05 Morselli Semiología
05 Morselli Semiología
05 Morselli Semiología
E. MORSELLI
Código
La Biblioteca de los
B.A.P.
ALIENISTAS DEL PISUERGA
Enrico MORSELLI
MANUAL DE SEMIOLOGÍA
DE LAS
ENFERMEDADES MENTALES
Guía de las diagnosis de la locura
para uso de los médicos
(Selección)
Traducción de
Marciano Villanueva Salas
Edición de
Alienistas del Pisuerga
Madrid
2011
© 2012 Ergon
C/ Arboleda, 1. 28221 Majadahonda (Madrid)
ISBN: 978-84-8473-971-5
Depósito Legal: M-38732-2011
ÍNDICE GENERAL
VOLUMEN I
CAPÍTULO PRIMERO
CONSIDERACIONES GENERALES
CAPÍTULO SEGUNDO
ELEMENTOS HISTÓRICO-GENÉTICOS
PARA EL DIAGNÓSTICO DE LA LOCURA
[...]
APÉNDICE
Esquema de clasificación de las enfermedades mentales
adoptado en la Clínica Psiquiátrica de Turín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
SECCIÓN III
Datos objetivos del examen psíquico
(Semiología sintética)
[...]
II. El comportamiento
80. La actitud del alienado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
81. Posturas generales del cuerpo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
[Fin de la selección]
1. Aunque no abunda la información biográfica sobre MORSELLI, pueden consultarse tres fuentes mode-
radamente detalladas: Pierre MOREL, Dictionnaire biographique de la psychiatrie, Le Plessis-Robinson,
Synthélabo, 1996, p. 185; Giancarlo GRAMAGLIA, «MORSELLI, ENRICO», en: Alain DE MIJOLLA
(dir.), Diccionario Internacional de Psicoanálisis (2 vols.), Madrid, Akal, 2007; T. II, pp. 856-857; y Treccani.
it L’Enciclopedia Italiana, http://www.treccani.it/enciclopedia/enrico-morselli (bajado el 23-07-2011).
2. Sobre sus ideas asistenciales, ver: V. P. BABINI, Liberi tutti. Manicomi e psichiatri in Italia: una storia
del Novecento, Bolonia, Il Mulino, 2009.
3. Sobre las ideas antropológicas de Morselli pueden consultarse dos obras de Patrizia GUARNIERI:
Individualità difformi. La psichiatria antropologica di Enrico Morselli, Milán, Franco Angeli, 1986; y
«Between soma and psyche: Morselli in the late-nineteenth-century Italy», en BYNUM, W. F.; PORTER,
R.; SHEPHERD, M. (eds.), The Anatomy of Madness, Londres, Routledge, 1988.
4. E. MORSELLI, Manuale di semeiotica delle malattie mentali. Guida alla diagnosi della pazzia per i
medici, i medici-legisti e gli studenti (2 vols.), Milán, Vallardi, 1885, 1ª edición (2ª en 1894).
5. Ver: G. CONTRI, Il pensiero de natura, Milán, Edizioni Sic Sipiel, 1994, p. 264 y ss.
libros de ese tema, hoy en aparente desaparición, es sin embargo más frecuente verle citado
en algunas publicaciones psicoanalíticas, casi siempre como «bestia negra» por su acerba crí-
tica al freudismo. Más lastimoso es hallarlo hoy en día manipulado en diversas publicaciones
y webs espiritistas, pero el interés que prestó a la vidente Eusapia Palladino sigue pasando
factura a este defensor del positivismo. E incluso no es raro encontrarle confundido con su
homónimo compatriota Giovanni Enrico Morselli (1900-1973), también neuropsiquiatra,
que se dedicó entre otras cosas a investigar sobre las psicosis esquizofrénicas autoadminis-
trándose mescalina6.
Veamos sucintamente alguno de estos asuntos.
2) La dismorfofobia (1885)
Suele atribuirse a Morselli la paternidad de muchos términos semiológicos e incluso
el pionerismo de su descripción clínica. Así referencian algunos autores términos como
«tafofobia» (o «tafefobia», es decir, el miedo irracional a ser enterrado vivo) y, sobre todo,
«dismorfofobia» (angustia asociada a la percepción distorsionada de tener alguna deformidad
corporal, convicción con todos los visos de lo delirante).
Según Germán Berrios, los temores sobre la deformidad personal posiblemente hayan
acompañado a la Humanidad desde la época en que se descubrieron las superficies reflec-
tantes, y Herodoto cuenta en sus Historias que Dismorfia fue la mujer más fea de Esparta7.
