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EL FILÓSOFO SONRIENTE:
DEMÓCRITO EN EL MUBAM1
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EL FILÓSOFO SONRIENTE: DEMÓCRITO EN EL MUBAM
Heráclito” (Bernabé, 286). En efecto, lo sombrío otros bienes, y anhelaría tal vez cuanto ahora po-
frente a lo luminoso rimaba en la dicotomía filo- see. “Los insensatos” –estampa con suma clari-
sófica con otra pareja dual: la risa y el llanto, lo dad su pensamiento ético- “ansían lo que les fal-
cual vendría a ser un paralelismo en el plano ra- ta y malgastan lo que tienen, aunque sea más
cional de la contraposición teatral entre la trage- provechoso que lo que han dejado escapar” (De-
dia y la comedia, tal como plasmó Rubens en su mócrito, 316). Valora en grado sumo, pues, a los
retrato de los dos pensadores. Los ríos de la mu- valerosos que arrostran con coraje su existencia
tación heraclíteos estuvieron también humede- y que con osadía estiman los dones que la suerte
cidos por las lágrimas de las paradojas; la oscuri- les otorgó: la inteligencia colorea los tonos som-
dad tenía el rostro de la pesadumbre. Las sen- bríos de nuestra condición mortal y la modera-
tencias de Demócrito, por el contrario, fluían en ción puede acrecentar los gozos, despreciando
la comisura de unos labios extendidos por la ra- el peso de las sombras. Discreto le parece quien
zón jovial y por la cordura que tranquiliza el “se alegra por lo que tiene” (fr. 231. Demócrito,
ánimo y lo serena. En el fragmento 189 de la se- 318) y sabio es aquel para quien “toda la tierra es
rie de aforismos que la tradición conserva, el filó- accesible, pues de un alma buena es patria el
sofo aconseja: “Lo mejor para el hombre es pasar mundo entero” (fr. 247, Demócrito, 320).
la vida lo más contento y lo menos afligido que Los azares de la pervivencia de los textos an-
pueda. Ello sería posible si los placeres no se ba- tiguos han ocasionado una gran e irremediable
saran en cosas perecederas” (Demócrito, 314). pérdida en el caso de Demócrito. Según testi-
En efecto, los placeres a los que el filósofo monio de un tal Trasilo, las obras del filósofo
alude no pueden radicar en su consistencia efí- contaban hasta 52 y versaban sobre temas dis-
mera. El hecho de que su filosofía introdujera la pares: la física, las matemáticas, la música, la len-
reflexión científica sobre la materia y la contex- gua y la literatura, junto a tratados sobre diver-
tura atomista de todo lo existente no implicaba sos asuntos técnicos y misceláneas varias. De to-
un desprecio al mundo reflexivo y a los ámbitos do ello apenas conservamos unos trescientos
del espíritu, sino todo lo contrario: “Les es conve- fragmentos breves que se circunscriben en su
niente a los hombres” –afirma en el fragmento mayoría al ámbito de la reflexión ética. Su contri-
187- “darle más importancia al alma que al cuer- bución al nacimiento de la ciencia experimental
po, pues la perfección del alma endereza la mal- fue enorme, y los comentarios que Aristóteles
dad del cuerpo, pero el vigor del cuerpo sin inte- desplegó en su Física permiten calibrarlos en su
ligencia en nada puede hacer mejor al alma” justa medida, a pesar de que el Estagirita no
(Demócrito, 314). Y es que Demócrito sabía que ameritase especialmente sus ideas, aunque re-
la serenidad del espíritu era un objetivo funda- conociese que “no sólo parece haber pensado
mental en la existencia, y que para alcanzarlo se cuidadosamente en todos los problemas, sino
requería mesura y proporción, una dicha basada haberse distinguido del resto (de los filósofos)
en el contento con lo que está a nuestro alcance por su método” (Ferrater Mora, 417). En una
y podemos disfrutar, huyendo de todo aquello época dominada por la ontología de Parménides,
de imposible consecución o tan lejano para no- que oponía el Ser a la No-existencia de modo fé-
