La Revolución Rusa
La Revolución Rusa
La Revolución Rusa
SHEILA FITZPATRICK
INTRODUCCIÓN
El punto de partida ha sido aceptado generalmente a partir de la “revolución de febrero” de 1917 que llevó
a la abdicación del emperador Nicolás II y la formación del gobierno provisional. El problema reside saber
cuándo concluyó.
A fines de la década de 1920, Rusia se sumió en otra convulsión: “La revolución desde arriba” de Stalin,
asociada con el impulso industrializador del primer plan quinquenal, la colectivización de la agricultura y
una “revolución cultural” dirigida esencialmente contra la vieja inteliguentsia, cuyo impacto en la sociedad
fue aún mayor que el de las revoluciones de febrero y octubre de 1917, y de la guerra civil de 1917-20.
Sólo cuando esta convulsión finalizó a comienzos de la década de 1930 se pudieron discernir indicios de
un Termidor clásico: El decrecimiento del fervor y la beligerancia revolucionarios, nuevas políticas orienta-
das al restablecimiento del orden y la estabilidad, la revitalización de los valores y la cultura tradicional,
solidificación de una nueva estructura política y social. Sin embargo, ni si quiera este Termidor significó el
fin del trastorno revolucionario.
A la hora de decidir cuál es la extensión temporal de la revolución rusa, el primer elemento a tomar en
cuenta es la naturaleza de la “retirada estratégica” de la NEP de la década de 1920. Los bolcheviques le
temían a la contrarrevolución, seguían preocupados por la amenaza de los “enemigos de clase” interno y
externo y constantemente expresaban su insatisfacción con la NEP y su voluntad de no aceptarla como
resultado final de la revolución.
Un segundo tema a considerar es la naturaleza de la revolución desde arriba de Stalin, que terminó con la
NEP a fines de la década de 1920. Algunos historiadores rechazan la idea de que haya existido alguna
continuidad entre la revolución de Stalin y la de Lenin. Otros opinan que la revolución de Stalin en realidad
no merece ese nombre, pues no se trató de un levantamiento popular sino más bien de un asalto a la so-
ciedad por parte de un partido gobernante cuyo objetivo era la transformación radical. En la presente obra
la autora traza líneas de continuidad entra la revolución de Stalin y la de Lenin, sin buscar si ambas se
parecieron, sino de si fueron parte o no del mismo proceso.
El objeto final de este debate es decidir si las grandes purgas de 1937-38 deben ser consideradas como
parte de la Revolución Rusa. Fitzpatrick considera que fueron un fenómeno único, ubicado entre el límite
de la revolución y el estalinismo posrevolucionario. Se trató de terror revolucionario por su retórica, sus
objetivos y su inexorable crecimiento. Pero fue un error totalitario en el sentido de que destruyó a perso-
nas, no estructuras, y en que no amenazó a la persona del líder. El hecho de que se haya tratado de terror
de estado orientado por Stalin no quita que haya sido parte de la revolución rusa. En este libro, la exten-
sión de la revolución rusa abarca desde febrero de 1917 hasta las grandes purgas de 1937-8. Las distintas
etapas: las revoluciones de febrero y octubre de 1917, la guerra civil, el interludio de la NEP, la “revolución
desde arriba” de Stalin, la secuela “Terminodiana” y las grandes purgas son contemplados como episodios
discretos en un proceso revolucionario de 20 años.
Las obras interpretativas que tuvieron mayor impacto a largo plazo fueron La historia de la revolución rusa
y la Revolución traicionada de León Trotsky. La primera, escrita tras la expulsión de Trotsky de la Unión
Soviética, pero dando una vívida descripción y un análisis marxista desde la perspectiva de un participan-
te. La segunda, una denuncia a Stalin escrita en 1936, describe el régimen de Stalin como termidoriano,
basado en el respaldo de la emergente clase burocrática soviética y reflejo de sus valores esencialmente
burgueses.
Una obra entre las historias escritas en la Unión Soviética antes de la guerra responde bajo la estrecha
supervisión de Stalin, conocido como Breve curso de la historia del Partido Comunista soviético (1948). La
interpretación de la revolución bolchevique que el estableció en la Unión Soviética en la década de 1930 y
dominó hasta la mitad de la de 1950 puede ser descripta como marxismo formulista los puntos clave con-
sistían en afirmar que la revolución de octubre fue una verdadera revolución proletaria en la cual el partido
bolchevique actuó como vanguardia del proletariado y que no fue prematura ni accidental, que su aparición
fue dictaminada por las leyes de la historia.
En occidente, la historia soviética sólo fue objeto de marcado interés pasada la Segunda Guerra Mundial,
sobre todo en el contexto de que la guerra fría precisaba conocer al enemigo. Dos obras destacadas:
“1984” de George Orwell y “Oscuridad a mediodía” de Arthur Koestler; en ámbitos académicos en los que
predominaba la ciencia política estadounidense.
Antes de la década de 1970, pocos historiadores occidentales se adentraban en la historia soviética, inclu-
yendo a la revolución rusa, en parte, debido al alto contenido político del tema y en parte porque el acceso
a archivos y fuentes primarias era muy difícil. Dos obras pioneras de historiadores británicos fueron La
revolución bolchevique, 1917-1923 de E. H. Carr, y la biografía de Trotsky por Isaac Deutscher.
En la Unión Soviética, la denuncia que Jrushov hizo de Stalin en el Vigésimo Congreso del Partido en
1956 y la siguiente desenstanlinización parcial, abrieron la puerta a cierto grado de reevaluación histórica y
a una elevación del nivel de los estudios.
Para los lectores occidentales, la tendencia “leninista” de las décadas de 1960-70 fue ejemplificada por
Roy A Medvedev, autor de La historia juzgará. Orígenes y consecuencias del estalinismo, publicado en
occidente en 1971.
Mientras la obra de algunos estudiosos disidentes soviéticos comenzaba a llegar a los públicos occidenta-
les disidentes en la década de 1970, las obras académicas occidentales sobre la revolución rusa aún eran
clasificadas como “falsificaciones burguesas” y proscriptas de la URSS. Sin embargo, ahora los occidenta-
les podían hacer investigaciones en la Unión Soviética aunque controlada.
A medida que mejoraba el acceso a los archivos y fuentes primarias en la Unión Soviética, crecientes can-
tidades de jóvenes historiadores occidentales escogieron estudiar la revolución rusa y la historia soviética,
y la historia comenzó a desplazar a la ciencia política como disciplina dominante de la sovietología esta-
dounidense.
En este libro, tres temas tienen especial importancia. El primero, es el de la modernización, la revolución
como medio de escapar al atraso. El segundo es el de la clase, la revolución como misión del proletariado
y su “vanguardia”, el partido bolchevique. El tercero es el terror y la violencia revolucionarios, cómo la revo-
lución lidió con sus enemigos, y qué significó esto para el Partido Bolchevique y el estado soviético.
1. EL ESCENARIO
A principios del siglo XX, Rusia era una gran potencia de Europa, pero atrasada en comparación
con UK. Económicamente había tardado en salir del feudalismo y comenzado el proceso de industrializa-
ción. Políticamente, hasta 1905 no habían existido partidos políticos legales ni Parlamento central electo y
la autocracia sobrevivía con sus poderes intactos. Los ciudadanos rusos pertenecían a estamentos, aun-
que este sistema no contemplaba a grupos nuevos como los profesionales y los trabajadores urbanos.
En las tres décadas previas a 1917 se vio un aumento de la riqueza nacional gracias a la política de
industrialización, la inversión externa, la modernización de la banca y la estructura de crédito. También se
dio un modesto crecimiento de la actividad empresarial autóctona. El campesinado (representaba un 80%)
no había mejorado su posición económica. La autocracia peleaba una batalla perdida contra la influencia
liberal de occidente. Los cambios hacia una monarquía constitucional no habían impedido que las costum-
bres arbitrarias el gobierno autocrático y la continua actividad de la policía secreta minaran las reformas. El
progreso contribuyó a la inestabilidad de la sociedad rusa1.
Las fronteras del imperio ruso llegaban desde Polonia al oeste, el Océano Pacífico al este, el Ártico
al norte y el Mar Negro y fronteras con Turquía y Afganistán al sur. El núcleo central era la Rusia europea
(incluyendo la actual Ucrania). Su población total era de 126 millones de habitantes (92 ubicados en la
parte europea del imperio) La mayoría vivía en las zonas rurales. Existían puñado de centros industriales y
grandes ciudades: San Petersburgo (capital imperial, bautizada Petrogrado durante la IGM y Leningrado
en 1924), Moscú (futura capital), Kiev, Jarkov, Odessa, Ucrania, Varsovia, Lodz, Riga, Rostov, Baku (cen-
tros de minería y metalurgia).
1 Se ve en la literatura pre revolucionaria que usa términos como alienación, dislocación, ausencia de control. Gogol afirmaba “Rusia
era un trineo que atravesaba la oscuridad a toda prisa con destino desconocido”.
La mayoría de las provincias rusas estaban atrasadas a comienzos del siglo XX, con centros admi-
nistrativos locales, pequeñas poblaciones de comerciantes, pocas escuelas y mercado campesino. En las
aldeas la forma tradicional de vida sobrevivía. Los campesinos poseían la tierra según el régimen comunal
que dividía los campos de la aldea en angostas parcelas. El Mir (consejo de la aldea) organizaba la repar-
tición. La agricultura usaba métodos arcaicos (arados de madera por ejemplo) lo que hacía que la produc-
ción apenas pasara el nivel de subsistencia.
La emancipación cambió la vida de los campesinos pero fue hecha con gran cautela de modo de
minimizar el cambio y extenderlo con el tiempo por medios de los pagos de redención. Lo que se buscaba
era evitar la afluencia de los campesinos a las ciudades y la creación de un proletariado sin tierra que re-
presentaba una amenaza al orden público. Lo que logró la emancipación fue reforzar el Mir y el viejo sis-
tema de explotación de tierras logrando que los campesinos no pudiesen consolidar sus parcelas o hacer
la transición a la granja independiente. Trabajadores golondrinas trabajaban por temporadas en las ciuda-
des o en minería para pagar deudas y regresaban para la cosecha y la siembra a su aldea.
Los campesinos jóvenes solían ir a la ciudad a trabajar o al servicio militar y quedaban muy influen-
ciados por la vida urbana. Los jóvenes resultaban así más alfabetizados que los viejos y las mujeres y este
fenómeno era más común en las áreas menos fértiles del imperio, donde era más común la emigración
estacional. Los obreros estaban muy vinculados al campesinado. Muchos conservaban su casa en la al-
dea donde dejaban a sus hijos y mujeres y se trasladaban semanalmente a trabajar en la ciudad. La indus-
trialización era un fenómeno reciente y la creación de la clase obrera urbana había despegado recién tras
la emancipación de 1860. Para la IGM, el 50% de los obreros eran de segunda generación.
El sector industrial era pequeño pero concentrado en torno a San Petersburgo, Moscú y la actual
Ucrania. Al tener inversión e industria tardíamente, Rusia pudo adoptar tecnología relativamente avanzada
y dirigirse rápidamente a la producción moderna en gran escala. La clase obrera entre 1890-1914 era ex-
cepcionalmente militante y revolucionaria. El sindicalismo era muy difícil en las condiciones que ofrecía el
imperio. El gobierno tenía una importante participación en la industria nacional rusa y en la protección de
las inversiones extranjeras. Por ende, mandaba tropas contra las huelgas que comenzaban con motivos
económicos pero tendían a volverse políticas. El componente campesino de la clase obrera hacía que esta
fuese más o menos revolucionaria ya que tenía una tradición violenta, llena de resentimiento y frustracio-
nes. Los obreros eran revolucionarios pues no tuvieron tiempo de adquirir la conciencia sindical sobre la
que hablaba Lenin (ser un proletario industrial arraigado en condiciones de defender sus intereses a través
de procedimientos no revolucionarios)
La burocracia se había profesionalizado pero sus niveles superiores continuaban siendo dominados
por la nobleza. Esta había crecido gracias a la decadencia económica que experimentó el sector terrate-
niente con la abolición de la servidumbre. Se había formado lo que se denominaba la inteliguentsia (des-
cribía a la elite educada y occidentalizada, separada del resto de la sociedad por su educación y del régi-
men autocrático por su ideología radical). Era un grupo sin pertenencia de clase con una preocupación
moral por la sociedad, con pensamiento crítico y una actitud semiopositora al régimen. Su origen era del
siglo XVIII cuando la nobleza educada comenzó a pensar la idea de “servir al pueblo” en vez de “servir al
estado”. A lo largo del siglo XIX se volvió un movimiento revolucionario que buscaba combatir la autocracia
y liberar al pueblo. Con el tiempo el término demostró actitudes progresistas relativamente positivas. Los
profesionales y los zemstvos solían chocar contra la burocracia estatal. No se oponían a la autocracia pero
veían difícil que esta condujera a la modernización.