El caso es que a finales del siglo XIX Morselli puso en circulación un neologismo científico
que aún hoy empleamos: llamó «dismorfofobia» a las quejas y preocupaciones por la propia
deformidad subjetivamente percibida. De acuerdo con la psicopatología de ese periodo,
encuadró tales lamentos como «fobias», «obsesiones» e «ideas fijas», en el sentido que tales
términos tenían en 1895. Aparte de su ocurrencia etimológica (dis, ‘mal’; morfós, ‘forma’),
«Morselli definió la dismorfofobia como una idea ossesiva, desolante, della deformita cor-
porea y la clasificó como una ‘paranoia rudimentaria’ o ‘monomanía abortiva’»8. El término
«dismorfofobia» tardó en incorporarse al inglés y al alemán. En 1915 Kraepelin lo utilizó
en su Psychiatrie, en el capítulo sobre las neurosis de angustia; sin embargo, no mencionó
a Morselli, dando así la impresión de que el nombre lo había inventado él mismo. Desde
6. Experiencia efectuada en Milán una tarde del verano de 1932, descrita cuidadosamente en 1936 en el Jo-
urnal de psychologie normale et pathologique (1936, pp. 368-393) y retomada 23 años después en L’Évolution
psychiatrique (1959, T. II, pp. 275-282). El primer artículo se tituló: G. E. MORSELLI, «Contribution a la
psychopathologie de l’intoxication par la mescaline. Le problème d’une schizophrénie expérimentale» y el
segundo «Expérience mescalinique et vécu schizophrénique». Autores como Georges LANTÉRI-LAURA
(Las alucinaciones, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, pp. 122-125 y 193-196), Germán H.
BERRIOS (The History of Mental Symptoms. Descriptive psychopathology since the nineteenth century,
Cambridge University Press, 2002, pp. 111-112, entre otras), y hasta Henri EY («Étude nº 23», en Études
psychiatriques, vol. II, tomo III, p. 226; edición facsímil en CD-ROM, 2006) citan a ambos como ‘E. Mor-
selli’ sin explicitar distingos ni siquiera en los índices onomásticos respectivos.
7. G. E. BERRIOS, The History of Mental Symptoms. Descriptive psychopathology since the nineteenth
century, op. cit., pp. 277-280.
8. Ídem, p. 280.
entonces han aparecido muchos otros: vergüenza del cuerpo, psicosis de fealdad, hipo-
condría de belleza, locura de introspección, etc., que no han conllevado progresos en el
conocimiento de fondo.
El DSM III-R introdujo el término Trastorno dismórfico corporal, y clasificó los casos que
presentaban intensidad «delirante» como Trastorno delirante (paranoide) de tipo somático.
El DSM IV añadió el criterio de deterioro en el funcionamiento psicosocial clínicamente
significativo, lo que no es mucho precisar. La CIE-10 incluye al trastorno dismórfico corporal
y a la dismorfofobia no delirante en los Trastornos hipocondriacos; la dismorfofobia delirante
pertenecería a los Otros trastornos delirantes persistentes9.
Berrios señala que Morselli separó un subtipo de pacientes cuya queja relacionó principal-
mente con la deformidad corporal, lo que explicó en términos de las categorías descriptivas
y nosológicas de su época. «Decir ahora que ‘se equivocó’, porque la ‘dismorfofobia’ incluye
ideas sobrevaloradas, delirios, obsesiones y fobias, no sirve de nada, porque el término
se acuñó para referirse a los ‘síntomas’ [sin ánimo nosológico pues], y porque existe poca
evidencia empírica de que la actual clasificación sea definitiva o superior a la de la segunda
mitad del siglo XIX»10.
Sí puede acusársele, sin embargo, de promover una «semiología atomizada» –de ese tipo
que tanto criticaba Henri Ey11– y radicalmente organicista, con la cual se corre el riesgo
de hacer de cada síntoma algo independiente del sujeto, algo que acaece a alguna zona de
un cerebro considerado como sede material del funcionamiento psíquico según el modelo
cartesiano de separación entre la mente y el organismo. Como bien decía el psiquiatra fran-
cés, «Estudiar la humanidad de nuestro cuerpo y no sólo su animalidad, su vegetalidad o su
mineralidad, conlleva inexorablemente introducir en la naturaleza y en la existencia humana
un conflicto entre la corporeidad y la espiritualidad [...] las relaciones de lo físico y lo mental
no son relaciones topográficas en el espacio, sino relaciones dialécticas en el tiempo»12.
3) El espiritismo (1908)
Influidos por Lombroso, Morselli y otros positivistas abordaron el estudio científico del
espiritismo, considerado por ellos como una metapsíquica, es decir, como la posibilidad
de que los mediums actuasen a través de fuerzas materiales mal conocidas, fruto de una
particular actividad orgánico-cerebral de estos sujetos. En dos tandas (1901-1902 y 1906-
1907), Morselli trató de estudiar los fenómenos experimentados por él y otros observadores
en unas cuantas sesiones con la famosa medium Eusapia Palladino (1854-1918), llamada
en aquella época «la diva de los intelectuales», pues recorrió Europa y América en aras del
9. Ídem, p. 277.
