Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                
0% encontró este documento útil (0 votos)
315 vistas13 páginas

Biografia de Vicente Aleixandre

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1/ 13

Vicente Aleixandre

(1896/04/26 - 1984/12/14)

Poeta español, Premio Nobel de Literatura


Obras: Ámbito, Pasión de la tierra, Sombra del Paraíso...
Género: Poesía
Parejas: Margarita Alpers, María Valls, Eva Seifert, Andrés
Acero, José Manuel García Briz
Nombre: Vicente Pío Marcelino Cirilo Aleixandre y Merlo
Nació el 26 de abril de 1896 en Sevilla, aunque pasó su
infancia en Málaga y con trece años se trasladó a Madrid.
Hijo de un ingeniero de ferrocarriles.
Cursó estudios de Derecho y Comercio.
En 1917 conoce a Dámaso Alonso, quien, al prestarle una
antología de Rubén Darío, le descubre su vocación poética.
En 1920 aparece el primer poema de Aleixandre, "Noche" en
la revista Grecia.
Es profesor de Derecho Mercantil de 1920 a 1922. En el año
1925, en la convalecencia de una tuberculosis renal, se inicia
en la escritura de poesía. Se convirtió en uno de los miembros
más representativos de la generación del 27.

Reunión en el Ateneo de Sevilla, origen de la generación del 27. En la


imagen, Rafael Alberti, Federico Garcia Lorca, Juan Chabás, Mauricio
Bacarisse, José María Romero Martínez, Manuel Blasco Garzón, Jorge
Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego. - ABC

Su primer título fue Ámbito, publicado en 1928, le siguieron,


Espadas como labios, de 1932, y Pasión de la tierra, de 1935,
donde incorpora el surrealismo a la poesía castellana. En
Sombra del paraíso, de 1944, aparecen los tonos elegíacos
para cantar el mundo que había perdido por la Guerra Civil
española. Mundo a solas, de 1950, y Nacimiento último, de
1953, exponen un universo dolorido.
Publica Historia del corazón, en 1954. En 1962, aparece En un
vasto dominio. Poemas de la consumación, de 1968, exalta la
juventud. Dotado de un estilo descarnado, culmina en
Diálogos del conocimiento, de 1974 y, póstumamente, En
gran noche, de 1991, que incluye varios poemas inéditos.
En 1934 fue Premio Nacional de Literatura y desde 1949 es
miembro de la Real Academia Española.
En 1977 fue galardonado con el Premio Nobel de literatura.
En 1920, conoció a la estadounidense Margarita Alpers, con la
que mantuvo una relación amorosa. Ella estaba casada y
creyó que su hija Juanita era de Aleixandre. Posteriormente
se relacionó con la cabaretera María Valls, más conocida por
"Carmen de Granada"; relación que le inspiró dos poemas de
Ámbito, "Amante" y "Cabeza en el recuerdo", y otro de
Sombra del paraíso, "Cabellera negra". Desde 1923, estuvo
relacionado con la hispanista germana Eva Seifert. Tiempo
después mantuvo relaciones con el abogado Andrés Acero y
con el decorador cinematográfico José Manuel García Briz.
Vicente Aleixandre falleció el 14 de diciembre de 1984 en la
clínica Santa Elena, de Madrid, debido a un "fracaso renal
agudo y shock hemorrágico".

Unidad en ella

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,


rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro,


brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.
Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor,


enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,


quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,


como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.
Discurso de Vicente Aleixandre al recoger el
Premio Nobel de Literatura de 1977

