de Villasviejas del Tamuja (Botija, Cáceres)
o la pretendida identificación de la ceca de Tamusia con el mencionado castro extremeño (de
Hoz 1991b: 40). Un dato indirecto lo da Plinio (3, 13), para quien los célticos de la Beturia
serian celtíberos.
Ello no excluye, obviamente, que hubiera otros hispanoceltas diferentes de los
celtíberos, según parecen confirmar las fuentes literarias con respecto a los berones, o que
dicho proceso de celtiberización se realizara en áreas donde existiera previamente un eL
componente celta, por otra parte difícil de determinar. El panorama resulta especialmente
complejo en relación a aquellos grupos étnicos, cuyo proceso formativo es conocido a través
de la Arqueología, a los que los autores clásicos en ningún caso consideran expresamente
como celtas y de los que se desconoce la lengua que hablaban o, como ocurre con el
lusitano, su carácter céltico esté lejos de ser admitido unánimemente.
Dentro del mundo céltico así entendido, hay variabilidad en el tiempo y en el espacio
y, por tanto, no se puede ver como algo uniforme, esto es, “simple”, una realidad cuyos
recientes conocimientos -sobre todo gracias en gran medida al aumento de datos- evidencian —
84
GEOGRAFIA DE LA CELTIBERIA
85
ALBERTO J. LORRIO
necesaria una elaboración propia para realizar una descripción coherente de este ámbito
geográfico.
En ningún caso se ha pretendido realizar un estudio completo y exhaustivo del medio
físico, sino que se ha limitado a aquellos elementos más significativos para la comprensión
del medio en el que se desarrolló la Cultura Celtibérica, omitiendo otros que, a pesar de su
indudable valor geográfico, no resultan relevantes para este objetivo. Así, la descripción del
marco geográfico se ha estructurado en tres apartados que se corresponden con lo que se ha
considerado que son los tres factores condicionantes básicos: morfología, clima y recursos.
La evolución geológica constituye un factor definitorio de las distintas áreas de paisaje
como elemento modelador de las mismas. Ahora bien, sin pretender realizar un estudio
geológico de este ámbito, que poco o nada podría aportar a la descripción del medio del
mundo celtibérico, no parece aconsejable ignorar la evolución morfoestructural y los procesos
ligados a la litología, que han dado lugar a la formación de distintas áreas morfológicas con
diferentes grados de habitabilidad.
Finalmente, y aun a riesgo de resultar obvio, conviene tener presente que el cuadro eL
natural que se describe corresponde a la fase actual de la evolución regresiva que sufren los
diferentes ecosistemas como resultado de la acción antrópica. Desde esta perspectiva, la eL
actuación depredativa de los grupos celtibéricos (caza, pesca, recolección silvestre) fue
mínima, ya que la elementalidad de sus técnicas y la escasez de efectivos demográficos eL’
permitían que el propio dinamismo del ecosistema repusiera las pérdidas manteniendo el
equilibrio natural.
La primera ruptura en el equilibrio de los ecosistemas no se produce hasta el
Neolítico. La práctica de la ganadería y de la agricultura significa el comienzo de la
sustitución de los ecosistemas naturales por ecosistemas antrópicos, con la consiguiente
degradación del bosque y de los suelos y la proliferación de determinadas especies vegetales eL’
9%
86
GEOGRAFíA DE LA CELTIBERIA
miento y erosión de los suelos, ha sido cada vez mayor en un territorio cuyos ecosistemas
son, de por sí, frágiles, por su predominio bioclimático mediterráneo.
87
ALBERTO J. LORRIO
eL
‘U
u’
88
GEOGRAFIA DE LA CELTIBERIA
las sierras de Pardos y Santa Cruz. Son bloques levantados, a modo de horst, constituidos
por materiales paleozoicos, donde los relieves más alomados corresponden a las pizarras y
los más abruptos y acrestados a las cuarcitas, siendo relieves residuales de las superficies
erosivas.
La depresión de Calatayud, que se alarga entre ambas alineaciones montañosas, es una
réplica menor de la depresión central del Ebro, tanto por sus formas de relieve horizontales
como por sus materiales sedimentarios. Esta depresión longitudinal se prolonga entre
Calamocha y Teruel, con las sierras Menera y Albarracín al sur; bifurcándose esta fosa
intermedia, desde Teruel, más hacia el sur con el cuiso del Turia, entre las sierras de
Albarracín y Javalambre, y hacia el este con el del Mijares, ya fuera del ámbito de estudio.
La depresión del Ebro se encuentra colmatada pr sedimentos terciarios de carácter
detrítico y químico, procedentes de las zonas serranas con aportes fluviales recientes, que han
dado lugar a la formación de terrazas. Es el dominio de la tierra llana y en ella sus escasas
elevaciones se identifican con estructuras horizontales diferenciadas por procesos erosívos.
En su sector central, el río recorre longitudinalmente la depresión adosado al piedemonte
ibérico. El inicio de la circulación exorreica de su rec. a partir del Plioceno generó una
paulatina incisión de este río y de sus afluentes ibéricos
Los afluentes de la margen derecha procedenus de la Tierra de Cameros, han
compartimentado con sus valles transversales este relieve marginal adosado a las sierras
ibéricas y constituido por un importante paquete calcáreo plegado en la orogenia alpina donde
dominan formas simples con pliegues, por lo general laxos. De estos ríos los más importantes
son el Cidacos y el Alhama que se caracterizan por una gran irregularidad en su caudal, por
su matiz mediterráneo, corregido por alimentación nival con máximos en marzo-abril y
mínimos a finales de verano (fig. 11).
Más hacia el sur, los afluentes Queiles y Huecha, procedentes del Moncayo, y el
Jalón, el Huerva y el Aguasvivas, han individualizado con su erosión una serie de relieves
tabulares denominados “muelas” y “planas”, cuyas cumbres, sensiblemente horizontalizadas,
culminan entre 500 y 900 m.: Muela de Borja, La Muela y La Plana.
Desde las muelas, se desciende a los cursos fluviales de la red del Ebro a través de
una serie de formas que se repiten. Al pie de la muela, una superficie ligeramente inclinada
(glacis) se desarrolla, primero, sobre los yesos erosionados y, más abajo, sobre los materiales
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ALBERTO 1. LORRIO
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9%
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Fig. 10. Altitud.
eL’
90
GEOGRAFíA DE LA CELTIBERIA
acumulados procedentes de la erosión de las muelas (cantos angulosos). Los glacis de pie-de-
muela empalman con las terrazas fluviales.
Estas muelas se integran en un conjunto de depresiones erosivas denominadas
“campos” (Cariñena) y “llanos” (Plasencia). Conforman amplias llanuras como resultado del
rebajamiento erosivo de las superficies blandas y de las sucesivas acumulaciones de glacis
procedentes de la descarga de los ríos ibéricos.
Hay que destacar por su mayor caudal y longitud la importancia del río Jalón, que
corta perpendicularmente por medio de estrechas gargantas las dos alineaciones de sierras que
flanquean la depresión de Calatayud, donde recibe las aguas del Jiloca. La irregularidad
propia de su alimentación pluvial mediterránea se agr~ va por la deforestación, acusando
profundos estiajes en verano. Sus afluentes Piedra y Mesa se encajan en profundos cañones
con importantes acumulaciones de tobas calizas.
El Jiloca, desde su nacimiento en la zona kárstica cíe CelIa, discurre longitudinalmente
y sin apenas encajamiento por una fosa tectónica más reciente con materiales del Plioceno
Superior y un considerable relleno de materiales detríticos pliocuaternarios y cuaternarios
modelados en glacis.
La Sierra de Albarracín está constituida por macizos orlados por sedimentos triásicos
y por relieves estructurales con apuntamientos de cuarcitas y pizarras paleozoicas y
abundancia de rocas carbonatadas y otros materiales solibles, como yesos y sales, que dan
lugar al paisaje kárstico que la define, con una gran actividad hidrogeológica de la que se
deriva la importancia de sus recursos hídricos, al contar con numerosos puntos de recarga
de acuíferos (campos de dolinas de los Llanos de Pozonclón y Villar del Cobo y sistemas de
poljés en Frías de Albarracín) y de descarga a través de manantiales y fuentes que, incluso,
dan lugar al nacimiento de importantes cursos fluviales (Guadalaviar, Cabriel, Júcar, Tajo
y Jiloca) (Peña 1991).
El macizo de Albarracín se prolonga hacia el ‘norte con las sierras Menera y de
Caldereros, constituidas principalmente por cuarcitas siliricas. Entre estas alineaciones y la
fosa del Jiloca se localiza la depresión de Gallocanta, cuenca intraibérica cerrada de 536
que mantiene un funcionamiento endorreico con varias lagunas ubicadas en la parte
distal de un extenso sistema de glacis. El nivel y salinidad de las aguas varía enormemente
en función de las precipitaciones, su única fuente de alimentación, y del grado de
evaporación, su única forma de descarga.
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ALBERTO J. LORRIO
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eL.
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GEOGRAFíA DE LA CELTIBERIA
93
ALBERTO J. LORRIO
secundarios del borde meseteño, y los materiales mesozoicos plegados de las sierras de
Ayllón y Peía que, junto a los Altos de Barahona y Sierra Ministra, forman una prolongación
montañosa que enlaza con el Sistema Ibérico, al tiempo que constituyen la divisoria con la
cuenca del Duero situada al norte.
La Depresión del Duero es otra de las grandes cuencas terciarias peninsulares, cuya
cabecera queda enmarcada por el Sistema Ibérico al norte y este, y por el Sistema Central
al sur, avanzando al oeste hacia la penillanura zamorana-salmantina.
A pesar del aspecto cerrado de la cuenca existen dos corredores de gran amplitud que
conectan por el NE. con la Depresión del Ebro a través de La Bureba, y por el SE. con la
9%
depresión intraibérica de Calatayud a través de la cuenca satélite de Burgo de Osma-
94
GEOGRAFÍA DE LA CELTIBERIA
Almazán. También existen islotes montañosos internos como las “serrezuelas” en el norte de
Segovia (VV.AA. 1987b).
La evolución geológica ha estado determinada por los procesos de colmatación que
tuvieron lugar a través de sucesivas etapas de relleno que, iniciadas a comienzo del Terciario,
cobran su máxima entidad durante el Mioceno. El predominio de materiales carbonatados
(calizas) y evaporiticos (margas) depositados en el tramo NE. es subsidiario de los aportes
provenientes de las cordilleras ibéricas.
Lo más característico de su morfología es el contnLste entre las superficies de páramos
(niveles calizos duros), que ocupan el sector central de la cuenca prolongándose hacia el
borde ibérico y la depresión de Almazán, y las campiñas (compuestas por materiales blandos:
arcillas, margas, limos y arenas) modeladas en superficies llanas y de escasa pendiente, con
lomas o motas dispersas.
El páramo superior no representa el techo final de la sedimentación neógena ya que
por encima quedan pequeños relieves residuales (cerros testigo, oteros), pero conforma las
plataformas importantes. Son superficies extensas, l~ anas y altas en estratos calizos
horizontales y duros que protegen las arcillas infrayacentes y que han sido formadas por
desmantelamiento de otras superficies. Dichas plataformas quedan realzadas hasta 100-150
m. sobre los valles actuales que les dan límite, añadiendo una gran variedad de formas
producto de diversas etapas de excavación.
La línea de páramos entre la Tierra de Alma:~án y Vicarías marca la divisoria
hidrográfica entre la cuenca del Duero y del Ebro. El diierente nivel de base entre la meseta
del Duero y la depresión del Ebro es responsable de la mayor agresividad en la erosión
remontante de los afluentes del Jalón (Henar, Nágima), que amenazan con capturar los
suaves e indecisos cursos de algunos afluentes del Duero (río Morón) (Bachiller y Sancho
1990).
Por último, es interesante señalar que esta alternancia de elevaciones y depresiones
han definido una serie de corredores naturales, que han jugado un importante papel desde el
punto de vista de las comunicaciones.
En este área geográfica destacan tres grandes ejes, en torno a los cuales se estructuran
otros menores. El corredor del Valle del Duero que en este tramo sigue un sentido NO.-SE.,
supone una importante vía de penetración que enlaza con el Valle del Jalón, a través del cual
95
ALBERTO J. LORRIO
y siguiendo el curso de sus aguas en sentido 50.-NE., comunica todo el ámbito con el Valle
del Ebro.
Desde la más remota antiguedad el Valle del Jalón ha constituido el camino natural
más fácil entre la Depresión del Ebro y la Meseta; esto es así debido a que el Jalón corta
transversalmente la Cordillera Ibérica desde su nacimiento en las proximidades de Medinaceli
hasta alcanzar las tierras más bajas de la Depresión del Ebro y abre un estrecho pasillo de
acceso al interior de la Península (Sancho 1990).
La topografía predominantemente horizontal y de pendientes suaves del área de
transición entre ambos valles, Tierras de Almazán y Medinaceli, permite comunicar, además,
este eje con otro corredor de dirección N.-S., a través de las terrazas del Henares y La
Alcarria hacia las llanuras de transición con La Mancha.
El tercer corredor, también perpendicular al del Duero-Jalón, queda definido por el
Valle del Jiloca, bifurcándose al sur en dos ramales, siguiendo las fosas excavadas por los
ríos Mijares y Turia.
u’
prehistóricos.
Ahora bien, mientras la morfología no ha sufrido variaciones y los recursos han
variado cuantitativamente pero no cualitativamente, el clima sí ha experimentado cambios
importantes, especialmente desde la industrialización. Por esta razón se ha optado por —‘
realizar, no una descripción de los régimenes pluviométrico y térmico actuales, sino una
caracterización de los contrastes climáticos existentes en la zona de estudio. u’>
96
GEOGRAFÍA DE LA CELT BERlA
97
ALBERTO J. LORRIO
los meses de verano, en las zonas húmedas, por lo que se ha sustituido por el sistema de
Thorntwate (Ministerio de Agricultura 1979).
En este área geográfica se han determinado tres zonas agroclimáticas húmedas y otras
tres secas cuya descripción se relaciona a continuación.
— ‘— — ni.; —~
T. 1 mm. > -29” C
T. 1 máx. entre O y 5” C. 0’
98
GEOGRAFíA DE LA CELTIBERIA
Los tres tipos de régimen térmico de este clima se ‘distribuyen, fundamentalmente, por
las áreas llanas y en alturas comprendidas entre los 600 y 1.000 m. de altitud:
-D-RL:
T. k mm. > -10” C.
TSmáx. >O”C.
99
ALBERTO J. LORRIO
el régimen térmico con la zona A que representa la transición hacia las áreas húmedas.
100
GEOGRAFIA DE LA CELTIBERIA
101
ALBERTO J. LORRIO
supervivientes de hayas en la parte alta de los valles interiores de los grandes sistemas
montañosos (Peinado y Martínez 1985; VV.AA. 1987b). Unicamente en la Serranía de
Cuenca la serie es algo menor al constituir un ámbito de preferente desarrollo de la especie
Quercus (encina y rebollo) donde la degradación del bosque natural ha sido desde antiguo
muy intensa.
La zona de matorral engloba dos áreas de origen muy distinto: por una parte, matorral
de montaña y, por otra, áreas de bosque en regresión coincidiendo con altitudes intermedias
próximas a pastos y tierras de labor.
Las áreas cartografiadas se identifican según sea el uso mayor de un 60% de la
superficie, aunque con pequeños enclaves aislados de otros usos. El área de uso mixto
matorral-labor, localizado en las terrazas del Henares, las tierras de transición con La
Mancha al sur del río Tajo y los valles de los ríos Piedra y Mesa hasta el Jiloca, se
corresponden con el uso ganadero-agrícola en proporciones similares.
En cuanto a la fauna, hay que tener presente que las transformaciones del medio u”’
vegetal realizadas por el hombre, especialmente con la creación de un medio agrícola, han
71 Los puntos salinos cartografiados hacen referencia exclusivamente a acumulaciones salinas actuales a las que
habría que añadir otros puntos donde las aguas y/o los suelos poseían un contenido de sal en proporciones suficientes
‘U
para ser explotada en los meses de mayor evaporación.
102
GEOGRAFIA DE LA CELTEiBRÍA
D BOSQUE
MATORRAL
~ MATORRAL-LABOR
~ LABOR
103
ALBERTO J. LORRIO
Los animales más extendidos y abundantes serian ciervo, corzo, jabalí, lobo, zorro,
marta, garduña, turón, comadreja, gato montés, nutria y tejón. Otros como el armiño, el
lirón gris, el ratón leonado y varios tipos de topillos, propios de las montañas del norte, han
penetrado en las cuencas del Duero y del Ebro por los sotos de sus afluentes septentrionales,
llegando los últimos hasta el Sistema Central (Rubio 1988).
Caso especial es el del oso, cuyos efectivos actuales se ¡imitan a algunos enclaves en
Asturias, Santander y Pirineos, que antiguamente se extendía por todas las serranías.
Análogamente, el área de distribución del lince llegaba a Galicia y Francia, mientras que hoy
eL’
humanas no afecta (o incluso favorece) a sus estatus poblacionales, son muy comunes la rata
común, la campestre y la de agua, el ratón de campo, el casero y el moruno, el conejo y la eL’
liebre; así como erizos, topos y murciélagos tanto el común como el nóctulo grande que
todavía cuenta con una pequeña población en la meseta del Duero (Rubio 1988).
Por otra parte, son también abundantes los reptiles, sobre todo lagartos y culebras,
y los anfibios, animales que dependen de las masas de agua y no del medio vegetal, como
gallipatos, sapos, tritones, salamandras y ranas.
Finalmente, de las aves habituales en la Península han sido reseñadas actualmente
entre 395 y 400 especies (Bernis 1955). De entre ellas cabe mencionar las rapaces; el águila
imperial, el buitre negro y el elanio azul constituyen hoy verdaderas reliquias vivientes pero
estuvieron muy extendidas y algunas, caso del águila cuyo centro de operaciones es la
montaña, presentan extensas áreas de campeo descendiendo a páramos y llanuras. En cuanto
al grupo de nidificantes migratorias, se estima que algo más de un tercio de ellas están
9%
104
r
GEOGRAFIA DE LA CELTIBIERIA
vinculadas a los medios acuáticos: garzas, ánades, patos, grullas, etc. a pesar de lo mermadas
que están las zonas húmedas. Así, cabe destacar las grandes concentraciones de anátidas y
fochas de la laguna de Gallocanta donde han llegado a cersarse más dc 200.000 aves (Araujo
et alii 1981).
En definitiva, hay que insistir en que el panorama faunístico corresponde a una fase
de franco retroceso, tanto en lo que a poblaciones como a especies se refiere, muy vinculado
con el prolongado proceso de deforestación; asimismo, recordar que la importancia del
bosque no se limita a su valoración como refugio de fauna, sino también a su función
protectora de los suelos frente a la erosión, mejor conservación de los recursos de agua y,
en suma, a su contribución al mantenimiento de equilibrio natural.
105
4,
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eL
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9%
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e’
u’,
II’
EL HABITAT
107
ALBERTO 1. LORRIO
ocasiones ciertamente sofisticados, como una ‘respuesta defensiva’ por parte de la población
(Esparza 1987: 237). No obstante, dado que los castros no ocupan en general los lugares de
mayor control visual ni los de más fácil defensa, habría que pensar más que en la defensa
del territorio (Ralston 1981: 80> en una defensa económico-política, que afecta, como ha
señalado Esparza (1987: 237), a “las viviendas y sus ajuares, los alimentos recogidos, el
ganado, la vida de las personas y su independencia política”. El conjunto de los castros de
una región sí proporcionan el control territorial de la misma, tanto de los recursos como de
las comunicaciones.
La gran mayoría de los poblados conocidos en el territorio celtibérico no han sido
‘y
excavados o lo fueron en las primeras décadas de este siglo, lo que condiciona las
conclusiones que de ellos puedan obtenerse al basarse en análisis de superficie o en las
noticias, excesivamente parciales, dejadas por sus excavadores. A partir de la década de los
80 se ha producido un mayor desarrollo de los trabajos de prospección y excavación en el
ámbito celtibérico (vid, capítulo 1, 4), a lo que hay que añadir la revisión de que han sido
objeto algunas de las culturas castreñas de mayor personalidad, como los castros sorianos
(vid. Romero 1991a y, entre otros trabajos del mismo autor, Bachiller 1987a) o los castros
del Noroeste de Zamora (Esparza 1987), permitiendo analizar las características de este tipo
de hábitat con ciertas garantías.
A lo largo de los siglos VII-VI a.C. van a hacer su aparición los primeros
asentamientos estables en la Meseta Oriental, cuyas características generales, tales corno la
elección del emplazamiento, habitualmente en lugares en altura, o el tamaño, por lo común
inferior a una hectárea, se mantienen en el transcurso de un amplio período de tiempo que
llega hasta la romanización. Pero este proceso no puede considerarse uniforme para todo el
territorio celtibérico, donde se dan importantes diferencias regionales en lo que al
poblamiento se refiere, condicionadas en buena medida por el marco geográfico y
refrendadas por aspectos derivados del ritual funerario (vid, capítulos VII y IX, 6) o la
diferente explotación del medio. A las diferencias geográficas y culturales existentes entre
las áreas que engloban el territorio celtibérico, hay que añadir aquellas derivadas de la propia
cronología de los asentamientos, que se pondrán de manifiesto principalmente en el caso de
la aparición de las ciudades desde finales del siglo III o inicios del II a.C. (vid, capítulo VII,
4.2). De cualquier modo, las características generales del poblainiento se analizarán
108
EL HABITAT
72 Esto es especialmente evidente entre los castros sorianos, cUy) tipo de asentamiento más habitual es el
localizado en las laderas (Romero 1991a: 191 y 195 s.).
109
ALBERTO .1. LORRIO
4,.’
940 c (1.t.•.”’
920
900 — A lo
9B0
860 —
Hg. 15. Planos de localización y perfiles topográficos de algunos asentamientos de la comarca de Daroca (filoca
Medio-Alto Icluerva): 1, El Castillo (Villarrdlla del Campo); 2, Cerro Almada (Villareal de Icluerva); 3, La Tejería
(Villadoz); 4, Valmesón (Daroca). (Según Durillo, dir. 1993).
í5
i io
EL HABITAT
92ss.; Arenas 1993: 289 ss.), así como de otros aspectos. como las condiciones que presenta
el lugar para su habitabilidad, su tamaño o la orientación (Durillo 1980; Arenas 1993: 288).
En el territorio estudiado pueden individualizarse diversos tipos de emplazamientos
en función de las características topográficas del terreno, por otro lado comunes con otras
áreas peninsulares (Llanos 1974: 109-111, lám. III; Idem 1981: 50-55, lám. 11; Esparza
1987: 238; Almagro-Gorbea 1994: 16), que muestran una preocupación preferentemente
defensiva. Estos emplazamientos (fig. 16) pueden ser en espolón o su variante en espigón
fluvial, en meandro, en escarpe, en colina o acrópolis, en ladera y en llano, aun cuando en
ocasiones algunos puedan participar de las características de varios de estos tipos (Durillo
1980: 260 ss.; Aranda 1986: 347 ss.; García Huerta 1%9-90: 148 s.; Romero 1991a: 191
ss. y 445; Arenas 1993: 287). La representatividad de lcs distintos tipos de emplazamiento
varia de unas regiones a otras. Así, el tipo más frecuente de asentamiento en las parameras
de SigOenza y Molina es el que se localiza en una colina o acrópolis (García Huerta 1989-90:
148 s.), mientras que entre los castros de la serranía soriana el más habitual es el tipo en
ladera, aunque esta categoría abarque algunos casos que bien pueden ser clasificados en los
tipos en espolón o en escarpe (Romero 1991a: 191).
Por lo que respecta a los oppida, en la elección de su emplazamiento priman diversos
aspectos, tales como la vinculación con vías comerciales o con recursos de diverso tipo, no
olvidando las cualidades defensivas del lugar.
111
ALBERTO J. LORRIO
1 2
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3 4
u’
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u’
Fig. 16. Tipos de asentamientos más característicos de los castros de la serranía soriana: en espolón: 2, en espigón
fluvial; 3 y 4, en colina o acrópolis; 5, en ladera. (Según Romero 1991a).
112
EL HABITAT
“ Aunque esto pueda aceptarse de forma general, existen poblados, adscribibles a la Primera Edad del Hierro,
cuya superficie supera la hectárea, como La Buitrera (Rebollo de Duero), con 2 ha., y La Corona (Almazán), entre
5 y 6 ha. (Jimeno y Arlegui e.p.), lo que contrasta con la informaciór disponible para hábitats contemporáneos,
como es el caso de los localizados en las parameras de Sigiáei~za y Molina de Aragón (García Huerta 1990: 149 s.)
que en ningún caso superan la hectárea.
~ Así ocurre con el castillo de Ocenilla (Taracena 1932: 40) que, a pesar de sus 7 ha. de superficie intramuros,
no parece que pueda ser considerada como un núcleo urbano.
113
ALBERTO J. LORRIO
53), que con sus 5 ha. se convierte en el centro territorial del Alto Tajuña, donde los
asentamientos no suelen superar la hectárea (García Huerta 1989-90: 150), habiéndo de
esperar a época romana para encontar un hábitat de 12 ha., el campamento de La Cerca
r
(Sánchez-Lafuente 1979: 77). Algo similar puede sefialarse para El Castellar (Frías), que con
sus 7,4 ha. constituye el núcleo más importante del Noroeste de la Sierra de Albarracín,
‘y.
donde los poblados, todos inferiores a una hectárea, presentan una superficie media de 0,6
ha. (Collado 1990: 17 s. y 113 s.).
N’ DE SITIOS
20
18
16 u’
14
12
10 —.
8
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4
2
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CASTROS NO. DE LA SIERRA HUERVA Y PARAMERAS DE
SORIANOS DE ALBARRACIN JILOCA MEDIO SIGUENZA-MOLINA
SUPERFICIE (HAS.) u’
Fig. 17. Comparación entre la superficie de los hábitats de diferentes áreas de la Celtiberia.
u’
114
EL HABITAT
115
ALBERTO J. LORRIO
1- NUMANCIA 2—SEGEDA
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‘0
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u’-
1~ 9 29Cm
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Hg. 19. Plantas de algunos de los más importantes oppida celtibéricos <por lo que se refiere a Numancia se ha
incluido la línea de muralla aunque no así los posibles cercos defensivos de lo ciudad). <Según Taracena 1941 (1),
Schulten 1933a (2), Taracena (3), Vicente et alii 1991 (4), Taracena 1929 (5) y Ahnagro-Gorbea y Lorrio 1989 (6)). u’
116 ‘y
EL HABITAT
superficie de 20 ha. (Mélida 1926); ‘Hermes (Taracera 1954: 238), 21; Numancia, 22
(Jimeno et alii 1990: 19; Almagro-Gorbea 1994: 61, nota 9) y Uxama Argaela, 30 (Almagro-
Gorbea 1994: 61). Lo mismo cabe señalar respecto a acluellas ciudades que presentan con
seguridad una diferente ubicación entre el asentamiento celtibérico y el romano, siendo este
último el que mejor se conoce, como ocurre con Bílbilis Itálica, 21 ha. (Beltrán Lloris, dir.
1987: 19, nota 23) o Clunia Sulpicia, 130 (Sacristán 1994: 139).
Sin embargo, la mayoría de las ciudades de la Celtiberia presentan superficies más
reducidas, incluidas aquéllas cuyos restos y extensión corresponden a época romana:
Arcóbriga presenta 7,75 ha. (Beltrán Lloris, dir. 1987: lám. 59); Valeria, 8 (Sánchez-
Lafuente 1985: fig. 1); el Poyo del Cid, 10 (Durillo 1980: 156); Villar del Río, unas lO
(Jimeno y Arlegui e.p.); Segóbriga, 10,5 (Almagro-Gorbea y Lorrio 1989: 177); Canales de
la Sierra, 11 (Taracena 1929: 31); Solarana, entre 11 y 13 (Sacristán 1994: 144); La Caridad
de Caminreal, 12,5 (Vicente 1988: 50); Contrebia Leukade, 13,5 (Hernández Vera 1982:
119); Segeda, 15, que corresponden al núcleo más mod:rno de esta ciudad, localizado en
Durón de Belmonte (Schulten 1933a: 374); PinillaTrasmc’nte, casi 18 (Sacristán 1994: 144),
y Contrebia Belaisca (Díaz y Medrano 1993: 244) y Segovia (Almagro-Gorbea 1994: 63),
-75
unas 20 hectáreas
Un caso excepcional sería el de Langa de Duero (Tiracena 1929: 33), ciudad indígena
fechada en el siglo 1 a.C., cuyas ruinas corresponderían, según Taracena, a la Segontia
Lanka citada por Ptolomeo. A pesar de presentar unos limites imprecisos, al tratarse de una
ciudad sin fortificaciones, Taracena señala que en el espacio delimitado por un eje Norte-Sur
de algo más de 1.000 m. y otro Este-Oeste de 600 se localizaba el hábitat por él excavado,
cuya superficie es muy superior a la de las restantes ciudndes celtibéricas conocidas, lo cual
se explica por el tipo de asentamiento, organizado en caseríos yuxtapuestos, con amplios
espacios sin edificación alguna.
Las fuentes literarias se hicieron eco de esta jera:quización, distinguiendo diversas
categorías (Rodríguez Blanco 1977: 170 ss.; Salinas 1986: 85 ss.), que abarcan ciudades, que
en las fuentes aparecen como urbs, polis, dv/tas u oppida, aldeas grandes (mega/as komas),
aldeas y castillos (vicos castellaque) y torres (turres o py,~’oO, no siendo siempre posible su
~ Estas dimensiones contrastan con la información ofrecida por los oppida de los pueblos vecinos de los
celtíberos (Almagro-Gorbea 1994: 61 ss.): entre los carpetanos, CotnpUtum ofrece 68 ha., Contrebia Cárbica 45
ha. y Toletum 40 ha.; entre los vacceos, Pallantia 110 ha., La Peña, en Tordesillas, 55 ha., Las Quintanas, en
Padilla de Duero, 40 ha., e Intercatia 49 ha.; entre los vetones destaca ~Jlaca, con 60 ha.
117
ALBERTO J. LORRIO
correlación con los asentamientos conocidos, en especial por lo que respecta a las categorías
más próximas (Durillo 1980: 299).
a
2.1. Murallas. Frente a lo que ocurre en otras áreas castreflas, donde algunos castros
medianos y la mayor parte de los de mayores dimensiones suelen ofrecer dos o más recintos,
adosados o concéntricos, en la Celtiberia, los castros presentan por lo común un solo recinto,
en cuya forma y superficie así como en el trazado de la muralla incidirá de forma
determinante el emplazamiento elegido (Romero 1991a: 201). Tan sólo se ha señalado la
presencia de un segundo recinto en el interior de El Castellar, en San Felices (Taracena
1941: 147) y de Trascastillo, en Cirujales del Río (fig. 20,2). Por su parte, Romero (1991a:
nota 43), quien mantiene ciertas reservas para el primer caso, señala cómo los castros de El
Castillejo de El Royo y del Zarranzano presentan su superficie escalonada en dos terrazas,
siendo posible que en el último de ellos se levantara un muro sobre el cantil rocoso que a
separa ambas terrazas (fig. 20, 1). Dos líneas exteriores presenta el Castillo de Tanifle (fig.
20,3) (Taracena 1926a: 13 ss. figs. 7-8), habiéndose documentado más de un recinto en el u’
laderas del cerro, al exterior de la que delimita el trazado urbano conocido, cuya localización
resulta inusual en el mundo celtibérico al no aprovechar el cortado natural, levantándose algo a
118
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EL HABITAT
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Fig. 20. Plantas de los castros del Zarranzano (1) y Trascastillo 2). Planta del Castillo de Taniñe <3) <Según
González, en Morales 1995 (1-2) y Taracena 1926a <3)).
119
ALBERTO J. LORRIO
alejada del mismo, pudiendo corresponder al siglo 1 a.C., aunque con continuidad en época
imperial (Jimeno 1994a: 125; Idem 1994b: 39 s. y fig. 22<.
La muralla constituye la defensa principal y, en ocasiones, la única identificada.
‘y
Todas las murallas conocidas en territorio celtibérico están realizadas en piedra, a diferencia
de otras zonas donde se documentan murallas de adobe y recintos mixtos de piedra y madera
(Moret 1991: 13 ss.). No obstante, en Castilmontán se recuperaron restos de madera
utilizados para reforzar la cimentación en un tramo de la muralla, debido a la propia
r
inclinación de la plataforma sobre la que se levanta la construcción y por no haberse asentado
ésta sobre la roca natural, tal como ocurre en otros tramos del mismo yacimiento (Arlegui
1992b: 499 s.). En algún caso pudieron haber existido igualmente adarves de adobe (vid.
mfra).
En muchas ocasiones no pueden determinarse con claridad las características de las
murallas al hallarse arruinadas, pudiendo llegar a faltar por haber sido utilizadas como
canteras o por hallarse ocultas. Con todo, en ciertos casos, como los asentamientos en llano,
posiblemente nunca fueron edificadas (Burillo 1980: 182).
Para su construcción se ha empleado como materia prima la piedra local, cuyas
características condicionan las diferencias observadas en su talla (Burillo 1980: 182). Las
murallas son de mampostería en seco, pudiendo haberse utilizado el barro para su asiento,
levantándose por lo común hiladas discontinuas. Están constituidas por dos paramentos ‘0
paralelos cuyo espacio interior se rellena con piedra y tierra, habiéndose documentado, en
determinadas ocasiones, elementos internos de cohesión. Los paramentos pueden ser
verticales o ataludados, lo que proporciona secciones trapezoidales. La muralla se adapta a
la topografía del terreno, proporcionando normalmente lienzos curvos de trazado irregular,
aunque en los poblados de cronología más avanzada se documenten también, a veces
conjuntamente, lienzos rectos acodados.
