Clarke y Preuss - Venus Prime VI - Los Seres Radiantes PDF
Clarke y Preuss - Venus Prime VI - Los Seres Radiantes PDF
Clarke y Preuss - Venus Prime VI - Los Seres Radiantes PDF
www.lectulandia.com - Página 2
Arthur C. Clarke & Paul Preuss
ePub r1.0
Rusli 29.12.13
www.lectulandia.com - Página 3
Título original: The shining ones. Venus Prime VI
Arthur C. Clarke & Paul Preuss, 1991
Traducción: Julio Yañéz
www.lectulandia.com - Página 4
Los faecios no han menester pilotos ni timones en sus naves sino que
éstas saben por instinto los pensamientos y los propósitos de sus
tripulaciones.
www.lectulandia.com - Página 5
PRÓLOGO
Klaus Muller dio unas fuertes pisadas con sus botas de suave piel sobre el suelo
del chalet de alquiler, tratando de hacer entrar en calor los ateridos pies. Las nieves
del Jungfrau jamás se derretían y, aunque fueran las primeras horas de una noche de
verano, una ola de aire frío se había precipitado por el paso apenas se hubo puesto el
sol. No es que a Kraus le importara demasiado. Le parecía haber sido transportado a
un siglo y medio atrás, o mejor aún, a un tiempo en que las noches como aquélla eran
totalmente normales, tan hermosas como frecuentes.
Más abajo, en el valle, las abigarradas luces del pueblo, divididas por el oscuro
trazo de un arroyo de montaña, lucían cálidamente destacando contra los oscuros y
fragantes prados. El persistente aroma de la hierba estival se mezclaba al perfume
acre de los pinos y a las sutiles emanaciones minerales del agua helada al derramarse
sobre el granito. El cielo nocturno estaba claro como el cristal; un hemisferio
profundamente azul en el que titilaban infinitas estrellas de plata, como adornos
refulgentes en un antiguo árbol navideño visto de cerca.
La voz colérica de un niño interrumpió los ensueños de Klaus.
—¡Siempre tienes que ser tú! ¡Déjame un poco a mí también!
—¡No! —fue la agresiva respuesta de otro niño—. Me has hecho perder la
imagen.
En un ángulo de la terraza los dos hijos de Klaus, con las mejillas arreboladas y
las naricitas húmedas, se zarandeaban el uno al otro disputándose el manejo de la
unidad de control remoto de un telescopio portátil. El menor, Hans, tropezó con él, y
el instrumento resbaló de costado sobre el ligero trípode.
Papá Klaus confiaba en no tener que intervenir. Y así fue porque Hans y Richard
se echaron a reír de pronto. En realidad no se peleaban sino que sólo aparentaban
hacerlo al tratar de manejar los mandos del telescopio, ansiosos por enfocarlo sobre el
objeto que desde hacía tres noches captaba la atención general y figuraba en lugar
preeminente en las noticias de la radio y del vídeo en todo el sistema solar.
El objeto en cuestión era una enorme nave espacial que estaba emergiendo de la
órbita de Júpiter envuelta en una columna llameante y que se dirigía a la Tierra. La
nave tenía treinta kilómetros de longitud y era la mayor construcción artificial que
hubiera visto jamás el hombre; mucho mayor que las enormes estaciones espaciales
que orbitaban la Tierra, Venus y Marte; mayor aún que muchos asteroides o que las
lunas de Marte. Pero, aún así, era imposible detectarlas simple vista incluso en una
noche tan clara como aquélla. Su trayectoria, rápidamente extrapolada, había sido
difundida ampliamente y podía ser registrada por un instrumento tan afinado como el
rastreador de la familia Muller.
—¡Ahí está! ¡Ya lo tengo! —exclamó el más pequeño de los niños, logrando
www.lectulandia.com - Página 6
finalmente interpretar con éxito las sencillas instrucciones del programa a pesar de la
impaciente interferencia de su hermano. Entre un rumor de pequeños motores, el
telescopio se había asentado finalmente sobre sus finas patas y fijado su lente en el
lugar preciso, hasta enfocar al objeto. Y en el monitor…
—¡Oh! —exclamaron al unísono los niños, exultantes de asombro.
Luego guardaron silencio, Klaus se acercó, atraído por la clara imagen que
aparecía en la pantalla. Aspiró el aire y lo exhaló entre una nubecilla de vaho.
Aquella noche había visto imágenes más nítidas del objeto transmitidas por el
noticiario televisivo; pero era muy distinto haberlas localizado personalmente por
medio de un instrumento propio; porque aquello convertía lo fantástico en real.
—Han dicho que proyectaba unos salientes —indicó Hans.
—Los ha escondido otra vez —informó Richard.
—¿Por qué?
El joven Richard guardó silencio unos instantes antes de responder:
—Son alienígenas.
La explicación era perfectamente válida y además idéntica, aunque expresada de
un modo más sencillo, a la ofrecida por expertos de gran talla.
Desde luego, aquella nave carecía de cualquier elemento que pudiera considerarse
de procedencia humana. No tenía bulbosos tanques de combustible; ni toberas que
indicaran la existencia de motores; ni antenas parabólicas o esbeltos mástiles de
comunicaciones; ni elementos de carga anexos; ni protuberancias que ocultaran
máquinas. No figuraba tampoco en ella ningún símbolo, ni bandera o número. El
objeto que aparecía en la pantalla era un ovoide plateado, perfecto, sin ningún signo
distintivo; tan fino y liso como una gota de agua al caer. Sólo aquel movimiento
engañosamente lento pero constante, contra un fondo de estrellas inmóviles, indicaba
su sobrecogedora velocidad.
Tan sólo un día antes, la nave hubiera podido ser confundida todavía con un resto
de la retráctil luna de Júpiter. Un año atrás aquella luna alargada y serena había
expelido un chorro de géiseres humeantes, al tiempo que su masa se desintegraba.
Cuando todo el hielo hubo desaparecido el objeto brillante fue visible.
Poco después de haberse iniciado aquel extraordinario proceso, una expedición
partió para investigarlo. Su dirigente, el profesor J. Q. R. Forster, ex miembro del
personal docente del King’s College de la Universidad de Londres, era famoso por
haber descifrado el antiguo lenguaje de la Cultura X, la civilización extraterrestre que
había dejado fósiles y objetos que contenían fragmentos de escritura en Venus y en
Marte. Lo acompañaban otros seis hombres y mujeres, entre ellos la inspectora Ellen
Troy de la Junta de Control Espacial.
Poco después de llegar a su destino la expedición, se unió a ella, en circunstancias
especiales cuyos detalles no habían sido revelados todavía, la personalidad más
www.lectulandia.com - Página 7
conocida en los canales de vídeo de todo el sistema solar: el distinguido historiador
Sir Randolph Mays, al que acompañaba su joven ayudante femenina.
Aunque Amaltea se hubiera convertido en el foco de toda clase de acaloradas
especulaciones, el profesor Forster había tratado afanosamente de que sus
descubrimientos se mantuvieran en un terreno confidencial. Sólo la Junta de Control
Espacial sabía con certeza lo que él y su equipo habían investigado en el curso de los
meses que precedieron a la fusión completa de la envoltura de hielo de la luna de
Júpiter, dejando al descubierto su duro núcleo interior.
Según la Junta de Control, fue en aquel momento cuando se perdió todo contacto
con Forster y los suyos: justo unos minutos antes de que el artefacto extraterrestre
hiciera su brutal aparición. Y nadie sabía lo que había podido ser de ellos.
En ese momento, media población del sistema solar observaba al veloz navío
espacial con una mezcla de temor y de emoción. Porque muy pronto… en cuestión
tan sólo de unos días a su velocidad actual, cruzaría la órbita terrestre acercándose
más de lo que lo hubiese hecho cualquier otro objeto de su tamaño en toda la historia
de la humanidad.
Mientras Klaus reflexionaba sobre aquellos espectaculares acontecimientos, el
único teléfono del chalet empezó a zumbar tenuemente.
Klaus se preguntó irritado a quién se le ocurriría llamar a aquellas horas. El
tiempo que dedicaba a su familia era ya tan escaso que había dejado en su oficina
instrucciones estrictas de que nadie lo molestase con llamadas a su domicilio.
Instantes después, Gertrud, sin elevar el tono pero con cierta tensión en la voz, le dijo
desde la puerta:
—Es Goncharov. Dice que ha de hablar contigo urgentemente.
Y le alargó el auricular.
Un escalofrío más intenso aún que el frescor de la noche erizó el vello de la nuca
de Klaus. No es que Goncharov le diera miedo o lo irritara, en realidad lo conocía lo
suficiente como para considerarlo un amigo, pero le alarmaba que fuese él quien
llamara porque nunca lo hubiese hecho a menos que se tratara de un asunto en
extremo grave. Para no asustar a su esposa, procuró disimular sus emociones
mientras establecía la conexión.
—¡Hola, Klaus! Aquí Mikhail. Ha surgido un problema urgente pero no le puedo
hablar de ello por teléfono.
—Comprendo que debe tratarse de algo importante, Mikhail; pero ¿no podemos
aplazarlo por un día? El lunes estaré de nuevo en mi oficina.
—Venga a la Embajada mañana, por favor… Mandaré un helicóptero a recogerlo.
—Si tan importante es, iré yo mismo en mi vehículo.
Las oficinas consulares de la Alianza del Tratado Continental del Norte en la
Región Libre de Suiza se encontraban en Berna, a menos de cien kilómetros por
www.lectulandia.com - Página 8
carretera del chalet de alquiler donde vivían los Mullen.
—Bien… —respondió Goncharov vacilando—. Pero luego tendremos que
devolver el coche para que pueda utilizarlo su esposa.
Al oír aquello, Klaus cayó en la cuenta de cuál debía ser la verdadera naturaleza
del problema. Y comprendió que no podría seguir allí de vacaciones con su familia
durante lo que aún quedaba de semana.
—Es muy urgente, Klaus. Y sólo usted puede solucionarlo. —Insistió Goncharov.
Klaus exhaló un suspiro.
—Pase a recogerme a las diez. Tendré preparado mi equipaje.
—Quizá debería también…
—Haré cuantas llamadas sean necesarias, Mikhail. Nos veremos mañana por la
mañana.
—Adiós, amigo. Y siento haberle molestado.
Klaus cortó la comunicación, miró a Gertrud, y vio que las bonitas facciones de
su esposa estaban contraídas por el disgusto y por una reprimida cólera. Pero no se le
ocurrió nada que decirle.
Sin embargo, algo en la expresión de Klaus suavizó la actitud de ella.
—La próxima vez, liébchen, me harás el favor de no dar nuestro número a nadie.
—De acuerdo, cariño —asintió Klaus.
Miró la pantalla del telescopio mientras sus dos hijos se enzarzaban en una
acalorada discusión sobre las fantásticas cualidades de aquella nave espacial que el
pequeño objetivo estaba siguiendo muy de cerca. Se volvió hacia su esposa y añadió:
—La próxima vez.
Pero no habría una próxima vez para Klaus. Y no por culpa de la nave espacial,
porque cuando ésta finalmente pasó a poca distancia de la Tierra, Klaus se hallaba
navegando bajo el mar en uno de los sumergibles para grandes profundidades
construido por su empresa, siguiendo el barranco subterráneo que partía de la bocana
del puerto de Trincomalee al este de Sri Lanka. Su tarea consistía en diagnosticar los
desperfectos sufridos por un proyecto submarino al que su empresa había dedicado
muchos años y muchos cientos de miles de nuevos dólares y que la víspera de su
inauguración oficial había empezado a funcionar de un modo sorprendentemente
defectuoso.
La nave espacial se había aproximado hasta unas pocas decenas de miles de
kilómetros de la Tierra, sin aminorar su marcha mientras se desplazaba por los cielos.
En vista de esto, los «expertos» en asuntos del espacio pronosticaron que el navío,
una vez rebasada la Tierra, se dirigía hacia la constelación de Cruz del Sur. Porque
desde hacía mucho tiempo se daba por supuesto —e incluso personalidades tales
como Sir Randolph Mays lo habían difundido ampliamente— que la sede de la
Cultura X se hallaba en Cruz.
www.lectulandia.com - Página 9
La presencia de la nave causaba general confusión. Si se la miraba desde la
Tierra, su imagen desaparecía al quedar iluminada por la claridad diurna. Se había
proyectado directamente contra el Sol, y al cabo de un día y medio, era lamida por las
prominencias solares. Pero unos minutos después, salía indemne otra vez tras
atravesar las abrasadoras capas exteriores del astro. Utilizando el poderoso campo de
gravitación solar para ajustar su rumbo, aceleró de nuevo, envuelta en un fulgurante
estallido ígneo que se desparramó por el espacio como un chorro de vidrio fundido. Y
en seguida emergió como un rayo hacia el exterior del sistema solar, en dirección a
los cielos del Norte en una trayectoria hiperbólica que se encaminaba hacia…
… hacia ningún lugar concreto.
O al menos hacia ningún objetivo que fuera conocido por los astrónomos
terrestres. Durante nueve días, las enormes antenas de la base Farside, situada en la
Luna, siguieron la trayectoria de la nave mientras ésta continuaba acelerando a diez
veces la fuerza gravitatoria de la Tierra hasta alcanzar más del noventa y cinco por
ciento de la velocidad de la luz.
¿Qué brutal fuerza propulsaba el enorme navío a velocidades hasta entonces sólo
observadas en aceleradores de partículas subatómicas? ¿De dónde obtenía el
combustible y la masa de reacción necesarios para aquellos increíbles resultados?
Los teóricos eran incapaces de dar una respuesta a cuestiones tan sencillas. Lo
único que les era dable observar, estaba de acuerdo con las expectativas de la teoría
de la relatividad: la longitud de onda de la luz reflejada por la nave se desplazaba
notoriamente hacia el extremo rojo del espectro y la imagen retráctil se volvía cada
vez más encarnada y más tenue. Pero era fácil de seguir con los inmensos telescopios
de Farside. Y así lo venían haciendo desde hacía casi cuatro años.
Hasta que, de pronto, la nave pareció inmovilizarse en el espacio y se fue
volviendo cada vez más purpúrea y oscura al tiempo que continuaba estática.
www.lectulandia.com - Página 10
poner en marcha lo que hubiera sido la primera planta hidrotérmica de la Tierra,
construida a gran escala. Porque el ingeniero suizo nunca regresó de aquella heroica
misión en favor de una mejoría del medio ambiente…
www.lectulandia.com - Página 11
Primera parte
HUIDA DE JÚPITER
1
La mansión es de basalto y granito y se levanta sobre unos peñascos por encima
del río Hudson. En otros tiempos había sido un lugar muy dinámico. Pero ahora sus
largos pasillos y sus aposentos artesonados están vacíos. Los muebles han
desaparecido y los aparadores, armarios y estantes no guardan ya ningún objeto. Las
amplias extensiones de césped que rodean la magnífica casa se hallan en estado de
abandono y las hierbas silvestres lo invaden todo tras haber rebasado los límites del
bosque cercano.
Es un anochecer de principios de invierno y el cielo, aunque con algunas nubes,
muestra un despliegue de estrellas familiares. Pero entre ellas figuran multitud de
otras nuevas y desconocidas, mucho más brillantes, con apéndices de luz en forma de
colas que arrastran tras de sí como los cometas. Y, al igual que éstos, dichos cuerpos
celestes parecen encaminarse hacia el sol que se acaba de poner.
Por las altas puertas acristaladas de la antigua mansión que miran a la pradera
penetra una repentina claridad rojiza que se vuelve a apagar en seguida para repetirse
al poco tiempo. En la biblioteca, unos leños de roble arden en la chimenea de piedra.
Un hombre llamado Kip, al que casi todo el mundo conoce como el comandante,
inclina un poco su gran corpulencia hacia el fuego dejando que el calor acaricie su
curtida piel. Las llamas se reflejan en las frías pupilas azules.
No hay sillas o sillones en la estancia; pero sí la suficiente cantidad de alfombras
y almohadones de origen exótico, así como bolsas de piel de camello y asientos de
cuero repujado, como para permitir que el pequeño grupo de personas allí reunidas se
sienten donde les apetezca de la manera más cómoda posible. Ari se ha acomodado
en una alfombra persa echada en el suelo de cualquier modo, próxima a la chimenea,
y se reclina en un montón de almohadas. En la bandeja de plata que se encuentra en
el centro del círculo de los presentes hay bebidas refrescantes en suficiente cantidad
como para que la velada resulte agradable.
—¿Un poco más de té, Ari? —pregunta Jozsef, el mayor de ellos, con un marcado
acento centroeuropeo.
Ari asiente con rapidez, echando hacia atrás el corto cabello gris en un ademán
habitual en ella desde otros tiempos más juveniles, en que llevaba el cabello negro y
lustroso muy largo y los mechones le caían sobre los ojos. Deja que el chal de lana se
deslice sobre los hombros porque el calor de la chimenea ha conseguido finalmente
www.lectulandia.com - Página 12
caldear hasta los rincones más húmedos de la estancia y toma la taza que le ofrecen.
—¿Profesor…?
—Me cuida demasiado —responde Forster, que parece bastante más joven que
los demás.
Pero, si se le mira de cerca, se perciben las arrugas que surcan su piel curtida por
el sol y que se tersa sobre los huesos faciales. Toma un vaso de grueso cristal
mientras hace una viva señal de asentimiento.
—¿Algo para usted, Kip?
El comandante niega con la cabeza. Jozsef se sirve una taza de té negro y la
retiene entre sus manos mientras se reclina contra el cilindro de una alfombra
enrollada como un jeque beduino en su tienda.
—Será muy triste dejar para siempre esta casa. Nos ha sido muy útil. Pero resulta
agradable saber que la Salamandra ha logrado poner fin a su tarea. Espero que esta
noche, cuando lo demos todo por finalizado, hayamos completado una labor que será
útil a las futuras generaciones. —Alza ligeramente su copa en un ademán de
calculada parsimonia y exclama—: ¡Por la verdad!
Los demás secundan el brindis con gestos de silenciosa aprobación. Ari se toma
el té con aire reflexivo y esbozando una leve mueca. Por su parte, Forster bebe su
whisky, saboreándolo unos instantes antes de ingerirlo, perdido en sus reflexiones.
—¿Qué decía usted, profesor?
Forster alza la mirada como si fuera repentinamente consciente de dónde está.
—¡Ah! Existen posibilidades… Lo que les voy a decir no se basa en conjeturas, al
menos no en su totalidad, sino que es resultado de mis experiencias así como de
informes y de conversaciones con otras personas.
—Así pues, no más ficción respecto al futuro —comenta Ari con tono un tanto
seco.
—Bueno, parte de lo que voy a decir sí es ficción… debo admitirlo. Simple
conjetura. Pero tengan en cuenta que soy un xenoarqueólogo acostumbrado a operar
en el reino de lo indeciso. —Forster deposita el vaso sobre la gruesa alfombra—. La
conjetura ha desempeñado un papel fundamental en los actos de ese personaje al que
llamamos Nemo.
—Ya conocemos a Nemo —afirma el comandante desde su lugar junto al fuego
—. Hemos realizado análisis de las obras del conocimiento que aún se conservan.
Hemos reconstruido sus actos…
Ari le dirige una dura mirada.
—Todo eso no son más que conjeturas, Kip, como dice el profesor.
—Sabemos bastantes cosas —declara el comandante con una voz tan ronca que
sus palabras apenas son audibles.
Nadie se atreve a contradecirle. El fuego chisporrotea y las llamas ascienden en la
www.lectulandia.com - Página 13
chimenea. Su fulgor anaranjado proyecta formas danzarinas en el techo artesonado y
se refleja en los estantes vacíos de la biblioteca.
El profesor J. Q. R. Forster concluye su relato:
—De modo que estamos atrapados por esa nave extraterrestre que ha cobrado
vida y ahora nos impone sus dictatoriales reglas. No ha habido discusión porque no
podía haberla. Hemos de conformarnos sin tardanza… o morir.
www.lectulandia.com - Página 14
2
La escotilla a presión era como una ampolla en la cubierta diamantina y perfecta
de la nave-universo. Su interior encerraba un lugar encantado y bellísimo, lleno de
intrincados elementos multicolores que semejaban a la vez dotados de vida propia y
simples objetos mecánicos; como un estanque alienígena en bajamar. Pero el suelo
era, en ese instante, no tanto un suelo como una pared vertical paralela al eje que
originaba la brutal aceleración de la nave-universo. Con más de un kilómetro de
envergadura y diseñada para acomodar astronaves de hasta el tamaño de pequeños
asteroides, su sobrecogedor vacío hacía parecer aún más diminuta la única nave que
albergaba: nuestro reducido y recién adaptado remolcador de Júpiter, el Michael
Ventris, sostenido en su lugar por un conjunto de tentáculos de metal, como un pez
enorme que hubiera sido atrapado por una gigantesca anémona.
La aceleración cesó sin previo aviso y de pronto la nave-universo y todo cuanto
contenía quedó flotando ingrávido, desplazándose libremente hacia el Sol. En el
interior del Ventris empezamos a liberarnos de los cinturones que nos retenían a los
asientos en forma de litera. Pero la brutalidad de la aceleración había cogido por
sorpresa a algunos tripulantes, aplastándolos contra el suelo acolchado, y que ahora
hacían esfuerzos para no verse desplazados de la cubierta.
Nuestro piloto era Josepha Walsh, una pelirroja, delgada hasta el punto de parecer
escuálida y, a sus quince años, una juvenil veterana de la Junta de Control Espacial.
—Estoy a la espera de sus informes —dijo.
Manipuló el comenlace y transmitió una orden a los monitores de la
videopantalla.
—¿Cuál es la situación en la cámara de oficiales? ¿Tony? ¿Angus?
—Bueno… recomiendo encarecidamente que se tiendan en el suelo durante diez
minutos a diez gees —respondió nuestro maquinista Angus McNeil con su voz
profunda mientras su rostro redondo se proyectaba en el enlace del monitor con la
cámara—. Es bueno para los que necesiten estirar la columna vertebral.
—De acuerdo. Sería un descanso excelente, capitán —gorjeó la alegre voz de
nuestro navegante Tony Groves—, si no me viera obligado a aguantar este condenado
florero que me ha caído en mitad del cuerpo.
—Ese florero es un casco —le advirtió McNeil.
—¿De veras? —exclamó Groves simulando sorpresa.
—¿Qué hay de nuestro invitado? —quiso saber el capitán.
Se produjo una pausa hasta que Groves interrumpió el silencio.
—Sir Randolph parece haberse quedado sin el aire caliente preciso para poder
pronunciar otro discurso; pero, aun así, respira.
—¡Qué lástima! —exclamó alguien, quizá McNeil.
www.lectulandia.com - Página 15
—Marianne, ¿se encuentra usted bien? —preguntó la capitana Walsh.
—Sí, sí… estoy bien —respondió la joven.
Junto con Sir Randolph, Marianne Mitchell era la otra huésped involuntaria y,
aunque se esforzaba al máximo por disimular su miedo, no podía hacer lo propio con
el cansancio.
—Los dos estamos bien —añadió mi ayudante Bill Hawkins, cuya litera de
aceleración se encontraba contigua a la de Marianne en la bodega del equipo. Se
había autonombrado protector suyo, aunque era evidente que se sentía tan asustado y
fatigado como ella—. ¿Qué sucederá ahora?
—Lo sabremos cuando nos llegue más información, Bill. —Walsh paseó su
mirada por el puente de mando observando los paneles iluminados, las pantallas y las
ventanillas distribuidas a su alrededor y que daban al enorme mecanismo de cierre
exterior. Se pasó la mano por el cabello color de bronce cortado al rape, como si
aquello la aliviara, y me dirigió una mirada apreciativa—. Parece conservarse bien,
profesor.
—Gracias, capitana —le contesté exhalando un suspiro, sin hacer ningún esfuerzo
por levantarme de la litera. Al fin y al cabo yo era, a pesar de mi aspecto, el más viejo
del grupo—. Pero confío en que esta clase de aceleraciones no se convierta en una
costumbre.
—Lo mismo digo. He soportado cosas peores en los cutters, aunque se supone
que están hechos para eso —repuso Walsh—. Al parecer, nuestro remolcador no lo
acusa demasiado. ¿Lo confirma la computadora?
—Todos los sistemas a la espera, funcionando nominalmente —respondió la voz
monótona, con un ligero acento chino, de la computadora principal del Ventris.
—Hace mucho calor ¿no le parece? —me quejé.
—Por el momento no se puede evitar.
Las escotillas estaban abiertas para dejar que entrara el aire del exterior y ahorrar
oxígeno. Pero allí dentro hacía calor y el ambiente era sofocante y húmedo.
Blake Redfield, al que había nombrado mi segundo ayudante, se acababa de
quitar el arnés en la litera del maquinista.
—Voy abajo por si puedo ayudar en algo —declaró.
—Compruebe cómo está Mays, ¿me hace el favor? No quiero más problemas con
él —le indicó Walsh.
—Lo mejor sería sumirlo en un sueño profundo e instalarlo en la bodega —gruñó
Redfield.
—Por el momento tendrá que seguir en su compartimiento. Pero asegúrese de que
no tiene ninguna palanca a su alcance.
Redfield hizo un gesto de asentimiento y se deslizó hacia abajo por la escotilla
que conducía al corredor principal de la nave.
www.lectulandia.com - Página 16
—¡Hola, Ventris! ¿Qué tal todo el mundo? —preguntó una voz de mujer desde los
altavoces del comenlace.
Se trataba de la inspectora Ellen Troy, cuyas palabras sonaban extrañamente
distorsionadas haciendo reverberar ecos profundos. Aunque habíamos tenido tiempo
suficiente para acostumbrarnos al hecho de que su voz llegaba desde las
profundidades acuáticas, distábamos mucho aún de considerarlo como algo natural.
—Seguimos todos con vida, Ellen.
—Bien. Tengo noticias para ustedes. El Ventris deberá separarse de la nave-
universo antes de la próxima aceleración. Se pondrá en la trayectoria de una colonia
en el Anillo Principal. Vale más que se empiecen a preparar en seguida, Jo.
—¡Y tanto! —Por fin, un poco de acción. Me arranqué de un tirón el arnés—.
¿Cómo llamaría a eso, Troy?
—Yo lo llamaría… buenas noticias —respondió la inspectora.
—¿Qué va a pasar con la nave espacial? —pregunté.
—¿Qué va a ser de usted, Ellen? —inquirió Walsh por su parte.
—No sé hacia dónde va esto —comentó Troy por el comenlace—. Pero
adondequiera que vaya, allí iré yo también.
—Insisto en acompañarle —protesté.
—No sé si será posible, profesor.
—¿Por qué no? El aire dentro de la escotilla es perfectamente respirable. El agua
es potable; la comida es buena. Y seguramente ese alienígena podrá…
—Se lo preguntaré.
—Insisto en hablar personalmente con el alienígena. Sabe usted tan bien como yo
que…
Una vez más me interrumpió:
—Transmitiré su petición y le informaré al respecto en cuanto pueda, señor. Jo,
prepárese para despegar. Sólo dispone de una oportunidad.
www.lectulandia.com - Página 17
despojarse penosamente de su traje, lo tiró a un rincón de la cabina proyectada
originalmente para dos personas; pero el traje abultaba lo suficiente como para llenar
el espacio sobrante.
Metiendo la cabeza en la capucha de presión negativa que hacía las veces de
unidad de aseo personal, se echó agua en la cara. Me lo imaginé sonriendo de placer
y prolongando aquel lujo al pasarse una afeitadora quemopsónica por la enmarañada
y gris pelambre que le había crecido en el mentón desde nuestra precipitada partida
de la órbita de Júpiter. No hacía aún media hora, podía considerarse un hombre
muerto. Él mismo estaba bien seguro de ello.
Debió de haber pasado un tiempo considerable mirándose al espejo. Tenía un
rostro cuadrado, con arrugas profundas, las cejas espesas, la boca grande y unos
músculos muy visibles en las articulaciones de sus fuertes mandíbulas. Era la cara de
un animal de presa; pero al mismo tiempo no carecía de distinción. Y la había
contemplado el tiempo suficiente como para haberse acostumbrado a sus rasgos.
Cansado de mirar su imagen se tendió en la litera y fijó la vista en la mampara de
metal gris. Porque Sir Randolph Mays, nombre con el que era conocido
habitualmente, no tenía adonde ir ni motivos para desplazarse a ningún sitio.
Randolph Mays, Jacques Lequeu, William Laird o, simplemente, Bill no eran más
que las diferentes caretas de un hombre que se había revelado en repetidas ocasiones
a lo largo de los años como el dirigente de la desaparecida Espíritu Libre, la milenaria
sociedad secreta que había predicho mucho tiempo atrás la reaparición de los
alienígenas. Pero ¿quién era en realidad? Nadie lo sabía.
Había planeado matarnos a todos; a cada uno de los miembros de nuestra
expedición y había estado muy peligrosamente cerca de lograrlo. Y eso a pesar de
saber que ninguno de nosotros hubiese podido pensar seriamente en hacerle a él lo
que él intentaba hacernos a nosotros. A ningún miembro de nuestro grupo le atraía
perder el tiempo convirtiéndose en su carcelero. Tras algunas discusiones, habíamos
llegado a la conclusión de que, puesto que carecía de un motivo viable para matarnos,
así como de un lugar al que escapar tras haberlo hecho, nos limitaríamos a tomar
ciertas precauciones en su presencia, como la de ordenar a la computadora que lo
siguiera a donde fuese no permitiéndole trasponer en solitario los límites de la cámara
de la tripulación, y, desde luego, la de mantener bajo llave el botiquín con sus
venenos terapéuticos, y un largo etcétera. Aparte de lo cual lo ignoraríamos por
completo.
Coventry carece de dimensiones físicas; pero aún así se trata de un lugar que
existe y es tangible. Nadie hablaría con Mays. Cuando nos sentáramos para comer no
dejaríamos ningún sitio libre para él. Si entraba en un recinto, todos lo
abandonaríamos, y si esto no era posible por alguna causa, hablaríamos y nos
comportaríamos como si él no existiera.
www.lectulandia.com - Página 18
Troy lo había llamado Nemo; una persona sin nombre no es persona ni nada. Y
con el tiempo, hasta aquel mote nos pareció superfluo, cosa que creo que él sabía.
