Ensayos de Borges Analisis
Ensayos de Borges Analisis
Ensayos de Borges Analisis
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' . %
Y OTROS ENSAYOS
EL ARCA
1985
Va de lo u n o a lo otro la diferencia
que h a y entre estudiar el n u d o y la tra-
ma del tapiz, aplicando la lente y usan-
d o d e las noticias técnicas, o apreciar
de lejos y al golpe d e vista la belleza
del cuadro que el tapiz mismo repre-
senta. S o n d o s órdenes distintos de
felicidad, igualmente aguda e n .ambos
casos. Beatos los que sepan disfrutar
de tales placeres. Y a pueden jactarse
de que encuentran compañía e n su
soledad y consuelo siempre.
Y a Josefina, naturalmente.
NOTA PRELIMINAR
14
Creo que se trata de un juicio somero, para cuya formula-
ción, probablemente, no se han tenido en cuenta determi-
nados ensayos de Borges, en los cuales se manifiesta una
fina percepción crítica del proceso creativo y de las obras
ajenas ;Borges suele ser, en esas páginas, exacto y verdade-
ro; baste citar, entre muchas, El arte narrativo y la magh,
La postulación de la realidad, los trabajos sobre Whitman,
el estudio sobre la poesía gauchesca o las muy penetran-
tes palabras acerca de Nathaniel Hawthorne. Lo que acon-
tece es que en otros ensayos -de índole filosófica-, donde
Borges acumula raras noticias, las conclusiones a que llega
el autor son (antes que rigurosamente dialécticas) casi ima-
ginativas, pero no caprichosas. Tal es lo que se observa,
por ejemplo, en las últimas líneas de La perpetua carrera
de Aquiles y la tortuga, cuyo tema ha tocado Borges más
de una vez. En esta noticia sobre la famosa aporía de Ze-
nón de Elea, tras exponer la cuestión y algunas de sus
soluciones, Borges escribe: "Mi opinión, después de las
calificadísimas que he presentado, corre el doble riesgo de
parecer impertinente y trivial. La formularé, sin embargo:
Zenón es incontestable, salvo que confesemos la idealidad
del espacio y del tiempo. Aceptemos el idealismo, acepte-
mos el crecimiento concreto de lo percibido, y eludiremos
la pululación de abismos de la paradoja"2.
De esta voluntaria creencia de Borges arranca buena
parte de su literatura fantástica. ES Borges un idealista.
Por eso se figura el universo como un laberinto; por eso
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han influido o influyen. Adivinamos en algún cuento bor-
giano, si bien medio borrosas, las peculiares facciones de
Gilbert Keith Chesterton. Esos rasgos, si no me equivoco,
resaltan en varias líneas del prólogo al Manual de zoología
fantástica. La cita es extensa, pero quiero aducirla. "Pode-
mos pretender -escribe Jorge Luis Borges- que los niños
bruscamente llevados al jardín zoológico adolecen, veinte
años después, de neurosis, y la verdad es que no hay niño
que no haya descubierto el jardín zoológico y que no hay
persona mayor que no sea, bien examinada, neurótica.
Podemos afirmar que el niño es, por definición, un descu-
bridor y que descubrir el camello no es más extraño que
descubrir el espejo o el agua o las escaleras".
Terminemos esta noticia. Si hubiésemos dedicado
a Borges un estudio más extenso, habríamos relacionado
ciertos pasajes de este libro con los temas sustanciales de
toda su obra. Hoy solamente nos hemos ceñido al Manual
de zoología fantástica, que se inserta con naturalidad en
la serie de sus producciones. La erudición borgiana confina
con lo fabuloso. Este Manual -lo advierte el mismo Bor-
ges- quizá no abarque todos los animales fantásticos, que
pueden ser infinitos (pues cada pesadilla suele crear los su-
yos). No obstante, nos habría gustado leer la descripción
de las serpientes de la luna, a las cuales se refiere Borges
en su Prólogo a Bradbury, precisamente al hablar del Som-
nium Astronomicum, de Kepler. Pues si casi todos los ani-
males de su fantástico Manual están adscritos al pasado, las
serpientes de la luna, a buen seguro, pertenecen ya a nues-
tro inmediato porvenir.
C u m o o uno examina la vasta obra de Alfonso Reyes
queda sorprendido al advertir la importancia y alcance de
su poesía. Cierto que la calidad y el número de los ensayos
pueden desviar hacia éstos la atención y el goce de los es-
tudiosos y admiradores del gran humanista mexicano. Por
lo demás, la obra poética de Alfonso Reyes, que había
aparecido en ediciones casi privadas, no era asequible a to-
dos. Pero, por fortuna, en 1952, el Fondo de Cultura Eco-
nómica dio a la estampa un extenso y hermoso volumen,
donde el propio Reyes, con su escrupulosidad habitual,
ofrece su poesía hasta aquella fecha ' . Los diversos libros
que habían llegado hasta nosotros (entre ellos Pausa y la
misma Ifigenia cruel, ambos en primera edición) revelaban
que Alfonso Reyes era también un poeta admirable;
subordinábamos siempre su actividad poética a su activi-
dad de ensayista. Basta la lectura del libro editado en 1952
para que consideremos que en Reyes tan importante es la
poesía como el ensayo. No es posible, al enfrentarse con
MISIÓN DE LA MEMORIA
53
nos enseña una vez más Alfonso Reyes en su Génesis de la
Crítica '. "Esta incorporación viva de la memoria, que per-
mite movilizar en cualquier instante y a lo largo de una
existencia las especies del conocimiento transmitido, es el
fundamento de toda educación y todo humanismo". Con
tales palabras insiste Reyes en ideas esenciales de toda su
vida. Recordemos que San Agustín decía más: que el alma
es la misma memoria. Y el alma de Alfonso Reyes son sus
experiencias, sus saberes, el sabor que ha extraído de hom-
bres, libros y lugares; es decir, su memoria, iluminada de
continuo por el supremo ejercicio de la inteligencia, en la
cual se aúnan el don creador y el don crítico. Véase, por
ejemplo, el soneto titulado Virtud del recuerdo (México,
1949):
Cuando la soledad me da licencia,
repaso con la mente mi destino,
ansioso de buscar la consecuencia
en tan aventurado desatino.
