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La Diosa Luna

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La diosa Luna

Cuentan las leyendas más antiguas que en el actual pueblo de Xcaret,


vivía la doncella Ixchel. Esta era una bella mujer que solía ser
cortejada por numerosos jóvenes. Aunque estos nobles mozos eran
dignos pretendientes, su corazón pertenecía al joven Itzamná. Sin
embargo, este amor florecía en secreto y apenas lo demostraba la
princesa.
En una ocasión, llegó un guerrero al pueblo y se enamoró de Ixchel.
En aquel tiempo, se había librado una cruel batalla para proteger el
pueblo. Al conseguir la victoria, los gloriosos guerreros fueron al
pueblo a ofrecer la victoria en honor de la ciudad. Uno de los más
notables militares cayó profundamente enamorado de Ixchel, como era
común de una doncella hermosa.
La gente del pueblo advirtió al guerrero que Itzamná era el
pretendiente principal, lo cual supondría una contienda. El joven
valiente no se intimidó y siguió adelante con su cortejo. La rivalidad
entre ambos creció hasta el punto de ser necesario un mediador. La
hermana mayor de la doncella, Ixtab, propuso un duelo a muerte.
Ambos aceptaron con fiereza.
Ixtab desconocía el amor de su hermana por Itzamná, provocando la
desgracia. Los jóvenes guerreros se entregaron a un duelo mortal,
ambos hacía gala de una gran técnica de guerra. Itzamná resultaba
dominante sobre el extranjero, incluso estuvo a punto de aniquilarlo.
Sin embargo, aquel joven hizo un truco sucio en último momento y
asesinó a Itzamná.

La doncella Ixchel cayó en una profunda tristeza y se arrancó la vida.


La hermana Ixtab acababa de cometer el peor error de su vida, el
duelo que propuso trajo la desgracia a su hermana. Al ver muerto a su
amado, Ixchel se suicidó. No sin antes declarar culpable a su
hermana, quien se lamentó. La cólera de Ixtab se desencadenó y
lanzó una maldición al príncipe asesino, quien no volvería a saborear
la gloria jamás.
Tras la muerte, Itzamná e Ixchel pudieron perpetrar su amor como los
astros del cielo. Itzamná se transformó en el sol, al ser hijo de un dios
creador. Por su parte, Ixchel fue convertida en la luna. Como muestra
de su amor, Itzamná le dio brillo a la luna para que iluminará las
oscuras noches. También le dio por compañeras a otras nobles
doncellas, las luminosos estrellas. De este modo, Luna y Sol
gobiernan los cielos del día y de la noche.
Cada Fuego Nuevo, los descendientes del pueblo maya creen que
Ixchel brinda la fertilidad a las jóvenes mujeres. Cuando las tradiciones
del calendario maya marcan el principio del Fuego Nuevo, se cree que
las mujeres reciben el don de la fertilidad de parte de Ixchel. De este
modo, se garantiza el nacimiento y salud de los hijos. Por esta razón,
la diosa Ixchel no sólo está ligada a Luna, sino a la fertilidad.
Finalmente, cuando una persona de alma bondadosa muere, esta se
convierte en estrella. Dentro de las creencias mayas, una persona que
fue noble en vida aspira a acompañar a Ixchel en el firmamento. Por
este motivo, se hacen rituales que abogan por la persona para Ixchel
lo tome en cuenta y le dé un lugar cercano a ella.
El conejo en la Luna
Quetzalcóatl, el poderoso y supremo dios, en cierta ocasión se fue a
viajar por el mundo convertido en hombre. Como había caminado todo
un día, a la caída de la tarde se sintió fatigado y hambriento. Pero
siguió caminando, hasta que las estrellas comenzaron a brillar y la
Luna se asomó a la ventana de los cielos. Entonces, se sentó a la
orilla del camino.
Estaba descansando cuando vio a un conejito que había salido a
cenar.
-¿Qué estás comiendo?, – le preguntó.
-Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?
-Gracias, pero yo no como zacate.
-¿Qué vas a hacer entonces?
-Morirme tal vez de hambre y de sed.
El conejito se acercó a Quetzalcóatl y le dijo;
-Mira, yo no soy más que un conejito, pero si tienes hambre,
¡Cómeme!
Entonces el dios acarició al conejito y le dijo:
-Tú no serás más que un conejito, pero todo el mundo, para siempre,
se ha de acordar de ti.
Y tomándole de las patas, lo arrojó muy levantó alto, hasta la Luna,
donde quedó estampada la figura del conejo. Después, el dios le dijo:
– ¡Ahí tienes tu retrato en la Luna, para que todos los hombres de
todos los tiempos te vean.
El dios rico y el dios pobre
Cuenta el mito mexica que hubo un tiempo en el que el sol y la luna no
recorrían el cielo, era una época oscura y los dioses discutían sobre la
creación del día. Una vez reunidas las deidades comenzaron a discutir
quién tomaría el lugar del sol y quién el lugar de la luna. Así estuvieron
un rato entre las discusiones, hasta que un dios de mucha riqueza
decidió ser el sol. El dios en cuestión fue Tecuzitécatl, un personaje
motivado por la egolatría, ya que se consideraba digno de alumbrar el
mundo.
Luego de saber quién sería el sol, ningún otro dios se ofrecía a cumplir
con el papel de la luna. Por tal motivo, las deidades convinieron en
designar a Nanahuatzin como la futura luna. Este personaje era un
dios considerado pobre y sumamente humilde, motivo por el cual no
rechazaría la encomienda. Una vez que los dioses del sol y la luna
habían sido designados, comenzaron a realizarse plegarias y rituales.
Cada uno de los dioses escogidos para ser los astros del mundo debía
preparar una ofrenda, la cual fue presentada según las posibilidades y
naturaleza de cada uno. Tecuzitécatl ofreció suntuosas plumas del ave
quetzal, algunas pelotas de oro macizo, joyas exquisitas e incienso de
copal. Por su parte, Nanahuatzin solo pudo ofrendar cañas frescas,
madejas de heno y espinas de maguey bañadas en su sangre.
Una vez terminadas las ofrendas, los dioses se dispusieron a seguir
con el último ritual: la mutación de los elegidos en los astros.
Rápidamente se encendió una enorme hoguera y se indicó a
Tecuzitécatl y Nanahuatzin que debían inmolarse en el fuego para
encarnar al sol y la luna. El primero en arder debía ser quien fuera a
tomar el papel del sol, el dios rico no se atrevió a sacrificarse.
Repitieron cuatro veces el sacrificio, pero Tecuzitécatl no entró en el
fuego. Ante la negativa, se le ordenó a Nanahuatzin que ardiera por el
bien del mundo y tomara el lugar de aquella deidad egoísta.
Una vez que Nanahuatzin ardió en la hoguera, el dios rico le siguió y
también se inmolo. La junta de dioses permaneció atenta para ver por
dónde aparecerían el sol y la luna. Al poco tiempo, por el Oriente, salió
el sol cubierto de rayos luminosos. Después apareció la luna, también
por el Oriente, envuelta en un incandescente resplandor.
Debido a que los dos astros brillaban con igual intensidad, uno de los
dioses arrojó un conejo al rostro del dios rico, convertido en luna, y
consiguió disminuir su brillo. Cuando vieron que el sol y la luna
estaban listos para hacer sus funciones, los demás dioses quedaron
en silencio y se sacrificaron para mantener con vida al sol y la luna. A
partir de entonces, en el mundo existe el sol y la luna.

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