La Vida Que Vence - Watchman Nee
La Vida Que Vence - Watchman Nee
La Vida Que Vence - Watchman Nee
CONTENIDO
1. Nuestra experiencia
2. La vida cristiana que se revela en la Biblia
3. Características de la vida que vence
4. Cómo experimentar la vida que vence (1)
5. Cómo experimentar la vida que vence (2)
6. La entrega
7. Creer
8. La prueba de la fe
9. El crecimiento
10. El tono de la victoria
11. La consagración
PREFACIO
La vida que vence se compone de los mensajes que dio el hermano Watchman
Nee en 1935. Con excepción del capítulo cuatro, estos mensajes fueron dados en
Shanghai durante los meses de septiembre y octubre de ese año. El capítulo
cuatro fue dado en Chuenchow, provincia de Fukien, en noviembre del mismo
año. Lo incluimos porque el tema y el énfasis concuerdan con el contenido de
los mensajes de Shanghai, los cuales revelan al Cristo excelente que mora en
nosotros como nuestra victoria. Su contenido es rico y valioso. Que el Dios que
manda que de las tinieblas resplandezca la luz, ilumine nuestros corazones por
medio de estas palabras y nos conduzca a experimentar las riquezas de Su vida.
Amén.
CAPITULO UNO
NUESTRA EXPERIENCIA
Lectura bíblica: Ro. 7:21; 3:23
La Biblia nos muestra que Dios designó para cada cristiano una vida de pleno
gozo. Esta vida tiene completa paz y no tiene barreras en su comunión con Dios,
y en ninguna forma se opone a la voluntad de Dios. La vida que Dios preparó
para el cristiano no tiene sed de las cosas del mundo; se aparta del pecado y
tiene victoria sobre él. Es una vida santa, victoriosa y llena de poder; conoce la
voluntad de Dios y tiene una comunión continua con El. Esta es la vida que Dios
designó para el cristiano en las Escrituras.
Dios dispuso una vida que está escondida con Cristo en Dios. ¿Qué puede
afectar esta vida? ¿Qué la puede sacudir? Así como Cristo es inconmovible,
nosotros somos inconmovibles. Así como El está por encima de todas las cosas,
también nosotros lo estamos. Nuestra posición delante de Dios es la misma que
Cristo tiene delante de El. Nunca debemos pensar que estamos destinados a la
debilidad o al fracaso. No hay cabida para tal idea según la Biblia. Colosenses
3:4 dice: “Cristo, nuestra vida”. Cristo está muy por encima de todo. Nada puede
tocarlo. ¡Aleluya! Esta es la vida de Cristo.
La vida que Dios dispuso para el cristiano es una vida llena de paz y gozo; es una
vida activa llena de vitalidad y de la voluntad de Dios. Pero, ¿qué clase de vida
llevamos? Si no estamos viviendo la vida que Dios dispuso, necesitamos vencer
y abrirnos paso en este asunto. Por consiguiente, necesitamos examinar nuestra
experiencia hoy. Este no es un tema fácil de tratar. Algunas de nuestras
experiencias pueden ser bastante lamentables. Pero cuando nos humillemos,
veremos lo que nos hace falta y sólo entonces Dios nos concederá Su gracia.
¿Qué clase de vida llevamos? Una vida atada a la ley del pecado. “Porque el
querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Ro. 7:18). Nuestra vida es una
vida de fracasos, pues está atada al pecado. Dios nos dio una vida muy elevada,
pero nosotros llevamos una vida de fracasos. Según nuestra experiencia y según
las Escrituras, un cristiano experimenta ocho tipos de fracasos, que son en
realidad, ocho tipos de pecados.
Pecados espirituales
En cierta ocasión había dos hermanos que no tenían buenas relaciones entre
ellos debido a una insignificancia. Antes comían juntos y se servían del mismo
plato. Uno de ellos siempre escogía para sí la mejor carne del plato. Cuando el
otro lo notó, no dijo nada por varios días, pero a las dos semanas no pudo
aguantar más y se apartó de su hermano. La clase de persona que usted es se
manifiesta en las cosas pequeñas que hace. Me agrada mucho leer la biografía
del señor Hudson Taylor. Cuando él viajaba predicando, casi siempre escogía el
peor cuarto y la peor cama. Aunque esto es algo pequeño, la manera en que uno
maneja estos asuntos manifiesta si uno vive o no en la presencia de Dios.
Pecados de la carne
Hermanos y hermanas, ¿han sido disciplinados sus ojos? Debo reconocer que
hoy en día existen muchas oportunidades para pecar con los ojos. Ustedes
deben presentar esto al Señor. Muchos cristianos nunca llegarán a experimentar
una vida vencedora a menos que el Señor limpie sus ojos.
La amistad es otro asunto que debemos vigilar cuidadosamente. Tal vez algún
hermano tenga una amistad muy especial con un incrédulo. Para el mundo, esto
no es pecado; pero según la vida que Dios ha puesto en el cristiano, una amistad
especial es un pecado. Lo mismo se aplica a las hermanas. Un misionero
occidental una vez contó que algunos incrédulos trataron de establecer una
amistad especial con él; cuando se dio cuenta de que esto era un pecado,
rechazó esa amistad.
Pecados de la mente
Además de los pecados espirituales y los de la carne, también están los pecados
de la mente. Muchos no tienen pecados espirituales y su carne ha sido
quebrantada hasta cierto punto. Pero no logran obtener victoria sobre sus
pensamientos. Algunos tienen una mente que divaga; la mente de otros gira en
un círculo vicioso; otros tienen una mente inestable; la mente de algunos no
divaga ni da vueltas ni es inestable, pero es impura y está llena de ilusiones.
Unos están llenos de dudas; otros están obsesionados con el conocimiento:
quieren saberlo todo y no se detienen hasta conseguirlo. Los que tienen una
mente así no han llegado a experimentar la vida vencedora. No debemos pensar
que no tenemos nada malo en nosotros. Son muy pocos los que experimentan
una verdadera victoria sobre sus pensamientos. Muchos, por el contrario, tienen
pensamientos errantes e inestables. Tener pensamientos que divagan es un
problema serio, pero tener pensamientos impuros es aún peor. Algunos tienen
pensamientos impuros que persisten tenazmente en sus mentes. Conocí a una
hermana que confesó que sus pensamientos siempre divagaban. Otro cristiano
que conocí confesó que tenía pensamientos impuros continuamente. Esto nos
demuestra que no vivimos por la vida de Dios. Debemos resolver todos estos
asuntos.
También está el hermano que tiene una obsesión por el conocimiento. Siempre
tiene que encontrar una razón para todo. Todo lo analiza y todo lo quiere saber;
su mente se mantiene muy activa. No confía en Dios y quiere estar informado de
cada cosa que se mueve a su alrededor. Hermanos y hermanas, esta clase de
atracción hacia el conocimiento también es un pecado. Esto es algo que también
debemos confrontar.
Muchos cristianos están atados a la comida. Nunca han llegado a ayunar. Se les
puede conocer por su manera de comer. En el momento en que se disponen a
comer, los demás se dan cuenta qué clase de personas son. Un hermano dijo en
cierta ocasión: “Tengo un apetito voraz; mi apetito es enorme”. Hermanos y
hermanas, dar rienda suelta al comer también es un pecado. Aquellos que no se
controlan en la comida cometen pecado.
Algunos tienen en su rostro un aspecto terrible cuando pierden sólo un poco de
sueño. Se ponen irritables al tratar ciertos asuntos y hablan con rudeza. Esto
también es un pecado.
Otros son demasiado débiles. Temen tomar cualquier responsabilidad. Todo les
parece aceptable. Son el otro extremo de los hermanos obstinados que
acabamos de mencionar. Algunos se engañan pensando que un hombre amable
es un hombre santo. Pero, ¿cuántos hombres amables ha usado Dios? ¿Era el
Hijo de Dios sólo un buen hombre? El carácter natural también es un pecado y
necesita ser quebrantado.
Algunos quizás no sean demasiado duros ni demasiado amables; pero les gusta
presumir. Adonde van, desean llamar la atención; en dondequiera que se
encuentren, siempre quieren ser ellos los que hablen. Aunque no tengan la
oportunidad de hacer algo, de todos modos se pasearán para saludar a todos los
presentes. No importa donde se hallen, no estarán satisfechos hasta que todos
hayan notado su presencia. Ellos nunca pasan inadvertidos en los lugares a
donde van y jamás se quedan callados.
Algunos hermanos son muy retraídos. No les gusta que los noten en ninguna
parte. Siempre buscan un rincón donde sentarse. Esto también es pecado y debe
ser eliminado.
Algunos hermanos reaccionan con mucha rapidez, mientras que otros son
demasiado lentos. Una vez un hermano dijo: “Alabado sea el Señor. Tengo un
temperamento que reacciona con facilidad. Puedo perder la paciencia
fácilmente en la mañana; pero esto sólo me dura cinco minutos, y en el
momento de salir a trabajar ya lo he olvidado todo”. No obstante, su esposa y
sus hijos sufren continuamente. Cuando regresa del trabajo, su esposa aún está
sufriendo. Esto le parece muy extraño a él. ¡Hasta piensa que es muy buena
persona! Esto es un pecado y también debe ser confrontado.
Algunos son lentos en todo. Pueden posponer un asunto un día o diez. Esto es
ociosidad. Este tipo de carácter también debe ser quebrantado.
Toda persona tiene su propia peculiaridad. Aunque algunos son salvos, son
extremadamente severos con los demás y provocan situaciones antagónicas.
Todo les parece importante. Nunca se aprovechan de otros, pero tampoco
permiten que otros tomen la más mínima ventaja de ellos. Nunca lastiman a
nadie, pero si otros llegan a herirlos, tomarán ojo por ojo y diente por diente.
Son muy calculadores y no permiten que nada se les escape.
Otros, por el contrario, no son nada severos con los demás, pero son muy
malvados. Sacarán ventaja de los demás aun cuando se trate de unos cuantos
centavos. No, ellos no le roban a nadie, pero se aprovechan hasta de sus
trabajadores o sus choferes.
A otros les gusta hablar mucho. Adondequiera que vayan, no habrá un momento
aburrido. Les agrada hablar de una familia y criticar a otra. Otros son bastante
flexibles con las verdades. Tan pronto se enteran de algo, corren a contárselo a
los demás. A otros les encanta usar exageraciones. No mienten, pero lo que
dicen, lo exageran. Todos estos rasgos del carácter tienen que ver con nuestras
palabras. Si deseamos vencer y experimentar una vida victoriosa, tenemos que
desechar todas estas cosas. Aunque no nos sintamos capaces de deshacernos de
ellas, tenemos que vencer.
No sólo tenemos los pecados en el lado negativo, pues la Biblia nos muestra que
ser negligentes delante de Dios en nuestra intención de obedecer Su palabra
también es pecado. Hermanos y hermanas, ¿cuántos mandamientos de Dios
han leído, y cuántos han obedecido? ¿Cuántas personas aman a sus cónyuges?
Una hermana dijo en cierta ocasión que ella sabía que debía someterse a su
esposo, pero siempre discutía un poco antes de someterse. Ella se dio cuenta
con el tiempo de que nunca había tenido una verdadera sumisión según la
norma de Dios. Esto, por supuesto, es pecado.
¿Cuántos cristianos piensan que estar triste es pecado? La Biblia dice que
debemos regocijarnos siempre. ¿Cuántos cristianos han obedecido éste
mandamiento? Debemos ver que estar triste es pecado. Todos los que no se
regocijan, pecan. El mandamiento de Dios dice que por nada debemos estar
afanosos. Si estamos llenos de ansiedad, hemos pecado. Según el mandamiento
de Dios, estar triste y ansioso es un pecado. Claro que según el hombre, estar
triste o ansioso no es pecado, pero la palabra de Dios dice que la tristeza y la
ansiedad son pecados.
Debemos dar gracias en todo. Dios manda que demos gracias en todo. En todo
debemos decir: “Dios, te agradezco y te alabo”. Aunque encontremos
dificultades debemos decir: “Dios, te agradezco y te alabo”. Una mujer que tuvo
nueve hijos pensaba que la palabra sobre no estar ansiosos estaba equivocada.
Ella alegaba que una madre debe estar ansiosa. Creía que no estar ansiosa era
un pecado. Ya había perdido dos hijos en medio de su ansiedad y creía que debía
criar los otros siete con ansiedad. Esta hermana no entendía que la ansiedad era
un pecado; pensaba que era su deber estar ansiosa.
Dios nos manda que nos regocijemos siempre y que por nada estemos ansiosos.
También nos dice que demos gracias en todo. La victoria y la fuerza nos
capacitan para obedecer lo que Dios manda. Los que no pueden vencer, no
pueden guardar los mandamientos de Dios.
Muchos cristianos temen que Dios les traerá aflicciones. Había un cristiano que
tenía mucho temor de consagrarse a Dios. El dijo: “Si me entrego a Dios, ¿qué
sucederá si El me envía sufrimientos?”. Le respondí seriamente: “¿Qué clase de
Dios cree usted que es nuestro Dios? Si un hijo desobediente quiere volverse
complaciente con sus padres y les dice que les obedecerá desde ese momento en
adelante, ¿cree usted que sus padres le pedirán a propósito que haga lo que no
puede hacer? Si lo hacen, entonces dejan de ser sus padres y se convierten en su
juez. Pero si verdaderamente son sus padres, sin duda les importará su hijo.
¿Cree usted que Dios le traerá sufrimientos a propósito? ¿Cree que Dios lo va a
tratar de engañar? Usted se ha olvidado de que El es su Padre”.
Muchas personas han puesto fin a muchos de estos asuntos, pero en su corazón,
no están dispuestas a reconocer que las cosas que han eliminado son pecados.
Según Salmos 66:18, éstos estiman la iniquidad “en su corazón”. Sus corazones
aman estos pecados y por ende, no están dispuestos a abandonarlos. No sólo
tienen el deseo sino también cierto aprecio por estas cosas, las consienten y
están renuentes a abandonarlas. Hay una estimación secreta por el pecado, un
corazón que se resiste a reconocer los pecados como tales. Aunque nunca
reconoceríamos nuestro amor por estas cosas y aunque nuestros labios jamás
dirían que las amamos, nuestro corazón se va tras ellas antes de que nuestros
pies las sigan. Muchas veces el pecado no es un asunto de comportamiento
exterior, sino de un amor en el corazón. Si tenemos iniquidades que estimamos
en nuestro corazón, necesitamos reconocerlas.
Tenemos que orar a Dios y pedirle que no nos deje engañarnos a nosotros
mismos. Dios sólo puede bendecir a una clase de personas: las que son francas
delante de El. En la predicación de Felipe vemos que la bendición de Dios sólo
llega cuando la mentira se detiene. Debemos decir: “Oh Dios, te he mentido.
Perdóname”. Cuando oramos de ésta manera, el Señor inmediatamente nos
bendice. Hermanos y hermanas, quizás ustedes hayan dicho: “Oh Dios,
satisfáceme”. Pero debemos entender que los que están insatisfechos no
necesariamente tienen hambre. Para poder ser satisfechos debemos tener
hambre. Cuando el hijo pródigo abandonó a su padre y lo malgastó todo,
deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los cerdos. Nadie le
daba nada. Esto es estar insatisfecho. Algunos se encuentran diariamente
insatisfechos y procuran llenar su vientre con algarrobas. Una cosa es estar
insatisfecho, y otra tener hambre. ¿Cómo podemos estar satisfechos cuando
estamos débiles y cayendo constantemente? Aunque no estamos satisfechos, nos
llenamos de cosas y vivimos esta clase de vida día tras día. No sólo necesitamos
estar insatisfechos sino también tener hambre. El Señor solamente puede
bendecir a una sola clase de personas en esta conferencia: las que tienen
hambre. Dios no prometió satisfacer a los insatisfechos. Hermanos y hermanas,
dejemos todas las mentiras. Ya le hemos mentido a Dios mucho tiempo. ¡Hemos
fracasado! ¡Hemos fallado delante de Dios! Hacer esta confesión ante los
hombres es una gloria para el nombre de Dios. Denle gracias a Dios y alábenlo.
Todos los que son francos serán bendecidos. Denle gracias al Señor y alábenlo.
Creo que muchos en esta ocasión tendrán un encuentro con Dios y que Dios los
bendecirá.
CAPITULO DOS
LA VIDA CRISTIANA
QUE SE REVELA EN LA BIBLIA
Lectura bíblica: Ef. 1:3
Mateo 1:21 dice: “Y dará a luz un hijo, y llamarás Su nombre Jesús, porque El
salvará a Su pueblo de sus pecados.” Hace poco, cuando estuve en Chefoo y
Pekín, algunos hermanos comentaban que antes les gustaba mucho llamar al
Señor “el Cristo”, pero que ahora les gustaba llamarlo “Jesús, mi salvador”. Es
llamado Jesús porque El salva a Su pueblo de los pecados. Nosotros recibimos a
Jesús como salvador y obtuvimos la gracia del perdón. Demos gracias al Señor y
alabémosle porque ahora Jesús es nuestro salvador y porque nuestros pecados
ya fueron perdonados. Pero, ¿qué ha hecho Jesús por nosotros? El salva a Su
pueblo de los pecados. Esto es lo que Dios dispuso; es lo que Cristo logró. Lo
importante ahora es si seguimos viviendo en el pecado o si hemos sido librados
de él. ¿Viene nuestro viejo mal genio a atormentarnos? ¿Seguimos atados a
nuestros pecados y enredados por nuestros pensamientos? ¿Somos tan
orgullosos y tan egoístas como antes? ¿Seguimos siendo los mismos, o ya fuimos
librados del pecado? Muchas veces he dado este ejemplo: hay una diferencia
entre un flotador y un bote salvavidas. Cuando un hombre cae al agua y alguien
le tira un flotador, él no se ahogará si se aferra a él, pero tampoco saldrá del
agua. No se hundirá, pero tampoco podrá salirse del agua. No estará muerto,
pero tampoco estará viviendo. El bote salvavidas es diferente. Al entrar en el
bote salvavidas, la persona que estaba en peligro de ahogarse sale del agua. La
salvación que el Señor nos ha provisto no es la salvación del flotador sino la de
la barca. El no se detendrá a mitad de camino dejándonos entre la vida y la
muerte. El salvará a Su pueblo de los pecados. El no nos deja en los pecados. Por
consiguiente, la salvación descrita en la Biblia nos salva del pecado. Sin
embargo, aunque ya creímos, no somos salvos del pecado, pues aún vivimos en
él. ¿Acaso está la Biblia equivocada? No, no hay nada errado en la Biblia; es
nuestra experiencia la que está errada.
¿Qué otra cosa hizo Jesús cuando vino a nosotros? ¿Qué dice la Biblia acerca de
Su obra?
Juan 4:14 dice: “Mas el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás;
sino que el agua que Yo le daré será en él un manantial de agua que salte para
vida eterna”. ¡Cuán preciosas son estas palabras! No se refiere a un tipo de
cristiano en particular. No dice que sólo aquellos que han recibido una gracia
especial del Señor pueden tener un manantial de agua que salte para vida
eterna. El Señor dijo esto a la mujer samaritana, una mujer a quien El no
conocía. Le dijo que si ella creía, recibiría agua de vida. Esta agua sería en ella
un manantial que salte para vida eterna. Hermanos y hermanas, ¿qué significa
tener sed? Si uno tiene sed, significa que no está satisfecho. Aquellos que beben
del agua que el Señor les da no tendrán sed jamás. Démosle gracias al Señor y
alabémosle. Un cristiano es alguien que no sólo está conforme sino que siempre
está satisfecho. No es suficiente que el cristiano se conforme, pues lo que Dios
nos da, nos satisface eternamente. ¿Pero cuántas veces hemos cruzado las
grandes avenidas sin sentirnos sedientos? ¿Tenemos sed al caminar frente a las
grandes tiendas? Si anhelamos esto o aquello, ¿no es esto tener sed? ¿Tenemos
sed cuando nos fijamos en nuestros colegas y compañeros de estudio y
envidiamos lo que tienen? Aún así, el Señor dijo: “El que beba del agua que Yo le
daré no tendrá sed jamás; sino que el agua que Yo le daré será en él un
manantial de agua que salte para vida eterna”. Lo que El nos da es una clase de
vida; sin embargo, lo que nosotros experimentamos es diferente. El Señor nos
dice que El es todo lo que necesitamos, pero nosotros decimos que El no es
suficiente. Nosotros necesitamos otras cosas para poder ser satisfechos, pero El
dice que con El basta. ¿Es errado lo que recibimos del Señor o es nuestra
experiencia la que está mal? Uno de los dos debe de estar equivocado. No es
posible que el Señor nos gire un cheque sin fondos. Lo que El promete,
ciertamente lo dará. Nuestra experiencia pasada es expresada en las palabras de
un himno: “Antes medio salvo” (Himnos, #235, estrofa 2). ¿Por qué dice el
Señor que el creyente no tendrá sed jamás? Porque llega a ser diferente en su
interior. En su interior hay nuevas exigencias y nuevas satisfacciones.