La inteliguentsia buscaba mejorar Rusia trazando mapas sociales y políticas del futuro del país y
hacerlas luego realidad. La medida del futuro ruso era el presente de Europa occidental. Planteaban como
temas de discusión que la industrialización capitalista había producido la degradación humana, el empo-
brecimiento de las masas y la destrucción del tejido social de occidente y que por lo tanto Rusia debía evi-
tarla. En general la inteliguentsia aceptaba el socialismo (en el sentido que le daban los socialistas pre-
marxistas, los utópicos franceses) como la forma más deseable de organización social2. Buscaban salvar
2
Básicamente se oponían a la industria capitalista e idealizaban el campesinado ruso.
la forma tradicional de organización aldeana de comuna o Mir, pues creían que esta era una institución
igualitaria mediante la cual Rusia tal vez encontraría su propio camino al socialismo. Entre 1873-74 se dio
la costumbre de ir al pueblo en peregrinación religiosa. Las autoridades se alarmaron e hicieron arrestos
en masa. Además los campesinos sospechaban y rechazaban a los populistas. Esto dio lugar a una de-
silusión que desembocó en un breve foco de terrorismo. A fines de la década de 1870-1881, un grupo de
terroristas populistas “Voluntad del Pueblo” asesinó al emperador Alejandro II. El resultado fue la represión
de gobierno de Alejandro III.
Como resultado a los desastres de los populistas, surgieron los marxistas como grupo definido den-
tro de la inteliguentsia rusa, repudiando el utopismo idealista, las tácticas terroristas y la idealización del
campesinado. Al principio debatían intelectualmente, exponiendo que la industrialización capitalista era
inevitable y que el Mir estaba en un estado de desintegración interno. El capitalismo era la única vía posi-
ble al socialismo y que el proletariado industrial era la única clase en condiciones de producir la auténtica
revolución socialista. Seguían las premisas expuestas por Marx y Engels. El socialismo no debía ser to-
mado como una ideología sino que tanto él como el capitalismo eran etapas de desarrollo de la sociedad
humana. Rusia debía industrializarse y en 1890 (bajo el ministro Witte) así se hizo. Parecía que las predic-
ciones marxistas se estaban cumpliendo.
El marxismo era más una ideología de modernización más que de revolución. Para Lenin en El
desarrollo del capitalismo en Rusia, había que admirar el mundo moderno industrial, urbano y les repudiar
el atraso de la Rusia rural y semifeudal. Esto explicaba el que Lenin se halla hecho marxista y no populis-
ta. Además los marxistas escogieron a la clase obrera urbana como la base de sustentación y principal
fuerza revolucionaria3. Se dedicaron a educar a los obreros, poniendo la educación como medio de ascen-
so social y como vía de revolución. En 1898 los marxistas se organizaron ilegalmente bajo el nombre de
Partido Social Demócrata Ruso de Trabajadores y entre 1989- 1914 se convirtieron en un partido obrero.
Sus dirigentes aún provenían de la inteliguentsia pero generalmente estaban exiliados.
En la teoría, los marxistas decían que el ingreso de Rusia en la fase capitalista llevaría inevitable-
mente al derrocamiento de la autocracia por la revolución liberal burguesa. Muchos marxistas (los llama-
dos legales) llegaron a identificarse con los objetivos de la primera revolución (la liberal) y a perder interés
por el objetivo final de la revolución socialista. Su líder era Struve, el cual finalmente se apartó del marxis-
mo y fundó el Movimiento de Liberación. Los líderes social democráticos repudiaron el economicismo (la
idea de que el movimiento obrero debía enfatizar los objetivos económicos antes que los políticos) Los
marxistas revolucionarios dejaban claramente asentado que eran revolucionarios, no reformistas y que su
causa era la revolución obrera socialista, no la revolución de la burguesía liberal. En 1903 se da el 2° Con-
greso del Partido y se dividen las posturas:
Bolcheviques Mencheviques
Seguían a Lenin, quien creía que el núcleo del Parti- Seguían a Plejánov, Martov y Trotsky. Creían que
do debía estar constituido por los revolucionarios Lenin se había excedido en sus atribuciones y lo
profesionales a tiempo completo, reclutados tantos acusaban de intolerante y orgulloso. Tenían va-
en la inteliguentsia como entre la clase obrera pero rios líderes y eran percibidos como un partido
que se concentraran en la organización política de más respetable y vinculado a la burguesía.
los trabajadores más que en ningún otro grupo so- Trotsky hizo un intento con su teoría de la revolu-
cial. En su obra ¿Qué hacer? (1902) destaca la im- ción permanente, pero Lenin concebía la futura
portancia de la centralización, la disciplina estricta y transferencia de poder revolucionaria en términos
la unidad ideológica dentro del Partido. Deseaba una ásperos, violentos y realistas.
revolución proletaria más que prevenir que esta fi-
nalmente ocurriría. En su otra obra Dos tácticas de la
socialdemocracia (1905) insiste en que el proletaria-
do aliado al revoltoso campesinado ruso podía y de-
bía desempeñar un papel dominante.
3
Los marxistas basaban su fuerza en los obreros, mientras que los populistas lo hacían en el campesinado y los liberales en la bur-
guesía.
Los bolcheviques eran más revolucionarios y defini- Emergieron como los representantes más ortodo-
dos por las ideas y la personalidad de Lenin. Además xos del marxismo, menos inclinados a forzar la
ponían énfasis en la organización partidaria (el parti- marcha de los sucesos que conducirían a la revo-
do, no como vanguardia de la revolución proletaria lución y menos interesados en crear un partido
sino como su creador, dado que por su cuenta el revolucionario organizado y disciplinado.
proletariado sólo podía acceder a una conciencia
sindical no revolucionaria.
Ganaban adeptos en las regiones rusas del imperio. Ganaban adeptos en las regiones no rusas del
imperio. En los últimos años de preguerra los
mencheviques perdieron el respaldo obrero que
fue aprovechado por los bolcheviques a medida
que el estado de ánimo de los obreros se hacía
cada vez más militante.
En ambos partidos los judíos y no rusos eran importantes en las cúpulas directivas.
Rusia era una potencia militar en expansión dotada del mayor ejército permanente de Europa. Su
fuerza era la pantalla de poder frente a la inestabilidad interna del país. A comienzos del siglo XX, la ex-
pansión rusa en el Lejano Oeste la llevó a chocar con otra potencia: Japón. Rusia necesitaba una guerra
victoriosa que la sacara de la inestabilidad, por eso buscó una guerra, que finalmente consiguió en enero
de 1904. La guerra resultó un desastre para Rusia. Los intentos de organizaciones públicas como los
zemstvos, de ayudar al gobierno en la emergencia sólo condujeron a la frustración y conflictos con la buro-
cracia. Esto dio impulso al movimiento liberal y la nobleza de los zemstvos se alineó con los profesionales
tras el ilegal Movimiento de Liberación de Struve. Organizaron banquetes de apoyo para la reforma consti-
tucional. El gobierno sufrió también ataques terroristas, manifestaciones estudiantiles y huelgas obreras.
En 1905 los trabajadores de San Petersburgo convocaron una marcha pacífica organizada por un
sacerdote renegado-el Padre Gapon- para llamar la atención del zar sobre sus reclamos económicos. La
protesta fue sangrientamente reprimida= domingo sangriento (9 de enero de 1905) Se dio un espíritu de
solidaridad contra la autocracia. Los liberales dirigieron el movimiento revolucionario respaldados por los
zemstvos, los nuevos sindicatos profesionales de clase media, las marchas estudiantiles, las huelgas obre-
ras, desordenes campesinos, motines en las fuerzas armadas y la agitación en las regiones no rusas del
imperio. La autocracia se mantuvo a la defensiva y logró salvarse cuando Witte negoció la paz con Japón
(tratado de Portsmouth) en términos notablemente ventajosos para Rusia (agosto 1905).
La culminación de la revolución liberal fue el Manifiesto de octubre de Nicolás II por el cual el zar
concedía el principio de una constitución y prometía crear un Parlamento electivo nacional= la DUMA. Este
manifiesto dividió a los liberales entre los octubristas (los que lo aceptaron) y los democráticos constitucio-
nales (cadetes) quienes pidieron más concesiones. En general se suspendió la lucha y comenzaron a ar-
mar partidos políticos. Sin embargo los obreros mantuvieron su lucha revolucionario hasta fin de año, in-
tensificando su militancia. En octubre los trabajadores de Petersburgo organizaron un soviet o consejo de
representantes de los trabajadores elegidos en las fábricas4. Surgieron cuerpos similares en Moscú y otras
ciudades pero en diciembre fueron dispersados por la policía. Esto produjo una insurrección armada en el
soviet de Moscú que fue sangrientamente reprimida. La revolución urbana produjo serios levantamientos
campesinos que comenzaron en el verano de 1905 y regresaron en el 06. Las fuerzas armadas los frena-
ron y en el invierno de 1906-07 buena parte de la Rusia rural estaba bajo la ley marcial y la justicia suma-
ria.
La nobleza terrateniente aprendió una lección de los episodios de 1905-06: que sus intereses esta-
ban ligados a los de la autocracia que la podía proteger y no a los liberales. Estos, la clase media profe-
4 La función era proveer a la ciudad con una suerte de gobierno municipal de emergencia durante un período en que las otras insti-
tuciones estaban paralizadas en huelga. Pero también se convirtió en un foco político para los trabajadores y para los socialistas de los
partidos revolucionarios (Trotsky devino en líder de unos de los soviets)
sional más que capitalista) se habían hecho a un lado en octubre pero no se habían unido al régimen por
el ataque contra la revolución de los trabajadores. Su actitud hacia los trabajadores fue benigna. El resul-
tado de la revolución de 1905 fue ambiguo e insatisfactorio para todos. En las leyes fundamentales de
1906, Nicolás II dejó clara su idea de que Rusia seguía siendo una autocracia. La DUMA tenía poderes
limitados, los ministros sólo respondían al zar. Las dos primeras DUMAS que se insubordinaron fueron
disueltas arbitrariamente. Se introdujo un nuevo sistema electoral que quitó prácticamente toda autoridad a
varios grupos sociales y dio excesiva representación a la nobleza terrateniente.
La DUMA proveyó un foro público para el debate político y un campo de entrenamiento para los
políticos= se crean parlamentarios. Lo que no pudo cambiar la revolución de 1905 fue el régimen policial
que se había desarrollado en la década de 1880. El proceso de justicia ordinaria continuaba suspendido
para buena parte de la población. En vista a la violencia esto era lógico pero demostraba que las reformas
eran fachadas. Los sindicatos habían sido legalizados, pero a menudo gremios específicos eran clausura-
dos por la policía. Los partidos políticos eran legales y hasta las sociedades revolucionarias participaban
en las elecciones pero los integrantes continuaban siendo arrestados con frecuencia y los jefes exiliados.
