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Cómo Vivenciaron La Conquista Los Vencidos

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¿CÓMO VIVENCIARON LA CONQUISTA LOS VENCIDOS?

Crónicas de los vencidos de Marcos García (Fragmentos)


“Decían que habían visto llegar a sus tierras ciertas personas muy diferentes de nuestro
hábito y traje, que parecían viracochas que es el nombre con el cual nosotros nombramos
antiguamente al creador de todas las cosas (…) se diferenciaban mucho de su traje y
semblante y andaban en unos animales muy grandes, las cuales tenían los pies de plata (…)
Les habían visto hablar a solas en unos paños blancos como a una persona hablaba con otra y
esto por el leer en libros y cartas (…) tenían gllapas que nosotros tenemos para los truenos y
esto decían por los arcabuces, porque pensaban que eran truenos del cielo”.
“Y porque los indios daban gritos los mataron a todos con los caballos, con espadas, con
arcabuces como quien mata a ovejas sin hacerles nadie resistencia, que no se escaparon , de
más de 10000, 20000. Y desde que fueron todos muertos, llevaron a mi tío Atahualpa, a una
cárcel donde tuvieron toda una noche en cueros y atada una cadena a su pescuezo.”
Los aborígenes sintieron admiración por los europeos y muchos se entregaron sin resistencia
porque los identificaban con sus dioses, otros, en cambio, lucharon valerosamente para
defender su territorio y hubo algunos que por diversas circunstancias traicionaron a su raza.
Malitzin Tenépal, hija de un noble de familia azteca, fue entregada en 1519 a Hernán Cortés. La
Malinche se convirtió en compañera e intérprete de Cortés. Se dice que de alguna manera
colaboró con la conquista al facilitar información a los españoles. Amó al conquistador español
y tuvo un hijo con él de quién se dice que es el primer hijo mestizo del Nuevo México.

Fray Bartolomé de Las Casas

Brevísima relación de la destrucción de las Indias (fragmento)

De infinitas hazañas señaladas en maldad y crueldad, en extirpación de aquellas gentes,


cometidas por los que se llaman cristianos, quiero aquí referir algunas pocas que un fraile de
San Francisco a los principios vio, y las firmó de su nombre, enviando traslados [copias] por
aquellas partes y otros a estos reinos de Castilla, y yo tengo en mi poder un traslado con su
propia firma, en el cual dice así:

"Yo, fray Marcos de Niza, de la orden de San Francisco, comisario sobre los frailes de la misma
orden en las provincias del Perú, que fui de los primeros religiosos que con los primeros
cristianos entraron en las dichas provincias, digo, dando testimonio verdadero, de algunas
cosas que yo con mis ojos vi en aquella tierra, mayormente acerca del tratamiento y
conquistas hechas a los naturales. Primeramente, yo soy testigo de vista, y por experiencia
cierta conocí y alcancé, que aquellos indios del Perú es la gente más benévola que entre indios
se ha visto, y allegada y amiga a los cristianos. Y vi que aquéllos daban a los españoles en
abundancia oro y plata y piedras preciosas y todo cuanto les pedían que ellos tenían, y todo
buen servicio, y nunca los indios salieron de guerra sino de paz, mientras no les dieron
ocasión con los malos tratamientos y crueldades, antes los recibían con toda benevolencia y
honor en los pueblos a los españoles, dándoles comidas y cuantos esclavos y esclavas pedían
para servicio.

"Ítem, soy testigo y doy testimonio que, sin dar causa ni ocasión aquellos indios a los
españoles, luego que entraron en sus tierras, después de haber dado el mayor cacique
Atahualpa más de dos millones de oro a los españoles, y habiéndoles dado toda la tierra en su
poder sin resistencia, luego quemaron al dicho Atahualpa, que era señor de toda la tierra, y en
pos dél quemaron vivo a su capitán general Cochilimaca, el cual había venido de paz al
gobernador con otros principales. Asimismo, después de éstos, dende a pocos días, quemaron
a Chamba, otro señor muy principal de la provincia de Quito, sin culpa ni haber hecho por qué.

"Asimismo quemaron a Chapera, señor de los canarios, injustamente. Asimismo a Luis, gran
señor de los que había en Quito, quemaron los pies y le dieron otros muchos tormentos
porque dijese dónde estaba el oro de Atahualpa, del cual tesoro (como pareció) no sabía él
nada. Asimismo quemaron en Quito a Cozopanga, gobernador que era de todas las provincias
de Quito. El cual, por ciertos requerimientos que le hizo Sebastián de Belalcázar, capitán del
gobernador, vino de paz, y porque no dio tanto oro como le pedían, lo quemaron con otros
muchos caciques y principales. Y, a lo que yo pude entender, su intento de los españoles era
que no quedase señor en toda la tierra.