Y el poeta, tras una lucha consigo mismo, pues en
"la madeja del azar" se extravía, añade, fiel a su destino
poético de siempre:
Pero renazco, vencedor y cuerdo,
porque juntan y zurcen los retazos
los virtuosos hilos del recuerdo.
Además, el recuerdo, la memoria de s í mismo, es
DELSILENCIO Y EL SENSUALISMC
PALABRAS
FINALES
Madrid, 1954.
5 Juan Eduardo Cirlot: ' El escultor Julio González". '.Gaya".
Revista de Arte. Num. 4. Madtid, 1955.
poetas, y más en los poetas dramáticos, que no en los líri-
cos. De ahí la asombrosa singularidad de Aleixandre. Es él
un creador en sentido estricto y en amplio sentido; no or-
ganiza una materia y le infunde luego su extraordinario
aliento; sino que, al revés, parece que ese aliento, al brotar,
va articulando un determinado cosmos. Una vez construi-
do ese cosmos, el poeta descenderá hasta él, y participará
de un humano amor. Y junto a la amada, Aleixandre sen-
tirá una plenitud divina, temerá una interrupción del amor,
soñará la nada y descubrirá en qué consiste la fluyente
permanencia del mundo.
En su discurso académico -cuyas páginas piden un
detenido comentario- había dicho Aleixandre: "No en el
soporte. tan misteriosamente indeterminable, del amor,
sino en la actividad misma que en el objeto va a apoyarse,
en su modo delicadísimo de función, es donde quizá el
hombre entrega al cabo descubierta e iluminada la íntima
estofa de su espíritu" . ¿Qué importa, en definitiva, la
diosa que haya suscitado esa admirable actividad? Jorge
Luis Borges, en su estudio sobre la Divina Comedia, tiene
estas palabras: "Enamorarse es crear una religión cuyo
dios es falible"' . Falible el dios, la diosa falible, pero in-
mortal la religión. La poesía, justamente, pone de mani-
fiesto, expresa, como ningún otro quehacer del hombre,
el poder de esa actividad a que alude Aleixandre; y su li-
bro Historia del Corazón responde admirablemente a sus
palabras académicas. Maravillosa es la virtud del amor, y la
9 'Alain: Vingt lecons sur les Beaux Ark (Cap. "La poésieY>.
N.R.F. 1931. París,
tivos y comunicantes. "Le theme de la poésie est toujours
-dice en el mismo lugar Alain- le temps et l'irréparable".
Pero jno vencerá a ambos, en definitiva, el amor, la llama
que los va iluminando, la pasión de un poeta o de unos
amantes? Libros como Historia del Corazón, tan excep-
cionalmente, tan hermosamente humano, compelen a so-
ñar que sí.
EN la colección Antología Hispónica, de la Editorial
Gredos, y en la serie que incluye las páginas selectas de au-
tores de nuestros días, se acaba de publicar el volumen
correspondiente al poeta Aleixandre. Tiene esta sección
antológica un interés muy subido, porque, como se ha de-
clarado, se refiere exclusivamente a obras de la literatura
actual, y porque esa selección es siempre efectuada por los
mismos autores. ¿Con qué frecuencia suelen éstos enga-
ñarse? La historia literaria, ya es sabido, puede suministrar
muchos ejemplos de grandes creadores que preferían con
obstinación a sus hijos'más endebles. Pero creo que en el
caso de Aleixandre no ha habido error alguno, n o sólo por
la seguridad de su gusto, sino porque, además: su obra sue-
le ofrecer una continua perfección. Piénsese en que cada
creador estima con desmesura cuanto haya aportado a las
letras de su país, y no se olvida de advertirlo una y otra
vez. Tal no sucede tampoco en el caso de Aleixandre, por-
que él tiene clara conciencia de lo que significa su obra en
la poesía española contemporánea, y porque no se cuida
de subrayarlo. Empleo, pues, la palabra ponderación en
dos de sus sentidos. Por un lado, deseo referirme a la equi-
librada actitud de Vicente Aleixandre al seleccionar y co-
mentar, en este breve volumen, diversos poemas de cada
uno de sus libros; y, por otro, quisiera aludir a la intención
general de este artículo, en que de nuevo se examinan al-
gunos aspectos de la obra del poeta.
Ponderación de Aleixandre. En un prólogo no dema-
siado extenso, iluminador en todas sus páginas, define
Aleixandre sil personal postura ante su obra publicada
y declara algunos conceptos acerca de la poesía misma.
La p&era dificultad se halla en que el autor regrese a sus
poemas antiguos, porque el tiempo ha puesto distancias
inevitables. Con todo, el poeta se reconoce en su obra an-
terior; máxime si se tiene en cuenta que, para Aleixandre,
la poesía no ha consistido en la sola búsqueda de la belle-
za; antes bien, ella estriba en la profunda comunicación
espiritual con los hombres; el poeta establece -dice Alei-
xandre- "una comunidad humana". Recuérdese la reite-
rada definición (si puede así decirse) que de la poesía el
mismo Aleixandre ha dado. En este prólogo, con claridad
y exactitud sumas, el poeta afirma que no cree en la exis-
tencia de un estilo estático, por cuanto el estilo correspon-
de siempre al "transcurrir anímico". Y aún añade: "Pero
hay estilos que denuncian más categóricamente la crono-
logía sucesiva de la representacion interior o de los ámbi-
tos de ella donde el lírico va sucesivamente indagandov.
Si en Antonio Machado o en Jorge Guillén la evolu-
ción es de tipo concéntrico, en poetas como Aleixandre
constituye un proceso lineal hacia lo más alto. Cuando el
poeta publicó Sombra del Paraíso, sospechamos muchos
(como dije en cierto ensayo) que aquella vibrante e impo-
sible perfección era ya definitiva y que el creador, en obras
posteriores, sin duda tendría que mantenerse en la misma
línea, en idéntica altura y procedimiento; mas el volumen
siguiente. Historia del Corazón, reveló que Aleixandre se-
guía descubriendo nuevos mundos de poesía. Yo he expli-
cado la novedad de esta última obra valiéndome de una
ficción; dije -lo que es casi cierto- que el poeta había
creado en Sombra del Paraíso un mundo nítido y esplen-
doroso, del cual la persona misma del poeta se hallaba au-
sente, y añadí que el libro posterior manifestaba que Alei-
xandre, como un d i a humanizado. descendía a aquel
universo radiante y se deslizaba a través de sus selvas y
ríos, conviviendo con la mujer amada y con los demás
hombres efímeros.