Influida por nuestras alteradas percepciones, la tripulación del Ventris se olvidaría de
su persona. Simularíamos que no existía y pronto llegaríamos a creerlo así.
Pero esto no iba a ser un inconveniente para Nemo. Porque había pasado más años
de su vida en solitaria meditación de los que podíamos imaginar.
Ahora reflexionaría sobre el futuro inmediato. Nada en el Conocimiento, que el
Espíritu Libre se había esforzado en conservar llegando incluso muchas veces al
asesinato, lo había preparado para lo que estaba sucediendo y menos aún para lo que
estaba por suceder. A excepción de cierta insignificante diferencia numérica, él y sus
contrarios manteníamos una situación equilibrada.
Únicamente la posesión del Ventris nos daba cierta ventaja. Y ¿cómo inutilizar
una nave espacial?
En realidad, las posibilidades eran muchas, aunque el pragmatismo imponía
determinadas restricciones. Lo más vulnerable era los motores y los tanques de
combustible, pero no era probable que Nemo pudiera salir del módulo de la
tripulación sin alterar a sus guardianes, si alguna vez aparecía ante nuestra vista. Al
igual que una serpiente o una piedra, permanecería invisible mientras no se moviera.
Por la misma razón, el hardware del sistema de maniobra del navío, y los
mecanismos que preservaban la vida y la estructura contra la radiación quedaban
protegidos porque para alcanzarlos era preciso salir al exterior.
Podía abrir una brecha en la pared del departamento de presión donde estaba el
módulo de los tripulantes; mas para ello tenía que echar mano de los explosivos que
estaban en los departamentos destinados a equipamiento junto con algunas
herramientas y, para lograrlo, había también que salir de la nave. En un alarde de
decisión quizá pudiera atacar las consolas de control valiéndose tan sólo de sus
manos. Pero no abrigábamos la menor duda de que podríamos inmovilizarlo antes de
que causara muchos daños.
Quedaba el software. Un nombre muy adecuado; porque al igual que ocurre con
todos los sistemas complejos, el software era el punto flaco del Michael Ventris.
Puedo ver a Nemo sonreír solapadamente distendiendo sus labios sobre unos
dientes cuadrados y voraces. Habla solo, en el aislamiento de su compartimiento-
dormitorio.
—Ordenador, quiero leer algo. Por favor, despliega tu catálogo.
—¿Tiene alguna categoría preferente? —le pregunta el ordenador con su voz
cortés e impersonal.
—Poesía. Poesía épica —responde Nemo.
La luz del monitor de vídeo situado en la mampara parpadeó en rojo. Y el rostro
pecoso de nuestra piloto lo miró fríamente.
www.lectulandia.com - Página 19
—Mays, nos disponemos a realizar un despegue inmediato. Póngase el traje y
amárrese a la litera.
—La oigo, capitana Walsh.
—Haga lo que le digo.
Se puso el traje, pero no los guantes. Porque tenía que utilizar la computadora,
con mucha calma, sin pronunciar palabra, manipulando el teclado.
www.lectulandia.com - Página 20
La voz de Troy continuó diciendo:
—Thowintha me asegura que el Ventris será debidamente aprovisionado antes de
su partida con hidrógeno y oxígeno líquidos, así como con alimentos, agua fresca y
todos los suministros necesarios.
—Parece que ya está sucediendo —anunció Walsh, observando los niveles—.
Ahora entra combustible.
—Él… o ello, o lo que sea, ha sido muy amable, Ellen —comentó McNeil—.
Pero me pregunto si el concepto alienígena del alimento será igual al nuestro.
Una sucesión de gritos, silbidos, golpes secos y resonancias amenazaba con
ahogar las voces. Cuando hubo amainado, Troy dijo:
—Según informa Thowintha, se nos aprovisionará con todo lo necesario. —Y
añadió con tono burlón—: Esperamos que os guste el marisco.
—¿Qué hay de mi petición, inspectora Troy? —grité, dirigiendo mi pregunta a la
pantalla en blanco, allí donde en una transmisión normal debiera haber aparecido la
cara de Troy—. Tienen que permitirme hablar con Thowintha… ¡Y tiene que ser
ahora mismo!
—Lo lamento, señor. Pero por el momento no me es posible conectar con
Thowintha —respondió la mujer invisible.
Me había esforzado al máximo por dominar mi cólera, pero estaba perdiendo la
batalla. Notaba cómo el rostro se me encendía. Golpeé con furia las teclas de mi
traductora. Troy no era la única capaz de hablar el idioma de la Cultura X.
El piloto, el navegante y el mecánico observaban los cambiantes gráficos de sus
consolas.
En el exterior, las mangueras automáticas se hinchaban y vibraban.
—Antes de despegar —dijo Walsh—, creo que el profesor debería estar de
acuerdo en que firmamos… en que cumplimos…
—Yo no firmé nada —respondió Marianne Mitchell, cuyos grandes ojos verdes
lucían, brillantes y sin parpadear, desde el monitor que reproducía su rostro—. Lo
único que quiero es volver a casa.
—Ahí es a donde vamos, Marianne —le aseguró Walsh con amabilidad.
Hawkins se sintió obligado a acudir en su defensa.
—Algunos creerán que existen motivos para…
El locuaz posdoctor se interrumpió en mitad de la frase, en mi opinión debido a
que cualquiera que fuese la pregunta a la que contestaba, ésta no había llegado a
formularse todavía. Se apartó de los ojos el fino mechón de cabello rubio que había
caído sobre ellos y añadió:
—Bueno, yo voy con Marianne. Eso es todo.
Evidentemente, estaba decidido. Pero su errónea conclusión no obtuvo respuesta.
En el exterior del casco, las mangueras se desacoplaron y se replegaron sobre sí
www.lectulandia.com - Página 21
mismas, todas a la vez. Podíamos verlas en la pantalla, moviéndose como un ballet de
tentáculos de pulpo.
—Ellen, ¿te llega mi mensaje? —preguntó Walsh; pero no obtuvo respuesta.
—¡Inspectora Troy! —grité desesperadamente, pero el comenlace guardó silencio
—. Quiero que lo que voy a decir se le transmita a Thowintha.
Sostuve en alto la traductora, que empezó a emitir leves chasquidos, gruñidos y
sonidos extraños en una bien lograda imitación del lenguaje alienígena, aunque a mi
modo de ver lo estropeaba la leve resonancia de los minúsculos micrófonos del
sintetizador.
www.lectulandia.com - Página 22
otra. Groves, McNeil y yo estábamos en el puente con ella. Mitchell y Hawkins se
hallaban en sus literas, en la zona de servicios. Mays era visible con toda claridad
luego de haberse amarrado a la litera de lo que se había convertido en su dormitorio
particular.
—¿Dónde está Blake? —preguntó Walsh.
Pero ante nuestra sorpresa, quien contestó fue la inspectora Troy.
—Blake está conmigo.
La sangre se agolpó en mi cerebro con tanta rapidez que noté cómo la piel me
ardía bajo el cabello transplantado.
—Me ha engañado, Troy —le recriminé, convencido de sus intrigas para no
dejarme alcanzar lo que hubiera sido el éxito mayor de mi vida—. Todo esto lo ha
hecho para…
—Señor —me interrumpió—, ya le he dicho que ningún ser humano sin
modificación previa podría superar el cambio de ruta que vamos a adoptar.
Thowintha declaró formalmente que usted no habría podido sobrevivir a esa
variación… por más que pretenda creer lo contrario. Lo siento muy de veras, señor.
Me puse bastante nervioso y di unos golpes al cierre de mi arnés.
—Todavía no es tarde para que intente…
—Por favor, empiece la cuenta atrás, capitana Walsh —ordenó Troy—. El cierre a
presión se está abriendo.
En la pantalla del puente de mando se pudo apreciar cómo el difuso resplandor
azulado que llenaba el enorme espacio vacío bajo la cúpula estaba perdiendo
intensidad. Un agujero negro se había abierto en el centro y describía una espiral
hacia el exterior; las luces brillantes como estrellas que decoraban el cóncavo techo
se difuminaban para ser remplazadas por otras más débiles: las de las verdaderas
estrellas parpadeando a través de la rejilla de la compuerta.
—Treinta segundos… contando —anunció la computadora.
Otra luz, cuya fuente era invisible para el Ventris apareció en el cielo. Y a través
de las ventanillas del puente de mando pudimos ver como un óvalo deslumbrador se
desplazaba, semejante a un foco de teatro, por la afiligranada pared de la cúpula, al
tiempo que el sol lanzaba de costado lo que a nuestros ojos adaptados a la oscuridad
les pareció una claridad cegadora a medida que traspasábamos la abertura cada vez
mayor de la computadora.
—La nave-universo da vueltas como si hubiera enloquecido —comentó Walsh.
Casi me había salido de la litera y tuve que hacer esfuerzos para volver a la
posición normal, aunque a sabiendas de que era ya demasiado tarde. Los demás
estaban ocupados en sus propias literas y no podían prestarme atención o ver mis
lágrimas.
—Diez segundos —anunció la computadora—. Nueve. Ocho. Siete…
www.lectulandia.com - Página 23
El Ventris empezó a moverse en ángulo con la nave, flotando por sí solo al
desprenderse de aquellos tentáculos que hasta entonces lo habían mantenido
firmemente amarrado. Estirándose, al parecer de modo ilimitado, los delicados
tendones metálicos levantaron al remolcador hasta el orificio del techo y lo lanzaron a
la cegadora claridad del sol que brillaba por encima de nosotros.
—Ahora aceleramos para alejarnos de ahí —comentó Groves.
Los tendones se habían vuelto a curvar hacia dentro enrollándose sobre sí mismos
como muelles. A un observador cósmico que hubiese visto aquella escena desde lejos
le hubiera podido parecer como si el enorme y brillante elipsoide acabara de arrojar
un minúsculo pólipo casi invisible de un quiste en su costado.
—La nave-universo —comentó McNeil.
Mediante un golpe seco, como impulsados por un tirachinas, habíamos sido
proyectados hacia el exterior.
—Tres. Dos. Uno.
Un retumbar sólido y contundente que confortó a cuantos estábamos en el puente
de mando repercutió en el interior del Ventris cuando nuestros cohetes principales se
encendieron… seguido casi instantáneamente por una especie de tos seca y áspera.
Para mí aquello sonó como si alguien hubiera dejado caer un piano contra el techo.
Las estrellas empezaron a desplazarse por el cielo, perceptible a través de nuestras
ventanillas y moviéndose como luces en todos los sentidos dentro del espacio que nos
mostraba la pantalla del puente de mando. El Ventris navegaba sin rumbo,
describiendo una violenta espiral. Yo me había puesto el arnés con el tiempo justo.
—Motor principal número dos. El encendido ha fallado —anunció McNeil.
Igual que me ocurría a mí, una parte de su cuerpo estaba invertida en relación a su
arnés y toda traza de acento escocés había desaparecido de su inexpresiva voz.
Las sirenas de alarma aullaban y en todas las consolas parpadeaban luces rojas.
—Autocierres uno y tres —ordenó Walsh sin perder la calma ni precipitarse,
como si se tratara de algo rutinario que sucediese habitualmente—. MS a
autoestabilizador.
—Uno y tres, cierre automático. MS a autoestabilizador —confirmó McNeil.
—Computadora, comunique situación, por favor… Primera aproximación por
orden de urgencia.
—Sistemas vitales, nominal. Sistemas auxiliares, nominal. Sistemas de maniobra,
nominal. Depósitos de combustible, nominal. Otros suministros, nominal. Sistema de
propulsión principal, situación en rojo. Motor número dos, no funciona. Bombas H-
dos de motor número dos, averiadas. No hay incendio… ni peligro de ello.
—Computadora, siga.
—Posición y velocidad actuales no computables con datos disponibles. Fuerzas
www.lectulandia.com - Página 24
de aceleración interna desajustadas debido a…
—Ya basta, computadora —ordenó Walsh dirigiendo una mirada de soslayo a
Groves—. ¿Perspectivas para orientación?
—Nos vamos a encontrar con obstáculos —replicó Groves.
—¿Estamos ya en ellos?
—Me parece que aún no, Jo —repuso Groves indicando una sucesión de líneas
luminosas que se iban desplazando en la pantalla—. Parece como si la nave-universo
estuviera a punto de…
Se produjo una violenta sacudida.
—… volvernos a sujetar.
Aquella sacudida fue la primera de otras muchas que nos hicieron golpearnos
contra nuestros arneses. Gruñí disgustado, pensando que debía mantener a toda costa
la comida en mi estómago. En el exterior, las estrellas cesaron de moverse en espiral
e iniciaron un desplazamiento en todos los sentidos. Hasta que de pronto, adoptaron
una formación circular serena y estabilizada.
—¡Mirad! —exclamó Groves señalando con gesto nervioso hacia la ventanilla del
puente de mando.
Un objeto plano y metálico que relucía como un diamante y cuyos bordes estaban
recortados con precisión había aparecido y se iba desplazando por el cielo como una
masa sólida bajo nosotros. El sol y las estrellas se reflejaban en su pulida superficie.
—¿Qué pasa? —pregunté con tono lastimero.
El Ventris se encontraba tan próximo a la nave-universo que ésta llenaba toda la
visión del cielo. Su superficie diamantina era tan pura que podíamos ver
perfectamente el reflejo de nuestra minúscula nave reproducido en el armazón de
aquel universo en giro constante.
—Más tarde —relata Forster a sus oyentes—, supe cuáles habían sido las
palabras…, muy breves por cierto, que habían intercambiado Troy y el alienígena en
aquellos momentos…
—¿Queréis que sobrevivan los seres humanos? —preguntó Thowintha sin más
preámbulos.
Pero el hecho de que Troy quisiera o no, o de que los seres humanos viviesen o
muriesen, parecía carecer de importancia para el alienígena.
—Si optan por sobrevivir tendrán que adaptarse al mundo de los vivos —añadió.
El agua transmite los sonidos mucho mejor que el aire. Y, aunque Thowintha se
encontraba a mucha distancia y era invisible para nosotros, Troy oía su voz como si
sonara allí mismo junto a ella.
www.lectulandia.com - Página 25
—¿Y cómo conseguiremos que se adapten? —preguntó dirigiéndose a las aguas
oscuras.
—Han de conformarse igual que tú haces ahora. Y como hará tu compañero. Han
de vivir en el agua.
—¿Cómo los vamos a convertir en seres que respiren en el agua? —preguntó
Troy—. Tú misma aseguraste que el profesor no puede ser modificado. Y ahora ya no
tenemos tiempo.
—Tenemos otros medios para salvarlos, aparte de esa modificación. Debes
persuadir a tus seres humanos para que entiendan la necesidad de hacerlo. Pero a
juzgar por lo que nos has dicho, eso representa un gran obstáculo.
—¿Por qué?
—Porque sois… ¿Cuál es vuestra definición…?, sois «individuos».
—Eso no representa obstáculo alguno —afirmó Troy, con firmeza.
Lo que el alienígena no entendía era que los seres humanos poseen un instinto de
supervivencia mucho más intenso que el de los que se consideran tan sólo órganos y
miembros de un cuerpo colectivo.
Porque cuando Troy vino para decirnos: «Si queréis seguir viviendo os tendremos
que sumergir», todos contestamos: «Preferimos sumergirnos».
www.lectulandia.com - Página 26
3
«Al igual que un huevo, al que se asemejaba, el enorme esferoide de la
nave-universo estaba lleno de un fluido caliente —continúa Forster—. Una
mezcla de agua salada rezumante de vida…».
El agua es virtualmente incomprimible. Los seres que viven en el mar, al tener sus
tejidos y cavidades llenos de agua, no sienten molestia alguna al sufrir aceleraciones
que aplastarían a un ser humano que respira aire. Sumergidos en las aguas oscuras,
con los pulmones y otras cavidades internas llenas de agua, nuestros órganos y tejidos
infiltrados por microtubos que nos abastecían de oxígeno transmitido por el agua, nos
limpiaban de impurezas y alejaban de nosotros toda influencia corrupta mediante sus
burbujas, nuestros siete cuerpos desnudos se desplazaban ligeros por entre un bosque
de algas. Parecíamos hincharnos como cápsulas al extremo de los latentes tubos
translúcidos y las venosas cintas herbáceas que nos habían llevado hasta allí.
Estuvimos durmiendo medio año. Y hubiéramos podido continuar así, soñando
eternamente.
Por lo que a mí se refiere, como profesor de xenoarqueología y antiguo personal
docente del King’s College en la Universidad de Londres, soñé lo que me apeteció…
que había alcanzado, y los demás también, la culminación de mi obra tras seguir las
huellas de la Cultura X. Las escenas de la persecución de aquel objetivo durante toda
mi vida se repetían con toda claridad en mi mente desde mi primer y sorprendente
encuentro, cuando aún era un niño, con reproducciones de los polvorientos y
enigmáticos fósiles de Venus, hasta mi descubrimiento, en el infernal suelo de aquel
planeta, de las extraordinarias tablillas venusianas que por dos veces estuvieron a
punto de causarme la muerte; peligro del que por primera vez me libró Ellen Troy
con gran riesgo de su propia vida, hasta alcanzar finalmente lo que yo creía que iba a
ser mi triunfo total en la órbita alrededor de Júpiter. Y aunque el futuro continuaba
siendo insondable para mí incluso en sueños, una gran confianza colmaba ahora mis
expectativas. Después de todo, había obtenido lo que anhelaba y, seguramente, el
final de nuestro viaje sería el extraño mundo de Cruz, un planeta en el que ningún ser
humano había puesto los pies jamás, y que se revelaría ante mí en toda majestad y su
inimaginable grandeza. En los límites de mi meditativa conciencia, grupos de
alienígenas se arremolinaban en coros de ángeles…
www.lectulandia.com - Página 27
El profesor le dirige una intensa mirada antes de contestar:
—Mucho… mucho después, dispondríamos de más tiempo del que hubiéramos
podido imaginar para conocernos los unos a los otros; para profundizar en nuestros
pensamientos más íntimos. Mis amigos nunca olvidaron lo que soñaban entonces o
soñaron después. Y he aquí una muestra de lo que me contaron…
www.lectulandia.com - Página 28
estudios universitarios; pero ya desde niña lo fantástico le llamaba poco la atención.
Sus más descabelladas pesadillas quedaban lejos de su situación real. Ahora lo que
ansiaba más desesperadamente era llevar una vida normal. Se veía otra vez en su
clase, o en el dormitorio escolar, o en el piso que su madre tenía en Park Avenue, en
Manhattan, o recorriendo las salas del Metropolitan Museum, que en sus fantásticos
sueños sólo exhibían cuadros que representaban formas de vida alienígenas. O se veía
apoyada en la alta borda de un velero que navegaba de bolina, dejando que su
espléndido cabello ondeara besado por la brisa del Long Island Sound.
Aquellos compartimientos de su memoria estaban poblados por muchachos
jóvenes. Y le causaba irritación evocar la apariencia perfectamente inglesa de Bill
Hawkins destacando entre los otros muchos admiradores anónimos que la asediaban
dondequiera que fuese. Pero si dejaba de pensar en Bill, otro rostro hacía su
aparición, y el gesto desdeñoso de Nemo le provocaba silenciosos gritos de protesta
interior.
Hallándose en Amaltea, el joven Bill Hawkins había soñado con salas de lectura
con artesonado de roble que relucía pulido a la cera, y con éxitos filológicos
escolares. Pero luego se sintió atrapado por las emociones reales en que se
desenvolvieron nuestras primeras exploraciones de la nave alienígena. Ahora soñaba
en la oscura cabellera y en las pupilas verdes de Marianne; en su anhelo de poseerla y
perderla, y en las innumerables y variadas facetas de su pasado más reciente. Bill
había aprendido que nada reprime tanto las ansias de un apasionado aunque indeciso
joven como llegar a la conclusión de que la mujer a la que creía ya conquistada ha
perdido la paciencia y decidido prescindir de él.
En cuanto a Nemo ¿quién podría saber lo que soñaba? Probablemente, el hombre
al que desde hacía poco conocíamos como Sir Randolph Mays estaba más
acostumbrado de lo que suponíamos a las particularidades de aquella conciencia a la
deriva que nos había atrapado a todos. Yo creo que sus «sueños» nos hubieran dejado
atónitos, aferrado como estaba a recuerdos concretos y abocado hacia alternativas
futuras potencialmente graves. Sabemos que, en más de una ocasión, en el transcurso
de aquella noche eterna que amenazaba con disolver su carne, Nemo abrió los
párpados y sus claros ojos, duros como perlas, se posaron implacables sobre nuestros
movedizos cuerpos.
Lo sabíamos porque cada día otro humano, una mujer, venía a visitarnos aunque
no le prestásemos atención. Flotaba, libre y conscientemente, en la ondulante
penumbra entre los cuerpos oscilantes de los sumergidos. Su cuerpo esbelto estaba
tan firmemente musculado y era tan ágil como el de una bailarina. Su corto cabello
rubio se ondulaba graciosamente al nadar, como si cada uno de sus mechones tuviera
vida propia. Se hallaba más a gusto en el agua de lo que pudiera estarlo cualquier otro
ser de su especie. Las aberturas bajo sus clavículas absorbían el agua abriéndose al
www.lectulandia.com - Página 29
máximo; las branquias, como pétalos entre las costillas, se estremecían mientras el
agua recorría su cuerpo, y sus miembros desnudos ondeaban rítmicamente al nadar.
Al principio, tan sólo ella tenía noción del paso de los días, viviéndolos en el
presente. Al principio estaba sola y en libertad, aunque condenada a explorar por sí
misma el vasto ámbito marino de la nave alienígena. De vez en cuando, en los
momentos más inesperados y dentro del devenir de un tiempo que carecía de ritmo,
se la veía acompañada del único otro ser despierto y sensible que habitaba aquel
inmenso volumen de agua… y así ocurrió en efecto desde el primer día.
Visto desde lejos, el enorme animal que nadaba ante ella podía ser tomado por un
gigantesco calamar procedente de los océanos de la Tierra, aunque un examen más
minucioso revelaba numerosas diferencias. La semejanza parecía accidental, pero no
fortuita porque los organismos que se adaptan para desplazarse velozmente en el agua
tienden a adoptar idéntica figura de torpedo cualquiera que haya sido su proceso
evolutivo. Ella perseguía a aquel ser tentacular de color gris plateado con cuanta
rapidez le era posible, rastreándolo por el olor que dejaba en el agua, absorbiendo
ésta por la boca y la nariz, analizando su rica y complicada composición química a un
nivel que rayaba lo consciente y que podía convertir en conciencia total siempre que
se lo propusiera.
—Durante varios años, mis padres dirigieron lo que fue conocido como el
Specified Aptitude Resource Training and Assessment Project (Proyecto de
Adiestramiento y Evaluación de Aptitudes y Recursos Específicos), cuyas siglas eran
SPARTA. Más tarde, el Espíritu Libre trató de anular aquel recuerdo y durante algún
tiempo me olvidé de mi nombre, aunque no de algunas facetas de mi crianza. Así que
adopté el nombre de Sparta.
El alienígena ajustó su velocidad a la de ella dentro del agua.
—¿Cuál era el propósito de… aquellas personas… de tus padres? —La pregunta
del ser ondeó en una estela de estremecidas burbujas mientras se deslizaba ágilmente
por los pasillos recubiertos de formas vivientes, sin apenas mover sus aletas
propulsoras. Las aguas por las que nadaban, mientras Sparta le seguía el rastro, se
estremecían pletóricas de esa vida brillante y multicolor.
Hiciese lo que hiciese Thowintha —cuyo nombre era una corrupta y aproximada
www.lectulandia.com - Página 30
versión de un sonido compuesto por siseos y murmullos—, lo lograba de un modo
natural y pausado. Sparta, como ahora le gustaba llamarse, no tenía hasta entonces la
más leve noción de los sistemas reproductores de aquel ser o de su situación u
orientación respecto a ellos, por lo que no lo creía ni masculino ni femenino, por el
momento no tenía tarea más importante en perspectiva que la que ella-él y Sparta
estaban realizando: intercambiar comentarios.
Sparta exhaló unas burbujas y profirió unos chasquidos.
—Existe un prejuicio en nuestra cultura que consiste en clasificar a los seres
vivientes según un único baremo de inteligencia. Mis padres intentaron desacreditar
dicho procedimiento.
—Semejante idea queda fuera de nuestra comprensión.
—Hay mucho en nosotros que no comprendéis. —Sonrió interiormente al
ponderar esa afirmación—. Incluso nos es difícil comprendernos a nosotros mismos.
Hablaban empleando el lenguaje que los humanos, especialmente yo, habíamos
reconstruido basándonos en algunos antiguos artefactos y que había clasificado como
el de la Cultura X.
Desde luego, mi reconstrucción distaba mucho de ser perfecta. Pero Sparta estaba
aprendiendo la lengua de Thowintha con mucha rapidez aunque obstaculizada por su
intento de reproducirla tan sólo por medios físicos. Su cuerpo tenía una cuarta parte
del volumen del cuerpo del alienígena, por lo que sus zumbidos, chasquidos y
chirridos resultaban débiles en comparación a los de aquél.
Sin embargo, el ser parecía comprender sus acuosos vocablos. Otra cuestión era
la de saber si ella-él y Sparta llegaban a entenderse plenamente; pero ésa es una
cuestión que hubieran tardado su vida entera en responder.
Para empezar, Sparta sospechaba que Thowintha no acababa de captar la noción
del comportamiento individual. Por su parte, Sparta no entendía lo que Thowintha
trataba de expresar cuando decía: «Nosotros somos el mundo viviente». Para Sparta,
Thowintha era un cuerpo simple, pero se refería a sí misma-mismo sólo en plural y
además, parecía considerarse parte integrante de la nave-universo. Mas al propio
tiempo, al decir «nosotros», Thowintha parecía referirse a algo más que a la nave. Se
consideraba un todo también junto a quienes la habían construido; aquellos seres que,
desde mucho tiempo atrás, estaban ausentes o muertos… o acaso dormidos en algún
lugar incierto de las profundidades submarinas, del mismo modo que Thowintha
había permanecido durmiendo durante eras. No existía ningún otro individuo de su
especie visible en la enorme nave, cuyo volumen excedía de los treinta y cinco
trillones de metros cúbicos.
Pero, si bien Thowintha contestaba las preguntas de Sparta sobre aquellos temas,
sus palabras carecían a veces de sentido.
El alienígena se estremeció mientras exhalaba una interminable corriente de
www.lectulandia.com - Página 31
burbujas.
—¿Consiguieron tus… padres corregir aquella aberrante manera de pensar?
—La aberración persiste entre nosotros, con sólo algunas excepciones y así ha
venido sucediendo durante siglos. —Una graciosa sucesión de burbujas emergió de la
nariz de Sparta—. Quizá te parezca que estamos locos.
Thowintha se lanzó de improviso hacia delante con un fuerte impulso de sus
aletas y desapareció por un corredor en el que reinaba una claridad verdosa.
Sparta nadaba obstinadamente siguiendo su rastro y preguntándose qué urgente
necesidad le habría impulsado a aquel arranque repentino. ¿Acaso la conversación
que sostenían le habría molestado de algún modo?
Siguieron nadando por el interior de aquella estructura dentro de otra estructura
en la que figuraban numerosos murales y representaciones escultóricas con formas de
vida familiares y a la vez desconocidas. Mays había llamado aquel lugar «el Templo
del Arte», y dicho nombre persistía. Una de aquellas obras maestras resultó sin
embargo no tener nada que ver con la escultura. Era la propia Thowintha, que había
permanecido allí en perfecto éxtasis durante no se sabía cuántos milenios. Ninguna de
las otras piezas del Templo del Arte había cobrado vida, pero Sparta lo contemplaba
todo con una mezcla de cautela y respeto.
Tampoco el Templo era realmente tal cosa y su relación con el arte era oscura. Por
lo que Sparta podía determinar, más bien representaba el nexo de unión por el que
Thowintha participaba, de un modo poco claro para ella, en el manejo de la nave-
universo.
El laberinto de estrechos pasillos que se entrecruzaban por todas partes se abría a
un recinto cavernoso cuyas afiligranadas paredes radiaban destellos azules y púrpura.
Sparta conocía aquel lugar. Sabía que las innumerables secciones que cubrían sus
muros por otra parte sombríos, y que alcanzaban alturas superiores a las de las
catedrales de la Tierra, representaban a las estrellas vistas desde la situación de la
nave en el espacio que se movían como proyectadas contra la cúpula de un planetario.
Sin embargo, aquellas estrellas no eran proyecciones. Cada resplandeciente sección
tenía vida propia; estaban formadas por colonias de organismos planctónicos
fosforescentes y el movimiento físico de todo aquel conjunto de luz quedaba
coordinado a los precisos movimientos de la nave.
Thowintha había quedado en suspenso dentro de aquella oquedad celeste, en un
agua pletórica de brillantes galaxias de una vida distinta: ctenóforos, crustáceos
transparentes y miríadas de minúsculas medusas que latían con colores de neón,
rojos, púrpuras y verdes. Un sonido vibrante como el de campanas que tañeran en las
profundidades marinas surgía de los conductos del alienígena; el resplandor de las
estrellas vivientes que tachonaban las paredes disminuyó y adoptaron una disposición
distinta. Cuando volvieron a aparecer poco después, la relación entre ellas venía a ser
www.lectulandia.com - Página 32
la misma, pero su orientación había variado.
—Mira al cielo —dijo Thowintha.
Por encima de ellos, en los oscuros confines del sombreado planetario, el mapa
estelar había adoptado una forma extrañamente contraída como si toda la esfera de
constelaciones quedara comprimida en un estrecho círculo.
—Lo veo. ¿Qué pasa?
—Ahí está la siguiente etapa de nuestro recorrido.
—¿Adónde vamos? —preguntó Sparta.
—A eso que ves por encima de ti —respondió Thowintha sin concretar más.
Sparta tan sólo pudo apreciar las atestadas constelaciones del firmamento
septentrional de la Tierra. Si el centro de la cúpula del planetario debía ser tomado
como punto de referencia para la nave-universo, cosa que no cabía descartar por
completo, el destino de aquélla se encontraba en algún lugar de la constelación de
Géminis, junto al plano de la Galaxia.