En torno a los siglos VI-V a.C. surgen en las altas tierras del Norte de la provincia
de Soria una serie de asentamientos castreños caracterizados por sus espectaculares defensas
(fig. 21). Las murallas de estos castros del Primer Hierro están construidas de mampostería
en seco, con piedras de tamaño mediano y pequeño, de careo natural, alguna vez incluso
‘0
76 La existencia de recintos concéntricos que, corno ha señalado Esparza (1987: 242), alejan el frente bélico
del poblado, podría ponerse en relación, de acuerdo con este autor, con la presencia de Roma, “que utiliza
procedimientos de aproximación y armas (arrojadizas, artillería, fuego) muy superiores a los tradicionalmente
empleados”.
120
EL HABITAT
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4-
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Fig. 21. Plantas de algunos castros de la serranía soriana: 1, El Caitillo de El Royo; 2, El Castillejo de Castilfrío
de la Sierra; 3, el Zarranzano, Cubo de la Sierra; 4 La Torrecilla <le Valílegeña; 5, El Castillo de las Espinillas
de Valdeavellano de Tera; 6, Los Castillejos de Gallinero; 7, El Castillejo de Hinojosa de la Sierra; 8, Los
Castillejos de Cubo de la Solana; 9, El Castillejo de Ventosa de la Si9rra; 10, Alto de la Cruz de Gallinero; 11, El
Castillejo de Taniñe; 12, El Castillejo de Langosto. (Según Taraceni 1926 y 1929 (1-3, 5-7 y 10-12), Ruiz et alii
1985 (4), Bachiller 1987a (8) y González, en Morales 1995 (9)).
121
ALBERTO J. LORRIO
trabajadas (Ruiz Zapatero 1977: 84; Eiroa 1979a: 83; Romero 1991a: 203), habiéndose
evidenciado también el uso de barro, lo que proporciona un mejor asiento (Romero 199 la:
203). La muralla, formada por dos paramentos paralelos rellenos de piedras sin ningún
orden, puede ser ataludada, ofreciendo por tanto una sección trapezoidal, como ocurre en los
castros de Langosto, Valdeavellano (fig. 23,1) y Valdeprado, o presentar paramentos
verticales, como en Castilfrío y El Royo, así como en el Castro del Zarranzano, por más que
en éste la base presente una mayor anchura que el resto de la muralla (Romero 199 la: 203).
El grosor de las murallas, variable a lo largo de su recorrido, oscila entre 2,5 y 6,5 m.,
conservándose una altura en torno a los 2,5-3 m., que seguramente debió superar los 3,5 y
alcanzando en determinados casos 4,5 ó 5 m. (Romero 1991a: 205)fl~ En algunos castros
de la serranía soriana, excepcionalmente, no se han encontrado restos de murallas. Así ocurre
en El Castillo del Avieco, cuyo emplazamiento ofrece defensas naturales sin que se haya
identificado en superficie ningún resto de muralla (Romero 1991a: 200). Más fácil de
justificar parece ser el caso de El Castillo de Soria, ya que la construcción de la fortaleza
medieval bien pudo llevar consigo el desmantelamiento de las defensas del asentamiento
castreño (Romero 1991a: 200). Cabe mencionar aún el caso de Renieblas, sobre cuya
existencia se han planteado serias dudas (Romero 1991a: 93 s. y 200).
Durante la Segunda Edad del Hierro, las técnicas constructivas y las características
de las murallas que protegen los poblados celtibéricos presentan importantes innovaciones
respecto al momento precedente. Las murallas ofrecen ahora, en general, un aparejo más
cuidado -aunque los paramentos internos sean por lo común de peor factura (Arlegui 1992b:
500)- constituido por la superposición de sillares toscamente trabajados, sin formación de
hiladas, asentados en seco, utilizando ripio para rellenar ios huecos, dotando así a la muralla u’
78. A veces, no obstante, se trata de muros hechos con sillarejos bien
de una mayor solidez
careados, dispuestos en hiladas horizontales perfectamente regulares (fig. 22), no faltando
las murallas construidas con cantos rodados sin carear, como es el caso de Numancia
u’
Mucha menor entidad tuvo la muralla de El Castelar de San Felices, con una anchura de un metro, aunque
pueda corresponder a un momento posterior dada la larga cronología del castro, que incluso llegó a ser romanizado
(Romero 1991a: 204 s.). Dimensiones más bien modestas presenta el muro trasero corrido que cierra por el Norte
el poblado del Primer Hierro de La Coronilla, en la comarca de Molina de Aragón, cuya anchura es de 1,50 rn.
(Cerdeño y García Huerta 1992: 84). a
En ocasiones, los paramentos están cogidos con barro, como ocurre en el lienzo exterior de la muralla y en
el torreón externo de Castilmont¿~n, proporcionando así un aspecto más cuidado y sólido al conjunto (Arlegui 1992b:
499).
122
‘y
EL HABITAT
9 2m
9 Sm
Fig. 22. Alzado de algunas murallas celtibéricas: 1, Pardos ~Zar7goza);2, Castilmontán (Soria); 3, La Cava
<Guadalajara); 4, Contrebia Leukade (La Rioja). <Según Sanmiguel et alii 1992 (1), Arlegul 1992b <2), Iglesias et
alii 1989 <3) y Hernández Vera 1982 (4)).
123
ALBERTO 1. LORRIO
(Taracena 1954: 235). Ocasionalmente, se aprecian en los muros de mayor altura los
mechinales del andamiaje utilizado para la elevación de la muralla (Taracena 1932: 41;
Arlegui 1992b: 500). Se asientan casi siempre sobre el suelo natural, que alguna vez se halla
r
ligeramente rebajado.
El grosor de las murallas es variable y no siempre fácil de determinar, oscilando entre
r
un metro en Monteagudo, Manchones (Aranda 1986: 353) y 18 m. en Los Castellares de
Calatañazor (Taracena 1926a: 19), presentando la gran mayoría espesores entre 2 y 6 m.9. r
Más difícil de determinar es la altura de las murallas, que en Calatailazor alcanza los 4,50
m. (Taracena 1926a: 19) y en Suellacabras entre 4 y 5 (Taracena 1926a: 25).
Comúnmente presentan paramentos verticales, pudiendo ser ataludados en algún caso,
como en Los Castellares de Suellacabras (fig. 23,3). Sección trapezoidal presenta asimismo
la muralla de Numancia, que mide 3,40 m. de anchura en la base y 2 de altura, en algún
tramo precedida de un pequeño antemuro (Taracena 1954: 235), que también ha sido ‘y
llega en algunos casos hasta dos metros, se construyó una muralla de 1,50 m. de espesor,
hecha también de mapostería a canto seco, que rodea la planicie del pequeño cerro, dejando,
al parecer, su entrada por el lado Sur” (Taracena 1926a: 9, fig. 5, lám. 1,1).
Adarves en camino de ronda únicamente se han identificado en Ocenilla (Taracena
1932: 41 s., fig. 6). El frente meridional, el más fácilmente accesible, presenta una
complejidad defensiva no documentada en el resto del recinto. Se trata de un camino de u’
e
79
A modo de ejemplo, cabe mencionar los casos de La Coronilla, cuya muralla tan sólo presenta un espesor
de 1,25 m. (García Huerta 1989-90: 164); el Castillo de Arévalo de la Sierra, 1,50 (Taracena 1926a: 9; Romero
1991a: 373); Castilviejo de Guijosa con una anchura media de 2 (Belén et alil 1978: 65); El Ceremeño, entre 2 y
e
2,5 (Cerdeño y Martín e.p.); Canales de la Sierra, cerca de 3 (Taracena 1929: 31); El Castellar de Berrueco, 3
(Burillo 1980: 184; Aranda 1986: 353); Los villares de Ventosa de la Sierra, 3,60 (Taracena 1926a: 5);
Castilmontán, entre 2,50 y 3, aunque llegue a alcanzar al menos 5,60 en la puerta principal, a pesar de no
conservarse la cara exterior (Arlegui 19921,: 500); Ocenilla, entre 2,50 y 6 (Taracena 1932: 41 s.); Valdeager, 5
(Aranda 1986: 353); Suellacabras, de 3 a 1Cm. (Taracena 1926a: 25); etcétera.
124
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EL HABITAT
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1. P o.
Fig. 23. 1, Sección de la muralla de El Castillo de las Espinillas de Valdeavellano de Tera; 2, corte de la muralla
de El Castellar de Arévalo de la Sierra; 3, sección y planta de la muralla con paramentos internos de Los
Castellares de Suella cabras; 4, muralla con paramentos internos de Los Castejones de Calatañazor; 5, secciones
de diversos tramos de la muralla de Ocenilla. <Según Taracena 19W (1), 1926a <2-4), y 1932 ES)).
125
ALBERTO J. LORRIO
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Fig. 24. Plantas de El Castellar de Arévalo de la Sierra (1) y de Los Villares de Ventosa de la Sierra (2). <Según e-
González, en Morales 1995).
e
126
EL HABITAT
127
ALBERTO J. LORRIO
2.1.2. Las murallas dobles. En Los Castellares de Herrera de los Navarros (fig.
39,1) se ha documentado a lo largo de buena parte de su perímetro un doble lienzo
y.
prácticamente paralelo, interpretado como una doble muralla, con una separación que oscila
entre 1 y 3,5 m., acomodándose a las irregularidades del terreno (Burillo 1980: 76ss. y 184;
Idem 1983: 9 ss.). La anchura de la muralla superior es de un metro en la zona excavada,
con paramentos de tamaño mediano y grande al exterior, y de menores dimensiones al
a.
interior, rellenándose el espacio intermedio con piedras y tierra. En cuanto al espacio situado
entre los dos lienzos, aunque en ciertas zonas se perciben alineamientos de piedras
e
perpendiculares a aquéllos, se hace necesaria su excavación para determinar las
características del relleno y la posible funcionalidad de este espacio. Murallas dobles se han
u.
identificado además en El Castellar de Berrueco, donde se ha identificado un doble lienzo
en su flanco Suroeste con una separación de 4,3 m. entre ambos (Burillo 1980: 138 y 184),
así como en Calatañazor, en cuyo lado Sur se descubrió una segunda muralla, paralela a la
superior, separada de ésta 24 m. (Taracena 1926a: 20, fig. 9). Se ha señalado (Iglesias et alii
1989: 79 ss.) asimismo la presencia de un doble lienzo de muralla en el sector sur del
poblado de La Cava (fig. 30,1).
2.1.3. Las murallas de paramentos internos. Diversos son los ejemplos y variadas u
las soluciones planteadas para disminuir, mediante muros que permitan la articulación interna
de la obra, el empuje sobre los paramentos externos de la muralla, proporcionando así una
mayor estabilidad al conjunto. Paramentos internos se han identificado en las murallas de Los
u
128
EL HABITAT
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Fig 25. Plantas de los poblados de Cerro Ontalvilla, en Carbonera de Frentes <1), Castillejo de Golmayo <2), Los
Castejones de Calatañazor (3). Los Castellares de Suellacabras (4), <Según González, en Morales 1995 (1-2) y
Taracena 1926a (3-4)).
129
ALBERTO 1. LORRIO
Castejones de Calatañazor (fig. 23,4) (Taracena 1926a: 19, fig. 10, corte A-B) y en Los
Castellares de Suellacabras (fig. 23,3) (Taracena 1926a: 25, figs. 12-13). En Calatañazor,
la muralla se reforzaba en su zona interna, muy próxima al paramento exterior, mediante un
muro ataludado de mampostería, hecho a canto seco, mientras el interior se rellenaba de
piedras sin orden alguno. Una disposición similar presenta la muralla de Suellacabras,
r
formada por tres paramentos, dos externos ataludados, lo que proporciona una sección
trapezoidal, y uno interno, también en talud, paralalelo a ambos; los tres muros tan sólo
presentan careada una de sus superficies, habiéndose rellenado los espacios interiores con
piedra de tamaño pequeño en su mitad inferior -unos 2 m. de altura- y de mayor tamaño en
u’
corte M-N).
‘y
castro de Riosalido, donde algunos de los bloques que forman la muralla llegan a superar los
3 m. de longitud (Fernández-Galiano 1979: 23; Iglesias et alil 1989: 77). También se u’
los 3 m. (Aguilera 1909: 66), la del referido poblado de Aldehuela de Liestos (Aranda 1987:
164), la exenta de San Esteban de Anento, con sillares que alcanzan 1,4 por 0,7 por 0,8 m.
(Burillo 1980: 104), en la cimentación del torreón exterior de Castilmontán, con bloques que
u
130
‘y
EL HABITAT
alcanzan 1,60 m. de largo y 80 cm. de alto (Arlegui 1992b: 502) o en el torreón que
flanquea la puerta Sur de Contrebia Leukade, cuyos sillares, regulares en su cara externa y
apenas desbastados en la interior, llegan a medir 110 por 35 por 60 cm. (Hernández Vera
1982: 126).
131
ALBERTO 3. LORRIO
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4,
Hg. 26. 1, Planta y perfil de El Castillo de las Espinillas de Valdeavellano de Tera (según Taracena 1929), con
indicación del posible acceso (según Iclogg 1957) y la localización de los torreones <según Ruiz Zapatero 1977); 2, ‘y
sección y planta de la torre 1 (según Ruiz Zapatero 1977).
‘y
132
EL HABITAT
avanzada se ha sugerido para el caso de Torre Beteta en Villar del Ala, donde Taracena
(1941: 176> identificó una posible torre circular (Romero 1991a: 441).
La presencia de torres circulares resulta habitual en la Celtiberia aragonesa a lo largo
de la Segunda Edad del Hierro (Burillo 1980: 184 s.; Aranda 1986: 184; Collado 1990: 56).
A veces se ha señalado su presencia en el espacio interior del hábitat (Burillo 1980: 184 s.),
aunque sea necesario la realización de excavaciones que permitan su identificación segura.
Por otra parte, en aquellos casos en los que se han id’=ntificadoa partir únicamente de
amontonamientos de piedras en forma circular, bien pudiera tratarse de torreones de planta
cuadrangular (Collado 1990: 56).
En Ocenilla (fig. 27,1) se documentan conjuntamente bastiones circulares y torres
cuadrangulares (Taracena 1932: 44; Moret 1991: 34). La torre del Sureste ofrece planta de
arco de círculo y está provista, en un trecho, de un muro interior de refuerzo. En la zona
Este, al Norte de la puerta principal, se levanta una construcción de planta arqueada adosada
a la muralla que, dada su construcción endeble, seria pesterior a la realización del recinto
(Taracena 1932: 44).
Las torres cuadradas ofrecen en el territorio celtibérico una cronología tardía, en
ningún caso anterior al siglo III a. C., siendo frecuente su vinculación con murallas acodadas
(Moret 1991: 35 ss.), como ocurre en Guijosa, El Ceremeño, La Cava (fig. 30,1), Ocenilla
(fig. 27,1), etc. (vid. supra). En el castro de Guijosa (fig. 32,1), el sistema defensivo
constituido por muralla, foso y campo de piedras hincadas, se completa con una torre
rectangular de 13 por 6 m. que constituye el último tramo acodado de la muralla, a la que
sirve de cierre hacia el Sur, donde se sitúa el cantil rocoso (Belén et alii 1978: 65 y 69).
También en el castro de El Ceremeño (Cerdeño y Martín e.p.) se ha identificado un torreón
rectangular, de 6 por 4 m., que en este caso refuerza un codo de la muralla.
Una posición semejante ocupan los torreones de Castilmontán (Arlegui 1990a: 50,
fotos 7-9; Idem 1992b: 498 s. y 501 ss.). Se trata de do:; torres yuxtapuestas, una exterior,
de planta rectangular, que sobresale completamente de la línea de muralla, a la que
seguramente se adosaría, y una interior, de planta trapezoidal, planteada como una
prolongación del torreón exterior, exenta, pues entre el paramento interior de la muralla y
la torre queda un espacio de 50 cm. relleno de piedra y ti~rra (fig. 27,2). Junto a una función
de vigilancia, destaca la defensiva, evidente al loca]izar;e en el único Jado de fácil acceso,
ocupando un ángulo de la muralla, a pocos metros de la puerta principal del poblado. El
133
ALBERTO J. LORRIO
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Eig. 27 Plantas del Castillo de Ocenilla (1) y del sector occidental del poblado de Castilmontán (2). (Según e
Taracena 1932 <1) y Arlegui 1992b <2%
4,
134
EL HABITAT
135
ALBERTO 1. LORRIO
Norte, que constituye el flanco más desprotegido del poblado, como lo confirma la propia
construcción de la torre, aparecía defendida por un foso de 4 m. de anchura. Las diferencias
constructivas entre la torre y la muralla llevaron a Cerralbo a considerarlas como de diferente
Ir
cronología: celtibérica, la muralla, y mucho más antigua, la torre (Aguilera 1909: 69 s.).
También Taracena (1941: 149) señaló la diferente cronología entre ambas construcciones,
‘y
teniendo por ibérica la torre, que considera anterior al siglo III a.C., mientras que la muralla,
ya celtibérica, se fecharía ca. siglos 111-II a.C.80. Cerralbo excavé en el interior del torreón
‘y
identificando tres posibles suelos, a 2,70, 1,82 y 1,65 m. de profundidad, pero estos trabajos
no proporcionaron materiales significativos (Aguilera 1909: 68).
4,
Se ha señalado la semejanza tanto en sus dimensiones como en su ciclopeismo entre
el torreón de Santa María de Huerta y la torre de San Esteban, en Anento, una construcción
u’
Cid (Burillo 1980: 158 y 184 5.; Idem 1981) y Bílbilis Itálica (Martín Bueno 1975a y 1982:
fig. 1).
En Contrebia Leukade se han identificado varias torres rectangulares, la mayor de las
cuales, de 15,5 por 11,5 m., se localiza en el punto más elevado de la ciudad (fig. 38,2),
constituyendo una magnífica atalaya desde la que se dominan los accesos a la misma. La
torre se adosa a la muralla -que en este punto sólo mide 2,50 m. de espesor, lo que supone
su estrechamiento máximo- por su cara interna, con la que comparte uno de sus lados
mayores. Sus muros, de 1,60 m. de grosor, son de mampostería, con paredes de sillares
irregulares, rellenándose el espacio interior con tierra y piedras, salvo en los ángulos, donde
la obra es toda de piedra. Según Taracena (1942: 23; Idem 1954: 244), la construcción
constaría de un cuerpo inferior de piedra, sobre el que se levantaría otro que debió ser de
materiales entramados con madera -a cuyos restos pertenecerían los abundantes carbones e’
documentados en el derrumbe-, a tenor de la facilidad con la que ardió, pues para Taracena
e’
Recientemente, Moret (1991: 37) ha insistido en la datación tardía de los paramentos ciclópeos meseteños
semejantes a los de Santa María de Huerta, que dificilmente puede remontarse más allá del siglo III a.C. u’
136
u’
EL HABITAT
(1954: 244) esta torre no sería otra que la referida por Livio (frag. 91) en relación a los
acontecimientos del 77 a.C. en la ciudad de Contrebia. Tras la destrucción de la torre -“rotos
los fundamentos, se derrumbó en grandes hendiduras, y empezó a arder por efecto de haces
de leña encendida que le echaron,...” (Liv., frag. 91i-, que era su principal defensa,
Sertorio tomó la ciudad. Flanqueando la puerta Sur, donde confluyen el foso y el acantilado,
se levanta otra torre, también rectangular (de 8 por 5,50 m.), situada al exterior de la
muralla -que alcanza en este punto, especialmente vulnerable, su máximo grosor (4,10 m.)-,
a la que se adosa por uno de sus lados mayores, aunque ~ construcción sea independiente.
En el tramo Sur se han identificado otras torres, cuyas características se asemejan más a la
torre principal.
Un mínimo de 9 torres cuadradas incrustadas en Ja muralla se han identificado en El
Poyo del Cid, distribuyéndose estratégicamente de acuerc.o con las condiciones del terreno,
sin equidistancia alguna. La única excavada es de obra hueca, de 5 m. de lado. Sus muros,
cuyo espesor oscila entre 0,45 y 0,5 m., están realizados con un doble paramento, rellenando
el espacio interior de piedras de pequeño tamaño. Su ínl.eríor se halla enlucido con arcilla
roja, habiéndose localizado en su lado Norte, junto a la. esquina, un vano de 1,23 m. de
anchura, perteneciente a la puerta.
Unas características similares se han señalado para el caso de Bílbilis Itálica,
localizada en el Cerro de Bámbola, cuyas fortificaciones. se adaptan igualmente a la difícil
topografía del terreno, con una distribución desigual por lo que a las torres se refiere
(Martin-Bueno 1982: fig. 1). La excavación de una torre situada en un ángulo de la parte alta
de la fortificación, que constituye un magnífico punto de observación, ha permitido establecer
las carácterísticas de este tipo de construcciones (Martín Bueno 1975b; Idem 1982: 98 y
100). Se trata de una torre cuadrangular de 6,60 por 6,40 m., adosada por el exterior a la
muralla, con la que no forma cuerpo, evitando así que su destrucción llevara emparejada la
de la muralla en la que se apoya, en lo que sigue esquemas derivados de la poliorcética
helenística (Adam 1982). La torre se hallaba muy destruida, debido en buena medida a la
fuerte pendiente de la zona donde se ubica. Está constituida por un muro de cerca de un
metro de espesor, formado por bloques irregulares asentados en seco, cuyos huecos aparecen
rellenos de ripio, sirviendo de cierre por uno de sus lados la propia muralla. Su interior se
halló relleno de tierra fuertemente compactada, lo que llevó a su excavador a considerarla
como una construcción maciza, al menos en lo que respecta a la parte inferior, la única
137
ALBERTO J. LORRIO
Ir
conservada. Formando parte del relleno, se hallaron los restos de al menos dos
enterramientos humanos que fueron puestos en relación con rituales de fundación de filiación
céltica (vid, capitulo X, 3.1). Un planteamiento diferente es defendido por Burillo (1980:
158; Idem 1981; Idem 1991a: 576), para quien las torres de Bilbilis Itálica, similares a las
de El Poyo del Cid, serían al igual que aquéllas de obra hueca, con lo que el relleno y los
referidos enterramientos serían posteriores a su abandono.
e’
2.3. Puertas. No siempre es posible la identificación de las entradas de los poblados,
a veces enmascaradas entre los derrumbes de la muralla. Su posición está en función de la
y.
topografía y de aspectos como las condiciones defensivas y estratégicas del lugar (Romero
1991a: 208). Por lo común, dada la vulnerabilidad que suponen las entradas en el sistema
e’
defensivo de un asentamiento, las puertas se protegen mediante el ensanchamiento de la
muralla (Castilmontán) o localizándose junto a un cortado (El Pico de Cabrejas del Pinar, El
0
Royo, El Espino y El Puntal de Sotillo del Rincón, etc.), lo que facilita su defensa, sin
olvidar el ocultaíniento de que a veces son objeto, lo que resulta especialmente evidente en
el caso de los accesos secundarios o poternas (Zarranzano, Castilmontán, Segóbriga, etc.).
Generalmente son puertas sencillas, las más de las veces abiertas en la muralla e
mediante la simple interrupción en su trazado, sin que falten las puertas en esviaje, en las
que el acceso se realiza a través de un estrecho pasillo formado por los dos extremos de la
línea de muralla que, en lugar de converger, discurren paralelos. De cualquier modo, las
características de las entradas resultan mal conocidas, al haber sido identificadas en su
mayoría a partir de inspecciones visuales del terreno, aun cuando existan algunas excepciones
al respecto, como Castilmontán, Ocenilla o Segóbriga. Pero, a pesar de no poder establecerse e
una correlación directa entre los diversos tipos de entradas y su cronología, se advierte una
tendencia a una mayor complejidad en los sistemas de acceso de los poblados más modernos, y.
Entre los castros sorianos adscribibles al Primer Hierro (Romero 1991a: 206 ss.), las
entradas no son sino simples interrupciones de la línea de muralla, habiéndose identificado e
también accesos secundarios, como en el ya citado Zarranzano (fig. 20,1), donde un portillo
facilita la salida hacia el río Tera (Romero 1991a: 208). Un caso diferente corresponde a la
puerta en esviaje documentada en el castro de Valdeprado, en el que los dos lienzos discurren
paralelos a lo largo de 18 m., dejando entre ambos un pasillo que llega a alcanzar una
138
‘0
EL HABITAT
anchura de 3,5 (Romero 1991a: 208). Un acceso semejant~ ofrece el castro de Torre Beteta,
en Villar del Ala, de cronología más reciente (Romero 1991a: 441).
Mayor variabilidad evidencian los asentamientos pertenecientes a la Segunda Edad del
Hierro. En Guijosa (fig. 32,1) el acceso debe situarse en tino de los extremos de la muralla,
entre ésta y el cantil rocoso. En La Cava (fig. 30,1), s: han identificado dos puertas en
esviaje (Iglesias et alii 1989: 77 ss.). En el poblado de Castilmontán, objeto de recientes
trabajos de excavación, la puerta localizada en el extre~iw Oeste del hábitat (figs. 27,2,
sección C-C’ y 39,2), el más vulnerable y donde se concentran las defensas, se abre en la
muralla mediante la simple interrupción de ésta, accediérdose desde el exterior a través de
una rampa natural (Arlegui 1990a: Sí; Idem 1992b: 500 s. y 513). Su anchura es de 3,80
m. y su profundidad, a pesar de no conservarse el paranoento exterior de la muralla en esa
zona, de 5,60, casi el doble que la anchura documentada en el resto del trazado de la
muralla. Junto a la cara Norte, y más próximo al paramento interior, se documentó un
agujero de poste de 13 cm. de diametro y 18 de profundidad, al lado del cual se hallaron dos
lajas, que puede ser interpretado como quicio del portón de madera que cerraría la puerta.
También se ha identificado un acceso secundario, de merores dimensiones que el principal,
localizado en la zona Norte del poblado, donde la muralla cambia la dirección de su trazado.
Su carácter estratégico parece evidente, dada su mayor proximidad a la fuente de la que se
abastecería de agua el poblado, incluso, desde un punto de vista puramente defensivo, debido
a que al quedar oculta la puerta por el codo que forína la muralla en sus proximidades
permitiría, en caso de necesidad, un ataque por sorpresa contra quienes avanzaran hacia la
puerta principal.
Más complejo resulta el caso de Ocenilla (fig. 27,1), donde Taracena (1932: 44 ss.)
identificó dos puertas en su frente oriental. La entrada pr .ncipal se sitúa en el ángulo Sureste
(fig. 28,1), a resguardo de la zona topográficamente más accesible, la meridional, en la que
se concentran las defensas más espectaculares del poblado. El brazo Norte de la muralla, que
discurre divergente al meridional, se prolonga hacia éste mediante una línea de habitaciones,
cuya función sería la de estrechar y defender la puerta, cuya anchura quedaría reducida a 5
m. y aun menos. La línea de habitaciones, que Taracena interpretó como cuerpo de guardia,
se prolonga hacia el exterior mediante un muro que serviría de contención de la rampa de
acceso, al final del cual se localiza un compartimento, tenido por garita de centinela. Hacia
el Norte, se sitúa una segunda puerta de características semejantes a la principal (fig. 27,1).
139
ALBERTO J. LORRIO
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Mg. 28. 1, Detalle de la puerta Sureste del Castillo de Ocenilla y escalera del cuerpo de guardia (departamento 6)
de la mismo. 2. Acceso a través del cuerpo de la muralla de Los ~astejones de ~alatañazor. ~SegúnTaracena 1932 y.
u’
140
EL HABITAT
Los dos lienzos de muralla presentan un codo en ángulo casi recto, adosándose al
septentrional un tramo trapezoidal, que para Taracena no sería sino el cuerpo de guardia,
prolongándose en un murete similar al documentado en el -wceso más meridional. Se obtiene
así un pasillo de 3,40 m. de anchura a través del que se accedería, por una empinada cuesta,
al interior del poblado.
Un caso excepcional es el documentado en los Castejones de Calatañazor (Taracena
1926a: 20, fig. 10, cortes C-D y lám. 11,1), donde se identificó un acceso al interior del
poblado a través de una escalera abierta en la muralla (fig. 28,2). Se descubrió un tramo de
23 peldaños, ligeramente oblicuo a los paramentos externos, que baja desde la parte alta de
la muralla, continuando hacia el exterior, por medio de otros peldaños, de los que se
descubrieron 9, tras un rellano desde el cual cambia su dirección. La escalera se abre al
espacio protegido por una segunda muralla.
El acceso a los poblados localizados en cerros de pendientes pronunciadas se realizaría
a través de rampas en zigzag, como las identificadas en lo:; castros de La Coronilla, La Torre
de Turmiel, La Torre de Mazarete o La Cabezuela de Zaorejas (García Huerta 1989-90: 164;
Cerdeño y García Huerta 1992: 9 y 18, fig. 2 y láíns. 1-li).
En las ciudades celtibérico-romanas se pone de manifiesto en líneas generales una
mayor monumentalidad de los accesos, como vienen a demostrar las puertas identificadas en
Tiermes (Argente et alii 1990: 30, 55 y 59) y Segóbriga (Almagro-Gorbea y Lorrio 1989;
Almagro-Gorbea 1990)~’. En Tiermes se han identificado tres entradas (fig. 29,1), todas
ellas talladas en la roca arenisca. La llamada “Puerta del Sol” (fig. 29,1,3) está formada por
un largo pasillo de 40 m. de longitud y 2,50 de anchura, en cuya mitad se localizaba la
puerta en sí, que sería doble, de la que se han conservado sus apoyos y goznes. La puerta
Oeste (fig. 29,1,2), similar a la anterior, pero más empinada, comprende dos partes, que
comunican las tres terrazas sobre las que se asienta la ciudad. No parece que sirviera para
el tránsito rodado. El primer tramo tiene una longitud de 60 m. y una anchura que oscila
entre 3 y 6,50 m., habiéndose encontrado aproximadamente en su mitad las huellas
pertenecientes a los batientes de una puerta doble. El segundo tramo presenta una longitud
de 25 m. y una anchura de 3, que se ensancha hasta 4 en su tramo final. En relación con esta
puerta se han identificado una serie de estancias, interpretables quizás como cuerpos de
~‘ Aunque Schuiten creía que Numancia tuvo seis puertas, únicammte se han localizado dos, ambas en su sector
occidental, constituidas por la simple interrupción de la muralla, protegiéndose la más meridional por una torre
triangular (vid. Jimeno et alii 1990: 23).
141
ALBERTO J. LORRIO
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Mg. 29. Plantas de las ciudades celtibérico-romanas de Tiernies (1) y Segóbriga (2); a-c, trazado de la muralla; d, e’
puertas principales, e, poternas. (Según Taracena 1954 (1) y Alniagro-Gorbea y Lorrio 1989 (2)).
y.-
142
EL HABITAT
guardia (Argente et alii 1990: 56). Un tercer acceso (fig. 29,1,1), de similares características
aunque más modesto que los anteriores, se localiza hacia el Noreste.
Diferente es el caso de Segóbriga, donde han podido identificarse diversas entradas
a la ciudad, de variable entidad, siendo la principal la Puerta Norte (fig. 29,2,11), objeto de
recientes trabajos de excavación, que han permitido preci~;ar la cronología tardoaugustea de
la obra (Almagro-Gorbea y Lorrio 1989). Se conserva el basamento de opus caementicium,
que presenta unas dimensiones de ¶1,80 por 4,70 m. ajustadas plenamente a la metrología
romana. Sobre el basamento se elevaría un paramento dc- sillares, no conservado, como el
documentado en la puerta Noreste de la ciudad, adosárdose a los lados menores sendos
tramos de la muralla. En las proximidades de la puerta principal, se documenta una poterna
de 0,90 m. de anchura, protegida por un ensanchamiento de la muralla, cuya finalidad debe
suponerse exclusivamente defensiva. Hay que destacar, asimismo, dos entradas en codo
(Almagro-Gorbea y Lorrio 1989: 176 s.), una situada al 1’loreste (fig. 29,2,46) y otra abierta
hacia el Oeste de la ciudad (fig. 29,2,20).
2.4. Fosos. No es mucha la información que puede aportarse sobre ellos al hallarse
rellenos de piedra y tierra, por lo que su forma, anchura y profundidad no puede señalarse
en la mayoría de las ocasiones. La representatividad de este elemento defensivo varía
notablemente de unas zonas a otras del territorio celtibérico. Entre los castros de la serranía
soriana no es frecuente la presencia de fosos excavados, cue presentan unas dimensiones más
bien modestas, asociándose en todos los casos conocidos a campos de piedras hincadas
(Romero 1991a: 209 s.), aunque recientemente se haya sugerido la presencia de un posible
foso en El Castillejo de Ventosa de la Sierra (Morales 1995: fig. 104). En Castilfrío, el foso
se localiza entre la muralla y las piedras hincadas (Hg. 3 1,2). Se trata de una depresión que
no supera los 0,60 m. de profundidad, con una anchura de 3,50. Un caso semejante es el de
Los Castillejos de Gallinero, donde a diferencia de aquél, el foso no acompaña a la muralla
en todo su recorrido82. En Hinojosa, el foso, poco profundo, constituye el elemento
defensivo más externo (fig. 31,5), mientras que en el custro de San Leonardo se excavaron
82 Una posición similar ocupa el foso en los castros de Guijosa (Belén et alii 1978) y Hocincavero (Barroso y
Díez 1991), hasta la fecha los únicos que han proporcionado campos de piedras hincadas en la provincia de
Guadalajara, acompañando a éstas y a la muralla, que tan sólo se sitt.an en el sector más desprotegido, en todo su
recorrido.
143
ALBERTO J. LORRIO
dos, de 5 m. de ancho, entre los cuales se dispusieron las piedras hincadas83. Taracena
(1929: 16) llamó la atención sobre la presencia en el interior del foso de Castilfrío de algunas 9’
piedras clavadas mucho más espaciadas que las que formaban el friso, lo que le llevó a
pensar que el pretendido foso habría sido producido al extraer de él piedra para la
construcción de la muralla (fig. 31 ,
2)M. Recientemente se ha señalado la presencia de fosos
en algunos poblados sorianos de cronología más avanzada, como El Castellar de Arévalo de
)a Sierra (fig. 24,1) y el Cerro Ontalvilla, en Carbonera de Frentes (fig. 25,1).
