Marquez Gileta Salvador Espana La Calle PDF
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España, la calle
Salvador Márquez Gileta
España, la calle
rada: LAURA QUINTANILLA. la Tequia, en
PRIMERA EDICIÓN. IS
IIKCHOEN MÉXICO
• Él? ¿Ella? porque siempre se tuvo duda sobre
V su sexo, despierta cuando han transcurrido
^ ^ c a s l tres mil años desde que el fuego celestial
destruyera a la perversa Sodoma. No recuerda nada.
ni el amor ni los celos parecen preocuparle. La cru-
da es un martillo y daría todo por una cerveza hela-
da y un whisky en las rocas.
Un solo vicio posen Leonardo, La Cliula Linda, asu-
mirse reacio, conspicuo frecuentador del pecado
nefando, según lo tiene clasificado la Santa Madre
Iglesia Católica; el más avezado discípulo de la es-
cuela socrática, según la concepción que priva en
las escuelas filosóficas... Pulo. m. v. loe. Del vulgo
que nombra sin ambages, a lo que el Oix.kmcmo de la
Real Academia de la Lengua Españala (definidora
por vocación) indica como sujetos que sostienen co-
mercio carnal con Individuos de su propio sexo.
Cómo no ha de serlo, en aquella sangre roja (azul
cuando a ella se refiere la tia Genoveva), que pinta
blasones y escuderias donde, si se hurga un poco.
se hallarán cuatreros malvivientes, intrigosos acon-
sejadores que condujeron a nobles y virreyes a una
ruina moral, premalura; tristemente celebres por su
infortunio, sangre de los Borgia, de los cobardes Ca-
rrlón circula por sus venas débiles, hierve frente a
los mancebos de talante hastiado: esos que. de puro
aburrimiento, se entregan al placer con tai de no In-
currir en tediosas discusiones sobre la esencia del
bien y del mal. bajo la tibia brisa, barredora de pre
juicios y frenos.
La calle España, señalada por cantinas, que al
igual que un tarot: La Sirena. El Gato Negro. El
Tenampa... remata con el Salón Palacio, cantina dis
frazada de "Centro Familiar", une s u s vestigios colo
niales a los parroquianos que desparraman entre las
sillas y las m e s a s el tedio, el bochorno de un verano
infinito.
Calilo dice que no. que él no es. ¿l*uede un hijo de
don Clemente Santalucia ¡Clemente Santalucia! de
cir que no? Amante de Leonardo desde los dieciocho
años, mujer e hijos de por medio, eso no importa.
decir que no, si ya le ha dado vuelo a la hilacha por
todos lados.
Nunca hubiera imaginado que los vuelcos de la vi
da lo arrastrarían, en el torbellino al que se abando
nó sin resistencia y que. antes de darle oportunidad
de agarrar resuello. lo había colocado en un inundo
distinto. Dónde quedaron los minutos, las horas, los
días: diez años, toda una vida. La Juventud, el amor.
cuántas cosas llegó a significar el hombre Junto al
cual dejó correr el tiempo, el dinero... El Tigre que
llevara hasta s u lecho en llamas, en los revueltos
tiempos del fin del milenio, estos en los que gusta
disertar acerca de grandes artistas: Aristóteles. Mi
guel Ángel. J u a n Gabriel... Y. ¿en qué se diferencian
aquellas divinidades de las que habitan la calle
España? Sólo porque no son filósofos, pintores,
cantantes...
—¿Dígame, perverso polimorfo, en qué se dife
rencian? —Interpela el borracho que apenas logra
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levantar la cara, respondiéndole con murmullo Inin-
teligible para, luego, desplomarse sobre el mostrador
de la cantina. Descubre tras las botellas su rostro
marchito, de ojos cansados, que palpa con las ma-
nos de amarillentos dedos. El tiempo —¡maldita
vida!—, cómo ha pasado el tiempo.
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"SEÑORITA COLOCA 1962"
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las aparta de su divina suerte, de su santo destino,
cuando no las tuerce hacia los cuentos de Donald.
Archl, El Hombre Araña que alquila don Julián, col-
gados de un lazo. Así lo encuentra doña Clara una
tarde no hablando con Dios, ni rezando, ni pidiendo
piedad para las pecadoras almas de sus padres, sino
comiendo pepitas y leyendo ¡Oh Dios, un niño de
seis añosl ¡Ayúdame doctora Corazón! 'Problemas
del corazón" consultorio sentimental para quien
quisiera recetarse de alguna decepción, de algún
engaño, para quien fuera de toda esperanza, tratara
de buscar alivio por la puerta falsa. Allí está la silue-
ta que nunca tiene cara, pero que en la radio posee
la voz de Carlota Solares, para apartar a la mujer
del padrote infame y regresarla al lado de su marido
y sus hijos, o a la anciana torturada por la nuera.
enviarla a un asilo. Allí está la voz que también es la
de la esposa del Panzón Panseco, para vender ilusio-
nes y Jabón Fab con sus tres movimientos: "Remoje.
exprima, extienda". |Oh Dios, un niño de seis años!
le arrebata la historieta, hasta intenta regañar a don
Julián pero no. él no tiene la culpa sino ella que le
procura dinero. El obispo rueda báculo, mitra y es-
tola ladera abajo en la Indiferencia de su madre, que
no vuelve a darle dinero ni de domingo durante un
mes. ni le deja salir de casa una larga, eterna.
semana.
Castigado, castigada su mentira y simulación, que
aquella es la forma en que se expresa Satán, cuando
no se vuelve sapos y culebras en la boca de los
niños, sabe a Jabón el peor de los pecados, el que
hace que el niño Jesús, de pura pena, se arrincone
para llorar avergonzado. Ya casi le chamuzca la
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lumbre del Infierno los pies que, si no fuera por los
zapatos, la sentiría arder porque allá irá a parar jun-
to a los diablos mentirosos que la verdad, que es de
Dios, brilla como la luz del sol. y la mentira.
oscuridad, tinieblas, le irán envolviendo y se perderá
y nunca habrá de volver, de tan oscuro que este, a
ver a su mamá, ni a su papá, ni a sus hermanos ni
a Fancy. el gato.
Escucha claramente, después del anuncio del Ja-
bón Casablanca —el de espuma blanca y abundante—
antes de "Complacencias musicales", donde solicitará
al amable señor locutor le dedique el mambo núme-
ro cinco, en la "XERL" —"La Voz Costeña, desde
Colima"—, la noticia de que jubilarán a las maestras
Emérita Nonato y Refugio Benitez. Si Jubilan a la se-
ñorita Emérita Nonato bien merecido se lo tiene, se
lo ha ganado a pulso: "La letra con sangre entra" y
¡Prazl golpea la regla sobre el escritorio. ¡Prazl sobre
la espalda de Leonardo que. desgraciadamente.
confunde la letra "a" con la "e" y. mientras la señori-
ta Emérita señala la "u" sonando el pizarrón con la
regla. Impaciente porque no hace más que temblar y
mirarla con ojos aterrados, escogiendo en su mente
cuál sería el maldito nombre de la letra que tiene las
patas para arriba, la punta de la regla cae sobre la
pizarra y el pie de la maestra describe un compás
irritado en el piso. Para su mala suerte decide y dice
"i". Apremia fulminante: ¿Cómo dijiste? "i" repite.
candido, "a lo hecho pecho". ¡Praz! cae la regla sobre
su cabeza. El miedo se vuelve llanto y orines, un
charco moja el pupitre, humedeciendo las
sentaderas. Miedo caliente que apesta. Sin embargo,
aquel primero "B" aprende a leer, escribir, contar,
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recitar, todas las operaciones aritméticas y hasta
cálculo diferencial habría aprendido sí la maestra
Emérita Nonato se lo hubiera solicitado amablemen-
te con su regla.
Hoy la van a Jubilar "Así es el destino" y no cabe
de gozo porque "La que mal anda...". A ratos.
pobrecita. tiene ganas de compadecerla, pero no que
la jubilen, se lo merece. La verá caer en el patio de
cemento, al fondo contra la pared, entre las puertas
que señalan con letreros "Niños" "Niñas", la diferen-
cia existente entre unas faldas y unos pantalones.
I-a verá caer con los ojos vendados y las manos ata-
das a la espalda mientras él. seguramente, devorará
un mango con chile. Caer en el patio, donde un 10
de mayo bailó "El Rascapctate" y la Daisy. "I-a Calle
12": caer con su vestido de crepé gris de grecas
negras que. en realidad, eran paragüitas y
sombremos sabría Dios qué serían aquellas man-
chas que Jamás logró descifrar. Pero la señorita Cu-
ca Dcnítcz es un alma del cielo. ¿Por qué la habrían
de Jubilar?
—Mamá... —Inquiere Leonardo— ¿le pondrán una
venda en los ojos?
—Por supuesto que no.
—Pero... ¿habrá mucha gente?
—Todos los que deseen asistir a la ceremonia.
—Yo quiero ir.
Corre a llevar la feliz nueva a la Daisy. asi llaman
a Rene Valverde. intimo amigo de estudios y cuitas.
los condiscípulos del primero "B" de la escuela
"Rafael Suárez". Daisy. hay consenso en que camina
como pato.
Rene se pinta las uñas en ausencia de su madre,
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que todas las lardes sale de compras al hotel "San
Francisco" y. cuando no. al hotel "San lorenzo", y de
su padre que. religiosamente, regresa siempre lo
más tarde posible.
—¡Daisy! Por fin la veremos morir frente a un pelo-
tón de soldados. Como en el cine.
—Que estás diciendo... cómo serás pendeja,
Ixonarda, Jubilar no quiere decir Jusllar.
Que tonto se siente. mientras Daisy rie
interrumpiéndose sólo para soplar sobre el fresco
esmalte de las uñas.
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donde trepara el gatlto que su padre, don Jacinto.
hubo de rescatar, aunque descendió con todo y ra-
ma estampando su humanidad contra el piso de tie-
rra húmeda y. aunque el felino saliera ileso, única
cosa que Importó al niño, a don Jacinto lo traslada-
ron al Hospital de Jesús, para enyesarle un brazo
roto, a resultas de la imprudente falta de cálculo;
allí descubre que convivir con los superherocs será
la vocación de su vida.
Amado patio escolar donde ruedan como monedas
los primeros besos. No. él no le dirá a la señorita
Emérita que está por faltar tres días a clases, ni le
entregará el recado donde doña Clara explica que
van de compras a Guadalajara.
—Mejor no voy. mamá. Vayanse ustedes, yo me
quedo con mi papá. —Don Jacinto ríe.
—Bueno. Iré yo para hablar con tu maestra. —Mejor.
no fuera a ser que la señorita Nonato de un reglazo
le quite las ganas de andar viajando.
Guadalajara es otro mundo, calles, aparadores lle-
nos de Juguetes, árboles de navidad. Sobre el mos-
trador los empleados despliegan telas azules.
naranjas, rayadas, boleadas, floreadas, tules, sedas.
encajes: doña Clara las mira, las huele, las toca,
acaricia: —No. Si. Si. No.— Y los dependientes sacan
más y más rollos. Damlana y Teodoro se aburren so-
bre los bancos, recargando la piocha sobre el borde.
mientras su madre ingresa, lela tras tela, en un
mundo fascinante de Bombasíes. Mussellnas y
Chifones. Del otro lado de la calle se encuentra el
cielo: un aparador repleto de angelitos de papel, de
cartón, cuelgan del techo en hilos invisibles, con
guitarras, viollnes. cellos, ángeles grandes y
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pequeños, querubines, cabezas aladas infantiles y
sobre el piso del aparador pequeños ángeles
sentados, sonriendo desde el cartón de sus cuerpos,
de sus alas, le miran con las piernas cruzadas, con
los mentones recargados en las manos, con las meji-
llas reposando; ángeles dormidos y despiertos, tris-
tes y alegres, de vestidos azules, rosas, amarillos,
vestidos cortos para los ángeles niños, largos para
los adultos, ceñidos por un cordón en las cinturas. Y
entre el angelcrio, uno de su edad, afable.
prometedor; esconde medio cuerpo tras una roca y
el otro medio cuerpo asoma desnudo, perfecto. Es
aquel, lo sabe, el único: el amor: aunque pequeño.
pura sensualidad en sus piernas regordetas. en la
cadera misteriosa, coqueto, ignorante de su
desnudez, diciendo: —Ven. Ven conmigo tras la
roca...—Regresa al lado de su madre que extaslada
comprueba la caída de un tul estampado en flores
anaranjadas.
—No se vayan a ir de aquí. Ya casi termino.
Primero desciende del banco, se para un momento
a su lado, sólo para hacer notar su presencia: en se-
guida está en la puerta, voltea para comprobar que
permanece embebida en su mundo de telas, y corre
al encuentro del ángel, que todavía está allí. Igual.
libido alada derramándose sobre el cartón desnudo.
Dos rizos caen sobre los hombros, los ojos miran
entre Inmensas pestañas. Arrobado, extasiado. to-
cando un cielo infantil, el ansia Inexplicable que al-
tera el pulso, aletea en su pecho ¿que es aquello que
acelera su respiración? ¿un ángel? ¿una sonrisa?
Pegadas las manos, la nariz al cristal para estar más
cerca, tan cerca del celestial deseo. Regresa corrien-
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do sin ver el auto que se avoraza tras su pecho de
niño: el ángel enamorado también de sus ojos, de su
boca entreabierta, le llamó. Pronto se halla entre
todos, uno se adelanta gozoso para tomarle de la
mano, llevarlo frente a un viejo autoritario que le re-
cuerda a su padre enojado.
—Señor, acaba de llegar; ¿le permites quedarse?
—Aparta sus divinos pensamientos de los im-
portantes aconteccres que mantienen su faz agria.
preocupada, y mira de soslayo al perverso renacuajo
que recién llega: no le engaña la niñez que esconde
un demonio, ¡en flnl un niño...
—¿Te vas o te quedas? —Mira al ángel, al hermoso
ángel, eterna promesa de amor, a todos los ángeles
mirarle impacientes...
—¿Señora, ese niño que atropellaron no es el
suyo? —El dependiente desvia la atención de las
telas.
—No. Kl mío está aquí. —Voltea al banco desnudo y
corre a mirar bajo el auto, donde un niño con el
vientre sumido, desmayado, sueña y sonríe. Abajo
en la tierra, su madre llora entristecida.
desesperada.
—Me voy. —Se despide el angelito cabizbajo.
enmudecido, solo. Cuando despierta su madre lo es-
trecha temblando.
—¿Por qué. por qué. si te dije que no me desobe-
decieras? —Ajena a las telas le mira.
—Es que... me gustó un angelito. —Los toma de
las manos, los arrastra hasla el ciclo-aparador.
—¿Cuál? —¿Cuál? —preguntan los ojos de todos los
curiosos: de la vendedora de billetes de lotería, del
bolero que sostiene su cajón, del chofer del taxi.
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compungido —"Señora, yo no tuve la culpa, el niño
salló corriendo..." —¿Cuál —pregunta el dueño de la
tienda. Dios acusador, "¿verdad, pequeño sodomita.
que ese que se esconde desnudo tras la roca?". —le
mira sarcásrica, lnquisidoramenle.