—¿Cómo se llama ese lugar?
—Es un no-lugar.
Siguieron unos sonidos en staccato que Sparta no logró descifrar.
Luego cayó en trance. En los milisegundos que transcurrieron a continuación,
evaluó las implicaciones que podía tener aquella contracción tan peculiar de las
formas estelares muy por encima de ellos. Al momento lo entendió: era la proa de
una nave espacial que viajaba a casi la velocidad de la luz. Y en las horas que
siguieron, la nave-universo experimentaría aceleraciones mucho más fuertes que las
que había necesitado para separarse de la órbita de Júpiter.
Sparta salió del trance en que había estado sumida aunque por tan breve período
de tiempo que nadie se hubiera dado cuenta.
—Es por eso por lo que les sumergimos.
—Sí. Lo hicimos por eso.
Así fue como el arca que nos transportaba a todos prosiguió su trayecto en línea
recta hacia el sol. Dentro de la fotosfera robando al sol algo de su energía
gravitatoria, la nave-universo salió disparada hacia arriba alejándose del sistema
solar, y minutos después puso en marcha sus propios e impresionantes sistemas de
propulsión. En el transcurso de nueve días, la nave-universo navegó a cuarenta veces
la aceleración gravitatoria normal de la Tierra. Pero después aquel impulso se detuvo.
Y seguimos desplazándonos ingrávidos por un espacio vacío.
www.lectulandia.com - Página 33
por manos humanas; como un intruso en el hemisferio etéreamente azul dentro de la
enorme esclusa. Sparta se desplazó a lo largo de una de sus patas de aterrizaje
dirigiéndose con agilidad hacia la escotilla de ventilación de la cámara del equipo,
que estaba abierta.
Una vez dentro de la nave, se movió con decisión subiendo desde aquella cubierta
generadora de vida, pasando ante los compartimientos-dormitorio y por las zonas
comunitarias en dirección al puente de mando. Sintiendo plenamente y de un modo
extraordinario su sensación de mando, tanteó la capacidad espacial del Ventris
tratando de localizar la avería que había impedido su salida. Hasta aquel momento no
había tenido tiempo para investigar; pero no tardaría mucho en averiguar la causa.
Conocía tantos modos de sabotear una nave como aquel hombre llamado Nemo.
La razón y la intuición le hicieron comprender que no debía perder el tiempo
examinando el hardware. Una vez en el puente de mando accionó con energía el
sistema completo que gobernaba el potencial de los capacitores de la nave. Bajo sus
uñas, surgieron unas púas como las garras de un gato; conductores polymer o PIN,
que introdujo en el juego más próximo de las portillas IO. Y en seguida entró en
trance.
Durante unos breves segundos, su conciencia quedó localizada de manera total en
el interior de la computadora. Flotaba en la corriente de datos con tanta facilidad
como se desplazaba nadando por las aguas de la nave-universo, aunque al tratarse tan
sólo de una de las memorias del remolcador, aquel estanque era mucho más pequeño.
Del codificador se desprendió en seguida un olor acre que Sparta fue siguiendo hasta
alcanzar su fuente.
En los últimos minutos antes de que el Ventris quedara abandonado alguien había
accedido a las redes centrales de la computadora a través del programa de la
biblioteca. Al contrario que Sparta, Nemo carecía de púas PIN debajo de las uñas que
pudiera extraer para establecer contacto directo con la computadora interface. Sólo
disponía de una antigua y furtiva sofisticación. Sabía cómo infectar un sistema de
terminales exteriores introduciendo un gusano en su circulación normal a la vez que
pedía una comida o una ficha en la biblioteca o ajustaba la temperatura y la humedad
de su solitario compartimiento-dormitorio.
Era una de tales fichas las que le había proporcionado el acceso. En pocos
minutos pudo confeccionar un gusano valiéndose de retazos robados a otros
programas; un gusano que se ajustaría a sí mismo cuando se iniciara la secuencia de
la cuenta atrás de los motores principales; un gusano planeado para devorar la
alimentación de los sensores de los motores accesorios.
Segundos después del lanzamiento, el motor número dos se había empezado a
recalentar y sus bombas de combustible y de refrigeración se habían detenido. Y era
la causa de que el lanzamiento hubiera fracasado.
www.lectulandia.com - Página 34
Sparta examinó aquel ingenioso gusano, haciéndolo rodar sobre sí mismo,
diseccionándolo de un extremo al otro. Luego lo dejó donde estaba. Menos de dos
segundos después de haber caído en trance, recuperó sus sentidos normales, volvió al
tiempo real y retiró sus púas de las portillas.
www.lectulandia.com - Página 35
4
Transcurrió el segundo día de nuestra suspensión en plena ingravidez.
Sparta miró el cuerpo del hombre al que amaba. Flotaba atrapado en unas venas
sedosas de latiente fluido… enredado en tentáculos succionantes… abierto por
cuchillos con filo de cristal. La sangre oscura brotaba de él formando velos que eran
absorbidos por mucosas lumínicas que temblaban en las aguas alrededor de ambos.
Luego, con exquisito cuidado, los mil instrumentos del equipo transformador de
Blake Redfield se apartaron de su cuerpo y se replegaron mientras Sparta miraba
fascinada. Los aparatos de la nave-universo parcialmente vivos y poseedores de su
propia inteligencia, habían llevado a cabo su cirugía con menos traumatismo y mucho
menor trastorno que los cirujanos terrícolas que habían practicado la misma
operación en ella.
Sparta contemplaba a aquel hombre con afecto. Había permanecido alejada de él
la mayor parte del año anterior, y antes sólo habían estado juntos de vez en cuando.
Ahora que estaba a su lado, y sobre todo porque él no sabía que lo estaba observando,
se sentía fascinada por su rostro pecoso y que tras diez días sin afeitarse estaba
cubierto por una pelambre castaña; fascinada por sus facciones medio chinas, medio
irlandesas. Lo consideraba hermoso. Ese sentimiento la maravillaba.
Excelente nadador, más alto que ella y con músculos más fuertes, había sido
modificado por expertos. Y ahora los dos eran idénticos. Porque aunque hubiera sido
Sparta misma la que diseñó su cirugía reconstructora, la tarea se había realizado con
una perfección extraordinaria. Y ahora, teniendo en cuenta la ligereza de sus
movimientos bajo el agua, los dos serían iguales.
Mientras observaba, las purpúreas aberturas de admisión bajo las clavículas de él
se separaron absorbiendo agua hacia los conductos junto a sus pulmones, donde los
músculos del tórax los impulsaron de nuevo por los orificios que había entre sus
costillas.
En aquel momento abrió los ojos. Pero los volvió a cerrar en seguida y empezó a
parpadear tontamente como si intentara aclarar su visión. Ella sabía muy bien lo que
le ocurría. En la oscuridad que lo envolvía titilaban luces multicolores que no tenían
sentido alguno para los ojos humanos.
—No tefe… veo.
—Yo a ti sí.
—Que ga… go es todo efto.
Al pronunciar Blake aquellas palabras, un chorro de burbujas le brotó de la boca.
Sus cuerdas vocales vibraron con el aire que le salía de los pulmones gracias a un
intercambio de oxígeno con sus branquias nuevas. No podía entender lo que estaba
diciendo y menos aún lo que decía ella. El esfuerzo de hablar repercutía en sus oídos
www.lectulandia.com - Página 36
como las vibraciones de un gong.
—No es raro. A mí me parece estupendo.
Permaneció callado unos momentos, mirando como alelado hacia la oscuridad.
—¡Dian… ze! —Se calló, escuchando el eco de sus propias palabras—. \Di…
antre! No oig… go.
—Ya te acostumbrarás. El cerebro es un órgano de plástico.
—¿Ah, sí? —Trató de hacer una mueca grotesca—. Entonces no es mi… mío. —
Intentó fijar la mirada en ella; pero sólo veía una sombra difusa—. Me prrregunto…
cómo han bo… po… dido bo… po… dido…
—¿Cómo han podido qué?
—Descubrir las estri… estre… llas. La gravi… gravi… dad. Trepi… tripular
naves espe… espaciales.
—Tienen ojos, pero la vista no es su sentido básico para entender el mundo.
Sparta guardó silencio unos instantes.
—¿Me entiendes? —preguntó.
Él asintió con un gesto.
—Me gusta.
—El espacio informativo es inmenso. Muchísimo mayor que la minúscula
porción del espectro que registran nuestras retinas.
—Si tú me lo ase… gurras…
Ella sonrió.
—No seas un chauvinista perceptual.
—Eso es fácil de decir —murmuró Blake.
Sus palabras habían brotado en una sucesión de rumores entrecortados
pronunciados en tono bajo y acentuados por un siseante zumbido. Ya empezaba a oír
mejor y a formar palabras más inteligibles.
Aspiró el aire con fuerza y, haciendo un esfuerzo consciente, lo volvió a expeler
como pudo por las agallas. Las aletas cutáneas que las cubrían eran de un tono
rosáceo en los bordes allí donde la carne seguía cicatrizándose, y le escocían al
contacto con el agua salada. Se sentía débil y vulnerable. Mantuvo los brazos lacios a
los costados, temeroso de rozarlos contra sus nuevos órganos, y empezó a moverlos
sólo al hundirse en el agua.
Sparta se compadecía de aquellas molestias, pero no dijo nada. En cuanto
transcurriesen un par de días, estaría encantado con su libertad para desplazarse en el
líquido elemento como le ocurría a ella. Y el aire acabaría por parecerle un medio
ínfimo, apenas soportable.
www.lectulandia.com - Página 37
pulmones extrayéndolo de la corriente sanguínea para ser recogido por las branquias;
a controlar su flotabilidad; a gobernar adecuadamente el nivel de CO2 en su sangre; a
utilizar una mezcla de gases con los que producir toda una gama de chasquidos y de
resonancias necesarios para hablar el idioma de la llamada Cultura X en su forma
submarina. Y le enseñó también lo que consideraba su mejor artimaña: cómo expeler
de sus glándulas salivares modificadas una mucosa que podía extenderse como una
densa membrana por todo su cuerpo; una mucosa brillante como el cristal, como la
madreperla o como los ojos reflectantes de las almejas, infinitamente delgada pero lo
suficientemente sólida como para funcionar como traje presurizado en el vacío, y
aislante hasta el extremo de protegerle de los bruscos cambios de temperatura. Blake
se divertía expeliendo plateadas burbujas tan grandes como pelotas de baloncesto y
tan densas como si contuviesen aire comprimido.
Exploraron juntos las profundidades.
Thowintha le había enseñado el camino hacia el centro mismo de la nave, y tardó
más de una hora en describirle aquel paraje, sin repetirse jamás, confiando
plenamente en que Sparta lo recordase todo. Ayudada por su «ojo anímico», un denso
nudo de tejido artificial implantado bajo su frente, ella lo recordaba todo a la
perfección.
Descendieron con lentitud por entre las conchas que cubrían la nave, siguiendo
tortuosos caminos que podían semejar accidentes de la naturaleza y cuya disposición
no era más racional que la de los túneles abiertos por las hormigas. A su alrededor,
los translúcidos muros brillaban con una hermosa tonalidad azul, confiriendo al agua
el color de un diáfano mar tropical terrestre, a ocho o diez metros bajo la superficie.
Enormes espacios, cuyo interior apenas si podían escrutar, se abrían a sus costados y
por encima de ellos; estalactitas de brillante y afiligranado metal pendían del techo de
las largas galerías o surgían horizontalmente de las paredes. Columnas de minúsculas
burbujas restallantes se elevaban en diversos lugares y se deslizaban sin rumbo
aparente, buscando las más mínimas diferencias de presión y de temperatura, de
forma semejante a los dispositivos ventiladores de un acuario, e incluso era posible
que desempeñaran la misma función.
La inmersión era lenta; pero no tenían ninguna prisa. Los primeros diez
kilómetros en vertical les llevaron casi seis horas de natación incesante. De vez en
cuando se distraían persiguiendo a los peces que nadaban de un lado para otro. Y lo
que consiguieran atrapar podría servirles de alimento. Así era como ocurrían las cosas
en su mundo.
Ni la luz ni la presión variaron con la profundidad. Pero, en cambio, el paisaje
cambiaba con tanta rapidez que en mentes menos concentradas que las suyas se
hubiera podido condensar en una mancha informe.
En una ocasión se encontraron nadando en lo que parecía un abismo inmenso
www.lectulandia.com - Página 38
cuyas paredes resplandecían incrustadas de joyas vivientes y donde una maraña de
cables de materia parcialmente viva pendían como guirnaldas o se retorcían en aquel
vacío acuático. La vida los rodeaba por todas partes: bandadas de plateados peces y
escurridizos calamares pasaban raudos como flechas; celajes de plancton pendían casi
inmóviles, deshaciéndose y volviéndose a formar en el agua clara. A niveles más
profundos, atisbaron la presencia de seres mayores que se desplazaban con lentitud
por grietas tenebrosas y que no guardaban semejanza alguna con Thowintha.
Nadaban con suavidad a través del abismo para introducirse en alguna serpenteante
cavidad.
De vez en cuando se encontraban ante una pared o un suelo liso que se volvían
transparentes y se disolvían ante ellos… hasta que un suave impulso ascendente les
permitía atravesar con facilidad lo que antes les había parecido una barrera sólida.
Eran cierres presurizados y pronto se hizo evidente —como Sparta había sospechado
tras las exploraciones anteriores de la expedición— que la presión del agua dentro de
la nave-universo variaba muy poco de un nivel a otro. La nave era enorme pero su
mundo era pequeño y su gravedad intrínseca, ínfima; la presión se regulaba de un
modo parecido al de las células del cuerpo humano que la controlan ajustando
constantemente la estructura molecular de las paredes que las contienen.
Sólo los sonidos variaban, pero de una manera gradual. En los niveles superiores
de la nave, el agua había sido introducida al compás de un siseo y de una fricción
como de insectos producidos por innumerables organismos, puntuados por el susurro
ocasional de un pez o el chasquido de una concha o de una garra al cerrarse. Apenas
audible bajo aquel coro que sonaba en tono de soprano, se percibía otro sonido
palpitante, regular y grave parecido al de un corazón gigantesco.
A medida que descendían, los frenéticos parloteos se fueron haciendo menos
insistentes. Pero el sordo latido aumentó.
A doce kilómetros de profundidad el panorama cambió, al principio de un modo
gradual y luego, mientras atravesaban un último cierre cupular, de manera más
brusca. Todas las formas de vida, tanto escultóricas como reales, desaparecieron,
quedando en las regiones superiores, para ser remplazadas por columnas reflectantes
como espejos, estrechas y cilíndricas, y por arcos catenarios finos cual alambres, de
un material diamantino como el que formaba la impoluta cubierta exterior de la nave-
universo.
En aquel paraje remoto y profundo el agua era de una pureza inmaculada sin
rastros de materias orgánicas ni la menor traza de ondulaciones provocadas por
espirales oscilantes o por burbujas. Aproximadamente a un kilómetro por debajo de
donde Blake y Sparta se movían respirando con lentas pulsaciones, los brillantes
fustes de las columnas radiales convergían en línea recta sobre un elemento brillante
y esférico que latía en forma de luz en las profundidades.
www.lectulandia.com - Página 39
Sparta y Blake exhalaron racimos de burbujas procedentes de sus pulmones, en
donde las habían almacenado tras extraerlas de sus agallas. Y empezaron a hundirse
lentamente.
Sparta escuchó.
El agua resonaba con el latido de aquello que vibraba en el corazón de la nave, y
que ahora podían ver claramente.
Semejaba un erizo de mar muy delgado, y estaba provisto de largas púas.
El agua que fluía por la garganta y las agallas de Sparta no había cambiado de
sabor, aparte de la astringencia producida por una más alta concentración de oxígeno
disuelto. Pero no detectó ninguna radiación gamma ni la presencia de neutrones.
Tras algunos minutos de hundirse pasivamente, Sparta y Blake flotaron a unos
metros de distancia de la difusa y latiente fuente de luz que parecía desprovista de
toda sustancia o estructura interna. Ningún cuerpo físico era visible en el núcleo de
aquella esfera fulgurante que pareció replegarse cuando se acercaron a ella, aunque
probablemente aquella impresión fuera debida al reajuste de sus pupilas a la claridad.
Las diamantinas «columnas» que irradiaban destellos en todas direcciones no
eran en realidad columnas, sino esbeltos ramajes hasta que aquel simple tramado de
filamentos delgados como cabellos se iba afinando hasta desaparecer cuando
penetraba en el globo de luz. La forma hacía recordar una masa de neuronas arbóreas.
Los dos nadaron lo más cerca posible de aquel paraje hasta que la retícula
diamantina les impidió acercarse más.
—Recoge energía del vacío —observó Sparta.
—Es una singularidad aprendida —comentó Blake maravillado.
—Sí; una singularidad —convino ella—. Pero ¿aprendida o creada?
www.lectulandia.com - Página 40
llamáis cometas a lo que para nosotros son cuerpos de hielo. Llamamos a este lugar
Ahsenveriacha… Torbellino, en lengua clásica.
—¿Torbellino? —preguntó Sparta.
—Némesis —explicó Blake.
Era un vocablo que llevaba mucho tiempo sin pronunciarse. En las postrimerías
del siglo XX, físicos y astrónomos habían formulado la hipótesis de que el sol fuera
parte de un sistema estelar binario, es decir, que al igual que otras muchas estrellas en
el universo, tenía un duplicado. Y cabía que su homónima discurriera por una órbita
excéntrica perturbando periódicamente la nube de cometas que rodeaban el sistema
solar, por lo que algunos de ellos se replegaban hacia el centro en dirección a los
planetas terrestres, lo que en ocasiones provocaba que algunos colisionaran con ellos.
Pero aquella supuesta estrella doble, a la que se llamaba Némesis, nunca había sido
localizada, por lo que la hipótesis acabó por descartarse.
—¿Qué tipo de objeto es «Torbellino»? —preguntó Sparta.
—No tienen caracteres de objeto. Es una región singular compuesta de tiempo y
de espacio.
—¡Una región singular! —exclamó Blake.
—¿Quizás un agujero negro? —preguntó Sparta.
—Si la doble del sol se hubiese precipitado a un agujero negro antes de que
alguien consiguiera observarla —reflexionó Blake. Y se detuvo muy excitado antes
de añadir—: Ello explicaría por qué nunca la han podido encontrar.
—Agujero negro. —Los sonidos percusivos de Thowintha expresaron
comprensión—. Una descripción muy acertada.
—Pero ¿por qué es ése nuestro lugar de destino? —quiso saber Sparta.
—Ese… agujero negro… pertenece a la clase de los que están en rotación
acelerada, permitiendo el acceso a otras regiones del tiempo y del espacio. Debemos
volver allí para reorientarnos en el universo.
—¿Reorientarnos? —preguntó Blake—. Entonces ¿nuestro destino final no está
predeterminado?
—Tenemos varias opciones —indicó Thowintha con naturalidad.
Sin embargo, en apariencia dichas opciones eran limitadas. La explicación de
Thowintha estaba lejos de ser clara; pero Sparta y Blake dedujeron que algunas
decisiones codificadas milenios antes en el genoma de la nave-universo viviente se
expresaban ahora mediante su sistema nervioso. Cuando ésta, temporalmente ubicada
en la órbita de la falsa luna Amaltea, había emergido de su manto protector de hielo,
escudriñó el firmamento en busca de un objetivo preprogramado y, habiéndolo
localizado finalmente en dirección al Sol, se había puesto en camino hacia allí sin
más preámbulos. Incluso Thowintha, la voz de la nave, era al parecer incapaz de
variar su ruta hasta las etapas finales de aquel viaje hacia las zonas exteriores.
www.lectulandia.com - Página 41
De haber ocurrido algunos años antes o después de la progresión orbital de
Júpiter, Torbellino-Némesis se hubiera encontrado en una dirección distinta a la del
punto de partida de la nave-universo. E inmediatamente se hubieran requerido
aceleraciones brutales para liberar a la nave de las garras del sistema solar. Pero, por
el contrario, la atracción solar era ahora un factor importante y a los humanos les
quedaban sólo unos cuantos días para prepararse. Tan sólo algunos factores
accidentales de tiempo y de lugar habían salvado sus vidas.
Thowintha habló y ellos creyeron cada una de sus palabras.
www.lectulandia.com - Página 42
—¿Tienes un reloj que te lo indique? —preguntó Blake.
Thowintha agitó sus sensores hacia la bóveda del Templo.
—Allí está nuestro reloj. Sabemos… recordamos… dónde estamos y cuándo.
El enorme ser se volvió hacia ellos elevando los tentáculos como si se tratara de
la falda de una bailarina.
—Podéis despertar a los humanos de su sueño.
www.lectulandia.com - Página 43
Segunda parte
VENUS, VENUS, PRIME
5
Jo Walsh parpadeó y unas lágrimas brotaron por entre sus párpados mientras
volvía a estornudar.
—¿Estás resfriada? —le preguntó Troy.
—Me parece que sí —repuso Jo Walsh con voz nasal. Expelió un poco de agua.
Observé ese intercambio de palabras sintiéndome apenas consciente desde mi
rincón en la apestosa cámara del Ventris. El ambiente allí no era sólo cálido sino
decididamente sofocante. El sudor nos corría por la desnuda piel y nos sentíamos
como en el interior de un baño de vapor.
Jo Walsh enganchó una traba en la pared almohadillada, se apartó el cabello de
los ojos y, al tiempo que movía vivamente la cabeza, se dio una fuerte palmada en el
oído con la mano libre.
—Tengo agua en los ojos —dijo—. Hace que me sienta soñolienta. —Se apartó la
mano del oído produciendo un ruido como al destaponar una botella—. Así está
mejor.
Miró a su alrededor y, al verme, me dirigió una desvaída sonrisa.
—¿Dónde están los demás? —quiso saber.
—Poniéndose los trajes —respondió Troy—. Dicen que necesitan los bolsillos.
En el extremo más alejado de la estancia, Tony Groves empezaba a despertarse.
Estaba blanco como un pez y parecía medio muerto. Una barba de seis meses se le
enroscaba sobre el pecho.
—Me parece que tendré que ir yo mismo en busca de esos bolsillos —manifestó
con cierto énfasis.
Aunque en realidad trataba desesperadamente de que nadie le prestara atención.
La mano de Troy, al posarse en su hombro, pareció hacerle recobrar la calma.
—Estoy perfectamente —aseguró—. Muchas gracias.
Troy intentó ayudarle a pasar al corredor.
Estar desnudo no es motivo de ofensa en nuestro siglo; pero para los humanos de
piel lisa y obsesionados por las prendas, éstas son algo más que un adminículo
convencional y se convierten en algo totalmente necesario para ellos. No cabía duda
de que cuanto más viviera en el agua menos las echaría en falta Troy. Volvió a
ponerse en cuclillas frente a Jo Walsh sintiéndose a gusto en su piel.
—¿Nemo? —preguntó Jo Walsh.
www.lectulandia.com - Página 44
—Está seguro donde se encuentra.
—¿Cuánto tiempo hemos permanecido bajo el agua? Parecen haber transcurrido
diez minutos desde que nos durmieron.
—Diez días de aceleración a cuarenta gees. Seis meses costeando. Nueve días de
deceleración, otra vez a cuarenta gees.
Jo Walsh cesó de limpiarse el sudor.
—¡Virgen Santísima! —exclamó.
Troy levantó una ceja con aire de asombro. ¿Jo Walsh abrigaba sentimientos
religiosos?
—¿De dónde procedía la fuerza? —preguntó Jo—. ¿Cuál era el origen de la masa
de reacción?
—La fuerza motriz es invisible.
—¿Cómo opera? ¿Qué dice a esto el alienígena?
—No sabe explicarlo. Afirma que no es un manipulador de herramientas sino más
bien un lector de mapas.
Por aquel entonces me encontraba tan aliviado de mi deprimente confusión que
pude articular:
—¡Echemos una ojeada! —Troy me miró con aire cauteloso pero yo proseguí con
aplomo—: Podríamos llevar abajo al Manta. Y aunque no logremos ver plenamente
el fenómeno podremos al menos sacar alguna conclusión. Apenas si hemos rozado la
superficie de esta nave-universo en el tiempo de que hemos dispuesto, pero no hemos
profundizado en ella. ¿Tiene algo que objetar Thowintha a que investiguemos un
poco más a fondo?
Troy levantó una mano para detener mi entusiasta perorata.
—Blake y yo hemos investigado, profesor. Y no hay nada.
—¿Qué ya han…? —me detuve al comprender que estaba todavía demasiado
débil para enfadarme.
—Nada en absoluto… excepto una luz muy brillante.
—¡Nada!
La capitana decidió apoyarme.
—¿Cuál es el protocolo aquí? —solicitó a Troy—. Me refiero a que no sabemos
con exactitud si somos invitados o prisioneros. O tan sólo lapas en el lomo de una
ballena.
—Somos Designados —la informó Troy.
Jo Walsh no vaciló.
—Usted quizá sea una Designada. Puede vivir aquí abajo. Ir a donde le plazca.
Pero eso no contesta a mi pregunta.
—Lo siento, Jo. Por el momento no puedo dar una respuesta más concreta.
—¡Seis meses! Debemos haber alcanzado el noventa y nueve por ciento de la
www.lectulandia.com - Página 45
velocidad de la luz. Lo que significa… —reflexionó unos segundos— un mínimo de
cuatro años desde que salimos de la Tierra. Incluyendo el relevo.
—Parece tener en la punta de la lengua las ecuaciones de Lorentz.
—Soy piloto.
—En realidad hace un poco más de cuatro años —informó Troy—. Le diré que
incluso hemos atravesado un agujero negro.
Jo Walsh y yo intercambiamos una mirada de incredulidad.
—Me parece que debí haber preguntado antes… —empezó.
Pero yo fui más rápido que ella.
—¿Dónde nos encontramos? —quise saber.
Troy retuvo el aliento y su voz sonó casi como un suspiro.
—Estamos en Venus.
www.lectulandia.com - Página 46
gusano. Ustedes son los que han de decidir si ponemos la nave en funcionamiento
otra vez. Los motores de la nave-universo pueden ayudarnos, si es que logran
comunicarle cuáles son nuestras necesidades.
—Tony y yo echaremos una mirada.
Yo intervine entonces:
—Eso significa que el Ventris continúa siendo operativo. Pero ¿se trata de una
afirmación razonable, inspectora Troy?
—En la situación actual no puedo prever en exceso el futuro, profesor —-me
contestó dirigiéndome una mirada mucho más expresiva que sus palabras—. Desde la
última vez que hablamos, la nave-universo ha recorrido dos años luz partiendo del
Sol hacia la constelación de Géminis. Alcanzó casi el noventa y nueve por ciento de
la velocidad de la luz antes de penetrar en un agujero negro en espiral que al parecer
es el resto de un compañero binario de nuestro Sol. Logramos salir de él…,
Thowintha lo llama el Torbellino, para volver prácticamente a nuestro punto de
partida a un par de meses luz del Sol. Dentro de unas horas estaremos en una órbita-
aparcamiento alrededor de Venus.
—Pues entonces quizá no haya necesidad de reparar el Ventris. La nave-universo
puede sencillamente transferirnos a Port Hesperus.
Troy aspiró con fuerza un aire que le debía parecer en extremo sutil; sus agallas
se estremecieron involuntariamente.
—El caso es que el tiempo, o la fecha, o como quiera llamarlo, corresponde en
este momento a unos cuantos miles de millones de años antes de nuestra partida.
Marianne se quedó boquiabierta.
—¡Cielos! —exclamó Hawkins—. ¿Qué vamos a hacer ahora?
—Thowintha no nos ha dicho nada al respecto —continuó Troy acalorada—. Tal
vez no sepa nada; pero a juzgar por algunas cosas que ha insinuado, me parece que no
estamos solos en este lugar.
—¿Podría ser la Cultura X? —pregunté. Porque estaba ponderando dicha
posibilidad y me conducía a una conclusión asombrosa incluso para mí—. ¡Claro que
sí! Es posible que hayamos sido transportados al pasado para presenciar su
funcionamiento. Quizá nos sea permitido observar la…, digamos, la terraformación
de Venus. Es decir, si «terraformación» es la palabra adecuada.
—Y si Cultura X es una definición apropiada respecto a esa gente —declaró
Hawkins con una expresión inusualmente ofensiva.
Al mismo tiempo, me dirigió una mirada centelleante como si quisiera sugerir que
en realidad había sido yo el que los había metido en aquel lío… lo que supongo era
cierto. Mrs. Mitchell se sumó a su actitud agresiva al manifestar acaloradamente:
—Lo de que «nos sea permitido» no es precisamente la expresión que yo habría
utilizado.
www.lectulandia.com - Página 47
Encajé sus críticas haciendo un esfuerzo para soportarlas en silencio. No me
sentía ya responsable del destino de mis compañeros.
—¿Cómo se llaman a sí mismos? —preguntó McNeil con aire tranquilo.
—Se llaman «nosotros» —le respondió Troy—. Sencillamente así.
—No podemos seguir denominándolos Cultura X —decidió Hawkins con la
evidente intención de molestarme puesto que había sido yo quien propuso aquel
término muchos años atrás—. No se trata de mecanismos sino de seres vivientes. O,
al menos, uno de ellos lo es.
Groves intervino para afirmar con entusiasmo:
—Desde que el Embajador cobró vida siempre lo he considerado como un
amalteano.
—Lo mismo pienso yo de ella —dijo Jo Walsh.
—Para mí es «ello» —se pronunció Groves.
—Muy bien —afirmé—. Sea como fuere, son amalteanos.
Estuvimos hablando un rato más hasta que cada uno hubo formulado sus
preguntas: ¿Qué aspecto tenía el alienígena? ¿Qué había en el interior de la nave-
universo? ¿Cómo sabíamos que nos hallábamos a tres mil millones de años en el
pasado? Pero aquello sólo confirmó que semejantes cuestiones eran por completo
irresolubles.
A mí me parecía que, a juzgar por la actitud tan normal que mis compañeros
mantenían después de la prueba sufrida, había desaparecido todo el malestar y el
nerviosismo que surgió de un modo natural cuando estábamos en Júpiter. Las
egocéntricas reacciones y las pequeñas rencillas que se habían producido durante la
expedición a Amaltea estaban siendo sustituidas rápidamente por preocupaciones
concretas. Una cosa quedaba bien clara, y era que el alienígena no necesitaba de
nuestros conocimientos profesionales. Thowintha nos mantenía con vida por alguna
razón estrictamente personal. O acaso simplemente por indiferencia.