sotros que sólo puede producir un estado de in- rreo, lógico y absoluto, Leucipo y Demócrito –
satisfacción permanente, ansiedad y desconten- que conocían a la perfección a sus antecesores
to. El sujeto que únicamente ansía bienes distan- eléatas y, por supuesto, las tesis ontológicas de
tes y remotos es reo de calamidades, y quien Parménides - opusieron resistencia, favorecien-
desdeña lo inasequible por lo inmediato y facti- do con ello la liberación de la razón científica con
ble, elimina “la malquerencia, la envidia y el respecto a los postulados metafísicos. El gran
odio” (Demócrito, 315). El sabio se contenta con Guthrie nos ofrece una síntesis preclara de sus
los dones que la naturaleza y las circunstancias le logros:
han propiciado, pues es consciente de que en “Enfrentándose a Parménides en su propio te-
cualquier otra situación también carecería de rreno, el sentido común de los atomistas man-
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tuvo que “el No-Ser existe lo mismo que el Ser”, sultan de contemplar obras hermosas” (Demó-
es decir, puesto que todavía se consideraba al Ser crito, 315). Sus principios auguran un saber par-
ligado a una existencia corpórea, afirmaron que cial por necesidad, relativo por naturaleza e im-
tiene que existir un lugar no ocupado por el pulsor del estado de serena alegría como máxi-
cuerpo. Ellos supusieron que la totalidad de la
mo objetivo, procurando el cuidado corporal y,
realidad estaba formada de minúsculos átomos
sólidos flotando en el espacio infinito. Una vez sobre todo, la salud del espíritu, la limpieza en el
que esta imagen se hizo consciente y explícita, orden del pensamiento, esa “gran salud” que si-
como sucedió ahora por primera vez, la materia glos después postularía un filósofo que a fuerza
se liberó, por así decirlo, y de los átomos perdidos de lucidez terminó sucumbiendo a las tinieblas
en infinito tan razonable podría preguntarse de la sinrazón: Friedrich Nietzsche. Frente a los
“¿Por qué tienen que permanecer inmóviles?”, afanes de totalidad y codicia tanto material co-
como : “¿Por qué tienen que moverse?” (...). Para mo intelectual, reclama Demócrito el freno de la
valorar adecuadamente al atomismo, hay que prudencia: “No anheles conocerlo todo, no sea
comprender que se dio un valiente paso afir- que te vuelvas ignorante de todo” (Demócrito,
mando la existencia del espacio vacío en contra-
311). Pasadas varias centurias, el lenguaje poéti-
dicción con la nueva lógica de Parménides”
(Guthrie, 2005). co se haría eco de esta luz roja de la razón frente
a las utopías del conocimiento exhaustivo. En el
Virreinato de México, en la segunda mitad del
Como cabe inferir, el salto cualitativo fue siglo XVII, una filósofa y poetisa ataviada con los
esencial. Demócrito no sólo afirmó la indepen- hábitos de la orden de los Jerónimos componía
dencia moral del individuo con respecto a las so- un romance donde también acusaba la “hidro-
licitudes de su yo y de sus circunstancias –en lo pesía de toda ciencia, que teme inútil aun para
tocante a sus formulaciones éticas- sino que se saber y nociva para vivir”. Consciente de la rela-
atrevió a postular un universo en que el vacío era tividad ínsita a toda aventura del intelecto, avisa
de consistencia tan afirmativa y real como lo era Sor Juana Inés de la Cruz a los incautos perse-
la estructura atomista de la propia materia con guidores del ideal y les advierte de la falacia que
vistas al movimiento de los seres y los cuerpos. comporta su empresa. Para ello, evoca el pen-
En este proceso liberador, la inteligencia práctica samiento de Demócrito y nos recuerda que para
desempeñaba un papel protagónico. De cuanto ser feliz hay que ser precavido también frente a
sabemos, nos dice Demócrito, sólo llegamos a los afanes y empeños de nuestro propio pensa-
