Discurso de Ingreso Francisco Fernandez y Gonzalez
Discurso de Ingreso Francisco Fernandez y Gonzalez
Discurso de Ingreso Francisco Fernandez y Gonzalez
LEIDOS ANTE
A REAL ACADEMIA i
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MADRID
Et. PROG-RBSO EDITORIAL
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DISCURSOS
LEIDOS ANTE
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EN LA EEOEPOION PUBLICA
D. FRANCISCO F E R N A N D E Z Y GONZALEZ
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MADRID
ELi P R O G K E S O EDITORIAL
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SEÑORES ACADÉMICOS:
II
Valeroso era Q a e s i m ,
Valeroso á maravilla,
F n ardimiento y pujanza
A n a d ' e u n p u n t o cedía.
Arenó un día á soplar
Cerca de la Car ami ¡a
Y en el conlurbado Océano
No quedaba pe^ á vida.
del mundo conocido, con marinos que surcaban los mares con b r ú -
jula y físicos que ensayaban la solución del no resuelto problema
de la locomoción aérea 3', los Españoles del siglo ix, b a j o la d o -
minación de los Á r a b e s , se apercibían á preparar como edad flo-
recientísima de extraordinaria cultura, la centuria señalada en el
resto de E u r o p a con el dictado del siglo de tinieblas.
E n vano bajo el reinado de sus hermanos Almondir y Abdal-
lah (887-912), excelente poeta el segundo, procuraba el beduino
Seuar Ben Handún, fundador del castillo de la A l h a m b r a , esta-
blecer el predominio de castiza raza arábiga sobre los Sirios é
Ibero-romanos; el triunfo de la cultura siriaca y el esplendor de la
capital d e Al-Andalus eclipsó á la de Bagdad en las brillantes cor-
tes de Abderrahmán III, del segundo Aihacam y del prepotente
Almanzor, primer ministro d e H i x e m II, cuyos nombres cifran, r e -
presentan y p r e g o n a n las mayores glorias de la E s p a ñ a árabe. Ni
fueron poco á que se extremase en E s p a ñ a el mal camino que
llevaba el calilazgo en Oriente, llegado muy al cabo en la enfer-
medad de decadencia, que amenazaba destruirlo.
Mermada la autoridad de los califas abbasidas d e s d e la segunda
mitad del siglo i x , por los jirones en que partieron gran parte
de su imperio la soberanía independiente de los Tulonidas y Ben-
A g l e b en Africa y en Sicilia y por los Beni T a h e r en el Jorasán,
disminuía notablemente á los principios del x, en que asentada en
el Cairo la dinastía fatimita ( 9 1 5 ) , el mundo muslim aparece di-
vidido entre los hijos de A b b a s , los de O m e y a y los de Ali. R o t a ,
definitivamente la unidad del mundo a g a r e n o , por la ambición de
Obeidallah AI-Mahdí, fundador del califato del Mediodía, no era
posible que renunciase Abderrahmán III al título de Califa, Mira-
mamolín ó emperador de los fieles, ni menos asentar su imamado
ó pontificado en las comarcas africanas, que parecían arrebatadas
para siempre al imam bagdadita. Resolvió honrarse con aquel título,
y ejerciendo las funciones religiosas anejas á su jerarquía, p r e s e n -
ció y oyó personalmente la disputa entre los defensores de.los r i -
tos islamíes de Hambal y de Malie, fallando en definitiva como
lo verificó, andando el tiempo, D . Alfonso V i e n t r e los partidarios
del Breviario romano y del muzárabe, puesta preferencia á favor del
malequita, "que tenía más crédito en la corte y en el consejo de las
personas religiosas, no sin declarar que uno y otro agradaban á
Dios; piles, aparte d e diferencias d e poca entidad, concertaban en
todo lo importante 32. Demandaba aquella dignidad imperatoria,
mayor esplendor en el solio, notables instituciones d e gobierno, de
justicia, de administración y de amparo, en una palabra muestras
de magnificencia, de cultura superior y ^de poderío. A todo acudió
17
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III
Valencia es doncella h e r m o s a
C o n t r a j e de seda v e r d e .
Q u e vela agraciado r o s t r o
Con la m a n g a de caireles.