Hermanos y hermanas, ¿vivimos delante de Dios y le servimos en santidad y
justicia todos nuestros días? ¿Vivimos delante de Dios cada día en santidad y
justicia como dijo el sacerdote Zacarías en Lucas 1:75? ¿Tenemos algo que salta
desde nuestro interior constantemente y apaga la sed de otros? En chino existe
la expresión wu-wei, que significa “no hacer nada”. Los cristianos no tienen que
pedir nada. Podemos decir que el Señor es suficiente para nosotros. ¿Estamos
satisfechos únicamente con el Señor? ¿Estamos satisfechos con el Señor Jesús
solamente? Si no lo estamos, esto indica que algo anda mal en nuestro vivir.
Una vida que afecta a otros
Juan 7:37 y 38 dice: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y
alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí,
como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. ¿Del interior
de quienes correrán ríos de agua viva? No correrán solamente de los cristianos
especiales o de los apóstoles Pablo, Pedro y Juan, sino de todos los que creen, de
hombres comunes como nosotros. Es del interior de hombres como nosotros
que correrán ríos de agua viva. Cuando la gente tenga contacto con nosotros,
debe hallar satisfacción y dejar de tener sed. Tuve una amiga que con el simple
contacto que tenía con las personas éstas podían percibir la vanidad del mundo,
la necedad de la ambición y la esterilidad de la avaricia. Es posible que alguien
se sintiera insatisfecho por algo. Tan pronto tenía contacto con ella, encontraba
que el Señor es suficiente y satisface. Por otro lado, quizás alguien estaba
contento con algo, pero cuando tenía contacto con ella, descubría que aquello no
tenía valor. El Señor dijo que quien cree en El, de su interior correrían ríos de
agua viva. Esta debe ser una experiencia común a todos los cristianos. No estoy
hablando de la experiencia de cristianos especiales sino de la experiencia de
todos los cristianos comunes. Hermanos y hermanas, ¿dejan otros de tener sed
cuando se relacionan con nosotros o permanecen sedientos? Si otros se quejan
de sus sufrimientos y nosotros también, si otros se sienten tristes y nosotros
hacemos lo mismo, y si otros confiesan sus fracasos y nosotros los nuestros, ya
no somos ríos de agua viva sino un árido desierto. Inclusive, secaremos la hierba
verde de otros. Cuando esto nos sucede, alguien está equivocado, o Dios o
nosotros. Pero ya que Dios no puede equivocarse, indudablemente somos
nosotros los que estamos errados.
Veamos lo que sucede en el libro de los Hechos. El versículo 26 del capítulo tres
dice: “A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a Su siervo, lo envió
para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de sus maldades”. El
mensaje que dio Pedro en el pórtico del templo habla de nuestra condición. Lo
que el Señor Jesús logró basta para librarnos del pecado. El cristiano debe de
tener la experiencia básica de ser liberado del pecado. Como cristianos,
debemos, por lo menos, vencer los pecados conocidos. Es posible que no
venzamos los pecados que no conozcamos. Pero debemos vencer por medio del
Señor todos los pecados que conocemos. Quizás estamos acosados por muchos
pecados que nos han atormentado por años. Por el poder del Señor, debemos
vencer todos estos pecados. Este es el modelo bíblico. Es normal que un hombre
sea ocasionalmente sorprendido en alguna transgresión. Pero en nuestra
experiencia sólo ocasionalmente vencemos. ¡Cuán anormal es nuestra
experiencia!
Sin embargo, hay otra oración antes de ésta: “El pecado no se enseñoreará de
vosotros”. Le agradecemos al Señor y lo alabamos porque el pecado no se
enseñoreará más de nosotros. Le damos gracias al Señor y lo alabamos porque
la victoria no es la experiencia de un grupo especial de cristianos. Le alabamos y
le damos gracias porque la victoria es la experiencia de cristianos comunes.
Damos gracias y alabanzas al Señor porque todo cristiano salvo está bajo la
gracia. Cuando fui salvo, vi este versículo y tuvo mucho valor para mí. Me di
cuenta de que había experimentado muchas victorias y vencido muchos
pecados. Me di cuenta de que Dios me había concedido Su gracia. Pero todavía
había un pecado que se enseñoreaba de mí. De hecho, algunos pecados
constantemente regresaban a visitarme. Esto era similar a la experiencia que
tuve un día con un hermano. Me lo encontré en la calle y lo saludé de lejos.
Luego entré a una tienda a comprar algo. Cuando salí, él venía hacia mí y lo
saludé una vez más. Luego entré en un segundo almacén y compré otro artículo.
Cuando salí me lo volví a encontrar y lo saludé de nuevo. Al voltear por la calle
siguiente, me encontré una vez más con él y lo volví a saludar. Crucé una
segunda calle, y al volvernos a encontrar, lo volví a saludar. En total me lo
encontré y lo saludé como cinco veces ese día. Nos encontramos con el pecado
de la misma forma que me encontré con este hermano. Parece como si el pecado
fuera a nuestro encuentro a propósito. Siempre nos estamos topando con él;
parece que nos estuviera siguiendo constantemente. A algunos los sigue su mal
humor continuamente; a otros los siguen el orgullo y la envidia. La pereza
parece seguir a unos y la mentira a otros. Puede ser que uno siempre tenga un
espíritu implacable, mientras que otro es atormentado continuamente por
deseos bajos o por el egoísmo. Algunos se ven acosados con frecuencia por
pensamientos impuros, mientras otros experimentan deseos concupiscentes a
cada instante. Todos parecen tener por lo menos un pecado que siempre los
persigue. Tuve unos cuantos pecados que me atormentaban de continuo. Tuve
que reconocer que el pecado se enseñoreaba de mí. Dios dijo que el pecado no se
enseñoreará de mí, pero yo tuve que confesar que algo estaba mal. Tuve que
confesar que el error estaba en mí y no en la palabra de Dios. Hermanos y
hermanas, si vivimos una vida de derrota, debemos recordar que esto no fue lo
que Dios dispuso para nosotros. Tenemos que entender que Dios no tiene la
intención de que el pecado se enseñoree de nosotros. Su palabra dice que el
pecado no se enseñoreará de nosotros.
Romanos 8:1 dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en
Cristo Jesús”. He hablado muchas veces sobre la palabra condenación. Hace
unos veinte años alguien encontró unos manuscritos antiguos y descubrió que
esta palabra tenía dos significados. Uno se usa en un contexto civil y el otro
dentro de un contexto judicial. Según la aplicación civil se puede traducir
“incapacidad”. Por tanto, este versículo puede ser traducido: “Ahora, pues,
ninguna incapacidad hay en los que están en Cristo Jesús”. Hermanos y
hermanas, ¡cuán maravilloso es esto! ¿Para quién se escribió este versículo?
¿Sólo para Juan Wesley o para Martín Lutero o para Hudson Taylor? ¿Qué dice
la Biblia? Dice: “Ahora, pues, no hay ninguna incapacidad en los que están en
Cristo Jesús”. ¿Quiénes son éstos? Los cristianos. Un cristiano es una persona
que está en Cristo Jesús, y ningún cristiano se debe hallar en una condición de
impotencia.
Romanos 8:35 dice: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o
angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?”. El
versículo 37 dice: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por
medio de Aquel que nos amó”. ¡Oh, nuestro Señor, quien nos amó, es más que
vencedor en todas estas cosas! Esta debería ser la experiencia cristiana; pero en
nuestro caso, ni siquiera necesitamos que la tribulación o la espada nos
sobrevenga; tan pronto alguien nos mira mal, perdemos el amor de Cristo. Sin
embargo, Pablo dijo que él era más que vencedor en todas estas cosas. Esta debe
ser la experiencia común de todos los cristianos. La experiencia normal de un
cristiano debe ser la victoria; lo anormal debería ser la derrota. Según lo que
Dios dispuso, todo cristiano debe ser más que vencedor. Cada vez que nos
encontremos con tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro
o espada, no sólo debemos vencer, sino que debemos ser más que vencedores.
No importa si hay dificultades. Las personas de afuera pueden pensar que los
cristianos nos hemos vuelto locos. Aleluya, pueden decirlo, pero nosotros ya no
estamos preocupados por esas cosas y somos más que vencedores en ellas por
causa del amor de Cristo. ¡Gloria al Señor! Esta debe ser la experiencia de todo
cristiano; es la experiencia que Dios nos ha designado. Pero, ¿cuál es nuestra
verdadera condición? La Biblia no ha escondido estas experiencias de nosotros,
pero nosotros muchas veces no sabemos cómo entrar en ellas. Antes de que la
tribulación se intensifique, ya estamos gritando: “¡Necesito paciencia! ¡Estoy
sufriendo!”. Si encontramos el camino para entrar en esta vida, seremos más
que vencedores en todas estas cosas.
En 2 Corintios 2:14 dice: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en
triunfo en el Cristo, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de
Su conocimiento”. Hermanos y hermanas, la vida cristiana no es una vida que
vence algunas veces y otras es derrotada; no es una vida que vence en la mañana
y es derrotada en la tarde. La vida cristiana vence constantemente. Si hoy nos
encontramos frente a una tentación y la vencemos, no debemos emocionarnos
tanto que no podamos dormir en la noche. La experiencia de no vencer debería
ser lo anormal. Vencer debe ser común y frecuente.
Efesios 2:10 dice: “Porque somos Su obra maestra, creados en Cristo Jesús para
buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en
ellas”. Hermanos y hermanas, recordemos que Efesios 2:10 viene después de los
versículos 8 y 9. En los versículos anteriores, dice que fuimos salvos por gracia y
aquí se nos dice que somos Su obra maestra, creados en Cristo Jesús para
buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en
ellas. Esta no es una experiencia especial sólo para unos cuantos cristianos, sino
que debe ser la experiencia de todo el que ha sido salvo. Dios nos salva para que
hagamos el bien. Hermanos y hermanas, ¿concuerdan nuestras buenas obras
con lo que Dios dispuso o estamos siempre quejándonos al hacer el bien?
Suponga que usted limpia el piso. Es posible que mientras esté limpiando se
queje de que sólo una o dos personas le ayudan y que las demás no lo hacen.
Esto producirá jactancia o murmuración. Esto no es hacer el bien. Toda buena
obra de un cristiano debe ir acompañada de un gozo que sobreabunda; no
debemos ser avaros, jactanciosos ni egoístas, sino generosos y prontos para
ayudar. Sería lamentable que sólo los mejores cristianos pudieran hacer el bien.
Dios dispuso que hacer el bien debe ser la experiencia de todo cristiano.
Juan 8:12 dice: “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el
que me sigue, jamás andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Esta
es la vida que Dios le ha dado al cristiano. Los que pueden permanecer alejados
de las tinieblas y caminan en la luz de la vida no son cristianos especiales.
Ningún cristiano que sigue a Cristo debe andar en tinieblas; por el contrario,
debe tener la luz de la vida. Un cristiano que está lleno de vida es sencillamente
un cristiano normal, mientras que un cristiano que no tiene la luz es un
cristiano anormal.
NECESITAMOS EXPERIMENTAR
UNA LIBERACION PLENA
Hermanos y hermanas, ¿acaso nos salvó Dios sólo para que nos hallemos
pecando y lamentándonos reiteradamente? Ya que el Hijo de Dios murió por
nosotros, ¿permaneceremos en el pecado? Antes de ser salvos, estábamos
esclavizados por el pecado. Ahora, después de ser salvos, ¿seguimos siendo
esclavos del pecado? Antes de ser salvos, el pecado reinaba. Ahora que somos
salvos, ¿debe seguir reinando el pecado? El pecado es diametralmente opuesto a
Dios. No debemos permitir que quede en nosotros ni el menor indicio de
pecado. ¿Haría Dios algo contrario a Sí mismo? ¡Por supuesto que no! ¡Cuán
maligno es el pecado! Un pecado es un pecado, bien sea un pecado de nuestro
carácter, una debilidad, un pecado del cuerpo, o un pecado de la mente.
Digámosle al Señor: “Te doy gracias y te alabo. Lo que lograste en la cruz no sólo
me libró del castigo del pecado, sino también del poder del pecado”. Quiera el
Señor mostrarnos que nuestra experiencia de salvación no fue completa cuando
creímos. Que nos muestre la necesidad de vencer. Hermanos y hermanas, si
nuestra experiencia no corresponde a la descrita en las Escrituras, significa que
necesitamos vencer. Que el Señor brille sobre nosotros y nos ponga en
evidencia. No debemos engañarnos a nosotros mismos diciendo que es
inevitable que un cristiano peque. Ninguna otra palabra herirá el corazón del
Señor más profundamente que ésta. Hermanos y hermanas, ¿conocemos la obra
que El realizó en la cruz? ¿Creen ustedes que el Señor fue a la cruz sólo para
dejarnos como estamos? No debemos mentir. No debemos jactarnos de que
podemos refrenarnos o controlarnos. Refrenarnos y controlarnos no es victoria.
La victoria del Señor aplasta por completo el pecado. ¡Aleluya, el pecado está
bajo los pies del Señor! Todos los que no hemos experimentado una comunión
continua con el Señor ni hemos experimentado el poder que aplasta el pecado,
necesitamos vencer. Que el Señor nos otorgue Su gracia y Sus bendiciones.
CAPITULO TRES
CARACTERISTICAS
DE LA VIDA QUE VENCE
Lectura bíblica: 1 S. 15:29 (En hebreo la frase la Gloria de Israel
también puede traducirse “la Esperanza de Israel” o “la Victoria de
Israel”.)
Una vez un hermano me dijo con lágrimas en los ojos; “¡No puedo vencer!”. Le
respondí: “Hermano, por supuesto que no puedes vencer”. El añadió: “No soy
capaz de vencer y no puedo hacer nada al respecto”. Así que le dije: “Dios no
tiene la intención de que tú venzas por tu propia cuenta. No es Su intención que
tu mal genio sea cambiado por una personalidad calmada ni que tu obstinación
se convierta en mansedumbre. Dios no tiene la intención de cambiar tu tristeza
en gozo. Lo que El desea hacer es cambiar tu vida por otra. Esto no tiene nada
que ver contigo”.
Una hermana decía: “A otros les resulta fácil vencer. Pero a mí me es muy difícil
hacerlo. Mi genio es peor que el de cualquiera; mis pensamientos son más
impuros que el de los demás y mi naturaleza es peor que la de otros. No puedo
controlarme”. Yo le respondí: “Tienes razón. No sólo es difícil que venzas; es
imposible que puedas hacerlo. ¿Acaso crees, que si uno es un poco más honesto,
sencillo o con una personalidad calmada, le será más fácil vencer? ¡Jamás! Por
un lado, si una persona cambia y se vuelve más amable, más santa y más
perfecta, de todos modos tendrá que ser eliminada, y Cristo tiene que intervenir
antes de que El pueda vencer. Si por el contrario es más vil, más perversa y más
imperfecta que cualquiera, aun así, podrá vencer si quita de en medio su yo y
deja que Cristo actúe. Un hombre iracundo y moralmente corrupto necesita
creer en el Señor Jesús, y un hombre que tiene un buen temperamento y es muy
recto también necesita creer en el Señor Jesús. De igual forma, no sólo los
iracundos y los inmorales necesitan la victoria, sino también los que tienen buen
genio y los rectos. Demos gracias al Señor y alabémosle porque la victoria es
Cristo y no depende de nosotros.
Nunca he visto una persona a quien se le hiciera tan difícil vencer como a una
hermana que conocí. Ella pasó dos horas contándome todos los fracasos que
tuvo desde que era joven hasta que llegó a los cincuenta años. Ella no conseguía
vencer su orgullo ni su mal genio. Sufrió derrota tras derrota. No había persona
tan deseosa de vencer como ella; aun así, nadie hallaba tan imposible vencer
como ella. Me dijo que si ella tenía que ser una de la persona más deseosas de
vencer que existía y también una de las más incapaces de hacerlo. Se lamentaba
de sus fracasos y hasta intentó en una ocasión suicidarse por causa de ellos. Ella
había perdido toda esperanza. Mientras me contaba todo esto, le sonreí y le dije:
“El Señor tiene hoy otro paciente ideal para El. Hay trabajo por hacer en Su
clínica una vez más”. Ella estaba llena de sus propios pecados, su orgullo y su
mal genio. Una persona que no conociera la manera de vencer, tal vez se habría
contagiado por su bombardeo de palabras. Alguien que no supiera lo que
significa vencer, habría concluido que ella no tenía remedio. Pero debemos dar
gracias y alabar al Señor. Les tengo buenas nuevas: usted no puede cambiar;
todo lo que usted necesita es un intercambio. Le agradecemos al Señor porque
la vida vencedora no es una enmienda sino un intercambio. Si fuese
responsabilidad de uno, no podría lograrse. Pero puesto que es responsabilidad
de Cristo, El sí puede lograrlo. La pregunta radica en si el que vence es usted o
es Cristo. Si Cristo vence, no importa si usted es diez veces peor de lo que es
ahora.
Una hermana me preguntó en cierta ocasión cuál era la diferencia entre una
enmienda y un intercambio. Yo usé el ejemplo de una Biblia vieja. Si queremos
arreglar la Biblia, tenemos que cambiarle la cubierta y echarle pegamento al
lomo. Quizás le pongamos en la portada nuevas letras doradas. Si hay letras que
faltan en algunas páginas, tenemos que escribirlas. Si existen partes borrosas,
tenemos que retocar las palabras originales. Después de muchos días y mucho
trabajo, aún no estaremos seguros de que la hayamos arreglado como se debe.
Pero si la cambiamos por una nueva, lo podemos hacer en un segundo. Todo lo
que tiene que hacer es darme la que está dañada, y yo le daré una buena.
Entonces, ya todo estará hecho. Dios nos dio a Su Hijo. No necesitamos
esforzarnos. Una vez que hacemos el intercambio, todo queda hecho.
Permítanme darles otro ejemplo. Hace unos años, compré un reloj. La compañía
que me vendió el reloj le daba dos años de garantía. Pero eran más los días que
pasaba en la tienda que los que pasaba conmigo. Después de unos cuantos días,
el reloj se descomponía y tenía que devolverlo al taller para que lo repararan.
Esto sucedió repetidas veces. Tuve que ir al taller de reparación una, dos veces,
aún diez o más veces. Finalmente quedé exhausto. El reloj había sido reparado
incontables veces pero nunca había quedado bien arreglado. Yo le pregunté a la
compañía si podía cambiarlo por otro. Ellos respondieron que no podían hacer
esto; solamente ofrecían repararlo, pero nunca quedaba bien. Llegué a sentirme
tan agotado que finalmente les dije: “Pueden quedarse con el reloj. No lo
quiero”. La manera humana de obrar es una constante reparación. Durante los
dos años que tuve el reloj, estuvo en constante reparación. Siguiendo el método
humano, no hay posibilidad de intercambio; sólo existe la alternativa de
reparar.
Quizás usted esté buscando la manera de vencer la tentación. Tal vez esté
buscando alguna forma de vencer su mal genio, su orgullo o su envidia. Es
posible que haya pasado mucho tiempo tratando de lograr lo que desea, pero en
cada ocasión es defraudado. Tengo hoy buenas nuevas para usted: la
mansedumbre del Señor Jesús es suya sin costo alguno; la oración del Señor es
suya gratuitamente; todo lo del Señor es suyo y no le cuesta nada. Cuando usted
recibe al Señor, todo lo que es de El viene a ser suyo. ¡Aleluya! Si ésta no es una
buena nueva, ¿qué otra cosa puede ser? Es posible que usted piense que tiene
que esforzarse por orar sin cesar. Tal vez usted piense que tiene que hacer algo
por tener comunión con Dios sin interrupciones. Quizá crea que tiene que
esforzarse para deshacerse de todas las cosas negativas y para dejar de pecar. Es
posible que crea que tiene que esforzarse por controlar su genio. Usted puede
confesar sus pecados pero no puede dejar de cometerlos. Usted miente con
frecuencia, y a pesar de su gran esfuerzo por acabar con este hábito continúa
mintiendo. Me he encontrado con muchos hermanos que confesaban que no
deseaban mentir, pero no podían cambiarse a si mismos. Tan pronto abrían la
boca, salían mentiras. Tengo una buena noticia para ustedes hoy: Dios nos ha
regalado la santidad del Señor Jesús, nos ha regalado Su paciencia, Su
perfección, Su amor y Su fidelidad. Dios da todas estas cosas gratuitamente a los
que las desean. Dios le da a uno la íntima comunión que Cristo disfruta con
Dios. El concede la vida santa que Cristo vivió, y también otorga la perfección de
Cristo. Estos son dones. Si usted trata de vencer por su propia cuenta, no podría
lograr un cambio aun si lo intentara por otros veinte años; su mal genio no
cambiaría y su orgullo aún lo acompañaría. En veinte años usted seguiría siendo
el mismo. Pero Dios le ha preparado una salvación plena. Esta salvación hace
que la paciencia de Cristo sea suya, que Su santidad sea suya, que la comunión
que Cristo tiene con Dios venga a ser suya y que todas las virtudes de Cristo
vengan a ser sus virtudes. ¡Aleluya! Esta es la salvación que Dios ha preparado.
El desea dar estas virtudes gratuitamente.