Otra vez. al llegar a Historia del Corazón, el ciclo de
la poesía aleixandrina parece ya cumplido. Sin embargo,
¿qué nuevas zonas no inventará todavía este impetuoso
creador o demiurgo? El hecho es que ahora tenemos, en
un volumen de unas doscientas páginas, una representación
breve, pero muy eficaz, de la evolución de su poesía. Y
aunque el autor declare que le ha sido sumamente difícil
la elección, puesto que "cuando el lírico escoge lo hace
desde su propia fluidez en curso", lo cierto es -supongo
yo- que muchos lectores elegirían casi los mismos poemas
para obtener un justo y jugoso perfil de esa obra total. La
elección es difícil, no sólo por las razones de orden diná-
mico a que el poeta alude (pues toda poesía mientras el
autor viva produciendo es sucesión de instantes), sino tam-
bién porque Aleixandre ha publicado siempre volúmenes
de tan cerrada unidad, que suprimir alguna composición
parece de todo punto imposible. Otros poemas tal vez, es-
cogidos de cada uno de esos volúmenes, nos darían una
imagen similar a la que ofrece el reciente libro antológico.
Pues cada uno de los poemas aleixandrinos, repitámoslo,
aparece indisolublemente trabado al conjunto de que for-
ma parte, como también los diversos libros entre sí; y cada
poema suele ser, además, pieza de antología. Adviértase
que ni último puede considerarse mera agre-
gación de composiciones varias. Hay evidentemente una
parte que, como el poeta mismo reconoce, es en absoluto
orgánica y da su título al volumen; pero los Retratos y de-
dicatorias, por ejemplo, se hallan insertos sin artificiosidad
'
en el conjunto sucesivo de la obra de Aleixandre; como
que tales poemas revelan la cordial y sostenida atención
del poeta hacia los otros hombres: su afan de convivencia,
su amor de compañía. No es posible escoger entre ellos,
pero declaro que mi hasta ahora secreta preferencia siem-
pre se ha detenido en la elegía a Pedro Sa1inas;canto po-
tente, tierno y conmovedor. Leyéndolo una vez más re-
cuerdo que Salinas hubo de escribir estas agudas palabras
sobre uno de los dones de Aleixandre, al publicar éste La
destrucción o el amor: "Uno de los valores de Aleixandre
en este libro será, a nuestro juicio, el haber dado a la poe-
sía española ejemplo de un instrumento de expresión líri-
ca, de magnífica altura verbal, movido, rico, de fuerza
plástica certera y de sutileza bastante para llegar a las más
finas capas de los estados poéticos".
Y sin embargo, Aleixandre, a cuyo esplendor formal
!
, con frecuencia se alude, dice en su prefacio de ahora,: "La
forma en poesía no es cárcel ni ornamento: es sencillamen-
te la justa y coloreada apariencia visible". Desde luego,
podemos aceptar este juicio de Aleixandre, juicio obedien-
te a una distinción convencional, didáctica ;pero sospecho
que, al hablar de la verdadera poesía, no es posible referir-
se a la forma en tal sentido. Si, como poco antes afirmó el
poeta en esa introducción, no hay en poesía palabras feas
ni palabras bonitas, sino palabras vivas y palabras muertas,
añadamos, por nuestra parte, que esas palabras muertas
ya no son poesía. aunque sean "justa y coloreada aparien-
cia visible". Cierto que la poesía no consiste -como quie-
re la definición académica- en la expresión artística de lo
bello por medio del lenguaje sometido a medida y caden-
cia, pero sí debe expresar y comunicar la vibración de un
alma, individual o colectiva, usando del verbo; y si esto se
logra, la belleza aparece unimismada y para siempre. Pen-
sar que la poesía puede ser algo inefable, independiente
de su expresión. nunca me ha parecido exacto. En otro
artículo he tratado de este asunto un poco más extensa-
mente; ahora sólo diré que, en los poderosos cantos de
Aleixandre, cada palabra tiene una estricta función expre-
siva, poética, e irradia su partícula de poesía contribuyen-
do a l conjunto. Este conjunto irradiante, en contacto con
un alma, no es, en modo alguno, apariencia visible. "A tra-
vés de la poesía -dice Aleixandre- pasa prístjno el latido
vital que la ha hecho posible", pues que en todo poeta ver-
dadero se identifican vital latido y poesía. Y latir poética-
mente significa crear un universo propio. " ;Cuántas veces
el que aquí escribe -confiesa Aleixandre- ha venido a pen-
sar: 'el universo del poeta es infinito, pero limitado'!' "
Limitado en cuanto a su espacialidad, infinito en cuanto
a sus efectos y duración. La poesía es "multitudinaria en
potencia" porque ya conmueve a muchos sucesivos cora-
zones, a través del tiempo, o ya hiere a corazones simultá-
neos en el espacio. La primera es la poesía lírica propia-
mente dicha; la segunda, siéndolo también (porque aun
expresando a los demás, el poeta a sí mismo se expresa),
tiende sobre todo a la resonancia colectiva. Recordad estos
versos de Aleixandre:
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
Hemos dicho antes que la producción aleixandrina
se ha ido manifestando según un proceso lineal, pero se
observa también que los temas se entrecruzan algunas ve-
ces y que en los libros hay vislumbres, atisbos, anuncios
o expresiones de las etapas subsiguientes. Hay en Aleixan-
dre una profunda unidad poética. Si Ámbito prefigura, en
tal o cual fragmento, lo que habrá de ser La destrucción
o el amor, tiene a la vez ciertos versos que anticipan la at-
mósfera de Sombra del Paraíso. Citemos, sin abandonar el
Hialina,
d e la luz, risa creciente,
e n abanico, sin prisas,
desde los montes tardíos,
desparramada, blanquísima.
plano y dirá:
Quiero vivir. vivir como la yerba dura,
como el cierzo o la nieve, como el carbón vigilante,
como el futuro de un niño que todavía no nace,
como el contacto de los amantes cuando la luna los ignora.