—¡Ese! —señala a un ángel adulto, vestido hasta los
puños, hasta el cuello, donde arrastra su túnica
verde; de alas recogidas y hermoso rostro, cuya boca
se abre para entonar una canción de cartón, como
de cartón es la guitarra que la acompaña. A nadie
desalienta su elección más que al tendero.
—No es nada señora, se lo regalo.
Ni una sola esfera logra salvar su integridad, con-
vertidas en polvo diamantino, espejeante, en la deses-
peración de Ixonardo que. cada vez que se para el
tren o emprende la marcha, aunque levante las ca-
jas con ambas manos intentando salvar sus frágiles
vidas, escucha en el Interior crujir los vidrios y sollo-
za "otra mamá, ya se rompió otra". I-a mole vibra so-
bre los rieles, entre el olor del vapor y el diesel: al
Anal, decepcionado, arroja por la ventana las cajas.
asoma la cabeza para ver brillar los pedazos despa-
rramados a un lado de la vía.
—No le vayas a decir a tu padre que le atropello un
auto. —En la oscura noche, en la oscura vida, en las
oscuras horas de la madrugada saca de bajo la al-
mohada un ángel de cartón para romperlo, para
romper su futuro, por no haber tenido el valor de
decir: |Esel dejó un ángel desnudo, sonriente, espe-
rando y ya nunca lo encontrará ni en el pasado ni
en el porvenir.
Dios ha perdido su capacidad de regidor. Si al
principio creyó lo que contaba el padre üazán ¡en
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pleno siglo velntel que la tierra, centro de todo el
universo, se halla circundada por las esferas celes-
tiales que al girar emiten la música excelsa, divina.
en honor del señor, música como la de Hacndcl.
más hermosa aún. interpretada por complicadísimos
mecanismos que. al escucharla, arroba, extasía.
mientras los hijos de la luz. los ángeles, revolotean
en parvadas alrededor de un señor gordo, barbón.
cantándole su gloria, su apoteosis. Renuncia, a los
doce años, porque no le conviene creer en un Dios
que le segrega, le condena de antemano, sin
Juzgarle, sin oírle, que dice le vallera más atarse una
piedra al buche y lanzarse al mar que detentar su
nefando pecado.
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chismes y murmullos de entredicho. Para que su
madre no llore como la noche en que. arrastrándose
hasta la alcoba de sus padres, la descubriera frente al
locador en la coilette nocturna encontrando tam-
bién dos hilos de lágrimas y la voz de su padre:
—¡Por tu culpa es un Joto y un blandengue, porque
lo educaste como niña, pegado a tus naguas!
Lamerá las botas de los Jovenzuelos güeros.
grandoles: aunque quiera lamer más arriba, ni si-
quiera se atreverá a levantar la cabeza. Ni asi se vol-
verá hombre: la voz. la misma, entre pito y clarinete.
Los ojos se le irán tras cualquier pantalón de mezcli-
11a que guarde en sus adentros Indescifrables
misterios: es un árbol torcido, torcidísimo.
Iil colmo llega cuando la partida de gañanes lo
persigue, furibundos, como perseguirían sus Innom-
brables deseos, para destruirlo; aquellos que los
obligan a bajar los ojos en la regadera, en el baño
matutino; lo acosan. Jauría loca de sangre y
destrucción, frente a un director que se hace tonto.
delante de los maestros que se desentienden de
aquel perro lanudo que huye desesperado, en la
búsqueda Inútil del refugio donde ocultar la vida y
sus enigmas. La banda anglosajona, armada de pa-
los y cadenas, lo arrincona contra la puerta del
almacén, lanzados sobre su Inerme esperanza, im-
precándole en un inglés que apenas entiende. Con-
vertido en ovillo, doblado a manera de feto que se
muerde los huevos, encomendándose a Dios para
que recoja su alma o lo que de ella quedara, estira
hacia la turba ambos brazos y les pone las cruces.
Como el diablo frente a la cruz se detienen. 9ulzá
porque entre la chusma rubia se pudo colar algún
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católico o porque Intuyen que la extraña Invocación
significa lo que en realidad es: un conjuro contra
quienes se atrevan a tocarlo.
Se alejan rendidos, malhumorados, diciendo que
asi no se vale: salta el alambrado y toma el autobús
a New York.
Que no, que nunca, que Jamás regresará a tal
Infierno.
—Ay, hljlto. Ahora le paso la dirección de los
Gómez. Viven en Brooklin. Vete con ellos. En este
momento llamo y les aviso. Hoy por la tarde salgo
para allá. No te desesperes, mi amor. — l-conardo
cuenta, llorando, su vlacrucis.
A los dos días arriba doña Clara, presidenta del
Patronato de Damas Voluntarlas. Vicentlna, Tercera.
Merccdaria. asistente destacada de la Cofradía de la
Adoración Nocturna.
—No te apures, hljito: yo hablare con el director.
Y el señor Meadows oyó la boca que, todos
concuerdan. más que de santa de piruja tiene doña
Clara cuando se enfurece. Arrinconado, golpea donde
más le duele: en el bolsillo. Obligándolo a devolver.
desde los gastos de Inscripción y colegiaturas, hasta
los pasajes de regreso. Que si no. ella escribirá a don
Adolfo López Mateos, presidente de México, a John
Fitzgcrald Kennedy, presidente de los Estados
Unidos, y al mismo Papa, el beatísimo Pío XII. Para
referir lo que por las noches sucede en aquel antro.
el G. Sartorls Instltute. donde se amanceban entre
puros hombres, mientras a otros, a los lllos, a quie-
nes parecen mujeres, a esos los obligan a conocer
su aciaga suerte.
El matrimonio de Sandoval y Rivas no presumirá
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que su hijo, el mayorcito. esto educándose en un in-
ternado norteamericano, sino en la proletaria Se-
cundaria 4. donde será bien recibido por los moceto-
nes que se dejan manosear, tan libremente, que lo
abrazarán para conducirlo a los baños, a cualquier
rincón oscuro y, otra vez. Supemiña cruzará volan-
do el cielo de la costa.
Pero si doña Clara no ceja, menos aún su padre.
que para él representa la extraña mezcolanza de Pe-
dro Infante. Jorge Negretc y el Santo. Dios sabrá de
dónde salió aquella misteriosa cruza.
Don Jacinto conduce a Leonardo donde "limpia" el
espiritista. Porque así es el rito o por verle las
partes, el brujo desnuda al Joven. Le pasa unas ra-
mas de plrul por todo el cuerpo. Asustado mira caer
tierra a su lado, sobre todo por atrás, quemando los
menjurges mágicos. Para rematar le aplasta un
blanquillo en la cabeza, mismo que logra hacerlo
vomitar; apesta a podredumbre.
Hasta el siguiente día podrá bañarse, así ordena el
rito. Parece que la limpia le sirve, porque una doce-
na de alumnos, incluso el mismo director, de
rodillas, le declara apasionadamente su oculto
amor. Ni decir que aprueba con "excelente" y diplo-
ma de honor los tres años de aquella Secundaria 4.
Para Supemiña, hasta un templo habría construido
El Ballenato, como apodan los alumnos al director.
Años después, aún lo distingue como "el más aplica-
do alumno que haya tenido Jamás aquella escuela".
donde los "delincuentes", "rapaces", "escoria de la
sociedad", encuentran su refugio y reparte sopapos
para apartarlos del camino del mal.
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—¡Qué vergüenza, qué van a decir las Obvledol.
las hermanas del Obispo. —Doña Clara solloza
compulsiva, desoladamcntc. Y lo que dijera don Ro-
lando Méndez, padre del Infante que Leonardo In-
tentó seducir: "¡Los putos son la basura del mundo.
Deberían encerrarlos a todos, qué digo: matarlos...!
SI no hizo una demanda Judicial fue por considera-
ción al matrimonio Sandoval Rlvas, tan honorable,
al que estima tanto". Sin duda aquella pena acabará
con doña Clara. En el acuciante silencio, el escozor
de una exudación fría le recorre vientre y espalda.
Con la mirada gacha, espera el correctivo, el castigo
que Impondrá don Jacinto que no dice nada alzando
los hombros en un gesto desesperanzado, al tiempo
que niega con la cabeza. Lanza una mirada de ren-
cor y vergüenza ¿es aquello su sangre: sangre de
Jorge Negrete. Pedro Infante y el Santo?
Hay penas que matan, aniquilan. Ahora está fren-
te a una de esas: Como siempre, cada vez que una
situación asi lo derrumba, se dedica a escribir poe-
sías en las que la palabra tristeza se repite diez
veces, antes de dar fin al poema; poesías cargadas
de resentimiento en las que maldice la vida. la
gente, el mundo con sus animales. Deja la máquina
de escribir, para dedicar una mirada al Jardín que
en momentos como éste le parece triste, como triste
es el cielo y la casa que habita. A fuerza de tanta pe-
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na y dolor ha logrado acumular una extensa antolo-
gía de adioscs que llenan tres cajones de su escrito-
rio con títulos: "Despedida" "Amarga Derrota"
"Maldita Soledad"... todas por el estilo. Ya no queda
espacio en el escritorio o la cómoda para cualquier
otra diatriba contra la Ingrata vida que tan mal le
paga. A él. futuro habitante del Parnaso, donde mo-
rarán los poetas: a él. gloria incógnita de San Sebas-
tián de los Caballeros, tercera ciudad fundada en la
Nueva España, que resbala de las naguas del
volcán, hasta tocar las playas del Pacífico, con calles
pobladas de chiquillos encuerados que corretean Ig-
norando la lluvia de fuego del mediodía. Jala una
hoja de la máquina de escribir, estrujándola para ti-
rarla furiosamente al suelo...
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denuncia dos enormes promontorios. La cintura
breve, brevísima, manchada de tanto deseo
maltrecho, ajada por el delirio febril del sexo
anhelado.
Por aquella época, sus padres intiman con él. En-
cuentra la explicación en el convencimiento que el
doctor Díaz Díaz ejerce para que se acerquen y me-
joren sus relaciones. Habla doña Clara, sobre todo,
durante las comidas, de lo mucho que le quieren, de
cómo han cifrado en él sus esperanzas, de lo Inteli-
gente que parece, sobre el resto de los chicos de su
edad.
—Cuando te cases... —Inicia la charla de sobremesa
doña Clara, por lo cual tose don Jacinto nervioso.
—...la mitad de esto será para li. —Desliza la vista
sobre el salón comedor, la estantería, cárcel de vaji-
llas y cubiertos. Juegos de té de plata maciza, bajo
los retratos de ancestros. Agacha la cabeza, descan-
sa los ojos en el mantel de encaje y. para matar de
una vez por todas, sus esperanzas:
—Ten la seguridad de que. si es bajo esa condición.
nada de esto será mío jamás. —Su madre Juguetea
entre los dedos la sarta de su collar de perlas. Alza
la copa del agua, da un sorbo y así oculta el rostro
apesadumbrado. Contempla entrar el sol a raudales.
danzando entre las cortinas.
—De cualquier forma, quiero que sepas que. como
mi hijo que eres, siempre te querré, te querremos.
—completó, haciendo partícipe a don Jacinto.
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¿Cambiar a la "Chula Linda"? Solicita ese mambo
de Pérez Prado por acompañamiento. Música que le
da sex-appeal como se dice ahora: ñañaras en el
vientre, camina en la pasarela, coronlia de
brillantes, cetro. Primera en lucir el Indecente bikini
en la comarca. Con sus quince anos, sonriendo a los
bultos, a las sombras tras los reflectores que. segu-
ramente. son la Janis. Lulú. La Espinita y tantas
otras. Leonardo de Sandoval y Rlvas "Señorita Coli-
ma 1962", del brazo de Guillermo Lugo, hijo del
gobernador. El mambo derrite los cuerpos, convir-
Uéndolos en sudor, semen, fluidos que se
entremezclan, cosquillas en las orejas. Él. ella, zapa-
tillas de lático, tacón del 12. "un sueño": regia.
Avanza como la Coco había enseñado que se debe
caminar en la pasarela. "Como si fueras la mujer
más rica del mundo..." los saxofones se alargan, es-
curren miel, los bongos, para desmayarse en el
hombro del más guapo galán de su exigua corte: dos
princesas La Macarena y La Doris. Las trompetas
reviven, elevándose sobre sus cabezas, encima del
pelo transformado en chongo, de treinta
centímetros, igual a los de Angélica María, de pelos
que el spray convierte en alambres. Sonríe, esta su
noche, la más feliz de su existencia. En la que es rei-
na de todas las torcilongas de la entidad, de tres
equipos de fútbol que se desparraman en las mesas.
mismos que ruegan no les niegue el honor de ser su
madrina y cuyos integrantes terminan a golpes, por-
que Leonardo no escoge a ninguno, reina de cinco
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prostitutas y tres soldados, dos damas de la Acción
Católica que aseveran es lguallto a doña Clara.
cuando a su vez fue reina de la feria de Todos los
Santos en 1946 y están de acuerdo en que corona y
cetro parecen los mismos. Camina dichoso como al
encuentro del señor, del brazo de un Guillermo Lugo
trajeado, de corbata, que huele a loción Yardley. que
también usa su padre. Se abre paso, para terminar
diciendo lo que confiesan todas: "Gracias. Estoy tan
emocionada que no puedo decir nada", pero que. de
todos modos, le aplauden mucho. "I-a Chula Unda".
se le fue quedando, se le quedó dice Luiú, por aquel
mambo.
Regresan del certamen. Bárbara. El Bárbaro, con-
duce el auto que transporta a Miss Colima hasta su
casa. Todo lo que no puede ver Leonardo fascina a la
leguleya que llenó las paredes de su bufete con fotos
de boxeadores, púgiles, enfrentados en un rin que
representa las violentas fantasías con las que sedu-
ce secretarias de Juzgado, viudas y divorciadas. Un
auto trasnochado va a estampar la trompa contra su
Oldsmovllle. y los borrachos envalentonados porque
han tirado la corona de dos reinas, la Cruda Linda y
la Dorts. ríen. Sin contar con los modales de El Bár-
baro que. apenas se baja uno queriendo amedrentar
y recibe el uppíírcur que lo pone fuera de combate y,
aún continúa la machorra brincoteando. fresca.
igual que si ni siquiera hubiera sonado la campana
que da fin al primer rou/i/i Una patrulla, que por
aquellos momentos pasea a dos policías entonados
por una botella de tequila, se detiene para atemperar
el percance. Apenas descienden y. el que se encuen-
tra trepado, dándose valor, inicia la retahila:
31
—¡listos pendejos que no se Ajan. Vienen como tor-
tugas por medio carril!
—¡Caliese! Más respeto, no ve que hay damas. —El
oficial no se refiere, por supuesto, a El Bárbaro que.
exactamente, se ignora qué puede ser aquello que
luce igual que un boxeador de pelo largo, sino a la
reina y su princesa que todavía lucen el fulgor del
triunfo en el rostro. Asustadas por el encontronazo.
se estremecen.
