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Gustavo Bueno - Symploké

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SYMPLOK�

Entrelazamiento de las cosas que constituyen una situaci�n (ef�mera o estable), un


sistema, una totalidad o diversas totalidades, cuando se subraya no s�lo el momento
de la conexi�n (que incluye siempre un momento de conflicto) sino el momento de la
desconexi�n o independencia parcial mutua entre t�rminos, secuencias, etc.,
comprendidos en la symplok�. La interpretaci�n de ciertos textos plat�nicos (El
Sofista, 251e-253e) como si fueran una formulaci�n de un principio universal de
symplok� (que se opondr�, tanto al monismo holista ��todo est� vinculado con todo��
como al pluralismo radical ��nada est� vinculado, al menos internamente, con
nada��) es la que nos mueve a considerar a Plat�n como fundador del m�todo cr�tico
filos�fico (por oposici�n al m�todo de la metaf�sica holista o pluralista de la
�filosof�a acad�mica�).

En efecto: Plat�n fue el primero que hizo ver que el programa monista (el �gran
relato m�tico de la Antig�edad�), formulado en nombre del ideal del conocimiento
m�s pleno y definitivo, como reacci�n al programa pluralista radical, es
parad�jicamente incompatible con ese ideal, tanto o m�s como lo es el programa
esc�ptico del pluralismo radical. En El Sofista, Plat�n ha desarrollado una
argumentaci�n trascendental que se orienta a �neutralizar� tanto al pluralismo
radical como al monismo. Ambas alternativas (viene a decir) son incompatibles con
el discurso l�gico de la raz�n humana. Es decisivo tener en cuenta que no ser�a
posible �probar de frente� (mirando a la Materia o al Ser) la tesis de la symplok�.
La argumentaci�n es trascendental.

Desde el materialismo filos�fico, la fundamentaci�n de la trascendentalidad corre a


cargo de los �rganos corp�reos del sujeto operatorio [68], en tanto que ese sujeto
est� ligado, a su vez, a los aparatos y a los otros cuerpos (a diferencia de Kant,
que busca la fuente trascendental de las categor�as en ciertos �rganos o facultades
incorp�reas del Entendimiento �o de la sensibilidad�, que habr�a que considerar
como previas a todo cuerpo, es decir, como dadas a priori). Por esto podemos llamar
�trascendental� [460] a la misma argumentaci�n plat�nica. No se dirige ella
directamente contra el pluralismo o contra el monismo, sino que atiende a los
efectos devastadores que estas alternativas producir�an (si se mantuviese la
coherencia), en la raz�n humana. Por ello, quien quiera preservar la racionalidad,
debe dejar de lado, ante todo, el �programa pluralista radical� (la m�s radical
manera de aniquilar todo discurso es aislar cada cosa del resto�), pero tambi�n el
monismo continuista (�si todo estuviera vinculado con todo nada podr�amos conocer�,
El Sofista 259e).

Plat�n ha establecido un postulado de existencia de cortaduras, de discontinuidades


(contra el monismo) a partir de fundamentos muy diversos. Por eso no debe
confundirse el problema gnoseol�gico del discontinuismo (de las �cortaduras�
determinadas en el seno de los fen�menos) con el problema epistemol�gico que
Bachelard-Althusser plantearon en torno a la idea de �corte epistemol�gico�. El
discontinuismo al que aqu� nos referimos tiene que ver con los propios fen�menos,
con la relaci�n de unos objetos respecto de otros objetos.

El postulado plat�nico de la discontinuidad tiene probablemente m�s que ver con las
paradojas de Zen�n el�ata, con la evidencia apag�gica de la necesidad de detener
los procesos ad infinitum. Si, para conocer algo, hubiera siempre la necesidad de
conocer algo anterior, y, antes a�n, algo anterior, y as�, ad infinitum, entonces
no podr�amos conocer nada. No ya el movimiento del mundo f�sico, sino el movimiento
del discurso, se aproximar� a la situaci�n del corredor en el estadio, obligado a
recorrer la mitad anterior y, antes a�n, la mitad anterior, y as� ad infinitum. No
podr�a siquiera llegar a moverse.

Tambi�n podemos ver en el postulado de discontinuidad una condici�n del pensamiento


causal, que no admite regressus ad infinitum de causas sucesivas, ni menos a�n, la
apelaci�n a una acumulaci�n de infinitas causas simult�neas en la producci�n de un
efecto. Tambi�n la experiencia pitag�rica de la inconmensurabilidad de los g�neros
tuvo presencia indudable en el postulado plat�nico de discontinuidad.