10. Ibídem.
11. H. EY, «Étude n° 3. Le développement ‘mécaniciste’ de la psychiatrie à l’abri du dualisme ‘cartésien’»,
en Études psychiatriques, vol. I, tomo I, pp. 51-66; edición facsímil en CD-ROM, 2006. Ver especialmente
el epígrafe a) Pulvérisation atomistique de la séméiologie, pp. 56-58.
12. EY, H.: «Étude n° 2. Le rythme mécano-dynamiste de l’histoire de la médecine», op. cit, vol. I, tomo
I, p. 45.
interés que suscitó en algunos medios cultos su presunta capacidad para mover objetos sin
tocarlos, para lograr la levitación de mesas y de la propia medium, la aparición de rostros y
manos materializadas, la producción de luces, y la ejecución de trozos musicales con distintos
instrumentos sin ningún contacto humano.
Armado de cámara de fotos, ligaduras manicomiales y otra parafernalia, y tras leer una
interminable bibliografía, Morselli se dispuso al estudio «científico» de la cuestión, ya que
–dijo– no quería ser como quien niega la existencia de los microbios sin haberse asomado
al microscopio. Tras su experiencia de más de treinta horas, recogida con todo detalle en
las casi mil doscientas páginas de Psicologia e ‘spiritismo’: Impressioni e note critiche sui
fenomeni medianici di Eusapia Palladino (2 vols., Turín, Fratelli Bocca, 1908), no llegó
a creer en fuerzas espirituales pero tampoco se atrevió a explicitar las supercherías de la
Palladino y su protector, el Dr. Ercole Chiara. A partir de 1909 los fraudes de esta pareja
comenzaron a ser tan evidentes que tuvieron que emigrar a los Estados Unidos, donde no
pudieron prolongar sus actuaciones más de un año. Al final de su vida, Eusapia admitió haber
«tenido que ayudar» a veces a los espíritus con algún truco premeditadamente articulado.
Por su parte, Morselli se conformó con formular la hipótesis de que en el futuro las ciencias
de la Naturaleza explicarían suficientemente estos fenómenos13. Se diría que nada fue capaz
de hacer el menor rasguño a su fe positivista, o quizá el final de su libro fue una solución
de compromiso entre su obediencia a Lombroso y el esfuerzo y el tiempo dedicados a un
tema tan fronterizo con el ridículo.
Eusapia Palladino
4) El psicoanálisis (1926)
Como decíamos, Morselli prestó en la última década de su vida mucha atención al psicoa-
nálisis, pero precisamente para intentar impedir su expansión. Fue autor de una obra en dos
13. Ver: E, MORSELLI, Psicologia e ‘spiritismo’: Impressioni e note critiche sui fenomeni medianici di
Eusapia Palladino (2 vols), Turín, Fratelli Bocca, 1908, vol. II, p. 565.
14. E. MORSELLI, La Psicanalisi. Studii ed appunti critici, vol. I: La Dottrina [XII + 374 pp], vol. II: La
Practici [VIII + 410 pp], Milán, Bocca, 1926.
15. GRAMAGLIA, G.: op. cit., pp. 856-857
16. La portada de algunas ediciones de La Psicanalisi representaban a Adán y Eva con la Serpiente, comiendo
el fruto prohibido ante el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal.
17. G. GRAMAGLIA, «Notes sur la psychanalise italienne entre les deux guerres, 1915-1945», Rev. inter-
net. hist. psychanal., 1992, 5, pp. 129-142. Ver también É. ROUDINESCO y M. PLON, Diccionario de
Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1998, entrada «WEISS, Edoardo».
18. Ver: Hugo VEZZETTI, Estudio Preliminar a «Freud en Buenos Aires, 1910-1939», http://www.elsemi-
nario.com.ar/biblioteca/Vezzetti_Freud_Buenos_Aires.htm (bajado el 25-7-2011)
19. FREUD, S.: «Carta a Enrico Morselli, del 18 de febrero de 1926», en: Epistolario1873-1939, Barcelona,
Plaza y Janés, 1984.
20. Ídem.
21. ROUDINESCO, É.; PLON, M.: Diccionario de Psicoanálisis, op. cit., entrada «WEISS, Edoardo».
22. MORSELLI, E.: Manuale di semeiotica delle malattie mentali (2ª ed.), T. II, op. cit., p. 209.
23. FALRET, J.-P.: Des maladies mentales et des asiles d’aliénés, París, Baillière, 1864, pp. 105-135.
24. Seguimos aquí la línea argumental expuesta en J. Mª. ÁLVAREZ, R. ESTEBAN y F. SAUVAGNAT,
Fundamentos de psicopatología psicoanalítica, Madrid, Síntesis, 2004, pp. 353-596.