0
Mucho más habituales y de mayor entidad son los fosos documentados en los poblados
de la Celtiberia aragonesa adscribibles a la Segunda Edad del Hierro, donde constituyen el
u’
único elemento defensivo complementario de la muralla (Burillo ¶980: 180 ss.; Aranda 1986:
354 ss.; Collado 1990: 54 s.). Presentan diferente desarrollo en función de la topografía,
u’
pudiendo ser rectos o curvos y ocupar uno o más lados o rodear completamente el poblado.
Ofrecen secciones en U, y aun en ocasiones pueden presentar perfiles trapezoidales. Sus
e
dimensiones varían notablemente, con anchuras comprendidas entre los 4 y los excepcionales
60 m. que llega a alcanzar el foso de El Castillo de Villarroya, oscilando por lo general entre
e
los 7 y los 17 m. Su profundidad, difícil de determinar al hallarse rellenos, no supera en la
actualidad los 7 metros.
Algunas de las ciudades de la Celtiberia estuvieron defendidas por medio de fosos.
Este sería el caso de Numancia, según refiere Apiano (¡ben 76), o de Durón de Belmonte,
donde se localiza Segeda en su fase más reciente, que presenta un amplio foso, identificado
por trabajos de prospección (Burillo y Ostale 1983-84: 308: Burillo 1994: 102). Pero el más sp
espectacular y el mejor conocido corresponde a Contrebia Leukade (figs. 30,2 y 38,2), donde
un foso de paredes verticales y fondo horizontal rodea con una longitud de 672 m. la zona u,
más accesible de la ciudad. Presenta una anchura que oscila entre 7 y 9 m. y una profundidad
3, utilizado en la
de 8, lo que supone un volumen de piedra desalojado superior a 40.000 m
construcción de la muralla, de la que queda separado por un estrecho espacio (Hernández
Vera 1982: 122 s.). —
u’-
83 En contra de lo defendido por Romero, Bachiller (1987h: 82) ha señalado expresamente la existencia de un
a-
único foso en los castros de la serrarna soriana, entre los que incluye el Alto del Arenal de San Leonardo.
Vid. Taracena (1941: 51 Ss.) y Bachiller (1987b: 82), quien señala la existencia de piedras hincadas también
en cl interior del foso de Los Castillejos de Gallinero
144
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EL HABITAT
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Fig. 30. Planta y sección de las defensas de La Cava (1). Sección de la muralla y foso de Contrebia Leukade (2).
(Según Iglesias et alil 1989 <1) y Taracena 1954 (2)).
145
ALBERTO J. LORRIO
2.5. Piedras hincadas. Los campos de piedras hincadas o chevaux defrise (fig. 31,1)
-como aparecen frecuentemente en la bibliografía especializada- constituyen un elemento
defensivo característico de los castros del reborde montañoso oriental, meridional y
occidental de la Meseta (Harbison 1968; Esparza 1979 y 1987: 248 y 358 Ss.; Romero 1991:
210 ss.), habiéndose documentado asimismo en ciertos castros del Suroeste peninsular
(Soares 1986; Pérez Macias 1987: 91; Berrocal 1992: 191). Por lo que a la Celtiberia se
refiere, sólo se han localizado en su sector más occidental, circunscribiéndose al Norte de
las provincias de Soria y Guadalajara, ocupando respectivamente las tierras de la serranía
soriana y la región seguntina.
Consisten en franjas anchas de piedras clavadas en el terreno natural (fig. 31,2-5),
apretadas, sin ningún orden, unas junto a otras, cuyo tamaño y ubicación en relación con las
restantes defensas varía de unos casos a otros (Romero 1991a: 210 ss.; Belén et alii 1978;
Barroso y Díez 1991). En el Castillejo de Taniñe, las piedras hincadas presentan una altura
de 60 cm., de los que 40 sobresalen del terreno; en el Castillo de Castilfrío, las piedras,
agudas y de careo natural, afloran entre 30 y 60 cm.; en Langosto, únicamente sobresalen
20 cm. La anchura de los campos de piedras hincadas oscila entre los 5 m. de Los Castillejos
de Gallinero y los 27 de Castilfrío de la Sierra. Pueden situarse al pie de la muralla, pero r
Taniñe, Cabrejas del Pinar, donde sirven de único complemento a la muralla, o en los de
Castilfrío, Los Castillejos de Gallinero, Guijosa y Hocincavero, en los que además está
presente un foso. Por su parte, en Hinojosa las piedras hincadas aparecen ocupando el
espacio entre la muralla y el foso, mientras que en El Alto del Arenal de San Leonardo se
sitúan entre los dos fosos identificados.
En cuanto al origen y cronología de los frisos de piedras hincadas resulta significativa
su presencia en el poblado leridano de Els Vilars (Arbeca), donde se asocia a una muralla
y a un torreón rectangular de esquinas redondeadas, inscribiéndose en un ambiente de
Campos de Urnas del Hierro fechado en la segunda mitad del siglo VII a.C. (Garcés y
Junyent 1989; Garcés et alii 1991 y 1993). Esta datación, más elevada que la admitida para
los castros sorianos (ca. siglos VI-V a.Cj, cuyos campos de piedras hincadas eran tenidos
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EL HABITAT
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Fig. 31. 1, Dispersión de los castros con piedras hincadas en la Venir sula Ibérica. Secciones de las defensas de El
Castillejo de Casijífrio de la Sierra (2), El Castillo de las Espinillas de Valdeavellano de Tera (3), El Castillejo de
Langosto (4) y El Castillejo de Hinojosa de la Sierra (5>. (Según Almagro-Gorbea 1994 (1) y Taracena 1929 (2-5),
n” 4, modificado).
147
-
ALBERTO J. LORRIO
hasta la fecha como los más antiguos de la Península Ibérica, junto a su localización
geográfica, en e] Bajo Segre, vendría a reforzar la filiación centroeuropea defendida por
Harbison (1971) -con las estacadas de madera del Hallstatt C- para este característico sistema
defensivo, sin olvidar que los ejemplos franceses conocidos ,Pech-Maho y Fou de Verdun,
presentan una datación más avanzada que la defendida para las piedras hincadas de Els Vilars
(vid. Moret 1991: 10 s.).
Si bien parece fuera de toda duda la antiguedad de este sistema defensivo en el área
celtibérica, como lo confirma su presencia entre los castros de la serranía soriana adscribibles
al Primer Hierro, existen argumentos suficientes que señalan asimismo su utilización, en esta
zona, a lo largo de la Segunda Edad de] Hierro.
La presencia en Castilviejo de Guijosa (fig. 32,1) de cerámicas adscribibles a la
Primera Edad del Hierro y la alta cronología comúnmente aceptada para los castros con
piedras hincadas del área soriana llevó a sus excavadores a defender una datación para sus
defensas entre los siglos VII-VI a.C. (Belén et alii 1978). Revisiones posteriores han rebajado
la cronología de la muralla de cremallera que cierra el recinto, cuyos paralelos ibéricos
pueden ser datados en los siglos 1V-hL a.C. (Esparza 1987: 360; Moret 1991: 37). Se ha
seguido manteniendo, no obstante, la antigUedad de las piedras hincadas de Guijosa, que
habrían formado así parte de una primera fortificación del poblado, cuyos restos podrían estar
enmascarados en la elevación del terreno sobre la que se asienta la muralla. El pasillo que
atraviesa la barrera en su zona central, cuya anchura excesiva, unos cuatro metros, restaría
eficacia al propio sistema defensivo, debería corresponder según esta interpretación a una
reestructuración realizada cuando el campo de piedras hincadas había caído ya en desuso
(Esparza 1987: 360).
Parece más aconsejable aceptar la contemporaneidad de las defensas de Guijosa -
incluyendo el pasillo que atraviesa la barrera de piedras hincadas, sobre cuya funcionalidad
se ha insistido recientemente (García Huerta 1989-90: 166 s.; Idem 1990: 875 s.)-,
adscribiéndolas a la fase plenamente celtibérica del poblado, a la que corresponderían las
especies a torno documentadas, así como la propia ordenación urbana observable en
superficie, con estructuras de habitación de planta rectangular y muros medianiles comunes, mt
cuyo muro trasero serviría como cierre del poblado en los sectores desprovistos de muralla.
Esta adscripción estaría plenamente justificada partiendo de la presencia en el cercano
castro de Hocincavero (fig. 32,2), en el que predominan abrumadoramente las especies
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Fig. 32. Plano de los castros de Guijosa (1) y Hocincavero (2). (Segfln Belén et ahí 1978 (1) y Barroso y Díez 1991
(2)).
149
ALBERTO J. LORRIO
torneadas, de una barrera de piedras hincadas atravesada por un pasillo cuya anchura se
ensancha de 3 a 5 m. al aproximarse a la muralla, llegando a interrumpir incluso el foso
(Barroso y Diez 1991).
Recientemente, se ha insistido en la adscripción de algunos asentamientos castreños
de la provincia de Soria provistos de estas características defensas a un momento avanzado
de la Cultura Celtibérica (Jimeno y Arlegui e.p.). Este es el caso de El Pico de Cabrejas del
Pinar, cuya barrera de piedras hincadas es atravesada también por un pasill&5, y del Alto
del Arenal de San Leonardo, ambos tradicionalmente vinculados con los asentamientos
castreños de] Primer Hierro (Romero 199½:210 ss. y 495).
En contra de la opinión generalmente admitida, según la cual los campos de piedras
hincadas constituirían una defensa contra la caballería, recientemente se ha insistido en su
funcionalidad como obstáculo al avance de los infantes en su intento de aproximarse a la
muralla (Moret 1991: 11 ss.). Como prueba de ello, junto a argumentos funcionales, habría
que señalar la escasa presencia, al menos en las fases más antiguas, de arreos de caballo en
las sepulturas de la Meseta Oriental contemporáneas a los castros provistos de este sistema
defensivo (vid, capítulos V, 1 y VI, 2).
e’-
y Ruiz Zapatero 1992: 109 5.; Romero y Misiego 1992; Idem e.p.b), donde se identificaron
dos cabañas circulares, excavadas en la roca, adscritas al inicio de la Edad del Hierro (siglo a,
VII a.C.). La vivienda de mayores dimensiones -6,25 m. de diámetro- queda delimitada por
un entalle de unos 20cm. de altura (fig. 33,1). Aproximadamente en el centro de la cabaña
se localiza un hoyo -dos más de pequeñas dimensiones se hallaron al exterior- y, junto a él,
el hogar, circular, con un diámetro de 75 cm., constituido por una base de pequeños cantos
rodados y una solera de arcilla rojiza endurecida por la acción del fuego. La segunda
vivienda presenta una estructura más compleja (fig. 33,2). Una serie de agujeros de poste
alineados delimitan la cabaña, de 6 m. de diametro, en cuyo interior, ocupando el sector
a,
85
Se ha señalado la existencia en El Castillejo de Hinojosa Q-logg 1957: 27 s.; Flarbison 1968: 134) de un
acceso al interior del poblado a través de un pasillo que corta tanto el foso como el campo de piedras hincadas, a,
aunque para Romero (1991a: 85) se trataría de un camino moderno que cruza longitudinalmente el castro.
150
EL HABITAT
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Fig. 33. Planta y perfil de las cabañas circulares de la fase inicial dc El Castillejo de Fuensaúco. (Según Romero
y Misiego 1992).
151
EL HABITAT
86 Las excavaciones de Taracena (1929: 20-23, figs. 18-19) permitieron identificar este nivel, que constituía a,
152
EL HABITAT
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Fíg. 34. 1, Viviendas rectangular y circular -en línea discontinua- del segundo nivel de ocupación de El Castillejo
de Fuensaúco. 2, Planta de las viviendas superpuestas del castro del Zarranzano. (Según Romero y Misiego e.p.b
(1) y Romero 1989 (2)).
‘53
ALBERTO J. LORRIO
una hilada doble de piedras rodadas planas. Sobre esta vivienda, y apoyando en parte sobre
ella, se identificó una estructura circular de 6 m. de diámetro, 5 de ellos correspondientes
al espacio interior, ocupando una extensión de unos 20 m2. Sus muros, de 0,50 m. de ancho
y una altura conservada que no supera el medio metro, son de piedras rodadas de tamaño
mediano unidas en seco. El acceso se realizó por el Sureste, habiéndose documentado un
enlosado en forma de T, que se sitúa por delante del muro y sobre él con una extensión de
unos 2 m2. El hogar se localiza aproximadamente en el centro de la vivienda,
superponiéndose en parte a uno de los identificados en el interior de la vivienda infrayacente,
con el que presenta además idéntica forma y estructura 87
a,
Durante la Segunda Edad del Hierro se generahiza la casa rectangular. Las recientes
•1
87
Restos de estructuras de habitación, preferentemente de planta rectangular, se han identificado en Jos castros
de Arévalo de la Sierra, Taniñe, en ambos casos gracias a la labor de Taracena, mientras que El Espino,
Valdeavellano de Tera, Pozalmuro, Hinojosa, Carabantes y Cubo de la Solana, presentan restos superficiales
(Bachiller 1986: 352; Romero 1991a: 219 ss.).
154
mt,
EL HABITAT
muro trasero corresponde a la muralla, que en el tramo donde se adosa la casa 1 tiene un
espesor de un metro. Los muros interiores son de adobe o tapial, documentándose en algún
caso huellas de postes verticales embutidos, sin que pueda descartarse la presencia de
medianiles de madera. Los muros presentan restos de enlucido de arcilla y un encalado
posterior. Los suelos son en su mayoría de arcilla, si bien en la casa 1 aflora la roca natural
y en la 2 se ha identificado un espacio (habitación II) donde el suelo de arcilla, que ocupa
la mitad de la estancia, está endurecido, y el resto se cubre con piedras a modo de losas.
También se ha identificado un entarimado de madera en la habitación Y de la casa 2,
mientras en una estancia contigua se documentó un banco :orrido de arcilla. Debido a la poca
altura conservada de los muros, resulta difícil ubicar los vanos a través de los cuales se
comunicarían unas estancias con otras, sin que se haya reconocido el hogar en ninguna de
las dos casas excavadas. Tampoco existen restos que proporcionen información sobre las
techumbres, que hay que suponerlas de materiales deleziíables.
Viviendas rectangulares o trapezoidales de muros medianiles comunes se han hallado
en un buen número de poblados celtibéricos. En el Castillejo de Taniñe (fig. 40,2), se
descubrieron algunas habitaciones de planta rectangular, bastante grandes y de mampostería
a canto seco (Taracena 1926a: 12). También en el cercano poblado del Castillo de Taniñe
(fig. 20,3) se excavaron algunas habitaciones rectangulares con muros de similar construcción
(Taracena 1926a: 14). En el Castillo de Arévalo de la Sierra (fig. 40,1) se documentaron
habitaciones de planta trapezoidal, de muros hechos de mampostería con barro. Como
material de construcción también se empleó el ladrillo, mal cocido, cuyas dimensiones
medias son 30 por 39 por 13cm. (Taracena 1926a: 9). En Ocenilla (fig. 27,1), las viviendas
son rectangulares, hallándose en un avanzado estado de destrucción (Taracena 1932: 47). En
Ventosa (fig. 40,4), las habitaciones son también rectangulares, en ocasiones irregulares y
bastante grandes; los muros son de mampostería en seco y miden 0,50 m. de espesor; se
documentó una cueva, idéntica a las numantinas, de 4,50 por 3 m., excavada en la tierra,
con una profundidad de poco más de un metro (Taracena. 1926a: 6). En Suellacabras (fig.
25,4), las viviendas son de planta rectangular y bastante amplias, excavándose dos completas,
con unas dimensiones de 4 por 5,50 m. y 4 por 9,50. Están construidas con muros de
pequeños sillarejos bien careados, unidos sin mortero o argamasa, de 60 cm. de espesor y
70 de altura, con pavimento de tierra (Taracena 1926a: 27). En Izana, las viviendas son
cuadrangulares (fig. 40,3), cimentadas sobre la roca, con vnuros de mampostería cogidos con
155
ALBERTO J. LORRIO
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Fig. 35. 1, Reconstrucción de las viviendas de Casrilmontón. 2, 2, Detalle de un sector del poblado delAlto Chacón mt
a,
156
EL HABITAT
barro, elevados con tapial. También se utilizó el ladrillo, mal cocido, con unas dimensiones
de 30 por 27 por 10 cm. Las habitaciones de la zona interna del poblado, presentan cuevas
de hasta 2,50 m. de profundidad (Taracena 1927: 7s.). Plantas similares se han documentado
asimismo en los poblados turolenses del Alto Chacón (fig. 35,2) (Atrian 1976) y el Puntal
del Tío Garrillas (Berges 1981: fig. 4) o en el conquense de Villar del Horno (Gómez 1986:
plano II), entre otros.
La excavación de la fase celtibérico-romana de La Coronilla ha deparado una docena
de viviendas de planta rectangular con muros medianiles, todas ellas incompletas, faltando
la fachada o el muro trasero corrido que hace las veces de muralla, para las que se ha
señalado un tamaño aproximado entre 12 y 36 m2 (García Huerta 1989-90: 169; Cerdeño y
García Huerta 1992: 18 ss. y 41 s.). Las paredes presentan un zócalo de mampostería, cuya
anchura oscila entre 0,55 y 0,65 cm., con una altura inedia de 0,70-0,75 cm., sobre el que
se elevaría un ínuro de adobe o tapial, enlucido mediante un manteado de arcilla en su cara
interna. Los suelos, muy homogéneos en todo el poblado, constan de una capa de tierra
endurecida dispuesta sobre otra de arcilla muy compacta y una base de pequeños cantos,
prolongándose al exterior de las habitaciones, lo que ha llevado a plantear la existencia de
porches, en los que también se han documentado hogares. Las dos viviendas de mayor
tamaño proporcionaron un pavimento de lajas que cubría parte de las estancias. Las puertas
se abrían hacia el interior del poblado, presentando una anchura que oscila entre 1 y 1,26 m.
Las cubriciones serían las habituales, y sobre las que ya se ha insistido en relación con otros
poblados. Los hogares presentan unas características variadas tanto en lo relativo a su
morfología como a su localización en la vivienda, ya en su interior o en el porche exterior.
También se han hallado un buen número de silos, normalmente en grupos de dos o de tres,
cuyas paredes y suelo estaban revestidos por una capa de arcilla muy compacta con la
superficie endurecida, a modo de aislante. Aparecen al exterior y en el interior de las
viviendas, estando gran parte de ellos ya en desuso cuando se construyeron las viviendas de
la fase más reciente (García Huerta 1989-90: 171; Cerdeño y García Huerta 1992: 41 ss4.
Las ciudades de mayor entidad muestran una arquitectura doméstica más
evolucionada, como se confirma en La Caridad de Caninreal, donde se ha excavado una
gran mansión cuya organización interna responde a las características de la casas helenístico-
romanas (fig. 36). Tiene planta casi cuadrada (30,50 por 30 m.) y una superficie total de 915
157
ALBERTO J. LORRIO
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¡Vg. 36. Plano de la insula de La Caridad de Caminreal donde se localiza la Gasa de Likine (1) y detalle de la
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misma (2) (según Rurillo, dir. 1991 (1) y Vicente 1988 (2)), con la distribución de áreas funcionales (según Vicente
et alii 1991).
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158
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EL HABITAT
159
EL HABITAT
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Mg. 37. Numancia. Gasa celtibérica <1) y reconstrucción de algunas manzanas y casas de la ciudad romana <2). -o’
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160
EL HABITAT
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Fig. 38. Contrebia Leukade: conjunto de viviendas rupestres del sector li-LI (1) y planta de la ciudad (2). <Según
Hernández Vera 1982).
161
ALBERTO J. LORRIO
comunes cuyos muros traseros se cierran hacia el exterior, a modo de muralla, o se adosan
a ésta5t Este tipo de poblado tiene sus precedentes inmediatos en los poblados de Campos
de Urnas del Noreste (Ruiz Zapatero 1985: 471 s.), entre ellos el de Els Vilars, en su fase
mt
contemporánea a las mencionadas piedras hincadas (Garcés et alii 1991: 190, fig. 1; Garcés
et alii 1993: 45), por más que esta estructura urbanística sea conocida ya desde el Bronce
Medio, como lo confirma el poblado turolense de la Hoya Quemada (Durillo 1992: 205).
No es mucha la información de que se dispone sobre el urbanismo celtibérico en su
fase inicial. Las recientes excavaciones en El Castillejo de Fuensaúco han permitido
reconocer dos cabañas circulares (fig. 33), excavadas en la roca, adscritas al inicio de la mt
Edad del Hierro (Romero 1992b: 196 s, fig. 4; Romero y Misiego 1992 y e.p.b). No
obstante, nada puede decirse de la organización interna de este poblado abierto, si bien hay
que sospechar la ausencia de cualquier planificación. Con todo, el urbanismo de calle central
debió introducirse pronto en la Meseta Oriental (vid. Almagro-Gorbea 1994: 24), como lo
prueba el caso de La Coronilla, en las parameras de Molina, cuyo nivel antiguo, adscribible
al periodo formativo de la Cultura Celtibérica, ha proporcionado viviendas rectangulares
adosadas, abiertas hacia el interior del poblado y muro corrido trasero, situado en el limite
entre la pendiente y la zona amesetada, aunque sólo cierre el poblado por su flanco Norte —-
Hierro resulta enormemente precaria. Los trabajos de Taracena (1929: 7, 11-13, 17 y 24;
Idem 1941: 13 s.) en los castros de El Royo, Valdeavellano, Zarranzano, Alto de la Cruz
de Gallinero y Castilfrío, pusieron de relieve la falta de restos constructivos de piedra, así
como restos de carbón y ceniza interpretados como una evidencia de antiguas cabañas de
madera y ramajes (Romero 1991: 219). Sin embargo, la existencia en estos castros de
construcciones de mampostería está hoy plenamente comprobada, como bien han demostrado
casos como el del Zarranzano (fig. 34,2), donde una casa cuadrangular, a la que se adosarían
otras viviendas similares, se superpone a otra circular (Romero 1989). Pero, los sondeos
llevados a cabo por Taracena en el interior de algunos de estos castros y lo infructuoso de
e’
los resultados obtenidos, parecen apuntar hacia una ocupación dispersa del espacio interior.
No obstante, en el Castillejo de Tanifle (fig. 40,2) se descubrieron algunas habitaciones
e’
sg
Esta disposición del interior de los poblados está condicionada por el relieve y la necesidad de un máximo
aprovechamiento del espacio habitable, como lo confirma su pervivencia en época actual (Burillo 1980: 187; García e’
162 u,
EL HABITAT
rectangulares, adosadas unas a otras (Taracena 1926a: 12), mientras que se ha señalado la
presencia en el castro de Pozalmuro (Bachiller 1987a: 16) de casas de planta rectangular y
muros medianiles comunes adosadas a la muralla, constiLuyendo quizás una estructura con
espacio central libre, aunque tan sólo se hayan detectado en su sector meridional. Por lo
demás, no resulta sencillo establecer la adscripción cultiral y cronológica de estos restos
costructivos, sobre todo si se tiene en cuenta el hallazgo en ambos castros de especies
cerámicas a mano ya torno. También en los Castillejos de El Espino (Romero 1991a: 219)
afloran alineaciones de piedras que pudieran corresponder a muros de habitaciones de planta
rectangular de muros medianiles comunes, perpendiculares a la muralla y aparentemente no
adosados a ella.
A partir de la Segunda Edad del Hierro se generaliza el esquema urbanístico de calle
o plaza central, teniendo en Los Castellares de Herrera de los Navarros (fig. 39,1), un
poblado de 0,22 ha. fechado en el tránsito entre los siglos 111-II a.C., un magnifico ejemplo
del mismo (Burillo 1980: 78 y 187 5.; Idem 1983: 12 s.). La calle central, que discurría por
el punto más alto del poblado y que no presentaba resto alguno de preparación para el
tránsito, recorría el centro del poblado, abriéndose a ella las casas localizadas a ambos lados
de la misma, con muros medianiles entre sí y con la muralla como cierre al exterior.
Partiendo de los restos identificados en superficie y de ti excavación de dos viviendas, los
muros comunes parecen distar unos de otros 8 m., con lo que se obtendría un total de 22
espacios. Además, la utilización de mampuesto de grandes dimensiones permitiría identificar
en el ángulo Sur un recinto de categoría especial, quizás una torre.
Este mismo modelo urbanístico fue el aplicado en Castilmontán (fig. 39,2), para el
que se ha sugerido una cronología entre el siglo III y e] 1 a.C. (Arlegui 1992b: 505), con
casas rectangulares, de muros medianiles comunes, adosadas a la muralla. Por la regularidad
observada en las dimensiones de las viviendas se ha sugerido una capacidad máxima para el
espacio intramuros de una treintena de casas (Arlegui 1990: 52; Idem 1992b: 498 y 504).
Tal tipo de poblado tuvo amplia vigencia en la Celtiberia, como lo demuestra el
propio caso de La Coronilla, cuyo nivel celtibérico-romaao evidencia una distribución de las
víviendas similar a la registrada en la fase inicial, ccupando ahora también el flanco
meridional del poblado. Las viviendas abarcarían unos 500 m2 de la superficie total,
aproximadamente 1.500 m2, esto es, el 33% de la totalidad (Garcia Huerta 1989-90: 168;
Cerdeño y García Huerta 1992: 17 s., 41 s. y 78).
163
ALBERTO J. LORRIO
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¡Vg. 39. Plantas de Los (‘astellares de Herrera de los Navarros (1) y Castilmontán (2). (Según Durillo y de Sus 1986
(1) y Arlegui 1992b (2)).
164
EL HABITAT
89 Se excavaron en este poblado de 1,80 ha. algunas habitaciones <le planta trapezoidal localizadas en las áreas
centrales del poblado. Además, una serie de viviendas contiguas se adosaban a la muralla.
En esta ciudad de 6 ha. se identificaron a través de algunas zanjas exploratorias un buen número de
habitaciones rectangulares, aveces irregulares y bastante grandes, perte3ecientesauna manzana de casas. A lo largo
del tramo excavado para documentar las características de la muralla se ebservó la presencia de edificaciones, aunque
no directamente adosadas a ella, dejando un espacio libre de 0,25 m. íue permitiría la recogida de aguas hacia un
colector que atravesaba la muralla.
Los sondeos realizados en el interior del poblado, cuya superficie alcanza las 7 ha., pusieron de manifiesto
que en todo él hubo habitaciones, que se hallaron completamente a Tasadas, localizándose otras adosadas a la
muralla, con muros tangenciales a ella (fig. *,G..H).
92 Se identificó, a lo largo de 35 m., un tramo de calle que atravie~:a el poblado, cuya superficie es de 1,95 ha.,
en dirección Este-Oeste. Tiene 4 m. de anchura y está formada po: un pavimento de grandes piedras planas,
dispuestas sobre la tierra firme y ligeramente inclinadas hacia el centro para encauzar las aguas. Está flanqueada por
aceras realizadas con grandes cantos planos de 0,40 m. Se determiné la existencia de dos viviendas rectangulares
abiertas a ambos lados de la calle, identificándose asimismo habitaciones adosadas a la muralla.
El poblado de Izana, con una superficie de 2,2 ha., fue objete de excavaciones que dejaron al descubierto
2.400 m2 en el ángulo Sureste de la cumbre. Se localizó una calle dc 2,50 m. de anchura, empedrada con canto
menudo y bordeada por aceras muy bajas. Las viviendas, con muros comunes, se disponen perpendiculares a la calle
y al perímetro del poblado. También se identificaron viviendas en el i ~terior del hábitat.
165
ALBERTO J. LORRIO
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Fig. 40. Plantas de el Castillo de Arévalo de la Sierra (1), el Castillo de Taniñe (2), Castilterreño de Izana (3) y e’
los Villares de Ventosa de la Sierra (4). (Según Taracena 1926a <1-2 y 4) y 1927 (3)).
mt-
166
EL HABITAT
rectangulares delimitadas por las calles, que se hallaban pavimentadas con piedra menuda y
con aceras de grandes cantos rodados, estando provistas de piedras pasaderas para cruzar el
arroyo (Taracena 1954: 235 5.; Jimeno 1994a: 123 ss.; Idem 1994b: 39). Tradicionalmente,
se ha identificado esta ciudad con la destruida el año 133 (Taracena 1954: 234), en tanto que
para otros autores correspondería a la ciudad del siglo ] a.C. (Jimeno 1994a: 123; Idem
1994b: 37). La ciudad de época imperial mantuvo el esquema urbanístico general, con
remodelaciones en el trazado de algunas de sus calles (Jimeno et alii 1990: 53; Jimeno 1994:
125).
La aplicación de modelos urbanísticos ortogonales tiene su reflejo en La Caridad de
Caminreal (fig. 19,4), ciudad situada en el valle del Jiloca, que ofrece una estructura con
calles perpendiculares entre sí carentes de enlosado aunque provistas de aceras y canales de
captación y evacuación de aguas (fig. 36). Las calles delimitan insulae, al parecer ocupadas
por dos o más viviendas, habiéndose excavado completa tan sólo una de ellas, la denominada
Casa de Likine, una mansión helenístico-romana de dimensiones notables, que pone de
manifiesto la pronta asimilación del urbanismo romano por parte de las poblaciones
celtibéricas del Valle del Ebro94. Es una ciudad de nueva planta con un único momento de
ocupación, que cabe fechar entre el siglo II y el primv tercio del 1 a.C. (Vicente 1988;
Vicente et alii 1991: 82 ss.).
Junto a ciudades de planta reticular conviven otras cuyo desarrollo urbanístico está
fuertemente condicionado por la topografía del terreno. En San Esteban del Poyo del Cid
(Durillo 1980: 156 y 188), como en Bílbilis Itálica (Martin Bueno 1975a), los desniveles del
terreno obligaron a la realización de labores de aterrazamiento mediante muros de
contención. En Contrebia Leukade, la ciudad se asienta sobre dos cerros y una vaguada
intermedia (fig. 38,2), constituyendo un espacio en pendiente que fue acondicionado con
terrazas realizadas mediante el rebaje de la roca y muros de contención. Las casas, que se
localizan en estas terrazas formando grupos alineados, pre3entan medianiles comunes, estando
en parte excavadas en la roca (Hernández Vera 1982: 136 Ss.; Hernández Vera y Núñez
1988).
Las características topográficas serán uno de los condicionantes principales en la
organización del espacio interno de Langa de Duero (Ta:acena 1929: 31 Ss.; Idem 1932: 52
La Ínsula 1, ocupada por dos viviendas, posee unas dinnnsones de 30 por 48,70 nr, de las que
prácticamente las dos terceras partes de su superficie corresponden a la Casa de Likine (Vicente et alii 1991: 92).
167
ALBERTO J. LORRIO
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Fig. 41. Numancia. plano de la ciudad (1) y de la supeiposición de las ciudades celtibérica (puntos) y romana (línea) e’
(2). (Según Schulten 1933b (1) y Taracena 1954 (2)).
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168
EL HABITAT
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Fig. 42 Plano de dos sectores de la ciudad de Segontia Lanka. (Según Taracena 1929 y 1932).
169
ALBERTO J. tORIlLO
Ss.; Idem 1941: 89 s.), ciudad, que viene siendo identificada con la Segontia Lanka de las
fuentes clásicas, localizada en la vertiente de un elevado cerro, sin fortificaciones, formada
por la yuxtaposición de caseríos, con amplios espacios carentes de edificación. Las
excavaciones se centraron en dos altozanos separados 200 m., en los que se dejaron al
descubierto 2.750 y 2.700 m2, respectivamente (fig. 42). Las viviendas, de planta a,
viviendas que evidencien una diferenciación social, de la que, sin embargo, ha quedado
constancia a través del registro funerario y las fuentes literarias (vid, capítulo IX). No
PS
obstante, los hábitats más evolucionados sí han permitido detectar este tipo de viviendas,
siendo un magnífico ejeniplo de ello la mencionada Casa de Likine (fig. 36), en la que sin
duda debió vivir un personaje relevante (Vicente et alii 1991: 123), o la casa señorial con
instahciones agrícolas de transformación anejas a día, localizada en la zona baja de
Contrebia Belaisca (fig. 43,2) (Beltrán 1987b: 104 s.). La existencia de edificios públicos,
presumiblemente de carácter político, únicamente se ha identificado en Contrebia Belaisca
(fig. 43,1) (Beltrán 1987a; Beltrán 1988; Beltrán y Beltrán Lloris 1987), donde se han
localizado además áreas artesanales (Diaz y Medrano 1986). e’
de aguas (Vicente et alii 1991: 84). Importantes obras de abastecimiento de agua están
documentadas en Contrebia Leukade, aunque serían ya de época romana (Hernández Vera “5
1982: 167 ss., lám. XVII; Hernández Vera y Núñez 1988: 40); etcétera.
La presencia de restos constructivos o de aterrazamientos fuera del espacio delimitado
por la muralla ha sido señalada en algunos poblados celtibéricos (Durillo 1980: 156 y 188),
-o
siendo el principal problema que plantean el de su datación. Como ya se ha indicado, entre
el doble lienzo de murallas documentado en Herrera de los Navarros existe un espacio cuya
“5
170 u,
EL HABITAT
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Fig. 43. Contrebia Belaisca: 1, plano de la acrópolis y reconstrucciin hipotética de los elementos arquitectónicos
de arenisca localizados en la zona norte del gran edificio de adobe, 2, casa señorial e instalaciones agrícolas de
transformación de la zona baja de la ciudad, con la indicación (t> del lugar de aparición del bronce de Botorrita
1 (Según Beltrán 1987b).
171
ALBERTO 1. LORRIO
funcionalidad está aún por determinar, espacio que quizás pudiera haber estado destinado a
hábitat, sobre todo a partir de la identificación en algunos puntos del lado Suroeste de
alineamientos de piedras, perpendiculares a las murallas. Más difícil de determinar, sin la
o’
realización de excavaciones, es la contemporaneidad con el asentamiento celtibérico de los
aterrazamientos existentes en una de las laderas, así como el hallazgo, también extramuros,
de restos constructivos, principalmente teniendo en cuenta la reocupación de Los Castellares
en época medieval (Burillo 1980: 75 ss. y 188; Idem 1983: 13).
