Los Etruscos
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LOS
ETRUSCOS
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79 LÁMINAS
38 GRABADOS
3 MAPAS
Barcelona
LIBRERIA EDITORIAL ARGOS
P rim e ra edlclôns N o ric m b re 1961.
T rad u c c ió n del Inglés p o r
J I U N C A RR ER A S y RAIM U N D O O R IÑ Ó .
C o p y rig h t by TH A M ES AND H U D SO N . L o n d u m , 195ft y
LIBRERÍA EDITORIAL A R O O S , S . A ., B a u c i l o n a
D e p ó sito legali Β Ί 73^7-1961
N ú m . Registro» 635-1961.
Im p reso en
G R Á FIC A S TEM PLA RIO S. B arcelona.
Prefacio
Este libro fue concebido y parcialm ente escrito, du
rante las excavaciones llevadas a cabo desde hace unos
diez años, en el su r de E truria, cerca de la pintoresca ciu
dad de Bolsena. Nada conduce a un contacto m ás estre
cho con una civilización extinguida o con un pueblo desa
parecido, que la exploración sistem ática de su suelo. La
excavación, en últim o análisis, es investigación histórica,
y del suelo que se ha excavado con cuidado y paciencia,
emergen no solam ente m onum entos y objetos de perío
dos distintos, sino tam bién una visión más clara y más
definida del nacim iento y evolución del pueblo que los
creó.
M ientras escribo este prefacio, mis pensam ientos se
dirigen hacia los colaboradores y amigos que tan am able
m ente participaron en el largo y a m enudo difícil traba
jo de la excavación y que han contribuido a sostenerlo y
avanzarlo; a ellos quiero expresar el agradecim iento que
con sus esfuerzos y su am istad han m erecido sobrada
mente.
R. B.
Introducción
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Los Etruscos
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Introducción
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P rim e ra P a rte
Historia de la Etruscología
Ya en los tiem pos romanos los sabios fijaban su aten
ción en la nación que, antes de la m ism a Roma, había
tenido éxito en la unificación de la península por sus pro
pios medios. Los libros sacros toscanos fueron traduci
dos al latín y compilados por Tarquinio Prisco, él m ism o
de origen etrusco, en el siglo i antes de J.C. De su traduc
ción quedan solam ente unos pocos pasajes, todos ellos
breves; se citan en los escritos de Séneca, de Plinio el
Viejo y de algunos otros. El em perador Claudio, estim u
lado po r su gran curiosidad de anticuario, dedicó su aten
ción al pasado etrusco de Italia. Le ayudaron en sus
investigaciones los archivos de las grandes fam ilias etrus
cas, que su prim era esposa, Urganilla, procedente de un
noble grupo etrusco, le había proporcionado; pero aún en
este caso, las pérdidas, en cuanto sabemos, han sido in
mensas, porque no poseemos ninguno de sus escritos. En
particular, no ha perm anecido nada de su gram ática etru s
ca, pérdida verdaderam ente irreparable. Sin em bargo el
interés tom ado po r los sabios rom anos en el pueblo etrus
co nos m uestra que, aún en la antigüedad, estaban rodea
dos por una aureola de m isterio que no les ha abandonado
nunca. Hoy podem os decir que E tru ria se redescubrió en
el siglo X V III, pero esto no significa que hasta entonces
fuera com pletam ente desconocida de los científicos, o que
no se hayan hecho gran núm ero de descubrim ientos en
el suelo de E tru ria antes de esa época.
Fundam entalm ente, sin embargo, la gente se interesa
ba solamente en la m ism a Roma, que fue objeto de apa
sionado estudio durante el Renacimiento; las pintorescas
regiones de la Toscana eran m eram ente un reposo para
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Jo s Etruscos
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Historia de la Etruscología
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Historia de la Etruscología
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Los E truscos
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H istoria de la Etruscología
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í-os 'Etruscos
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H istoria de ία Etruscología
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suelo italiano, que tradicionalm ente se atribuían a la civi
lización etrusca.
Pero debemos planteam os la cuestión fundam ental con
cerniente al m étodo usado en esas obras epigráficas y ar
queológicas. ¿Cómo se llevaba en aquel tiem po la investi
gación y po r qué razón espíritus clarividentes cometieron
errores tan crasos o que al menos nos parecen así? ¿Qué
avances definitivos, p o r o tra parte, hicieron estos distin
guidos pioneros de la etruscología y h asta qué punto sus
esfuerzos hicieron progresar a la ciencia?
Para abordar estos problem as fascinadores debemos
tener una idea clara del estado de los conocim ientos histó
ricos y arqueológicos relativos a la antigua Toscana a
principios del siglo xvm . Básicam ente estos conocimientos
se reducían a la inform ación proporcionada por los escri
tores de la antigüedad. El escocés D em pster los reunió y
probó de sacar provecho de ellos en su De E truria regali.
Pero esas interpretaciones eran obra de una imaginación
poderosa aunque dem asiado atrevida, y la vasta erudición
de su a u to r mezcló hechos reales con opiniones sin base
y p u ra especulación en confusa mescolanza. Tal situación
de los conocimientos sobre E truria era igual en todos los
aspectos; la arqueología estaba todavía en su infancia. Hoy
es claro para nosotros que el meollo del conocim iento só
lido que podamos alcanzar sobre los etruscos, a pesar de
e sta r la lengua aun po r descifrar y sin poseer textos litera
rios, está en el estudio detallado de los docum entos pictó
ricos proporcionados por su arte.
Aún ahora la arqueología etrusca, quizá más que nin
guna otra, presenta ciertos problem as extrem adam ente di
fíciles. Los etruscos no eran un pueblo creador, com para
dos con los griegos, o al menos necesitaban influencias
foráneas para crear. Estos impulsos vinieron, prim ero, del
cercano Oriente, luego de la misma Hélade. Es casi impo-
H istoria de la Etruscotogía
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Los Etruscos
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Historia de la Etruscología
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com pletos están falseados desde la base. De su obra, que
lleva la m arca clara de la etruscom anía, no queda nada
válido, si bien la am plia colección de docum entos, es cier
to, ha sido útil a los investigadores posteriores. Los graba
dos de la época son a m enudo inexactos e im aginarios.
Mas estas interpretaciones libres, no están com pletam ente
desprovistas de valor y encanto.