Ninguna meta u objetivo, sin importar lo difícil o alejado que se encontrara en el
futuro, lograría poner fin por sí mismo a nuestra aventura. Sólo la muerte podía
hacerlo. Habíamos adoptado la expresión indiferente y resignada de aquellos pioneros
del Oeste que a bordo de sus carretas se dirigían hacia un país inexplorado, esperando
encontrar como ellos algún paraje en el que establecernos y sabiendo que sólo lo
reconoceríamos en el momento en que llegáramos a él… Si es que llegábamos alguna
vez.
Por fin, tras un silencio interminable, McNeil pronunció la última palabra sobre el
tema.
—Bien. Ahora que todo eso ha sido planteado sin encontrar respuesta… ¿qué hay
para cenar?
Nos echamos a reír, más por alivio que por sentirnos alegres. La cena no tardó en
www.lectulandia.com - Página 48
llegar. Había langostinos y calamares y las algas marinas tenían muy buen sabor para
quienes como nosotros habían sido alimentados durante meses con inyecciones
intravenosas.
Por mi parte, lo único que lamentaba era que nos encontráramos todavía dentro de
aquella complicada astronave sin modo alguno de averiguar qué había al otro lado del
brillante casco que nos envolvía.
www.lectulandia.com - Página 49
6
«No fue hasta mucho después cuando supe lo que había en el exterior —
dice Forster a sus oyentes—. Me había sido descrito lo que ninguno de
nosotros podía ver…».
Las mil tonalidades verdes de las relucientes hojas y de los frágiles helechos
enjoyados por la humedad, así como de aquel otro verde de textura más suave que
pendía en franjas de brocado de la superficie de los rojizos acantilados, resplandecían
por todas partes.
Un millón de años o más de vientos huracanados y de constantes lluvias habían
tallado los riscos basálticos hasta convertirlos en acerados filos rocosos que
sobresalían mil metros por encima de las mareas implacables de un hirviente mar de
color verde grisáceo.
El neblinoso cielo estaba oscurecido por bandadas de seres parecidos a aves,
como gotas de tinta esparcidas sobre un papel blanco. Las cimas de los acantilados
aparecían moteadas de manchas blancas allí donde anidaban aquellas criaturas.
Formaciones rocosas rodeaban las playas y las calas, al pie de los peñascos, estaban
ribeteadas por una arena dorada rojiza y esbeltos árboles semejantes a cocoteros que
se inclinaban flexibles bajo el cálido viento. Los farallones se extendían por el Este y
el Oeste a lo largo de centenares de kilómetros. Blancas cascadas se precipitaban
www.lectulandia.com - Página 50
desde ellos hacia el profundo y verde mar, hundiéndose junto con la lluvia en unas
olas perpetuamente agitadas y cubiertas de espuma. Los océanos de Venus, con una
temperatura próxima a los cien grados centígrados en su superficie, se encontraban en
un estado de casi ebullición.
Aparte de aquellos seres semejantes a pájaros no se percibía la presencia de
ninguna otra criatura viviente en los kilómetros y kilómetros del neblinoso paraje
azotado por la lluvia. Los millones de aves que volaban en círculos como retazos de
vida irracional, trazaban formaciones que parecían surgir de las capas de nubes, de
aquel enorme escudo de diamante que, cual espejo perfectamente cóncavo, reflejaba
un mundo verde de crestas de olas y de cimas rocosas; un mundo de verde vegetación
de acantilados que se extendían en líneas sinuosas y de decenas de miles de manchas
de tinta zigzagueando bajo un cielo blanco, emitiendo chillidos, por sobre las rocas o
rozando las vaporosas aguas.
La inmensa aparición emergió zumbando de aquel vientre de nubes y se posó
convulsa en el mar entre columnas de cegadoras llamaradas. Otras columnas, esta vez
de rugiente vapor, se elevaron y la ocultaron hasta que fueron esparcidas por el
viento. Las estremecidas y verdes rompientes se estrellaron contra su superficie lisa
como un espejo; un succionante torbellino rodó en espiral por sus flancos mientras la
nave se detenía chirriando, después de haberse hundido hasta donde se lo permitió la
profundidad del agua.
Con sus treinta kilómetros de longitud en el eje más largo y poco menos cuando
estaba tendido de costado como sucedía ahora, la nave-universo se había posado
sobre uno de los fondos más profundos de los océanos de Venus, que en ningún lugar
sobrepasaban los dos kilómetros. La brillante piel del enorme navío sobresalía del
agua, curvándose hacia las nubes de la atmósfera inferior, sobrepasando en altura a
los acantilados próximos a ella. La lluvia le corría por los costados y caía como un
velo sobre las sombreadas aguas. El cálido mar primaveral se ondulaba en
arrolladuras montañas de espuma que iban a morir en la playa.
—Tengo la impresión de que ahí pasa algo —comentó Blake. Y sus palabras
resonaron en las aguas de la bóveda del Templo.
Sparta, que nadaba por el desierto puente detrás de él, siguió la dirección de su
mirada. En la intrincada superficie de la bóveda, el mapa de los astros se había
desvanecido, y cúmulos de luz se fundían entre sí. Pero al contrario de los lívidos
www.lectulandia.com - Página 51
despliegues que habían presenciado hasta entonces, aquellas aglomeraciones
multicolores ofrecían tonos casi ardientes que latían en destellos de neón como los
seres vivientes que habitaban las aguas interiores.
Como estimuladas por los pensamientos de Sparta, las aguas del puente
temblaron y se estremecieron adoptando colores en tres dimensiones. Seres que
durante seis meses habían deambulado sin rumbo fijo por los acuosos espacios de la
nave, permitiendo incluso ser atrapados y devorados, bullían ahora en una frenética
pero organizada actividad; escuadrones de calamares y bandadas de peces emitían
centelleos azules y naranja y giraban en compactas formaciones, dispersándose luego
como organismos simples a derecha e izquierda, hacia arriba y hacia abajo. Nubes de
brillante plancton y de rosáceas medusas latían en intrincadas abstracciones acuáticas.
De pronto, Thowintha hizo su aparición en las catedralicias alturas y se dejó caer
hacia donde se encontraban Sparta y Blake. Ella no había visto nunca al alienígena
moverse de manera tan rápida. Thowintha semejaba un cohete submarino y su manto,
que no había variado su color gris perla desde la primera vez que los humanos la
vimos, irradiaba ahora una claridad moteada por tonos de un anaranjado sangriento.
Cuando el enorme ser pasó junto a ellos, raudo como una centella, emitió un
caudal de sonidos:
—Ha llegado el momento de preguntarnos sobre el rumbo a seguir.
Segundos después se lanzaba hacia el exterior por uno de los estrechos pasadizos
situados en la base de la bóveda, dejándolos a ambos balanceándose en su turbulenta
estela.
Blake miró a Sparta con sorpresa.
—Ha hablado en plural.
—Quizá no haya querido decir «nosotros» sino «ellos» —apuntó Sparta.
Por encima de ambos, bajo la superficie de la bóveda, las multicolores
aglomeraciones habían cobrado una brillantez más intensa hasta adquirir un grado
agresivo, formando un círculo completo bajo el anillo que indicaba la línea de
flotación.
—Hemos de averiguar lo que pasa —añadió.
Siguieron una ruta tortuosa por el laberinto de corredores de la nave hasta
alcanzar el nivel del mar y descendiendo todavía más. Sparta iba en cabeza. Los dos
se encontraban muy lejos del veloz alienígena; pero el aroma de Thowintha
impregnaba el agua marcando un rastro que podían seguir fácilmente.
Recorrieron un largo trayecto hasta alcanzar la compuerta más próxima. En el
momento en que llegaban, la enorme cúpula se estaba abriendo al mar exterior. Los
dos humanos se detuvieron, manteniéndose en la sombra, flotando inmóviles a unos
cien metros por detrás de Thowintha. Lo que estaban viendo los llenaba de sorpresa.
Centrado en la abertura, la silueta del alienígena se recortaba contra el verdor del
www.lectulandia.com - Página 52
agua. Nubes de animales de escaso tamaño zigzagueaban como centelleantes
luciérnagas, desplazándose en nerviosas formaciones. Fuera, por sobre la superficie
del mar venusino que se agitaba y rompía, una claridad verdosa se infiltraba en las
claras y frías aguas incidiendo de lleno sobre una horda de animales marinos
tentaculares, algunos menores que Thowintha y otros, de un tamaño enorme, mayores
que los gigantescos pulpos de la Tierra y que semejaban pequeñas ballenas; pero
todos formados según el mismo esquema básico; caperuzas, agallas, ojos brillantes,
numerosos brazos y cuerpo aerodinámico.
Los colores se alternaban en la carnosidad de sus mantos adoptando ricas
tonalidades de rojo y púrpura y centelleando por la bioluminiscencia. Las formas se
concretaban y se disolvían incitando a los ojos a imaginar estructuras coherentes que
se desvanecían antes de que Blake y Sparta pudieran identificarlas, si es que en
realidad eran imágenes. Sus masas de tentáculos se enroscaban y desenroscaban en
una especie de enigmático ballet.
Todos parecían emitir sonidos al unísono. Un coro de órganos tenantes y de
campanilleos in crescendo hacían estremecer las aguas con tal intensidad, que Sparta
pudo percibir las formas ondulantes provocadas por aquella armoniosa sinfonía
proyectándose como trémulas sombras contra el fondo arenoso del océano.
—Creía entender esa jerga —comentó Blake expeliendo burbujas por el pecho—.
Pero me pierdo la mayoría de las palabras.
Al oír su voz, la sinfonía alienígena cesó de improviso. Cada ojo amarillento de
aquella multitud se movió en su encapuchada concavidad para fijarse en Blake y
Sparta. El comentario de él acababa de revelarles su presencia.
Los mantos se oscurecieron, pasando del rojo al púrpura oscuro y todos al
unísono preguntaron:
—¿Quiénes son ésos?
Thowintha les contestó:
—Son invitados que vienen a compartir nuestro consejo.
Instantáneamente, el coro resonó otra vez, ahora con mayor intensidad y mayor
incoherencia para los «invitados». Como Sparta tenía más experiencia que Blake en
aquel lenguaje, pudo captar algunas formas verbales corrientes: venimos, hacemos,
somos, estamos; y vocablos tales como coordenadas, alternos, interferencia,
ondulación, colapso, frustración, infracción, probabilidad.
De la boca de Blake surgió una burbuja.
—Ellen…
Pero ella se llevó un dedo a los labios para hacerlo callar.
Thowintha volvió a unir su voz a la del coro, pero expresándose esta vez de un
modo tan incomprensible como el resto y con tanta intensidad como la de todos ellos.
La armonía producida por aquel alboroto era tal que se hacía inconcebible que
www.lectulandia.com - Página 53
pudiera existir el más mínimo atisbo de desorden. Se produjo un movimiento
colectivo en la multitud de los seres acuáticos y los flancos de la formación se
cerraron, espesándose hasta formar una bolsa viviente frente a la compuerta que
impidió por completo la visión de las aguas.
Blake dirigió a Sparta una mirada de alarma. Pero sólo tuvieron que esperar unos
segundos. Thowintha adoptó de improviso una asombrosa tonalidad azul. Y con una
oscilación de su manto y un espasmo de sus tentáculos se desplazó de costado. Los
pequeños calamares y langostinos que se habían estado estremeciendo frenéticamente
tras él-ella en el espacio se alejaron inquietos, describiendo delicadas espirales
semejantes a los chisporroteos de una rueda de fuegos de artificio.
Al otro lado de la compuerta, el centro de aquella atestada escuela de alienígenas
se abrió graciosamente como el diafragma de una cámara fotográfica formando un
círculo a través del cual quedaba enmarcado el océano.
—Venid con nosotros —cantó el coro.
Blake miró a Thowintha, preguntándose si acaso también su alienígena
obedecería a aquella retumbante voz de mando. Al notar su inquietud, Thowintha
levantó delicadamente sus tentáculos.
—Estoy de acuerdo con ellos —dijo y, al igual que un grupo de instrumentos, el
coro exterior emitió un acorde armonioso.
—¿Cuándo volveremos? —inquirió Blake, preguntándose si su voz sería un
reflejo de su triste y melancólico estado de ánimo.
—No vais a dejarnos —respondió Thowintha.
Y también esta vez su voz quedó reforzada por el coro exterior en una
comunicación misteriosa e instantánea.
Los dos pálidos humanos, poseedores de sólo cuatro tentáculos rígidamente
unidos al cuerpo y poco aptos para la natación, hacían esfuerzos para surcar el agua
en medio de la hueste alienígena.
Blake se permitió un atisbo de nerviosa sonrisa interior. El desplazamiento dentro
de aquel lugar lo había situado repentinamente en una de las pinturas murales que
decoraban el techo, llenas de querubines, de serafines y de santos que ascendían al
cielo entre celajes de púrpura y de satinado azul.
—Blake no tenía modo de saber cómo había yo soñado en aquellas mismas nubes
de alienígenas angelicales —contó Forster sonriendo—. La apoteosis de Neptuno.
Pero desde luego, en mi imaginación, los había colocado, en un cielo distinto.
www.lectulandia.com - Página 54
Los dos flotaban uno junto al otro, tocándose las manos mientras la escuela de
alienígenas formada en un círculo a su alrededor los dirigía suavemente por entre las
claras corrientes con millares de movimientos de sus tentáculos, que cual delicadas
lenguas les rozaban la piel desnuda. Aunque estaban rodeados por aquellos inquietos
seres, éstos dejaban prudentemente que nada obstruyera su percepción. Sparta y
Blake pudieron ver así cómo se aproximaban a una colonia tan grande que podía
constituir una ciudad.
Y, en efecto, era una ciudad de cuevas de coral y oscuros arcos abiertos en los
blancos acantilados de carbonato; antiguos y profundos arrecifes moteados de
cavernas y cubiertos con guirnaldas de materia viva. Aquí y allá algún fragmento de
metal plateado navegaba en las corrientes: una amplia red parabólica quizá con la
forma de una antena de radio pero diseñada como una telaraña; o una sucesión de
finas cintas en espiral como estalagmitas corroídas que quisieran alcanzar la
superficie del agua. A Blake aquello le recordaba las ruinas de una ciudad que en
cierta ocasión había visto en un aislado acantilado de Grecia; una ciudad monacal
bizantina erosionada hasta no quedar de ella más que hileras de desplomadas bóvedas
sobre las colinas de piedra caliza alineadas en capas sucesivas unas encima de otras.
Pero lo que ahora veía era un pueblo hirviente de bulliciosos y brillantes seres que
se movían en seis direcciones al mismo tiempo, llenando el espacio entre las paredes
de coral del cañón. Al igual que los árabes, no parecía importarles rozarse unos a
otros o quizás incluso aquel contacto les confiriese cierto sentimiento de seguridad.
De vez en cuando una nave de apariencia extraña flotaba por entre la masa viviente;
algunas con forma de pequeñas esferas resplandecientes como burbujas; otras
mayores, que se podían confundir con organismos, dotadas de naturaleza propia.
—¿Es así como te imaginabas el reino de Neptuno? —preguntó Sparta. Y sus
palabras sonaron como campanadas en el agua.
—Ni hablar. Aquí no hay sirenas —repuso Blake mirándola con expresión
burlona—. Excepto la que me acompaña.
La risa de Sparta produjo una ristra de susurrantes glóbulos.
Sparta y Blake llegaban allí como embajadores de una tierra extranjera,
escoltados cual grandes personajes. O, al menos, así lo imaginaban. Sin embargo, a
excepción de sus acompañantes, nadie entre aquella multitud de criaturas marinas
parecía percibir su presencia.
—No parecen muy sorprendidos de vernos —comentó Blake.
—Es como si nos hubieran estado esperando.
—Deben creer que entendemos más cosas de las que captamos en realidad.
Ella se llenó los pulmones de aire extraído del agua.
—Dígannos que es lo que estamos viendo —vociferó sin dirigirse a nadie en
www.lectulandia.com - Página 55
particular—. Descríbannos el propósito de estas estructuras y de esas máquinas.
Se produjo un momentáneo silencio como si los alienígenas se sorprendieran una
vez más de oír la voz de los humanos. Luego, hablando al unísono, les contestaron:
—Lo que sentís es real.
Blake y Sparta esperaron algo más, pero aquello era todo cuanto los alienígenas
tenían que decirles antes de reanudar su canto inmaterial. Estaba claro que no habían
entendido la pregunta de Sparta, al menos en el sentido que ésta había querido darle.
O quizá no quisieran molestarse en contestar. Porque, en vez de conducir a los
humanos hacia alguna amplia estancia o salón, atravesaron nadando la «ciudad» para
dirigirse a las vacías aguas que se extendían más allá. Lo que Sparta y Blake habían
tomado por un centro de civilización no era más que un puesto avanzado en el
camino hacia su destino final.
El fondo del mar fue quedando cada vez más lejos y lo que había sido un suelo
arenoso y ondulado se transformó en una superficie informe cubierta de rocas y de
fango negro que se hundía vertiginosamente en las tenebrosas profundidades. Las
aguas se tornaron frías y oscuras, carentes de actividad excepto por algunos extraños
peces alados que se desplazaban con algún propósito imposible de averiguar. A pesar
de los continuos impulsos de sus tentáculos, Sparta y Blake tenían que realizar
denodados esfuerzos para mantenerse dentro de aquel convoy de alienígenas, y sus
pechos jadeaban por la fatiga.
El grupo a su alrededor estaba ahora silencioso, a excepción de un cántico en tono
bajo y sin palabras; pero el agua empezó a producir un sonido que se fue elevando
poco a poco hasta convertirse en un coro de gran riqueza sinfónica, prodigioso en su
alcance de frecuencias desde un bajo profundo a un agudo tembloroso. El sonido
ascendía y descendía dejando tras de sí prolongadas franjas melódicas; pero hubiera
sido imposible saber si aquella dinámica musical era interna o si se debía
sencillamente a una oscilación de las corrientes. Al no conocer su origen, a los
humanos les era imposible discernir si procedía de algún lugar, bajo su línea de
visión, o de mucho más allá, al otro lado del planeta, como esos sonidos que emiten
las grandes ballenas de la Tierra a través de millares de millas del océano.
Sparta observó que Blake se estaba fatigando con tanta rapidez que se le hacía
difícil hablar. En aquel coro se distinguían palabras, pero la mayoría eran
incomprensibles, aunque se adivinaba que formaban frases. Entonábanse también
canciones al parecer compuestas por diferentes líneas melódicas que se entrelazaban
antifonalmente.
Blake estaba exhausto y a punto de proponer que descansaran un poco cuando
Sparta lo tocó en el hombro y le señaló algo. Frente a ellos se observaba un
movimiento en las aguas, un estremecimiento convulso que procedía de una masa
refulgente, una especie de esfera vital en continua pulsación tan densa y luminosa
www.lectulandia.com - Página 56
como una bandada de sardinas atrapada en una red. Pero cada una de aquellas
«sardinas» era un alienígena policromo y rodeado de tentáculos.
La extraña aparición era de gran tamaño y su forma esférica era como la célula de
un óvulo humano recubierta de brillante esperma. Semejaba una astronave carnosa
dispuesta a aterrizar en un planeta asimismo de carne.
Pero antes de que se estrellaran contra él, el «planeta» se abrió y Blake y Sparta
quedaron sumergidos en una inmensa esfera acuática, cuya capa exterior estaba
formada por una masa palpitante de vida y de la que brotaba un cántico tan sonoro
como si sonase dentro de una campana de bronce.
www.lectulandia.com - Página 57
7
Desde muchas horas antes, Blake y Sparta habían perdido toda noción del tiempo,
cautivos en el interior de aquella esfera de alienígenas cantores. Por su parte, éstos no
parecían tener noción de ocasionar molestias a sus huéspedes. Su sentido del tiempo
era totalmente distinto al de los humanos.
Lo que estaba sucediendo parecía no tener importancia, no obstante el continuo
retorcimiento de aquellos cuerpos y el clamor de aquel cántico modulado sin cesar.
Durante algún tiempo tuvo lugar un despliegue de imágenes en el centro de la esfera
acuosa, con velos de color y franjas oscilantes de múltiples luces que se desplazaban
en todas direcciones en grupos de minúsculos pólipos, con esquemas geométricos
sumamente precisos pero incomprensibles para la mirada humana. Hubiera podido
tomarse como el equivalente alienígena de un ballet acuático o de una comedia
televisada o de un lanzamiento publicitario. Pero por más atención que prestasen,
Blake y Sparta tan sólo entendían algunas palabras y frases aisladas de la cháchara
que se oía a su alrededor. Aquél no era el vocabulario de la Cultura X como ellos lo
habían aprendido, e incluso las palabras y las frases que podían reconocer sonaban
extrañas a sus oídos.
Finalmente, Sparta dejó de esforzarse y se sumió en una especie de letargo.
Mientras permanecía en aquel estado de ensoñación, algunas palabras que había
podido captar se unieron a las otras claves ambientales impresas en su conciencia. No
quiso apresurar su trance porque no se trataba de una computación ni de un asomo de
ello, sino de la búsqueda de un entendimiento más profundo.
Por fin despertó.
Esperó unos momentos sumida en el fluir y refluir del sonido que hacía vibrar las
aguas a su alrededor. Luego, rechazando aquellos sonidos con toda la energía de que
era capaz, dijo:
—Perdonadnos y escuchadnos.
Blake la miraba estupefacto.
Los alienígenas guardaron silencio. Y luego, de pronto, entonaron al unísono:
—Escuchemos a nuestros huéspedes.
—Honorables anfitriones —dijo Sparta—, somos vuestro futuro, contra el que
debéis poner a prueba todo cuanto hagáis y decidáis aquí. No podemos amenazaros ni
vamos a hacerlo. Pero debéis ayudarnos a comprender. Sólo así podemos lograr que
vosotros también comprendáis.
Como si hubieran estado esperando aquellas palabras, que para ellos debieron
sonar en un tono apacible aunque Sparta las pronunció con toda la fuerza de que era
capaz, los seres natatorios las asimilaron sin dificultad y en seguida las repitieron y
las amplificaron.
www.lectulandia.com - Página 58
Siguió un nuevo titubeo momentáneo mientras sus observaciones eran
parafraseadas y el eco las repetía hasta que cesaron definitivamente.
Blake miraba a Sparta con aire curioso, preguntándose qué habría imaginado ella
que sucedería. Pero no quiso interrumpirla; ya se lo explicaría todo cuando hubiese
acabado. Hacía mucho tiempo que estaba resignado a confiar en sus actos aun cuando
le parecieran incomprensibles.
El coro restalló a su alrededor:
—¿Cómo podemos ayudaros a comprender?
—Mostradnos vuestra obra magna —respondió Sparta sin vacilar—. Contadnos
vuestra historia.
—Esperad —fue la retumbante respuesta. Y su enorme eco se difundió como el
mugido de una trompa marina.
Sparta se volvió hacia Blake.
—Eso que oímos ahora quizá suene como un coro entonando el Aleluya, pero en
realidad es un combate que se libra desde hace ya bastante tiempo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Blake.
—No estoy segura. Pero, sea lo que sea, tiene que ver con nosotros.
Un sector de la esfera viviente se replegó sobre sí misma y se abrió vomitando
cuerpos semejantes a calamares. Una forma reluciente del tamaño de un dirigible se
introdujo en esa abertura. El objeto tenía un enorme dosel hemisférico sutilmente
policromo gracias a la interferencia de una fina película de ondas lumínicas que
vibraba como una estremecida pompa de jabón, teñida con los colores de una
madreperla. Bajo ella se ondulaba una falda de finos tentáculos y de membranas
rojas, tenues como velos. Por encima, la nave estaba recubierta de ventanas en espiral
y de proyecciones como de percebes. En su parte inferior, tentáculos y excrecencias
carnosas removían el agua rítmica y pomposamente.
Blake observaba con atención.
—¿Qué es eso? —preguntó—. ¿Un animal o un submarino?
—Es una medusa —respondió Sparta.
—¿Cómo las que hay en Júpiter? —quiso saber Blake, incrédulo.
—Al menos, parecida a ellas —fue la respuesta de Sparta—. Creo que estamos a
punto de averiguar cuál es el cometido de esta especie.
Como movidos por alguna señal invisible, docenas de alienígenas se
arremolinaron alrededor de los humanos, tropezando entre sí y deslizándose pegados
unos a otros como pececillos encerrados en un tanque de agua, aunque de un modo
tan sutil y ligero que no daban la impresión de aglomerarse o de forcejear. Los
humanos fueron diestramente conducidos hacia la parte inferior de la medusa,
precisamente a su centro, allí donde en una auténtica medusa se hubieran encontrado
la boca y el estómago.
www.lectulandia.com - Página 59
Sin embargo, no fueron devorados. Los alienígenas dirigieron a sus huéspedes
hacia el interior de la nave mediante miles de suavísimos impulsos de sus tentáculos.
Era como encontrarse en el amable interior de un organismo enorme, amorfo y
tenuemente iluminado.
—Me gustaría que nos permitieran verlo todo —indicó Blake.
—A mí, esto me parece familiar —observó Sparta—. Me recuerda a la nave-
universo.
Se hallaban en una red de pasadizos que serpenteaban como formas orgánicas
quizá vivas o acaso inertes. De pronto pasaron a una ampolla transparente, en la cima
misma de la enorme cúpula, teniendo ante sí el movedizo océano.
—¿Qué es eso? ¿Un holograma?
—Es la realidad —repuso ella—, vista a través de una ventana inmaterial de un
grosor de tan sólo unas moléculas.
Al parecer, aquella tronera diáfana soportaba la enorme presión del agua sin
aparente esfuerzo. Dentro de la cámara translúcida a su vez, se movían dos o tres
docenas de seres parecidos a calamares, de formas finísimas y elegantes,
resplandeciendo en azul y anaranjado. Otros eran mayores, como masas verdes y
cobrizas, y hacían vibrar el espacio acuoso con una variedad de sonidos multifónicos
al hablar todos a un tiempo.
—Todo cuanto estáis viendo, todo menos el armónico océano salino, lo hemos
transportado nosotros hasta aquí. Observad lo bien que trabajamos para cumplir el
Mandato.
Blake y Sparta intercambiaron una mirada expectante. La medusa había
empezado a moverse. Por los costados y hacia atrás sólo alcanzaban a ver los amplios
velos levantándose y cayendo, impulsando a la nave con un suave deslizamiento
hacia delante. La enorme bola de seres vivientes que los rodeaba se abrió y volvió a
cerrarse tras ellos como si los expeliera y el ágil navío se introdujo con rapidez en
unas aguas idénticas desprovistas de forma.
Elevándose desde la oscuridad del fondo surgió ante ellos una amplia barrera
coralífera y, sin el menor ruido, la nave se introdujo en lo que parecía una bulliciosa
calzada de libre circulación para peces; un pasaje entre muros de blancos esqueletos
de coral recubiertos por capas de coral viviente y de un centenar de especies de erizos
de mar y de estrellas escarlatas y rojas. Los camarones se movían danzando por entre
las anémonas; los cangrejos tropezaban entre sí persiguiendo partículas flotantes; el
agua, entre las paredes, estaba atestada de bandadas de brillantes peces a rayas. La
nave discurría y giraba entre ellos sin el menor esfuerzo, siguiendo las caprichosas
sinuosidades del pasillo.
—Observad —cantaron las criaturas que los rodeaban—. La armonía de esas
miríadas de seres es espléndida y perfecta. La vida carbónica surge del fondo del mar
www.lectulandia.com - Página 60
y flota en las aguas. Por encima de nosotros, otra vida carbónica cubre la superficie
de la tierra y surca el aire de los cielos. La delicada red está completa. Todos los
elementos actúan en un dinámico equilibrio.
Llegaron a una laguna abierta. Flotillas de medusas reales palpitaban sobre ellos.
El fondo se perdía en una oscuridad de un azul casi negro.
—Las criaturas que devoran la luz en las aguas profundas mueren y se hunden en
el fondo marino, llevándose consigo su carbono. Los seres que se alimentan de luz en
la tierra mueren asimismo y se descomponen, añadiendo su carbono al del suelo.
Miríadas de seres se nutren de aquéllos que consumen la luz, y se degluten entre sí.
Así todos existen en una compleja armonía, como un reflejo de su lugar de origen.
Aquel cántico era un himno que parecía haber sido ensayado mil veces,
desprovisto por completo de espontaneidad.
—Estos mares son bellísimos; pletóricos de vida —dijo Sparta produciendo con
su pecho los chasquidos y chirridos adecuados, al tiempo que trataba de sonreír
cautivadoramente, preguntándose qué impresión podía causar su sonrisa en aquellos
seres.
Reaccionando ante una mirada de ella, Blake canturreó sonoramente
acompañándole cuando añadió:
—Lo habéis hecho maravillosamente.
Pero cuando Sparta miró las aguas verdeazuladas, tan nítidas como las de los
mares tropicales de la Tierra, se dijo que eran menos ricas en nutrientes de lo que lo
sería un océano más frío y nebuloso, repleto de plancton. Sin embargo, aquéllas eran
las latitudes más altas del planeta. Quizá los mares de Venus no fueran tan ricos en
vida como sus anfitriones pretendían.
Como si quisiera cambiar el tema de sus mudos pensamientos, la nave se impulsó
repentinamente hacia arriba; burbujas y medusas se esparcieron bajo la invisible
cúpula y el hemisferio madreperla que la envolvía y emergieron a la superficie.
—¡Uuaaahuuuu! —exclamó Blake sin poder reprimir su sorpresa.
El agua se deslizaba desde la cúpula.
Las bulliciosas ondulaciones se retiraron bajo ellos y avanzaron por entre nubes
espesas que se pegaban al exterior como gruesos copos de algodón gris. Incluso
sumergidos en las aguas interiores de la nave, pudieron sentir su aceleración.
Observando aquellas nubes, Sparta se preguntó qué se estaría fraguando allí.