—¡Cuáles damas: si son cabrones! —El policía se fija
con atención y parece aún más entusiasmado.
—¡De todos modos, cállese o me lo jalo para la
comisaría!
El Bárbaro no sólo recibe la Ucencia. la tarjeta de
circulación y la promesa de pago del tumbacoronas.
Además, entrega a cambio el papellto con el nombre
y el número de teléfono de la reina y su princesa:
"['ase su majestad": las escoltan hasta su casa.
—¿Eres tú. Ijeonardo?
Sí. mamá. Soy yo.
—¿Por qué llegas tan tarde, hijo?
—Estuve en casa de Guillermo estudiando. Ya te
advertí que estamos en exámenes. No prendas la luz
mamá, ¡por favorl
—¿Por que hijo...?
—Tengo muy irritados los ojos y me duele la
cabeza. —Si doña Clara enciende la luz. hallará que.
en la oscuridad donde termina la escalera, el bulto
pegado a la pared porta su vestido fucsia bordado de
chaquira y lentejuela, en el que destaca la cinta:
"Señorita Colima 1962". bajo su estola de visón.
—Ya duérmete hijo, y no dejes de rezar tus
oraciones. Hasta mañana, mi amor...
32
—Hasta mañana, mamá.
Al mambo siguió el cha cha cha. el rock & roll.
el Max Potatos, el Jamaica Ska, el Surf, el Soul. la
Yenka. el Boomping y ya está Juan Gabriel
cantando:
"Buenos días alegriaaaa
buenos días señor sooool"
Canción a la que las reverendas madres del cole-
gio de las Adoratrtces hacen especial adaptación:
"Buenos días a Maríaaaa
buenos días al señooooor..."
Entonces aparece Calilo Santalucía.
33
UN TIGRE A LA CHANTILLT
37
del otro lado, la foto del Tenería con todos sus cua-
dros y su padrino Carlos abrazando al viejo, en
aquel entonces, portero del equipo. Los primeros re-
cuerdos corren sobre el zacate del A.D.C.. estadio
de la Asociación Deportiva Colímense, pateando una
bola. Sábados, domingos, ratos y días libres se van
tras los balones y. desde los flancos de la cancha, si-
gue las carreras de su padre, en los ahora lejanos
partidos. Entonces los hombres eran hombres, no se
abrazaban ni se manoseaban cuando metían un gol,
cuando mucho una palmadlta en el hombro, en la
espalda y de retomo a la seriedad, a conservar la
atención en el partido. Se hubieran sorprendido, in-
cluso al grado de suspender el Juego, si algún
futbolista, enseguida de anotar un gol. hubiera caí-
do de rodillas, levantando las manos al cielo, diera
tres maromas y escapara esperando que todos lo co-
rretearan para besarlo y agarrarle aquí y allá.
A los siete años ya era campeón goleador de la
cuarta Infantil. En el momento que entrega a su pa-
dre la copa plateada —primera de lasque Invaden re-
pisas y alacenas en el comedor y el cuarto que hace
las veces de recámara y sala— observando los ojos
mojados por el orgullo, se promete conseguir todas
las copas del mundo.
Las piernas se cincelan a fuerza de sol y viento.
Diez kilómetros corre; el anillo de circunvalación, el
periférico, la carretera a Guadalajara. le miran pasar
cada mañana con la ropa empapada, pegada al
cuerpo, el pañuelo enredado al pelo, para que no se
venga sobre los ojos. Amo de la mediacancha. vive
sólo cuando pisa el empastado de los estadios o la
tierra suelta de los cuadranglares en los Uanos, de
38
pases exactos, de ubicación incomparable, con el
don de mando necesario para capitanear a "Los Lo-
bos de San José", equipo del cual es dinamo y
cabeza. Conocedor profundo de cualquier estilo, co-
mo que todas las Jugadas las aprendió
estudiándolas. Ninguno de su clase. Calilo promete.
por sobre los demás, convertirse en una gloria
regional, nacional. Internacional: Calilo, la estrella.
motor de todos los partidos de su categoría, la Juve-
nil B. siempre a la ofensiva, constructor de las Ju-
gadas perfectas, las que le llevan. Junto con su equi-
po. de copa en copa, para quedarse con todas: Cam-
peón del tomeo de barrios, campeón goleador, cam-
peón de liga... siempre al ataque porque la vida es
un partido y uno tiene que conservar el balón, no
perderlo y. si la vida arrecia, también para la defen-
siva existen Jugadas, antes que perder, un empate
puede resultar honroso. Bloqucador de atavismos,
de prejuicios a los cuales, revlrtléndolos, da curso
contrario, preciso. Siempre se convierten en Jugada
a su favor. Cierto, en un equipo todos quieren
brillar: como parte de un engranaje no siempre po-
drán hacerlo. Lo peor, los celosos, atacan, no por las
Jugadas, porque: puto, degenerado, depravado, no
son epítetos para un futbolista. Se Juzga un estilo y
un estilo no puede ser ni puto ni degenerado ni
depravado.
"La calle es de quien la trabaja". Mira a Leonardo,
descubre que le gusta, se gustan, detenidos en un
aparador que exhibe una mierdas. Escudriña entre
sus piernas, compara el bulto con el suyo, intercam-
bian miradas a las braguetas, de reojo observa el
culo, las^ piernas: se encuentran las miradas, se
39
abordan con cualquier pretexto y terminan
desnudos, transformados en amasijo.
La brasa de un cigarro alumbra un sueño: el reloj
Cartler, que viera en la vitrina de la joyería El
Diamante. Los ojos rasgan la oscuridad, destellan
un olor cálido, ácido, cosquillea la nariz. El amor,
cansancio, dolor entre las piernas. Leonardo
languidece, descansando los miedos en el Hotel San
Cristóbal. En Colima, para bendecir el amor
clandestino, los hoteles tienen santos nombres: San
Francisco. San Jorge. San Lorenzo. Santa Mónlca,
todo el santoral se avoca a disfrutar el cine de
madrugada, para después comentar sobre alguna
nube del cielo: ¿Te acuerdas Cecilia de la parejlta
del 18? y reir. hasta que San Pedro los mande callar
sonando sus llaves: |Por todos los diablos que ya ni
aquí se puede dormir en pazl Consigue el reloj con
la frase mágica que le compra todos los relojes, to-
dos los zapatos, todas las camisas: Tú fuiste el
primero", y se carcajea para sus adentros, aunque
aquella risa sólo él la escucha. Leonardo cae como
cayeron todos ¿quién no iba a caer delante de las
piernas maravillosas? Cayó, y es el número 207 de
la llbretlta. recuento amoroso de Galilo, donde sólo
merece la nota que lleva un subrayado: 'Sí paga*.
Raro que ande solo, sus amigos, los del equipo, los
mismos que darían la vida por él. si se las pidiera.
aunque casi siempre les pide otra cosa. Jamás le de-
jan tranquilo.
42
—Simón. Si, ya me voy a calmar.
—Vamos a dar un rol. ¿no?
—Nos caería al Uro. Quieto, manso, estacionado
Junto a una esquina con la puerta sin el seguro
puesto.
—¿Viste?
, —Simón. Si.
—¿Y, cómo...?
—I*ues. directo. Te agachas bajo el asiento. Alejan
dro que eche aguas desde la esquina por si viene
alguien.
—Si. Y a mi. que me agarren.
—¡Puuuta. cabrón. Quítate, yo lo hago.
—¡UUUUUHH!
—¡Ahora si cabrones: a Manzanillo!
—¿Dercchooo? Yo tengo clases mañana.
—¡Ay si! El nene tiene clases mañana ¿te cal? ¿Y
qué crees, que yo vivo de mis rentas?
—Sí. Pero a U no te dicen ni madres en tu casa.
—¿Ah. nooo? ¿crees que mi padre no me tral tinto
con las calificaciones?
—Mira, tral b u e n a s r o l a s e s t e gi'Jcy: Mlchacl
Jackson. Kiss. Queen...
—¡Ponió, hijo ponió! —Al ritmo de líllly J e a n .
guían el rumbo hacia Manzanillo.
—Al pedo ¿no?
—Simón.
—Ya no llores putilo. En dos horas estaremos vien
do el mar. deleitándonos con las chavas ¿o no. hijo?
—Clarines...
—¿Sí? y qué vamos a tragar...
—¿Tienes hambre güey. tienes hambre?
43
■—Pues, ahorita no pero... ¿y luego?
—¿Luego? Ya veremos hijo. ¡Aliviánate!
—No mames.
—¿Ah. tú también?
—Pues... a lo mejor tiene razón, no traemos feria.
—¿Y si nos agarran...?
—¡Puuuulaa!: son un par de pinoles.
—Mañana tenemos examen de inglés.
—No m a m e s , hijo. Tu examen está acá. con las
gabachas: si te entienden ya chingaste, y si no. vales
pura...
—Simón, es cierto.
—¿A ver. hijo, qué quiere decir: "ay guana bir"...?
¿eh?
—¿Ay guana quéec?
—Ya dije, cabrón.
—¿Ya ves? ni tú sabes.
—Pues no. pero yo vengo a aprender.
—Si. Mucho te van a enseñar.
—Cuando menos las nalgas ¿o no galán?
—Simón.
—Estás tan cuero.
—¡Puta! Ya sé que no soy tu Upo. papaelto; pero
con las chavas dos tres ¿vcees?
Al dar la vuelta a una curva aparece el mar y el
puerto que se trepa en los cerros. El inmenso anun
cio de u n refresco les dice, en boca de una rubia
escultural: "Bienvenidos". Sin patrullas, no está la
mitad del ejército para detenerlos. Probablemente, el
dueño aún no se habia percatado del robo del auto
que abandonan en las primeras calles del puerto. Le
dirigen una mirada de despedida.
—Olvídale, n u n c a lo volveremos a ver. Pancho
44
avanza a saltos, alejándose rápidamente del lugar.
—¿Y si le bajamos el auloestérco?
—Nel. Nada que nos comprometa. —Durante dos
horas andan baboseando por el centro y La Costera.
hasta que. al llegar a la bahía de San Pedrlto, Ale-
jandro bosteza contagiando a Calilo y. en mutuo
acuerdo, deciden que es hora de dormir. Se hacen bolas
Junto a las rocas.
Descienden del autobús urbano que los lleva a la
Bahía de Santiago. Queda caminar varias cuadras.
sobre el asfalto, antes de arribar a la playa. En
cuanto brincan del camión corren a refugiarse, bajo
una higuera. Galllo mira arriba con impaciencia. A
un lado, entre las palmereas. distingue, al cruzar la
carretera, el letrero que anuncia una fonda. Luego
de contar el dinero, el hambre les aconseja enviar al
Tigre para conseguir algunas bolsas de papas y. de
ser posible, un refresco.
Intenta decir algo amable a las dos señoras que se
abanican en una de las mesas del acceso con aire de
dueñas.
—Pase joven, pase. —Abriéndose camino, guarda
silencio, dirigido a uno de los últimos lugares. La
Chantilly. en corta chaqueta de dril blanco, hace su
aparición. Anles de que pueda decirle algo escucha
al mancebo ordenarle una limonada. Cuestión de
segundos, para estar de regreso con la botella que,
de puro helada, despide vaporcillo. Le acerca una
servilleta. Galllo no puede menos que admirar las
manos delicadas de uñas en las que se nota el tra-
bajo de un excelente manlcurista. Tropieza con la
mirada del mesero: Blanco, pelo decolorado en tra-
mos naranja, le sonríe. El Tigre baja la vista, retl-
45
rándose a un lado de la barra; la Chantilly continúa
sonrléndole. Sin prestarle demasiada atención, bebe
el refresco, casi enseguida hace una nueva seña al
mozo que se acerca:
—Vengo con dos amigos. No hemos comido y no
traemos feria, si te discutes con unas tortas me mo-
cho con lo que quieras... —Se acercan a la mesa don-
de la Chantilly, sin parar de hablar, sirve tres comi-
das corridas.
—¿Cómo le hiciste...? —Observando al mesero. Pan-
cho espetó:
—...qué puto eres.
—Si no quieres no te tragues nada. —Se comieron
todo y durante tres días disfrutaron de la hospitali-
dad del puerto a expensas del mesero.
—Para qué quieres que vaya. Ya sé que me van a
decir que estás expulsado. No voy a inventar enfer-
medades ni a estar manteniendo vagos. Total, si ya
no quieres estudiar, te me vas a chamblar. Mira que
faltar tdda la semana.
—Ksos amlgotes con los que se junta. Bien había
dicho yo que no le iban a traer nada bueno. —Sus
padres, los que siempre están peleando entre ellos.
ahora confabulan en su contra.
—Desde mañana te me vas a trabajar, voy a hablar
con mi compadre para que te dé chamba en el taller.
—Ya entrada la noche, sigue escuchando la alegata.
Discutiendo su futuro, arreglándole la vida, que ya
tomó curso, un curso distinto al que sus padres
desean.
46
TOBICLUB
49
que la mísera existencia le negara. Enfrascado en
una discusión sobre Nietzsche receta las primeras
diez páginas de Así hablaba Zaratustra al licencia-
do Pérez que más bien está tratando de recordar a
dónde han ido a parar los doscientos cuarenta y tres
mil pesos que faltan para cerrar las cuentas del
mes. Pasa un perro y los huele, pasan dos niños con
sendos cajones de bolear cantando "SI me dejas
ahora", pasa Chana Aréchlga volteando, como quien
no quiere la cosa, para ver si dentro encuentra a su
marido. Cuando Gumersindo Sánchez. El
Tanguero. El Cuarraco. El Tambadle de Húr\gara y
otra innumerable cantidad de apodos con los que
es reconocido, acuesta la mejilla sobre el dorso de
la guitarra, regala mirada de nostalgia y. como si
abrazara a una mujer bonita, desgrana entre los dos
únicos dientes:
"Vende caro tu amooor
aventurera..."
Queda clavado, hipnotizado, no por la boca del
Tambache de Húngara enorme cavidad rosada.
que suelta un vaho adormilante, para quizá
devorarlo. Observa los dientes o lo que de ellos dejan
las caries. Su atención centrada en la letra. I la sus-
pendido la afanosa discusión Nletzschcana. Su dedo
permanece apuntando al techo, al que ahora dirigen
la mirada todos los clientes, para encontrar sólo una
lámpara ennegrecida por las necesidades de las
moscas. Su voz sonora, la discusión tan acalorada.
que el silencio se hace notorio. Cayendo en la cuen-
ta los contertulios de que algo se ha roto, porque
hasta el perro que los husmeó gruñe presintiendo
extrañas sombras.
50
Dando traspiés y como puede —se lleva tres mesas
con todo y parroquianos— abandona el lugar con el
odio más grande de este mundo: el que nace de los
celos, que sostiene sus pies aunque tiemblan y la
vida misma, no encuentra ubicuidad ni eje que
¡carajo! pueda sostenerlas.