conocer verdaderamente los cambios que se miento, ya que toda verdad contiene la almen-
producen, y poco cabe discriminar sobre la enti- dra, más o menos amarga, del relativismo, y en
dad del ser estable y fijo que los sustenta. Más sus estrofas quiso Sor Juana Inés evocar la céle-
importante, pues, es vivir en armonía con la bre querella que los siglos propusieron del ato-
constante mutación de nuestro ser y desactivar mista en oposición a la seriedad de su clásico
por medio de la sabiduría los padecimientos del oponente (Demócrito versus Heráclito, otra vez):
alma, concretando la esfera de nuestra posible
actividad a lo que en verdad es fuente de alegría Los dos filósofos griegos
y júbilo, comprendiendo en suma que toda en- bien esta verdad probaron,
señanza ha de plegarse a la naturaleza, que dicta pues lo que en el uno risa,
las pautas de cualesquier argumentos y perfec- causaba en el otro llanto.
ciones.
Defensor de la amistad, afirmó Demócrito Célebre su oposición
ha sido por siglos tantos,
que “vivir no merece la pena para quien no tiene
sin que cuál acertó, esté
ni siquiera un buen amigo” (Demócrito, 306), y hasta agora averiguado;
alabó el mundo sensitivo en lo que ofrece de es-
pectáculo hermoso para nuestra percepción, lle- antes en sus dos banderas
gando a aseverar que “los grandes placeres re- el mundo todo alistado,
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conforme el humor le dicta tro rostro, de aquello que sin piedad varía y
sigue cada cual el bando. cambia, y que es por esencia perecedero. Mas
una vez asimilada la doctrina –proseguiría nues-
Uno dice que de risa tro imaginario Demócrito- no es conveniente
sólo es digno el mundo vario;
arrugar el ceño y caer en los brazos abatidos de
y otro que sus infortunios
son sólo para llorados” la pesadumbre y el lamento. Mucho mejor es vi-
(Sor Juana Inés de la Cruz, 258-259). vir de acuerdo a esa verdad y sacar el mayor par-
tido a nuestra condición material, usando los
dones del espíritu para recrearnos en lo bello y
Al fin y al cabo, nos estamos refiriendo, me- regirnos por la inteligencia benefactora.
diante el pensamiento de Demócrito, a la con-
No nos hallamos, pues, ante un retrato colo-
quista de la felicidad: una persecución cuya sus-
rido, como el que descompondría Sor Juana Inés,
tancia política no se discriminaría hasta la Cons-
desactivando sus “falsos silogismos de colores”,
titución de Independencia de los Estados Unidos
sino ante un retrato monocromático y bastante
de América, momento en que por vez primera se
peculiar, en el cual se ha despreciado el refina-
proclamó la felicidad humana no sólo como un
miento y el esplendor de la paleta en favor del
anhelo, sino también como un derecho del ciu-
efecto psicológico que provoca en el espectador.
dadano. Muchos siglos antes, Demócrito y sus
La belleza está al servicio aquí de la humildad, y
seguidores predicaron de modo tolerante que a
la opulencia, al de la pureza y la claridad. A todo
ese fin debe encaminarse la dirección de toda
ello habría que sumar un dato extra-artístico, pe-
ética, y por ello su semblante quedó grabado en
ro no menos interesante al caso que nos ocupa:
el imaginario de la especulación con el rictus
desconocemos al autor de la obra. El pintor, en
desplegado de quien ríe. Y también se acrisoló
todo caso, quiso quedar a la sombra de su obra,
de modo afín en el reino del arte, en la creación
y mostrar con la mayor discreción un modo de
pictórica y, más concretamente, en el género del
ser, un actitud y una psicología, que procedía de
retrato. Y así, este siglo XVII en que un anónimo
una manera de pensar y, en suma, de una filoso-
dibujante estam-
fía de vida, de una verdad convertida en modelo
pó este rostro
de conducta y, finalmente, en un rostro, en una
simpático y bur-
mirada.