Pensó que no todo el continente local parecía haberse alegrado con la llegada de
la nave-universo o con la aparición de Blake y de ella. Pero aún así, ningún
alienígena pareció demostrar sorpresa. Después de que se hubiera formado aquella
gran concentración y de que ella pronunciara su breve discurso: «Honorables
anfitriones; somos vuestro futuro…» pareció como si representaran un papel escrito
para ella mucho, mucho tiempo atrás.
www.lectulandia.com - Página 61
Supo entonces, sin el menor asomo de duda, qué era lo que ella y Blake habían
esperado durante tanto tiempo. ¿Estaban predestinados para algo?
Aunque tal vez un «Designado» fuese sólo el equivalente a un inspector de
fontanería. Por la mente de Blake había pasado idéntico pensamiento.
—¿No tienes la impresión de que nos han traído aquí para que comprobemos
cómo han cumplido ese Mandato suyo?
—Hablaron de «un reflejo de su lugar de origen» como si éste fuera el modelo.
—Afirmaría que se trata de su mundo original y que lo que desean es reproducirlo
aquí.
—Como quisimos hacer en Marte en nuestros tiempos.
—Pero lo que intentamos entonces, y volveremos intentar dentro de tres mil
millones de años, me parece un poco más flexible, más adaptable —opinó Blake—.
¿O será que me estoy mostrando chauvinista de nuevo?
—Es pronto para juzgar. No hemos visto todavía lo suficiente.
—Pero sí sabemos que les gusta hacer las cosas basándose en un programa.
—O al menos por consenso.
—Estamos dispuestos a contestar vuestras preguntas —intervinieron los guías
agitando el agua a su alrededor con nerviosa insistencia, como para advertirles que no
era muy cortés hablar un idioma extraño frente a sus anfitriones.
—Son muchas las preguntas que queremos formular —respondió Blake, tomando
la iniciativa—. Nos gustaría saber cómo construísteis vuestra nave…
www.lectulandia.com - Página 62
8
La nave-universo se mantenía suspendida sobre el agua, más alta que la más alta
montaña de Venus, proyectando un cuarto de su mole en las espesas nubes del
planeta. De haberse hallado en la Tierra hubiese alcanzado una altura superior a la de
la estratosfera. Muy arriba en el costado de aquella inmensa mole rodeada de nubes,
la gran compuerta que albergaba al Michael Ventris permanecía abierta dejando entrar
la lluvia torrencial.
En nuestro puente de mando, McNeil, provisto de un casco y de unos guantes
natural-artificiales, se ocupaba de verificar los daños que pudieran haber sufrido las
tuberías del combustible y de la refrigeración del motor número dos. El sistema AR le
permitía introducirse por entre los conductos y las válvulas, sumirse en sensaciones
visuales, aurales, aromáticas y táctiles mientras se abría camino por entre pistones y
rotores de bombas, se introducía por entre toberas de inyectores y se desplazaba por
la accidentada superficie de la cámara de combustión sin abandonar su litera. Pero
aun cuando sus sentidos le dijeran que su tamaño no era mayor que el de una
hormiga, tenía que mostrarse más sagaz que éstas; la concentración que requería
aquella tarea dejaba exhausto a cualquiera. Transcurridas dos horas de recorrer
aquellos vericuetos a escala milimétrica no había localizado ninguna avería grave.
Pero no llevaba explorada ni la mitad de la zona afectada por un funcionamiento
defectuoso y le quedaba todavía mucho camino por recorrer.
Yo lo observaba trabajar mientras iba rellenando ficha tras ficha de mi Diario,
deseando poseer los conocimientos adecuados para ayudarle de alguna forma.
Cuando McNeil se estaba quitando el casco y los guantes, Walsh subió al puente.
—¿Quiere que continúe yo? —le propuso.
—Sólo necesito descansar la vista un poco —respondió McNeil.
Se inclinó hacia delante para observar por las amplias ventanas del puente de
mando y parpadeó al recorrer con la mirada el amplio círculo de cielo, de varios
kilómetros de amplitud que se extendía a su alrededor. El centro de gravedad del
planeta colocaba la enorme cúpula en un ángulo inclinado respecto a nuestro
remolcador; pero el suelo que pisábamos estaba perfectamente plano.
Las escotillas del Ventris permanecían abiertas. La atmósfera de Venus, tres mil
millones de años más joven que aquel otro planeta que también conocíamos, era
respirable, quizás un poco excesiva en oxígeno, pero ello quedaba compensado por la
mayor altitud en que nos encontrábamos. El espeso aire estaba fuertemente
impregnado del olor de los organismos, las selvas y los mares situados muy por
debajo de nosotros y por la vida microbiana que poblaba las nubes.
—Los alienígenas han sido muy amables al abrirnos esas puertas —musitó
McNeil mirando hacia las nubes arrastradas por el viento—. Me pregunto por qué lo
www.lectulandia.com - Página 63
habrán hecho.
—Es agradable saber que no nos olvidan —opinó Walsh—. ¿Qué dice el
diagnóstico?
—Me queda todavía mucho trabajo por delante; pero el hardware no parece haber
sufrido daños. Hemos desconectado a tiempo para que nada se queme, y Tony me ha
dicho que tiene ya limpio el software. —McNeil se pasó la mano lentamente por la
cabeza y volvió a tenderse en su litera. Mirando a Walsh añadió—: El Ventris está de
nuevo en condiciones de funcionar, o lo estará dentro de poco. Tenemos a nuestra
disposición un pequeño pero robusto remolcador de Júpiter.
Ella leyó sus pensamientos igual que lo hice yo. ¿En qué podía beneficiarnos
aquello? ¿Adónde iríamos a partir de allí?
Pero mientras barajábamos aquellas incógnitas, los hechos que determinarían
nuestro futuro estaban sucediendo sin nuestra participación ni nuestro
conocimiento…
Sparta y Blake eran transportados rápidamente por la enorme medusa y, tras unos
minutos de recorrer una zona inundada de color gris, las cumbres de las nubes de
Venus aparecieron iluminadas por el sol bajo ellos como una luminosa llanura y los
últimos vestigios de vapor se esfumaron al otro lado de una ventana. Por encima se
extendía el grueso terciopelo de un cielo tachonado de estrellas.
Los alienígenas se detuvieron, pero su música sin palabras continuó sonando,
aunque ahora con cierto tono melancólico. Cuando las voces del coro se elevaron otra
vez llenando las aguas de la nave, su sonido era más débil porque muchos de sus
componentes permanecían callados.
—Esto es lo que frustró nuestros esfuerzos —cantaron. Y no existía duda respecto
al significado de aquellas palabras.
Sin filtrados electrónicos, sin ampliaciones ópticas ni representación por píxels de
computadora sobre una pantalla viviente o de cualquier otra clase, Blake y Sparta se
enfrentaban al espectáculo de un firmamento nocturno lleno de neblinosos cometas.
La nave continuó ascendiendo hasta quedar suspendida muy por encima de las
cumbres nubosas.
—¿Habéis sido acometidos alguna vez por cuerpos semejantes a ésos? —
preguntó Blake resoplando la frase en las pobladas aguas. Miró por entre los
escurridizos cuerpos los cometas que poblaban la noche y que parecían ampliarse al
ser vistos a través de la enorme burbuja de la cúpula.
—En muchas ocasiones durante millones de los pasados circuitos del Sol —
replicaron los alienígenas—, por innumerables cuerpos más pequeños que los que
ahora están próximos a nosotros. Y algunas veces, mayores que ellos.
Mientras hablaban, la medusa, tras haber alcanzado la cúspide de su trayectoria,
www.lectulandia.com - Página 64
empezó a descender otra vez lentamente hacia las nubes.
—Mas, al parecer, esos impactos no han destruido vuestra labor —dijo Sparta—,
ni extinguido la vida que sembrasteis y cuidasteis.
Por un momento no hubo respuesta. Blake y Sparta escuchaban con interés
mientras explosiones de sonidos rebotaban de un lado para otro de la cámara llena de
agua, en lo que parecía una especie de diálogo.
Fuera, las nubes ascendían hacia ellos a velocidad vertiginosa. Blake dirigió una
última mirada a los miles de pálidos estandartes cometarios intercalados entre las
estrellas.
—Parece como si dos o tres de esas esferas brillantes vayan a chocar contra
nosotros —advirtió a Sparta—. Suponiendo que se desplacen a vees propios de delta,
es decir, a treinta o cuarenta kips, los primeros pueden llegar aquí en un par de días.
—¿Qué pasará entonces?
Pocas personas tenían una experiencia tan enciclopédica como la de Blake en
cuestión de explosiones, en cómo producirlas y estudiar sus efectos. Hacer volar
objetos por los aires era su afición máxima, por no decir su adicción.
—Depende de la masa. Si son normales…, es decir, si tienen de diez a veinte
kilómetros de diámetro, considerando la densidad del agua… —reflexionó unos
instantes— el estallido puede ser del orden de los mil millones de megatones.
Sparta abrió los ojos asombrada.
—Desde luego, es un impacto importante —admitió él asintiendo al comentario
que Sparta no había llegado a formular—. Un cráter de quizás unos doscientos
kilómetros de diámetro. Mil millones de toneladas de roca fundida y de vapor serían
proyectadas a la atmósfera. Habría maremotos asolando el planeta en toda su
extensión, una y otra vez, hasta que finalmente la perturbación amainara.
—¿Y la vida? —La pregunta sonó tan tenue que apenas si Blake pudo oírla.
Él se encogió de hombros, lo que produjo un estremecimiento de sus branquias.
—Es difícil saberlo. Esto no es la Tierra. La temperatura es aquí mucho más alta
y la capa de nubes mucho más densa. ¿Tempestades de fuego? ¿Lo que se denominó
«invierno nuclear»? Lo dudo porque ahí afuera la humedad es extraordinariamente
alta.
—Pero la nave-universo puede rodar como un huevo —opinó Sparta.
—Sí. No se trata de una nave ordinaria.
Los penetrantes silbidos y chasquidos de la conversación que tenía lugar a su
alrededor cesaron. Y cuando los alienígenas volvieron a hablar en un tono más bajo,
pronunciando lentamente las palabras para que los terrícolas pudieran entenderlos,
fue evidente que sólo una mitad de ellos tomaban parte en aquel coro.
—En el pasado tuvieron lugar destrucciones, pero la gran madeja de vida sigue
incólume —cantaron—. La amenaza no viene de los impactos.
www.lectulandia.com - Página 65
Acompañando su canto, se percibía el sonido de una disonante y sostenida nota
en tono bajo.
—Entonces ¿de qué? —preguntó Blake.
—Del agua.
—¿Del agua?
En aquel momento, la medusa fue engullida por las nubes. La luz del sol se
eclipsó y la acuosa cámara de observación pareció contraerse y ensombrecerse.
Gruesas gotas de agua se deslizaban lentamente por el cristal de la ventana.
—La gran densidad de las nubes que ahora envuelven este planeta no existía
cuando nosotros llegamos. Encontramos entonces un mundo como el que
buscábamos. Un mundo de cielos claros y de purísimas aguas saladas.
Las voces de quienes al parecer habían quedado en un segundo plano durante la
reciente controversia volvieron a manifestarse en una estridente antifonía.
—Durante muchos millones de ciclos hemos estado viajando en búsqueda de un
lugar semejante. Nuestra tarea se realizaba con alegría.
—Hasta que los primeros cometas aparecieron en el espacio —campanillearon las
otras veces—, se fueron acumulando en proporción creciente.
—Surgieron del Torbellino —añadieron sus oponentes—. No sabíamos de su
existencia hasta que indagamos la fuente de donde procedían.
En su curiosamente armoniosa versión de aquel desacuerdo, los dos grupos se
turnaban en expresarse a coro.
—Empezaron a aparecer muy pronto en el espacio a un ritmo impresionante.
—Cuando localizamos el Torbellino y determinamos su órbita, supimos que las
colisiones eran inevitables y que continuarían durante un millón o más de
revoluciones del planeta. Cada cometa lanza a la atmósfera de este planeta mil
millones de toneladas de vapor de agua.
—El vapor de agua concentrado cerca de la superficie excede ya del veinte por
ciento. La condensación calienta rápidamente la atmósfera.
—Y el nivel de agua crece tanto que al evaporarse se descompone en oxígeno e
hidrógeno. Y el hidrógeno escapa hacia el espacio.
Blake resopló unas palabras hacia Sparta:
—¿Cómo decís «efecto invernadero húmedo» en la lengua de la Cultura X?
—Calculamos que, dentro de otros cien millones de circuitos del Sol, toda el agua
se habrá evaporado —continuaron los alienígenas—. Los océanos quedarán secos y
cuanto hemos hecho desaparecerá convertido en polvo.
—¿Por qué no alejar de aquí a los cometas? —preguntó Blake.
—¿Cómo hacerlo?
—Salid y empujadlos hacia nuevas órbitas —replicó Blake—. Poseéis la
tecnología suficiente como para mover masas mayores que las de los cometas y a
www.lectulandia.com - Página 66
velocidades también mucho mayores.
Se oyeron una serie de chirridos y silbidos.
—Debe de ser difícil mantener un secreto en una sociedad tan totalmente
comunicativa —comentó Blake a Sparta.
—No para nosotros… hasta que podamos entenderlos mejor.
Cuando los sonidos se extinguieron, el grupo predominante comenzó a cantar de
nuevo en un tono que sorprendió a Sparta y Blake por su sobriedad.
—Lo que sugerís ha sido ya propuesto. ¿Es para eso para lo que los Designados
han venido a hablar con nosotros?
—Hay una cosa obvia. Si ya ha sido propuesto ¿por qué lo retrasáis? —preguntó
Blake vivamente.
—Las naves de esta clase no pueden alejarse mucho del planeta —fue la
inmediata respuesta—. Sólo la que os trajo hasta aquí está en condiciones de recorrer
largas distancias.
—En ese caso ¿no podríais…? —empezó Blake.
Pero Sparta se le anticipó preguntando en tono suave:
—¿Cuál es la objeción fundamental?
Esta vez fue el sector minoritario el que le contestó en una sola y resonante voz:
—Que esa acción es contraria al Mandato. O por lo menos, así se dice.
El alboroto que se produjo entonces tal como Blake Redfield me lo describió
después «fue semejante al que ocasionaría un grupo de niños en una guardería, al
tocar una canción de rock del siglo XX empleando silbatos».
Entretanto, los que estábamos a bordo del Michael Ventris nos habíamos reunido
en la cámara de oficiales para escuchar lo que la capitana tuviera que decirnos.
—Los desperfectos ocasionados por el sabotaje de Nemo han sido reparados.
Nuestras comprobaciones indican que el navío está en condición A-OK. Ya es hora
de que empecemos a pensar en la siguiente operación.
Siempre me han dicho que me tiemblan las cejas cuando me excito por algo.
—Confío en que no esperen que adoptemos una decisión inmediata en el plazo de
una hora —manifestó.
—Estamos sólo iniciando el diálogo, profesor —repuso McNeil con el amable
gesto de dedicarme una desvaída sonrisa.
—Hay que estimar la situación y algunas cosas más —añadió Groves.
Mi gesto de asentimiento tuvo un tono impaciente. Estaba siendo condescendiente
conmigo; es decir, todos menos Marianne Mitchell. Sus pupilas verdes tenían una
expresión tristona y el sudor le corría por el rostro. Hawkins se afanaba solícito a su
alrededor.
www.lectulandia.com - Página 67
Al igual que yo, Walsh se había percatado de la repentina palidez enfermiza que
cubría la cara de la joven.
—¿Se encuentra bien, Marianne? —le preguntó.
Ella miró furiosa a los que la observaban y, aunque nos conocía muy bien a todos,
parecía como si nos considerase extraños.
—¡Quiero irme a casa! —gimió. Y se puso a llorar desconsoladamente.
Hawkins trató de rodearle los hombros con un brazo, y por un momento pareció
como si ella se lo fuera a permitir. Pero, de pronto, se puso de pie y extendió las
manos como quien se abre camino por entre los celajes de una telaraña. Cuando se
dirigía al corredor, tropezó al encontrarse de improviso en una zona de gravedad
semejante a la de la Tierra. Groves se apresuró a auxiliarla; pero ella lo rechazó con
energía y bajó la escala hacia la cámara inferior.
—¡Bill! Llamó Walsh vivamente a Hawkins cuando éste se lanzó en pos de
Marianne—. Déjala en paz. Déjala unos minutos sola. Será mejor.
Hawkins se volvió furioso hacia la capitana y los demás.
—¡La pobrecilla está desesperada! —exclamó—. Ese hombre monstruoso la
arrastró hasta este infierno sin darle la mitad de las oportunidades que se nos dieron a
nosotros. —Se estaba refiriendo a Mays, pero su siguiente andanada fue dirigida a mí
—. No es que a nosotros se nos informara tampoco debidamente… ni se nos pidiera
un consentimiento previo, pero…
Yo no respondí nada. El joven Hawkins no estaba en sus cabales en aquellos
momentos. Walsh trató de calmarlo otra vez, pero él no permitió que lo
interrumpieran.
—¡Vaya clase de gente con la que está mezclada, tal vez para el resto de su vida!
—exclamó—. ¡Nosotros! ¡Mírenos! ¡No me extraña que desee volver a casa!
—No todos pensamos igual —comentó McNeil, para quien ningún lugar era su
casa.
A mí me pareció que Hawkins trataba de aprovechar el disgusto de Marianne para
reforzar su resentimiento personal.
—¡No existe ningún motivo teóricamente razonable por el que no podamos
volver a nuestras casas! —estalló—. Si esta cosa enorme en la que viajamos ha
podido trasladarnos a tres mil millones de años atrás…, si es que realmente lo ha
hecho, aunque no tenemos prueba de ello, ¿por qué no marcha en dirección contraria
con la misma facilidad? Tendríamos que obligarla a hacerlo.
A Hawkins se le podía permitir algunas cosas teniendo en cuenta su juventud y su
temperamento apasionado, pero realmente…
—Es poco lo que sabemos sobre las posibilidades de la nave amalteana —expresé
con acritud—. Y no ejercemos la menor influencia en quienes la gobiernan.
—Troy y Redfield parecen encontrarse muy a gusto bajo dicho poder —replicó
www.lectulandia.com - Página 68
Hawkins. Y colocó, quizá inconscientemente, las enormes manos a los costados
encima de las costillas, allí donde todos habíamos visto las huellas enrojecidas de las
branquias de Troy—. Se ha transformado en una de ellos. Y Redfield debe haber
consentido que lo transformaran también para ser iguales los dos. Pero, desde luego,
ambos piensan muy poco en nosotros.
—Mira, Bill; nadie te recrimina que opines de ese modo —le dijo Groves—.
Pero, ya desde el principio, Blake no se dejó abordar, y…
Hawkins se echó a reír al modo desagradable que ahora era habitual en él.
—Fueron ellos los que eligieron trasladarse ahí abajo. Dejaron bien claro que no
les importaba vivir en el agua. Al parecer ya no les interesa ser humanos.
—Haznos un favor, Hawkins. No interrumpas a quien trate de hablar contigo —lo
recriminó McNeil poniendo en evidencia su masa muscular—. Por mi parte, me
siento en deuda con la inspectora Troy. No es ningún secreto y te contaré toda la
historia si es que insistes, que de no ser por ella lo más probable es que ahora yo
estuviera preso. Todo pasó aquí mismo, en Venus. Por lo que a mí se refiere, no me
siento en absoluto abandonado por ella.
Manifesté mi asentimiento profiriendo un gruñido.
—Como todos sabéis, Troy me salvó la vida. Para mí no existe duda respecto a su
condición humana o la de Redfield. Sin embargo…
—Dispénseme, por favor —pidió Hawkins irguiéndose con expresión
melodramática, como un adolescente que se resbalara ante nuestro intento de
imponerle una disciplina—. Me voy a ver a Marianne.
McNeil se puso en pie de un salto y bloqueó la salida al pasillo.
—Deja de importunar a esa joven durante unos minutos…
—Yo…
—¡Siéntate!
Hawkins apretó las mandíbulas silenciosamente antes de obedecer y McNeil lo
estudió con aire impasible mientras se sentaba él también. Luego me miró y dijo:
—¿Qué estaba usted explicando, profesor?
—¡Hummmm! —Mis cejas debieron efectuar algunas contracciones hasta que por
fin conseguí recuperar la compostura—. Bien. Primero deseo que quede claro que no
pienso insistir en ejercer la jefatura. Nuestra misión ha cumplido desde hace tiempo
los objetivos que le fijé. Aunque debo añadir algo: no obstante el trabajo realizado,
sabemos muy poco de… de esos amalteanos. Pero aún poseemos medios para
continuar la exploración. Contamos, por ejemplo, con el submarino.
—¿El Manta? —preguntó McNeil—. ¿Para qué nos sirve?
Me erguí hasta quedar tan rígido como me fue posible.
—Durante la mayor parte de los pasados seis meses… y suponiendo que lo que
hemos oído decir sea cierto, hemos estado viviendo en una especie de animación
www.lectulandia.com - Página 69
interrumpida. Aunque debido a la necesidad, en los breves días en que gozamos de
plena conciencia, nuestro estado de ánimo ha sido esencialmente reactivo.
Reaccionamos a los hechos ocurridos en Júpiter, y a la oportunidad de abandonar la
nave-universo, y al fracaso de nuestro propósito. Y más recientemente hemos
reaccionado también al reparar nuestro frágil y, a lo mejor, ya inútil navío planetario.
Pero lo que no hemos hecho ha sido planear nada ni tomar iniciativas. Ni dedicar
algún tiempo a la reflexión.
—Entonces, pensemos —propuso Groves. Pero su ansia y su viveza sonaron de
un modo extrañamente ambiguo—. O todavía algo mejor: ¡exploremos! ¡Quién sabe!
Podríamos incluso averiguar cómo dirigir nosotros mismos la nave-universo.
—O al menos dar con el modo de persuadir a quienes la dirigen para que nos
devuelvan a nuestro lugar de procedencia —sugirió McNeil con una melancólica
sonrisa.
—¿Y si Troy y Redfield tratan de impedirlo? —La pregunta la había formulado,
naturalmente, Hawkins.
—¿Por qué habrían de hacerlo? —inquirió McNeil asombrado.
Pero antes de que Hawkins se lanzara a una nueva diatriba, yo intervine.
—Estoy de acuerdo con Mr. Groves —dije—. Debemos iniciar una nueva
exploración de la nave-universo. Y también sería práctico echar una mirada al
exterior. E investigar la naturaleza de los amalteanos.
www.lectulandia.com - Página 70
9
Forster hace una pausa para observar cómo el comandante remueve un poco el
fuego. Lo hace de un modo obsesivo, empujando las brasas y clavando la mirada en
ellas como si buscara la respuesta a preguntas demasiado vagas para poder ser
formuladas; y a la vez demasiado importantes para poder eludirlas. Surge una breve
llama anaranjada que momentáneamente borra la visión de la multitud de neblinosos
cometas que se ven a través de las altas ventanas de la biblioteca.
El comandante mira a Forster, dándose cuenta repentinamente de aquella
atención.
—Continúe —le anima con voz áspera y el sombrío rostro expresa tal vez mayor
amenaza de lo que pretende.
—Con mucho gusto —responde Forster, afable. Y se vuelve hacia Ari y Jozsef—.
En nuestras primeras exploraciones de Amaltea, Redfield fue el primer piloto del
Manta; pero luego se abstuvo y, como el estado del Ventris parecía prolongarse
indefinidamente, la capitana Walsh emprendió la tarea de acondicionar el submarino
para nuevas exploraciones. —Carraspea más ruidosamente de lo necesario—. Y
mientras procedía a ello, eludió su mandato, lo que le permitió realizar un
descubrimiento en extremo preocupante.
Walsh había comprobado los efectivos del equipo y todo parecía funcionar
correctamente, por lo que mandó bajar el submarino por la compuerta interior hasta
situarlo en las aguas de la nave-universo. Estaba examinando el tablero de controles,
atenta a alguna advertencia que en realidad no deseaba oír. Con las luces interiores
encendidas, el hemisferio de la burbuja del Manta se convertía en un espejo
deformante que la reproducía en posición inversa.
Mirando aquella imagen suya en miniatura, pensó que aquel viaje no era sino un
ejemplo del modo en que las cosas no deberían haber sucedido. Todo guardaba una
gran similitud con las advertencias que le habían hecho cuando estudiaba en la
Academia. Los aspirantes experimentaban allí un par de días de soledad total que
permitían comprobar quiénes de ellos fracasarían y quiénes no serían capaces de
soportar un despertar en la Luna y mucho menos aún en Marte o en el Cinturón
Principal.
Muchos se daban cuenta entonces de que no eran aptos para ser proyectados al
espacio. Porque nunca podrían soportar el terrible aburrimiento que comportaba.
Algunos lo descubrían meses e incluso años después. Algunos de los que conseguían
llegar hasta las puertas de la Academia lograban sin embargo su objetivo porque se
trazaban un plan mediante el cual sobreponerse al sistema. Su secreto consistía en no
www.lectulandia.com - Página 71
permitir que nada los aburriera. Tenían una imaginación vivaz y una ambición en
extremo aguzada. Eran del tipo de personas para quienes bastaban dos o tres meses de
aprendizaje con las máquinas (muchas naves espaciales eran casi tan atractivas como
el Ventris, aunque algunas lo eran mucho menos; la Oficina Espacial poseía sólo una
docena de esbeltas y blancas naves del tipo «antorcha de fusión»), si a cambio de ello
conseguían una semana de actividad en algún puesto exterior del sistema solar.
No importaba que dicha actividad no fuese tan apasionante ni se desarrollara en
un lugar tan exótico como habían imaginado mientras siguieran siendo pilotos
espaciales, hasta alcanzar los treinta y cinco o los cuarenta años como máximo, la
fantasía los mantenía vivos y engañados. Cuando finalmente la realidad se hacía
patente, había otros muchos que formaban cola tras ellos y a los que se ofrecían
empleos en los que aprovechar sus experiencias. Al parecer, la oficina llevaba mucho
tiempo familiarizada con dicha especie; los protocolos de las pruebas estaban
especialmente confeccionados para encontrar candidatos dominados por aquellas
ensoñaciones secretas.
Pero ya desde el principio, Jo Walsh tuvo mucho más que simples sueños de
piloto.
En un servicio en el que predominaban los nórdicos, es decir, gentes de piel
pálida, incluso el aspecto de Jo resultaba especial. Porque era una de las pocas
mujeres de color de la Oficina. Sus antepasados habían sido negros africanos y
árabes, con alguna mezcla también de portugueses plantadores de azúcar del Caribe,
dueños, trescientos años antes, de los esclavos de los que ella procedía. Walsh poseía
las vivas facciones geométricas y el color y brillantez de un bronce de Benín.
Sus reflejos eran los de un tiburón cazador, habilidad que había adquirido durante
los veranos, siendo todavía muy niña, ante la complacencia de su padre viudo,
pescador de oficio, y el horror de sus maestros. Estaba dotada además de esas
extraordinarias facultades matemáticas que son distribuidas al azar por el conjunto de
los genes humanos para concentrarse como por arte de magia ya en descendientes de
empleados hindúes, o de campesinos griegos; de judíos húngaros refugiados; de
obreros esquimales de los oleoductos y de otras personas similares… en resumen,
genes que van a parar a los lugares o a las personas más distintas. Por ello, poseía
todas las cualidades necesarias para un capitán de navío, tipo «antorcha de fusión».
Pero aún había más, Jo era hija de sus padres, nativa de una verde isla rodeada
por transparentes mares y de aquel pueblo supersticioso, pletórico de sol, que la
habitaba. A finales del siglo XXI, el concepto de «nación» como idea geopolítica había
quedado anticuado desde mucho antes. Pero cada grupo lingüístico minoritario de la
Tierra, ceñido por fronteras que no eran las de sus antepasados, seguía anhelando
tener nacionalidad propia. Los imperativos culturales se pueden diluir, pero nunca se
disuelven por completo sino que persisten durante generaciones y generaciones. La
www.lectulandia.com - Página 72
gente no es inmune a la magia de lo ancestral.
Josepha Walsh no era prisionera de la magia, pero tampoco era inmune a la
interferencia de los dioses. Así pues, mirándolo bien, ninguno de nosotros debía
sorprenderse de que, antes de ingresar como cadete, fuera reclutada por el Espíritu
Libre organización cuyos miembros recorrían el mundo en busca de niños con
condiciones prometedoras, y que se habían fijado en ella cuando tenía quince años y
llevaba ya dos asustando a las monjas con su precocidad y su talento.
Después de ser obligada por las hermanas a elegir a Jesús en vez de a Ogun o
Chango, pareció como si un nuevo y más elevado camino se abriera ante ella, como si
el Pancreator fuera Jesús y Ogun y Chango al mismo tiempo; el Pancreator, que había
hecho todas las cosas, era la fuente del conocimiento y con el tiempo traería el
Paraíso a la Tierra. Evocando su pasado, se veía claro que el Espíritu Libre,
personificado por cierto padre jesuita, la había ido atrayendo hacia las matemáticas y
la física parroquial para llevarla luego a la Academia del Espacio. Todos se habían
mostrado ansiosos por introducir a uno de sus miembros dentro de la rama más activa
de la Junta.
Tras el primer año, la Academia permitía a sus cadetes que tuvieran libres los
fines de semana. El campus se encontraba en Nueva Jersey (una Academia del
Espacio en la Tierra tan sólo necesitaba locales para sus clases y acceso a un puente
aéreo) y el trayecto era fácil desde allí hasta Manhattan donde Josepha asistía a la
reuniones ocultas de los profetas. Pero, al observar más de cerca aquella mezcla ya
casi olvidada de historia y mito que llamaban el Conocimiento, su fe empezó a
flaquear.
Y para cuando se graduó en la Academia no creía en nada que sobrepasara las
cuestiones prácticas, excepto la teoría del quantum y la de la curva espacio-temporal.
Estaba convencida de que el Conocimiento resultaba incompleto y de que sus
predicadores eran artistas de pacotilla. Si existían alienígenas, de lo que estaba
plenamente convencida, no acudirían para llevar la salvación los profetas del Espíritu
Libre. Había ido agrupando suficientes retazos de su programa como para saber que,
mientras fuera miembro del mismo, se consideraría una traidora a la Junta y al
Consejo de los Mundos. Pero era ya demasiado tarde; porque quien optara por
escapar al Espíritu Libre estaba condenado a muerte.