Media cuadra antes de llegar a la casa de la fami-
lia Santalucía. en la enorme oquedad de un portón
cerrado, queda roncando. Pasa la Janís y no lo ve,
pasan dos vlejllas camino del rosario y se santiguan.
pasa Calilo y finge no verlo; todavía lleva el sabor de
su reciente conquista entre los dientes.
Con el amanecer una patrulla, como quien recoge
la basura, lo lleva hasta su casa. Durante el trayecto
se afana en convencer a los patrulleros de que.
Mussollni. Jamas había leído a Hegcl y de que la
suntuosidad de los espacios fascistas no sustitui-
rían nunca la necesidad del hombre de inventar a
Dios. Para callarlo entonan bajito:
"Queridaaa
Cada momento de mi vidaaaaaa.."
Que va subiendo de tono: de nueva cuenta se
duerme.
ffe
den para auxiliarle.
—Pobre hombre, todavía respira. —Respira y no. Le-
jos de aquel lugar, en el Peloponeso, más exacta-
mente en una de las playas de Atenas, La Chula
Linda discute con Aristóteles sus ideas personales
sobre la educación de los héroes y. aunque cuando
dice héroes se refiere a Galilo. el filósofo responde
con tonteras que Implica a las computadoras y la
bioquímica, para alejarse luego con una carcajada.
Al volver en sí. descubre unas latas vacias, después
un cúmulo de Jitomates podridos, cebollas, repollos
y un grupo de perros husmeando aquí. allá, los res-
tos del Jolgorio, todo cubierto de hojas de lechuga y
envases de cartón.
Ingrata humanidad, asi paga sus desvelos y más
ingrato Galilo, no se tentó el corazón para golpearlo.
La cruda lo conduce a El Manchón; aún sangra, busca
calmar rencor y sed de venganza con una Bohemia o
Negra Modelo, cuyo pico apenas si entra a través de la
boca hinchada.
—Rayos, jsí me partió la madrel
Exploran sus dedos la masa informe. Labios que
doblaron su tamaño, el olor a sangre agolpado en la
nariz con sabor a cobre, que no logra lavar del lodo
la cerveza.
56
Parabólicas, no porque como asegura un sabio
colímense "Los homosexuales poseen una especie
de antenita que les permite reconocerse entre si", si-
no porque agarran en todas las estaciones. Están en
malos términos con las Tobis —club donde no se
admiten mujeres—, que se reúnen en el Jardín Libertad
y que. a su vez, pelean con las Eléctricas —por
corrientes—. Sin embargo, a pesar de tantas
diferencias, confluyen, después de las doce, rumbo a la
calle España, origen y fin. eterno retomo, descanso de
cuerpos y almas.
61
—¿Ah. si? Quién me va a obligar. Me quiero quedar
aquí, con mis amigos.
—El domingo pasado la botella de tu padre quedó a
la mitad.
—Nosotros no, señora... —se disculpa Alejandro.
—No estoy diciendo que fueron ustedes. Arréglate
porque nos vamos.
—|NO VOY!
—Calilo, no me hables así. Soy tu madre. —Ya no le
quedan argumentos; de cualquier forma. Pancho y
Alejandro se encuentran en la puerta.
Había sido Leonardo quien lo trepó sobre aquel
pedestal de huacales. Bello, como tantos mozos que
apenas rozan la virilidad; pero un dios no. Aunque.
como dijera bulú, tenía muy buen tambache. Para
huir de la casa paterna o para que cesaran todos
esos argüendes alrededor de su persona, decide
contraer matrimonio y solicita a Leonardo atestigüe
en su boda civil.
—¡Jamás. Yo no voy a ser testigo de esa farsa!
Se aleja decidido a no volver a dirigirle la palabra a
su amante.
BAJO EL SIGNO DE ORUS
68
semanas, un marinero, dos chlchlfos de la calle Es-
paña y un esmalte para las uñas, marca Cutex, co-
lor impromtu.
El cortejo fúnebre convertido en manifestación —Se
teme el arribo de la policía y una redada: pero no,
tendrían que llevarse a Esperanza también y Espe-
ranza está en una caja y está muerta— precedido de
un mariachi, se convierte en mitin al llegar al
camposanto, donde Rafael, l/i Chupadedos arenga
en contra de la represión y el hostigamiento. Se gri-
tan consignas: "En mi cama nadie manda". "La que
no brinque es macha". De tanta bebida \xi Pava cae en
la fosa abierta, aunque sin soltar la botella. Sale
enterregada: apenas se notan los ojos, dos piedras
negras, entre el polvo que le cubre la cara.
"...alguna vez nos encontraremos allá en el
infinito, en un lugar donde el amor sea el rumbo.
para cantar una canción a la libertad", —concluye. El
mariachi, simultáneamente, suelta los primeros
acordes de "No quiero verte llorar". Parece que al-
guien aprieta el botón, un alarido Inunda el
cementerio. Después tocan T e vas ángel mío" y
"Las Golondrinas": entonces sí que hay desmayadas.
Casi todas se retratan Junto al féretro: La Cochini-
ta Pibil aprovecha que el ataúd se encuentra abierto
para arrojar una peluca adentro (la que llevaba
puesta en el momento que la sorprende la muerte),
con un "Perdóname Esperanza": todas agradecen el
gesto, ¡ A Cara de Ctxancleta echa el bolso con los
maquillajes, enseguida Luiú introduce una pulsera
y. parece que no hubo nadie que no le haya robado
algo a La Esperanza, la caja se va llenando de
collares, abanicos, pulseras, pelucas, zapatillas,
69
hasta que llega el momento en que el cajón repleto
se va a volver imposible de cerrar. Los hombres que
la sostienen y que, a su vez, fueron maridos de La
Esperanza, gritan:
—¡Ya! [Ya! muchachas.
Ixx Fanta, la que contrató al mariachi, según ella,
porque Esperanza le solicitó que, cuando muriera.
deseaba que la enterraran con mariachi, cosa poco
probable, porque por aquellos tiempos no pensaba
morirse y así se lo comunicó a La Shide.y. de cual-
quier modo, hay que pagar y apenas si logra juntar
un montón de monedas que aprisiona en un palia-
cate y que —todas se dan cuenta— no será suficiente
para cubrir la deuda, por lo que Lulú ordenó:
—Pues, muchachas... nosotras.
La Farra se lleva al de la trompeta, Lulú al del
violin. La Dorada al del guitarrón, músicos y deudos
se dispersan en parejas por el crepúsculo.
Sin pensar en nada. Asi está, sin pensar en nada.
Languidece, pedazo de madera flotando, involunta-
riamente en el río de la vida. Permanece, sólo eso.
permanece... Poco antes, la camioneta del altavoz
deja escuchar, a través del micrófono, la
exhortación para que abrieran puertas y ventanas.
La campana contra el mosco que produce el dengue
da inicio y los camiones que fumigan soltando cho-
rros a presión pasarán rociando con la apestosa
bruma todas las casas de aquella avenida, la de "Los
Regalado".
7:18 del 19 de septiembre. Adrián dormita con
sueño intranquilo. Es entonces que comienza, pri-
mero, un zumbido, luego, el nudo que haría una ma-
nada de caballos corriendo en la azotea. Los Jarro-
70
nes de las repisas en la sala van a estrellarse contra
el suelo Junto con la alacena de la cual no queda ni
una tacita china entera, ni una copita de cristal
cortado, ni una figura de porcelana. Todo convertido
en un rompecabezas indescifrable.
—[No señor, no! —corre Leonardo por la sala.
—|Perdónanos señor! —Al despertar. Adrián lo
observa tratando de abrir una puerta sellada.
—¡No nos castigues señor! —Entonces la tierra ya es
de olanes, el polvo brota de todas partes. "Esta pinche
Dorotea que Jamás limpia nada", alcanza a pen-
sar en el momento en que. la puerta, cediendo a su
esfuerzo, se abre de golpe. De boca va a dar sobre el
piso, todavía atina a levantar la cara para que el ve-
hículo que fumiga le arroje el chorro que lo libra del
pánico del desastre.
Recobra el Juicio a las 7:25, asfixiándose, con un
pie roto. En eso llega Damlana —¡Santo Dios!— para
ver cómo se encuentra su hijo y su hermano:
—Mamá, un señor nos movió la casa.
Estrena muletas y pie de yeso. Ya para dar las diez
aparece Tarcisio, por primera vez. desde su segundo
intemamiento en la clínica de Zapopan. Lo nota
furioso, transfigurado. Sin más se sienta y sin más
comienza a decirle:
—Leonardo ¿no crees que ya está bueno de tantas
chingaderas? Ya viste en la televisión cómo quedó la
ciudad de México... —Observa dubitativo. Acaso este
loco le culpará ahora de todo lo malo que acontezca
en el planeta.
—...por qué no organizamos un destacamento con
la policía y el ejército y detenemos a Dios, para que
se deje de estar haciendo tanto daño. —Guarda
71
silencio, más por precaución que por respeto. Lo
mira, se miran. Leonardo tratando de dar crédito a
lo oído, y Tarclslo impelido a convencerlo a fuerza de
miradas, presionándole, exigiéndole respuesta
Inmediata: con quién está, con ét o contra él. SI por
Tarclslo fuera. Dios hijo, con todo y cruz y corona de
espinas, andaría por éstas en prisión, fumando
cigarros Delicados con expresión de "Fue sin querer".
Aunque Tarclslo lograra reunir a la policía con el
ejército, todos saben que seria un problema; desde
que los policías detuvieron a dos soldados que ar-
maban tremendo zafarrancho en el bar El Pirulí
ningún miembro del ejército puede topar con algún
policía sin. cuando menos, mirarlo feo. Esto, si no
pasan a las palabras y de allí a los puños. Y. aunque
los ciudadanos que como Tarclslo, enfurecidos,
quieran hacerse Justicia por sus manos, "de dónde
va a salir una escalera tan grande como para llegar
al cielo". En aquello no había pensado Tarclslo pues.
como saben I-eonardo y Tarclslo y mucha gente,
desde que los habitantes de Babel trataron de levan-
tar una torre, terminando peleados, en una boru-
quera sin entender ni ponerse de acuerdo para que
al final cada cual marchara por su lado e hiciera
cosas más útiles que andar alzando torres, nadie
más había Intentado hacer otra escalera hasta el
ciclo, como no fuera Enrique Guzmán que cantaba:
"Haré una escalera al cielo, por las nubes
andaréc...". Sin duda que Tarcisío descendió de los
antiguos pobladores de Babel que, cuando se les vi-
no abajo la Ilusión, por todos los caminos y veredas,
por todos los azares del destino, vinieron a dar pre-
cisamente a Colima, para que. ahora, uno de aque-
72
líos ilusos este proponiéndole recuperar el antiguo
proyecto. Sea porque el argumento es en si suficien-
temente sólido o porque en su memoria ancestral
existen inmensos muros que se derrumban.
desmoronan, cuando parecen arañar la gloria, Tarcf-
sio se da por vencido.
El terremoto lo devuelve a Valerio, como quien no
quiere la cosa. Disimula la alegría que El Ausente
nota en la dilatación de sus pupilas. Regresa con las
cejas depiladas y notorio amaneramiento. No le dice
nada: le rompe una de las muletas en la espalda.
Durmiendo tres dias seguidos, como con la Juven-
tud de Cristo, de lo que aconteció en los meses que
estuvo perdido jamás se supo nada ni le preguntó
para no lastimarlo.
Ahora que Valerio parece tener miedo de salir de
casa pasando lodo el dia encerrado, aprovecha para
cojear por las calles y. de una vez. matar el Uempo.
Al pasar por el templo descubre a La Shirley en su
interior —¿qué puede estar haciendo la pécora en la
casa de Dios? —Para que no sólo Dios lo sepa, acerca
su cautela. No es necesario arrimarse mucho, por-
que más que rezar, grita:
—;Ay virgencita. quítame esta enfermedad. Te pro-
meto casarme y a la primera hija le pondré Fátlma.
en tu honor! —Si nombraría Fátlma a su hija no será
porque la virgen le haga o no el milagro, sino porque
se sabe que antes de llamarse Martín o Shirley siem-
pre deseó llamarse Fátima y así lo comunicó a
todos. 'Fátlma —dijo— suena como a nombre de
vedette". Se santigua, y Ixonardo hace lo mismo. Co-
jeando. le acompaña al exterior. Avergonzado de sa-
berse descubierto, sonríe con mansedumbre. Una vez
73
afuera, donde el aire y las pertinencias son otras:
—Cuando se ha visto que las perras vuelen, o que
los burros sean directores de orquesta. Tú ya no
puedes cambiar, querida.
—¡No eres Diosl —espeta rabiosa.
—Ni soy Oíos ni soy la virgen pero soy su mensaje-
ro y estoy aquí para decirte que Jota eres y Jota
serás. Ademáaas [pendejo] esta no es la virgen de
Fátima sino la del Platanar. ¿Acaso piensas ponerle
a tu primer hijo plátano o a tu primera hija
banana?
—;Ay I-eonardo...! —Suelta el llanto, le abraza. Con el
hombro empapado, suavemente, lo aparta y entre
los sollozos:
—¿Ves estas manchas? —Y. así. se atrevió a
estrecharlo, con aquella Jiricua. De haberlo sabido
ni se le hubiera arrimado.
—El médico dice que salen porque uno tiene
parásitos... —Otra vez respira: ésta, aliviado.
—...pero... La Cara de Chancleta ya fue con el
argñende de que tengo SIDA. Ahora me ven y corren:
hasta Beto, mi marido, me dio con la puerta en las
narices. Por qué tienen que ser tan malas. Leonardo.
—Otra vez le abraza llorando: ésta, para mojar el hom-
bro Izquierdo. Nada puede hacer, sino dejarlo llorar
hasta que vacíe toda su amargura, su resentimiento.
A través del llanto ve acercarse, entre los árboles del
jardín que rodea al templo, un carrito de hot-dogs.
un carrito de hot-dogs como cualquier otro, pero és-
te llama su atención porque es empujado por un
hermoso ángel. Qué brazos aquellos que levantan
las pesas del Gimnasio Rodríguez, qué piernas
aquellas que le han metido tantos goles al equipo de
74
La Capacha, eternos enemigos del de Puertas
Guangas. Noel. Así se llama el ángel que vende
hot-dogs. Así le dijo que se llama y también dijo que
tiene diecisiete años y que, cuando no vende hot-
dogs. estudia en la preparatoria No. 19. Todo esto dijo,
porque cuando lo mira se olvida de que desea cam-
biar de vida o quizá porque, a su edad, ya no cree en
milagros, o. mejor dicho, porque el maravilloso ángel
le sonríe, se le antoja un hot-dog. Cuando el ángel-
Noel abre el pan humeante, vaporoso, y coloca en el
medio una salchicha. IJX Shiríey. al descuido, posa la
mano en el borde del carrito. El ángel-Noel sube una
de las piernas, la derecha, mejor dicho el pie
derecho, sobre la llanta del carro, dejando expuesta
la dimensión de su plema poderosa y un pequeño
promontorio entre la Ingle, pequeño, porque cuando
se recarga, con discreto aunque perceptible
sobresalto, esto mientras pone la salsa Katsup. |Oh!
milagro de milagros, el bulto empieza a crecer. En
fin, I-eonardo vende 14 perros calientes —para caste-
llanizar la acción— y doce refrescos, antes que IM
Shirley y el ángel-Noel regresaran sonrientes, satis-
fechos del mismo templo donde ha Jurado rehacer
su vida y donde lo único que logra es cambiar de
marido.
