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El Absolutismo

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EL ABSOLUTISMO

Doctrina política en la que una persona detenta todo el poder sin tener límite alguno. En general, este sistema se asocia con la
construcción, en Europa, del estado moderno que permitió el establecimiento de las monarquías absolutistas entre los siglos XVI, XVII,
XVIII y comienzos del XIX. Hoy en día, este término suele identificarse con gobiernos dictatoriales.

Orígenes

El absolutismo parte de la teoría de que el poder del rey tiene un origen divino, convirtiéndose en el representante de Dios en su reino,
por lo que no puede ser mediatizado por ningún otro poder, incluido la Iglesia. Gracias a este derecho divino, el soberano únicamente
era responsable ante Dios y no estaba sujeto a leyes, promovidas por ejemplo por el parlamento, ni debía dar cuentas ante su pueblo.

Esta concepción absolutista se remonta ya al derecho romano. Posteriormente, en el medievo, juristas como Cino de Pistoia y Bartolus
de Sassoferrato contribuyeron a desarrollar la idea de un soberano situado por encima de las leyes y dueño de sus súbditos. Mayor
influencia tuvo el movimiento humanista, en el seno del Renacimiento, pues en él se instituía la necesidad de una voluntad soberana
que salvaguardara la paz y la seguridad del pueblo, a través de un “contrato” donde el súbdito delegaba en la figura del rey. En este
sentido, una de las obras más influyentes de la época fue la del italiano Maquiavelo, quien en su obra El Príncipe establecía estos
preceptos. Pero, sin duda, fueron tres grandes teóricos quienes fundamentaron la doctrina del estado moderno:

a) En primer lugar, cronológicamente, se encuentra el francés Jean Bodin (1529-1596), un destacado intelectual que abarcó los campos
de la filosofía, la economía, el derecho y la ciencia política. En su principal obra, Los seis libros de la República, expresó sus ideas sobre
el estado y el concepto de soberanía, estableciendo que ésta debía descansar sobre el monarca.

b) En segundo lugar, se halla el inglés Thomas Hobbes (1588-1679), autor de Leviathan. En esta obra aseguraba que el estado natural
del hombre es el de un ser egoísta en permanente lucha contra otros. Para que el hombre pudiera subsistir y hallase la paz, según
Hobbes, era necesario que se estableciera un contrato social por el que las personas cedían sus derechos al estado (o poder), que tenía
la potestad absoluta sobre los súbditos. Por último, para el pensador inglés ese estado estaba representado por una sola persona: el
rey.

c) El tercer autor es el también francés Jacques-Bénigne Bossuet (1627-1704), intelectual y predicador de la corte de Luis XIV,
considerado el máximo defensor de la doctrina absolutista. Su lema “Un rey, una fe y una ley” subrayaba el origen divino del soberano,
quien al ser el representante de Dios no tenía que dar cuentas ni a la Iglesia ni a sus súbditos.

Expansión del absolutismo

Las monarquías absolutistas se fueron imponiendo en casi todos los países europeos a partir del siglo XVI en el contexto histórico de
formación de los estados nacionales. El modelo de dinastía absoluta fue la de los Borbones, de origen francés, con Luis XIII (1610-1643)
y, especialmente, Luis XIV (1643-1715), famoso por su expresión “El estado soy yo”. Los Borbones también se instalaron en España,
siendo el primer representante absolutista Felipe V (1701-1746). En general, estos monarcas llevaron a cabo un acelerado proceso de
unificación territorial, acabando con minorías políticas y religiosas. Asimismo, el poder del soberano se materializó en los siguientes
aspectos:

- Gobierno personal sin intermediarios (validos o primeros ministros) apoyado en una serie de consejeros que opinaban, aunque la
última decisión corría a cargo del rey.

- Puesta en marcha de una administración centralizada y extensión de la uniformidad territorial. Para ello, el monarca eliminó
disposiciones locales, parlamentos regionales, y estableció leyes e impuestos generales para todos los territorios. Para que se
cumplieran las nuevas disposiciones, se nombraron funcionarios que únicamente acataban las órdenes del rey.

- Control estricto sobre el poder de la Iglesia y la nobleza. En este sentido, una de las medidas más conocidas y polémicas fue la decisión
de los Borbones de expulsar a los jesuitas de sus dominios, tanto en Francia (1764) como en España (1767). En otros casos, el intento
del monarca por dirigir la Iglesia dio paso a una nueva religión, como ocurrió con el rey Enrique VIII (1509-1547) convertido en jefe de
la Iglesia de Inglaterra, conocida como “anglicanismo”.

