Juan 5,31-47
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JUAN 5,31-47
TEXTO
COMENTARIO
.- Introducción a 5,31-47: El proceso continúa en los vv. 31-47, pero la defensa que hace Jesús
de su actividad en sábado (vv. 19-30) requiere testigos. Como en los vv. 19-30, solamente se
oye la voz de Jesús, pero los interlocutores siguen siendo «los judíos» de los vv. 5-18 (vosotros:
vv. 33.34.35.38.39.42.44.45; los verbos en segunda persona del plural en los vv.
37.40.43.46.47). Jesús afirma que necesita testigos (vv. 31-32) y los presenta (vv. 33-40), pero
al concluir el discurso pone de manifiesto la incapacidad de «los judíos» para reconocer la
revelación de Dios (vv. 41-44) y les dice, en tono amenazador, que sus propias escrituras son
las que los acusan (vv. 45-47). El discurso se desarrolla del siguiente modo: (a) Vv. 31-32: Jesús
suscita el problema de un testimonio que pueda aceptarse. (b) Vv. 33-40: Se presentan los
testimonios a «los judíos». (b.i) Vv. 33-35: Juan el Bautista. (b.ii) V. 36: Las obras de Jesús. (b.iii)
Vv. 37-40: La palabra del Padre invisible. (c) Vv. 41-44: Jesús presenta formas diferentes de
entender la gloria. (d) Vv. 45-47: Las escrituras de Moisés acusan a «los judíos».
El proceso que comenzó con la defensa que hizo Jesús de las acciones que realizaba en sábado
(vv. 19-30; cf. vv. 16-18), concluye con la acusación de que «los judíos» son acusados por sus
propias Escrituras. Los acusadores se han convertido en acusados.
Lectura continuada del evangelio de Juan abp Diócesis de Vitoria
Adaptación del comentario de F. J. Moloney
.- Un testimonio aceptable (vv. 31-32): Jesús advierte que el testimonio que ha dado de sí
mismo no puede verificarse (v. 31). Según la praxis judía, no bastaba con que el acusado
probara la verdad de ciertos hechos; había que presentar testigos cuya palabra fuese digna de
confianza (cf. Dt 19,15). Jesús acepta esta situación y remite, enigmáticamente, a «otro» que él
sabe que da un testimonio constante que lo avala de forma perdurable (v. 32). Jesús se apoya
en la confianza de su conocimiento, pero «los judíos» necesitan mucho más. Aunque el lector
podría entender que el «otro» se refiere al Padre de Jesús, «los judíos» no están dispuestos a
reconocer esto. Por consiguiente, Jesús remite a los testimonios que han visto y oído, es decir,
a Juan el Bautista (vv. 33-35) y las obras de Jesús (v. 36).
.- El testimonio de Juan el Bautista (vv. 33-35): Jesús recuerda a «los judíos» que habían
enviado mensajeros a Juan el Bautista (cf. 1,19). Se trata de un testimonio del pasado (v. 33:
tiempo perfecto). Juan dio testimonio de Jesús al señalarlo como el Cordero de Dios (1,19.35) y
el Hijo de Dios (1,34). Puesto que el testimonio del «otro» es infalible, Jesús no necesita ningún
otro, pero «los judíos» sí (v. 34a). Puede desencadenarse el conflicto e incluso un proceso que
tenga como objetivo la muerte de Jesús (vv. 16-18), pero él no excluye a «los judíos» de su
misión salvífica.
La descripción que Jesús hace del Bautista como «una lámpara que ardía e iluminaba» evoca
ideas más antiguas de una lámpara que se convierte en un testimonio del Mesías (LXX Sal 131,
16b-17; cf. Eclo 48,1). Esta lámpara que brillaba produjo alegría. «Los judíos» estaban
dispuestos a alegrarse, pero, tal como muestra el presente proceso contra Jesús, su alegría se
paró en este punto (v. 35). «Los judíos» aceptaron con gran alegría que la luz del Bautista diera
testimonio del Mesías venidero, pero ahora son incapaces de aceptar a aquél de quien el
Bautista dio testimonio.
.- El testimonio de las obras de Jesús (v. 36): Jesús posee un testimonio aún mayor (v. 36a).
Tiene una tarea (la obra) que realizar cuyo origen se encuentra en Dios, una tarea que lleva a
cabo a través de su continua respuesta al que le envió. Esta respuesta se ve en las muchas
obras que Jesús realiza (v. 36b). Jesús no sólo hace estas obras, sino que las realiza
perfectamente. Sin embargo, no hay que interpretarlas como un testimonio que da de sí
mismo. La perfecta realización de sus tareas da testimonio de la verdad, es decir, que él es el
enviado del Padre (v. 36c).
.- El testimonio de la palabra del Padre invisible (vv. 37-40): Tras la enigmática invocación del
testimonio de otro en el v. 32, Jesús apeló al Bautista (vv. 33-35) y a sus propias obras (v. 36).
Al hablar del testimonio del Padre (vv. 37-40) se clarifica quién era el «otro» del v. 32. Se hace
una clara distinción entre los testimonios invocados en los vv. 33-36 y el del Padre. El
ministerio del Bautista y las obras de Jesús podían verse y escucharse, pero no ocurre lo mismo
con el testimonio del Padre que envió a Jesús (v. 37a). «Los judíos» no han oído nunca su voz y
tampoco han visto su figura.