Ni los bolcheviques ni los mencheviques tuvieron más que una participación marginal en la revolu-
ción de 1905. La revolución los sobrepasó ya que el régimen se defendió y sobrevivió. En los años de pre-
guerra se supo que el régimen iba a hacer una reforma agraria a fondo. El Mir no era la garantía de estabi-
lidad rural. Habría que crear una nueva clase de pequeños granjeros independientes. Los más pobres mi-
grarían a las ciudades mientras que los más prósperos mejorarían y expandirían sus propiedades adqui-
riendo así la mentalidad conservadora y burguesa de pequeños propietarios. Para 1914 el 40% de los ho-
gares campesinos de la Rusia europea se habían separado del Mir aunque debido a la complejidad legal
pocos pudieron establecerse como propietarios. Las reformas eran progresistas para los marxistas ya que
sentaban las bases para un desarrollo del capitalismo en la agricultura. Pero con esto el proletariado rural
perdía a su aliado revolucionario. En 1906 llegó a Rusia un enorme empréstito. La industria nacional y de
capital extranjero se expandió velozmente, lo mismo que la clase obrera. La protesta laboral se recuperó
en torno a 1910 (huelgas en gran escala en el verano de 1914 en Petrogrado).
Durante la guerra los emigrados residentes en Europa quedaron incomunicados. El movimiento so-
cialista europeo en general se hizo patriota. Los rusos se hicieron “defensistas”, respaldando el esfuerzo
bélico ruso en tanto este se realizara en defensa del imperio. Lenin se unió a los “derrotistas”, los cuales
consideraban que se trataba de una guerra imperialista y que lo mejor que se podía esperar era una derro-
ta que provocase la guerra civil y la revolución. Esta era una postura controvertida aún dentro del socialis-
mo. En Rusia todos los bolcheviques fueron arrestados durante la guerra. El ejército ruso sufrió derrotas y
pérdidas grandes (5 millones de bajas entre 1914-17) Los alemanes penetran en el imperio provocando un
caótico ingreso de refugiados a la Rusia central.
La derrota produce sospechas de traición sobre la emperatriz (de origen alemán) y sobre Rasputín.
Ambos tenían una desastrosa influencia sobre las designaciones ministeriales en ausencia del emperador.
Las relaciones entre el gobierno y la IV DUMA se deterioran drásticamente a fines de 1916 y Rasputín es
asesinado por jóvenes nobles. La I GM incrementó la vulnerabilidad del antiguo régimen ruso. El pueblo
aplaudió las victorias pero no toleró las derrotas. La sociedad se volvió violentamente contra el gobierno
denunciando su incompetencia y atraso, por ende la legitimidad del régimen era precaria.
En febrero de 1917, la autocracia se derrumbó ante las manifestaciones populares y el retiro del
respaldo de la elite al Régimen. En la euforia de la revolución, las soluciones políticas parecían fáciles. La
futura forma de gobierno de Rusia sería democrática. Entretanto, la revoluciones de elite y popular (políti-
cos liberales, las clases proletarias y profesionales y la oficialidad en la primera categoría; los políticos so-
cialistas, la clase obrera urbana y los soldados y marineros rasos en la segunda) coexistirían. En términos
institucionales, el nuevo gobierno provisional representaría la revolución de la elite, mientras que el recien-
te revivido soviet de Petrogrado sería el portavoz de la revolución del pueblo. Su relación sería comple-
mentaria más que competitiva y el “poder dual” sería una fuente de fortaleza, no de debilidad.
Pero ocho meses más tarde las esperanzas y expectativas de febrero se habían derrumbado. La
revolución popular se hizo cada vez más radical, mientras que la revolución de elite se desplazó hacia una
asombrosa posición conservadora en defensa de la propiedad, la ley y el orden.
La relación de “poder dual” entre el gobierno provisional y el soviet de Petrogrado solía interpretar-
se en términos de clase como una alianza entre burguesía y proletariado. Si supervivencia dependía de
que continuase la cooperación entre las clases y los políticos que decían representarlas; pero para el ve-
rano de 1917 quedó claro que el frágil consenso de febrero había quedado seriamente comprometido. En
julio, multitudes de obreros, soldados y marineros salieron a las calles de Petrogrado, exigiendo que el
soviet tomase el poder en nombre de la clase trabajadora y repudiando a los “10 ministros capitalistas”. El
poder dual fue concebido como un acuerdo interino que funcionaría hasta la convocatoria de una asam-
blea constituyente. Pero su desintegración bajo el ataque de la izquierda y la derecha y de la creciente
polarización de la política rusa planteó preguntas perturbadoras acerca del futuro y del presente. La solu-
ción de la asamblea constituyente, al igual que el poder dual interino, requería cierto grado de consenso
político y de acuerdo en la necesidad de un compromiso eran la dictadura y la guerra civil.
En la última semana de febrero, la escasez de pan, las huelgas, paros y, una manifestación en ho-
nor del Día Internacional de la Mujer realizada por obreras del distrito de Vyborg llevaron a las calles de
Petrogrado una multitud que no pudo ser disuelta por las autoridades.
En Pskov, el tren que traía a Nicolás de regreso a Moguilev se encontró con emisarios del comando
supremo y de a Duma quienes le sugirieron al Emperador que abdicara. Tras discutirlo por un tiempo, Ni-
colás se demostró de acuerdo. Tras llegar a la capital, fue enviado a reunirse con su familia a las afueras
de Petrogrado, y de ahí en más, permanecieron discretamente bajo arresto domiciliario mientras el go-
bierno provisional y los aliados trataban de decidir qué hacer con él. No se alcanzó una solución. Ulterior-
mente, toda la familia fue enviada primero a Siberia, después a Urales. En julio de 1918, tras el estallido de
la guerra civil, Nicolás y su familia fueron ejecutados por orden del soviet bolchevique de los Urales.
En los días que siguieron a la abdicación de Nicolás, los políticos de Petrogrado estaban en un es-
tado de gran excitación y actividad frenética. Su intención original había sido deshacerse de Nicolás, no de
la Monarquía. Pero al renunciar Nicolás en nombre de su hijo anuló la posibilidad de una regencia mientras
éste fuese menor de edad; y el gran duque Miguel declinó la invitación de suceder a su hermano. De facto,
por lo tanto, Rusia ya no era una monarquía. Se decidió que la futura forma de gobierno del país sería de-
terminada a su debido tiempo por una asamblea constituyente y que entre tanto un “gobierno provisional”
autodesignado se haría cargo de las responsabilidades del antiguo Consejo de Ministros imperial. El prín-
cipe Gueorguii Lvov, un liberal moderado que encabezaba la Liga de zemstvos, fue designado al frente del
nuevo gobierno.
Había razones para dudar de la transferencia de poder, la primera es que el gobierno provisional
tenía un competidor, ya que la revolución de febrero había producido dos autoridades autoconstituidas que
aspiraban a un papel de alcance nacional; la segunda era el soviet de Petrogrado, conformado según el
patrón de soviet de Petersburgo de 1905 por obreros, soldados y políticos socialistas. La relación de poder
dual entre el gobierno provisional y el soviet de Petrogrado emergió en forma espontánea, y el gobierno la
aceptó en buena parte porque no tenía más remedio. Durante los primeros meses, el gobierno previsional
estuvo integrado básicamente por liberales, mientras que el comité ejecutivo del soviet estaba dominado
por intelectuales socialistas, sobre todo mencheviques y SR en términos partidarios. Kerensky, integrante
del gobierno provisional pero también socialista, actuaba de enlace entre ambas.
El 1° de marzo, se propaló la famosa “orden número 1” en nombre del soviet de Petrogrado. La or-
den numero 1 era un documento revolucionario y una afirmación de poder del soviet. Convocaba a la de-
mocratización del ejército mediante la creación de comités de soldados, la reducción de poderes disciplina-
rios de los oficiales, y el reconocimiento de la autoridad del soviet en todas las cuestiones políticas que
tuvieran que ver con las fuerzas armadas: afirmaba que ninguna orden del gobierno referida a las fuerzas
armadas sería considerada válida sin la aprobación del soviet. La orden numero 1 tenía fuertes connota-
ciones de guerra de clases y no daba esperanza alguna sobre la posibilidad de una cooperación entre las
distintas clases. Presagiaba en forma menos practicable el poder dual, es decir, en una situación en la cual
los reclutados para servir en las fuerzas armadas solo reconocían la autoridad del soviet de Petrogrado,
mientras que la oficialidad solo reconocía la autoridad del gobierno provisional.
El comité ejecutivo del soviet hizo cuanto pudo por no comprometerse con la postura radical que
implicaba la orden número 1. Pero en abril, Susano comentó acerca del aislamiento de la masas producido
por la alianza de facto del comité ejecutivo con el gobierno provisional; aunque esta era de forma parcial,
ya que había conflictos recurrentes entre ambas en materia de política laboral y de reclamos de tierras por
parte de los campesinos; también había importantes desacuerdos referidos a la participación rusa en la
guerra europea: el gobierno provisional continuaba comprometido con el esfuerzo bélico, mientras que el
comité ejecutivo del soviet adoptó la posición defensista.
Los bolcheviques
Para el momento de la revolución de octubre, virtualmente todos los principales bolcheviques ha-
bían emigrado al extranjero o estaban exiliados en regiones remotas del imperio ruso. Los líderes bolche-
viques que habían estado exiliados en Siberia, incluyendo a Stalin y Molotov, estuvieron entre los primeros
que regresaron a las capitales. Pero aquellos que habían emigrado a Europa encontraron mucho más difí-
cil de regresar, por la razón de que Europa estaba en guerra. Lenin, junto a un pequeño contingente de
emigrados predominantemente bolchevique, decidió correr el riesgo y partió hacia fines de marzo. Antes
del regreso de Lenin a Petrogrado a comienzos de abril, los ex exiliados en Siberia habían comenzado a
reconstruir la organización bolchevique y publicar un periódico. En ese punto, los bolcheviques daban indi-
cios de nuclearse en una coalición amplia en torno del soviet de Petrogrado. Pero los dirigentes menchevi-
ques y SR del soviet no habían olvidado cuántos problemas podían causar Lenin, y aguardaban su regre-
so con intranquilidad.
La evaluación que hizo Lenin de la situación política, conocida en la historia como las tesis de abril
era belicosa, intransigente y decididamente desconcertante para los bolcheviques de Petrogrado, quienes
habías aceptado tentativamente la línea del soviet de unidad socialista y apoyo crítica al nuevo gobierno.
apenas deteniéndose en los logros de febrero, Lenin ya apuntaba a la segunda etapa de revolución, el
derrocamiento de la burguesía por parte del proletariado: no se debía respaldar al gobierno provisional,
afirmaba Lenin. Él predijo que los soviets serían las instituciones clave en la transferencia de autoridad de
la burguesía al proletariado. “¡Todo el poder a los soviets!”, uno de los lemas de los lemas de las tesis de
abril de Lenin era, en efecto, un llamado a la guerra de clases. “Paz, pan y tierra”, otros de los lemas de
abril de Lenin, tenía implicaciones igualmente revolucionarias. En los meses siguientes, los bolcheviques,
bajos las exhortaciones y reproches de Lenin, adoptaron una postura más intransigente que los aisló de la
coalición socialista.
La necesidad de unidad socialista parecía evidente a la mayor parte de los políticos asociados al
soviet, quienes se enorgullecían de dejar de lado a sus viejos desacuerdos sectarios. En junio, durante el
primer congreso internacional de los soviets, un orador preguntó retóricamente si algún partido político
estaba por sí solo en condiciones de asumir el poder. Pero Lenin interrumpió diciendo ¡es partido existe!
Pero a la mayor parte de los delegados esto les sonó más a una bravata que a un desafío serio. Sin em-
bargo, lo era, pues los bolcheviques ganaban apoyo popular, mientras que los socialistas de la coalición lo
perdían. Los bolcheviques aún estaban en minoría en el congreso de junio de los soviets, y aún debían
ganar en alguna elección en las principales ciudades; pero su creciente fuerza era evidente a nivel de las
bases: en comités de obreros de fábricas, en los comités de soldados y marineros de las fuerzas armadas
y en los soviets locales de los distritos. La afiliación al partido Bolchevique también crecía mucho.