IM Chona. la Jota más gorda de Colima, sólo traba-
Ja una vez, en diciembre, armando con cartón y dia-
mantina un uinco destartalado, vestido de Santa
Claus, mientras el chlchifo en tumo toma fotos, ob-
tiene el dinero que le permite no trabajar el resto del
año. Ah. cómo odia Leonardo a La Chona. cómo
pudo Calilo refocilarse, revolcarse con tamaña bola
de sebo. Al final, todos caen donde La Chona. ya
75
cansados, probablemente porque ya no les queda
dónde más caer o porque su oficio es prometer,
prometer, prometer... La odia y hace como que no la
ha visto. Sin embargo. La Chona si lo ve ren-
queando, apoyándose en una muleta: lo ve caminar
con dificultad y. por su gesto, se puede pensar que
hasta le da gusto.
—La que se va a condenar, por una pata empieza.
—Aún voltea para Indicarle a su amante:
—Nolo. tómale una foto. —Nolo obtuvo la foto y la to-
ma en el momento en que la única muleta que le
queda se estrella contra la cabeza de La Chona Sa-
len los dos. Leonardo y La Chona. en la fotografía
—aunque ni siquiera en un retrato hubiera querido
estar junto a ella—. Asi aparecen también en las no-
las policiacas dado que. la susodicha Ilustración, es
adquirida por el Diario de la Costa y se publica
acompañada del texto: "Golpea la crisis a la
navidad".
Si La Chona se encuentra en el jardín de La
Soledad con trineo, chichifo y todo es porque ya es-
tamos en diciembre. Ha pasado la feria de Todos los
Santos, acaba el año y aún no le ve fin a la tarca de
pegar todas las figuras que el sismo rompió cuando
Valerio parte, esta vez para siempre.
76
^ ^ uzbcl. el m á s bello de los ángeles, el favo
rito de Oíos, cayó al abismo. I)c la misma manera ha
caído Galllo. el más bello de los hombres, en el abis
mo del olvido de Leonardo cuando irrumpe en s u
vida, en su casa; en silencio, estira el papel:
"Mijitos:
Perdónenme. Me voy con el hombre
que siempre amé. Cuando crezcan
sabrán comprender. S u madre que
nunca los olvidará.
Rosa".
No acaba de reponerse de la sorpresa cuando ya
ha Introducido seis maletas, una cuna, un triciclo y
una caja de cartón que contiene juguetes. Dos hom-
bres le ayudan, paga al chofer de la mudanza y el
camión se va. deja a Galllo Junto con dos niños: Or-
lando —pecado de nueve anos, que cometiera la fugi-
tiva con el solista de un conjunto rockero— y
Lconardilo. la misma cara del Tigre.
—No tengo a dónde más Ir. NI quién cuide a los
niños mientras trabajo.
—Pero... es que... ¡Mira mi pie!. —Todos, Calilo.
Orlando. Leonardilo y hasta el mismo Leonardo mi-
ran el pie enyesado como si solamente aquel pie pu-
diera admitirlos en casa.
—¡Y. y... tengo que pegar lodo esto! —Se refiere al
montón de tepalcates que se desparraman sobre la
mesa, residuos de copas y porcelanas.
—¡Nosotros te ayudamos! —Se sientan alrededor de
la mesa; Leonardilo estrecha su palo de plástico.
—¡Por favor! di que si... —Le miran los niños con
expresión de Tú has sido nuestra madre, la única.
la de a deveras, la que nunca nos abandonará". Si
la súplica de los niños no le convence, la mano de
Galllo sí. Se Introduce entre sus plemas por debajo
de la mesa: en alud arriban los recuerdos de lantas
noches a su lado.
—Los niños pueden ocupar esa recámara. —Apunta
la que desocupó Valerio.
—...nosotros... dormiremos en ésta —Galllo hace un
guiño que Leonardo paga con una sonrisa y. así. se
encuentra madre de dos Infantes.
"A lo mejor soy el único al que ha querido. De otro
modo, por qué le puso mi nombre a su hijo". Esto
piensa Leonardo y piensa también cómo es posible
que unas peras rieran. De qué pueden estar riendo,
78
si toda la gente sabe que las peras no deben reírse.
Pero aquellas si, puesto que lucen eslampadas en
una servilleta y en una servilleta todo puede suce-
der como, por ejemplo, que los elefantes vuelen, co-
mo vuela éste Junto a Campanlta en la servilleta ba-
jo el plato de lentejas de Lconardlto que, refiriéndose
a su padre, pregunta:
—¿Cuándo regresará mamá? —Melando el alma de
Leonardo un nuevo miedo, el del regreso de Rosa.
Qué argumentará cuando se encuentre frente al
Juez, frente a Rosa. Quién podrá creer en él; Leonar-
do de Sandoval y Rivas y no Rosa Fuentes es la ma-
dre de los pequeños, porque: "Madre es la que cría y
no la que procria".
83
LA NOCHE gUE PERDIÓ EL GUADALAJARA
87
—Yo no. mana. Ya sabes que soy muy discreta. ¿Por
qué perdona Leonardo tal esquizofrenia cómplice del
secreto a voces? Será porque piensa que un no-
venta por ciento de la humanidad no se encuentra
en sus cabales. ¿Y por qué siendo todas tan perras
no le gritan sus verdades a La Janis? por una senci-
lla razón: porque ÍM Janls es aún más perra.
penisima más perra que ninguna. No por nada ha
leído a Hegcl, a Kant. a Heldegger y porque pobre de
la que intente morderla. No sólo responderá la
Janls. sino la Hcgel. la Kant. la Heldegger y hasta la
misma Tomasa de Aquino; ladrarán, gruñirán ende-
moniadas contra la incauta que abra la boca y el po-
co Juicio contra ella: La Janis. La Soberana.
Defilosofía,mejor ni hablar: un pato, que también
es fuente, es testigo de que /-a Janis jamas perderá una
discusión, así sea sobre las categorías o las mona-
das que para monadas: ella. Bien puede Leonardo
—pobre Sartreano—. andar sobando el viejo dlscurslto
de Foucault "del dicho al hecho...", "candil de la
calle....". No saben todas, y esto quiere decir Lulú. La
Libertina. La Apasionara. La Dorada... cómo trata al
pobre de Calilo, cómo lo deja: sin comer cuando se
va sin permiso al fútbol o le cierra la puerta si llega
después de las diez y el arcángel tiene que volar,
usar sus divinas dotes para escalar el techo y colar-
se por alguna ventana del segundo piso para que
luego se escuche como se rompen los platos, las
macetas, los sueños, el silencio en medio de los gri-
tos y la ladradera de perros, que "¡Esta es una casa
decente, al que no le parezca se puede Ir a la
chingada!" Otra vez resucita don Clemente, apesta.
Galilo. callado, escucha la reprimenda, rompe un
88
vaso, un plato, despedaza un cuadro y. cuando va ya
directo sobre el televisor, se detiene. —Bueno... creo
que podemos hablar. Lo más Importante es la comu-
nicación en la pareja. —teonardovaria el tono, que se
vuelve de psicoanalista, de consejero espiritual. Ga-
111o recuerda al padre Amaldo, su respiración se
apacigua, finalizando en la cama, donde se resuelven
todos los problemas, donde siempre se llega al
acuerdo, a la coincidencia y. otra vez. inunda la paz
a la ciudad, al vecindario y duermen las casas, las
gentes y los perros.
Qué trabajo la educación de los niños. Libros y
más libros hasta formar enciclopedias: Piagct. Neill.
Montcssorl. Aún no puede explicarles por qué duer-
me con su papá Galilo y por qué tía Lulú, tia Janis,
tía Libertina... siendo hombres se llaman como
mujeres.
—1.a razón es muy simple —dice Galilo—. si Leonardo
y yo dormimos Juntos es porque él es puto y yo
mayatc. Y si sus tías Lulú, Libertina y Janis tienen
nombre de mujeres y son hombres es porque tam-
bién son putos.
—¿Entonces mamá Leonardo también es puto?
—pregunta Leonardito. La rata que le ha estado royen-
do las entrañas asoma a su boca:
—Ese más que ninguno.
Qué ansia, extraño fuego, al parecer venido de si-
glos atrás, obliga a Leonardo al abandono de su ho-
gar en el primer descuido de Galilo. Ansia que le lle-
va de una calle a otra, de un Jardín a otro, de un bar
a otro. Buscando su destino bajo los pantalones de
los Jovenzuelos. Qué otro destino puede aguardarle
si no es el que ya tiene al lado de Galilo y que mu-
89
chas otras, tantas, envidian.
Mauro se andaba vendiendo y Leonardo lo
compra, camino del mercado, olvidándose de la co-
mida de los niños y de Galllo: lo compra por seis
cervezas y la promesa de unos tenis. Ya en la oscuri-
dad del cuarto del hotel Santa Sofía, los remordi-
mientos lo asaltan como perros voraces. Una frase
se clava en su cabeza ya despeinada por las manos
y los besos de Mauro: "Engañé a Galllo". "qué busco
en la calle si en casa tengo lo que necesito".
Magdalena arrepentida regresa al hogar, aunque sin
bolso y sin dinero.
—¡Mátame! —Cae a los pies del medlocamplsta. que
aparta los ojos de la televisión: apenas lleva 16 mi-
nutos el partido América-Universidad. No tiene ga-
nas de matarlo, pero, si insiste, a lo mejor en el rece-
so del medio tiempo.
—¡Mátame, por favor mátame...! —Los niños, que
para la ocasión apartan los ojos del aparato, miran a
su padre Intentando decirle: "papá, ya que él te lo
está pidiendo".
—Pos encuérate. Ya sabes que soy "matador" de
oficio.
—Te lo digo en serio. Mátame, por favor: soy una
puta, una perdida, —lloriquea.
—Bueno... no me estás diciendo nada nuevo. —Man-
da los niños a la recámara. Asi como no hubo, ni
siquiera, quién le tirara un guijarrazo a Santa
Magdalena. Galllo mucho menos, pues está comple-
tamente seguro que es quien menos derecho tiene.
Hincado lo encuentra Lulú cuando se Introduce
hasta la sala. Intuyendo que Interrumpe algo
Importante...
90
—Perdón, —da la vuelta.
—|No! No. Espera... —grita Leonardo.
—Es que. como te veo hincada pensé que...
—No. Te equivocas. Le estoy pidiendo que... —limpia
las lágrimas— me mate.
—Cómo ves a ésta —interviene Galllo.
—Ay mana. ¿Y no te parece que e s muy temprano?
apenas van a dar las nueve. —Mira Uilú su reloj.
—¡No entiendes! ¡Nadie entiende nadal —Baja co
rriendo los escalones para esconder el llanto en la
cocina. Plasta allá lo sigue Lulú. intentando calmarlo
y. para consolarlo, regresa por Alvar, el soldado que
dejó en el baño, guerito. chapiadito; seguro le albo
rotará la hormona, olvidando s u s moralidades. Lo
encuentra inclinado, apoyando a m b a s m a n o s en la
Una y, Calilo detrás. Inclinado también; los dos con
los pantalones caídos. Lulú se a s o m a al interior de
la Una sin comprender que pueden estar buscando:
dentro de la Una no está m á s que el pato de
Lconardlto. Lulú. se baja el pantalón para sentarse
en la tasa —porque IMÍÚ. orina sentado—. Aprovecha
Galllo para escapar corriendo a s u recámara, quizá
para anotar al número 3 2 1 4 en la UbreUta de
corazones. Alvar, apenado, escapa a los ojos de Lulú.
quien, para tranquilizarlo:
—Estás buenislmo ¿verdad? —el soldado sonríe.
—...pero que no se vaya a enterar s u marida porque
témala.
Tal como lo temía Leonardo, u n día regresa Rosa:
regresa para llevarse a los niños; a Galllo no. porque
no quiere. NI verla quiere. Llora Leonardo, Orlando
le abraza gritando:
—|No dejes que nos lleve! —Y s u s ojos dorados, de
91
24 kilates, se anegan de tristeza. Leonardito a su vez:
—¡No dejes que nos lleve, mamá Leonardo! —De na-
da sirven quejas y llantos. Rosa se los lleva de cual-
quier forma, de las orejas se los lleva y, ya en la
calle, quitándose el zapato, da a cada uno de sus
dos querublncltos diez buenas razones de por qué
deben acompañarla.
Para que ya no moleste con sus gimoteos, cada vez
que deambula por el cuarto de los niños. Calilo lleva
al Uyuyuy, perro de dos años, "híbrido", según el
carnet del médico Acevedo cuando lo vacunó contra
la rabia; "Doméstico mexicano" según la clasificación
del veterinario Hernández, quien lo desparasitó;
"Corriente cruzado con de la calle", en opinión de
Lulú. Preocupado porque los Estados Unidos estén
siempre amenazando a Rusia, o que los argentinos
peleen contra los ingleses, o que los israelitas con
los palestinos, o que los nlcaragücnces con los
contra, o que Leonardo contra Calilo, el caso es que.
el perro pacifista, desde que Galllo lo llevó ha corri-
do a esconderse bajo la cama, de donde sólo asoma
para comer. De poca ayuda fue el animal, porque
compañía no es.
—¡Es que tú no tienes sentimientos! —No le vio llorar
cuando murió su madre ni llorar cuando don Cle-
mente fue encontrado acuchillado en los baños del
billar El Sapo. No se puso triste cuando se fue
Rosa ni triste cuando regresó para llevarse a los
niños. Pero esto tampoco era cierto, porque una no-
che lloró Galllo, y vaya que sí lloró, lloró tanto la no-
che que el Guadalajara perdió dos a uno contra el
América: parecía que alguien había muerto y hubie-
ra luto en casa. De puro miedo, Leonardo ni le
92
habló; se durmieron temprano y ni siquiera el perro
salió de bajo la cania para cenar.
94
quena cabeza de un tigre, adornando playeras,
camisas, pantalones. Dejar de fumar, de beber.
acostarse temprano para mantenerse en forma. Más
vale iniciar ahora. Asistir a un gimnasio, correr, no
necesita mucho para quemar esas Uantltas
impertinentes, la panza que apenas se nota. En el
partido amistoso entre el Real Madrid y el
Barcelona se abrazarían sobre el campo español.
los dos mexicanos, llorando, oyendo el himno
nacional. Permitirá que meta el primer gol. por pura
cortesía, nomás porque es su ídolo; pero después la
multitud no gritaría |Ga-li-lo! |Ga-li-lol ni |Hugoool!
sino |Mé-xi-col |Mé-xl-co! El partido se habrá reduci-
do al control exclusivo de Hugo y Calilo que
sucesiva, alternadamente, meterán uno y otro gol
para, al final, quedar empatados a tres, no. mejor a
cuatro goles, y felicitarse, despedirse sonrientes.