lón ante el cual
hoy nos situamos, Esta tabla de madera tiene unas medidas
fue el mismo en asaz mesuradas:
que la citada poe- 46 cm. de alto,
tisa mexicana ad- por 34’5 de an-
vertía contra la cho. Figura ser
entelequia del re- un panel de
trato como modo madera sobre el
de eternizar la que se hubiera
materia perece- sellado con la-
Demócrito. Anónimo cre rojo una
(MUBAM, Murcia) dera de que está
compuesto el or- hoja rasguñada
ganismo de los seres vivientes. “Este que ves, y medio rota
engaño colorido”, propuso Sor Juana Inés con la con la imagen
voluntad de quien desenmascara una impostura. de Demócrito,
En efecto, le susurraría Demócrito a su oído, bajo cuyo rostro
nuestra composición natural es una reunión aza- rezan las letras
rosa de átomos que en movimiento perpetuo de su nombre, y Demócrito. Anónimo
componen la apariencia de nuestro ser, de nues- tras de la cual se (MUBAM, Murcia)
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ha dejado dispuesta una pluma de ave, virtual con la oscuridad de su bonete, en una intere-
instrumento del dibujo y de la titulación del sante combinación entre el blanco, el negro y el
mismo. La primera impresión, por tanto, contie- gris. Una ausencia de afectación en su psicología
ne ya un juego de planos que implica cierta dis- se emparenta con el buen humor que destila. El
tancia e ironía por parte del anónimo autor de la escorzo en que su autor nos lo muestra parece
tabla: la hoja simulada con el dibujo, sobre la ta- obedecer a un llamado al que responde jocundo
bla verdadera en que lo hallamos. Ficción y rea- y despejado. Su edad no enaltece ningún signo
lidad, humor y oportuno alejamiento del tema de arrogancia o de dignidad externa, aquella
que se aborda: mecanismos propios de los auto- que marcan tan sólo los años mas no la sabiduría
res barrocos, contemporáneos a nuestro anóni- que se les supone aparejada. En su caso, edad y
mo sonriente. Técnicas que usará Miguel de Cer- conocimiento corren parejas, así como ironía y
vantes en su fingida historia de un fingido caba- desapego en cuanto a las vanas solicitaciones de
llero, o Diego de Velázquez, convirtiendo el mo- la vida. Exhibe esa gran salud que la senectud no
tivo central de su retrato en el pintor y sus meni- merma, sino que sabe acrecentar con valentía.