9,
9,
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172
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Iv
LAS NECROPOLIS
Las necrópolis localizadas en las altas tierras de la Meseta Oriental han constituido
uno de los temas más atrayentes para los investigadores que han abordado el mundo
celtibérico a lo largo del siglo XX, aunque en la gran mayoría de los casos sus análisis se
hayan planteado desde perspectivas puramente tipológicas, centrándose en el estudio de
algunos de los elementos más significativos, como las armas, las fíbulas o los broches de
cinturón. Faltan, en cambio, trabajos de síntesis, tan sólo realizados en los últimos años de
forma parcial, que permitan analizar los cementerios celtibéricos desde una perspectiva
integradora en el sistema cultural del que constituyen una parte esencial. Las necrópolis
ofrecen enormes posibilidades interpretativas en aspectos tales como la sociedad o el ritual,
permitiendo establecer además la propia seriación de los objetos en ellas depositados,
constituyendo un tipo de yacimiento clave para emprender el análisis de la cultura a la que
pertenecen.
~ Cerralbo (i9i6: 9) hace referencia concretamente a ríos, frentes o pozos de aguas saladas. Vid., asimismo,
García-Soto 1990: 19.
173
ALBERTO J. LORRIO
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Fig. 44. Localización de las necrópolis de Aguilar de Anguita (1), Almaluez (2), La Revilla de Calatañazor (3),
Osonilla <4), Ucero (5) y Gornuiz <6) y los poblados con ellas relacionados.
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174
LAS NECROPOLIS
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Hg. 45. Localización de las necrópolis de los oppida de Numancia (Y.), Uxarna ~2),Tiennes ~3)y Luzaga (4). (Según
Jimeno y Morales 1993 (1), Campano y Sanz 1990 (2) y Argente 1994 (3)).
175
ALBERTO J. LORRIIO
habitación, como ocurre en Carratiermes (Argente et alil 1990: 24 s.; Bescós 1992), y
posiblemente también en Alpanseque y El Atance (Burillo 1987: 83; Galán 1990: 29).
Resulta difícil establecer las razones que llevaron a la elección de un determinado
mt,
lugar para el emplazamiento de la necrópolis, si bien, al menos en un principio, la ubicación
de ésta se vincularía con la del propio poblado. Aun cuando la relación necrópolis-poblado
mt
un carácter sagrado, que resultaría visible desde éstos, de los que quedan separadas por
distancias inferiores al kilómetro y medio, por lo común entre 150 y 300 m. Por lo que se
refiere a la ubicación de las necrópolis en relación con las vías de comunicación o con los
lugares de acceso al hábitat, tal como se documenta en las necrópolis vetonas de Las Cogotas
y La Osera, esto no puede asegurarse, por la ausencia de información sobre el particular.
Un aspecto de especial interés es el de la existencia de más de un núcleo de
enterramiento para una única comunidad, como sucede con las necrópolis de Viñas de
Portugul y Fuentelaraña que cabe vincular con el oppidum arévaco de Uxama, en cuyas e,
proximidades se localizan (fig. 45,2). En este caso, ambos cementerios, situados en un radio
de medio kilómetro en torno al cerro del Castro y separados entre sí algo menos de 2 Km., e,
habrían sido en parte contemporáneos. Algo similar podría plantearse para las necrópolis de
La Requijada de Gormaz (fig. 44,6) y Quintanas de Gormaz, pues aun no conociéndose la
localización exacta de esta última, la distancia entre ambas no debió ser muy importante,
solamente, al parecer, escasos kilómetros (Zapatero 1968: 73). La proximidad de ambas
necrópolis junto con las escuetas y, a veces, contradictorias noticias sobre el cementerio de
Quintanas de Gormaz ha llevado a cuestionar la existencia de este último (García Merino —
1973: 43-48), por más que la información de Morenas de Tejada (1916a: 174) sobre la
e
tipología de los objetos encontrados en Gormaz, especialmente en lo que respecta a las
espadas y puñales, no coincida con los tipos que integraban los ajuares conocidos de la
e
necrópolis de Quintanas de Gormaz, por lo común más evolucionados (vid. Apéndice 1). La
necrópolis de La Requijada se sitúa en torno a un 1 kilómetro al Suroeste del castro,
e,
Anguita, donde Cerralbo excavó dos necrópolis, La Carretera o Vía Romana y El Altillo
(fig. 44,1), situadas a poco más de un kilómetro la una de la otra, pues el desconocimiento
e,
176 e,
LAS NECROPOLIS
de los materiales procedentes de la primera de ellas y del propio núcleo de habitación al que
presumiblemente estarían vinculadas no permite establecer la relación de ambos espacios
funerarios. Más complejo resulta extraer cualquier conclusión sobre la relación entre los
cementerios de El Plantío y El Almagral, en Rugilla o Ls Mercadillos y La Cabezada, en
Torresabiñán, al no conocerse su localización exacta ni la correcta atribución en cada caso
de los materiales conservados a una u otra necrópolis.
La existencia de más de una necrópolis o de diferentes sectores dentro de un
cementerio podría deducirse de ciertos casos, como los de Atienza, La Mercadera y, en
general, los localizados en el Alto Duero, en los que no parece que se halle enterrada toda
la población, según parece desprenderse de las características de los ajuares, faltando muchos
de los individuos del nivel social menos favorecido (Lorrio 1990: 50). En Atienza, la tumba
7 aparece claramente separada de las demás, dejando un espacio intermedio de 115 m2 en los
que no se documentó resto arqueológico alguno (fig. 50,2). Ello, unido a la presencia en su
ajuar de una fíbula de doble resorte y a la ausencia de armamento, permitiría plantear la
mayor antigúedad de esta sepultura respecto de las r:stantes que, con la información
disponible, posiblemente serían contemporáneas entre si.
Un caso interesante es el de Carratiermes (Argente y Díaz 1990: 52 ss.; Argente et
alii 1990: 14 5.; Argente et alii 1992a: 530), donde se han identificado al menos dos sectores
de enterramiento, separados entre sí unos 200 ni., al par~cer libres de sepulturas. El sector
A, del que proceden la mayoría de las tumbas excavadas, ofrece una forma próxima al
rectángulo, habiéndose detectado la existencia de una estratigrafía horizontal, con las
sepulturas de mayor antigUedad ocupando el área meridional y las más modernas, el
septentrional y occidental. Por su parte, el sector B, mu” alterado, queda caracterizado por
la presencia de un encachado de forma irregular cuyas dimensiones oscilan entre los 14,40
y los 7,20 m., en cuyo centro se detectó un círculo de piedras de 1,80 m. de diámetro. El
encachado estaba constituido por lajas de caliza, bajo las cuales, así como en los aledaños,
se hallaron las sepulturas, encontrándose numerosos reÑtos cerámicos sobre su superficie,
quizás restos de ofrendas o mejor de enterramientos des[ruidos por las labores agrícolas.
177
ALBERTO J. LORRIO
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Hg. 46. La ordenación del espacio funerario en las necrópolis celtibéricas: A, tumbas con estelas formando calles;
B, Idem sin estelas; C, tumbas sin orden aparente, con estelas; D, Idem sin estelas; E, Idem con túnmlos; F, sin
datos. 1, Numancia; 2, Osonilla; 3. La Revilla de Calatañazor; 4. La Mercadera; 5, Ucero; 6, Quintanas de —-
178
LAS NECROPOLIS
evidente personalidad. Así, algunas de las necrópolis del Alto Tajo-Alto Jalón y, en menor
medida, del Alto Duero se caracterizan por la deposición alineada de las tumbas formando
calles paralelas, que en alguna ocasión se hallaban empedradas, lo que confiere a este
específico ritual una cierta variabilidad, evidente asimismo en la localización de las áreas de
cremacion.
De esta forma, en lo que Cerralbo denominé “Necrópolis Segunda de El Altillo en
Aguilar de Anguita (vid. Apéndice 1), que ofrecía junto a la “Necrópolis Primera” una forma
próxima al rectángulo, se documentaron cinco hileras, de longitudes variables, formadas por
grandes piedras a modo de estelas, de diferentes dimensiones y número, cada una de las
cuales indicaba la localización de una sepultura. Los pas¡llos localizados entre las distintas
filas o calles tenían una anchura entre 1,8 y 3 m., mientras que los más extremos eran
notablemente más anchos, 14,4 y 7 ni., respectivamente, siendo estos considerados, por la
abundancia de ceniza hallada, como los lugares en los que se llevaron a cabo las cremaciones
(Aguilera 1911, III: 14-15).
Como pudo comprobarse en el cementerio de La Hortezuela de Océn, estas calles -
donde se localizaban las estelas y sus correspondientes tumbas- podían estar empedradas,
alternando con otras que no lo estaban, en las que se documenté la presencia de cenizas, por
lo que fueron interpretadas como posibles ustrina (Aguilera 1916: 16, lám. 1). Algo similar
debió documentarse en Alpanseque (Cabré 1917: lám. 1; Cabré y Morán 1975b: 124-126,
fig. 1), donde se registraron seis grandes calles -tres de las cuales se hallaron muy alteradas-
orientadas N-S y rellenas de piedras sin labrar (fig. 47,1). Se hallaban separadas por pasillos
de 1 a 2 ni. de anchura, interpretados como ustrina.
Una ordenación semejante fue atestiguada en Luzaga (Aguilera 1911, IV: 10-12, lánis.
VII-XI, 1; Idem 1916: fig. 2), con calles separadas entre sí en tomo a 2 m., formadas por
estelas de diferentes tamaños, algunas muy grandes (hasta 3,40 ni., según Cerralbo), delante
de las cuales se depositaba una urna que contenía los restos del cadáver, y un número
variable de tumbas en cada una de las calles, según Cerralbo entre 24 y 67. Hacia el
Noreste, al parecer, se localizó una gran superficie interpretada como el lugar reservado a
la realización de las cremaciones. Un caso muy similar al de Luzaga es el de la necrópolis
de Riba de Saelices (Cuadrado 1968), ambas de cronolo~ia avanzada y muy próximas entre
sí, también con estelas alineadas, con una orientación aproximada Norte-Sur, detectándose,
179
ALBERTO J. LORRIO
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Fig. 47. Planos de las necrópolis de Alpanse que (1) y La Requijada de Gonnaz (2). (Según Cabré 1917 (1) y
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Morenas de Tejada (2)).
180 *5
LAS NECROPOLIS
al igual que en el ejemplo anterior, una zona interpretada como un ustrinum (Cuadrado 1968:
10).
Más confuso resulta el caso de la necrópolis de Montuenga (Aguilera 1909: 97ss.;
Idem 1911, IV: 5), donde se localizaron varias líneas paraLelas de urnas, con una separación
entre los recipientes cinerarios en torno a un metro, que aparecían cubiertas por piedras,
cenizas y tierra, todo al parecer afectado por el fuego de los ustrina. Por su parte, la
necrópolis de Arcóbriga (Aguilera 1911, IV: 34 ss.), al igual que la anterior en el Alto Jalón,
en la que las sepulturas aparecían también alineadas formando calles, presentaba una
importante peculiaridad ya que una zona de la misma, sitiada en uno de los extremos de la
necrópolis, parecía estar reservada a un sector diferenciado de la población.
La existencia de alineamientos de estelas constituye un ritual característico de algunas
necrópolis del Alto Tajo-Alto Jalón, documentándose también, con características semejantes
a las de la Hortezuela de Océn (Aguilera 1916: 17), en Pa-lilIa, La Olmeda y Valdenovillos -
en esta última, las etiquetas del Museo Arqueológico Nacional confirmarían la existencia de
calles (Cerdefio 1976: 6Sss.)-, así como, al parecer, en el cementerio conquense de Cañizares
(Giménez de Aguilar 1932: 63). Otras necrópolis, como Clares, fijes (Cabré 1937: 99-100)
o Carabias (Requejo 1978: 50), según Cabré (1930: 13) podrían haber ofrecido calles de
estelas, aunque Cerralbo no haga mención alguna sobre el particular. Aún más dudosos
resultan los casos de las dos necrópolis de Torresabiñán, donde los enterramientos, con o sin
urna, podían ir acompañados de su correspondiente estel i, según las noticias recogidas por
las etiquetas conservadas en el Museo Arqueológico Nacional (García Huerta 1990: 165-167).
Esta peculiar ordenación del espacio funerario también se documentó en La Requijada
de Gormaz, en la margen derecha del Alto Duero (fig. 47,2). En esta necrópolis, de forma
rectangular y con unas dimensiones de 110 por 25 m. (Zapatero 1968: 69; García Merino
1973: nota 20), se identificaron hasta 25 lineas de tumbas orientadas Norte-Sur, siendo muy
superior el número de enterramientos individualizados al de estelas96.
La técnica seguida por Cerralbo (1916: 17) para la excavación y posterior
‘reconstrucción” de las necrópolis en las que trabajó, según la cual se excavaba siguiendo
las calles y señalando la localización de las estelas, cíue en ningún caso afloraban, para
96 La necrópolis de Gorinaz proporcionó más de 1.200 tumbas, Fabiéndose localizado unas 180 estelas y 710
urnas (Sentenach 1916: 78, aunque refiriéndose a la necrópolis de Quintanas de Gormaz; Taracena 1941: 84).
181
ALBERTO J. LORRIO
alineamiento de las estelas funerarias (figs. 48 y 49,1), sin alcanzar la complejidad registrada
por Cerralbo, y los resultados obtenidos en la de Aragoncillo, con sepulturas también
PS
alineadas, esta vez sin estelas (Arenas y Cortés e.p.), han venido a confirmar la existencia
de esta peculiar organización interna característica de algunos cementerios de la Meseta 9-’
Oriental.
No obstante, lo que Cabré denominó “el rito céltico de incineración con estelas
alineadas” que, como se ha señalado, resulta exclusivo de los cementerios de la Edad del
Hierro del Oriente de la Meseta, no puede en absoluto considerarse como una práctica e,,
generalizada a todas las necrópolis celtibéricas. Más bien al contrario, la mayor parte de las
que han ofrecido este tipo de información se caracterizaban por carecer de cualquier orden
interno, pudiéndose detectar áreas con diferente densidad de enterramientos que, en
ocasiones, pueden incluso estar delimitadas por espacios estériles, habiéndose observado en
ciertos casos, como en las necrópolis de Atienza (vid. supra) o Carratiermes (Argente et alii
1992a: 530), la existencia de una auténtica estratigrafía horizontal.
La distribución anárquica de las sepulturas está constatada en las necrópolis de
Almaluez (Taracena 1941: 32-34; Idem 1933-34) y Monteagudo de las Vicarias (fig. 50,1)
(Taracena 1932: 33; Idem 1941: 100), en las que se documentó la presencia de estelas,
siempre en número menor al de enterramientos. Algo similar cabe decir de las de Atienza
(fig. 50,2) (Cabré 1930: 41), Carratiermes (Argente y Díaz 1990: 56; Argente et alii 1992a:
533) Carrascosa del Campo (fig. 52,2) (Almagro-Gorbea 1969: 33) y, posiblemente también,
de la de Ucero (García-Soto 1988: 92). La presencia de al menos una estela estaría
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LAS NECROPOLIS
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Fig. 48. Plano y pe4Ues de la zona 4 de la necrópolis de Riba de Saelices (Según Cuadrado 1968).
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Fig. 49, Planos de las necrópolis de Riba de Saelices (1) y Sigúenza (2). (1, según Cuadrado 1968; 2, campañas
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de 1976-78, según Cerdeño y Pérez de Ynestrosa 1993, y campaña de 1974, localización aproximada a partir de
los datos de Fernández- Galiano et alii 1982).
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184
LAS NECROPOLIS
Según Cerralbo (1916: 11), los cementerios por él excavados se constituyen por grandes
paralelogramos”, lo que parece probable en el caso d~ Aguilar de Anguita y las demás
necrópolis con alineaciones de tumbas, y así es señalado en el caso de Gormaz (Morenas de
185
ALBERTO J. LORRIO
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Fig. 50. Planos de las necrópolis de Monteagudo de las Vicarias (1) y Atienza (2). (Según Taracena 1932 (1) y e,
Cabré 1930 (2)).
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LAS NECROPOLIS
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Fig. 51. Plano de la necrópolis de La Mercadera: 1, tumbas con arnuis, exceptuando la espada o elpuñal; 2, idem
con espadas o puñales (se han incluido también aquellas que presertan restos de vainas sin asociación directa a
espadas); 3, sepulturas con adornos broncíneos; 4, idem de plata; 5, enterramientos de atribución sexual incierta;
6, idem con una sola urna como único elemento en la tumba; 7, dem sin ningún objeto; 8, límite de la zona
excavada. (No hay referencia sobre la localización de la tumba 68). (Según Lorrio 1990).
187
ALBERTO .1. LORRIO
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Fig. 52. Planos de las necrópolis de La Yunta, con la distribución de los enterramientos por sexos (1) y Carrascosa
del Campo (2). (Según García Huerta y Antona 1992, modificado (1) y Almagro-Gorbea 1969 (2)).
188
LAS NECROPOLIS
~ La primera campaña proporcionó 1.125 tumbas, a las que hay que añadir 8 más procedentes de la segunda
(Zapatero 1968: 66 Ss.).
189
ALBERTO J. LORRIO
adorno dentro de la urna, y las armas, generalmente de mayor tamaño, fuera, alrededor de
la misma.
Las fuentes literarias ofrecen un testimonio excepcional al narrar los funerales de
Viriato: “El cadáver de Viriato, magníficamente vestido fue quemado en una altísima pira;
se inmolaron muchas víctimas, mientras que los soldados, tanto los de pie como los de a
caballo, corrían formados alrededor, con sus armas y cantando sus glorias al modo bárbaro;
y no se apanaron de allí hasta que el fuego fue extinguido. Terminado el funeral, celebraron
u.
combates singulares sobre su túmulo” (App., Iber. 71); “El cadáver de Viriato fue honrado
magníficamente y con espléndidos funerales; hicieron combatir ante su túmulo doscientas
“5’
PS
4. Las estructuras funerarias. En este apartado cabe incluir, por un lado, los lugares
donde se realizaron las cremaciones, los ustrina, seguramente colectivos y en general mal
“5
conocidos, y, por otro, aquéllos en los que se produjo la deposición definitiva de los restos
cremados del difunto, que ofrecen una gran variabilidad estmctural, desde la simple
deposición de los restos del cadáver en un simple hoyo, sin protección de ningún tipo, hasta
las más complejas sepulturas tumulares.
4.1. Los ustrina. Se localizan, en aquellas raras ocasiones en las que han podido
delimitarse evidencias al respecto, dentro del espacio funerario (fig. 54,2), identificándose,
como ya hiciera Cerralbo, a quien se debe la mayor parte de la información que se posee
sobre este tipo de estructuras, gracias a la presencia de abundante ceniza. Según Cerralbo
(1911, III: 14 s.), en Aguilar de Anguita, los lugares reservados a la cremación del cadáver
ocupaban las calles más extremas de la necrópolis, habiéndose registrado la presencia de
restos de cerámica y metal, mientras que, en Luzaga, se localizaban en un área marginal del “5’
cementerio destinada a tal fin. En otros casos, como la Hortezuela de Océn, Padilla, La
Olmeda, Valdenovillos (Aguilera 1916: 17) y Alpanseque (Cabré 1917: lám. 1), los ustrina
alternarían su presencia con las calles empedradas reservadas a los enterramientos (fig. 47,1).
VV
Desafortunadamente, estas noticias no han podido ser debidamente constrastadas por
los trabajos de excavación más recientes que, sin embargo, han ofrecido algunas evidencias
“5?
susceptibles de ser interpretadas como los lugares reservados a la cremación de los
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190
LAS NECROPOLIS
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Fig. 53. 1, Modelo general del conjunto de pautas relacionadas con la práctica funeraria (a partir de ejemplos
etnográficos europeos). El área rayada se corresponde con la parte de la secuencia estudiada arqueológicamente.
2, Modelo de ritual funerario para el ámbito celtibérico. <1, según Eartel 1982, tomado de Ruiz Zapatero y Chapa
1990; 2, según Burillo 1991a).
191
ALBERTO J. LORRIO
en la zona central de uno de los sectores de la excavación (Cuadrado 1968: 10, fig. 5). Por
su parte, en Atienza se registró la existencia de una serie de fosas de “ceniza y tierra negra”
7,
192
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LAS NECROPOLIS
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Hg. 54. 1, Incineraciones del sector 4 de la necrópolis de Pinila Trasmonte. 2, Plano de un sector de Las
Madrigueras, en Carrascosa del Campo (el rayado amplio señalo los ustrina y el estrecho las cenizas de las
sepulturas). (Según Moreda y Nuño 1990 (1) y Almagro-Gorbea 1959 (2)).
193
ALBERTO J. LORRIO
el sector 1 una mancha longitudinal de cenizas -que alcanza una superficie aproximada de 20
y una potencia de 20 cm.- considerada como un ustrinuin, habiéndose recogido entre las
cenizas algunos fragmentos de cerámica y pequeños restos de objetos de bronce deformado
PS
Aguilar de Anguita (Aguilera 1916: 12) y Riba de Saelices (fig. 48) las urnas solían estar
cubiertas con una laja de piedra y se depositaban delante de la estela, mientras que en La
“5
Yunta, donde conviven enterramientos tumulares con simples tumbas en hoyo (fig. 52,1), con
o sin protección pétrea, al no haber estelas (García Huerta y Antona 1992: 108s.), las urnas
aparecían cubiertas por tapaderas cerámicas, con la sola excepción de dos conjuntos, donde
curiosamente no se hallaron restos del cadáver, en los que las urnas estaban tapadas por lajas
pétreas.
Las estelas varían notablemente de tamaño~, estando realizadas generalmente en los w
materiales propios de la región donde se ubica la necrópolis. Suele tratarse de piedras sin
desbastar, o a veces toscamente labradas, conociéndose tan sólo un ejemplar decorado con
una representación esquemática de un caballo y una figura humana, procedente de Aguilar
de Anguita (Aguilera 1911, III: lám. X,1; Idem 1913b; Déchelette 1913, II: 688, nota 1).
Los enterramientos tumulares ofrecen también una cierta diversidad, hallándose por
lo común bastante alterados, no quedando en ocasiones otra evidencia que la acumulación de a.
piedras sin forma definida. Aunque su presencia ha sido señalada en Griegos (Almagro Basch
1942), Valmesón (Aranda 1990: 102), Molina de Aragón (Cerdeño et alii 1981: 13 s., fig.
e,;
98 En Luzaga el tamaño de las estelas oscila entre 0,5 y 3,40 m. Q), lo que parece excesivo, aunque en Aguilar
de Anguita algunas llegaran a los 3 m. (Aguilera 1916: 17) y en Monteagudo de las vicarías llegarán a alcanzar los
2,50 de altura. En Riba de Saelices, ofrecían dimensiones más homogéneas, entre los aproximadamente 70 cm. de PS
longitud por 60 de anchura y 20 dc grosor, de las mayores, hasta los 30 x 15 x 20 cm., de algunas de las menores.
194
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LAS NECROPOLIS
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Fig. 55. Planta y alzado de la tumba 36 de la necrópolis de Numa qcia (1) y reconstrucción ideal de una tumba
celtibérica <2) (1, según Jimeno y Morales 1994).
195
ALBERTO J. LORRIO
2), Sigúenza (fig. 56,1) (Cerdeño y Pérez de Ynestrosa 1993: 14 ss.), Atienza (Cabré 1930:
40), Carratiermes (Argente y Díaz 1990: 51), Itero (García-Soto 1990: 20) y posiblemente
La Mercadera (Taracena 1932: 7), sus características constructivas únicamente han podido
definirse con claridad en las necrópolis de La Yunta (fig. 52,1) (García Huerta y Antona
1992: 111 ss.) y La Umbría de Daroca (Aranda 1990: 104 s. y 109).
7,
En La Yunta (fig. 52,1) se han localizado once de estas estructuras, ocho de las cuales
han podido delimitarse en su totalidad (García Huerta y Antona 1992: 111 ss.). Tan sólo una
e’
de ellas, de forma rectangular, con dimensiones que oscilan entre los 2 y los 1,70 m. y cista
circular central, estaría realizada por la superposición de varias hiladas de piedras, mientras
que las restantes se corresponden con los más sencillos encachados tumulares, también
rectangulares o, en menor medida, circulares y de dimensiones que rondan los 2 metros. En
e’
La Umbría los empedrados tumulares -únicamente documentados en las fases más antiguas
de este cementerio- presentan formas ligeramente circulares u ovales, con diámetros que
oscilan entre 0,75 y 1,50 m., así como cuadradas o rectangulares, cuyo tamaño varía de 0,90
por 0,80 m. en los menores hasta 1,60 por 1,15 en los mayores (Aranda 1990: 104 s.).
“5
Sigúenza (fig. 56,1) (Cerdeño 1981: 191 ss., figs. 1-2; Cerdeño y Pérez de Ynestrosa 1993:
14 ss.) y Griegos (Almagro Basch 1942), estando igualmente presentes en necrópolis de
datación más avanzada, como La Yunta (fig. 52,1) en su fase inicial (Antona y García
Huerta 1992) o Carratiermes (Argente y Diaz 1990: 51), en tanto que en Ucero los
encachados se asocian a tumbas de diferente cronología (García-Soto 1990: 20). En Atienza,
Cabré (1930: 40) constató cómo la superficie del terreno donde se situaban los ajuares
funerarios y los ustrina aparecía recubierta a veces “con una capa o piedras de pequeño
tamaño”. En La Mercadera, la presencia de cantos de río en la zona central del área e’-
excavada, sobre los enterramientos e incluso en contacto con ellos (Taracena 1932: 7), podría
tener que ver con la existencia de algún tipo de estructura, en cualquier caso muy alterada
y prácticamente irreconocible, quizás por encontrarse a poca profundidad y tratarse de una
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Fig. 56. Sigftenza. Planos parciales de las fases L campaña de 1976<1% y II, campaña de 1974 (2). (Según Cerdeño
y Pérez de Ynestrosa 1993 (1), niodWcado, y Fernández-Galiano et clii 1982 (2)). La numeración de las sepulturas
según Cerdeño y Pérez de Ynestrosa 1993.
197
ALBERTO 1. LORRIO
zona de labrantío, estructura que cabría relacionar tal vez con otras identificadas como
encachados tumulares o incluso con restos de ustrina (Lorrio 1990: 40).
La dispersión geográfica de las estructuras tumulares, a diferencia de lo observado
fr
en el caso de las alineaciones de estelas, excede el teórico territorio atribuido a los celtíberos,
estando bien documentadas en áreas periféricas de la Meseta Oriental, zonas algunas de ellas
que, en un momento avanzado, serán consideradas como parte integrante de la Celtiberia.
Hacia el Sur, en la provincia de Cuenca, los enterramientos tumulares conviven con otros
7,
tipos de sepultura en La Hinojosa (Galán 1980; Jiménez et alii 1986: 158; Mena 1990: 186
s.) y Alconchel de la Estrella (fig. 57,2) (Millán 1990), ya en la zona de transición hacia el
e,
mundo ibérico (vid, capítulo VII), a pesar de que en este último cementerio el armamento
recuperado sea indudablemente de tipo celtibérico. Junto a ellas cabe mencionar la necrópolis
u.-
tumular de Pajaroncillo (fig. 57,1) (Almagro-Gorbea 1973: 102, 112 y 122). En el Bajo Jalón
también se conocen este tipo de estructuras (Pérez Casas 1990), y lo mismo cabe decir de
a.
la zona burgalesa, donde cabría citar los casos de Lara de los Infantes (Monteverde 1958)
o Ubierna (Abásolo et alil 1982). La presencia de túmulos está documentada también hacia a.
el Occidente en cementerios como el abulense de La Osera (Cabré et alii 1950) o los
extremeños de Botija (Hernández 1991: 257) y Hornachuelos (Rodríguez y Enríquez 1992:
542 ss., fig. 5).
U:-
los vasos que en ocasiones les acompañan, casi siempre como contenedores de las ofrendas
de tipo perecedero ofrecidas al difunto, realizándose igualmente en este mismo material otros
elementos como fusayolas o bolas; los objetos de hueso, pasta vitrea, piedra, etc., o los
realizados en materiales perecederos, estos últimos no conservados en ninguna ocasión, entre e’
los que se incluirían ciertas armas de cuero o madera o, seguramente más a menudo, aquellas
panes del arma realizadas en este tipo de material; recipientes de madera, cuyo uso es
señalado por las fuentes literarias (Str., 3, 3, 7), o la propia vestimenta del difunto.
El valor de los objetos depositados en las sepulturas adquiere, por la propia selección
de los mismos para formar parte de los ajuares funerarios, connotaciones que van más allá
198
“5;
LAS NECROPOLIS
Fig. 57. 1, planta y sección del túmulo .3 de Pajaroncillo. 2, planta de la necrópolis de Alconchel de la Estrella.
(Según Almagro-Gorbea 1973 (1) y Millón 1990 (2)).
199
ALBERTO J. LORRIO
de su simple carácter funcional. Si bien la mayoría de los objetos depositados en las tumbas
debieron tener una función práctica en el mundo de los vivos, lo que no conlíeva
necesariamente el que fueran utilizados de forma cotidiana, algunos de ellos presentan un
e’
valor social y simbólico añadido al puramente funcional, pudiendo ser considerados como
indicadores del estatus de su poseedor. Destaca el papel jugado por el armamento y muy
e’
particularmente por la espada, cuyo importante valor como objeto militar es bien conocido
gracias a las fuentes clásicas. El armamento se configura como un bien indivisible con su
e’
portador, que llega a preferir la muerte antes que verse desposeído de sus armas (vid. Sopeña
1987: 83 ss.).
a.
El prestigio de la espada como arma de lucha llevó a convertirla en indicadora del
estatus guerrero y de la posición privilegiada dentro de la sociedad celtibérica por parte de
su dueño, enfatizando el carácter militar de dicha sociedad. Las ricas decoraciones que a
menudo presentan las empuñaduras de estas piezas y sus vainas, junto con su frecuente
a.,
aparición en los conjuntos funerarios de mayor riqueza, hacen de la espada un auténtico
objeto de prestigio, por más que en ciertos casos forme parte de ajuares con un reducido
PS -
número de elementos.
Las armas de asta, categoría que integra a los diversos modelos de lanzas y jabalinas, a.
que constituyeron el tipo de arma más habitual, únicamente debieron ostentar el prestigio
de las espadas en la fase inicial de los cementerios celtibéricos, en la que éstas estaban
todavía ausentes. Con todo, algunos ejemplares presentan decoración incisa (vid, tablas 1-2,
n035) e incluso damasquinada (Lenerz-de Wilde 1991: 105 s.). a
Ir
200
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LAS NECROPOLIS
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CINTURON Nasos
CHAME 1008
TUMBAS DE GUERREROS N • 44
EDTUMBAS CON ADORNOS N • al
LÁJTUMBAS CON AJUAR POCO SIGNIFICATIVO N • 20
Fíg. 58. La Mercadera: 1, presencia de metales por tipos de tumbas. Los porcentajes situados sobre los histogramas
están referidos al total de tumbas de cada grupo; 2, distribución de o Igunos elementos presentes en los ajuares por
tipos de tumbas. (Según Lorrio 1990, modificado (2)).
201
ALBERTO J. LORRIO
van más allá de su función puramente ornamental (Morán 1975; Idem 1977; Cabré y Morán
19’75a; Argente et alii 19921».
Los cementerios celtibéricos han documentado también la existencia de ofrendas
e’
perecederas, indirectamente a través de los recipientes cerámicos que en ocasiones
acompañan a la urna cineraria y directamente con la presencia de restos de animales,
principalmente bóvidos, ovicápridos y équidos, en algunas tumbas de las necrópolis de
Molina de Aragón, La Yunta, Aragoncillo, Aguilar de Anguita, Sigúenza, Numancia o Ucero
e’
(Aguilera 1916: 48 y 97; Cerdeño y García Huerta 1990: 89; García-Soto 1990: 26; García
Huerta y Antona 1992: 148 5.; Cerdeño y Pérez de Ynestrosa 1993: 64 s.; Jimeno 1994b;
“5
Arenas y Cortés e.p.) que, debido al valor económico que debieron alcanzar estos animales,
bien pudieran ser un indicador del rango del individuo al que van asociados (Ruiz-Gálvez
t
1985-86: 93)99•
El análisis de los ajuares funerarios permite establecer una serie de asociaciones que,
e,’
por su repetición y, a veces, por su propia excepcionalidad, cabe vincular con grupos
característicos de la sociedad celtibérica. Un grupo destacado de sepulturas se define por la
presencia de armas (espadas, puñales, lanzas, jabalinas, escudos y cascos) en diferentes
combinaciones, a las que suelen asociarse cuchillos, así como arreos de caballo y útiles tales PS-
como el punzón o, de forma menos usual, la hoz o las tijeras. También se documentan
objetos relacionados con la vestimenta, como los broches de cinturón o las fíbulas. Estos
ajuares podrían sin dificultad vincularse con enterramientos de guerreros. Junto a éstos se
sitúan aquellos ajuares caracterizados por la presencia de elementos de adorno personal
(espirales, pulseras, brazaletes múltiples, pendientes, pectorales, etc.), así como fíbulas,
broches de cinturón, o las fusayolas, también presentes en el grupo anterior, al igual que e’
ocurre con los cuchillos y las leznas o dobles punzones. Este segundo grupo podría
relacionarse en general con enterramientos femeninos, sin que quepa descartar su vinculación
en algunos casos con individuos de sexo masculino, tal como se ha señalado, sin la debida
contrastación con los análisis antropológicos, para las tumbas con ajuares broncíneos, entre e’
las que destacan las provistas de pectorales, características de la fase inicial de Carratiermes
(vid.,al respecto, entre otros trabajos, Argente et alii 1991b: 115 s.). Un número importante PS
de tumbas resultan de más difícil adscripción, tanto por documentar únicamente objetos que
0,
~ Así parece confirmarlo la tumba 92 de La Yunta, que es la que reúne el mayor número de objetos de este Ir
cementerio y en la que se hallaron molares de un ternero.