T o d o es gala en el vestido,
Bajo cuyos a n c h o s pliej^ues
I-a imaginación v i s l u m b r i
E d é n de dulces placeres
No o c u r r e á mi m e m o r i a ,
Til r e c u e r d o , h e r m o s í s i m a V a l e n c i a ,
Sin que el liibio p r e g o n e
Q u e n o tienes igual en gentileza;
P u e s Dios puso por orla de tu m a n t o
La g r a n d e z a del m a r y de tu vega 42.
Como quiera que me parezca más puesto en razón, por los loo-
30
res, que puede merecer de un árabe la frescura del clima, este otro
elogio:
Allá en la vega y sierra de G r a n a d a ,
P u s o el S e ñ o r ücl cielo
f,ugare<i, a o n d e el triste halla posada,
Y el alma ac 'ngojada
Gr.ito solaz y plácido consuelo.
P e n s ó , al salir de ella.
Mi amigo, al c o n t e m p l a r el c a m p o a b i e r t o
De blanca nieve bella
E n estío ctjbierto,
Q u e era la imagen del celeste p u e r t o 47.
IV
X ' i j ü S lisanaiia ó Usoniia ¡lian.,, 111, 4, 7, 31; V, 19; VI, 2 6 ; V i l , 14), Malsin r^Sa
malsin, es participio de forma hiphiláe.\ v e r b o lasan, q u e significa o r d i n a r i a m e r i t c en
h e b r e o i a b u s a r de It lengua», con f o r m a / ¡ ( / ¡ ¿ i / u m u r m u r a r y acusar», y con la expresada
f o r m a hiphil « c a l u m n i a r » , según o c u r r e en los Proverbios, XXX, 31, de d o n d e se
sigue q u e mahin en rigor técnico ha de i n t e r p r e t a r s e «calura'niador» ó . e l q u e habla
m a l c a l u m n i a n d o « , en cuyo sentido s ; e m p ' e a en el capitulo III de la Crónica del
rey D. Juan el Primero, p o r D, P e J r o L ó p e z de Ayala, t, II de la edición de L l a -
g u n o , págs. 126 y siguientes, al referir, como solicitaron los judíos q u e les diese el
rey u n álbalá para su alguacil, « q u e si ellos ,le m o s t r a s e n y d i x e r e n q u e e n t r e ellos
era algún judío malsin q u e le ficiese matar». L.i palabra lobas, m u y usada en los
d o c u m e n t o s h e b r e o - c a s t e l l a n o s , parece d e r i v a r s e en algunas acepciones del v e r b o
•¿rab lalas «vestir», pues con ser r a í í c o m ú n al arábigo, su f o r m a es p r ó x i m a á la
hbos h e b r e a . Res «cabeza» de Mala «ciudad» de en a r a m e o . Cáñama en
acepción de t r i b u t o ó r e p a r t i m i e n t o , de q u e significa lo m i s m o . Véase mi
t r a d u c c i ó n del Ordenamento de /as aljamas hebreas, f o r m a d o en la Asamblea d;:
Valladolid en 1432. F o r t a n e t , 1884, pág, .79. La voz tablajero, por «cortador público
de carne», no parece d e r i v a d o en rigor de tabula, s i n o del h e b r e o y rabínico n ^ O
tabaj, c a r n ' c e r o » .
