El Final de La Guerra Civil Almería, Marzo de 1939
El Final de La Guerra Civil Almería, Marzo de 1939
El Final de La Guerra Civil Almería, Marzo de 1939
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La mencionada supervivencia tenía que enfrentarse con dos obstáculos: la
carestía en alimentos y los bombardeos enemigos. Uno de los principales problemas
que tenía que afrontar la población era la escasez de artículos de primera necesidad,
situación que se fue agravando conforme avanzaba el curso de la guerra. La llegada
continua de evacuados que habían huido de las zonas ocupadas por el enemigo
aumentó considerablemente la situación. Así, si estudiamos la actividad de las
instituciones locales y provinciales en estos meses finales del conflicto,
observaremos como las dificultades de abastecimientos ocupaban la atención
prioritaria de los gobernantes. Además, los incidentes y conflictos derivados de la
situación de escasez se hicieron cada vez más frecuentes.
Pero, junto al hambre, otro peligro amenazaba a los ciudadanos de la
retaguardia almeriense. Nos referimos a los bombardeos realizados por la aviación
franquista sobre la población civil. Ya en 1937 se habían producido violentos ataques
sobre la capital, destacando los realizados en la noche del 5 de enero, el día 12 de
febrero sobre los huidos de Málaga establecidos en el puerto, así como el
protagonizado por la escuadra alemana a finales del mes de mayo y que tantas
repercusiones internacionales suscitó. Los bombardeos propiciaron una política de
construcción de refugios en la capital, impulsada especialmente desde el Partido
Comunista. Los ataques se mantuvieron durante el último año de guerra, provocaron
el pánico en la población y contribuyeron al desánimo de los defensores de la
República.
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La evolución de la guerra, con las consiguientes derrotas del ejército de la
República, favoreció el aumento de las divergencias entre los grupos que apoyaban al
Gobierno republicano. Si los anarquistas y los sectores afines al largocaballerismo ya
habían mostrado sus discrepancias con el gabinete de Negrín en 1937, los
enfrentamientos entre los socialistas de Prieto y los comunistas debilitaron más aún
la coalición gubernamental. Paralelamente, la desmoralización derivada de los
fracasos militares y las carencias sufridas en la retaguardia por la población, habían
ido fomentando y generalizando el deseo de terminar la guerra cuanto antes. Los
integrantes de los partidos republicanos (IR y UR) y los militares profesionales
destacaban en estas posiciones. Aquí estuvo, precisamente, el origen del golpe de
Estado encabezado por el coronel Casado en marzo de 1939.
Con esta situación general de fondo, los enfrentamientos entre anarquistas y
comunistas se recrudecieron en la retaguardia almeriense. Así, en un acto público
celebrado el 20 de noviembre de 1938, el dirigente libertario Juan Santana Calero no
dudó en afirmar “España, quieran o no los que pretenden imponernos programas
exóticos, no obedece ni obedecerá a Berlín o Moscú”, en clara alusión crítica al
Partido Comunista.
Los anarquistas también se enfrentaron con el nuevo gobernador, al que
acusaban de menospreciar las funciones de los comités de enlace UGT-CNT. En un
artículo publicado en el diario Emancipación se decía:
“Hay una autoridad, la más alta autoridad de la provincia, que dijo hace unos
días que no venía a comerse a los niños crudos. Con su conducta estrafalaria y
desordenada, nos da la sensación de dos cosas: o que viene a comerse a toda
Almería o que pretende llamar la atención, popularizarse, a base de golpes,
aunque estos golpes no vengan a cuento”.
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La denominada “quinta columna”, creada en los primeros momentos de la
guerra, se había desarrollado en la provincia durante el período del comunista
Vicente Talens Inglá como gobernador, entre julio de 1937 y abril del año siguiente.
Es cierto que su sucesor, el dirigente metalúrgico vasco Eustaquio Cañas Espinosa,
había endurecido las disposiciones de orden público, aumentando las detenciones de
sospechosos y dificultando su puesta en libertad. No obstante, todas esas medidas no
consiguieron acabar con las actuaciones de los que luchaban contra la República
desde su propia retaguardia.