Y si esa universal apetencia amorosa se cifra en una
concreta amada, .nótese que el original ímpetu de Aleixan-
dre no se conforma con acudir, para describirla, a los con-
vencionalismo~externos de la poesía erótica tradicional;
antes bien, si habla de la frente querida, exclama:
Qué dura frente dulce, qué piedra hermosa y viva,
encendida de besos bajo el sol melodioso.
Y si ve que la amada se acerca, con sentido escasa-
mente platónico afirma que llega
sobre el azul, sin beso,
pero con dientes claros, con impaciente amor.
Así también se vio llegar, en su momento, a la poesía
de Aleixandre: con dientes claros, con impaciente fuerza;
de ahí que la ensalzaran críticos tan exactos e iluminado-
res como Pedro Salinas y Dámaso Alonso. Hasta Juan
Chabás, en su Literatura Española Contemporánea (La
. Habana, 1952), escribe: "La poesía de Aleixandre, tierna-
mente elegíaca o violentamente imprecativa, resuena entre
el vuelo de sus metáforas con elocuencia de enumeracio-
nes, de repeticiones, de imágenes centelleantes que van
creando un luminoso mundo de hechizos poéticos". Por-
que una esencial libertad y altura han traído los libros de
Aleixandre a la poesía de lengua española; él se cuenta ya
entre los que innovan y permanecen.
ASPECTOS DE ALEIXANDRE
ENCUENTRO
O HALLAZGO
LUZ,PIEDRA. CABELLO
MRHS
manerashay de entender la crítica, y c&i todis
son de parigual nobleza. No enumeremos ahora esas mane-
ras, y digamos tan sólo que el no fácilmente olvidable An-
drenio hacía funcionar un juicio delicado a través de una
diáfana prosa. O también que la estilística, a pesar de cier:
tos discípulos obstinados, proporciona incontables preci-
siones, asombros y gustos. Escritor caudaloso y universal,
Guillerrno de Torre ha seguido siempre otro método, cuyo
símbolo viene a ser el del aparentemente versátil Proteo.
De ahí el título de su libro último', donde figuran cinco
series de admirables ensayos. En el breve prólogo recuer-
da el autor que poseía Proteo el don de vaticinio y el de
adoptar formas innúmeras. Por eso -agregamos, por nues-
tra parte- hubo también de tomarlo como símbolo José
Enrique Rodó. Muchas son las faces del mundo intelectual,
y el crítico debe examinarlas no desde excelsa atalaya, si-
no acercándose a cada una de ellas. "Sin cierto desdobla-
--
l
- fundamental en la obra de Guillermo de Torre. La actitu
que en él se manifiesta era ya reflexiva, aunque el ton
fuese demasiado tajante y, a las veces, despectivo. En
posterior prosa de Guillermo de Torre trasparece en oc
siones un tono irónico, y el vigor polémico no se ha perd-
do.
Por lo demás, era imposible que, combatiendo enton-
ces el autor en la vanguardia, adoptara ante ésta una vo-
luntaria posición de historiador. Si ahora predomina la
visión histórica y crítica frente a tales movimie-ntos, no
por eso Guillermo de Torre deja de manifestar simpatía
extrema (qce se traduce en subyacente defensa) por los
afanes innovadores. Sin el doble juego de la distancia y la
simpatía no hay propiamente crítica literaria. Veamos lo
que dice el autor: "Al~señalarel carácter fundamentalmen-
te histórico que estas páginas ofrecen ahora, en su versión
definitiva, no quiero significar, sin embargo, que me haya
atenido ' a un criterio impersonal, objetivo. Mi esfuerzo
tiende, por el contrario, a conciliar una doble perspectiva:
la de ayer: vital, subjetiva, ardorosa; la de hoy, expositiva,
historicista, crítica."
Pero esta reciente historia no obedece sólo a una tra-
bajosa acumulación de datos que se clasifican según las
distintas tendencias, ni nacen únicamente los juicios del
contacto inmediato con cada uno de los movimientos,
obras y personalidades, sino que Guillermo de Torre ha
construido el vasto volumen de acuerdo con una profun-
da y amplia base teórica, que el autor expone en una larga
"Introducción". En ella encontramos qué entiende por
vanguardia el historiador: en ella se examinan los concep-
---
tos de novedad, calidad y originalidad. Fórmula suya es la
siguiente: "El estilo es el cuño del tiempo." A ese aire del
tiempo -del cual hablaba ya en su prólogo a Literaturas
europeas de vanguardia- están sometidas todas las obras
que en una época se producen, aun aquellas que parecen
constituir una reacción contra el citado aire. En efecto,
en cada obra perteneciente a un determinado período hay
unas como sutiles líneas directoras que quizá no sean evi-
dentes a los contemporáneos, pero que el paso del tiempo
va revelando y afirmando. Por eso puede hablarse de esti-
los, movimientos ,tendencias y escuelas.
Guiliermo de Torre cita un juicio de Malraux: "La
cultura no se hereda: se conquista." Pero en todo escritor
se cumplen ambas cosas; por una parte se hereda el aire
del tiempo; por otra, se conquista la cultura o ciertas zo-
nas de la cultura. Cuando la cultura se hereda -caso de
no pocos universitarios: meros administradores- se repi-
ten fórmulas y conceptos que casi siempre poseen un valor
de transmisión y comunicación esquemática, un valor di-
dáctico, a fin de que el hombre "s.epa a qué atenerse" res-
pecto de sí mismo y su presente, pero a condición de que
obre por cuenta propia, haciéndose cuestión de todo lo
adquirido por herencia. Dijo Ortega que la cultura es un
movimiento natatorio; en este sentido es ya una conquis-
ta. Frente al caso que he descrito, se encuentra el del auto-
didacto, que no hereda una cultura, sino que va colonizan-
do con aire de asombro, penosa yparcialmente, zonas de
la cultura que desde hacía tiempo se hallaban en el ámbi-
t o del mundo conocido y civilizado. Tales autodidactos
manejan selváticamente lo que en realidad es una conquis-
ta como si se tratara de una herencia, cuyo valor desco-
nocen.