25. LANTÉRI-LAURA, G.: «Introduction génerale à la sémiologie en psychiatrie», Encycl Méd Chir, Psy-
chiatrie, 37101-A10, París, Éditions Téchniques, 1973.
26. MORSELLI, E.: Manuale di semeiotica delle malattie mentali (2ª ed.), T. II, op. cit., pp. 170-171. «La
mirada de los locos tiene siempre algo especial», escribe más adelante (p. 271).
32. E. MORSELLI, Manuale di semeiotica delle malattie mentali (2ª ed.), T. II, op. cit., pp. 257-258.
33. DEJERINE, J.-J.: Sémiologie des affections du système nerveux, París, Masson, 1914, p. 5.
34. FOUCAULT, M.: El nacimiento de la clínica, México D. F., Siglo XXI, 1995, p. 164.
35. Ver: J. M. GUILÉ y G. BIBEAU, «Discusión crítica de las tablas semiológicas y nosográficas», Encyclo-
pédie Médico-Chirurgicale – E – 37-715-A-30.
36. LANDRÉ BEAUVAIS, A.-J.: Séméiotique ou Traité des signes des maladies, París, Brosson, 1818 (3ª ed.),
p. 19. El mismo autor escribe poco después: «El signo, en su esencia, es una conclusión de la mente sobre
síntomas observados por los sentidos [...] El signo pertenece más al juicio y el síntoma a los sentidos».
presencia del sujeto que palpita en cada síntoma: por una parte, la significación del síntoma
se devalúa; por otra, se ignora la función que desempeña; por último, se cierra los ojos ante
esa satisfacción displacentera que aporta o bien se juzga ésta como algo extraño y propio
de chiflados37.
El segundo aspecto referido a la insuficiencia de la semiología concierne a la falta de
especificidad de los signos, asunto que se manifiesta en el descrédito paulatino de los signos
patognomónicos. Está claro que las alucinaciones verbales y la certeza delirante son señales
inequívocas de locura; quizá sean los signos por excelencia de la semiología clínica. Pero ni
siquiera las voces o la certeza, cuando se consideran en el plano fenomenológico, ofrecen
garantía si no se tiene en cuenta la experiencia subjetiva. Después de todo, sólo conside-
rando la experiencia se puede hacer una valoración nosológica de un fenómeno observado
(signo). Desde este punto de vista, todo análisis psicopatológico requiere de la articulación
de tres aspectos: en primer lugar, es necesario atender a la textura de los fenómenos, esto
es, a su particular forma de presentación, razón por la cual las descripciones de los clásicos
son irrenunciables; en segundo lugar, es ineludible analizar el impacto que esos fenómenos
producen en el sujeto, es decir, la urdimbre que liga al sujeto con su síntoma, punto de
encuentro entre las descripciones clásicas y la nueva psicología patológica desarrollada por
el psicoanálisis; por último, y en un plano más profundo, es preciso reconocer la función
que desempeñan esos síntomas, entre otras cosas porque pueden estar contribuyendo al
reequilibrio38.
El último de los motivos de controversia atañe a la valoración o interpretación de los
signos, un asunto que recorre la historia de la filosofía desde los estoicos y el escéptico
Sexto Empírico (Contra los matemáticos) hasta Frege (Sobre sentido y referencia). Que el
signo (señal) significa algo o es indicativo de algo, que representa algo para alguien –como
enfatizó Peirce–, es una propuesta que suele darse por buena. La cuestión que concita las
disputas se centra, en primer lugar, en qué significa o representa. En este sentido, a falta
de una teoría psicopatológica más consistente, Morselli recurre a interpretaciones basadas
en el sentido común, «que no es en realidad sino la síntesis de las experiencias individuales
acumuladas en la raza, es la guía de nuestras apreciaciones […]»39. En segundo lugar, qué
valor tiene ese signo o cuál es su interés40.
37. Con respecto al gozo que se experimenta en el síntoma, al describir la actitud extática MORSELLI anota:
«La expresión estereotipada es risueña: la fisonomía, la mímica, el lenguaje indican casi una sobreabundancia
de placer» (MORSELLI, E.: Manuale di semeiotica delle malattie mentali (2ª ed.), T. II, op. cit., p. 208).
38. Seguimos aquí los desarrollos expuestos por J. Mª. ÁLVAREZ en «¿Los trastornos del lenguaje son
causa o consecuencia de la psicosis?» (Estudios sobre la psicosis, Vigo, AGSM. La Otra psiquiatría, 2006,
pp. 137-156; reedición en: Buenos Aires, Grama, 2008, pp. 139-157).