202
“5
LAS NECROPOLIS
100 En La Yunta (García Huerta y Antona 1992: 157 ss.), se ha podido determinar sexo y edad en 67 de los
109 conjuntos excavados, uno de las cuales resultó ser doble. En Sigúenza (Cerdeño y Pérez de Ynestrosa 1993: 62
s.; Reverte 1993), de las 33 sepulturas publicadas tan sólo se han reilizado análisis antropológicos en 10 casos,
habiéndose determinado sexo y edad en 7 de ellas. Por su parte, er Las Ruedas (Sanz 1990a: 163 s.), se han
analizado 65 depósitos, cinco de ellos dobles y otros tantos carentes de os restos cremados del difunto, mientras que
en La Hinojosa se han estudiado 44 de los 55 enterramientos excavados (Mena 1990: 192).
101
En la necrópolis de Las Ruedas, la cantidad de restos óseos xaría entre 9 gr. y 556 gr., estando la mayor
parte entre 100 y 350 gr. (Sanz 1990a: 164). En Sigilenza, los restos oscilan entre los 4 y los 1019 gr., pero la
mayoría no supera los 250 gr. (Reverte 1993).
203
ALBERTO J. LORRIO
celtibérico los resultados obtenidos en este cementerio mediante los análisis antropológicos.
Así, a pesar de que, de la docena de tumbas en las que se ha hallado algún elemento e,.
los enterramientos masculinos y femeninos, asociándose en ‘un caso también a niños, por lo
que quizás hubiera que plantear para estos pequeños objetos una interpretación diferente de
la puramente funcional, quizás de tipo simbólico, sobre todo teniendo en cuenta su ocasional
asociación en el mundo celtibérico con ajuares militares.
Los elementos que integran los ajuares no son, por lo común, objetos específicos del
Ir
204
‘u
LAS NECROPOLIS
mundo funerario, como lo prueba la existencia de piezas reparadas (vgr, los broches de
cinturón); lo mismo puede decirse también de los propios recipientes funerarios, a veces
piezas usadas, como sucede en La Yunta con las urnas con asas, generalmente rotas (García
Huerta y Antona 1992: 147). Esto no quiere decir que determinados objetos no hubiesen sido
adquiridos y/o fabricados con esta finalidad, como podría ser el caso de ciertas piezas
excepcionales, como las urnas de orejetas presentes en las ricas sepulturas de Aguilar de
Anguita y Sigúenza.
205
ALBERTO J. LORRIO
completamente desconocida, bien pudieron formar parte de un solo conjunto, a lo que habría
que añadir la facilidad en su elaboración que no haría aconsejable cuantificarías de acuerdo y
e
102 Sin embargo, la existencia de vainas o tahalíes sin espada o puñal, más que interpretarse como producto
del descuido a la hora de recoger de la pira funeraria los elementos del ajuar podría considerarse como fruto de una
acción voluntaria, cuya interpretación última se nos escapa, tanto más cuanto se carece de los análisis antropológicos
de los restos cremados del cadáver que podrían dar a!guna luz.
206
LAS NECROPOLIS
varillas, etc., que habitualmente formarían parte de objetos alterados por el fuego,
únicamente se han tomado en consideración en aquellos casos en los que con seguridad no
pueden pertenecer a algunas de las piezas presentes en el ajuar. Además de los objetos
interpretados como ofrendas, se han incluido para la cuantificación los vasos cerámicos
utilizados como recipientes cinerarios.
207
ALBERTO J. LORRIO
ALMALUEZ ALMALUEZ
<SEGUN OGARIO) (O ASAS>
N 82 N’11
IP DE TUMBAS PP DE TIMBAS
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Fig. 59. Distribución de la “riqueza en algunas necrópolis del grupo del Alto Tajo-Alto Jalón (los datos ~ieAguilar
de Anguira y Arcóbriga están referidos a los individuos de más alto estatus).
208
LAS NEGROPOLIS
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Fig. 60. Distribución de la “riqueza” en algunas necrópolis del Alio Duero (los datos de Osma y Quintanas de
Gonnaz están referidos a ¡os individuos de más afro estazus).
209
-
ALBERTO J. LORRIO
PS
de los ajuares funerarios. Sin embargo, la posibilidad de poder obtener indicios de esta
jerarquización a partir de los factores analizados con anterioridad, como la localización
PS
espacial de las tumbas, resulta enormemente limitado, pues en la mayoría de las ocasiones
no existe documentación planimétrica alguna ni se realizó la publicación detallada de los e,.
publicada en detalle, sin que aporte datos de interés sobre la jerarquización social en este tipo
de cementerios, dado el empobrecimiento que evidencian sus ajuares, caracterizados por la
total ausencia de armas y la rareza de los objetos metálicos, reducidos a alguna fíbula,
varillas, cuentas, brazaletes y anillos de bronce.
Estas carencias afectan también al tipo de estructura funeraria que, junto al ajuar, y
en general las ofrendas de diverso tipo depositadas en las sepulturas o fuera de ellas, y a la
localización topográfica de los enterramientos, constituyen los elementos más significativos
para poder acceder a la organización social de la comunidad a la que se vincularía el espacio
funerario. En el caso de las estructuras tumulares, la sola inversión del trabajo necesario para
e,-
103 Algo semejante parece documentarse en la necrópolis alavesa de La Hoya (Llanos 1990: 141 s.). Las
sepulturas se hallaron muy alteradas debido a la acción de las labores agrícolas, por lo que no pudo establecerse con
exactitud el número total de tumbas en el área excavada ni la adscripción de todos los objetos encontrados a sus
correspondientes conjuntos. A pesar de estas dificultades, se estimó en unas 28 el número de tumbas que debieron
depositarse en los 120 m2 excavados que, por las características del ajuar —formado en una proporción elevada por e,
armas-, se interpretó como un espacio reservado al estamento militar (Llanos 1990: 145).
210
PS
LAS NECROPOLIS
211
ALBERTO 3. LORRIO
número de tumbas en toda la Meseta Oriental, no son las que más objetos incorporan a sus
ajuares, tan sólo cinco o seis, frente a los nueve que ostentan las tumbas 9 y 25 de este
cementerio, la primera de ellas sin annas, o los dieciseis de la referida sepultura A de
Aguilar de Anguita, provista igualmente de armas defensivas realizadas en bronce. Respecto
a la localización de las sepulturas con ajuares excepcionales, tan sólo decir que las tumbas
12 y 20 se ubicaban en dos calles diferentes.
Indicios de jerarquización topográfica fueron señalados por Cerralbo en la necrópolis
e.
de Arcóbriga (Aguilera 1911, IV: 34 ss.), en el Alto Jalón, más moderna que la fase a la que
se adscriben las tumbas referidas de Aguilar de Anguita y Alpanseque y al igual que éstas
PS
con alineamientos de sepulturas formando calles. Se determinó un espacio localizado en uno
de los extremos de la necrópolis, reservado a un gmpo individualizado de la sociedad (según
Cerralbo serian tumbas privilegiadas femeninas, que pertenecerían a sacerdotisas), cuyos
ajuares, no militares, estaban integrados por unos objetos supuestamente utilizados para la
PS
sujeción del tocado y por placas de bronce decoradas (vid, capítulo VI, 2.4 y 3.2). Inmediato
a esta zona se halló un enterramiento -tumba B-, que Cerralbo interpretó como perteneciente
PS
a un jefe o “Régulo Pontífice”; su ajuar, tenido “por el más importante’, estaba formado por
la urna cineraria, a torno, una espada lateniense, una punta de lanza, dos cuchillos curvos,
una fíbula, dos fusayolas y, lo que es de mayor interés, el único bocado de caballo
documentado en esta necrópolis. Esta sepultura, con un total de ocho objetos, ocupa, por lo e,-
que respecta al número de elementos, una posición destacada en relación con las tumbas
militares de ajuares conocidos de esta necrópolis, solamente 10, que acumulan entre seis y e,,
nueve elementos.
En lo referente a la distribución jerarquizada de las tumbas en el espacio funerario, e,
en la necrópolis de Atienza se observa cómo todas las tumbas con espada a excepción de la
9, que además son las que acumulan un mayor número de objetos, se concentran hacia el e,
Sureste del yacimiento, lo que implica un tratamiento espacial diferenciado de las sepulturas
de mayor riqueza de este cementerio. Menos evidente resulta el caso de la necrópolis de La e,
Mercadera, donde las tumbas con espadas aparecen siempre en grupos, no habiéndose
documentado su presencia en el sector más oriental del cementerio, justamente en el que se
concentran, entre otras, las tumbas carentes de cualquier elemento de ajuar (Esparza 1991:
18). e,-
e,
212
e-
LAS NECROPOLIS
Con los datos analizados, sobre todo en lo relativo :i la ordenación interna del espacio
funerario y a las características de los ajuares, no hay duca en considerar a los cementerios
de la Meseta Oriental como uno de los elementos culturales que mejor contribuyen a
delimitar el territorio celtibérico, al menos entre los siglos VI y 111/II a.C., constituyendo una
de las principales señas de identidad de los celtíberos durante este período. Sin embargo,
lejos de la homogeneidad que cabría esperar dada su adscripción a un mismo grupo étnico,
el celtíbero, estas necrópolis muestran importantes dif:rencias, algunas explicables por
razones de tipo cronológico, lógicas si se tiene en cuenta que algunas de ellas llegaron a estar
en uso a lo largo de más de seis centurias, pero que en otros casos parecen responder más
bien a razones de tipo cultural, lo que permite individualizar áreas geográfico-culturales, que
cabría vincular con las tribus o popuil que según las fuentes literarias integrarían el colectivo
celtibérico. Esta variabilidad se hace patente en aspectos tales como la tipología de los
objetos que componían los ajuares, la desaparición del aímamento de los ajuares funerarios
a partir del siglo IV a.C. en un sector restringide de la Celtiberia, o la distinta
representatividad en los cementerios de los diversos sectjres de la sociedad.
213
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EL ARMAMENTO
104 Para una visión más detallada del armamento de los celtas hispanos, vid. Lorrio (1993), así como Quesada
(1991) y Stary (1994), a quienes se deben las más recientes y sin duda mejores síntesis sobre el armamento
protohistórico peninsular. Un panorama general sobre el armamento cellibérico se obtendrá también en Schtile (1969)
y Lorrio (1994 y epa); para el análisis de las armas de tipo lateniense localizadas en territorio celtibérico,
principalmente las espadas, además de las obras comentadas, vid. Stary (1982) y Lenerz-de Wilde (1991).
215
ALBERTO J. LORRIO
216
EL ARMAMENTO
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LA MERCAOERA
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II]
Sepulturas con armas
Fig. 62. C’onjuntos cerrados identificados en las principales necrcpolis celtibéricas, con mención, en la parte
superior de cada histograma, del número total de sepulturas excavadas en cada caso.
217
ALBERTO J. LORRIO
posteriores ya que no siempre fueron publicados y, aun en estos casos, la información que
suministran es a veces insuficiente por el estado de deterioro de los yacimientos o por el
reducido número de sepulturas localizadas. Todo ello complica notablemente el análisis de
las asociaciones originales en orden a la realización de una seriación que permitiera
establecer cronologías relativas, fundamentales para determinar la secuencia evolutiva de los
equipos militares. A esto hay que añadir la poca fiabilidad de las dataciones absolutas de los
elementos metálicos, frecuentemente los únicos conservados.
Al tratarse, por otro lado, de un material seleccionado intencionalmente, cabría
preguntarse hasta qué punto los equipos militares depositados en las tumbas reflejan la
auténtica panoplia celtibérica. En este sentido, cabe destacar la coherencia interna del registro
funerario, que aboga por su fiabilidad, siendo verdaderamente excepcional la presencia en
una misma sepultura de dos espadas y no documentándose en ningún caso más de un escudo,
o dos cascos, o dos corazas metálicos. Conviene tener en cuenta que cuando se dispone de
conjuntos de ajuares militares numéricamente importantes queda manifiesta la preponderancia
de las armas de asta -lanzas y jabalinas-, todo lo cual viene a coincidir con la información,
en general de época tardía, facilitada por las fuentes literarias y las representaciones
iconográficas.
El equipo militar documentado en las necrópolis celtibéricas está formado básicamente
por la espada, el puñal, que en ocasiones sustituye a la propia espada mientras que en otras
acompaña a ésta en la panoplia, y lo que se podría denominar genéricamente como armas de
asta, término que engloba las lanzas, arma fundamentalmente de acometida, y las jabalinas,
arma arrojadiza cuyo uso queda confirmado por la presencia en las tumbas de puntas de
pequeño tamaño, pero también por los hallazgos de puntas pertenecientes a pila, arma
caracterizada por la gran longitud de la parte metálica -formada por una pequeña punta y un
muy desarrollado tubo de enmangue- respecto al asta de madera, y por los sol~ferrea,
realizados en hierro en una sola pieza. Es frecuente, también, el hallazgo de cuchillos,
generalmente de dorso curvo, así como de escudos, de los que únicamente se han conservado
las piezas metálicas: los umbos, las manillas y los elementos para la sujeción tanto de las
empuñaduras de material perecedero como de las correas que permitían su transporte, por
lo que aspectos tan importantes desde el punto de vista tipológico y funcional como la forma
o el tamaño no pueden ser determinados salvo de manera aproximada. También se han
documentado otros elementos defensivos como cascos y discos-coraza metálicos, aunque,
218
EL ARMAMENTO
dado el reducido número de hallazgos y su evidente valor como objeto de prestigio, su uso
quedaría restringido al sector más privilegiado de la sociedad.
Dichas armas aparecen en los ajuares formando distintas combinaciones, desde tumbas
con toda la panoplia hasta aquéllas cuyo único testimonio sería la presencia de la punta de
lanza o el cuchillo, lo que es muestra, a su vez, de la gran heterogeneidad del equipamiento
armamentístico. Tal variabilidad puede ser interpretada a veces como evidencia de
modificaciones de tipo social, cronológico, geográfico-cultural o étnico.
Esta panoplia no difiere en lo esencial de la ibérica, conocida también en buena
medida por la documentación aportada por las necrópolis, de la que se diferencia
principalmente por la tipología de algunos de los elementos que la conforman, sobre todo en
lo que respecta al gusto ibérico por la falcata, de Loja curva, frente a las espadas,
generalmente de antenas, de hojas rectas o pistiliformes, utilizadas por los pueblos de la
Meseta. Semejante sería la importancia en ambas zonas de las armas de asta, la poca
representatividad del arco, el gusto por el escudo circular o el uso restringido, vinculado a
individuos de alto estatus, de cascos y corazas metálicos (Latorre 1979; Lillo 1986; Cuadrado
1989; Quesada 1989a; Idem 1989b; Idem 1991).
Para el estudio de la panoplia celtibérica y de su evolución, se han tenido en cuenta,
especialmente, las asociaciones de armas documentadas en los ajuares funerarios (fig. 63;
tablas 1 y 2)105, que constituyen la única evidencia para los períodos de mayor antigUedad
(fases 1 y II), mientras que para la fase III, contemporánea a las guerras contra Roma, este
tipo de información se reduce drásticamente. No obstante, la reducción de los datos
procedentes de contextos funerarios es suplida por los hallazgos de armas en lugares de
habitación que, dado su carácter en muchas ocasiones descontextualizado, no permiten
determinar las asociaciones fundamentales para definir los equipos militares, por más que
para este fin se cuente con las noticias dejadas por los escritores grecolatinos así como con
diversas evidencias iconográficas, entre las que destacan algunas representaciones vasculares
(fig. 74), sobre todo de Numancia, y la iconografía morLetal (fig. 75).
Se ha optado por profundizar en la propia evolución de las armas y los equipos
militares celtibéricos a lo largo de un período que abarca a grosso modo desde el siglo VI
a.C. hasta la destrucción de Numancia en el 133 a.C., que supuso la conquista de la
Celtiberia, aun cuando algunas de las evidencias analizadas correspondan a un momento
~ Para la identificación de los conjuntos funerarios citados en este capítulo, vid. Apéndice 1.
219
ALBERTO J. LORRIO
FAS E UCERO 70
r
CARRATIERMES
ATIENZA 7 CARRATIERMES 639
SIGUENZA 4Z’ ‘~ 549
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SIGUENZA 11 MERCADERA
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LA MERCADERA
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ATIENZA 13
ATIENZA 10
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ATIENZA 121
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ARCOSRIGA OSMA 12 GORMAZ
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OSMA 13 OSMA 1
220 r
EL ARMAMENTO
posterior. Otros aspectos, como el de las tácticas de guerra (Taracena 1954: 271-276), el
mercenariado (Ruiz-Gálvez 1988) o la organización militar de la sociedad (Ciprés 1990 y
1993) y la ideología del guerrero celtibérico (Sopeña 19S7: 79ss.), no han sido abordados
aquí, a pesar de su evidente vinculación con el tema anaLizado (vid, capítulo IX, 4.6).
1. FASE 1
Las armas de hierro más antiguas adscribibles al mindo céltico de la Península Ibérica
hacen su aparición en el Oriente de la Meseta (fig. 64) --en un amplio territorio que puede
considerarse como el núcleo de la Celtiberia histórica y que engloba la cabecera del Tajo y
sus afluentes (sobre todo las cuencas altas del Tajuña y el Henares), el Alto Jalón y el Alto
Duero- formando parte de la fase inicial de algunos cementerios como Aragoncillo (Arenas
y Cortés e.p.), Siglienza, Valdenovillos, Atienza, Alpanseque, Carratiermes, La Mercadera
(vid., para todos ellos, tablas 1 y 2) o Ayllón (Barrio 1990). La panoplia reflejada en las
sepulturas se caracteriza por la ausencia de espadas o puñales y por la presencia de largas
puntas de lanza’06 de fuerte nervio central de sección cuadrada, rectangular o circular,
aletas estrechas, y longitudes que a veces superan los 50 cm., provistas de un regatón, en
ocasiones de gran longitud, que puede incluso ser considerado como una punta de jabalina,
y cuchillos de dorso curvo (figs. 63 y 65; tablas 1 y 2). En la necrópolis de Carratiermes se
habrían documentado también en ciertos casos los elemertos para la sujeción de las manillas
de escudo (Argente et alii 1992: 308).
En el Oriente de la Meseta, pueden considerarse como vinculadas a esta fase una serie
de tumbas adscritas al momento inicial de la necrópolis dc Sigñenza (fig. 65,A-B), en las que
se han documentado largas puntas de lanza de basta 62 cm. de longitud, con marcado nervio
central, junto a otras de menores dimensiones, entre 13 y 22 cm., y cuchillos de dorso curvo
(Cerdefio 1979; Idem 1981; Cerdeño y Pérez de Ynestrosa 1993). Las puntas de lanza
aparecen en número de una (tumba 7), dos (tumbas 9, 14 y 15) y hasta cuatro (tumba 1) por
enterramiento, asociándose a fíbulas de doble resorte de puente de cinta (tumbas 14 y 15)107
106 Estas puntas de lanza corresponden al tipo Alcácer, así denozninado (Sehúle 1969: 1 14s.) a partir de su
identificación en el cementerio alentejano de Alcácer do Sal.
Cerdefio feclió estas fíbulas entre el 575 y el 525 a.C., apoyándose en la cronología propuesta para los
ejemplares de Aguilar de Anguita (Argente 1974: 154), datación recientemente revisada y que ha sido rebajada
ligeramente (Argente 1994: 354). Por su parte, al analizar las fibulas de Sigúenza, Argente (1994: 386) propone para
las mismas una fecha centrada en el siglo y a.C., debido justamente a su asociación con puntas de tipo Alcácer.
221
ALBERTO J. LORRIO
Fig. 64. Fase 1 (siglo VI a. C.). Necrópolis con armas: 1, Ayllón (Segovia); 2, Carratiermes (Montejo de Tiermes,
Soria); 3, Atienza (Guadalajara); 4, Valdenovillos (Alcolea de la Peñas, Guadalajara); 5, Sigñenza (Guadalajara);
6, La Mercadera (Soda); 7, Cabezo de Ballesteros (Epila, Zaragoza).
y a un ejemplar de pie vuelto del tipo YB de Argente (sepultura 9), que este autor fecha
genéricamente entre el último cuarto del siglo VI a.C. y todo el Y (Argente 1994: 107). En
una reciente sistematización de los cementerios del Alto Tajo-Alto Jalón, Cerdeño y García
Huerta (1990: 79-80 y 82) adscriben esta fase de la necrópolis de Siglienza a lo que estas
autoras denominan “Celtibérico Inicial”, caracterizado, en lo que al armamento se refiere,
por la ausencia de espadas en las sepulturas (vid, capítulo VII, 2.1).
Quizás cabría incluir en esta fase lía tumba 7 del Altillo de Cerropozo (fig. 65,C),
en Atienza (Cabré 1930), si bien únicamente se documentó un cuchillo de hierro incompleto,
en este caso de filo recto, asociado a una fibula de doble resorte de puente de cinta. u
222
EL ARMAMENTO
Fig. 65. Fase 1: A, Sigilenza, tumba 1; II, Sigñenza-15; (2, Atienza-7; D, Carratiermes-549; E, Carratiennes-639;
fl Carratierznes-582; G, Lo Mercadera-83; H, La Mercadera-67. (Srgún Cerdeño 1979 (A), Cerdeño 1981 (fi),
Cobré 1930 ((2), Argente et alii 1991 (D-F) ScJzUle 1969 (G-H).
223
ALBERTO J. LORRIO
resorte, tres de ellas de puente filiforme, y las restantes de puente de cinta. No obstante no
haber evidencias respecto a las asociaciones directas de estos elementos, sí se sabe que casi
el 50% de las piezas metálicas recogidas eran objetos de bronce, habiéndose encontrado muy
pocas armas, siendo éstas únicamente puntas de lanza (Barrio 1990: 278>.
Al Norte del río Duero, en lo que va a ser uno de los núcleos funerarios celtibéricos
principales (vid, capítulo VII), podrían vincularse con esta fase un conjunto de tumbas
procedentes de la necrópolis de La Mercadera (fig. 65,0) (Taracena 1932; Lorrio 1990), en
108 Esta necrópolis ha proporcionado muy poco material férrico. Destaca una espada de antenas con decoración *
damasquinada en oro y plata, dos fragmentos de empuñaduras de otras tantas espadas de antenas, así como cuchillos
afalcatados, regatones y puntas de lanza “con abultamiento en la parte central dando la sensación de nervaduras’
(Cerdeño 1976: 18, lám. IV). Aunque pudieron identificarse algunos conjuntos, Cerdeño señala que posiblemente
a
las piezas estarían mezcladas. Sin embargo, ajuares como el de la tumba “Y concuerdan con los adscribibles a esta
fase inicial (Cerdeño 1976: 8). A la fase 1 pertenecería posiblemente un enterramiento presentado a la Exposición
de Hierros Antiguos Españoles (Artíñano 1919: 20, n0 92) como procedente de este cementerio (tumba A), conjunto
que ha sido estudiado posteriormente por Cabré y Morán (1975c). El ajuar estaba compuesto por dos puntas de lanza
de marcado nervio central y aletas estrechas, de 41,5 y 31,6 cm. de longitud, un regatón, un cuchillo de dorso
curvo, un broche de cinturón de escotaduras cerradas y tres garfios con su consiguiente pieza hembra, una tira de
chapa de bronce, y una gran fíbula anular hispánica con el puente decorado (Cabré y Morán 1975c: 17-18, fig. 11,2
y III), conjunto datado en la primera mitad del siglo y a.C. (Cabré y Morán 1975c: 18).
224
pr
EL ARMAMENTO
las que, junto a fíbulas de doble resorte de puente de cinta (tumbas 11, 69, 83 y 89) y de
puente rómbico u oval (enterramientos 44, 57 y 81), se hallaron, entre otros elementos, una
o dos puntas de lanza, con la excepción de la tumba 44, donde apareció un regatón, y de la
11, en la que se documentó un cuchillito de filo curvo dc hierro, elemento éste presente en
la mayoría de las restantes (únicamente no aparece en las tumbas 44 y 89)109. Estos
modelos de fíbulas son datados a partir del segundo cuarto del siglo VI a.C. (Romero 1984a:
69-70), pero por su larga perduración alcanzarían, como ya se ha señalado, la segunda mitad
del siglo V (Argente 1994: 62) o incluso después (Cabré y Morán 1977: 118). Estos
conjuntos de la necrópolis de La Mercadera, en los que se ha querido ver una muestra de
esta perduración’t0, y para los que tal vez pudiera aceptarse una cronología algo más baja
que la de los documentados en el Alto Tajo, ofrecen puntas de lanza de menores
dimensiones, destacando los ejemplares de la sepultura 83 (fig. 65,G), morfológicamente
emparentados con una de las piezas de la tumba 1 de Sigtienza (fig. 65,A), caracterizados
por presentar una hoja de longitud menor a la zona correspondiente al tubo de enmangue.
Las largas puntas de lanza de tipo Alcácer son también conocidas en el Alto Duero
en las necrópolis situadas en su margen derecha, en conjuntos de difícil datación. Así lo
confirmaría la tumba Q de Quintanas de Gormaz, donde uno de estos ejemplares, de
aproximadamente 42 cm. de longitud, se asocia a otras dos puntas de lanza más pequeñas,
en uno de los pocos enterramientos carentes de espada o puñal, aunque no conviene olvidar
el reducido número de ajuares conocidos de esta necrópolis. También La Mercadera ofrece
puntas de lanza asimilables al tipo Alcácer, de menores cLimensiones que lo que es habitual
109 El hecho de que la totalidad de las fíbulas de doble resorte de La Mercadera -que pertenecen a las variantes
menos evolucionadas del tipo y son las de mayor antigúedad teórica del cementerio junto con un ejemplar de codo
con bucle- aparezcan mayoritariamente asociadas con puntas de lanza y en ningún caso con otras muestras de
armamento, tales como espadas, puñales o escudos, permite con cierta yerosimilitud adscribirías a la fase inicial de
este cementerio, previa a la aparición de estos elementos en las sepulturas.
tíO García-Soto (1990: 29-30, nota 163) hace referencia en este :;entido a la asociación de sendas fibulas de
doble resorte de puente de cinta con un broche anular de hierro en la tumba 11 y con “restos de una vasija a torno”
en la 83, elementos que rebajarían notablemente, según él, la cronolo;ía de los enterramientos. Sin embargo, las
cronologías propuestas por otros autores para los broches anulares (Argente 1994: 75) permiten la asociación de
ambos elementos sin necesidad de rebajar las fechas de las fíbulas. En relación con la sepultura 83, Taracena señala
que junto a varios fragmentos a mano apareció uno, de pequeño tamaño, realizado a torno (Taracena 1932: 26-27),
por lo que bien pudo tratarse de una intrusión (Lorrio 1990: 49, nota 6;). Además, la presencia de cerámica a torno
en esta necrópolis resulta claramente minoritaria ya que, independientemente del fragmento de la tumba 83, tan sólo
una sepultura ofrecía esta especie cerámica, frente a 14 con productos a mano, pudiéndose plantear un origen foráneo
para el único ejemplar a torno documentado.
225
ALBERTO J. LORRIO
en este modelo: tumbas 67 (fig. 65,H), 72 y 87, en esta última asociada a los restos de una
vaina de espada.
La presencia de largas puntas de lanza de hierro está perfectamente documentada en
el Mediodía peninsular desde los siglos VII-VI a.C. Así parece confirmarlo una tumba de
Niebla (García y Bellido 1960: 53, fig. 19; Pingel 1975: 126s., fig. 10), donde dos puntas
de lanza de sección rómbica y más de 50 cm. de longitud se asociaban a una espada de hierro
inspirada en modelos del Bronce Final, fechable en el siglo VII a.C. (Almagro-Gorbea 1983:
nota 297) o quizás mejor en la centuria siguiente, como parece apuntar la presencia en el
mismo conjunto de un jarro fenicio de bronce (Pingel 1975: 134; Grau-Zimmermann 1978:
195 y 211). También del siglo VII (Almagro-Gorbea 1983: nota 297; Ruiz-Gálvez 1986: 19),
y de una inspiración similar, sería la espada hallada en una tumba de Cástulo (Jaén) (Blanco
1965: fig. 10,15-16). Las puntas de lanza que aparecieron en este enterramiento ofrecen el
característico nervio central, sin alcanzar las longitudes de los ejemplares de Niebla (Blanco
1965: figs. 7,8-9 y 8>.
La desaparición de las espadas de hierro de tradición del Bronce Final de los
contextos funerarios no fue seguida por su sustitución inmediata por modelos más
evolucionados, propios ya de la Edad del Hierro. Así lo confirman ciertas sepulturas
orientalizantes del Suroeste peninsular, caracterizadas por la total ausencia de espadas o
puñales y por poseer largas puntas de lanza acompañadas de regatones y cuchillos curvos
(Dias et alii 1979: 202 y 211; Beiráo 1986: 87 ss., figs. 23-28). Buen ejemplo de lo dicho
queda reflejado en las tumbas de la fase inicial del cementerio alentejano de Alcácer do Sal
(Costa Arthur 1952: 372; Paixáo 1983: 277 ss.; Schúle 1969: lám. 95,6-7), que corresponden
a un momento previo al de la aparición de espadas en las sepulturas. También se ha
documentado su presencia en Medellín, en la única tumba que ha proporcionado armamento,
a excepción de las que ostentan cuchillos, donde una larga lanza de fuerte nervio de sección e
Un ejemplar muy similar procede de una de las necrópolis de la ciudad de Cástulo, la de Casablanca
(Blázquez 1975W 219-221, f¡gs. 130-131). La única tumba publicada de este cementerio presentaba, además,
regatón, cuchillos y un broche de tres garfios y escotaduras cerradas.
226
e
EL ARMAMENTO
refiere a las vías de llegada de los primeros objetos realizados en hierro, que incluirían tanto
las largas puntas de lanza como los cuchillos curvos, sin desestimar su llegada desde las áreas
próximas al mundo colonial del Noroeste del Mediterrán~o a través del Valle del Ebro. En
este sentido, resulta interesante la información proporcionada por la necrópolis del Cabezo
de Ballesteros (Epila, Zaragoza), localizada en el Bajo Jílón, donde la presencia de hierro
está documentada por dataciones radiocarbónicas desde eL siglo VI a.C., tanto en objetos de
adorno -fíbulas de botón terminal y pie vuelto, o brazaletes- como en puntas de lanza y
cuchillos de dorso curvo (Pérez Casas 1990a: 120).
La cronología de esta fase inicial en las necrópolis celtibéricas resulta difícil de
determinar ya que prácticamente los únicos elementos susceptibles de ofrecer una datación
más o menos fiable son las fíbulas, siendo las más usuaes, de las aparecidas en contexto,
las pertenecientes a los tipos menos evolucionados de doble resorte -aquellas que presentan
puentes de sección filiforme (Argente 3A) o de cinta (3B)., pie vuelto (7B) y anular hispánica
(6B), defendiéndose para todos estos ejemplares una amplia cronología”2 (vid, capítulo VI,
2.1). Sin embargo, la posibilidad de utilizar estos eleraentos como índice fiable para la
adscripción de sepulturas a la fase 1 presenta algunos problemas, dada su perduración y que
su asociación con elementos característicos de la fase ;iguiente, como es el caso de las
espadas, aunque no muy frecuente, sí está suficientemeate documentada113, por lo que no
se puede descartar que algunos de los conjuntos anteriormente analizados hayan convivido
con este tipo de armas. El final de esta fase vendría marcado por la incorporación de las
112 De forma general, los dos subtipos de doble resorte han sido fechados en la Meseta por Cabré y Morán
(1977: 118) desde el primer cuarto del siglo Vi hasta avanzado el sigb IV a.C., mientras que Argente (1994: 56
s.) propone una cronología no tan amplia, entre la segunda mitad del siglo VI y el último cuarto del V a.C. El tipo
6B, con diversas variantes, está fechado desde el siglo V hasta mediados del siglo III a.C., e incluso después
(Argente 1994: 75 s.). Las fibulas de pie vuelto del tipo 7B de Argerte (1994: 82 s.) se documentarían desde el
último cuarto del siglo vi a.C. hasta finales de la centuria siguiente.
1t3 En la tumba 66 de la necrópolis de Carabias (Cabré y Morán 1977: fig. 3) se asocia una fíbula de doble
resorte de puente de cinta con una espada de antenas tipo Aguilar de /tnguita, una fíbula de placa y un broche de
cinturón de escotaduras abiertas, entre otros elementos, piezas todas ellas de cronología relativamente antigua. En
la tumba 197 de la mencionada necrópolis (Cabré y Morán 1977: noft 24) al parecer se relaciona un ejemplar de
puente filiforme con una espada de antenas “con éstas no completamente atrofiadas”, modelo considerado de
mediados del siglo IV a.C., lo que permitió a estos autores plantear la larga perduración de este tipo de fíbula.
Desgraciadamente, no se ofrece documentación gráfica de este conjunts, que posiblemente sería conocido a través
del archivo fotográfico de J. Cabré, y por lo tanto no se habría realizado el análisis directo de las piezas. En
cualquier caso la cronología es excesivamente baja para el ejemplar de doble resorte mencionado y sólo explicable
por un caso puntual de perduración o quizás más verosímilmente por la atribución errónea de la espada a un modelo
tan evolucionado. Además de estos ejemplos, la tumba 1 de Aguilar de Anguita también ha proporcionado otro
ejemplo de esta asociación, esta vez con una espada de antenas de tipo Echauri (Cabré 1939-40: lám. VIi).
