Reflexión Dominical
Reflexión Dominical
Reflexión Dominical
«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único». No es una frase
más. Palabras que se podrían eliminar del Evangelio, sin que nada importante
cambiara. Es la afirmación que recoge el núcleo esencial de la fe cristiana. Este
amor de Dios es el origen y el fundamento de nuestra esperanza.
«Dios ama el mundo». Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de
conflictos y contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no
recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor
por los cuatro costados. Esto tiene consecuencias de la máxima importancia.
Primero, Jesús es, antes que nada, el «regalo» que Dios ha hecho al mundo, no
sólo a los cristianos. Los investigadores pueden discutir sin fin sobre muchos
aspectos de su figura histórica. Los teólogos pueden seguir desarrollando sus
teorías más ingeniosas. Sólo quien se acerca a Jesucristo como el gran regalo
de Dios, puede ir descubriendo en todos sus gestos, con emoción y gozo, la
cercanía de Dios a todo ser humano.
Segundo. La razón de ser de la Iglesia, lo único que justifica su presencia en el
mundo es recordar el amor de Dios. Lo ha subrayado muchas veces el Vaticano
II: La Iglesia «es enviada por Cristo a manifestar y comunicar el amor de
Dios a todos los hombres». Nada hay más importante. Lo primero es
comunicar ese amor de Dios a todo ser humano.
Tercero. Según el evangelista, Dios hace al mundo ese gran regalo que es
Jesús, «no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».
Es muy peligroso hacer de la denuncia y la condena del mundo moderno todo un
programa pastoral. Sólo con el corazón lleno de amor a todos, nos podemos
llamar unos a otros a la conversión. Si las personas se sienten condenadas por
Dios, no les estamos transmitiendo el mensaje de Jesús sino otra cosa: tal vez,
nuestro resentimiento y enojo.
Cuarto. En estos momentos en que todo parece confuso, incierto y desalentador,
nada nos impide a cada uno introducir un poco de amor en el mundo. Es lo que
hizo Jesús. No hay que esperar a nada. ¿Por qué no va a haber en estos
momentos hombres y mujeres buenos, que introducen entre nosotros amor,
amistad, compasión, justicia, sensibilidad y ayuda a los que sufren…? Estos
construyen la Iglesia de Jesús, la Iglesia del amor.
Unos peregrinos griegos que han venido a celebrar la Pascua de los judíos se
acercan a Felipe con una petición: «Queremos ver a Jesús». No es curiosidad.
Es un deseo profundo de conocer el misterio que se encierra en aquel hombre
de Dios. También a ellos les puede hacer bien.
A Jesús se le ve preocupado. Dentro de unos días será crucificado. Cuando le
comunican el deseo de los peregrinos griegos, pronuncia unas palabras
desconcertantes: «Llega la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre».
Cuando sea crucificado, todos podrán ver con claridad dónde está su verdadera
grandeza y su gloria.
Probablemente nadie le ha entendido nada. Pero Jesús, pensando en la forma
de muerte que le espera, insiste: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré
a todos hacia mí». ¿Qué es lo que se esconde en el crucificado para que tenga
ese poder de atracción? Sólo una cosa: su amor increíble a todos.
El amor es invisible. Sólo lo podemos ver en los gestos, los signos y la entrega
de quien nos quiere bien. Por eso, en Jesús crucificado, en su vida entregada
hasta la muerte, podemos percibir el amor insondable de Dios. En realidad, sólo
empezamos a ser cristianos cuando nos sentimos atraídos por Jesús. Sólo
empezamos a entender algo de la fe cuando nos sentimos amados por Dios.
Para explicar la fuerza que se encierra en su muerte en la cruz, Jesús emplea
una imagen sencilla que todos podemos entender: «Si el grano de trigo no cae
en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto». Si el grano
muere, germina y hace brotar la vida, pero si se encierra en su pequeña
envoltura y guarda para sí su energía vital, permanece estéril.
Esta bella imagen nos descubre una ley que atraviesa misteriosamente la vida
entera. No es una norma moral. No es una ley impuesta por la religión. Es la
dinámica que hace fecunda la vida de quien sufre movido por el amor. Es una
idea repetida por Jesús en diversas ocasiones: Quien se agarra egoístamente a
su vida, la echa a perder; quien sabe entregarla con generosidad genera más
vida.
No es difícil comprobarlo. Quien vive exclusivamente para su bienestar, su
dinero, su éxito o seguridad, termina viviendo una vida mediocre y estéril: su
paso por este mundo no hace la vida más humana. Quien se arriesga a vivir en
actitud abierta y generosa, difunde vida, irradia alegría, ayuda a vivir. No hay una
manera más apasionante de vivir que hacer la vida de los demás más humana y
llevadera. ¿Cómo podremos seguir a Jesús si no nos sentimos atraídos por su
estilo de vida?
Domingo de ramos 25 de marzo