C O N T l í S T A C T O í T A L D I S O U U S O
TI
FRANCISCO FERNANDEZ Y G L i \ ¡j ÍZ
POR
D. F R A N C I S C O A . C O M M E L E R Á N Y G O M E Z
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No temáis, Sres. Acadéniicos, que mis palaliras fatiguen iargo
rato vuestra benévola atención. Acabáis de ver justificada por
completo la unanimidad de vuestros sufragios al elegir al Exce-
lentísimo Sr. D . Erancisco Fernández y González, paia ocupar la
vacante que dejó entre nosotros en edad prematura todavía aquel
fecundo y esclarecido vate que se llamó D. Antonio Arnao, á quien
su superior instinto, robustecido y educado en las purísimas r e -
giones de la estética, hizo sentir como á ningún otro de sus con-
temporáneos ilustres la harmonía y dulzura de nuestra hermosa
lengua castellana. A d e m á s , os veo impacientes esperar el mo-
mento en que la honrosa insignia que, con frase oportuna y feliz
llamó uno de vosotros el toisón de oro de la literatura españo-
la, luzca sobre el pecho del docto maestro, que sin haber pasado
todavía los umbrales de la vejez, ha sabido conquistarse autori-
dad tan respetable en los estudios á que preferentemente consa-
gra sus anhelos, que no ha de parecer en mis labios retórica lison-
ja, la confesión sincera, de que tengo para mí por tan extraordi-
nario como inmerecido honor, el gratísimo encargo de dar hoy la
bien venida en \aiestro nombre á quien tanto y tan bien ha mere-
cido de las letras españolas. Y como no he de retardar el espera-
do instante, habréis de contentaros con que, á la breve reseña de
los merecimientos del nuevo académico, harto conocidos dentro y
fuera de E s p a ñ a , agregue consideraciones muy ligeras acerca del
eruditísimo discurso que acabáis de oirle.
Entendimiento clarísimo, perspicacia singular, tenacidad infati-
gable en la investigación literaria y científica, y una insaciable
avaricia.de saber, tales son las condiciones de carácter con que
desde sus primeros años el D-ecano ilustre de la h'acultad de F i -
losofía y.Letras de la L'ni\-crsidad matritense, ha labrado su en-
vidiable y merecida reputación de docto en todo genero de hunia-
nas disciplinas. Porque el Sr. l'ernández y González no es sólo
un orientalista distinguido, ccmo pudiera creer el vulgo de las
gentes. La historia, la crítica literaria, la ciencia de lo bello y la
jurisprudencia han sido por él bí neficiadas con éxito más que li-
sonjero para la cultura nacional contemporánea, y en el mismo
grado que la filología le son deudoras de grandes servicios y no-
6S
y en el 713:
2}ím le g r a n d f s colpes mas noi pueden fal-'ar
y en cl 720:
Ftrid los caballeros, por a t o r d e caridad
E p i t h a l a m i a usqiie dura r e d d i i a
Voce paradica r c c e p t n n t g r a i i a m ;
Crescite, clamitat, r e p l e t e a r i d a n i ,
Ornate ihori thalamo,
so por eì calor natural de aquella sangre ibera cjue corría por sus
venas.
Los gloriosos destinos á que la divina Providencia llamaba á l a
raza española se adivinaban ya en la época, que termina con la de-
cadencia de la dominación visigótica. Aquel pueblo que, durante
la dominación de la República romana, había en sus costumbres y
lenguaje, y para decirlo de una vez, en su cultura nacional, recha-
zado con entereza y tenacidad la influencia del pensamiento roma-
no, amolda á él las nobles facultades de su espíritu, cuando el im-
perio le convierte de siervo en aliado y amigo, llamándole á la
participación de todos los derechos: entonces hace suya toda en-
tera la civilización romana, imprimiendo en ella el sello de la in-
dependencia de su espíritu, que prevalece y se fortifica con la idea
cristiana, hasta cl punto de regenerar por su sola virtud y esfuer-
zo la barbarie de los conquistadores visigodos y salvar de su co-
rruptora influencia los gérmenes de la futura civilización espa-
ñola.
La empresa era magna. La fuerza y poder civilizador de la raza
ibera se había mostrado en los Hispano-romanos suficientemente;
pero acaso se había adormecido en ellos con la servidumbre su
[)rimitivo amor á la independencia, y para despertarlo vigoroso y
potente era preciso que aquel ¡ A i e b l o sufriera una terrible sacudi-
da, cuyos estragos venían preparándose por los excesos y la ig-
norancia del pueblo visigodo, venido á tal estado de flaqueza y
debilidad, que no pudo contener ya por más tiempo la invasión
de los Árabes y la completa ruina elei imperio fundaclo por Ataúlfo.
