Historia de Roma Desde Su Fundacion Libros VIIIX - Tito Livio PDF
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Tito Livio
ePub r1.0
Titivillus 18.02.2018
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Título original: Ab Urbe condita
Tito Livio, 26 a. C.
Traducción: José Antonio Villar Vidal
Notas: José Antonio Villar Vidal
Asesores para la sección latina: José Javier Iso y José Luis Moralejo
Revisión: Juan Gil
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NOTA INTRODUCTORIA
Los casi cincuenta años (341-293 a. C.) de la historia de Roma abarcados en este
volumen aparecen, en el relato de Livio, más marcados por los acontecimientos del
exterior que por las tensiones internas derivadas de la necesidad de adaptar la
Constitución a los nuevos papeles que van asumiendo las distintas fuerzas sociales.
Están en primer lugar las relaciones con los aliados latinos: Roma, cabeza de la
alianza, actúa de forma unilateral provocando reacciones de disgusto en los aliados,
por cuestiones menores en principio; es un proceso que culmina con carácter decisivo
en la guerra del 338. El resultado es el resquebrajamiento, sin retorno ya, de la unidad
latina y la consolidación de la hegemonía de Roma en Italia central. Estas
circunstancias fuerzan de forma inevitable una reorganización social, al ingerir y
asimilar Roma a los antiguos aliados latinos: sólo una parte de éstos continúa con el
antiguo estatuto de derechos recíprocos; otros pierden por completo su identidad y
son convertidos en ciudadanos romanos con todas las consecuencias; para otros, por
último, se crea entonces la llamada ciuitas sine sufragio, una ciudadanía a medias sin
derecho de voto. Es esta una figura de nueva creación, imprescindible para hacer
posible lo que será en adelante la historia de Roma.
El paso siguiente fue la expansión hacia el Sur, especialmente hacia las fértiles
tierras de la Campania. El problema de mayor entidad lo representaban los pueblos de
montaña, que ya les habían cortado la implantación en la zona a los etruscos, y en su
día a los griegos: los llamados «samnitas». Vivían en el macizo montañoso del centro
de Italia al sur de Roma. También ellos se sentían atraídos por la Campania, pues sus
pastos quedaban pequeños y la presión demográfica se volvía a veces agobiante para
ellos. Formaban una sociedad disciplinada con rigidez, aunque con muy contados
centros urbanos de relativa importancia. A mediados del siglo IV se habían extendido
hasta el río Liris, que representaba la frontera del Lacio por el Sur. Los romanos
habían firmado con ellos un tratado en el año 354 repartiéndose las zonas de
influencia, y posiblemente obligándose a alguna forma de apoyo mutuo, como el
prestado por los samnitas a Roma en el año 338 en su lucha con los latinos. Esta
alianza, que podía mantenerse a flote mientras tuvieran que enfrentarse a un enemigo
más o menos común, tenía los días contados si llegaban a entrar en competencia por
un mismo objetivo. Se había producido ya la primera guerra samnita (343-341); tras
ella vino una paz difícil. Roma no renunciaba a un control completo de la Campania,
que además de fértiles tierras representaba salidas comerciales hacia el mundo
helenístico, así como recursos minerales, y comenzó a dar pasos de provocación
calculada: ocupó poblaciones importantes en el norte de la Campania (Cumas,
Suésula, Acerras: año 332); desarrolló una cierta política de alianzas (ápulos, lucanos,
Alejandro de Epiro); implantó una colonia latina en la zona de influencia samnita,
según estipulaba el tratado del 354, en un punto estratégico.
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Estas acciones provocan una reacción por parte samnita, que ocupa Palépolis (año
327) y amenaza los asentamientos romanos de la Campania. Estalla la segunda guerra
samnita, reñida e interminable, con el episodio de las Horcas Caudinas (321) ocurrido
cuando los romanos buscaban precipitar el desenlace: la relación de fuerzas parece
reequilibrarse constantemente. Pero, como balance global, se va produciendo el
progresivo encierro de los samnitas, cada vez más a la defensiva, en las montañas, y
la paz del 304 otorga a los romanos el control efectivo de todo el valle del Liri.
Se inicia luego la última etapa, cuyo objeto es ya el sometimiento absoluto de los
samnitas: se dispone el envío de colonos romanos a las proximidades de Boviano.
Los samnitas, que ahora tienen en juego la supervivencia, buscan aliados: los galos,
manifestación del nuevo avance celta de comienzos del siglo III; los etruscos,
descontentos del trato que reciben de Roma, y los umbros, resentidos por la anexión
de Nequino el año 299 (X 10). La cuádruple alianza tiene al frente a Gelio Egnacio,
el jefe samnita.
En contrapartida, Roma renueva las alianzas con ápulos y lucanos por el Sur,
implanta colonias en puntos estratégicos, cruza la Italia central por la vía Valeria, de
vital importancia militar. Y la llamada «tercera guerra samnita», si bien
probablemente se puede decir que comienza el año 298, se materializa el 296 ante la
iniciativa de Gelio Egnacio (X 18-19) desembocando en una batalla decisiva, la de
Sentino, el 295; queda quebrada la fuerza samnita, que recibe el golpe de gracia en la
batalla de Aquilonia del 293. Son sólo secuelas lo que queda hasta el 290, final oficial
de la última guerra samnita. Resultado definitivo: la frontera sur de Roma pasa del
Liri al Volturno, y por el Este se extiende hasta el Adriático.
Por lo que se refiere a la propia Roma, la acción de gobernar se ha ido volviendo
más compleja, necesitada de jefes en mayor número al multiplicarse los frentes en el
exterior. La solución a la que se había recurrido a mitad del siglo V, la creación de
tribunos militares con poderes consulares, que permitían echar mano de no patricios
para los puestos de alto mando, parece que dejó de ser efectiva, sin que se puedan
precisar las razones, en el año 367. Ahora bien, la disputa del poder religioso y
político asociado al consulado, característica de esta etapa, no es todavía la lucha por
los derechos de los no patricios en conjunto, que llegará más tarde; se trata de los
derechos de algunas familias plebeyas ricas. Es verdad que desde el año 367 uno de
los cónsules podía ser plebeyo (y de forma subsiguiente se reguló por ley el acceso
plebeyo a otras magistraturas); pero hasta el año 342 los indicios apuntan a que el
consulado fue, de hecho, monopolizado por los patricios: probablemente la ley
recogía la posibilidad, pero no la obligatoriedad de que uno de los cónsules fuese
plebeyo.
El año 342 fueron aprobados tres plebiscitos, iniciativa del tribuno Lucio Genucio
(Liv., VII 42, 2), en cierto modo convergentes; según uno de ellos, las dos plazas de
cónsul podían ser ocupadas por plebeyos. En realidad tiene el aspecto de una alianza
de intereses entre patricios y aristocracia plebeya.
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La confluencia de varias causas, entre ellas la sustitución de campesinos por
esclavos para trabajar la tierra, hace que en Roma se incremente el proletariado: este
cuerpo plebeyo ve incrementada su fuerza a finales del siglo IV. En ese contexto surge
la figura de Apio Claudio, el patricio que asume la causa plebeya. Como censor, el
año 312 inicia una política de obras públicas, como la vía Apia, que da empleo a
millares de ciudadanos, y también fuerza tres cambios importantes: la distribución de
los más pobres, humillimi, confinados hasta entonces en cuatro tribus, por todas las
demás, dándoles así una mayor fuerza electoral debido al sistema de sufragios por
tribus (IX 46, 10 s.); la elegibilidad de los hijos de libertos para determinados
puestos, y una reforma militar que mejora la situación del soldado ordinario.
Otro aspecto donde se produce un importante cambio jurídico, correlacionado con
un cambio económico, es el tratamiento de las deudas, nexum. El deudor, nexus,
pasaba a poder del acreedor e iba pagando en jornadas de trabajo, corriendo su
sustento a cargo del acreedor al que estaba sometido; como el valor del trabajo
difícilmente podía superar a los gastos de mantenimiento, la prisión era dura y, de
ordinario, perpetua. El año 326 (VIII 28, 2-9), con la ley Petelia Papiria de nexis
queda abolida la vinculación material o de prisión del deudor, uno de los vínculos
económicos más odiosos que pesaban sobre la plebe. Como razona De Martino[1], esa
entrega física del deudor al acreedor sólo es explicable en una sociedad cuya base
económica es la producción agraria, sin apenas intercambio comercial ni circulación
monetaria, tal como era la sociedad romana durante el siglo V y primera parte del iv
a. C.; pero en el siglo IV se produce una transformación hacia la economía de cambio
y el comercio transmarino.
Libro VIII
Abarca los años 341-322 a. C.
Tiene un diseño claro: una primera parte con las guerras latinas y sus
consecuencias, una última parte con la expansión de Roma hacia el Sur, y un
intermedio, el excursus referido a la muerte de Alejandro de Epiro. Con un tema
recurrente: el principio de autoridad, personificado en la primera parte en Manlio
(que manda ejecutar a su hijo por desobediencia), y en la segunda parte en Lucio
Papirio, que está a punto de hacer lo mismo, por un motivo semejante, con Quinto
Fabio.
Los pasajes de este libro que han atraído más la atención de los estudiosos en los
últimos tiempos son: el de Alejandro de Epiro (VIII 17, 9-10), donde los comentarios
se centran en el sincronismo o no de la historia romana y griega, y la improbabilidad
de la paz de Alejandro con los romanos[2]. El origen de la segunda guerra samnita
(VIII 22, 5-23, 12, y 25, 2), comparando los relatos de Livio y Dionisio. El
enfrentamiento entre Fabio Ruliano y Papirio Cúrsor (VIII 30-35), valorando esa
rivalidad como una diversidad de puntos de vista sobre la dirección que debía tomar
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la guerra o atribuyéndola a deseos personales de gloria. Y por último, diversos
pasajes del capítulo 39.
Libro IX
Comprende desde el año 321 hasta el 304 a. C.
La primera parte está construida de forma que la derrota de las Horcas Caudinas
quede equilibrada con la reacción subsiguiente y la victoria de Luceria.
La segunda parte recoge un material disperso integrado en un telón de fondo: la
inexorable expansión romana a costa de diversos pueblos.
Estas dos partes, desiguales, están separadas por el excursus sobre Alejandro
Magno, sorprendente desde diversos ángulos.
Hay, por consiguiente, un protagonismo militar absoluto, encarnado en cuatro
personajes de relieve: Epurio Posturnio, Lucio Papirio Cúrsor, Quinto Fabio y Gayo
Menio.
Algunas piezas oratorias sobresalientes: el discurso de Poncio a los samnitas, el
de Espurio Postumio ante el senado, y el del tribuno Sempronio en contra de Apio
Claudio.
Son varios los pasajes que han sido objeto de estudio de forma preferente. El de
las Horcas Caudinas (IX 1-11): el significado de la sponsio, la alternativa
sponsio/foedus, su ratificación o no por el senado, los posibles indicios de una
corriente antibelicista en Roma. El excursus sobre Alejandro Magno (IX 16, 19 - 19,
17): sus derivaciones para la cronología, su inserción o no después de la redacción del
libro, sus fuentes de inspiración, su posible finalidad de realzar la figura de Pompeyo.
Las investigaciones del año 314 (IX 26, 5-22): la posibilidad de que se trate de dos
hechos diferenciados o de dos versiones de un mismo hecho. La batalla de Junio
Bubulco con los samnitas (IX 31, 1-16): su comparación con las versiones de Zonaras
(VIII 1, 1) y Diodoro (XX 26, 3).
Libro X
Hechos ocurridos entre los años 303 y 293.
En este libro se van entrecruzando la guerra del Samnio, la guerra de Etruria, y
los acontecimientos internos de Roma.
Hay dos grandes batallas: la de Sentino, narración muy cuidada desde el punto de
vista dramático con el colorido legendario de la deuotio de P. Decio Mus hijo, y la
batalla de Aquilonia, la decisiva, punto culminante de los últimos libros de la primera
década de Livio.
Quedan de relieve tres apellidos: Fabio, Decio y Papirio.
Se ha estudiado sobre todo el pasaje de la deuotio de Decio Mus (X 24-30): su
significado, su relación con otros ejemplos de autoinmolación narrados por el propio
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Livio.
NOTA TEXTUAL
Gijón, 1989
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LIBRO VIII
SINOPSIS
Caps. 1-14: GUERRAS LATINAS.
Victoria sobre los volscos. Los samnitas piden la paz y se les concede (1-2).
Los latinos se enfrentan a Roma. Llega a Italia Alejandro de Epiro (3).
Intervenciones de Annio ante los latinos y ante el senado romano, y respuesta de Manlio. Se declara la guerra a los
latinos (4-6).
Manlio condena a muerte a su hijo por desobediencia. Descripción del ejército (7-8).
Deuotio de Publio Decio. Victoria romana sobre los latinos (9-10).
Nuevas victorias sobre los latinos. Enfrentamiento entre los cónsules. Dictadura proclive a la plebe (11-12).
Sometimiento del Lacio. Medidas con los pueblos latinos vencidos (13-14).
Caps. 15-29: GUERRAS MENORES. PALÉPOLIS.
Guerras menores. Proceso a una vestal (15-16).
Alejandro de Epiro. Censo. Matronas procesadas por envenenamiento (17-18).
Victoria bélica sobre los privernates (19-21).
Guerra con Palépolis. Institución del proconsulado (22-23).
Muerte de Alejandro de Epiro. Traición y toma de Palépolis (24-26).
Los tarentinos instigan a los lucanos. Nueva ley sobre deudas. Victoria romana sobre los vestinos (27-29).
Caps. 30-40: GUERRAS SAMNITAS.
El jefe de la caballería contraviene las órdenes del dictador. Intervenciones a favor y en contra (30-32).
Sigue en Roma el proceso al jefe de la caballería, que al fin queda libre (33-35).
Los samnitas, derrotados, consiguen una tregua, que violan. Juicio a los tusculanos (36-37).
Larga batalla contra los samnitas y triunfo del dictador romano (38-39).
La fiabilidad de las fuentes (40).
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forma precipitada abandonando a los heridos y parte de la impedimenta. Se
encontraron armas en gran cantidad tanto entre los cadáveres de los enemigos 6
como en el campamento. El cónsul dijo que las consagraba a la Madre Lúa[4], y
saqueó el territorio del enemigo hasta la orilla del mar.
Al otro cónsul, Emilio, que se internó en territorio sábelo[5], no le hicieron 7
frente en ningún sitio ni legiones ni campamentos samnitas: cuando pasaba los
campos a hierro y fuego se dirigieron a él unos embajadores de los samnitas 8
pidiéndole la paz. Los remitió al senado, y cuando se les dio oportunidad de
hablar, deponiendo su actitud altiva pidieron a los romanos la paz para sí y
libertad para hacer la guerra a los sidicinos[6], peticiones estas que ellos 9
consideraban tanto más justas por cuanto habían estrechado amistad con el
pueblo romano cuando las cosas les iban bien a ellos, no mal, como habían
hecho los campanos, y tomaban las armas contra los sidicinos, enemigos suyos 10
de siempre, nunca amigos del pueblo romano; ellos no habían pedido ni amistad
durante la paz como los samnitas, ni ayuda durante la guerra como los
campanos, y no estaban ni bajo la protección ni bajo el dominio del pueblo
romano.
Después de que el pretor Tito Emilio consultó al senado acerca de las 2
peticiones de los samnitas y de que los senadores expusieron su parecer de que
se debía renovar el tratado con ellos, el pretor respondió a los samnitas que ni 2
había dependido del pueblo romano el que la amistad con ellos fuese
ininterrumpida, ni había inconveniente en renovar por completo la amistad con
ellos, ya que se habían cansado de una guerra de cuya iniciativa eran
responsables; en lo referente a los sidicinos, nada se oponía a que el pueblo 3
samnita optase libremente por la paz o la guerra. Concluido el tratado, volvieron 4
a su país, y el ejército romano fue retirado de inmediato de allí, después de
recibir la paga de un año y trigo para tres meses, como había sido pactado por el
cónsul a cambio de conceder un tiempo de tregua hasta que volviesen los
embajadores.
Los samnitas, que marcharon contra los sidicinos con las mismas tropas que 5
habían utilizado en la guerra contra Roma, abrigaban firmes esperanzas de
apoderarse pronto de la ciudad enemiga. Entonces los sidicinos dieron los 6
primeros pasos hacia una rendición a los romanos; después, cuando los
senadores la desdeñaron considerándola tardía y fruto de una situación de
extrema necesidad, se la propusieron a los latinos, que ya se habían levantado en
armas por su propia cuenta. Ni siquiera los campanos se mantuvieron al margen 7
en esta guerra, hasta tal extremo estaba más vivo el recuerdo de las afrentas de
los samnitas que el del buen comportamiento de los romanos[7]. Un enorme 8
ejército procedente de todos estos pueblos guiado por los latinos invadió el
territorio de los samnitas y causó mayores estragos con las devastaciones que
con los combates, y a pesar de que los latinos eran superiores en la lucha
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armada, de buen grado se retiraron del territorio enemigo para no tener que
combatir a cada paso. Esta circunstancia dio tiempo a los samnitas para enviar a 9
Roma embajadores. Cuando éstos se dirigieron al senado, se quejaron de que
siendo aliados habían sufrido lo mismo que cuando eran enemigos, y con la
mayor humildad pidieron que los romanos se contentasen con la victoria que 10
sobre sus enemigos campanos y sidicinos les habían arrancado a los samnitas,
que no permitiesen que ellos fuesen además vencidos por los pueblos más
cobardes; si los latinos y campanos estaban bajo el dominio del pueblo romano, 11
que los alejasen con su autoridad del territorio samnita, pero si se resistían a su
autoridad, que los obligasen por medio de las armas. Ante estas alegaciones se
dio una respuesta vaga, porque los romanos tenían reparos en confesar que los 12
latinos ya no estaban bajo su dominio y temían que, si los reconvenían, se les
alejasen: que la situación de los campanos era otra, porque se habían puesto bajo 13
su protección no por vía de tratado sino de rendición; que, por consiguiente, los
campanos, lo quisieran o no, iban a estarse quietos, pero en el tratado con los
latinos no había nada que les impidiera hacer la guerra con quienes quisieran.
Esta respuesta, si por un lado dejó a los samnitas sin saber 3
Los latinos se
enfrentan a
qué pensar sobre lo que iban a hacer los romanos, por otro alejó
Roma. Llega a a los campanos por miedo y a los latinos los volvió más
Italia Alejandro arrogantes como si no hubiese ya nada que los romanos no les
de Epiro consintiesen. Así, pues, bajo la apariencia de preparar la guerra 2
contra los samnitas, celebrando frecuentes asambleas sus jefes, en todos los
cambios de impresiones de unos con otros, maquinaban en secreto la guerra
contra Roma. Incluso los campanos participaban en esta trama bélica contra sus
salvadores. Pero, a pesar de que todo esto era mantenido expresamente en 3
secreto, pues querían quitarse de encima a sus enemigos samnitas antes de que
los romanos se moviesen, sin embargo trascendieron hasta Roma indicios de
aquella conjura a través de algunos que estaban unidos a ellos por lazos
particulares de hospitalidad o parentesco. Se dispuso que los cónsules 4
renunciasen al cargo antes de tiempo para elegir con mayor prontitud a los
nuevos a la vista de una guerra de tanta envergadura, pero surgieron escrúpulos
religiosos ante el hecho de que los comicios los convocasen aquellos cuyo
mandato había sido acortado. Se inició, por ello, un interregno. Hubo dos 5
interreyes: Marco Valerio y Marco Fabio; éste proclamó cónsules a Tito Manlio
Torcuato por tercera vez y a Publio Decio Mus[8].
Está comprobado que aquel año[9] Alejandro, rey del Epiro, arribó a Italia 6
con su flota; y si sus primeras acciones hubiesen tenido el suficiente éxito, dicha
guerra hubiera sin duda afectado a los romanos. Era la misma época de las 7
empresas de Alejandro Magno, hijo de una hermana del anterior, cuya vida
apagó en su juventud una enfermedad fatal, invicto en la guerra, en otra parte del
mundo[10].
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Por lo demás, los romanos, aunque la rebelión de los aliados y del pueblo 8
latino no ofrecía dudas, sin embargo, como si se preocupasen de los samnitas y
no de sí mismos, convocaron a Roma a los diez jefes de los latinos para
imponerles su voluntad. Contaba entonces el Lacio con dos pretores[11], Lucio 9
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alguno. Se enteraron de que acogimos a los sidicinos bajo nuestra protección, de 9
que los campanos se pasaron de ellos hacia nosotros, de que preparábamos
ejércitos contra los samnitas, aliados suyos, y no se movieron de Roma. ¿De 10
dónde semejante moderación en ellos, sino de la conciencia de nuestras fuerzas
y de las suyas? Sé de buena fuente que, cuando los samnitas presentaron quejas
contra nosotros, se les respondió por parte del senado romano en unos términos
tales que se deducía claramente que ni siquiera ellos pretenden ya que el Lacio
esté bajo el dominio de Roma. Limitaos a conseguir, reclamándolo, lo que ellos
tácitamente os conceden. Si el miedo le impide a alguien decir esto, entonces yo 11
personalmente aseguro que estoy dispuesto a decirlo en presencia no sólo del
pueblo y el senado romano, sino del propio Júpiter que mora en el Capitolio: si
quieren tenernos por aliados y amigos, que reciban de nosotros uno de los
cónsules y una parte del senado.» Esto no sólo lo aconsejaba con fiereza, sino 12
que se comprometía a hacerlo, y todos con un clamor de asentimiento le
encargaron que hiciese y dijese lo que el interés común de la nación latina y su
propia lealtad le aconsejasen.
Cuando llegaron a Roma, fueron recibidos por el senado en el Capitolio[17]. 5
Allí, después que Tito Manlio habló con ellos en nombre del senado para que no
hiciesen la guerra a los samnitas, sus aliados, Annio, en plan de vencedor como 2
si hubiese conquistado con las armas el Capitolio y no hablase como embajador
protegido por el derecho de gentes, dijo: «Ya era por fin hora, Tito Manlio, y 3
vosotros, senadores, de que no trataseis con nosotros cuestión alguna desde la
supremacía, puesto que veis al Lacio por bondad de los dioses muy floreciente
en hombres y armas, vencidos en guerra los samnitas, con los sidicinos y
campanos por aliados, a los que en estos momentos hay que añadir además a los
volscos, y que encima vuestras colonias prefirieron el dominio latino al romano. 4
Pero ya que vosotros no os decidís a poner límites a vuestro prepotente dominio,
nosotros, aun pudiendo asegurar por las armas la libertad del Lacio, haremos, sin
embargo, esta concesión a nuestra consanguinidad: establezcamos unas
condiciones de paz iguales para ambas partes, puesto que los dioses inmortales
han querido que también nuestras fuerzas estuviesen equiparadas. Es preciso que 5
uno de los cónsules elegidos provenga de Roma y el otro del Lacio; que el
senado, a partes iguales, provenga de los dos pueblos; que se haga un solo 6
pueblo, un solo Estado; y con el fin de que la sede de este imperio sea la misma
y el mismo el nombre para todos, puesto que una de las dos partes tiene que
ceder, sea ésta, enhorabuena, la patria que prevalezca, lo cual redunde en bien de
unos y otros, y llamémonos todos romanos.»
Se dio la coincidencia de que también los romanos contaban con una persona 7
de una arrogancia similar a la de éste: el cónsul Tito Manlio, que fue incapaz de
contener su cólera, hasta el extremo de decir abiertamente que, en el caso de que
en los senadores hiciese presa una locura como para aceptar leyes de un hombre
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de Secia, él acudiría al senado ceñido con la espada y a todo latino que viese en
la curia lo mataría con sus propias manos. Y vuelto hacia la estatua de Júpiter, 8
dijo: «Escucha, Júpiter, estas infamias; escuchad, divinidades del derecho
humano y divino. ¿Tendrás que ver, Júpiter, unos cónsules extranjeros y un
senado extranjero en tu templo consagrado, cautivo y bajo la opresión tú mismo?
¿Son éstos los pactos que hizo Tulo, rey de Roma, latinos, con los albanos, 9
vuestros padres; éstos los que Lucio Tarquinio hizo después con vosotros[18]?
¿No os acordáis de la batalla del lago Regilo[19]? ¿Hasta ese extremo habéis 10
olvidado vuestras antiguas derrotas y el buen comportamiento que tuvimos para
con vosotros?»
A las palabras del cónsul siguió la indignación de los senadores. Se cuenta 6
que, ante las frecuentes súplicas a los dioses que los senadores invocaban
repetidamente como testigos de los tratados, se oyó la voz de Annio
menospreciando el poder del Júpiter romano. Sí es seguro que cuando salía a 2
toda prisa, hirviendo en cólera, del vestíbulo del templo, rodó escaleras abajo
golpeándose en la cabeza con el escalón más bajo e hiriéndose gravemente de 3
forma que se desvaneció. Como no todos coinciden en afirmar que perdió la
vida, también yo lo voy a dejar en la duda, como el que se desatara una
tormenta, con gran estruendo, en el momento en que se tomaba a los dioses por
testigos de la violación de los tratados; puede, en efecto, tratarse tanto de cosas
ciertas como de invenciones a propósito para expresar la ira de los dioses. 4
Torcuato, enviado por el senado a despedir a los embajadores, al ver a Annio
tendido en tierra, grita de modo que su voz sea audible tanto por el pueblo como
por los senadores: «Le estuvo bien; los dioses han desencadenado una guerra 5
justa. Existe un poder en las alturas; existes, gran Júpiter; no en vano te hemos
consagrado en esta sede como padre de dioses y hombres. ¿Por qué tardáis, 6
Quirites, y vosotros, senadores, en empuñar las armas, si los dioses nos guían?
Os presentaré abatidas las legiones latinas del mismo modo que veis tendido por
tierra a su emisario.» Las palabras del cónsul, recibidas con muestras de 7
asentimiento por parte del pueblo, inflamaron los ánimos en tal medida que la
marcha de los embajadores fue protegida de la cólera y el acoso de la gente más
por la atención de los magistrados que los acompañaban por orden del cónsul
que por el derecho de gentes. También el senado dio su aprobación a la guerra, y 8
los cónsules alistaron dos ejércitos, marcharon a través del territorio de marsos y
pelignos, se unieron al ejército de los samnitas y acamparon cerca de Capua,
donde ya se habían concentrado los latinos y sus aliados.
Cuentan que allí, durante el descanso, se les apareció a los dos cónsules la 9
misma figura de un hombre más grande y augusto de lo que representa un ser
humano, que les dijo que les era debido a los dioses Manes y a la Madre Tierra 10
el general de uno de los frentes y el ejército del otro; la victoria correspondería
al pueblo y al frente al que perteneciese el ejército cuyo general ofreciese con
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voto las legiones enemigas y, además de éstas, se ofreciese a sí mismo. Cuando
los cónsules se comunicaron mutuamente estas visiones nocturnas se acordó 11
sacrificar víctimas para conjurar la cólera de los dioses y, al mismo tiempo, que
uno de los dos cónsules cumpliese con el destino si las entrañas de las víctimas
presagiaban lo mismo que se había visto en el sueño. Cuando las respuestas de
los arúspices fueron coincidentes con el mudo sobrecogimiento religioso que se 12
había instalado ya en sus ánimos, hicieron venir a los legados y tribunos y,
después de exponer publicamente los mandatos de los dioses, para evitar que la
muerte voluntaria de uno de los cónsules aterrase al ejército en el campo de
batalla, se ponen de acuerdo entre sí para que se sacrifique por el pueblo romano 13
y por los Quirites el cónsul de aquella parte del ejército romano que comience a
ceder. Se habló también en la asamblea de que si alguna vez se había dirigido 14
una guerra mandando con severidad, era precisamente ahora cuando la disciplina
militar debía ser reconducida a su antigua práctica. Hacía más aguda la 15
preocupación el hecho de que había que combatir contra los latinos, semejantes
en lengua, hábitos, clase de armamento, y sobre todo instituciones militares.
Habían sido camaradas y colegas en las mismas guarniciones, en muchos casos
entremezclados en los mismos manípulos soldado con soldado, centurión con
centurión, tribuno con tribuno. Para evitar que debido a esto los soldados
incurrieran en alguna equivocación, los cónsules ordenan que nadie luche contra 16
el enemigo fuera de las filas.
Casualmente, entre los demás jefes de escuadrón que habían 7
Manlio condena
a muerte a su
sido enviados a explorar en todas direcciones, Tito Manlio, el
hijo por hijo del cónsul, se llegó con sus jinetes hasta más allá del
desobediencia. campamento enemigo de forma que estaba apenas a un tiro de 2
Descripción del dardo del puesto de guardia más cercano. Allí había jinetes
ejército tusculanos[20]; los mandaba Gémino Mecio, famoso entre los
suyos tanto por su linaje como por sus hechos. Cuando éste reconoció a los 3
jinetes romanos, y destacando al frente de los mismos al hijo del cónsul —pues
todos se conocían entre sí y especialmente los personajes de relieve—, dijo: 4
«¿Con un solo escuadrón pensáis los romanos hacer la guerra con los latinos y
sus aliados? ¿Qué harán entretanto los cónsules? ¿Y los dos ejércitos
consulares?» «Vendrán a su tiempo, respondió Manlio, y con ellos estará 5
presente el propio Júpiter, testigo de los tratados que vosotros habéis violado, el
que tiene más fuerza y poder. Si en el lago Regilo luchamos hasta que dijisteis 6
basta, también aquí sin lugar a dudas haremos que no quedéis demasiado
satisfechos de enfrentaros a nosotros en el campo de batalla.» Entonces Gémino, 7
adelantándose un poco a los suyos con su caballo, replicó: «¿Quieres, pues,
mientras llega ese día en que con grandes esfuerzos pondréis en movimiento
vuestros ejércitos, medirte tú personalmente conmigo para que la suerte que
corramos los dos permita ver ya desde ahora cuánto supera un jinete latino a uno 8
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romano?» El orgulloso ánimo del joven se conmueve por la ira, o por la
vergüenza a rehusar el combate, o por la fuerza inexorable del destino.
Olvidándose, pues, de la autoridad paterna y de la orden expresa de los cónsules,
se lanza de cabeza a aquel combate en el que poco iba a importar que resultase
vencedor o vencido. Retirados los demás jinetes como para un espectáculo, 9
espolean sus caballos uno contra el otro en el espacio de campo que quedaba
libre; se lanzaron al choque con las picas en ristre, y la de Manlio rozó el casco
de su enemigo, la de Meció el cuello del caballo. Después de hacer a 10
continuación volver grupas a los caballos, Manlio se irguió el primero para
repetir el golpe e hincó la pica entre las orejas del caballo; al sentirse herido, el
caballo se encabritó de manos, sacudió la cabeza con gran fuerza y despidió al 11
jinete. Cuando éste se incorporaba de la grave caída apoyándose en la pica y el
escudo, Manlio lo clavó al suelo atravesándole el cuello, de forma que el hierro
le asomó por el costado. Recogidos los despojos, regresó junto a los suyos al 12
campamento entre ovaciones de entusiasmo de su escuadrón y, luego, se dirigió
a la tienda de general de su padre, ignorante de su destino y de lo que iba a
ocurrir, de si había merecido alabanza o castigo.
«Para que todos, padre, dijo, me reconozcan de verdad nacido de tu sangre, 13
yo te traigo estos despojos ecuestres quitados a un enemigo al que di muerte
después de ser desafiado.» Al oír estas palabras el cónsul inmediatamente dio la 14
espalda a su hijo e hizo tocar la trompeta para convocar la asamblea de soldados.
Cuando éstos se reunieron en buen número, dijo: «Puesto que tú, Tito Manlio, 15
sin respetar la autoridad consular ni la majestad paterna, contraviniendo nuestra
orden expresa, luchaste fuera de las filas contra un enemigo y quebrantaste, en
cuanto de ti dependió, la disciplina militar, sostén, hasta la fecha, del Estado 16
romano, y me has puesto en el brete de tener que olvidarme del Estado o de mí y 17
de los míos, sufriremos nosotros el castigo de nuestro delito en vez de que tenga
que sufrir tan graves daños el Estado para pagar nuestras culpas; seremos un
ejemplo triste pero saludable para la juventud en el futuro. A mí de verdad me 18
conmueve, por un lado, el cariño innato hacia los hijos y, por otro, esa prueba de
valor que has dado seducido por una vana apariencia de gloria; pero es necesario 19
o bien sancionar con tu muerte la autoridad de los cónsules, o bien aboliría para
siempre dejándote impune, y no creo que tú, la verdad, si hay en ti algo de mi
sangre, te niegues a restablecer con tu castigo la disciplina militar degradada por
tu culpa. Anda, lictor[21], átalo al poste.» Quedaron todos sin aliento ante una 20
orden tan cruel, y como si cada uno de ellos viera el hacha levantada sobre sí, se
quedaron quietos más por miedo que por disciplina. Por eso se mantuvieron 21
silenciosos e inmóviles como si el estupor hubiese anegado sus ánimos, y de
repente, cuando al cortar la cabeza saltó la sangre, se alzaron gritos dando a las
quejas tan libre curso que no se ahorraron lamentos ni imprecaciones, y el
cuerpo del joven, cubierto con los despojos, fue quemado sobre una pira 22
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funeraria levantada fuera del vallado, con toda la aplicada atención que los
soldados pueden poner en la celebración de un funeral, y las órdenes manlianas
no sólo fueron horrendas entonces, sino que además constituyeron un duro
ejemplo para el futuro.
No obstante, la atrocidad del castigo volvió a la tropa más obediente a su 8
general, y no sólo se puso más atento cuidado por todas partes en las vigilancias
y centinelas y el orden de los puestos de guardia; también en el último combate,
cuando se salió al campo de batalla, resultó útil aquella severidad. Fue, sin
embargo, una lucha de lo más parecido a una guerra civil, tal era la semejanza de 2
los latinos a los romanos en todo, excepto en el coraje.
Los romanos primero utilizaban escudos pequeños; después, cuando se 3
convirtieron en estipendiarios, construyeron escudos grandes en lugar de los
pequeños, y lo que antes eran falanges del tipo de las macedónicas, comenzó
después a ser un frente estructurado en manípulos; por último, los soldados se 4
distribuían en más cuerpos. La primera línea la constituían los hastati, quince 5
manípulos separados entre sí por un breve espacio; un manípulo tenía veinte
soldados pertrechados con armas ligeras y otro grupo que portaban escudo; se
consideraban pertrechados con armas ligeras los que sólo llevaban lanza y
venablo. Esta primera línea de la formación del ejército la integraba la flor de la 6
juventud que comenzaba a formarse en la milicia. A éstos los seguían otros
tantos manípulos de hombres de mayor edad, que recibían el nombre de
principes, todos con escudo, y con armas especialmente escogidas. A este 7
cuerpo de treinta manípulos le daban el nombre de antepilani porque en
formación se colocaban luego otros quince cuerpos, cada uno de los cuales tenía
tres filas y a las primeras las llamaban pilum. Uno de estos cuerpos constaba de 8
tres banderas; una bandera tenía sesenta soldados, dos centuriones y un
abanderado; eran ciento ochenta y seis hombres. La primera bandera iba al
frente de los triarios, soldados veteranos de probado valor; la segunda, de los
rorarios, con menor peso de edad y de acciones llevadas a cabo; la tercera, de los
accensos, el cuerpo que inspiraba menos confianza, por lo cual eran relegados al
último lugar de la formación. Después que el ejército se había organizado de 9
esta forma, los hastati comenzaban el combate los primeros. Si éstos no eran
capaces de desorganizar al enemigo, retrocedían paso a paso y los recibían los
principes en los espacios libres de sus filas. Entonces la lucha correspondía a los 10
principes; los hastati iban detrás; los triarios mantenían su posición bajo las
enseñas, la pierna izquierda extendida, sosteniendo el escudo sobre el hombro,
las lanzas con la punta hacia arriba apoyadas en tierra, ofreciendo el aspecto de
un ejército erizado de puntas rodeado de una empalizada. Si tampoco los 11
principes obtenían en su lucha unos resultados suficientemente satisfactorios,
iban retrocediendo poco a poco desde la primera fila hasta los triarios; de ahí
que se haya hecho proverbial la expresión: «la cosa llegó hasta los triarios»,
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cuando se está en dificultades. Los triarios se incorporaban y, después de recibir 12
a principes y hastati por los espacios libres de sus filas, inmediatamente,
cerradas éstas, cortaban, por así decir, los pasos y en una sola formación
compacta, sin dejar ya tras de sí ninguna esperanza caían sobre el contrario; esto 13
era de lo más temible para el enemigo, porque, al perseguir a quienes parecían
vencidos, veía de repente surgir una nueva línea, con mayores efectivos. Solían 14
alistarse cuatro legiones de cinco mil soldados de a pie y trescientos de a caballo
cada una[22].