nas espectadoras, y desplazando el tema central Respecto a su gesto y actitud, observamos
del mismo a la imagen evanescente de un espe- cómo se dirige con soltura a su supuesto re-
jo. En nuestra tabla de madera destaca la impre- clamo, y también a sus espectadores, a quienes
sión de algo efímero, a lo que se ha restado tras- se vuelve envolviéndolos en su compostura de-
cendencia, mediante el tratamiento de elemen- cidida y totalmente asertiva, convocando así una
tos como la fragilidad del papel sobre el que se respuesta de empatía y benignidad, cobrando la
ha trazado el rostro del filósofo, la pobreza del imagen una aureola simpática y también de inte-
soporte, una hoja que el viento podría llevar rés y curiosidad. Unos intereses que, según dic-
consigo en cualquier momento, o el mismo la- tamen de su filosofía, no debe enajenarnos en
crado del dibujo que, en breve, el tiempo podrá ese culto a la desmesura ni a la afición desafora-
arrancar. Todos estos recursos están en conso- da, ya que “quien trata de ser feliz no debe ocu-
nancia con el pensamiento de su sujeto: la nece- parse de muchos asuntos, ni en lo público ni en
sidad de restar empaque a los frutos de nuestra lo privado, ni elegir actividades que excedan su
condición humana y la atención a la fragilidad de propia capacidad y su naturaleza, sino tener la
nuestro propio soporte corporal, compuesto de suficiente precaución como para, en caso de que
átomos como el resto de la materia del universo. la suerte se le ponga de cara y lo esté llevando,
En cuanto a la ausencia de colores en el re- en su opinión, demasiado lejos, renunciar y no
trato, parece agravada por la fuerza del rojo que tratar de llegar más allá de sus posibilidades”
liga la hoja levemente a su espacio. El dibujo, (Demócrito, 297-298). Estas fórmulas o senten-
como sugieren las ideas de Demócrito, también cias del razonador están llamadas a producir en
transita entre el vacío y sus átomos, entre la apa- sus oyentes un efecto de liberación o catarsis,
riencia y su estructura interna, pero lo hace sin parejo al que pretende transmitirnos el retrato
adornos, sin riquezas ni esplendor. En cuanto al de Demócrito, afirmando que el secreto de su
sujeto de la efigie, hallamos a un individuo que sonrisa procede de la aplicación vital de sus
ríe de manera relajada, sana y feliz, alguien que ideas, y de ahí la sintonía que despierta en su
parece haber adquirido el estado de eutimia o atento observador: “La medicina” –nos advierte
tranquilidad de espíritu, una de las aspiraciones en otro aforismo- “sana las enfermedades del
máximas de las filosofías basadas en la salud del cuerpo; mas la sabiduría libera al alma de los pa-
cuerpo como sustento de la serenidad del alma. decimientos” (Demócrito, 298).
No obstante su plácida compostura a tenor con Asimismo destaca en el retrato esa sonrisa
los resortes más íntimos de su pensar, su mirada extendida, a modo de media luna, que muestra
no deja de ser pícara y burlona, sus dedos de una dentadura ordenada y limpia, en la que pa-
huesudas articulaciones se afilan con agilidad y recen faltar algunas piezas por desgaste de los
estilización y sus cabellos canos se confunden
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años. A despecho de esa avanzada edad, rezuma El Demócrito de nuestro museo entroniza
frescura y risueña armonía, relajación jovial. No una nueva mirada hacia la naturaleza, un modo
ha perdido un ápice de su entusiasmo, el mismo de adquirir conocimiento que rezuma aguda
que en su juventud lo sumió en las más hondas penetración acerca de la existencia: saber pensar,
meditaciones, como dejó plasmado el bello gra- parece decirnos, es saber vivir. La mano es pode-
bado de Francesco Rosa, y el vigor juvenil ha de- rosa, como se subraya en todas las versiones de
rivado en vejez lozana, adornada aún de cierto los pintores que se acercaron a su figura. En este
aroma primaveral. El paso de las décadas lo ha caso, el mudra es abierto: apela y llama con sus
adornado con un suave escepticismo, reacio a la dedos, pero no exhorta ni amenaza, sólo indica y
gravedad, renuente a la melancolía, alérgico al muestra, sin juicio condenatorio. Dedos de mú-