227
ALBERTO J. LORRIO
2. FASE II
Durante los siglos V-IV y, en menor medida, el III a.C., se va a asistir a un gran
desarrollo de la siderurgia meseteña, cuya prueba, desde el punto de vista armamentístico,
queda patente en la aparición en los ajuares funerarios de nuevos tipos de armas y en las
ricas decoraciones que a menudo ofrecen éstas. Las distintas variantes irán incorporándose
al mercado, conviviendo a menudo con sus prototipos. Por ello mismo, resulta difícil intentar
diferenciar distintas fases de desarrollo a partir tan sólo de los elementos metálicos que, en
la mayoría de los casos, constituyen, además, los únicos objetos conservados.
Las variaciones regionales, que evidencian la existencia de grupos culturales de gran
personalidad (Lorrio 1994 y e.p.a), se hacen patentes desde este período. De nuevo los
cementerios constituyen la fuente fundamental por lo que se refiere al análisis de la evolución
de la panoplia y de la propia tipología de las armas, aunque la calidad y el volumen de la
información disponible condicione sin duda los resultados de esta investigación. Las e.
grupo del Alto Tajo-Alto Jalón procede en su mayoría de las numerosas necrópolis excavadas
en las primeras decadas del siglo XX por el Marques de Cerralbo, de las que se carece de
información suficiente respecto a la composición de la gran mayoría de sus ajuares, siendo
de todas ellas la de Aguilar de Anguita, a la que dedicó Cerralbo el tomo III de su obra
pr
tt4 Se ha optado por no incluir el territorio situado en la margen derecha del Valle Medio del Ebro, que
corresponde a lo que se conoce como Celtiberia Citerior, dadas las marcadas diferencias durante esta fase -como la
ausencia de restos seguros de espadas o puñales entre las necrópolis de esta zona (Pérez Casas 1990a: 120)-, con
pr
el área correspondiente al Alto Tajo-Alto Jalón y al Alto Duero.
228
EL ARMAMENTO
Fig. 66. Fase II (siglos V-III a.C.). Necrópolis con armas en el Altc Duero, Alto Tajo y Jalón: 1, Sepúlveda; 2,
Osma; 3, La Requijada (Gormaz); 4, Quintanas de Gormaz; 5, Ltcero; 6, Lo Mercadera; 7, Lo Revilla de
Calatañazor; 8, Osonilla; 9, Carratiermes (Montejo de Tiermes); 10, Sijes; 11, Atienza; 12, Valdenovillos (Alcolea
de las Peñas); 13, Alpanse que; 14, Lo Olmeda; 15, ElAtance; 16, Ca rabias; 17, Sigñenza; 18, Aguilar deAnguita;
19, Torresaviñan; 20, Luzaga; 21, Ciruelos; 22, Clares; 23, TLrmiel; 24, Aragoncillo; 25, Almoluez; 26,
Montuenga; 27, Monteagudo de las Vicarias; 28, Arcóbriga (Monrecí de Ariza); 29, Lo Yunta 0; 30, Cañizares
31, Griegos; 32, Lo Umbría (Daroca); 33, Cabezo de Ballesteros ‘Epila); 34, Barranco de la Peña (Urrea de
Jalón). (1, provincia de Segovia; 2-9, 13 y 25-27, prov. de Soria; 10-12, 14-24 y 29, prov. de Guadalajara; 28 y
32-34, prov. de Zaragoza; 30, prov. de Cuenca; 31, prov. de Teruel).
inédita, la que ofrece un mayor número de datos. Unicamente se han podido identificar
algunos conjuntos cerrados pertenecientes a estos cementerios a partir de la documentación
fotográfica proporcionada por el propio Cerralbo y por otros autores o gracias a la revisión
moderna de algunos de estos conjuntos (Apéndice 1).
Según pudo comprobarse, de los numerosos enterramientos exhumados en esta zona,
que sólo en algunos casos debieron contener armas, únicamente unos pocos conjuntos
229
ALBERTO J. LORRIO
cerrados proporcionan datos que permitan definir los equipos así como su evolución y la de
los elementos que los componen. La mayor parte de los conjuntos conocidos presenta algún
elemento armamentístico (fig. 62) dado que, por lo común, las tumbas con armas son
también las que ofrecen los hallazgos más espectaculares, lo que explica el interés de este
tipo de ajuares por parte de quienes excavaron estos cementerios. Las necrópolis que ofrecen
durante esta fase un mayor cúmulo de datos en relación con el análisis de la panoplia son las
de Aguilar de Anguita, Alpanseque, Sigitenza, Almaluez, Atienza, El Atance, Carabias y
Arcóbriga (fig. 63), pese a ser en la mayoría de los casos desconocida la representatividad
real de los datos analizados en relación con la totalidad de tumbas exhumadas (vid. mfra) y
respecto de las tumbas con armas.
De forma general, las modificaciones observadas en los ajuares de las necrópolis antes
mencionadas, que evidencian la evolución global de la panoplia y las modificaciones
tipológicas de los objetos que forman parte de ella, permiten establecer una serie de subfases
en la evolución de los equipos militares:
Subfase ¡¡Al: Bien representada en las necrópolis de Aguilar de Anguita y
Alpanseque, aunque otros cementerios como Sigúenza y Almaluez hayan
proporcionado también información al respecto.
Subfase ¡1A2: Definida a partir de la mayor parte de los ajuares de Atienza,
caracterizados por la presencia de tipos armamentísticos evolucionados. —
230 pr
EL ARMAMENTO
correspondientes regatones. Por más que algunas de las mencionadas puntas de lanza, dado
su reducido tamaño, pudieran corresponder a jabalinas, la existencia de armas arrojadizas
está perfectamente documentada en cualquier caso con la presencia de sol¡ferrea”5 (figs.
63 y 67,B) y, posiblemente, tambiénde pila, como el documentado en la tumba Alpanseque-
27 (vid. Apéndice 1). Una parte significativamente elevada de los ajuares identificados en
Aguilar de Anguita y Alpanseque (tabla 1) estarían provistos de escudo, de los que sólo se
conserva el umbo, de bronce (fig. 67,A) o hierro (figs. 63 y 67,B) y/o los elementos que
servirían de anclaje de la abrazadera, que sería de cuero, permitiendo asimismo su transporte
mediante correas (fig. 67).
Se completaría la panoplia con el cuchillo de dorso curvo, en número variable.
Además, algunas de las sepulturas de Aguilar de Anguita, justamente las de mayor riqueza,
incluyen discos-coraza, formados por la unión mediarte cadenitas de placas de bronce
repujado (figs. 63 y 67,B), habiéndose constatado también en Aguilar de Anguita,
1 U,
Alpanseque (figs. 63 y 67,A) y Almaluez, la presencia de cascos realizados en bronce
Tanto los discos-coraza como los cascos metálicos, de evidente caracter suntuario,
desaparecerán completamente de la panoplia, como se verá al analizar los cementerios más
evolucionados.
Como ejemplo de lo dicho, de las 19 tumbas de Aguilar de Anguita con ajuares
militares que han podido ser individualizadas con ciertas garantías (fig. 62), aun cuando no
todas necesariamente contemporáneas, casi la mitad presenta los elementos que caracterizan
el equipamiento militar más completo del guerrero celtibérico: espada o más raramente puñal,
generalmente con su vaina, una, dos o excepcionalmente tres puntas de lanza, normalmente
con sus regatones, el sohferreum, siempre doblado, piezas pertenecientes al escudo y el
cuchillo curvo, en número también variable de uno a tres. Otro grupo importante de ajuares
de esta necrópolis está provisto de la mayoría de los •~lementos antes señalados, con la
excepción significativa del escudo, estando unos y otros dotados de arreos de caballo en una
proporción significativamente elevada, ya que más de la mitad de las tumbas conocidas con
espada los tienen.
La panoplia reflejada en las sepulturas, formada fundamentalmente por la espada y
116 A estos ejemplares habría que añadir un reciente hallazgo de procedencia y contexto desconocido (Burillo
1992).
231
ALBERTO J. LORRIO
una o más lanzas, se puede interpretar como una adaptación de una idea original a la
tecnología mediterránea, basada principalmente en la adopción y posterior desarrollo de la
metalurgia del hierro y en la llegada, principalmente en los primeros compases de su
evolución, de determinados tipos de armas procedentes del área ibérica. La presencia de
panoplias formadas por espada y lanzas es conocida en la Península ya desde el período final
de la Edad del Bronce, como lo demuestran depósitos como el de San Esteban de Río Sil
(Orense), que contenía una espada pistiliforme y dos puntas de lanza (Ruiz-Gálvez 1984: fig.
8,2-5), o el dudoso de Ocenilla (Soria), con un ejemplar de lengua de carpa y una punta de
lanza (Taracena 1941:11; Fernández Manzano 1986: 103, fig. 31). También sería el caso
de las sepulturas mencionadas de Niebla y Cástulo, aún con espadas tipológicamente
adscribibles al Bronce Final, pero ya realizadas en hierro. Si bien los aportes foráneos de
diversa procedencia en estos primeros estadios deben de ser considerados como primordiales,
lo cierto es que su importancia irá minimizándose, sobre todo por lo que concierne a los
llegados desde el área ibérica, al tiempo que se asiste al fuerte desarrollo de la siderurgia
celtibérica.
1), cuya presencia conjunta se documenta en el Mediodía peninsular desde inicios del siglo
y a.C., como lo confirmarían las esculturas de guerrero del Cerrillo Blanco de Porcuna
(Jaén), fechadas con cierta seguridad en la primera mitad de esta centuria”8.
La fecha para la aparición de estos elementos en los ajuares funerarios resulta difícil e
de determinar y, pese a que algunos autores han situado el inicio de la producción de espadas
pr
117 En general, se ha seguido el trabajo de E. Cabré (1988 y 1990) en todo lo relativo a la terminología y a la
Parece seguro que las esculturas, ya rotas, fueron enterradas a finales del siglo V o inicios del IV a.C.
(Blanco 1987: 414). Más conflictivo resulta datar la construcción del conjunto, que ha venido situándose en la
segunda mitad del siglo V a.C. (Blázquez y González Navarrete 1985: 69; Blázquez y García-Gelabert 1986-1987:
445; González Navarrete 1987: 22), aunque recientemente se haya propuesto una cronología más acorde con los
paralelos escultóricos y con la panoplia representada centrada en la primera mitad del siglo V a.C. (Negueruela 1990:
3Olss.), quizás en torno al 480 a.C. (Almagro-Gorbea, comunicación personal).
232
EL ARMAMENTO
y o
Fig. 67. Alto Tajo-Alto Jalón: Subfase lIÉ!. A. Alpanseque-20; B. Aguilar de Anguita-B. (Según Sc/rUle 1969).
233
ALBERTO J. LORRIO
en la Meseta hacia fines del siglo VI a.C. (Schúle 1969: 96 Ss.), más bien habría que pensar
en la centuria siguiente para su incorporación a los conjuntos mortuorios (Cabré 1990: 206).
Desafortunadamente los datos que permitan la datación de las sepulturas con modelos
arcaicos de espada son muy escasos y no admiten sino apreciaciones cronológicas
excesivamente generales. Las cerámicas depositadas en las sepulturas, que podrían haber
contribuido a esclarecer el panorama cronológico, son en general mal conocidas, no habiendo
merecido el interés que sí tuvieron los elementos metálicos (vid. mfra).
Las espadas de antenas más características de esta subfase en la Meseta Oriental, y
quizás las de mayor antiguedad entre aquellas de producción local, corresponden al modelo
3~
(Cabré 1988: 124; Idem 1990: 207, figs. 1-4). En general, la mayoría de los ejemplares de
este tipo no conserva restos de decoración, no obstante haberse documentado en ocasiones
restos de hilos de cobre incrustados en las empuñaduras (Fernández-Galiano 1976: 60; Cabré
1990: 207). Las vainas serían de cuero con estructura metálica’20 e
‘19
Sobre la técnica seguida en la construcción de algunas espadas de antenas celtibéricas, vid. García Lledó
1986-87.
PO Respecto a las características morfológicas de las vainas de este tipo de espadas, vid. E. Cabré (1990: 207).
e,
234 pr
EL ARMAMENTO
V,2A; Cabré 1990: fig. 5; Schúle lám. 7,1)121, de 48 cm. de longitud, presenta una hoja
recta de corte de doble bisel prolongada en una lengñeta losángica, recubierta por dos piezas
de hierro de forma semejante, a la que se habrían fijado los restantes elementos de la
empuñadura: la guarda acodada formando ángulo recto y las antenas de brazos también
acodados y botones bitroncocónicos (Coffyn 1974: fig. 2,5; Mohen 1980: láms. 45, 46, 96,5
y 97,9). El otro ejemplar (Aguilera 1911, III: lám. 29,1; ártíñano 1919: 5, n06), de 41 cm.
de longitud y sin contexto conocido, correspondería a un modelo similar, si bien a diferencia
del primero presenta una guarda envolvente arqueada y antenas más desarrolladas ligeramente
abiertas, rematadas igualmente en botones bitroncocónicos. Sin embargo, la diferencia más
notable entre ambas piezas quedaría reflejada en la empuñadura, que en este ejemplar queda
constituida por la lengúeta en forma de losange, mera prolongación de la hoja, sobre la que
irían remachadas directamente las cachas de material orgánico, variabilidad que ya había sido
señalada por J. Cabré (1930: 37), estando asimismo docuníentada en Aquitania (Coffyn 1974:
fig. 2,6; Mohen 1980: lám. 173,6).
En Aguilar de Anguita se documentaron también al menos seis espadas de “tipo
Echauri”t22, cuyas dimensiones oscilan entre 30 y 50,5 cm. Este tipo, así denominado por
haberse documentado un ejemplar en el depósito navarro epónimo (Lorrio 1993: 300 ss., fig.
9), se caracteriza por presentar hoja recta de doble bisel, empuñadura formada por la espiga
prolongación de la hoja en la que se introducen dos manguitos bitroncocónicos que revisten
el núcleo de materia orgánica, guarda arqueada, aunque también se conozca un ejemplar
procedente de Atienza con la cruz recta, y antenas desarrolladas terminadas en discos. La
vaína es toda metálica con la zona distal recta, en forma de espátula. Tan sólo la tumba 1
permite precisar la cronología de la pieza, al proceder del mismo conjunto sendas fíbulas
evolucionadas de doble resorte y un ejemplar de apénd:ce caudal zoomorfo, que Cabré y
Morán (1978: 20, fig. 8,4) consideran de pleno siglo IV a.C.. Menos información aún han
proporcionado las espadas de este tipo procedentes de las necrópolis de Carabias y La
¡21 Este ejemplar podría considerarse de producción foránea, pues responde a las características generales del
tipo, aunque para E. Cabré (1990: 209) debe tratarse de una copia local, proponiendo una datación en torno a
mediados del siglo V a.C. dada su asociación con un broche de cinturón geminado de cuatro garfios (Cerdeño-
D1114), modelo que se viene fechando en la primera mitad de dicha ce2turia (Cerdeño 1978: 283 y 295>.
t22 Tres de estos ejemplares fueron reproducidos por Cerralbo como parte de conjuntos cerrados (Aguilera
1911, 111: 35): tumbal (lám. 18,1 =Cabré 1939-40: lám VII), K (1dm. 19,1) y Q (1dm. 19,2), mientras del resto
únicamente hay constancia de haber sido recogidas en las dos primeras campañas (lám. 28,2, una de las cuales
aparece reproducida también en la lám. 30).
235
ALBERTO J. LORRIO
serie primera, con la hoja llena de nervaduras (Aguilar de Anguita-P y quizás un ejemplar
de La Olmeda>; serie segunda, con un grupo de nervaduras ocupando únicamente el centro
de la hoja (Aguilar de Anguita-M); y serie tercera, privativa de la Meseta Oriental, sin
nervaduras y hoja de doble bisel (Aguilar de Anguita-O y Alpanseque-A).
Finalmente, la necrópolis de Alpanseque proporcionó un puñal de tipo Monte
Bernorio, al parecer procedente de la tumba 10, calle II, donde apareció asociado a una
espada de frontón de la serie cuarta de Cabré.
En relación a la procedencia de los tipos, cabría plantear, de acuerdo con Cabré U’
(1990: 206 ss.), una doble influencia para los modelos de antenas. Por un lado, desde el
e-
Languedoc, seguramente a través del área catalana, evidente en el tipo “Aguilar de Anguita”,
cuyo carácter local pondría de manifiesto el gran desarrollo metalúrgico de la Meseta
236
EL ARMAMENTO
Oriental desde los primeros estadios de la Edad del Hierro. Por otro, cabe señalar la
existencia de contactos con la zona aquitana, confirmados por la presencia de ejemplares de
tipo Aquitano, posiblemente piezas de importación, y por las espadas de tipo Echauri,
seguramente de manufactura local. Origen distinto cabe señalar para los modelos de frontón,
de inspiración mediterránea, y para los que Cabré ha sagerido un origen en el Mediodía
peninsular en los inicios del siglo V a.C. Por su parte, el ejemplar bernoriano evidencia el
inicio de los contactos del territorio celtibérico con el Grupo de Miraveche-Monte Bernorio,
y especialmente con las tierras del Duero Medio.
123 Esta descripción coincide con la del único soliferreum de La Olmeda, desgraciadamente sin contexto (García
Huerta 1980: 19).
237
ALBERTO 1. LORRIO
enterramiento de Carratiermes (Argente, coord., 1990a: lám. 155>, en las que un solzferreum
acompaña a una espada tipo “Aguilar de Anguita”.
Frente a la segura utilización de los dardos realizados totalmente en hierro, parece
más dudosa la presencia del pilum en esta fase; sin embargo sí podría adscribirse a este
momento la tumba 27 de Alpanseque, en la que una larga punta de pilum, de 76 cm., se
halló en una tumba a un metro de una espada de tipo Aguilar de Anguita (Aguilera 1916:
40). Algo más tardía debe considerarse la tumba 1 de Aguilar de Anguita, dada la presencia
r
de una fíbula rematada en apéndice caudal zoomorfo perteneciente a una serie fechada en el
segundo tercio del siglo IV a.C. (Cabré y Morán 1978: 20, fig. 8,4). r
un dorso acodado más o menos marcado y un filo curvo. Presentan dimensiones variables
que en esta necrópolis oscilaban entre los 9 y los 18 cm. (Aguilera 1911, III: 42, lám. 33,1
y 2). A veces, su gran tamaño permite que puedan ser considerados como armas; tal es el
caso de dos grandes cuchillos afalcatados de 39 y 33,5 cm. de longitud, respectivamente, aun
cuando este último no se haya conservado completo (Aguilera 1911, III: 35, lám. 28, 1 y 2;
Artíñano 1919: 17,0’ 73-74).
los diferentes elementos constituyentes de este tipo de arma defensiva, estableciendo además
su evolución cronológica. e,
El modelo más antiguo está caracterizado por poseer un umbo circular de bronce de
unos 30 a 34 cm. de diámetro, con decoración repujada (fig. 67,A). La unión de esta pieza
al armazón del escudo, que según Cabré sería de madera recubierto de cuero, se realiza por
pr
238
EL ARMAMENTO
medio de un roblón que atraviesa el umbo en su zona central (Cabré 1939-40: lám. II).
Además, el escudo está provisto de sendas piezas gemelas, con una anilla, interpretadas como
los elementos de sujeción de las correas para su transpcrte (Cabré 1939-40: 58). Dada la
ausencia de manillas metálicas o de cualquier otro elemento de hierro que fijara la
empuñadura de materia orgánica, cabría plantear que esias piezas tal vez fueran utilizadas
también con ese fin, esto es, servir para la sujeción del elemento de enmangue, seguramente
de cuero. Dichas piezas ofrecen algunas variaciones morfológicas que no afectan de forma
sustancial a las características del tipo ni a su aparente funcionalidad. Este tipo de escudo se
documentó en Alpanseque (tumbas B y 20), Griegos Qepultura 3) y Aguilar de Anguita
(Aguilera 1911, III: lám. 48,2; Cabré 1939-40: 60).
Cabria plantear, como ya hizo Cabré (1942a: 198), la semejanza de estos grandes
umbos con los cascos de Alpanseque y Almaluez y con los discos-coraza de Aguilar de
Anguita, tanto en los motivos decorativos como en la técnica empleada para la realización
de los mismos, por lo que quizás podría aceptarse un origen común para todas estas armas,
que pueden considerarse de parada.
Más modernos, e inspirados en el modelo anterior, son los denominados “variantes
A y B de Aguilar de Anguita” (Cabré 1939-40: 61 ss.), cuyos umbos están ya realizados en
hierro (fig. 67,B). Los de la variante A son de forma troncocónica, ostentando una cruz
griega grabada en la base de menor diámetro, de la que parten doce radios terminados en
discos. La cruz aparece perforada en su centro por un roblón que permitiría su fijación al
armazón de madera o cuero. La variante B se diferencó de la anterior en ofrecer la cruz
calada y por carecer de los discos terminales. Ejemplares del modelo A se conocen en
Aguilar de Anguita (Aguilera 1911, III: láms. 15,1; 17,1.; 20,2; 46,2 y 48,1), donde según
Cabré (1939-1940: 62) se encontraban en la mayoría de ]as tumbas con espada, tanto de los
tipos Aguilar de Anguita como Echauri, aunque la documentación fotográfica consultada
indica que si bien el escudo es un elemento frecuente en los conjuntos provistos de espada,
en general carecen de umbo’24. También se conoce¡x ejemplares en la tumba A de
Alpanseque, donde se asocia a un puñal de frontón y a un casco de bronce con decoración
repujada, que como se ha señalado podría relacionarse con la de los umbos broncíneos, por
lo que cabria plantear la coetaneidad de estos últimos con los de la variante A. En cualquier
caso, el éxito de esta variante A se confirma con su presencia en el Alto Duero, en
124 Sobre esto, Cerralbo (1916: 37) menciona la poca frecuencia Je hallazgos de umbos.
239
ALBERTO J. LORRIO
necrópolis como La Mercadera o Quintanas de Gormaz (vid. mfra), o incluso fuera del
ámbito céltico peninsular, como lo demuestra un ejemplar hallado en Villaricos (Cabré 1939-
1940: 62, 1. VIII,2). De la variante B, cabe señalar su presencia en la tumba 1 de Aguilar
de Anguita, conjunto que debe fecharse ya en el siglo IV a.C. (vid. supra)
Ambas variantes irían provistas de las piezas gemelas para el enmangue y sustentación
del escudo, que también se asociaban con los umbos broncíneos. Estos elementos con
frecuencia constituyen la única evidencia de la existencia de escudos, por lo que podría
plantearse la relativa abundancia de modelos realizados solamente en materia orgánica,
careciendo por tanto de umbos metálicos.
realizados en bronce, ostentando una rica decoración repujada. Por las representaciones
escultóricas conocidas, entre las que cabe destacar el conjunto de Porcuna (Blanco 1987: 432
ss.; Negueruela 1990: 141 ss.), se sabe cómo irían dispuestos estos elementos: los dos discos
mayores se localizarían sobre el pecho y la espalda, respectivamente, quedando el conjunto
apoyado en los hombros, posiblemente fijado sobre cuero, ofreciendo así una mayor
consistencia. Parece claro el origen foráneo de los discos-coraza de Aguilar de Anguita,
como confirma la propia dispersión de los hallazgos de este tipo de elemento armamentistico,
centrados en el Sureste peninsular. Estas piezas, inspiradas en los kardiophylakes o —
guardacuori itálicos, presentan una cronología del siglo V a.C., que coincide plenamente con
la propuesta para los conjuntos de Aguilar de Anguita donde aparecen estas armas (Kurtz
1985: 22; Idem 1991: 188).
Las necrópolis de Almaluez y Clares han proporcionado lo que se ha interpretado pr
como restos de cotas de malla (Aguilera 1916: 69ss., fig. 39; Taracena 1954: 268; Pérez
e,
125 A estos ejemplares habría que añadir cuatro discos broncíneos decorados con motivos circulares, procedentes
de la necrópolis de Carabias (Requejo 1978: 57).
240
e
EL ARMAMENTO
Casas 1988c: 122), cuyo uso restringido por parte de los lusitanos es conocido por un pasaje
de Estrabón (3, 3, 6), aunque referido a un momento muy posterior. El hallazgo de
Almaluez, sin contexto conocido, está formado por pequeños eslabones de anillas de bronce
unidos formando una trama cerrada (Domingo 1982: 261 ;., fig. 6,6 y lám. IV,4), estructura
semejante a la de la pieza de Clares. Su interpretación corno restos de cotas de malla resulta
extremadamente dudosa ya que, además del estado fragmentario de los hallazgos, la pieza
de Clares, la única con asociaciones bien documentadas, procede de lo que Cerralbo
denominó “una sepultura de señora”, asociándose a elementos decorativos en bronce, no
habiéndose documentado en cambio su relación, como sería de esperar, con algún otro
elemento de la panoplia.
2.1.2. Subfase ¡1A2. Un carácter más evolucionado que el observado hasta ahora se
desprende de los ajuares de la necrópolis del Altillo de Cerropozo, en Atienza (fig. 68,A-B).
Este cementerio ha ofrecido quince sepulturas perteneci’3ntes a la Edad del Hierro, dos de
las cuales se encontraban alteradas (vid. supra). Todos 13s conjuntos, con excepción quizás
241
ALBERTO J. LORRIO
de la tumba 7 que proporcionó únicamente un cuchillo (fig. 65,C), estaban caracterizados por
la presencia de armas, habiéndose documentado tres modelos diferentes de combinación de
los elementos armamentísticos:
a). El que presenta la panoplia completa, esto es, la espada, una o dos lanzas,
en algún caso un regatón y un escudo (fig. 68,A-B). Se han documentado cuatro
sepulturas con este equipo (n0 9?, 13, 15 y 16).
b). Grupo relacionado con el anterior y caracterizado por poseer una espada,
dos puntas de lanza y a veces un regatón. Las tumbas 10 y 12 corresponderían a este
modelo.
c). Aquellos equipos formados por una, dos o incluso tres puntas de lanza, si
se considera como un solo conjunto la tumba 4 y algunas piezas aparecidas en sus
alrededores. Suelen acompañarse de regatones, careciendo a veces de ellos. A este
grupo se adscriben las tumbas 1 a 6.
La mayor parte de las sepulturas están provistas de cuchillo, faltando sólo en la 2, una
de las más “pobres” del cementerio; por lo general uno por conjunto, alguna vez dos (tumbas
3?, 10 y 13), o incluso tres (sepultura 16).
Los arreos de caballo están atestiguados en una proporción relativamente elevada,
asociados con las diferentes variantes de la panoplia señaladas, y siempre en tumbas con más
de cinco elementos, estando además presentes en las cuatro sepulturas con mayor número de —
objetos (tumbas 9, 12, 15 y 16), lo que viene a confirmar la importancia del caballo para las
élites celtibéricas, continuando la tendencia observada en la subfase precedente.
Desde el punto de vista de la composición de la panoplia destaca la ausencia de los
cascos y los pectorales metálicos en los ajuares, sin que se pueda descartar la deposición de
piezas asimilables a estos grupos realizadas en materiales perecederos, no habiéndose
documentado tampoco, al menos en Atienza, soliferrea ni pila. e
tipo lateniense y más concretamente las espadas (figs. 63 y 68,C) harán su aparición en las
e
242
St
EL ARMAMENTO
Fig. 68. Alto Tajo-Alto Jalón: Subfase 11A2. A, Atienza-9; B, Atieiiza-16; Subfase lIB. (2, Arcóbriga-D; D, El
Atance-28; E, El Atance-12. (Según Cobré 1930 (A-B) y Schúle 1965> ((2-E)).
243
ALBERTO J. LORRIO
tierras del Alto Tajo-Alto Jalón seguramente a partir de mediados del siglo IV a.C.,
correspondiendo su pleno desarrollo ya a la centuria siguiente (Cabré y Morán 1982: 13).
diferencia de lo que es norma entre las espadas de este tipo presenta la guarda recta. Este
modelo, bien representado en la subfase precedente, está plenamente constatado también en
u’
necrópolis como Carratiermes (Martínez Martínez 1992: 564, fig. 1), La Mercadera y
Quintanas de Gormaz (tabla 2).
J. Cabré (1930: 36, lám. XIX,1-3) señaló la presencia en este cementerio de tres
espadas de tipo Aguilar de Anguita, con sus características empuñaduras: un ejemplar sin
contexto y las localizadas en las sepulturas 12, de hoja pistiliforme, y 13, si bien para E.
Cabré (1990: 214) esta última participaría ya de algunas de las características del tipo
Atance, modelo que vendrá a sustituir a las espadas de tipo Aguilar de Anguita, del que sin
duda derivan. El tipo Atance se caracteriza por su empuñadura aplanada de sección
subrectangular u oblonga, formada por una sencilla chapa de hierro que envuelve la espiga
de la espada, y por sus hojas rectas con acanaladuras. Se han documentado dos de estas
piezas (Cabré 1930: 37, lám. XIX,6-8) formando parte de otros tantos conjuntos cerrados
(tumbas 10 y 15>, que junto con la tumba 16 constituyen los enterramientos más modernos
del cementerio.
En la sepultura 16 se halló un ejemplar de tipo Arcóbriga (fig. 68,B), de unos 48 cm.
de longitud, modelo de gran éxito durante las fases más recientes de las necrópolis
meseteñas’26. Estas espadas, cuyas longitudes oscilan entre los 37 y los 50 cm., y que e,
e
126 E. Cabré (1990: 215) considera la espada de la sepultura 12 como evidencia de un momento inicial en el
desarrollo del tipo, pues si su empuñadura corresponde al tipo Aguilar de Anguita presenta en cambio una hoja
pistiliforme, característica del tipo Arcóbriga. Con todo, las espadas de tipo Aguilar de Anguita pero con hojas
pistiliformes están documentadas en otras ocasiones, como es el caso de la tumba 27 de Alpanseque.
244 e
EL ARMAMENTO
pueden alcanzar hasta 67, se caracterizan por su hoja pistiliforme con finos acanalados
paralelos al filo y por presentar las antenas completamente atrofiadas, quedando
completamente ocultas por los botones a los que sirven de sustentación. La empuñadura,
cilíndrica o ligeramente oval, se enchufa al espigón que constituye la prolongación de la hoja.
Las espadas de tipo Arcóbriga están frecuentemente decoradas con damasquinados que
afectan tanto a sus empuñaduras como a sus vainas (Cabré y Morán 1984: 156; Cabré 1990:
215), tal como se ha documentado en el ejemplar de Atienza. A pesar de que este tipo de
espada ofrece una distribución claramente centrada en la Meseta Oriental, no conviene
olvidar su enorme peso específico en el Occidente de la Meseta, donde la necrópolis de La
Osera proporcionó 92 ejemplares (Cabré y Morán 1984: 151).
Las vainas, con excepción de la de la espada de tipo Echauri -enteriza y de contera
recta-, serian de materia orgánica con armazón metálico y conteras circulares (tumba 13) o
arriñonadas (tumbas 15 y 16).
Aun cuando la necrópolis de Atiera no ha proporcionado ninguna falcata, podrían
adscribirse a este momento un par de sepulturas de Caraliias provistas de este tipo de espada
de hoja curva, característico del Mediodía peninsular, desde donde habrían llegado a la
Meseta en reducido númerot27. La tumba 2 contenía, junto a una falcata de pomo en forma
de cabeza de ave, tres largas puntas de lanzas, dos de las cuales median 43 cm., con nervio
central redondeado, que según Cabré (1990: 213, fig. 13) cabria fechar en el primer cuarto
del siglo IV a.C. Dada la tendencia a reducir el tamaño de las lanzas, confirmado en Atienza
donde el ejemplar más largo mide 30 cm., quizás cabría plantear la mayor antiguedad de la
sepultura de Carabias respecto a los conjuntos más evolucionados de la necrópolis de
Atiera. La tumba 31 de Carabias ofrece como dato de mayor interés el haber documentado
dos falcatas en un mismo conjunto, lo cual resulta claramente excepcional.
127 Requejo (1978: 57, fig. 2b) señala la presencia en Carabias d: “dos falcatas casi enteras y algunos restos
de otras”; en la necrópolis de La Olmeda se registró una de estas piezas (García Huerta 1980: 29), sin contexto
conocido.
245
ALBERTO J. LORRIO
de las tumbas donde han sido halladas formando parejas. Así, las menores, que cabría
interpretar como jabalinas, presentan unas longitudes entre los 11 y los 17 cm., mientras que
las de mayor tamaño oscilan entre los 22 y los 24, siendo excepción las sepulturas 9 y 10,
con ejemplares de 26/29 y 27/30 cm. de longitud, respectivamente. Algunas piezas (tumba
4) cabría emparentarías morfológicamente con las largas puntas de hojas alargadas, estrechas
y de nervio marcado, características de la fase previa, aunque sus dimensiones sean más
reducidas.
De gran interés es la aparición en la sepultura 16 de una punta de lanza de hoja de
perfil ondulado y nervio aristado (fig. 68,B), decorada con lineas incisas paralelas al borde.
La dispersión de este tipo se restringe a la Meseta, habiéndose documentado en las necrópolis
de La Mercadera (tumbas 16 y 19), La Osera y Monte Bernorio (Artíñano 1919: 32,165;
Schtile 1969: 115, láms. 124,3, 126,3 y 162).
St
de los más pequeños y los 16-22 cm. de los mayores, donde se encuadran la gran mayoría
de los ejemplares. e,
246
u-
EL ARMAMENTO
2.1.3. Subfase liB. Desde finales del siglo IV a.C. y especialmente durante el siglo
III, se observa cómo entre un sector importante de las n~crópolis del Alto Tajo-Alto Jalón
se inicia un fenómeno de empobrecimiento en los ajuarDs de sus tumbas, con la práctica
desaparición del armamento en los mismos. Constitiyen buena prueba de esto las
excavaciones más recientes en Aguilar de Anguita (Argente 1977b) o la necrópolis de Riba
de Saelices, en la que únicamente se han documentado dos cuchillos y los restos de la
empuñadura de hueso de otro (Cuadrado 1968: 28), mientras que en Luzaga (Aguilera 1911,
IV: 8-28, láms. 6-24; Diaz 1976) o La Yunta (García Huerta 1990: 350ss.; García Huerta
y Antona 1992: 141-143), aun en número muy reducido, todavía se registra algún elemento
armamentístico. Este proceso de empobrecimiento se aprecia también en los propios ajuares
con armas como ocurre en El Atance, de donde proceden una serie de espadas ya de tipo La
Téne o de clara inspiración lateniense (Cerralbo 1916: figs. 14 y 15), ya pertenecientes a
modelos híbridos entre aquéllas y las de antenas (Cabré 1990: 217-218, figs. 21 y 22) (tabla
1), que constituyen la única arma depositada en la sepultura (fig. 68,D-E).