Entonces, en voz baja para que Butragueño no escu-
che, Te Invito a cenar" y un nombre que llenaría solo
toda vina página de la libretlta de corazones se anotaría
con letras de oro.
—¿Ya no me quieres? —le mira Galilo con ojos tristes
—dice la canción— como de santo. Calla para no
mentir. Desmenuza los sentimientos, sopesa los
afectos, compara la convivencia con la idea que del
amor tiene.
—Slil. Aunque ya no como al principio. —Su actitud
frente a la existencia vulgar, la que se resiste a valo-
rar como una existencia genulna. remedo de lo que
alguna vez pensó era la vida, de lo que debe ser la
vida: pero para que llamarse a engaño, siempre con-
vencido de que nada puede esperar de este mundo
de apariencias como no sea la nada, la nada en la
95
que Irá diluyéndose a medida que la existencia
avance a su fin último: la nada. Perdida en la lejana
posibilidad de esa región ambigua, el futuro, hallará
la respuesta, si es que existe, a lo que es el amor.
96
sube, baja, vuelve a subir en el sosiego estival. Duda
por un instante. Intenta dar vuelta, huir ¿pero?
¿Deveras hubiera podido huir de la visión
maravillosa? Cauteloso se acerca, con el derecho
que le confiere ser el número 206 de la llbretlta de
corazones —"Yo lo conocí primero"— se convence a si
mismo. Un gesto decidido, alevoso, el que toca la
rodilla. Da un largo suspiro, aunque no despierta.
La mano sube al muslo, la boca se prolonga en be-
so sobre la pelambre que cubre la piel morena y
sube, sube hasta la cadera, se apresura sobre un
deseo duro, en tramos casi prieto, que asoma sonro-
sado como un ratón de hocico pequeñito bajo el
calzón, cuando se abre la puerta, la de abajo, la de
la calle:
—¡¿Papá Osooo?! ¡¿Cuchi cuchi»?! ¡Ya llegué! —Arro-
ja sobre la mesa de la cocina la bolsa, la canasta
con la carne, las zanahorias. las papas y demás fru-
galidades por las que regateó hasta el enojo: que dé-
jemelos más baratos, que estos Jitomates se parecen
a mis chichis, ¡válgame! por que tan caras las zana-
horias si luego se ve que carecen de ambición, que
estas papas arrugadas están como mis... Y sube la
escalera. Rápida, como rayo, se cuela bajo la cama.
cubierta por la oscuridad de una colcha de artlsela
que barre el mosaico, topa dos ojos grandes.
amarillos, que lo miran, intruso. Invadir un terreno
privado que el Uyuyuy no está en disposición de
compartir con nadie. Al mismo tiempo que menea el
rabo en una ambigüedad de gestos que la Shirley no
sabe interpretar, dos largas filas de dientes brillan
en lo oscuro. No sabe interpretar porque.
erróneamente, estira la mano para acariciar al perro
97
que, haciendo el desentendido, la muerde. Ni pío, ni
ay, ni nada dice la Shirky: velozmente la recoge ha-
cia la plema. Los pasos continúan subiendo la
escalera.
—¿Papá Osooo? —Abre la puerta de la habitación.
Mejor cierra los ojos. Para entonces. Calilo, ha ocul-
tado la erección dándose vuelta. Lo encuentra de es-
paldas al domingo. El Uyuyuy trata de incorporarse
ladrando esquivamente, en vano Intenta silenciarlo
poniendo un dedo en la boca, el perro como si ni la
viera.
—¿MI amor, qué tiene el perro?
—¡Qué va a tener, hombre! Ya sabes que cada que
te ve ladra. Como aquello es cierto, da la vuelta
gritando:
—I-cvantate. voy a preparar el almuerzo. —Perrito...
perrito... perrito... amurmura. El Uyuyuy continúa
gruñendo. Cuando escucha una puerta cerrarse
Galllo. dice:
—Salte. —Se acaba de meter al baño. Sale. Corre y
corre, baja la escalera, para continuar corriendo por
la calle 27 de Septiembre, hasta alcanzar el centro
de la ciudad: aún voltea a ver si el Uyuyuy no la si-
gue antes de encerrarse en su casa.
102
desechable, que agradece, para limpiar la nariz, ter-
mina llorando: platica que la Ingrata Rosa le arreba-
tó a sus angelitos, a él que los alimentó y cuidó co-
mo si los hubiera parido. La secretarla desaparece
con la solicitud tras la puerta de nogal.
—9ue pase, por favor.
Más bonita que ninguna, la barre de la cabeza a
los pies: el Lie. de la Rosa ofrece asiento. "Más que
de la Rosa, del Girasol" —piensa, malévolamente.
Leonardo. Del casi rechazo trasciende a la
decepción: esperaba un macho del tipo Prince Mat-
chiabelll con el que viviría tórrido romance y, en su
lugar, encontró miren a quien.
—^co que usted ha trabajado en la universidad.
—Asi es. (Querida). —Se miran retándose. (Esta
torcida cómo se atreve a pedir trabajo así: hasta se
puso rubor en las mejillas).
—(Muérdeme perra. Nada más porque estás del
otro lado del letrerito que dice "Director" dejo que
me muerdas. Tu trabajo te ha de haber costado y
"acostado", hija de tu madre).
—Por qué ha dejado de trabajar tanto tiempo...
—Es que... me casé.
—Hummm... —Observa todos los espacios vacíos, los
pasa de largo. Con aire prepotente lee la solicitud.
lenta, detalladamente. Tamborilea los dedos sobre la
cubierta del escritorio, dedos que llaman su aten-
ción pintados de un discreto "pink Velvet". el mismo
que usa bulú, que al sentirlos observados oculta con
movimiento fugaz, bajo el escritorio. Los ha visto y
también ve la cara, roja como pitaya. del Lie. de la
Rosa; con una mirada de ¡aja! cruza una pierna so-
bre la otra, recarga los codos sobre el escritorio para
103
observar mejor las cejas levemente depiladas, las
sienes pintadas y hasta el perfume "Farouche" de
Nina Rlccl. A punto de gritar |Comadrel se contiene;
tanto así necesita del trabajo.
—Lie. Sandoval, el sueldo no es muy elevado...
—Disculpándose aparta el papel para, entrelazando
las manos, enfrentar su mirada.
—|Ahl No se preocupe Uc. de la Rosa, estoy Intere-
sado en el puesto... creo que promete.
—Si. Eso si. el puesto tiene una gran proyección.
Todo depende de la manera en que usted se
desempeñe.
Se desempeña muy bien: el Lie. de la Rosa com-
placido por las mascarillas, los masajes que le pro-
porciona —al cabo, los estudios de mercado y los re-
sultados de las encuestas los tabula Pérez Iniestra,
dispuesto siempre a trabajar horas extras—, así como
por su ayuda para darle manicure y teñirle el pelo lo
asciende, apenas pasado el primer mes de labores, a
la subgerencla de zona.
—¡¡¡QUE QUE QUEEEÜ1 ¿El licenciado Sandoval a
la subgerencla de zona? Lleva cuatro años persi-
guiendo el puesto con el que soñara dormido y des-
pierto. ¿No está el Lie. de la Rosa satisfecho con su
trabajo? La diarrea le dura tres días. Desde ese Ins-
tante compra un enemigo, un problema, que porta el
nombre de Jesús Pérez Iniestra.
Primer salarlo del nuevo empleo, sobre amarillo,
engrapados los billetes, los de diez, de cinco mil
pesos, retribuidas las desmañanadas, las carreras
para llegar a tiempo a pintar las uñas del Lie. de la
Rosa que. al fin. confiesa su nombre de batalla: Jua-
na de Arco. Asi la bautizaron por el fleco del bisoñe
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que cae hasta la mitad de su frente por los flancos,
no |x>stizos. sino de él. que cubren lacios s u s orejas.
Machorra como J u a n a no arderá en la hoguera que
procure un obispo trasnochado o las lenguas
viperinas, flamígeras, de quienes lo odian. No se cha
muscará en la lumbrada de la opinión pública, ata
ca siempre antes que cualquier hijo de vecina trate
de Inmiscuirse en su privacidad. Juana, guerrera,
conquistadora, abriendo nuevos mercados, territo
rios para la firma de cosméticos vendidos en abonos
que las amas de casa sustraen al gasto familiar, pa
ra maquillar, disfrazar la tristeza de un Ingreso
raquítico, procaz "al mal tiempo buena cara" y pin
tar! una raya aquí, otra allá, labios, nariz, rayltos
para deslumhrar, espantar la miseria con los cosmé
ticos que llaman —¡Din Don!— hasta su puerta.
- Oiga Marthita. A mi se me hace que el Uc. San-
doval es... —Pérez Iniestra deja caer la mano, no como
la traen los de mano caída, sino como los señores
casados piensan que se les cae a los raritos.
—No sé. Por qué no le pregunta... —No. No tan fácil
la secretaria devendrá en su cómplice: Ignorándolo.
continúa con el escrito suspendido.
—Le han dicho que tiene usted u n o s ojos muy
bonitos.
¡Vaya! tres años en el lugar y. por fin. Pérez Inies
tra descubre a la mujer, a la que siempre está ur
giendo con facturas, pedidos, a la misma que tres
m e s e s atrás gritó: "¡Es usted una inútil!" porque
había extraviado los machotes de unas cartas.
Cuenta el dinero. Todo, todo será para celebrar.
lodo se irá en fiesta para olvidar el embruteccdor. el
vil trabajo que reduce su vida en aras de un progre-
105
so que se le vendrá encima como a Síslfo la piedra.
de un trabajo que, igual que a Prometeo. Zeus con-
vertido en buitre vendrá a comerle el hígado durante
el dia, hígado que crecerá nuevamente por la noche
para que. al dia siguiente. Zeus Pérez Inlestra o el
mismo Lie. de la Rosa lo devore a trozos con un
"¡cómo es posible que aún no se hayan enviado estos
pedidos!" Por qué mejor no se largan al campo o van
a sus hogares, y hacen mejores cosas que estarse
agriando la vida en las oficinas donde palidecen,
languidecen, quejándose cuando no de una enferme-
dad de otra. Sólo brillan los ojos en quincena cuan-
do les entregan el fuego que no deja ni cenizas, que
como el fuego es ilusión porque quema y hay que
desaparecer lo antes posible. Ahora que trabaja co-
mo bestia le embarga la nostalgia de la casa. Los
lunes, los odiosos lunes, insoportables; pero si tra-
bajan todos, por que no habría de hacerlo él.
Trabajar es aprender a decir "si señor", disimulando
el odio, el rencor frente a la más absurda estupidez
humana. Es el arte de hacerse el tonto, haciendo
parecer que es difícil, que te cansa. Casi siempre
consiste en quejarse de un sueldo bajo, que no ajus-
ta para nada y convencer a los demás hasta que
digan: "pobre licenciado Sandoval cómo lo explotan".
Morder lápices disfrutando el maravilloso sabor de
las gomas de borrar, hacerles creer que están
pensando, meditando, preocupado en diez esluches
Tortugulta para despertar urticarias, eczemas en
la piel de los bebes y de las que sus padres dirán:
"Es una alergia' para no tirar el lindo estuche que
tanto gustó a la señora. De jorobarse sobre el escri-
torio para llenar pedidos: para borrar sospechas, le
106
nacerá el dolor en la espalda y el aire sumiso.
derrotado.
Cuándo regresará la Edad de Oro. en la que todo
pertenecía a todos o, más atrás, cuando en el paraí
so llovían manjares de todos los árboles.
Todo por una maldita manzana "De este árbol no
comerás", decirle eso a una mujer ¡a una mujerl que
era como decirle: "sírvete chula". líe allí los dolores.
los sudores, los espinazos torcidos, las manos enca
llecidas ¡claro! como ellas permanecen en casa pin
tándose las uñas, mordisqueando manzanas y plati
cando con s u s amigas las víboras.
Dice Marx que en el socialismo no habrá miseria y
verVmos renacer Igualdad y Justicia |OJalá! aunque
nunca volviera a probar manzanas ni en pays. |Qué
aburrimiento! SI pudiera Igual que en la secundaria
gritar ¡Huelga! ¡Huelga! y salirse, largar todo, para
ver pasar las m o s c a s en el Jardín. No. Aquí nadie le
hará segunda.
—¿Oiga Marthita y todos los días tienen Junta de
estudios de mercado el Lie. Sandoval y el Uc. de la
Rosa?
—Si. señor Inlcstra.
—Pero... pasan horas y horas encerrados, tanto se
tardan, antes las Juntas duraban cuando mucho
cuarenta minutos.
—Es que ahora los m e m o r á n d u m s tienen m á s
puntos.
—Cómo que clase de puntos. Marthita. —Con la re
nuencia de la mierda que cuando se baja la palanca
del inodoro vuelve a aparecer, cuando todo indicaba
que se había ido. sonríe la secretarla, sardónica, de
cidida a Jugar el Juego, atenazar la curiosidad del
107
Intruso.
—Qué se imagina que hacen, señor Pérez Iniestra.
—Nada. Nada... sólo por preguntar. —Se aleja sin
vergüenza, sin rendirse para urdir con qué enredo
penetrará al reducto, cacharlos por sorpresa. Algo
sucio. Innombrable, acontece tras la puerta
inaccesible. Regalos para el cumpleaños del Lie. de la
Rosa, promotor de las comidas y las fiestas en su
honor. Hasta el día del padre (todos saben que el Lie.
de la Rosa no llene hijos) Pérez Iniestra se aparece
con un ramo de flores, algún regallto, no por peque-
ño barato, para el padre que se muestra renuente a
ser adoptado. El mismo que ahora lo sustituye por
el engendro, al que de Inmediato convirtiera en su
favorito, en el hombre de sus confianzas.
Malditos abortos del infierno, tiene que agarrarlos
infraganti; los amantes, seguro se revuelcan sobre
las listas de pedidos a puerta cerrada. Tantas Insi-
nuaciones que hiciera al Uc. de la Rosa, que cuándo
vamos a cenar licenciado, que tengo una botella pa-
ra que nos la lomemos Juntos. Juana impávida,
seria, circunspecta:
—Cómo no. señor Pérez Iniestra, yo le aviso.
La secretaria, la cancerbera, no le dejará
acercarse, mucho menos atlsbar por el ojo de la
proscrita cerradura. Confabulan, maquinan, traman
la manera de echarle para quedarse con la empresa
y. desde allí, dominar al mundo, la plaga de
torcidas.
Antes de entrar a la casa, al voltear, descubre la
figura escondida tras la esquina: a pesar de la ga-
bardina no oculta su identidad: Pérez Iniestra.