Las actividades clandestinas consistían, fundamentalmente, en transmitir
información —sobre todo de carácter militar— al bando franquista, boicotear el
reclutamiento de hombres para el ejército republicano, conseguir y distribuir dinero,
víveres o ropa para los que estaban ocultos, esconder a las personas perseguidas por
la policía por motivos políticos y facilitar el pase de los derechistas a la otra zona. Al
frente de estas actividades, a lo largo de 1938, encontramos a personas destacadas
como Carmen Góngora, presidenta del Sindicato católico “La Aguja”, y Manuel
Fernández Aramburu, jefe de la llamada “Red Hataca”.
También sabemos que en los últimos meses se había constituido una Junta
Provincial de Falange en la clandestinidad, con Francisco Ibarra Sánchez y Fernando
Brea Melgarejo como principales responsables. Si atendemos a sus propias
declaraciones, efectuadas tras el final de la guerra, llegaron a contar con casi tres
centurias organizadas, consiguiendo armas mediante compra o donación. Hoy
conocemos la infiltración de los “quintacolumnistas” almerienses en unidades de la
Guardia de Asalto, Artillería y Carabineros.
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ministros regresaron a territorio español, muchos de los que habían atravesado la
frontera de los Pirineos no pudieron o no quisieron volver.
La política de resistencia mantenida por el Gobierno, criticada ya por amplios
sectores, fue finalmente vencida por el golpe de estado que encabezó el coronel
Segismundo Casado el día 5 de marzo de 1939. La operación había sido apoyada por
militares, líderes anarquistas, dirigentes republicanos e, incluso, socialistas que no
compartían la línea de actuación representada por Negrín. Sólo los comunistas se
opusieron, incluso con las armas, al golpe de Casado, aunque fueron pronto
dominados. Los responsables de la acción militar constituyeron el denominado
Consejo Nacional de Defensa, presidido por el general José Miaja, y durante tres
semanas intentaron pactar con Franco una “paz honrosa”. El líder de los sublevados
sólo aceptó una rendición incondicional de los republicanos.
En Almería, el nuevo órgano de poder recibió la adhesión de las autoridades
civiles y militares de la provincia. Así se manifestaron, por ejemplo, el teniente
Julián del Castillo, comandante militar de la plaza, o Cayetano Martínez Artés,
presidente del Consejo Provincial (antigua Diputación). Además, dirigentes
republicanos, socialistas, anarquistas y de la UGT apoyaron también al Consejo
Nacional de Defensa. En los afiliados al Partido Comunista almeriense los
acontecimientos provocaron importantes divisiones. Algunos, como el secretario
general Juan García Maturana, mantuvieron su postura firme de apoyo al Gobierno
Negrín y contraria al golpe de Casado. En cambio, el alcalde Manuel Alférez Samper
y otros miembros del Comité Provincial del PCE, optaron por adherirse
públicamente a las nuevas autoridades.
Como consecuencia de la situación, los comunistas que no habían reconocido la
legitimidad de los nuevos gobernantes fueron perseguidos y encarcelados. En este
sentido, destaca la clausura del Diario de Almería, órgano del PCE en la provincia, y
de los locales del partido y de organizaciones próximas (Mujeres Antifascistas,
Amigos de la Unión Soviética, Unión de Muchachas, Juventudes Socialistas
Unificadas y Altavoz del Frente). Al mismo tiempo, los comunistas que no pudieron
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ser detenidos designaron un nuevo comité provincial en la clandestinidad, presidido
por Ángel Aguilera Gómez.
El final de la guerra estaba próximo. Hubo dirigentes del bando republicano
que no quisieron salir de España, ya fuera por el convencimiento de no haber
cometido ningún delito, o por creer en la “paz honrosa” que intentaba negociar el
coronel Casado con Franco. Otros, en cambio, más realistas y conscientes de la
represión que se iba a iniciar por parte de los vencedores, intentaron huir al
extranjero. Algunos, como Manuel Alférez, alcalde de la capital, o Cayetano
Martínez Artés, presidente del Consejo Provincial, no lo consiguieron y, tras juicio
sumarísimo, fueron fusilados a los pocos meses de terminar la guerra. Los
principales dirigentes del PCE o la JSU, a pesar de que muchos de ellos habían
estado detenidos hasta el día 28 de marzo, consiguieron escapar en un barco en la
madrugada siguiente, pocas horas antes de que los franquistas dominaran la ciudad.