Se añadía otro tanto procedente de las levas de los latinos, que en esta
ocasión eran enemigos de los romanos y habían formado su ejército con el 15
mismo sistema y sabían que tenían que enfrentarse no sólo bandera con bandera,
conjunto de hastati con hastati, principes con principes, sino incluso centurión
con centurión, si no se desorganizaban las filas. Había, entre los triarios de uno y
otro ejército, dos primipilos[23]: el romano, de cuerpo no lo bastante fuerte pero, 16
por lo demás, hombre aguerrido y curtido en lides; el latino, de fuerza
descomunal y guerrero de primera; se conocían muy bien entre sí, porque 17
siempre habían tenido un mando parejo. Al romano, que no confiaba demasiado 18
en sus fuerzas, ya en Roma los cónsules lo habían autorizado para que eligiese a
quien quisiera como subcenturión para que lo defendiese del enemigo singular
que le viniera destinado, y este joven, que se le brindó en el campo de batalla,
logró la victoria sobre el centurión latino.
Se combatió no lejos de la falda del monte Vesubio, en la ruta que llevaba al 19
Véseris.
Los cónsules romanos antes de salir al frente de batalla 9
«Deuotio» de
Publio Decio.
ofrecieron un sacrificio. Dicen que el arúspice le mostró a Decio
Victoria romana la cabeza del hígado mutilada en la parte que le afectaba, pero
sobre los latinos que por lo demás la víctima era aceptable a los dioses, que
Manlio había obtenido muy buenos presagios. «Pues entonces
bien va la cosa, dijo Decio, si se han obtenido buenos presagios por parte de mi
colega.» Ordenada la formación tal como se ha dicho anteriormente, salieron al 2
campo de batalla; Manlio mandaba el ala derecha, Decio la izquierda. Al
principio, por una y otra parte se desarrollaba la acción con fuerzas parejas, con 3
coraje idéntico; después, los hastati romanos del ala izquierda, que no
aguantaban la presión de los latinos, se replegaron hacia los principes. En medio
de este desconcierto, el cónsul Decio grita con voz potente llamando a Marco 4
Valerio: «Hace falta la ayuda de los dioses, Marco Valerio, dice; vamos,
pontífice público del pueblo romano, vete dictándome las palabras con las que 5
ofrecerme en sacrificio en favor de las legiones.» El pontífice le mandó que
cogiera la toga pretexta y que, velándose la cabeza y sacando la mano de la toga
para tocarse el mentón, erguido sobre un dardo colocado bajo sus pies, dijera lo 6
siguiente: «Jano, Júpiter, padre Marte, Quirino, Belona, Lares, dioses
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Novénsiles, dioses Indígetes, dioses que tenéis poder sobre nosotros y sobre los
enemigos, y vosotros, dioses Manes, os ruego y suplico, os pido perdón, os pido 7
que propiciéis al pueblo romano de los Quirites fuerza y victoria, y que a los
enemigos del pueblo romano de los Quirites les provoquéis terror, pánico y
muerte. Tal como he proclamado con mis palabras, así, por la república del 8
pueblo romano de los Quirites, por el ejército, las legiones y las tropas auxiliares
del pueblo romano de los Quirites, ofrezco en sacrificio juntamente conmigo las
legiones y tropas auxiliares de los enemigos a los dioses Manes y a la Tierra.»
Hecha esta súplica, ordena a los lictores que se dirijan a Tito Manlio y le 9
comuniquen enseguida a su colega que él se ha ofrecido en sacrificio por el
ejército. Él, ceñido el cinturón al estilo gabino[24], saltó armado sobre su caballo 10
y se lanzó en medio del enemigo a la vista de ambos ejércitos con un aspecto
bastante más augusto que el humano, como si hubiese sido enviado del cielo
para expiar toda la cólera de los dioses a fin de llevar contra los enemigos la 11
ruina desviada de los suyos. Así, todo el pánico y el terror que portaba consigo
sembró el desconcierto, primero, en la vanguardia de los latinos y, después, se
difundió hasta la médula de todo el ejército. Esto resultó muy evidente porque 12
por dondequiera que lo llevaba el caballo, allí los enemigos eran presa de
espanto igual que si hubiesen sido alcanzados por algún funesto golpe del cielo;
y cuando se derrumbó, acribillado de dardos, desde ese momento las cohortes[25]
de los latinos, ya claramente abatidas, se dieron a la fuga y dejaron desierto un
amplio espacio. Al mismo tiempo los romanos, liberados sus ánimos de temores 13
religiosos, resurgiendo como si en ese momento se hubiera dado por primera vez
la señal de combate, reemprendieron la lucha, pues los rorarios se lanzaron a la 14
carrera entre los antepilanos añadiendo fuerzas a los hastati y principes, y los
triarios, rodilla derecha en tierra, esperaban la señal del cónsul para ponerse en
pie.
Continuando luego la batalla, como en otras partes los latinos eran 10
superiores en número, el cónsul Manlio, informado de la suerte de su colega,
después de rendir homenaje, con las lágrimas y elogios debidos como era justo y
legítimo a una muerte tan memorable, durante unos instantes estuvo en duda 2
sobre si ya sería el momento de que los triarios se incorporasen; pero después,
pensando que era mejor reservarlos en plenitud de fuerzas para el momento
decisivo, ordena que los accensos avancen desde la última línea hasta delante de
las enseñas. Cuando éstos se adelantaron, inmediatamente los latinos pusieron 3
en movimiento a sus triarios como si sus contrincantes hubiesen hecho lo
mismo; éstos, durante algún tiempo, en una lucha encarnizada, se agotaron y
rompieron o embotaron sus lanzas, pero, sin embargo, hicieron retroceder al
enemigo, y pensaron que ya el combate había tocado a su fin y se había llegado
hasta la última línea, cuando el cónsul dijo a los triarios: «Levantaos ahora en 4
plenitud de fuerzas frente a unos enemigos extenuados, tened presente a la patria
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y a vuestros padres, mujeres e hijos; tened presente al cónsul que fue al
encuentro de la muerte en pro de vuestra victoria.» Cuando se levantaron los 5
triarios en plenitud de fuerzas con sus armas relucientes, como un nuevo ejército
surgido de improviso, y dieron cabida a los antepilanos en los espacios libres 6
entre sus filas, lanzando el grito de guerra siembran el desconcierto entre las
primeras filas de los latinos, y clavándoles las lanzas en el rostro hacen trizas a
lo más fornido de los combatientes y se lanzan prácticamente ilesos por entre los
otros manípulos como si éstos no tuviesen armas, destrozando sus formaciones
en cuña, causando estragos tales que apenas si dejaron la cuarta parte de los 7
enemigos. También los samnitas, formados en la lejanía en las estribaciones del
monte, infundieron terror a los latinos.
Ahora bien, en opinión de todos los ciudadanos y de los aliados, el mérito
principal de aquella guerra correspondió a los cónsules, uno de los cuales atrajo
sobre sí solo todos los peligros con que amenazaban los dioses de las alturas y 8
de las profundidades, el otro mostró en el combate tal valor y tal inteligencia que
los romanos y latinos que transmitieron a la posteridad el recuerdo de aquella
batalla coinciden sin dificultad en que la victoria hubiera correspondido, sin
lugar a dudas, a cualquiera de las dos partes que fuese mandada por Tito Manlio. 9
Los latinos en su huida se dirigieron a Minturnas[26]. Después de la batalla fue
tomado el campamento y en él fueron capturados con vida muchos hombres,
sobre todo campanos. La noche sorprendió a los que buscaban el cuerpo de 10
Decio, impidiendo que fuera encontrado aquel día; fue hallado al día siguiente
entre una gran cantidad de cadáveres enemigos, acribillado de dardos; presidido
por su colega, se le hizo un funeral digno de su muerte.
Parece procedente añadir que, cuando un cónsul o dictador o pretor ofrece en 11
sacrificio las legiones del enemigo, puede ofrecer no precisamente su propia
persona, sino el ciudadano que quiera de entre los alistados en una legión
romana; si este hombre que ha sido ofrecido muere, se considera que la cosa ha 12
ido bien; si no muere, en ese caso se entierra en el suelo una estatua de siete pies
o más de altura y se sacrifica una víctima expiatoria; por encima de donde haya
sido enterrada dicha estatua no le es lícito pasar a un magistrado romano. En
cambio, si quiere ofrecerse a sí mismo, como se ofreció Decio, y no muere, no 13
podrá celebrar, sin contaminarse, ningún acto religioso privado ni público, tanto
si es con víctima como de cualquier otro modo. El que se haya ofrecido a sí
mismo tiene derecho a ofrecer sus armas a Vulcano o a cualquier otra divinidad
si lo prefiere. El derecho sagrado no permite que el enemigo se apodere del 14
venablo sobre el que se puso de pie el cónsul al pronunciar las plabras de la
ofrenda; si se apodera de él, se ofrece a Marte como sacrificio expiatorio un
suovetauril[27].
Aunque se ha borrado por completo el recuerdo de las 11
Nuevas victorias
sobre los latinos.
costumbres divinas y humanas por haber preferido lo nuevo y
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Enfrentamiento foráneo a lo antiguo y patrio, me ha parecido que no estaba fuera
entre los de lugar referir estos ritos incluso con las mismas palabras con
cónsules.
que se enunciaron y se transmitieron.
Dictadura
Encuentro escrito en algunos historiadores que los samnitas, 2
proclive a la
plebe después de esperar el resultado de la lucha, acudieron por fin en
ayuda de los romanos tras la batalla. También a los latinos se les 3
comenzó a enviar por fin ayuda, cuando ya habían sido vencidos, desde
Lavinio[28], donde se perdió el tiempo en deliberaciones, y cuando ya las 4
primeras enseñas y una parte del ejército habían salido por las puertas de la
ciudad, llegó la noticia de la derrota de los latinos; cuando, después de invertir el
sentido de la marcha, regresaban de vuelta a la ciudad, cuentan que su pretor,
llamado Milionio, dijo que por aquel corto recorrido había que darles a los
romanos una cumplida recompensa. Los latinos que habían sobrevivido a la 5
batalla, desperdigados por mil caminos, se reunieron en un solo grupo y
encontraron acogida en la ciudad de Vescia. Allí, en las asambleas, Numisio, su 6
general, aseguraba que en realidad la suerte común de la guerra había abatido a
ambos ejércitos con un desastre similar; que de la victoria los romanos no tenían
nada más que el nombre; que la suerte que en lo demás también ellos corrían era
la de los vencidos: las dos tiendas de los cónsules estaban mancilladas, una con 7
el parricidio del hijo y la otra con la muerte del cónsul que se había ofrecido en
sacrificio; todo su ejército estaba destrozado, hechos trizas sus soldados de
primera y de segunda línea; se les había causado estragos delante y detrás de las
enseñas, y los triarios habían recompuesto la situación en última instancia; y
que, si bien las tropas de los latinos habían sido igualmente destrozadas, sin 8
embargo el Lacio o los volscos estaban más cerca que Roma para enviar
refuerzos. Por consiguiente, si les parecía bien, él, una vez efectuado a toda prisa 9
un llamamiento entre la juventud de los pueblos latinos y volscos, volvería a
Capua con un ejército en son de guerra y llegando de improviso abatiría a los
romanos, que lo último que se esperaban era una batalla. Enviadas por el 10
contorno del Lacio y de la nación volsca cartas con mentiras, porque los que no
habían intervenido en la lucha eran más propensos a creer ciegamente, se reunió
un ejército de aluvión de todas las procedencias alistado deprisa y corriendo.
A este ejército le salió al paso el cónsul Torcuato junto a Trifano, localidad 11
situada entre Sinuesa[29] y Minturnas. Antes de tomar un lugar para el
campamento, se amontonaron por ambas partes los bagajes, se combatió y se dio
fin a la guerra. Quedó, en efecto, tan malparada su situación que, cuando el 12
cónsul llevaba su ejército victorioso a saquearles el territorio, se le rindieron
todos los latinos, y tras esta rendición vino la de los campanos. El Lacio y Capua
fueron sancionados con la confiscación ón de parte de su territorio. El territorio 13
latino, al que se añadió el de Priverno y el de Falerno, que había pertenecido al
pueblo campano, hasta el río Volturno, fue repartido entre la plebe romana. Se le 14
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asignaron a cada uno dos yugadas de territorio latino completándolas con tres
cuartos de yugada del territorio privernate, o tres yugadas en Falerno, añadiendo
un cuarto de yugada en razón de la distancia. Quedaron exentos de sanción de 15
entre los latinos los laurentes[30], y de los campanos la caballería, porque no se
habían rebelado. Se dispuso que se renovase el tratado con los laurentes y desde
entonces se viene renovando todos los años diez días después de las Fiestas
Latinas [31]. A los miembros de la caballería campana se les concedió la 16
ciudadanía romana, y para que sirviese de recordatorio fijaron una inscripción de
bronce en el templo de Cástor en Roma. Además, se le mandó al pueblo
campano pagarles todos los años un tributo individual —y eran mil seiscientos
— de cuatrocientos cincuenta denarios por cabeza[32].
Llevada así a término la guerra y distribuidos los premios y los castigos 12
según los merecimientos de cada cual, Tito Manlio regresó a Roma. Está
comprobado que cuando volvía sólo salieron a su encuentro los de más edad, y
que la juventud no sólo entonces sino todo el resto de su vida le volvió la
espalda y lo maldijo.
Los anciates hicieron incursiones en territorio de Ostia, Árdea y Solonio[33]. 2
El cónsul Manlio, como por razones de salud no podía atender personalmente
aquella guerra, nombró dictador a Lucio Papirio Craso, que casualmente
entonces era pretor; éste nombró jefe de la caballería a Lucio Papirio Cúrsor.
Ninguna acción memorable llevó a cabo el dictador frente a los anciates, a pesar 3
de haber permanecido acampado en su territorio durante varios meses.
Tras un año señalado por la victoria sobre tantos y tan poderosos pueblos, y 4
además, por la noble muerte de uno de los cónsules y por la orden, tan dura
como famosa y memorable, del otro, vino el consulado de Tito Emilio
Mamercino y Quinto Publilio Filón[34], que no se dedicaron al mismo tipo de 5
empresas y, por otra parte, en la gestión pública se preocuparon más de sus
intereses o de los partidos que de la patria. A los latinos, que por despecho se
levantaron en armas por la pérdida de territorio, los derrotaron en las llanuras
fenectanas[35] y les quitaron los campamentos. Publilio, que había dirigido y
auspiciado la operación, aceptó allí el sometimiento de los pueblos latinos, cuya 6
juventud había sido masacrada, mientras que Emilio dirigió el ejército a
Pedo[36]. A los pedanos los defendían los pueblos tiburtino, prenestino y 7
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no al triunfo si Pedo no era tomada o se rendía; de ahí que Emilio, distanciado
del senado, ejerciera desde entonces un consulado muy parecido al de los 11
tribunados sediciosos. En efecto, mientras fue cónsul no cejó de acusar a los
senadores ante el pueblo, sin que su colega se le opusiera lo más mínimo, porque
también él era plebeyo; la base de sus acusaciones la constituía el injusto reparto 12
entre la plebe del territorio latino y falerno, y cuando el senado, deseoso de
poner fin al mandato de los cónsules, dispuso que se nombrase un dictador para
hacer frente a los latinos que se habían sublevado, Emilio, que llevaba los 13
fasces, nombró dictador a su colega; éste nombró jefe de la caballería a Junio
Bruto. Fue una dictadura popular tanto por los discursos incriminatorios contra 14
los senadores como por la presentación de tres proposiciones de ley muy
favorables a la plebe y contrarias a la nobleza: una, que los decretos de la plebe 15
vinculasen a todos los Quirites; otra, que los senadores aprobasen las leyes que
se presentasen a los comicios centuriados antes de dar comienzo la votación; la 16
tercera, que al menos uno de los censores fuese de procedencia plebeya,
habiéndose llegado al extremo de poder elegir a los dos plebeyos[39]. Los 17
senadores estaban convencidos de que aquel año los daños causados en el
interior por los cónsules y el dictador fueron mayores que el incremento del
dominio en el exterior por sus victorias y empresas bélicas.
Al año siguiente[40], durante el consulado de Lucio Furio 13
Sometimiento del
Lacio. Medidas Camilo y Gayo Menio, para que quedase más de relieve la
con los pueblos reprobación por lo que Emilio, cónsul del año anterior, había
latinos vencidos dejado sin hacer, el senado declara de forma ruidosa que Pedo
debe ser atacada con armas, hombres y todos los medios de
fuerza y debe ser destruida, y los nuevos cónsules, forzados a dar prioridad a
esta cuestión sobre todas las demás, se ponen en marcha. Para los latinos las
cosas habían llegado ya a una situación tal que no podían soportar ni la guerra ni 2
la paz; para la guerra les faltaban medios, la paz la desdeñaban por el disgusto
ante la confiscación de su territorio. Parecía que era preciso atenerse a un
término medio, consistente en mantenerse dentro de las plazas fortificadas para 3
evitar que los romanos tuviesen un pretexto para la guerra si eran provocados, y
si se tenía noticia del asedio de alguna plaza, acudir todos los pueblos desde
todas partes en ayuda de los sitiados. Sin embargo, sólo pueblos muy contados 4
ayudaron a los pedanos. Los tiburtinos y prenestinos, cuyo territorio estaba más
próximo, llegaron hasta Pedo; los aricinos[41], lanuvinos y veliternos, cuando se 5
unían a los volscos anciates, fueron atacados por Menio de improviso junto al 6
río Ástura[42] y derrotados. Camilo tiene junto a Pedo con los tiburtinos, ejército
potentísimo, un enfrentamiento armado de mayores proporciones pero con un 7
resultado igualmente satisfactorio. Durante la batalla creó confusión sobre todo
una salida brusca de los habitantes de la plaza; Camilo, vuelta hacia ellos una
parte del ejército, no sólo los rechazó al interior de las murallas, sino que el
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mismo día tomó la plaza con escalas después de batirlos a ellos y a las tropas
venidas en su auxilio. A continuación se decidió, después del asalto de una sola 8
ciudad, llevar al ejército victorioso con mayor ahínco y coraje a someter el
contorno del Lacio; y no descansaron hasta sojuzgarlo en su totalidad o bien
tomando al asalto o bien aceptando la capitulación de cada una de las ciudades. 9
Una vez dispuestas luego guarniciones en las plazas que se habían rendido,
marcharon a Roma a celebrar el triunfo que les estaba destinado por el sentir
unánime. Al triunfo se añadió el honor de dedicarles en el foro estatuas
ecuestres, cosa poco frecuente en aquella época.
Antes de que los cónsules presentasen propuestas en los comicios para el año 10
siguiente, Camilo presentó ante el senado un informe acerca de los pueblos
latinos y habló en estos términos: «Senadores, lo que había que hacer en el Lacio 11
con la guerra armada ya ha sido llevado a cabo gracias a la benevolencia de los
dioses y al valor de los soldados. Han sido destruidos en Pedo y el Ástura los 12
ejércitos del enemigo; las plazas latinas en su totalidad, y entre las volscas
Ancio, o bien fueron tomadas por la fuerza o bien se les aceptó la rendición y
están ocupadas por vuestras guarniciones. Lo que queda por debatir es de qué 13
manera los vamos a tener tranquilos con una paz duradera, ya que una y otra vez
se levantan en armas y nos crean problemas. Los dioses inmortales os han hecho
tan dueños de estas deliberaciones que han dejado en vuestras manos el que 14
sobreviva o no el Lacio; podéis, por consiguiente, aseguraros la paz para
siempre, por lo que a los latinos se refiere, con medidas duras o con indulgencia.
¿Que queréis ensañaros con quienes se rindieron o fueron vencidos? Se puede 15
arrasar todo el Lacio, convertir en un vasto desierto esa tierra de la que en
repetidas ocasiones habéis sacado un excelente ejército aliado durante muchas e
importantes guerras. ¿Que queréis, a ejemplo de vuestros mayores, incrementar 16
el poderío de Roma dando la ciudadanía a los vencidos? La ocasión de crecer de
la forma más gloriosa está al alcance de la mano. Sin duda es con mucho el más
sólido aquel imperio cuyos súbditos están a gusto. Pero cualquiera que sea la
decisión que se tome, es preciso darse prisa, tantos son los pueblos que tenéis en 17
vilo entre el miedo y la esperanza; conviene además que cuanto antes os liberéis
de vuestra preocupación por ellos y que, mientras están en suspenso por la
expectación, los prevengáis con el castigo o el favor. A nosotros nos tocó hacer 18
que tuvieseis la posibilidad de deliberar sobre todos estos extremos, a vosotros
os toca determinar lo que sea mejor para vosotros y para el Estado.»
Los senadores principales elogiaron la exposición del cónsul sobre la 14
situación global, pero puesto que la causa de unos pueblos era distinta de la de
otros, decían que se podía resolver el debate si se deliberaba acerca de cada
pueblo por separado, con el fin de tomar medidas según los merecimientos de
cada cual. Se informó, pues, y se adoptaron acuerdos acerca de cada uno 2
individualmente. A los lanuvinos se les concedió la ciudadanía y se les restituyó
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su culto, con la condición de que el templo y el bosque sagrado de Juno Sóspita
fuesen compartidos por los municipios lanuvinos y el pueblo romano. Los 3
aricinos y nomentanos y los pedanos tuvieron acceso a la ciudadanía con los 4
mismos derechos que los lanuvinos[43]. Los tusculanos conservaron la
ciudadanía que tenían y el delito de rebelión no les fue imputado a todos ellos,
sino a unos pocos responsables. Se tomaron medidas drásticas con los 5
veliternos, ciudadanos romanos de antiguo, por haberse sublevado en tantas
ocasiones: fueron derruidas sus murallas, su senado fue sacado de allí y recibió
orden de habitar al lado de allá del Tíber, de forma que la sanción contra aquel 6
de sus miembros que fuese sorprendido a este lado del Tíber podía llegar hasta
los mil ases, y quien lo apresara no lo dejaría libre hasta que hubiese abonado el 7
dinero. Se enviaron colonos a las tierras de los senadores, y con su adscripción
Vélitras recobró su antiguo aspecto de ciudad populosa. También se envió a 8
Ancio una nueva colonia con la condición de que se les permitiese a los anciates
inscribirse como colonos si querían. Se le retiraron las naves de combate y se le
vetó el acceso al mar al pueblo anciate; se le concedió la ciudadanía. A los 9
prenestinos y tiburtinos se les confiscó parte de su territorio no tanto por su
reciente delito de rebelión, común a otros latinos, como porque en cierta
ocasión, cansados del dominio romano, habían unido sus armas a las de los
galos, gentes sin civilizar[44]. Al resto de los pueblos latinos se les suprimió el 10
derecho a contraer matrimonio, el ejercicio del comercio y las reuniones entre
ellos. A los campanos, en honor a su caballería que no había querido sublevarse
juntamente con los latinos, y a los fúndanos y formianos[45] por haber sido
siempre seguro y tranquilo el paso por su territorio, se les concedió la ciudadanía
sin sufragio. Se acordó que cumanos y suesulanos gozasen de los mismos 11
derechos y condiciones que Capua. Las naves de los anciates en parte fueron 12
llevadas a los astilleros romanos y en parte fueron quemadas, y con sus
espolones se acordó adornar una tribuna levantada en el foro; el área afectada
recibió el nombre de Rostros.
Durante el consulado de Gayo Sulpicio Longo y Publio Elio 15
Guerras
menores. Peto[46], cuando todo estaba en paz y calma no tanto por el
Proceso a una poderío de Roma como por el favor que se había granjeado con
vestal su buena actuación, estalló una guerra entre sidicinos y
auruncos. Los auruncos, que se habían rendido al cónsul Tito
Manlio, no se habían movido en absoluto desde entonces, por eso tuvieron un 2
motivo más justo para pedir ayuda a los romanos. Pero antes de que los cónsules
sacaran de Roma al ejército, pues el senado había dispuesto que se defendiese a 3
los auruncos, llegan noticias de que éstos por miedo habían abandonado la
ciudad y, prófugos con sus mujeres e hijos, habían fortificado Suessa[47], que 4
ahora se llama Aurunca, y sus antiguas murallas y su ciudad habían sido 5
destruidas por los sidicinos. Irritado por este motivo el senado con los cónsules
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porque su demora había entregado a unos aliados, dispuso que se nombrase un
dictador. Designado Gayo Claudio Inregilense, nombró jefe de la caballería a 6
Gayo Claudio Hortator. Surgió luego un escrúpulo religioso con relación al
nombramiento de dictador, y como los augures dijeron que parecía que se había
producido una irregularidad en su nombramiento, el dictador y el jefe de la
caballería renunciaron al cargo.
Aquel año la vestal Minucia empezó por levantar sospechas al cuidar su 7
atuendo más de lo normal, después fue acusada ante los pontífices por el mismo
esclavo que la había denunciado. Éstos le ordenaron por medio de un decreto 8
que no participase en las funciones religiosas y que conservase en su poder a sus
esclavos[48]. Se celebró el juicio y fue enterrada viva junto a la puerta Colina a la
derecha de la vía pavimentada, en el campo del Crimen; creo que aquel lugar
recibió este nombre por el atentado contra la pureza.
Aquel mismo año Quinto Publilio Filón fue elegido pretor, el primero de 9
procedencia plebeya, a pesar de la oposición del cónsul Sulpicio, que afirmaba
que no tendría en cuenta su candidatura, mientras que el senado, por tratarse de
la pretura, se resistía menos al no aplicarse esta norma a los cargos más altos.
El año siguiente[49], bajo el consulado de Lucio Papirio Craso y Cesón 16
Dvilio, se hizo notar más por la novedad que por la magnitud de una guerra
contra los ausones[50]. Habitaba este pueblo la ciudad de Cales[51]; había unido 2
sus armas a los sidicinos, sus vecinos, y en una sola batalla, [3]ciertamente nada
memorable, el ejército de los dos pueblos, derrotado, debido a la proximidad de
sus ciudades estuvo más propenso a huir y más seguro en la huida. No obstante,
los senadores no dejaron de preocuparse por esta guerra, porque los sidicinos,
tantas veces ya, o bien habían desencadenado ellos mismos la guerra, o habían
apoyado a quienes la iniciaban, o habían sido causa de conflictos armados. Por
lo tanto, se empeñaron por todos los medios en que Marco Valerio Corvo, el 4
general más grande de aquel tiempo, fuera elegido cónsul por cuarta vez. Marco
Atilio Régulo se sumó a Corvo como colega[52], y para evitar la eventualidad de 5
un error del azar, se les pidió a los cónsules que sin echarlo a suertes se hiciese
cargo Corvo de aquella guerra. Una vez que los cónsules anteriores le entregaron 6
el ejército victorioso, marchó a Cales, donde se había originado la guerra;
después de derrotar al primer grito de guerra y con la primera carga a unos
enemigos aterrados aún por el recuerdo de la batalla anterior, se dispuso a atacar
las murallas mismas. Y el ardor de los soldados era realmente tal, que ya de 7
inmediato querían acercarse a los muros con escalas pretendiendo que los iban a 8
escalar. Corvo, como esta acción era difícil de realizar, quiso llevar adelante su
propósito con el trabajo más que con el riesgo de sus soldados. Hizo, pues,
construir trincheras y manteletes y acercó torres a la muralla, pero se le presentó
una oportunidad que le ahorró tener que utilizarlas. En efecto, Marco Fabio, un 9
prisionero romano, rompió sus cadenas cuando sus guardianes estaban
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descuidados en un día festivo y, suspendido de una cuerda atada a una almena de
la muralla, se descolgó por el muro en donde los romanos realizaban los trabajos
de asedio, y convenció al general para que atacase a los enemigos aturdidos por 10
el vino y los banquetes. Los ausones fueron apresados juntamente con su ciudad
sin un esfuerzo mayor que cuando habían sido derrotados en batalla campal. Se
capturó un botín muy cuantioso y, después de poner en Cales una guarnición,
retornaron a Roma las legiones. Un decreto del senado le concedió el triunfo[53] 11
al cónsul, y para que Atilio no quedase sin gloria se dio orden a ambos cónsules
de que llevasen el ejército a enfrentarse a los sidicinos. Antes, por decreto del 12
senado, nombraron dictador a Lucio Emilio Mamercino para que presidiese los
comicios; éste nombró jefe de la caballería a Quinto Publilio Filón. En los
comicios, presididos por el dictador, fueron elegidos cónsules Tito Veturio y
Espurio Postumio[54]. Éstos, aunque estaba pendiente en parte la guerra con los 13
sidicinos, sin embargo, para adelantarse a los deseos de la plebe con un
beneficio, presentaron la propuesta de llevar una colonia a Cales. Un decreto del 14
senado dispuso que se inscribiesen dos mil quinientas personas con ese fin, y
nombraron triúnviros para conducir la colonia y repartir las tierras a Cesón
Dvilio, Tito Quincio y Marco Fabio.
A continuación, los nuevos cónsules, una vez recibido de los 17
Alejandro de
Epiro. Censo.
anteriores el ejército, penetraron en territorio enemigo y llegaron
Matronas saqueando hasta las murallas de la ciudad. Entonces, como
procesadas por parecía que los sidicinos, que habían reunido un enorme ejército, 2
envenenamiento iban a pelear también ellos con denuedo por ser su última
esperanza y, además, corría el rumor de que el Samnio estaba siendo empujado a
la guerra, los cónsules por mandato del senado nombraron dictador a Publio 3
Cornelio Rufino; jefe de la caballería fue nombrado Marco Antonio. Surgió 4
luego un escrúpulo religioso sobre un defecto de forma en su nombramiento y
renunciaron al cargo; y como a continuación sobrevino una epidemia, la
situación derivó a un interregno, como si todos los auspicios se hubieran
contaminado por aquella irregularidad.
Marco Valerio Corvo, quinto interrey desde que se había iniciado el 5
interregno, proclamó cónsules a Aulo Cornelio por segunda vez y a Gneo
Domicio[55]. Cuando la situación estaba en calma, el rumor de una guerra por 6
parte de los galos surtió el efecto de una amenaza de guerra inminente hasta el
punto de acordarse el nombramiento de un dictador; fue nombrado Marco
Papirio Craso, y, jefe de la caballería, Publio Valerio Publicóla. Mientras éstos 7
realizaban un reclutamiento más intenso que durante las guerras con los vecinos,
los observadores que habían sido enviados informaron de que por parte de los
galos la tranquilidad era total. Había sospechas de que también el Samnio, por 8
segundo año consecutivo ya, se estaba viendo sacudido por proyectos
revolucionarios; por eso no se sacó al ejército romano del territorio sidicino. 9
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Pero la guerra de Alejandro de Epiro arrastró a los samnitas hacia los lucanos;
estos dos pueblos, reunido el ejército, combatieron contra el rey que realizaba el
desembarco por Pesto[56]. Alejandro, que fue superior en aquella batalla, hizo la 10
paz con los romanos[57]: no se sabe hasta qué punto hubiera sido fiel a ella si las
cosas le hubieran ido igual de bien en adelante.
Aquel mismo año se realizó el censo y fueron censados los nuevos 11
ciudadanos. Por tales se añadieron las tribus Mecia y Escapcia; las añadieron los
censores Quinto Publilio Filón y Espurio Postumio. Los acerranos[58] pasaron a 12
ser romanos por una ley presentada por el pretor Lucio Papirio, por la cual se les
concedió la ciudadanía sin sufragio. Éstos fueron los hechos ocurridos aquel año
en el orden civil y militar.
El año siguiente[59] fue horrible, bien por las inclemencias atmosféricas o 18
bien por la maldad humana, mientras eran cónsules Marco Claudio Marcelo y
Gayo Valerio. En los Anales encuentro escrito el sobrenombre de este cónsul 2
unas veces como Flaco y otras Potito, pero tampoco importa mucho cuál sea la
verdad. Sí desearía que fuese falsa la tradición —y no todos los escritores la
avalan— según la cual murieron por envenenamiento todos aquellos cuya
muerte hizo tristemente famoso al año por una epidemia; no obstante, hay que
exponer la cosa tal como está en la tradición, para no negarle credibilidad a 3
ninguno de los escritores. Cuando los ciudadanos principales se estaban 4
muriendo de una enfermedad similar y todos casi con los mismos síntomas, una
esclava le confesó al edil curul Quinto Fabio Máximo que ella desvelaría la
causa de la calamidad pública si él le daba su palabra de que su delación no le
iba a acarrear inconvenientes. Fabio somete inmediatamente el asunto a la 5
consideración de los cónsules, éstos a la del senado, y con el acuerdo de todo
este estamento se le dan garantías a la denunciante. Entonces quedó al 6
descubierto que la población sufría por la maldad de las mujeres, que las
matronas preparaban aquellos venenos y que, si querían seguirla en el acto,
podían sorprenderlas con todas las evidencias. Siguieron a la denunciante y 7
encontraron a algunas matronas cocinando los medicamentos, y descubrieron
otros escondidos. Conducidas éstas al foro, el viator hizo comparecer a unas 8
veinte matronas en cuyo poder habían sido aprehendidos; como dos de ellas,
Cornelia y Sergia, de familia patricia ambas, pretendían que aquellos
medicamentos eran saludables, la denunciante, rebatiéndolas, les pidió que
bebieran para demostrar que ella había inventado una falsedad. Se tomaron un 9
tiempo para cambiar impresiones; una vez retirado el público, expusieron la cosa
a las demás, y como tampoco éstas rehusaron beber, apuraron el brebaje a la
vista de todo el mundo y todas ellas perecieron en su propia trampa. Apresadas
inmediatamente sus cómplices, denunciaron a un gran número de matronas, de 10
las cuales fueron condenadas alrededor de ciento setenta. Antes de esa fecha no 11
se habían dado en Roma procesos por envenenamiento. Se consideró este hecho
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como extraordinario y pareció más propio de personas que no estaban en sus
cabales que de criminales; por consiguiente, como se encontró en la tradición de 12
los Anales que, en una ocasión, en las secesiones de la plebe, el dictador clavó
un clavo y con este acto de expiación volvió a sus cabales las mentes enajenadas
por la discordia, se acordó nombrar un dictador para clavar el clavo. Designado 13
Gneo Quintilio, nombró jefe de la caballería a Lucio Valerio; éstos, una vez
clavado el clavo[60], renunciaron al cargo.
Fueron elegidos cónsules Lucio Papirio Craso por segunda 19
Victoria bélica
sobre los vez y Lucio Plaucio Venox[61]. A principios de este año vinieron
privernates a Roma como diputados de los volscos los fabraternos[62] y los
lucanos a pedir que se les acogiese bajo protección: si se los 2
defendía de las armas de los samnitas, se mantendrían fieles y obedientes bajo el
dominio del pueblo romano. Entonces el senado envió a unos embajadores y se
les advirtió a los samnitas que se abstuvieran de emplear la violencia contra los 3
territorios de aquellos pueblos; dicha embajada surtió efecto, no tanto porque los
samnitas quisieran la paz como porque no estaban aún preparados para la guerra.