39. MORSELLI, E.: Manuale di semeiotica delle malattie mentali (2ª ed.), T. II, op. cit., p. 179.
40. No pasó por alto este asunto CICERÓN cuando se ocupó de la crítica a la mántica, expuesta en el Libro
II de Sobre la adivinación. El argumento ciceroniano se basa sobre todo en destacar la inseguridad que
determina la relación entre el signo y el suceso, y en el rechazo a considerar signos a los sucesos casuales;
¿acaso una rasgadura en las vísceras de un ave es una señal a considerar para emprender una batalla? «Con-
viene enseñar –escribe Cicerón en Sobre la adivinación, II 27– mediante pruebas y razones por qué es cada
V. LENGUAJE Y LOCURA
El texto positivista de Morselli da fe de una corriente psiquiátrica concreta y es indi-
cativo de una época determinada, pero a la vez es revelador respecto al carácter de los
estudios actuales sobre el lenguaje en psicopatología. El análisis semiológico o semiótico
que nos ofrece borda la precisión y exhibe una encomiable exhaustividad, mientras el
método, los instrumentos teóricos y los usos discursivos remiten a los ideales empíricos
de finales del siglo XIX. Paradigmas que, curiosamente y como se puede comprobar en
su primer capítulo cuando habla de los fundamentos o del lugar de la psiquiatría en la
medicina moderna, son casi superponibles a los que utiliza la psicopatología pragmatista
contemporánea. Bajo la excusa de la ciencia y sus aciertos, esta psiquiatría presume
de ignorar los saberes derivados de la lingüística, la hermenéutica y el psicoanálisis.
Sin embargo, cuando se estudia el lenguaje de la locura bajo ese desinterés hacia los
conocimientos propios de las Humanidades, la consecuencia inmediata es verse en la
necesidad de remitirse a cada paso a la corteza cerebral, donde se estancan todos los
argumentos.
cosa como es, y no mediante aquellos sucedidos a los que me resulta lícito no prestar crédito» (CICERÓN,
Sobre la adivinación. Sobre el destino. Timeo, Madrid, Gredos, 1999, p. 177).
41. Al respecto del origen histórico de la esquizofrenia y de las alucinaciones verbales, véase: Enric J.
NOVELLA y Rafael HUERTAS, «El Síndrome de Kraepelin-Bleuler-Schneider y la Conciencia Moderna:
Una Aproximación a la Historia de la Esquizofrenia», Clínica y Salud, 2010, Vol. 21, n.° 3, pp. 205-219; José
María ÁLVAREZ y Fernando COLINA, «Las voces y su historia: sobre el nacimiento de la esquizofrenia»,
Átopos. Salud mental, comunidad y cultura, 2007, nº. 6, pp. 4-12.
42. Ver: Georges LANTÉRI-LAURA, «Anthropologie et psychiatrie. Culture et sémiologie psychiatrique»,
L’évolution psychiatrique, 2004, 69, pp. 3–21.
43. MORSELLI, E.: Manuale di semeiotica delle malattie mentali (2ª ed.), T. II, op. cit., p. 328.
Justificados por estas otras disciplinas, hoy casi alternativas, que se oponen a los cómodos
ahorros teóricos de la biología radical, podemos proponer una guía conceptual que nos ayude
a reconocer los elementos del lenguaje que comprometen al psicótico de continuo. De este
modo, estaremos mejor pertrechados y en condiciones más favorables para proporcionar a
los síntomas un valor de sentido que nos ayude en el trato con el enfermo, sin remitirnos de
inmediato a una supuesta lesión o a las estrategias calculadas de cualquier tratamiento.
Así las cosas, proponemos la separación de tres campos específicos del lenguaje que se han
ido decantando en la cultura a lo largo del siglo XX, y que afectan de modo muy distinto a las
preocupaciones y recursos del psicótico44. En primer lugar, el lenguaje se muestra como un
aparato de conocimiento basado en un juego de signos, en un universo operativo que resulta
imprescindible para la representación de la realidad y para todas las combinaciones de la lógica
y del cálculo, ya sea en sus expresiones más intuitivas o en las más formales y técnicas.
En este campo el psicótico no parece presentar ningún menoscabo directo, al menos
si se descartan las formas más residuales, donde bien por efecto de los encierros, de los
tratamientos psicofarmacológicos o del colapso mental que a veces se genera por el déficit
social y de relación inducido por el propio trastorno, se acaba reduciendo la capacidad inte-
lectual del psicótico. Pero ni estos casos podemos hablar estrictamente de demencia, salvo
si nos hacemos kraepelinianos ya sea por desidia o por azar. Esto es así porque, incluso en
las formas más regresivas, la capacidad instrumental no se pierde. Y si bien los rendimien-
tos del psicótico pueden quedar mermados, o menoscabada la habilidad cognoscitiva, los
elementos permanecen disponibles aunque en cierta forma funcionalmente adormecidos.