trágico fatalismo. Los pintores barrocos abundan sico y de maestro. Su frente ancha es síntoma de
en sus visiones de un Demócrito gozoso y exul- su hechura intelectual, su oreja está bien propor-
tante, que abraza displicente un imposible globo cionada, su nariz prolongada revela un ser va-
terráqueo -objeto que terminará convirtiéndose liente y veraz, y sus no muy pobladas cejas ar-
en su atributo, como prenda del geógrafo libre y quean el brillo de sus pupilas con suavidad. Todo
desenvuelto-, como en el lienzo del holandés en él es amplio y despejado, como el manto que
Hendrik der Brugghen, o en la copia de Maza so- lo cubre, y también agudo y afilado, como la
bre un original de Rubens –donde también se- pluma que lo supo retratar. Al volverse hacia no-
ñala con su índice y brilla bajo un manto rojo sotros, la distinción y la claridad lo alejan de toda
fuego-, así como en el muy castellano rostro que presunción, y no parece tener prisa, ni querer
pintase Diego de Velázquez, con la puntilla blan- adoctrinarnos con dogmas o apotegmas. “Aquí
ca española y el bigote de la época de los Aus- estoy” –parece decirnos- “y podéis aprender de
trias, pero siempre burlón en cuanto a la com- mí cuanto gustéis, pero no me toméis por un
posición verdadera de las cosas que circulan oráculo infalible, pues también yo soy una cons-
como esferas en el firmamento. Incluso se perfila telación de átomos errabundos que vienen y van,
su sonrisa casi impúdica entre los tonos som- chocan entre sí y pululan en torno al vacío que
bríos y neutros, los marrones y marengos del cla- irremisiblemente nos circunda. Lo verdadero y lo
roscuro tenebrista español, que exhibe José de bueno son expresiones complementarias de una
Ribera en la imagen del filósofo de los átomos y identidad; por eso no necesito articular oscuros
la materia -flaco, barbudo y pelón- a punto de postulados, sino verdades diáfanas. Allí habita el
apuntar uno de sus célebres fragmentos. Su son- bien que espero, y al que os invito a conocer y
risa ilumina la lúgubre decadencia del siglo XVII amar”.
español, y quiere arrancarle algún destello de es- Las mejillas, los hoyuelos, las tenues arrugas
plendor, como hiciera Miguel de Cervantes en la de su frente, el robusto cuello, su plena joviali-
celda y sobre el páramo manchego. Otros maes- dad compensan tantos siglos de oscuridad y os-
tros de la pintura del XVII se sirvieron de la per- curantismo, tantas profecías huecas, tan dilata-
sonalidad y la pose de Demócrito para estampar das amenazas de los dioses y recompensas de
sus autorretratos. Un anciano Rembrandt mos- sus ángeles o vasallos. Contrapesa así la ausencia
traba su rostro gozoso en medio de las opacas de colores y de matices la tabla. La poesía, como
sombras de la vejez, que a su vez eran signo de quería Borges, es “inmortal y pobre”, y contrape-
las nebulosas que rodean y velan la existencia sa su verdor con su humildad, como la Itaca que
del hombre; pero también quiso perpetuarse a acarició el viajero en su trayecto, y la que halló
través de Demócrito en la más radiante juventud, tras tantas aventuras. Roja y humilde se muestra
en un lienzo que recientemente los expertos han en este retrato de Demócrito. Humilde, como
confirmado ser de la autoría del maestro holan- toda grandeza. Como la sangre, roja, como la
dés. Guiño final sobre la autoría de una obra en sangre que riega nuestras arterias, nuestras célu-
cuyo fondo cabe escuchar la burlona risa del filó- las y los átomos que nos conforman.
sofo de Abdera.
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anticipándose a Pico della Mirandola y a Gior- perfluos a través de la boca y la nariz en la respi-
dano Bruno. Destacó así por su apuesta a favor ración, de los ojos en el mirar, y esparce sus se-
de la tarea científica como motor del conoci- millas a través de los órganos de la generación.
miento al tiempo que por su lejanía ante los ba- Parcelas enteras del alma son enviadas con ello,
como colonizadores desde su país natal, listas pa-
luartes de la conciencia atormentada, que impi-
ra reanudar en tierra extraña su vida entera.”
den el fecundo desarrollo de las disciplinas expe- (Santayana, 18).