Aquel mismo año se inició la guerra contra los privernates, que tenían a los 4
fúndanos como aliados, e incluso fue un fundano su general, Vitruvio Vaco,
hombre célebre en Roma tanto como en su tierra; hubo una casa suya en el
Palatino, en el lugar llamado «Prados de Vaco» cuando el edificio fue derruido y
el terreno confiscado. Contra éste, que devastaba a lo largo y a lo ancho el 5
territorio de Secia, Norba y Cora[63], salió Lucio Papirio e hizo alto no lejos de
su campamento. Vitruvio no tuvo ni sentido común para mantenerse dentro de la 6
empalizada ante un enemigo más fuerte, ni arrestos para combatir a cierta
distancia del campamento; con todo el ejército desplegado a duras penas fuera 7
de la puerta del campamento, con unos soldados más pendientes de la huida que
del combate y del enemigo, lucha sin ideas y sin audacia. Si bien fue vencido en 8
un instante y de forma clara, también, por lo reducido del espacio y lo fácil de la
retirada a un campamento tan cercano, libró sin mayor dificultad a sus hombres
de una masacre; casi ninguno fue muerto en el propio combate, pocos en el 9
tropel de la huida desesperada cuando corrían hacia el campamento, y al
oscurecer se dirigieron desde allí a Priverno en una marcha atropellada, para
protegerse mejor con murallas que con una empalizada.
Plaucio, el otro cónsul, después de devastar los campos por todas partes y de
llevarse el botín, lleva al ejército desde Priverno al territorio fundano. Cuando se
internaba en él, le salen al encuentro los senadores de los fúndanos; le dicen que 10
no han venido a interceder por Vitruvio ni por los que han seguido su camino,
sino por el pueblo fundano, que estaba libre de responsabilidad por la guerra,
como lo había apreciado el propio Vitruvio cuando en su huida había buscado
refugio en Priverno y no en Fundos, su patria. En Priverno, por tanto, debían ser 11
buscados y perseguidos los enemigos del pueblo romano, que habían
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abandonado a la vez a los fúndanos y a los romanos, olvidándose de una y otra
patria; en Fundos había paz y sentir romanos, y un grato recuerdo por la
ciudadanía que se les había concedido; ellos ruegan al cónsul que mantenga al 12
margen de la guerra a un pueblo inocente; sus tierras, su ciudad, sus propios
cuerpos y los de sus mujeres e hijos están y estarán en poder del pueblo romano. 13
El cónsul, después de elogiar a los fúndanos y comunicar por carta a Roma que
éstos se mantenían fieles, dirigió el rumbo hacia Priverno. Claudio[64] escribe
que antes el cónsul tomó medidas contra los que habían encabezado la sedición, 14
que cerca de trescientos cincuenta conjurados fueron enviados a Roma
maniatados y que el senado no aceptó esta sumisión por considerar que el pueblo
fundano quería salir del paso con el castigo de unos menesterosos de baja
condición.
Como Priverno era asediada por dos ejércitos consulares, uno de los 20
cónsules fue llamado a Roma para los comicios. Aquel año se construyeron 2
carceres en el circo por primera vez.
No se habían liberado aún por completo de la preocupación por la guerra
privernate cuando cundió el rumor temible de una amenaza de guerra por parte
de los galos, rumor casi nunca tomado a la ligera por los senadores. De 3
inmediato, pues, los nuevos cónsules Lucio Emilio Mamercino y Gayo
Plaucio[65], el mismo día en que entraron en funciones, el uno de julio,
recibieron instrucciones de repartirse entre sí los campos de acción; y
Mamercino, al que había correspondido la guerra con los galos, de alistar un
ejército sin admitir ninguna causa de exención; es más, se dice que incluso 4
fueron llamados a filas masivamente los obreros y artesanos sedentarios, gente
nada apropiada para la milicia; el enorme ejército se concentró en Veyos, para
desde allí salir al encuentro de los galos; no se quiso ir más lejos, no fuese a 5
ocurrir que el enemigo pasase sin ser visto si avanzaba hacia Roma por otro
camino. Pocos días después, habiendo comprobado que por el momento había
tranquilidad, se dirigieron hacia Priverno todas las fuerzas en lugar de hacia los
galos.
A partir de aquí hay dos versiones: unos sostienen que la ciudad fue tomada 6
por las armas y que Vitruvio cayó vivo en poder de los romanos; otros, que antes
de que se recurriese a medidas extremas ellos mismos llevando ante sí el
caduceo se sometieron al cónsul, y que Vitruvio fue entregado por los suyos. El
senado, al que se le pidió su parecer acerca de Vitruvio y los privernates, invitó 7
al cónsul Plaucio a venir para desfilar en triunfo después de derruir las murallas
de Priverno y dejar una fuerte guarnición; ordenó que Vitruvio estuviese bajo
custodia en la cárcel hasta que el cónsul regresase, que entonces fuese azotado y
se le diese muerte; su casa, la que estaba en el Palatino, acordaron que fuese 8
destruida y sus bienes consagrados a Semón Sango[66], y con el dinero que se
sacó de éstos se hicieron discos de bronce que fueron depositados en la capilla
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de Sango frente al templo de Quirino. En cuanto al senado privernate, se decretó
que aquel senador que hubiese permanecido en Priverno después de la 9
sublevación contra los romanos, habitase al otro lado del Tíber en las mismas 10
condiciones que los veliternos. Después de estos decretos no se habló de los
privernates hasta el triunfo de Plaucio; después del triunfo el cónsul, estimando
que, una vez muerto Vitruvio y los cómplices de la conjura, se podía hablar de
los privernates sin riesgos ante unos oyentes que se daban por satisfechos con
los castigos infligidos a los culpables, dijo: «Puesto que los responsables de la 11
defección han recibido, tanto de parte de los dioses inmortales como de la
vuestra, el castigo merecido, senadores, ¿qué pensáis que se debe hacer con la
multitud no culpable? Aunque mi papel consiste sin duda en recabar vuestro 12
parecer más que en exponer el mío, sin embargo, viendo que los privernates son
vecinos de los samnitas, que es donde actualmente tenemos la paz menos
asegurada, yo desearía que entre nosotros y ellos no quedase el más mínimo
motivo de resentimiento.»
Siendo la cuestión ambigua de por sí, haciéndose propuestas más duras o 21
más suaves según el talante de cada cual, entonces uno de los diputados de
Priverno, que tuvo más presentes las condiciones en que había nacido que su
apurada situación presente, lo volvió todo más incierto; preguntado éste por 2
alguien que había hecho una propuesta bastante dura, qué castigo creía que
habían merecido los privernates, respondió: «Aquel que merecen quienes se
consideran dignos de la libertad.» Viendo el cónsul que con esta altiva respuesta 3
se habían vuelto más hostiles aquellos que antes se pronunciaban en contra de la
causa de los privernates, con el fin de suscitar una respuesta menos arrogante 4
con una pregunta benévola de su parte, dijo: «Y qué, si os condonamos el
castigo, ¿qué clase de paz podemos esperar que tendremos con vosotros?» «Si
nos la concedéis buena, dijo, la tendréis leal e ininterrumpida; si mala, no será
duradera.» Entonces algunos opinaban que el privernate amenazaba realmente, y 5
sin andarse con rodeos, y que con aquellas palabras incitaba a la rebelión incluso
a los pueblos sometidos; pero el sector más prudente del senado daba a las 6
respuestas una interpretación menos dura y decían que se habían escuchado las
palabras de un guerrero y de un hombre libre: ¿es que se podía creer que pueblo
o incluso hombre alguno iba a permanecer más tiempo del necesario en unas
condiciones de las que estuviera descontento? La paz es fiable cuando los
pacificados lo son de grado, y no se debe esperar lealtad donde se quiere que 7
haya esclavitud.
El propio cónsul de un modo especial inclinó los ánimos hacia este parecer, 8
dirigiéndose de vez en cuando a los consulares, los primeros en emitir su
opinión, de forma que pudiesen oírlo muchos de ellos, diciendo que en definitiva
quienes sólo piensan en la libertad son dignos de convertirse en romanos. Así 9
pues, ganaron la causa en el senado y, con el refrendo de los senadores, fue 10
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presentada al pueblo la propuesta de concederles la ciudadanía a los privernates.
Aquel mismo año se enviaron a Ánxur[67] trescientos colonos; recibieron dos 11
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que los magistrados han decretado un llamamiento a filas y que todo el Samnio 2
está en pie de guerra y que los pueblos vecinos, privernate, formiano y fundano,
están siendo instigados con toda claridad. Por estos motivos se acordó enviar 3
una embajada a los samnitas antes de que estallase la guerra, y se recibió de
ellos una respuesta arrogante. Sacaban a relucir por su parte los desafueros de 4
los romanos sin poner por ello menor empeño en justificarse de los que se les
echaba en cara: los griegos no estaban siendo ayudados de acuerdo con ningún 5
plan oficial ni con ayuda oficial, ni ellos habían instigado a los fúndanos ni a los
formianos; ahora bien, no estaban en absoluto descontentos de sus fuerzas, si se 6
quería la guerra; por otra parte, no podían disimular que a la población samnita
le había sentado mal que el pueblo romano hubiera reconstruido Fregelas,
tomada por ellos a los volscos y derruida, y hubiera impuesto en territorio
samnita una colonia que los propios colonos llamaban Fregelas; si este 7
vergonzoso desafuero no era suprimido por sus autores, ellos mismos lo
erradicarían por todos los medios. Cuando el diputado romano los invitó a acudir 8
a la mediación de aliados y amigos comunes, dijeron: «¿Por qué andamos con
vueltas? Nuestras diferencias no las resolverán ni las palabras de los
embajadores ni el arbitraje de ningún hombre, sino la llanura campana en la que
hay que enfrentarse, y las armas y la suerte común de la guerra. Por 9
consiguiente, situemos frente a frente nuestros campamentos entre Capua y
Suésula y decidamos si han de ejercer el dominio en Italia los samnitas o los 10
romanos.» Los comisionados romanos respondieron que ellos irían no a donde
los llamase el enemigo, sino a donde los condujesen sus generales ***[74].
Publilio, tomando posiciones en un lugar apropiado entre Palépolis y
Neápolis, les había ya roto a los enemigos el pacto de ayuda mutua que se
habían intercambiado a medida que uno u otro lugar eran amenazados. Así pues,
como apremiaba la fecha de las elecciones e iba contra los intereses del Estado 11
que Publilio, cuando estaba a punto de caer sobre las murallas enemigas, fuese
alejado de la expectativa de tomar la ciudad de un momento a otro, se trató con
los tribunos para que propusiesen al pueblo que, cuando Quinto Publilio Filón 12
hubiese abandonado el cargo de cónsul, siguiese con mando en funciones de
cónsul hasta que hubiese tocado a su fin la guerra con los griegos.
Como tampoco se quería retirar a Lucio Cornelio, que ya se había internado 13
en el Samnio, del apogeo de la guerra, se le envió una carta para que nombrase
un dictador que presidiese los comicios. Nombró a Marco Claudio Marcelo, el 14
cual nombró jefe de la caballería a Espurio Postumio. Sin embargo, tampoco el
dictador celebró los comicios porque fue objeto de discusión si había sido
nombrado de forma irregular. Consultados los augures, declararon que les
parecía irregular el nombramiento de dictador. Los tribunos con sus acusaciones
hicieron recaer las sospechas y el descrédito sobre esta respuesta, pues ni había 15
podido resultar fácil detectar dicha irregularidad, dado que el cónsul,
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levantándose de noche nombraba al dictador en silencio, ni el cónsul había
escrito a nadie sobre el particular de forma oficial o privada, ni existía persona 16
alguna que dijese haber visto u oído algo que invalidase el auspicio, ni los
augures, sentados en Roma, habían podido adivinar en qué irregularidad había
incurrido el cónsul en el campamento; ¿a quién no le resultaba evidente que lo
que a los augures les había parecido una irregularidad era el hecho de que el
dictador fuese un plebeyo? Cosas así y parecidas propalaban los tribunos
infructuosamente; la situación, no obstante, desembocó en un interregno, los 17
comicios se retrasaron unas veces por un motivo y otras por otro, y por fin, el
decimocuarto interrey, Lucio Emilio, proclamó cónsules[75] a Gayo Petelio y
Lucio Papirio Mugilano —Cúrsor, encuentro escrito en otros Anales—.
El mismo año[76] según la tradición fue fundada Alejandría 24
Muerte de
Alejandro de en Egipto, y Alejandro, rey del Epiro, fue muerto por un exiliado
Epiro. Traición y lucano, confirmando con este desenlace la respuesta del oráculo
toma de de Júpiter Dodoneo. Cuando los tarentinos lo habían llamado a 2
Palépolis Italia, le había respondido el oráculo que tuviese cuidado con el
agua Aquerusia y con la ciudad de Pandosia: allí se acababa su destino. Por eso 3
cruzó a Italia con mayor rapidez, para alejarse lo más posible de la ciudad de
Pandosia en el Epiro y del río Aqueronte[77], el cual se precipita desde la
Molóside en la laguna infernal y desemboca en el golfo de Tesprocia. Pero, 4
como de costumbre se corre de lleno hacia el destino al tratar de evitarlo,
después de derrotar en varias ocasiones las legiones brucias[78] y lucanas y
tomarles a los lucanos Heraclea, colonia de los tarentinos, y Siponto[79], y
Consencia y Terina de los brucios, y después otras ciudades de los mesapios y
los lucanos, y después de enviar al Epiro a trescientas familias ilustres para
tenerlas como rehenes, se estableció no lejos de la ciudad de Pandosia, que
colinda con el territorio lucano y brucio, ocupando tres colinas relativamente 5
distantes entre sí, para hacer desde ellas incursiones a cualquier punto del
territorio enemigo. Tenía a su lado como hombres de confianza a casi doscientos 6
exiliados lucanos cuya lealtad, a tenor del carácter de la mayoría de esa gente,
cambiaba al cambiar la fortuna.
Como las lluvias ininterrumpidas, que habían inundado toda la llanura, 7
habían impedido a los tres cuerpos de ejército prestarse ayuda mutua, los dos
cuerpos donde no estaba el rey fueron aplastados con la llegada imprevista de
los enemigos, los cuales, después de acabar con ellos, se centraron todos en el
asedio al propio rey. Desde allí los exiliados lucanos enviaron mensajeros a sus 8
conciudadanos y se pactó su vuelta con la promesa de que entregarían en sus
manos al rey vivo o muerto. Pero éste, con hombres escogidos decidiéndose a 9
una acción sobresaliente, irrumpe por entre los enemigos y en un choque cuerpo
a cuerpo con el jefe de los lucanos le da muerte, y reagrupando a los suyos, 10
dispersos a causa de la huida, llega hasta un río que señala el camino con las
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ruinas recientes de un puente que había arrastrado la fuerza de la corriente.
Cuando la columna lo cruzaba por un vado poco seguro, un soldado, agotado 11
por el miedo y la fatiga, increpando al río por su nombre abominable, dice: «Con
razón te llaman Aqueronte[80].» Cuando estas palabras llegaron a oídos del rey,
inmediatamente se puso a pensar en su destino y se quedó parado dudando en
cruzar. Entonces Sotimo, uno de los muchachos servidores del rey, 12
preguntándole por qué andaba con vacilaciones en un momento de tan grave
peligro, le hace notar que los lucanos buscan un lugar para tender una 13
emboscada. Cuando el rey miró hacia atrás y los vio venir a lo lejos agrupados,
desenvainó la espada y lanzó su caballo por en medio del río, y cuando ya había
salido del vado un exiliado lucano lo atravesó desde lejos con un venablo. Se 14
vino abajo y desde allí la corriente arrastró su cuerpo sin vida, con el venablo
clavado, hasta las guarniciones de los enemigos. Allí se llevó a cabo una horrible
mutilación del cadáver. En efecto, lo cortaron por la mitad y una parte la
enviaron a Consencia y la otra se quedaron con ella para escarnecerla. Cuando le 15
lanzaban a distancia dardos y piedras, una mujer, metiéndose entre la turba que
se comportaba con una crueldad más allá de lo creíble en una reacción humana
de cólera, les suplicó que parasen un momento y, llorando, dijo que su marido y
sus hijos estaban presos en poder del enemigo; que tenía la esperanza de rescatar
a los suyos con el cuerpo del rey, aunque fuese mutilado. Se puso así fin a la 16
carnicería y lo que quedó de sus miembros fue sepultado en Consencia por el
cuidado individual de una mujer, y sus huesos fueron enviados al enemigo a
Metaponto y de allí fueron trasladados al Epiro a poder de su esposa Cleopatra y 17
su hermana Olimpíade, una de las cuales fue la madre y la otra la hermana de
Alejandro Magno. Basta lo poco que se ha dicho acerca del triste fin de 18
Alejandro de Epiro puesto que, aunque hizo la guerra en Italia, la suerte lo
mantuvo apartado de guerras contra los romanos.
Aquel mismo año se celebró en Roma un lectisternio, el quinto desde la 25
fundación de la ciudad, con el fin de aplacar a los mismos dioses que en
ocasiones anteriores. Después, los nuevos cónsules, por mandato del pueblo,
enviaron a declarar la guerra a los samnitas, y ellos hacían todos los preparativos 2
con mayor dedicación que contra los griegos; por otra parte, vinieron a sumarse
otros nuevos refuerzos, cuando ellos no pensaban ni por asomo en nada
parecido. Los lucanos y los ápulos, pueblos que hasta aquella fecha no habían 3
tenido nada que ver con los romanos, vinieron a someterse ofreciendo armas y
hombres para la guerra; fueron, por consiguiente, admitidos con un pacto de
amistad. Al mismo tiempo, también en el Samnio resultaron bien las cosas. Tres 4
plazas cayeron en poder de los romanos, Alifas, Califas y Rufrio[81], y el resto
del territorio fue devastado a lo largo y ancho nada más llegar los cónsules.
Mientras esta guerra comenzaba con tan buen pie, se aproximaba ya también 5
el final de la otra, en la cual los griegos estaban sitiados. En efecto, aparte de que
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al romper su línea defensiva se había aislado a una parte de los enemigos de la
otra, sufrían, murallas adentro, cosas bastante más horribles que aquellas con
que el enemigo amenazaba, y como si fueran prisioneros de sus propios
defensores padecían ya vejaciones incluso en sus hijos y mujeres, y lo último 6
que sufren las ciudades conquistadas. De modo que, cuando corrió la voz de que
iban a llegar nuevos refuerzos procedentes de Tarento y de los samnitas, 7
consideraban que ya había dentro de sus murallas más samnitas de los que
hubieran querido y ellos, que eran griegos, esperaban a la juventud tarentina, 8
griegos también, para resistir, con su mediación, a los samnitas y nolanos tanto
como a los enemigos romanos. Al final les pareció un mal menor rendirse a los 9
romanos. Carilao y Ninfio, principales de la ciudad, pusieron en común un plan
y se repartieron las tareas para llevarlo a cabo: uno de ellos se pasaría al general
romano y el otro se quedaría para preparar la ciudad adecuadamente para el 10
plan. Carilao fue el que se presentó a Publilio Filón y dijo que había decidido
entregar la ciudad, que ello fuese para bien, ventura y felicidad de los 11
palepolitanos y del pueblo romano; el que esta acción fuese interpretada como
entrega o como salvación de su patria dependía de la lealtad romana; nada
pactaba ni pedía para sí privadamente; en nombre público, más que pactar pedía 12
que si salía adelante su propósito, pensase el pueblo romano con cuánta
abnegación y peligro se había vuelto a su amistad, en vez de pensar con qué
insensatez e imprudencia había abandonado su deber. Después de ser elogiado 13
por el general, recibió tres mil soldados para ocupar aquella parte de la ciudad
donde estaban situados los samnitas; al frente de este destacamento fue puesto el
tribuno militar Lucio Quincio.
Al mismo tiempo, también Ninfio, abordando con astucia al pretor de los 26
samnitas, lo había convencido para que, puesto que todo el ejército romano se
encontraba o en torno a Palépolis o en el Samnio, le permitiese bordear con la
flota hasta territorio romano para saquear no sólo la costa sino incluso la zona
próxima a la propia ciudad; pero para pasar desapercibido tenía que partir de 2
noche y echar al agua inmeditamente las naves. Para hacerlo con mayor
celeridad, todos los jóvenes samnitas, salvo los imprescindibles para la defensa
de la ciudad, fueron enviados a la costa. Mientras que allí Ninfio, en la oscuridad 3
y en medio de una multitud que se estorbaba a sí misma, pierde tiempo
sembrando a propósito la confusión con órdenes contradictorias, Carilao,
acogido en la ciudad por sus compañeros según lo convenido, después de llenar
de soldados romanos las zonas más altas de la ciudad, ordenó que se diese el
grito de guerra; al oírlo los griegos, recibida una señal de sus jefes, se quedaron 4
quietos, y los nolanos huyeron por el lado opuesto de la ciudad por la vía que
llevaba a Ñola. A los samnitas, aislados de la ciudad, les pareció la huida tan
expedita de momento como vergonzosa una vez que escaparon del peligro, y es
que volvieron a su país inermes, despojados y en la indigencia, al haber dejado
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todas sus pertenencias en poder del enemigo, siendo objeto de burla no sólo para 5
los extranjeros sino también para sus compatriotas. Sin ser desconocedor de otra
versión según la cual la traición mencionada fue obra de los samnitas, hice esta 6
concesión a los autores que merecen mayor credibilidad, pero por otra parte el
tratado con los neapolitanos[82], pues a ellos pasó después el gobierno de los
griegos, da mayor verosimilitud al hecho de que éstos retornaran por sí mismos
a la amistad con los romanos. Se le concedió por decreto el triunfo a Publilio,
porque existía la opinión bastante extendida de que los enemigos se habían 7
sometido constreñidos por el asedio. A este hombre le ocurrieron por primera
vez estas dos cosas extraordinarias: la prórroga del mando, que no se le había
concedido a nadie anteriormente, y el triunfo cuando ya había dejado el cargo.
Inmediatamente después estalló otra guerra con los griegos 27
Los tarentinos
instigan a los
de la otra costa. En efecto, los tarentinos, después de haber 2
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guarniciones en los lugares fortificados, y, cegados por el engaño y la cólera, no
dijeron que no a nada. Comenzó poco después a descubrirse el engaño, cuando 11
los autores de las falsas imputaciones emigraron a Tarento; pero, al haber
perdido toda capacidad de decisión sobre sí mismos, no les quedaba más que
arrepentirse inútilmente.
Aquel año se le proporcionó a la plebe romana, en cierto modo, un nuevo 28
estreno de la libertad, porque dejó de haber esclavitud por deudas, cambio
jurídico debido a la lujuria a la vez que a la notable crueldad de un usurero. Fue
éste Lucio Papirio, en cuyas manos se entregó por una deuda paterna como 2
esclavo por deudas Gayo Publilio, cuya edad y belleza podían mover a
compasión, pero que encendieron en su ánimo una baja pasión vergonzosa.
Pensando que la flor de su edad era un fruto sobreañadido al préstamo, intentó 3
primero seducir al chico con proposiciones deshonestas; después, como hacía
oídos sordos a aquella infamia, lo asustaba con amenazas y cada poco le
recordaba su condición; finalmente, viendo que tenía más presente su condición 4
de hombre libre que su actual situación, ordena que lo desnuden y que traigan
las varas. Cuando el joven, lacerado con ellas, salió corriendo a la calle 5
quejándose de la lujuria y crueldad del usurero, una enorme cantidad de gente,
movida a compasión por la edad y encendida por lo indignante de la afrenta, 6
pensando por otra parte en la propia situación y en la de los propios hijos, corre
hacia el foro y desde allí en tropel hacia la curia; y cuando los cónsules, forzados 7
por el repentino tumulto, convocaron al senado, a medida que iban entrando en
la curia los senadores, les mostraban la espalda lacerada del muchacho y se
echaban a los pies de cada uno de ellos. Aquel día, por la incontrolada 8
prepotencia de uno solo se quebró el fuerte vínculo del crédito y los cónsules
recibieron el mandato de proponer al pueblo que nadie fuese sujeto con grilletes
o encarcelado, a no ser que hubiese merecido castigo y hasta que purgase su 9
culpa; el dinero prestado hipotecaría los bienes del deudor, no su cuerpo.
Quedaron así en libertad los esclavizados por deudas, y se tomaron medidas para
que en adelante no hubiese más detenidos.
Aquel mismo año, cuando ya la guerra samnita por sí sola, y la repentina 29
defección de los lucanos, y los tarentinos, instigadores de dicha defección,
tenían bastante preocupados a los senadores, se vino a sumar la unión del pueblo
vestino[83] con los samnitas. Esta circunstancia, si bien durante aquel año fue 2
tema más de conversaciones generalizadas entre la gente que de debate en
alguna asamblea pública, sin embargo a los cónsules del año siguiente[84], Lucio
Furio Camilo por segunda vez y Junio Bruto Esceva, les pareció la primera y
más importante para presentar ante el senado una proposición referente a ella. Y 3
aunque el hecho no era nuevo, preocupó sin embargo en tal medida a los
senadores, que temían, al mismo tiempo, abordarlo y dejarlo de lado por miedo a
que la impunidad de los vestinos provocase la ambición o la insolencia de los
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pueblos vecinos, o bien a que la búsqueda de su castigo con una guerra
sublevase a los pueblos vecinos por resentimiento y por la cercanía del peligro.
Eran todos un tipo de pueblos equiparables con creces a los samnitas en la 4
guerra, los marsos, los pelignos y los marrucinos[85], a todos los cuales había que
considerarlos enemigos si se tocaba a los vestinos. Se impuso, sin embargo, el
sector que en aquellas circunstancias pudo parecer más valeroso que prudente; 5
pero el desenlace enseñó que la fortuna ayuda a los decididos. A propuesta del
senado, el pueblo ordenó la guerra contra los vestinos. Le correspondió a Bruto 6
hacerse cargo de ella, y a Camilo del Samnio. Fueron conducidos los ejércitos a 7
uno y otro punto, y el cuidado de defender sus fronteras impidió a los enemigos
juntar sus armas. Pero a uno de los cónsules, Lucio Furio, sobre el que había 8
recaído la tarea de mayor peso, la suerte lo apartó de la guerra aquejado de una
enfermedad grave; recibió orden de nombrar un dictador para llevar adelante la 9
empresa y nombró a la persona más distinguida en la guerra en aquel tiempo con
gran diferencia: Lucio Papirio Cúrsor, que nombró jefe de la caballería a Quinto
Fabio Máximo Ruliano; pareja famosa por las acciones llevadas a cabo durante 10
dicho cargo, pero más famosa, sin embargo, por su falta de entendimiento,
debido a la cual se llegó casi a un enfrentamiento extremo.
El otro cónsul dirigió en territorio vestino una guerra con múltiples formas, 11
pero siempre con el mismo resultado. En efecto, arrasó los campos y, a base de
saquear y quemar las casas y los sembrados del enemigo, lo arrastró contra su 12
voluntad al campo de batalla, y así fue como en un solo combate arruinó por
completo a los vestinos, si bien no sin bajas por su parte, de suerte que los
enemigos no se limitaron a huir al campamento, sino que, faltos de confianza
incluso en la empalizada y los fosos, se desperdigaron por las ciudades con la
intención de defenderse con la posición y las murallas de las mismas. 13
Finalmente, intentando el asalto por la fuerza a las plazas fuertes incluso, por
medio de escalas se apoderó primero de Cutina, con unos soldados muy
enardecidos de coraje por las heridas, puesto que casi ninguno había salido ileso
del combate, y después tomó Cingilia. El botín de ambas ciudades se lo cedió a 14
los soldados, ya que no los habían detenido ni las puertas ni las murallas del
enemigo.
Se emprendió la marcha hacia el Samnio con unos auspicios 30
El jefe de la
caballería
poco claros; sus defectos no repercutieron en el resultado de la
contraviene las guerra, que se llevó a cabo con éxito, pero sí suscitaron la rabia
órdenes del y el resentimiento de los generales. En efecto, como el dictador 2
dictador. Papirio, prevenido por el pulario, se marchaba a Roma para
Posturas a favor renovar los auspicios, dio orden al jefe de la caballería de que se
y en contra mantuviese en su posición y no trabase combate con el enemigo 3
durante su ausencia. Quinto Fabio, cuando averiguó por medio de exploradores
tras la marcha del dictador que, en el lado enemigo, todo era despreocupación,
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como si en el Samnio no estuviese ni un solo romano, bien fuese por tratarse de 4
un joven impetuoso encendido de indignación porque parecía que todo dependía
del dictador, o bien impulsado por la oportunidad de realizar una acción con
éxito, marchó con el ejército formado y dispuesto y se enfrentó con los samnitas
en batalla campal cerca de una localidad que llaman Imbrinio. La suerte del
combate fue tal que no se descuidó ni un detalle en que se hubiese dirigido 5
mejor la acción si hubiese estado presente el dictador; el general no dejó
desasistidos a los soldados, ni los soldados al general. Incluso la caballería, por
iniciativa de Lucio Cominio, tribuno militar, que después de tomar impulso 6
varias veces no había podido romper las líneas enemigas, quitó los frenos a los
caballos y los lanzó de tal forma al galope picando espuelas que no había fuerza
capaz de resistirlos; por entre armas y guerreros causaron estragos en un amplio
espacio; secundando la carga de la caballería, la infantería se precipitó sobre 7
unos enemigos en pleno desconcierto. Se dice que aquel día fueron muertos
veinte mil enemigos. Tengo testimonios de que se combatió dos veces con el
enemigo en ausencia del dictador, y que las dos veces se obtuvo una victoria
notable; en los historiadores más antiguos sólo se encuentra esta batalla; en
algunos Anales no se hace mención alguna sobre esta cuestión.
El jefe de la caballería se hizo con gran cantidad de despojos, cosa lógica en 8
una derrota de tal calibre, y una vez amontonadas las armas enemigas en una
enorme pila les prendió fuego y las quemó, bien por tratarse de un voto a alguno 9
de los dioses o bien, si se prefiere dar crédito al historiador Fabio[86], lo hizo
para evitar que el dictador recogiese el fruto de su propia gloria y escribiese su
nombre en los despojos o los llevase en su desfile triunfal. También la carta que
a propósito de su acción victoriosa envió al senado y no al dictador constituyó 10
una prueba de que no compartía en absoluto la gloria con éste. También es
verdad que el dictador acogió la noticia de una forma que dejaba traslucir ira y
despecho, mientras los demás estaban contentos por la victoria conseguida. Así 11
pues, levantando repentinamente la sesión del senado, se precipitó fuera de la
curia repitiendo que, sin duda, en la misma medida que las legiones samnitas, la
majestad del dictador y la disciplina militar habían sido derrotadas y echadas por
tierra por el jefe de la caballería, si quedaba impune su menosprecio de la 12
autoridad suprema. Marchó, pues, al campamento henchido de una furia
amenazadora, pero a pesar de ir con la mayor celeridad, no pudo, sin embargo, 13
adelantarse a la noticia de su llegada; algunos, en efecto, habían corrido delante
desde la ciudad para anunciar que llegaba el dictador sediento de castigar y
dedicando casi todas sus palabras a exaltar la acción de Tito Manlio.
Fabio convocó inmediatamente la asamblea de soldados y los conminó a 31
que, con el mismo valor con que habían defendido a la patria de su más
encarnizados enemigos, lo protegiesen a él, a cuyas órdenes y bajo cuyos
auspicios habían vencido, de la incontrolada crueldad del dictador: llegaba fuera 2
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de sí por el odio, irritado contra el valor y la suerte ajenos; estaba enfurecido
porque en su ausencia los intereses del Estado habían sido defendidos con éxito;
prefería, si estuviese en su mano, cambiar la suerte, que la victoria hubiese
correspondido a los samnitas en vez de a los romanos; andaba diciendo que la 3
autoridad había sido menospreciada, como si cuando él había prohibido luchar
no tuviese la misma actitud que cuando se dolía de que se hubiera combatido.
Entonces por envidia hubiera querido poner trabas al valor ajeno, y hubiera
estado dispuesto a quitarles las armas a los soldados, ansiosos de combate, para
que no pudiesen moverse durante su ausencia; y lo que ahora lo sacaba de sus 4
casillas, lo que peor soportaba, era que los soldados, sin Lucio Papirio, no
habían estado inermes, no habían sido mancos; que Quinto Fabio se había
considerado a sí mismo un jefe de la caballería y no un criado del dictador; ¿qué
hubiese hecho si la batalla hubiera resultado adversa, pues así son los lances y la 5
suerte común de la guerra, él, que cuando los enemigos habían sido derrotados y
los intereses públicos defendidos de una forma que él mismo, general sin par, no
hubiese podido mejorar, amenazaba con el suplicio al jefe de la caballería ahora
vencedor? Y su hostilidad hacia el jefe de la caballería no era mayor que hacia 6
los tribunos militares, hacia los centuriones y hacia los soldados; si hubiera
podido, habría estado dispuesto a ensañarse con todos: como no le es posible, se
ensaña con uno solo, y es que la envidia, como el fuego, busca lo más alto: se 7
dirige contra la cabeza, contra el jefe de la empresa; si acabase con él junto con
la gloria de su hazaña, como si tuviese el dominio sobre un ejército prisionero se
atrevería a hacer con los soldados todo lo que se había permitido con el jefe de
la caballería; que, por consiguiente, defendiesen en su causa la libertad de todos; 8
si el dictador veía que el ejército iba tan al unísono en la defensa de la victoria
como en la batalla y que la salvación de uno preocupaba a todos, su ánimo se
inclinaría, por una resolución más benigna; en fin, él confiaba su vida y su
fortuna a su lealtad y valor. 9
De toda la asamblea brota un clamor: que no se preocupe, que nadie le va a 32
tocar mientras existan las legiones romanas.
No mucho después llegó el dictador y a toque de trompeta convocó la
asamblea inmediatamente. Nada más hacerse silencio el pregonero citó a Quinto 2
Fabio, jefe de la caballería; tan pronto como éste desde su posición, más abajo, 3
se acercó al tribunal, el dictador dijo: «Yo te pregunto, Quinto Fabio, si te parece
justo o no que el jefe de la caballería acate las órdenes del dictador, siendo así
que la autoridad de éste es la más alta y le obedecen los cónsules, potestad regia,
y los pretores, elegidos con los mismos auspicios que los cónsules; te pregunto 4
asimismo si yo, cuando supe que había partido de Roma con unos auspicios
poco claros, debí exponer a la república al peligro al estar trastocados los ritos o,
por el contrario, debí renovar los auspicios para no hacer nada sin estar clara la 5
voluntad de los dioses; también, si el jefe de la caballería pudo sentirse
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desligado y libre del escrúpulo religioso que impidió al dictador llevar adelante
la acción. Pero ¿por qué hago yo estas preguntas si, aun en el caso de que me
hubiese marchado sin decir palabra, tú debías, no obstante, adaptar tu criterio a
la interpretación de mi voluntad? Respóndeme, pues, ¿no te prohibí hacer 6
absolutamente nada en mi ausencia, no te prohibí combatir con el enemigo? Tú, 7
despreciando esta orden mía, con unos auspicios poco seguros, con unos ritos no
efectuados en la forma debida, en contra de la práctica militar y la disciplina de
nuestros antepasados y la voluntad de los dioses, has tenido la osadía de 8
enfrentarte al enemigo. Responde a esto que se te ha preguntado; pero cuidado
con decir ni una palabra fuera de ello. Acércate, lictor.»