“En una hora como esta, tan importante en la vida de un


cultivador de las letras, quisiera expresar, con las palabras
más bellas, la emoción que un hombre siente y la gratitud
que experimenta en unos actos como los que ahora se
desarrollan. Yo nací de una familia burguesa, pero tuve la
suerte de su vocación, ampliamente abierta y liberal. Mi
espíritu inquieto me llevó a ejercer contradictorias
profesiones. Fuí profesor de Derecho Mercantil, empleado en
una empresa ferroviaria, periodista financiero. Desde joven
esta inquietud de que hablo me exaltaba a un placer: la
lectura, y, en seguida, la escritura. A los 18 años empezó el
aprendiz de poeta a escribir sus primeros versos, que
furtivamente yo trazaba, en medio del fragor de una vida, que
por no haberse aún centrado en su verdadero eje, yo podría
llamar aventurera. El destino de mi vida, el enderezamiento
de ésta lo trajo un fallo de mi cuerpo. Caí enfermo de
gravedad, de una enfermedad crónica. Hube de abandonar
todos mis otros quehaceres que denominaría corporales y
escapar al campo, lejos de mis actividades anteriores. El vacío
que esto rne dejó lo llenó rápidamente otro quehacer que no
necesitaba la colaboración corporal y era compatible con el
reposo que los médicos me habían recomendado. Esta
invasión inolvidable, desalojadora, fue el ejercicio de las
letras; la poesía ocupó plenamente la actividad vacante.
Empecé a escribir con dedicación completa, y entonces,
realmente, entonces, se adueñó de mí la pasión que no me
había de abandonar nunca.

Horas de soledad, horas de creación, horas de meditación. La


soledad y la meditación me trajeron un sentimiento nuevo,
una perspectiva que no he perdido jamás: la de la solidaridad
con los hombres. Desde entonces he proclamado siempre que
la poesía es comunicación, empleando la palabra en ese
preciso sentido.

La poesía es una sucesión de preguntas que el poeta va


haciendo. Cada poema, cada libro es una demanda, una
solicitación, una interrogación, y la respuesta es tácita, pero
también sucesiva, y se la da el lector con su lectura, a través
del tiempo. Hermoso diálogo en que el poeta interroga y el
lector calladamente da su plena respuesta.

Con bellas palabras quisiera decir ahora lo que es el Premio


Nobel para el poeta. No puede ser; solo me cabe expresar
que estoy entre vosotros en cuerpo y alma, y que el Premio
Nobel es como la respuesta, no sucesiva, no callada, sino
agrupada y coincidente, súbita, de una voz general que
generosamente y milagrosamente se hace única y responde a
la interrogación sin tregua que ha venido dirigiendo a los
hombres. Así, mi gratitud al símbolo de la voz agrupada y
simultánea que la Academia Sueca me ha hecho escuchar con
los sentidos del alma, y por la cual aquí públicamente le doy
mis rendidas gracias.

Por otra parte, estimo que un premio como el que hoy recibo
es, en toda circunstancia, y creo que sin excepciones, un
premio a la tradición literaria en la que el autor de que se
trate, en este caso, mi persona, se ha formado. Pues, sin
duda, poesía, arte, es siempre y ante todo, tradición, de la
que cada autor no representa otra cosa que la de ser, como
máximo, un modesto eslabón de tránsito hacia una expresión
estética diferente; alguien cuya fundamental misión es,
usando otro símil, transmitir una antorcha viva a la
generación más joven, que ha de continuar en la ardua tarea.
Puede darse un poeta que haya nacido con las más altas
prendas para llevar a término un destino. Nada o muy poco
podrá hacer si no tiene la suerte de hallarse situado en una
corriente artística de suficiente fuerza o entidad. Creo que, en
cambio, acaso un poeta menos dotado haría mejor papel si
tuviere la suerte de producirse en medio de un movimiento
literario verdaderamente creador y vivo. Yo vine al mundo, en
ese sentido, con buena estrella, pues desde un tiempo
suficientemente extenso, anterior a mi nacimiento, la cultura
española había venido sufriendo un importantísimo proceso
de acelerada reviviscencia que hoy, creo, no es un secreto
para nadie. Novelistas como Galdós; poetas como Machado,
Unamuno, Juan Ramón Jiménez, y, antes, Becquer; filósofos
como Ortega y Gasset; prosistas como Azorín y Baroja;
hombres de teatro como Valle-Inclán; pintores como Picasso
o Miró; músicos como Falla no se improvisan ni son frutos del
azar. Mi generación se vio así asistida y enriquecida por ese
cálido entorno, por ese manantial, por ese fecundísimo caldo
de cultivo, sin el cual acaso nada seríamos ninguno de
nosotros.

Desde la tribuna en la que ahora me dirijo a vosotros quiero,


pues, asociar mi palabra a la de todo ese plantel generoso de
compatriotas míos que desde otra edad y en las más diversas
vías nos formaron y nos permitieron, a mi y a mis
compañeros de generación, alcanzar un sitio desde el que
pudiésemos hablar con una voz tal vez genuina o propia.