"Ítem, que los españoles recogieron mucho número de indios y los encerraron en tres casas
grandes, cuantos en ellas cupieron, y pegáronles fuego y quemáronlos a todos sin hacer la
menor cosa contra español ni dar la menor causa. Y acaeció allí que un clérigo que se llama
Ocaña sacó un muchacho del fuego en que se quemaba, y vino allí otro español y tomóselo de
las manos y lo echó en medio de las llamas, donde se hizo ceniza con los demás. El cual dicho
español que así había echado en el fuego al indio, aquel mismo día, volviendo al real, cayó
súbitamente muerto en el camino y yo fui de parecer que no lo enterrasen.

"Ítem, yo afirmo que yo mismo vi ante mis ojos a los españoles cortar manos, narices y orejas a
indios e indias sin propósito, sino porque se les antojaba hacerlo, y en tantos lugares y partes
que sería largo de contar. Y yo vi que los españoles les echaban perros a los indios para que los
hiciesen pedazos, y los vi así aperrear a muy muchos. Asimismo vi yo quemar tantas casas y
pueblos, que no sabría decir el número según eran muchos. Asimismo es verdad que tomaban
niños de teta por los brazos y los echaban arrojadizos cuanto podían, y otros desafueros y
crueldades sin propósito, que me ponían espanto, con otras innumerables que vi que serían
largas de contar.

"Ítem, vi que llamaban a los caciques y principales indios que viniesen de paz seguramente y
prometiéndoles seguro, y en llegando luego los quemaban. Y en mi presencia quemaron dos: el
uno en Andón y el otro en Tumbala, y no fui parte [capaz] para se lo estorbar que no los
quemasen, con cuanto les prediqué. Y según Dios y mi conciencia, en cuanto yo puedo
alcanzar, no por otra causa sino por estos malos tratamientos, como claro parece a todos, se
alzaron y levantaron los indios del Perú, y con mucha causa que se les ha dado. Porque
ninguna verdad les han tratado, ni palabra guardado, sino que contra toda razón e injusticia,
tiranamente los han destruido con toda la tierra, haciéndoles tales obras que han determinado
antes de morir que semejantes obras sufrir.

"Ítem, digo que, por la relación [informe] de los indios, hay mucho más oro escondido que
manifestado, el cual, por las injusticias y crueldades que los españoles hicieron, no lo han
querido descubrir, ni lo descubrirán mientras recibieren tales tratamientos, antes querrán
morir como los pasados. En lo cual Dios Nuestro Señor ha sido muy ofendido y su Majestad
muy deservido y defraudado en perder tal tierra que podía dar buenamente de comer a toda
Castilla, la cual será harto dificultosa y costosa, a mi ver, de la recuperar".

Todas estas son sus palabras del dicho religioso, formales, y vienen también firmadas del
obispo de México, dando testimonio de que todo esto afirmaba el dicho padre fray Marcos.
12 DE OC TUB R E , E L "D E SC UB R I M IE NTO" DE A M É R ICA Y LA HISTOR IA OF ICIA L. . .

Caras y caretas
por Eduardo Galeano

¿Cristóbal Colón descubrió América en 1492? ¿O antes que él la descubrieron los


vikingos? ¿Y antes que los vikingos? Los que allí vivían, ¿no existían?
AR C H IV O S | M O N T E V ID E O ( U R U GU AY ) | 1 4 DE OC T U B R E DE 2 0 0 5