Tengo aquí una Biblia. Suponga que yo se la quiero regalar. Las palabras de esta
Biblia no fueron escritas por usted, ni fue usted quien le puso las letras doradas
en la portada y tampoco tuvo que encuadernarla. Todo eso lo hicieron otros,
pero ahora es un regalo gratuito para usted. Así es la victoria para nosotros. Es
un don gratuito que Dios nos da. Nosotros no necesitamos obtener por nosotros
mismos una victoria gradual, ni tampoco logramos nuestra propia santidad o
nuestra perfección de manera gradual. Si hay algún hombre victorioso en la
tierra, tiene que haber obtenido tal victoria del Señor Jesús.
Hace poco conocí a una hermana que me dijo que había estado durante veinte
años tratando de vencer su orgullo y su mal carácter. El resultado no sólo fue
derrota, sino una decadencia gradual a través de los últimos veinte años. No
pudo hacer nada por mejorar. Yo le dije: “Si esperas vencer tu orgullo y tu falta
de paciencia por ti mismo, no podrás lograrlo ni siquiera tratando otros veinte
años. Si deseas ser libre de tu pecado, todo lo que tienes que hacer ahora es
recibir el don de Dios. Este es el don gratuito que Dios te da. Lo único que debes
hacer es recibirlo, y será tuyo. El Señor Jesús es la victoria. Si lo recibes como tu
victoria, vencerás”. ¡Gloria al Señor! En esa ocasión ella recibió el regalo de
Dios. Debemos darnos cuenta de cuán vano es nuestro trabajo y que nuestra
vida es un fracaso. Si aceptamos a Jesucristo, venceremos.
Si hay alguien aquí que esté cansado de pecar; que esté harto de pecar; que peca
tanto que ha dejado de actuar como cristiano y que piensa que ya no le
encuentra sentido a ser cristiano, le diré que todo lo que tiene que hacer es
recibir este don, y será victorioso instantáneamente. El principio para vencer es
el principio de la gracia, y no el principio de la recompensa. Una vez que uno
reciba este don, todos los problemas quedarán resueltos.
La vida vencedora es algo que se recibe; no se logra. Esta vida solo puede ser
recibida, nunca puede ser lograda. ¿Qué significa recibir algo? Significa adquirir
algo. ¿Qué significa lograr? Lograr implica un largo viaje. Uno sólo puede
avanzar gradualmente y sin ninguna certeza de cuándo llegará. ¡Aleluya!, la
victoria cristiana no se alcanza por medio de un proceso gradual. Una vez estaba
en Kuling con el hermano Shing-liang Yu. Juntos escalábamos lentamente una
montaña. Cuanto más subíamos, más cansado me sentía. Después de algún
tiempo, le pregunté al hermano Yu cuánto nos faltaba para llegar a nuestro
destino final. El me dijo que no faltaba mucho. Pero mientras seguíamos
subiendo con mucha dificultad, nuestro destino aún no estaba a la vista. Cada
vez que le repetía la pregunta al hermano Yu, él respondía: “Ya casi llegamos”.
Por fin llegamos a nuestro destino. Si hubiéramos subido la montaña
cómodamente sentados en un automóvil, la situación habría sido muy diferente;
habríamos llegado allí sin tener que “lograr” llegar a la cima del monte Kuling.
La victoria es algo que se recibe; no es algo que se alcanza. Todo lo relacionado
con el Espíritu Santo se recibe, y de igual forma, todo lo relacionado con la
victoria también se recibe.
Romanos 5:17 dice: “Pues si por el delito de uno solo, reinó la muerte por aquel
uno, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la
abundancia de la gracia y del don de la justicia”. Según este versículo, la victoria
es un don y sólo tenemos que recibirlo. La victoria no es algo que alcanzamos
por medio de un proceso gradual; es un don que nos ha sido entregado en
nuestras manos y que no requiere ningún esfuerzo. Si le doy esta Biblia al
hermano Chang, ¿cuánto esfuerzo tendría que hacer para obtenerla? Todo lo
que tiene que hacer es extender la mano, y la tendrá en ese mismo instante.
Cuando yo le doy la Biblia a usted, le estoy dando un regalo. ¿Sería necesario
que usted fuera a su casa y ayunara por esto? ¿Tendría que arrodillarse mirando
hacia Jerusalén tres veces al día y orar por esto? ¿Tendría que tomar la decisión
de no enojarse? No necesita hacer ninguna de estas cosas. Una vez que usted lo
recibe todo, llega a ser suyo. ¿Qué pasos tiene que dar para recibir esta Biblia?
Usted no tiene que pasar por un proceso. Tan pronto extienda la mano, la Biblia
será suya. La victoria es un regalo. No necesita ser alcanzada; sólo ser recibida.
En 1 Corintios 1:30 tenemos un versículo muy conocido. Hasta se lo puedo decir
de memoria: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido
hecho de parte de Dios sabiduría: justicia y santificación y redención”. La
sabiduría es el tema general y por el momento lo dejaremos a un lado. Este
versículo dice que Dios ha hecho a Cristo tres cosas: (1) justicia, (2) santificación
y (3) redención. ¿Cuándo hizo Dios a Cristo nuestra justicia? Cuando Cristo
murió en la cruz. En ese momento recibimos a Cristo como nuestra justicia.
¿Acaso tuvimos que llorar por tres días antes de recibirle? ¿Le recibimos
después de ofrecer suficientes disculpas a Dios? Gracias y alabanzas sean dadas
al Señor, porque el Hijo de Dios murió por nosotros. Tan pronto creímos,
recibimos. Desafortunadamente muchos de nosotros todavía no entendemos
esto de recibir al Señor Jesús como santificación; estamos perdiendo nuestro
tiempo y nuestros esfuerzos. Recibir al Señor como justicia fue algo instantáneo.
De la misma forma, recibir al Señor como nuestra santificación, es algo
instantáneo. Si tratamos de progresar lentamente, esperando que algún día
llegaremos a la santificación, nunca llegaremos. Aquellos que traten de
establecer su propia justicia nunca serán salvos. De igual manera, los que traten
de establecer su propia santificación, nunca vencerán.
Una misionera que fue a la India, no llevó otra cosa consigo que su mal genio.
Continuamente perdía la paciencia. Pensaba que sería la última persona del
mundo en ser paciente. Una amiga que le había sido de mucha ayuda en las
cosas espirituales había encontrado el secreto de dejar que Cristo fuera su vida
vencedora. Esta le escribió a su amiga misionera y le dijo que la vida vencedora
es algo que se recibe. Cuando la misionera recibió la carta hizo lo que su amiga
le dijo. Tres meses más tarde, su amiga recibió una respuesta, en la que decía:
“Al recibir tu carta, reconocí de inmediato que éste es el evangelio. Cristo es mi
paciencia. Tan pronto lo recibí desapareció el mal genio, pero puesto que había
caído tan miserablemente en el pasado, no me atrevía a decir nada todavía,
hasta haberlo experimentado por tres meses. Los sirvientes de la India son muy
necios e indisciplinados. Antes, cuando me enfurecía con ellos, les tiraba la
puerta para mostrarles que estaba enojada. Ahora, al poner en práctica lo que tú
dijiste, he dejado de tirar la puerta, pues ni siquiera me siento capaz de hacer tal
cosa”. Esto nos muestra que la victoria sobre el pecado es algo que el Señor logra
por nosotros. No es necesario que hagamos ningún esfuerzo. Si tratásemos de
hacerlo con nuestra propia fuerza, no tendríamos éxito aunque lo intentásemos
por cien años.
Quizás usted recuerde que Pablo dijo una vez: “Porque Dios es el que en
vosotros realiza así el querer como el hacer por Su beneplácito” (Fil. 2:13).
Cualquier cosa que hagamos concordará con el beneplácito de Dios. Dios es el
originador de todo lo que nosotros hagamos. Es Dios quien opera en nosotros
para hacernos santos. No tenemos que hacer ningún esfuerzo propio, porque
todo lo logramos por medio de Dios, quien opera en nosotros. La vida santa y
perfecta no se produce por medio de nuestros propios esfuerzos; es
exclusivamente obra de Dios.
El resultado de una vida vencedora es una vida que se expresa no una vida que
se reprime. El problema que hay con la “victoria” es que viene principalmente
por medio de la represión. Hubo una anciana que siempre reprimía su
impaciencia cuando se enojaba. Trataba de mantener una sonrisa
exteriormente, mientras que interiormente luchaba por reprimirse. Esta clase
de vida reprimida sólo hará que uno sangre internamente cuando se permite
que esto continúe por años. Toda la amargura permanece encerrada en una vida
reprimida. ¡Pero demos gloria al Señor! Nuestra victoria es una vida de
expresión, no una vida de represión. Una vida de expresión manifiesta en el
vivir lo que uno ya ha obtenido, esto es lo que quiere decir Filipenses 2:12:
“Llevad a cabo vuestra salvación”. Antes tratábamos de escondernos todo lo que
pudiéramos, pero ahora la victoria de Cristo se puede expresar. Anteriormente,
cuanto más reprimíamos, mejor creíamos estar; ahora, cuanto más expresamos,
mucho mejor. Cristo vive en nosotros, y lo expresamos a El en nuestro vivir
delante de los hombres.
La señora Jessie Penn-Lewis, tenía una joven amiga que era poetisa. Era muy
buena para comunicarles a los niños el significado de la vida vencedora. Un día
la señora Penn-Lewis la visitó y trató de aprender de ella la manera de
enseñarles a los niños. Ese día su amiga invitó a docenas de niños a comer.
Después de la comida, y antes de limpiar la mesa, llegó repentinamente alguien
a visitarlos. La joven preguntó a los niños: “Esta mesa está muy sucia, ¿qué
debemos hacer?”. Los niños sugirieron cubrir la mesa sucia con un mantel
limpio. Ella estuvo de acuerdo, y cubrió la mesa sucia con un mantel limpio,
luego que la visita se fue, ella les preguntó a los niños: “Vio el visitante lo sucia
que estaba la mesa?”. Ellos contestaron: “No”. Luego les preguntó otra vez: “A
pesar de que él no vio nada sucio, ¿seguía la mesa sucia?”. Ellos contestaron
“Sí”. Aunque el visitante no vio nada sucio, de todos modos la mesa continuaba
sucia.
Puede ser que un vendedor ambulante toque a su puerta para venderle frutas.
Usted posiblemente le diga que no quiere comprar nada y luego le pida que se
vaya. Es posible que venga una segunda vez, y usted de nuevo le diga que no y le
pida que se vaya. Es posible que venga a usted la tercera vez. El sigue viniendo
porque quiere vender sus frutas. El puede inclusive controlarse y no perder la
paciencia. Pero esto no significa vencer, no es victoria; es simplemente una
táctica para vender. Reprimir el temperamento no equivale a tener la victoria.
Cristo venció y así purificó el corazón del hombre; por lo tanto, la victoria
implica pureza de corazón.
Estos cinco puntos caracterizan esta vida. Por último, permítanme hablarles con
franqueza. Recuerden por favor que la victoria, así como la salvación, es
específica. Uno la experimenta en una fecha específica. Usted fue salvo en cierta
fecha (aunque, obviamente hay algunos que han olvidado el mes y el día en que
fueron salvos). Usted también debe escribir la fecha en que venció. Debe haber
también una fecha específica. Todos deben tener una fecha específica en la que
vencieron; ésta es una puerta específica por la que uno pasa. O usted ya pasó
por ella o todavía no lo ha hecho. No hay lugar para un “tal vez” en este asunto.
Nadie en este mundo es “tal vez” salvo; si uno es salvo, es salvo. De la misma
forma, nadie en este mundo es “tal vez” victorioso; si uno ha vencido, ha
vencido. Aquellos que “tal vez” han vencido, no han vencido en absoluto. Todos
debemos pasar por esta puerta. No puedo decirles más por el momento. En el
futuro veremos que la victoria no sólo es un asunto individual; hay algo más
grande en ello. Por el momento, ésta es razón suficiente para vencer.
CAPITULO CUATRO
COMO EXPERIMENTAR
LA VIDA QUE VENCE
(1)
Lectura bíblica: Gá. 2:20
Veamos ahora cómo puede uno experimentar “no vivo yo, mas Cristo”.
Necesitamos comenzar desde la primera oración de este versículo. “Con Cristo
estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. ¿Cómo
pudo Pablo llegar al punto en el que podía decir “ya no vivo yo, mas Cristo?”.
Este es un pasaje muy conocido. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya
no vivo yo”. El “yo” queda excluido, pues está en la cruz. El “yo” ha muerto. Por
tanto, puedo decir que ya no vivo yo. Sin embargo, ésta no es la primera vez que
entre nosotros se predica esta verdad en cuanto a estar crucificado con Cristo.
Hace mucho sabemos que estamos crucificados con Cristo. ¿Por qué la doctrina
de nuestra crucifixión con Cristo no ha producido resultados? Hermano Lu, por
¿cuántos años has escuchado acerca de la doctrina de la crucifixión con Cristo?
La has oído por más de diez años. ¿Produce esto algún resultado en tu vida? Por
favor, sé franco con nosotros. ¿Cuánto ha obrado esto en ti? No mucho. Le haré
la misma pregunta al hermano Chi. ¿Cuánto te ha guiado la doctrina de la cruz?
¿Cuán efectiva es en ti? ¿Tienes el poder que Pablo tenía? El hermano Chi dice
que él sentía que había comenzado a experimentar más poder en los últimos
días. Hemos conocido la doctrina de la crucifixión con Cristo por más de diez
años, pero no ha producido un resultado en nosotros. Es posible que digamos
que ha hecho algo, pero ha sido tan poco que podría decirse que es
insignificante. Ni siquiera podemos decir como Pablo: “Con Cristo estoy
juntamente crucificado”, y tampoco podemos repetir las palabras “ya no vivo
yo”. Tal parece que la doctrina no ha tenido mucho efecto en nosotros. No estoy
aquí repitiéndoles simplemente la doctrina de la cruz; ya sabemos mucho al
respecto. Deseamos ver hasta qué grado la crucifixión con Cristo debe operar en
nosotros y lo que debemos hacer antes de poder decir que estamos crucificados
con Cristo.
ACEPTAR LA EVALUACION
QUE DIOS HACE DE NOSOTROS
Pero, ¿aceptamos nosotros este hecho? Los seres humanos con frecuencia se
contradicen a sí mismos y muchas veces tienen pensamientos incongruentes.
Por una parte, decimos durante años que estamos crucificados con Cristo; pero
por otra, seguimos abrigando esperanzas en nosotros mismos. Por un lado,
pensamos que no podemos hacer nada; y por otro, esperamos un día ser
capaces. Nos mantenemos tropezando y cayendo, y aún así, conservamos la
esperanza de vencer.
Una vez vi la foto de una mujer que había mantenido el ataúd de su difunto
esposo en frente de su puerta por treinta años. Ella no permitía que lo
enterraran. Decía que su esposo sólo estaba dormido, y que ella esperaba que
resucitara. Nosotros tenemos esta misma clase de esperanza con respecto a
nosotros mismos. Por una parte, creemos que lo único que merecemos es la
muerte y que estamos muertos en nuestras transgresiones. Pero por otra parte,
pensamos que en tanto que haya aliento en nosotros, podemos servir para algo.
Creemos que hemos fracasado porque no hemos sido lo suficientemente fuertes
en nuestra resolución de vencer, y que lo lograremos, si lo intentamos con más
ahínco la próxima vez. Pensamos que hemos fallado porque no hemos estado
velando y que podríamos permanecer firmes ante la tentación si en la siguiente
ocasión velamos más vehementemente. Nos parece que hemos fracasado porque
no hemos resistido la tentación y que venceremos si la resistimos la próxima
vez. Nos imaginamos que hemos fallado esta vez porque no hemos orado lo
suficiente, y que si la próxima vez lo hacemos, venceremos. ¿Podemos ver lo que
estamos haciendo? Dios nos ha crucificado y nos ha declarado muertos. Pero
todavía no hemos visto que estamos muertos; no hemos reconocido este hecho.
Aún pensamos que la llama que ha sido apagada, se podrá encender
nuevamente, si la soplamos lo suficiente. Es por esto que todavía seguimos
soplando continuamente.
¿Qué significa estar crucificado con Cristo? A fin de experimentar esta verdad,
hay una condición necesaria que nosotros debemos cumplir. Debemos decirle a
Dios: “Tú has perdido toda esperanza en mí, y también yo la he perdido. Tú me
das por perdido y yo también me considero perdido. Tú crees que merezco
morir y yo también lo creo. Tú me consideras incapaz y yo también me
considero incapaz. Me estimas inútil para hacer cualquier cosa y yo también me
considero así”. Tenemos que permanecer sobre esta base constantemente. Este
es el significado de ser crucificado juntamente con Cristo. Lo que Dios hizo no se
puede cambiar, pues constituye hechos cumplidos. Sin embargo, por nuestra
parte, tenemos una responsabilidad que debemos cumplir: aceptar la evaluación
que Dios hace de nosotros. Dios ha perdido las esperanzas con respecto a
nosotros; así que también nosotros tenemos que perder las esperanzas en
nosotros mismos. Cuando perdemos la esperanza en nosotros, podremos
experimentar “ya no vivo yo”.
Este hombre importante vino al Señor Jesús, y le preguntó qué debía hacer para
heredar la vida eterna. El Señor le hizo una lista de cinco condiciones muy
rigurosas: “No adulteres; no mates; no hurtes; no digas falso testimonio; honra
a tu padre y a tu madre”. Ningún joven, por importante que fuera, podría
guardar estos mandamientos. Era imposible que un joven gobernante no
cometiera adulterio ni matara ni hurtara ni dijera falso testimonio y honrara a
su padre y a su madre. Ningún joven gobernante podía cumplir estas cinco
condiciones. Sin embargo, sorprendentemente este joven respondió a Jesús:
“Todo esto lo he guardado desde mi juventud”. El no había quebrantado
ninguno de estos mandamientos ni una sola vez. Era como si dijese: “Maestro,
¿hay alguna otra condición? Porque si no, entonces yo debo heredar la vida
eterna. Yo soy apto para obtener vida eterna”. Pero el Señor le dijo que todavía
le faltaba algo. “Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y repártelo a los
pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme”. ¿Puede usted ver que
todavía le falta una cosa? ¿Qué significa faltarle una cosa? El Señor Jesús le dijo
que todavía le faltaba una cosa, y que no era apto si no la tenía. ¿Significa esto
que quien viene al Señor tiene que vender todo lo que posee o que quien cree en
el Señor Jesús tiene que abandonarlo todo? No. Debemos reconocer que
muchos ricos pueden recibir vida eterna. Pero ¿por qué no vemos que muchos
de ellos sean salvos? ¿Por qué son tan pocos los ricos que se salvan? Algunos
han dicho: “No puedo vender todo lo que tengo”. El versículo 26 indica que
algunos que escucharon estas palabras murmuraron: “¿Quién, pues, podrá ser
salvo?”. Sin embargo, en el versículo 27 el Señor Jesús dijo: “Lo que es
imposible para los hombres, es posible para Dios”. El Señor le estaba
demostrando al joven gobernante, que la salvación es inalcanzable para el
hombre, pero el joven no quiso aceptar este hecho. El pensaba que podía
abstenerse de cometer adulterio, de matar, de hurtar, de decir falso testimonio y
que podía honrar a su padre y a su madre. El propósito de lo que le dijo el Señor,
era demostrarle que la salvación y la victoria son imposibles para el hombre. Sin
embargo, este joven pensaba que era posible obtenerlas. Por lo tanto, el Señor le
puso una condición más. Con esto le estaba diciendo: “Puesto que tú dices que
puedes guardar estas cinco condiciones, te pondré una condición más. Puedo
seguir añadiendo un requisito tras otro, para ver si puedes guardarlos todos”.
Cuando el joven comprendió que no podía cumplir las condiciones que el Señor
le ponía, se entristeció mucho y se marchó.
Si usted trata de ser salvo, o si usted trata de vencer, Dios con frecuencia le
pondrá “una cosa” delante de usted. Frecuentemente creemos que hemos hecho
un buen trabajo. Nos enojábamos con facilidad, pero ahora podemos
controlarnos. Eramos orgullosos, pero ahora podemos humillarnos. Teníamos
celos de otros, pero ahora no somos tan envidiosos. Eramos muy locuaces, pero
ahora no hablamos tanto. Creemos que no estamos tan lejos de la victoria y que
hemos vencido bastante. Pero aunque no seamos impacientes, orgullosos,
celosos ni habladores, seguimos teniendo una cosa, un defecto. Parece que todo
lo demás ha sido solucionado, pero que todavía nos hace falta una cosa. Puede
ser algo muy insignificante. Puede ser un gusto exagerado por la comida, o tal
vez no podamos levantarnos en la mañana antes de las ocho o las nueve. Parece
extraño que podamos vencer muchos pecados y que a la vez seamos incapaces
de vencer este pecado. Somos inútiles en este asunto. Gastamos todo nuestro
esfuerzo en vencerlo. Es posible que les pidamos a otros que nos despierten o tal
vez usemos un despertador, y ni siquiera así logramos despertarnos. No
podemos explicarlo. Podemos vencer muchas otras cosas, pero no conseguimos
vencer este asunto. Este es el principio establecido en Lucas 18, el principio de
que todavía nos falta una cosa. Dios nos comprueba que no somos capaces.