rimentales, pero también de la imaginación del
alma. No en vano la vieja querella entre Heráclito
y Demócrito se expande por los círculos artísti- Otro poeta emparentado con Santayana por
cos y culturales de los siglos XVI y XVII, como ob- la fuerza poética de sus argumentos libres e iró-
servamos en la pintura holandesa, italiana, fran- nicos apela asimismo a Demócrito, aunque en su
cesa y también española (Bramante, Andrea Poz- caso a modo también de impar modelo existen-
zo, Luca Giordano en Italia; Cornelis Cornelisz, cial. Aludo claramente a Jorge Luis Borges, que
Rubens y Rembradt, en la pintura flamenca; Ve- extrapola un episodio de la vida de Demócrito
lázquez y Ribera, en la española). En el siglo XX que divulgaron en la antigüedad autores como
resurge con fuerza la figura de Demócrito, auspi- Aulo Gelio en sus Notte Atticae o Plutarco en su
ciado por la filosofía materialista y la gaya ciencia tratado De curiositate. Según dichas fuentes,
de Nietzsche, y sus secuelas se dejan sentir en los Demócrito se habría cegado a sí mismo por me-
más conspicuos poetas y filósofos del ámbito dio de un espejo metálico, bien a consecuencia
hispánico. Así en George Santayana, filósofo an- de su afán experimental o bien conscientemente,
glosajón de origen español, que convertirá a como sugiere Borges en su “Elogio de la sombra”.
Demócrito en inspirador de su “reino de la mate- Emparentándose de modo sutil con el rechazo
ria” y vertiente esencial de su filosofía poética e del presocrático a la “lágrima” o el “reproche”,
integradora de los diversos estratos del ser. En exigía Borges en su “Poema de los dones” que
sus excelentes Diálogos en el limbo actualiza el nadie rebajase a tales límites esa “declaración/
espíritu de Demócrito en ese espacio imaginado de la magnífica ironía” de Dios al haberle otor-
por Dante, donde los pensadores de la era pre- gado de modo simultáneo los dones de “los li-
cristiana perviven sin salvación ni condena, y lo bros” y de la ceguera, metaforizada en el poema
convierte Santayana en centro de sus inteligen- como “la noche”. Consciente ahora de que la os-
tes disquisiciones con las sombras de Sócrates, curidad puede propiciar la visión interior en ese
Alcibíades o Dionisos, ante un Extranjero que se cambio de luz, Borges compara la acción del
acerca a ese espacio ultraterreno con el deseo de tiempo con la ceguera que Demócrito se impu-
compartir los dones de la sabiduría. En esta obra, siera para penetrar más hondamente en el mun-
donde Santayana despliega lo más granado de do de la materia y entona así su célebre elogio
su pensamiento en un modo fresco y desenfa- de la oscuridad iluminada: “Demócrito de Abde-
dado, escucharemos al sonriente Demócrito ra se arrancó los ojos para pensar; / el tiempo ha
abogar por el olor y la fragancia de las diversas sido mi Demócrito” (Borges, 1998, 361).
filosofías, él que se auto-define como “un cientí- Con la vista siempre inclinada hacia el espec-
fico que observa” y que con suave penetración táculo de la materia, la que traspasaba el domi-
define la esencia atomista del alma: nio de la apariencia y diseccionaba la mecánica
biológica incardinándose hacia los vaivenes mo-
“El alma es un fluido, más sutil y cálido que el aire, trices del alma, Demócrito de Abdera ha pasado
aunque algo viscoso y capaz de retener o redo- a la historia como el pensador que introdujo la
blar las más intrincadas y poderosas mociones. risa en las esferas mentales. El especulador ra-
Continuamente se expande desde su corazón, cional para quien “la naturaleza y la enseñanza
como desde un horno, a través de las venas y son cosa semejante” (Demócrito, 301). El filósofo
ventrículos del cuerpo, vivificando todas sus par- enérgico y entusiasta que invitaba a espolear la
tes, sanando heridas, y armonizando movimien-
parálisis que sacude a la conciencia aletargada
tos; y también libera o exuda sus productos su-
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