Pero los m ejores cerebros iban a ocuparse de la cues
tión etrusca. Hacia el 1770-75, el famoso grabador Gian
B attista Piranesi y el francés M ariette fueron oponentes
en un vivido debate relativo al valor del a rte etrusco y su
influencia sobre Roma. E sta contienda es un buen ejem
plo de dureza de choque entre dos figuras distinguidas,
que intentaban hacer una síntesis, en un período en el que
el m aterial básico aún no se había reunido. En 1761, Pi
ranesi, que orgullosam ente ostentaba el título de Socius
antiquariorum regiae societatis îudinensis —M iembro de
la Sociedad de Anticuarios de Londres—, publicó su gran
obra Della magnificenza ed architettura dei Romani. Cua
renta ilustraciones o viñetas acom pañaban im texto de
212 folios, que quería ilu stra r el esplendor del genio latino
y de Roma. Estas páginas, como ha dicho M. Focillon en su
bello libro sobre Piranesi, están llenas de ardiente pasión.
En ellas Piranesi, como a rtista y como hom bre inspirado,
defiende la civilización latina con toda su alma. Por esta
época algunos denigradores de la antigua Roma alegaban
que antes de la conquista de Grecia, los rom anos eran to
talm ente ignorantes del arte de la construcción. Piranesi
recurre a los textos latinos y a los restos arqueológicos
de Rom a para reconstruir la Roma de los Tarquinos.
A ello debemos buen núm ero de adm irables ilustraciones
de la Cloaca Máxima, la alcantarilla que datando de la
dinastía etrusco-rom ana, ha sobrevivido, parcialm ente, a
los siglos. El problem a de los orígenes del arte etrusco le
Historia de la Etruscología
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que en principio son parcialm ente falsas. M ariette no es
una excepción a esta regla cuando escribe: «El signor Pi
ranesi m antiene que cuando los prim eros rom anos quisie
ron erigir edificios macizos, la solidez de los cuales les
asom braba, se vieron obligados a procurarse la ayuda de
los arquitectos etruscos, sus vecinos. Se puede decir igual
m ente “la asistencia de los griegos”, porque los etruscos,
que eran de origen griego, ignoraban las artes y practica
ban solam ente aquellas que habían aprendido de sus pa
dres en su país de origen.» Una reflexión errónea, aunque
ya verem os cómo la hallam os en algunos escritos con
tem poráneos.
La disputa entre Piranesi y M arietti no se detuvo aquí.
Piranesi, que se sintió ofendido por las observaciones de
su contrincante, le respondió acerbam ente, en las Osser-
vazioni que a su vez publicó. Ataca abiertam ente la audaz
aserción de su contrario de que los etruscos fueran grie
gos. Y critica su excesiva falta de interés po r el arte rom a
no, que M arietti considera solam ente como una form a
corru p ta del arle griego.
E sta discusión fue im portante p ara la historia de la
etruscología, porque la personalidad de los dos contrin
cantes atrajo la atención del público en general hacia el
problem a fundam ental del origen de los etruscos. E ntre
tanto, Piranesi, debido a sus complejos sentim ientos de
arqueólogo y p atriota italiano, siguió interesándose en los
vestigios del arte etrusco. Y fue a Cortona y a Chiusti para
copiar los frescos que decoraban las paredes de varias
tum bas. E n una obra publicada en 1765, titulada Delia in-
troduzione e del progresso delle Belle Arti in Europa nei
tem pi antichi, se refiere de nuevo a algunas ideas funda
m entales que le habían guiado en su disputa con M ariette.
Algunas ilustraciones, en este nuevo libro, reproducen
dibujos geométricos copiados por él de los frescos pintar
H istoria de la Etruscología
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flexión como la que sigue es propia de un verdadero cien
tífico: «En este campo —escribe— se debe tener a m enudo
la valentía de no saber y no sonrojarse con una confesión
que honra m ás que la pom posa m anifestación de una eru
dición inútil.» Comprende el valor y la necesidad de com
p a ra r los objetos que son sim ilares, o que pertenecen a la
m ism a serie. Una observación como esta es aún válida:
«Quisiera que la evidencia de los docum entos tuviera con
m ayor frecuencia la ayuda del m étodo com parativo, que
ës p ara el arqueólogo lo que la observación y la expe
rim entación al físico». Y en su sabiduría, vuelve a la m ism a
idea cuando se queja de que dem asiado a m enudo no se
puede decidir si determ inados objetos han de atribuirse a
los egipcios, a los griegos o a los etruscos. «No estam os
en situación de distinguir los productos de estos pueblos
distintos: no tenemos aún bastantes objetos para com
parar».
Igual espíritu de observación y juicio crítico perm iten
al Abbé Lanzi refu tar un erro r fuertem ente enraizado en la
Etruscom anía de su tiem po, en que todos los vasos pinta
dos descubiertos en el suelo italiano se atribuían a los
etruscos. Las tres conferencias que publicó en Francia en
1806 bajo el título Die vasi antichi dipinti volgarmente
chiam ati etruschi nos perm iten distinguir en él la m ism a
honestidad intelectual que hay en el Comte de Caylus. La
im portancia de esas conclusiones es grande, pues por pri
m era vez se hace una distinción, si bien no com pleta to
davía, entre la cerám ica griega y la etrusca, y esa obra
debe considerarse el punto de partida de la ciencia m oder
na. El Abbé Lanzi tuvo que luchar contra un prejuicio muy
antiguo, m antenido por las figuras m ás notables. ¿No es
cribió Goethe, lleno de entusiasm o, en su Italienische Rei
se que apareció en 1787: «Se paga un precio alto po r los
vasos etruscos, hoy en día... No hay viajero que no quiera
H istoria de la Etruscología
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fico de espíritu amplio y abierto, epigrafista y arqueólogo,
ha abierto el camino a la investigación m oderna.
Con los comienzos del siglo diecinueve, se abre un nue
vo y decisivo período p a ra la historia de la etruscología.
Los tanteos y errores del período precedente son reem
plazados por un sistem a m ás m etódico y seguro, la
arqueología y la lingüística emergen gradualm ente de la
niebla en que estaban sum ergidas, y se hace posible seguir
la línea continua del progreso de estas disciplinas, hasta
nuestros días. Pero los descubrim ientos son tan num e
rosos y las obras de todo tipo tan frecuentes que debemos
trazar su historia a grandes rasgos; todos los aspectos
de esta m ultiform e pesquisa a rro jan luz sobre las distintas
facetas de la civilización etrusca. Hacia el 1820 una aso
ciación de sabios de distintas nacionalidades se form a al
rededor de un joven científico llam ado G erhard y del
Duc de Luynes. El apoyo del príncipe Federico de Prusia
hace posible la fundación de un institu to destinado a
ten er una larga y brillante carrera, el In stitu to di Corres-
pondcnza archeologica. La prim era reunión de este insti
tuto tuvo lugar en el Capitolio el 21 de abril de 1829. No
deja de ser interesante que Gerhard, el hom bre que fue su
espíritu anim ador, dirigiera su atención hacia el m undo
etrusco. Las obras que dedicó al atractivo asunto de los
espejos etruscos tienen todavía hoy vigencia. D urante el
período que vio los comienzos de esta nueva actividad
científica, fueron desenterrados espléndidos m onumentos
del a rte etrusco. En Tarquinia se hallaron algunas tum bas
con frescos entre ellas, algunas de las joyas de la pin
tu ra antigua, la tum ba de Bigae y la tum ba del Barón,
descubiertas en el m ism o año, el 1827.