En estas circunstancias podríamos decir que domina la torpeza frente a la incapacidad, la
falta de uso más que de funcionamiento de la herramienta intelectual. En cualquier caso,
es notorio que desde este punto de vista los psicóticos no sólo no han perdido la cordura
del lenguaje y mantienen indemnes los ingenios racionales, sino que en muchas ocasiones
muestran una capacidad operativa brillante y por encima de los demás.
En segundo lugar, cobra importancia otra esfera del lenguaje, la que por oposición a
la que se ocupa del signo, entendido como hacemos aquí en un sentido amplio, podemos
identificar como palabra. Con ella nos encontramos ante un uso que ya no corresponde
estrictamente al conocimiento de la realidad, a la transmisión objetiva de la información o
a las exigencias operativas del cálculo. Estamos ante un campo distinto al mecánico, sígnico
y operativo al que antes aludíamos, nos situamos en un dominio nuevo en el que, ahora
sí, se encuentra el psicótico muy embrollado. Se trata del territorio donde el lenguaje se
las tiene que ver con las emociones y pasiones para forjar un discurso que, sometido a los
filtros del inconsciente, nos sirva para reconocer nuestros deseos y expresarlos en ideas, a
la vez que se ocupa de formular las opiniones que nos sujetan a la sociedad y reconocer las
ideologías que nos amparan. Representa, igualmente, el manantial que fluye de las grietas
de la vida y que, en último extremo, recoge las verdades ocultas de la poesía. Un factor de
la lengua, en definitiva, que se corresponde con el discurso, ya sea explícito o interior, en
44. Aquí seguimos la exposición desarrollada por F. COLINA en El saber delirante (Madrid, Síntesis, 2001,
pp. 41 y ss.) y Melancolía y paranoia (Madrid, Síntesis, 2011, pp. 10-26).
cuyo seno opera de continuo el deseo y se sostiene el sujeto en sus eventuales anhelos sin
perder la integridad.
En este nivel es donde lógicamente el texto de Morselli muestra con más crueldad sus
insuficiencias. En su estudio se mezclan los defectos del bien hablar, las alteraciones de la
expresión, los elementos verbales de la alucinación o el delirio y los trastornos propiamente
psicolingüísticos, todo sin que la fina semiología del autor logre separarlos por completo,
ahogándose cualquier explicación en el sencillo recurso etiológico del cerebro. De esta
suerte, cortando las alas a cualquier vuelo semántico por los espacios de la representación,
refiriéndolo todo a favor de las estructuras fisiológicas, la persona y sus filigranas subjetivas
desaparecen comprimidas por la abultada semiología con que nuestro autor contribuye mucho
al estudio del lenguaje de los signos y poco al de las palabras. Limitación que, curiosamente
y pese al tiempo transcurrido, persiste sin variaciones en la psicopatología del momento,
pues se siguen reduciendo las alteraciones de la palabra a dificultades cognitivo-conductuales
que deforman la percepción de los vocablos, interrumpen su enunciado o distorsionan los
sistemas simbólicos que coordinan la información.
En el círculo de la palabra, decíamos, es donde el psicótico naufraga con mayor notoriedad.
Excluido de las estrategias del deseo, apartado del escenario de la seducción y de la retórica del
lenguaje, su discurso se recorta y se llena de certezas excesivas y de ambigüedades ambivalentes
no compartidas y de difícil comprensión. Reducido el intercambio social, y especialmente abor-
tada la posibilidad de un diálogo personal, de deseo a deseo, la palabra no fluye con naturalidad
y deja de exponerse a las leyes del inconsciente y a la rectificación del otro, que, al no conseguir
alojarse en su sistema argumentativo, se vuelve con facilidad invasor e insultante.
Por otra parte, el tumulto pulsional en que se ha convertido su vida, por resultarle inac-
cesibles las distribuciones de placer propias de la dinámica del deseo, le deja expuesto a una
intermitencia constante en la cadena discursiva, a su freno o a su aceleración desmedida, debido
a un exceso incoherente y ciego de impulso vital. De hecho, buena parte de las alteraciones del
curso del pensamiento obtienen de aquí, del desorden de las pulsiones, su figura causal.