Como no era fácil responder a cada una de las preguntas, y Fabio unas veces 9
se quejaba de que fuese una misma persona quien lo acusaba de pena capital y
quien lo juzgaba, otras gritaba que se le podía arrebatar la vida antes que la 10
gloria de sus hazañas, y alternativamente se excusaba y acusaba a su vez,
entonces Papirio, montando en cólera de nuevo, mandó que se desnudase al jefe
de la caballería y se aprestasen las varas y las hachas. Fabio, invocando la 11
lealtad de los soldados, mientras los lictores se disponían a desgarrarle las ropas,
se refugió entre los triarios, que ya comenzaban a armar tumulto.
Desde ellos el clamor se extendió a toda la asamblea; en un sitio se oían 12
ruegos, en otro amenazas. Los que coincidía que se encontraban próximos al
tribunal, como al estar bajo la mirada del dictador podían ser reconocidos, le
rogaban que perdonase al jefe de la caballería y no condenase al ejército junto
con él; la parte más alejada de la asamblea y el grupo apiñado en torno a Fabio 13
acusaban de duro al dictador y no andaban muy lejos de un motín. Ni siquiera el
tribunal estaba suficientemente tranquilo; los legados, situados en torno al sitial, 14
le rogaban que aplazase el asunto para el día siguiente y diese un plazo a su
cólera y un tiempo a la reflexión: bastante castigada había sido la juventud de 15
Fabio, bastante ensombrecida su victoria; que no llevase el suplicio al último
extremo ni infligiese una afrenta semejante a aquel joven sin par, ni a su padre,
hombre muy distinguido, ni a la familia Fabia.
Como adelantaban poco con las súplicas y poco con las razones, le 16
aconsejaban que se fijase en la asamblea que se estaba enfureciendo: no era
propio de su edad y su prudencia, irritados como estaban los ánimos de los
soldados, echar leña al fuego de un amotinamiento; nadie le iba a echar la culpa 17
de aquello a Quinto Fabio, que trataba de evitar su castigo, sino al dictador, si,
obcecado por la ira, incitaba contra sí mismo a la masa hostil en un
enfrentamiento mal enfocado; en fin, para que no creyese que ellos le hacían 18
aquella concesión por simpatía a Quinto Fabio, estaban dispuestos a jurar que no
les parecía bueno para el Estado que en aquellas circunstancias se tomasen
medidas contra Quinto Fabio.
Como con estas palabras, en vez de aplacar al dictador con 33
Sigue en Roma el
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proceso al jefe respecto al jefe de la caballería, lo incitaban en contra de sí
de la caballería, mismos, los legados recibieron orden de bajar del tribunal, y 2
que al fin queda
después de intentar en vano imponer silencio por medio del
libre
vocero, dado que debido al ruido del tumulto no se oía la voz del
propio dictador ni la de sus subalternos, la noche, como en una batalla, puso fin
a los enfrentamientos.
El jefe de la caballería recibió orden de presentarse al día siguiente, pero 3
como todos aseguraban que Papirio, apasionado y exasperado por la propia
tensión, iba a estar más enconadamente acalorado, huyó clandestinamente del 4
campamento a Roma y, convocado de inmediato el senado por iniciativa de su
padre Marco Fabio, que había sido ya tres veces cónsul y dictador, cuando más
se estaba quejando ante los senadores de la violencia y la injusticia del dictador,
de repente se oye ante la curia el estrépito de los lictores apartando a la gente, y 5
allí estaba el propio dictador, airado, que lo había seguido con la caballería
ligera al descubrir que se había marchado del campamento. Se renovó acto
seguido el enfrentamiento y Papirio ordenó que se detuviera a Fabio. Entonces, 6
como a pesar de los ruegos de los senadores principales y del senado en pleno su
espíritu cruel persistía en su propósito, Marco Fabio, el padre, dijo: «Puesto que 7
para ti no tiene valor ni la autoridad del senado, ni mi ancianidad, a la que te
dispones a privar de un hijo, ni el valor y el renombre del jefe de la caballería,
nombrado por ti personalmente, ni las súplicas, que muchas veces aplacaron al
enemigo, que aplacan las iras de los dioses, yo invoco a los tribunos de la plebe 8
y apelo al pueblo y pongo ante ti, que rehúyes el juicio de tu ejército y del
senado, un juez que sin duda puede y vale él solo más que tu dictadura. Voy a
ver si te sometes a la apelación, a la cual se sometió el rey de Roma Tulo
Hostilio[87].»
De la curia se va a la asamblea del pueblo. Allí subió a la tribuna el dictador 9
acompañado de unos pocos, y acompañado de toda una fila de ciudadanos
principales el jefe de la caballería, y entonces Papirio ordenó que a éste se le
bajase de la tribuna rostral a un sitio más bajo. El padre lo siguió y dijo: «Haces 10
bien en ordenar que se nos baje aquí, desde donde podemos elevar nuestra voz
como particulares.» Al principio se oían allí altercados más que discursos
ininterrumpidos; por fin se impuso al alboroto la voz del viejo Fabio censurando 11
la soberbia y la crueldad de Papirio: también él había sido dictador de Roma y
no había ultrajado a nadie, ni siquiera a un plebeyo, ni a un centurión ni a un 12
soldado; Papirio reclamaba la victoria y el triunfo sobre un general romano 13
como si se tratara de generales enemigos; ¡qué diferencia entre la moderación de
los antiguos y la nueva soberbia y crueldad!; el dictador Quincio Cincinato no 14
había tomado otras medidas punitivas contra Lucio Minucio, el cónsul al que él
había salvado del asedio, que dejarlo en el ejército como legado en funciones de
cónsul[88]; Marco Furio Camilo, con Lucio Furio, que menospreciando su 15
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ancianidad y su autoridad había combatido con unos resultados desastrosos, no
sólo había contenido su ira en el momento para no escribir al pueblo o al senado
en sentido desfavorable a su colega, sino que a su regreso lo había considerado 16
el más a propósito entre los tribunos consulares para escogerlo entre sus
colegas[89] cuando el senado le dio la opción de elegir con quién compartir el 17
mando supremo; pues ni siquiera el pueblo, que es el depositario de la soberanía
más completa, había tenido jamás, contra quienes por temeridad o ignorancia
habían perdido ejércitos, una reacción airada que fuese más allá en su rigor, de
imponerles una sanción económica: un proceso de pena capital por una acción
bélica mal llevada no se le había abierto a ningún general hasta aquella fecha; 18
ahora, a victoriosos generales romanos merecedores del triunfo con todo derecho
los amenazaban las varas y las hachas, cosa que ni siquiera con los vencidos en 19
la guerra era lícita. En efecto, ¿qué más hubiera tenido que sufrir su hijo si
hubiera perdido el ejército, si hubiera sido derrotado, puesto en fuga, despojado
de su campamento? Más allá de azotarlo y darle muerte, ¿a dónde hubiera
llegado la ira y la violencia del dictador contra él? ¡Qué coherente resultaba que 20
mientras la ciudad estaba envuelta en la alegría, la victoria, las plegarias y las
acciones de gracias por obra de Quinto Fabio, él, gracias al cual los templos de
los dioses estaban abiertos y humeaban con los sacrificios los altares sobre los
que se acumulaban dones y ofrendas, fuese desnudado y lacerado con las varas a 21
la vista del pueblo romano mientras fijaba su mirada en el Capitolio y la
ciudadela y los dioses no en vano invocados por él en dos batallas! ¿Con qué 22
ánimo lo iba a tolerar el ejército, que había vencido bajo su dirección y
auspicios? ¡Qué luto iba a haber en el campamento romano, qué alegría entre los
enemigos!
Esto decía reconviniendo a la vez que quejándose, haciendo un llamamiento 23
a la fidelidad de dioses y hombres y abrazando a su hijo en un mar de lágrimas.
De su parte estaban la majestad del senado, el favor popular, el apoyo de los 34
tribunos, el recuerdo del ejército ausente; en la otra parte, eran argumentos en
contra la soberanía invicta del pueblo romano, la disciplina militar, una orden 2
expresa del dictador, siempre respetada como voluntad divina, las órdenes de
Manlio y el cariño hacia el hijo pospuesto al bien común. Esto lo había hecho 3
también anteriormente con sus dos hijos Lucio Bruto, instaurador de la libertad
romana; ahora, senadores blandos y ancianos tolerantes con el desprecio de la
autoridad ajena disculpaban en la juventud la subversión de la disciplina militar
como cosa de poca importancia; él, sin embargo, se iba a mantener en su 4
propósito y no le iba a condonar ni un ápice del castigo que se merecía a quien
había combatido en contra de su orden expresa, con unos ritos trastocados y
unos auspicios poco claros; el que la inviolabilidad de su autoridad suprema 5
fuese permanente no dependía de él: Lucio Papirio no la iba a recortar lo más
mínimo, y deseaba que la potestad tribunicia, también ella inviolable, no violase 6
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con su oposición la suprema autoridad de Roma y que el pueblo no anulase la
fuerza y los derechos de la dictadura precisamente en él que era dictador; si lo
hacía, no iba a ser a Lucio Papirio sino a los tribunos, al juicio injusto del 7
pueblo, a quien acusaría inútilmente la posteridad cuando, una vez mancillada la
disciplina militar, el soldado no obedeciera las órdenes del centurión, el
centurión las del tribuno, el tribuno las del legado, el legado las del cónsul, el
jefe de la caballería las del dictador, nadie tuviera respeto a los hombres, ni a los 8
dioses, ni se tuvieran en cuenta las órdenes de los generales ni los auspicios; 9
cuando los soldados sin licencia anduvieran vagando en territorio amigo o en
territorio enemigo; cuando, sin acordarse del juramento, se dieran a capricho 10
permiso a sí mismos cuando quisieran, y dejaran desguarnecidas las enseñas, y
no se reunieran al recibir la orden, ni establecieran diferencia entre combatir de
día o de noche, en lugar favorable o desfavorable, por orden del general o sin
ella, y no defendieran las enseñas ni guardaran las filas, y la milicia fuera una
especie de bandidaje, ciega y a salto de mata, en vez de solemne y sagrada. 11
«Haceos, tribunos de la plebe, reos de todos estos delitos por todos los siglos;
presentad vuestras cabezas para que reciban el castigo por la falta de disciplina
de Quinto Fabio.»
A los tribunos, aturdidos y más angustiados ya por su propia situación que 35
por la de aquel para quien se les pedía su apoyo, les quitó un peso de encima la
postura unánime del pueblo romano entregado a los ruegos y las súplicas para
que el dictador condonase la pena del jefe de la caballería. También los tribunos, 2
secundando el giro de la situación hacia los ruegos, insisten en pedir al dictador
que perdone un error humano, que sea indulgente con la juventud de Quinto
Fabio; que bastante castigo ha recibido éste. Ya el propio joven, ya su padre 3
Marco Fabio, dejando a un lado los enfrentamientos se arrojan a los pies del 4
dictador y tratan de aplacar su ira. Entonces el dictador, una vez que se produjo
el silencio, dijo: «Está bien, Quirites; sale triunfante la disciplina militar, sale
triunfante la inviolabilidad del mando supremo, cuya supervivencia a partir de 5
este día estuvo en peligro. No queda exento de culpa Quinto Fabio, que
combatió contraviniendo la orden expresa de su general, sino que, condenado
por su falta, se le perdona en atención al pueblo romano, se le perdona en
atención a la potestad tribunicia, que le prestó un apoyo basado en ruegos, no en
derechos. Vive, Quinto Fabio, más afortunado por esta unanimidad de la 6
ciudadanía en defenderte que por la victoria de la que poco antes te
vanagloriabas; vive, a pesar de la osadía de una acción que ni siquiera tu padre,
si hubiera estado en el lugar de Lucio Papirio, te habría perdonado. Por mi parte,
cuando quieras volverás a recuperar la estima; con el pueblo romano, al que 7
debes la vida, lo mejor que puedes hacer es que este día te sirva de enseñanza
para que en la guerra y en la paz seas capaz de someterte a la legítima
autoridad.» Después de declarar que él no retenía más al jefe de la caballería, 8
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cuando bajó de la tribuna lo siguió el senado, contento, y el pueblo, más
contento, rodeándolo y felicitando unas veces al jefe de la caballería y otras al
dictador, y parecía que la disciplina militar había sido fortalecida con el peligro 9
corrido por Quinto Fabio tanto como con el lastimoso suplicio del joven Manlio.
Vino a darse la coincidencia de que aquel año, cada vez que el dictador se 10
separaba del ejército, el enemigo realizaba algún movimiento en el Samnio. Pero
el legado Marco Valerio, que estaba al frente del campamento, tenía ante los ojos
el ejemplo de Quinto Fabio, de forma que no tenía más miedo a ningún ataque
del enemigo que a la terrible cólera del dictador. Por lo tanto, cuando los 11
forrajeadores, atrapados en una emboscada, fueron hechos trizas en una posición
desfavorable, todo el mundo creyó que el legado podía haberles ayudado de no
haber sentido pánico por las temibles órdenes. El resentimiento consiguiente 12
contribuyó a enajenarle al dictador la simpatía de los soldados, hostiles ya con
anterioridad porque se había mostrado implacable con Quinto Fabio y había
concedido al pueblo romano el perdón que había negado a sus súplicas.
Una vez que el dictador regresó al campamento después de 36
Los samnitas,
derrotados,
dejar como prefecto de la ciudad a Lucio Papirio Craso y de
consiguen una prohibir al jefe de la caballería Quinto Fabio que hiciese cosa
tregua, que alguna en calidad de magistrado, su llegada ni alegró 2
violan. Juicio a especialmente a sus compatriotas ni atemorizó lo más mínimo a
los tusculanos los enemigos. En efecto, al día siguiente, bien por ignorar que
había llegado el dictador o bien por dar poca importancia a su presencia o
ausencia, se acercaron al campamento en formación de combate. Pero un solo 3
hombre, Lucio Papirio, jugó un papel tan importante, que si la estrategia del
general hubiera contado con el favor de los soldados, se daba por seguro que
aquel día se hubiera podido liquidar la guerra con los samnitas: tan bien dispuso 4
la formación del ejército, con tanto conocimiento del arte de la guerra lo
aseguró. Los soldados no colaboraron e intencionadamente obstaculizaron la
victoria para rebajar la gloria del jefe. Caídos fueron más los samnitas, heridos 5
más los romanos. El avezado general comprendió qué era lo que obstaculizaba la
victoria: tenía que atemperar su carácter, y alternar el rigor con la afabilidad. Así 6
pues, echando mano de los legados, giró personalmente una visita a los soldados
heridos metiendo la cabeza en las tiendas, y preguntando a cada uno cómo se
encontraba pedía que se les atendiese, llamando a cada uno por su nombre, a los 7
legados, tribunos y prefectos. Esta acción, de por sí tan popular, la llevó a cabo
con tan buena mano que con los cuidados puestos en curar sus cuerpos los
ánimos de los soldados se reconciliaron mucho antes con el general, y nada
resultó más eficaz para su restablecimiento que el hecho de recibir aquellas
atenciones con talante agradecido. Restablecido el ejército, combatió con el 8
enemigo con plena confianza por su parte y por la de los soldados, y derrotó y
puso en fuga a los samnitas con tal contundencia que aquél fue para ellos el
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último día que midieron sus armas con el dictador. El ejército victorioso avanzó
después por donde lo llevaba la expectativa de botín y recorrió el territorio 9
enemigo sin encontrarse con ningún combatiente, con ningún ataque ni abierto
ni emboscado. Se acentuaba su entusiasmo porque el dictador había asignado 10
todo el botín a los soldados, y tanto como la ira patriótica los acicateaba en
contra del enemigo el provecho particular. Los samnitas, doblegados por estos
desastres, pidieron la paz al dictador; pactaron con él la entrega de una vestidura 11
y la paga de un año para cada, soldado, y cuando se les mandó dirigirse al
senado, contestaron que seguirían al dictador, fiando su causa únicamente en la 12
lealtad y el valor de éste.
El dictador entró en triunfo en Roma y, como quería dejar la dictadura, por 37
mandato del senado antes de dejar el cargo proclamó cónsules a Gayo Sulpicio
Longo por segunda vez y a Quinto Emilio Cerretano[90]. Los samnitas, sin que 2
llegara a firmarse la paz, porque no había acuerdo acerca de las condiciones,
obtuvieron de Roma una tregua de un año. Ni siquiera se mantuvieron fieles a la
inviolabilidad de la tregua, tanto se recobró su moral para hacer la guerra cuando
se tuvo noticia de que Papirio había dejado el cargo. Durante el consulado de
Gayo Sulpicio y Quinto Emilio —Aulio, dicen algunos Anales—, a la defección 3
de los samnitas vino a sumarse una guerra nueva, la de los ápulos. Se enviaron
ejércitos a uno y otro frente. Los samnitas le tocaron en suerte a Sulpicio, los
ápulos a Emilio. Según algunos escritores, no se les hizo la guerra a los propios 4
ápulos, sino que a los pueblos aliados de esta nación se los defendió del ataque y
los desafueros de los samnitas; pero la situación de éstos, que en aquellos 5
momentos a duras penas mantenían la guerra alejada de sí mismos, hace más
verosímil que no atacaran a los ápulos, sino que los romanos estuvieran en
guerra simultáneamente con ambos pueblos. No se realizó, sin embargo, ninguna 6
acción memorable; fue devastado el territorio ápulo y el Samnio; ni en una parte
ni en otra se encontró a los enemigos.
En Roma, una alarma nocturna despertó de repente de su sueño a una ciudad
despavorida hasta el extremo de que el Capitolio y la ciudadela y las murallas se
llenaron de gentes armadas, y después de correr y gritar: «¡A las armas!», por 7
todas partes, al amanecer no apareció ni el autor ni la causa de la alarma.
Aquel mismo año se celebró, a propuesta de Flavio, el juicio del pueblo 8
sobre los tusculanos. Marco Flavio, tribuno de la plebe, presentó al pueblo una
proposición en el sentido de que se tomasen medidas contra los tusculanos
porque con su ayuda y consejo los veliternos y privernates habían hecho la 9
guerra al pueblo romano. La población de Túsculo, mujeres e hijos incluidos,
acudió a Roma. Aquella multitud, cambiada su indumentaria por la de reos y con
aspecto de tales, recorrió las tribus arrojándose a las rodillas de todo el mundo; 10
les valió de más, por eso, la compasión para conseguir el perdón de su falta que 11
su causa, para quedar absueltos de su delito. Todas las tribus, a excepción de la
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Polia, rechazaron la propuesta de ley: el veredicto de la tribu Polia fue que a los
jóvenes se les diese muerte después de azotarlos, y que las mujeres e hijos, de
acuerdo con el derecho de guerra, fuesen vendidos en subasta. Es un hecho 12
comprobado que permaneció en la memoria de los tusculanos el resentimiento
contra quienes propusieron un castigo tan atroz hasta la época de nuestros
padres, y casi nunca ocurrió que un candidato perteneciente a la tribu Polia
recibiese el apoyo de la tribu Papiria[91].
Al año siguiente[92], durante el consulado de Quinto Fabio y 38
Larga batalla
contra los Lucio Fulvio, el dictador Aulo Cornelio Arvina y el jefe de la
samnitas y caballería Marco Fabio Ambusto, por miedo a una guerra de
triunfo del mayor peso en el Samnio —pues se decía que había sido
dictador romano enrolada por dinero la juventud del contorno—, realizaron un
llamamiento a filas especialmente riguroso y llevaron contra los samnitas un
ejército notable. Habían establecido el campamento en territorio enemigo con 2
tan pocas precauciones como si el enemigo estuviese muy lejos, cuando se
presentaron de súbito las legiones de los samnitas con una fiereza tal que
extendieron su empalizada hasta el puesto de guardia de los romanos. Se
acercaba ya la noche; esto impidió que atacaran las fortificaciones, pero no 3
trataban de ocultar que lo harían al día siguiente en cuanto amaneciese. El
dictador, cuando vio la confrontación más próxima de lo que era de esperar, para 4
evitar que la posición afectase al valor de los soldados, dejó muchas hogueras
para inducir a error al enemigo en su observación y en silencio hizo salir a las
legiones; no pudo engañarlo, sin embargo, debido a la proximidad de los
campamentos. La caballería, que salió detrás de inmediato, siguió de cerca la 5
marcha del ejército romano, pero de forma que no entrase en combate antes de
que amaneciese; las tropas de a pie ni siquiera salieron del campamento antes
del alba. La caballería por fin al clarear el día decidió caer sobre el enemigo y, 6
hostigando su retaguardia y presionando en los pasos difíciles de cruzar, detuvo
su marcha. Entretanto, la infantería samnita había dado alcance a su caballería y
se echaban ya encima con todos sus efectivos. Entonces el dictador, dado que no 7
podía avanzar a no ser con graves inconvenientes, dio orden de hacer el trazado
del campamento en el lugar mismo donde se había detenido. Pero, al estar la
caballería desplegada en derredor por todas partes, no era posible buscar estacas
para la empalizada y comenzar los trabajos.
Por consiguiente, al ver que no hay posibilidad de avanzar ni de quedarse, 8
pone en orden de combate al ejército alejando de él los bagajes. También se
forman a su vez los enemigos, parejos en moral y fuerzas. Lo que había hecho 9
que su moral fuera más alta era sobre todo la circunstancia de que habían
perseguido, temibles ellos, a quienes parecían huir aterrados, ignorando que
éstos habían escapado no ante el enemigo sino ante lo desventajoso de su 10
posición. Esto equilibró el combate por algún tiempo, estando ya los samnitas
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desacostumbrados desde hacía tiempo a sentir el grito de guerra del ejército
romano; y en verdad que aquel día, dicen, desde la hora tercera hasta la octava,
el combate se mantuvo tan igualado que ni se repitió el grito de guerra, lanzado
nada más producirse el choque, ni se adelantaron o retiraron las enseñas de
donde estaban, ni se repitió la carga por parte de ninguno de los dos bandos. A 11
pie firme cada uno en su puesto, empujando con los escudos, peleaban sin darse
un respiro ni volver la vista; un idéntico resonar de las armas, un mismo estilo
de lucha, sólo podían finalizar con el agotamiento total o con la noche. Les
faltaban ya las energías a los hombres, la fuerza al hierro, las ideas a los jefes, 12
cuando súbitamente la caballería samnita, informada, al haberse desplazado un
poco más lejos un escuadrón, de que los bagajes de los romanos se encontraban
alejados de los combatientes sin protección ni defensas, cargan movidos por el
afán de botín. El dictador, cuando se lo comunicó un alarmado mensajero, dijo: 13
«Deja que al menos se líen con el botín.» Después uno tras otro gritaban que por
todas partes se estaba entrando a saco en las pertenencias de los soldados y
llevándoselas. Entonces el dictador mandó llamar al jefe de la caballería y le 14
dijo: «¿Ves, Marco Fabio, cómo la caballería enemiga se desentiende del
combate? Están detenidos, enredados con nuestra impedimenta. Atácalos, que 15
están dispersos como suele ocurrirle a cualquier multitud durante el saqueo
(pocos vas a encontrar montados a caballo, pocos que tengan un arma en la
mano), y mientras cargan sus caballos con el botín, inermes, hazlos pedazos y
vuélveles sangriento el botín. Yo me encargaré de las legiones y del combate de 16
la infantería; en tus manos queda el honor de la caballería.»
La formación de caballería, como hace la que está preparada lo mejor 39
posible, se lanza contra unos enemigos dispersos y enredados y lo llena todo de
muertos. Entre los bagajes abandonados de forma repentina, tirados entre las 2
patas de los caballos que huyen espantados, son muertos sin que tengan
posibilidad de pelear ni de huir. Entonces, prácticamente destruida la caballería 3
enemiga, Marco Fabio, abriendo ligeramente los flancos, ataca a la infantería
por la retaguardia. El nuevo grito de guerra que se lanzó desde allí aterró a los 4
samnitas, y el dictador, cuando vio volver la cabeza a los soldados de vanguardia
del enemigo, y sus enseñas en desorden, y vacilante su frente de combate,
comienza entonces a llamar, a alentar a sus soldados, a llamar por su nombre a
los tribunos y centuriones para que reinicien con él el combate. Después de 5
repetir el grito de guerra se lanza el ataque, y a medida que avanzan, van viendo
un desconcierto cada vez mayor entre los enemigos. La propia caballería estaba
ya a la vista de los que iban los primeros y Cornelio, volviéndose hacia sus 6
manípulos, les daba a entender como podía, por señas, a gritos, que él veía las
banderas de los suyos y los escudos de la caballería. Cuando lo oyeron y a la vez 7
lo vieron, se olvidaron de repente de la fatiga que habían soportado durante casi
todo el día, y se olvidaron de las heridas hasta tal punto que se lanzaron a la
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carrera contra el enemigo como si en ese momento salieran frescos del 8
campamento al oír la señal de combate. Los samnitas no pudieron resistir por
más tiempo la amenaza de la caballería y el ataque de la infantería; parte fueron
muertos allí mismo, parte fueron dispersados y huyeron. La infantería acabó con 9
los que resistían, que habían sido rodeados; la caballería hizo estragos entre los
fugitivos, entre los cuales cayó también el propio general.
Esta batalla por fin quebrantó el poderío de los samnitas de tal forma que 10
éstos en todas sus asambleas andaban murmurando que, realmente, no tenía nada
de extraño que nada les saliera bien en una guerra impía: emprendida en contra
de un tratado, teniendo a los dioses más que a los hombres merecidamente en 11
contra; había que pagar un alto precio en expiación por aquella guerra; sólo
importaba si en los sacrificios derramaban la sangre culpable de unos pocos o la
inocente de todos, y algunos se atrevían ya a citar por su nombre a los
promotores de la guerra. Se podía oír sobre todo entre el clamor unánime el 12
nombre de Brútulo Papio: era un hombre noble y poderoso, responsable sin
lugar a dudas de la ruptura de la reciente tregua. Forzados los pretores a
someterlo a debate, decretaron que Brútulo Papio les fuese entregado a los 13
romanos y que juntamente con él se enviasen a Roma todo el botín de
procedencia romana y sus prisioneros, y que fuesen devueltas, de acuerdo con el
derecho humano y divino, todas las cosas que a tenor del tratado habían sido
reclamadas a través de los feciales. Fueron enviados a Roma, tal como habían 14
acordado, los feciales y el cuerpo sin vida de Brútulo; éste, con su muerte
voluntaria, se sustrajo a la infamia y al suplicio. Se acordó entregar también sus 15
bienes juntamente con su cuerpo. Sin embargo, de todo aquel conjunto
solamente fueron aceptados los prisioneros y lo que se identificó entre el botín;
la entrega del resto no tuvo efecto. El dictador obtuvo el triunfo por decreto del
senado.
Algunos historiadores sostienen que esta guerra la hicieron 40
La fiabilidad de
las fuentes
los cónsules y que ellos desfilaron en triunfo sobre los samnitas;
que Fabio entró incluso en Apulia y trajo de allí un gran botín.
No hay discrepancias en cuanto a que aquel año fue dictador Aulo Cornelio; lo 2
que está en duda es si fue nombrado para dirigir la guerra o para que fuera el que
diese la señal de partida a las cuadrigas en los Juegos Romanos porque coincidía 3
que el pretor Lucio Plaucio estaba aquejado de una enfermedad grave,
renunciando a la dictadura una vez desempeñada esta función de un mandato
nada memorable. Y no resulta fácil decidirse por un hecho frente a otro ni por un
autor frente a otro. Creo que la historia fue alterada en los elogios fúnebres y en 4
las falsas inscripciones de los retratos, al inclinar a su favor las familias la fama
de las hazañas y los cargos con mentiras que inducen a error; de ahí, sin duda, la 5
confusión entre las gestas individuales y los vestigios históricos públicos; no
queda, además, ningún escritor de la época en cuya autoridad basarse con
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seguridad suficiente.
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LIBRO IX
SINOPSIS
Caps. 1-16: LAS HORCAS CAUDINAS Y LA REVANCHA ROMANA.
Gayo Poncio anima a los samnitas a reemprender la guerra contra Roma (1).
Los romanos, atrapados en las Horcas Caudinas. Consultas samnitas. Lucio Léntulo aconseja entregarse (2-4).
Compromiso de los cónsules. Los romanos pasan bajo el yugo. Triste retorno a Roma, pasando por Capua (5-7).
Discursos del cónsul Postumio pidiendo que lo entreguen a los samnitas (8-9).
Los samnitas no aceptan la entrega de los responsables (10-11).
Los samnitas, decepcionados, atacan la colonia de Fregelas. Los romanos asedian Luceria (12-13).
Los tarentinos piden un alto en la lucha. Asaltan los romanos el campamento samnita. Se rinde Luceria y los
samnitas pasan bajo el yugo (14-15).
Reconquista de Sátrico. Semblanza de Lucio Papirio Cúrsor (16).
Caps. 17-19: ROMA Y ALEJANDRO MAGNO.
Caps. 20-46: EXPANSIÓN ROMANA EN VARIOS FRENTES.
Expansión romana hacia el Mediodía. Los romanos asedian Satícula, y los samnitas, Plística (20-21).
Los romanos se apoderan por fin de Satícula. Combate en torno a Sora (22-23).
Asedio y toma de Sora. Guerra con los ausones, tomándoles Ausona, Minturnas y Vescia (24-25).
Luceria, perdida y recuperada. Conspiración en Capua, procesamiento del dictador en Roma. Victoria sobre los
samnitas en la Campania (26-27).
Toma de Fregelas, Ñola, Atina y Calacia. Colonias. Amenaza de guerra etrusca. Censura de Apio Claudio (28-29).
Desacuerdo de los cónsules con la nueva configuración del senado. Huelga de flautistas (30).
Guerra samnita: Cluvias, Boviano. Guerra etrusca: Sutrio (31-32).
El tribuno Publio Sempronio en contra de Apio Claudio, que se resiste a dejar el cargo de censor (33-34).
Los romanos derrotan a los etruscos en Sutrio y los persiguen en la selva Ciminia (35-36).
Guerra en Sutrio con etruscos y umbros. Victoria romana; tregua (37).
Guerra en el Samnio y la Campania. Papirio Cúrsor, dictador. Importante victoria sobre los etruscos (38-39).
Papirio Cúrsor vence a los samnitas y Fabio a los etruscos. Acciones bélicas menores. Victoria de Fabio sobre los
umbros (40-41).
Sucesivas victorias sobre los samnitas. Movimiento entre los hérnicos (42-44).
Fin de la segunda guerra samnita. Triunfo sobre los ecuos (45).
Un edil plebeyo adopta conflictivas medidas civiles en Roma (46).
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tratado. En efecto, ¿qué se podía hacer, además de lo que nosotros hicimos, para 5
aplacar a los dioses y calmar a los hombres? Las cosas tomadas al enemigo
como botín, que se podían considerar nuestras por derecho de guerra, las
devolvimos; los promotores de la guerra, ya que no pudimos con vida, se los 6
entregamos muertos, y sus bienes los llevamos a Roma para que no quedara en
nuestro poder nada con peligro de contagio. ¿En qué más, romano, estoy en
deuda contigo, o con el tratado, o con los dioses testigos del tratado? ¿Qué 7
persona voy a proponer como juez de tus iras y de mi castigo? No recuso a
nadie, sea un pueblo o un ciudadano particular. Y si al débil no le asiste ninguna
ley humana frente al más fuerte, en ese caso yo me acogeré a los dioses 8
vengadores de la tiranía intolerable y les suplicaré que dirijan sus iras contra 9
aquellos a los que no les basta con la restitución de lo que era suyo, ni
incrementado con lo que era de otros; cuya crueldad no se sacia ni con la muerte
de los culpables, ni con la entrega de sus cuerpos sin vida, ni aunque vaya
seguida de sus bienes la entrega de los dueños, a no ser que les ofrezcamos
nuestra sangre para que la beban y nuestras entrañas para que las desgarren. La 10
guerra, samnitas, es justa cuando es una necesidad, y las armas legítimas para
aquellos a los que no se les deja más esperanza que las armas. Por consiguiente, 11
como la mayor importancia de las empresas humanas se cifra en cuál de ellas
tiene a los dioses a su favor y cuál en contra, tened por seguro que las guerras
anteriores las hicisteis en contra de los dioses más que de los hombres, y esta
que ahora se avecina la vais a hacer guiados por los propios dioses.»
Después de hacer estas predicciones tan favorables como 2
Los romanos,
atrapados en las
verdaderas, hace salir a su ejército y emplaza el campamento en
Horcas las cercanías de Caudio[95] ocultándolo todo lo que puede. Desde 2
Caudinas. allí envía en dirección a Calacia[96], donde tenía noticia de que
Consultas se encontraban ya los cónsules romanos y su campamento, diez
samnitas. Lucio soldados disfrazados de pastores y les ordena que apacienten el
Léntulo aconseja
ganado separados uno aquí y otro allá no lejos de los parapetos
entregarse
romanos; que, cuando se topen con los que salen a saquear, 3
coincidan todos en decir lo mismo: que las legiones samnitas están en Apulia,
que están asediando Luceria[97] con todos sus efectivos y ya no falta mucho para
que la tomen por la fuerza. Este rumor, difundido a propósito con anterioridad, 4
había llegado ya a oídos de los romanos, pero los prisioneros le dieron mayor
credibilidad, sobre todo porque las palabras de todos ellos eran coincidentes.
Estaba fuera de duda que los romanos prestarían ayuda a los habitantes de 5
Luceria, aliados buenos y fieles, evitando al mismo tiempo que toda la Apulia se
pasase al enemigo ante lo amenazante de la situación: únicamente hubo debate
sobre la ruta a seguir.
Dos caminos conducían a Luceria: uno, bordeando la costa del mar Superior, 6
era practicable y despejado, pero si bien era más seguro, también era más largo
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casi en la misma medida; el otro, más corto, pasaba a través de las Horcas
Caudinas. Pero la configuración de la zona es la siguiente: hay dos desfiladeros 7
profundos, estrechos y cubiertos de boscaje, unidos entre sí por una cadena de
montañas que los circunda. Entre ellos se extiende una llanura bastante amplia,
cerrada en medio, cubierta de hierba y húmeda, por cuyo centro pasa el camino.
Pero antes de llegar a ella hay que pasar a través del primer desfiladero y 8
después, o bien hay que desandar el camino por donde se ha entrado, o si se
quiere seguir adelante, hay que salir por otro desfiladero más estrecho y más
impracticable.
El ejército de los romanos descendió a dicha planicie por otro camino a 9
través de una roca excavada, y cuando se dirigieron a toda prisa a la otra
garganta, la encontraron cortada por árboles derribados y una mole de rocas
enormes cerrándoles el paso. Evidentemente se trataba de una trampa del
enemigo; además se divisaban tropas en lo alto del desfiladero. Entonces dan la 10
vuelta a toda prisa y prosiguen desandando el camino por el que habían venido;
lo encuentran también cerrado con obstáculos y hombres armados.
Inmediatamente detienen la marcha sin que nadie se lo ordene; el estupor
paraliza los ánimos de todos y una especie de embotamiento extraño agarrota
sus miembros. Se miran unos a otros considerando cada uno a los restantes más 11
dueños de sí y más capaces de discurrir, y se quedan largo tiempo inmóviles y
silenciosos. Después, cuando vieron que se armaban las tiendas de los cónsules 12
y que algunos aprestaban los útiles para el trabajo de fortificación, aunque veían
que este trabajo iba a ser objeto de burlas por ser realizado cuando todo estaba 13
perdido y no quedaba ningún motivo de esperanza, sin embargo, para no añadir
la culpa a la desgracia, sin que nadie se lo indique o se lo ordene se dedican cada
uno de por sí a los trabajos defensivos y rodean el campamento con una 14
empalizada cerca del agua: ellos mismos admitían con tristeza y se burlaban de
la inutilidad de los trabajos y del esfuerzo, aparte de que los enemigos los
increpaban con jactancia. En torno a los abatidos cónsules, que ni siquiera 15
reunían la asamblea dado que no había lugar para consejo ni ayuda, por propia
iniciativa se reúnen los legados y tribunos, y los soldados, vueltos hacia la tienda
pretoria, reclaman de sus jefes una ayuda que a duras penas podían prestar los
dioses inmortales.