Aparece así una acusación al concretar Jesús lo que implica «voz» y «figura» en el v. 38b:
«pues no creéis al que Él ha enviado». «Los judíos» dan por supuesto que poseen la palabra de
Dios, que habita en ellos (v. 38a), pero el rechazo de aquél a quien Dios ha enviado convierte
en fraudulenta esta creencia. Jesús es la voz y la figura de Dios, pero no lo escuchan ni lo ven
de este modo. Jesús no es el Padre, pero sí es el enviado del Padre, que cuenta la historia de
Dios en y mediante su historia. La voz de Dios es el logos de Jesús.
.- Jesús continúa indicando los fallos de sus acusadores en los vv. 39-40. Se afirma que la
práctica judía del estudio y la reflexión de las Escrituras da vida (v. 39), pero «los judíos» no
entienden el poder vivificante que procede del reconocimiento de que la palabra bíblica da
testimonio de Jesús. Su decisión de procesar a Jesús para condenarlo a muerte se fundamenta
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en su indagación en las Escrituras y en su forma de interpretar las leyes relativas al sábado (cf.
v. 18). Pero las Escrituras, donde encontramos el testimonio que el Padre da de Jesús (cf. v.
37), están siendo objeto de abuso por aquellos que buscan matarlo. La Escritura señala a Jesús
como la voz y la figura de Dios; creer en él conduce a la presencia de la palabra de Dios que
mora en los creyentes, pero su falta de fe los descalifica para disfrutar de esta presencia (v.
38). «Los judíos» creen erróneamente que tienen vida por su tradición y la reflexión de la
Escrituras (v. 39). Rechazan acercarse a Jesús (v. 40a). Efectivamente, su decisión de procesar a
Jesús e intentar matarlo apoyándose en su comportamiento blasfemo en un sábado (vv. 16-
18), los excluye de esta presencia vivificante (v. 40b). Se da un vuelco a la situación cuando el
procesado comienza a acusar a quienes le estaban acusando hasta ahora.
.- Dos formas diferentes de entender la gloria (vv. 41-44): La escena del proceso se aproxima
a su final y Jesús presenta ahora los dos casos. El término griego doxa (= gloria) tiene un
significado secular y bíblico. En su acepción común se refiere a la estima, el prestigio y la fama
que proceden de una conquista humana. Jesús indica que no tiene interés alguno «en la gloria
que procede de los seres humanos» (v. 41), pero está seguro de que «los judíos» no tienen el
amor de Dios en ellos. A partir de este conocimiento íntimo de Dios, Jesús hace un reproche a
«los judíos» porque no muestran ningún signo del Dios amoroso (v. 42).
Jesús, el acusado, no busca el reconocimiento humano (v. 41), mientras que «los judíos», los
acusadores, no aman a Dios (v. 42). Esto les lleva a rechazar al enviado en el nombre del Padre
(v. 43a) y a la fácil aceptación de quienes vienen en nombre propio (v. 43b). La autoridad de
Jesús procede del Padre en cuanto enviado por él, pero es rechazado ya que «los judíos»
aceptan a todos cuantos llegan sin otra cosa que la autoridad de su propio nombre (v. 43).
Emergen dos perspectivas radicalmente diferentes: Jesús se fija en Dios, mientras que «los
judíos» juzgan según las apariencias externas. Jesús rechaza la doxa de los seres humanos,
mientras que «los judíos» hacen lo contrario. En el fondo, su incapacidad para creer procede
de su elección por la estima y el honor que se dan unos a otros, es decir, la doxa de los seres
humanos (v. 44a). Encerrados en el mundo que pueden entender y controlar, son incapaces de
ver y encontrar la doxa que procede de Dios (v. 44b). Jesús, el Señor del sábado, da a conocer
la doxa del único Dios verdadero que ha mostrado al Hijo todas las cosas que hace para que él
pudiera, a su vez, mostrarlas, e incluso mostrar obras mayores (v. 20).
Al rechazar la revelación del único Dios en el Hijo, «los judíos» han rechazado al Dios del
sábado que dicen estar defendiendo (cf. vv. 16-18). No logran aceptar a Jesús porque en
realidad sólo se aceptan a sí mismos.
.- Moisés acusa a «los judíos» (vv. 45-47): El pensamiento judío consideraba a Moisés como el
mediador entre Dios e Israel, es decir, como aquel que intercede ante Dios por los judíos (cf. Ex
32,11-14.30-33; Dt 9,18-29). La ley, el primer gran don de Dios, había llegado a Israel mediante
Moisés, pero los dones de Dios han continuado y se han perfeccionado en y mediante
Jesucristo (1,17b). No hay oposición entre ambos dones, puesto que uno sustituye al otro
según el plan de Dios. Pero «los judíos» rechazan a Jesucristo, y, por tanto, Moisés los acusa (v.
45).
Jesús ha dicho anteriormente que las Escrituras dan testimonio de él (v. 39b). Esta afirmación
retorna como acusación en los vv. 46-47. Si creyeran en Moisés, creerían también en Jesús,
pues los escritos de Moisés hablaban de él (v. 46). Pero ellos no han creído en Moisés. «Los
judíos» condenan a Jesús apoyándose en su interpretación de la Ley mosaica (v. 18), pero
están cometiendo un error, pues malinterpretan la tradición mosaica. Por ello, el gran
intercesor de Israel tiene que volverse contra «los judíos» para condenarlos. Hay una
continuidad entre los escritos de Moisés (v. 47a) y las palabras de Jesús (v. 47b) que
perfecciona todo lo que Moisés había dicho (cf. 1,16-17). Pero si «los judíos» son incapaces de
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creer en los escritos de Moisés, entonces no pueden creer en las palabras de Jesús, que es la
revelación de Dios (v. 47).