La revolución popular
A comienzos de 1917, las fuerzas armadas habían sufrido pérdidas tremendas, y el hastío con la
guerra se evidenciaba en la creciente tasa de deserción y en la respuesta de los soldados a la confraterni-
zación impulsada por los alemanes en el frente. Para los soldados, la revolución de febrero era una pro-
mesa implícita de que la guerra no tardaría en concluir y esperaban impacientes a que e gobierno provi-
sional se encargase de que esto ocurriera, si no por iniciativa propia, entonces bajo la presión del soviet de
Petrogrado.
Tradicionalmente se han calificado como “proletarios” a los soldados y marineros de 1917, sea cual
haya sido su ocupación en la vida civil. De hecho, la mayor parte de los reclutas eran campesinos, aunque
había una cantidad desproporcionada de obreros en la flota del Báltico y en los ejércitos de los frentes
septentrional y occidental, ya que habían sido reclutados en un área relativamente industrializada. En tér-
minos marxistas, puede argumentarse que los integrantes de las fuerzas armadas eran proletarios en vir-
tud de su presente empleo, pero lo más importante es que así se veían a sí mismos. Los soldados de la
línea de batalla percibían que tanto los oficiales como el gobierno provisional pertenecían a la clase de que
los “amos”, mientras que ellos identificaban sus intereses con los obreros y con el soviet de Petrogrado.
Los obreros de Petrogrado ya habían demostrado su espíritu revolucionario en febrero, si bien ni habían
sido suficientemente militantes ni estaban preparados en lo psicológico para resistir a la creación del go-
bierno provisional burgués. En los primeros meses después de la revolución de febrero, los principales
reclamos formulados por los obreros de Petrogrado y otros lugares eran de índole económica.
La función original de los comités de fábrica era actuar como vigilantes de los intereses de los obre-
ros en los tratos de éstos con los administradores capitalistas de las fábricas. El término empleado para
designar esta función era “control obrero”, lo cual denotaba la supervisión más bien que el control en el
sentido administrativo de la palabra. Pero en los hechos, los comités de fábrica solían ir más allá y hacerse
cargo de las tareas administrativas.
Dado que los cala evidente vitalidad del mir en 1917 sorprendió a muchos. Desde la década
de1880, los marxistas afirmaban que, en lo esencial, el mir se había desintegrado internamente y que sólo
sobrevivía porque era una herramienta útil para el estado. sobre el papel, el efecto de la reforma de
Stolypin había consistido en disolver el mir en una importante cantidad de aldeas de la Rusia Europea.
Pero así y todo, en 1917, el mir era claramente un factor básico en la percepción que los campesinos te-
nían de la tierra. A pesar de la seriedad del problema de la tierra y de los informes sobre tomas de tierra
que comenzaron con el verano de 1917, el gobierno provisional le dio largas al problema d ela reforma
agraria. en principio, los liberales no se oponían a la expropiación de las tierra privadas, y, en términos
generales, parecen haber considerado que los reclamos campesinos eran justos. Pero estaba claro que
cualquier reforma agraria radical plantearía problemas grandes. En primer lugar, el gobierno debería insta-
lar un complicado mecanismo oficial de expropiación y transferencia de tierras, lo que casi con certeza
estaba más allá de sus capacidades administrativas. En segundo lugar, no podía permitirse pagar las ele-
vadas compensaciones a los terratenientes que la mayor parte de los liberales consideraba necesarias. La
conclusión del gobierno provisional fue que sería mejor dejar de lado los problemas hasta que éstos pudie-
ran ser satisfactoriamente resueltos por la asamblea constituyente.
La ofensiva rusa en Galitzia fracasó y se estima que los rusos sufrieron unas 200000 bajas. La mo-
ral de las fuerzas armadas se desintegró aún más y los alemanes comenzaron un exitoso contraataque
que continuó durante el verano y el otoño. La credibilidad del gobierno provisional resultó gravemente da-
ñada y la tensión entre gobierno y los militares aumentó. A comienzos de julio, una crisis gubernamental
se precipitó con a la retirada de todos los ministros del partido cadete (liberales) y la renuncia de la cabeza
del gobierno provisional, el príncipe Lvov.
En medio de esta crisis, Petrogrado volvió a entrar en una erupción de manifestaciones de masas,
violencia callejera y desorden popular entre el 3 y el 5 de julio, fase que fue conocida como “las jornadas
de julio”. Para cuando los manifestantes llegaron al Palacio Kseshinskaya, la recepción de Lenin fue mode-
rada, incluso abrupta. No los alentó a que realizaran actos de violencia contra el gobierno provisional ni la
dirigencia del soviet, en torno del cual se arremolinó amenazadoramente, no llevó a cabo ninguna acción.
En cierto sentido, las jornadas de julio fueron una vindicación de la posición intransigente que Lenin había
tomado a partir de abril, pues indicaba la fuerte oposición popular al gobierno provisional y al “poder dual”,
la impaciencia hacia los socialistas de la coalición y la buena disposición de los marineros de Kronstadt y
otros para la confrontación violenta y probablemente la insurrección.
Pero en otro sentido las jornadas de julio fueron un desastre para los bolcheviques, ellos hablaban
de insurrección en sentido general, pero no tenían nada planeado. Todo el episodio daño la moral bolche-
vique y la credibilidad de Lenin como líder revolucionario. El daño era aún mayor porque los bolcheviques,
a pesar de la vacilante e incierta respuesta de su líder, fueron culpados por las jornadas de julio por el go-
bierno provisional y los socialistas moderados del soviet. El gobierno provisional decidió reprimir, cance-
lando la “inmunidad parlamentaria” que tenían los políticos de todos los partidos desde la revolución de
febrero. Varios destacados bolcheviques fueron arrestados además de Trotsky. Durante las jornadas de
julio, el gobierno provisional había afirmado que contaba con evidencia que confirmaba los rumores que
sostenían que Lenin era un agente alemán, y los bolcheviques fueron vapuleados por una ola de denun-
cias patrióticas en la prensa que socavaron temporariamente su popularidad en las fuerzas armadas y en
las fábricas. El comité central bolchevique temía por la vida de Lenin. Pasó a la clandestinidad, y a co-
mienzos de agosto, disfrazado de obrero, cruzó la frontera y se refugió en Finlandia.
Pero si bien es cierto que los bolcheviques estaban en problemas, lo mismo puede decirse del go-
bierno provisional, que a partir de julio encabezó Kerensky. En agosto, un golpe de derecha fue intentado
por el general Lavr Kornilov. El intento de golpe falló en buena parte debido a lo poco confiables que eran
las tropas y al enérgico accionar de los obreros de Petrogrado. Los ferroviarios desviaron y obstruyeron los
trenes de tropas; los impresores detuvieron la edición de los diarios que respaldaban la intentona de Korni-
lov; los metalúrgicos se precipitaron al encuentro de las tropas y les explicaron que Petrogrado estaba en
calma y que sus oficiales les habían engañado.
La izquierda fue la que más ganó con el episodio de Kornilov, ya que éste dio sustancia a la hasta
entonces abstracta noción de un golpe contrarrevolucionario derechista, demostró la fuerza del sector
obrero, y al mismo tiempo, convenció a muchos trabajadores de que solo la vigilancia armada salvaría a la
revolución de sus enemigos. El nuevo giro de la opinión pública hacia los bolcheviques, ya discernible a
principios de agosto, se aceleró mucho tras el abortado golpe de Kornilov; y en un sentido práctico, cose-
charían beneficios futuros de la creación de milicias obreras o “guardias rojos” que comenzó como res-
puesta a la amenaza de Kornilov. La fuerza de los bolcheviques radicaba en que era el único partido que
no estaba comprometido por su asociación con la burguesía y el régimen de febrero, además de ser el
más firmemente identificado con las ideas de poder obrero e insurrección armada.
La revolución de octubre
En setiembre, Lenin escribió desde Finlandia urgiendo al Partido Bolchevique a prepararse para la
insurrección armada. El momento revolucionario había llegado dijo, y debía ser aprovechado antes de que
fuese tarde. El 10 de octubre, el comité central bolchevique acordó que, en principio, un alzamiento era
deseable. Pero estaba claro que muchos bolcheviques se sentían inclinados a usar su posición en el so-
viet para lograr una transferencia de poder cuasi legal y no violenta.
Trotsky, recientemente salido de prisión y ahora afiliado al Partido Bolchevique, era ahora jefe de la
mayoría bolchevique del soviet de Petrogrado. Parece probable que él también albergara dudas acerca de
la insurrección. Dos de los viejos camaradas bolcheviques de Lenin, Grigorii Zinoviev y Lev Kamenev pre-
sentaron fuertes objeciones a la idea de una insurrección bolchevique. Cuando Zinoviev y Kamenev expu-
sieron estos argumentos firmándolos con sus propios nombres en un diario no bolchevique, la ira y frusta-
ción de Lenin alcanzó nuevas cotas. Pero bajo tales circunstancias, puede parecer notable que el golpe
bolchevique de octubre haya sido exitoso; de hecho, la publicidad anticipada probablemente haya más
bien ayudado a la causa de Lenin que lo contrario.
La insurrección comenzó el 24 de octubre, víspera del comienzo del segundo congreso de soviets,
cuando las fuerzas del comité militar-revolucionario de los soviets comenzaron a ocupar instalaciones gu-
bernamentales clave, tomando las oficinas del telégrafo y estaciones de ferrocarril, bloqueando los puen-
tes de la ciudad y rodeando el Palacio de Invierno, donde sesionaba el gobierno provisional. Casi no en-
contraron resistencia violenta. Durante la noche del 24-25 de octubre, Lenin salió de la clandestinidad y se
unió a sus camaradas en el instituto Smolny. Para la tarde del 25, el golpe prácticamente había triunfado,
con la salvedad de que el Palacio de Invierno, que albergaba a los integrantes del gobierno provisional, no
había sido tomado. El palacio cayó tarde por la noche. Fue un episodio menos heroico que lo que preten-
dieron los ulteriores relatos soviéticos. Aun así, el hecho de base era indiscutible: el régimen de febrero
había sido derrocado y el poder había pasado a los triunfadores de octubre.
¿Quiénes eran los triunfadores de octubre? Al instar a los bolcheviques a la insurrección ante el
congreso de los soviets, Lenin claramente había querido que ese título les correspondiera a los bolchevi-
ques. Pero el hecho es que los bolcheviques habían organizado el alzamiento por medio del comité militar-
revolucionario del soviet de Petrogrado, e, intencionalmente o no, el congreso le había dado largas al
asunto hasta las vísperas del encuentro del congreso nacional de los soviets. Cuando la novedad se di-
fundió por las provincias, la versión más difundida afirmaba que los soviets habían tomado el poder. La
cuestión no quedó totalmente aclarada en el congreso de los soviets que se inauguró en Petrogrado el 25
de octubre, donde los bolcheviques llamaron a una transferencia del poder a los soviets de obreros solda-
dos y campesinos en todo el país. En lo que hacía al poder central, indudablemente la consecuencia lógica
era que el lugar del viejo gobierno provisional sería tomado por el comité central ejecutivo permanente de
los soviets, elegido por el congreso y que incluía a representantes de distintos partidos políticos. Pero esto
no fue así. Para sorpresa de muchos delegados, se anunció que las funciones del gobierno central serían
asumidas por un nuevo consejo de comisarios del pueblo, cuyo padrón enteramente bolchevique fue leído
al congreso el 26 de octubre por un portavoz del Partido Bolchevique. La cabeza del nuevo gobierno era
Lenin y Trotsky era comisario del pueblo (ministro) de Asuntos Exteriores.
Parece claro que en septiembre y octubre Lenin quería que el poder lo tomaran los bolcheviques,
no los soviets multipartidarios. Ni si quiera pretendía usar a los soviets como fachada, sino que aparente-
mente hubiera preferido hacer un golpe abiertamente bolchevique. No hay duda de que en las provincias
el resultado inmediato de la revolución de octubre fue que los soviets tomaron el poder; y los soviets loca-
les no siempre estaban dominados por los bolcheviques. Pero este requisito difícilmente fuera compatible
con las elecciones democráticas en las que participaran otros partidos políticos.