En la derrota del Guadalete puede decirse que es donde acaban
de ima vez las diferencias de raza entre los Hispano-romanos y los
Visigodos. Uesde aquel momento, el poder no es patrimonio de
esta ó de la otra raza, sino del más digno: la ejecutoria de noble-
za se conquista en el campo de batalla, y el sacrificio llevado has-
ta el heroísmo y realizado en aras de la patria, son los únicos ca-
minos por donde se llega á las más altas dignidades. El mismo
espíritu que había realizado la conquista intelectual y moral de
nuestra patria, después de la invasión de los bárbaros, se disponía
ahora á salvar la civilización aquella, que levantaron San Leandro
y Sán Isidoro, y á reconquistar materialmente y palmo á palmo la
tierra, que por obra de la fuerza y de la perfidia ocupaban los
enemigos de la religión y de la patria. De entre las ruinas del
poderoso imperio visigótico renace entonces y se levanta, y se
extiende y acrecienta aquel generoso espíritu que armó el brazo
robusto de Viriato, para detener la marcha triunfal de las legiones
romanas.
Discutan cuanto quieran los eruditos, para poner en claro si el
primer caudillo que opuso resistencia formal y afortunada á las
huestes agarenas en las montañas de Asturias pertenecía ó no á
la regia estirpe visigoda; aleguen documentos, pruebas y razones
de todo género en favor de una ú otra opinión; lo que no podrá
negarse es que en aguas del Guadalete pereció para no levantar-
se jamás la degradación espantosa, física y moral á que en los
últimos tiempos había descendido la raza visigoda, y que sobre
sus ruinas se levantó el genio enérgicamente restaurador de los
1-Iispano-ron anos, para dar aliento y vida á los héroes, que io mis-
mo en Covadonga que en la peña de Uruel, acometieron la em-
presa verdaderamente épica de salvar de aquella catástrofe horro-
rosa la civilización española y cristiana.
Ocho siglos duró la gigantesca lucha de la civilización cristiana
contra la civilización arábigo-oriental. En este tiempo, alguna in-
fluencia pudieron y debieron ejercer los Arabas en la cultura de
nuestra nación; mas no la ejercieron tal, que desde el primer mo-
mento se dejara sentir en nuestra cultura la acción de los conquis-
tadores. Un escritor francés, de cuyo nombre no quiero acordar-
me, haciéndose eco de preocupaciones injustas, hoy desechadas
en todo ó en parte por los mismos que las sostuvieron y propala-
ron, afirma con el mayor desenfado que la cultura de España en
tiempo de los reyes visigodos parecía la de un pueblo semibárba-
ro, y que apenas terminada la conquista dieron los Arabes princi-
pio á su labor civilizadora. No es extraño que tales cosas afirme,
quien da niuestra bastante de su estupendo saber, afirmando de
antemano y con env'idiable desal ogo, que la fusión de las dos ra-
zas hispano-lr.tina y visigoda, fué bastante íntima, y que lo fué
mucho más, cuando después de la invasión se alzaron en armas
los refugiados de Asturias, y aduce, para probarlo, el hecho de
que el título de hidalgo, es decir, hijo de Godo (sic) se considerara
entonces como titulo de nobleza.
Si el testimonio de los historiadores árabes no desminíiera s e -
mejante especie con el relato fiel de las riquezas artísticas acumu-
ladas por los reyes visigodos en sus alcázares, palacios y basílicas,
relato en el cual se ve y se toca el asombro y entusiasmo que en
los Arabes produjo la contemplación de aquella portentosa cidtura
material; si los escritores de la raza hispano-romana y principal-
mente el Gran San Isidoro, no nos hubieran dejado en sus obras la
prueba más concluyente y esplendorosa de la avanzada cultura in-
telectual y moral de aquellos tiempos, bastaría considerar que la
civilización romana, después de sembrar de monumentos las pro-
^ incias y ciudades de la Península y de haber dado gloriosa y per-
Sg
I F o r n e r , — M é r i t o literario de España.