No enciende las luces, desde la ventana de uno de
108
los cuartos del segundo piso le observa ocultarse
tras un árbol, espiando la casa sumida en sombras,
¿cuándo quiere salir el llyuyuy. —desgraciado perro.
para ladrarle? Atrás de las cortinas. Leonardo Inicia
iGuau! |Guaul |Guaul la serle de ladridos. El cólico
retuerce en risas a Galllo. Que no se les vaya a ocu-
rrir aparecer a La Janis. Lulú o La Shíríey. Caen las
campanadas en la noche y la figura sigue apostada
tras el árbol.
Los ojos que son en Leonardo sombras, en Pérez
Inlestra figuran negros abismos:
—¿Desvelado? ¿Descubrió lo que buscaba? —A la
sonrisa que. inocente, lo saluda. Se aleja rumbo a la
ofiCína del Lie. de la Rosa.
Entrará. Asi tenga que derribar la puerta para co-
Jerlos desnudos ¿subgerente de zona? |Así qué fáclll
Pero aún quedan hombres dignos en el mundo.
Amontona la serie de expedientes con ambas
manos, casi cubren la cara.
—Marthlia, tengo que entrar para que el Lie. de la
Rosa revise esta documentación.
—¡Imposible. Uene junta, ya sabe que no le gusta
que lo moleste! —Desde el Interior. Leonardo, que
aplica el tinte a los flancos de Juana de Arco, escu-
cha el altercado.
—|Voy a entrar de todos modos, así que hágase a
un ladol —Apenas alcanza a cubrir con la toalla la
calva del Lie. de la Rosa dejando su cabeza converti-
da en envoltorio donde desde la rendija asoman los
ojos. La puerta se abre de un empellón. Pérez Inles-
tra coloca los expedientes observando sobre el escri-
torio el bisoñe, el frasco del Unte, el estuche del
manicure, a Leonardo con los guantes puestos: aun-
109
«|i ic- ili'i'('|K'lonii(ln. no suspende la recriminación:
|A.HI c|i i<! llenen convertida la dirección en un sa-
lón 1 Ir Iwllcza...! —Ahora viene su oportunidad de gri-
inr a las enfermas, torcidas, cuatro verdades.
—Se metió a fuerzas, licenciado. —Se disculpa gimo-
teando la secretarla. Iniestra golpea con la palma de
la mano la cubierta del escritorio.
—¡Ahora me van a oirl
|Ohl los Ineptos dentistas modernos que ya no tra-
bajan como antes, que dejaron tan floja,
desajustada. la placa superior de Pérez Iniestra que.
por el esfuerzo, por el coraje, cae cuando abre la bo-
ca sobre el escritorio. La vergüenza roja, verde,
amarilla, blanca, la que transforma su rostro en
arocolris. Debajo de la toalla una sonrisa, pura
sonrisa, como la del gato de Alicia en el país de las
maravillas, más grande aún. hace centellear los ojos
del Uc. de la Rosa, de Marthlta. de Leonardo, que ob-
servan a Pérez Iniestra recoger su placa y marcharse
para no volver a aparecer por la compañía.
110
LOS BOTONES DEL DESTINO
113
que de niño durmió en lechos que olían a orines, y
donde las chinches devoraban el sueño, que comió
carne sólo los domingos, que conservó la misma die
ta de arroz y frijoles durante la aciaga adolescencia.
En el fondo. El Tigre desprecia al manojo do nervios.
a Leonardo, que en s u Infancia tuvieron que golpear
—dice— para que comiera, para que bebiera su leche
entre llantos y protestas, leche que vertía sobre las
macetas más cercanas, cuando la servidumbre se
descuidaba. No desaprovechó la ocasión para recor
darle su humilde origen, el oficio de su madre, la li
bertina vida de s u padre. De "dios" d e s c i e n d e a
"mecánico mugroso" y a "futbolista fracasado". Para
olvidar el cargado ambiente de la casa coge s u
maletín, los zapatos de fútbol y se va a cascarear a
la unidad deportiva.
—Voy ;i una fiesta a casa de los Gómez.
—Entonces voy a arreglarme.
—¿Y a ti quien te invitó?
—¿No quieres que vaya? Pero si los Gómez me co
nocen bien.
—Todo ha cambiado y no me voy a aparecer ahora
con un chlchiio de la calle España. —Lo mira, perro
viejo, caído en desgracia. Apoyándose en el descanso
de la escalera sube a encerrarse en la recámara para
ponerse la mascarilla, escoger vestuario. Baja alegre
gorrión los escalones cuando se ve volando por los
aires. De no ser por los tubos que le hacen rebotar
cuando va a dar de cabeza sobre el piso, se la hubie
ra partido: a s u lado caen dos cubitos de hielo. Ni
Calilo ni el Uyuyuy asoman a ver quien produce el
escándalo: antes de perder el conocimiento escucha
la voz del Pájaro Loco, que viene de la televisión.
114
Despierta en una casa oscura, el dolor está por to-
dos lados, más aún por la cadera. A quejidos sube
tambaleante y se deja caer sobre la cama a un lado
de Galilo.
— ¿Qué pasó, no fuiste a la lícsla? —El silencio le
respondió. Con los ojos pelones en la oscuridad es-
cudriña el futuro, la situación: "No. No puede ser
posible".
El tiempo se vuelve silencio, lo Ignora, pasa sin
mirarle. Si lo encuentra en la sala se retira al
comedor: si en el comedor, huye a la recámara en la
que ya no duerme, acomodando su indiferencia en el
sofá de la biblioteca. Comen cada cual por su cuenta
y riesgo: Galilo se ausenta durante todo el día. para
regresar por las noches a una casa oscura, solitaria.
Sombra entre las sombras, sombra que se vuelve
silencio, se acuesta en su lecho.
—\x> mejor será que te vayas; creo que lo que había
entre nosotros ya se terminó.
—¿Crees que ya terminó? ¿Que me vaya de la
casa? Siempre decidiendo por los demás. Aquí sólo
Importa lo que tú pienses. Qué fácil ¿no? Te quedas
con los mejores artos de mi vida y luego me echas al
bote de basura.
—Tómalo como quieras.
—Lo pensaré. —Cuánto cambia el dinero a la gente.
el dinero que se vuelve poder. En la premonición del
final que se acerca, que se loma Inminente como lle-
ga la muerte para cerrar los ojos de los muertos y
negarles toda posibilidad de luz.
"Y yo te habré de quereeer
y tú me habrás de adoraaar
luego me has de aborrececer
115
y te tendré que olvidaaar"
El disco lo pone Galilo desde el amanecer hasta
por la noche, cuando se acuesta para no dormir, pa
ra mirar la vida oscura con los ojos del Insomnio.
No. no será tan fácil.
Apenas si nota el olor ácido de la leche: sin
embargo, no parece descompuesta, u n tufo exü-año,
casi ni s e percibe, la prueba con el índice, no sabe
mal: desconfiado la sirve al Uyuyuy. sí se encuentra
descompuesta seguro no la,beberá: pero la bebe, la
bebe toda y pide más con la mirada, con el rabo. El
pobre, el inocente anlmalito. tan pacifista, tan ajeno
a pleitos e Inconformidades, va a convertirse en la
víctima inocente, pagará por toda la inhumana in
comprensión y las discordias. Pasados apenas los
primeros minutos lanza un vómito amarillo, después
rojo y. al final, espuma inagotable, al tiempo que los
miembros se le ponen rígidos, temblaba y temblaba
Leonardo de indignación, de cólera, de rabia, de u n
sinnúmero de sentimientos que le embargan porque
no ve al perro retorciéndose, a sí mismo se ve tirado
en el piso con los tubos desparramados, la mascari
lla de barro resquebrajada: asomar s u s ojos ya sin
brillo, por las dos aberturas que sobresalen de la
mancha café. NI tiempo de llamar a un médico
veterinario, ni ganas, el deseo de dormir, de olvidar
todo, lo va venciendo. No queda más que la noche
con s u s grillos, s u s perros aullando y la luz plateada
que entra por la ventana abierta.
Ya están s u s maletas esperando Junto a la puerta,
cuando llama al taxi. Aquello e s peor que caer en las
reservas de u n equipo de barrio, aquello es una tar
jeta roja. A u n q u e Dios, el gran arbitro, con s u s
116
pantaloncillos, su camiseta que bajo la cruz reza
Jilistebus meus. ha silbado que se detenga, conti
núa con sus Joulís. No habrá tiros libres ni penaitys:
"Suspensión": derrotado por primera vez en su vida,
herido, ya no será más campeón invicto. De nada
servirá tratar de intimidarlo, el Juego está
suspendido, terminado, no habrá asociación ni Juez
que falle a su favor, aun queda la suerte, el azar que
se da en todo Juego:
—Si me perdonas, te Juro que cambiare, Jamás has
de volver a tener una queja. Seré como tú quieras.
Leonardo deposita la mirada sobre el Uyuyuy cu
yas patas tiesas apuntan al ciclo, las dos hileras de
dientes parecen una sonrisa fija en él. Galilo s e in
terpone para ahorrarle el espectáculo del perro.
—Dame otra oportunidad, n u n c a le he rogado a
nadie.
Se ha ido: aunque le tuviera enfrente. Calla du
rante los minutos que se alargan. S u s ojos hablan
de ausencia. Sonríe tratando inútilmente de atarle a
la coherencia del convencimiento. Mata a gritos el
silencio, J u a n Gabriel:
"Yo creí que eras buena, yo creí que eras
sinceraaaa
tú fingiste ser buena
resultaste tralcloneraaaa
Y este orgullo que tengo no lo vas a
miraaaar..."
—Dame las llaves - l a voz fría, ajena, no es la suya.
Busca en los bolsillos jen fin! S u carrera no está
terminada, quedan por allí muchos Leonardos con
los cuales continuar el juego: otro partido, lleno de
hipocresías, de engaños, ojalá esta vez encuentre a
117
un contrincante fogueado, alguien de su categoría.
para poder continuar su carrera de profesional de la
aventura. Descuelga el banderín, la foto del Guada-
lajara que olvidó meter al equipaje. Como el partido
concluye estira la mano, Leonardo asustado retroce-
de esquivando el golpe Imaginarlo. Calilo sonríe co-
mo sabe, como un tigre de mirada verde. Aferrando
la mano recia de músculos endurecidos por tantos
balones interceptados por todos los ángulos.
callente, mano que tierna acarició su piel desnuda.
Quiere decirle "No te vayas'T Le entrega las llaves.
para dar fin al ritual. Galilo devuelve la cadena con
sus Iniciales. Le observa Incrédulo, la vida continúa
siendo un Juego, una experiencia lúdica. tan seguro
está que lo pueda detener. Rccojc las maletas, se
aleja. De las ruinas de si mismo, un apagado grito
permanece suspendido en el intervalo. No dijo nada.
calla y. Galilo. de un portazo cerró el mundo. El
amor, la vida, se vuelven pasado que se desmorona
de golpe. Envuelto en su bata de seda china se de-
rrumba en amasijo de tristeza y llanto. Todo ha
concluido, sólo queda la voz de Juan Gabriel:
"¡Yo soy bueno por las buenaaaas
y por las malas soy muy malooooo!"
I-a casa cierra puertas y ventanas, su silencio de
templo vestal se ve roto por la Roció, la Juanga, la
Lucha Villa y la "Alondra de Iluentltón". que cantan.
gritan la irrefutable mentira del amor, la falsedad de
los besos, las promesas y la profecía de que un nue-
vo amor aparecerá para borrar al otro, al perdido, al
cabo: "¡Tan al pelo lo jayé que ni me acuerdo de tii!".
Grita, ríe. a ratos solloza caído otra vez, sobre las
amorosas bocas de las botellas que entorpecen.
118
embriagan; pero no borran los recuerdos. Kl
Uyuyuy. fuera de su escondrijo, se solidariza.
muerto, con el dolor, el abandono de su amo. Lleva
dos días sin comer cuando de una patada rompe la
puerta El Bárbaro.
—¡¿Cómo voy a creer que iwr culpa de ese mayatc
estés asi?! |Claro que va a regresar. No tiene dónde
más meterse! —Avíenla el perro a media calle. Lo
obliga a bañarse y a comer y se duerme junto a el. A
ratos lo escucha llorar entre el sueño. Que sola que-
dó la casa, la ciudad, el mundo...
119
ESPAÑA, LA CALLE...
122
desnudo, sin vergüenzas, de ojos alertas a la mini
nía alusión al deseo.
Aunque destruyeron templos y poblados, para cía
var encima s u s cruces esotéricas, nunca lograrían
eliminar la religión pagana, plagada de hombrecillos
de barro, de penes gigantescos que rebasan s u s
sonrientes, satisfechas cabezas. Símbolos de la
fertilidad, del puro sexo derramado que transforma
la naturaleza y da origen a la vida, siglos después.
hasta nuestros días, continúan apareciendo:
avasallantes, al construir los cimientos de un edifi
ció o al abrir un drenaje: ocultando sonrisas en los
jacales de los ranchos, en los oscuros rincones de la
decencia, en los roperos de las casas de la ciudad
más antigua de la costa occidental. Más vieja aun
que Mina. Guadalajara. San Francisco, destruida
tantas veces por pecadora, renace renuente, necia.
para inventar nuevos pecados, nuevas perversiones.
con más Imaginación, con más codicia de cuerpos
jóvenes, morenos, creciendo en un reto al adagio di
que "Nada humano es perfecto". A veces un sismo.
en ocasiones una peste, una erupción de Coliman
fc'l Viejo la diezman, la podan para crecer con nur
vas calles, brazos lloridos amarillos de "lYimavoras".
de "Lluvias de Oro", incendiarse de T a b a c h i n e s .
Uugambilias. volverse una esperanza de Plátanos.
Palmeras. Parolas. Laureles.
Consagrada a San Felipe de J e s ú s , amante de lo
ros y mojlgangos. de charros y adelitas. de chiquillos
embicicletados que guian a los mojigangos. a las
chirimías por las nocturnas calles hasta la misma
plaza de toros, para que no vayan a perderse: que
cuando no hay toros tiembla, porque se enoja el
123
santo que fue a morir crucificado a Japón para ver
si asi aprendía a no largarse tan lejos de su casa.
Los charros y los choferes escogen reina que
cuando no es IMIÚ es la Ubertina. IJOL Dorada: La Ja-
nis no porque es dicreta y no va a andar montada en
un carro alegórico con un charro de chambelán se-
guido por una corte de choferes y boleteros vestidos
de vieja de esos que se avientan borrachos al ruedo
para torear con las naguas, para jotear hasta que
los cuerna un toro y se los lleva la Cruz Roja para
que no anden comportándose como mujeres y se
acuerden que son choferes casados, con hijos, y no
Jotos de esos $uc andan contoncándose por las ca-
lles y Jardines aunque no nada más a los choferes se
les olvida, a los charros también que son hombres y
luego los encuentran en los baños, en los que tienen
un letrero afuera que dice "Hombres", besándose en-
tre ellos, cuando no a gatas y nomás se oye cómo ta-
llan la pistola contra el suelo.
"SI los jotos volaran el cielo se oscurecería"; "Si los
jotos volaran en Colima ya nunca saldría el sol"; y
por eso no vuelan, ni solos ni en parvada vuelan: se
sientan en los Jardines y allí esperan a los Insectos
que giran y giran en motos, en carros, en bicicletas
alrededor de los Jardines.