Entonces, en la primera tarea que le asignaron, conoció a un atezado comandante
de voz ronca perteneciente a la Sección de Investigaciones. Éste le dijo que la venía
observando y que la tenía por uno de los profetas. Pero, para su sorpresa, no la detuvo
sino que la reclutó para su propio servicio secreto.
Él y sus colegas se habían bautizado con el nombre de Salamandra. Y, al igual
que ella, habían sido miembros del Espíritu Libre. Pero, aunque creían en las
verdades esenciales del Conocimiento, se daban cuenta de que eran utilizadas con
www.lectulandia.com - Página 73
fines equivocados. La mayor parte de ellos, había pocos como el comandante,
operaban abiertamente desde posiciones de poder, desafiando al Espíritu Libre.
Algunos simulaban pertenecer aún al mismo. Y ése era el papel que el comandante
deseaba que Walsh desempeñase.
Así pues, continuó su carrera en la Junta Espacial, donde fue ascendiendo de
categoría rápidamente. Un capitán de cutter ocupa el asiento izquierdo a la edad de
veintiséis o veintisiete años o no lo ocupa nunca. Josepha Walsh lo consiguió a los
veintidós. Y simultáneamente continuó siendo miembro «oculto» del Espíritu Libre.
Pero nunca pasó de ser un simple soldado para los profetas, que la mantenían
siempre al margen de todo y le daban órdenes no acompañadas de explicación
alguna, que debía cumplir sin formular preguntas. A veces obedecía pero en otras
ocasiones sólo fingía hacerlo, aun a riesgo de su vida. Así fue como «mató» a su
primera víctima ritual, un miembro de los Salamandra quien, gracias a haber sido
avisado por ella, cambió de identidad y desapareció, quedando constancia de su
fallecimiento.
Aunque Walsh no tenía acceso a los consejos de los caballeros, y de los ancianos,
entre los profetas, adivinaba a grosso modo cuáles eran sus objetivos, observaba sus
maniobras, y se las componía para comunicar al comandante todo cuanto averiguase.
A veces, éste le encomendaba misiones que la ponían en contacto con la inspectora
Ellen Troy, incluso antes de que ésta tuviera una noción exacta de su papel en el
esquema de tales hechos. Fue Josepha Walsh quien llevó a Blake Redfield a la Luna,
tras comunicarle que la sede de los alienígenas se encontraba en Cruz. Y fue ella
también la que sugirió que el misterio de la gran placa de Marte podía ser desvelado
en Fobos.
Era pues natural que Josepha Walsh se ofreciera voluntaria para colaborar en la
expedición de Forster a Amaltea, misión que convenía tanto a los Salamandra como
al Espíritu Libre. Pero, antes de que se iniciara, el Espíritu Libre quedó
repentinamente decapitado y privado de la mitad de su consejo por la acción de Ellen
Troy operando como agente libre fuera de todo control, incluso de sí misma.
Walsh no reconoció a Sir Randolph Mays cuando éste deshizo literalmente la
expedición a Amaltea al llevar consigo a Marianne Michell. A Mays, por su parte,
aunque debió haberla reconocido, le pareció mejor eliminarla junto con los demás
antes que intentar servirse de ella. Nadie a excepción del comandante sabía que
Josepha Walsh pertenecía a los Salamandra, ni siquiera Redfield, aunque era también
miembro del grupo.
Ni tampoco nadie sabía —después de que Mays se viera obligado a admitir
finalmente quién era y una vez que Walsh hubo averiguado lo que había hecho y lo
que se proponía hacer— que ella había adoptado una resolución personal. Porque, por
aquel entonces, el jefe y personaje principal entre los profetas del Espíritu Libre, el
www.lectulandia.com - Página 74
mayor de los ancianos, el más honrado caballero, el que había causado el desorden en
el Conocimiento, frustrado las aspiraciones de Walsh, originado su deshonra e
intentado asesinarla junto con su tripulación, estaba ahora a su alcance. Y se
desplazaba bajo ella bajo las cálidas aguas de la nave-universo, inconsciente y
vulnerable. Sólo precisaba del ágil submarino europano para dar con él y aniquilarlo
definitivamente.
Por eso fue por lo que Josepha Walsh, en el curso de la más importante aventura
de su vida, una aventura con la que venía soñando desde que era adolescente,
sintiéndose loca de impaciencia, y presa del aburrimiento producido por la
inactividad obró de aquel modo. No existe una venganza más dulce que la que
proviene de desquitarse de unos sueños reducidos a la nada.
El submarino al que llamábamos Manta había tenido su origen en una nave de
investigación en la luna de Júpiter llamada Europa. Bajo la gruesa capa de hielo de su
corteza exterior, se encontraba un océano desprovisto de vida, pero rico en minerales
disueltos. Se pretendía que el Manta obrara con independencia de la superficie. Sus
«branquias» estaban recubiertas de enzimas artificiales con las que absorbía el
oxígeno del agua. Otras proteínas asimismo artificiales conducían el oxígeno hasta
los sistemas interiores del sumergible en los que se alojaban sus pasajeros humanos.
Una vez sumergido, el submarino avanzaba impelido por el rítmico batir de sus alas
en forma de radios movidos por la complexificación y des-complexificación de
moléculas activadas. Como las bombas peristálticas internas del Manta eran capaces
de anular presiones equivalentes a las de las fosas más profundas de los océanos
terrestres, los de Venus, menos hondos, no presentaban dificultad alguna.
Sin decir nada al resto de nosotros Josepha Walsh impulsó el Manta hacia abajo,
dentro del ámbito de la nave-universo.
Su búsqueda fue rápida y precisa. Sabíamos lo suficiente de Troy como para tener
conocimiento de dónde íbamos a pasar aquellos meses de suspensión de actividad: en
una cámara no muy alejada de la compuerta en que estaba aparcado el Ventris. El
Manta fue arrastrado a las profundidades por sus aletas como un ángel de la muerte.
A los pocos minutos, ella se encontraba sobre su objetivo. Pero Nemo había
desaparecido.
Forster mira a su alrededor con astucia. Una vez más, su pequeño pero selecto
auditorio está pendiente de sus palabras. Hace una pausa mirando cómo la luz de las
llamas se refleja en los desnudos paneles de la biblioteca antes de reanudar su relato
con voz tranquila.
—¿Qué pasó durante los minutos transcurridos hasta que Walsh llegó a la desierta
cámara de inmersión? Nunca lo sabremos. Troy me dio su versión de los hechos; pero
no había estado presente de manera directa. Quizá la información procediera de
www.lectulandia.com - Página 75
Thowintha…
Thowintha flota ahora en las aguas del puente del Templo, estudiando los
senderos parabólicos trazados en forma de franjas brillantes en la bóveda de las luces
dotadas de vida. Los tentáculos alienígenas apenas si reaccionan, en respuesta a la
señal prevista transmitida a él-ella, en forma de remolinos, informándole de que un
humano ha entrado en el Templo.
—Veo que estás solo —dice Nemo—, igual que yo.
—Nunca estamos solos.
El cuerpo pálido y huesudo de Nemo se suspende en el agua luminosa engalanado
por las membranas poliméricas que lo envuelven.
Nada hacia delante desgarbadamente.
—Ésa es tu manera de hablar, honorable. Pero no expresa realmente los hechos.
Nemo tiene una forma muy peculiar de hablar, apenas incomprensible, ya que un
www.lectulandia.com - Página 76
humano ha de producir los sonidos del lenguaje de Thowintha sin la ayuda de los
pulmones ni de la glándula de resonancia accionada por gas que poseen los
alienígenas. Nemo se expresa, pues, débilmente con su lengua y sus labios y, cuando
es necesario, se ayuda también con palmadas y chasqueos de los dedos.
Sin embargo, logra hacerse entender.
—Te has aislado —dice Nemo—. Te has enfrentado a los demás de tu misma
especie. Has llegado a pensar que tanto Troy como el resto de nosotros los humanos
que estamos aquí hemos venido para servirte, para llevar a cabo el plan que te
forjaste, quién sabe cuántos cientos de miles de años atrás en tu historia personal. La
primera vez que te puse la vista encima te tomé por un simple animal. Pero ahora sé
la verdad. Tú eres el Pancreator.
—Esos sonidos no tienen significado alguno para nosotros —replica el
alienígena.
—A mí no me engañas.
Un sonido vibrante, de procedencia desconocida, repercute por el Templo y se
desvanece. Nemo espera.
Pero Thowintha no pronuncia palabra.
—¿Qué harás si solicito salir de aquí? —pregunta Nemo.
—Eso no es de nuestra incumbencia.
—¿Aunque explique a los demás de vuestra especie por qué estáis realmente
aquí?
—No hay nada que ocultar.
—Eso es lo que tú dices. Puedes matarme cuando quieras —afirma Nemo.
El manto que cubre a Thowintha se ilumina y, sin previo aviso, nada velozmente,
alejándose de allí.
Me imagino a Nemo permitiéndose sonreír fríamente mostrando unos dientes que
brillan fantasmales en la pálida claridad azul. Sus enormes manos y sus pies azotan el
agua y se hunde lentamente en las profundidades de la nave-universo arrastrando tras
de sí algas portadoras de vida, mientras trata de hallar la ruta de salida.
www.lectulandia.com - Página 77
10
El comandante echa al fuego otro leño de roble y lo empuja hasta el lugar
adecuado, insensible a las llamas y a las chispas que saltan alrededor de sus muñecas.
Por las desnudas ventanas de la biblioteca se ve cómo la luz ha ido palideciendo hasta
desaparecer. Las luminarias celestiales, en su ruta descendente, son lo bastante claras
como para introducirse en aquel interior bien caldeado.
—He pedido que nos traigan un cesto de bocadillos —comunica Jozsef—. Es
decir, si es que alguien tiene hambre.
—Todavía no —responde el comandante—. Hay unas cuantas cosas…
—¿De qué se trata, Kip?
—El profesor Forster ha realizado una tarea admirable reconstruyendo hechos
que nunca presenció personalmente… e incluso narrando cosas que nadie pudo ver…
—Kip, por favor —le ruega Jozsef, molesto por la mal disimulada cólera del
comandante.
—No tengo la menor intención de engañarles —manifiesta Forster. Y sus cejas
rojizas se arquean bajo el efecto de la indignación—. Pienso ser lo más explícito
posible por lo que se refiere a mis fuentes.
—Ya lo ha sido. Lo que me gustaría saber es qué piensa usted de todo esto.
—Existe cierta interesante conversación que la inspectora Troy me reveló algunos
años después…
—No me refiero a eso. Lo que quiero saber es lo que piensa usted —insiste el
comandante.
En la claridad de la hoguera, su cara es tan repulsiva como la de Baal. Las
implacables llamas proyectan sobre sus demacradas facciones sombras negras que se
mezclan con las arrugas de su oscura piel.
Los demás se miran entre sí. Y, con un visible esfuerzo, Forster deja que aquel
desagradable momento transcurra.
—Muy bien. Entonces está claro que el planeta Venus quedaba condenado.
Nuestro viaje al pasado era, en parte, una misión de rescate. Thowintha volvió con
sus compatriotas para sacarlos del apuro antes de que el resto de los amalteanos
pudiera «amputarlos», es decir, lo que hacen con quienes no encajan en sus planes.
—Un rescate muy complicado —resalta el comandante.
—Más que eso todavía —añade Forster—. Los colonizadores habían viajado un
millón de años desde su estrella natal buscando un lugar en el que ejercer su
Mandato. La misión de recrear sus orígenes estaba programada en sus genes. Dieron
con nuestro Sol y con él descubrieron el planeta Venus, cubierto de océanos y
favorecido por un cielo límpido; un planeta estable no perturbado por una geología
activa ni por un clima caprichoso, sin el problema de continentes a la deriva ni de
www.lectulandia.com - Página 78
placas de hielo como ocurre en la Tierra. Lo que implantaran allí perduraría
eternamente… o al menos ellos así lo creyeron.
»Durante millones de años, todo fue sucediendo del modo previsto, consiguieron
reproducir virtualmente la ecología de su patria. Pero de pronto hizo su aparición
Némesis en forma de lo que ellos llaman el Torbellino. El continuo bombardeo de los
cometas creó un invernadero húmedo, que elevó la temperatura de los océanos y
saturó la atmósfera. Cuando nosotros llegamos, el agua se estaba evaporando y el
hidrógeno atmosférico se perdía en el espacio. Venus estaba en vías de convertirse en
el horno de dióxido de carbono de nuestra era.
—Una tragedia, desde luego —comentó Jozsef—, pero el por qué del… bueno,
creo que «conflicto político» no es la definición adecuada.
—El problema se agravó a causa de la evolución. Los colonizadores amalteanos
habían observado mutaciones filogenéticas, nuevas formas de vida adaptables que no
se asemejaban a nada de cuanto estaba catalogado en el Mandato. Y aquello los
horrorizó. Creyeron que tan sólo les quedaban dos alternativas: dejar que la
naturaleza siguiera su curso y, como consecuencia, perder todo cuanto habían
conseguido hasta entonces, o aceptar aquel cambio como inevitable, inclinarse ante
él, adaptarse e incluso hacerse cargo del mismo.
—Por así decirlo, poner «tentáculos» a la obra —observa Ari con ligereza.
Forster le concede una fría sonrisa.
—¿Qué ocurría si obraban así? —pregunta Jozsef—. ¿Por qué no hacerlo?
—Por una parte hubieran tenido que desviar los cometas —responde Forster—. Y
sólo la nave-universo era capaz de eso.
—Pero esa nave-medusa que usted nos ha descrito parecía desafiar la gravedad —
objeta el comandante—. Si podía volar sin alas, igualmente podría desplazarse por el
espacio.
—Después de tantos años de estudio, sigo ignorando las bases de la tecnología
amalteana —replica Forster—, pero me figuro que sus naves extraen la energía del
vacío. Dependen de cierta clase de análogo macroscópico del efecto quantum. Su
alcance queda regido por soluciones de una magnitud similar a la de posibles estados
vectoriales. Los cálculos de la nave-universo alcanzan un margen muy amplio; por
eso es capaz de efectuar recorridos interestelares a casi la velocidad de la luz. Sin
embargo, las medusas, mucho menores, tienen un alcance severamente restringido.
—¡Clarísimo! —ironiza el comandante con un gruñido.
—Sea como fuere, los más pequeños no pueden realizar la tarea y los mayores no
quieren hacerla.
—¿Por qué no? A juzgar por la descripción de usted, Thowintha parecía flexible
—manifiesta Jozsef ejerciendo cierta presión para encontrar un motivo político, como
si los motivos de los alienígenas no fueran más oscuros de lo que podían serlo los de
www.lectulandia.com - Página 79
los delegados del Consejo de los Mundos.
—La participación de Thowintha en todo esto es muy activa —opina Forster—.
No se consideraba un individuo… ninguno de ellos lo hacía; pero a mí me parece
claro que es primum inter pares por lo que concierne a eso que llamamos la facción
adaptacionista. Ahora bien, aunque a regañadientes, él o ella o el grupo del que es
portavoz terminan por aceptar la evolución de los pobladores aunque no sea la misma
que figura como ideal en el Mandato. Debió de ser duro para ellos. Puede que
hayamos presenciado el rompimiento final entre las dos partes. E incluso que lo
hayamos precipitado.
—Quizá lo hayan reclutado a usted con esa intención —observa el comandante.
—Lo mismo ha ocurrido con algunos de nosotros.
—Entonces, ¿Nemo formaba parte del plan? —pregunta Ari.
—No pretendo entender el por qué. Por ejemplo, ¿cómo podía saber Thowintha
que él iba a estar en Amaltea? ¿Y cómo podía saber también que lograría escapar?
Nemo se enteró de algún modo de que Thowintha no representaba a la mayoría de los
alienígenas; que éstos no se habían dejado espacio para maniobrar.
—Me siento desorientado —manifiesta Jozsef—. Mientras Thowintha controlara
la nave-universo podía ir a donde quisiera en el espacio y en el tiempo…
—No era la única nave-universo existente —declara el comandante mirando por
la ventana el luminoso firmamento—. Ahora lo sabemos.
—No es cierto. En realidad, sólo hay una nave-universo —le contradice
ásperamente Forster.
—Aún me siento más confuso —revela Jozsef—. La nave de Thowintha, la que
ustedes encontraron en Amaltea, ¿es la misma en que ellos llegaron?
—Sí. Pero sólo representa una posible parte del sistema total —dice Forster
indicando con un movimiento de cabeza el fragmento de cielo con él.
—La superposición de estados que se describe en la teoría de los quantum sólo
sucede a nivel microscópico —observa fríamente Ari—. Y aun así, hasta que
interviene algún observador.
—Según quienes afirman saberlo…
—¿Quiénes se supone que son?
—McNeil, por ejemplo, y yo damos su juicio por válido —replica vivamente
Forster—. Las teorías de la gravedad de los quantum sugieren que las
superposiciones lineales de estados alternativos se reducen por sí mismas
espontáneamente a una sola: la realidad…, es decir, siempre y cuando encuentren una
curvatura espacio-temporal suficientemente significativa. El viajar al pasado incluye
un segundo orden de estados alternativos. —Forster se permite una sonrisa—.
Aunque no estoy totalmente seguro de que convenciéramos al pobre Bill Hawkins de
que era posible viajar en el tiempo.
www.lectulandia.com - Página 80
—A mí no me ha convencido —gruñe el comandante—. ¿Cómo se demuestra que
eso no es más que un complicado sueño?, un hipnotismo programado que se inició
cuando estabais en… ¿cómo llamáis a eso…?, ¿la cámara de inmersión?
Forster toma su vaso vacío y Jozsef capta en seguida la indirecta y se lo vuelve a
llenar de whisky con hielo. El profesor le da las gracias con una sencilla inclinación
de cabeza.
—Es cierto —explica— que viajar en el tiempo fue considerado siempre como
imposible. Pero sobre la base de que enviar mensajes al pasado sólo puede generar
paradojas. En el presente caso, la superposición de alternativas asegura que no
ocurrirá así.
—Nada de cuanto ha dicho usted elimina esa posible paradoja —objeta el
comandante.
—Según tengo entendido, el colapso de la función ondulatoria lo impide —
responde Forster—. Pero no nos enfrentamos a realidades múltiples sino a
posibilidades múltiples. Existe una sola realidad. Si un mensaje enviado al pasado
interfiriese con otro de carácter contradictorio, uno de ellos desaparecería… nunca
hubiera existido. La función ondulatoria se viene abajo. Si uno de nosotros interfiere
consigo mismo, uno de los componentes desaparece. Si la nave-universo hubiera
interferido con otra versión de sí misma, una de las dos habría desaparecido.
Ari sonríe con aire tristón.
—¿Corrieron ustedes el peligro de encontrarse consigo mismos? —pregunta.
—Parece que sí, en el presente siglo —responde Forster abriendo mucho los ojos
al pensar en semejante posibilidad—. Y en Venus, Thowintha sintió precisamente esa
misma preocupación. Porque, en aquel momento, no todo cuanto se aproximaba a
Venus eran cometas.
Habían transcurrido tantas horas mientras la medusa volante exploraba los mares,
las selvas y las capas de nubes de Venus, que Blake y Sparta casi habían perdido la
noción del tiempo. Finalmente, la nave los condujo de nuevo hasta el gran macizo de
acantilados desde donde habían dejado atrás el océano. Y una vez allí se volvió a
hundir en las espumosas aguas.
Las inquietas formas alienígenas salieron de la nave, al principio empujando a los
humanos, pero luego, ante la sorpresa de éstos, dejándoles nadar por su cuenta.
—Tal vez desean un consenso —comentó Sparta—, pero la verdad es que están a
punto de dividirse. Si es que no lo han hecho ya.
Blake asintió con la cabeza.
—Hay dos partidos al menos. Los entusiasmados con el Mandato, y los que
quieren ser creativos. Pero el distinguirlos es algo que, a menos de que siga un
cursillo intensivo de contrapunto y antifonía, queda fuera de mis posibilidades.
www.lectulandia.com - Página 81
Al acercarse a la aglomeración comprendieron que algo raro estaba ocurriendo.
Habían dejado tras de sí una esfera perfecta, llena de vida, estremecida de energía.
Lo que ahora presenciaban frente a ellos era similar a una célula infectada de virus;
una masa informe estremecida por oleadas distorsionantes, sumida en convulsiones
que la aplanaban y la fruncían alternativamente y amenazaban con partirla por la
mitad. Aquellos torbellinos expelían de vez en cuando partículas negras —
alienígenas individuales—, que luchaban denodadamente por recuperar el contacto
con sus semejantes.
La masa total de aquel conglomerado parecía mucho mayor de lo que era. Y el
cántico que se elevaba de aquellos concertistas masificados sonaba más fuerte que
antes, más estridente y disonante, de un modo espectral.
La amenaza de disolución se hizo real cuando la enorme esfera se partió
arrojando un raudal de seres a las oscuras aguas. Lo que había sido hasta entonces un
espacio interior vacío, definido por una aglomeración disciplinada de seres
inteligentes, se había convertido ahora en una rudimentaria suspensión de animales
irracionales que luchaban entre sí.
El ojo humano es capaz de crear formas con cualquier cosa que vea y más tarde
Blake declaró que, dentro de aquel caos, había reconocido determinadas estructuras.
Que lo que parecía un manojo de objetos alargados y oscuros, un huso formado por
centenares o quizá miles de cuerpos, unos desplazándose hacia un lado y los demás
hacia otro, había ido adquiriendo un aspecto concreto entre dos bamboleantes figuras
amorfas en aquellas aguas cruzadas por franjas de luz.
Sparta también lo vio.
—Es como una célula cuando se divide —comentó.
Pendían inmóviles en las profundidades, abandonados por su acompañante que se
había alejado velozmente para unirse al ensortijado caos que se agitaba frente a ellos.
—No me gusta el aspecto que tiene ese barullo —indicó Blake—. Y no creo que
vaya a decantarme por ninguno de los bandos.
Ella movió la cabeza.
—Ya nos hemos decantado —dijo—. Los humanos nunca pueden dejar de ser
adaptadores.
Sus palabras distaban mucho de parecer entusiastas.
—¿Y eso es malo?
—Bueno o malo, forma parte de nuestra naturaleza. Nos ponemos nerviosos en
cuanto intentamos pensar en el futuro con una antelación de cinco años. Para
nosotros, una organización que mantenga el mismo nombre en un período de mil
años nos parece increíblemente antigua. La conservación consiste en salvar hasta el
menor retazo de algo que ha desaparecido antes de que nos demos cuenta. —
Permaneció en silencio unos momentos tras aquel colérico desahogo y enseguida
www.lectulandia.com - Página 82
añadió—: Ahora estoy segura de que si tú y yo estamos aquí no se debe a una causa
accidental.
—Aclárame eso.
—Thowintha nos escogió porque somos lo que somos —repuso Sparta.
Y empezó a nadar hacia los estremecidos restos de la aglomeración como
empujada por un sentimiento de obligación.
Blake la siguió, aunque a desgana, diciéndose que existían innumerables opciones
todavía sin explorar antes de ponerse del lado de alguien en aquel forcejeo alienígena.
En caso de necesidad, uno siempre se puede inclinar hacia un bando, o hacia otro;
pero no tenía la menor intención de abandonar a Sparta. Así que la siguió,
hundiéndose en el caos.
Los apelotonados alienígenas utilizaban sus conductos posteriores para expeler
chorros de agua en estallidos formidables que los proyectaban hacia delante con gran
fuerza; pero, aun en medio de aquel caos, los veloces cuerpos no chocaban entre sí y
apenas si alguna vez rozaban a Sparta y a Blake. Ambos se veían agitados por
vertiginosas corrientes. A él le parecía estar metido en una caldera de metales
fundidos, aunque con menor densidad de color y también quizá con menos calor,
mientras cuerpos inmensos, con mantos y tentáculos, pasaban raudos junto a ellos
brillando en tonalidades rojizas que le recordaban al hierro al enfriarse o al sodio
ardiendo. El agua olía a ácido y a cobre.
La confusión pareció remitir cuando los humanos se acercaron al centro de aquel
maremágnum. La tela de araña que formaban las antenas y los cuerpos que nadaban
se retiraban, desapareciendo por ambos extremos, y la división de lo que había sido
una gran esfera en dos todavía oscilantes esferoides, uno mayor que el otro, estaba
completada casi definitivamente.
Si Blake no hubiera respirado por branquias se habría sofocado ante lo que estaba
viendo. En el núcleo coagulante de la mayor de las «células filiales» se concretó una
pálida aparición, el harapiento facsímil de un ser humano recubierto de algas que
flotaban a su alrededor. Era el mismísimo Nemo.
Momentos después, oyeron el mensaje de aquel coro cacofónico:
—Los falsos Designados son miembros enfermos. Deben ser amputados. Sólo
entonces todo funcionará perfectamente.
Inmediatamente, la estructura viviente de la que Nemo era el núcleo se contrajo y
adquirió una forma mejor definida. Era como la boca de una medusa: un agujero
devorador rodeado por un millón de convulsos tentáculos. A Blake, en estado de
alerta y viéndolo todo como si el tiempo transcurriera con mayor lentitud, le pareció
que la atención de aquel ojo negro se concentraba en Sparta y en él; como si cada
ranura amarilla de los demás ojos que lo rodeaban y lo definían expresara una malicia
sin límites; como si aquel ser compuesto de muchos otros seres se convulsionara
www.lectulandia.com - Página 83
alrededor de ellos para tragárselos.
Como surgiendo de la nada, unas enormes y agresivas alas se abrieron sobre ellos
tendiendo un velo ante el malvado corazón de aquel loto devorador. Era un solo
alienígena con su manto incendiado por un opalescente fuego.
De igual modo que un calamar terrestre, dos de los tentáculos del alienígena
estaban dotados de orificios prensiles y absorbentes, mucho mayores que los de los
otros. Dichos apéndices se fueron alargando y envolvieron a los terrestres por la
cintura. Del cántico amenazador de los alienígenas sólo quedaba un chirriante gemido
que hacía vibrar las aguas.
Thowintha nunca había tocado hasta entonces a Sparta y a Blake. Y al hacerlo
ahora, se acompañaba de un tono impregnado de profunda ternura y protección.
—Todo irá bien —aseguró y ambos se rindieron en cuerpo y alma a su cuidado.
El sifón de Thowintha expelía chorros de agua mientras seguía su marcha,
portando a la pareja humana, aunque no deslizándose a la manera de los calamares
terrestres que marchan hacia atrás, sino más bien fluyendo como las colas de un
cometa. Las caras de ambos se distorsionaban como máscaras teatrales al tratar de no
ingerir agua. Apretaban los brazos a los costados y estiraban los pies para dotar a sus
cuerpos de una forma aerodinámica.
Arrastrando a los humanos y seguido por miríadas de minúsculos y agresivos
calamares semejantes al chorro chispeante de un cohete cilíndrico, Thowintha se fue
alejando de aquella aglomeración cada vez más desordenada. Al cabo de pocos
instantes pasaban por encima de la colonia sobre los arrecifes que Sparta y Blake
habían visto en su camino desde la nave-universo, con sus anchos cañones y sus
cuevas de coral dotadas de extrañas estructuras artificiales ahora abandonadas. A
Blake le hubiera gustado preguntar la causa, pero la velocidad con que discurrían por
el agua hacía imposible hablar. Giró levemente, agarrado por Thowintha, para mirar
hacia la estela que dejaban tras de sí. El océano estaba atestado de cuerpos lanzados
en su persecución.
—No os preocupéis. No es demasiado tarde para evitar el colapso —les advirtió
Thowintha con su voz resonante.
¡El colapso! A Blake le hubiera gustado formular algunas preguntas; pero sólo
pudo reflexionar sobre el significado de aquella palabra.
www.lectulandia.com - Página 84
mostrara menos reticente sobre la verdad. Por el momento, aceptamos en su justo
valor su explicación de que había hecho un recorrido de prueba con el Manta. Pero
sus noticias nos habían puesto nerviosos hasta el punto de que nos causaba inquietud
separarnos. ¿Planeaba Nemo un nuevo ataque al remolcador? Habíamos aprendido a
no atribuir ningún motivo razonable a aquel hombre. McNeil, Hawkins y Marianne
Mitchell permanecían alerta en el interior del Ventris.
Entretanto, la huida de Nemo confería mayor premura a nuestras exploraciones.
Walsh y yo miramos por la escotilla delantera de la cámara de presión de poliglás. El
pobre Tony navegaba a ciegas metido en aquel estrecho espacio detrás de nosotros. El
Manta salió de la cámara de inmersión y se lanzó por los tortuosos corredores de
kilómetros y kilómetros de longitud.
Antes de abandonar Júpiter nos habíamos familiarizado con la ruta que conducía
al Templo del Arte, de modo que el Manta llegó en seguida a la bóveda central del
mismo. Y entonces vimos lo que no habíamos visto hasta entonces. La inmensa
bóveda latía pletórica de estrellas vivientes.
—Tony ¿puedes acercar la cabeza hasta aquí y echarle un vistazo a eso?
—Dame un minuto, Jo.
Uno de los motivos por los que le habíamos permitido venir con nosotros era el
de ser el más pequeño de todos, después de mi persona. Pero aun así, Groves necesitó
efectuar toda una serie de movimientos acrobáticos, lentos y fatigosos, para introducir
su cabeza por entre nuestras rodillas con la cara vuelta hacia arriba, y escrutar el cielo
a través de la burbuja.
—¡Huuuum! —murmuró.
—Bueno. ¿Qué pasa? —le pregunté.
Quizás el tono de mi voz me hiciera parecer más irritado de lo que realmente me
sentía. En realidad estaba más nervioso que encolerizado, aunque no por causa de
Nemo sino por haberme puesto en evidencia. Cuanto más nos acercábamos al centro
de control de la nave-universo, menos seguro me sentía de que todo aquello pudiera
conducirnos a algún resultado concreto. ¿Cómo íbamos a descifrar los pensamientos
de la mente alienígena, cuando después de treinta años de ardua labor sólo habíamos
logrado entender unos miles de palabras de su lengua?
Graves empezó a hablar.