- Establecimiento de una corte, caracterizada por el esplendor y el gasto, sede de la administración del reino. Además, en ella vivían
artistas (escultores, pintores, escritores) que exaltaban la grandeza del monarca. El ejemplo por antonomasia fue el palacio de Versalles,
residencia de Luis XIV.

- Creación de un poderoso ejército que protegiese al país frente a posibles invasiones extranjeras y, al mismo tiempo, sofocara
levantamientos o revueltas internas.

- Expansión de las embajadas en los principales países del continente europeo, así como profesionalización de los diplomáticos,
dispuestos a mostrar la magnificencia de sus respectivos soberanos.

El Despotismo ilustrado

Una variante del absolutismo se llamó Despotismo ilustrado, muy extendido en el siglo XVIII y surgido bajo el amparo del movimiento
de la Ilustración. Su lema “Todo para el pueblo pero sin el pueblo” explica claramente las líneas de esta corriente, que llevó a cabo
numerosas reformas, pero partiendo siempre desde arriba, es decir, del propio monarca, que siguió manteniendo su carácter divino.
El despotismo intentó corregir algunos abusos de etapas anteriores que habían dado lugar a graves problemas económicos y a
numerosas protestas sociales, sobre todo de las clases más desfavorecidas. Para evitar nuevos levantamientos, los reyes, llamados
déspotas ilustrados, llevaron a cabo una serie de iniciativas:

- Potenciación y modernización del sistema educativo por medio de la creación de más escuelas, especialmente en la primaria y en los
estudios superiores, así como la asignación de mayores recursos.

- Impulso del comercio con la apertura de nuevos puertos, la construcción de infraestructuras, la mejora de las existentes y la puesta
en marcha de mayores y mejores medios de transporte.

- Aumento de la centralización del estado con la consiguiente disminución de los poderes provinciales.

- Incentivos a la industria nacional mediante ayudas públicas y creación de monopolios estatales.

- Profesionalización e instrucción permanente del ejército por medio de la fundación de academias y escuelas militares.

- Apoyo al desarrollo científico en diferentes campos, sobre todo los relacionados con la economía, la medicina, la astronomía y las
nuevas tecnologías.

A pesar de todas estas iniciativas, la división social se mantuvo y los privilegios de que gozaban la aristocracia y el clero no se tocaron,
lo que iba a generar futuros problemas como el caso de la Revolución Francesa. Ejemplos de déspotas ilustrados fueron los reyes Luis
XIV de Francia, Carlos III de España, José II de Austria, Catalina II de Rusia y Federico II de Prusia, entre otros muchos. Este último
monarca enunció los principios del despotismo con la obra Exposición de las obligaciones del soberano para con los súbditos.

Críticas al absolutismo

Ya en el siglo XVII comenzaron las primeras acusaciones contra la doctrina absolutista. El pensador inglés John Locke (1632-1704) y las
dos revoluciones ocurridas en su país, 1649 y 1688, que acabaron con dos reyes, iniciaron el camino para la instauración de un nuevo
modelo político basado en el liberalismo y el parlamentarismo. En el siglo XVIII, se acrecentaron los ataques contra el absolutismo,
diatribas especialmente provenientes de los enciclopedistas, como Diderot, e ilustrados como, por ejemplo, los franceses Rousseau,
Montesquieu y Voltaire, y los alemanes Fichte y Herder. Todos estos teóricos apoyaron la creación de un nuevo régimen basado,
principalmente, en la libertad y la igualdad de derechos. También en el ámbito de la economía surgieron voces discrepantes, como las
de Adam Smith y David Ricardo, que propugnaban cambios en el sistema. Finalmente, la propia burguesía propugnaba un nuevo modelo
de sociedad en el que pudiera alcanzar el poder político.

Un paso más hacia el ocaso del absolutismo lo dio la Revolución estadounidense con su triunfo en 1783, mientras que el golpe de gracia
lo asestó la Revolución Francesa en 1789. Sin embargo, tras la caída del imperio napoleónico en 1814, algunas de las potencias
vencedoras, como Prusia, Austria y Rusia, quisieron volver a la época anterior a la Revolución Francesa y promovieron lo que se llamó
Restauración. Pero estos intentos fracasaron ante el empuje del liberalismo y las revoluciones burguesas de 1820, 1830 y 1848, que
instalaron, en la mayoría de los casos, monarquías constitucionales. A principios del siglo XX, tan sólo Rusia seguía manteniendo un
sistema absolutista que terminó trágicamente con la Revolución de 1917.

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