La noche cayó sobre ellos cuando, más que deliberar, lo que hacían era 3
quejarse, pues cada uno según su talante murmuraba: «Avancemos a través de
los obstáculos de los caminos», otro: «A través de los montes que tenemos
enfrente, a través de los bosques, por dondequiera que se puedan llevar las
armas; el caso es que podamos llegar hasta un enemigo al que venimos 2
venciendo a lo largo ya de casi treinta años[98]: todo será terreno llano y
favorable para el romano en lucha contra el pérfido samnita»; otro: «¿A dónde
vamos a ir, y por dónde? ¿Vamos a desplazar de su base las montañas? Mientras 3
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esas crestas se levanten por encima de nosotros, ¿por dónde se va a llegar hasta
el enemigo? Con armas o sin ellas, valientes o cobardes, todos por igual estamos
atrapados y vencidos; el enemigo ni siquiera nos va a presentar el hierro que nos
permitiría morir dignamente; sin moverse dará fin a la guerra.» Mientras se
intercambiaban este tipo de comentarios sin pensar en la comida ni en el 4
descanso, se pasó la noche.
Tampoco a los samnitas se les ocurría un plan en unas circunstancias tan
favorables; así, pues, todos son del parecer de consultar por carta a Herennio
Poncio, padre de su general. Éste, cargado de años, se había apartado ya de las 5
tareas públicas, no sólo militares sino también civiles. Pero en su cuerpo gastado
estaba entera la fuerza de espíritu y de razonamiento. Cuando se enteró de que
en las Horcas Caudinas los ejércitos romanos estaban copados entre dos 6
desfiladeros, consultado por el emisario de su hijo estimó que había que dejarlos
salir de allí a todos cuanto antes sin hacerles daño. Se dejó de lado este parecer, 7
y el mismo emisario volvió a consultarlo por segunda vez, y entonces estimó
que había que darles muerte a todos sin dejar uno. Cuando se recibieron estas
respuestas tan contradictorias como si procedieran de un ambiguo oráculo, 8
aunque el propio hijo fue de los primeros en pensar que también la mente de su
padre había envejecido a la vez que su cuerpo quebrantado, cedió, no obstante,
al parecer general de hacerle venir en persona al consejo. Sin poner dificultades 9
el anciano, dicen, se trasladó al campamento en su carro. Llamado al consejo,
habló más o menos en términos tales que no varió un ápice su forma de pensar, 10
únicamente añadió las razones: en su primera propuesta, que consideraba la
mejor, aseguraba para siempre la paz y la amistad con un pueblo muy poderoso
por medio de un buen gesto de gran alcance; con la segunda propuesta aplazaba
la guerra por muchas generaciones durante las cuales la pérdida de dos ejércitos
sería reparada con dificultad por el poderío romano. Una tercera vía no la había. 11
Al insistir su hijo y los otros jefes en querer saber qué pasaría si se adoptaba una
vía intermedia dejándoles marchar incólumes pero sometiéndolos a las leyes que
el derecho de guerra impone a los vencidos, dijo: «Ésa es una solución que ni 12
nos depara amigos ni nos libra de enemigos. Salvad ahora a quienes habéis
exasperado con el deshonor: el pueblo romano es de una forma de ser que, 13
vencido, no sabe quedarse quieto; estará siempre vivo en su corazón todo lo que
su apurada situación actual les imponga y no les dejará descansar hasta que os
hagan pagar el castigo de muchas maneras.» Sin que se aceptase ninguna de sus
dos propuestas, Herennio fue trasladado del campamento a casa.
En el campamento romano se hicieron infructuosamente numerosas 4
tentativas para abrirse paso; carentes por completo de recursos, vencidos por la 2
necesidad, envían unos comisionados a que en principio pidan una paz justa, y si
no consiguen la paz, que provoquen al enemigo a combate. Entonces Poncio 3
respondió que la guerra había terminado, y ya que ni siquiera vencidos y
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apresados sabían reconocer su suerte, les haría pasar bajo el yugo[99] sin armas y
con una sola prenda de vestir. Las otras condiciones de la paz serían equitativas
para vencedores y vencidos: si abandonaban el territorio samnita y retiraban sus
colonias[100], en adelante romanos y samnitas vivirían con sus propias leyes cada 4
uno de acuerdo con un tratado equitativo; en estas condiciones él estaba
dispuesto a pactar con los cónsules una alianza; si alguna de ellas no les gustaba, 5
prohibía que los comisionados volvieran a su presencia. Cuando se tuvo noticia
del resultado de esta embajada estallaron de repente tales lamentos por parte de 6
todos y cundió tal abatimiento, que daba la impresión de que no se sentirían más
afectados si se anunciase que iban a encontrar todos la muerte allí mismo.
Como se había producido un largo silencio y los cónsules no eran capaces de 7
decir palabra ni a favor de un tratado tan humillante ni en contra de un tratado
tan obligado, Lucio Léntulo, que era entonces el legado más autorizado por su
valor y por los cargos desempeñados[101], dijo: «A mi padre, cónsules, le oí
repetidas veces recordar que en el Capitolio él había sido el único que no se 8
había unido a la propuesta senatorial de rescatar a precio de oro[102] la ciudad de
manos de los galos, dado que el enemigo, tan descuidado en lo referente a los
trabajos de fortificación, no los había aislado con foso y vallado y podían hacer
una salida brusca, si no sin grave riesgo, sí al menos sin que el desastre fuese
seguro. Y lo mismo que ellos pudieron precipitarse desde el Capitolio armados 9
contra el enemigo como tantas veces los sitiados salieron de estampida contra
los sitiadores, así, si también nosotros tuviéramos al menos la posibilidad de
batirnos con el enemigo, fuese favorable o desfavorable la posición, a mí no me
faltaría la disposición de ánimo de mi padre a la hora de aconsejar. Es verdad 10
que la muerte por la patria es hermosa, lo reconozco, y estoy dispuesto a
ofrecerme con voto por el pueblo romano y sus legiones o a lanzarme en medio 11
del enemigo; pero yo veo a la patria aquí, veo aquí a todas las legiones de que
Roma dispone, y a no ser que éstas quieran correr a la muerte por sí mismas,
¿qué queda para que lo salven con su muerte? Las casas de la ciudad, podrá 12
decir alguien, y las murallas y toda esa multitud que vive en la ciudad. Al
contrario, por Hércules: con la destrucción de este ejército se entrega, no se
salva todo eso. En efecto, ¿quién lo protegerá? Naturalmente, una masa inepta 13
para la guerra y desarmada, igual, ¡por Hércules!, que lo defendió del ataque de 14
los galos. ¿O es que le implorarán a Veyos un ejército, y un Camilo como jefe?
[103]. Toda nuestra esperanza y nuestra fuerza está aquí: salvándola salvamos a la
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rescataron con oro.»
Los cónsules se fueron a parlamentar con Poncio; como el 5
Compromiso de
los cónsules. Los
vencedor intentaba llegar a un tratado, ellos dijeron que no se
romanos pasan podía hacer un tratado sin el mandato del pueblo, ni sin feciales
bajo el yugo. y el resto del ceremonial solemne. Así pues, la paz Caudina no 2
Triste retorno a revistió la forma de tratado, como generalmente se cree e incluso
Roma, pasando Claudio[104] refiere por escrito, sino de promesa solemne[105].
por Capua
¿Qué necesidad había, en efecto, de garantes o de rehenes en un 3
tratado, si éstos concluyen con la súplica a Júpiter de que golpee al pueblo
responsable de que no se respeten las condiciones pactadas de la misma forma
que el cerdo es golpeado por los feciales? El compromiso solemne fue asumido 4
por los cónsules, los legados, los cuestores, los tribunos militares, y se conservan
los nombres de todos los que se comprometieron, mientras que, si se hubiese
procedido por medio de un tratado, no estarían consignados nada más que los de
los dos feciales; y en razón de la imprescindible dilación del tratado se exigieron 5
además seiscientos jinetes como rehenes, que pagarían con su vida si no se
respetaba lo pactado. Se fijó luego el plazo para entregar los rehenes y hacer 6
pasar bajo el yugo al ejército desarmado.
La vuelta de los cónsules reavivó la desolación en el campamento, tanto que
se estuvo a punto de ponerles la mano encima a aquellos por cuya temeridad
habían sido llevados a aquel lugar y por cuya cobardía su salida de allí iba a ser 7
más vergonzosa que su entrada: no habían tenido un guía, nadie había
reconocido el terreno; como animales salvajes habían caído ciegamente en un
foso. Se miraban unos a otros; contemplaban las armas que pronto iban a ser 8
entregadas, sus diestras a punto de ser desarmadas y sus cuerpos puestos a
merced del enemigo; su imaginación les ponía ante los ojos el yugo enemigo, las
burlas de los vencedores y su expresión insolente, mientras ellos sin armas
pasaban por entre aquellos hombres armados; después, la marcha lamentable de 9
la triste columna a través de las ciudades de los aliados, el retorno junto a sus
padres a la patria adonde a menudo ellos y sus antepasados habían vuelto 10
triunfalmente; sólo ellos se habían derrotado a sí mismos sin heridas, sin armas,
sin frente de batalla; no habían tenido posibilidad de desenvainar las espadas, de
trabar combate con el enemigo; en vano les habían sido entregadas las armas, en
vano las fuerzas, en vano el coraje.
Mientras protestaban de esta forma, llegó el momento fatal de la ignominia, 11
que les iba a hacer más triste la experiencia real de lo que se habían imaginado. 12
En primer lugar, se les ordenó que salieran de la empalizada desarmados,
vestidos sólo con una prenda, y primero fueron entregados los rehenes y 13
llevados bajo custodia. A continuación se ordenó a los lictores dejar a los
cónsules; ellos fueron despojados de los capotes, y esto provocó un sentimiento
de lástima tan hondo en quienes poco antes entre imprecaciones habían
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propuesto entregarlos y someterlos a tortura, que olvidándose cada uno de su 14
propia situación, apartaban la vista de aquella degradación de tan alta majestad
como de un espectáculo horrendo.
Los primeros a quienes se hizo pasar bajo el yugo fueron los cónsules, 6
semidesnudos; a continuación fueron sometidos a la ignominia todos los que
venían después en graduación; después, las legiones, una tras otra. Los
flanqueaban los enemigos armados increpándolos y mofándose; sobre muchos 2
alzaban incluso las espadas, y algunos fueron heridos o muertos si su expresión
relativamente dura por la indignación ante lo que se les hacía molestaba al
vencedor.
Se les hizo así pasar bajo el yugo, y además a la vista de los enemigos, lo 3
cual resultaba tal vez más penoso aún. Cuando salieron del desfiladero, aunque
teman la misma impresión que si se les hubiese sacado de los infiernos y viesen
la luz entonces por primera vez, sin embargo la propia luz, que les permitía ver
el lastimoso estado de su ejército, resultó más triste que cualquier clase de
muerte. Por eso, aun cuando podían llegar a Capua antes de la noche, dudando 4
de la lealtad de sus aliados y retenidos por la vergüenza, tendieron por tierra sus
cuerpos, carentes de todo, a los lados del camino no lejos de Capua. Cuando la
noticia llegó a Capua, la justa compasión por los aliados prevaleció sobre la 5
altivez innata de los campanos. Rápidamente, en un gesto de deferencia envían a
los cónsules sus distintivos y a los soldados armas, caballos, ropas y provisiones, 6
y a su llegada a Capua el senado en pleno y el pueblo todo salen a su encuentro 7
y cumplen con todas las obligaciones que son debidas a los huéspedes privados
y públicos. Pero ni las atenciones de sus aliados, ni su actitud acogedora ni sus 8
palabras de aliento conseguían no ya arrancarles una palabra, sino ni siquiera
hacerles levantar la vista y mirar a la cara a sus amigos que los animaban: hasta
ese extremo su abatimiento estaba dominado por una especie de vergüenza que 9
los forzaba a rehuir el diálogo y el trato con la gente.
Al día siguiente, cuando estuvieron de vuelta unos jóvenes nobles enviados 10
desde Capua para que los acompañasen en su marcha hasta la frontera de la 11
Campania, fueron llamados a la curia y ante las preguntas de los ancianos
contaron que les habían parecido bastante más abatidos y desmoralizados, tan
silenciosa y casi muda había sido la marcha de la columna; que el famoso 12
carácter romano estaba por los suelos, que junto con las armas les habían
quitado la moral; que no devolvían el saludo, ni uno había sido capaz de abrir la
boca por miedo, como si todavía llevasen sobre la cerviz el yugo bajo el que se 13
les había hecho pasar; que los samnitas habían obtenido una victoria no sólo
brillante sino duradera, pues no habían conquistado Roma, como anteriormente
los galos, sino algo de un valor bélico mucho más alto, la valentía y la fiereza
romana.
Mientras se decían y oían estas cosas y casi se había llorado el fin de la 7
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potencia romana en la asamblea de los fieles aliados, dicen que Aulo Calavio, 2
hijo de Ovio, ilustre por su cuna y sus hazañas y entonces respetable además por
su edad, dijo que las cosas eran de muy distinta manera: aquel silencio 3
obstinado, los ojos clavados en el suelo, los oídos sordos a todo consuelo, y los
reparos en mirar de frente la luz eran indicio de que agitaban un enorme cúmulo 4
de ira en lo profundo de sus ánimos; y o bien él no conocía la manera de ser de
los romanos, o aquel silencio iba a provocar en breve gemidos y gritos de llanto
en los samnitas, y el recuerdo de la paz Caudina iba a ser bastante más funesto
para los samnitas que para los romanos; y es que iban a tener unos y otros el 5
coraje que les era propio dondequiera que se enfrentasen, pero los samnitas no
iban a tener en todas partes los desfiladeros de Caudio.
En Roma era ya conocido este deshonroso desastre. Primero se tuvo noticia 6
de que estaban bloqueados; después, la noticia de la paz ignominiosa fue
recibida con mayor consternación que la del peligro. Cuando se conoció el cerco 7
había comenzado a efectuarse un llamamiento a filas; después, al saber que se
había llevado a cabo la rendición de forma tan vergonzosa, se licenció a las
tropas auxiliares e inmediatamente, sin que interviniera ninguna autoridad
pública, se acordó el luto en todas sus manifestaciones. Se cerraron las tiendas
en torno al foro, y en el foro comenzó espontáneamente, antes de ser decretada, 8
la suspensión de los asuntos públicos[106]; se abandonaron las laticlavas y los
anillos de oro; la ciudad estaba casi más abatida que el propio ejército y había 9
irritación no sólo contra los generales y los instigadores y los garantes de la paz:
había incluso odio contra los soldados, que eran inocentes, y había una negativa
a recibirlos en la ciudad y en las casas. Esta exasperación de los ánimos fue rota 10
por la llegada del ejército, que inspiraba lástima incluso a los que estaban
airados. En efecto, no tenían el aspecto del que vuelve a su patria sano y salvo
contra lo que era de esperar, sino que por su indumentaria y la expresión de sus
semblantes parecían prisioneros cuando entraron en la ciudad al anochecer, y
todos se ocultaron en sus casas sin que ninguno de ellos quisiera al día siguiente
o en los días sucesivos ver el foro o aparecer en público. Los cónsules, 11
encerrados en sus casas, no actuaban como tales hasta que un decreto del senado 12
los obligó a proceder al nombramiento de un dictador para convocar los
comicios. Nombraron a Quinto Fabio Ambusto, y jefe de la caballería a Publio 13
Elio Peto; hubo un defecto de forma en sus nombramientos y los sustituyeron 14
Marco Emilio Papo como dictador y Lucio Valerio Flaco como jefe de la
caballería. Tampoco éstos celebraron los comicios, y como el pueblo no quería
saber nada de ninguno de los magistrados de aquel año, se desembocó en un 15
interregno. Fueron interreyes Quinto Fabio Máximo y Marco Valerio Corvo.
Éste proclamó cónsules[107] a Quinto Publilio Filón y Lucio Papirio Cúrsor por
segunda vez con el acuerdo indudable de la población, porque en aquellos
momentos no había ningún jefe más brillante.
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Discursos del Entraron en funciones el mismo día que fueron proclamados, 8
cónsul Postumio pues así lo habían querido los senadores, y después de cumplir
pidiendo que lo con los habituales decretos del senado, presentaron una
entreguen a los proposición acerca de la paz Caudina, y Publilio, al que 2
samnitas
correspondía entonces llevar los fasces[108], dijo: «Tienes la
palabra, Espurio Postumio.» Éste se puso en pie, y con la misma expresión en el
semblante con la que había pasado bajo el yugo, dijo: «No se me escapa, 3
cónsules, que se me ha invitado a ser el primero en levantarme y hablar no como
un honor sino como una humillación, no como senador sino como culpable, de
una guerra desafortunada por una parte, y por otra de una paz ignominiosa. A 4
pesar de todo, yo, puesto que no habéis sometido a debate ni nuestra culpa ni
nuestro castigo, prescindo de una defensa que no resultaría muy difícil ante
quienes no ignoran los azares y las necesidades humanas, y voy a exponer en
pocas palabras mi parecer acerca de lo que habéis sometido a debate; parecer
este que dará testimonio sobre si actué pensando en mí o en vuestras legiones
cuando me comprometí con una promesa, fuese ésta vergonzosa o inevitable;
con ella, sin embargo, puesto que se hizo sin el mandato del pueblo, no está 5
comprometido el pueblo romano, y en virtud de la misma no se les debe a los
samnitas ninguna otra cosa más que nuestra persona. Entréguesenos, desnudos y 6
maniatados, por medio de los feciales; liberemos al pueblo de obligaciones
religiosas, si es que lo hemos comprometido con alguna, para que ningún
obstáculo divino ni humano impida reemprender de nuevo una guerra justa y
santa. Mi parecer es que, entretanto, los cónsules alisten un ejército, lo armen y 7
lo pongan en marcha, aunque sin cruzar las fronteras enemigas hasta que se
cumplan todas las formalidades requeridas para entregarnos. A vosotros, dioses
inmortales, os ruego y suplico que, ya que no tuvisteis a bien que los cónsules 8
Espurio Postumio y Tito Veturio llevasen a buen término la guerra con los
samnitas, al menos que os baste con habernos visto pasar bajo el yugo, con 9
haber visto que nos comprometíamos con una promesa deshonrosa, con vernos
entregados al enemigo desnudos y encadenados recibiendo sobre nuestras
cabezas todas las iras del enemigo; plégueos que los nuevos cónsules y las 10
legiones romanas hagan contra los samnitas una guerra por el estilo de todas las
guerras que se hicieron antes de nuestro consulado.»
Después que habló así se suscitó entre las gentes una admiración y, a la vez, 11
una compasión tan honda por aquel hombre, que parecía increíble que fuese el
mismo Espurio Postumio responsable de una paz tan vergonzosa y, por otra 12
parte, daba lástima que un hombre de aquella talla hubiese de sufrir el principal
castigo a manos de los enemigos, furiosos por el quebrantamiento de la paz. 13
Todos lo elogiaban y se manifestaban a favor de su propuesta, y los tribunos de
la plebe Lucio Livio y Quinto Melio intentaron oponerse durante algún tiempo, 14
diciendo que ni el pueblo quedaba libre de su compromiso religioso
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entregándolos, a no ser que se les volviesen a dejar a los samnitas las cosas tal y 15
como estaban en Caudio, ni ellos, por el hecho de haber salvado al ejército del
pueblo romano prometiendo la paz, habían merecido ninguna clase de castigo,
ni, en último término, era posible entregarlos al enemigo ni maltratarlos, puesto
que eran sacrosantos.
Entonces Postumio dijo: «De momento entregadnos a nosotros, que no 9
somos sacrosantos: podéis hacerlo quedando a salvo la religión; después
entregaréis también a esos, que son sacrosantos, tan pronto como dejen el cargo, 2
pero, si queréis saber mi opinión, antes de entregarlos azotadlos con varas aquí
en el comicio, para que reciban este anticipo por el aplazamiento del castigo. En 3
efecto, en cuanto a lo que se afirma de que entregándonos a nosotros no queda
libre el pueblo de compromiso sagrado, ¿quién está tan poco versado en derecho
de feciales que ignore que eso lo dicen más por evitar ser entregados esos 4
mismos que porque las cosas sean así realmente? Y yo no pongo en tela de
juicio, senadores, que las promesas solemnes son tan sagradas como los tratados
para aquellos que respetan la lealtad humana al mismo nivel que la religión de
los dioses; pero sin un mandato del pueblo sostengo que no se puede sancionar
nada que obligue al pueblo. ¿O es que si los samnitas con la misma prepotencia 5
con que nos arrancaron esa promesa nos hubiesen obligado a pronunciar la
fórmula de rigor con que se entregan las ciudades, vosotros, tribunos, diríais que
se había rendido el pueblo romano y que esta ciudad, los templos, los santuarios,
las tierras y las aguas pertenecían a los samnitas? No hablemos de rendición,
puesto que se trata de una promesa: ¿y qué si hubiésemos prometido que el 6
pueblo romano abandonaría esta ciudad?, ¿que la incendiaría?, ¿que no tendría
magistrados, ni senado, ni leyes?, ¿que estaría mandada por reyes? “¡No lo
quieran los dioses!”, dices. Pero es que la atrocidad de lo prometido no rompe el 7
vínculo de la promesa; si el pueblo puede quedar obligado en algo, lo puede en
todo. Y ni siquiera tiene importancia, aunque tal vez a algunos los impresione, la
circunstancia de si la promesa la hizo el cónsul, o el dictador, o el pretor. Así lo
comprendieron los propios samnitas, que no se contentaron con la promesa de 8
los cónsules, sino que forzaron la promesa de los legados, los cuestores y los
tribunos militares.
»Y que nadie venga ahora a preguntarme a mí por qué hice esa promesa 9
cuando no entraba dentro de las atribuciones de un cónsul, y ni yo podía
prometer una paz que no era de mi competencia ni podía hacerlo por vosotros,
que no me habíais dado ningún mandato. En Caudio no se hizo nada, senadores, 10
con criterios humanos; los dioses inmortales privaron de discernimiento a
vuestros generales y a los del enemigo. Nosotros en la guerra no actuamos con 11
las debidas cautelas, y ellos echaron a perder de mala manera una victoria mal
conseguida, cuando apenas tuvieron en cuenta el lugar en que habían vencido y
se apresuraron a quitarles las armas con las condiciones que fuese a unos
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hombres nacidos para las armas. ¿Tan difícil les resultaba, si hubieran estado en 12
sus cabales, lo mismo que hicieron venir de su casa para consultar con ellos a los
ancianos, enviar una embajada a Roma y negociar la paz y el tratado con el
senado, con el pueblo? Era un viaje de tres días si venían ligeros; la situación, 13
entretanto, hubiera sido de tregua hasta que la embajada les trajera de Roma o
una victoria segura o bien la paz. La promesa hubiera sido, en definitiva, la que
hubiésemos hecho por mandato del pueblo. Pero ni vosotros lo hubieseis 14
consentido ni nosotros hubiésemos hecho promesa; y no era justo que la
situación tuviese otra salida más que el salir ellos ilusoriamente burlados como
en un sueño más hermoso de lo que podían pensar, y ser sacado del atolladero 15
nuestro ejército por la misma fortuna que lo había metido en él; que una victoria
ilusoria fuese anulada por una paz aún más ilusoria; que entrase en juego una
promesa que no obligaba a nadie más que a quien la hacía. En efecto, senadores, 16
¿qué se trató con vosotros, qué se trató con el pueblo romano? ¿Quién os puede
pedir cuentas, quién puede decirse engañado por vosotros? ¿Un enemigo? ¿Un
compatriota? Al enemigo no le hicisteis promesa alguna, a ningún compatriota
le disteis mandato para hacer una promesa en vuestro nombre. Por consiguiente, 17
nada hay que os obligue en relación con nosotros, a los que no disteis ningún
mandato, ni en relación con los samnitas, con los que nada tratasteis. Con los 18
samnitas el compromiso lo hemos adquirido nosotros, deudores suficientemente
solventes de lo que es nuestro, de aquello de lo que podemos responder, nuestros
cuerpos y nuestras mentes; que se ensañen en esto, que contra esto apunten su 19
hierro y sus iras. Por lo que se refiere a los tribunos, deliberad si se puede hacer
su entrega en el momento presente o se deja para más adelante; entretanto,
nosotros, tú, Tito Veturio, y vosotros, los demás, ofrezcamos estas cabezas sin
valor como expiación de la promesa, y con nuestro suplicio dejemos libres las
armas romanas.»
Tanto la tesis como su defensor convencieron a los 10
Los samnitas no
aceptan la
senadores, y no sólo a los demás sino también a los tribunos de
entrega de los la plebe, que declararon que estaban a disposición del senado.
responsables Renunciaron inmediatamente a sus cargos y, junto con los 2
demás, fueron entregados a los feciales para ser conducidos a
Caudio. Cuando salió este decreto del senado fue como si una luz hubiese
comenzado a brillar sobre la ciudad. El nombre de Postumio estaba en labios de 3
todos, lo ponían por las nubes con sus elogios, lo ponían a la altura del sacrificio
del cónsul Publio Decio[109] y de otras famosas proezas: por consejo suyo y por
obra suya la ciudad había salido a flote de la vergüenza de aquella paz; se 4
ofrecía a sí mismo a los tormentos y la cólera de los enemigos, entregándose
como víctima expiatoria por el pueblo romano. Todos ponen sus ojos en las 5
armas y en la guerra: ¿cuándo será el momento en que puedan medir sus armas
con los samnitas?
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En una población que ardía en cólera y odio se hizo un reclutamiento casi 6
enteramente de voluntarios. Se formaron nuevas legiones alistando a los mismos
soldados y el ejército tomó la dirección de Caudio. Los feciales, que iban 7
delante, al llegar a la puerta de la ciudad ordenaron que les quitasen las ropas a
los garantes de la paz y les atasen las manos a la espalda. Como el subalterno,
por respeto a la dignidad de Postumio, apretaba poco las ligaduras, le dijo: «¿Por
qué no aprietas la correa, para que la entrega se haga como es debido?»
Después, cuando llegaron a la asamblea de los samnitas y al tribunal de Poncio, 8
el fecial Aulo Cornelio Arvina habló en estos términos: «Puesto que estos 9
hombres sin el mandato del pueblo romano de los Quirites hicieron la promesa
de que se firmaría un tratado y por ello incurrieron en falta, por ese motivo, a fin
de que el pueblo romano quede libre de un crimen impío, os entrego a estos 10
hombres.» Mientras el fecial pronunciaba estas palabras, Postumio le dio un
rodillazo en el muslo con todas sus fuerzas diciendo en voz alta que él era un
ciudadano samnita, que aquel embajador había sido maltratado por él
contraviniendo el derecho de gentes; que por ello los romanos tendrían más
derecho a hacer la guerra[110].
Poncio entonces dijo: «Ni yo voy a aceptar una entrega semejante ni los 11
samnitas la van a dar por válida. Tú, Espurio Postumio, si crees en la existencia 2
de los dioses, ¿por qué no lo consideras todo sin efecto o bien te atienes a lo
convenido? Al pueblo samnita le son debidos todos aquellos que tuvo en su
poder, o bien la paz a cambio de éstos. Pero ¿por qué me dirijo a ti, que te 3
entregas preso al vencedor con la buena fe que te es posible? Al pueblo romano
interpelo; si él está pesaroso de la promesa hecha en las Horcas Caudinas, que
devuelva las legiones romanas al interior del desfiladero en que estuvieron 4
cercadas. Nadie habrá engañado a nadie; dese todo por no hecho; reciban las
armas cuya entrega pactaron, vuelvan a su campamento, tengan todo lo que
tenían la víspera de celebrarse la conferencia: pronúnciense entonces a favor de
la guerra y las resoluciones enérgicas, reniéguese entonces de la promesa y la 5
paz. Guerreemos en las mismas posiciones que teníamos antes de que se hablase
de paz; que ni el pueblo romano acuse a los cónsules por su promesa ni nosotros
acusemos de deslealtad al pueblo romano. ¿Es que nunca va a faltar un pretexto
para no ateneros a lo pactado cuando sois vencidos? Entregasteis rehenes a 6
Porsena: se los sustrajisteis mediante un ardid[111]. Rescatasteis la ciudad de
manos de los galos a precio de oro: mientras lo recibían fueron hechos trizas.
Pactasteis con nosotros la paz con la condición de que os devolviésemos las 7
legiones capturadas: negáis la validez de esa paz. Y siempre envolvéis el fraude
con alguna apariencia de derecho. ¿Que el pueblo romano no aprueba que las
legiones se salvasen con una paz humillante? Guárdese para sí la paz, las 8
legiones capturadas devuélvaselas al vencedor: esto hubiera sido lo acorde con
la lealtad, con los tratados, con el ceremonial de los feciales. O sea: que tú
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tengas lo que pediste por medio del pacto, tantos ciudadanos a salvo, y que yo 9
no tenga la paz que pacté enviándotelos, ¿a esto llamas tú, Aulo Cornelio, y
vosotros, feciales, llamáis derecho de gentes?
»Yo, por mi parte, ni acepto ni considero entregados a esos cuya entrega 10
simuláis, ni les impido que regresen a la ciudad obligada con una promesa
incumplida, con la consiguiente cólera de los dioses todos, cuya voluntad queda
en ridículo. Haced la guerra porque Espurio Postumio, hace un instante, ha 11
golpeado con su rodilla a un embajador. Así los dioses creerán que Postumio es
ciudadano samnita, no ciudadano romano, y que un embajador romano fue
maltratado por un samnita y por ello se ha vuelto legítima vuestra guerra contra
nosotros. ¡Que no produzca rubor burlarse, de esta forma, a la luz pública de la 12
religión, y que unas personas de edad avanzada y excónsules anden buscando,
para no cumplir la palabra dada, unos subterfugios impropios casi hasta de 13
chiquillos! Anda, lictor, quítales las ligaduras a los romanos; que nadie les
impida marcharse a donde les parezca.» Y ellos, efectivamente, cumplida la
promesa en lo que a ellos se refería sin lugar a dudas, y tal vez también en lo que
se refería al Estado, regresaron ilesos desde Caudio al campamento romano.
Los samnitas, que veían renacer una guerra sin cuartel en 12
Los samnitas,
decepcionados,
lugar de una paz arrogante, tenían no sólo en la mente sino casi
atacan la colonia delante de los ojos todo lo que ocurrió a continuación.
de Fregelas. Los Demasiado tarde y en vano elogiaban las dos propuestas del 2
romanos asedian anciano Poncio. Dejándose llevar por una salida intermedia,
Luceria habían cambiado una victoria que tenían en la mano por una paz
incierta; perdida la oportunidad de prestar un servicio o causar un quebranto,
iban a luchar con unos enemigos que habrían podido suprimir para siempre o de
los que habrían podido hacerse amigos a perpetuidad. Aunque ningún combate 3
había roto aún el equilibrio de fuerzas, los sentimientos habían cambiado de tal
forma después de la paz de Caudio que a Postumio lo había hecho más célebre
entre los romanos su entrega que a Poncio entre los samnitas su incruenta 4
victoria, y los romanos consideraban una victoria indudable el poder hacer la
guerra, mientras que los samnitas creían vencedores a los romanos desde el
mismo momento en que habían reiniciado la guerra.
Entretanto, los satricanos se pasaron a los samnitas y la colonia de Fregelas 5
fue ocupada durante la noche por los samnitas, que llegaron de forma inesperada
—que también los satricanos estaban con ellos es cosa comúnmente admitida—.
El consiguiente miedo mutuo los mantuvo quietos hasta el amanecer a unos y
otros: el alba significó el inicio de la batalla que, a pesar de todo, los fregelanos 6
mantuvieron equilibrada durante algún tiempo porque luchaban por sus altares y
sus hogares y porque desde las casas les ayudaba la población civil; después, un
ardid hizo que la situación se decantase, porque permitieron que se escuchase la 7
voz de un pregonero diciendo que saldrían ilesos los que depusiesen las armas.
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Esta esperanza hizo que remitiese el ardor del combate y por todas partes
comenzaron a tirar las armas. Parte de ellos, los más tenaces, salió bruscamente 8
con sus armas por la puerta de atrás de la ciudad, y su audacia fue para ellos más
segura que el pavor incautamente crédulo para los demás, que fueron rodeados y
abrasados en las llamas por los samnitas mientras invocaban en vano a los dioses
y la promesa hecha.
Después que los cónsules se repartieron los campos de acción, Papirio se 9
dirigió a Luceria, en Apulia, donde eran mantenidos bajo custodia los soldados
romanos de caballería entregados en Caudio como rehenes; Publilio se detuvo en
el Samnio frente a las legiones de Caudio. Esta acción puso en tensión a los 10
samnitas, porque no acababan de decidirse ni a ir a Luceria, no fuese a atacarlos
por la espalda el enemigo, ni a quedarse, no fuese a perderse entretanto Luceria.
Les pareció la mejor solución encomendarse a la suerte y liquidar la lucha con 11
Publilio y, por consiguiente, sacaron sus tropas al campo de batalla.
El cónsul Publilio, cuando iba a luchar contra ellos, pensó que primero había 13
que hablar a los soldados y mandó convocar asamblea. Si bien acudieron
corriendo a la tienda del general con gran vivacidad, no se pudo oír ni una
palabra de su arenga debido al griterío de los que pedían combate. Acordándose
de la ignominia sufrida, a cada uno lo arengaba su propio coraje. Corren, pues, 2
al combate metiendo prisa a sus portaestandartes y, para que el tiempo perdido
en lanzar las jabalinas y desenvainar luego las espadas no retrase el cuerpo a
cuerpo, arrojan al suelo las jabalinas como si se les hubiera dado una señal para
que lo hicieran y con las espadas desenvainadas caen sobre el enemigo a la 3
carrera. Allí no hubo lugar alguno para la pericia de un general en la disposición
de las filas o las tropas auxiliares: la furia de la tropa lo hizo todo, como en un 4
ataque de locura. Y así no sólo fueron derrotados los enemigos, sino que ni
siquiera se atrevieron a limitar su huida al campamento y, dispersándose, se
dirigieron a Apulia; no obstante, se reagruparon de nuevo en una sola formación 5
y llegaron a Luceria. La misma cólera que había empujado a los romanos por
medio del frente enemigo los empujó hacia su campamento, donde el
derramamiento de sangre y la masacre fueron mayores que en el campo de
batalla, y la rabia echó a perder la mayor parte del botín.
El otro ejército con el cónsul Papirio había llegado por la costa hasta 6
Arpos[112] a través de regiones que se mantenían tranquilas en su totalidad más
por las ofensas de los samnitas y el odio contra éstos que por beneficio alguno 7
del pueblo romano. En efecto, los samnitas, que en aquella época vivían en
aldeas en los montes, devastaban los parajes de la campiña y la costa
despreciando como rudos montañeses, de una manera de ser parecida a la de su
tierra, la blandura de los que habitaban tierras de cultivo. Si aquella zona se 8
hubiese mantenido fiel a los samnitas, el ejército romano no hubiera podido
llegar a Arpos o bien la falta absoluta de todo en el área intermedia hubiera
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significado su fin al cortársele el contacto con los convoyes de
aprovisionamiento. Pero aun así, a pesar de que marcharon de allí a Luceria, la 9
misma falta de recursos hizo sufrir a sitiadores y sitiados. A los romanos, todos
los suministros les llegaban desde Arpos, pero en tan escasa medida que a los
soldados ocupados en guardias, vigilancias y trabajos, hombres a caballo les
traían al campamento desde Arpos el trigo en saquitos de cuero, y a veces el 10
encuentro con el enemigo los obligaba a arrojar del caballo el trigo y pelear.