En este período feliz para la arqueología etrusca, se
comenzó la investigación sistem ática de tum bas, cuyas
riquezas se habían m ostrado casi inextinguibles. En 1828,
H istoria de ta Etruscotogia
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Los Etruscos
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H istoria de la Etruscología
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que la historia saque partido de ellos. Zannoni dio así el
p rim er ejem plo de una excavación científica m oderna en
una tu m b a etrusca.
E ste ejem plo fue p ronto seguido, porque las excavacio
nes se m ultiplicaron en toda la Toscana. A su vez el suelo
de Tarquinia, Vulci, Chiusi, Vetulonia, Bolonia y Orvieto,
fue abierto por el pico de los excavadores. Las adm irables
tum bas arcaicas de la Caza y la Pesca, de los Leones y los
Toros, fueron desenterradas en T arquinia entre 1873 y
1892. El núm ero creciente de los descubrim ientos condujo
a u n a excelente decisión: u n boletín oficial de las excava
ciones en Italia, el N otizie degli scavi, se fundó en 1876;
desde esta fecha ha aparecido regularm ente cada año, pro
porcionando la inform ación indispensable. Se creó un de
partam ento de organización y supervisión de las antigüe
dades de la Península que hizo posible un considerable
increm ento en el núm ero de los excavadores calificados.
Se crearon los grandes m useos: el m useo de la Villa Giu
lia, en Roma, que coleccionaría los hallazgos del S u r de
E tru ria y del Lacio; el Museo Arqueológico de Florencia,
en el que el m aterial hallado en la Toscana de hoy en día
iba a reunirse; los m useos de Bolonia, Tarquinia, Chiusi
y otros. Junto con el Museo E trusco Gregoriano en el
Vaticano, que ya se había inagurado en 1836, los museos de
Villa Giulia y el de Florencia se destinaron a preservar las
colecciones de arte etrusco. Hoy representan centros de
atracción para cualquiera interesado en la extraña y fasci
nadora civilización del pueblo etrusco. El piso bajo del
Museo Arqueológico de Florencia está dividido en seccio
nes que corresponden a los antiguos lugares de E truria. De
hecho es un m useo topográfico que perm ite tanto al visi
tan te com o al investigador tom ar contacto sucesivamente
con los diversos dom inios de la confederación etrusca. Se
debe a Milani, anteriorm ente conservador del Museo, la
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Los Etruscos
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H istoria de la Etruscología
*
logia —y especialm ente la arqueología etrusca— que está
a cada m om ento topando con el m undo físico en su bús- Láminas 1, 4
queda del pasado, no haya recurrido a los m étodos cientí
ficos h asta hace poco.
Nos ocuparem os solam ente de la aplicación a la etru s
cología de los nuevos m étodos inventados o desarrollados
p o r el experto italiano C. M. Lerici. Tuve el placer de ver
personalm ente al Signor Lerici trabajando en el área de la
tum ba de Cerveteri, en abril de 1957. Aparte de los prin
cipios generales que aplica a toda excavación sistem ática,
uno de sus m étodos de trabajo se basa en datos eléctricos.
El principio es m uy simple. La tie rra es conductora de la
electricidad, pero su grado de conductividad varía según
la naturaleza de las rocas que com ponen la corteza terres
tre. La presencia de terrazas, m urallas, zanjas, carreteras,
tum bas y pozos en una zona dada cam bia la conductividad
de las rocas que componen la corteza terrestre; y esto lo
revelan los potencióm etros. Las variaciones que dan las
lecturas de estos instrum entos perm iten a un técnico loca
lizar con m ucha precisión las ruinas que busca.
Según m is inform es fue un inglés, R. J. C. Atkinson de
la Universidad de Edim burgo, quien prim ero aplicó este
m étodo a la arqueología. En Cerveteri, Lerici, usando un
modelo im provisado descubrió gran núm ero de tum bas
que han dado im portantes hallazgos greco-etruscos, en una
zona que ya se había explorado. Ha perfeccionado tam bién
un m étodo p ara decidir, antes de excavar, por dónde em
pezar y si vale la pena. El sistem a se puede aplicar única
m ente a las tum bas con cám ara. Un taladro eléctrico hace
u n agujero de unos diez centím etros de diám etro que se
practica en el lugar exacto de la tum ba, perforando la tie
rra , las rocas y el m ism o techo de la cám ara. Una cám ara
fotográfica operada eléctricam ente a distancia —como las
usadas durante la guerra p o r los espías— se in serta en
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un cilindro m etálico que está provisto de una ventana. La
longitud del cilindro es regulable y se puede u sar hasta
una profundidad de unos veinte pies. Todo el aparato se
introduce en el orificio. M ediante el control rem oto y con
un flash se pueden fotografiar todas las paredes de la tum
ba. Una rotación gradual del cilindro perm ite cubrir todo
el perím etro de la cám ara con doce fotografías. Y nos in
dican exactam ente el contenido de la tum ba, si ha sido o
no violada y por dónde empezar la excavación. La foto
grafía revela tam bién la situación exacta del corredor de
entrada. Provisto con todos los datos que necesita, el ar
queólogo puede com enzar su trabajo en condiciones in
m ejorables.
Con esto llegamos al final de este rápido viaje a través
del pasado de la etruscología. Queda claro que nuestros
propios esfuerzos son una m era consecuencia de los de los
innum erables investigadores que, a 'lo largo de los siglos
estuvieron obsesionados po r la idea de adentrarse en el
m isterio de una nación que preparó el terreno p ara la
gran llegada de Roma. Ahora podemos d a r una idea del
estado de nuestros conocim ientos y señalar sin vergüenza
sus fallos y sus resultados. ¿Qué es lo que conocemos dé
los orígenes y de la lengua del pueblo toscano? Estas cues
tiones serán las prim eras a las que intentarem os responder.
S egunda P arte
LOS D O S ASPECTOS
DEL MISTERIO ETRUSCO
C apítulo II
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Los Etruscos
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Los Orígenes del pueblo etrusco
/
m ism os lidios se consideraban herm anos de los etruscos.
