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Julia Kristeva

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Julia Kristeva, “Elogio del amor”

Por lejos que me remonte en el recuerdo de mis amores, me es difícil hablar de ellos. Esta
exaltación más allá del erotismo es dicha exorbitante tanto como puro sufrimiento: la una y el otro
hacen que las palabras cobren pasión. Imposible, inadecuado, en seguida alusivo cuando
querríamos que fuese muy directo, el lenguaje amoroso es un vuelo de metáforas: es literatura.
Singular, no lo admito más que en primera persona. Sin embargo, de lo que les voy a hablar aquí
es de una especie de filosofía amorosa. Pues ¿qué es el psicoanálisis sino una búsqueda infinita
de renacimientos, a través de la experiencia de amor que recomienza para ser desplazada,
renovada y, si no exteriorizada, al menos recogida e instalada en el corazón de la vida ulterior del
analizado como condición propicia para su renovación perpetua, para su no-muerte?
Confieso que el destino particular de mis amores (¿debería decir de mi propia vulnerabilidad
escondida tras una máscara de prevención?) agrava este desfallecimiento de mi discurso ante la
espiral .de sexualidad e ideales entremezclados que es la experiencia amorosa. Y me hace
preferir, antes que el encantamiento lírico o la descripción psico pornográfica, el lenguaje algo
histórico del después. ¿Es aquí también donde se recoge el silencio (amoroso) del analista?
Pero no hay que entender estas palabras sólo como una precaución, una retirada o un miedo a
quemarse. De hecho el sentimiento de haber tenido que desperdiciar, cuando no que sacrificar,
deseos y aspiraciones, en el amor, ¿no es acaso el precio que debemos pagar por la violencia de
nuestras pasiones hacia el otro? Desenfreno que puede llegar hasta el crimen del amado, el amor
que llamamos loco se compagina sin embargo muy bien con una lucidez aguda, súper yoica,
feroz, aunque es el único que puede, provisionalmente, interrumpirla. Himno a la entrega total al
otro, este amor es también, y de una manera casi igualmente explícita, un himno a la capacidad
narcisista a la que puedo incluso sacrificarlo, sacrificarme.
Si insisto en el crisol de contradicciones y equívocos que es el amor - a la vez infinito del sentido y
eclipse del sentido - es porque me permite no morir asfixiada bajo el fárrago de falsos pretextos y
compromisos que nos ofrece la neurosis en grupo o en pareja. Así es como lo mantengo en mi
oído para no adormilarme con las penas e inquietudes de mis psicoanalizados, para hacer estallar,
por el contrario, un riesgo de muerte, un riesgo de vida. Así es como se revela en el ir y venir de la
connotación metafórica. En efecto, en el transporte amoroso, los límites de las propias identidades
se pierden a la vez que se difumina la precisión de la referencia y del sentido del discurso
amoroso (sobre el que Barthes ha escrito tan elegantemente los Fragmentos ). ¿Hablamos de la
misma cosa cuando hablamos de amor? ¿Y de qué cosa? La prueba amorosa es una puesta a
prueba del lenguaje. de su carácter unívoco, de su poder referencial y comunicativo.

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