En la política democrática, una derrota es una derrota. Pero los bolcheviques no adoptaron ese
punto de vista en las elecciones a la asamblea constituyente: no abdicaron al no triunfar (y cuando la
asamblea se reunió y demostró hostilidad, la disolvieron sin más trámite). Sin embargo, en términos de su
mandato para gobernar, argumentaron que no pretendían representar al total de la población. Habían to-
mado el poder en nombre de la clase obrera. La conclusión que se deduce de las elecciones del segundo
congreso de los soviets y la asamblea constituyente es que, en octubre y en noviembre de 1917, obtenían
más votos obreros que ningún otro partido.
3. LA GUERRA CIVIL
La toma de poder en octubre no fue el fin de la revolución bolchevique sino su comienzo. Los bol-
cheviques tomaron el poder de Petrogrado y, después de una semana de combates callejeros, de Moscú.
Pero los soviet surgidos en la mayor parte de los centros provinciales aún debían seguir el ejemplo de la
capital en lo que se refería derrocar a la burguesía.; y, si un soviet local era demasiado débil como para
adueñarse del poder, difícilmente pudiera esperar refuerzos de las capitales. En las provincias, como en el
centro, los bolcheviques debían adaptar sus actitudes a los soviets locales que habían afirmado exitosa-
mente su autoridad pero en los que predominaban los mencheviques y SR. Además, la Rusia rural había
en gran medida descartado la autoridad emanada de las ciudades. Las áreas fronterizas y no rusas del
viejo imperio exhibían diferentes grados y complejidades de desorden. Si os bolcheviques habían tomado
el poder con la intensión de gobernar en un sentido convencional, los esperaban largos y difíciles enfren-
tamientos contra las tendencias anárquicas, descentralizantes y separatistas.
Problemas:
Una futura forma de gobierno de Rusia seguía siendo una pregunta sin respuesta. Aún quedaba por ver
qué querían decir exactamente los bolcheviques con su lema “dictadura del proletariado”.
El régimen revolucionario de Rusia también debía considerar su posición en el escenario mundial. Los
bolcheviques se consideraban parte de un movimiento proletario revolucionario internacional, y esperaban
que su éxito en Rusia disparase revoluciones similares en toda Europa; originariamente, no concebían a la
nueva república soviética como un estado-nación que tendría relaciones diplomáticas convencionales con
otros estados. Cuando Trotsky fue designado comisario de Asuntos Exteriores, esperaba propalar unas
pocas proclamas revolucionarias y luego dedicarse a otra cosa; como representante soviético en las nego-
ciaciones de paz con Alemania que se desarrollaron en Brest-Litovsk intentó (sin éxito) subvertir todo el
proceso diplomático pasando por alto a los representantes oficiales alemanes y dirigiéndose directamente
al pueblo alemán y en particular a los soldados alemanes del frente oriental.
Los límites territoriales de la nueva república soviética y la política a seguir con respecto a las nacionalida-
des no rusas eran otro gran problema. Para los marxistas, la cuestión de clase siempre fue más importante
que la nacional; y a los bolcheviques les costaba mucho creer que los movimientos separatistas naciona-
les dirigidos contra un esta “capitalista” o “autocrático” fuesen comparables en modo alguno a los movi-
mientos separatistas que repudiaban la causa revolucionaria internacionalista que representaba la nueva
república soviética. El dilema de los bolcheviques era que, en la práctica, las políticas del internacionalis-
mo proletario tenían un desconcertante similitud con las prácticas del viejo imperialismo ruso.
La guerra civil estalló a mediados de 1918, pocos meses después de la conclusión formal del tratado de
paz de Brest-Litovsk entre Rusia y Alemania y de la retirada definitiva de Rusia de la guerra europea. Se
combatió en varios frentes contra una variedad de ejércitos blancos (antibolcheviques) que tenían el res-
paldo de diversas potencias extranjeras, incluidas algunas de las que fueron aliadas de Rusia en la 1GM.
Los bolcheviques la percibieron como una guerra de clases, tanto en términos domésticos como interna-
cionales: proletariado ruso contra burguesía rusa; revolución internacional contra capitalismo internacional.
Es indudable que la guerra civil tuvo un inmenso impacto sobre los bolcheviques y sobre la joven
república soviética. Polarizó la sociedad. La guerra civil devastó la economía, paralizó casi por completo la
industria y vació las ciudades. Ello tuvo implicaciones políticas además de económicas y sociales, al haber
una desintegración y dispersión del proletariado industrial. La experiencia de la guerra civil “militarizó la
cultura política revolucionaria del movimiento bolchevique”, dejando un legado que incluía la disposición a
emplear la coerción, el gobierno por medio de decretos, la administración centralizada y la justicia sumaria.
Otros factores que reforzaron las tendencias autoritarias del partido también deben ser tomados en cuenta.
En primer lugar, la dictadura de una minoría debía ser casi fatalmente autoritaria y aquellos que estuvieran
a su servicio tendrían una extrema propensión a desarrollar la tendencia al autoritarismo y la prepotencia
que Lenin criticó frecuentemente en los años que siguieron a 1917. En segundo lugar, el Partido Bolchevi-
que debió sus éxitos de 1917 al respaldo de los trabajadores, soldados y marineros de Rusia; y tales per-
sonas sentían mucha menos inclinación que los intelectuales del viejo bolchevismo a preocuparse por
aplastar la oposición o por imponer su autoridad por la fuerza más bien que mediante una considerada
persuasión. Finalmente, al considerar la relación entre la guerra civil y el gobierno autoritario, debe acor-
darse de que había una relación de reciprocidad entre los bolcheviques y el ambiente político de 1918-20.
Inmediatamente después del golpe bolchevique en octubre, los diarios del Partido Cadete propala-
ron una convocatoria a las armas para salvar a la revolución, las tropas leales del general Krasnov se en-
frentaron sin éxito contra fuerzas probolcheviques y guardias rojos en la batalla de los altos de Pulkovo
cerca de Petrogrado, y hubo intensos combates en Moscú. En los grandes ejércitos rusos de los frentes
meridionales de la guerra contra Alemania y Austria-Hungría, los bolcheviques fueron mucho menos popu-
lares que en el noroeste. Lenin consideraba imprescindible que se firmara la paz cuanto antes. Ello era
muy racional, dado el estado de las fuerzas combatientes rusas y la posibilidad de que los bolcheviques
pronto se encontrasen comprometidos en una guerra civil; además, antes de la revolución de octubre, los
bolcheviques afirmaron en repetidas oportunidades que Rusia debía retirarse de inmediato de la guerra
imperialista europea. En enero, para la época de las negociaciones de Brest, Lenin tuvo grandes inconve-
nientes para persuadir incluso al comité central bolchevique de la necesidad de firmar la paz con Alema-
nia. Los “comunistas de izquierda” del partido abogaban por una guerra de guerrillas revolucionaria contra
el invasor alemán; y los SR de izquierda, quienes en ese momento estaban aliados con los bolcheviques,
adoptaron una postura similar. Lenin finalmente forzó la aprobación de su decisión en el Consejo Comité
Central bolchevique amenazando con renunciar, pero fue una dura batalla.
La paz de Brest-Litovsk solo dio un breve respiro a la amenaza militar. Oficiales del antiguo ejército
ruso concentraban fuerzas en el sur, el territorio cosaco del Don y el Kuban, mientras que el almirante Kol-
chak establecía un gobierno antibolchevique en Siberia. Por un extraño capricho de la guerra, había hasta
tropas no rusas atravesando el territorio ruso, la legión checa, compuesta de unos 30000 hombres preten-
día alcanzar el frente occidental antes de que terminase la guerra europea, de modo de reforzar su vieja
pretensión independentista combatiendo junto a los aliados contra sus antiguos amos austríacos. Al en-
contrarse con que no podían cruzar las líneas de batalla desde el lado ruso, os checos comenzaron un
inverosímil viaje hacia el este por el ferrocarril transiberiano, con la intensión de llegar a Vladivostok y re-
gresar a Europa por mar. Los bolcheviques autorizaron el viaje, pero ello no impidió que los soviets locales
reaccionasen con hostilidad al arribo de contingente de extranjeros a las estaciones de ferrocarril que jalo-
naban el trayecto. En mayo de 1918, los checos chocaron por primera vez con un soviet dominado por los
bolcheviques en la ciudad de Chelyabinsk en los Urales. Otras unidades checas respaldaron a los SR ru-
sos en Samara cuando éstos se alzaron contra los bolcheviques y establecieron una fugaz república del
Volga. Los checos prácticamente terminaron por abrirse paso peleando para salir de Rusia y pasaron por
mucho meses hasta que todos fueron evacuados de Vladivostok y enviados de vuelta a Europa por mar.
La guerra civil en sí comenzó en el verano de 1918. En ese momento, los bolcheviques trasladaron
su capital a Moscú, pues Petrogrado se había librado del peligro de captura por parte de los alemanes sólo
para ser atacada por un ejército blanco al mando del general Iudenich. Entre las potencias aliadas, Gran
Bretaña y Francia eran muy hostiles al nuevo régimen ruso y respaldaban a los blancos, aunque su inter-
vención militar fue poca. Tanto EUU UU como Japón enviaron tropas a Siberia.
Aunque en 1919 la situación de los bolcheviques parecía desesperada, sus oponentes también en-
frentaban problemas. En primer lugar, los ejércitos blancos operaban en gran medida independientemente
unos de otros, sin dirección central ni coordinación. En segundo lugar, el control de los blancos sobre sus
bases territoriales era aún más tenue que el de los bolcheviques. Donde instalaba gobiernos regionales, la
maquinaria administrativa debía ser instalada prácticamente desde cero, con resultados insatisfactorios.
Las fuerzas blancas no solo eran hostigadas por los rojos sino por los llamados “ejércitos verdes” (banda
de campesinos y cosacos que no se comprometían con ningún bando pero que estaban mayormente en
lugares de tomados por blancos). Los ejércitos blancos, bien provistos de oficiales del antiguo ejército za-
rista, tenían dificultades para mantener sus filas dotadas de reclutas y conscriptos que obedecieran.
La fuerza de combate de los bolcheviques era el Ejército Rojo, organizado bajo el mando de
Trotsky, designado comisario de guerra desde la primavera de 1918. El núcleo del Ejército Rojo consistía
en guardias rojos de las fábricas y unidades probolcheviques del ejército y la armada. Obreros y comunis-
tas eran los primeros en ser reclutados, y durante toda la guerra civil proveyeron una alta proporción de las
tropas de combate. Pero para el fin de la guerra civil, la mayor parte lo componían campesinos.
Además de las fuerzas militares, el régimen soviético creó una fuerza de seguridad: la Comisión
Extraordinaria de todas las Rusias para la lucha contra la contrarrevolución, el sabotaje y la especulación,
conocida como Checa. Tras el estallido de la guerra civil, la Cheka se convirtió en un órgano de terror,
administrando justicia sumaria, lo que incluía ejecuciones, haciendo arrestos en masa y tomando rehenes
al azar en áreas dominadas por los blancos o que se sospechaba que simpatizaban con éstos. El terror
rojo de los bolcheviques tuvo su equivalente en el terror blanco que practicaron las fuerzas antibolchevi-
ques en las regiones que controlaban.