Quedamos en que la cultura es, a la par, herencia
y conquista, como ha demostrado Ortega, por lo que toca
al pensamiento, en su Origen y epdogo de la filosofia. Co-
mo subraya Torre en su referencia al juicio de Malraux:
"Hay ur.a interacción constante entre pasado y presente
-cuando ambos están vivos-. Y el presente obra sobre el
pretérito quizá con más fuerza que la influencia contraria."
Es decir --para continuar en la línea orteguiana- que la
actual situación en que nos hallamos cambia nuestra pers-
pectiva de lo que ha sido. Y esta nueva perspectiva consti-
tuye la verdadera cultura. .
Pero volvamos al libro de Guillermo de Torre. ~ C u á -
les son, entre otras. las características de la vanguardia? El
autor de la reciente Historia escribe: "En cualquier caso,
primacía de la originalidad, entendida como inventiva
-susceptible de encajar en la tradición histórica o bien
abrir los caminos a otra nueva- y fidelidad a la época, al
Zeitgeist. al espíritu del tiempo, son fundamentales en la
formación valoración de la literatura europea que media
entre las dos guerras y que constituyen la llamada literatu-
ra de vanguardia."
Esta definición literaria pesa en el análisis que del
concepto de las generaciones efectúa el autor. En sus pá-
ginas surgen los nombres de Dilthey, Ortega, Petersen, Sa-
linas o Marías. Guillermo de Torre no cree en la sucesión
inexorable de las generaciones históricas (esto es, con con-
ciencia de ser tales), sino en la sucesión de las generaciones
meramente biológicas. Se apoya además el juicio en la ob-
servación de que existen "épocas tupidas" (en las que apa-
recen generaciones verdaderamente actuantes, con obras
innovadoras y significativas) y "épocas ralas" (en las cua-
les predomina la herencia y conformidad). "En rigor -nos
dice Guillermo de Torre-, no existen más generaciones
válidas que aquellas que comenzaron por tener conciencia
de tales; es decir. las que podemos considerar bajo el nom-
bre de movimientos. Y ello sucede sólo modernamente en
todas las literaturas europeas y americanas a partir del ro-
manticismo, cuando aparece el espíritu de grupo y la lite-
ratura cobra autonomía y se socializa al mismo tiempo."
Para Guillermo de Torre no hay generación sin con-
ciencia de tal y sin fuerte sentido polémico. ¿Cómo se ex-
plicaría entonces la existencia de generaciones formadas
por epígonos y seguidores? ¿Cómo ibana tener los antiguos
conciencia de que constituían un g u p o dinámico, si el
concepto de generación todavía no había sido forjado?
Verdad es que muchos historiadores literarios fuerzan las
semejanzas a efectos de exposición didáctica. Pero es in-
dudable que si estudiamos autores remotos advertimos en
ellos el espíritu de su época, y cierta comunidad de temas,
y el enfoque temporal en que éstos fueron tratados. En
las épocas tupidas las generaciones actúan con mayor re-
lieve y eficacia: en las épocas hueras. la misma flojedad
e irrelevancia puede definir a una generación, la cual con-
tribuye, por contraste, al mayor realce de la precedente.
Sin ánimo polémico escribo las anteriores observaciones:
sólo me mueve el afán de claridad; e invito al lector a que,
al tomar entre manos el volumen de Guillermo de Torre,
se detenga en el ponderado análisis que del concepto de
generación realiza el crítico. Para éste no es decisiva la fe-
cha de nacimiento de cada uno de los componentes de las
generaciones, la edad biológica, sino la edad espiritual. Pa-
ra Guillermo de Torre, de acuerdo con sus primordiales
ideas, la generación no nace, sino que se hace. Diríamos,
por tanto, que la pertenencia a una generación se conquis-
ta, como, según Malraux, se conquista la misma cultura.
Por eso declara el autor de esta Historia que las generacio-
nes son accidentes, y no constantes. "Si las generaciones
fueran meras sucesiones, continuaciones -afirma Torre-,
éstas se producirían automáticamente por el hecho de lle-
gar a la adultez mental todos los años equipos de jóvenes
entre veinte y veinticinco años. Mas sucede -en el arte
como en la vida- que buen número de ellas son sucesoras,
no fundadoras. Lvs falta ese fermento de disconformidad
o rebelión, y también el apetito de lo radicalmente nuevo
y presuntamente distinto; en suma, la actitud polémica;
condiciones sine qua non para su efectiva existencia."
Yo no condicionaría fundamentalmente la existen-
cia de una generación a ,ia explícita actitud rebelde o po-
lémica, sino a la fidelidad al aire del tiempo, al Zeitgeist,
de que con tanta hondura nos habla el mismo Guillermo
de Torre. Una generación sucesora puede ser fiel a aquella
de la cual es discípula, y puede rechazar los supuestos que
la primera rechazó. Por ejemplo, la continuidad que pide
Paulino Garagorri (Del pasado al porvenir) entraña hoy
una actitud polémica.
Otro de los capítulos de la "Introducción" (todos
importantes) versa sobre "Función de una crítica literaria".
Para el juvenil Guillermo de Torre (prólogo a Literaturas
europeas de vanguardia), la crítica debía ser constructiva,
afirmativa, y -de acuerdo con Ortega- debía potenciar
la obra elegida. Nada de esto se opone radicalmente a lo
que Guillermo de Torre sostiene en la nueva "Introduc-
ción": contra la crítica de contenido, contra la simple crí-
tica erudita, o la impresionista (bien que la "impresión"
-dice Torre recordando a Reyes- sea la base de todo jui-
cio), la puramente estética o la estilística (salvo, por lo
que respecta a ésta, el caso de Dámaso k o n s o ) ; contra la
crítica formal, el autor de este libro propugna una crítica
de signo historicista. Y es su objeto el situar y valorar. La
situación se obtiene cuando el autor engloba la obra en
un movimiento determinado, y en relación con la total
cultura. Hemos anotado antes que el presente reobra so-
bre el pasado, modificando la perspectiva; y esto acontece
cuando. por ejemplo, se descubre una obra innovadora,
que acaso tiene puntos de contacto con otras del mismo
tiempo, que acaso es producto de una reacción contra
otras anteriores, o bien, que surge como fruto evoluciona-
do.de obras o movimientos lejanos. Así, el Ulises de Joyce
se enlaza con ciertos precedentes; así, la novela de Proust
prolonga e ilumina las teorías de Bergson.