91
no, hasta la muerte de Ramiro III, ó sea hasta fines dei siglo x.
lis cierto que en esta crónica, más aún que en la Alóendense y la
de Sebastián, se advierte una decadencia notable en el estilo, y la
casi total desaparición del elegante hijjérbaton de la lengua lati-
na; pero también se ven en ella y con más claridad en las cróni-
cas posteriores, y en los documentos de donaciones, fundaciones
cartas-pueblas, etc., los caracteres típicos de aquel romance, de
donde surge la hermosa y clásica lengua castellana de los siglos
quince y diez y seis, A l a misma época pertenecen también el cro-
nicón de D . Pelayo, obispo de Oviedo, (]ue si históricamente con-
siderado no merece gran estimación, tiene indudablemente gran
importancia, desde el punto de \ista literario y filológico, y la
crónica del monje de Silos, que de esdlo menos desaliñado y de
lenguaje más correcto, A'iene á restablecer los cronicones anterio-
res, alterados por el obispo D . Pelayo, y que al lamentarse de la
decadencia de las artes liberales, producida por la invasión mu-
sulmana, pone de manifiesto, cómo á mediados del siglo onceno
se mantenía vivo entre los cristianos el espíritu de protesta con-
tra la civilización arábiga, y cómo no se había debilitado en lo
más mínimo al cabo de cuatro siglos de lucha el entusiasmo fer-
voroso, que les hacía ver su salvación en el preciado tesoro de la
ciencia contenida en las obras del insigne doctor de las Españas,
Llega por fin el v'cnturoso día, en que merced al esfuerzo del
sexto Alfonso, ondea vencedora sobre las murallas de la ciudad
de los concilios la enseña de Castilla. A partir de aquel momento
se dulcifican las condiciones impuestas-por los vencedores cristia-
nos á los vencidos musulmanes, y ya no se venden como esclavos
los prisioneros de guerra, sino que respetadas sus leyes, sus cos-
tumbres y su religión, se convierten en vasallos del nuevo rey con
el hombre de mudejares. Los muzárabes, al verse libertados por
los héroes de la reconquista, los enriquecieron con los tesoros de
la cultura latino-visigoda, á costa de tantas penalidades conser-
^'ados bajo la dominación sarracena, y acrecentados por el inge-
nio vigoroso de San Eulogio y Alvaro de Córdoba.
Tres acontecimientos de la mayor trascendencia en la cultura
española, á saber: la importación de la orden de Cluny, la susti-
tución del rito muzárabe por el romano á fines del siglo onceno y
la abolición de la letra hispano-latina ó isidoriana, vienen por es-
ta época á debilitar transitoriamente el espíritu de resistencia á
toda invasión extraña y de propagación de la cultura hispano-ro-
mana, que hasta entonces había animado á los muzárabes como á
los cristianos independientes. La Iglesia principal y casi única pro-
movedoi-a de la cultura nacional, acaudala su literatura con nuevos
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tesoros y los estudios clásicos nunca olvidados en nuestra patria,
reciben mayor y más poderoso impulso, y á ello contribuye muy
principalmente la propagación de la orden de Cluny, que á la tra-
dición isidoriana, fuente hasta entonces única de la cultura espa-
ñola, agregaba el precioso caudal ele la ciencia atesorada en sus
renombrados monasterios. La lengua latina, sin eaibargo, se re-
siste á ceder al lenguaje vulgar las preeminencias de que había
gozado hasta entonces, y robustecida con la autoridad de la Igle-
sia, cuya lengua oficial era y continúa siendo todavía, y contando
además con el apoyo de la tradición, y restaurada algún tanto por
los doctos esfuerzos de los cluniacenses, conservaba aún la fuer-
za necesaria para impedir que la lengua vulgar la sustituyera en
las preeminencias de idioma literario, y la relegara al panteón de
las lenguas muertas; por eso la vemos que sirviendo de instru-
mento á los doctos en la interpretación de las Sagradas Escritu-
ras, defiende todavía la poesía popular de las intrusiones del ro-
mance, y con la Gesta Rodcrici Campidocti en el siglo xii, la / / / -
storia Compostel'ana, la Chronica AdephonsiImperatoris y la Vita
beati Dominici confessoris Chris ti, disputa á la lengua vulgar el
dominio de la historia. Munio Alfonso, Hugo y Giraldo, autores
de la Historia Compoüelíafia, á vuelta de las pretensiones de la
elevación de estilo, que no pasa de ser declamatorio, y de la in-
evitable decadencia del lenguaje, alardean de erudición clásica,
poniendo así de relieve el continuado esfuerzo de literatos y escri-
tores por mantener contra la influencia musulmana vivo el espíritu
de resistencia que palpita en toda nuestra civilización y cultura.