Cuenta la historia oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el


primer hombre que vio, desde una cumbre de Panamá, los dos
océanos. Los que allí vivían, ¿eran ciegos?
¿Quiénes pusieron sus primeros nombres al maíz y a la papa
y al tomate y al chocolate y a las montañas y a los ríos de
América? ¿Hernán Cortés, Francisco Pizarro? Los que allí vivían,
¿eran mudos?
Nos han dicho, y nos siguen diciendo, que los peregrinos del
Mayflower fueron a poblar América. ¿América estaba vacía?
Como Colón no entendía lo que decían, creyó que no sabían
hablar.
Como andaban desnudos, eran mansos y daban todo a
cambio de nada, creyó que no eran gentes de razón.
Y como estaba seguro de haber entrado al Oriente por la puerta de atrás, creyó que eran
indios de la India.
Después, durante su segundo viaje, el almirante dictó un acta estableciendo que Cuba era
parte del Asia.
El documento del 14 de junio de 1494 dejó constancia de que los tripulantes de sus tres
naves lo reconocían así; y a quien dijera lo contrario se le darían cien azotes, se le cobraría
una pena de diez mil maravedíes y se le cortaría la lengua.
El notario, Hernán Pérez de Luna, dio fe.
Y al pie firmaron los marinos que sabían firmar.
Los conquistadores exigían que América fuera lo que no era. No veían lo que veían, sino lo
que querían ver: la fuente de la juventud, la ciudad del oro, el reino de las esmeraldas, el
país de la canela. Y retrataron a los americanos tal como antes habían imaginado a los
paganos de Oriente.
Cristóbal Colón vio en las costas de Cuba sirenas con caras de hombre y plumas de gallo,
y supo que no lejos de allí los hombres y las mujeres tenían rabos.
En la Guayana, según sir Walter Raleigh, había gente con los ojos en los hombros y la
boca en el pecho.
En Venezuela, según fray Pedro Simón, había indios de orejas tan grandes que las
arrastraban por los suelos.
En el río Amazonas, según Cristóbal de Acuña, los nativos tenían los pies al revés, con los
talones adelante y los dedos atrás, y según Pedro Martín de Anglería las mujeres se
mutilaban un seno para el mejor disparo de sus flechas.
Anglería, que escribió la primera historia de América pero nunca estuvo allí, afirmó
también que en el Nuevo Mundo había gente con rabos, como había contado Colón, y sus
rabos eran tan largos que sólo podían sentarse en asientos con agujeros.
El Código Negro prohibía la tortura de los esclavos en las colonias francesas. Pero no era
por torturar, sino por educar, que los amos azotaban a sus negros y cuando huían les
cortaban los tendones.
Eran conmovedoras las leyes de Indias, que protegían a los indios en las colonias
españolas. Pero más conmovedoras eran la picota y la horca clavadas en el centro de cada
Plaza Mayor.
Muy convincente resultaba la lectura del Requerimiento, que en vísperas del asalto a cada
aldea explicaba a los indios que Dios había venido al mundo y que había dejado en su lugar a
San Pedro y que San Pedro tenía por sucesor al Santo Padre y que el Santo Padre había
hecho merced a la reina de Castilla de toda esta tierra y que por eso debían irse de aquí o
pagar tributo en oro y que en caso de negativa o demora se les haría la guerra y ellos serían
convertidos en esclavos y también sus mujeres y sus hijos. Pero este Requerimiento de
obediencia se leía en el monte, en plena noche, en lengua castellana y sin intérprete, en
presencia del notario y de ningún indio, porque los indios dormían, a algunas leguas de
distancia, y no tenían la menor idea de lo que se les venía encima.
Hasta no hace mucho, el 12 de octubre era el Día de la Raza.
Pero, ¿acaso existe semejante cosa? ¿Qué es la raza, además de una mentira útil para
exprimir y exterminar al prójimo?
En el año 1942, cuando Estados Unidos entró en la guerra mundial, la Cruz Roja de ese
país decidió que la sangre negra no sería admitida en sus bancos de plasma. Así se evitaba
que la mezcla de razas, prohibida en la cama, se hiciera por inyección. ¿Alguien ha visto,
alguna vez, sangre negra?
Después, el Día de la Raza pasó a ser el Día del Encuentro.
¿Son encuentros las invasiones coloniales? ¿Las de ayer, y las de hoy, encuentros? ¿No
habría que llamarlas, más bien, violaciones?
Quizás el episodio más revelador de la historia de América ocurrió en el año 1563, en
Chile. El fortín de Arauco estaba sitiado por los indios, sin agua ni comida, pero el capitán
Lorenzo Bernal se negó a rendirse. Desde la empalizada, gritó:
— ¡Nosotros seremos cada vez más!
— ¿Con qué mujeres? –preguntó el jefe indio.
— Con las vuestras. Nosotros les haremos hijos que serán vuestros amos.
Los invasores llamaron caníbales a los antiguos americanos, pero más caníbal era el Cerro
Rico de Potosí, cuyas bocas comían carne de indios para alimentar el desarrollo capitalista de
Europa.
Y los llamaron idólatras, porque creían que la naturaleza es sagrada y que somos
hermanos de todo lo que tiene piernas, patas, alas o raíces.
Y los llamaron salvajes. En eso, al menos, no se equivocaron. Tan brutos eran los indios
que ignoraban que debían exigir visa, certificado de buena conducta y permiso de trabajo a
Colón, Cabral, Cortés, Alvarado, Pizarro y los peregrinos del Mayflower.
Brecha
Eduardo Galeano

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