La crítica de Guillermo de Torre es historicista; o, pa-
ra decirlo con fórmula del autor, se trata de una crítica
prospectiva, no retrospectiva. Incluso cuando estudia a los
autores clásicos, Lope o Gracián (véase su otro volumen
reciente, La difícil universalidad española), los datos no
aparecen expuestos estáticamente, sino de modo dinámi-
co, a fin de ofrecernos el actual carácter de un escritor
y su obra.
Vinculado por vocación y situación histórica a las
vanguardias de la primera posguerra, Guillermo de Torre
amplía perspicuamente su panorama hasta los movimien-
tos últimos, algunos de los cuales no son en realidad lite-
rios, pero sí han utilizado la literatura o han influido en
ella. Observa el autor que los iniciales movimientos tenían
sobre todo una significación estética y estaban como apar-
tados de la vida; pero hacia 1930 se origina un cambio de
rumbo, al que contribuyeron determinados acontecimien-
tos: la crisis económica de 1929, las guerras de Etiopía
y de España, el advenimiento de Hitler, etc. Aparecen en-
tonces "las ortodoxias"; el escritor, hasta la fecha indivi-
dualista, se adscribe a unos partidos políticos; sobreestima
lo colectivo, lo social; la literatura es también un medio
de acción y de propaganda. "Se produjo, por lo tanto, al-
go más que un viraje e n e l objeto de las preocupaciones.
Hubo toda una traslación de plano." El mismo concepto
de literatura entra en crisis. Se habla de literatura compro-
metida, expresión que Guillermo de Torre prefiere susti-
tuir por la de literatura responsable.
No hay en otra lengua un tan completo estudio his-
tórico y crítico sobre las vanguardias: desde el futurismo
hasta la nueva escuela objetiva, asando por el personalis-
mo y el existencialismo. La abundancia y minuciosidad de
datos es casi fabulosa; la penetración crítica es continua
en el libro. ~ é a n i e por
, citar ejemplos, los estudios sobre
Drieu o sobre Moravia, sobre Sartre o sobre Camus. A pro-
pósito de estos dos últimos, nos parecen esenciales las di-
ferencias que entre ambos espíritus señala Guillermo de
Torre. Es el suyo un libro denso, articulado, en el que his-
toria y crítica se complementan, y en el que hay una explí-
cita base teórica. Guillermo de Torre ha situado y valorado
los movimientos, autores y obras de vanguardia, sirviéndo-
se de una prosa personal, matizada, en ocasiones sinuosa
(a fin de plegarse al objeto mismo), y siempre de gran ca-
lidad literaria.
GUILLERMO DE TORRE Y EL SUPERREALISMO
4 Art. cit.
da. Compañera de juegos, describe a Guy como un niño
vigoroso, amigo de los entretenimientos esforzados. Todo
se ejecutaba en medio de grandes risas. Pero, a veces -de-
clara Mme. Caroline Franklin-Grout-, "Guy caía en inex-
plicable tristeza. No experimentaba entonces ningún pla-
S
cer en nuestras diversiones. e incluso llegaba a dejar de
comer. Me era preciso inventar toda clase de subterfugios
para decidirle a que se sentase a 1s mesa."
Maupassant está en París. A Flaubert debe no sólo
los consejos literarios, sino también una eficaz ayuda en
el desenvolvimiento de su vida. A través de las cartas puede
verse cómo acude al maestro repetidamente. Y, desde lue-
go. le cuenta todos sus pasos en busca de la gloria. Al prin-
cipio, Maupassant se orienta hacia el periodismo y da a la
estampa algunos estudios. Espera ser el crítico literario de
La %ation; pero las esperanzas le abandonan. Así escribe
a Flaubert: "...he comprendido que no seré el titular de la
crítica literaria: la plaza ha sido tomada probablemente
por M. Filon. Creo que voy a reemplazar a un cronista li-
gero, a quien se considera demasiado bruto y se me dejará
en libertad sobre la elección de mis artículos". Y a Flau-
bert, como siempre, agradece las gestiones.
Hemos aludido a las cartas en que se habla de su en-
fermedad. En otras, Maupassant pide insistentemente al
maestro que le libere del Ministerio de Marina, donde sus
jefes apenas pueden verle. Es lógico. Rara vez la burocracia
ha soportado la agilidad intelectual. Le vigilan tanto, que
no puede disfrutar de media hora para sí mismo. Recor-
demos a Whitman, furiosamente perseguido porque, en la
oficina, repasaba las páginas de su obra. No ha sido Mau-
passant una excepción. Gracias a Flaubert y tras muchas
antesalas ("la jerarquía, en la tierra y en el cielo, se mide
por el número de antesalas", afirmaba Benjamín Jarnés
en. su San Alejo), consigue Maupassant ser trasladado al
Ministerio de Instrucción Pública. En el de Marina se veía
constreñido a operar con números. "Cifras, nada más que
cifras", se quejaba al maestro. Y las referencias a sus esca-
sos recursos son frecuentes: tan escasos, que no se puede
permitir un viaje para visitar a Flaubert. También se la-
menta -reiteradamente- del tiempo que la oficina le ab-
sorbe: de nueve de la mañana a seis y media de la tarde.