—Ese esquema es casi idéntico al que el Ventris calculó para nosotros con el
input de Troy. Es el aspecto que debió tener el cielo hace tres mil millones de años, es
decir, cuando abandonamos Júpiter. Aunque todo esto resulta muy incierto. No me
avengo a creer en los datos de una computadora sobre la posición de los planetas en
un período de tiempo tan extenso…
Su voz se perdió en un murmullo ininteligible.
—Ibas a decir algo más —le animó Walsh.
www.lectulandia.com - Página 85
Groves era un hombre modesto e introvertido, con una reputación como
navegante no demasiado brillante, pero que había logrado llevar a Springer a Plutón,
con lo que las suposiciones del famoso explorador resultaron erróneas y sus colegas
supieron a quién debían conceder al mérito.
—Lo que pasa, Jo, es sencillamente que hay muchas luces en ese cielo que no
aparecen en la reconstrucción del Ventris. Si se las mira un minuto o dos…, es decir,
más o menos el tiempo que llevo tendido de espaldas, parecen estar siguiendo órbitas
cometarias.
—¿Puedes afirmarlo así, tan rápidamente?
—Sí. Se mueven muy deprisa y se encuentran muy próximas… por eso se
advierte bien su desplazamiento.
—¿Qué presagia eso? —le pregunté.
Groves gruñó algo entre dientes mientras meditaba su respuesta.
—Son sólo conjeturas, ¿comprenden? —respondió mirándonos de abajo arriba—.
Pero creo que un par de esos cometas están a punto de chocar con nosotros. Tal vez la
próxima semana. O quizá mañana mismo.
—Los amalteanos deben saberlo —sugirió Walsh.
—Entonces…
—Hay algo más —intervino Tony.
—¿Qué es?
—No lo sé —replicó el navegante—. Me limito a estar aquí tendido de espaldas
mirando eso. Ni siquiera sé de qué está formado el sistema ni de dónde extrae sus
datos. Suponiendo que lo que veo sea algo semejante a un planetario de tiempo real…
pues bien, tenemos ahí un cuerpo tres veces más brillante que un cometa normal, que
viene hacia nosotros a dos veces la velocidad de uno de ellos y que está precisamente
encima de nosotros.
—¡Dios mío! —exclamé.
Walsh no dijo nada. Su atención había sido atraída por cierto movimiento en el
Templo, muy por debajo del resplandeciente techo donde brillantes y móviles
estrellas doradas, turquesas y rubíes se agrupaban en la oscuridad mezcladas con
figuras sombrías que se infiltraban en las aguas a su alrededor.
—Profesor… no estamos solos.
Instantes después, el Manta quedaba rodeado por criaturas tan corpulentas como
Thowintha que resplandecían como anuncios luminosos y bombardeaban nuestra
quilla con horribles reverberaciones sónicas.
—¿Nos atacan? —preguntó Walsh.
—Tal vez hayamos de considerarnos arrestados —dijo Groves casi
inmediatamente.
Pero yo no lo creí así a juzgar por los ruidos ahogados que se escuchaban.
www.lectulandia.com - Página 86
—Conecta los hidrófonos —le dije a Walsh.
Ella lo hizo así. Las repentinas, claras y animadas voces de nuestros «captores»
cantaban al unísono y surgían por los altavoces del Manta.
—¿Qué dicen, profesor?
—Más o menos: «Queremos ayudaros. No interfiráis».
—¿Ah sí? Pero ¿de dónde diablos vienen? ¿Quiénes son?
—Ayúdeme a conectar la traductora con los altavoces. Quizá pueda contestar.
Walsh manipuló los circuitos mientras yo tecleaba palabras en la traductora. Pero
antes de que hubiéramos terminado, una nueva avalancha de sonidos se difundió por
el agua.
—No os preocupéis.
—¡Nos estamos moviendo! —gritó Groves.
—Todo irá bien. —Los alienígenas estaban manipulando algo en el exterior del
casco. Una aglomeración de tentáculos descendió por delante de la lumbrera de la
burbuja. Se produjo una pausa y en seguida se oyó un sonido alarmante.
El pobre Groves empezó a gritar cuando se dio cuenta de lo que estaban haciendo
los alienígenas. Sus estridentes gritos de terror llenaron el atestado interior de la nave.
—¡Dios mío! ¡Han encontrado la manivela que actúa sobre la compuerta de
emergencia! —gritó Walsh.
Su mano se alargó hacia los conmutadores que ponían en marcha los cohetes
auxiliares del Manta, pero antes de que lograra accionar las cubiertas de seguridad, la
compuerta se abrió y el agua se precipitó a raudales por la abertura como si surgiera
de una boca de riego.
La fuerza del chorro me proyectó contra la ventana de poliglás y a partir de
entonces ya no recuerdo lo que pasó.
Thowintha seguía arrastrando a Sparta y Blake, pero no hacía nada por evadir a la
brillante horda de alienígenas que se lanzaron en pos de ellos a través de la compuerta
sumergida. Las capas moleculares impermeables del gigantesco recinto empezaron a
reagruparse en seguida, girando velozmente en una espiral centrípeta. Thowintha
nadaba enérgicamente hacia arriba por entre las brillantes cavernas y corredores del
inmenso espacio.
La nave, hasta entonces solitaria, estaba transformada. Alrededor de ellos
zigzagueaban miríadas de inquietos seres llevados por sus tareas particulares,
moviéndose tan rápidamente que Sparta y Blake se sintieron turbados por su
incapacidad estrictamente humana. Porque, por adaptables que sean los humanos,
cuando están desnudos y desprovistos de sus instrumentos habituales, se convierten
en unos animales perfectamente inútiles.
Era dudoso que los amalteanos hubieran comprendido las emociones de Sparta y
www.lectulandia.com - Página 87
Blake. En cuanto a Thowintha parecían indiferentes a lo que sintieran. Sólo había
reaccionado ante su curiosidad informándolos mientras nadaba, con una voz que
había adquirido una resonancia etérea porque sus ideas se concentraban de acuerdo
con la masa de aquellos seres desparramados por la nave o tal vez incluso con ésta, y
se expresaban con sus propias voces que se expandían por las aguas.
Lo que él-ella o ellos tuvieran que decir era en parte teórico, en parte fantástico y
en parte inconcebible. Sparta y Blake se limitaban a absorber cuanto les fuera posible.
Transcurridos algunos minutos de sobrehumanos esfuerzos, Thowintha lo soltó.
—Tenéis que explicarles lo que os hemos explicado a vosotros. Disponéis de muy
poco tiempo. —Y, dicho esto, se alejó.
Blake y Sparta emergieron del agua. Fue como si la nave-universo quedara
sellada tras ellos. A su lado, la cúpula inclinada estaba llena de un aire todavía cálido
e impregnado del áspero perfume de Venus. Los tendones metálicos de la escotilla se
curvaron sutilmente sobre los humanos y los levantaron para depositarlos con rapidez
en la abierta bodega de carga del Michael Ventris. Notaron cómo sus pies se posaban
en la dura cubierta de metal mientras los tendones siseaban al alejarse, dejándolos
tambaleantes al carecer del apoyo acuático del que hasta entonces habían dependido.
La escotilla del módulo de la tripulación estaba cerrada.
—¿Quién anda por ahí? —la voz de Hawkins resonó sobre ellos por el
intercomunicador.
—Somos Troy y Redfield —contestó Sparta.
—¡Abra! ¡Es urgente! —lo apremió Blake.
La escotilla se abrió lentamente y Hawkins los miró con aire suspicaz empuñando
una llave de titanio.
—¿Dónde están los demás? —quiso saber.
—Creíamos que estaban aquí —contestó Sparta entrando sin más preámbulos.
Si Hawkins hubiera optado por resistirse, ni ella ni Blake hubieran logrado pasar.
Encontraron a McNeil y a Marianne en la cámara de oficiales, con un aspecto
fatigado y tan nervioso como el de Hawkins.
—Walsh, Groves y el profesor han partido en el Manta para explorar —explicó
McNeil—. Ya se están retrasando.
—Nemo no aparece —añadió Marianne—. El capitán dice que se ha fugado.
—En realidad, no lo sabemos —terció McNeil—. A lo mejor…
—Eso no importa por el momento —lo atajó Sparta—. La nave-universo va a
emprender una nueva aceleración masiva. Es urgente que volváis al agua.
Se quedaron sin respiración y el color desapareció de sus rostros. Era como si
Sparta acabara de pronunciar su sentencia de muerte. Marianne fue la primera en
reaccionar.
—¿Volvemos a casa?
www.lectulandia.com - Página 88
—Eso está fuera de nuestro control —fue la respuesta de Sparta.
www.lectulandia.com - Página 89
Thowintha nos ha traído a este lugar porque cree que podemos hacer algo en su favor,
y también por algo más.
—¿De qué se trata?
—Me parece que lo ha hecho para que creemos nuestro propio destino.
Él exhaló un reguero de burbujas.
—¿Qué podemos hacer por esta gente? Ni siquiera logro mantenerme a su nivel
en el agua.
—Ya has ayudado en algo. Sugeriste que remolcara a los cometas…
—Pero la idea fue rechazada de plano. De todos modos, me parece que es ya
demasiado tarde. Aun cuando lograran convencerse a sí mismos para desobedecer el
Mandato.
—¿Te refieres a que ya hay demasiado vapor de agua en la atmósfera de Venus?
Él asintió con un movimiento de cabeza.
—El efecto invernadero ya es irreversible.
—De acuerdo —convino Sparta—, pero no estaba pensando en Venus.
Él la miró sorprendido.
—¿Acaso en la Tierra?
Sparta negó con energía.
—Pensaba en Marte.
—¡Pero eso es imposible! —afirmó sin vacilar—. Marte tiene una décima parte
de la masa de la Tierra y un cuarto de su diámetro… y una relación superficie-
volumen muchísimo mayor. En Venus ocurre todo lo contrario. No se puede mantener
una atmósfera y, aunque así fuera, no se lograría conservarla caliente.
—Pues lo han hecho, como sabemos por la placa marciana.
Él la miró exasperado.
—En primer lugar, lo hicieron sin nuestra ayuda.
—¿Estás seguro?
—Y en segundo lugar, fracasaron.
—Puede que no ocurra lo mismo esta vez. Me parece que hemos vivido una
historia distinta a partir del momento en que entramos en el agujero negro.
—Marte sigue teniendo las mismas dimensiones, no importa la historia que
vivamos ahora —repitió él—. Si quieres ayudarles a que recreen Cruz, la elección
más lógica es la Tierra.
—Me gustaría convencerles de lo contrario —expresó ella. Y, alargando una
mano suplicante, la puso levemente en el hombro de él—. Necesito tu ayuda.
Blake no pudo resistirse mucho tiempo. La perspectiva de bombardear Marte…
todo un planeta, con cometas era una insensatez irresistible.
Thowintha se hallaba suspendido en las brillantes aguas del puente del Templo
www.lectulandia.com - Página 90
rodeado por otros seres de su misma especie. Para Sparta y Blake, el enérgico aleteo
de su manto y su ritmo cada vez más vivo sugería una profunda meditación. Tras
algunos minutos de silencio, el manto emitió un resplandor rojo brillante y una
sucesión de vibraciones se produjeron a su alrededor.
—¿Nos ordenáis que lo hagamos?
—¿Quiénes somos nosotros para ordenaros nada? Sugerimos simplemente un
procedimiento a seguir.
—Haremos lo que los Designados indiquen. Fabricaremos las naves que
necesitéis. E incluso os enseñaremos a pilotarlas. —Las aguas se estremecieron a
impulsos de su jovialidad.
—¿Cómo lo haréis? —preguntó Blake con los ojos abiertos de par en par por la
sorpresa.
—Os enseñaremos a pensar —dijo Thowintha.
—Ya sabemos pensar —replicó él airado.
Pero Sparta añadió:
—Estamos deseando aprender vuestros métodos de control.
El manto de Thowintha varió su color, pasando del rojo al púrpura.
—Nuestras naves extraen su potencial del vacío. Emitimos la fuerza desde
nuestro interior. Conforme aumenta la distancia, aumenta también la flaqueza.
—¿La flaqueza?
—Dicho de otro modo, aumenta la probabilidad de no-existencia. Esta relación se
calcula con facilidad. Para nosotros, tales asuntos son de poca importancia. Para
vosotros, los humanos, los valores pueden ser distintos.
Sparta miró compungida a Blake antes de dirigirse al alienígena.
—Nos gustaría considerar esos valores a los que te refieres —le dijo con un tono
más razonable de lo que en realidad le sugería lo que estaba pensando.
www.lectulandia.com - Página 91
11
El rápido cuerpo que se iba acercando a nosotros era en realidad una nave-
universo.
—¡Una nave-universo! —exclamó Jozsef asombrado.
—Que llegaba para llevar a lugar seguro a los amalteanos de Venus… una nave-
océano pilotada por el propio Thowintha tal como era tres mil millones de años atrás.
Nuestra Thowintha deseaba encontrarse en otro lugar al llegar su duplicado.
—¿Significa eso que fue en aquel momento cuando el alienígena produjo la
primera bifurcación, el primer camino divergente en el espacio-tiempo? —pregunta el
comandante.
—Un comentario muy adecuado —conviene Forster—. El primero entre muchos.
Su aquiescencia le proporciona un breve instante para tomar un trago de su vaso,
pensativamente.
El comandante, al igual que un gato que juega con un ratón, no quiere ceder.
—¿Cuál será el efecto de todo eso? —pregunta—. Es lo que debemos saber.
—Me parece que habrá que esperar algún tiempo, comandante. Por el momento,
todo cuanto puedo hacer es continuar mi relato.
—Ha dicho que aprendió algo basándose en lo que mi hija le contó —interviene
Ari.
—Aprendí mucho, aunque con lentitud —dice Forster dejando su vaso; y
continúa su relato—: Al sumergirnos en el Torbellino, nuestra ruta podía haber
divergido en varias direcciones. Estando sumergidos, la mayor parte de nosotros no
tenía influencia alguna en el destino que nos aguardaba. Sólo otro ser podía afirmar
que ejercía el control, pero… ¿hasta qué punto controlaba Thowintha su propio
destino?
www.lectulandia.com - Página 92
Tercera parte
LOS JARDINES DE MARTE
12
—En Amaltea, en Júpiter, había disfrutado del lujo de disponer de un tiempo sin
límite —continúa Forster—. Las notas de mi diario fueron esporádicas, simples
apuntes. Pero a partir de entonces, al no saber si cada momento constituiría mi última
oportunidad de registrar lo que estaba viviendo, empecé a llevar un diario más
cuidadoso empezando con la siguiente relación…
www.lectulandia.com - Página 93
Fuera, la gran compuerta de la nave-universo se estaba abriendo frente a nosotros, y
los tentáculos que nos mantenían sujetos nos empujaron hacia delante. Los
alienígenas estaban situando prudentemente al Ventris en el espacio exterior.
Flotábamos unidos a la nave-universo por invisibles y finos tentáculos. Para quien
pudiese vernos desde fuera, el Ventris debía semejar un abejorro pegado a un zepelín.
La capitana Walsh acudió también al puente y designó por su nombre lo que
estábamos viendo pero no acabábamos de identificar por completo.
—¡Marte!
El planeta que se encontraba bajo nosotros era apenas reconocible; un escudo de
oro colgando del firmamento estrellado. Pero su brillante casquete polar septentrional
se extendía hasta casi la mitad del espacio que lo separaba del ecuador. Sus llanuras y
montañas rojas, amarillas y negras estaban veteadas por mares de un azul oscuro, en
los que se reflejaban franjas de nubes que se desplazaban por lo que debía ser un
cielo cristalino. Incluso desde el espacio podíamos percibir oscuros nubarrones de
tormenta arrastrándose por encima del desierto y lanzando hacia abajo haces de
rayos.
—¿Cómo está Tony?
—Sus biostatos son correctos —respondió. Pero no mencionó sus psicostatos.
McNeil señaló los veteados cielos.
—Otra vez los cometas —dijo.
Walsh se limitó a asentir con un gesto, pero yo apenas si pude contener mi
excitación porque creía saber lo que estábamos a punto de presenciar.
No tuvimos que esperar mucho tiempo. Los alienígenas habían cronometrado
escrupulosamente nuestra resurrección. Una burbuja de luz cegadora estalló en la
llanura bajo nosotros y en seguida otra y otra más. Aquella silenciosa violencia
produjo ondas de radiación que fueron proyectadas hacia la atmósfera, para formar
nubes que inmediatamente quedaban hechas jirones. Anillos concéntricos de sombras
se proyectaban sobre el suelo del desierto, enlazándose unos con otros como las
ondas que se forman en las aguas de un estanque. En menos de un minuto, un
centenar de agujeros incandescentes se habían abierto en el disco del planeta como si
lo atravesaran hasta alcanzar un universo de insoportable luminosidad situado debajo.
De las inmensas llanuras estériles de Marte empezaron a levantarse nubes de
vapor.
El espectáculo continuó durante horas. Yo permanecía pegado a las ventanas
mientras Walsh se dedicaba a otros menesteres. McNeil se fue abajo y, como me
contó más tarde, abrió una botella de brandy medicinal: «Buen licor se lo aseguro».
Luego persuadió a Graves para que echara también un trago.
—Tony pareció desesperarse porque nos habíamos dado cuenta de su ausencia.
Me confesó que sentía un terror inmenso a ser sumergido. Por eso no había vuelto a
www.lectulandia.com - Página 94
Plutón. En los viejos tiempos, significaba permanecer cuatro años en el tanque. Pero,
según él, lo que nosotros acabábamos de experimentar era mucho peor.
—Entonces es más valiente de lo que suponía —opiné.
McNeil asintió con la cabeza.
—No ocurrió del modo en que lo cuenta. Según él, las dos veces lo cogieron por
sorpresa; primero por órdenes de Troy y luego cuando los alienígenas inundaron el
Manta. Afirma que no lo soportaría otra vez.
No supe qué contestar.
Cuando Groves apareció en el puente, hicimos como si no hubiera sucedido nada.
El pobre estaba pálido como un pescado. Miró largo rato, en silencio, lo que
acontecía en la superficie de Marte y luego se volvió hacia mí e hizo una mueca
semejante a un atisbo de sonrisa.
—Esto sobrepasa lo que la imaginación más descabellada podría concebir
respecto a xenoarqueología ¿eh, profesor? —me preguntó—. La Cultura X llega a
Marte.
Pero yo estaba demasiado absorto para corresponder a su ironía. La visión de un
planeta bombardeado por fragmentos de cometas me tenía sobrecogido.
Cuando por fin el bombardeo amainó, le sugerí una idea a Walsh. Le indiqué que
Marte era menos de la mitad de macizo que Ganimedes, la luna de Júpiter para la que
había sido diseñado el Michael Ventris.
—¿Qué puede impedirnos llevar al Ventris hasta la misma superficie de Marte
utilizando su propia potencia? Con la ayuda de los amalteanos podríamos documentar
la transformación del planeta como testigos presenciales.
—¿Qué qué nos lo impide? —me contestó ella agriamente—. ¿Qué te parece el
equivalente a un holocausto nuclear?
Y al decir esto, señaló a lo que estaba sucediendo abajo. Convine en que era
mejor esperar y asegurarnos de que el bombardeo, o al menos lo peor del mismo,
hubiera cesado; de que las tormentas atmosféricas hubiesen amainado y de que las
avalanchas de fogonazos recuperasen la normalidad. Pero persistí en mi idea hasta
que finalmente logré convencerla.
—De acuerdo; siempre y cuando la atmósfera inferior se apacigüe y
mantengamos el contacto con la nave-universo. En tal caso, no pondré ninguna
objeción personal. Pero no quiero correr el riesgo de quedar encallados ahí. No me
seduce en absoluto la idea de habitar un planeta desprovisto de vida.
Le respondí que, a mi modo de ver, Marte no seguiría sin vida durante mucho
tiempo.
Y ella programó un cambio de impresiones con la tripulación para más tarde,
aquella misma noche.
www.lectulandia.com - Página 95
Llegamos a un acuerdo aunque no sin cierto despliegue emocional por mi parte.
Tal como me había figurado, McNeil y Groves se mostraron propensos a correr la
aventura. El primero es un ser decidido, alegre y estoico, y en cuanto a Groves, sabía
que prefería la muerte en un planeta primitivo a la perspectiva de pasar de nuevo a la
cámara de inmersión de la nave-universo.
Hawkins y Marianne Mitchell planteaban un problema. Yo había previsto ya
aquella dificultad porque la cabina de Mrs. Mitchell estaba contigua a la mía y, en los
limitados confines de un navío como el nuestro, era imposible dejar de oír ciertas
conversaciones de las que a uno le gustaba enterarse. Por ello, mientras estábamos en
Venus, escuché involuntariamente una de ellas mientras procuraba no hacer ruido, no
tanto inducido por un malicioso interés como por la intención de no parecer
indiscreto.
—Cásate conmigo —propuso Hawkins a Marianne con tono de profunda
ansiedad.
—¿Qué pasaría si aceptara? —preguntó ella en tono un tanto triste—. ¿Cambiaría
algo las cosas?
—¿Te casarías conmigo si estuviéramos de regreso en la Tierra?
—¿Para vivir en un llano fangoso rodeados de algas verde-azuladas? —Profirió
una seca y breve risa—. ¿Jugando a Adán y Eva?
—Me refiero a la Tierra tal y como era antes.
—Llévame allí y te daré una respuesta.
—Quizá no estemos viviendo tres mil millones de años atrás, en el pasado.
—¿A qué te refieres?
—A que a lo mejor, todo esto no es más que una comedia. El profesor aseguró
saber lo que buscaba en Amaltea; pero no dijo nada al resto de nosotros hasta llegar
allí. Por ello, tal vez la situación en que nos encontremos ahora tampoco sea… real.
Cuando ella le contestó, su voz sonó como la de una persona muchos años
mayor… o al menos más madura que él.
—Es auténtico, Bill. Y no tenemos modo de salir de aquí.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó él en un murmullo apremiante, como quien
conspira—. No digo que no exista una increíble tecnología. Tal vez se trate de
tecnología alienígena o tal vez no. O de algo mucho menos misterioso que eso.
Ella se sintió tan sorprendida que su risa, esta vez, sonó casi feliz.
—¡Bienvenido a Disney-Cosmos! ¡De aquí al Mundo Alienígena!
—¿Por qué no? —insistió él con voz ronca. El cambio que había tenido lugar en
sus emociones resultaba casi pavoroso. Están enzarzados en un forcejeo enorme; en
una lucha por el poder. Forster trabajando para la Junta del Espacio, Mays…
—Nemo.
—… no es ninguna nulidad, no importa cómo lo llamemos.
www.lectulandia.com - Página 96
—Teníamos que haberlo matado por lo que hizo. —Ella hablaba esta vez
gravemente—. Merece la muerte.
—¿Debí hacerlo?
—No. Lo dices para complacerme. El modo en que obré con él fue cosa mía, Bill.
No puedes variarlo. —Se produjo un silencio y yo traté sinceramente de no escuchar;
pero oí cómo continuaba—: No espero que me lleves a casa; pero, si lo haces, te
amaré todavía más.
En aquel momento, Jo Walsh me llamó al puente de mando y aquella oportuna
orden me libró de escuchar otras intimidades.
Las teorías conspiratorias de Hawkins no se limitaban a aquellas charlas con
Marianne. Había insinuado que sospechaba también de otras personas. Ahora,
después de habernos reunido para debatir nuestro futuro había llegado el momento de
enfrentarnos a su extremada oposición.
—Mr. Hawkins; ha sugerido usted que estamos siendo víctimas de una especie de
jeroglífico ideado quizá por mí o por los amalteanos, por razones desconocidas.
—¿Cómo… por qué dice eso?
—¿Es patrimonio de los jóvenes el dominar semejante exquisita mezcla de cólera
y de sentido de culpabilidad?
—Ésta es una buena ocasión para que todos sepan la verdad. En la superfice del
planeta y actuando sin supervisión alguna, podremos efectuar cuantas investigaciones
nos sea posible. Les garantizo una total libertad de movimientos.
Titubeó visiblemente mientras se pasaba una mano por el lacio cabello rubio; pero
en seguida preguntó con energía:
—Si al fin y al cabo vamos a necesitar la cooperación de los alienígenas, ¿cómo
vamos a creer que disfrutamos de independencia?
Estuvimos debatiendo aquello durante unos minutos, sin llegar a ninguna
conclusión definitiva hasta que Hawkins accedió. No estaba privado de cierta natural
curiosidad científica y se sentía fuertemente intrigado por presenciar personalmente
una transformación que, como yo proponía, iba a culminar en la inscripción de la
placa marciana, aquel fragmento de metal brillante cuyo significado había
desentrañado llevado de mi mano, por así decirlo.
Mientras sucedía todo esto, Marianne Mitchell no pronunció una sola palabra. Su
rostro estaba tan inexpresivo como el de una esfinge.
www.lectulandia.com - Página 97
Pero, aunque me dio instrucciones minuciosas que incluían las coordenadas, su
extremada atención pareció un tanto desmedida a algunos de nosotros.
Al poco tiempo, el Ventris, con los tanques llenos con ayuda de la maquinaria
semisensible procedente de la compuerta, fue lanzado a una órbita ecuatorial y
empezó un lento descenso hacia la densa atmósfera de dióxido de carbono de aquel
Marte primigenio.
Nuestro punto de destino eran las playas de un mar desierto cuyos límites se
ampliaban a cada hora que transcurría. Oleadas de agua cargada de cieno continuaban
afluyendo, abriendo amplios canales en la arena y en las rocas, procedentes de las
tierras altas donde se habían estrellado los fragmentos de hielo más cercanos.
El remolcador se posó sobre una elevación oportunamente situada, entre
torbellinos de arena, fuego y humo, descansando primero con sus dos patas
posteriores, para bajar luego a la proa en una especie de descenso controlado hasta
que todo el trípode estuvo asentado sobre el terreno en situación horizontal, con lo
que las escotillas de carga y las del equipo fueron accesibles desde la superficie.
Aquel sistema parecía algo rudimentario, pero había sido desarrollado para las
diferentes gravedades y los imprevisibles cambios en las superficies de las lunas de
Júpiter y allí, en Marte, también funcionó bien.
Me era casi imposible soportar el confinamiento en el remolcador, viendo sólo lo
que se percibía por la pantalla y por las estrechas ventanas. McNeil hubo de soportar
todo el peso de mi impaciencia por salir al exterior y ver cómo la nave-universo
descendía y los amalteanos se ponían a trabajar.
El flemático ingeniero se tomó con ironía mis tentativas para presentarle una
imagen favorable de los grandes acontecimientos que iban a tener lugar.
—Ya verá cómo conseguimos hacer algo, profesor —fue su comentario—. Ya
estoy trabajando en ello.
No necesitábamos trajes presurizados. La atmósfera del Marte ancestral era lo
suficiente densa —a nuestro nivel de elevación actual con una presión de más de un
bar, es decir, la de la Tierra en un planeta que sólo tiene una décima parte de la
densidad terrestre—, pero el gas dominante era dióxido de carbono. Y lo que nosotros
necesitábamos era oxígeno.
McNeil señaló que, si bien los trajes presurizados marcianos de nuestra época
estaban equipados con sistemas de respiración que reciclaban el gas aprovechable y
el fino dióxido de carbono atmosférico extrayendo oxígeno puro valiéndose de
enzimas artificiales, no teníamos a mano tales equipos puesto que nunca habíamos
planeado visitar Marte.
Pero, por otro lado, los suministros del navío incluían una amplia selección de
enzimas artificiales biológicamente útiles. Los recicladores de aire fresco disponían
específicamente de los catalizadores necesarios para descomponer el CO2, y McNeil
www.lectulandia.com - Página 98
había puesto en funcionamiento nuestros biosintetizadores para producir mayor
cantidad de la mezcla necesaria.
Entretanto, estuvo trabajando también en un prototipo de sistema respiratorio,
cuya unidad me mostró. Era un objeto compacto que consistía en una toma con filtro,
una mascarilla, un tubo y un par de depósitos para llevar en el pecho.
Me extrañó que aquel aparato tan compacto, sólido y bello, con sus secciones
trabajadas a torno perfectamente pulidas y ensambladas, fuera obra de las enormes y
curiosamente hábiles manos de McNeil. Pero, evidentemente, bajo aquel corpachón
se escondía un alma de artista.
En seguida, McNeil, Groves, Walsh y yo empezamos a colocarnos nuestros
artefactos de respiración. E incluso Hawkins demostró interés en ello, a pesar de sí
mismo. Lo hicimos rápidamente y, aunque ninguno de nosotros pudo hacer gala de un
ingenio tan bello como el de McNeil, adoptamos todas las precauciones necesarias,
considerando que nuestra propia vida dependía de la perfección de la tarea.
Cuando llegó el momento de efectuar la prueba, Tony Groves insistió en ser el
primero en salir al exterior. Se alejó unos pasos del recinto principal dotado de aire,
reteniendo la respiración y escuchamos sus cautelosas exhalaciones y la decidida
inhalación que las siguió. Walsh se había ofrecido voluntaria para quedarse en la
esclusa vistiendo su equipo completo y dispuesta, por si era necesario, a arrastrar de
nuevo a Groves hacia el interior. Pero la respiración de éste sonaba cada vez mejor.
—Funciona estupendamente —informó—. Y hay una vista magnífica.
Uno tras otro, probamos nuestros equipos. Cuando llegó mi turno, noté cómo mi
nerviosismo inicial desaparecía rápidamente. Miré a mi alrededor para apreciar
aquella vista tan extraordinaria a juicio de Groves.
Era mediodía y un pequeño y cálido sol brillaba en un cielo purpúreo y
transparente. Soplaba un viento frío, pero yo notaba en la piel el calor del sol. Por
encima de mí, grupos de estrellas parpadeaban como distantes señales lumínicas. Más
numerosos que ellas, docenas de pálidos cometas rayaban el cielo diurno como finos
trazos de tiza sobre la pizarra del firmamento.