Y no me refiero solo a esas figuras que constituyen la


tradición inmediata, siempre la más visible y decisiva. Aludo
también a la otra tradición, la mediata, si más remota en el
tiempo, capaz de enlazar cálidamente con nosotros, la
tradición formada por nuestros clásicos del Siglo de Oro,
Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Góngora,
Quevedo, Lope de Vega, con la que también nos hemos
sentido vinculados, y de la que hemos recibido no pocas
esencias. España pudo renacer y renovarse gracias a que, a
través de la generación de Galdós y luego a través de la
generación del 98, se desobturó, digámoslo así, y se hizo
accesible y fluyó abundantemente hacia nosotros toda la savia
nutricia que nos llegaba del más remoto pasado. La
generación del 27 no quiso desdeñar nada de lo mucho que
seguía vivo en ese largo pretérito, abierto de pronto ante
nuestra mirada como un largo relámpago de ininterrumpida
belleza. No fuimos negadores, sino de la mediocridad; nuestra
generación tendía a la afirmación y al entusiasmo, no al
escepticismo ni a la taciturna reticencia. Nos interesó
vivamente todo cuanto tenía valor, sin importarnos donde
éste se hallase. Y si fuimos revolucionarios, si lo pudimos ser,
fue porque antes habíamos amado y absorbido incluso
aquellos valores contra los que ahora íbamos a reaccionar.
Nos apoyábamos fuertemente en ellos para poder así tomar
impulso y lanzarnos hacia adelante en brinco temeroso al
asalto de nuestro destino. No os asombre, pues, que un poeta
que empezó siendo superrealista haga hoy la apología de la
tradición. Tradición y revolución. He ahí dos palabras
idénticas.

Y luego la tradición, no vertical sino horizontal, la que nos


acorría como aliciente y fraternal emulación desde nuestros
costados, al lado mismo de nuestro camino. Me refiero a
aquel otro grupo de jóvenes (cuando yo lo era también) que
corría con nosotros en la misma carrera. Qué suerte la mía
poder vivir y tener que hacerme junto a poetas tan
admirables como los que yo hube de conocer y asumir en
calidad de coetáneos míos! A todos los amé, uno a uno. Y los
amé, justamente porque yo buscaba otra cosa; otra cosa que
solo era posible hallar por diferenciación y contraste respecto
de aquellos poetas, mis compañeros. Nuestro ser solo
alcanza, su verdadera individualidad junto a los demás, frente
al prójimo. Cuanta mayor calidad tenga ese contorno humano
en el que nuestra personalidad se hace, tanto mejor para
nosotros. Puedo decir que también aquí yo he tenido la
fortuna de haber realizado mi destino desde una de las
mejores compañías posibles. Hora es de nombrarla en toda su
multiplicidad: Federico García Lorca, Rafael Alberti, Jorge
Guillen, Pedro Salinas, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados,
Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Cernuda.
Hablo, pues, de solidaridad, de comunión, y también de
contraste. Tal ha sido, por otra parte, el sentimiento que se
halla más profundamente inserto en mi alma, y el que late, de
un modo u otro, con más fuerza, detrás de la mayoría de mis
versos. Es natural entonces que tenga mucho que ver con
esto el modo mismo con que entreveo al hombre y a la
poesía. El poeta, el decisivo poeta, es siempre un revelador;
es, esencialmente, vate, profeta. Pero su “vaticinio” no es,
claro está, vaticinio de futuro: porque puede serlo de
pretérito: es profecía sin tiempo. Iluminador, asestador de
luz, golpeador de los hombres, poseedor de un sésamo que
es, en cierto modo, misteriosamente, palabra de su destino.

En definitiva, el poeta es así un hombre que fuese más que un


hombre: porque es además poeta. El poeta está lleno de
“sabiduría”, pero no puede envanecerse, porque quizá no es
suya: una fuerza incognoscible, un espíritu habla por su boca:
el de su raza, el de su peculiar tradición. Con los dos pies
hincados en la tierra, una corriente prodigiosa se condensa,
se agolpa bajo sus plantas para correr por su cuerpo y alzarse
por su lengua. Es entonces la tierra misma, la tierra profunda,
la que llamea por ese cuerpo arrebatado. Pero otras veces el
poeta ha crecido, ahora hacia lo alto, y con su frente
incrustada en un cielo habla con voz estelar, con cósmica
resonancia, mientras está sintiendo en su pecho el soplo
mismo de los astros. Todo se hace fraterno y comunicante. La
diminuta hormiga, la brizna de hierba dulce sobre la que su
mejilla otras veces descansa, no son distintas de él mismo. Y
él puede entenderlas y espiar su secreto sonido, que
delicadamente es perceptible entre el rumor del trueno.