Apenas puede escribir. Y tres o cuatro horas al día no son
suficientes para la labor literaria. Maupassant se halla for-
zado a no hacer visitas, a quedar mal con sus amigos. No
importa, porque es preciso escribir. Todos los autores co-
nocen -además- a los importunos: citemos a Goethe, que
-
se ocultaba largos períodos. Justificando la conducta del
poeta alemán, Alfonso Reyes ha dicho: "Cada uno debie-
ra estudiar su resistencia y hacer otro tanto, si de veras está
empeñado en una obra de provecho".5
Más arriba hubimos de insinuar que los juicios de Guy
acerca de los hombres no son nada benévolos. .En unas
y otras cartas se trasparece su acritud. Así, en 10 de di-
ciembre de 1877, exclama: "Pido la supresión de las clases
dirigentes: de ese montón de hermosos señores estúpidos
que juguetean en las faldas de esa vieja arrastrada, devota
y tonta, que se llama la buena Sociedad". Y agrega: "En-
266
cuentro que el 93 ha sido dulce". Parecidas opiniones
abundan en la correspondencia que estamos comentando.
No copiaré la referente a los generales, quienes, tras la gue-
rra francoprusiana, no suscitaban las simpatías de Maupa-
ssant. Mi propósito se ha limitado a apuntar que la angus-
tia y la desazón del novelista (angustia espiritual, desazón
física) se insinuaban en él antes de los cuentos famosos,
antes de la fecunda treintena. Pues, quizá, no todo fue
obra del padecimiento.
Siempre resultará ejemplar la afección de estos dos
escritores. Antes que en la política internacional, la guerra
fría se ha dado en las letras. Por eso, una amistad semejan-
te exige una atención doble, cordialísima. En las últimas
páginas de este libro, muerto ya Flaubert, 4laiipassant di-
rige unas líneas conmovedoras a Mme. Caroli I I I de Comma-
ville: "Siento en este instante, agudamente --confiesa-, la
I inutilidad del vivir, la esterilidad de todo esfuerzo, la mal-
oliente monotonía de los sucesos y de las cosas y este ais-
lamiento moral en que vivimos todos, pero que yo padecía
menos cuando podía charlar con él; porque él poseía, co-
mo nadie, ese sentido de las filosofías que abre horizontes
sobre todo, que conduce el espíritu a las grandes alturas,
en donde se contempla la humanidad entera y se compren-
de la eterna miseria de todo".
Considero que el pasaje transcrito es doblemente
revelador. Por un lado, reitera los constantes y hondos sen-
timientos de Maupassant hacia Gustave Flaubert, resu-
miendo, simultáneamente, el espiritual influjo del maestro
sobre el discípulo; y, por otro, expone tal vez la general
actitud de Guy frente a la vida. Me parecen primordiales
eitas palabras: aislamiento moral. He querido subrayarlas
porque acaso ellas definan -como podría confirmarlo un
estudio- toda la obra de Maupassant.
RIVAROL Y LAS LENGUAS
280
(Madrid, 1967). Con todo, Belarmino no constituye toda-
vía un personaje arquetípico, biedque el autor lo constru-
yera siguiendo en parte el modelo de Don Quijote. En la
página 81 de la edición que manejamos*, a poco de haber,
empezado el capítulo V, doña Basilisa declara al padre
Alesón:
Veo a Belarmino leyendo librotes y escriba-
jeando papelorios lo mas del día, y creía que
esto no podía por menos de martirizarle los se-
sos y volverle más loco de lo que está. Y o juz-
gaba por mí, que no leo más que el libro de
misa... Pero acaba usted de decirnos que a Be-
larnzino no le perjudica tanta lectura porque
es de libros que no entiende ... Lo más natural
parece lo contrario.
Para la buena de doña Basilisa, alma angosta que sólo
pasta en su misal, la lectura produce la demencia belarmi-
niana; y menos mal que el Padre Alesón, versado en mu-
chos idiomas pero no en el del zapatero filósofo -porque
no se tomó el trabajo de desentrañarlo-, dictamina que
esa lectura, por incapacidad de Belarmino, no es en modo
alguno dañosa. Pero Belarmino sí entendía los libros, a su
manera. Filósofo autodidacto, anhelaba levantar un orbe
sistemático sin conexión paralela u opositiva con los de
los demás filósofos; es decir, que Belarmino prescindía de
la historia y aun de la experiencia. En las páginas 86 y si-
leña -.
Holz
b ois
bosque -
selva fbr,et Wald
tales!"
Quiero subrayar de nuevo que aunque Valbuena no
adopta en Teófilo los módulos narrativos de la vanguardia
entonces vigente, tampoco sigue con fidelidad los módu-
los de la generación anterior; pero asimila algunos proce-
dimientos y técnicas galdosianos en esa su iniciál novela.
No obstante, se halla tan lejos de Galdós como de Baroja.
Sí hay -en sus dos ficciones- ciertas similitudes con Ra-
món Pérez de Ayala. Eugenio G. de Nora ha podido ob-
servar :
te: que sin leiigua no hay poema. De ahí que sea preciso
estudiar ésta al enfrentarse con cada obra poética. Como
si descubriese el Mediterráneo, Josse de Kock afirma, ver-
bigracia, lo que sigue: "El hecho poético es independiente
de los temas tratados, de los sentimientos que en él se ex-
'
presan y que suscita, y más aún de las circunstancias que
lo rodean". Y poco después: "El mensaje poético se dis-
tingue de todos los demás por la forma en que se le mol-
dea". Podemos añadir que esa forma -leve, conversacional
en ocasiones, y en otras delicada y sugerente como una
música cuasi inefable- es lo que primordialmente en Saulo
Torón nos interesa. Con todo, al igual que Machado, Sau-
lo debió sostener que "el elemento poético no era la pa-
labra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un
complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del
espíritu; lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que
dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta ani-
mada al contacto del mundo". Saulo, como Antonio Ma-
chado, también distinguía entre la voz viva y los ecos
inertes. Pero, como saben cuantos me están escuchando;
nada de esto es posible sin el adecuado dominio de la pa-
labra. Porque no hay poesía inefable; toda poesía es fable,
y reside sustancialmente en el verbo mismo. "El papel del
poeta estriba -declaró Ortega- en que es capaz de crearse
ese idioma íntimo, ese prodigioso argot hecho sólo de
,nombres auténticos. Y resulta que al leerlo notamos que
en gran parte la intimidad del poeta, trasmitida en sus poe-
sías -sean versos o prosas- es idéntica a la nuestra. Por
eso le entendemos: porque él, por fin, da una lengua a
nuestra intimidad y logramos entendernos a nosotros mis-
mos. De aquí el estupendo hecho de que el placer suscita-
do en nosotros por la poesía y la admiración que el poeta
nos suscita proviene, paradójicamente, de parecernos que
nos plagia". Pues la poesía otorga nombre verdadero a lo
que carece de él; descubre y fabrica una realidad que has-
ta entonces no tenía existencia alguna y por eso puede
decirse que la fundamental operación p.oética consiste
simplemente en la catacresis, esto es, en nombrar con
exactitud lo innominado recién descubierto. Ello exige
que se estudie la lengua de Saulo Torón. Pero, para enten-
der de modo pleno su poesía, debemos también captar sus
temas, participar de los sentimientos manifestados y co-
nocer -si fuera posible- las circunstancias en que vivió el
autor. El fluido lírico de que hablaba el abate Brémond.