La necrópolis de La Yunta ha proporcionado una interesante información sobre este
periodo. Las 112 sepulturas excavadas han permitido documentar algunas piezas relacionadas
con la panoplia, que en ningún caso pueden ser consid~radas como armas en sí mismas:
algunos regatones, restos de una vaina de espada y posiblemente el fragmento de un cuchillo.
El carácter escasamente militar de este conjunto queda zonfirmado al contrastarse con los
análisis antropológicos. Así, los regatones se distribuyen al 50% entre tumbas masculinas y
femeninas, mientras que la vaina y el cuchillo se asocian a enterramientos de mujeres (García
Huerta 1990: 642 s. y 661 s.). Esto, que cabría ser interpretado como una evidencia de que
el armamento no seria patrimonio exclusivo del estamento militar, lo que en principio parece
128 Quizás correspondan también a un escudo sendas piezas reproducidas en la parte superior de la fig. 68,A,
correspondiente a la sepultura 9, dada su semejanza con otras que debido a su asociación con elementos claramente
pertenecientes a escudos, como los umbos, han sido interpretadas en est~ mismo sentido (Lorrio 1990: 44, nota 31).
247
ALBERTO J. LORRIO
más lógico, no puede ser generalizado a las demás necrópolis estudiadas, puesto que las
piezas de La Yunta consideradas como armas no lo son por sí solas (vid. supra, sin embargo,
en relación a los regatones).
Lo observado entre las necrópolis del Alto Tajuña parece apuntar hacia una
modificación en el valor ritual de los objetos depositados en las sepulturas, que afectará de
St
forma notable a las armas. Sin embargo, la desaparición del armamento en las sepulturas no
es un fenómeno generalizable. Así queda confirmado en los cementerios de fecha avanzada
St
del Alto Duero (vid, mfra) o en la vallisoletana necrópolis de Las Ruedas (Sanz 1990a: 169).
Tampoco este fenómeno debe generalizarse a las necrópolis ibéricas de “baja época”, como
St
defendiera en su día Cuadrado (1981: 52, 65), pues parece confirmarse la continuidad de la
deposición de las armas en las sepulturas durante ese periodo (Quesada 1989a (II): 115).
Algunos cementerios del Alto Tajo-Alto Jalón confirman la presencia de armas en sus ajuares
durante buena parte del siglo III e incluso el II a.C., como en las necrópolis de Arcóbriga
St
asociándose en una ocasión con un cuchillito afalcatado (vid. Apendice 1). Mayor interés
tiene la necrópolis de Arcóbriga, de la que han podido individualizarse 10 ajuares con armas.
Junto a las panoplias conocidas formadas por la espada y una o dos lanzas o, la menos
frecuente, integrada por espada y escudo, figurando en casi todos los casos el cuchillo curvo,
también se documenta la que incorpora un puñal al equipo ya provisto de espada,
característico de las panoplias más evolucionadas de los cementerios celtibéricos, si bien ya
se conocieran combinaciones semejantes en la subfase líA. La necrópolis de Arcóbriga ha
proporcionado también una pieza en forma de horquilla (tumba C), cuya funcionalidad sería —
difícil de determinar (vid. mfra). Resulta significativa la extrema rareza de arreos de caballo
en este cementerio ya que sólo se conoce uno aparecido en la sepultura B, tenida por
Cerralbo como la de ajuar ~~masimportante” propio de un “jefe” (Aguilera 1911, IV: 36,
lám. 33,1; Idem 1916: fig. 31).
Desde el punto de vista tipológico E. Cabré y JA. Morán (1982: 13) han propuesto
para Arcóbriga una subdivisión en dos fases sucesivas: pr,
u-
248
pr
EL ARMAMENTO
a). La Primera fase, para la que Cabré y Ivlorán sugieren una cronología ca.
375-300 a.C., se caracteriza, según estos autores, por la presencia de espadas de tipo
La Téne 1 (vid. mfra), tanto del modelo clásico como de las de producción local en
ellas inspiradas, de ejemplares de antenas atrofiacLas y hoja pistiliforme del tipo que
toma su nombre de esta necrópolis zaragozana y, ya entre las armas defensivas, de
manillas de escudo de aletas, tipo característico del área ibérica’29. Esta fase sería
contemporánea en parte a la necrópolis de Atienzí, siendo ejemplo de ello la tumba
16 de este cementerio, que ofrecía una espada de tipo Arcóbriga y una manilla de
escudo del modelo de aletas, o la sepultura 15 dorLde se documentó otro ejemplar del
mencionado tipo de manilla.
b). La Segunda fase, siglos 111-II a.C., presenta, junto a las espadas de La
Téne II y las de tipo Arcóbriga, los puñales biglobulares, que denotan la creciente
influencia en esta zona del Grupo del Alto Duero, así como los umbos circulares del
tipo de casquete esférico con reborde plano a modo de anillo (fig. 68,C) (Cabré 1939-
40: láms. XX-XXI) pertenecientes a escudos circulares, para los que en alguna
ocasión se ha sugerido su relación con modelos ovales (vid. mfra), de cuyo sistema
de enmangue solamente se han conservado los elementos de sujeción de la manilla,
realizada en cuero, formado por sendas anillas que mediante una presilla se unirían
al armazón de madera o cuerot30
129 La misma procedencia debió tener una falcata, al parecerpertenecientea este cementerio (Cabré 1990: 213),
sin que la ausencia de todo contexto y el no haberse hallado completa dificulten su adscripción a una u otra subfase.
t30 Se ha señalado la presencia de “manillas de escudo de tira estrecha” (Cabré y Morán 1982: 13), que cabria
identificar con el modelo de varilla curva de hierro, aun cuando su presencia en la necrópolis de Arcóbriga no ha
podido ser constatada a través de la documentación fotográfica existenle (vid. Apéndice 1).
249
ALBERTO 1. LORRIO
sepulturas de guerrero, pudiéndose plantear, por tanto, el carácter militar de la sociedad que
da lugar a estos cementerios, que con toda seguridad cabe vincular con los arévacos. Esto
St
puede observarse en las necrópolis del Alto Duero (fig. 62), donde el porcentaje de
sepulturas pertenecientes a guerreros es muy elevada, aun cuando posiblemente estos St
cementerios no incluyeran a todos los sectores de la población, siendo en cualquier caso muy
superior a lo documentado en el Alto Tajo-Alto Jalón y en otros cementerios contemporáneos
de la Meseta (vid, capítulo IX y Apéndice 1).
El análisis interno de La Mercadera puso de relieve la gran importancia social y
numérica de este estamento de tipo militar (44%, o mejor 39% exceptuando las tumbas
atribuidas con cierta verosimilitud a la fase 1), lo que queda confirmado con los datos que u-
ofrecen otros cementerios del Alto Duero, como Ucero (García-Soto 1990: 25), donde las
tumbas con armas suponen el 34,7% del total de tumbas excavadas, y La Revilla de u-
Calatañazor (Ortego 1983), así como por las referencias antiguas en relación al marcado
carácter militar de cementerios como La Requijada de Gormaz y Osma (Morenas de Tejada u-
otra realizar una aproximación a la panoplia de esta fase de plenitud, al haber sido excavada,
e,
una gran variabilidad en los equipos armamentísticos (fig. 69), observándose, sin embargo,
u-
e,
250 u-
EL ARMAMENTO
el predominio de una serie de combinaciones que muestran una cierta estandarización, dentro
de la evidente heterogeneidad en la composición de los mencionados equipos’3’:
a). El equipo más frecuente, sin duda, es cl que ofrece únicamente puntas de
lanza, que suponen casi el 45% de las tumbas con armas, generalmente con una sola
punta o un regatón (27,3% de las tumbas “militar:s”), o con dos ejemplares (18,2%),
e, incluso, con tres, en un solo caso (2,3%).
b). A continuación, destacan las tumbas con la panoplia completa (13,6%),
esto es, la espada, salvo en la tumba 52 (fig. 70,D) en la que es sustituida por un
puñal, la lanza, normalmente en número de dos, y el escudo (fig. 70,B-C).
e>. En relación con el grupo anterior, estarían (11,4%) las que, junto a la
espada o puñal, e, incluso, tan sólo a restos de la vaina, ofrecen una o dos puntas de
lanza, no habiéndose encontrado nunca restos de regatones.
d). Cabría incluir aquí las tumbas con una espada como única arma (9,1%).
En algún caso, podría pensarse quizás para este equipo en una razón de tipo
cronológico, ya que el ejemplar de la tumba 82 sc asocia a una fíbula de La Téne II,
que en La Mercadera corresponde al momento firal del cementerio, hacia finales del
siglo IV e inicios del III a.C.
e). Entre los equipos más frecuentes dest~ ca, finalmente, el formado por las
puntas de lanza en número variable, una, dos o, excepcionalmente, tres, asociadas a
un escudo (11,4%).
O.
Otras asociaciones, aun estando dxumentadas, tienen un carácter
puramente anecdótico, pudiendo evidenciar incluso la existencia de ajuares
incompletos, lo que parece claro en la tumba 59, donde se hallaron únicamente restos
de un escudo. Posiblemente la presencia de dos espadas del mismo tipo en la tumba
91 (fig. 70,A), más que reflejar el equipo militar del usuario, sería la expresión del
El análisis porcentual de los diferentes tipos de combinacione~ está referido al total de tumbas con armas,
habida cuenta del problema que se plantea al intentar atribuir determ nados conjuntos a uno u otro período. Así
ocurre con los conjuntos formados por puntas de lanza, que únicament’~ en ocasiones pueden adscribirse a una fase
en concreto, dada la dificultad, cuando no imposibilidad manifiesta, de imputar las diferencias tipológicas de las
puntas de lanza a razones cronológicas, como en el caso de una serie de puntas asimilables al tipo Alcácer, aunque
de menor tamaño, aparecidas en las sepulturas 67, 72 y 87, asociándose en esta última a los restos de una vaina
posiblemente de espada.
251
ALBERTO J. LORRIO
estatus del poseedor, al ser enterrado con dos elementos difícilmente integrables en
la misma panoplia.
PV OB TUMBAS
24
22 St
20
18
16
14
12
10 u-
8
6
4
2 pr
‘I 1 I e St
e,
A B o D E ci II
COMBINACIONES DI ARMAS
e,
Fig. 69. Combinaciones de armas en la necrópolis de La Mercadera (sin diferenciación por fases): A, 1 espada o
puñal, 1 ó 2 lanzas y 1 escudo; B, 1 espada o puñal (?) y 1 6 2 lanzas; (2, 2 espadas y 2 lanzas; D, 1 espada y 1 e,
escudo; E, 1 espada o puñal; F, 1, 2 6 3 puntas de lanza más 1 escudo; 0, 1 a 3 lanzas; H, 1 escudo aislado. (No
se han incluido los cuchillos en estas combinaciones). Las cifras sobre las barras corresponden a los porcentajes
respecto al total de tumbas con armas (= 44).
u’
Los cuchillos no han sido incluidos entre el armamento ya que, aunque en el 86% de
pr
los casos se asocien a ajuares de guerrero, estando presentes en el 59,1% de las tumbas con
este tipo de ajuar, también aparecen asociados a objetos de adorno, que en La Mercadera e,
252 e
EL ARMAMENTO
A pesar de que La Mercadera constituye en el Alto Valle del Duero -en espera de la
publicación de las Memorias de excavación de Carratiermes y Ucero-el único yacimiento que
permite una aproximación global a los distintos equipos armamentísticos de los individuos
allí enterrados, por sus especiales condiciones de conservación y por ser el único que se
excavó y publicó en su totalidad, otros cementerios de esta zona ofrecen datos nada
desdeñables sobre el armamento de los celtíberos, aunqie circunscritos, prácticamente de
forma exclusiva, a los equipos provistos de espada que, como se vió en La Mercadera, a
pesar de su importancia, son minoritarios. Entre estas necrópolis destacan las de La
Requijada de Gormaz, Quintanas de Gormaz y Osma ya 4ue, pese a ser contemporáneas en
parte con aquélla, ofrecen información, especialmente lis dos últimas, sobre el momento
inmediatamente posterior al documentado en La Mercadera, presentando unos tipos y unas
combinaciones claramente diferentes de las observadas en este cementerio (vid. Apéndice 1).
La necrópolis de La Requijada, de la que han podido individualizarse 46 ajuares
militares (vid. Apéndice 1), ofrece una serie de combinaciones en la composición de la
panoplia (tabla 2), ya documentadas en La Mercadera: espada, dos puntas de lanza, a las que
ocasionalmente se une unpilum y restos del escudo o la que relacionaría la espada o el puñal
con una o dos puntas de lanza. Además, también se conoce algún conjunto perteneciente al
que, como se vió en La Mercadera, debió ser un grupo nutrido formado únicamente por
armas de asta, integradas por puntas de lanza, jabalina y pila. El cuchillo completa las
panoplias comentadas.
La Revilla de Calatañazor, necrópolis muy a]terada de la que únicamente se
publicaron 4 de sus tumbas, repite los equipos cono:idos en La Mercadera y en La
Requijada: el que ofrece la panoplia completa, es decir, espada, dos puntas de lanza y restos
de un escudo y el que junto a la espada o el puñal presenta una o dos puntas de lanza,
estando provistos todos ellos del habitual cuchillo de hoja curva (fig. 71 ,A y tabla 2).
De la controvertida necrópolis de Quintanas ¿.e Gormaz (vid, capítulo IV, 1 y
Apéndice 1) se han podido individualizar, a partir de diferentes fuentes, un total de 28
conjuntos (Apéndice 1) de las, al parecer, más de 800 tumbas excavadas (Zapatero 1968: 73).
Los equipos individualizados en esta necrópolis (figs. 70 E y 71,E y tabla 2), en su mayoría
provistos de espada, pueden distribuirse en dos gransies grupos. Por un lado, los ya
documentados en La Mercadera, que son los que ofrecer la espada o el puñal, de una a tres
lanzas y, en ocasiones, un escudo; algunos de estos equipos serian contemporáneos con los
253
ALBERTO .1. LORRIO
de este cementerio, mientras que otros, a tenor de la aparición de nuevos tipos de espadas
y puñales, pertenecerían a un momento posterior a la fase final de la mencionada necrópolis.
Por otro lado, habría que considerar las tumbas que incorporan los puñales a los ajuares
provistos ya de una espada, combinación desconocida en La Mercadera. Dada la tipología
de las espadas y puñales que forman parte de estos equipos, estos conjuntos pertenecerían al
período más avanzado de la fase II.
Algo similar a lo observado en Quintanas de Gormaz puede desprenderse de la
It
información procedente de Osma (fig. 71 ,B-D), de la que tan sólo se conoce la composición
de los ajuares de 40 de las más de 800 tumbas excavadas (Zapatero 1968: 82), todos ellos It
pueden acompañarse de un pilum. Los restantes equipos de los que existen noticias en la
necrópolis de Osma repiten básicamente lo observado en Quintanas de Gormaz, como es la
aparición en una misma tumba de una espada y de un puñal, acompañados de una a tres
puntas de lanza, y de un escudo, o careciendo de este último elemento. Esto mismo también
se ha documentado en Ucero, cementerio en el que al menos se conocen dos equipos con
estas características (García Soto 1990: nota 111), uno de los cuales, tumba 23 (García-Soto
1990: fig. 23), bien podría haber sido contemporáneo de La Mercadera.
La coexistencia de espada y puñal en una misma tumba debe verse como una e,,
modificación de la panoplia por razones funcionales, más que buscar razones únicamente de
tipo social -válidas probablemente para el caso de la tumba 91 de La Mercadera, que
contenía dos espadas (fig. 70,A)-, lo que vendría avalado por la datación avanzada de estos
equipos. Su aparición, o más bien generalización, coincide con la presencia de las primeras u-
espadas de La Téne (fig. 70,E) y con el desarrollo de los diferentes modelos de puñales,
pertenecientes sobre todo a los tipos de frontón (figs. 70,D y 71,D), biglobulares (fig. 71,B-
C y E) y, en menor medida ‘Monte Bernorio’, modelo éste del que se conoce algún ejemplar
u-
en la Meseta Oriental (Alpanseque-10) fechado en el siglo V a.C. (Sanz 1990b: 176), aunque
alcanzará su máximo desarrollo a lo largo de las dos centurias siguientes.
4v”
254
u-
EL ARMAMENTO
132 Esto es, puñales de un spithame = 23 cm, (Schulten 1952: 209), aunque J. Cabré (1939-40: 65, nota 1)
propusiera una longitud en torno a los 30 cm., más acorde con las dimensiones de los puñales meseteños. En este
sentido, cabe recordar que la longitud total de los ejemplares de tipo biglobular, sin duda los que alcanzaron un
mayor éxito, oscila entre 26 y 33 cm.
255
ALBERTO J. LORRIO
~ Este carácter más evolucionado de los cementerios del Alto Duero respecto a lo observado durante el
período inicial de la fase II entre las necrópolis del Alto Tajo-Alto Jalón se pone de manifiesto, además, en la e,
ausencia de las armas broncíneas de parada, así como por la rareza de hallazgos de soliferrea (tabla 2).
u’
¡34 La hoja aparecida en la tumba 79, que Taracena (1932: 11, 1dm. Xix) cita como perteneciente a una de
estas piezas, dadas sus dimensiones, debe tratarse más bien de un puñal. Las dos espadas de la tumba 9i han sido
clasificadas por E. Cabré (1990: 211) dentro de sus series segunda y tercera, respectivamente, a partir de la diferente e
organización del pomo.
256
e,
EL ARMAMENTO
(tumba B), perteneciente a un modelo híbrido como demuestra la sustitución de los discos
de las antenas por esferas, asociada a una fíbula semejante a la de la tumba A pero de
cronología algo más avanzada (Cabré 1990: 209). Se ha apuntado una fecha para este tipo
de arma entre el último cuarto del siglo V hasta finales <leí IV a.C. (Cabré y Morán 1978:
20).
De las restantes espadas de La Mercadera, la mayoría corresponde al denominado tipo
Atance (Cabré 1990: 214)’~~. Presentan antenas desarrolladas en mayor (tumbas 1, 16 y
68) o menor medida (tumbas 14, 19, 51, 82 y 92) terminadas en apéndices de forma
lenticular y hoja con seis acanaladuras, recta o ligeramente pistiliforme (fig. 70,C). Sus
longitudes oscilan entre los 33 y los 42 cm (Taracena 1932: 9-10). Las vainas, provistas en
ocasiones de un cajetín para guardar el cuchillo, serian en su mayoría de cuero con la
estructura de hierro, excepción hecha de la aparecida en la tumba 16, metálica en su
totalidad. Las conteras eran de forma esférica o arriñonída. La asociación en la tumba 82
de una de estas espadas con una fíbula de La Téne II pennite situar su momento postrero en
La Mercadera ca. finales del siglo IV y el primer cuarto del III a.C., coincidiendo con el
momento final en el uso del cementerio ya que las fbulas pertenecen a las series más
evolucionadas del mismo’36 (Lorrio 1990: 48). Espadas de este tipo, de hoja recta con
acanaladuras, se han encontrado en otros cementerios correpondiendo en buena medida a
equipos datables en esta subfase’37, pudiendo en algunos casos ser adscritas al período
siguiente (tabla 2).
La Mercadera ha proporcionado una espada de tipo Arcóbriga (Taracena 1932: 10,
lám. VII), de 41 cm. de longitud y sin contexto conocidn, modelo que se incorpora a los
t35 En un trabajo anterior, E. Cabré (1988: 124> señalaba la presencia en La Mercadera de espadas de tipo
Aguilar de Anguita.
136 Las fíbulas de las tumbas 79 y 82 han sido clasificadas como “derivaciones meseteñas del esquema de La
Téne 1” por Cabré y Morán <1982: 17-18), mientras que para Argente corresponderían al tipo SE, asimilable a La
Téne II (Argente 1994: 282), aunque la cronología propuesta no varic entre estos autores. Para Lenerz-de Wilde
(1986-87: 207) se trataría igualmente de fíbulas con esquema de La T~ne II.
“~ La tumba J de Quintanas de Gormaz proporcionó una espada perteneciente a este tipo, de hoja recta con
acanaladuras y antenas no del todo atrofiadas, que ofrecía una vaina efleriza. Al parecer, apareció asociada a una
fibula anular, que por algunas de sus características morfológicas fu~ relacionada por Argente (1994: 314, fig.
53,463> con el tipo 4a de Cuadrado, que este autor fecha en el siglo V nC., si bien otros elementos como las piezas
de sustentación del escudo o la propia espada apuntarían más bien hacia una datación centrada en la centuria
siguiente.
257
ALBERTO J. LORRIO
característico remate que define al tipo (Taracena 1932: 12-13; Cabré 1990: 219 ~~)I39~ Al
mismo modelo debió corresponder el ejemplar de la tumba 78, también de hoja triangular,
a pesar de no conservar su empuñadurat4O. Tanto los ejemplares de La Mercadera como
el de la tumba A de La Revilla podrían datarse según E. Cabré (1990: 219) hacia mediados u-
del siglo IV a.C. t41, pero pudiera aceptarse una cronología algo más avanzada, al menos
por lo que se refiere a las piezas de La Mercadera.
Más conflictivo resulta el puñal de la tumba 79 (vid. supra), del que únicamente se
conserva la hoja, que bien pudo corresponder a una de estas piezas; para E. Cabré (1990: u-
220) se trataría de un híbrido entre los puñales de frontón y las espadas de antenas, en
u’,
138
No conviene confundir estos puñales genuinamente celtibéricos, fechados a partir de mediados del siglo IV
con las espadas y puñales de frontón cuyo origen ha de situarse en el Mediodía peninsular en los inicios del e,
139 De La Revilla de Calatañazor procede una pieza cuya longitud, 35,5 cm., permitiría su consideración como
e,
una espada (García Lledó 1983: n0 18). La técnica constructiva de su empuñadura concuerda con la de los puñales
de frontón, a pesar de carecer del característico engrosamiento de su zona central, presentando al igual que éstos
la guarda recta y la hoja triangular con nervio central.
e
t40 Recientemente esta pieza ha sido interpretada como un puñal de tipo biglobular (Griñó 1989: cat. 126; Sanz
1990b: 186), pero dado el contexto general de este cementerio esta atribución no parece acertada.
Se conoce un ejemplar descontextualizado procedente de Quintanas de Gormaz, cuya vaina enteriza presenta
una decoración calada y repujada muy semejante a la del puñal de la tumba 52 de La Mercadera, pudiéndose pues
aceptar una datación similar para ambas piezas. Con todo, E. Cabré lo considera más moderno, fechándolo a finales
del siglo IV a.C. (1990: 219, fig. 23,1).
258
u
EL ARMAMENTO
¡
1
Fig. 70. Alto Duero: Subfase líA. A, La Mercadera-91; B, La )V’ercadera-15; (2, La Mercadera-19; D, La
Mercadera-52; E, Quintanas de Gonnaz-D. (Según Taracena 1932 (4 y (2), Cabré 1939-40 (B y D) y Lenerz-de
Wilde 1991 (E)).
259
ALBERTO J. LORRIO
cualquier caso evidenciando una cronología avanzada en torno a finales del siglo IV (Cabré
1990: 220) o inicios del III a.C., dada su asociación con una fíbula de La Téne II, que como
se ha señalado constituye el modelo más avanzado en esta necrópolis.
Los primeros puñales del tipo Monte Bernorio aparecidos en el Alto Duero deben
fecharse en el siglo IV a.C. (Sanz 1986: 39; Idem 1990b: 176). Se trata de importaciones,
cuyo lugar de procedencia se situaría al Nornoroeste de esta zona, en tierras burgalesas y
palentinas, sin dejar de lado su posible vinculación con el Valle Medio del Duero, donde se
localiza la necrópolis de Las Ruedas, que ha facilitado un buen número de ejemplares
asimilables a la fase formativa de este característico puñal (Sanz 1990b: 173-176). La
e.
necrópolis de La Requijada proporcionó un ejemplar sin contexto conocido (Cabré 1931:
230), al parecer similar al hallado en la tumba 10 de Alpanseque (Cabré 1931: fig. 2,1). Otro
r
más procede de la tumba 180 de Carratiermes (Sanz 1990b: 176; Martínez Martínez 1992:
fig. 3), mientras que Ucero proporcionó tres ejemplares, dos de los cuales corresponderían
St
también al periodo formativo de este arma (García-Soto 1990: nota 111, fig. 9; Idem 1992;
Sanz 1990b: 176). El documentado en la tumba 23 apareció asociado a una espada de antenas
asimilable al tipo Atance, y el encontrado en la sepultura 48, a una fíbula de doble resorte
de puente en cruz y una vasija a torno, siendo fechados ambos a partir de mediados del siglo e,
IV a.C. (García-Soto 1990: 31 s., fig. 9; Idem 1992: 378; Sanz 1990b: 176).
Si bien La Mercadera no ha proporcionado espadas de tipo lateniense, la presencia e,
de ejemplares adscribibles a este tipo -caracterizado por sus hojas de gran longitud con los
bordes paralelos y arista central, prolongadas en una espiga, único resto de la empuñadura
de materia orgánica, no conservada en ninguna ocasión- está perfectamente documentada en
algunas tumbas de otras necrópolis del Alto Duero que cabe considerar como contemporáneas u-
2). Las vainas de tipo lateniense constituyen un hallazgo excepcional en la Meseta Oriental,
donde sólo se conocen los restos, más o menos completos, de seis de estas piezas,
procedentes de las necrópolis de El Atance, Arcóbriga (fig. 68,C) (tumbas D, 1 y N), Osma-
18 (M.A.N.) y Quintanas de Gormaz-D (fig. 70,E), las cuales presentan los elementos
característicos del sistema de suspensión de las espadas celtibéricas (Artíñano 1919: 7, n0
13; Lenerz-de Wilde 1991: 82).
Dadas las características plenamente indígenas de las panoplias en las que se integran
260
u-
EL ARMAMENTO
¡42 Para la distribución peninsular de este tipo de espadas, vid. Quesada i99i: 718 ss. y Stary i994: mapas
17-18.
261
ALBERTO J. LORRIO
Gormaz (Taracena 1941: 126 y 138; Idem 1954: 265; Schúle 1969: 228), cementerio éste
del que se conoce un ejemplar (tumba AA) que apareció asociado a una fíbula de pie vuelto
(Argente 7B)t43. Este tipo de arma está presente en el Oriente de la Meseta desde un
momento relativamente antiguo, como lo confirman algunos ajuares de Aguilar de Anguita,
acompañando a los primeros modelos de espadas conocidos entre las necrópolis del Alto
Tajo-Alto Jalón, para desaparecer por completo de los ajuares de las necrópolis más
evolucionadas de esta zona, como Atienza o Arcóbriga (vid. supra)’44.
La presencia de soliferrea está perfectamente documentada en las necrópolis ibéricas, iv
datándose en El Cigarralejo desde finales del siglo V hasta mediados del IV a.C. (Cuadrado
1989: 65); los ejemplares del Cabecico del Tesoro presentan una cronología más dilatada,
desde inicios del siglo IV hasta finales del II, siendo los más numerosos los adscribibles al
r
143 Su presencia está documentada en una sepultura de la necrópolis de Carratiermes (Argente, coord., 1990a:
lám. 155), donde apareció asociado a una espada de tipo Aguilar de Anguita.
144 A este respecto, de Paz (1980: 53) ha señalado la presencia de soliferrea en la necrópolis dc El Atance, sin
especificar número o características, a’
262
a
EL ARMAMENTO
3. Cuchillos. Al igual que en la fase anterior, son de hoja curva más o menos
pronunciada, con las empuñaduras de hueso o madera, de las que únicamente se conservan
los remaches que las sostendrían, aunque conociéndose algún ejemplar, como el de La
Mercadera-1, de mango metálico con terminación curvada hacia dentro. En ocasiones se
alojaban en un cajetín que la vaina de la espada ofrecía al efecto.
~ La necrópolis portuguesa de Alcácer do Sal ha proporcionado an buen número de soliferrea (Schúle 1969:
228, láms. 100-101), con puntas provistas de aletas, más propias del área andaluza (Schtile 1969: lám. 79) que de
la Meseta, donde no se conoce ningún ejemplar de estas características.
263
ALBERTO J. LORRIO
troncocónica y participan de las características del tipo, esto es, presentan una cruz griega
grabada en la base de menor diámetro, de la que parten doce radios terminados en discos.
La cruz aparece en todos los casos perforada en su centro por un clavo que permitiría su
fijación al armazón de madera o cuero (Taracena 1932: 15, láms. VIII y XX,60; Cabré 1939-
40: 61-62, láms. VI y VIII>. Dado que ninguno de los dos ejemplares documentados en
contexto, los procedentes de la tumba 60 de La Mercadera y de Quintanas de Gormaz-C, se
encontró asociado a elementos metálicos interpretables como restos de la abrazadera, hay que
pensar que ésta sería de cuero, fijándose mediante clavos remachados, posiblemente perdidos
tras el proceso de cremación. St
por una chapa cilíndrica, cuyos extremos planos permitirían su fijación, mediante dos pares
de clavos, al armazón, de algo más de 1 cm. de grosor, posiblemente de cuero. Esta tumba
aportó también dos piezas remachadas de las que cuelgan sendas anillas que Taracena (1932:
17) acertadamente interpretó como parte del escudo, permitiendo la sustentación del mismo.
Resulta notable la semejanza de este ejemplar con el de la tumba 30 del Cigarralejo, conjunto
datado ca. 400-375 a.C., que para Cuadrado, quien ya señaló la similitud con el ejemplar a’
e,
e,
264
e
EL ARMAMENTO
soriano, constituiría el modelo de manilla más antiguo en esta necrópolis (1989: 90 y 107,
fig. 39,1>146.
El tipo más abundante de manilla sería el formado por una varilla estrecha y curva,
cuyos extremos, discoidales, estarían atravesados por una presilla de la que pende la anilla
que sujetaría la correa de suspensión del escudo. Según Taracena (1932: 15), los ejemplares
de La Mercadera medirían entre 20 y 25 cm de longitud y tendrían una curvatura no muy
pronunciada, por lo que debieron utilizarse para ser empuñados, lo que puede generalizarse
para los restantes hallazgos de este modelo en el Alto Duero y, en general, para las
diferentes variantes de manillas conocidas en el área estudiada (fig. 70,D).
Las empuñaduras de varilla curva aparecen asociadas a espadas de tipo Atance (vgr.
La Mercadera-19 y 51; Quintanas de Gormaz-K y U; tabla 2), así como a puñales de frontón
enterizo (fig. 70,D) (La Mercadera 52) y a los denominados por E. Cabré híbridos entre los
de frontón y los de antenas, como el de la tumba 10 de La Requijada, no habiéndose
encontrado piezas similares en Osma.
Un tercer modelo seria la manilla de aletas, característica del área ibérica (Cuadrado
1989: 8lss. y figs. 36ss.) y bien documentada en la MesBta Occidental en necrópolis como
la de La Osera, donde al parecer se encontraron 87 ejemplares (Cabré 1939-1940: 66). En
el Alto Duero la presencia de estas manillas resulta excepcional, conociéndose únicamente
lo que podría interpretarse como una de estas piezas en la tumba B de La Revilla, aun
cuando sólo se recuperara un fragmento perteneciente al asidero de la empuñadura, según la
terminología propuesta por Cuadrado (1989: fig. 36). Como se ha podido comprobar (vid.
supra), los hallazgos de manillas del mencionado mode o no son frecuentes en la Meseta
Oriental, documentándose tan sólo en Arcóbriga y Atienia (Cabré 1939-1940: 66; Cabré y
Morán 1982: 13) en número reducido (tabla 1), lo que viene a confirmar la poca incidencia
en esta zona del armamento de tipo ibérico, al menos durante esta fase.
A estos tres modelos de empuñaduras de escudo habría que añadir una serie de piezas
relativamente abundantes, que aparecen formando parejas, pese a que en ocasiones solamente
se haya conservado una de las dos (tabla 2, n0 47). Interpretadas en general como elementos
para enganchar las correas que permitirían el transporte del escudo, posiblemente también
debieron servir para la sujeción de la empuñadura, seguramente realizada en cuero. Estas
146 Posiblemente correspondan a este modelo las abrazaderas do,:umentadas en algunos de los guerreros de
Porcuna, como la del guerrero n0 7 o la del fragmento n0 15 (Negueruela 1990: 164, lám. XXV y XXXV,A,
respectivamente).
265
ALBERTO .1. LORRIO
piezas apuntan hacía una cronología más dilatada que los modelos vistos con anterioridad,
ya que junto a ejemplares datables en el siglo V, como los de algunas necrópolis del Alto
Tajo-Alto Jalón (vid. supra), las piezas del Alto Duero aparecen en conjuntos más modernos,
centrados en el siglo IV a.C. A finales de esta centuria o a inicios de la siguiente
corresponde el único ejemplar de la tumba D de Quintanas de Gormaz, asociado a una espada
de La Téne, en tanto que su relación con puñales biglobulares permitiría la datación de este
tipo de objetos en el siglo III a.C. (tabla 2).
2.2.2. Subfase ¡IB. Este periodo, que se podría datar de forma general a lo largo del
siglo III a.C., es bien conocido gracias fundamentalmente a buena parte de los ajuares de
Quintanas de Gormaz y Osma (tabla 2), muchos de los cuales presentan una espada y un
puñal formando parte de un mismo equipo.