Séneca pone la emigración de los etruscos como ejem plo
de emigración de todo un pueblo y escribe: «Tuscos Asia
sibi vindicat». Asia pretende p ara sí la paternidad de los
etruscos.
Los escritores clásicos no parece que duden de la au
tenticidad de esa antigua tradición, de la cual p o r lo que
podemos saber, el prim er exponente fue Herodoto. Sin em
bargo, un teorizador griego, Dionisio de Halicarnaso, que
vivió en Roma en tiem po de Augusto, creía que no se
podía adherir a esta opinión. En la prim era de sus obras
sobre la historia de Roma escribe así: «No creo que los ti-
rrenos fueran em igrantes de Lidia. En realidad no tienen
la m ism a lengua que los lidios; y no se puede decir que
hayan conservado ningún rasgo que se pueda considerar
derivado de su supuesta patria de origen. No dan culto a
los mismos dioses que los lidios ni tienen las m ism as le
yes, y desde este punto de vista se diferencian m ás de los
lidios que de los pelasgos. A m í m e parece que los que
dicen que los etruscos no son un pueblo originario del ex
terior, sino m ás bien una raza indígena, tienen razón; esto
me parece que se concluye del hecho de que son un pueblo
muy antiguo que no se parece a ningún otro ni en su len
gua ni en sus costum bres.»
Desde los tiem pos antiguos, pues, se m anifiestan dos
puntos de vista opuestos acerca del origen de los etruscos.
En los tiempos m odernos la disputa se ha vuelto a encen
der y algunos científicos siguieron a Nicolás F réret que,
hacia el final del siglo v m , fue secretario perm anente de la
Académie des inscriptions et Belles Lettres, y creyó hallar
una tercera solución. Según él los etruscos, como otros
pueblos itálicos, venían del norte; eran indoeuropeos in
vasores y form aban parte de las oleadas sucesivas que se
abatieron sobre la península desde el 2000 antes de J. C.
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Los Orígenes del pueblo etrusco
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Los Orígenes del pueblo etrusco
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Los E truscos
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El Enigm a de la lengua etrusca
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El Enigma de la lengua etrusca
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una u o tra de esas tesis. Los intentos de solución de Al-
theim y Pallotino, que quieren probar la italianitá del pue
blo etrusco, contienen algunas observaciones que sin duda
son correctas y que resisten el examen, pensem os lo que
pensem os de sus tesis en conjunto. Ciertam ente que es
m ás im portante rehacer la evolución histórica estricta del
pueblo etrusco sobre el suplo toscano que gastar las ener
gías intentando identificar sus orígenes rem otos. Que este
viejo problem a pueda, de algún modo, dar salida a la cues
tión de la apariencia del pueblo etrusco puede justificar
se. En todo caso la com plejidad del pueblo etrusco está
fuera de duda. Es posible que sea el resultado de la fu
sión de elementos étnicos distintos, y podemos abando
n ar la ingenua idea de una nación, que se levanta repen
tinam ente sobre el suelo italiano, como por milagro. Aun
en el caso de una em igración y de una oleada de invaso
res procedentes del Este, serían, desde luego, poco im
portantes num éricam ente y se m ezclarían con las tribus
italianas residentes desde m ucho antes entre el Amo y
el Tiber.
La cuestión, entonces, es com probar que debemos ad
herim os a la idea de unos navegantes de Anatolia, que
llegan al M editerráneo y buscan en las playas de Italia un
lugar donde puedan lograr sus am biciones y satisfacer
sus deseos.
Vista desde este punto de vista, m e parece que la tra
dición de una m igración oriental m antiene toda su vali
dez. Ella sola perm ite explicar el nacim iento, en un mo
m ento preciso del tiem po, de una civilización que e ra en
gran p arte nueva y que tenía m uchas características que
la vinculaban al m undo creto-micénico y al oriente próxi
mo. Si la teoría de la autonom ía se lleva h asta sus últim as
consecuencias lógicas será difícil com prender la repenti
na aparición de una actividad artística e industrial, así
Los Orígenes del pueblo etrusca
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C apítulo III
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Los Etruscos
F centes
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El Enigma de la lengua etr
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T ercera P arte
HISTORIA
DEL PUEBLO ETRUSCO
C a p ítu lo IV
Nacimiento y expansión
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Nacimiento Expansión
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Nacim iento y Expdnsióti
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N acim iento y Expansión
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N acim iento y■Expansión
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N acim iento y Expansión
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C a p ítu lo V
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La hegemonía continental de E tn iriíif
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La hegemonía continental de E truria
105
Campania. E sta com arca, fértil y hospitalaria, ofrecía
grandes posibilidades para el desarrollo de la agricultura.
Las trib u s nativas —los ausones y los opicios— que esta
ban étnicam ente y en cuanto a las costum bres, em paren
tados con los latinos, eran, en com paración, pocas tribus
en núm ero y no podían ofrecer una resistencia seria ante
el invasor. Los griegos, que se habían instalado firmemente
en sus costas, no habían penetrado m ucho hacia el inte
rior. De este modo la conquista de los etruscos fue literal
m ente una ocupación de la tierra. É sta se dividió entre
los nuevos colonos de acuerdo con los antiguos principios
de división de la tierra, en form a de porciones, form ando
cuadros claram ente señalados. Los etruscos tenían de h e
cho unos conocimientos de medición bastante amplios y
los agrim ensores rom anos, algunos de cuyos escritos nos
han llegado, aprendieron a su vez los principios que ya
cían tra s esa antigua técnica. La división de Italia y de las
provincias rom anas en cuadros, de 710 m etros de lado,
que en algunas zonas y sobre todo en el N orte de Africa
nos ha revelado la fotografía aérea, nos deja estupefactos
p or su extraordinaria extensión y su perfecta geometría, y
es una herencia de los etruscos. En la Cam pania los e tru s
cos fundaron num erosas ciudades que form aron una con-
fedéración estrecham ente vinculada a la región m adre. La
principal de ellas fue Capua, que se construyó de acuerdo
con las norm as usuales, en el centro de una región divi
dida como un tablero de ajedrez. El río V oltum o la ponía
en comunicación directa con el m ar y esto favoreció el de
sarrollo de sus relaciones comerciales. Nola, Acerra, No-
cerra, eran otros centros prósperos e im portantes.
Una expansión de esta naturaleza en el interior de 1a
Cam pania fue ciertam ente una nueva fuente de conflictos
con los griegos. Podemos im aginar el peligro por la pre
sencia del enemigo hereditario en su retaguardia. Para los
1
187
Los Etruscos
L as d if ic u l t a d e s de E t r u r ia .