aquel obstinado defensor de la poesía pura en la época de
entreguerras, proporciona al lector sensible un goce extre-
mado; pero ese goce se multiplica conscientemente si co-
nocemos además temas, sentimientos y circunstancias. Si
al goce primario se añade -de unimismada manera- el
goce intelectual, el poema leído o escuchado cobra y reve-
la valores todavía más altos, e imperecederos. Quizá, por
fortuna, nosotros los insulares podamos comprender y sen-
tir mejor que otros hispanohablantes la poesía de Saulo
Torón. Ella llegará -como sin duda llega- a muchos lec-
tores de distintas y alejadas regiones de nuestro idioma;
pero acaso nosotros penetremos más íntimamente en ella.
sobre todo si hemos mantenido alguna amistad con el au-
tor de los poemas. De mí sé decir que en los cinco libros
de Saulo -Las monedas d e cobre, El caracol encantado,
Canciones d e la orilla, Frente al muro, Poesías satíricas-
hallo siempre al hombre que conocí, cuya conducta admi-
ré, cuyas. reacciones generosas (ya movido por la fraterni-
dad, ya por la indignación justa) hube de presenciar en
algunas ocasiones memorables, y cuyas ideas estéticas -tal
vez distantes de las mías- pude escuchar de sus mismos
labios. En otro momento procuraré trazar una semblanza
o una etopeya de Saulo Torón. Hoy sólo quiero evocar
ante ustedes una serie de rasgos dispersos, de menudas
anécdotas, si bien de insuficiente modo. Porque ni el tiem-
po ni el espacio me consienten realizar otra cosa.
LA BIBLIOTECA DE SAULO
Marinero canta,
que ya viene el día
con otra esperanza.
Dos -como se sabe- son los libros que debemos a Al-
fonso de Valdés: el Diálogo de Mercurio y Carón y el Diá-
logo de las cosas ocurridas en Roma. Ambos libros poseen
una fundamental intención política y estánvinculados
--- -
a los
--
universales problemas de entonces; pero e; fácil advertir
que uno y otro trascienden su inmediata condición de ale-
gatos pro domo sua, para acceder -por el vigor del pensa-
miento y la novedad de la lengua- a la zona de las creacio-
. nes literarias perdurables. Si comparásemos estos diálogos
de Valdés con los escritos políticos de Quevedo, echaría-
mos de ver la enorme diferencia que existe entre una doc-
trina europeizante, racional, moderna en su época (siglo
XVI) y casi revolucionaria, y una doctrina de carácter
escolástico, procedente de viejos autores y comentadores,
y ya (en el siglo XVII) bastante ineficaz. La muy sutil de
Alfonso de Valdés se deriva -es cierto- de las obras eras-
mianas; pero Erasmo venía a ser pensador acorde con su
edad, y el discípulo español supo asimilarse aquellas ideas
básicas del humanista nórdico, y supo además expresarlas
en lenguaje castellano de gran valor artístico. Aun el diálo-
go que los especialistas consideran inferior, el que trata de
los acontecimientos ocurridos en Roma, se ha salvado por
esa acuidad y actualidad de pensamiento y por esa esplén-
dida realización idiomática. Sería interesante estudiar có-
mo interdependen formas en las páginas de Valdés; pero el
propósito de este artículo es diverso, porque sólo se desea
examinar sumariamente, desde el punto de vista histórico
(y no desde el literario), el breve libro que versa sobre la
invasión y saqueo de Roma. ¿Qué fin se propuso el huma-
nista español al componer su reflexivo y ágd diálogo? Na-
die desconoce que Valdés quería esclarecer hechos y justi-
ficar la humillación y prisión del Papa.
3 78
la Península, donde nunca se escribió ni se escribiría cosa
ta1,,13
Y, en efecto, los españoles fueron incapaces de ofre-
cer obras ,de tarnaña frescura, sensualidad y vivacidad.
Acaso no lo permitía la existencia hispana, y por eso Fran-
cisco Delgado tuvo que sacar sus retratos del ambiente
romano. Si, por ejemplo, el Arcipreste de Talavera nos ha-
bla de una mujer adúltera que retoza con su amante, rehú-
ye en sus páginas lo sensual y jocundo para pintarnos la
fealdad del pecado y los males que siguen. En los españo-
les la carne suele ser triste, como en el verso de Mallarmé.
Nada de la sana alegría, de la jugosa y provechosa travesu-
ra que se manifiestan en Boccaccio. Por influjo de Italia,
Miguel de Cervantes -sin llegar al magnífico desenfreno
de aquellos narradores- invierte en sus ejemplares novelas
tal tendencia castellana. Recordemos que Cervantes añora-
ba la vida libre de Italia. Precisamente, al trazar la sem-
blanza de una de las.mujeres que aparecen en La Lozana
Andaluza, Alfonso Reyes puntualiza: "Antes y después
de Delgado, otros escritores peninsulares se habían puesto
en contacto con la misma vida romana; y por ellos ha tras-
cendido a la literatura española aquel estremecimiento so-
cial, aquel beso sensual de la Italia renacentista" 14. Como
que hacia 1490 había en los prostíbulos de Roma 6.800
mujeres. Muchas eran españolas: Stazio Gadio pudo refe-