Tarde o temprano tendremos que reconocer que no somos capaces. Quizá el
Señor nos permita llegar a ser capaces en algo, pero nos mostrará que todavía
nos falta una cosa. El debe mostrarnos que hay por lo menos una cosa que no
podemos hacer. Para poder darnos la victoria, El debe mostrarnos primero que
nosotros no podemos obtenerla. La victoria es un don de parte de Cristo; no
podemos vencer en nosotros mismos. Por consiguiente, Dios dejará una o dos
cosas que no podamos vencer. Así nos demostrará que “todavía nos falta una
cosa”.
Una hermana tenía un gran deseo de vencer. Ella trató muchas cosas delante de
Dios. Todos los días escribía cartas a otros disculpándose por sus malos hechos
y cada día ella subía a una montaña a orar. Cada vez que ella bajaba de la
montaña, yo le preguntaba si había vencido su obstáculo. Ella me decía que
había cavado otra tumba en la montaña y que había enterrado allí una cosa más.
Cuando le preguntaba al día siguiente, ella me decía que había encontrado más
pecados y que los había enterrado y había tratado de vencer. Durante más de
veinte días ella luchó con sus pecados. Al final le pregunté: “¿Ya casi acabas?”. a
lo cual respondió: “Después de tantas luchas, creo que ya casi he vencido”.
Luego le dije en privado a una hermana colaboradora: “Solamente espera y ya
verás”. Un día fui a la casa de aquella hermana y la vi muy triste. No le pregunté
cuál era la razón. Siempre es bueno estar triste y no siempre es sabio impedir
que una persona se entristezca. Así que no le dije nada. Esto continuó por seis
días. Ella parecía estar triste todos los días.
Después de seis días un hermano nos invitó a todos a una cena. La hermana
también estaba invitada. Ella asistió, pero no comió casi nada. Estaba sentada
frente a mí y sonreía, pero en realidad se sentía muy triste en su corazón. Había
más de veinte hermanos y solamente tres hermanas ese día. Yo había escrito
una nueva canción y después de la comida le pedí que la tocara en el piano.
Después de tocar dos estrofas, comenzaron a rodar lágrimas por sus mejillas. Yo
la dejé llorar y no le dije nada. Después de un rato le pregunté: “¿Qué sucede?”.
Ella dijo: “¡No tiene caso! No puedo vencer algo, no importa cuánto lo intente”.
Ella era una hermana tímida pero lloró allí delante de veinte o más hermanos.
Ella no podía contenerse y continuó llorando. Le pregunté qué era lo que no
podía vencer. Ella dijo que había estado luchando con un asunto por una
semana, pero que no había podido vencerlo. Dijo: “Hermano Nee, durante las
últimas semanas he estado luchando con mis pecados cada día. He puesto fin a
todos mis pecados”. Yo podía testificar que ella verdaderamente había estado
luchando con sus pecados. Ella continuó: “Pero a pesar de todo lo que hice la
semana pasada, no he podido vencer este pecado”. Pensé que debía tratarse de
un pecado muy grande. Yo le pregunté qué no había podido vencer. Ella
respondió: “Se trata de un asunto muy pequeño. Pero no puedo quitármelo. He
tenido este hábito desde mi juventud. Me gusta comer entre comidas. Después
del desayuno me gusta comer un poquito aquí y allá. Antes de la hora del
almuerzo me da un deseo terrible de comer alguna merienda. Después del
almuerzo quiero comer algo, y antes de ir a acostarme en la noche busco más
meriendas. Durante los últimos días me he dado cuenta de que tengo que
ponerle fin a este asunto. No debo estar comiendo constantemente. Así que
comencé a tratar de resolver esto; sin embargo, lo intenté por seis días y fracasé.
Soy peor que mis tres hijos. Tan pronto veo algún bocadillo, me lo llevo a la
boca. No puedo contenerme”. Ella lloraba mientras hablaba. Pero cuando yo
escuché esto me puse muy contento. Me reí. Estaba muy contento. Mientras ella
lloraba, algunos hermanos se retiraron y algunas hermanas trataron de evitar la
escena. Ella lloraba amargamente, pero yo me reía de buena gana, mientras ella
lloraba, yo estaba riéndome. Ella me preguntó por qué estaba tan contento. Yo
le dije: “Estoy contento, y mi corazón salta de alegría. Hermana, ¿está segura de
que no es capaz? ¿Se ha dado cuenta de su impotencia en sólo veinte días o
más? Le doy gracias a Dios porque usted finalmente ha descubierto que no
puede hacer nada. Permítame decirle: cuando usted es impotente, El llega a ser
capaz. He aquí el principio de la victoria”. Una hora más tarde ella rompió la
barrera y entró plenamente en la experiencia de la victoria.
La manera de vencer es ver que siempre falta una cosa. Usted puede pensar que
tiene razón en esto o aquello. Es posible que usted piense que puede hacer algo,
pero Dios tiene que demostrarle que no puede hacer nada. Hermanos y
hermanas, todos los que deseen vencer, deben descubrir primero aquello que no
pueden hacer. Uno sólo puede descubrir su incapacidad por medio de este
asunto particular. ¿Tiene usted algún pecado particular? ¿Hay en su vida un
pecado que no puede vencer? Aquellos que son demasiado amplios nunca
pueden cruzar la puerta de la victoria. Usted debe conocer las áreas específicas
en las que es débil. Esto le demostrará que usted necesita vencer algo. Para
algunos es el orgullo. Para otros es la envidia. Para otros puede ser su
sensibilidad, pues el cambio más leve los afecta. Para algunos, son sus
pensamientos impuros. Para otros, es su exagerada locuacidad. Para otros es su
meticulosidad excesiva. A algunos les gusta hablar de otros y esparcir rumores.
Otros no pueden controlar sus apetitos físicos. Siempre hay algo que uno no
puede vencer. Después de oír esto, espero que usted se detenga y escriba en su
Biblia las siguientes palabras: “Aún te falta una cosa”. Usted tiene que descubrir
cuál es.
Al joven de Lucas 18 le faltaba vender todo lo que tenía. Temo que algunos entre
nosotros también son incapaces de soltar su dinero. Para algunas personas tal
vez el problema no sea el dinero, pero todavía les hace falta una cosa. Si su
problema no es apego al dinero, ¿cuál es? Escriba el pecado que le es imposible
vencer. Si usted sabe donde está su debilidad, podrá ser específico delante de
Dios en cuanto a vencer tal pecado. Cada persona tiene que percatarse dónde
está su problema específico. Toda persona tiene su debilidad específica y debe
pedirle a Dios que lo ilumine y le muestre su debilidad. Cada persona tiene, por
lo menos, una cosa que no puede vencer. Para algunas personas puede ser más
de una cosa. Usted tiene que descubrir aquello que no puede vencer. Una vez
que usted vea que no puede, podrá ver que Dios sí puede. Si usted no ve su
propia debilidad, usted no verá el poder de Cristo.
Hermanos y hermanas, ¿por qué Dios dejó una o dos cosas no resueltas en
nuestra vida? Para mostrarnos que no somos capaces de hacer nada por
nosotros mismos. Este es un principio general de las Escrituras, y es un
principio muy importante. Al declarar que el Señor Jesús fue crucificado por
nosotros, es muy fácil olvidar que al mismo tiempo opera este principio. Dios
sabe que usted es incapaz y que yo soy incapaz. El sabe que nada bueno procede
de la carne. El lo sabe desde hace mucho tiempo, pero parece que nosotros no lo
sabemos. Nosotros no comprendemos que nada bueno puede provenir de la
carne. Como resultado, seguimos esperando y procurando hacer lo posible por
agradar a Dios.
Dios sabe que nuestra carne es inútil. Pero nosotros lo ignoramos. Es por eso
que El nos dio la ley. El propósito de la ley es demostrarle al hombre que es
pecaminoso e impotente. La ley no fue dada para que la guardáramos; Dios sabe
que no podemos guardar la ley. La ley fue dada para que la quebrantásemos. No
fue dada para que el hombre la guardara, sino para que la quebrantara. Dios
sabe que vamos a quebrantar la ley, pero nosotros no lo sabemos. Por tanto, nos
dio la ley y permitió que la quebrantásemos. Es así como llegamos a saber lo que
Dios ya sabe, y es así como llegamos a estar conscientes de nuestra impotencia.
Como cristianos declaramos que estamos por encima de la ley. Pensamos que
los diez mandamientos son la ley, pero olvidamos que todos los mandamientos
del Nuevo Testamento también son la ley. Por medio de estos mandamientos
Dios nos demuestra que no podemos cumplirlos. Dios tiene que llevarnos al
punto en que confesemos que no podemos lograrlo. Sólo entonces podremos
reconocer la sabiduría que Dios ejerció al crucificarnos, y sólo entonces
comprenderemos que somos inútiles y que la única manera de solucionar
nuestro problema es la muerte. De no ser así, creeríamos que es un error que
Dios nos crucifique porque todavía pensamos que podemos hacer algo.
Una cosa es decir que no podemos lograrlo, y otra cosa es cesar de intentarlo.
¿Han visto que existen estas dos cosas? No podemos lograrlo y no debemos
tratar de hacerlo. Muchas veces sabemos que no podemos lograrlo, y aún así,
continuamos tratando de hacerlo. La primera condición para obtener victoria es
comprender que no podemos lograrlo; y la segunda es desistir de intentarlo. Si
admitimos que no podemos lograrlo y cesamos de intentar, venceremos. El
problema es que aunque sabemos que no podemos lograrlo, nos esforzamos al
máximo por lograrlo. Queremos valernos de nuestras fuerzas. Pensamos que si
oramos más, podremos lograrlo o que si tomamos determinaciones más firmes,
podremos permanecer en pie. Aunque no podamos lograrlo, seguimos
intentándolo.
Supongamos que tenemos en frente un objeto que pesa 300 catis [una unidad
china de peso], y supongamos también que usted sabe que sólo puede levantar
200 catis. No hay posibilidad de que usted pueda levantar 300 catis. Sin
embargo, muchas personas tratan de levantar un peso que saben muy bien que
no pueden levantar. Dicen: “Sé que no puedo hacerlo, pero ¿por qué no
intentarlo?”. No pueden hacerlo y aun así hacen el intento. Una cosa es que una
persona sea incapaz de hacer algo, y otra que desista de intentarlo. Puesto que
sabemos que no podemos lograrlo, no tenemos que tratar de hacerlo. “Señor, no
puedo vencer y no tengo la intención de tratar. No lo intentaré más”. Sus manos
deben soltar el asunto completamente. Soltar las cosas no es algo insignificante.
Ya que usted sabe que no puede hacerlo, debe permanecer en esa posición y
dejar de intentarlo. Recientemente he conocido muchos hermanos que repetidas
veces cometen pecados. Confiesan que no han podido vencer. Pero al
preguntarles si todavía están tratando de vencer, ellos se rinden y dicen: “¿Qué
otra cosa podemos hacer? Nos damos por vencidos”. Dios lo ha puesto en la cruz
y ha abandonado esperanza con respecto a usted. Pero es necesario que también
usted reconozca que no puede hacerlo; también debe reconocer esto.
¿Por qué dijo Pablo: “De buena gana, me gloriaré más bien en mis debilidades”?
Pablo dijo que consideraba su debilidad motivo de gloriarse. Porque su
debilidad le daba a Cristo la oportunidad de manifestar Su poder y de que dicho
poder extendiera tabernáculo sobre él. El poder de Cristo no puede extender
tabernáculo sobre los que no tienen debilidades. Sólo aquellos que tienen
debilidades pueden llegar a experimentar el poder de Cristo que extiende
tabernáculo. Me gloriaré más bien en mis debilidades, porque mis debilidades le
dan al Señor la oportunidad de obrar en mí y de manifestar Su poder y actuar en
mí.
Hermanos y hermanas, ¿tienen algún pecado que ni siquiera pueden confesar?
¿Hay algo que no puedan consagrar a Dios? ¿Existe algún obstáculo que no
puedan quitar? ¿Carecen de alguna cualidad delante del Señor? ¿Qué van a
hacer ustedes? ¿Van a entristecerse? Si es así, entonces están en la situación del
joven rico. El se entristeció y ustedes también. Finalmente seguirán el mismo
camino que él. El se marchó triste, y ustedes también lo harán. Pero no hay por
qué entristecerse. El error del joven rico no fue darse cuenta de lo que le era
imposible, sino no ver lo que es posible para Dios. El error del joven rico no
radicaba en su propia impotencia, sino en no aplicar la capacidad de Dios. No es
pecado descubrir nuestras propias debilidades, pero sí es pecado no creer en el
poder de Dios. No es pecado ser incapaces de dar el dinero, pero sí lo es no creer
que Dios puede hacer apta a una persona para hacerlo. No es pecado tener mal
genio, pero sí lo es no creer que Dios puede llegar a ser nuestra paciencia. No es
pecado tener un pecado insuperable, pero sí lo es no creer que Dios pueda
vencer tal pecado por uno.
Yo le dije que esto era motivo de regocijo y que debía darle gracias al Señor y
alabarlo por esto. El respondió: “Usted no me entiende. Otros logran dejar de
fumar, pero yo no puedo. Si usted supiera cuánto he tratado de hacerlo,
comprendería mi sufrimiento. Una vez dejé de fumar por tres días. En esa
ocasión no fumé, ni tampoco llevé cigarrillos conmigo. No obstante, mi mente y
mi cerebro estaban saturados de cigarrillos a dondequiera que iba. Finalmente,
me rendí y comencé a fumar de nuevo. Me aborrezco a mí mismo, pero no
puedo evitarlo”. Yo le dije: “Esto no es algo para estar triste. Esto es algo por lo
cual vale la pena regocijarse”. El me preguntó qué quería decir con esto. Le
respondí: “Doctor Shi, usted es un médico y ha alcanzado gran fama en su
profesión. Sin embargo, usted no tiene nada que ver conmigo, porque yo soy
una persona sana. Usted es el mejor doctor de Chefoo y yo soy la persona más
saludable de Chefoo; yo no lo necesito a usted, y usted tampoco me necesita a
mí. Si usted pudiera dejar de fumar hoy, usted sería para el Señor lo que yo soy
para usted; usted no lo necesitaría a El. Pero si yo soy débil y enfermizo, y
ningún doctor puede salvarme, yo vengo a usted, dado que es un doctor famoso.
Entonces usted tendrá la oportunidad y la posibilidad de demostrar su
habilidad. Doctor Shi, ¿se atrevería usted a colgar un aviso al frente de su clínica
que dijera: ‘Sólo se atienden casos desahuciados’?”. El dijo: “Por supuesto que
no. ¿Qué sucedería si no puedo solucionarlos?”. Así que le dije: “Sin embargo, el
Señor Jesús no acepta ningún caso que no sea un caso perdido. El Señor Jesús
sólo sana casos imposibles. ¿Es usted un caso imposible? Creo que dejar de
fumar es un caso imposible para usted”. El estuvo de acuerdo que era un caso
perdido: “Durante cuatro años he intentado dejar de fumar siete u ocho veces al
año. Pero no lo he conseguido. Si esto no es un caso perdido, no sé lo que es”. Le
dije: “Muy bien, en tal caso, el Señor puede sanarlo. No es esto algo por lo cual
regocijarse? Usted debe darle gracias al Señor porque llena los requisitos para
ser Su paciente. Su caso es un caso perdido. Usted tiene que decirle al Señor
Jesús: ‘Señor, no puedo dejar de fumar y me es imposible dejar de hacerlo.
Señor Jesús, te entrego mi ser a Ti’. El Señor aceptará tal paciente. Es por eso
que usted debe regocijarse”. El me dijo: “Hermano Nee, no se burle de mí. Usted
tiene que entender que soy completamente incapaz de hacer esto”. En ese
momento comenzó a llorar nuevamente.
Entonces le leí 2 Corintios 12:9 y le pregunté: “¿Qué es lo que debe hacer acerca
de su debilidad? ¿Debe llorar? No hay necesidad de hacerlo. ¿Entonces qué debe
hacer? Debe regocijarse en su debilidad. Usted debe gloriarse en su debilidad;
debe estar contento de poder jactarse de sus debilidades porque cuando usted es
débil, entonces el poder de Cristo extenderá tabernáculo sobre usted”. Después
lo reté diciéndole: “¿Puede usted acudir al Señor Jesús hoy y decirle: ‘Señor
Jesús, he estado fumando por más de diez años. Te agradezco porque no puedo
dejar de fumar; Señor Jesús he tratado de abandonar este vicio durante cuatro
años y he fracasado completamente. Te doy gracias y te alabo porque traté de
dejar de fumar siete u ocho veces el año pasado sin ningún éxito. Te agradezco
porque no puedo hacer nada. Te agradezco porque soy débil. Te agradezco
porque no puedo lograrlo. Señor Jesús te agradezco porque fumo. De ahora en
adelante reconoceré que no puedo dejar de fumar y tampoco intentaré hacerlo.
Oro pidiendo que Tú dejes de fumar por mí. Si tu no dejas de fumar por mí, yo
no podré hacerlo por mi cuenta. No usaré más mi propia fuerza para dejar de
fumar. Simplemente dejaré que Tú hagas esto en mi lugar. Te agradezco y te
alabo porque Tu poder se perfecciona en mi debilidad’. ¿Qué le parece si nos
arrodillamos para orar en este momento?”.
El estuvo de acuerdo y dijo: “Está bien, oremos”. Como el soldado que era cayó
abruptamente al suelo sobre sus rodillas. Luego comencé a orar así: “Señor te
agradezco porque ésta es otra oportunidad para que se pueda manifestar Tu
poder en un paciente desahuciado y sin esperanzas. Aquí tienes un hombre
inútil y queremos que realices un milagro en él”. Después de que oré, él también
hizo una oración. Su oración fue excelente. Dijo: “Te alabo porque fumo, y no
puedo dejar de fumar. Es por esta razón que vengo a Ti. Señor, de ahora en
adelante ya no trataré de dejar este vicio. Deja Tú el cigarrillo por mí. Yo no
volveré a intentarlo. Entrego todo en Tus manos. Te agradezco y te alabo. Tú sí
puedes”. Al terminar la oración se sintió muy contento. Se puso de pie y tomó su
sombrero. Cuando estaba a punto de salir le dije: “Espere un momento. Tengo
algo más que decirle. ¿Va a seguir fumando?”. El me dio una buena respuesta:
“Sí. Por supuesto que seguiré fumando. Yo, Tsai-lin Shi seguiré fumando, pero
el Señor Jesús dejará de fumar por mí”. Después de estas palabras, salió.
A la noche siguiente, vino de nuevo a la reunión. El testificó que le había dicho a
su esposa: “Por más de un año te has estado quejando y me has dicho que fumar
está mal. Pero no podía dejar de hacerlo. Ayer en la mañana acudí a Dios, y en
media hora, dejé de fumar. No hay necesidad de que te sigas quejando. Todo lo
que necesitaba era ir a Dios por media hora”. Yo le pregunté si él seguiría
fumando. El dijo: “Por supuesto que sí”. Luego le pregunté qué haría. El dijo:
“Siempre fumaré. Yo, Tsai-lin Shi, siempre fumaré, aún dentro de cinco o diez
años más. Es el Señor Jesús quien dejará de fumar por mí”. Al escuchar esto,
quede tranquilo. Comprendí que el asunto había quedado resuelto. Este hombre
se conocía a sí mismo y conocía a Dios. También sabía que el cambio no
provenía de él, sino del Señor Jesús. Dos meses después de haberme ido de
Chefoo, me enteré de que no había vuelto a fumar ni una sola vez. Todos los
hermanos testificaron que él crecía y progresaba rápidamente.
COMO EXPERIMENTAR
LA VIDA QUE VENCE
(2)
Lectura bíblica: Gá. 2:20
En los mensajes anteriores, hemos estado viendo la clase de vida que llevamos y
la clase de vida que Dios requiere de nosotros. Vimos la manera en que el
hombre obtiene la victoria y la manera en que Dios nos muestra que podemos
alcanzarla. Hemos podido ver lo que es la vida vencedora y las características de
ésta. En esta ocasión hablaremos sobre la manera de experimentar dicha vida.
En primer lugar estudiaremos una pregunta muy importante: ¿cómo podemos
empezar a experimentar esta vida y cómo podemos ganar a Cristo?
NOS RENDIMOS:
“CON CRISTO ESTOY JUNTAMENTE CRUCIFICADO”
La Palabra de Dios dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. Pero ¿acaso
hemos tenido éxito nosotros aun cuando hemos tratado de mudarnos muchas
veces? Hemos procurado morir muchas veces, pero aún seguimos vivos. Hemos
tratado de dar muerte a nuestro yo muchas veces, pero no lo hemos conseguido
todavía. Algunas veces parece que hemos muerto, pero todavía seguimos vivos.
Frecuentemente hemos tratado de crucificarnos a nosotros mismos, pero
todavía no estamos muertos. ¿Cuál es el problema? Necesitamos mirar más de
cerca este asunto ahora.