Santa, puta y parrandera, asi es Colima, ya sea en
tiempo de aguas o de secas, de fríos o de calores.
tiempo de loros o de feria, que feria es siempre: aun-
que no halla caballitos, ni fortuna en forma de
rueda, ni el amor en forma de avión. Feria es siem-
pre porque Ixx Janis dice, y si dice La Janis. la
soberana, no hay quien la contradiga.
Diosa de la sensualidad, ruega por nosotros.
124
El tiempo viento, tiempo ciclón, se ha llevado todo,
los niños se hicieron Jóvenes, los Jóvenes viejos, los
viejos murieron y los acomodaron en sus tumbas,
uno al lado del otro, según iban muriendo: don Cle-
mente Junto a La Esperanza. La Esperanza a un lado
de doña Clara, doña Clara junto al Sapo. El Sapo
Junto al Tambache de Húngara. El Tambache de
Húngara Junto al Chino Hoyos bajo los mirlos, las
parotas y las palmas.
La ciudad creció y volvió a crecer y el deseo Junto
con ella. Los rios se volvieron calles y las flores y los
poetas y los países prestaban sus nombres, los rega-
laban para que la gente no fuera a perderse en una
ciudad de calles sin nombres. Villa y Zapata. Genaro
Vásquez y Lucio Cabanas se volvieron colonias.
Desde "La Cumbre" vuela el diablo, los vientos hu-
racanados chillan en remolino alrededor de la
virgen, de la figura esculpida en mármol de la Virgen
del Rosarlo, que se trepara hasta la cima del cerro
para que ya no la enchapopotaran los masones co-
mo hicieron cuando se instaló la primera vez al lado
de una curva de "El Salado", culebra plateada por
las tardes, de donde los pescadores obtienen chopas
y doradillas. Allá, abajo, entre las sauces, se zambu-
llen encuerados los chiquillos. Desde su ermita, mi-
ra al río con las manos Juntas, su rosario, y mira a
los muchachos manosear a las putas ya borrachas.
arrojarlas vestidas en el rio para salir carcajeándose.
con las ropas untadas al cuerpo, mira también los
cerros, los volcanes, al horizonte hacerse curvo, a la
oscuridad, al infinito tragarse al sol. Entonces, el
diablo, transformado en gran murciélago, se dirige al
poblado a seducir pecadores: sonríe, alcahueta, por-
125
que si no hubcra diablo no habría virgen.
Dios de la perversidad, ruega por nosotros.
Desde allá, desde "La Cumbre", cintila. Junto al
parque Metropolitano, un rosarlo mercurial, la calle
Esparta: donde fue el billar del Sapo hoy se
encuentra el supermercado: "El Gato Negro" ahora
es "Cenaduría": "La Sirena", tienda.
La luna vibra sobre los tejados, mar de vientos que
en oleadas azota los follajes esparciendo aromas de
frutales. La ausencia de Galllo, acrecentada por las
noches en las que descansa su Impaciencia sobre la
televisión enmudecida, ¿de qué ha servido decidirse
y sembrar la distancia en lo que alguna vez llamó
amor? CadaMetalle. cada cosa, la ciudad, la casa
convertida en inmensa llaga, cicatriz que no cierra,
que nunca cerrará. Espera horas frente al teléfono
que parece muerto ¿de dónde llegará la ayuda?
¿Qué luz le Iluminará para obligarle a regresar a
ocupar su sitio frente al televisor, para que en la ca-
sa vuelvan a derramarse los gritos de Carlos Albert y
de Ángel Fernández, los zumbidos de panales
gigantescos? Nada en la casa es como antes. Al fin
la encuentra como siempre ha deseado: pulcra,
ordenada, sin tenis, ni pants regados por todas
partes, sin colillas de cigarros quemando tapetes.
sin revistas pornográficas ni literatura barata sobre
las mesas ¿no era esto lo que siempre había
querido?
Cambió los muebles de lugar, renovando el deco-
rado engañará la ansiedad, disfrazará el tedio. La
esperanza, convertida en reloj de arena donde, en
realidad, lo que caen son recuerdos. En el salón de
belleza le arreglan el pelo, un corte de los que están
126
de moda, ropa nueva, vida nueva y a buscar otro
marido "marida" —dice LaJanis. \x> encuentra sentado
en una banca del Jardín de "La Soledad", con la
cabeza echada hacia atrás dejando que el sol de
agosto le acaricie el rostro, rostro de facciones
duras, sol que convertido en perro lame su frente.
su pelo y él se deja hacer con gesto displicente. La
tarde pura modorra, a la sombra de los árboles Jue-
gan los niños a la guerra. Una banda de música
compuesta por cuatro campesinos desarrapados,
mientras uno más extiende un sombrero luido hacia
la caridad indiferente, desentonan frente al super-
mercado "El Nuevo Kclrio". "Dios Nunca Muere". Al
sol se une la música. Ernesto, despojado de la
camiseta, estira las piernas enfundadas en el apre-
tado pantalón vaquero que muestra por las roturas
tramos de una piel bronceada. En el hombro iz-
quierdo un tatuaje extraño, garigoleo. laberinto de
líneas, inscripciones, mapa de algún tesoro oculto
que aumenta la dimensión de sus bíceps. Se arrella-
na a un lado sobre la banca, obliga a Ernesto a abrir
un ojo. uno solo, el derecho, con aquel único ojo ob-
serva la playera rosa, el pantalón blanco impecable.
un montículo en el bolsillo derecho, e intuye se en-
cuentra hinchado de dinero y tarjetas de crédito.
Leonardo, para darse su lugar, apenas si voltea a
mirarle pero ya Ernesto le sonríe con sus veintidós
años, con su dentadura más blanca que el alba de la
virgen y los ojos ¡Dios, qué ojos!; qué Iba a hacer si no
a sonrcirle también, corresponder a la amabilidad.
"Una sonrisa nunca se desaira", aunque la de La
Chula Linda parece más un mordisco que obliga a
retroceder un tanto al Joven. Los músicos |Maldltos
127
músicos! se han acercado y tocan frente a ellos. Im
posible hablar, preguntar la hora, solicitar u n
fósforo, u n cigarrillo o todo de u n a vez para no an
darse con rodeos. La banda interpreta "Me viene
guango el pantalón", hasta los niños que antes juga
ban belicosamente terminan abrazados, bailando.
Dejan de tocar y Leonardo extrae la cartera repleta
de billetes, para arrojar uno dentro del sombrero
expectante. Ernesto se enamora a primera vista, así
ya nomás dice:
—¿Nos vamos? —Se incorpora, viste la camiseta y
en gesto solicito, familiar, cuenta que es casado y con
tres hijos "Pero no capado". ¡Ya no más! Ya no más
mamá Leonardo. Ernesto será sólo una aventura.
entremés, bocadillo, como de ahora en adelante se
rán ^todos en su vida, hombres de entrada por
salida.
—Pancho quiere money. —Señala a su miembro
desnudo, agotado Igual que u n bebé dormido. Le en
trega dos billetes antes de despedirlo.
Ningún Ernesto. Pedro, J u a n o José le harán olvi
dar la escultura morena que se trepa sobre las pla
teadas copas para patear baloncltos Igualmente
plateados: "Calilo S a n t a l u c í a . c a m p e ó n goleador
1978. 79. 80..." Pero ya no. ya no volverá ningún
hombre a hacerle daño Jamás!, Jamás volverá a de-
Jarse explotar ni económica ni sentimentalmente.
Convirtió el amor en pasión, el placer en vicio y a los
dioses ofenden tales desfigures. ¿Por qué siempre
ha sido presa tan fácil de cualquier gañán? ¿Por que
dejó que los sentimientos prevalecieran sobre la
razón? Ya nunca volverá a enamorarse ¡Nunca!
¡Nunca! |Nunca! Primero morir antes que volver a
128
pronunciar "Te quiero". "Eres todo para mi" o cual-
quier otra sandez que implique renuncia o enajena-
ción "Dónde estás ahora..." Cualquiera puede
llegar, adueñarse de su corazón, su tiempo y él se
entregaba Inocente sin que nada lo defienda, razón.
sentimientos, dualidad disímbola, tan contraria
iMeJor muerto que volver a enamorarscl Qué tonto
se ha mostrado al exhibir los sentimientos con el
maldito canalla, rufián "Con quién estás. Quién te
hace plojlto para que te duermas. |Oh mi papá oso!"
"iMaldito. maldito, mil veces maldito. Si te vuelvo a
ver te despedazo, mejor no te encuentres conmigo!"
"(Dios mió por que" Se abraza al poste para llorar
franca, abiertamente, sin importarle el rimel que le
corre hasta los labios, limpia la nariz con el dorso de
la mano y en el espejo comprueba el deplorable esta-
do de su cara. "¡Qué horror!" Recobra la serenidad,
apresura el paso, porque ya es hora de la tclcnovela
y Lulú y La Shirley le van a decir hasta lo que no si
se retrasa.
130
—¡Adiós mamacita! —Le mira de arriba abajo. Igual
que se mira a un buey, un chivo que de pronto se le
apareciera enfrente. Mirada de cálculo que enfria,
desnuda a Leonardo y sólo acierta a preguntar:
—¿Dónde compraste tus zapatillas? —De allí surge
la amistad, porque Lupita responde que en "La Copa
de Oro", están rebajadas y si quiere le acompaña
porque ha visto que venden de su número, 26 y
medio. Sí. hay unas moradas, de razo, que se le ve-
rán divinas. La invita a comer a su casa.
—Que cutis tan descuidado. Leonardo. Te voy a po-
ner una mascarilla de aguacate. —De todo sabe Lupi-
ta porque en la sala de belleza "Shangri-La" todo le
han enseñado, tanto a poner una base como a teñir
pelos "que a ü buena falta te hace", poner rayltos.
La mascarilla sale tan buena que mejor se la co-
men con galletas de soda. Mientras pinta el pelo a
Leonardo cuenta la historia de su romance con
GaMo.
—¿Y por qué no lo buscas ya que parece que él no
va a venir? ,
—¡¿Buscarlo yoooo?! |Yo. la "Señorita Colima 1962"!
Yo, no querida.
133
La calle España no conduce al centro, a ningún
Jardín; y menos guía a sus Infaustos habitantes por
el derecho camino del cielo con templo como aduana
de por medio. Por ella nunca desfiló presidente u
obispo alguno; sin monumentos municipales, se
retuerce, extraño ofidio, en su Ignominia. Atrás las
huertas: mangos y palmeras, atestiguan en los
condones, en el papel sanitario, en los Cotex aban-
donados sobre la hojarasca historias Inéditas, de
amores consumados a granel, bajo tarifa, tasados
por un tiempo exiguo. Inexorable. La sordidez, impe-
rio de tufos, pestes, la miseria, ondean estandartes
de vicios junto a Sagrados Corazones y Vírgenes de
Guadalupe a cuyos pies nunca faltan las flores ni el
ángel que la sostiene, ni la lumbre sosegada de la
veladora que ahuyenta espíritus malignos.
fantasmas, sombras Indomables; las que. de otro
modo, caerían negras para ahogar la luz avara que
se atreve a penetrar sus puertas.
Soltera, otra vez. dedicada a las labores del hogar,
a regatearle a la vida por los chiles y la zanahorias.
los plátanos, cocinando para la soledad, huérfana de
amor y perros, de hijos prestados, de maternidades
postizas. "La vida es una calle larga y solitaria", se le
ocurre en su pesimismo, en la dejadez que apabulla.
compunge su alma.
Y si. ciertamente, la vida es una calle larga... por
estos momentos en que regresa con las bolsas de las
compras, no la encuentra solitaria: al doblar la cs-
134
(|iiln:i de "I-i Sirena". un niii|M> do Jóvenes, enfrenta
dos en equipos liillxilmiH. aullan las cabelleras de
su adolescencia bajo el IIIÍIM hernioso crepúsculo.
Coloca las bolsas sobre el piso, se a|>oya de una ven
tana para contemplar la visión maravillosa <|uc pa
tea una pelota: pendiente del gesto de U-onardo que
atrapó su vida, s u mirada. Murga en el fondo del
sentimiento y encuentra un fluido silencioso. salxT
oculto que brota de la tierra y esplende sobre las Cor
m a s del muchacho: "¿Creíste que nunca llegaría?"'
¡Ora pinche Gato, ya dejaste ir la bola!
—¿Oye Janis. qué puedes ofrecer a un joven cuan
, do ya has pasado de los cuarenta y la piel está
marchita?
—¡Ay. querida. Aún nos queda el alamour. el en
canto que deja la experiencia y ellos por s u p u e s t o
que lo notan...I
Se aleja para que unos tenis felinos la sigan por la
calle Esparta, por la Javier Mina, por la Pino Suárez.
Tiembla, arredrado por un destino presentido. Ixi
Clmlu Linda se detiene, se flnje Interesado en el
a n u n c i o del e n c u e n t r o l u c h i s l i c o e n l r e El Bello
Orneo y El Hombre Montaña, para que se acerque El
(¡ato. q u e ronda t r é m u l o , a p o c a d o . S o n r í e para
animarlo a dejar s u s temblores y estremecimientos y
diga lo que durante toda s u vida ha e s t r a d o
escuchar, para que abra la boca como ahora lo
hace, tan sencilla, llanamente:
- ¿Ya no te acuerdas de mi. mamá I^eonardo?
Le quitan el resuello, los ojos que miran con
lujuria, con el deseo acumulado durante quince
veranos.
Supe que papá Calilo ya no vive contigo.
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Por puro amor de Edlpo. porque ya no estará tras
las rendijas espiando fuegos artificiales. El instinto.
igual que luces multicolores. Iba a estallar de todas
formas. No supo a dónde mirar, el descubrimiento lo
desarma, en gesto apresurado se avalanza sobre las
bolsas: pero Orlando le gana la partida, las abraza.
las estrecha como si pudieran escapar volando. Para
qué complicarse la existencia decidiendo qué es lo
malo, qué es lo bueno: que si lo blanco, que si lo
negro... la luz del atardecer se vuelve reflejos sobre
un amor de 24 kllates. y otra vez un ángel loco, un
dios perverso, sensual, enfebrecido, que habrá de
despertar una lluvia de lumbre sobre su lecho, tu-
multo de impresiones de recuerdos, todos de ángeles
de papel cayendo sobre la calle España, un tren, la
vida misma, doña Clara diciendo que siempre le
amaría. Emprende una marcha feliz, resignada; su
rostro transformado escucha a sus espaldas pasos
de terciopelo, esferas celestiales tocando la música
exquisita, coral de ángeles erotizados, extasiados
ante los ojos claros, de oro puro; el padre Bazán te-
nía razón: "¡La tierra es el centro de todo el uni-
verso!"
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índice
2. UN TIGRE A LA CHANTILLY 35
3. TOBI CLUB 47
5. LA EXTRAÑA FÓRMULA 77
DEL SEÑOR LÓPEZ ROSADO
Carlos López