El repliegue cr�tico respecto de las dos grandes alternativas ontol�gicas


disponibles establecidas por el propio Plat�n, o dicho de otro modo, la formulaci�n
del largo proceso de trituraci�n de las metaf�sicas presocr�ticas, es el que
condujo a Plat�n a abrir, como �nica tercera alternativa, el principio de symplok�.
Los textos claves se encuentran en El Sofista (251e-253e): �O bien nada posee
capacidad de relacionarse con nada� o bien todas las cosas se relacionan mutuamente
entre s� comunic�ndose� o bien determinadas esencias admiten mezclarse con
determinadas otras y solo con estas, pero no con otras��; y (en 259e): �la m�s
radical manera de aniquilar todo discurso es aislar cada cosa del resto; porque es
solo por la mutua combinaci�n de ideas (to eidon symploken) como el discurso ha
nacido�.

Desde luego, el t�rmino symplok� es usado no solo por Plat�n, sino, en realidad,
por toda la tradici�n posterior, de un modo �informal�, y no como un tecnicismo.
Sin embargo, hay base textual suficiente como para escoger el t�rmino symplok� como
r�tulo de una tercera alternativa, que venimos considerando, como constitutiva de
la filosof�a en sentido estricto [16-17], es decir, de la filosof�a acad�mica (=
plat�nica).

En todo caso, las diversas acepciones y matices que alcanza el t�rmino symplok�
seg�n los contextos, giran siempre en torno a la misma idea: entrelazamiento de
hilos en la tela, de mimbres en la cesta o incluso de espadas entrecruzadas, o de
letras en el texto; y al mismo tiempo desconexi�n. As� ocurre con Arist�teles,
cuando dice que �las categor�as son cada una de las cosas dichas fuera de toda
symplok� (Categor�as, 1b25), es decir, g�neros que se predican de los inferiores,
pero no de los colaterales. Estos g�neros son las categor�as.

Entrelazamiento y, a su vez, desconexi�n de las cosas entrelazadas con terceras: el


principio de symplok�, as� interpretado, alcanza un significado claramente
materialista. Al menos, �l es incompatible con cualquier tipo de concepci�n
ontoteol�gica del mundo que presuponga un Dios creador y gobernador del Universo,
omnipotente y omnisciente, y que mantenga coordenadas todas las realidades del
Universo (desde el astro m�s grande hasta la hoja m�s peque�a del �rbol, pero que
�no se mueve si Dios no dispone las cadenas de las causas para moverla�). La
symplok�, al reconocer �cortaduras� en el Mundo, implica propiamente el ate�smo
�terciario�, es decir, la negaci�n de un Dios omnisciente y omnipotente, y aqu�
reside su principal significaci�n gnoseol�gica. No es posible un entendimiento
capaz de conocer todas las cosas, porque la symplok� las hace incognoscibles. El
reconocimiento de esta implicaci�n entre la tesis de la symplok� y el ate�smo
terciario (el que niega el Dios omnisciente de Molina, pero tambi�n el �Genio� de
Laplace) est� reconocida, al menos en su forma contrarrec�proca, por el propio
te�smo monista, no solo en su versi�n tradicional escol�stica, sino tambi�n en la
versi�n del monismo idealista del siglo XIX (por ejemplo, la versi�n de Royce, The
Conception of God, Nueva York 1897).

La materia ontol�gico general cuando se la considera desde el principio de symplok�


(y en la medida en que este hace posible algo as� como una �ontolog�a negativa�) se
nos muestra muy lejos de la unidad. Ni siquiera es un �peiron, un absoluto (como el
Incognoscible spenceriano), del que pudiera decirse que est� sometido a una ley
global, por ejemplo, a un ritmo de s�stole y di�stole como en Anaximandro (o como
en el universo c�clico de algunos cosm�logos de nuestro tiempo, que dotan al
Universo de sucesivos big-bang y big crunch). La materia ontol�gico general no es
una totalidad unitaria. No es un �orden�, pero tampoco es un �caos�. Tampoco es una
masa homog�nea, una materia prima, sin cantidad, sin cualidad, es decir, pura
potencia; porque esa materia est� siempre en acto y, en alg�n punto de su curso,
lleva en su seno la vida y las mismas inteligencias de los cuerpos vivientes que
llegan a �represent�rsela�. El principio de symplok�, al prohibirnos ver la materia
ontol�gico general [82] como una unidad de conjunto, nos obliga a verla como un
conjunto de corrientes diversas e irreductibles algunas de las cuales han debido
confluir para dar lugar a la conformaci�n del mundo. Un mundo en el que, sin
embargo, apreciamos, como si fueran indicios de fracturas m�s profundas, en l�neas
divisorias (�punteadas�) de c�rculos objetivos que llamamos categor�as. La
importancia del principio de symplok� en teor�a de la ciencia se advierte teniendo
en cuenta que el �principio de las categor�as� (al cual se ajustan los cierres
categoriales) presupone el principio de symplok�, aun cuando la rec�proca no sea
admisible.

La importancia del principio de symplok� en teor�a de la ciencia se advierte


teniendo en cuenta que el �principio de las categor�as� [152-167] (al cual se
ajustan los cierres categoriales) presupone el principio de symplok�, aun cuando la
rec�proca no sea admisible.

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