En esta ocasión todos los hermanos y hermanas que están aquí presentes,
entienden lo que es la cruz. Sabemos que cuando el Señor fue crucificado, no
sólo quitó nuestros pecados, sino que también crucificó nuestra persona. Ya
conocemos la enseñanza de Romanos 6. Sabemos que cuando el Señor murió en
la cruz, no sólo llevó nuestro pecados, sino que también crucificó consigo
nuestro viejo hombre. Sabemos que el problema del pecado fue resuelto, y que
nosotros mismos fuimos crucificados juntamente con El. Hemos prestado
mucha atención a esta verdad por muchos años. Si bien es cierto que fuimos
crucificados juntamente con Cristo, ¿por qué esta verdad no ha tenido mucho
efecto entre nosotros? Es cierto que el Señor fue clavado en la cruz, ¿pero por
qué no estamos muertos aún? El Señor me llevó a la cruz, pero todavía sigo
siendo yo. Aún sigo atado, aún soy débil, sigo cayendo y aún carezco de poder.
La Biblia dice que yo fui crucificado juntamente con Cristo, pero ¿por qué estoy
tan escaso de poder? Muchos cristianos salvos, continúan esforzándose
esperando que a la postre podrán vencer. Sin embargo, la victoria siempre
parece estar lejos de ellos.
Hermanos y hermanas, debemos darnos cuenta que una cosa es que el Señor
Jesús efectúe la salvación y otra muy distinta que nosotros recibamos esta
salvación. Una cosa es preparar la comida, pero otra cosa es comerla. Una cosa
es que el Señor logre algo por nosotros, pero es otra cosa que nosotros
recibamos lo que El logró. Pablo nos enseñó que debemos recibir la muerte del
Señor. Romanos 6 nos muestra que cada uno de nosotros está muerto. ¡Aleluya!
¡Todos nosotros estamos muertos! Romanos 7 nos muestra que aunque cada
cristiano debe estar muerto, en realidad todavía seguimos vivos. Si deberíamos
estar muertos, ¿por qué todavía estamos vivos? Romanos 6 nos muestra la
verdad objetiva, mientras que Romanos 7 nos muestra la experiencia subjetiva.
Romanos 6 presenta el hecho, mientras que Romanos 7 presenta la experiencia.
En la actualidad hay muchos cristianos que conocen el significado de Romanos
6, donde se nos dice que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con
Cristo. Ya saben que no deben seguir siendo esclavos del pecado, que son libres
de la esclavitud de la ley y que diariamente deben darse por muertos al pecado.
Aunque ya saben todo esto, nada funciona para ellos. La enseñanza continúa
siendo enseñanza, y ellos todavía siguen siendo los mismos. La enseñanza nos
muestra que fuimos crucificados juntamente con Cristo, pero nosotros decimos
que todavía estamos vivos. La enseñanza nos dice que fuimos librados del
pecado, pero nosotros decimos que el pecado todavía está en nosotros. La
enseñanza nos dice que fuimos librados de la esclavitud de la ley, pero nosotros
decimos que todavía estamos bajo la ley. ¿Cuál es el problema?
La cruz no es otra cosa que la valoración de nosotros mismos. La cruz nos evalúa
y determina que sólo merecemos morir. Según la evaluación que Dios hace de
nosotros, lo único que merecemos es la muerte. Lo que Dios determina al
evaluarme es que debo morir. Si entendemos que la cruz es el informe de la
evaluación que se hace de nosotros, que somos absolutamente inútiles y que ni
siquiera podemos tener pensamientos rectos, estaremos de acuerdo con que no
merecemos otra cosa que la muerte. Dios dice que sólo merecemos morir y que
somos completamente inútiles. Pero ¿hemos de seguir tratando de producir algo
bueno por nosotros mismos?
Recientemente el gobierno chino anunció una nueva ley sobre la prohibición del
opio. Todos los que se sometan a un tratamiento obligatorio y continúen
consumiendo opio, serán ejecutados. Suponga que una persona ha estado
consumiendo opio por mucho tiempo, y después de someterse al tratamiento
obligatorio, recae nuevamente. Cuando el gobierno se entere de esto, esa
persona será ejecutada. ¿Qué cree usted que hará esta persona? Puesto que sabe
que va a ser ejecutada, ¿acaso tratará de encontrar un doctor en Shanghai que le
aplique unas cuantas inyecciones para poder dejar su adicción, aunque sabe que
va a morir al día siguiente? Eso no tendría sentido. Un criminal que ha sido
condenado a muerte, ya no piensa en mejorar ni tiene necesidad de progresar.
Lo único que espera es la muerte. Dios dice que lo único que merecemos es
morir y que no hay posibilidad alguna de enmendarnos ni de corregirnos. No
podemos tener más progreso. La decisión final de Dios es que debemos morir.
Nosotros solamente merecemos morir.
¿Qué es la cruz? La cruz significa que Dios perdió toda esperanza en el hombre.
La cruz nos dice que Dios ha abandonado toda esperanza en el hombre. ¿Qué es
la cruz? La cruz nos dice que Dios proclama: “No puedo mejorar al hombre ni
corregirlo ni hacer que progrese. Solamente puedo clavarlo en la cruz”. Lo
extraño de esto es que ya conocemos este hecho. Ya sabemos que Dios nos
considera un caso perdido y que sólo merecemos ser crucificados. Pero al mismo
tiempo, seguimos pensando que no somos tan malos. Por lo tanto, seguimos
tomando determinaciones todos los días. Decimos: “Dios, te prometo que haré
esto y aquello. De ahora en adelante, no perderé la paciencia”. Ninguna de estas
promesas tiene objeto. A veces creemos que nuestras decisiones no son lo
suficientemente fuertes y tratamos de obrar mejor la próxima vez. Nos trazamos
más metas y después de enojarnos, hacemos votos de no perder la calma la
próxima vez. Pero cuando nos encontramos con que todavía conservamos
nuestro mal genio, tomamos una tercera decisión. Era así como Pablo vivía:
“Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Ro. 7:18). El siempre
estaba tomando decisiones; luego fallaba y volvía a tomar nuevas
determinaciones, y volvía a caer una y otra vez. Esta no solamente era la vida de
Pablo, sino que hoy sigue siendo la experiencia común de muchos de nosotros.
Hermanos y hermanas, ¿hemos cesado ya de tomar nuestras propias
determinaciones? Dios dice que sólo merecemos morir y que no somos buenos
para nada. El dice que no hay más esperanza en nosotros.
¿Qué significa ser crucificado juntamente con Cristo? Significa que Dios ha
abandonado toda esperanza en nosotros, y que nosotros también hemos
abandonado toda esperanza en nosotros mismos. El hecho de que Dios nos
crucifique juntamente con Cristo, quiere decir que El no tiene esperanzas en
nosotros. Dios conoce nuestra verdadera condición; El sabe que somos
absolutamente inútiles y que no tenemos esperanza. ¿Qué significa estar
juntamente crucificado con Cristo? Significa que hemos abandonado toda
esperanza. Reconocemos que nunca podremos agradar a Dios. El no puede
hacer otra cosa que condenarnos a muerte. No hay esperanza en el hombre
carnal. Lo único que nos resta por hacer es morir. Sólo somos dignos de muerte.
Dios quiere que nosotros aceptemos la evaluación que la cruz hace de nosotros
porque al hacerlo aceptamos al Señor como nuestra santificación, nuestra
perfección y nuestra victoria. Si todavía acariciamos alguna esperanza y
conservamos aunque sea un poquito de fe en nosotros mismos, Dios tendrá que
seguir trabajando en nosotros. Dios no cesará de obrar en nosotros hasta que
abandonemos por completo toda esperanza en nosotros mismos. Dios tiene que
llevarnos al punto en que no tengamos ninguna esperanza en nosotros mismos.
El hace esto para que aceptemos la cruz. El nos lleva a ese punto porque desea
que comprendamos que somos totalmente impotentes. El desea que
reconozcamos esto.
Aunque muchas personas son conscientes de que no pueden hacer nada por su
cuenta, aún así no han vencido. ¿Por qué sucede esto? Porque Dios también
requiere que cumplamos otra condición.
Ayer conocí a una hermana que pasó dos horas contándome la historia de sus
fracasos. Mientras ella hablaba, yo sonreía. Finalmente le pregunté: “¿Está
usted dispuesta a rendirse ahora? ¿Aún conserva alguna esperanza en usted?
¿Ha fracasado ya lo suficiente?”. Ella reconoció que no podía lograr nada, pero
aún le faltaba una cosa. Lo primero que Dios nos muestra es que no podemos
lograrlo. Tenemos que perder toda esperanza en nosotros mismos. Pero esto por
sí solo, no nos conducirá a la victoria. Una cosa es reconocer que no podemos
lograr nada, pero es otra dejar de intentarlo. Yo le dije: “Su comprensión de no
poder lograrlo es buena y correcta. Pero no se ha dado cuenta de que todavía
está tratando. ¿Puede ver que todavía está tratando de hacer las cosas por su
cuenta? Ya que sabe que no puede lograrlo, debería haber desistido de sus
propias obras. ¿No se da cuenta de que todavía sigue intentando aun cuando
dice que no puede lograrlo?”. Ella reconoció que no podía lograrlo; que al
mismo tiempo no veía ningún resultado, y que seguía esperando lograr algo. Yo
le pregunté reiteradamente: “¿Puede ver que todavía sigue obrando? ¿Está
consciente de que todavía sigue tratando de vencer?”. Ella estaba luchando e
intentando. Esta era la razón por la cual no podía vencer. Me preguntó qué
debía hacer. Yo le dije que sólo tenía que aceptar la cruz, reconocer su debilidad
y dejar de tratar o de esperar que algún día vencería. Le dije que en el momento
en que ella tratara de hacer algo, ella fracasaría. Ella preguntó: “Si fracaso a
pesar de hacer todo, ¿no fracasaría aún más si no hago nada?”. He ahí el
problema de muchas personas. Aunque saben muy bien que no pueden hacer
nada y están conscientes de que son completamente impotentes, aún así,
continúan luchando y esforzándose. El resultado es que todavía no hay victoria y
que aún no pueden vencer.
¿Qué significa estar crucificado con Cristo? Significa que a partir de ese
momento, ya no soy responsable de mi victoria ni de mi fracaso. Todos mis
asuntos están en las manos de Cristo. Suponga que una hermana le sirve una
taza de té y que cuando usted toma la taza, ella no la suelta, sino que se aferra a
ella. Por un lado, usted está tratando de coger la taza, pero por otro, ella
continúa sosteniendo la taza. Aunque ella dice que le está sirviendo el té, no
quiere soltar la taza. A menos que ella suelte la taza, usted no podrá tomarse el
té.
Una vez un hermano preguntó qué significaba ser victorioso. Le dije que ser
victorioso es renunciar, lo cual, a su vez, es expirar. Significa que la victoria, ya
no es asunto de uno.
En cierta ocasión en que me encontré con una hermana, le dije: “Sólo necesitas
hacer una cosa. Solamente dile a Dios que de ahora en adelante no puedes hacer
nada y que no eres responsable de nada”.
Una vez le llevé un manuscrito a una hermana, y le pedí que me sacara una
copia en limpio. Pero al salir, por equivocación, me traje el manuscrito conmigo.
A pesar de que ella tenía la disposición de pasarlo a máquina, no podía hacerlo.
Es así como nosotros oramos hoy. Decimos con nuestros labios: “Dios, por favor
ayúdame”; pero después de orar tomamos todo nuevamente en nuestras manos.
Ya les conté la historia del médico que fumaba cigarros. El tenia más de setenta
años y había estado luchando con ese vicio durante años. Un día, en una
reunión, comenzó a hablar de su lucha con el cigarro. Un joven que conocía al
Señor dijo: “Si yo estuviera en su lugar, no lucharía”. El hombre de edad
avanzada le dijo: “Si no puedo dejar el cigarro luchando, ¿no sería más difícil
dejarlo si no lucho?”. El joven le respondió: “¡No! Si yo estuviera en su lugar, yo
le diría a Dios: ‘No puedo dejar de fumar, Tú tienes que dejar el cigarro en mi
lugar’”. El anciano creyó que las palabras del joven tenían sentido e hizo caso. Le
dijo a Dios: “No puedo dejar de fumar y no lucharé más contra los cigarros.
Señor, te dejo esto a Ti. No volveré a tratar de ejercer control sobre esto. Por
favor, deja de fumar por mí”. Todos los días fumaba de doce a veinte cigarros, y
había hecho esto por cincuenta años. Pero ese día se rindió y al día siguiente les
dijo a otros que se había despertado por primera vez sin pensar en fumar.
Hermanos y hermanas, si ustedes creen que pueden llegar a ser santos, con
seguridad fracasarán. Si creen que pueden llegar a ser perfectos, sin duda
alguna fracasarán. Si creen que pueden llegar a ser pacientes, ciertamente
fracasarán también. Dios nos ve fuera de toda posibilidad de enmienda o de
arreglo. ¿Puede usted decir con Pablo que está crucificado? Usted es sumamente
corrupto e inútil, y lo único que merece es ser clavado en la cruz. Esto fue lo que
Pablo quiso decir. Cuando estuve en Pekín, le pregunté a un hermano si estaba
rendido. El dijo: “Doy gracias al Señor y lo alabo porque estoy acabado”. Este es
un requisito básico: debemos ver delante de Dios que somos completamente
inútiles y que no hay manera de mejorarnos ni de corregirnos. Todo lo que
tenemos que hacer es decirle al Señor: “De ahora en adelante, te entrego todo a
Ti. Hazlo todo por mí”.
LA FE:
“LA VIDA QUE AHORA VIVO EN LA CARNE,
LA VIVO POR FE,
LA FE EN EL HIJO DE DIOS”
Estoy juntamente crucificado con Cristo. Me rindo. Dios dice que soy
absolutamente corrupto y yo también digo que soy absolutamente corrupto.
Dios dice que soy absolutamente inútil, y yo también digo que lo soy. El dice que
solamente merezco morir, y yo estoy de acuerdo con El. “Ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí”. Esto es un hecho. Es un hecho que ya no vivo yo, y también lo es
que Cristo ahora vive en mí. ¿Por qué ya no soy yo quien vive? Dos menos uno
es uno. Al sustraer a Adán lo que queda es obviamente Cristo solo. Antes
vivíamos los dos juntos; ahora uno se ha ido y Cristo es el único que queda. Este
es un hecho. ¿Pero cómo puede manifestarse este hecho? El único camino es la
fe.
El evangelio de Dios nos muestra que Dios nos ha dado a Su Hijo. El Hijo de
Dios ha llegado a ser nuestra justicia, nuestra redención y nuestra santidad. No
tenemos que recibirlo como nuestra vida primero, y después esperar que El nos
dé Su perfección, Su paciencia y Su mansedumbre. El ya es nuestra vida. La
Biblia nos muestra que Cristo ya es nuestra Cabeza. Así como la cabeza se
preocupa por el cuerpo, es responsable por él y lo gobierna, así mismo es Cristo
para con nosotros. No necesitamos pedirle que sea nuestra Cabeza, y tampoco
necesitamos pedirle que nosotros seamos Su Cuerpo. El ya es nuestra Cabeza, y
nosotros ya somos Sus miembros. Esto requiere fe de nuestra parte. Por un
lado, ya nos rendimos a El; pero, por otro, ¿creemos que Cristo es nuestra
Cabeza y que tiene el lugar apropiado en nosotros siendo responsable por
nosotros y rigiéndolo todo por nosotros? ¿Creemos que El es nuestra Cabeza
como la Biblia lo dice, y que como tal El asume toda responsabilidad? La
palabra de Dios dice que El es la Cabeza. ¿Creemos nosotros que El
verdaderamente es nuestra Cabeza? ¿Creemos que ya no tenemos ninguna
responsabilidad sobre nosotros y que de ahora en adelante El será responsable
por todo, aun en este instante?
Dios también nos ha mostrado que la unión entre el Señor Jesús y nosotros es
como la relación entre la comida y nuestro cuerpo. El es la sangre que bebemos
y la carne que comemos. El es quien sustenta nuestra vida. Así como el alimento
suple todas nuestras necesidades interiores y así como morimos cuando somos
cortados de este suministro, así mismo es el Señor Jesús para con nosotros.
Esta unión misteriosa ha sido lograda por Dios. El ha logrado que las riquezas
inescrutables de Cristo, vengan a ser nuestras. ¿Creemos esto? ¿Creemos que
todo lo que es de Cristo es nuestro ahora? ¿Creemos que Dios nos ha dado Su
santidad, Su perfección, Su vida, Su poder y Sus riquezas? Dios nos ha unido a
El y lo ha hecho nuestra Cabeza, nuestra vid y nuestro alimento. Ahora El es
nuestra justicia, nuestra santidad y nuestra redención, y El vive por medio de
nosotros. ¿Creemos esto? Dios nos invita a creer que nuestra unión con el Señor
es la misma que Cristo tiene con El, y al mismo tiempo nos ordena que creamos.
En tal unión, toda Su paciencia, Su mansedumbre, Su pureza y Su bondad
vienen a ser nuestras. Así como creímos que El es nuestra justicia, ahora
también debemos creer que El es nuestra santidad. Hermanos y hermanas,
muchas personas han fracasado en este preciso asunto. A pesar de que conocen
el camino que Dios nos da para ser victoriosos, no tienen fe. Saben que no
tienen el poder, pero no conocen el poder de Cristo. Saben cuán corrupta es su
propia carne, pero no ven que Dios les ha dado las riquezas de Cristo como un
don.
Estoy consciente de que muchos han fallado en esto. No pueden creer que el
Señor vive en ellos y tampoco pueden creer que el Señor haya vencido por ellos.
Cuando le pregunté a una hermana si ella había soltado el asunto, ella respondió
que sí. Cuando le pregunté cómo había soltado las cosas, respondió: “Yo le digo
a Dios que no puedo hacer nada, que no me haré cargo de nada más. A partir de
ahora, le entregaré todo a El, así experimente victoria o fracaso”. Sin embargo,
si usted le pregunta a esa hermana si ella había experimentado victoria, ella
diría que no se atrevería a afirmar tal cosa. ¿Por qué no se atrevía a decir nada?
Ella respondió que no le parecía que hubiese vencido, y tampoco veía el efecto
de vencer. Le dije que si creía en lo que Dios había hecho y que si creía que el
Señor Jesús es la victoria y que El vive en ella, debería creer inmediatamente
que había vencido. Le dije también que si ella esperaba resultados, nunca
llegaría a experimentar victoria.
Una vez que usted suelte todo y crea, verá que el Hijo de Dios lucha la batalla
por usted. El vencerá en su lugar. El Hijo de Dios le quitará su mal genio, la
obstinación, el orgullo y la envidia. ¡Aleluya, sólo hay un vencedor en todo el
mundo! ¡Aleluya, todos somos débiles! ¡Aleluya, todos somos un fracaso y todos
somos inútiles! ¡Aleluya, sólo el Señor es vencedor! ¡Aleluya, en toda la historia
hay un solo vencedor! ¡Aleluya, ésta es la razón por la que nos jactamos en el
Señor Cristo! Hermanos y hermanas, ¿qué tenemos que no hayamos recibido?
¿De qué nos podemos jactar? ¿Extiende usted su dedo para señalar a los
ladrones o a las prostitutas? De no ser por la gracia de Dios estaríamos en la
misma condición de ellos. ¡Aleluya, no somos corregidos sino intercambiados!
Hermanos y hermanas, todo lo que tenemos que hacer es cumplir con estos dos
requisitos. Por una parte, no podemos hacer nada ni debemos tratar de hacer
nada. Por otra parte, vivimos por la fe del Hijo de Dios. Esta es la victoria.
¡Aleluya, El lo ha logrado todo! Tenemos que pedirle a Dios que nos muestre
que Su Hijo ha logrado todo y que nosotros no tenemos ninguna participación
en Su obra. Esto es lo que significa la victoria.
CAPITULO SEIS
LA ENTREGA
Leamos dos versículos. En Lucas 18:27 dice: “El les dijo: Lo que es imposible
para los hombres, es posible para Dios”. En 2 Corintios 12:9 dice: “Y me ha
dicho: Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad. Por
tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder
de Cristo extienda tabernáculo sobre mí”.
AUN TE FALTA UNA COSA
En Lucas 18:27 el Señor Jesús dijo que lo que es imposible para los hombres, es
posible para Dios. Nosotros sabemos en qué ocasión el Señor dijo esto. Un joven
rico había venido a El y le había preguntado: “¿Qué he de hacer para heredar la
vida eterna?” (v. 18). Debido a que le preguntó, qué tenía que hacer, el Señor le
contestó: “Los mandamientos sabes: No adulteres; no mates; no hurtes; no
digas falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre”. (v. 20). El Señor le hizo
una lista de cinco cosas. Le dijo al joven rico, que para heredar la vida eterna, la
vida increada de Dios, por medio de las obras, debía cumplir estas cosas. Esto
tiene que ver con lo que uno debe hacer y con lo que no debe hacer. El joven rico
pensaba que si heredar la vida eterna era sólo cuestión de dejar de hacer ciertas
cosas y de cumplir otras, él podría lograrlo. De hecho, él dijo haber guardado
todos estos mandamientos desde su juventud; entonces el Señor le dijo: “Aún te
falta una cosa” (v. 22).