Ahora bien, el sufrimiento psicótico de la palabra se hace más intenso, y a la vez se vuelve
más visible clínicamente, cuando ataca a su pliegue material, al engranaje interno donde el
cuerpo físico de la palabra, su significante, enlaza con el alma espiritual del lenguaje, el signi-
ficado. El desmembramiento psicótico, especialmente en el extremo del círculo del trastorno
que identificamos como esquizofrénico, parece tener una especial inclinación a romper el
vínculo entre estas dos caras de la palabra, separando los fragmentos materiales del continente
–significante– y distorsionando el contenido –significado– que queda sin vehículo conductor
convertido en una burbuja verbal que tanto se desmenuza del todo como se recompone im-
perfectamente. Esta experiencia, que en la clínica se traduce por lo que identificamos como
automatismo mental, justifica el proceso de cosificación de las palabras, la aparición de las
voces, el eco del pensamiento y tantos otros efectos que entran en la categoría de fenómenos
elementales y que admiten su reconocimiento como síntomas de carácter primario.
Cabe, por último, considerar una tercera dimensión del lenguaje que casi podríamos
reconocer como la específicamente psicótica, pues son los psicóticos los que desde su propia
experiencia nos ilustran sobre ella. Para comprenderla debemos aceptar previamente que
45. Ver: Daniel Paul SCHREBER, Sucesos memorables de un enfermo de los nervios, Madrid, A.E.N.,
2003.
46. SAUSSURE, F. DE: Curso de lingüística general, Buenos Aires, Losada, 1945, p. 35.
α) Entre los adornos que los alienados añaden espontáneamente a sus vestidos deben
recordarse en primer lugar las flores, las cintas, los flecos y borlas y, en general, los objetos
con que se atavían los erotómanos. En la hipomanía con leve excitación del tono sentimental,
en la parálisis durante la efervescencia ideativa, en los estadios llamados “razonantes” de
las locuras periódicas, sobre todo de las histéricas (o menstruales), en ciertas demencias
agitadas e incoherentes, que vienen a continuación de manías prolongadas, la vestimenta
revela a menudo un rebuscado amaneramiento de detalles y una grotesca pretensión de
elegancia que ofrece un curioso contraste con la escasa limpieza de los vestidos y de la
persona. Los maniacos y paralíticos, que se sienten exaltados y, por tanto, se creen muy
ricos y poderosos y desean de algún modo hacer ostentación de sus cualidades y capaci-
dades, se adornan con todo cuanto cae a su alcance, ribetean con hilos blancos las orlas
de la chaqueta, añaden plumas y trocitos de papel coloreado a sus gorros y viseras (Figura
76). En lo que respecta a los colores, el alienado prefiere de ordinario los fundamentales y
más vistosos, por ejemplo el rojo y el amarillo, revelándonos también bajo este aspecto la
supervivencia o el retorno atávico de toscos sentimientos estéticos. En los manicomios, los
alienados se fabrican objetos ornamentales que también recuerdan atávicamente aquellos
tan queridos por los pueblos inferiores y el hombre primitivo. Poseo una rica colección de
estas naderías en las que satisface sus caprichos la vanidad de los paranoicos megalómanos,
de los dementes incompletos, de los epilépti-
cos, de las histéricas y los maniacos afectados
de erotismo. Son bagatelas sin valor intrínseco,
pero preciosas desde el punto de vista psicoló-
gico, porque muestran que en toda condición
mental, al igual que en todo estadio de la civi-
lización, la pasión por el ornato es instintiva en
el hombre, ya sean anillos sacados de un cuello
de botella, cadenitas formadas por trocitos o
nódulos de madera, flecos y borlitas hechos de
pingos, broches y pendientes confeccionados
con fragmentos de vasos y de platos, diademas
de hojalata y de similor, cintas adornadas con
canutillos, bordados y estrellitas de papel do-
rado, espadines y alfileres de hueso, collares,
perendengues, aderezos y chucherías de todas
las materias y todos los colores, con los que los
Figura 76. – Paranoia (psicosis sistemá- asilados y las asiladas se atavían y acicalan lo
tica) con delirio crónico de persecución y mejor que pueden en la medida en que lo per-
grandeza. mite su desdichada situación. Pero esto ocurre
[El enfermo, que se halla en fase meta- en los asilos más o menos como acontece en
bólica completa (cambio de personalidad),
las cárceles, en las penitenciarías, los hospicios,
se cree un gran personaje, un emperador,
un general, un mesías, llamado a realizar donde quiera el hombre privado de libertad o
admirables reformas sociopolíticas. Los reducido a vivir bajo una disciplina hacinada
adornos, las medallas, las orlas son de lleva siempre consigo sus propias tendencias y
papel y tiras de tela blanca encolados y hábitos, sus pasiones propias. En algunos aliena-
cosidos sobre la ropa]. dos, la única característica es la creencia de que
4º. Tipo inexpresivo. – El aspecto externo del alienado nos llama la atención en este caso
por la escasez y la insuficiencia de los movimientos expresivos del ánimo. Hay aquí ausencia
de reacciones, no tanto a los estímulos externos sino más bien a los internos, porque con los
primeros no conseguimos muchas veces traspasar el umbral de la conciencia ni despertar
al enfermo de su estado de indiferencia y los segundos se nos presentan disminuidos en
cuanto a su número y su energía ideo-motora a causa de su débil entonación emotiva. La
fisonomía y la mímica están reducidas a sus manifestaciones simples reflejas o se encuentran
en una condición monótona que revela la pobreza de los procesos perceptivos e ideativos
y la suspensión y abolición más o menos absoluta de la conciencia. Y dígase otro tanto del
lenguaje en sus varias formas, porque puede llegarse a la afasia total (mutismo), a la amimia
(inmovilidad) y, en fin, a la apraxia más completa (ausencia de actos voluntarios expresivos).