S U S BATALLAS CONTRA ROMA
109
y de Agrigto Cumas, po r o tra parte, recibía refuerzos
de Siracusa, y puso en fuga a la m arina etrusca. El hele
nism o triunfó, y la prim era oda pitica de Pindaro celebra
en estilo épico el éxito de la ofensiva griega. En Olimpia
ha sido hallado un casco de bronce dedicado al Zeus
etrusco p o r Hierón y los habitantes de Siracusa.
A finales del siglo se agravó la situación. La Campania
fue am enazada por el descenso al llano de los aguerridos
habitantes de las m ontañas, los sam nitas. Éstos ocuparon
Capua en el año 432 a. C., fecha nefasta p a ra E tru ria en
tera. Casi al mismo tiem po, el año 425, los ejércitos rom a
nos destruyeron Fidenae, y Veyes tuvo que hacer frente
a una am enaza m ortal. Resistió un sitio agotador que duró
diez años. En el 396, el dictador rom ano, M arco Furio Ca
milo, cuya fam a com enta con m ucha justicia Livio, tom ó
la ciudad po r asalto. E tru ria fue testigo, con una indife
rencia desconcertante, de los sufrim ientos y de la caída
de tan im portante ciudad. E sta ausencia de sentim iento
patriótico explica la desm em bración progresiva de su
im perio prim itivo. La desm em bración había comenzado
ya en el su r de E truria, donde Roma avanzó hasta la for
taleza de Sutri, que fue tom ada por asalto.
En esta época surgió una amenaza desconocida que
llenó de tem or a Roma y a E truria. La Italia antigua esta
ba sufriendo de hecho su últim a gran transform ación, de
bida a las invasiones de los celtas sobre el valle del Po,
que, h a sta la m itad del siglo i n a. C. realizaron acometi
das am enazadoras po r toda la península. Los autores an
tiguos nos han dejado vividas descripciones del terro r
que se apoderó del país a la llegada de estos grandes
guerreros, cuyos hábitos eran todavía sem ibárbaros; pa
recía que nada podía contenerlos. De acuerdo con Livio, la
invasión del valle del Po por las hordas celtas tuvo lugar
entre los años 600 y 400 a. C. Pero la arqueología no con-
La hegemonía continental de Etruria
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Los Etruscos
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Lu negemonia continental de E truria
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La o r g a n iz a c ió n s o c ia l y p o l I t ic a
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Los E truscos
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Instituciones y costum bres etruscas
Fig. 19. Urna funeraria con una joven reclinada sobre la mis
ma. Según un grabado de Byres en Hypogea of Tarquinia,
parte V, p. 4
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V id a e c o n ó m ic a Y COMERCIAL
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Instituciones y costum bres etruscos
141
trao rd in aria pintura vemos a Phersu tom ando parte en una
carrera.
Al observar escenas de esta clase, intuim os que Roma
im portó las crueles peleas de gladiadores de la Toscana,,
o bien de form a directa —como afirm a Nicolás de Da
masco, un historiador de la época de Augusto— o bien a
través de la Campania. Para Roma, esos juegos en el
anfiteatro, que bajo la República y el Im perio habían de
crear en las m asas una pasión enferm iza y nunca satis
fecha, fueron en verdad una terrible herencia. En últim o
análisis esos espectáculos derivan de los juegos funerales
de E tru ria, en el curso de los cuales se llevaban a cabo
com bates a m uerte entre adversarios en honor del difun
to. La sangre del vencido, derram ada sobre el suelo, ha
bía de confortar y revivir al m uerto que dada su debili
dad —según el punto de vista de los antiguos— necesita
ba sacrificios y ofrendas para restau rar p arte de su prísti
no vigor. Los munera gladiatoria —los juegos de gladia
dores— fueron introducidos en Roma por prim era vez en
el año 264 antes de J.C. po r el cónsul Decimos Junio B ru
to en ocasión de los funerales de su padre. Pero en Roma
el carácter funerario de estos com bates inhum anos de
sapareció más tarde y la popularidad de los juegos, cele
brados delante de una m ultitud (cuya eterna venganza
será haber disfrutado ante la vista de la sangre hum ana),
no conoció límites.
C uarta P arte
ASPECTOS
DE LA CIVILIZACIÓN ETRUSCA
C a p ít u l o 'VII
Literatura y Religión
No es cosa fácil dar una opinión sobre la literatu ra de
los etruscos. Como ya hemos visto, los textos literarios se
han perdido y los docum entos epigráficos, encontrados
aquí y allá, son en su m ayor p arte ininteligibles. Nos ve
mos obligados, po r lo tanto, si deseam os em itir un juicio
sobre la actividad literaria de los etruscos, a recoger y
exam inar con sum o cuidado las opiniones de griegos y
romanos.
Según parece, el etrusco no fue un pueblo m uy do
tado para la literatura. No obstante ser inferiores a grie
gos y rom anos en este campo, tuvieron cierto prestigio li
terario. Estaban fam iliarizados con varias obras cuyo re
cuerdo nos ha sido conservado po r los escritores antiguos.
Livio cuenta que, según cierta inform ación que había llega
do a sus oídos (IX, 36) a fines del siglo xv antes de J.C.,
los niños rom anos aprendían los caracteres etruscos como
a principios del Im perio lo hicieron con las letras griegas.
Tam bién es verdad que Livio expresa su asom bro p o r esta
inform ación y que declara no creer en ella. Pero el dato
es significativo y prueba la im portancia del elem ento etrus
co en los principios de la actividad literaria rom ana.
En el cam po de las letras, como en el de las artes, los
etruscos sufrieron la fertilizante influencia de la Hélade.
Gran núm ero de docum entos labrados, tales como sarcó
fagos, urnas funerarias, frescos, espejos, cofres e incluso
obras de talla, de diferente fecha y origen, ilustran varios
episodios de la mitología helénica. La selección de los
tem as es, de hecho, rica en escenas de carácter heroico y
divino que no encontram os en ninguna o tra p arte en el
a rte antiguo. A m enudo quedam os sorprendidos p o r los
145
Los. Etruscos
En Roma, en la segunda m itad del siglo xi después " " · ιόι; ι.ν ι.'ΐ
de J.C. —al m enos esto es lo que dice Aulo Gellio en sus
N octes Atticae— un tal Annianus recogió y tra d u jo un
buen núm ero de estas canciones, prueba palpable de que
el gusto por tales composiciones no había m uerto.