El sábado por la noche vimos que según la evaluación que Dios ha hecho de
nosotros, sólo merecemos ser crucificados. Dios entiende cabalmente que no
podemos vencer el pecado y que nunca podemos hacer el bien. Pero aunque
Dios dice que somos inútiles, seguimos pensando que somos útiles en alguna
forma. Dios nos conoce muy bien, pero nosotros no nos conocemos a nosotros
mismos. No importa cuán buenos digamos ser, Dios dirá que aún nos falta una
cosa. El mal genio persigue a algunos permanentemente. La terquedad siempre
sigue a otros. Quizás algunos no sean orgullosos ni envidiosos, pero su
obstinación nunca los abandona. Todavía les falta una cosa. Siempre habrá
alguna cosa que no podamos vencer. No tenemos el poder para vencer ese
pecado. Quizás otras personas no sean orgullosas, celosas ni contumaces y
tampoco se enojen fácilmente, pero se encuentran llenos de sus propias
palabras; no pueden vivir sin estar hablando continuamente. Pueden gloriarse
de no haber cometido este o aquel pecado, pero el Señor aún les dirá que les
falta una cosa. Algunos son incapaces de soltar su dinero, aunque nunca llegan a
cometer un pecado grave. Sin embargo, su pecado es la avaricia; es una mancha
que permanece en ellos. Dios dice que todavía les falta una cosa. Aún queda algo
porque Dios quiere demostrarnos que no podemos vencer. Tal vez deseemos
llevar una vida perfecta, pero queda una cosa que da testimonio de que no la
hemos alcanzado. Hermanos y hermanas, ésta es la primera condición: admitir
que aún nos falta “una cosa”. Para algunos es el orgullo, para otros puede ser la
envidia, la locuacidad o los pensamientos impuros. Quizás otros tengan más de
“una cosa”.
Muchos hermanos me confiesan con lágrimas que no pueden vencer este pecado
o aquél. Hermanos y hermanas, no crean que yo no comprendo sus
frustraciones; sé que algún pecado le ha venido molestando, pero doy gracias al
Señor y lo alabo porque ustedes no pueden superarlo. Usted se ha rendido; ha
reconocido su derrota; Dios le mostrado que no puede vencer. El no tiene
necesidad de mostrarle muchos pecados. Solamente lo deja ver uno solo, y éste
será suficiente para demostrarle que no puede vencer.
Quizás una hermana haya vencido toda clase de pecados, mas no consigue
vencer el pecado de la mentira. Miente en el instante en que abre su boca.
Cuando habla, salen mentiras de su boca. Ella reconoce que éste es un pecado
que no logra vencer.
Otra hermana quizás no pueda vencer su mal genio. Ella se enoja en el minuto
en que es provocada. Inmediatamente después de enojarse confiesa su pecado;
pero inmediatamente le vuelve el mal genio. Cada vez que pierde la paciencia,
sabe que tiene que confesar su pecado; habiendo acabado de hacer su enojo,
éste vuelve a explotar. Esto la perturba mucho, pero no encuentra otra cosa qué
hacer. Ella continúa perdiendo la paciencia una y otra vez.
Tal vez un hermano haya logrado vencer muchos pecados, pero no logra vencer
el pecado de fumar. Aunque es un buen hermano, no puede vencer este pecado.
Otra hermana quizás venza toda clase de pecados, pero no logra vencer el
pecado de comer constantemente y a deshora.
¿Por qué los cristianos tienen experiencias diferentes? Dios permite que estas
cosas permanezcan en nosotros para probarnos que nada podemos hacer. Pero
a pesar de que Dios dice que nada podemos lograr, nosotros seguimos
insistiendo en tratar de lograr algo. A pesar de que Dios dice que no tenemos
esperanza, nosotros seguimos pensando que tenemos esperanza. Necesitamos
ver que todas nuestras decepciones y fracasos, y todas nuestras penosas
derrotas son usadas por Dios para mostrarnos que no podemos. Es así como
Dios nos pregunta si ya nos dimos cuenta de que hemos fracasado lo suficiente.
El nos demuestra de este modo que jamás lograremos vencer. El permite que
fracasemos una, dos, diez veces y aun veinte veces, para que veamos que no
podemos hacer nada. El permite que constantemente fracasemos a fin de
mostrarnos nuestra incapacidad. El nos permite tener estas experiencias para
que reconozcamos delante de El que no podemos vencer. El primer paso para
obtener liberación es reconocer que no podemos lograrlo. Para que una persona
pueda ser salva, debe primero reconocer su incapacidad. De la misma manera,
para poder vencer, también debe reconocer su incapacidad. Una vez que
lleguemos a este punto, Dios podrá comenzar a obrar. Desafortunadamente, el
joven rico que se acercó a Jesús, se fue desilusionado. Es una lástima que se
hubiese alejado triste a pesar de haber visto su incapacidad.
¿Por qué dio Dios la ley al hombre? No necesitamos examinar todas las leyes
que Dios ha dado en estos cuatro mil años. Sólo necesitamos observar los diez
mandamientos que Dios dio a los israelitas en el monte Sinaí. ¿Cuál fue el
propósito de estos mandamientos? Dios les dio los diez mandamientos a los
israelitas, no para que los guardaran, sino para que los quebrantaran. ¿Qué
significa esto? Dios sabe que el hombre no puede guardar la ley y también
conoce que todos somos pecadores. Sin embargo, el hombre se niega a aceptar
el juicio de Dios. Sólo cuando una persona fracase después de intentar cumplir
la ley, reconocerá que es pecadora. El libro de Romanos nos dice que Dios dio la
ley al hombre para que éste la quebrantara, no para que la guardara. Cuando el
hombre llega a comprender que no puede guardar la ley, viene a ser subyugado
y se humilla. Dios invirtió cuatro mil años en ayudar al hombre a ver que no
puede lograr nada. Después envió a Cristo para que el hombre lo recibiera y
fuera salvo por El.
En estos últimos dos mil años, muchos pecadores han sido salvos. Fuimos
salvos a pesar de que éramos pecadores. Esto debería ser suficiente para
habernos humillado; pero no sé si esto ha mejorado en algo su mal genio o su
orgullo. Es posible que haya habido algo que llamemos mejora, pero en realidad
es represión. Anteriormente su mal humor se manifestaba externamente; ahora
queda reprimido adentro. Antes, nuestro orgullo se manifestaba exteriormente;
ahora lo reprimimos. Pero cuando la represión llegue a cierto punto, no
podremos reprimirnos más, y todo quedará fuera de control. Dios nos muestra
que no podemos lograr nada. Nos dice que nadie puede poner fin a sus pecados.
Mientras haya alguna cosa que el hombre no pueda hacer, su incapacidad
quedará de manifiesto.
Algunos han dicho que soltar es muy difícil. Al llegar la tentación deben sostener
una pelea, y al comenzar a enojarse, piensan que deben luchar. Una vez que se
proponen hacer algo y fracasan, piensan que sólo tienen que tomar una decisión
más firme la próxima vez. Sin embargo, otra determinación traerá otra derrota,
y una nueva promesa sólo traerá consigo otra promesa quebrantada. Cuanto
más determinaciones tomemos, más fracasaremos. Si la primera decisión no fue
lo suficientemente firme, aunque la segunda lo sea más, tampoco traerá
resultados. Romanos 7 describe esto muy detalladamente: “Porque el querer el
bien está en mí, pero no el hacerlo” (v. 18). Ninguna promesa que hagamos sirve
para nada, porque no hemos soltado. Aún seguimos administrando nuestros
propios asuntos; no podemos decir que fuimos crucificados juntamente con
Cristo ni que ya no vivimos nosotros. Soltar significa morir, renunciar; significa
abandonar todo esfuerzo por tomar control y olvidarnos del asunto. Cuando ya
no seamos capaces, Dios podrá obrar. Por tanto, la primera condición es soltar
los asuntos.
Había en Tientsin un hermano de apellido Lee, que me preguntó una vez cómo
podía soltar las cosas. Dijo que no podía renunciar ni soltar; ¿qué debía hacer?
Le pregunté qué hacía en su empresa, y me dijo que era gerente del
departamento de textiles. Le pregunté qué haría si el gerente general le dijera
que el mes entrante no lo necesitaría más en la empresa, y desde entonces
quedaría despedido. El respondió que lo único que podía hacer sería renunciar.
Luego le pregunté: “Suponga que al mes siguiente llega el nuevo gerente y usted
le entrega todo a él. ¿Qué haría si un comprador se acercara a usted y le
preguntara qué clase de tela nueva tiene? ¿Qué precio tiene? ¿Cuánto juzga que
subirá el precio en dos días?”. El hermano respondió: “Si esto sucediera unos
pocos días antes de la llegada del nuevo gerente, trataría de hacer los cálculos
pertinentes para determinar lo que la compañía tiene en bodega y cuánto
necesitaríamos almacenar. Pero si ya hubiese entregado todo al nuevo gerente,
no tendría que hacer nada. Todo lo que podría hacer sería ver a los demás
trabajar”. Esto es lo que significa soltar y rendirnos. Esto es lo que significa estar
crucificados con Cristo. Debemos decirle al Señor: “No renuncio porque sea
capaz; renuncio porque no puedo tolerar más esto. No soy capaz de hacer nada;
no logro manejar las cosas. Es por esto que tengo que renunciar. Mi mal genio
persiste; mi orgullo aún está presente; mi obstinación y mi envidia todavía están
conmigo. No puedo hacer nada al respecto. Lo único que me resta por hacer es
rendirme y renunciar. Sólo puedo decir que en lo sucesivo todo queda en Tus
manos”. Sin embargo, cuando aparezcan “posibles compradores”, no debemos
alarmarnos. Hay muchos “compradores” que vienen cada día a ofrecernos sus
productos. Lo único que debemos hacer es dejar todo en las manos del Señor.
No debemos preocuparnos ni tratar de hacer nada. Esto es lo que significa
vencer; esto es lo que significa rendirse.
¿Sabe usted lo que es la tentación? Un hermano una vez dijo que siempre era
tentado a airarse; otro hermano decía que era tentado a ser obstinado; otro
decía que era tentado continuamente por pensamientos impuros, y otro se
quejaba de que era tentado por su lengua precipitada. Parece que existieran mil
clases de tentación para mil diferentes clases de personas. Pero en realidad sólo
existe una única tentación en el mundo. Creemos que las tentaciones nos
conducen al mal genio, al orgullo, a la avaricia o al adulterio. Pero para Satanás
sólo hay una tentación: la tentación de incitarnos a hacer algo. Satanás no trata
de inducirnos a perder la paciencia ni a que seamos orgullosos, avaros ni
adúlteros. El nos tienta a que nos movamos. Si él logra movernos, prevalecerá
sobre nosotros. No importa cómo nos movamos. Si él logra iniciar en nosotros
algún movimiento, ya hemos fracasado. En el momento en que nos movamos, él
podrá ganar la victoria sobre nuestra oración y sobre nuestra lectura de la
Palabra. Quisiera poder decirles esto con lágrimas en mis ojos. No debemos
movernos. Tan pronto como nos movamos, seremos derrotados. Podemos
luchar contra Satanás y podemos pelear contra él y resistirlo; pero en el
momento en que nos movamos, él habrá obtenido total victoria. Debemos
entender que la clave de nuestra victoria es permanecer firmes, no tomar el
control. Una vez que tratemos de manejar la situación, fracasaremos. Hermanos
y hermanas, esto es lo más asombroso. Dios desea hacernos a un lado para
permitir que Su Hijo venza por nosotros.
Cuando fui salvo, escuché la historia de una jovencita que conocía bien el
significado de la victoria. Durante la convención de Keswick, un hombre le
preguntó cómo vencía cuando el diablo venía a ella. Ella respondió: “Antes,
cuando el diablo tocaba a mi puerta, le decía: ‘¡No entres, no entres!’. Pero todo
esto terminaba en derrota. Ahora cuando el diablo toca a mi puerta, digo:
‘Señor, abre Tú la puerta’. Cuando el Señor abre la puerta, el diablo el dice: ‘Lo
siento. Creo que me equivoqué de puerta’. Luego sale corriendo”.
Cuando somos tentados y decimos: “Señor, sálvame, aquí viene otra vez más la
tentación”. El diablo entrará aún antes de abrir la puerta. Tenemos que dejar
que el Señor se haga cargo por completo del asunto. Cuanto más oremos, más
desesperados estaremos; y cuanto más repitamos nuestra oración, más difícil se
nos hará soltar el asunto. Un hermano dijo una vez que cuando Pedro se hundía
en el agua, solamente clamó: “¡Señor, sálvame!”. Soltar es orar usando una frase
corta. Si uno continúa diciendo “Señor, sálvame...” cinco o diez veces, ya habrá
sido derrotado. A esta clase de oración la llamo, la oración del ahorcado. Esto es
como una persona que sigue tratando de ahorcarse una segunda y aún una
tercera vez después de fracasar en el primer intento. Cuando una persona ora
repetidas veces así, demuestra que aún no lo ha soltado todo. Trata de echar
mano de la victoria con sus oraciones; trata de vencer con sus propias fuerzas.
El resultado será invariablemente el fracaso. Si deja de orar tanto, todavía
tendrá la posibilidad de vencer. Recuerden que Satanás trata de hacer que nos
movamos. Mientras nos movamos, inclusive en nuestra oración, él obtendrá lo
que quiere.
Suponga que usted pierde la paciencia cada vez que lo provocan. ¿Qué haría
hoy? ¿Qué haría si alguien continuara provocándolo con sus palabras y la
provocación se volviera cada vez peor? “Señor, no tomaré el control de este
asunto; mi mal genio ya no es responsabilidad mía; la victoria es Tu
responsabilidad. No puedo controlar mi mal genio. Señor, Tú debes hacerte
cargo de esto”. Si usted puede decir esto, en verdad habrá soltado el asunto. El
Señor tomará el control, y usted manifestará la paciencia de El. Podrá darle
gracias y alabarlo, diciendo: “Señor, ya no quiero responsabilizarme de esto”.
Pero si piensa que no puede soportar más la provocación, y ora: “Señor, líbrame
porque estoy a punto de perder la paciencia”. Quince minutos le parecerán
quince horas. Aunque tal vez no se llegue a enojar exteriormente, estará
ardiendo por dentro. Esto no es victoria. Satanás no necesita que usted pierda la
paciencia de modo exagerado. Todo lo que tiene que hacer es moverse un poco,
y él obtendrá la victoria.
Esta es la manera en que muchas personas le entregan sus asuntos al Señor. Por
un lado, dicen haber entregado todo a Dios; pero por otro, están intranquilos en
su corazón; siguen mirando atrás. Mientras usted tome el control, El no lo
tomará, sino que se lo dejará a usted. Si deja de tomar el control, entonces El lo
hará y asumirá toda la responsabilidad. Si desea seguir tomando el control, será
asunto suyo reprimir su mal genio y tendrá que hacerlo todo por su cuenta.
¿Qué significa rendirse? Significa dejar el dinero en el suelo, dar la espalda y
marcharse. Significa hacer caso omiso de la situación sin importarle si un niño,
el cochero o alguna otra persona toma el dinero. Deje de preocuparse y no se
responsabilice de ello. Sólo necesita decirle al Señor: “Señor, te entrego todo a
Ti. De ahora en adelante no me importa si soy malo o bueno”. Una vez que se
entregue a Dios de esta manera, Dios tomará lo que usted le haya entregado.
Todo lo que debemos hacer es entregarle al Señor lo que tenemos.
Primero tenemos que abandonar las cosas para que Dios recoja lo que ya
abandonamos. Sin embargo, siempre esperamos que Dios recoja antes de que
nosotros soltemos el asunto. Pero Dios desea que nosotros soltemos el asunto
antes de recogerlo El. Yo le dije al hermano que mencioné antes, que si su jefe
decidiera despedirlo el primer día del siguiente mes, y que si un nuevo gerente
fuese contratado, tendría que entregarle todo a él. Durante este período de
transición, él asumiría solamente la mitad de la responsabilidad y la otra
persona, la otra mitad. Durante esa transición, tanto el antiguo como el nuevo
gerente se encuentran presentes a la vez. Pero en el caso de Dios, o El toma todo
o no toma nada. El nunca tomará la mitad, dejando la otra mitad a nuestro
cargo. Nosotros tenemos que renunciar el día treinta y uno, y Dios asumirá el
cargo en el día primero. Si tratamos de renunciar gradualmente, Dios nunca
tomará el control.
En el libro The Christian’s Secret of a Happy Life [La clave de una vida cristiana
feliz], se encuentra la historia de un cristiano que descendía a un pozo seco. En
el borde del pozo había una soga, y el hombre lo utilizó para descender. Pero
repentinamente, llego al fin de la soga. Quería llegar hasta el fondo, pero no
sabía a que profundidad estaba. Pensó en regresar de nuevo y salir del pozo,
pero ya no le quedaban fuerzas. Lo único que podía hacer era agarrarse con
firmeza de la soga y gritar pidiendo ayuda. Pero como el pozo quedaba en un
desierto y él se hallaba en el fondo, nadie vino en su ayuda. Muy pronto quedó
sin voz, llegó al final de sus fuerzas y no pudo aferrarse más. Así que oró: “Dios,
que pueda caer en la eternidad”. Después de proferir estas palabras se soltó y
cayó; mas sólo fue una caída de tres pulgadas. Aquellos que piensan que caerán
en el abismo, cuando se suelten, descubrirán que han caído sobre la Roca
eterna, y no en la eternidad. Hermanos y hermanas, ¡suéltense! ¡Suéltense! La
primera condición para experimentar la vida vencedora es soltarse. De ahora en
adelante no necesitamos seguir tomando las riendas. Esto quiere decir que a
partir de hoy usted vencerá. Renunciar trae la victoria.
Recientemente en Chefoo una hermana oyó que había dos condiciones para
experimentar una vida vencedora: rendirse y creer. Yo le pregunté si ella había
vencido. Ella tenía la costumbre de ir a orar siempre a la montaña, y respondió:
“Subí hoy a la montaña y cavé otra tumba para mí y enterré otra cosa”. Le
pregunté por algunas cosas y respondió en todos los casos de la misma forma.
Sabía que ya había eliminado muchos pecados difíciles, pero aún no estaba
satisfecha. Oré por ella, pero esto no tuvo mucho efecto en ella. Un día pedí a
Dios que me diera palabras para ayudarla a vencer. Llegó la ocasión un día en
que ella tocaba un himno. Le pregunté cómo estaba, y de inmediato rompió a
llorar. Me dijo que había vencido muchos pecados, pero que no podía vencer el
pequeño pecado de comer a deshora constantemente. Para otros esto podría ser
de poca importancia, pero para ella era simplemente un pecado. Cuando dijo
esto, me reí y le dije: “Esto es maravilloso. No puede haber nada mejor”. Ella
dijo: “Usted dijo que la condición para recibir la vida vencedora es
primeramente rendirse y que la segunda condición es creer. Pues no puedo
rendirme, ni tampoco puedo creer”. Así que le dije: “¿Por qué entonces no
desiste de tratar de rendirte y de creer?”. Ella respondió: “Pero ¿no dijo usted
que la primera condición es rendirse y después creer? No puedo rendirme ni
creer, ¿qué debo hacer?”. Le dije: “Simplemente no siga rindiéndose y creyendo.
¿Qué significa rendirse? Rendirse es soltar las cosas. Soltar las cosas no es un
trabajo, pero usted lo ha convertido en un trabajo. Creer tampoco es un trabajo,
pero usted ha hecho que se convierta en un trabajo. Si no puede rendirse ni
creer, simplemente quédese como está. No hay necesidad de que trate de
enmendarse ni tampoco es necesario que suelte. Es cierto que la condición para
vencer es rendirse y creer; pero usted ha hecho de rendirse y creer una fórmula
para alcanzar victoria. Esto no funcionará. Simplemente suelte todo por
completo. No es necesario que haga nada. Ni siquiera es necesario que usted
suelte o crea. Si puede pronunciar una alabanza, entonces hágalo; y si no puede,
no hay necesidad de que lo intente. Si puede venir delante del Señor, entonces
hágalo. Venga delante de El, no importa si está viva o muerta. Esto es todo lo
que necesita hacer. Esto es lo que significa soltar”. Hermanos, somos demasiado
complicados. Dios dice que no tenemos que hacer nada, pero aún queremos
seguir haciendo muchas cosas. Muchos hermanos y hermanas dicen haberlo
soltado todo, pero han convertido esta acción en una especie de trabajo. Luchan
constantemente entre soltar y no soltar. Así que siguen ejerciendo su propia
fuerza. Soltar las cosas significa que uno ya venció. Esto es la victoria. Después
de que la hermana escuchó mi palabra, quedó confundida durante tres días. La
luz fue demasiado fuerte para ella y quedó confundida. Pero después de estos
tres días, logró vencer. ¿Hay alguna cosa que no puedan vencer? Esta hermana
tenía una sola cosa que no podía soltar, pero el Señor le dio la victoria.
NUESTRA DEBILIDAD ES NUESTRA GLORIA
¿Creen ustedes que tienen problemas? ¿Les parece que tienen fracasos?
Necesitan ver que sus problemas y fracasos son una bendición; el fin de ellos es
ayudarlo a vencer.