Cuando los bolcheviques buscaban paralelos históricos a las actividades de la Cheka, normalmente
se referían al terror revolucionario de 1974 en Francia. El paralelo con la policía secreta zarista se volvió
más apropiado después de la guerra civil, cuando la Cheka fue reemplazada por la GPU, luego OGPU,
NKVD y KGB. Tanto el Ejército Rojo como la Cheka hicieron importantes contribuciones a la victoria bol-
chevique en la guerra civil; pero también el respaldo activo y la aceptación pasiva de la sociedad también
deben ser tomados en cuenta y de hecho es probable que tales factores hayan sido cruciales. Los rojos
contaban con el respaldo de la clase obrera urbana y el Partido Bolchevique suministraba su núcleo orga-
nizativo. Los blancos contaban con el respaldo de las antiguas case media y alta, mientras que el principal
agente organizativo era un sector de la antigua oficialidad zarista. Pero indudablemente fue el campesina-
do, que constituía la gran mayoría de la población, el que definió la situación. A medida que la guerra pro-
gresaba, las dificultades de los blancos con sus conscriptos campesinos se volvieron más serias que las
de los rojos. A los campesinos no les gustaba servir en ningún ejército; sin embargo, las deserciones en
masa de campesinos en 1917 estaban estrechamente vinculadas a la toma de tierras y su redistribución
por parte de las aldeas. Para fines de 1918, este proceso se había completado en gran parte con aproba-
ción de los bolcheviques. Por su parte, los blancos no aprobaban las tomas de tierra y respaldaban la po-
sición de los antiguos terratenientes.
Comunismo de guerra
Los bolcheviques se hicieron cargo de una economía de guerra en un estado próximo al colapso y
su primer y abrumador problema fue cómo hacer para mantenerla en funcionamiento. Este fue el contexto
pragmático de las políticas económicas de la guerra civil que posteriormente fueron denominadas “comu-
nismo de guerra”. Pero también había un contexto ideológico. En última instancia, los bolcheviques pre-
tendían abolir la propiedad privada y el libre mercado y distribuir la producción de acuerdo con las necesi-
dades, y, en el corto plazo, era de esperar que escogieran las políticas que los acercasen a la consecución
de estos ideales. El equilibrio entre pragmatismo y la ideología en el comunismo de guerra ha sido motivo
de bate durante mucho tiempo. La pregunta que subyace tras el debate es ¿a qué velocidad creían los
bolcheviques que podían avanzar hacia el comunismo? La respuesta depende de si se habla de 1918 o de
1920. Los primeros pasos de los bolcheviques fueron cautelosos. Desde el estallido de la guerra civil a
mediados de 1918 la cautela inicial de los bolcheviques comenzó a desaparecer, se volvieron hacia las
políticas más radicales y, al hacerlo, trataron de extender la esfera de control centralizado del gobierno
más lejos y a más velocidad de lo que era su intención original. En 1920, mientras los bolcheviques se
dirigían a la victoria en la guerra civil y al desastre en lo económico, se impuso un ánimo de euforia y de-
sesperación.
Los bolcheviques nacionalizaron la banca y el crédito muy poco tiempo después de la revolución de
octubre. Pero no se embarcaron de inmediato en una total nacionalización de la industria: los primeros
decretos de nacionalización sólo se aplicaron a grandes establecimientos. Sin embargo, diversas circuns-
tancias extendieron el alcance de la nacionalización mucho más allá de las intenciones de corto plazo de
los bolcheviques. Los soviets locales expropiaron planas por cuenta propia, y otras plantas fueron aban-
donadas por sus propietarios y administradores; otras fueron nacionalizadas a pedido de los trabajadores
o incluso de los administradores, que requerían protección contra obreros revoltosos. En el verano de
1918, el gobierno promulgó un decreto que nacionalizaba toda la industria pesada y para el otoño de 1919
se estimaba que más del 80% de tales empresas habían sido nacionalizadas. En noviembre de 1920, el
gobierno nacionalizó aún la industria en pequeña escala, al menos sobre el papel. Hacia fin de la guerra
civil, una secuencia militar llevó a los bolcheviques a una prohibición casi absoluta del libre comercio y a
una economía virtualmente carente de dinero.
Poco después de la revolución de octubre los bolcheviques trataron de aumentar la oferta de gra-
nos ofreciéndoles a los campesinos bienes manufacturados más bien que dinero a cambio de éste. tam-
bién nacionalizaron el comercio mayorista y, tras el estallido de la guerra civil, prohibieron la venta minoris-
ta de hasta los alimentos más básicos y los productos manufacturados e intentaron transformar las coope-
rativas de consumidores en un red de distribución propiedad del estado. a medida que empeoraba la crisis
de los alimentos en las ciudades, el trueque se convirtió en la forma básica de intercambio y el dinero per-
dió su valor. Para 1920, los sueldos y salarios se pagaban prácticamente en especie y hubo hasta un in-
tento de diseñar un presupuesto basado en bienes de consumo más bien que en el dinero.
En sus tratos con los campesinos, el primer problema de los bolcheviques era la cuestión práctica
de conseguir comida. Dada la urgente necesidad de alimentar a las ciudades y al Ejército Rojo, al estado
no le quedaba mucha más opción que apoderarse de la producción de los campesinos mediante la per-
suasión, la astucia, las amenazas o la fuerza. Los bolcheviques adoptaron una política de requisición de
granos, y enviaron brigadas de obreros y de soldados para sacar el grano escondido de los graneros de
los campesinos; lo que provocó la tensión de la relaciones entre el régimen soviético y el campesinado.
Pero los blancos hacían lo mismo, como siempre lo hizo el ejército de ocupación.
Aunque en 1917-18 los bolcheviques les habían permitido a los campesinos hacer las cosas a su
manera, sus planes de largo plazo para el campo eran tan intrusivos como lo habían sido los de Stolypin.
Desaprobaban casi todos los aspectos del orden rural tradicional, desde el mir y la práctica de dividir la
tierra en franjas hasta la familia patriarcal. Pero lo que de veras le interesaba a los bolcheviques era la in-
dustria a gran escala y solo la necesidad política de ganarse a los campesinos los había llevado a avalar la
distribución de grandes fincas que ocurrió en 1917-18. En algunas de las tierras estatales que quedaban,
instalaron granjas de estado (sovjozy). Los bolcheviques también creían que las granjas colectivas (kol-
jozy) eran preferibles, en términos políticos a la agricultura campesina tradicional o de las pequeñas pro-
piedades; y algunas de estas granjas colectivas se establecieron en el período de guerra civil, habitual-
mente por parte de obreros o soldados licenciados que huían del hambre que reinaba en las ciudades. Las
granjas colectivas no dividían sus tierras en parcelas, como la aldea campesina tradicional, sino que traba-
jaba la tierra y comercializaba la producción en forma colectiva.
Una vez tomado el poder, los bolcheviques debían aprender a gobernar. Durante la guerra civil, la
mayor parte del talento organizativo de los bolcheviques se volcó al Ejército Rojo, el comisariato de ali-
mentos y la Cheka. Los organizadores competentes de los comités partidarios y soviets locales eran conti-
nuamente destinados al Ejército Rojo o enviados a otras misiones de detección de problemas. Los ex mi-
nistros de gobierno central (ahora llamados comisariados populares) eran administrados por un pequeño
grupo de bolcheviques, casi todos intelectuales, bajo quienes se desempeñaban funcionarios que en su
mayor parte habían trabajado anteriormente para los gobiernos zarista y provisional. La autoridad central
estaba confusamente dividida entre gobierno (Consejo de Comisarios del Pueblo), el Comité Ejecutivo
Central de los Soviets y el Comité Central del Partido Bolchevique y su secretaría y división para asuntos
organizativos y políticos, respectivamente llamados Orgburó y Politburó.
Los bolcheviques describían su gobierno como una “dictadura del proletariado”, concepto que, en lo
operativo, se parecía mucho a una dictadura del Partido Bolchevique. Desde el principio estuvo claro que
éste dejaba poco lugar a otros partidos políticos. También describían su gobierno como “poder de los so-
viets”. Pero esta nunca fue una descripción muy precisa, en primer lugar porque la revolución de octubre
fue ante todo el golpe de un partido, no de os soviets; y en segundo lugar porque el nuevo gobierno central
no tenía nada que ver con los soviets. El nuevo gobierno asumió el control de diversas burocracias minis-
teriales del gobierno provisional, que a su vez había heredado el consejo de ministros del zar. Pero los
soviets si desempeñaban un papel a nivel local, donde la vieja maquinaria administrativa se había desinte-
grado por completo.
Al comienzo, el gobierno central (el Consejo de Comisarios del Pueblo) parecía ser el eje del nuevo
sistema político. Pero para fines de la guerra civil ya había indicios de que el comité central del Partido
Bolchevique y el politburó tendían a usurpar los poderes del gobierno, mientras que a nivel local, los comi-
tés del partido predominaban sobre los soviets. Es cierto que para tratarse de un revolucionario creador de
un partido revolucionario, Lenin exhibía una tendencia extrañamente conservadora en lo que hace a las
instituciones. Quería un gobierno de verdad, no una suerte de directorio improvisado, del mismo modo en
que quería un verdadero ejército, verdaderas leyes y tal vez, en última instancia, un verdadero imperio
ruso. Sin embargo debe reconocerse que, en los hechos, los integrantes de su gobierno eran, en efecto,
escogidos por el comité central bolchevique y su politburó. Lenin encabezaba el gobierno pero también era
la cabeza de facto del comité central y el politburó, y eran estos órganos partidarios más bien que el go-
bierno los que se ocupaban de las cuestiones centrales militares y de política exterior durante la guerra
civil. La naturaleza del sistema político que emergió después de que los bolcheviques tomaran el poder
debe explicarse no solo en términos de eficiencia institucional sino en los que hacen a la naturaleza del
Partido Bolchevique. Era un partido con tendencias autoritarias, y que siempre había tenido un líder fuerte.
Otra característica clave del Partido Bolchevique era su pertenencia a la clase obrera. El pensa-
miento político de los bolcheviques se centraba en los temas de clase: creían que la sociedad se dividía en
clases antagónicas, que la lucha política reflejaba la lucha social y que los integrantes del proletariado ur-
bano y de otras clases hasta entonces explotadas, eran aliados naturales de la revolución. Según esa in-
terpretación, los bolcheviques consideraban enemigos naturales a los integrantes de las antiguas clases
explotadoras y privilegiadas. Mientras que la cercanía de los bolcheviques al proletariado hacía parte de su
identidad emocional, su odio y su suspicacia hacia los “enemigos de clase”, ex nobles, integrantes de la
burguesía capitalista, Kulaks (campesinos prósperos) y otros eran aún más hondo y tal vez, en última ins-
tancia, más significativo.
Los bolcheviques creían que para consolidar la victoria proletaria en Rusia era necesario no solo
eliminar las viejas formas de explotación de clase, sino invertirlas. Una forma de hacerlo era aplicando los
principios de la “justicia de clase”. No se trata de principios igualitarios; en el período de la revolución y
transición al socialismo, los bolcheviques nunca pretendieron ser igualitarios. Desde el punto de vista bol-
chevique, era imposible considerar que todos los ciudadanos eran iguales, dado que algunos de ellos eran
enemigos de clase del régimen. De modo que la constitución de la república rusa de 1918, concedía el
derecho a voto a todos los “trabajadores”, pero se lo negaba a todos los integrantes de las clases explota-
doras y otros enemigos identificables del estado soviético.
El poder político había cambiado de manos y se debían encontrar nuevos jefes que tomaran el lu-
gar de los que había hasta el momento. En general, el consenso predominante del partido estipulaba que
los únicos a quienes el nuevo régimen podía confiar el poder eran los proletarios que habían sido víctimas
de la explotación del nuevo régimen. Para el fin de la guerra civil, decenas de miles de trabajadores, sol-
dados y marineros se habían vuelto “cuadros”, es decir, personas a cargo de tareas de responsabilidad,
generalmente administrativas. Estaban en el mando de Ejército Rojo, en la Cheka, la administración de
alimentos y en la burocracia del partido y los soviets.
La experiencia les había enseñado a los bolcheviques qué era aquello que llamaban “dictadura del
proletariado”. No era una dictadura colectiva de clase ejercida por obreros que conservaban sus viejos
trabajos fabriles. Era una dictadura administrada por “cuadros” de plena dedicación o por jefes, en la cual
la mayor cantidad posible de jefes eran ex obreros.