Antes de la llegada del otro cónsul con el ejército victorioso, a los sitiados se les
llevaban provisiones desde los montes de los samnitas y se les introducían
refuerzos. Se lo puso todo más difícil la llegada de Publilio; éste, dejando la 11
dirección del asedio al cuidado de su colega, moviéndose con libertad por los
campos, lo había sembrado todo de dificultades para los convoyes del enemigo.
Así, pues, como sus esperanzas de que los sitiados soportasen por más tiempo la 12
falta de recursos eran nulas, los samnitas, que tenían su campamento en las
proximidades de Luceria, se vieron forzados a traer sus fuerzas de todas partes y
librar batalla con Papirio.
En esos momentos, mientras unos y otros se preparan para la 14
Los tarentinos
piden un alto en
batalla, se presentan unos embajadores tarentinos conminando a
la lucha. Asaltan samnitas y romanos a suspender las acciones bélicas: ellos están
los romanos el dispuestos a luchar contra los responsables de que no se
campamento depongan las armas, junto al otfo bando. Papirio oyó a esta
samnita. Se rinde embajada y, aparentando que le habían impresionado sus 2
Luceria y los palabras, respondió que se pondría en contacto con su colega; lo
samnitas pasan
mandó llamar y habló con él como de cosa hecha después de
bajo el yugo
emplear todo el tiempo en los preparativos de la batalla,
poniendo a la vista la señal de combate[113]. Estando los cónsules realizando 3
todo lo divino y lo humano que se acostumbra cuando se va a librar una batalla
campal, vinieron a su encuentro los comisionados tarentinos a la espera de una 4
respuesta. Papirio les dijo: «Tarentinos, el pulario hace saber que los auspicios
son favorables, además en los sacrificios se han obtenido buenos augurios; como
veis, nos ponemos en marcha con el favor de los dioses para llevar adelante la 5
acción.» A continuación, dio orden de que se pusieran en marcha las enseñas e
hizo salir a las tropas mientras increpaba a aquella gente de tan poco fundamento
que no era capaz de controlar sus propias sediciones y discordias domésticas y le
parecía justo dictar a otros las condiciones de la paz y de la guerra.
Por su parte, los samnitas se habían despreocupado por completo de la 6
guerra, bien porque realmente deseaban la paz o bien porque era conveniente
disimular para poner a su favor a los tarentinos; cuando vieron que los romanos
se formaban rápidamente en orden de batalla, comenzaron a gritar que se 7
mantenían en lo propuesto por los tarentinos y no salían al campo de batalla ni
sacaban sus armas fuera de la empalizada; que iban a soportar, engañados,
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cualquier rumbo de los acontecimientos antes que pudiera parecer que
menospreciaban la propuesta de paz de los tarentinos. Los cónsules dicen que 8
aceptan el presagio y hacen votos para que los enemigos se mantengan en su
idea y ni siquiera defiendan la empalizada. Ellos, después de repartirse las 9
tropas, se acercan a los parapetos del enemigo y atacan simultáneamente por
todos los flancos, rellenando unos los fosos, otros arrancando la empalizada y
arrojándola a los fosos, e irrumpen en el campamento pues, además de su
valentía innata, también la rabia acicateaba sus ánimos exacerbados por la
vergüenza pasada; recordando cada uno por su cuenta que esto no son las Horcas 10
ni Caudio ni desfiladeros sin salida donde una artimaña había vencido con
arrogancia a una equivocación, sino el valor romano, que ni empalizadas ni
fosas podían contener, hacen estragos indiscriminadamente entre los que resisten
y los que se dispersan, los que están armados y los que no, esclavos y libres,
muchachos y adultos, hombres y animales; no hubiera sobrevivido ni un ser 11
viviente si los cónsules no hubieran ordenado dar la señal de retirada y obligado 12
a salir del campamento enemigo a base de órdenes y amenazas a los soldados
sedientos de sangre. Por consiguiente, exasperados como estaban por habérseles 13
interrumpido el placer de la venganza, inmediatamente se le habló a la tropa
para explicarle que los cónsules en modo alguno habían ido ni irían a la zaga de 14
ninguno de los soldados en odio al enemigo; es más, lo mismo que los habían
conducido a la guerra, los habrían llevado a un castigo inexorable, si el recuerdo
de los seiscientos jinetes que estaban retenidos como rehenes en Luceria no
hubiese refrenado sus impulsos, no fuera a ocurrir que el enemigo, perdida la
esperanza del perdón, se dejase llevar ciegamente a castigarlos, en su deseo de 15
matar antes que morir. Los soldados ponderaban estas razones y se alegraban de 16
que se hubiese puesto freno a su cólera, y manifestaban que había que
aguantarlo todo antes que árriesgar la vida de tantos jóvenes romanos
sobresalientes.
Disuelta la asamblea, se celebró consejo para deliberar si se presionaba sobre 15
Luceria con todos los efectivos o uno de los generales con su ejército tanteaba a
los ápulos del contorno, gentes de actitud poco clara hasta entonces. El cónsul 2
Publilio marchó a recorrer Apulia, y en una sola expedición sometió por la
fuerza a unos cuantos pueblos o los acogió como aliados bajo determinadas
condiciones. En cuanto a Papirio, que se había quedado asediando Luceria, 3
también respondieron los resultados a sus esperanzas en cosa de poco tiempo.
En efecto, una vez interceptadas todas las rutas por las que llegaban víveres
desde el Samnio, rendidos por el hambre los samnitas que estaban de guarnición
en Luceria, enviaron una embajada al cónsul romano pidiéndole que se hiciese
cargo de los jinetes que eran causa de la guerra y cesase en el asedio. Papirio les 4
respondió que debían haber consultado a Poncio, el hijo de Herennio, por cuya
iniciativa habían hecho pasar a los romanos bajo el yugo, qué trato creía él que 5
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debían recibir los vencidos; pero ya que preferían que estableciera el enemigo lo
que era justo antes que hacerlo por sí mismos, les mandó anunciar a Luceria que
dejasen, murallas adentro, las armas, los bagajes, las bestias de carga y toda la 6
multitud no combatiente; a los soldados él les iba a hacer pasar bajo el yugo
vestidos con una sola prenda para vengar la afrenta recibida, no para infligirles 7
una nueva. A nada dijeron que no. Siete mil soldados pasaron bajo el yugo y en
Luceria se capturó un enorme botín, se recuperaron todas las enseñas y las armas
que se habían perdido en Caudio y, lo que era el colmo de la alegría, se liberó a
los soldados de caballería que, como prenda de paz, habían entregado los
samnitas a Luceria para su custodia. Prácticamente no hay otra victoria más 8
brillante del pueblo romano por el giro imprevisto de los acontecimientos, si es
verdad, como se dice en algunos Anales, que también Poncio, el hijo de
Herennio, general de los samnitas, como expiación por la humillación de los
cónsules fue obligado a pasar bajo el yugo junto con los demás.
A mí, por otra parte, no me sorprende tanto el hecho de que no esté claro si 9
el jefe enemigo se entregó y pasó bajo el yugo; más sorprendente es que esté en
duda si fue el dictador Lucio Cornelio con el jefe de la caballería Lucio Papirio
Cúrsor el que llevó a cabo estas acciones en Caudio y después en Luceria, y no
sé si él, único vengador de la humillación romana, obtuvo el triunfo, el más 10
merecido hasta entonces desde Furio Camilo, o hay que atribuirles este honor a
los cónsules y especialmente a Papirio. A esta incertidumbre sucede otra: si a
Papirio Cúrsor por su buena actuación en Luceria se le prorrogó la magistratura 11
y fue elegido cónsul por tercera vez, junto con Quinto Aulio Carretano por
segunda vez, o se trataba de Lucio Papirio Mugilano y hubo un error en el
sobrenombre[114].
Lo que ya es comúnmente admitido es que, a partir de ese 16
Reconquista de
Sátrico.
momento, lo que quedaba de la guerra lo llevaron a término los
Semblanza de cónsules. Aulio con una sola batalla favorable liquidó la guerra
Lucio Papirio con los ferentanos y aceptó la capitulación de la propia ciudad,
Cúrsor previa exigencia de rehenes, en la que se había refugiado el
ejército derrotado. Igualmente afortunada fue la actuación del otro cónsul contra 2
los satricanos; éstos, siendo ciudadanos romanos, después del desastre de
Caudio se habían pasado a los samnitas y habían admitido en la ciudad una
guarnición de éstos. En efecto, cuando el ejército se acercó a las murallas de 3
Sátrico, los comisionados enviados a implorar la paz recibieron del cónsul una
dura respuesta —que no volviesen a su presencia sin antes haber dado muerte o
entregado a la guarnición samnita—, y estas palabras infundieron en los
habitantes de la colonia mayor temor que un ataque armado. Así pues, los 4
comisionados insistieron, a continuación, en preguntar al cónsul de qué manera
creía él que, siendo pocos y débiles, iban a emplear la fuerza contra una
guarnición tan fuerte y armada, y él les indicó que pidieran consejo a los
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responsables de la decisión de admitir la guarnición en la ciudad. Marchan y, 5
después de lograr a duras penas que les permita consultar al senado sobre esta
cuestión y traerle la respuesta, vuelven con los suyos. El senado estaba dividido 6
en dos facciones, una encabezada por los que habían sido partidarios de
separarse del pueblo romano, y otra la de los ciudadanos fieles. Sin embargo,
unos y otros rivalizaron en ponerse a disposición del cónsul para conseguir la 7
paz. Una de las partes, en vista de que la guarnición de samnitas iba a marcharse
a la noche siguiente porque no se habían hecho preparativos suficientes para
resistir el asedio, se conformó con comunicar al cónsul a qué hora de la noche,
por qué puerta y en qué dirección iba a salir el enemigo; la otra parte, contra 8
cuya voluntad se habían pasado a los samnitas, esa misma noche le abrió incluso
la puerta de la ciudad al cónsul y, a escondidas del enemigo, dejó entrar en la
ciudad a hombres armados. De esta forma, la guarnición de samnitas doblemente 9
traicionada fue cogida por sorpresa al estar apostados los romanos en una zona
boscosa a los lados del camino, y desde la ciudad llena de enemigos se elevó el
grito de guerra; en el término de una hora estaban muertos los samnitas,
capturados los satricanos y todo en poder del cónsul. Éste, efectuada una 10
investigación para ver quiénes eran los responsables de la defección, a los que
encontró culpables los hizo azotar y decapitar y, dejándoles a los satricanos una
fuerte guarnición, les quitó las armas.
Los historiadores que sostienen que Luceria fue tomada y los samnitas 11
obligados a pasar bajo el yugo durante la jefatura de Papirio Cúrsor dicen en sus
escritos que éste se marchó a continuación a Roma para entrar en triunfo. Fue,
sin lugar a dudas, un hombre digno de todo tipo de gloria militar, excepcional 12
tanto por sus dotes morales como por las físicas. Lo más sobresaliente era la
rapidez de sus pies, a la que debió además su sobrenombre[115]; dicen que 13
corriendo superaba a todos los de su edad, fuese ello debido a su fuerza natural o
al mucho entrenamiento; resistía mucho comiendo y bebiendo. Como su cuerpo
era inasequible al cansancio, la vida militar tanto para la infantería como para la 14
caballería con ningún otro fue más dura que con él; tan es así que en una ocasión
los jinetes se atrevieron a pedirle que suavizara un tanto sus tareas por una buena 15
actuación que habían tenido, y él les respondió: «Para que no digáis que no se os 16
hace ninguna concesión, quedáis eximidos por completo de pasarles la mano por
la grupa a los caballos cuando desmontéis.» Tenía además aquel hombre una
gran fuerza para ejercer su autoridad tanto entre los aliados como entre los
ciudadanos. Un pretor prenestino, por miedo, se había mostrado remiso en sacar
a sus hombres de entre las tropas de reserva a primera línea; mientras se paseaba
por delante de su tienda lo mandó llamar y ordenó al lictor que preparase el
hacha. El prenestino se quedó paralizado sin aliento ís ante estas palabras y él
dijo: «Vamos, lictor, corta esta raíz que estorba a los que pasean» y, después de
imponerle una sanción, lo dejó marchar presa de pánico al castigo capital. Sin la 19
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menor duda, en aquella época, que fue la más fecunda en hombres de mérito, no
hubo ni uno solo sobre el que descansase en mayor medida el poder de Roma.
Es más, se le considera un jefe con un espíritu comparable al de Alejandro
Magno si éste una vez sometida Asia hubiese vuelto hacia Europa sus armas.
Desde el principio de esta obra se puede ver que nada hay 17
Roma y
Alejandro
más lejos de mi intención que el desviarme más de lo debido del
Magno orden de los acontecimientos y pretender, dando variedad a la
obra, algo así como digresiones amenas para los lectores y
descanso para mi espíritu. Sin embargo, al hacer mención de un rey y un general 2
tan grande, me siento impulsado a exponer las reflexiones que a menudo me han
pasado por la mente de forma callada, de suerte que se me permita conjeturar
cuál hubiera sido la suerte de Roma si hubiera tenido que hacer la guerra con
Alejandro.
Parece que en la guerra son factores decisivos el número y el valor de los 3
soldados, las dotes naturales de los generales, y la suerte, que si en todas las
vicisitudes humanas tiene influencia, la tiene sobre todo en cuestiones de guerra.
Todos estos factores, considerados tanto de forma individual como en conjunto, 4
permiten sacar fácilmente la conclusión de que el Imperio Romano no hubiera
sido vencido tampoco por este rey, igual que no lo fue por otros reyes y pueblos. 5
En primer lugar, para comenzar por los generales la comparación, yo no niego
que indudablemente Alejandro fue un general excepcional, pero lo hace sin
embargo más ilustre la circunstancia de que fue él solo y que murió joven,
cuando su poder estaba en auge, sin haber experimentado aún la otra cara de la 6
fortuna. Prescindiendo de otros reyes y generales brillantes, grandes ejemplos de
los azares humanos, ¿qué otra cosa, más que la larga duración de su vida, expuso
a Ciro[116], al que los griegos ensalzan de una manera especial, a los cambios de
la suerte, igual que recientemente a Pompeyo el Magno? ¿Tengo que pasar lista
a los generales romanos, no ya a todos los de todas las épocas sino solamente a 7
aquellos, cónsules o dictadores, con los que Alejandro hubiera tenido que
enfrentarse en la guerra, o sea Marco Valerio Corvo, Gayo Marcio Rútulo, Gayo 8
Sulpicio, Tito Manlio Torcuato, Quinto Publilio Filón, Lucio Papirio Cúrsor,
Quinto Fabio Máximo, los dos Decios, Lucio Volumnio, Manió Curio?[117].
Vienen a continuación otros grandes hombres, para el caso de que hubiese hecho 9
la guerra a los cartagineses antes que a los romanos y hubiese pasado a Italia a
edad más avanzada. En cualquiera de ellos había las mismas cualidades de 10
carácter y de talento que en Alejandro, y también la disciplina militar que,
transmitida de mano en mano ya desde los mismos orígenes de Roma, había
llegado a constituir una forma de arte organizada con enseñanzas
ininterrumpidas. Con ella habían hecho la guerra los reyes, y así también los que 11
expulsaron a los reyes, los Junios y los Valerios, así más adelante los Fabios, los
Quincios, los Cornelios, así Furio Camilo, al que habían conocido de jóvenes
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cuando era un anciano, aquellos con los que Alejandro habría tenido que
combatir.
¡Seguro que habrían retrocedido ante Alejandro, que en el combate cumplía 12
las funciones del soldado —pues también esto lo hace no menos ilustre—, al
enfrentársele de igual a igual en el campo de batalla, un Manlio Torcuato o un
Valerio Corvo, insignes soldados antes que generales! ¡Seguramente habrían 13
retroceclido los Decios, que se abalanzaron sobre el enemigo después de ofrecer
con voto sus cuerpos; habría retrocedido Papirio Cúrsor, con aquelia fortaleza 14
física, con aquella fortaleza de espíritu! Para no nombrar a cada uno en
particular, ¡habría sido superado por la sabiduría de un solo joven aquel senado,
cuyo verdadero carácter de senado romano captó únicamente el que dijo[118] que 15
estaba compuesto por reyes! ¡El peligro estaba, sin duda, en que fuese más hábil
que uno cualquiera de los que he nombrado, uno solo, en elegir el
emplazamiento para el campamento, asegurarse el aprovisionamiento, eludir las
emboscadas, elegir el momento para una batalla, formar el ejército en orden de
combate, reforzarlo con las tropas auxiliares! Habría reconocido que no se las 16
veía con un Darío[119], que llevaba tras de sí un ejército de mujeres y
semihombres, entre púrpura y oro, cargado con el aparato de su fortuna, un botín
más que un enemigo, al que derrotó sin derramamiento de sangre, simplemente
teniendo la audacia de no dar importancia a vanas apariencias. Bien distinto le 17
hubiera parecido el aspecto de Italia al de la India, que recorrió con un ejército
de borrachos entregándose a comilonas, cuando viese los desfiladeros de Apulia
y los montes de Lucania, y los vestigios recientes del desastre de su familia
donde hacía poco su tío Alejandro, rey del Epiro, había encontrado la
muerte[120].
Y estamos hablando del Alejandro que todavía no nadaba en la prosperidad, 18
cosa que asimiló peor que nadie. Si se le mira desde la perspectiva de la nueva
fortuna y del nuevo, digamos, carácter de que se revistió al vencer, cuando 2
hubiese venido a Italia se habría parecido más a Darío que a Alejandro, y habría 3
traído un ejército que ya no se acordaría de Macedonia y habría degenerado en
las costumbres de los persas. Siente uno vergüenza al constatar en un rey de 4
tanta talla el fastuoso cambio de indumentaria, el deseo de ver a los aduladores
postrados por tierra, cosa molesta incluso para los macedonios vencidos, no
digamos ya vencedores, y los suplicios ignominiosos, y la muerte de los amigos
en medio del vino de los banquetes, y la vanidad de inventarse una estirpe. ¿Y si 5
la afición al vino se hubiera vuelto más acuciante cada día, y su irascibilidad
más terrible y enconada? Y no estoy refiriendo nada sobre lo que los
historiadores tengan la menor duda. ¿Creemos que estos inconvenientes no
hubieran supuesto detrimento alguno para sus virtudes militares? ¿Podía
realmente correrse el peligro, como suelen andar propalando los griegos más 6
superficiales[121] que exaltan incluso la gloria de los partos en contra del nombre
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romano, de que el pueblo romano no pudiese resistir la majestad del nombre de
Alejandro, al que me parece que no conocieron ni siquiera de referencias, y de
que, mientras en Atenas, ciudad quebrantada por las armas macedonias, 7
precisamente en los momentos en que estaban a la vista los restos casi
humeantes aún de Tebas, hubo hombres que se atrevieron a hablar en público
libremente contra él, como demuestran de forma palmaria los discursos
conservados, ninguno entre tantos proceres romanos hubiera levantado
libremente su voz?
Imagínesele a este hombre toda la grandeza que se quiera: será, sin embargo, 8
la grandeza de un hombre solo, acumulada en poco más de diez años de buena
suerte; quienes la magnifican porque el pueblo romano fue vencido en 9
numerosas batallas, aunque no perdió ninguna guerra, mientras que Alejandro
no hubo batalla en la que no tuviera la suerte de cara, no comprenden que están
estableciendo una comparación entre las hazañas de un hombre, y además joven,
y las de un pueblo que lleva ya ochocientos años haciendo la guerra. ¿Vamos a 10
sorprendernos si, contándose de nuestra parte más siglos que años de la suya, la
suerte ha experimentado más altibajos en tan largo período que en trece años? 11
¿Por qué no se establece la comparación entre un hombre y otro, entre un
general y otro, entre la suerte de uno y la de otro? ¿Cuántos generales romanos 12
podría enumerar que no tuvieron nunca de espaldas la suerte de una batalla? Se
pueden recorrer en los Anales y los Fastos de los magistrados las páginas de
cónsules y dictadores de cuyo valor y suerte no tuvo queja el pueblo romano ni 13
un solo día. Y, cosa que los hace más dignos de admiración que Alejandro o
cualquier otro rey, algunos ejercieron la dictadura durante diez o veinte días,
ninguno ejerció el consulado durante más de un año; los llamamientos a filas 14
fueron obstaculizados por los tribunos de la plebe; marcharon a la guerra
tardíamente, se les hizo volver antes de tiempo para los comicios; cuando 15
estaban en pleno esfuerzo, se pasó el año; se vieron entorpecidos o perjudicados
por colegas unas veces temerarios y otras aviesos; sucedieron a otros que habían
tenido una mala actuación; recibieron ejércitos bisoños o mal disciplinados. En 16
cambio los reyes, ¡por Hércules!, no sólo están libres de cualquier clase de traba,
sino que, como dueños del tiempo y de las cosas, con sus disposiciones llevan la
iniciativa en todo, no van a remolque. Por lo tanto, Alejandro invicto hubiese 17
hecho la guerra contra generales invictos y hubiese ido a la confrontación con
idénticas espectativas de suerte; es más, hubiese corrido incluso un riesgo 18
mayor, por cuanto los macedonios habrían tenido un único Alejandro, que no
sólo estaba expuesto sino que espontáneamente se exponía a muchos
imprevistos, y romanos hubiera habido muchos a la altura de Alejandro por la 19
magnitud de sus acciones que vivirían y morirían de acuerdo cada uno con su
propio destino sin poner en peligro al Estado.
Falta por hacer la comparación entre unas fuerzas armadas y otras en cuanto 19
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al número y la calidad de los soldados o el volumen de las tropas auxiliares. Los
censos de aquella época daban una población de doscientos cincuenta mil 2
ciudadanos[122]. Por tanto, cada vez que se rebelaban los pueblos latinos aliados,
se alistaban diez legiones casi sólo con los efectivos urbanos; casi siempre a lo 3
largo de aquellos años eran cuatro o cinco los ejércitos que hacían la guerra en
Etruria, en Umbría —donde hay que sumar la hostilidad de los galos—, en el
Samnio, en Lucania. Después Alejandro se hubiese encontrado todo el Lacio, 4
con los sabinos y volscos y ecuos y toda la Campania y parte de Umbría y
Etruria, y los picentes[123], y los marsos y pelignos, los vestinos y los ápulos, a
los que hay que sumar a los griegos de toda la costa del mar Tirreno desde
Turios[124] a Nápoles y Cumas y desde allí hasta Ancio y Ostia, y se hubiese
encontrado con los samnitas como aliados poderosos de los romanos o bien
como enemigos quebrantados por la guerra. Él hubiese cruzado el mar con los 5
veteranos macedonios, no más de treinta mil soldados de a pie y cuatro mil de a
caballo, tesalios en su mayor parte, pues éstas eran sus fuerzas. Si hubiese
añadido persas, indios y otros pueblos, ello hubiese implicado más un estorbo
que una ayuda.
Además, los romanos tendrían a mano en casa fuerzas suplementarias, 6
mientras que a Alejandro, como después le ocurrió a Aníbal, al hacer la guerra
en territorio extranjero el ejército se le habría debilitado. Sus armas, el escudo 7
redondo y la pica larga; las de los romanos, un escudo que protegía mejor el
cuerpo y la jabalina, arma arrojadiza con un impacto bastante más fuerte y un
alcance bastante más largo que la lanza. Unos y otros soldados peleaban a pie 8
firme guardando la formación, pero su falange carecía de movilidad y era
uniforme, mientras que el ejército romano era menos uniforme, constituido por
varios elementos, fácil de dividir y fácil de reagrupar dondequiera que fuese 9
necesario. Además, ¿qué soldado puede compararse al romano en los trabajos de
fortificación? ¿Quién lo supera en resistencia a la fatiga? Con que Alejandro
hubiera sido vencido en una batalla, habría perdido la guerra: ¿qué ejército
hubiera podido abatir a los romanos si no los abatió Caudio ni Cannas? Él, 10
seguramente, aunque las cosas le hubieran salido bien en un principio, más de
una vez habría echado de menos a los persas y a los indios, y al Asia, poco
dotada para la guerra, y habría reconocido que hasta entonces había combatido
contra mujeres, como dicen que dijo Alejandro, rey del Epiro, cuando herido de 11
muerte comparaba con la suya la suerte de las guerras que este joven había
sostenido en Asia.
La verdad es que cuando recuerdo que en la Primera Guerra Púnica se 12
combatió por mar con los cartagineses por espacio de veinticuatro años, pienso
que la vida de Alejandro apenas hubiera alcanzado para una sola guerra. Y dado
que los estados cartaginés y romano estaban unidos por antiguos tratados y un 13
mismo temor frente a un enemigo común levantaría en armas a las dos ciudades,
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potentísimas en armas y hombres, probablemente habría quedado aplastado por
una guerra contra Cartago y Roma al mismo tiempo. Los romanos conocieron a
los macedonios como enemigos, aunque bien es verdad que no con Alejandro 14
como general ni cuando estaban en plenitud de fuerzas, contra Antíoco, Filipo y
Perseo, sin sufrir una derrota e, incluso, sin riesgo por su parte. Dicho sea con 15
perdón y que callen las guerras civiles: nunca nos ha creado dificultades la
caballería enemiga, nunca su infantería, jamás una batalla en campo abierto,
jamás la igualdad de posiciones, y sobre todo jamás nuestro terreno. Nuestros 16
soldados cargados con las armas pueden temer a la caballería, las flechas, las
gargantas intransitables, los parajes a donde no puede llegar el transporte de
víveres; pero siempre han puesto y pondrán en fuga a mil ejércitos más fuertes 17
que los de Alejandro y de los macedonios, mientras perdure el amor a esta paz
en que vivimos y la preocupación por la concordia entre los ciudadanos.
A continuación fueron elegidos cónsules Marco Folio 20
Expansión
[125]. Aquel año los embajadores
romana hacia el Flaccina y Lucio Plaucio Venox
Mediodía. Los enviados por numerosos pueblos samnitas para renovar el
romanos asedian tratado se postraron por tierra e impresionaron al senado; fueron
Satícula, y los reenviados a presencia del pueblo y sus súplicas no resultaron en 3
samnitas, absoluto igualmente eficaces. Así pues, se les dijo que no en lo
Plística
referente al tratado; consiguieron, después de agobiar a unos y
otros con sus súplicas durante dos días, una tregua de dos años. También los 4
teanenses[126] y canusinos[127], de Apulia, agotados por los saqueos, entregaron
rehenes al cónsul Lucio Plaucio y se rindieron. Aquel mismo año, por primera 5
vez, comenzó el nombramiento de prefectos para Capua por una ley establecida
por el pretor Lucio Furio a petición de los propios interesados como solución
para su situación deteriorada por discordias intestinas[128]; también se añadieron 6
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armas sino también las leyes romanas tenían una fuerza muy extendida.
Los cónsules Gayo Junio Bubulco y Quinto Emilio Bárbula, al finalizar el 21
año, entregaron las legiones, no a los cónsules proclamados por ellos, Espurio
Naucio y Marco Popilio[133], sino al dictador Lucio Emilio. Éste, al emprender 2
junto con Lucio Fulvio como jefe de la caballería el asalto a Satícula[134], dio a
los samnitas un pretexto para levantarse de nuevo en armas. Esto supuso una
doble amenaza para los romanos: por una parte los samnitas, despues de reunir 3
un gran ejército para liberar del asedio a sus aliados, acamparon a corta distancia
del campamento romano; por otra, los saticulanos en medio de un gran tumulto
abrieron de repente sus puertas y se abalanzaron sobre los puestos de guardia 4
enemigos. A continuación unos y otros, con más esperanza en la ayuda ajena que
confianza en las propias fuerzas, entablan rápidamente una batalla en regla
acosando a los romanos, y a pesar de desarrollarse en un doble frente la
contienda, el dictador mantuvo sin embargo firme a su ejército en ambos gracias
a que ocupó una posición no fácil de rodear y, además, dispuso sus fuerzas 5
mirando en direcciones opuestas. Cargó, sin embargo, con mayor brío contra los
que habían salido bruscamente de la ciudad y sin mayor esfuerzo los rechazó al
interior de la murallas; después volvió todo su ejército contra los samnitas. En 6
este caso la lucha fue mayor, pero la victoria, si bien se hizo esperar, no fue en
cambio dudosa ni incierta. Los samnitas, repelidos hasta su campamento, por la
noche apagan los fuegos y emprenden una marcha silenciosa y, perdidas las
esperanzas de defender Satícula, asedian a su vez Plística, aliada de los romanos,
para devolverle al enemigo un quebranto como el suyo.
Transcurrido el año, la guerra la llevó en adelante el dictador 22
Los romanos se
[135], igual que los anteriores,
apoderan por fin Quinto Fabio. Los nuevos cónsules
de Satícula. permanecieron en Roma; Fabio fue a Satícula con fuerzas
Combate en suplementarias para recibir de Emilio el ejército. Los samnitas, 2
torno a Sora en efecto, no se habían quedado en Plística, sino que hicieron
venir de su país nuevas tropas y, confiados en el número, situaron su
campamento en el mismo emplazamiento que antes, y provocando a combate a
los romanos, trataban de hacerles abandonar el asedio. Tanto mayor atención 3
prestaba el dictador por ello a las murallas enemigas, dirigiendo únicamente la
acción bélica de ataque a la ciudad, bastante desentendido de las acciones del
lado de los samnitas y limitándose a enfrentarles cuerpos de guardia para evitar
que se produjese algún golpe de mano contra el campamento. Con ello, los
samnitas se acercaban con mayor audacia a la empalizada y no soportaban la 4
inactividad, y el jefe de la caballería, Quinto Aulio Cerretano, cuando ya el
enemigo se encontraba casi a las puertas del campamento, sin consulta alguna al
dictador salió en vivo tropel con todos sus escuadrones y rechazó al enemigo.
Entonces, en un género de combate que no suele ser nada prolongado, la fortuna 5
dejó sentir su poder de forma tal que causó notables estragos en ambos bandos y
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la muerte insigne de los propios jefes. Primero, el general de los samnitas, que 6
no soportaba que se le derrotase y pusiese en fuga allí donde había llegado a
caballo con tanta osadía, rogando y animando a sus jinetes renovó el combate;
contra él, que se hacía notar entre los suyos impulsando la lucha, el jefe de la 7
caballería romana, lanza en ristre, espoleó a su caballo con tal ímpetu que de un
solo golpe lo derribó sin vida de la cabalgadura. En contra de lo que suele
ocurrir, ante la caída de su jefe los soldados no se quedaron pasmados sino que
se encorajinaron más; todos los que se encontraban en torno a él lanzaron sus 8
dardos contra Aulio, que se había internado de forma temeraria por entre los
escuadrones enemigos, pero los dioses le concedieron a un hermano del general 9
samnita el particular honor de vengarlo. Éste derribó del caballo al jefe de la
caballería vencedor y, lleno de pesar y de ira, lo degolló, y poco faltó para que
los samnitas se apoderaran además de su cadáver porque había caído entre los
escuadrones enemigos. Pero los romanos echaron pie a tierra inmediatamente y 10
los samnitas se vieron forzados a hacer lo mismo. El grupo de combatientes
formado súbitamente en torno a los cuerpos de los jefes entabló un combate
pedestre, en el cual los romanos son sin duda superiores, y recuperado el cadáver
de Aulio, los vencedores lo llevaron de vuelta al campamento apenados y
contentos al mismo tiempo. Los samnitas, perdido su general y puestas a prueba 11
sus fuerzas en el combate ecuestre, renunciaron a Satícula, que creían no podía
ser defendida de ningún modo, y retornaron a asediar Plística. En cosa de pocos
días los romanos se apoderan de Satícula por vía de capitulación, y los samnitas,
de Plística por medio de la fuerza.
Cambió luego el escenario de la guerra: las legiones fueron conducidas 23
desde el Samnio y Apulia a Sora[136]. Esta ciudad se había pasado a los samnitas 2
después de dar muerte a los colonos romanos. El ejército romano llegó primero
allí adelantándose a marchas forzadas para vengar la muerte de los compatriotas 3
y recuperar la colonia; los exploradores distribuidos por los caminos
comunicaron uno tras otro que las legiones samnitas venían detrás y que ya no 4
estaban muy lejos; se le salió al paso al enemigo, y cerca de Láutulas[137] tuvo
lugar un combate de resultado incierto. No los separó la matanza o la huida de
uno de los dos bandos, sino la noche, con la duda sobre si estaban resultando 5
vencedores o vencidos. Encuentro escrito en algunos historiadores que aquella
batalla les fue adversa a los romanos y en ella cayó el jefe de la caballería
Quinto Aulio. Gayo Fabio, sustituto de Aulio como jefe de la caballería, llegó de 6
Roma con un nuevo ejército, y después de consultar al dictador por medio de
unos emisarios que envió por delante dónde se detenía y en qué momento y
desde qué sitio atacaba al enemigo, una vez suficientemente informado de los
planes de conjunto hizo alto manteniéndose oculto.
Después de la batalla, el dictador mantuvo a sus hombres durante bastantes 1
días en el interior de la empalizada como si más que el sitiador fuera el sitiado;
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de pronto, mandó que se diera la señal de combate y, pensando que para 8
enardecer el coraje de los hombres aguerridos resultaba más eficaz que cada uno
depositase sus esperanzas en sí mismo y en nada más, les ocultó a los soldados
lo referente al jefe de la caballería y el nuevo ejército, y como si no quedase otra 9
esperanza que una salida repentina dijo: «Soldados: atrapados en un estrecho
espacio, no tenemos ninguna salida más que la que nos abramos con la victoria.
Nuestro campamento es bastante seguro gracias a las obras de fortificación, pero 10
corre peligro por la falta de provisiones; en efecto, nos son hostiles todos los
pueblos del entorno de donde podríamos traer provisiones y, por otra parte,
aunque sus gentes quisieran ayudarnos, el terreno es desfavorable. Por lo tanto,
yo no os voy a engañar dejando aquí el campamento como si pudierais retiraros 11
a él sin conseguir la victoria como el otro día. Deben ser las armas las que den
seguridad a las fortificaciones, no éstas a las armas. Que tengan campamentos y
se retiren a ellos los que se proponen prolongar la guerra, nosotros, en cambio, 12
perdamos de vista todo lo que no sea la victoria. Dirigid las enseñas contra el 13
enemigo; cuando el ejército haya rebasado la empalizada, que prendan fuego al
campamento quienes tienen orden de hacerlo; os resarciréis de vuestras pérdidas,
soldados, con el botín de todos los pueblos de alrededor que se han rebelado.» 14
Enardecidos los soldados con las palabras del dictador que indicaban que la
situación era muy crítica, avanzan contra el enemigo, y la misma visión del
campamento en llamas fue un factor no pequeño de enervamiento, a pesar de
que sólo se le prendió fuego a la parte más cercana a ellos, pues así lo había 15
ordenado el dictador. Y así, precipitándose como enloquecidos, con la primera
carga provocan la confusión en la vanguardia del enemigo, y en su momento,
cuando el jefe de la caballería ve a lo lejos el campamento en llamas, que era la
señal convenida, ataca la retaguardia del enemigo. Rodeados así los samnitas,
buscan la huida en distintas direcciones, cada uno por donde puede; una enorme 16
multitud, cogida en medio, apelotonada debido al pánico, y estorbándose unos a
otros en su desconcierto, sufre una masacre. El campamento enemigo es tomado 17
y saqueado, el dictador lleva a sus hombres de vuelta al campamento romano,
cargados de botín, alegres por la victoria y más aún por el hecho de encontrarlo
todo intacto, en contra de lo que esperaban, a no ser una pequeña parte destruida
por el incendio.