E n toda esta época tampoco enmudece la poesía. Consérvanse,
\ a que no las producciones de sus ingenios, el nombre de Roma-
no, prior de San Millán por los años de 871 de nuestra E r a , de
quien la historia recuerda que nutría .su inspiración en el libro de
los Salmos, y de Salvo, que escribió sus composiciones con elegan-
cia poco frecuente en el noveno siglo. E n la vida de Santo Do-
mingo Manso se han conservado algunos himnos de Grimaldo y
de Philipo Oscense, que dan testimonio bastante de la no vulgar
in.spiración de estos poetas, y del camino que seguíala rima para
imponerse á la poesía vulgar. La poesía popular latina, inspirán-
dose en los grandes principios de la religión y de la patria, des-
pués de la completa ruina del reino visigodo había multiplicado
los himnarios de tal suerte, que desde'las vertientes orientales del
Pirineo hasta las costas de Galicia apenas había diócesis, ciudad,,
parroquia ó monasterio, que no tuviera su himnario propio. Aun-
que no son muchos los monumentos que de la poesía popular la-
tina han llegado hasta nosotros, son los bastantes sin embargo,
3
98
»los infantes mis lijos é a mí.» Cosa es también muy singular, que
los católicos reyes D. Fernando y doña Isabel, á quienes la his-
toria reconoce como fidelísimos intérpretes del sentimiento nacio-
nal español y afortunados cumplidores de sus patrióticas aspira-
ciones, fueran los que en 31 de Marzo de 1492, á los tres meses de
la conquista de Granada, firmaron el famoso edicto expulsando á
la raza judaica de los dominios españoles, como si hubieran que-
rido con esta disposición trascendentalísima completar la obra
gloriosa de la unidad nacional llevada por ellos á término feli.í
con tanta prudencia y tacto político, y á costa de tantos y tan
grandes sacrificios: y era que el pueblo judío por su especialísimo
carácter, por sus tendencias y por el aislamiento en que volunta-
riamente se encerraba, venía á ser en el seno de la sociedad ge-
nuinamente española, desde los tiempos del reino visigótico hasta
el día mismo de la conquista de Granada, un cuerpo verdadera-
mente extraño, que dificultaba é impedía en todas ocasiones y por
artes diversas el movimiento y desarrollo del espíritu español,
esencialmente cristiano. Por eso cuando escritores como el Rabbi
de Carrión Don Sem T o b , cultivan nuestra lengua y literatura,
lejos de aportar á ella ningún elemento genuinamente hebraico,
manifiéstanse no influidos, sino dominados por nuestra cultura,
fundiendo su pensamiento en el molde mismo en que se fundía
el pensamiento español, y de la misma suerte ([ue lo fundieron
los conversos Santa María y Jerónimo de Santa P""e. Por eso mis-
mo, si á pesar de la superior cultura de que hacía gala la nación
hebrea, llega un momento en que definitivament-e y por la lógica
natural de las cosas, se la expulsa de nuestro territorio, en ese
hecho tan diversamente juzgado por los historiadores y polídcos
de todas las edades y naciones, aun admitida la indefendible hi-
pótesis, Cjue supone á nuestro pueblo sumido á la sazón en la más
espantosa barbarie, no puede en mi concepto verse el triunfo de
ia intolerancia fanática de que por lo general se nos acusa con
indisculpable ligereza, sino el natural resultado de la justa y no-
ble aspiración de im pueblo, que llegado á la mayor edad y sin-
tiéndose fuerte y vigoroso para vivir por su cuenta y riesgo y
arrostrar por consiguiente la responsabilidad de sus actos ante la
historia, pretende romper los lazos de una tutoría oficiosa y humi-
llante, contra la cual protestaba con energía el pueblo español,
porque dejándole la responsabilidad de sus desaciertos, deslus-
traba y empequeñecía el mérito y esplendor de sus glorias más
legítimas.
Atentamente examinado nuestro léxico, sólo palabras como
Aleluya, Amén, Càbala Coro (medida), Efeia, Gehena, Haber.
03
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