Hay tendencia a la inercia o a la resolución de todos los músculos. Se prefieren las posturas de
reposo o, al menos, ciertas actitudes estereotípicas y forzadas que maravillan por su extrañeza,
su constancia y su nula relación expresiva con determinados pensamientos y sentimientos.
Se observan no raras veces movimientos automáticos realizados de forma rítmica y con rei-
teración constantemente igual. De todos modos, la conciencia parece ser totalmente ajena a
estas manifestaciones de la actividad motora: mientras dura la enfermedad, la personalidad
está desintegrada en sus elementos ínfimos (fenómenos inconscientes) o se ha hundido en
una disolución completa y definitiva.
Las relaciones entre el arte y la locura han sido estudiadas desde varias perspectivas: 1º
las representaciones artísticas de los estados neuro y psicopáticos, con especial atención a
las historias del arte y de la medicina (véase RICHER, CHARCOT-RICHER, REGNARD...); 2º la
afinidad más o menos real del genio y el talento artísticos con las condiciones de neurosis y
psicosis (véase MOREAU DE TOURS sen., LOMBROSO, RADESTOCK, GUYAU. ARRÈAT...); 3º la
degeneración del arte bajo la influencia de ingenios descarriados por excesivos neofilismos31 o
perturbados en las bases orgánicas de la personalidad (véase MAX NORDAU...); 4º finalmente,
las elucubraciones artísticas en los estados patológicos de la mente desde el punto de vista
diagnóstico (véase TARDIEU, SIMON, MORSELLI, DOSSI, NOYES, SÈGLAS...).
En la teoría de las artes se distinguen dos grupos: las rítmicas, que SCHELLING llamaba
“hablantes”, que son la música, la danza y la poesía; y las plásticas o “figurativas”, a saber,
31. Neofilia: del griego neos, ‘nuevo’, y filía, ‘afición’; atracción por lo nuevo, caracterizada por la afinidad y
receptividad a los cambios e innovaciones independientemente de su valor real.
Toda la obra artística de los dementes trasluce la ausencia de buen gusto y la deforma-
ción del sentido estético a través de una personalidad anormal. O hay desorden atáxico
de los conceptos fundamentales o estos se repiten de forma monótona e invariada que
reviste las características de idea fija. En las construcciones arquitectónicas y en los di-
bujos se observa, pues, una veces un retorcimiento complicadísimo (barroquismo), otras
una hipersimetría fría y pobre de líneas (pretendida grandiosidad que asombra pero no
conmueve). Las manifestaciones emotivas de las figuras se simplifican (prerrafaelismo),
mientras crecen hasta la hipérbole las ideas que se querrían explicar haciéndolas inin-
teligibles para la masa (para los “filisteos”, aristocracia del arte). Los objetos materiales
y las escenas naturales se forman y disponen como si fueran capaces de sentimientos
y pensamientos acordes con los de los personajes. Esta espiritualización del entorno
físico es una tendencia regresiva hacia un animismo atávico y predomina por desgracia
en ciertas escuelas modernas (simbolistas, decadentes). En la escultura, los personajes
aparecen inmóviles, pero se registra una cantidad exorbitante de accesorios emblemáticos
(bizantinismo, Figura 117). En la pintura predominan los colores básicos y chillones,
emparejados de un modo estridente y disarmónico, o una fastidiosa uniformidad de
tintas que revelan una especie de daltonismo psíquico degenerativo y una condición de
morboso agotamiento y perversión de los órganos sensoriales (impresionismo). Es cosa
curiosa que en los concursos artísticos públicos, adonde acuden con extremada solicitud
numerosos “tipos alocados” [mattoides] y paranoicos, sus obras son presentadas bajo lemas
extravagantes, místicos y altivos y no pocas veces neologistas (por ejemplo, Scripsi quod
vidi, Num et Saul?, Manus Domini, Imeiyôr...).