Me permití unos breves momentos para tomar conciencia de aquel día en el
antiguo Marte. Teníamos poco tiempo para preparar la llegada de los alienígenas.
www.lectulandia.com - Página 99
por planas colinas y rojas mesetas, se asentó sobre las aguas azules azotadas por el
viento. En la lejanía podíamos ver nubes de vapor elevándose allí donde el reflectante
huevo tocó la superficie diáfana del agua. El vapor se dispersó rápidamente dejando a
la nave delicadamente posada sobre su base. Su arqueada cúspide quedaba muy por
encima de nosotros, a más de veinticinco kilómetros de altura. Una aglomeración de
cirros se alineó espontáneamente sobre ella, pegándose a su superficie como una
bandada de peces curiosos.
Y entonces empezaron a salir a millares.
Muy altas sobre el brillante elipsoide, las esclusas ecuatoriales se abrieron en
espiral. Al igual que una hembra de pez embarazada e hinchada, al llegar el momento
preciso la nave-universo expelió a toda su progenie en forma de oleadas sucesivas. El
desembarco se efectuó con precisión militar como si hubiera sido ensayado hasta en
sus menores detalles. Flotas de transparentes medusas y cientos de escuadrones de
naves, sintetizadas probablemente por los mecanismos vivientes de la nave-universo,
se desplegaron rápidamente hacia todos los puntos de la rosa de los vientos, volando
en ordenadas formaciones para situarse en los lugares asignados en el ámbito del
planeta.
Me dije que ningún posible enemigo opondría resistencia a la invasión. Porque
tales «enemigos» no eran otra cosa que mares estériles y arenas sin vida. El asalto a
Marte no se había ensayado previamente. Entre miembros de una especie que desde
su mismo origen aspira a la acción coordinada, una comunicación casi perfecta
compensa con creces la falta de ensayos.
Por desgracia, los humanos no colaboran entre sí de manera tan fácil.
00.08.01.08
Por el rojizo firmamento cruzan flotas de medusas que desafían la gravedad,
activas en sus misiones ecológicas. La transformación de Marte continúa. No puede
dejar de parecerme una «cruciformación» de Marte como la del habitat en Cruz de los
amalteanos. Lo que es realmente pasmoso es el modo en que éstos han abandonado
claramente su objetivo original.
El planeta Venus primario, o lo poco que observamos de él, pudo haber sido un
duplicado del mundo amalteano; pero Marte se nos antojaba totalmente distinto;
00.08.27.22
Seguimos viviendo a bordo del Ventris. La noche pasada tuve otra triste aunque
ineludible ocasión de escuchar lo que se hablaba a escasa distancia de mí.
—He pasado mi vida yendo de un lugar para otro, sin saber claramente el por qué
—oí que decía Marianne—. La gente nunca me ha tomado en serio. O querían sexo o
eran como Blake, que me ignoraba y estaba deseando perderme de vista. Tampoco tú
me has tomado nunca en serio.
Hawkins le contestó en su habitual tono compungido:
—Sí que te he tomado en serio, Marianne. Lo que pasa es que…
—No digas tonterías. Tú sólo querías impresionarme, pero no asociarme a tu
vida. —Su risa sonó amarga y recriminatoria—. Pensé que Nemo era distinto.
Los hechos que estaban evocando tuvieron lugar mucho tiempo atrás, cuando
estaban en Ganimedes, antes de que nuestra expedición partiera hacia Amaltea.
Marianne era entonces una turista que había conocido a Hawkins por casualidad; pero
éste se había comportado como un tonto engreído tanto respecto a ella como ante el
educado Sir Randolph Mays.
Nemo sí la había «asociado» a su vida; había hecho uso de su juventud, de su
entusiasmo y de su ardor de la manera más cínica posible. Dispuesto a hacer fracasar
la expedición, puso deliberadamente en peligro la vida de Marianne y lo planeó todo
para que, en caso de que sobreviviera, le pudiese atribuir todos los delitos cometidos
por él.
En seguida oí el habitual lloriqueo de Marianne. Porque pasa horas y horas
deshecha en lágrimas, no obstante los antidepresivos que Jo Walsh insiste en que
tome.
00.11.26.19
Mis anotaciones etnográficas sobre los amalteanos llenan ya casi todo un chip. Mi
colección de minerales aumenta de día en día. Y lo mismo pasa con las de plantas,
animales y microorganismos. Las formas de vida amalteanas son perturbadoramente
parecidas a las de la Tierra. A veces, incluso aunque no haya visto una forma
determinada en nuestro planeta, alguno de mis colegas sí lo ha hecho. Otras veces,
aunque una especie no sea reconocible de manera concreta, el tipo general resulta
familiar. Y finalmente hay ocasiones en que lo que estamos observando es totalmente
extraterrestre.
Poseo algunos ejemplares valiosos, ya que si encuentro alguno que sobrepasa en
originalidad a los anteriores me deshago de éstos sin contemplaciones y los remplazo
por el nuevo. Cualquiera que encuentre estas cestas y cajas de madera y papel hechas
a mano o toscos frasquitos de cerámica, se quedará asombrado ante su contenido y
creerá que el antiguo Marte fue un lugar perfecto, sin parangón en la Galaxia.
A menos, claro está, de que existan lugares de una excelencia aún superior.
Angus me es de extraordinaria utilidad en mi tarea. Este hombre está en posesión
de un verdadero caudal de conocimientos y de niveles de información de asombrosa
ortodoxia, entre los que figura la aparente memorización de incontables catálogos del
mundo de la naturaleza. Cuando no puede poner un nombre a algo: un pez, una flor o
una roca con vetas minerales, casi siempre propone un análogo. Entre las seis
personas que a trancas y barrancas estamos compartiendo las tareas de Adán y Eva, él
es quien corre con la responsabilidad de la nomenclatura. Así estamos desarrollando
una particular taxonomía marciana, medio fantástica y mitológica, medio prosaica y
linneana; un Systema naturae completamente original, que incluye, por ejemplo: Bufo
00.21.07.08
Las medusas han sembrado el árido suelo de Marte con una variedad de semillas
que han producido multitud de distintas especies. Las plantas crecen por todas partes.
He visto sorprendido cómo los mares azules semejantes a ríos están flanqueados por
verdes riberas, y cómo las faldas de las suaves y rojizas colinas se cubren de una
especie de robustos matorrales mientras en las lindes de los valles crecen árboles
espinosos y retorcidos. Lo que eran mares estériles son ahora amplias extensiones tan
verdes como los «canales» de los antiguos escritores de ciencia ficción.
La cantidad de oxígeno en la atmósfera ha aumentado en una proporción que
nadie hubiera podido imaginar. El desmesurado crecimiento de las plantas
alimentadas con dióxido de carbono y que excretan oxígeno, constituye tan sólo una
pequeña parte del aumento de éste. Del resto son responsables las blancas fábricas
que se encuentran en todos los rincones de Marte, distribuidas por su esfera como
versiones a una escala inmensa de nuestros respiradores artificiales de enzimas. He
descubierto lo que sucede con el carbono. Cadenas transportadoras de medusas
volantes lo introducen en las gargantas de los macizos volcanes, desde donde va
directamente al suelo mediante grandes pozos que los amalteanos han hundido en
cámaras de magma, muy por debajo de la superficie, y allí queda almacenado para su
eventual reciclaje por procesos geológicos. ¿Qué lógica tiene todo eso? Me parece un
procedimiento muy complejo y creo que quedará revelado a su debido tiempo.
La afluencia masiva de oxígeno ha producido una avalancha de especies
animales. Los insectos pueblan los pantanos; hay libélulas como palillos de neón
azul, con minúsculos ojitos negros; nubes de mosquitos de diversas especies,
hormigas y arañas pululan por entre las raíces. Y por la noche los grillos cantan bajo
la claridad de las brillantes estrellas.
¡Insectos por todas partes! Según cuenta McNeil, hubo en el siglo XX un biólogo
llamado Haldane que opinaba que la conclusión que uno podía deducir de Dios al
observar sus obras era que sentía «una gran afición por los insectos». En Marte
podemos contemplar un atisbo de semejante prefiguración aunque no entendamos su
finalidad.
Los mares marcianos están tan llenos de vida como sus tierras. Tras la infusión de
00.21.13.19
Mi amigo Angus me dice que este paraíso no puede perdurar.
Según él, el problema reside en el calor. Pero no el de la superficie, que ha sido
mantenida a una temperatura conveniente gracias al efecto invernadero de una
atmósfera rica en dióxido de carbono, sino en el calor interno que procede de dos
únicas fuentes: el que aún resta de la época en que se formó el planeta al surgir de la
nebulosa solar, y el generado por la descomposición de los isótopos radiactivos.
—Sabemos por los datos que tenemos del Marte de nuestra era —dice McNeil—
que el planeta, aunque volcánicamente más activo de lo que nadie había supuesto
antes de que los primeros exploradores humanos pusieran su pie en él, no está dotado
de manera especial de elementos radiactivos. En cuanto al calor de su formación, que
fue menor que el de la Tierra, debe de haberse perdido irremisiblemente. Porque el
diámetro de Marte es sólo la mitad del de la Tierra y en consecuencia su relación
superficie-volumen es más alta, lo que lo hace radiar a un nivel proporcionalmente
también superior.
—Cuando el calor interior sea excesivamente bajo, Marte perderá su atmósfera.
Rehusé admitirlo.
—Me es difícil establecer una relación entre la temperatura atmosférica y la
interior del planeta. ¿No acaba de decir que el efecto invernadero no guarda analogía
con los procesos interiores?
Con mucha paciencia, mi estudioso amigo me explicó que el efecto invernadero
depende del dióxido de carbono que haya en la atmósfera.
—Los amalteanos no sólo lo están anulando deliberadamente, sino que el sistema
planetario elimina asimismo de manera constante dióxido de carbono del aire por
medio de un activo desgaste químico.
00.22.29.19
Dentro de poco más de un mes llevaremos un año en Marte. Un año marciano,
que equivale a poco menos de dos en la Tierra. Por su parte, los días marcianos no se
prolongan mucho más de veinticuatro horas. Hemos ideado un calendario de
veinticuatro meses alternando los de veintinueve días con los de veintiocho y
añadiendo un par de días extra al final de cada uno. No es el sistema vigente en Marte
en la época de la que procedemos, porque las fechas basadas en el sistema solar se
refieren a las de la Tierra, pero funciona mejor para nosotros. Nos recuerda que
estamos verdaderamente en Marte, que la otra Tierra y la época de nuestros orígenes
se han vuelto inaccesibles.
Los nombres de los meses serán asignados más tarde; hemos decidido no
apresurar la tradición ni imponer un orden artificial en lo que debe ser un proceso
espontáneo. No importa que el día de Año Nuevo no caiga en medio del invierno en
el norte de Marte —en realidad tiene lugar en el verano septentrional—, porque
nuestro campamento base no se encuentra lejos del ecuador.
De vez en cuando, Troy nos hace el favor de comunicarnos alguna noticia
procedente del comenlace, pero aparte de esto la vemos poco tanto a ella como a
Redfield. Sin embargo, siempre se acuerda de nosotros y no tenemos necesidad de
advertirle que han disminuido las provisiones y los suministros que nos proporcionan
los alienígenas. Podemos contactar con ella cuando queramos e incluso tener acceso
de vez en cuando a las naves amalteanas y a sus instalaciones. Pero no parece
preocuparse demasiado por las minucias de nuestra vida cotidiana.
Creo que hemos aceptado finalmente algo que en otros tiempos tratamos de
evitar, es decir, la noción de lo que podría denominarse nuestro destino. Aunque me
parece decididamente anticlásico pensar que los Hados, esos dioses celestiales,
puedan entremeterse en una situación tan asimétrica. Nosotros, mal emparejados y
mal elegidos representantes de la raza humana, no estamos demasiado bien dotados
para actuar como progenitores, cualquiera que sea nuestra pareja. Toda África se
condensa en la bien conservada ascendencia caribeña de Jo, y toda Asia en los genes
de Redfield, procedentes de su madre china. Quizás es por ello que Redfield nos
visita menos que Troy.
Pero si no ha sido el destino el que nos ha traído aquí ¿quién lo ha hecho, pues?
00.23.06.12
A la hora prevista, Jo nos radió el siguiente mensaje: «El viento nos sigue
llevando hacia el Noreste. Hemos cubierto siete mil kilómetros en tres días,
describiendo prácticamente un amplio círculo. Hemos pasado por Edén, al oeste de
Arabia. Parece como si nos viéramos arrastrados hacia el centro de un enorme vórtice
sobre el polo norte».
00.23.08.12
«Es evidente que algo extraño ocurre en el polo. Están construyendo una enorme
torre plateada en el centro mismo de la zona. El tiempo en las capas superiores de la
atmósfera no es normal, así que deben estar tratando de controlarlo».
00.23.10.12
«Esta mañana hemos cruzado los cuarenta grados de latitud Norte, y hemos
puesto otra vez proa hacia el Sur. La inercia nos ha desplazado a dos cuarenta Oeste
sobre una franja de arena que, según me ha dicho Tony, está consignada en el mapa
como Aetheria. A esta velocidad y en esta dirección tal vez, al regresar, aterricemos a
unos pocos centenares de kilómetros de la base. Incluso es posible… pero lo dejo
aquí. Soy demasiado supersticiosa para expresarlo adecuadamente».
00.23.11.20
Han vuelto sanos y salvos.
Después de describir un incierto arco de un tercio de la circunferencia del planeta,
Jo y Tony han logrado aterrizar a menos de cien kilómetros al oeste de donde nos
encontramos. Probablemente Jo hubiera podido hacer descender el aeroplano con
mayor precisión pero, según ha explicado, el último tramo se extendía cincuenta
kilómetros sobre el agua, lo que hacía improbable la existencia de corrientes
termales, y no creyó oportuno correr el riesgo que esto implicaba. Animado por mi
entusiasta aunque inútil deseo de ayudar, Angus realizó un salto rápido y costoso en
combustible con el Ventris a fin de que los tripulantes y el avión de papel regresaran a
su punto de partida.
Tras haber estado ausentes una semana, Tony y Jo se quitaron con gran alivio sus
trajes presurizados cuyo sistema de eliminación de desechos había sido sometido a
una prueba muy dura, aunque esto no debería mencionarlo aquí, ni siquiera para mis
01.01.01.20
¡Año Nuevo! Por acuerdo unánime, lo hemos celebrado a la puesta del sol. Ha
sido una fiesta magnífica, y he podido observar que no padecemos carencia de
bebidas fermentadas aun cuando haya transcurrido un año desde que se agotaron los
últimos suministros de la expedición. Pero esto no es sorprendente si se tiene en
cuenta que nuestro equipo biológico está perfectamente organizado.
Antes de que se hiciera de noche, de que estuviéramos plenamente inmersos en la
celebración, Bill se puso de pie con una extraña expresión en el rostro, se pasó la
mano por el cabello de colegial, carraspeó nervioso, y anunció:
—Marianne y yo tenemos algo que comunicaros…
01.03.13.20
—He observado cada día el gravímetro. Y las lecturas han ido variando
notablemente. —Tony se interrumpió dejando a medio comer el siluro asado que
constituía el plato fuerte de nuestra cena—. ¿Alguno de ustedes se siente… un poco
más pesado que de costumbre?
—¿Más pesado? —preguntó Marianne divertida—. Yo sí. Pero no hoy sino cada
día.
Al decir esto, se dio unas palmaditas en el vientre. Aunque sus cambios internos
no eran todavía apreciables para nosotros, ella sí los sentía de manera evidente.
Los demás nos miramos unos a otros, tratando de recordar alguna señal de fatiga
en los últimos días. Un poco más cansados sí lo estábamos aunque nada tenía de
particular porque todos nos íbamos haciendo más viejos, y al estar Marianne
dispensada de servicio, el trabajo era mayor.
—Debo reconocer que me siento un poco más pesado cada día que pasa —
concedió Angus—. Pero a lo mejor son sólo imaginaciones mías.
—No del todo —le contradijo Tony—. Si mis primitivos instrumentos no me
engañan, este planeta es ahora más denso de lo que lo era hace dos semanas.
—Pero ¿no nos habías dicho que era menos compacto en los polos? —preguntó
Bill, expresando nuestro parecer de manera sucinta.
—Se trataba de un fenómeno temporal. Nosotros, es decir, Jo y yo, creemos que
la masa adicional llegó del espacio a lo largo del eje polar y luego, de algún modo,
quedó insertada en el polo norte en el transcurso de estos últimos días —explicó Tony
pareciendo muy complacido consigo mismo.
—Y sospechamos que un fenómeno paralelo ha tenido lugar en el polo sur —
añadió Jo.
Tony hizo un gesto de asentimiento.
—La razón estriba en que no se puede añadir masa a un extremo que gira, en este
caso un planeta, sin que todo él se mueva en una desordenada espiral… excepto si
ocurre en sus dos polos.
—¿Qué clase de masa? —quise saber.
—Probablemente… agujeros negros —respondió Tony—. Muy pequeños, con
horizontes a nivel no mayores que moléculas pero, a mi entender, con una masa
equivalente a la de varias cadenas montañosas, quizás incluso subcontinentes enteros.
Sabemos que los amalteanos ejercen algún control sobre el vacío y al parecer lo están
utilizando para implantar agujeros negros concéntricos en el núcleo de Marte.
Cuando los dos se encuentren, se unirán en uno único.
01.01.19.17
Marianne y Bill cumplen con su tarea. ¿Cumplo yo con la mía?
Llevaba mucho tiempo lamentando no saber dónde se había encontrado la placa
marciana. Ahora tengo otro motivo para deplorar mi ignorancia: no va a ser posible
situar los extensos registros que estamos reuniendo aquí de modo que se los pueda
hallar junto con ella.
Desde luego, hasta ahora no existe ninguna placa marciana. Nosotros los
humanos llevaremos enterrados largo tiempo en las arenas de Marte cuando la placa
sea confeccionada… si es que se confecciona en la realidad actual. Tampoco tengo
esperanzas de regresar personalmente a Venus para colocar las tablillas venusianas
que descubrí allí, en las que quedan registrados los lenguajes de la Edad del Bronce
en la Tierra. Esa tarea correrá evidentemente a cargo de otro hombre o mujer. O más
probablemente de algún ser no humano.
02.02.21.04
El espectáculo continúa en el cielo sin llevar trazas de interrumpirse. Pero tal vez
nos hayamos precipitado al pensar que se nos está ofreciendo a nosotros. El horizonte
aparece cubierto de nubes de tormenta y los relámpagos lanzan destellos
intermitentes sobre el desierto. El nivel del mar se eleva…
Habíamos llegado frente a un espacio oval que nos hizo recordar los marcos de
cerámica de las fotos que en nuestra época eran colocadas en las tumbas. Estaba
confeccionado con aquel extraño metal brillante y encuadraba lo que, sin duda alguna
era un mapa de nuestro sistema solar. El texto era largo y estaba escrito con una fina
caligrafía.
Inmediatamente me sentí atraído por su contenido. Y tuve la sensación de que
podía leerlo incluso antes de interpretar por completo sus caracteres.
… Tras haber dejado nuestro hogar habitual nos acercamos a un sistema sideral
en el Espacio Negro, cuyos planetas habíamos creído habitables pero que resultaron
desiertos por culpa de unas excesivas emisiones primarias ultravioleta. Proseguimos
nuestro viaje, durmiendo largo tiempo y despertando para investigar cada una de las
La conciencia de Thowintha nos fue infundida y nos trajo a esta tierra de escasas
promesas, tan lejos de una manifestación. Pero la vida es aquí variada y abundante.
¡De qué modo tan copioso se concentra en la manifestación de una inesperada
multitud de formas! La perfección es mutable. Tal es la conciencia de Thowintha. Los
heraldos de una vida futura alienígena nos honran con su sentimiento de
responsabilidad y con la participación en su conciencia. Gustaron y olfatearon con
nosotros. Y con ellos probamos lo nuevo y lo extraño. Cantaron con nosotros;
compartimos relatos que disfrutamos juntos. Nuestras naves fluyeron hacia el exterior
como una corriente marina, y allá donde fuimos surgió la vida. Una vida a la vez
extraña y familiar, vieja y nueva. Una que brotaba de la otra; la variación surgiendo
de la escasez. En la Mutación hay Manifestación. Ésta es la conciencia de
Thowintha…
Mientras leía las últimas palabras de la placa me sentí transfigurado por una muy
compleja gama de emociones: un placer inmenso ante la riqueza de su completo y
pulcro texto, y un cierto orgullo ante el modo en que mis bienintencionadas tentativas
me habían aproximado a la reconstrucción de su sentido.
Y también tuve miedo. Porque ¿estábamos viviendo realmente en un universo
alternativo como de un modo harto complaciente dábamos por supuesto? ¿O
vivíamos al fin y al cabo en nuestro propio pasado, un pasado en el que algún
inesperado impacto haría pedazos de improviso aquella placa que tenía ahora ante mí,
dejando sólo un fragmento para que sobreviviese hasta nuestra era?
Bill me miró. Tenía la nariz roja a causa del frío y su rostro no revelaba señal
alguna de haber captado mis temores.
—Me pregunto si algo la podría hacer añicos —comentó alegremente.
Yo no pude sino mover la cabeza sin saber qué contestarle.
—El frío nos entumece —dijo Jo desde cierta distancia—. Volvamos a la medusa.
Bill se arrebujó un poco más en la capa que llevaba echada a los hombros.
—Me voy con ellos, señor —me advirtió.
¿Señor? Llevaba mucho tiempo sin dirigirse a mí de aquel modo. Era evidente
que algo en mi actitud lo había impresionado. Todos nos conocíamos lo suficiente
como para evitar tales formalidades. O acaso Troy era más consciente de mi papel, de
lo que yo hubiera podido admitir.
Vi cómo los demás caminaban por la nieve endurecida en dirección al extraño
navío que esperaba bajo aquel cielo helado; un navío cuyas gráciles y flotantes
membranas y tentáculos eran formas que habían evolucionado en mares cálidos, tan
extrañamente fuera de lugar en un paisaje ártico y, sin embargo, tan familiares para
nosotros los «marcianos» que no nos parecían más exóticas que un esquimóvil.
Dirigí una última mirada a la placa marciana brillante como un espejo.
«… quizás ésta sea una realidad distinta y la placa perdure eternamente. Y aunque
20
Cuando me desperté esta vez, la medusa sobrevolaba a pocos metros la superficie
del planeta. ¿Me habían vuelto a sumergir? Tenía la piel blanca y arrugada pero me
sentía temperado y seco y respiraba un aire extraordinariamente dulce. Incluso podía
identificar el aroma del tomillo y del orégano. Una reconfortante claridad solar se
filtraba por el transparente techo de la medusa. Retorcí los dedos de manos y pies y
estiré mis miembros. ¡Una auténtica delicia!
La gravedad parecía la normal en la Tierra, o muy próxima a ella. Yo me sentía un
tanto nervioso, pero no agotado ni débil, como en aquella otra ocasión en que estuve
sumergido. O había permanecido en el agua sólo un breve espacio de tiempo o habían
utilizado algún sistema para revitalizarme y ponerme de nuevo en una excelente
condición física. No sentía urgencia alguna por levantarme. Observé lo que pude de
cuanto se reflejaba en la cúpula redondeada que se extendía sobre mi cabeza.
La nave rozaba unas olas azules cubiertas de espuma a una velocidad moderada
para una medusa deslizándose hacia las espesas nubes y los picachos grises
iluminados por el sol de una península o isla ceñida por el mar. Vi formas vivientes
en los reflejos del agua y reconocí con placer lo que eran. Estábamos tan cerca de la
superficie que los ágiles delfines nos seguían, saltando y encorvándose por encima de
las transparentes olas, con su piel mojada reluciendo bajo el sol.
En el estado de confusión en que me hallaba, tardé bastante tiempo en darme
cuenta de que un hombre y una mujer se encontraban junto a mí. Finalmente me
incorporé. Observé en primer término su aspecto físico y especialmente el espléndido
cabello de ambos, el de ella de un dorado mate; el de él de un tono cobrizo
ennegrecido. Los dos lo llevaban intrincadamente trenzado y anudado sobre la
cabeza. Lucían ropas de un tejido blanco como la nieve, amplias y plegadas con
descuidada elegancia sobre sus miembros desnudos.
Tensos y vigilantes mientras la medusa se acercaba a la playa, Troy y Redfield
semejaban dos estatuas antiguas de las que en otros tiempos representaban a
Perséfone y Apolo. Eran unos perfectos koré y kurós.
Me di cuenta entonces de que también yo iba vestido con idéntica indumentaria,
pero, al llevarme la mano a la cabeza, noté que me habían puesto un sombrero de
fieltro, blando, de amplias alas. Bajo él, mi cabello, usualmente de un color apagado
y sin brillo —algunos lo llamaban «color de jengibre»— había crecido de forma
Nosotros, los que veníamos «del cielo y del mar» nos sentíamos un tanto
adormecidos por la comida y por el vino, pero cuando la música terminó de repente,
el silencio nos despertó otra vez.
La cortina del sencillo santuario se descorrió y, por vez primera desde que había
empezado la fiesta, Diktynna apareció ante nosotros. Llevaba un vestido distinto al
anterior aunque de parecida forma. Se había quitado la corona de oro y su cabello
estaba recogido en la nuca mediante los complicados nudos de un pañuelo. El joven
que había tocado la flauta se mantenía a su lado.
Una pequeña procesión avanzó hasta el centro de la plazuela iluminada por las
lámparas. Estaba formada por el muchacho y por los bailarines principales, hombres
y mujeres que llevaban pequeños arcones de arcilla pintada. Diktynna levantó los
brazos en un ademán ritual de adoración y, mirando a su alrededor y luego a nosotros,
pronunció en un griego que ahora sonaba perfectamente claro para mí:
—Amigos míos, nos hemos visto honrados con la presencia de estos visitantes
que proceden del cielo. Hagámosles ofrendas amistosas, como es lo adecuado.
Al mirarme, vi que su expresión tenía mucho de maliciosa.
Pronto estuve de regreso a la nave-universo. Pero ¿a qué nave? ¿Y quién era yo?
De todas las realidades en pugna, ¿cuál sería la vencedora? Navegamos a velocidad
acelerada por entre bandadas de cometas que convergían hacia nosotros,
dirigiéndonos a lo que se concretaría en la mayor de las peculiaridades. Como
indicaba la presencia de los cometas, nuestra meta se encontraba próxima al sol, cerca
del perihelio. En el intervalo de dos meses-luz, la nave-universo se sumergió en la
leve y brillante esfera de un espacio-tiempo en plena distorsión…
… y al instante volvió a emerger.
25
—Y así nos aproximamos al presente. Cien naves-universo flotan en el espacio. O
tal vez mil. O una infinidad de ellas.
En el exterior de la biblioteca vacía, el cielo, poco antes de amanecer, confirma de
un modo deslumbrante la descripción de Forster.
—A lo largo de todas mis investigaciones, el caso personal del ingeniero
submarinista Herr Klaus Muller es el que más íntimamente me conmueve: «No me
llame submarinista, por favor —me rogó—: Aborrezco ese nombre».
Anoche conseguí que Joe se encontrara conmigo en el bar del hotel. Me había
propuesto hacerle jurar que guardaría el secreto, pero en seguida me di cuenta de que
mi problema era otro. Estaba desesperado por hacerle desistir de sus continuas
divagaciones acerca de naves de tamaño planetario y del momento en que los
alienígenas chocarían entre sí, etcétera, y necesitaba urgentemente llevarlo de nuevo a
la senda del Calamar Gigante.
Necesité cosa de medio litro de whisky para lograr mi propósito.
Joe me proporcionó una inestimable ayuda aunque hasta ahora sabe tan poco de
mis descubrimientos como los propios rusos. Me abrumó con detalles sobre el
admirablemente desarrollado sistema nervioso de que disponen los calamares y me
explicó que algunos de ellos, los de menor tamaño, pueden cambiar de aspecto en un
instante, valiéndose de una especie de método impresor a tres colores basado en la
extraordinaria red de «cromóforos» que les recubre el cuerpo. Posiblemente dicha
condición proceda de su facilidad para el camuflaje que, de un modo natural, puede a
su vez convertirse en un sistema de comunicación. Quizá todo ello haya sido
inevitable si se tienen en cuenta las posibilidades que en dicho sentido existen en el
sistema evolutivo.
Una cosa tenía preocupado a Joe.
—¿Qué estarían haciendo los dos calamares en las inmediaciones de la parrilla?
—me preguntó una y otra vez con aire lastimero—. Son invertebrados de sangre fría
y en consecuencia evitan toda fuente de calor del mismo modo que rechazan la luz.
Aquello tenía perplejo a Joe, pero no a mí. Porque a mi juicio ahí reside la clave
de todo el misterio.
Ahora estoy seguro de que aquellos calamares se encontraban en Trinco por la
misma razón por la que hay humanos en el Cinturón Principal, o en Mercurio. O por
la que Forster y su tripulación fueron a Amaltea. Nada más que una pura y simple
curiosidad científica. La parrilla de energía había hecho salir a los calamares de sus
profundas guaridas heladas a fin de investigar el geiser de agua caliente que de
improviso había brotado de las laderas del cañón, fenómeno inexplicable y extraño
que posiblemente constituía una amenaza para ellos.
Y habían convocado a sus gigantescos parientes, quizá sus servidores o sus
esclavos, para que les llevasen una muestra con el fin de estudiarla.
El día en que Muller efectuó su última inmersión, sólo añadió una frase parcial a
lo ya escrito, como consta en este memorándum de Lev Shapiro que lleva la misma
fecha:
TRANSMISIÓN URGENTE (con identificación y código horario).
DIRIGIDA A: Ministerio de Energía y Recursos Energéticos, Tratado de Alianza
Continental del Norte. La Haya.
PROCEDENCIA: L. Shapiro, ingeniero jefe del Proyecto de Energía
Termoeléctrica de Trincomalee.
En documento anexo figura la transcripción completa del chip hallado en la
cápsula de eyección del sumergible de Muller, la Langosta. Dicha transcripción
concluyó en la fecha y hora que se especifican. La búsqueda por control remoto del
sumergible quedó interrumpida hace diez minutos por la inexplicable ruptura del
videoenlace submarino.
Siguen algunas indicaciones interpretativas al respecto. Estamos agradecidos a
Mr. Joe Watkins por su ayuda en diversos aspectos. El último mensaje inteligible de
Mr. Muller iba dirigido a Mr. Watkins y decía así: «¡Joe! ¡Tenías razón en lo de