Una vez conocí en Chefoo a un médico que había sido salvo por tres o cuatro
años. Había servido en el ejercito por más de diez años. Tenía el porte de un
soldado; era directo y franco. No había duda de que era salvo. Sin embargo,
tenía el hábito de fumar, lo cual no había sido un problema mientras estuvo en
Manchuria, pero al venir a Chefoo, las cosas se le hicieron difíciles. Había entre
setenta y ochenta personas en la iglesia y Chefoo era un pueblo pequeño. El
único lugar donde podía fumar era en su casa, pero ni allí podía hacerlo
abiertamente porque su esposa también era una hermana. En el hospital en
donde trabajaba, algunas de las enfermeras también eran hermanas. Por un
lado deseaba fumar, pero por otro, se sentía avergonzado. Al escuchar que se
acercaba alguien, se apresuraba a apagar el cigarrillo. Si fumaba en la calle,
tenía que mirar primero a su alrededor para ver si había rostros familiares. No
podía dejar de fumar, y sin embargo le era doloroso seguir haciéndolo. No sabía
qué hacer. Después de una de mis reuniones, vino y acordó una cita para verme
a las nueve de la mañana del día siguiente. Me dijo que tenía cosas muy
importantes que decirme. A la mañana siguiente, vino y me contó toda su
historia. Me dijo que había estado fumando por más de diez años, y que no
podía dejar el cigarrillo. ¿Qué debía hacer? Mientras él hablaba, yo miraba al
techo y me reía. El dijo: “Señor Nee, éste es un asunto serio”. Le dije que sabía
que se trataba de algo serio. Me dijo que no podía hacer nada al respecto. Le
dije: “Es maravilloso que usted no pueda hacer nada al respecto. Nada es mejor
que el hecho de que usted no pueda hacer nada”. Me preguntó por qué, y le dije:
“Me gozo porque solamente el Señor puede resolver este asunto. Ni usted ni yo
podemos hacer nada al respecto. Su esposa no puede hacer nada, ni los
hermanos tampoco. Con un paciente tan ideal, el Señor Jesús tendrá buen
trabajo por hacer en Su clínica”. Me dijo que no era un asunto trivial no haber
podido hacer nada durante más de diez años. Yo estuve de acuerdo, pero le dije:
“Puede ser difícil para usted, pero no hay nada difícil para el Señor. El puede
cambiar la situación en un abrir y cerrar de ojos”. Continué diciéndole: “Doctor
Shi, usted es un buen médico, y yo tengo buena salud. Por lo tanto, ni usted me
necesita a mí ni yo a usted. Si usted desea mostrar sus habilidades en mí,
primero tengo que enfermarme; y no de algo común, sino de una enfermedad
grave. Cuanto más grave sea mi condición, mejor podrá demostrar su habilidad.
Hoy el Señor Jesús está aquí. El puede sanar lo que usted, doctor Shi, no ha
podido”. Me preguntó qué quería decir con esto, así que le cité 2 Corintios 12:9:
“Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto,
de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de
Cristo extienda tabernáculo sobre mí”. Era bueno que él deseara dejar de fumar,
y era maravilloso que no pudiera lograrlo. Pero aún así, no lograba entender las
palabras de 2 Corintios 12:9. Era maravilloso que no pudiera dejar de fumar. No
habría sido tan maravilloso si él no fumara, porque 2 Corintios dice que el poder
de Cristo sólo se perfecciona en la debilidad. Le dije: “Para usted es malo fumar.
Pero para Dios su impotencia en cuanto a dejar de fumar es algo maravilloso”.
El quedó confundido y me miró fijamente. Le dije: “Nunca piense que su hábito
de fumar es lamentable o que es algo desafortunado. Usted tiene que decirle al
Señor: ‘Te agradezco y te alabo porque fumo. Te doy gracias y te alabo porque
no puedo dejar de fumar. Pero te doy gracias y te alabo porque Tú puedes hacer
que deje de fumar y porque puedes ayudarme a dejar de hacerlo’”. El preguntó
con incredulidad: “¿Puede Dios realmente hacer esto?”. Le respondí: “Por
supuesto que puede”. Entonces oramos juntos. Primero yo hice una oración
breve, y después él continuó la oración. Tenía fe, y su oración tenía el tono de un
típico soldado. Habló en una manera sincera: “Dios, te doy gracias y te alabo
porque fumo. Señor, te doy gracias y te alabo porque no puedo dejar de fumar.
Señor te agradezco y te alabo porque Tú puedes dejar de fumar por mí”.
Después de orar y aún con lágrimas en los ojos, se puso su sombrero y se alistó
para salir. Le pregunté: “Doctor Shi, ¿seguirá usted fumando?”. Respondió: “Yo,
Tsai-lin Shi, no puedo dejar de fumar; pero Dios sí puede hacerlo por mí”. En
ese momento supe que no tendría problemas. En la noche me sentí preocupado
por él, y le pregunté a los que estaban en el hospital que había sido de él. Me
enteré de que todo andaba bien. A la mañana siguiente, le pregunté de nuevo y
su respuesta fue igual. Todo iba bien. Al encontrarme con él en la tarde, me dijo
que había estado hablando con su esposa. Su esposa se había quejado por más
de diez años de su hábito de fumar, y aún así, él nunca había podido vencer ese
vicio. Después de hablar con Dios, su hábito de fumar desapareció en menos de
media hora. El dijo: “No fumé ayer, y tampoco he fumado hoy”. Cuando se
marchaba, le pregunté de nuevo: “¿Cree usted, doctor Shi, que puede dejar de
fumar?”. El respondió que no. Le pregunté: “¿Qué hará entonces?”. Me dijo: “El
Señor dejará de hacerlo por mí”. Al escuchar sus palabras me fui tranquilo.
Es bueno que ustedes alaben a Dios por su victoria; pero también deben
alabarlo por sus debilidades. Sus debilidades tienen la función principal de
manifestar el poder de Cristo. Doy gracias a Dios de que Watchman Nee es
totalmente corrupto. Le doy gracias a Cristo porque Su poder puede una vez
más ser perfeccionado en mí. Le digo al Señor que no hay nada bueno en mí y
que no tengo ni santidad, ni paciencia ni calma. Doy gracias al Señor y le alabo
porque no tengo ninguna de estas cosas y porque tampoco me esfuerzo por
tenerlas. “Oh Señor, desde ahora te lo entrego todo. Desde ahora es Tu Hijo el
que vencerá por mí”. Si usted hace esto, inmediatamente vencerá. Usted puede
vencer en menos de un minuto; es más, en menos de un segundo.
Lucas 18 nos muestra un joven rico que no pudo vencer; mientras que Lucas 19
nos muestra a Zaqueo, quien logró la victoria. “He aquí, Señor, la mitad de mis
bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo
cuadruplicado” (v. 8). El obtuvo la victoria en ese instante. Zaqueo logró hacer
lo que el joven rico no pudo. Lucas 18 nos muestra que para el hombre es
imposible, mientras que Lucas 19 nos muestra que para Dios todo es posible. El
hombre de edad avanzada de Lucas 19 pudo hacer lo que el joven de Lucas 18 no
pudo. En Lucas 18 el joven no pudo hacer lo que el Señor le dijo que hiciera. En
Lucas 19 el Señor no tuvo que decirle mucho al hombre viejo, y aún así, éste
creyó. El joven rico no pudo lograr nada, porque no creyó en Dios. El viejo y
toda su casa eran hijos de Abraham; ellos tenían fe, y la salvación llegó a aquella
casa. Esta fue obra de Dios.
CAPITULO SIETE
CREER
Lectura bíblica: Gá. 2:20; He. 11:1
Leamos Gálatas 2:20 y Hebreos 11:1. En los días anteriores, vimos que la vida
vencedora es sencillamente Cristo mismo. La vida vencedora no consiste en una
mejora ni en un progreso que logremos nosotros, ni se trata de un esfuerzo por
llegar a ser como Cristo. La victoria es Cristo, quien vive en nosotros. En otras
palabras, es Cristo, quien vence en nuestro lugar. El murió por nosotros en la
cruz a fin de salvarnos. Hoy El vive en nosotros a fin de vencer por nosotros. Ya
vimos las condiciones para vencer. La primera condición es rendirse y la
segunda es creer. Creemos que el Hijo de Dios vive en nosotros y que vive Su
victoria desde nuestro interior. Vimos lo que significa rendirnos; veamos ahora
lo que significa creer. Temo que muchos ya se hayan rendido, pero aún no son
victoriosos porque todavía no han creído. Así que debemos recordar que no
podemos vencer si no creemos, aunque ya nos hayamos rendido. Rendirnos se
relaciona con el aspecto negativo; pero aún necesitamos creer, que es el aspecto
positivo. Si por un lado nos rendimos, y por otro creemos, venceremos.
Hubo una vez un hermano de Chefoo que fue a Shanghai. Empezó a decir que a
pesar de haberse rendido, aún no había vencido. Seguía sintiéndose tan mal
como antes. Hasta se había enojado en el trabajo. Yo le dije que rendirse no
equivalía a vencer; porque rendirse sólo se relaciona con el aspecto negativo.
Creer es igual de importante. El recibió esta palabra, y finalmente logró vencer.
En la reunión anterior, él alabó a Dios y proclamó que por primera vez no tenía
nada de que jactarse y que todo provenía de Dios.
LA FE ES LO QUE DA SUSTANTIVIDAD
A LOS HECHOS DE DIOS
Aquí hay una hermana que puede tocar muy bien el piano. Aquellos que tienen
oído y saben de música pueden apreciar la música que ella toca. No obstante, los
que son sordos o los que no entienden de música, no pueden testificar de lo
bella que es la música. Lo mismo se aplica a nuestra fe. Todos los hechos de
Dios son verdaderos. Sin embargo, sólo pueden tener sustantividad por medio
de la fe, porque la fe es lo que da sustantividad a lo que se espera, la convicción
de lo que no se ve.
Puede ser que un cuadro tenga un paisaje hermoso, pero un ciego no podrá
verlo. Sin embargo, no puede decir que la pintura no exista simplemente porque
no la ve. Es un hecho que la pintura existe; y ya sea que uno la vea o no, sigue
siendo una pintura y los hermosos colores también existen. La pregunta es si
usted ha recibido o no algún beneficio de ella. Los que tienen el sentido de la
vista podrán deleitarse en ella, se beneficiarán de ella. El Señor Jesús murió y
derramó Su sangre en la cruz por todos los hombres. Este es un hecho. Pero
algunos tienen la fe que le da sustantividad al hecho de la muerte del Señor y se
benefician de ella. Otros no tienen la fe. La muerte del Señor Jesús en la cruz
sigue siendo un hecho, pero no pueden experimentarla.
Dice en Efesios 1:3: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en
Cristo”. No hay duda de que Dios nos bendijo con toda bendición espiritual en
los lugares celestiales en Cristo. Pero, ¿dónde se hallan estas bendiciones?
Hermanos y hermanas, la cuestión principal es la fe: debemos creer que la
Palabra de Dios es veraz. Esto es muy sencillo y no es necesario ampliar más.
¿En qué consiste la fe? Examinemos esto desde el punto de vista del Señor. El
hecho de que los cristianos no puedan creer es un gran fracaso. Creer equivale a
dar sustantividad a los hechos. Una vez que vemos algo, le damos sustantividad.
Una vez que creemos, le damos sustantividad a los hechos y los obtenemos.
Un hermano dijo una vez: “Señor Nee, usted ha hablado, pero yo no he podido
recibir nada”. Le respondí que eso se debía a que solamente estaba escuchando
mis palabras; en lugar de eso, debería acudir al Señor y pedirle que le hable.
Aquella noche él oró a Dios diciendo: “Dios, hazme vencer. Señor hazme
victorioso. Señor tengo un genio horrible; ayúdame a vencer”. Mientras oraba,
recordó la oración del leproso que dijo al Señor: “Señor, si quieres, puedes
limpiarme”. El oró de la misma manera: “Señor, si quieres, mi mal humor se
irá”. En ese momento entendió que si el Señor lo deseaba, entonces no tenía
necesidad de pedir nada más. El Señor lo ha logrado todo y El sí quiere; ya todo
está hecho.
Todo lo que necesitamos hacer es creer lo que dice 2 Corintios 12:9 o Lucas
18:27. Tan pronto creamos en las palabras “sí quiero” todo estará bien. Una vez
que tenemos el “sí quiero”, los problemas quedan atrás y se desvanece el mal
genio. Aun si nuestra esposa está muriendo de alguna enfermedad, mientras el
Señor haya dicho: “Sí quiero”, todo estará bien. Este es el verdadero significado
de creer. Creer significa no pedir nada; es no pedirle a Dios que haga algo que ya
ha prometido hacer.
Una vez un hermano habló sobre la victoria. Después de su mensaje les pidió a
los hermanos y hermanas que hicieran las preguntas que tuviesen. El observó
que una hermana joven estaba llorando en su asiento, pero no se ponía de pie
para hacer ninguna pregunta. Otra hermana, ya mayor, se levantó y preguntó:
“Durante los últimos años he estado orando pidiendo que el Señor me conceda
la victoria, pero nunca la he experimentado. ¿Qué sucede?”. El hermano
respondió: “Nada. Usted ha orado demasiado. Si en vez de pedir alaba, todo
estará bien”. Después otro hermano se puso de pie y dijo: “Yo había buscado la
victoria por once años, pero hasta ahora no había podido vencer. La pregunta de
esta hermana y la respuesta que usted dio me han iluminado y ahora tengo la
victoria”. El hermano luego se le acercó a la joven que lloraba y le preguntó
cómo estaba. La joven respondió que también había visto claramente al
escuchar esta pregunta y su respuesta. Esto es lo que significa la fe.
Recuerden que con soltarlo todo no termina el asunto. Si usted no tiene fe, no
podrá darle sustantividad a los hechos. El color del cuadro sólo puede tener
sustantividad por medio de los ojos; el sonido de un órgano, sólo puede recibir
sustantividad por medio de los oídos, y la textura de un objeto, sólo por las
manos. Del mismo modo, la Palabra de Dios y Sus promesas sólo pueden recibir
sustantividad por medio de la fe. No debemos orar a Dios con incertidumbre:
“Señor, sé mi victoria. Sé mi vida y mi santificación”. Más bien, debemos
decirle: “Dios, Tú eres mi victoria. Te agradezco y te alabo porque eres mi
santificación. ¡Te agradezco y te alabo!”
Cuando fuimos salvos, recibimos una de las millares de palabras que El habló.
Algunos fueron salvos al leer Juan 3:16; otros fueron salvos por medio de Juan
5:24; otros recibieron la salvación en Romanos 10:10. Somos salvos al recibir
una palabra del Señor. Lo mismo se aplica a la victoria; todo lo que necesitamos
es una de Sus muchas palabras. El hermano que mencionábamos antes, venció
al recibir sólo dos palabras: “Sí quiero”. Algunos han vencido por medio de 2
Corintios 12:9, mientras que otros han vencido por Romanos 6:14. Otros han
recibido victoria en 1 Corintios 1:30.
LA FE NO ES LA ESPERANZA
Un hermano me preguntó una vez si una persona que vence debe tratar de
recordar constantemente que el Señor es su victoria. El dijo: “Tengo más de
veinte trabajadores en mi fábrica. Tengo que supervisarlos, pero olvido cosas
con frecuencia. Tengo a mi cargo muchas jóvenes. Todos los días les suceden
muchas cosas, desde la mañana hasta las ocho de la noche. ¿Cómo puedo
recordar a cada instante que el Señor es mi victoria? Si no logro recordar esto,
¿podré aún así ser victorioso?”. Le pregunté: “Cuando usted está en su fábrica,
¿se acuerda de que tiene dos ojos?”. El respondió que no. Luego le pregunté: “Al
salir de su fábrica ¿tiene que tocarse los ojos con sus manos para asegurarse de
que todavía están allí?”. El respondió: “Por supuesto que no”. No era importante
si él recordaba sus ojos. Lo único que importaba era si sus ojos realmente
estaban allí. Demos gracias al Señor porque la vida vencedora no depende de
que nosotros recordemos al Señor, sino de que el Señor se acuerde de nosotros.
Sería un gran sufrimiento para nosotros si se nos exigiera recordar al Señor.
Demos gracias al Señor y alabémoslo porque El se acuerda de nosotros.
LA FE NO ES UN SENTIMIENTO
Dios hizo un pacto con nosotros que dice que la mansedumbre, la paciencia, el
amor, la templanza, lo que está en Cristo, todo ello es nuestro. Pero cuando
usted vuelva a perder la paciencia y regresen su orgullo, su impureza y sus
fracasos, ¿qué hará? Si usted cree en la Palabra del Señor, debe decir: “Dios te
agradezco y te alabo porque yo puedo ser manso, paciente, humilde, amoroso y
sobrio. Yo puedo ser todas estas cosas porque Cristo vive en mí”. Mientras se
aferre firmemente a la Palabra de Dios, todos los temores se esfumarán.
Una hermana había soltado todos los asuntos y los había entregado al Señor. Le
pregunté si había vencido, y ella respondió que no estaba segura. Inquirí acerca
de la razón por la cual decía eso, y dijo que todavía no había visto los resultados.
Le dije sin rodeos: “Usted ha cometido el mayor pecado que el hombre pueda
cometer: el pecado de la incredulidad. Al usted no creer, da a entender que Dios
es mentiroso. Dios dijo que usted es un pámpano de la vid y si usted lo suelta
todo, la vida de El espontáneamente fluirá por usted. No obstante, usted dice
que Dios no la ha librado todavía, pese a que usted ha hecho su parte. Usted está
dando a entender que ya cumplió, y que Dios no ha hecho Su parte”. Ella dijo
que ésa no era su intención. Le dije: “Usted debe darle gracias al Señor y
alabarlo por haberle dado todo a usted”.
Nos hemos estado reuniendo aquí por ocho o nueve días. Me gustaría ver qué
nos va a suceder a todos nosotros. ¿Cuántos hemos soltado todas las cosas?
¿Cuántos ya lo han soltado todo y también tienen fe? En primer lugar, les
pediría a quienes lo han soltado todo que levanten la mano. Digo lo mismo a los
que además de soltarlo todo, creen. La cantidad de unos y otros es casi la
misma, aunque son menos los del segundo grupo. Déjenme añadir algo a esto de
creer.
En Chefoo le pregunté a una hermana si ella ya había soltado todas las cosas, y
ella respondió: “Sí, porque Dios dice que estoy juntamente crucificada con
Cristo”. Después le pregunté si ella había vencido, pero no se atrevía a decir que
sí, porque no se sentía segura. Le dije de una manera franca: “Hermana, Dios
dice que Jesucristo es su vida, pero usted dice que quizás no lo sea. Dios dice
que Jesucristo es su santificación, pero usted dice que es posible que Cristo no
sea su santificación. Dios dice que Su gracia le basta a usted, y usted dice que la
gracia de Dios tal vez no le sea suficiente. Entre usted y Dios, uno debe de estar
mintiendo. O Dios está equivocado o usted lo está. ¿Se atreve usted a decir que
Dios es mentiroso? Dios dice que Cristo es su vida, pero usted dice que tal vez
no lo sea. Dios dice que Cristo es su santificación, pero usted dice que quizás no.
¿Está usted dando a entender que la Palabra de Dios no es confiable?”. En ese
momento la expresión de su rostro cambió y replicó inmediatamente: “No quise
decir eso. Yo sí creo en la Palabra de Dios”. Hermanos y hermanas, si aún están
dudando, si todavía se preguntan si Cristo es su vida, o si El es su santificación,
esto no es insignificante. Puedo decirles francamente que están haciendo a Dios
mentiroso.
Una vez conversé con una hermana en Chefoo antes de una reunión. Como ya
iba a empezar la reunión, le pregunté si ella había soltado todas las cosas. Me
dijo que sí. Luego le pregunté si había logrado vencer, y me dijo que no, pero
que sabía cuál era su problema y que no era un problema grande. Como tenía
que irme en pocos minutos, oré a Dios pidiendo que me diera sabiduría para
decirle algo. Así que le dije: “Usted sonrió y dijo que no tenía fe sin darle mucha
importancia. Pero a los ojos de Dios esto es un gran pecado. Es un gran pecado
no creer en la Palabra de Dios. Dios dice que Cristo es su vida y su santificación.
El dice que Cristo es su victoria y que Su gracia le basta. Pero usted no puede
creer y hasta piensa que es un asunto trivial al expresarlo con una sonrisa.
Hermana, debo decirle que ha cometido un pecado muy serio. Usted debe
acudir al Señor y decirle: ‘Dios, no he creído a Tu palabra; he pecado contra Ti.
Por favor, perdóname y quita mi corazón malo e incrédulo. Te suplico que quites
este pecado de mí’”.
CAPITULO OCHO
LA PRUEBA DE LA FE
Quisiera que leyéramos un versículo. En 1 Pedro 1:7 dice: “Para que la prueba de
vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba
con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado
Jesucristo”. Quiero compartirles sobre la prueba de la fe. La Biblia nos revela
que no puede haber fe sin que ésta sea probada. Toda fe tiene que ser probada.
La fe debe pasar por la prueba debido a las razones que discutiremos.
Dios prueba nuestra fe a fin de que podamos crecer. Ningún cristiano puede
crecer si su fe no ha sido sometida a prueba. La fe de todo cristiano que está
creciendo debe ser puesta a prueba. Puedo decir con toda certeza que la fe de
todo creyente debe ser probada. La fe sólo puede crecer por medio de la prueba.
La única forma en que Dios nos ayuda a crecer es probando nuestra fe. Podemos
acercarnos a Dios y recibir toda Su gracia por medio de la fe. Una vez que
nuestra fe sea probada, creceremos espontáneamente.