Asedio y toma de
De allí retornaron a Sora y los nuevos cónsules[138], Marco 24
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subrepticiamente de la ciudad, se internó hasta cerca de los centinelas romanos, 3
pidió que lo llevasen a presencia de los cónsules y, una vez conducido allí,
prometió que entregaría la ciudad. Cuando explicó a los que lo interrogaban
cómo lo iba a conseguir, pareció que lo que proponía no carecía de fundamento 4
y los convenció para que alejasen de la ciudad seis millas el campamento
romano, casi pegado a las murallas: así las guardias diurnas y los centinelas
nocturnos estarían menos atentos a la vigilancia de la ciudad. Cuando a la noche 5
siguiente se dispuso que se apostaran unas cohortes en una zona boscosa muy
cerca de la ciudad, él mismo guió a diez soldados escogidos por sitios difíciles y
casi impracticables hasta la ciudadela llevando allí muchas más armas
arrojadizas de las requeridas por aquel número de hombres; había además
pedruscos tirados por el suelo al azar como es normal en sitios rocosos, y 6
también otros amontonados a propósito por los habitantes de la plaza para una
mejor protección de la localidad.
Una vez que situó allí a los romanos y les mostró un sendero abrupto y 7
estrecho dijo: «Seguro que por esta subida incluso tres hombres armados pueden
mantener a raya a la multitud que sea; vosotros sois diez, y además romanos, y 8
los más valientes de los guerreros romanos. Tendréis a vuestro favor la posición
y la noche, que con su incertidumbre todo lo agranda a los ojos de los que están
aterrados. Ya me encargaré yo de que el pánico cunda por todas partes; vosotros
estad atentos a mantener la ciudadela.» Acto seguido, baja corriendo armando
todo el estruendo que puede y gritando: «¡A las armas!», y «¡Socorro, 9
ciudadanos! ¡La ciudadela está en poder del enemigo, corred, defendedla!» Grita 10
estas frases pasando ante las puertas de los ciudadanos principales, se las grita a
todo el que se encuentra, las grita a los que salen a la calle corriendo
despavoridos. Entre muchos hacen cundir por la ciudad la alarma provocada por 11
uno solo. Los magistrados, aturdidos, envían exploradores a la ciudadela, y al oír
que está ocupada por armas y guerreros, exagerada la cifra, abandonan la idea de 12
recuperar la ciudadela. Todo se llena de gente que huye, que, medio dormida y
en su mayoría desarmada, rompe las puertas de la ciudad, por una de las cuales
irrumpe la guarnición romana atraída por los gritos y hace estragos entre los que
corren despavoridos por las calles. Sora estaba ya tomada cuando al amanecer 13
llegaron los cónsules y se les entregaron aquellos que la fortuna había dejado
escapar a la matanza nocturna y la huida. De éstos, doscientos veinticinco a los 14
que todos coincidían en señalar como responsables de la horrible matanza de los
colonos, así como de la rebelión, los llevan a Roma encadenados; al resto de la
población lo dejan indemne en Sora después de imponerles una guarnición. 15
Todos los que habían sido llevados a Roma fueron azotados con varas en el foro
y decapitados con gran regocijo por parte de la plebe, a la que interesaba
muchísimo que estuviera segura la gente que era enviada a las colonias en todas
direcciones.
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Los cónsules marcharon de Sora y llevaron la guerra a los campos y 25
ciudades de los ausones. Se había producido, efectivamente, una agitación 2
general a la llegada de los samnitas cuando se combatió cerca de Láutulas, y se
habían formado conjuras aquí y allá en todo el contorno de la Campania, y ni
siquiera Capua se libró de esta acusación; es más, en la investigación se llegó 3
incluso a Roma hasta algunos notables. Sin embargo, la población de los
ausones pasó a poder de los romanos entregando sus ciudades lo mismo que
Sora. Se trataba de las ciudades de Ausona, Minturnas y Vescia, de las cuales se 4
presentan a los cónsules unos jóvenes de la nobleza, en número de doce, que se
habían conjurado para entregar sus ciudades. Les explican que sus
conciudadanos, que ya desde hacía tiempo deseaban la llegada de los samnitas, 5
nada más oír que había tenido lugar una batalla en Láutulas habían dado por
vencidos a los romanos y habían ayudado a los samnitas con hombres y armas;
que después, cuando los amnitas habían sido puestos en fuga, se habían 6
mantenido en una paz a medias, no cerrando sus puertas a los romanos para no
provocar la guerra y, a la vez, empeñados en cerrarlas si se les acercaba el
ejército; en esta actitud fluctuante se podía caer sobre ellos cogiéndolos
desprevenidos. A propuesta suya se acercó más el campamento y, al mismo 7
tiempo, se enviaron soldados al contorno de las tres ciudades, armados en parte,
para que se apostaran sin ser vistos en lugares cercanos a las murallas, y otros
vestidos de paisano con las espadas ocultas entre la ropa para que al amanecer
entraran en las ciudades cuando se abrieran sus puertas. Comenzaron a degollar
a los centinelas al mismo tiempo que daban la señal a los que estaban armados 8
para que acudieran corriendo desde donde estaban emboscados. Se ocuparon así
las puertas y las tres ciudades fueron tomadas a la misma hora y de acuerdo con
un mismo plan. Pero, como se llevó a cabo el ataque sin la presencia de los jefes, 9
no se puso coto alguno a la masacre y el pueblo de los ausones fue aniquilado
como si hubiese combatido en una guerra sin cuartel por un delito de rebelión
del que no había demasiada certeza.
Aquel mismo año Luceria pasó a los samnitas después de 26
Luceria, perdida
y recuperada.
entregar la guarnición romana al enemigo. Pero la acción de los
Conspiración en traidores no quedó impune por mucho tiempo. El ejército
2
Capua, romano no estaba lejos de allí y al primer ataque fue tomada la
procesamiento ciudad, situada en una llanura. Lucerinos y samnitas fueron
del dictador en exterminados por completo y la cólera llegó a tal extremo que 3
Roma. Victoria también en Roma, cuando se sometió a debate en el senado el
sobre los
envío de colonos a Luceria, muchos fueron del parecer de que la
samnitas en la
Campania
ciudad debía ser destruida. Además del odio, implacable contra 4
un pueblo ya dos veces sometido, también la larga distancia les
hacía resistirse a relegar tan lejos de la patria a unos conciudadanos en medio de 5
pueblos tan hostiles. Sin embargo, prevaleció la opinión de enviar colonos y se
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enviaron dos mil quinientos.
Aquel mismo año, cuando la lealtad a los romanos fallaba por todas partes,
también en Capua tuvieron lugar clandestinas conjuras de principales. Cuando se 6
informó de ellas al senado, no se tomó en modo alguno la cosa a la ligera: se
decretó una investigación y se acordó nombrar un dictador para llevarla a cabo. 7
Fue nombrado Gayo Menio, que nombró jefe de la caballería a Marco Folio. Era
enorme el terror que infundía esta magistratura y, así, los Calavios Ovio y
Novio, que habían sido los cabecillas de la conspiración, bien por miedo o bien
por remordimiento, antes de ser citados ante el dictador se sustrajeron al juicio
con una muerte sin lugar a dudas voluntaria.
Después, cuando la materia de la investigación se agotó en la Campania, se 8
orientó hacia Roma la indagación, por entender que el senado había dispuesto
que se investigase quiénes se habían asociado ilegalmente y se habían conjurado
contra el Estado no específicamente en Capua sino en general en cualquier parte,
y que las coaliciones ilícitas formadas para conseguir los cargos públicos iban 9
contra el Estado. La investigación se ampliaba en cuanto a materia y personas
sin que el dictador se aviniese a que su derecho de investigación fuese limitado.
Se reclamaba, por tanto, la comparecencia de hombres de la nobleza y si 10
apelaban a los tribunos ninguno les prestaba ayuda en orden a que sus nombres
fuesen retirados. Entonces los nobles, y no sólo aquellos contra los que se dirigía 11
la acusación, sino todos a una, decían que semejante acusación no podía
afectarles a ellos, que tenían vía libre para acceder a los cargos públicos si no
había fraude de por medio, sino a los hombres nuevos, en tanto que precisamente
el dictador y el jefe de la caballería eran con más propiedad acusados que 12
acusadores legales de aquel delito, y que entenderían que la cosa era así no bien
dejasen el cargo.
Pero entonces Menio, más preocupado por su buen nombre que por el poder, 13
se adelantó ante la asamblea y habló en estos términos: «Os tengo a todos
vosotros por sabedores de la vida que he llevado antes de ahora, Quirites, y por 14
otra parte este mismo cargo que se me ha dado testimonia mi inocencia. Había
que escoger, en efecto, para dirigir las investigaciones, un dictador no que fuese
muy brillante en la guerra como en tantas otras ocasiones porque así lo requerían
las circunstancias de la república, sino que hubiese vivido lo más al margen
posible de esas intrigas electorales. Pero, ya que algunos nobles —los motivos 15
mejor es que los valoréis vosotros en vez de que yo diga algo no probado en
razón de mi cargo— primero trataron por todos los medios de echar abajo la
investigación misma; después, como no tenían fuerza bastante para conseguirlo, 16
se acogieron, ellos, patricios, a la protección de sus adversarios: el derecho de
apelación y el veto de los tribunos para no tener que defenderse en juicio; por 17
último, encontrándose con un rechazo también ahí —cualquier cosa les pareció
más segura que la demostración de su inocencia—, se lanzaron contra nosotros
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y, siendo unos particulares, no tuvieron reparos en pedir que se procesase a un 18
dictador: para que todos los dioses y los hombres sepan que ellos lo intentan
todo, incluso lo que no deben, para no dar cuentas de su vida, y que yo me
enfrento con la acusación y me presento como acusado a mis adversarios, dimito 19
del cargo de dictador. A vosotros, cónsules, os ruego que, en caso de que el
senado os encomiende esa tarea, comencéis la investigación por mí y por Marco
Folio para que quede patente que nos defiende de esas imputaciones nuestra
inocencia y no la majestad del cargo.» A continuación dimite de dictador y tras 20
él, de inmediato, Folio de jefe de la caballería. Citados los primeros como
acusados ante los cónsules —pues el senado les había encargado a éstos del
proceso—, a pesar de las declaraciones de los nobles son absueltos de forma 21
brillante. También Publilio Filón, que había desempeñado en múltiples
ocasiones los más altos cargos después de tantas acciones memorables tanto
civiles como militares, pero era mal visto por la nobleza[139], se defendió en
juicio y fue absuelto. Pero, como suele ocurrir, la investigación contra personas 22
ilustres no se mantuvo nada más que al principio; enseguida comenzó a
desplazarse hacia personas de menor relieve, hasta que fue sofocada por las
coaliciones y facciones contra las que había sido establecida.
Los comentarios acerca de estos hechos, pero más aún la esperanza de una 27
rebelión de la Campania —para lo cual se había conspirado—, hicieron que los
samnitas, que se habían vuelto hacia Apulia, volvieran de nuevo a Caudio para,
desde allí, desde cerca, quitarles Capua a los romanos si algún movimiento les 2
brindaba esa oportunidad. Allá acudieron los cónsules con un fuerte ejército. En 3
un principio anduvieron indecisos en torno a los desfiladeros, dado que por una
u otra parte el camino hacia el enemigo era poco favorable; pero, después, los
samnitas, dando un corto rodeo a través de una zona descubierta, hacen bajar a 4
su ejército a la llanura y allí por primera vez su campamento se ofreció a la vista
del enemigo; luego, a base de escaramuzas de la caballería con más frecuencia
que de la infantería, se crearon ocasiones de peligro por ambas partes; a los
romanos no les disgustaban ni su resultado ni el retraso que imprimían a la 5
marcha de la guerra. Los jefes samnitas, por el contrario, tenían la impresión de 6
que eran erosionados día a día a base de pequeñas pérdidas y que sus fuerzas se
debilitaban al prolongarse la guerra.
Por tanto avanzan hacia el campo de batalla después de distribuir a la 7
caballería en las alas con la orden de estar atentos, más que a la batalla, a no
perder de vista el campamento no fuese a producirse algún ataque por aquel
lado: el frente estaría asegurado por la infantería. En cuanto a los cónsules, 8
Sulpicio se sitúa en el ala derecha, Petelio en la izquierda. La parte derecha tomó
posiciones en un espacio más amplio, pues también los samnitas habían alargado
sus líneas para envolver al enemigo o para no ser ellos envueltos; al lado
izquierdo, aparte de ser más cerrada su formación, se le añadieron fuerzas de 9
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acuerdo con un plan repentino del cónsul Petelio, que envió de inmediato a
primera línea a las cohortes auxiliares, que se solían reservar en su integridad
para el caso de que la lucha se prolongase, y con la primera carga con todos sus 10
efectivos hizo retroceder al enemigo. Rechazada la infantería de los samnitas,
entra a continuación en combate su caballería. Contra ella, que cargaba de través
por entre los dos ejércitos, la caballería romana lanza al galope sus caballos y
siembra el desconcierto entre las filas de la infantería y la caballería junto con
sus enseñas, hasta que por aquel lado pone en fuga a toda la formación. En aquel 11
ala había estado dando aliento no sólo Petelio sino también Sulpicio, que, al
alzarse el grito de guerra primero en el lado izquierdo, se había alejado de los
suyos, que todavía no libraban combate. Cuando volvió de allí, donde veía 12
segura la victoria, a su ala con mil doscientos hombres, encontró en ese lado una
situación bien distinta: los romanos perdiendo terreno y el enemigo victorioso
avanzando sobre unos hombres en pleno desconcierto. Pero la llegada del cónsul 13
cambió de golpe la situación, pues al ver a su jefe se rehízo la moral de la tropa,
y llegaba un refuerzo de hombres valerosos con mayor importancia que la
numérica, y además la noticia primero y después la vista de la victoria de la otra
parte restablecieron el combate. Poco después los romanos vencían ya en toda la 14
línea y, ya sin combatir, los samnitas eran muertos o hechos prisioneros, a
excepción de los que huyeron a Malevento[140], ciudad que ahora se llama
Benevento. Según la tradición, fueron muertos o hechos prisioneros unos treinta
mil samnitas.
Conseguida esta brillante victoria, los cónsules, sin perder un 28
Toma de
[141] y allí
Fregelas, Ñola, instante, llevaron las legiones a asediar Boviano
Atina y Calacia. pasaron el invierno acuartelados hasta que los nuevos 2
Colonias. cónsules[142], Lucio Papirio Cúrsor por quinta vez y Gayo Junio
Amenaza de Bubulco por segunda, nombraron dictador a Gayo Petelio y éste,
guerra etrusca. con el jefe de la caballería Marco Folio, se hizo cargo del
Censura de Apio
ejército. Cuando el dictador se enteró de que la ciudadela de
Claudio
Fregelas había sido tomada por los samnitas, dejó Boviano y se 3
dirigió a Fregelas. Recuperada ésta sin lucha por haber huido los samnitas
durante la noche, dejó una fuerte guarnición y retornó de allí a la Campania
sobre todo con el fin de reconquistar Ñola por las armas. En el interior de sus 4
murallas se habían refugiado ante la llegada del dictador toda clase de gente de
los samnitas, y de Ñola la gente del campo. El dictador, después de examinar el 5
emplazamiento de la ciudad, mandó prender fuego a todos los edificios
levantados en torno a las murallas —y esa zona estaba muy poblada— para que
quedase más expedito el acceso a las propias murallas, y así, no mucho después
Ñola fue tomada o bien por el dictador Petelio o bien por el cónsul Gayo Junio
—pues hay versiones en ambos sentidos—. Los que atribuyen al cónsul el honor
de la toma de Ñola añaden en su haber la toma de Atina y Calacia y dicen, en 6
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cambio, que Petelio fue nombrado dictador para hincar el clavo al brotar una
epidemia.
Aquel año se fundaron las colonias de Suessa y Poncias. Suessa había 7
pertenecido a los auruncos; los volscos habían habitado Poncias, isla que se
divisaba desde sus costas. También el senado elaboró un decreto para llevar una 8
colonia a Interamna Sucasina[143]; pero quienes nombraron los triúnviros y
enviaron cuatro mil colonos fueron los cónsules siguientes, Marco Valerio y
Publio Decio[144].
La guerra con los samnitas estaba casi finalizada, pero antes de que los 29
senadores romanos se viesen libres de esa preocupación, empezó a correr la voz 2
de una guerra con los etruscos. No había en aquellos tiempos, después de la
invasión de los galos, ningún otro pueblo cuyas armas fuesen más temibles tanto
por la proximidad de su territorio como por el número de sus habitantes. Por 3
tanto, mientras el otro cónsul liquidaba en el Samnio los restos de la guerra,
Publio Decio, que se había quedado en Roma gravemente enfermo, a propuesta
del senado nombró dictador a Gayo Junio Bubulco. Éste, como requería la 4
importancia de la empresa, obliga bajo juramento a toda la juventud, y con la
mayor diligencia apresta las armas y todo lo demás que las circunstancias
reclaman, pero sin dejarse llevar por la magnitud de los preparativos a pensar en
romper él las hostilidades, decidido a no moverse si los etruseos no tomaban la 5
iniciativa bélica. También por parte etrusca se dio la misma estrategia de
preparar y refrenar la guerra; ni unos ni otros salieron de sus fronteras.
Aquel año también fue notable la censura de Apio Claudio y Gayo Plaucio; 6
para la posteridad fue, sin embargo, de más feliz memoria el nombre de Apio
porque construyó una calzada y llevó el agua a la ciudad[145], y esto lo llevó a 7
cabo él solo porque su colega, abrumado por la vergüenza a causa de una
elección de senadores infamante y odiosa, había renunciado al cargo. Apio,
dando muestras de la tenacidad que ya desde antiguo caracterizaba a su familia, 8
siguió ocupando en solitario la censura. Inducida por el propio Apio la familia 9
de los Poticios, a la que correspondía por derecho de familia[146] el sacerdocio
del Ara Máxima de Hércules, con el fin de delegar su ministerio había instruido
a unos esclavos públicos en el ceremonial de aquel culto. Se cuenta además,
cosa sorprendente y que podría hacer sentir escrúpulos religiosos en introducir 10
cambios en los cultos establecidos, que habiendo en aquel entonces doce
familias de Poticios y en ellas unos treinta varones adultos, murieron todos
dentro del año y su descendencia con ellos; y no sólo se extinguió el nombre de 11
los Poticios, sino que también el censor algunos años más tarde fue privado de la
vista por la cólera de los dioses que no olvida[147].
Consiguientemente, los cónsules del año siguiente[148], Gayo 30
Desacuerdo de
los cónsules con Junio Bubulco por tercera vez y Quinto Emilio Bárbula por
segunda, se quejaron ante el pueblo por haberse degradado el
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la nueva estamento senatorial con una defectuosa elección de sus
configuración miembros, en la que se había postergado a algunos de más valía 2
del senado.
que los elegidos, y afirmaron que ellos no tendrían en cuenta
Huelga de
dicha selección, hecha con favoritismos y a capricho, sin hacer
flautistas
distinción entre buenos y malos; convocaron inmediatamente al
senado por el orden que había antes de la censura de Apio Claudio y Gayo
Plaucio. También aquel año comenzaron a ser asignadas por el pueblo dos líneas 3
de mando, referentes ambas al ámbito militar: una, que el pueblo eligiese
dieciséis tribunos militares para cuatro legiones, prerrogativa que anteriormente
había correspondido prácticamente a dictadores y cónsules, quedando un
número muy reducido para el sufragio del pueblo; esta propuesta fue presentada
por los tribunos de la plebe Lucio Atilio y Gayo Marcio; la otra, que también el 4
pueblo eligiese a los duúnviros navales para habilitar y reparar la flota; este
plebiscito lo propuso el tribuno de la plebe Marco Decio.
Pasaría por alto un incidente ocurrido aquel mismo año, de escaso relieve 5
para ser consignado, si no tuviese visos de atañer a la religión. Los flautistas,
molestos porque los últimos censores les habían prohibido comer en el templo
de Júpiter, tradición que databa de antiguo, marcharon en bloque a Tíbur, de
forma que no había nadie en la ciudad para tocar en los sacrificios. Al senado le 6
entraron escrúpulos religiosos por esta circunstancia y envió a Tíbur unos
comisionados que se ocupasen de que aquellos hombres fuesen devueltos a los 7
romanos. Los tiburtinos, después de hacer corteses promesas, primero les
hicieron acudir a la curia y los exhortaron a volver a Roma; al no poder
convencerlos, los atacan según un plan nada disonante con la manera de ser de 8
aquella gente. Un día festivo los invitan, unos a éste y otros al otro, con el
pretexto de festejar con música sus banquetes, y les hacen perder el sentido
cargándolos de vino, del que suelen ser ávidos los de ese ramo, y de esta forma,
dominados por el sueño, los tiran sobre unos carros y los transportan a Roma sin 9
que recobrasen el sentido hasta que el alba los sorprendió borrachos perdidos en
los carros abandonados en el foro. Se formó, entretanto, una aglomeración de
gente y se consiguió que se quedasen y se les concedió que todos los años 10
durante tres días anduviesen por la ciudad engalanados cantando y con esa
permisividad que ahora es habitual, y se les restituyó el derecho a comer en el
templo a los que tocasen en los sacrificios. Todo esto ocurría en plena
preocupación por dos grandes guerras.
Los cónsules se repartieron los campos de acción: a Junio le 31
Guerra samnita:
Cluvias,
tocó en suerte la guerra samnita, a Emilio la nueva guerra de
Boviano. Guerra Etruria. Los samnitas habían obligado a rendirse a la guarnición
2
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indignado por semejante crueldad, convencido de que lo más urgente era atacar 3
Cluvias, la tomó a viva fuerza el mismo día que lanzó el ataque contra sus
murallas, y mató a todos los varones. El ejército vencedor fue conducido de allí 4
a Boviano. Era ésta la capital de los samnitas pentros[149] y, con gran diferencia,
la más rica y provista de armas y hombres. La cólera era aquí menos intensa, 5
pero los soldados se apoderaron de la plaza estimulados por las esperanzas de
botín. Fue menor, consiguientemente, el ensañamiento con los enemigos; el
botín fue mayor casi que el reunido hasta entonces en todo el Samnio y les fue
generosamente cedido en su totalidad a los soldados.
Y como ningún ejército ni campamento ni ciudad podía resistir a los 6
romanos, muy poderosos con las armas, la preocupación de todos los jefes del
Samnio se centró en buscar un lugar para tender una emboscada, por si era
posible sorprender y rodear al ejército cuando estuviese disperso entregándose al 7
saqueo. Unos campesinos fugitivos y algunos prisioneros, cuyo encuentro fue
fortuito en unos casos e intencionado en otros, dieron al cónsul unas
informaciones coincidentes —que, además, respondían a la verdad—, según las
cuales una enorme cantidad de ganado había sido llevada hacia unos pastos a
desmano, y lo indujeron a enviar allí legiones sin impedimenta a por botín. Un 8
enorme ejército enemigo se había apostado allí en torno a los caminos sin ser
visto, y cuando se percató de que los romanos se habían internado en la zona de
pastos apareció de repente entre gritos y tumulto cogiéndolos desprevenidos en 9
su ataque. En un primer momento, lo inesperado del hecho siembra el
desconcierto, hasta que empuñan las armas y amontonan los bagajes personales
en el centro; después, a medida que se iba cada uno desembarazando de su carga
y aprestando las armas, acudían desde todas partes a agruparse junto a las
enseñas; se organizaba el ejército en la formación de combate en las filas
habituales de acuerdo con la antigua disciplina militar, espontáneamente, sin que 10
nadie diera órdenes; el cónsul, dirigiéndose al combate cuyo resultado era
enormemente incierto, salta del caballo y pone a Júpiter, Marte y otros dioses
por testigos de que él no ha acudido a aquel lugar buscando ninguna clase de
gloria, sino botín para la tropa, y que no se le puede achacar ninguna otra cosa 11
más que exceso de celo por enriquecer a los soldados a costa del enemigo; de
aquel deshonor lo puede librar el valor de sus hombres y nada más; basta con
que pongan empeño en atacar todos a una a un enemigo ya vencido en el campo 12
de batalla, despojado de sus campamentos, despojado de sus ciudades, que pone
en juego su última esperanza con el ardid de una emboscada y confía no en las
armas sino en la posición. Pero ¿qué posición resulta ya inexpugnable para el 13
valor romano? Las ciudadelas de Fregelas y Sora y todos aquellos lugares donde
se había obtenido la victoria desde una posición desventajosa daban testimonio
de ello.
Los soldados, enardecidos con estas palabras, olvidándose de todas las 14
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dificultades, se lanzan contra la formación enemiga situada a más altura. Se
pasaron algunos trabajos mientras el ejército trepaba pendiente arriba; luego, 15
cuando los de vanguardia ocuparon la planicie de la cima y todos se dieron
cuenta de que ahora estaban en una posición favorable, inmediatamente el
pánico pasó a cundir entre los emboscados: dispersos y sin armas buscaban en
su huida los mismos escondrijos donde poco antes habían estado a cubierto.
Pero las dificultades del lugar que habían buscado para el enemigo los ponían 16
ahora a ellos en aprietos en su propia trampa, de modo, pues, que muy pocos
tuvieron vía libre para escapar; fueron muertos unos veinte mil hombres, y los
romanos, victoriosos, corrieron hacia el botín de ganado brindado por el
enemigo[150].
Mientras se producían estos hechos en el Samnio, todos los pueblos de 32
Etruria, a excepción de los arretinos[151], habían emprendido ya el camino de las
armas iniciando una guerra de enormes proporciones con el asedio de Sutrio[152],
ciudad aliada de Roma que era como la llave de Etruria. Allá fue el otro cónsul, 2
Emilio, con un ejército para liberar del asedio a los aliados. Al llegar los
romanos, los sutrinos les llevaron provisiones en abundancia al campamento 3
situado delante de la ciudad. Los etruscos pasaron el día deliberando acerca de la
conveniencia de apresurar o retardar la guerra. Al día siguiente, una vez que los
jefes prefirieron la estrategia de la rapidez a la de la seguridad, al salir el sol se
da la señal de ataque y los combatientes salen al campo de batalla. El cónsul, no 4
bien es informado de ello, inmediatamente ordena que se pase la orden de que
coma la tropa y, después de reponer fuerzas con la comida, que empuñe las
armas. La orden es obedecida. Cuando el cónsul los vio armados y dispuestos, 5
ordenó que las enseñas salieran fuera de la empalizada y formó al ejército en
orden de batalla no lejos del enemigo. Durante algún tiempo unos y otros
estuvieron a pie firme a la espera de que el contrincante iniciase el grito de
guerra y el combate, y el sol, pasado el mediodía, comenzó a declinar sin que ni 6
desde uno ni otro bando se lanzase ni un venablo. Luego, para no retirarse sin
haber llegado a nada, brota el grito de guerra del lado etrusco, suenan sus tubas y
avanzan las enseñas. Con la misma prontitud entablan combate los romanos. Van 7
al choque con saña; los enemigos son superiores en número, los romanos en
valor; en la incierta batalla cayeron muchos por ambos bandos, los más 8
valientes, además, y la situación no se decantó hasta que la segunda línea
romana, en plenitud de fuerzas, reemplazó a los de vanguardia, agotados. Los
etruscos, como su primera línea no se vio reforzada con ninguna fuerza auxiliar 9
de refresco, cayeron todos delante y en derredor de las enseñas. Hubiera sido la
batalla con menos fugitivos y más muertos de todos los tiempos si la noche no
hubiera envuelto a los etruscos, decididos a morir hasta el punto de que pusieron
fin a la lucha los vencedores antes que los vencidos. Después de la puesta del sol 10
se tocó retirada; unos y otros regresaron de noche al campamento.
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Después, durante aquel año, en Sutrio no se llevó a cabo ninguna acción que 11
merezca ser reseñada porque, por una parte, el ejército enemigo había visto
destruida toda su formación principal en un solo combate, quedando únicamente
las tropas auxiliares, que apenas se bastaban para defender el campamento, y,
por otra parte, entre los romanos hubo tantos heridos que fueron muchos más los 12
que murieron después de la batalla a causa de las heridas que los caídos durante
el combate.
El tribuno Publio
Quinto Fabio, cónsul del año siguiente[153], se hizo cargo de 33
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desafueros os empujaron a ocupar el monte Sacro desterrados de vuestra
patria[157]; ésta es la familia contra la que os procurasteis la protección de los
tribunos; la misma por cuya causa ocupasteis el Aventino con dos ejércitos; la 4
que permanentemente se opuso a las leyes contra la usura, a las leyes
agrarias[158]. Esta familia impidió los matrimonios entre patricios y plebeyos; 5
ella sembró de obstáculos la marcha de la plebe hacia las magistraturas
curules[159]. Éste es un nombre enemigo de vuestra libertad en mucha mayor
medida que el de los Tarquinios. ¿No es así, a fin de cuentas, Apio Claudio? 6
Cuando han transcurrido ya cien años desde la dictadura de Mamerco Emilio y
ha habido tantos censores, hombres tan esclarecidos y esforzados, ¿es que
ninguno de ellos leyó las Doce Tablas? ¿Ninguno sabía que es ley lo que el
pueblo refrenda al final? Bien al contrario, todos ellos lo sabían y precisamente 7
por eso prefirieron obedecer a la ley Emilia más que a aquella anterior a tenor de
la cual se habían nombrado al principio los censores, porque ésta era la última
votada por el pueblo y porque, cuando dos leyes son opuestas entre sí, siempre
la nueva deroga a la antigua.
»¿O es que sostienes, Apio, que el pueblo no está obligado por la ley Emilia? 8
¿O que el pueblo está obligado, y sólo tú no estás sometido a esa ley? La ley 9
Emilia obligó a aquellos violentos censores, Gayo Furio y Marco Geganio, que
demostraron hasta qué punto puede ser perniciosa para el Estado esa
magistratura cuando, por resentimiento debido a que se les limitó su poder,
privaron del derecho al voto[160] a Mamerco Emilio, el hombre más destacado
de su tiempo en el campo civil y en el militar; obligó después a todos los 10
censores por espacio de cien años; obliga a Gayo Plaucio, tu colega, nombrado
bajo los mismos auspicios y de acuerdo con el mismo derecho. ¿O es que a éste 11
no lo eligió el pueblo para que fuese nombrado censor en plenitud de derechos?
¿Eres tú la única excepción, para quien tiene valor este privilegio singular? ¿A 12
quién vas a nombrar rey de los sacrificios[161]? Aferrándose a la palabra “reino”,
se dirá nombrado como quien ha sido nombrado rey de Roma de pleno derecho.
¿Quién crees que se va a contentar con una dictadura de seis meses, o con un
interregno de cinco días? ¿A quién te vas a atrever a nombrar dictador para
clavar el clavo o para unos juegos? ¡Qué necios y estúpidos le deben de parecer, 13
¿no creéis?, los que después de realizar grandes proezas renunciaron a la
dictadura antes de transcurrir los veinte días o los que dejaron un cargo por un
defecto de forma en su nombramiento! ¿Por qué remontarme a ejemplos 14
antiguos? En el transcurso de estos diez últimos años el dictador Gayo Menio,
debido a que llevaba adelante una investigación con mayor rigor del requerido
por la seguridad de algunos poderosos, fue acusado por sus enemigos de
complicidad en el delito que investigaba, y para poder hacer frente a la
acusación como ciudadano particular renunció a la dictadura. No pretendo yo
semejante moderación en ti, no dejes mal a tu despótica familia, no dejes el 15
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cargo ni un día, ni una hora antes de lo necesario, con tal que no sobrepases el
plazo establecido. ¿Tendrá bastante con prolongar un día o un mes la censura? 16
“Desempeñaré el cargo de censor, dice, tres años y seis meses más de lo que
permite la ley Emilia, y lo desempeñaré en solitario.” Esto, la verdad, se parece
ya a una monarquía.
»¿Piensas acaso sustituir a tu colega, cuando ni siquiera en caso de 17
fallecimiento es lícita la sustitución? Estás, en efecto, arrepentido, censor 18
escrupuloso, de haber degradado un rito antiquísimo instituido únicamente por la
misma divinidad a la cual se le ofrece, trasladándolo de los nobilísimos
ministros de dicho culto al ministerio de unos esclavos; de que una familia más
antigua que los orígenes de esta ciudad, sagrada por haber dado hospitalidad a 19
los dioses inmortales, en cosa de un año se haya extinguido desde la raíz por
obra tuya y de tu censura, si no contaminas a toda la república con esa acción
sacrílega, cosa que estremece el ánimo sólo pensarla. Roma fue tomada en el
quinquenio en que, muerto su colega Gayo Julio, Lucio Papirio Cúrsor para no 20
dejar el cargo nombró colega sustituto a Marco Cornelio Maluginense[162]. ¡Y
cuánto más comedida fue su ambición, Apio, que la tuya! Lucio Papirio no 21
ejerció la censura en solitario ni más allá del tiempo fijado por la ley; sin
embargo, no encontró quien después siguiese su ejemplo: en adelante todos los
censores tras la muerte de su colega renunciaron al cargo. A ti no te frena ni el 22
hecho de haberse agotado el período de mandato de la censura, ni el hecho de
que tu colega dejó el cargo, ni la ley, ni la vergüenza: cifras el valor en la
soberbia, la audacia, el menosprecio de los dioses y los hombres.
»Yo no quisiera, Apio Claudio, por respeto a la majestad de esa magistratura 23
que has desempeñado, no ya emplear la violencia contigo, sino ni siquiera
calificarte con palabras especialmente duras; pero tu empecinamiento y tu 24
soberbia me obligaron a decir lo que he dicho hasta ahora, y además, si no
obedeces a la ley Emilia, haré que te lleven a la cárcel, y dado que nuestros 25
antepasados dispusieron que se aplazasen los comicios y no se proclamase a un
solo candidato cuando en los comicios censorios no hubiera dos que obtuvieran
los sufragios que marca la ley, yo ahora no voy a permitir que tú, que no puedes
ser elegido censor en solitario, ejerzas en solitario la censura.»
Dichas estas palabras y otras parecidas, hizo detener al censor y llevarlo a la 26
cárcel. Mientras que seis tribunos se mostraban de acuerdo con la actuación de
su colega, tres prestaron su apoyo a Apio, que apeló a ellos, y ejerció la censura
en solitario con la más profunda antipatía de todos los estamentos.
Mientras en Roma se desarrollaban estos acontecimientos, 35
Los romanos
derrotan a los
ya Sutrio era asediada por los etruscos, y al cónsul Fabio, que
etruscos en ihaniobraba por la base de los montes con miras a prestar ayuda
Sutrio y los a los aliados y tantear las fortificaciones si en algún punto era
persiguen en la posible, le salió al paso el ejército enemigo en formación de
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selva Ciminia combate; la amplia llanura que se extendía a sus pies 2
evidenciaba su enorme número, y el cónsul, buscando paliar con una posición
ventajosa el escaso número de los suyos, desvió ligeramente la marcha en
dirección a las alturas —eran lugares quebrados, llenos de piedras—; desde allí
dirigió la marcha hacia el enemigo. Los etruscos, sin tener en cuenta nada más 3
que su superioridad numérica, única cosa en que confiaban, inician el combate
de forma tan precipitada e impaciente que, para llegar antes al cuerpo a cuerpo,
tiran al suelo las armas arrojadizas y desenvainando las espadas se lanzan sobre
el enemigo. Por el contrario, los romanos disparaban tanto dardos como piedras, 4
armas que el propio terreno les suministraba en abundancia. Por tanto, los
impactos en los escudos y cascos provocaban confusión incluso entre los que no 5
resultaban alcanzados, y como además no era fácil ascender para combatir más
de cerca ni tenían proyectiles con que mantener el combate a distancia, estaban 6
parados y expuestos a los golpes, puesto que ya no tenían nada con que
protegerse suficientemente, perdiendo incluso terreno algunos de ellos; toda su
formación era fluctuante e inestable; entonces las líneas primera y segunda
reiteran el grito de guerra, y con las espadas desenvainadas se lanzan contra
ellos. No aguantaron los etruscos esta embestida y dando la vuelta se dirigieron 7
a su campamento en una huida desenfrenada; pero la caballería romana,
anticipándoseles campo a través, salió al paso de los fugitivos, que dejaron el
camino que llevaba al campamento y se dirigieron a las montañas; desde allí, en
columna, casi sin armas y maltrechos por las heridas, se internan en la floresta 8
de Címino[163]. Los romanos, después de dar muerte a muchos miles de etruscos
y tomar treinta y ocho enseñas militares, se apoderan también del campamento
enemigo junto con un enorme botín. A continuación se comenzó a tratar acerca
de la persecución del enemigo.