Según el testim onio un tanto tardío de Censorio, V arro
citó en sus obras una Tuscae Historiae, que sin duda no
son anteriores al siglo iv antes de J.C. Se tra ta b a de cró
nicas y anales que hacían referencia a determ inadas ciu
dades toscanas. El recuerdo de los hechos salientes en
la vida de esas ciudades debía ir mezclado con las tradi
ciones de las antiguas fam ilias aristocráticas. Los datos
facilitados p o r el investigador rom ano se han visto con
firmados en la actualidad p o r el descubrim iento en Tar
quinia, la ciudad sagrada de E tru ria, de unas incripciones
latinas que datan del siglo x, pero que exaltan la fam a de
los ciudadanos etruscos en los tiem pos pasados. Consti
tuyen el últim o reflejo de la antigua tradición fam iliar,
basado en el recuerdo de acontecim ientos auténticos y
en las inevitables exageraciones de una serie de fam ilias
orgullosas de su estirpe. Cuando Verrio Flaco escribió
sus Res tuscae y el em perador Claudio redactó, en su celo
por la erudición y la etruscología, los veinte libros de
su obra desaparecida Tyrrhenica, seguram ente sacaron su
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Los Etruscos
R e l ig ió n etrusca
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Literatura y Religión
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Como se ve un m ito puram ente helénico facilita el tem a
de la obra m aestra del a rte arcaico etrusco.
Fufluns, que corresponde al Dionisio griego, era el gran
dios de la ciudad de Populonia, cuyo nom bre deriva de
su divinidad. Lleva en la m ano el tirso y está asociado
con Semele y Ariadna. Dios de la uva y de la yedra, Fu
fluns es, como en Grecia, la personificación de la alegría
y de la vitalidad desbordante; pronto se le identificó con
el Baco de la Magna Grecia que había llegado a la Tosca-
ña con sus m isterios y su interm inable cortejo de bacan
tes. Los danzarines, hom bres y m ujeres, que dan vueltas
en los frescos de Tarquinia al sonido de la flauta en ja r
dines repletos de yedra, quizá pertenezcan a las herm an
dades de bacantes y de devotos de un dios que era muy
dado a las m etam orfosis. E sta cuestión, no obstante, aún
no ha sido resuelta satisfactoriam ente.
Turm s, el Hermes etrusco, es —especialm ente en la
Toscana— un dios relacionado con los ritos funerarios.
Él guía a las almas de los m uertos al Hades. Arezzo le ve
neraba de form a especial. En los espejos etruscos del úl
tim o período, asume el nom bre del M ercurio romano.
Sethlans, el dios del Fuego era adorado en Perugia. E tru
ria siem pre estuvo dividida y muchos dioses aparecen es
trecham ente relacionados con una determ inada ciudad o
con un santuario. N unca existió un Panteón unificado,
com ún p a ra toda la provincia, como en el caso de la Italia
rom ana. Velchans era otro dios del Fuego que tam bién
lanzaba rayos. Posee todas las características del Hephais
tos griego y del Vulcano romano. Populonia, una ciudad
industrial cuya fam a y riqueza se debían a la fundición y
al trab ajo de los m etales, acuñó m oneda con la efigie de
Velchans, patrón de los herreros. Hercle, el Heracles grie
go, llegó a ser uno de los dioses m ás venerados de E tru
ria. Simbolizaba la fuerza y el valor m arcial, y al mismo
Literatura y Religión
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Los Etruscos
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Literatura y Religión
165
Los aristócratas toscanos construyeron tum bas capa
ces de acoger a los m iem bros de la m ism a familia. Los
grandes tum uli de Cerveteri son sepulcros en los cuales
descansaban las fam ilias nobles de la ciudad. Las necró
polis etruscas, cuyo trazado podemos descubrir en la ac
tualidad gracias a las fotografías aéreas, no recibieron in
distintam ente a los descendientes de los m arinos conquis
tadores y a los descendientes de las tribus vencidas y
esclavizadas. Esas som brías ciudades de los m uertos re
flejan el punto de vista aristocrático de un pueblo orgu
lloso de su linaje.
Las ideas sobre la últim a m orada de los m uertos siem
pre han sido complejas. ¿Vivían en las espaciosas cám a
ras de los hypegeia o m oraban en el m undo subterráneo,
pálido reflejo del m undo superior? Según parece los etrus
cos no sintieron jam ás la necesidad de reconciliar de for
m a racional estos dos puntos de vista diferentes. El vino
de las libaciones y la sangre de los sacrificios alegraba
a los m uertos en sus tum bas pero estas substancias vivi
ficantes tam bién les llegarían cuando descendiesen a una
vasta caverna situada en el centro del globo, que for
m aba el Hades colectivo, a fin de encontrarse con las
otras som bras.
En todos los períodos el tránsito al otro m undo ha sido
concebido y representado en térm inos de un viaje. Las
innum erables escenas de m archa que aparecen en las u r
nas funerarias o en los sarcófagos —m archa a pie, a ca
ballo, en vehículos o en barcas— sim bolizan el viaje del
m uerto hacia las regiones infernales. Las representacio
nes del m undo subterráneo dependen del período en que
fuesen realizadas. En el período m ás antiguo, las ocupa
ciones de los m uertos en el otro mundo, tal como nos las
m uestran los frescos de Tarquinia, son características de
una vida de placer y alegría. Se celebran gran núm ero de
Instituciones y costum bres etruscos
167
tiene orejas de caballo y pico de cuervo; en sus manos
lleva serpientes dispuestas a m order. En los frescos m ura
les de la tum ba de Tifón —que no puede ser anterior al si
glo I I antes de J.C. y que algunos investigadores sitúan
en una fecha cercana a nuestra era— aparece una m ul
titu d de jóvenes. Esa m iserable y aterrorizada m ultitud
es dirigida por un genio con serpientes en el cabello y
una antorcha en su m ano. D etrás de ellos asom a la terri
ble figura de Caren.
De las descripciones que anteceden podem os deducir
que en los últim os tiem pos de E tru ria se sentía un tem or
e incluso una angustia frente a las m iserias y las to rtu ras
del otro m undo. A causa de la derrota y de la ruina, los
etruscos habían perdido sus felices visiones de un más
allá tranquilo y radiante. El terro r a los torm entos in
fernales los abrum a y la influencia griega casi desapare
ce. Y de esta form a una som bría visión de la m uerte flan
quea las puertas de Rom a hasta el comienzo de la e ra
cristiana. Quizás eso explique en parte el grito de triunfo
de un poeta rom ano como Lucrecio que se alegra de la
desaparición de un tem or ridículo a un m undo irreal e
imaginario.