No creo que el poeta sea definido primordialmente por su


labor de orfebre. La perfección de su obra es gradual
aspiración de su factura, y nada valdrá su mensaje si ofrece
una tosca o inadecuada superficie a los hombres. Pero la
vaciedad no quedará salvada por el tenaz empeño del
abrillantador del metal triste.

Unos poetas – otro problema es éste, y no de expresión sino


de punto de arranque – son poetas de “minorías”. Son
artistas (no importa el tamaño) que se dirigen al hombre
atendiendo, cuando se caracterizan, a exquisitos temas
estrictos, a refinadas parcialidades (¡ qué delicados y
profundos poemas hizo Mallarmé a los abanicos!); a
decantadas esencias, del individuo expresivo de nuestra
minuciosa civilización.

Otros poetas (tampoco importa el tamaño) se dirigen a lo


permanente del hombre. No a lo que refinadamente
diferencia, sino a lo que esencialmente une. Y si le ven en
medio de su coetánea civilización, sienten su puro desnudo
irradiar inmutable bajo sus vestidos cansados. El amor, la
tristeza, el odio o la muerte son invariables. Estos poetas son
poetas radicales y hablan a lo primario, a lo elemental
humano. No pueden sentirse poetas de “minorías”. Entre ellos
me cuento.

Por eso, el poeta que yo soy tiene, como digo vocación


comunicativa. Quisiera hacerse oir desde cada pecho humano,
puesto que, de alguna manera, su voz es la voz de la
colectividad, a la que el poeta presta, por un instante, su boca
arrebatada. De ahí la necesidad de ser entendido en otras
lenguas, distintas a la suya de origen. La poesía sólo en parte
puede ser traducida. Pero desde esa zona de auténtico
traslado, el poeta hace la experiencia, realmente
extraordinaria, de hablar de otro modo a otros hombres y de
ser comprendido por ellos. Y entonces ocurre un hecho
inesperado. El lector se instala, como por milagro, en una
cultura que en buena parte no es la suya, pero desde la que
siente palpitar con naturalidad su propio corazón, que de este
modo se comunica y vive en dos dimensiones de la realidad:
la suya propia y la que le concede el nuevo asilo que le acoge.
Lo cual sigue siendo cierto, me parece, vuelto del revés, y
referido, no al lector, sino al poeta vertido a otro idioma.
También el poeta se siente como esos personajes de los
sueños que tienen, perfectamente identificadas, dos
personalidades distintas: Así el autor traducido que siente en
sí dos personas: la que le confiere la nueva vestidura verbal
que ahora le cubre y la suya genuina, que, por debajo de la
otra, aún insiste y es.

Termino así recabando para el poeta una representación


simbólica: la de cifrar en su persona el anhelo de solidaridad
con los hombres, para cuyo logro fue instituido, precisamente,
el Premio Nobel”.

Obra publicada

 Ámbito, 1928
 Espadas como labios, 1932
 La destrucción o el amor, 1935
 Pasión de la tierra, 1935
 Sombra del Paraíso, 1944
 En la muerte de Miguel Hernández, 1948
 Mundo a solas, 1950
 Poemas paradisiacos, 1952
 Nacimiento último, 1953
 Historia del corazón, 1954
 Ciudad del Paraíso, 1960
 Poesías completas, 1960
 En un vasto dominio, 1962 (Premio de la Crítica)
 Retratos con nombre, 1965
 Obras completas, 1968
 Poemas de la consumación, 1968 (Premio de la Crítica)
 Poesía surrealista. Antologíal, 1971
 Sonido de la guerra, 1971
 Diálogos del conocimiento, 1974
 Tres poemas seudónimos, 1984
 Nuevos poemas varios, 1987
 Prosas recobradas, 1987

También podría gustarte