La victoria de los bolcheviques en la guerra civil los enfrentó a los problemas internos del caos ad-
ministrativo y la devastación económica del país. Las ciudades estaban hambreadas y medio vacías. La
producción del carbón había caído en forma catastrófica, los ferrocarriles se derrumbaban y la industria
estaba casi paralizada. Los campesinos expresaban un revoltoso resentimiento ante las requisiciones de
alimentos. Había caído la siembra y dos años consecutivos de sequía había llevado a la región del Volga,
entre otras, al borde de la hambruna. Las muertes producidas por el hambre y las epidemias de 1921-2
sobrepasaron a la totalidad de las bajas producidas por la Primera Guerra Mundial y la guerra civil. Ade-
más, la emigración de unos dos millones de personas durante los años de guerra y revolución había priva-
do a Rusia de buena parte de su elite educada. Había cinco millones de hombres en el Ejército Rojo, y el
fin de la guerra civil significó que muchos de ellos fueran dados de baja.
El destino del núcleo del proletariado de obreros industriales era igualmente alarmante. El cierre de
industrias, la conscripción en las fuerzas armadas, el ascenso a tareas administrativas y, ante todo, el
abandono de las ciudades producido por el hambre había reducido el número de trabajadores industriales.
Originariamente, los bolcheviques contaban con que el proletariado europeo apoyara la revolución rusa.
Pero la ola revolucionaria europea de posguerra se aplacó, dejando a los bolcheviques sin pares europeos
a los que pudieron considerar aliados permanentes. Lenin llegó a la conclusión de que la falta de apoyo
externo hacía imprescindible que los bolcheviques obtuvieran el apoyo del campesinado ruso. Pero las
requisas y el derrumbe del mercado producidos por el comunismo de guerra había alejado a los campesi-
nos quienes, en algunas zonas, estaban en vierta insurrección.
El peor golpe para el nuevo régimen llegó cuando, tras un brote de huelgas obreras en Petrogrado,
los marineros de la cercana base naval de Kronstadt se rebelaron. La revuelta de Kronstadt pareció una
separación simbólica entre la clase obrera y el partido bolchevique. Fue una tragedia, tanto para quienes
opinaron que los trabajadores habían sido traicionados como para quienes opinaban que los trabajadores
habían traicionado al partido. Por primera vez el régimen soviético había apuntado sus armas sobre el pro-
letariado revolucionario.
Las revueltas de Kronstadt y de Tambov, alimentadas por recamos económicos y políticos, hicieron
patente la necesidad de una nueva política económica para reemplazar al comunismo de guerra. El primer
paso, tomado en la primavera de 1921, fue finalizar las requisas de productos a los campesinos,, sustitu-
yéndolas por un impuesto en especie. Lo que ello significaba en la práctica era que el estado solo tomaba
un monto fijo en vez de apoderarse de todo aquello que pudiera echarle mano. El paso lógico siguiente era
permitir una resurrección del comercio privado legal y un intento de aplastar el floreciente mercado negro.
Estos pasos fueron el comienzo de la nueva política económica, generalmente conocida por el
acrónimo NEP. Se trató de una respuesta improvisada a circunstancias económicas desesperadas, inicia-
das con escasa discusión y debate en el partido y su dirigencia. El impacto económico sobre la economía
fue rápido y espectacular. Siguieron nuevos cambios económicos: en la industria, el programa de naciona-
lización total fue abandonado y se permitió que el sector privado volviese a constituirse, aunque el estado
mantuvo el control de los elementos clave de la economía, incluyendo la industria pesada y la banca. Se
invitó a inversionistas extranjeros a tomar concesiones en empresas industriales y mineras y proyectos de
desarrollo. El Comisariato de finanzas y el Banco del estado comenzaron a seguir los consejos de los vie-
jos expertos de las finanzas “burgueses”, y a presionar para obtener la estabilización de la moneda y limi-
tar el gasto público y del gobierno. El presupuesto de gobierno central fue severamente recortado, y se
hicieron esfuerzos por aumentar los ingresos fiscales originados en la recaudación impositiva. Servicios
como la escuela y la atención médica, gratuitos hasta ese momento, ahora debían ser pagados por los
usuarios individuales; el acceso a pensiones por jubilación, enfermedad o desempleo fue restringido dán-
doles una base constitutiva. Desde el punto de vista comunista, la NEP fue un retroceso, y una admisión
parcial de fracaso.
La disciplina de la retirada
La retirada estratégica que representó la NEP fue, decía Lenin, forzada por las condiciones econó-
micas desesperadas y por la necesidad de consolidar las victorias alcanzadas por la revolución. Su propó-
sito era restaurar la destrozada economía y calmar los temores de la población no proletaria. La NEP im-
plicaba concesiones al campesinado, la inteliguentsia y la pequeña burguesía urbana; relajar los controles
sobre la vida económica, social y cultural; la sustitución de la coerción por la conciliación en el trato de los
comunistas con el conjunto de la sociedad. Pero Lenin dejó en claro que este relajamiento no debía exten-
derse a la esfera política.
La introducción de la NEP fue acompañada del arresto de un par de miles de mencheviques, inclu-
yendo a todos los integrantes del comité central menchevique. En 1922, un grupo de SR de derecha fue
sometido a juicio público por crímenes contra el estado. En 1922 y 1923, algunos cientos de prominentes
cadetes y mencheviques fueron deportados por la fuerza de la república soviética. A partir de ese momen-
to, todos los partidos que no fueran el gobernante partido comunista (como ahora se llamaba habitualmen-
te al Partido Bolchevique) fueron efectivamente proscriptos.
En Shuia, donde la campaña para apoderarse de los bienes de la iglesia para aliviar la hambruna
había provocado violentas manifestaciones, Lenin aconsejó que “la mayor cantidad posible” de eclesiásti-
cos y burgueses locales fuese arrestada y llevada a juicio, el cual debía finalizar con el fusilamiento de una
cantidad muy importante de los demás influyentes y peligrosos integrantes.
En forma simultánea, la cuestión de la disciplina dentro del partido comunista estaba siendo re-
examinada. Antes de 1917, el debate partidario significaba, a todos los fines prácticos, el debate interno de
la comunidad de intelectuales bolcheviques emigrados. Debido a la posición dominante de Lenin, los emi-
grados bolcheviques eran un grupo más unificado y homogéneo que sus pares mencheviques y SR, quie-
nes tendían a aglutinarse en pequeños grupos, cada uno de los cuales tenían sus propios dirigentes e
identidades políticas. Lenin se opuso con fuerza al desarrollo de cualquier situación como ésa en el bol-
chevismo. La situación cambió en forma radical tras la revolución de febrero, con la fusión de los contin-
gentes bolcheviques emigrados y clandestinos en una dirigencia del partido más amplia y diversificada y el
enorme aumento en el número total de afiliado en 1917, los bolcheviques se preocuparon más por aprove-
char la ola de revolución popular que por la disciplina partidaria. Las facciones minoritarias habitualmente
no abandonaban el partido, como lo habrían hecho después de 1917. Ahora su partido estaba en el poder
en un estado virtualmente unipartidario, de modo que abandonar el partido significaba abandonar por
completo la vida política. Sin embargo, a pesar de esos cambios, las viejas premisas teóricas de Lenin
sobre la disciplina y la orientación partidaria aún hacían parte de la ideología bolchevique hacia el fin de la
guerra civil, como quedó claro por la forma en que los bolcheviques manejaron la nueva organización in-
ternacional comunista con base en Moscú, la Internacional Comunista.
Desde 1917, dentro de la dirigencia del Partido Bolchevique se desarrollaban facciones divididas
por temas políticos específicos que tendían a seguir existiendo aún después de perder la votación final.
Para 1920, las facciones que participaban en el debate corriente sobre el papel de los sindicatos había
devenido en grupos bien organizados que no solo ofrecían plataformas políticas que competían entre sí,
sino que buscaron el respaldo en los comités partidarios locales durante las discusiones y la elección de
delegados que precedió al décimo congreso del partido. En otras palabras, el Partido Bolchevique exhibía
una versión propia de la política “parlamentaria” en la que las facciones desempeñaban el papel de los
partidos políticos en un sistema multipartidario. Pero los bolcheviques no eran liberales-demócratas; y
existía una considerable inquietud en las filas bolcheviques con respecto a la posibilidad de que el partido
se fragmentase, perdiendo así su legendaria unidad poderosa y su sentido de la orientación. Lenin cierta-
mente no aprobaba este nuevo estilo de política partidaria. Unas de las facciones en el debate por los sin-
dicatos será conducida por Trotsky. Otra fracción, la “oposición de los trabajadores”, conducida por Ale-
xander Shlyapnikov, que pretendía tener una relación con los afiliados obreros del partido.
Por lo tanto, Lenin se dispuso a destruir las facciones y el faccionalismo dentro del Partido Bolche-
vique. Para hacerlo, empleó tácticas que no sólo eran facciosas, sino directamente conspirativas. Lenin
derrotó a la facción de Trotsky y a la oposición de los trabajadores en el décimo congreso, asegurándose
una mayoría leninista en el nuevo comité central y reemplazando dos integrantes trotskistas de la secreta-
ría del comité central por un leninista., Molotov. El grupo de Lenin presentó, y el décimo congreso aprobó,
una resolución, “de la unidad partidaria”, que ordenaba que las facciones existentes se disolvieran y prohi-
bía toda actividad facciosa en el interior del partido. La resolución de la unidad partidaria contenía una
cláusula que permitía al partido expulsar a los facciosos recalcitrantes y al coité central expulsar a cual-
quiera de sus integrantes electos que fuese considerado culpable de faccionalismo. En el otoño de 1921
se condujo una purga total del partido a instancias de Lenin. El principal objetivo declarado de las purgas
era deshacerse de los “carreristas” y “enemigos de clase”; no estaba dirigida formalmente a los partidarios
de las facciones derrotadas.
El problema de la burocracia
Como revolucionarios que eran, todos los bolcheviques estaban en contra de la “burocracia”. Al
discutir las funciones administrativas, su lenguaje se llenaba de eufemismos: los funcionarios comunistas
eran “cuadros” y las burocracias comunistas eran “cuadros” y “órganos del poder soviético”. La palabra
“burocracia” siempre era peyorativa. Pero esto no debe oscurecer el hecho de que los bolcheviques ha-
bían establecido una dictadura que tenía el propósito de gobernar a la sociedad pero también el de trans-
formarla. No podían lograr esos objetivos sin una maquinaria burocrática, ya que rechazaban de plano la
idea de que la sociedad fuese capaz de autogobernarse o de transformarse en forma espontánea. Aunque
Lenin percibía el peligro de que los valores comunistas quedaran refundidos en la antigua burocracia, opi-
naba que los comunistas no tenían más remedio que trabajar con ésta. Necesitaban os conocimientos téc-
nicos de la antigua burocracia.
Para la mayor parte de los comunistas era evidente que si debía hacerse algo importante, había
que hacerlo por medio del partido. Por supuesto que el aparato central del partido no podía competir con la
vasta burocracia gubernamental en la administración cotidiana; era demasiado pequeño para eso. Pero a
nivel local, donde los comités del partido y los soviets construían desde cero, la situación era distinta. E
comité del partido comenzó a surgir como autoridad local dominante pasada la guerra civil, cuando los
soviets comenzaron a decaer a un papel secundario no muy antiguo del de los distintos zemstvos. Las
políticas transmitidas a través de la cadena de mando del partido (el politburó, el Orgburó o el comité cen-
tral a los comités partidarios locales) tenían mucha más oportunidad de ser ejecutadas que la masa de
decretos e instrucciones que el gobierno central les transmitía a los caóticos y pocos cooperativos soviets.
El gobierno no tenía poderes para contratar ni despedir a los integrantes de los soviets, y tampoco tenía un
control presupuestario muy efectivo. Por otro lado, los comités partidarios estaban controlados por comu-
nistas que estaban obligados por la disciplina partidaria a obedecer a las instrucciones de los órganos par-
tidarios superiores. Los secretarios de partidos que encabezaban estos comités, aunque formalmente eran
elegidos por sus organizaciones partidarias locales, en las prácticas podían ser desplazados y reemplaza-
dos por la secretaría del comité central del partido.