C a pítu l o V III
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Los E truscos
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El m undo del arte etrusco
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Los E truscos
A r q u it e c t u r a
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El m undo del arte etrusco
ΓΠ,
m inando la cercana campiña. A fin de estar más protegi
dos los etruscos construyeron poderosas m urallas cuyo Láminas 6, 1
trazado seguía m uy de cerca los contornos de la ciudad.
Tienen una considerable longitud y a m enudo alcanzan
nueve kilóm etros y medio. Esto da una idea de la exten
sión del área habitada. Las m urallas ofrecen un aspecto
masivo, que nos recuerda el poderío de la civilización de
saparecida. En su construcción no intervino el cemento;
grandes bloques de piedra del país, generalm ente tufa vol
cánica, se presentan colocados uno encim a de otro siguien
do un plano regular. Sus m edidas y la form a de sus
superficies, poligonal o rectangular, están condicionadas
p o r la clase del m aterial y su resistencia. Las m urallas
etruscas de Perugia, restauradas en ciertos lugares y tcr-
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D esde e l s ig l o V h a s t a p in b s
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E l m undo det arte etrusco
Fig. 37. Cabeza de mujer joven, llamada Velia, que toma par
te en una fiesta junto a su marido A m th Velcha. Fresco de la
tumba de Orcus en Tarquinia; fines del siglo IV a J. C.
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J3 A
Los Etruscos
L as A r t e s M enores
Figs. 12, 32, 40, Ju n to a las grandes creaciones en las artes plásticas
41 hay un infinita variedad de objetos cotidianos, cuyo obje
Lámina 76 tivo, al m argen del puram ente pragm ático, era hacer más
agradable la existencia. Esos objetos nos introducen en
un cam po en el cual el genio etrusco se expresó con espon
taneidad y gracia. Los talleres, utilizando hábiles técnicas
cuyos detalles hoy en día aún se nos escapan, produjeron
con exquisito gusto y cuidado pequeños bronces, espejos
y cofres labrados, marfiles, tallas de m adera y joyas. Des
de el siglo v u hasta fines de la República rom ana, esos
pequeños objetos fueron depositados en gran núm ero en
las tum bas. Para hacerse una idea exacta de su variedad
y riqueza basta visitar los grandes m useos etruscos don
de ocupan un lugar de honor.
A sem ejanza de m uchos pueblos orientales, los etrus
cos sentían predilección por los trabajos en marfil y oro:
m ateriales preciosos con los cuales pueden obtenerse los
efectos m ás exquisitos. El marfil y el oro se im portaban de
Africa y Asia para satisfacer las dem andas de una cliente
la refinada. Los ricos tesoros de las grandes tum bas del
siglo v u y vi dan una idea del lujo que reinaba en la socie
dad aristócrata etrusca en el período álgido de su poder.
Desde el principio, los orfebres y los plateros etruscos
poseyeron una técnica m uy elaborada que sin duda pro
Fig. 40. Estatui cede del Cáucaso y de los países del Egeo. Dos form as de
lla en bronce decoración —la filigrana y el granulado— les capacitó
de un guerrero
en el combate. p ara crear joyas con u n a habilidad y un a rte jam ás igua
Siglo V a J.C.
De Cagli. Mu lado. El artesano realizaba la filigrana m ediante el lami
seo d e Villa nado de oro, muy maleable, con lo cual obtenía unos hilos
Giulia, Roma
muy delgados. Con estos hilos trazaba elegantes arabescos
sobre la joya, tanto si se tratab a de una aguja, como de
194
El m undo del arte etrusco
195
ingeniaron los etruscos p ara llevarla a cabo. Por parte de
los expertos en la m ateria se han om itido varias hopóte-
sis y, según parece ya nos estam os acercando a la solución
del m isterio.
Sea lo que fuere, los orfebres etruscos del período ar
caico produjeron objetos de un raro virtuosism o que in
cluso las joyas griegas no llegaron a igualar. Collares, ani
llos, brazaletes, broches y pendientes, creaciones de la
edad de oro de la civilización etrusca, form an la colección
m ás extraordinaria de objetos jam ás realizados y que a
pesar del interés que despiertan aún no pueden ser imi
tados.
Asimismo, los etruscos sobresalieron en el grabado del
m etal con buril y los m iles de espejos y cofres que han
llegado hasta nosotros dem uestran el sutil arte con que
practicaban este m étodo de decorar el bronce. El espejo,
antiguo adopta la form a de un disco de m etal; una de sus
superficies, cuidadosam ente pulim entada, refleja el objeto.
La o tra cara está decorada en relieve p o r incisión; no obs
tante el espejo grabado es muy común en E truria. Los es
pejos y otros objetos de uso personal o de adorno se
guardaban en elegantes cofres de bronce, generalm ente
cilindricos, aunque en ocasiones tienen form a cuadrada
u oval. Delicadas piezas de escultura eran utilizadas como
asas de la tapa, o como soportes del m ism o. El cofre es
taba decorado con una serie de escenas grabadas que adop
taban la form a de un friso.
Los objetos de uso diario, muy apreciados por las m u
jeres, son en su m ayor parte creaciones de los últim os
tiempos. Sólo se conservan unos cuantos espejos arcaicos.
Su núm ero aum entó durante el siglo iv y el período helé
nico. Entonces es cuando la ciudad etrusco-latina de Pre-
neste se convierte en el principal centro de producción.
Casi todos los cofres proceden de Preneste. Gradualm énte
El m undo del arte etrusco
197
Conclusión
Hemos visto que el m undo del arte etrusco es muy
amplio y que aún falta mucho por descubrir. En el entre
tanto, es difícil em itir una opinión sobre determ inadas
teorías estéticas form alistas que intentan definir este arte
m ediante fórm ulas excesivamente rígidas. Algunos niegan
que poseyera una conciencia estética propia o incluso una
tradición de estilo. Pero esto no es cierto para todos los
períodos del a rte etrusco ni para todas las form as de sus
creaciones artísticas. En mi opinión es un erro r conside
ra r el arte etrusco como una entidad y buscar en él, como
algunos afirman, una estructura fundam ental. Según pare
ce, la gente no se da cuenta de que es difícil, sino im posi
ble, definir en unas cuantas fórm ulas un arte que se ex
tiende a lo largo de siete siglos. ¿No encontraríam os difi
cultades, si intentásem os definir en pocas palabras el arte
de uno de los países de la actual E uropa entre, digamos,
el 1200 y el 1900?