La selva Ciminia era entonces más impenetrable y temible de lo que fueron 36
hace poco los bosques germánicos, sin que hasta aquella fecha se hubiese nadie
internado en ella, ni siquiera los mercaderes. Aparte del propio general, casi
ninguno se atrevía a penetrar en ella: en todos los demás permanecía aún sin
borrarse el recuerdo del desastre de Caudio. Entonces uno de los presentes — 2
Marco Fabio, Cesón según otros, algunos dicen que Gayo Claudio, hijo de la
misma madre que el cónsul— manifestó que iría él a hacer un reconocimiento y
que en breve traería noticias enteramente seguras. Criado en Cere con unos 3
huéspedes, había sido luego instruido en las letras etruscas y conocía bien esta
lengua. Hay testimonios escritos de que por aquel entonces estaba generalizada
entre los romanos la costumbre de instruir a los muchachos en las letras etruscas 4
del mismo modo que en las griegas actualmente; pero es más verosímil que
tuviese alguna cualificación particular, para meterse entre los enemigos con una
simulación tan osada. Dicen que lo acompañó únicamente un esclavo, criado con
él y conocedor, por consiguiente, de aquella lengua; al iniciar la marcha, 5
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solamente recabaron información acerca de las características generales de la
región en que iban a internarse y los nombres de los jefes en los pueblos, para
evitar que les pudiesen coger si en las conversaciones vacilaban en algún dato 6
importante. Partieron vestidos de pastores, con armas campesinas, con sendas
hoces y picas cada uno. Pero, más que el conocimiento de la lengua o el tipo de
indumentaria y de armas, los encubrió el hecho de que resultaba increíble que
ningún forastero fuese a internarse en la selva Ciminia. Entraron, dicen, hasta los 7
umbros Camertes, donde el romano tuvo el valor de confesar quiénes eran y, una
vez introducido en el senado, habló de alianza y amistad en nombre del cónsul; y
a continuación, después de ser objeto de una hospitalaria acogida, se le indicó 8
que anunciase a los romanos que tendrían preparado para el ejército un
aprovisionamiento para treinta días si se internaban en aquellos parajes, y que la
juventud de los umbros Camertes, armada, estaría a sus órdenes.
El cónsul, cuando se le informó de esto, envió por delante la impedimenta en 9
las primeras horas de la noche, ordenó que las legiones marcharan tras la
impedimenta, él se quedó con la caballería y, al día siguiente, al amanecer, 10
cabalgó ante los puestos de guardia del enemigo, que estaban apostados fuera de
la selva, y después de entretener al enemigo durante un tiempo suficientemente
prolongado, se retiró al campamento y saliendo por la otra puerta alcanzó a la
infantería antes de la noche. Al amanecer del día siguiente ocupaba la cima del 11
monte de Címino. Al contemplar desde allí los fértiles campos sembrados de
Etruria dio vía libre a sus soldados. Cuando ya habían reunido un botín muy 12
considerable, les salieron al paso a los romanos tropeles de campesinos etruscos,
reunidos deprisa y corriendo por los jefes de aquella comarca y en un desorden
tal que los que pugnaban por recuperar el botín estuvieron a punto de convertirse
en botín ellos mismos. Después de derrotarlos y ponerlos en fuga y de saquear a 13
fondo el territorio, los romanos, victoriosos y cargados con abundancia de toda
clase de cosas, retornaron al campamento. Casualmente habían llegado al mismo
cinco legados con dos tribunos de la plebe para comunicar a Fabio en nombre 14
del senado que no penetrase en la selva Ciminia. Alegrándose de haber llegado
demasiado tarde para impedir la guerra, regresaron a Roma anunciando la
victoria.
Con esta expedición del cónsul, a la guerra, más que llevarla 37
Guerra en Sutrio
con etruscos y
hacia su término, se le habían dado mayores dimensiones, pues
umbros. Victoria la zona que se extiende a la falda del monte de Címino había
romana; tregua sufrido la devastación y había concitado la indignación no sólo
de los pueblos de Etruria sino de los que colindaban con 2
Umbría. Vino, pues, a Sutrio un ejército como nunca se había visto hasta
entonces, y no sólo sacaron el campamento fuera de los bosques, sino que
extendieron sus filas hasta las llanuras, en su impaciencia por librar batalla
cuanto antes. Luego, formados en orden de combate, se mantuvieron primero 3
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quietos en su puesto dejando al enemigo espacio para formarse a su vez, y
después, al comprender que el enemigo rehusaba la lucha, se acercaron a la
empalizada. Cuando entonces constataron que incluso los retenes de guardia 4
habían sido retirados hacia dentro de los parapetos, se produjo súbitamente un
gran alboroto en torno a los generales, pidiéndoles que ordenasen traer del
campamento el rancho de aquel día, que ellos iban a permanecer armados y
durante la noche o con toda seguridad al amanecer irrumpirían en el 5
campamento enemigo. El ejército romano, no menos impaciente, es contenido
por la autoridad del general. Quedarían unas dos horas de día cuando el cónsul
ordena que los soldados tomen alimento; les manda estar con las armas prestas a
cualquier hora del día o de la noche que se dé la señal. Dirige a la tropa unas 6
breves palabras: magnifica las guerras samnitas, quita valor a los etruscos; dice
que no se puede comparar un enemigo con otro, ni unos efectivos con otros; que
hay, además, otra arma oculta que conocerán a su debido tiempo, que es preciso
callar por el momento. Con estos rodeos daba a entender que el enemigo sería 7
traicionado, para devolverles la moral a sus hombres aterrados por aquel gran
número; y como el enemigo había tomado posiciones sin atrincherarse, era más
verosímil lo que daba a entender.
Restablecidas sus fuerzas con la comida, se entregan al descanso, y
despertados sin ruido hacia el cuarto turno de guardia, empuñan las armas. Se
distribuyen hachas[164] entre los siervos del ejército para echar abajo la 8
empalizada y rellenar los fosos. Se forma el frente de combate en el interior del
recinto fortificado; cohortes escogidas son apostadas en las salidas de las
puertas. Se da luego la señal poco antes de clarear el día, que es cuando en las 9
noches de estío el sueño es más profundo; abatida la empalizada, sale
bruscamente el ejército en orden de batalla y cae sobre los enemigos echados por
doquier; a unos los sorprendió la muerte sin realizar un movimiento, a otros
medio dormidos en sus lechos, a la mayor parte corriendo atropelladamente por
las armas. A pocos se les dio ocasión de armarse, y a estos pocos, que no sabían 10
qué enseña ni a qué jefe seguir, los romanos los desbaratan y después de
ponerlos en fuga los persiguen. Se dirigen unos al campamento, otros a los
bosques. Éstos les proporcionaron un refugio más seguro, pues el campamento,
situado en campo abierto, es tomado el mismo día. Se dio orden de que el oro y
la plata se le llevase al cónsul, el resto del botín fue para la tropa. Aquel día
fueron muertos o hechos prisioneros unos sesenta mil enemigos. 11
Sostienen algunos que esta batalla tan brillante se desarrolló al otro lado de
la selva Ciminia cerca de Perusia, y que en Roma cundió el pánico a que el
ejército, atrapado en una selva tan peligrosa, fuese aplastado, al levantarse en 12
armas por todas partes etruscos y umbros. Pero dondequiera que la batalla
tuviera lugar, los romanos resultaron vencedores. Y de esta suerte llegaron de
Perusia y Cortona y Arrecio, que venían a ser por aquel entonces las ciudades
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más importantes de los pueblos de Etruria, embajadores a pedir a los romanos
paz y alianza, y consiguieron una tregua de treinta años.
Mientras en Etruria se desarrollaban estos acontecimientos, 38
Guerra en el
Samnio y la
el otro cónsul, Gayo Marcio Rútulo, les tomó Alifas por la
Campania. fuerza a los samnitas[165]. Muchas otras plazas y poblados
Papirio Cúrsor, fueron destruidos de forma implacable o se entregaron sin lucha.
dictador. Por las mismas fechas, también la flota romana, dirigida 2
Importante contra la Campania por Publio Cornelio, a quien el senado había
victoria sobre los
encomendado la vigilancia de la costa, arribó a Pompeya; de allí
etruscos
la marinería salió a saquear el territorio nucerino[166]. Después
de devastar apresuradamente las cercanías desde donde no ofrecía peligro la
vuelta a las naves, encandilados, como suele ocurrir, con el botín, se desplazaron
más lejos y llamaron la atención del enemigo. Mientras estaban diseminados por 3
los campos nadie salió a su encuentro, y eso que podían haber sido exterminados
sin quedar ni uno; cuando regresaban marchando sin tomar precauciones, les
dieron alcance los campesinos no lejos de las naves, les quitaron el botín e
incluso mataron a parte de ellos; los que sobrevivieron a la matanza, llenos de
pánico, fueron rechazados hasta las naves.
La expedición de Quinto Fabio a través de la selva Ciminia, en la misma 4
medida en que había provocado pánico en Roma, había llevado al Samnio la
alegría a los enemigos con el rumor de que el ejército romano, atrapado, estaba
asediado, y se recordaban las Horcas Caudinas, imagen del desastre: con la
misma temeridad, aquel pueblo siempre codicioso de extenderse se había dejado 5
llevar a unos desfiladeros inextricables, viéndose cercado por lo abrupto de la
topografía tanto como por las armas del enemigo. Su gozo se veía empañado por
cierta dosis de envidia, porque la suerte había transferido de los samnitas a los 6
etruscos el honor de guerrear con Roma. Así, pues, se precipitan con armas y 7
hombres a aplastar al cónsul Gayo Marcio, con la intención de dirigirse de allí a
Etruria rápidamente a través del territorio de marsos y sabinos en caso de que
Marcio no se prestara al combate. El cónsul salió a su encuentro. El combate fue 8
encarnizado por una y otra parte y de resultado incierto, pero a pesar de lo
equilibrado de las pérdidas, corrió, sin embargo, el rumor de un resultado
desfavorable para los romanos porque habían perdido a algunos miembros de la
caballería, algunos tribunos militares y un legado, y por haber sido herido,
circunstancia ésta especialmente grave, el propio cónsul.
Ante estos hechos, exagerados incluso al ir de boca en boca como suele 9
suceder, el senado fue presa de enorme preocupación y estaba de acuerdo en
nombrar un dictador, y nadie ponía en duda que se nombraría a Papirio Cúrsor, a
quien se consideraba entonces el más capacitado en asuntos militares. Pero no se
creía que se pudiese mandar aviso al Samnio sin peligro al estar todo en pie de 10
guerra, ni había demasiadas esperanzas de que el cónsul Marcio estuviese vivo. 11
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El otro cónsul, Fabio, era enemigo personal de Papirio. A fin de que esta
enemistad no fuese un obstáculo para el bien común, el senado acordó enviarle 12
una legación formada por excónsules con objeto de convencerlo, gracias a su
autoridad no sólo oficial sino también personal, a que sacrificara por la patria el
recuerdo de sus rencores. Cuando los comisionados que fueron a ver a Fabio le 13
entregaron el senadoconsulto y añadieron unas palabras a tenor de la misión
encomendada, el cónsul miró al suelo sin decir palabra y se retiró dejándolos en 14
la incertidumbre acerca de lo que pensaba hacer; después, por la noche, en
silencio, como es práctica habitual, nombró dictador a Lucio Papirio. Cuando los
comisionados le dieron las gracias por haber dominado noblemente sus
sentimientos, mantuvo un mutismo obstinado y los despidió sin una respuesta y
sin hacer mención al hecho, de forma que resultaba evidente que su profundo
sentimiento de contrariedad era dominado por su grandeza de ánimo.
Papirio nombró jefe de la caballería a Gayo Junio Bubulco, y cuando 15
presentaba a votación la ley curiada referente a sus poderes, un funesto presagio
le hizo retrasar la fecha, porque la curia llamada a votar en primer lugar fue la
Faucia, famosa por dos desastres: la toma de Roma y la paz de Caudio, porque
los dos años le había tocado a la misma curia comenzar la votación. Licinio 16
Macro hace también detestable a dicha curia por un tercer desastre, el sufrido en
el Crémera[167].
Al día siguiente, el dictador renovó los auspicios y sacó adelante la ley, y 39
emprendiendo la marcha con las legiones reclutadas recientemente a la vista de
la alarma que había cundido al cruzar el ejército la selva Ciminia, llegó a
Lóngula[168] y, después de recibir del cónsul Marcio los soldados veteranos, sacó 2
las tropas en orden de batalla. Tampoco parecía que los enemigos rehusaran el
combate. Los sorprendió más tarde la noche formados y armados, dado que
ninguno de los dos bandos iniciaba la lucha. Estuvieron durante algún tiempo sin 3
realizar movimientos, sin que les faltara confianza en las propias fuerzas pero
sin infravalorar al enemigo, manteniendo los campamentos cerca uno del otro.
***[169] pues también se combatió en campo abierto contra el ejército de los 4
umbros; sin embargo, más que muertos fueron desbaratados los enemigos,
porque no aguantaron una lucha que había comenzado con muchos bríos y los
etruscos, reunido junto al lago Vadimón[170] un ejército bajo la obligación de una 5
ley sagrada de forma que cada combatiente elegía a otro combatiente, pelearon
con una cantidad de efectivos y un coraje sin precedentes. Se desarrolló la
acción con tal rabia por parte y parte, que ni unos ni otros lanzaron las armas 6
arrojadizas. La lucha comenzó a espada, se inició con gran dureza y se fue
enardeciendo con la propia confrontación, que durante algún tiempo se mantuvo
incierta hasta el punto de dar la impresión de que no se luchaba con los etruscos,
tantas veces vencidos, sino con algún nuevo pueblo. Ni un indicio de fuga por 7
ninguna de las partes; caen los que combaten delante de las enseñas, y para que
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éstas no queden sin defensores, la segunda línea se convierte en primera. Se hace 8
luego entrar en acción a los soldados de reserva desde la retaguardia; la fatiga y
el peligro llegan a tal extremo que los jinetes romanos, prescindiendo de los
caballos, se abren paso por entre armas y cuerpos hasta las primeras filas de
combatientes de a pie. Esta formación, apareciendo como si fuese de refresco
entre los que estaban extenuados, desbarató las filas etruscas; luego, el resto del 9
ejército, secundando su empuje a pesar de su agotamiento, abrió brecha por fin 10
entre las filas enemigas. Se comenzó entonces a vencer su tenaz resistencia y
algunos manípulos iniciaron la retirada; y tan pronto éstos volvieron la espalda,
también los demás emprendieron la huida, más segura. Aquella jornada 11
quebrantó por primera vez el poderío de los etruscos, boyante con una
prosperidad que venía de antiguo; toda la fuerza con que contaba fue destrozada
en el campo de batalla; con aquella furia fue tomado y saqueado el campamento.
Inmediatamente después, con un peligro parecido y un 40
Papirio Cúrsor
vence a los
similar desenlace glorioso tenía lugar la acción bélica contra los
samnitas y Fabio samnitas, los cuales, aparte del resto de preparativos bélicos,
a los etruscos. hicieron que su ejército brillase con nuevos distintivos en sus 2
Acciones bélicas armas. Eran dos sus ejércitos; cincelaron con oro los escudos de
menores. uno de ellos y con plata los del otro. La forma del escudo era la
Victoria de siguiente: más ancha la parte de arriba, con lo que se cubre el
Fabio sobre los
pecho y los hombros, con un borde recto; la parte inferior, más
umbros
en forma de cuña para dejar libertad de movimientos. En el
pecho, una protección de esponja, y la pierna izquierda cubierta con una 3
espinillera. Los cascos, empenachados, añadiendo vistosidad a la estatura. Los
de escudo dorado, túnicas multicolores; los de escudo plateado, de tela blanca. A
éstos se les asigna el ala derecha, aquéllos se sitúan en la izquierda. Los romanos
tenían ya conocimiento de la aparatosidad de las brillantes armas y sus jefes les 4
habían explicado que el soldado debe aparecer hosco, no adornado con oro y
plata, sino fiado en el hierro y el coraje, y es que aquellos adornos eran, más 5
bien, botín que armas, brillantes antes de la acción, sucias entre la sangre y las
heridas; el adorno del soldado es el valor y todo aquello acompañaba a la 6
victoria, y el enemigo rico era presa del vencedor aunque fuese pobre.
Cúrsor lleva al combate a sus soldados estimulados con estas palabras. Él se 7
sitúa en el ala derecha y pone al jefe de la caballería al frente de la izquierda.
Nada más producirse el choque, la pugna con el enemigo fue tremenda, y no 8
menos empeñada fue la porfía entre el dictador y el jefe de la caballería a ver por
qué ala comenzaba la victoria. Casualmente fue Junio el primero en hacer 9
retroceder con su ala izquierda al ala derecha del enemigo, donde estaban los
soldados consagrados según el ritual de los samnitas, reconocibles en ello por su
vestimenta blanca y sus armas igualmente blancas. Junio, repitiendo que los
ofrecía en sacrificio al Orco, lanzó el ataque, desbarató sus filas y los hizo
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retroceder de forma clara. Cuando el dictador se percató de ello, dijo: «¿Es que 10
va a comenzar la victoria por el ala izquierda mientras que la derecha, la del
dictador, va a ir a remolque de la lucha de otros y no va a atraer el mérito
principal de la victoria?» Incita así a los soldados: ni los de a caballo les van a la 11
zaga en valor a los de a pie, ni los legados en entrega a los generales. Marco 12
Valerio desde el flanco derecho y desde el izquierdo Publio Decio, excónsules
ambos, corren hacia los jinetes situados a los lados, y después de animarlos a
que los sigan y se ganen su parte de gloria, se lanzan de través sobre el flanco 13
del enemigo. Al sumarse este nuevo motivo de pánico que se extendió por el
ejército desde ambos lados y al intensificar, ante el miedo del enemigo, su
avance las legiones romanas después de reiterar el grito de guerra, se inicia por
fin la huida por parte de los samnitas. La llanura comenzaba a cubrirse de 14
montones de cadáveres y de armas relucientes; en un principio los aterrados
samnitas se refugiaron en su campamento, después no pudieron ni siquiera
retener éste: fue tomado y saqueado y se le prendió fuego antes del anochecer.
Se le concedió el triunfo al dictador por un decreto del senado, y la mayor 15
vistosidad se la dieron a su triunfo sobre todo las armas capturadas. Se apreció 16
en ellas tanta magnificencia que los escudos de oro fueron distribuidos entre los
dueños de las casas de cambio para que decorasen el foro. De ahí nació, dicen, la
práctica de decorar el foro por parte de los ediles cuando sacaban los carros con 17
los dioses. Los romanos, sin duda, utilizaron las llamativas armas para honrar a
los dioses; los campanos, por orgullo y por odio a los samnitas, con semejante
ornato armaron a los gladiadores que servían de espectáculo en los banquetes y
los denominaron con el nombre de «samnitas».
El mismo año el cónsul Fabio combate contra los etruscos supervivientes, 18
obteniendo una victoria clara y fácil, cerca de Perusia, que también había
violado la tregua. Hubiese tomado incluso la plaza, pues llegó victorioso hasta 19
sus murallas, de no haber salido los comisionados a entregar la ciudad. El cónsul
dejó una guarnición en Perusia, envió por delante a Roma al senado las 20
embajadas de Etruria que pedían amistad, y entró en triunfo en la ciudad por una
victoria más brillante aún que la del dictador; es más, la gloria por haber
derrotado a los samnitas repercutió, en gran parte, en favor de los legados Publio 21
Decio y Marco Valerio, pues en los comicios siguientes el pueblo por
abrumadora mayoría los eligió cónsul a uno y pretor al otro.
A Fabio se le prorroga el consulado por haber dominado Etruria de forma tan 41
brillante y le dan a Decio por colega[171]. Valerio resulta elegido pretor por
cuarta vez. Los cónsules se reparten los campos de acción: a Decio le toca 2
Etruria, a Fabio el Samnio. Marchó éste a Nuceria Alfaterna, cuya petición de 3
paz desdeñó porque no la habían querido aceptar cuando se les ofrecía y,
asediándola, la forzó a la rendición. Con los samnitas hubo una batalla campal. 4
Fue vencido el enemigo sin mayores dificultades, y no se hubiese conservado
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memoria de este combate de no haber guerreado los marsos en aquella batalla
por primera vez en contra de los romanos. Los pelignos, que secundaron la
rebelión de los marsos, corrieron la misma suerte.
También a Decio, el otro cónsul, le era propicia la suerte de la guerra. Había 5
obligado por miedo a los tarquinienses[172] a suministrar trigo para el ejército y
pedir una tregua por cuarenta años. Tomó por la fuerza varias plazas de los 6
volsinienses[173] arrasando algunas de ellas para que no sirviesen de refugio a los
enemigos, y a base de extender la guerra por todo el contorno hizo que se le
temiera de tal forma que toda la nación etrusca pidió al cónsul un tratado de 7
alianza. En cuanto a esto, la verdad es que nada consiguieron; se les concedió
una tregua por un año. El enemigo pagó la nómina del ejército de aquel año y se
le exigieron dos túnicas por soldado; ése fue el precio de la tregua.
La tranquilidad que reinaba ya en Etruria se vio turbada por la súbita 8
rebelión de los umbros, pueblo que, salvo haber sentido el paso del ejército por
su territorio, no se había visto afectado por los desastres de la guerra. Éstos, 9
después de concitar a toda su juventud e impulsar a gran parte de los etruscos a
levantarse en armas, habían reunido un ejército de tales proporciones que se
jactaban de que dejarían a Decio a sus espaldas en Etruria e irían, a
continuación, a sitiar Roma, empleando palabras de arrogancia consigo mismos
y de menosprecio hacia los romanos. El cónsul Decio, tan pronto se puso en su 10
conocimiento este propósito, se dirigió a marchas forzadas desde Etruria a Roma
e hizo alto en territorio pupiniense[174], atento a los rumores referentes al 11
enemigo. Tampoco en Roma se infravaloraba la guerra de los umbros, y la sola
amenaza había provocado el pánico de aquellos que con el desastre de los galos
habían experimentado lo poco segura que era la ciudad que habitaban. Se 12
enviaron, por consiguiente, emisarios al cónsul Fabio con la embajada de que
llevase, a toda prisa, al ejército a Umbría si se producía un respiro en la guerra
contra los samnitas. Obedeció el cónsul lo que se le decía y, forzando la marcha, 13
se dirigió a Mevania[175], donde se encontraban entonces las tropas de los
umbros.
La repentina llegada del cónsul, al que suponían lejos de Umbría, en el 14
Samnio, empeñado en otra guerra, aterró de tal modo a los umbros que unos
opinaban que había que retirarse a las ciudades fortificadas y otros abandonar la
guerra. Una sola comarca —Materina la llaman ellos— no sólo mantuvo en 15
armas a los demás, sino que los llevó inmediatamente al combate. Atacaron a
Fabio cuando estaba vallando el campamento. Tan pronto los vio el cónsul 16
correr desordenadamente hacia los parapetos, hizo que los soldados dejaran los
trabajos y los formó según lo permitía la naturaleza del terreno y las
circunstancias; y animándolos con justificados elogios por las glorias
conseguidas ya sea en Etruria ya en el Samnio, les pide que liquiden los
pequeños restos de la guerra con los etruscos y les hagan pagar el castigo por las
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impías palabras con las que habían amenazado con atacar la ciudad de Roma.
Los soldados escucharon estas palabras con tal entusiasmo que, 17
espontáneamente, brotó el grito de guerra e interrumpió el discurso del general.
Luego, antes de recibir la orden con toque de trompetas y cuernos, se lanzan
contra el enemigo en carrera desenfrenada. No parece que corran contra 18
hombres o contra guerreros, resulta asombroso, primero comienzan por
arrebatarles las enseñas a los abanderados, después los propios abanderados son
arrastrados hacia el cónsul, a los hombres con sus armas se les hace pasar de un
ejército al otro, y si en algún punto hay lucha, la acción se desarrolla con los
escudos más que con las espadas: los enemigos son abatidos con el escudo y con 19
golpes en el hombro. Hay más prisioneros que muertos, y por todo el ejército
corre únicamente la voz de los que piden que se depongan las armas. Y así, la 20
rendición se efectuó en pleno combate y por parte de los primeros en provocar la
guerra. Al día siguiente y sucesivos se rinden también los pueblos umbros
restantes. Con los ocriculanos[176] se hizo un compromiso formal de amistad.
Fabio, vencedor de una guerra que correspondía a otro, llevó 42
Sucesivas
victorias sobre
al ejército de vuelta a su provincia. Consiguientemente, en razón 2
los samnitas. de tan brillante actuación, lo mismo que el año anterior el pueblo
Movimiento le había prorrogado el consulado, también el senado le prorrogó
entre los el mando para el año siguiente[177], en que fueron cónsules Apio
hérnicos Claudio y Lucio Volumnio, a pesar de la oposición sobre todo de
Apio.
Encuentro en algunos Anales que Apio, mientras era censor, presentó su 3
candidatura al consulado y que los comicios fueron impedidos por el tribuno de
la plebe Lucio Furio hasta que dejó el cargo de censor. Elegido cónsul, mientras 4
que a su colega se le asignaba la guerra contra un enemigo nuevo, los
salentinos[178], él permaneció en Roma para acrecentar su prestigio con obras
civiles en vista de que la gloria militar correspondía a otros.
Volumnio no tuvo queja de su campo de acción: libró muchos combates con 5
éxito, tomó por la fuerza unas cuantas ciudades enemigas. Era generoso con el
botín y acompañaba esta liberalidad, ya de por sí grata, con su afabilidad, y con
estos medios había hecho a sus soldados ávidos de peligros y fatigas.
El procónsul Quinto Fabio combatió cerca de la ciudad de Alifas con un 6
ejército de los samnitas. El resultado no ofreció lugar a dudas; el enemigo fue
derrotado y repelido hasta el campamento; de no haber quedado muy poco día,
ni siquiera hubiesen podido conservar el campamento; no obstante, antes de la
noche fue sitiado y durante la noche vigilado para que nadie pudiera
escabullirse. Al día siguiente, cuando apenas había clareado el día, comenzó a 7
formalizarse la rendición y se estipuló que a los que eran samnitas se les dejaría
marchar con una prenda de vestir cada uno; a todos se les hizo pasar bajo el
yugo. Con los aliados de los samnitas no se tomó ninguna medida; unos siete 8
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mil fueron vendidos como esclavos. Los que se habían declarado ciudadanos
hérnicos fueron mantenidos aparte bajo vigilancia. Fabio los mandó a todos ellos
a Roma[179] al senado, y después de preguntárseles si habían hecho la guerra al 9
lado de los samnitas en contra de los romanos como voluntarios o por haber sido
llamados a filas, fueron entregados para su custodia a los pueblos latinos, y se
les dieron instrucciones a los nuevos cónsules[180], Publio Cornelio Arvina y 10
Quinto Marcio Trémulo —pues ya habían sido elegidos éstos—, para que
sometiesen toda aquella cuestión a la consideración del senado. Esto les sentó 11
mal a los hérnicos; los anagninos convocaron asamblea de todos los pueblos en
el circo llamado marítimo y todos los integrantes de la nación hérnica, excepto
Aletrio, Ferentino y Vérulas, declararon la guerra al pueblo romano.
También en el Samnio, debido a que Fabio se había alejado de allí, se 43
produjeron nuevas movilizaciones. Calacia y Sora y las guarniciones romanas
que había en ellas fueron asaltadas, y los soldados hechos prisioneros fueron
objeto de malos tratos de forma indigna. Por consiguiente, Publio Cornelio fue 2
enviado allí con su ejército. A Marcio se le asignan los nuevos enemigos, pues
ya había sido decretada la guerra contra los anagninos y otros hérnicos. Al 3
principio el enemigo interceptó todos los puntos estratégicos entre los
campamentos de los cónsules, de forma que no podía cruzar ni un mensajero 4
ligero, y por espacio de varios días los cónsules estuvieron sin noticia alguna
segura y cada uno de ellos en vilo por la situación del otro, y esta inquietud llegó
hasta Roma, hasta el extremo de que se hizo prestar juramento militar a todos los
jóvenes y se alistaron dos ejércitos regulares para cualquier eventualidad 5
inesperada. Sin embargo, la guerra con los hérnicos no se correspondió, en
absoluto, ni con la alarma que entonces provocó ni con la antigua gloria de aquel
pueblo: en ninguna parte intentaron acción alguna que merezca ser reseñada, 6
fueron despojados de tres campamentos en cosa de pocos días, y a cambio de la
paga y el trigo de seis meses pactaron una tregua de treinta días para enviar una 7
embajada a Roma al senado. El senado la remitió a Marcio, al cual un decreto
del senado le había dado atribuciones en lo referente a los hérnicos, y éste aceptó
el sometimiento de aquel pueblo.
También el otro cónsul en el Samnio era superior en fuerzas, pero tenía 8
dificultades con el terreno. Los enemigos habían bloqueado todos los caminos y
ocupado los pasos practicables para que no se pudiesen introducir por ninguna
parte convoyes de aprovisionamiento; el cónsul, a pesar de que diariamente
presentaba batalla, no podía inducirlos a combatir: estaba bastante claro que ni 9
los samnitas estaban dispuestos a combatir por el momento ni los romanos iban
a soportar que se difiriera la guerra. La llegada de Marcio, que, una vez 10
sometidos los hérnicos, se apresuró a acudir en ayuda de su colega, le impidió al
enemigo retrasar la confrontación. En efecto, ellos, que no se habían 11
considerado a la altura para enfrentarse con uno de los ejércitos y creían que si,
Feritro. Atilio por tomarla con obras de asedio y máquinas de guerra adosadas
pasa apuros al muro. Asaltada ya la ciudad, se combatió desde la hora cuarta
antes de lograr hasta casi la octava en todos los barrios de la misma con
la victoria resultado, durante largo tiempo, incierto; al fin los romanos se
apoderan de la plaza. Fueron muertos tres mil doscientos samnitas y cuatro mil 3
setecientos hechos prisioneros, aparte del resto del botín.
De allí las legiones fueron conducidas a Feritro, de donde salieron en 4
silencio durante la noche los habitantes, con todas las pertenencias que podían
transportar o conducir, por la puerta del lado opuesto. Así pues, nada más llegar, 5
el cónsul se acercó a las murallas con el ejército dispuesto y en formación como
si fuera a tener lugar un combate como el que había tenido lugar en Milionia;
después, al ver que en la ciudad reinaba el silencio y no ver gente armada en las 6
torres y los muros, contiene a sus hombres ansiosos de saltar sobre las murallas
abandonadas, para no caer incautamente en alguna trampa oculta; ordena a dos
Aufst. Nied. Röm. Welt II 30.2 (1982), 1014-1017, y, en la misma obra la bibliografía
de las págs. 958 y 959. <<
la extensión de la Liga Latina al país volsco), y en Norba (Norma) el año 492. Ambas
habían sido asoladas por los privernates el 342 (VII 42, 8). Priverno (Piperno) se
había sometido a los romanos el 357. <<
centro era Roma, pasó por una etapa de control volsco. Sátrico (Borgo Montello),
junto al río Astura, a 8 km. del mar, no fue miembro de la Liga Albana pero sí
aparece entre los miembros de la Liga Latina en torno al 400. Destruida por los
romanos en el siglo IV (VII 27, 5-9). Se conservan restos de sus antiguas murallas. <<
Moloso. Pero, en todo caso, aquí hay una anticipación de varios años. <<
de Coriolano (II 39, 2), aunque, según Diodoro, la primera colonia romana en esta
población data del 393 a. C. <<
sulla guerra sociale nell’ambasceria latina di Livio VIII 4-6», Contr. Ist. Stor. Ant. 3
(1975), 111-120. <<
desembocadura del río Liri. Pasaría a ser colonia latina el 296. <<
donde la moderna Sta. Agata de Goti. Sinuesa, al pie del Másico, conservándose hoy
sus ruinas a 3 km. de Mondragone. <<
miembros de las 18 centurias ecuestres diez mil ases para el caballo (aes equestre) y
dos mil para su manutención (aes hordiarium). <<
Latina. <<
Latina. <<
km. de Roma (Ariccia). No perteneció a la Liga Albana, tuvo su propia Liga federal
probablemente, pasando después a la órbita de Roma. <<
12, 8 se deja entrever que Preneste dio la bienvenida al ejército galo el 358. <<
sur de los volscos. Su capital era Suessa (llamada Aurunca para diferenciarla de la
Suessa Pomecia de los volscos), y estaba en la falda occidental del monte Másico.
Colonia latina en el año 313. <<
legalmente. <<
el praetor maximus hinca el clavo como acción mágica usual: transfijación del mal
con una punta metálica. Se ha discutido la probabilidad de la asociación de un hecho
como éste con la ceremonia que se repetía cada año en el Capitolio, en los idus de
septiembre. <<
Su situación hizo que fuera blanco de ataques sucesivos. Tomada por los volscos el
495, fue recuperada de nuevo. Restos de murallas ciclópeas confirman su antigüedad.
<<
paso hacia el Samnio y la Campania, cerca de la actual Ceprano, no lejos del río Liri.
<<
ausones. <<
desaparecer bajo tierra. El Aqueronte del Brucio puede ser identificado con el
Caronte, que se une al Busento muy cerca de Cosenza. <<
actual Calabria. Consencia (Consenza) fue elegida por ellos como capital el año 356
a. C. <<
fundada el 432, tuvo un gran desarrollo en el siglo IV, y desde muy pronto fue
controlada por Tarento. <<
junto con los pentros y los hirpinos. Estaba, probablemente, donde la actual
Montesarchio, a unas 18 millas de Benevento. <<
derecho de gentes, aparte del religioso; pero un prisionero de guerra, aun cuando
fuese «propiedad» de los samnitas, difícilmente podía ser ciudadano samnita. <<
el Este, con la Sabina por el Oeste, y con Umbría por el Norte. <<
nell’archeologia e nella storia», Atti dei Conv. Lincei 33, Roma, 1977, 149-171. <<
considerado de mal agüero (tal vez por estimar que derivaba de male, «mal», y no del
griego). <<
Máximo. <<
su sobrenombre. <<
Puede verse E. VETTER, «Pentri Samnites», Beitr. Nam. 6 (1955), 243 y s. <<
outcome in the Second Samnite War», Amer. Journ. Philol. 94 (1973), 71-78. <<
de Júpiter Laciar. Nibby la identificó con Buon Riposo, situada en la ruta de Ancio a
Árdea. <<
diferentes propuestas. Puede verse la de OGILVIE, en Yale Class. Stud. 23 (1973), 166-
168. <<
<<
<<
Sutri, su vecina por el Oeste. Se alió a Roma al caer Veyos. La recuperaron los
etruscos el 389. Reconquistada por Camilo, colonizada el 383 y el 373. <<