Pero había un problema. El aparato de partido era, a todos los fines y propósitos, una burocracia; y
la burocracia era algo que a los comunistas les desagradaba por principio. Sin embargo, en términos gene-
rales, la mayor parte de los comunistas simplemente no consideraban el aparato del partido una burocra-
cia en sentido peyorativo. Cuando los comunistas decían que no querían una burocracia, lo que querían
decir era que no querían una maquinaria administrativa que no pudiera o no quisiera responder a órdenes
revolucionarias. Pero, según ese criterio, querían, y mucho, contar con una estructura administrativa que sí
respondiera a órdenes revolucionarias.
La mayor parte de los comunistas también creían que los órganos de la “dictadura proletaria” de-
bían ser proletarios, con lo que querían decir que debían ser los ex obreros quienes ocuparan los puestos
administrativos de responsabilidad. En 1921, la clase obrera industrial estaba en ruinas, y la relación del
régimen con la misma estaba en estado de crisis. Pero para 1924, la reactivación económica había allana-
do algunas de las dificultades, y la clase obrera comenzaba a recuperarse y crecer. Para 1927 y tras tres
años de intenso reclutamiento entre la clase obrera, el partido comunista tenía un total de más de un millón
de afiliados plenos y aspirantes. El aparato del partido era más popular entre los ascendentes comunistas
de clase obrera que la burocracia del gobierno, en parte porque los trabajadores se sentían más cómodos
en un ambiente partidario y en parte porque las deficiencias educativas eran un problema menor para un
secretario de partido a nivel local que para, digamos, un jefe de departamento en el comisariato de finan-
zas del gobierno.
Mientras Lenin vivió, los bolcheviques lo reconocieron como líder de partido. Sin embargo, formal-
mente el partido no tenía un jefe, y la idea de que necesariamente necesitaban uno repugnaba a los bol-
cheviques.
Lenin murió en 1924. Pero su salud había estado gravemente deteriorada desde mediados de
1921, y a partir de entonces su participación activa en la vida política sólo fue intermitente. Sus responsa-
bilidades como jefe de gobierno fueron tomadas por tres suplentes, de los cuales el más importante era
Alexei Rykov, quien sucedió a Lenin como jefe del consejo de comisarios del pueblo. Pero estaba claro
que la principal sede de poder no estaba en el gobierno sino en el politburó del partido, que tenía siete
miembros plenos, entre los que se contaba Lenin. Los otros integrantes del politburó eran Trotsky (comisa-
rio de guerra), Stalin (secretario general del partido), Zinoviev (jefe de la organización partidaria de Lenin-
grado y también cabeza de la Internacional Comunista), Kamenev (jefe de la organización partidaria de
Moscú), Rykov (primer presidente suplente del consejo de comisarios del pueblo) y Mijaíl Tomsky (jefe del
consejo central de sindicatos).
Se trató esencialmente de una victoria del aparato partidario; es decir, de una victoria para el secre-
tario general, Stalin, quien estaba en condiciones de manipular lo que un estudioso ha llamado “un flujo
circular del poder”. El secretariado designaba a los secretarios que encabezaban organizaciones partida-
rios locales y también podía despedirlos si demostraban inclinaciones facciosas indeseables. Las organi-
zaciones partidarias locales elegían delegados a las conferencias y congresos nacionales del partido, y se
hizo cada vez más frecuente que los secretarios fuesen elegidos habitualmente como cabezas de la lista
local de delegados. A su vez, los congresos nacionales del partido elegían a los integrantes del comité
central del partido, el politburó y el Orgburó, y las secretarías.
Una vez que ganó la crucial batalla de 1923-24, Stalin pasó a conformar su ventaja en forma siste-
mática. En 1925, rompió con Zinoviev y Kamenev, forzándolos a una posición defensiva que hizo que ellos
parecieran agresores. Posteriormente, Zinoviev y Kamenev se unieron a Trotsky en una oposición conjun-
ta, que Stalin venció fácilmente. En 1927 los líderes de la oposición y muchos de quienes los respaldaban
fueron finalmente expulsados del partido por violar la regla que prohibía las facciones. A continuación,
Trotsky y muchos otros opositores fueron enviados a un exilio administrativo en las provincias distantes.
En cierto sentido, el tema de fondo en un conflicto entre la maquinaria partidaria y quienes la desa-
fían es la maquinaria misma. De modo que fueran cuales fuesen sus desacuerdos con la facción dominan-
te, todas las oposiciones de la década de 1920 terminaban formulando la misma queja: el partido se había
“burocratizado” y Stalin había matado la tradición de democracia interna partidaria. Este punto de vista
“oposicionista” se le había atribuido a Lenin en sus últimos años.
Sean cuales fueren los elementos de continuidad entre Lenin y Stalin en la década de 1920, la
muerte de Lenin y la lucha por su sucesión constituyeron un punto de inflexión político. En su lucha por el
poder, Stalin empleó métodos leninistas contra sus oponentes, pero lo hizo con un esmero y una implaca-
bilidad que Lenin nunca alcanzó. Una vez llegado al poder, Stalin comenzó a hacerse cargo del papel
desempeñado originariamente por Lenin: el de primero entre sus pares del politburó.
Desde el poder, los bolcheviques resumieron sus objetivos como “la construcción del socialismo”.
Por más vago que fuese su concepto, tenían una clara idea de que las claves para la construcción del so-
cialismo eran el desarrollo económico y la modernización. Como prerrequisitos al socialismo, Rusia necesi-
taba más fábricas, ferrocarriles, maquinarias y tecnología. Necesitaba urbanización, que la población se
desplazara del campo a las ciudades y una clase obrera más vasta y permanente. Necesitaba una alfabe-
tización popular más amplia, más escuelas, más obreros calificados y más ingenieros. Construir el socia-
lismo significaba transformar a Rusia en una sociedad industrial moderna.
La introducción de la NEP en 1921 fue una admisión de que los bolcheviques tal vez pudieran ha-
cer el trabajo de los grandes capitalistas pero que, por el momento, no podían seguir adelante sin los pe-
queños. Pero la actitud de los bolcheviques hacia el sector privado durante la NEP siempre fue ambivalen-
te. La necesitaban para restaurar la economía, destrozada después de la guerra civil, y daban por sentado
que probablemente la necesitarían para sus etapas tempranas del desarrollo económico ulterior. Sin em-
bargo, una resurrección parcial del capitalismo repugnaba y asustaba a la mayor parte de los bolcheviques
La relación de los bolcheviques con los campesinos durante la NEP fue aún más contradictoria. La
agricultura colectiva y en gran escala era su objetivo de largo plazo, pero las opiniones predominantes a
mediados de la década de 1920 afirmaban que ésta era una perspectiva realizable solo en un futuro le-
jano. En el ínterin, se debía conciliar con el campesinado, permitiéndole seguir su propia senda de peque-
ño burgués; e iba en interés del estado aumentar a los campesinos a mejorar sus métodos agrícolas y
aumentar su producción. Ello implicaba que el régimen toleraba y hasta aprobaba a los campesinos que
trabajaban duro y eran exitosos en sus explotaciones individuales. Sin embargo, en la práctica, los bolche-
viques eran suspicaces hacia los campesinos que prosperaban más que sus vecinos.
Pero era a ciudad, no la aldea, lo que los bolcheviques percibían como cave del desarrollo econó-
mico. Cuando hablaban de construir el socialismo, el principal proceso que tenían en mente era la indus-
trialización, que en última instancia transformaría no solo la economía urbana sino también la rural. En
1924-25, una recuperación inesperablemente veloz de la industria y la economía general provocó una
oleada de optimismo entre los líderes bolcheviques, así como una reevaluación de las posibilidades de un
desarrollo industrial importante en el futuro cercano.
Sin embargo, el financiamiento del camino a la industrialización era un tema serio, que no sería re-
suelto por la retórica. El régimen soviético también debía acumular capital para industrializarse. La antigua
burguesía rusa ya había sido expropiada, y la nueva burguesía de los “hombres de la NEP” y los kulaks no
había tenido tiempo de acumular demasiado.
Ya había algunos indicios de que la actitud de Stalin hacia el campesinado era menos conciliadora
que la de Bujarin: había adoptado una línea más dura frente a la amenaza representada por los kulaks y,
en 1925, se había disociado en forma explícita de la alegre exhortación de Bujarin al campesinado a “enri-
quecerse”, con la bendición del régimen. Además, Stalin se había comprometido muy firmemente con el
programa industrializador; y la conclusión que se extrajo del debate Preobrayensky-Bujarin era que Rusia
debía posponer su industrialización o arriesgarse a un importante enfrentamiento con el campesinado.
Pero en 1927, la recuperación económica que trajo la NEP, que llevó la producción industrial y el tamaño
del proletariado industrial casi a los niveles de preguerra, había cambiado el equilibrio de poder entre ciu-
dad y campo a favor de la ciudad. Stalin tenía intensión de industrializar, y si ello significaba un enfrenta-
miento político con el campo, Stalin consideraba que ganaría la “ciudad”, es decir, el proletariado urbano y
el régimen soviético.
Al presentar la NEP en 1921, Lenin la describió como una retirada estratégica, un período para que
los bolcheviques reagruparan sus tropas y recuperaran fuerzas antes de renovar el asalto revolucionario.
Menos de una década más tarde, Stalin abandonó la mayor parte de las políticas de la NEP, e inició una
nueva fase de transformación revolucionaria con el primer plan quinquenal de industrialización y la colecti-
vización de la agricultura campesina.
Los historiadores están divididos con respecto al legado político de Lenin. Algunos aceptan que,
para bien o para mal, Stalin fue su verdadero heredero, mientras que otros lo ven esencialmente como el
que traicionó la revolución de Lenin. Esta última visión fue la que adoptó Trotsky, quien se veía como el
heredero rival, pero así y todo no tenía, en principio, desacuerdos con el abandono de Stalin de la NEP y
con el impulso de éste hacia la transformación económica y social mediante el primer plan quinquenal. En
la década de 1970 y posteriormente, los estudiosos que veían una divergencia fundamental entre el leni-
nismo (o “bolchevismo original”) y el estalinismo se sintieron atraídos por Stalin por la “alternativa Bujarin”.
En efecto, la alternativa Bujarin consistía en prolongar en lo inmediato la NEP, lo que entrañaba la posibili-
dad de que, una vez alcanzado el poder, los bolcheviques hubieran podido alcanzar sus metas revolucio-
narias económicas y sociales mediante métodos evolutivos.
En 1926-7, el enfrentamiento entre la dirigencia del partido y la oposición alcanzó nuevas cotas de
encono. Ambos bandos se acusaban de conspiración y traición a la revolución. También había indicios de
que el descontento no se limitaba a la elite del partido. Muchos comunistas y simpatizantes de las bases,
especialmente los jóvenes, comenzaban a desilusionarse, y se inclinaban a creer que la revolución no ha-
bía sido más que una etapa pasajera. Los obreros (incluidos los obreros comunistas) sentían resentimiento
hacia los privilegios de los “expertos burgueses” y los funcionarios soviéticos, las ganancias de los astutos
hombres de la NEP, el elevado desempleo y la perpetuación de la desigualdad de oportunidades y están-
dares de vida. Los agitadores y propaganditas del partido debían responder frecuentemente a la airada
pregunta ¿Entonces, por qué peleamos? El ánimo reinante en el partido no era de satisfacción porque fi-
nalmente la joven república soviética hubiera ingresado a un remanso de paz. Era un ánimo de desconten-
to, insatisfacción y beligerancia apenas contenida y, particularmente en la juventud del partido, de nostal-
gia por los viejos días heroicos de la guerra civil, y que aún se percibía como “la clase obrera en armas” la
paz tal vez había llegado demasiado pronto.