(Cabré 1931: 239 s.; Taracena 1932: 12-13; Cabré 1990: 221), de los que se diferencian
básicamente por haber sustituido el remate superior de la empuñadura, en forma de frontón, a’
por otro discoidal’47. Si bien podrían haber hecho su aparición a finales del siglo IV a.C.
(Argente y Diaz 1979: 128), los ejemplares documentados en contexto serían ya adscribibles
a la centuria siguiente, como es el caso de los de Quintanas de Gormaz, Ucero (García-Soto
1990: 34, nota 111 y fig. 13) y Osma. a’
en la zona desde finales del siglo IV a.C., aunque pronto empezarían a realizarse copias
locales de las mismas (Cabré 1990: 217-218). Están documentadas en buen número en La a’
Revilla (García Lledó 1983: n0 25-26 y tumba C), La Requijada de Gormaz, Quintanas de
Gormaz, Osma y Ucero (Cabré 1990: 216); Carratiermes sólo ha proporcionado un ejemplar a’
(Ruiz Zapatero y Núñez 1981: fig. 2; Argente et alii 1989: 243). En el Alto Tajo-Alto
e,
e,
e,
En relación con las características morfológicas de estas piezas, vid. Cabré i990: 221, figs. 27-29.
266
‘u-
EL ARMAMENTO
Jalón’48 se conocen en La Olmeda (García Huerta 1980: 28, fig. 6,4-5) y sobre todo en El
Atance y Arcóbriga, aunque en este último yacimiento su número es superior a la suma de
todos los ejemplares del Alto Duero conocidos en la actualidad (Cabré 1990: 216).
Otros modelos, como las espadas de los tipos Atance y Arcóbriga (fig. 71 ,C), éstas
con hojas muy largas probablemente por influjo de los ejemplares latenienses (Cabré 1990:
215), o los puñales de frontón y los de tipo Monte Bernorio continuarán en uso durante esta
centuria.
El gusto por el hibridismo, señalado por E. CabÑ (1990: 2205.), está presente en una
serie de piezas cuya morfología denota el caracter mixto de las mismas, incorporando
características propias de las espadas de antenas con otras intrínsecas a los puñales de
frontónibiglobulares, aunque ofreciendo cierta variabilidad morfológica (Cabré y Morán
1992). Presentan hojas pistiliformes (La Requijada-lO ¡7] y Osma-3), triangulares o de filos
rectos (Carratiermes-A), provistas de un nervio central, siendo las guardas rectas. En
relación con la empuñadura, todos los ejemplares conocidos ostentan las características
antenas, ya completamente atrofiadas, diferenciándose <los variantes en función de la forma
en que éstas aparecen organizadas (Cabré y Morán 19~2: 391 s.>. Por lo común ofrecen el
característico engrosamiento discoidal propio de los puñales de frontón/biglobulares (La
Requijada-lO, Carratiermes-A y Ucero-3) presentando ~lpomo compuesto por tres láminas
metálicas, de la que la central es prolongación de la hoja, sistema característico de los
mencionados puñales (Cabré 1990: 220). Las longitudes de estas piezas, que oscilan entre
los 36 cm. del ejemplar de Carratiermes, los 40 cm. d~ las piezas de Osma-3 y Ucero-3 y
los 41 de La Requijada-lO, hacen que puedan ser considerados como espadas cortas, aunque
en el caso de Carratiermes acompañe a una larga espata de La Téne.
Cabré y Morán (1992: 395) señalan la cronología de estas piezas entre inicios del
siglo IV y los del III a.C., aun cuando la mayoría de los ejemplares puedan fecharse a finales
del IV, en el tránsito al III a.C.’49.
La continuidad de los contactos con el área palenLino-burgalesa y con el Duero Medio
se confirma por los hallazgos de puñales de tipc Monte Bernorio tipológicamente
148 Schtile (1969: 261> señala la presencia de una de estas espacías en la necrópolis de Luzaga. Sin embargo.
Cerralbo (191i, IV: 18) en la relación de materiales hallados en esta necrópolis no incluye ninguna espada del
mencionado tipo.
149 Inicialmente, E. Cabré (i990: 220 s.) incluyó entre estas piezas el puñal de la tumba 79 de La Mercadera,
lo que le permitió fechar la aparición de estos peculiares modelos de puñal a finales del siglo IV a.C.
267
ALBERTO J. LORRIO
marcado, piezas de hoja de sección rómbica, modelos de arista central y aquellos de sección
lenticular, extraplanas. Junto a ellos, tambien se han documentado algunos ejemplares de pila a’
(tabla 2).
e
150 Además, hay que incluir el ejemplar de la tumba N de Quintanas de Gorroaz, aunque en este caso no se e,
~ Sin embargo, E. Cabré (1990: 213) señala la existencia en el MAN. de más de un ejemplar procedente e,
de La Requijada.
268
e
EL ARMAMENTO
Fig. 71. Alto Duero: Subfase lIB. A, La Revilla; 11, Osma-II (M.A.3.); (2, Osina-4 (M.A.B.); D, Osnia-12; E.
Quintanas de Gorma¿-Ñ. (Según SchUle 1969).
269
ALBERTO J. LORRIO
3. Cuchillos. Los cuchillos responden a las características referidas para los períodos
precedentes, pero algunos de ellos, por sus dimensiones, podrían ser considerados como
verdaderos puñales, como ocurre con un ejemplar descontextualizado de Quintanas de
Gormaz, de 28 cm. de longitud (Cabré 1990: fig. 15,derecha).
4. Bidentes. Así denominados por Sandars (1913: 68-69), la presencia de este tipo
de objeto de enmangue tubular y forma de horquilla está documentada en las necrópolis de
Arcóbriga, Osma y Quintanas de Gormaz (tablas 1-2). Aparece asociado a armas, aunque su
función militar, que de tenerla sería posiblemente defensiva, resulta difícil de determinar
(vid. mfra).
que le unirían al armazón de madera y/o cuero, aunque también pueda presentar además otro
roblón que atravesaría el eje central de la pieza, según la norma habitual de los umbos
característicos de la Meseta Oriental desde sus primeras fases de desarrollo. Su presencia ya
fue señalada en la necrópolis de Arcóbriga (figs. 63 y 68,C), estando documentada asimismo u-
en Osma y Quintanas de Gormaz (tabla 2), no asociándose en ningún caso con elementos
interpretables como pertenecientes a la manilla, que debió ser de materia orgánica.
Como parte integrante del escudo se han considerado una serie de piezas formadas
por unas presillas de las que pende una anilla, halladas, siempre en número de uno, en e,
Dadas las noticias de las fuentes literarias grecolatinas sobre la utilización por parte
de los celtíberos (Diod., 5, 33) tanto del largo escudo galo como del circular conocido como W
caetra, J. Cabré (1939-40: 79 s.) planteó que tal vez este modelo de umbo pudiera
e’
270
EL ARMAMENTO
3. FASE III
Este período está capitalizado por un hecho histórico de primer orden, el
enfrentamiento con Roma que culminó con la total conquista de la Península Ibérica en
tiempos de Augusto. La reducción drástica de la información procedente de contextos
funerarios se contrarresta por las abundantes noticias dejadas por los escritores griegos y
romanos, referidas en su mayoría a un momento avanzado, desde finales del siglo III a.C.,
con el traslado del teatro de operaciones de la Segunda Guerra Púnica a la Península Ibérica
y, posteriormente, con la Guerra de Conquista de Hispania por Roma. Existen, además, otras
fuentes que proporcionan una información nada desdeñable respecto a este período. Este es
el caso de los hallazgos de armas (fig. 72), en número muy inferior al de la fase II, sobre
todo procedentes de los hábitats de fines de la Edad del Hierro (figs. 63 y 73,B> e incluso
de los propios campamentos romanos, aun cuando también se hayan documentado sepulturas
con armas datadas en esta fase (figs. 63 y 73,A; tabla 2), así como de depósitos o tesorillos
271
ALBERTO 1. LORRIO
pr
pr
u’
u-
Fig. 72. Fase Iii (siglos 11-1 a. (2.). Hallazgos de armas en la Celtiberia histórica (A, hóbitats; fi, necrópolis; (2, pr
campamentos romanos; D, depósitos; E, hallazgos aislados): 1, Langa de Duero; 2, Calatañazor; 3. Izana; 4,
Ocenilla; 5, Numancia; 6, Luzaga; 7, La Oniña; 8, Herrera de los Navarros; 9, La Caridad <Caminreal); 10, El
Castillejo (Griegos); 11, El Alto Chacón (Teruel); 12, Ucero; 13, Fuentelaraña (Osma); 14, Viñas de Portugul
(Osma); 15, Carratiermes (Montejo de Tiennes); 16, Arcóbriga (Monreal de Ariza); 17, Renieblas; 18, La Cerca
(Aguilar deAnguita); 19, Quintana Redonda; 20, Trébago; 21, Azuara. (1-5, 12-15, 17y 19-20, provincia de Soria;
7-8, 16 y 21, prov. de Zaragoza; 9-11, prov. de Teruel; 6 y 18, prov. de Guadalajara).
e
información por otras que, como las noticias dejadas por los escritores greco-latinos, tienen
un carácter mucho más general, estando referidas a veces al total de los pueblos peninsulares,
272 pr,
EL ARMAMENTO
dificulta un análisis del armamento desde un punto de visla estrictamente regional. Además,
algunas evidencias apuntan hacia una cierta homogeneización de la panoplia y a una
estandarización de los tipos de armas utilizadas, siendo buen ejemplo de ello la dispersión
geográfica de un arma tan típicamente celtibérica como el Puñal biglobular (Stary 1994: mapa
29) que se ha convertido en el arma corta por excelencia <[el guerrero céltico peninsular. Las
propias fuentes históricas se hicieron eco de esto y, así, Diodoro (5, 34) señala la semejanza
en el armamento de grupos tan alejados geográficamente como los lusitanos y los celtíberos.
Se sabe por Posidonio (en Diod., 5, 33) que les celtíberos usaban conjuntamente
espadas de dos filos junto a puñales de un palmo de loíígitud, de los que se sirven en los
152 Sobre este terna, vid., sobre todo, Posidonio (en Diod., 5, 33), así como Plinio (34, 144), Marcial (i, 49,
4 y i2; 4, 55, 11; 14, 35), Plutarco (De garr. 17) y Justino (44, 3, 8). Vid., asimismo, capítulo VIII,2.i.
t53 A este respecto se ha propuesto la espada de La Téne 1, o más bien quizás sus copias peninsulares, como
prototipo del gladius hispaniensis (vgr. Coussin 1926: 220 Ss.; Tarace:ia 1954: 259 s.; Salvador 1972: 6 s.). Estas
espadas, de menor longitud que las utilizadas por los galos, pertenecientes al modelo de La Téne 11, estarían todavía
en uso hacia finales del siglo III a.C., como lo vendrían a confirmar algunos hallazgos procedentes de contextos
funerarios.
273
ALBERTO 1. LORRIO
parte de los casos corresponderían, dada su longitud, a espadas, en general de hoja fusiforme
y pomo trebolado o discoidal. Según la iconografía de las representaciones pintadas, estas u-
armas debieron ir cruzadas de forma casi horizontal sobre la cintura, lo que ya había sido
señalado en relación con los puñales de tipo Monte Bernorio (Cabré 1931: 225) y parecen
confirmarlo alguno de los peones de la diadema de San Martin de Oscos (Lorrio 1993: fig.
11 ,E), o bien pendiendo de uno de los costados del guerrero, en función, tal vez, de que se
tratara, respectivamente, de puñales o espadas.
La homogeneización de la panoplia en la Hispania céltica es señalada por Posidonio,
según el cual los lusitanos utilizaban espadas semejantes a las de los celtíberos (Diod., 5,
34), aunque para Estrabón (3, 3, 6) irían armados con “puñal o sable”. u-
Si como se ha señalado los hallazgos de armas durante esta fase no son todo lo
abundantes que cabria desear, aún lo son menos en lo que respecta a las espadas. En clara a’
contradicción con lo apuntado por los textos clásicos y la iconografía vascular celtibérica
sorprende la escasez de hallazgos de espadas, en su mayoría procedentes de lugares de
habitación, aunque también se hayan localizado en alguna sepultura datable en este período
(figs. 63 y 73,A; tablas 1 y 2). a’
154
Una muestra de la continuidad de esta asociación la constituye el caso de la tumba 13 de Osma donde junto
a una espada de tipo lateniense de producción local (Cabré 1990: 218) y un puñal de frontón se documentó, al e
parecer, una fíbula de La Téne III, lo que permitiría llevar el uso conjunto de estos elementos al menos hasta inicios
del siglo II a.C. (Cabré y Morán 1982: 24; Cabré 1990: 219>, o incluso después (Argente 1994: 310).
155 Esta asociación está documentada fuera de la Meseta en la escultura de guerrero galaico de Santa Comba a’,
do Basto (Silva 1986: 308, lám. CXXII,2) fechada ya en el siglo 1 d.C., a la que habría que añadir un torso
procedente de Armea (Taboada 1965: 6; Calo 1990: 106) que reproduce la misma actitud iconográfica, empuñando
ambos una espada sobre el pecho. Posiblemente llevaría también un puñal suspendido del cinturón, lo que no puede a’
274
e
EL ARMAMENTO
Duero, yacimiento para el que se ha propuesto una cronología del siglo 1 a.C. (Taracena
1932: 52). Se trata de los restos de cuatro espadas de La ‘Jéne, el más completo de las cuales
mide cerca de 40cm. (Taracena 1929: 45, fig. 26,5-7; Idem 1932: 59-60, lám. XXXVI,19,
28 y 29)., y de la hoja de tendencia pistiliforme (Taracena 1929: 44-45, fig. 25,4) de una
pieza que recuerda las reproducidas en los vasos numantinos. Otra espada de La Téne fue
hallada en La Caridad de Caminreal (Burillo 1989: 91) de donde procede asimismo una
falcata, yacimiento fechado entre el siglo II y ca. 75 a.C. <Vicente 1988: 50). Estos hallazgos
resultan de gran trascendencia ya que demuestran sin lug¿Lr a dudas la utilización de espadas
de La Téne hasta al menos el siglo 1 a.C.
La presencia de espadas está documentada también en alguna tumba del Alto Duero
adscrita a esta fase. Así ocurre con las tumbas 1 (M.A.N.) y 14 (M.A.N.) de Osma, donde
un puñal o espada corta de antenas y una espada lateniense, respectivamente, se asocian con
una fíbula de tipo omega’56, o con la tumba 13 (M.A.E.) de la misma necrópolis donde,
al parecer, se encontraron juntos una fibula de la Téne III (Cabré y Morán 1982: 24), una
espada de tipo lateniense de producción local y un puñal de frontón (fig. 73,A)’57.
Los hallazgos de puñales son relativamente abundantes, correspondiendo en su
mayoría al tipo biglobular (fig. 73,B, 1-2), que ya en la subfase lIB constituía el modelo
mejor representado, estando ahora bien documentados tanto en poblados y necrópolis (tabla
2) indígenas del Alto Duero como de áreas periféricas (Cabré 1990: 221; Stary 1994: mapa
29), así como en los campamentos romanos de Aguilar <Le Anguita (Artíñano 1919: 10, n0
25) y, quizás, Renieblas (Schulten 1929: lám. 38,1). De la destruida necrópolis de
Fuentelaraña, también en Osma, procede la empuñadura de un puñal biglobular, además de
fragmentos de vainas y de la hoja de otro puñal, materiales aparecidos todos ellos fuera de
contexto (Campano y Sanz 1990: 66 s., fig. 6,60-64 y 69). El momento de mayor desarrollo
de esta necrópolis se ha situado desde fines del siglo II’¡ durante todo el 1 a.C. (Campano
y Sanz 1990: 73).
Pudieran identificarse con este tipo de puñal, como ya señaló J. Cabré (1931: 240),
los reproducidos en las esculturas de guerreros galaicos”. Estas estatuas, cuyo armamento
156 De la tumba G de Quintanas de Gormaz procedería, al parecet, una fibula en omega asociada a una espada
de La Téne, así como a cinco regatones, lo que cuestiona la teórica homogeneidad del conjunto.
157 La baja cronología de los ejemplares de frontón estaría confirmada por su presencia en el campamento
romano de Renieblas (Schulten i929: 220, lám. 38,i; Cabré i990: 2i!O.
275
ALBERTO J. LORRIO
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Fig. 73. Fase HL A, Necrópolis: Osma, tumba 13 (M.A.B.); B, h4bitats: Numancia: 1-2. puñales biglobulares; 3-4,
cuchillos de hoja curva; 5, trompa de guerra: 6, estandarte; (2, tesorillos: Quintana Redonda. (A. Según Schúle
1969; B, según Schiile 1969 (1-4), Wattenberg 1963 (5) y Schulten 1931 (6), dibujado sobre fotografta; (2, según e
Pascual 199).
e’
276
ALBERTO J. LORRIO
coincide con el utilizado por los lusitanos según las frentes literarias, portan un puñal,
envainado sobre su costado derecho*, de empuñadura reínatada en un disco y una vaina de
contera también discoidal, que permiten su vinculacióíí morfológica con los ejemplares
biglobulares; la actitud del guerrero, que en la mayoría de los casos presenta la mano sobre
el pomo del puñal, impide identificar con claridad la forma característica de la empuñadura.
También parecen ser puñales los esgrimidos por algunos de los guerreros de San Martín de
Oscos (Lorrio 1993: fig. ilE).
Como se ha señalado repetidamente, los puñales tiglobulares serían los inspiradores
del parazonium (Sandars 1913: 64; Schulten 1931: 214 ~.; Schúle 1969: 106; Cabré 1990:
221 s.), utilizado por las tropas romanas a partir del siglo 1 d.C.
158
Buen ejemplo de ello serían los yacimientos celtibéricos de Ocenilla, Izana, Numancia y Langa de Duero,
donde puntas de lanza y jabalina constituyen el arma más abundante (Taracena 1929: 45s., fig. 2514-18; Idem 1932:
51 y 59, láms. XXXI,B y XXXVI).
277
ALBERTO J. LORRIO
con seguridad como restos de sol¿ferrea’59, confirmando una tendencia que ya habían
mostrado las panoplias más recientes de la fase anterior, pudiendo haber sido sustituido, al
menos entre los celtíberos, por armas de similar función, como los pila.
Las fuentes hablan de otras armas arrojadizas, algunas de las cuales, como lafalarica,
el gaesum o el berutum resultan difíciles de identificar con las evidencias arqueológicas
pr
encontradas. Por lo que se refiere a la primera, corresponde a un arma incendiaria, semejante
al pilum, que según Livio (21, 8, 10) fue utilizada por los saguntinos. La descripción
aportada por Livio permitió a Taracena interpretar algunos hallazgos de Langa de Duero
(Taracena 1929: 46, fig. 25,1-3) como restos de falarica, que convivirían con otros
pr
pertenecientes a pila.
3. Los cuchillos: De dorso curvo o recto, en general no son considerados como armas
(Taracena 1954: 262). Sin embargo puede plantearse un carácter militar para ciertos
ejemplares, cuyas dimensiones son semejantes a las de los propios puñales biglobulares
(Taracena 1954: fig. 152).
u-
piedra, barro cocido o plomo, que cabe considerar, al menos en ciertos casos, como
pertenecientes a las tropas romanas (Taracena 1954: 263). Como proyectiles de honda han u-
Lubián y Fresno de Carballeda, cuyos pesos oscilan entre 20 y 200 gr. (Esparza 1987: 251
ss., fig. 157). Elementos similares son conocidos en otros castros del Noroeste y la Meseta, u-
aunque dado el escaso interés que despiertan estos supuestos proyectiles no suele aportarse
información sobre sus características, proponiéndose para ellos, a menudo, una funcionalidad
diferente (Esparza 1987: 253).
Una interpretación semejante se ha sugerido para un conjunto de piezas de barro e,
u-
159 En este sentido, Taracena (1927: 19) señaló la posibilidad de que algunos vástagos de hierro procedentes
278
pr.
EL ARMAMENTO
279
ALBERTO J. LORRIO
bien dejando patente las diferencias en lo que a las espadas se refiere. Por su parte, Livio
(28, 2) señala la presencia en el 207 a.C. de 4.000 scutati celtibéricos formando parte del
ejercito cartaginés. Sin embargo, las frecuentes representaciones iconográficas de escudos en
territorio celtibérico responden mayoritariamente al modelo circular, como ocurre con las
producciones pintadas numantinas, donde constituye el único modelo representado (fig. 74,F
u-
y U), mientras que en las estelas celtibérico-romanas de Clunia aparecen reproducidos ambos
tipos, aunque sea más común el modelo circular (García y Bellido 1949: 266 ss.).
u-
Los lusitanos, utilizarían “unos escudos pequeñísimos de nervios trenzados, que por
su solidez pueden proteger de sobra el cuerpo. Manejándolos ágilmente a uno y otro lado en
pr
las batallas apartan con suma habilidad de sus cuerpos los dardos lanzados sobre ellos”
(Diod., 5, 34), modelo identificable con el escudo de pequeño tamaño que portan algunos
u-
de los jinetes e infantes de la diadema de San Martin de Oscos (Lorrio 1993: fig. ilE) y con
el reproducido en algunas esculturas de guerreros galaicos (Lorrio 1993: fig. 11,C). Estrabón
u-
(3, 3, 6) describe como propio de los lusitanos un escudo “pequeño, de dos pies de diámetro
y cóncavo por su lado anterior, lo llevan suspendido por delante por correas, y no tiene al u-
parecer abrazadera ni asas”, descripción que sin lugar a dudas corresponde con los
reproducidos de forma mayoritaria en las esculturas de “guerreros 160 (Lorrio
1993: fig. 11,C> y en un broche de cinturón procedente de La Osera (Lorrio 1993: fig.
11 ,F). Estos escudos irían provistos de umbos, seguramente metálicos, pudiendo estar en u-
(Schulten 1931: lám. 55,A) y Langa de Duero (Taracena 1932: lám. XXXIV), todos ellos
e,
160 Conviene recordar que si el modelo generalmente reproducido en las estatuas de guerreros es de forma
cóncava ene1 exterior también están documentados modelos planos y convexos (Silva 1986: 304, láms. CXX i-2,
CXXI,3 y CXXIII,4).
280
e,
EL ARMAMENTO
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Fig. 74. Representaciones de guerreros en la cerámica pintada celtibérica (a diferentes escalas). A-II, Numancia;
L Ocenilla. (Según Wattenberg 1963 (A-G), García y Bellido 1969 U) y Taracena 1932 (1)).
281
ALBERTO J. LORRIO
caracterizados por presentar una perforación en su eje central que, atravesada por un roblón,
conservado en las piezas numantinas, permitiría su fijación al armazón del escudo, aunque
de acuerdo con Taracena (1954: 268) pudieran interpretarse como parte integrante de las
corazas.
Por lo general, los hallazgos de umbos latenienses de aletas se circunscriben al área
nororiental de la Península Ibérica (Stary 1982: mapa 2; Silva 1986: lám. VI), pudiéndose
relacionar con la presencia de grupos de galos cuya existencia parece confirmada por diversas
frentes (vid. supra).
Se ha documentado un ejemplar de umbo de aletas de La Téne II perteneciente a un
u-
escudo oblongo en el castro de Alvarelhos (Santo Tirso), en el Noroeste peninsular, que ha
sido fechado ca. finales del siglo II e inicios del 1 a.C. (Silva 1986: 181, lám. XC,6). Se
u-
conoce otro umbo del modelo de aletas procedente de la Celtiberia, concretamente de La
Caridad de Caminreal (Burillo 1989: 93 s.), cuya presencia cabe vincular probablemente con
u-
6. Los cascos: Según Posidonio (en Diod., 5, 33), los cascos de los celtíberos serían pr
de bronce con crestas de color escarlata, mientras que los lusitanos utilizarían modelos
parecidos a los de los celtíberos (Diod., 5, 34). Estrabón (3, 3, 6) señala que algunos de los
lusitanos irían provistos de piezas de tres cimeras “mientras los demás usan cascos de
nervios”. La utilización de cascos de cuero por parte de los cántabros es referida por Silio
Itálico (16, 59). En cuanto a los pueblos del Norte, Estrabón (3, 3, 7) menciona que
acostumbraban a llevar el pelo largo como las mujeres, aunque “en el combate se ciñen la
frente con una faja”.
La iconografía vascular es una muestra de la gran diversidad de tipos utilizados por
los guerreros celtibéricos. Entre las producciones pintadas numantinas destaca el llamado
“vaso de los guerreros”, en el que aparecen representados dos personajes (fig. 74,H), el de
la izquierda remata su casco con la figura de lo que podría ser un gallo, mientras el otro
cubre la cabeza y los hombros con una piel de animal; otro vaso numantino con escena de e’
lucha (fig. 74,F) enfrenta a un guerrero, a la derecha, cuyo casco se halla, al parecer, tocado
de un ejemplar provisto de cuernos (Taracena 1954: 271), con otro, a la izquierda, coronado e,
por unas fauces abiertas de fiera, modelo que concuerda con los que Silio Itálico (3, 388-389)
e’
282
pr
EL ARMAMENTO
TIPOS AROUEOLOGICOS
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Fig. 75. Comparación de los diversos tipos de armas reproducidos ev las monedas de la Celtiberia y del Alto Ebro
con los correspondientes tipos arqueológicos: A. Espada y puñal: 1, espada tipo La Une; 2, id. de antenas; 3, puñal
biglobular; 4, id. de frontón. fi. Lanza: 1-3, lanzas; 4, pilum. (2. Hacha bipenne. D. Hoz o falx. E. Casco: 1, tipo
Montefortino; 2, modelo indeterminado y sin procedencia segura. F. Escudo: 1, oblongo tipo La T?ne; 2, circular.
(Con interrogación los tipos dudosos).
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atribuye a los uxamenses. La presencia de cascos rematados por figuras animales o con
cuernos está documentada entre los pueblos celtas de la Cultura de La Téne, generalmente
en representaciones iconográficas o transmitido por las fuentes clásicas (Bmnaux y Lambot
1987: 103 s.); es más raro el hallazgo de piezas reales, si bien se conocen ejemplares
excepcionales, como el conocido casco de Ciumesti (Rumania), rematado por un ave rapaz
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de alas móviles, o el aparecido en el Támesis, cerca del puente de Waterloo, coronado por
dos grandes cuernos.
También estaría documentado en la iconografía numantina el tipo con remate en triple
cimera (fig. 74,C) mencionado por Estrabón (3, 3, 6) para los lusitanos, con el que se
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tocarían asimismo algunos de los peones y jinetes de la diadema de San Martin de Oscos
(Lomo 1993: fig. 1 1,E), interpretados como la representación de cascos de cuernas de ciervo
(Blázquez 1959-60: 380). Otros jinetes de la mencionada diadema se cubren con piezas de
penacho ondulante, quizás de plumas (Blázquez 1959-60: 380; López Monteagudo 1977:
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104), que recuerdan al tocado de un guerrero reproducido en un vaso numantino (fig. 74,E).
Además, se conocen otros modelos diferentes, como el que ostenta el guerrero de Ocenilla,
de alta cimera (fig. 74,1). Manifestaciones como las representaciones monetales evidencian
la existencia de tipos distintos, a veces rematados por crestas, de clara influencia romana
(fig. 75,E) (Guadán 1979: 68 s.; Lorrio e.p.d).
A pesar de las fuentes literarias y la iconografía, lo cierto es que los hallazgos en la u-,
Celtiberia de cascos de bronce o hierro adscribibles a la fase III son muy escasos, formando
parte, a veces, de tesorillos, como el de Quintana Redonda (Raddatz 1969: 242 s., lám 98;
Pascual 1991: 181, fig. 95). Esto permite plantear, como ya se hizo para la fase anterior, que
los modelos metálicos serían utilizados únicamente por una minoría, en tanto que la mayor
parte de los guerreros irían provistos de cascos de materia perecedera, posiblemente cuero
o nervios trenzados, o no llevarían cubrición alguna. e’
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1982: lám. IV,4), en cualquier caso anteriores a esta fase. Taracena (1954: 268) consideraba
que algunas placas metálicas aparecidas en Numancia podrían interpretarse como parte del
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8. Las grebas. Por Posidonio (en Diod. 5, 33) se sabe que los celtíberos llevaban
arrolladas a las piernas grebas de pelo. La utilización de grebas, polainas o espinilleras está
perfectamente constatada en el “vaso de los guerreros” (fig. 14H), así como en otras
producciones vasculares numantinas (Wattenberg 1963: lám. VI,2). Estrabón (3, 3, 6) indica
que los infantes lusitanos iban provistos de grebas (cm mides), lo que queda plenamente
confirmado en la estatuaria galaica de guerreros (Silva 1986: 291, lám. CXXII) que, en
general, ilustra el repetido pasaje de Estrabón (3, 3, 6) soire el armamento de los lusitanos.
9. Otras armas. Habría que hacer mención, por Último, a una serie de objetos cuya
consideración como armas viene dada por la iconografía monetal y, en ocasiones, por las
fuentes literarias. Este carácter militar resulta evidente en el caso del hacha bipenne, arma
claramente ofensiva de la que no se conoce hallazgo alguno en el área estudiada, pese a
aparecer reproducida en algunas representaciones monet;íles (fig. 75,C) (Guadán 1979: 76
5.; Lorrio e.p.d) y ser mencionada por Silio Itálico (15, 56) como arma portada por el
cántabro Larus.
Cabría plantear una finalidad defensiva (Liv., 23, 3) para un objeto en forma de
horquilla y enmangue tubular, que iría enchufado a un asta de madera, y al que Sandars
(1913: 78s.) denominó bidente. Este objeto está documentado desde la subfase lIB en
necrópolis como Arcóbriga, Osma y Quintanas de GornLaz (tablas 1 y 2), aunque también
se conozca un ejemplar semejante en Numancia (Manrique 1980: fig. 25,7566) y algunos más
en Osuna (Sandars 1913: 69; Engels y Paris 1906: 457, lám. 33, 1-2).
Habría que referirse aquí a la hoz o falx, cuya consideración como arma viene dada
por la iconografía numismática (fig. 75,D) (Guadán 1979 73) aunque parezca más verosímil
una interpretación de tipo simbólico, como lo confirmaría su presencia en ciertos conjuntos
funerarios celtibéricos de la fase II del Alto Duero, generalmente constituidos por un buen
número de objetos, pudiendo incluso ser considerados como los de mayor riqueza del
161 Tal vez pudieran identificarse estas piezas con los pequeños discos de bronce reproducidos por Schulten
(193i: 277, lám. 55,A) que acaso formaron parte de las protecciones metálicas de los escudos (vid. supra).
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cementerio, y en los que las armas -entre las que se incluyen espadas, lanzas, escudos y
cuchillos- juegan un papel predominante (tabla 2). Por su parte, los habituales hallazgos de
hoces en contextos de habitación deberían interpretarse, en cambio, como útiles agrícolas,
lo que vendría apoyado por aparecer normalmente asociados con otros objetos destinados a
labores artesanales de diversa índole.
10. Trompas y estandartes. Formando parte del equipo militar céltico han de
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incluirse las trompas de guerra y las insignias o estandartes. De las primeras se conocen
algunas piezas procedentes de la provincia de Soria (Pastor 1987), entre las que destacan las
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20; 40, 33), a menudo referidas a los celtiberos. La iconografía monetal reproduce signa
militaria pertenecientes con seguridad a las tropas romanas que, al menos en ocasiones,
estarían rematados por figuras de animales, concretamente águilas o jabalíes (Taracena 1954:
271; Guadán 1979: 77-81>. Quizás podría interpretarse con cierta verosimilitud como una
insignia o estandarte un objeto broncíneo procedente de la ciudad de Numancia (Schulten
1931: 271, lám. 44,B) de enmangue tubular rematado con dos prótomos de caballo
contrapuestos, bajo cuyos hocicos aparece una cabeza humana esquemática (fig. 73,B,6),
representación iconográfica semejante a la de las fibulas celtibéricas de caballito. Una pieza
similar, aunque con jinete, ha sido hallada en las recientes excavaciones de la necrópolis
numantina, habiéndose interpretado como el remate de un báculo de distinción (Jimeno
1994b: lám. 48).
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EL ARMAMENTO
celtibérica, cuyo fuerte componente guerrero queda confirmado además de por el registro
arqueológico, por las fuentes literarias e iconográficas. Con todo, el estudio de la panoplia
celtibérica, realizado fundamentalmente a partir de hallazgos de armas, presenta numerosas
dificultades, ya que buena parte del armamento protohistórico estaría realizado en materiales
perecederos que, en la Península Ibérica, no se ha conservado en ninguna ocasión. Además,
el registro funerario, que resulta fundamental para determinar la evolución de los equipos
militares dado que la mayor parte de las armas conocida~; proceden de necrópolis, presenta
una serie de limitaciones, algunas relacionadas con las costumbres funerarias o el ritual, pero
otras debidas a que la mayoría de las necrópolis celtibéricas, sobre todo las excavadas antes
de 1920, permanecieron inéditas. Así, de las más de 8.000 tumbas que según sus excavadores
proporcionaron seis de las más importantes necrópolis <le la zona de estudio (Aguilar de
Anguita, Alpanseque, Arcóbriga, Osma, La Requijada de Gormaz y Quintanas de Gormaz),
tan sólo se conoce la composición de poco más de 180 sepulturas, en su mayoría con ajuares
militares.
Así pues, se hace necesario emprender la excavación de nuevas necrópolis que
proporcionen importantes conjuntos de sepulturas desde el punto de vista numérico, así como
la aplicación de técnicas modernas que incluyan la restauración de los materiales en ellas
recuperados o de aquellos depositados en los fondos de lo~ Museos. No obstante, no se puede
pretender definir las características del armamento y la sociedad celtibérica a partir
únicamente del registro funerario -aunque sin duda coristituya uno de sus aspectos más
importantes, y las combinaciones de armas documentadas en las tumbas ofrezcan una
coherencia interna que admite su contrastación con las fuentes literarias o las iconográficas,
referidas ya a un momento más tardío-, haciéndose necesario utilizar otro tipo de evidencias,
fundamentalmente el mayor conocimiento de los lugares de habitación.
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