Nuestros juicios deben, por tanto, ser m ás sagaces y
sutiles, a sem ejanza del arte que analizamos. El a rte etrus
co, que no fue independiente por entero, pero que tam poco
dependió servilm ente de Grecia, pasó po r m uchos perío
dos que varían en calidad y en inspiración creadora. Una
visión muy personal del m undo y de las cosas, una cons
tante tendencia hacia la estilización de la línea y de la
form a, un gusto pronunciado por el color, el movim iento
y la vida com unican a todas sus creaciones una aparien
cia original y en ocasiones m oderna.
Debería tenerse el mismo cuidado al juzgar al pueblo
etrusco y a su asom broso destino. A pesar del m isterio que
rodea sus orígenes y su lengua, la historia de los etruscos,
en la actualidad, se nos aparece como una historia rica en
199
L o s Etruscos
200
V*
20
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ν '*
71
Notas sobre las láminas
1 Fotografía aérea de la zona central de la necrópolis de
Cerveteri. En el centro, el área ya excavada. Entre las
líneas negras, unos pequeños círculos blancos señalan la
presencia de nuevos tumuli. Estos círculos son debidos
a la hierba de la parte superior de la tumba que se seca
en verano. Ver J. S. P. Bradford, Ancient Landscapes, Stu
dies in Field Archaeology, Londres, 1957, Cp. 3, pág. 112 y
siguientes.
2 Fotografía aérea de la zona central de la necrópolis de
Tarquinia. Numerosas tumbas aparecen indicadas por los
círculos blancos, que en este caso son señales del terreno
debidas a la mezcla de la tierra con material antiguo de
los tumuli que han sido destruidos.
3 Vista de la necrópolis de Tarquinia. Las marcas del terre
no a que se ha hecho referencia pueden verse claramente..
4 Vista de los restos de un tumulus destruido en la necró
polis etrusca de Colle Pantano. Obsérvese el color blan
cuzco del terreno. Hay un excelente comentario sobre las
láminas 1-4 en el libro del profesor Bradford que se men
ciona más arriba.
5 Muralla de la ciudad de Volterra, en opus poligonal. La
parte inferior es un refuerzo medieval. Sobre la técnica
de su construcción consultar G. Lugli, La Technica edilizia
romana, Roma, 1957.
6 Muralla de Volsinii. Trozo de la misma descubierta du
rante las excavaciones de la Ecole Française en 1947. La
muralla, a ambos lados de un ángulo fortificado, está for
mada por una doble cortina. Siglo iv a J. C. Ver R. Bloch,
«Volsinies etrusque et romaine», Melanges d’archeologie et
d'historie, 1950.
7 Muralla de la ciudad de Volsinii ; excavaciones de 1957.
(Fotografía reproducida por primera vez.) Muchos blo
ques presentan señales grabadas que a menudo son obra
del arquitecto para indicar la posición que debía ocupar
el bloque en la muralla. La muralla en su totalidad es en
13 B
Los Etruscos
250
Notas sobre las láminas
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HOS: Etruscos
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N otas sobre las .láminas,
255
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256
Notas sobre las láminas
14
Los t i ruscos
258
Bibliografía crítica
I. O br a s g e n er a les
;259
Los Etruscos
260
archaiche deU’Etriiria en St udi Etruschi, XIII, 1939, pág. 85
y siguientes.
Un estudio completo de la historia de Etruria lo constituye
el libro de D. Randall-Maclver, The Etruscans, Oxford, 1927,
y el de M. Pallottino, Gli Etruschi, 2.° ed., Roma, 1940. La
obra de A. Solari, Topografía storica dell'Etruria, Pisa, 1915-20,
puede ser consultada para conocer la distribución geográfica
de los territorios y de las ciudades. Las instituciones y las
mores son el tema de un estudio del mismo autor en La Vita
pubblica e privata degli Etruschi, Florencia, 1928.
Se han hecho una serie de intentos para redescubrir las
características esenciales de la constitución de las ciudades
etruscas a base de recurrir a la inscripciones, y en ciertos
casos a las artes figurativas. En este aspecto deben mencionar
se las obras de A. Rosenberg, Der Staat der alten Antiker, 1913 ;
de F. Leifer, Studien zum antiken Aemeter-Wesen, en Klio
(Apéndice), Suplemento 23, 1931 ; y de S. Mazzarino, Dalla
Monarchia alio stato repubblicano, Catania, 1945.
IV. La r e l ig ió n y la s a rtes
262
Fuentes de las ilustraciones
La mayoría de los dibujos fueron realizados por Signor
Norberto Antonioni de Roma, que durante diez años ha tra
bajado en estrecha colaboración conmigo en las excavaciones
de Bolsena. Las fotografías para las láminas 6 y 7 son obra
mía personal. Los otros dibujos y fotografías enumeradas más
abajo me fueron facilitadas gracias a la cortesía de las per
sonas e instituciones que menciono, y a las cuales estoy muy
agradecido.
«
263
Indice onomástico
265
Los Etruscos
Lanzi, Abé Luigi, 25, 33, 34. San Jorge de Donatello, 192. *
Lawrence, D. H., 182, 183. Segre, Umberto, 25.
Lerici, C. M., 45. Servio, 157.
Livio, 7, 52, 98, 101, 103, 104, 108, 109, Séneca, 15, 153.
111, 113, 140, 145, 146, 148. Seutonio, 102.
Lucumón, 101, 103. Signorelli, Lucas, 23.
Lucrecia, 108. Sila, 117.
Luynes, Duc, 36.
Ly dus, Juan, 59, 156.
Tácito, 50.
Tanaquil, 101.
Macrobio, 157. Tarquinia, 16.
M aiuri, 69. Tarquinio Prisco, 15, 101.
Marcio, Anco, 101.
Tarquinio el Viejo, 101, 102, 103.
M arqués de Campana, 39.
Tarquinio el Soberbio, 103, 108.
Mario, 117. Tarquinio, Cneo, 103.
M ariette, 30, 31. Tartaglia, 16.
M artha. 169. Teopompo, 133.
M arsiliana d ’Albergna, 70. Timaeo, 133.
M asterna, 103. Tifon, 190.
Merimée, 35. Triclinio, 184.
Metelo, Lucio, 116. Trom betti, 60.
Miguel Angel, 16, 192. Tulio, Servio, 102, 103, 104.
Mus, Publio, 116.
266
Indice general
PREFACIO 5
INTRODUCCIÓN 7
I. LA HISTORIA DE LA ETRUSCO-
LOGÍA 15
V. LA HEGEMONIA CONTINENTAL
DE ETRURIA. SU CAÍDA Y LA
CONQUISTA ROMANA 98
CONCLUSIÓN 199
LAMINAS 201