Dios prueba nuestra fe, no sólo para que crezcamos, sino también para hallar
satisfacción. Nadie que haya creído en el Señor y haya recibido Su gracia puede
evitar la prueba de la fe. La prueba de la fe tiene como fin demostrarnos que
nuestra fe es genuina. Solamente la fe genuina satisface a Dios. Una fe que haya
sido aprobada glorifica el nombre de Dios. El nombre de Dios es glorificado en
este mundo mediante una fe aprobada. Si al pasar por tribulaciones,
persecuciones, obstáculos y oscuridad, seguimos creyendo y permanecemos
firmes después de todas estas pruebas, tendremos la fe que glorifica el nombre
de Dios.
Otra razón por la que Dios prueba nuestra fe, es que así podamos ayudar a los
demás. Una fe que no haya pasado por la prueba no puede ayudar a otros.
Solamente cuando nuestra fe es probada, pueden otros recibir ayuda de nuestra
parte. Si un hombre ha creído, pero su fe no ha sido probada, su fe no es
confiable. Satanás no puede hacer nada en contra de una fe que ha sido
genuinamente probada; él no puede sacudir esa fe. Solamente esta fe ayudará a
la iglesia. Hermanos y hermanas, la fe que ha sido probada es mucho más
preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego.
LA RELACION ENTRE LA PRUEBA DE NUESTRA FE
Y LA VICTORIA
La victoria no implica
que hayamos sido enmendados
Después de haber vencido y dejado de pecar por una, dos, tres, cuatro o cinco
semanas, uno llega a pensar que es bueno, que ha mejorado y que ha madurado.
Es posible que comience a valorarse y a gloriarse en sí mismo. Por lo tanto, Dios
lo pondrá a prueba y hará que caiga para que usted pueda ver que no ha
cambiado nada. Si logra perseverar en algo, no es porque haya mejorado, sino
porque ha sido intercambiado. El Señor ha perseverado en lugar de usted. Si
cree haberse corregido, sin duda caerá. Debe entender que si hay alguna
perseverancia, es Cristo quien persevera por usted. Si en usted hay alguna
mansedumbre, es Cristo quien es manso en usted. Si en usted hay alguna
santidad, esa santidad es Cristo. No importa cuánto tiempo haya vencido, usted
seguirá siendo usted y nunca cambiará. Watchman Nee será siempre Watchman
Nee. Después de cincuenta años seguirá siendo Watchman Nee. Una vez que se
haya ido la gracia, lo único que quedará será Watchman Nee. Doy gracias al
Señor y lo alabo porque la victoria es Cristo y no tiene nada que ver con
nosotros. Yo todavía puedo caer en pecado; no he cambiado en lo absoluto.
Mientras yo estaba en Chefoo, la esposa del hermano Witness Lee vino a verme
y me dijo que ya se había rendido y había creído plenamente que el Señor era su
victoria; ella había entrado en la experiencia de vencer. Pero se lamentó
diciendo: “Mi victoria es de corta duración. Después de una semana he vuelto a
ser derrotada. Mis dos niños me provocan constantemente y no logro ser
paciente con ellos. En los últimos dos o tres días fui derrotada una vez más.
¿Qué me sucedió?”. Le pregunté si Cristo había cambiado y ella respondió que
no. Luego le pregunté si la Palabra de Dios había cambiado y de nuevo me dijo
que no. Entonces le dije: “Puesto que Cristo no ha cambiado, ni tampoco Su
Palabra, ¿por qué no ha experimentado usted la victoria?”. Ella dijo que su
experiencia no era lo que ella pensaba que debería ser. Le dije: “Suponga que su
hijo sale a la calle, y un desconocido le dice: ‘Usted no es hijo de su madre, sino
que lo compraron por veinte centavos en la tienda donde venden hierbas’. El
viene y le pregunta: ‘Madre, ¿soy hijo tuyo o fui comprado en el herbolario por
veinte centavos? Alguien me dijo en la calle que tú me compraste’. Seguramente
usted le diría: ‘Tú eres hijo de mis entrañas. No creas lo que otros te digan’.
Suponga que él vuelve a salir y se encontrara al mismo hombre, y éste le dice lo
mismo y añade: ‘Yo estaba allí cuando tu madre te compró’. Si su hijo viene y le
pregunta una vez más, usted le diría: ‘Hijo, ¿acaso es que no crees en mis
palabras?’. Suponga que al salir de nuevo su hijo, se encontrara con el mismo
hombre, y éste le pregunta: ‘¿Ya le preguntaste a tu madre?’. Es cierto. El día en
que tu madre te compró por veinte centavos no sólo yo la vi, sino también aquel
chofer y esta persona y aquélla’. Digamos que el desconocido nombra diez o
veinte testigos que le atestiguan a su hijo que él fue comprado por veinte
centavos. Por un lado, su hijo tiene la palabra de usted, que no necesita
comprobación, pero por otro están las palabras de los desconocidos, el
testimonio de veinte o cincuenta personas, cuyas mentiras parecen estar
basadas en evidencias sólidas. ¿Debe su hijo creer las palabras de su madre, que
no requieren ninguna comprobación, o las mentiras de los desconocidos, que
están llenas de pruebas? Suponga que su hijo regresa y le dice: ‘Madre, estas
personas me demuestran con muchas evidencias de que tú me compraste. Dime
¿fui engendrado por ti o me compraste?’. Si él llega a decir esto, indudablemente
usted le dirá: ‘¡Qué hijo tan insensato!’ Hermana Lee, Dios también diría que
usted es una hija insensata. Dios dice que el Hijo de El es la santidad, la vida y la
victoria de usted. Lo que Dios haya dicho es lo que cuenta. Pero en el instante en
que usted sale de Su presencia se pone nerviosa y dice: ‘Algo anda mal. Es
evidente que no he vencido. Aunque Dios ha dicho que Su Hijo es mi santidad,
esto no puede ser cierto porque la evidencia me muestra que no tengo ninguna
santidad’. Al decir esto, usted da a entender lo mismo que su hijo. Usted escoge
creer en las mentiras de Satanás, que parecen estar llenas de evidencia, en lugar
de declarar la Palabra de Dios. Suponga que otros le dicen algo a su hijo para
engañarlo, y él les contesta sonriendo: ‘La palabra de mi madre es la que vale.
Usted es un mentiroso’. Suponga que sonríe y dice lo mismo cuando lo tratan de
engañar una segunda vez. Y que aun después de que lo tratan de engañar diez,
veinte o cincuenta veces, les responde de la misma forma. Si hace esto,
avergonzará al enemigo y será una gloria para su madre. Si Satanás viene y le
pone a usted el sentimiento de que está fría, usted debe decirle que es victoriosa
porque Cristo es su victoria. Si Satanás viene a provocarla, usted debe decirle
que es victoriosa porque Cristo es su victoria. Debe declarar que las palabras de
Satanás son mentira y que sólo la Palabra de Dios es verdad. Esto es fe, y ésta es
la fe que es aprobada. Esta es la fe que glorifica el nombre de Dios. Si decimos
que creemos con nuestros labios, pero nos retiramos llorando tan pronto somos
probados, ¿dónde está nuestra fe? Tal fe es de corta duración. La fe genuina
ciertamente debe pasar la prueba. Si usted admite la derrota tan pronto es
probado, estará acabada”.
Una hermana tenía el mismo problema que la hermana Lee. Ella decía que
había creído, pero que no podía vencer. Le dije que necesitamos la fe que mueve
montañas. Una fe que sucumbe ante la prueba más leve, no es fe. ¿Qué es una fe
grande? ¿Qué es una fe que mueve montañas? Una fe firme es una fe que mueve
montañas. Una fe que mueve montañas no la detiene ningún obstáculo. Donde
haya fe, los problemas tendrán que huir. Esta es la fe que mueve montañas. La
fe y las montañas no pueden coexistir. Una de las dos tendrá que irse. Si las
montañas permanecen, la fe tiene que irse; si la fe permanece, las montañas
tienen que quitarse. Cada prueba es una oportunidad para mover una montaña.
Lo importante no es si hay pruebas o no. Lo que está en juego es el hecho de que
cuando las montañas permanecen, la fe debe irse, y cuando la fe permanece, las
montañas deben irse. Entonces es crítico a quién le creemos, a los desconocidos
o a Dios. Nada que se derrumbe ante la prueba es fe.
LA FE VERDADERA
SOLO CREE EN LA PALABRA DE DIOS
Un día el Señor le dijo a Sus discípulos que pasaran al otro lado. De repente vino
una tormenta, y las olas golpeaban contra la barca. La barca estaba por
anegarse. El Señor Jesús estaba en la popa de la barca durmiendo sobre un
cabezal. Cuando los discípulos lo despertaron, le dijeron: “Maestro, ¿no te
importa que perezcamos?”. El Señor despertándose, reprendió al viento y al
mar. ¿Qué dijo después de esto? Marcos 4:40 dice: “¿Cómo no tenéis fe?”. Y
Mateo dice: “Hombres de poca fe” (8:26). Muchas oraciones desesperadas no
son otra cosa que una señal de incredulidad. Si hay fe, uno puede estar firme. El
Señor nos ha pedido que pasemos al otro lado. El no nos dijo que fuéramos al
fondo del mar. El dio una orden y no importa si el viento arrecia o las olas se
levantan; mire si la barca se hundirá o no. Si no hay fe, saldremos corriendo tan
pronto venga la prueba; pero si hay fe, podremos permanecer firmes cuando
venga la prueba. Una fe pequeña escapará cuando vea venir las pruebas, pero
una fe grande permanecerá firme ante ellas.
Una vez, una persona me regañó enojada. Cuanto más soportaba sus regaños,
más persistía. En esa ocasión oré al Señor y le dije: “Dios, dame perseverancia.
Dame las fuerzas para soportar. De no ser así, perderé la paciencia”. Si hoy me
sucediera lo mismo, no estaría tan ansioso, sino que le diría a Satanás, a modo
de broma: “Satanás, puedes insultarme por la boca de los hombres. Veamos
ahora si el Cristo que mora en mí puede ser afectado por tus injurias”. No odio a
los injuriadores, sino que los amo. Si actuamos de esta forma, Satanás no podrá
hacer nada en contra nuestra. Hermanos y hermanas, demos gloria y alabanza
al Señor. La victoria es Cristo, y no nosotros. Si dependiera de nosotros, sólo
podríamos soportar hasta cierto punto. Si las injurias sobrepasaran ese límite,
perderíamos la paciencia. Pero si Cristo es la paciencia, ninguna tentación será
demasiado grande para nosotros y ninguna prueba será demasiado difícil de
soportar. Cuando nos mantenemos firmes del lado de la Palabra de Dios y del
lado de la fe, Satanás no puede hacernos nada. El Señor nos ha ordenado que
pasemos al otro lado. Sin duda alguna llegaremos al otro lado. No es nuestra
palabra la que vale, sino la Palabra de Dios, porque Dios es fiel.
Por último, quisiera hacerles una pregunta: ¿Existe algún pecado que regresa
continuamente y los ha estado molestando? Creo que sí. Cuando el Cristo que
mora en nosotros nos guía en medio de la prueba, ¿quién está siendo probado
en realidad? Cada vez que nos sobrevenga una prueba, no somos probados
nosotros sino Dios. Cuando nuestra fe es probada, el Hijo de Dios es probado.
La fidelidad de Dios es puesta a prueba, no nosotros. Toda prueba tiene como
fin que se vea lo que Cristo puede hacer. Toda prueba es una prueba de la
fidelidad de Dios. Creer es permanecer del lado de Dios y de Su palabra y no del
de las circunstancias. Esto es lo que significa vencer. Satanás dice que somos
impuros, mas nosotros decimos que Cristo es nuestra santidad. Satanás dice que
somos orgullosos, mas nosotros le decimos que Cristo es nuestra humildad.
Satanás dice que hemos fracasado, mas nosotros decimos que Cristo es nuestra
victoria. Podemos responder cualquier cosa que diga Satanás proclamando que
Cristo es confiable y que Su palabra es fidedigna. Esto es la fe, y esto es lo que da
sustantividad a la Palabra de Dios. ¡Aleluya, Cristo es victorioso! ¡Aleluya, Dios
es fiel! ¡Aleluya, Su palabra es fidedigna!
CAPITULO NUEVE
EL CRECIMIENTO
Lectura bíblica: Jn. 17:17
En esta ocasión tocaremos otro asunto delante del Señor; pero antes, repasemos
lo que hemos visto. Vimos que nuestra experiencia ha sido una historia de
constantes fracasos. También vimos que la vida que Dios nos ha designado es
una vida mucho más elevada que nuestra experiencia cristiana actual. En tercer
lugar, vimos que la vida vencedora que Dios nos dio es Cristo, y que los métodos
humanos, como por ejemplo la represión, las luchas, la oración, etc., son
inútiles. En cuarto lugar, vimos que la vida que vence tiene cinco características,
de las cuales, la más importante es que esta es una vida intercambiada, no una
enmendada. Quinto, estudiamos las condiciones necesarias para experimentar
esta vida. Las dos condiciones básicas son: (1) rendirse, lo cual significa soltarlo
todo, y (2) creer. Si Dios dice que Su gracia nos basta, Su gracia nos basta. Si
dice que Cristo es nuestra vida, entonces Cristo es nuestra vida. Cuando Dios
dice que Cristo es nuestra santidad, nosotros confesamos que El es nuestra
santidad. Sexto, vimos también lo que significa soltar las cosas. Séptimo, la fe es
lo que da sustantividad a los hechos que Dios realizó. Octavo, aunque ya
creímos, nuestra fe necesita ser probada. Esta noche pasaremos a otro asunto
que se relaciona con el tema de la victoria: el camino hacia el crecimiento.
Después de escuchar los puntos que acabamos de mencionar, ustedes
seguramente se preguntarán: después de haber vencido, ¿se encuentra nuestra
vida en la cumbre, sin más posibilidad de progreso? Esta noche hablaré sobre lo
que una persona debe hacer una vez que ha vencido.
QUE HACER DIARIAMENTE DESPUES DE VENCER
Una vez usé un ejemplo mientras hablaba con un hermano. Le dije: “Suponga
que usted compra un lote y firma un contrato con el vendedor. En el contrato
queda estipulado el largo y ancho del lote. Al reclamar su parcela, suponga que
se encuentra a unos vagos tratando de construir una casa en su terreno. ¿Qué
haría usted en ese caso? Debe echar a los intrusos basándose en la autoridad de
su contrato”. Lo mismo debe suceder con nosotros en nuestra batalla contra el
pecado. No necesitamos luchar con nuestras propias fuerzas, sino con la
autoridad que Dios nos dio. Es cierto que la Biblia nos manda que luchemos,
pero también dice que debemos luchar con fe. La Biblia también dice que
debemos obtener victoria contra el enemigo, pero dice que debemos hacerlo por
medio de la fe. La Biblia dice que debemos resistir al diablo, pero dice que
debemos resistirlo con el escudo de la fe.
En segundo lugar, nuestra vida debe ser siempre la misma que fue el primer día
que experimentamos la vida vencedora. Cada mañana al despertarnos, debemos
decirle al Señor: “Dios, aún sigo siendo débil e impotente delante de Ti. No he
cambiado nada; sigo siendo el mismo. Pero te doy gracias porque Tú sigues
siendo mi vida y mi victoria. Creo que vivirás Tu vida en mí en el transcurso de
este día. Dios, te agradezco porque todo proviene de Tu gracia y porque Tu Hijo
lo ha logrado todo”. Hay otras cosas a las que debemos prestar atención.
En esta ocasión no tengo tiempo para leerles todo el capítulo cinco de Romanos.
Sólo puedo mencionarlo brevemente. Romanos 5:12-19 nos enseña unas
cuantas cosas. Este pasaje nos dice que nuestra unión con Cristo es igual a la
unión que tenemos con Adán. Así como pecamos por estar unidos a Adán,
asimismo tenemos justicia por estar unidos a Cristo. ¿Cuánto necesitamos
esforzarnos para enojarnos? No es necesario hacer ningún esfuerzo para
airarnos; nos enojamos tan pronto nos provocan. Espontáneamente nos
enojamos porque estamos unidos a Adán. Pecamos sin necesidad de
determinación alguna de nuestra parte, simplemente por estar unidos a Adán;
no necesitamos realizar ningún esfuerzo para pecar. Pero la vida en Cristo que
Dios ha prometido opera sobre el mismo principio que nuestra unión con Adán.
Debemos decirle al Señor: “Así como fui unido a Adán y pequé sin tomar la
decisión de hacerlo y sin pensarlo de ante mano, asimismo hoy estoy en Cristo.
Puedo ser paciente sin tomar ninguna decisión y sin tener tiempo de pensarlo.
No necesito luchar por ser paciente. Señor, en muchas de las cosas que me
sobrevendrán este día, no tendré la oportunidad de reflexionar. Pero te
agradezco y te alabo porque mi unión contigo es tan fuerte como mi unión con
Adán. Cuando la tentación venga a mí hoy, Tú podrás expresar Tu
mansedumbre, Tu santidad y Tu victoria por medio de mí, aun si el incidente
sucede demasiado rápido para pensar o resistir”. Si tomamos esta posición
delante del Señor, venceremos la primera clase de tentación. Todos los días al
despertarnos, debemos creer que Dios puede librarnos de las tentaciones de las
cuales no tengamos tiempo de pensar. Cada mañana debemos creer en la vida
de Cristo, y espontáneamente viviremos Su victoria. Así como nos enojamos sin
pensar, podremos también disipar nuestra ira sin pensarlo. Todo esto depende
de nuestra fe. Si tenemos fe, todo lo que Dios ha logrado llegará a ser nuestra
experiencia.
La Biblia no enseña que el pecado puede ser erradicado. Pero una vez que el
creyente empieza a experimentar la vida que vence, según el principio de la obra
de Dios y según Su provisión y Sus mandamientos, tal persona no debería volver
a pecar. Es posible que expresemos a Cristo todos los días y es posible que
seamos más que vencedores todos los días, pero en el instante en que vivimos en
nuestros sentimientos y según ellos, caemos. Tenemos que vivir diariamente por
medio de la fe. Sólo entonces, podremos darle sustantividad a todo en Cristo.
Algunos pueden pensar: “Si un hombre vuelve a caer y necesita que la sangre lo
limpie después de que ha entrado en la experiencia de la victoria, ¿no es igual
que los que nunca han entrado en ella?”. Oh no, hay una gran diferencia. Antes
de experimentar la victoria, la vida de uno es un total fracaso. Puede ser que
venza ocasionalmente, pero cae habitual y reiteradamente. Sin embargo,
después de vencer, su vida se convierte en una vida victoriosa. Si fracasa,
fracasará ocasionalmente; pero en general, vence continuamente. Hay una gran
diferencia entre las dos. ¡Aleluya, la diferencia es enorme! Antes prevalecía el
fracaso y la victoria sólo era eventual. Ahora, la victoria predomina y el fracaso
es ocasional. Antes de que una persona llegue a vencer, sus fracasos son
continuos. Los que tienen mal genio, se enojan continuamente. Aquellos que
tienen pensamientos impuros, tienen pensamientos impuros constantemente.
Los que son obstinados, los son siempre. Los que son cerrados en su manera de
pensar, siempre son cerrados. Los que son celosos, lo son continuamente. Cada
vez que alguno cae, cae en las mismas cosas, y la victoria es una experiencia muy
escasa. Una persona se ve atada habitualmente a su mal genio, su orgullo, su
envidia o sus mentiras. Después de experimentar la vida vencedora, sólo caerá
ocasionalmente, y aun si cae, no cometerá el mismo pecado.
Antes de que una persona experimente la vida vencedora, no sabrá qué hacer
cuando caiga. No sabrá cómo restaurar su comunión con Dios ni cómo recibir
nuevamente la luz de Dios. Se sentirá como si estuviese en la base de una gran
escalera sin saber cómo volver a subir. Después de vencer, es posible que caiga
de vez en cuando, pero en unos segundos será restaurado. Inmediatamente
confesará sus pecados y será limpio. El podrá darle gracias al Señor y alabarlo
de inmediato. Y Cristo vivirá Su victoria desde su interior una vez más. Esta es la
gran diferencia entre vencer y no haber vencido.
Todos los días debemos decir: “Señor, Tú eres mi Cabeza y yo soy un miembro
Tuyo. Señor, Tú sigues siendo mi vida y mi santidad”. Si ponemos la mirada en
nosotros mismos, no encontraremos ninguna de estas cosas. Pero si nuestra
mirada se vuelve a Cristo, lo tendremos todo. Esto es fe. No podemos aferrarnos
a la santidad, la victoria, la paciencia ni la humildad aparte de Cristo. Una vez
que tenemos a Cristo, tenemos la santidad, la victoria, la paciencia y la
humildad. Los chinos tenemos este proverbio: “Mientras permanezca verde la
montaña, no escaseará la leña”. Dios no nos da “la leña”, sino “la montaña”.
Mientras “la montaña” esté ahí, habrá “leña”. Nosotros creemos que el Hijo de
Dios vive en nosotros. La causa principal del fracaso de muchos cristianos es
que viven por sentimientos y no por fe.
Cuando caemos, no significa que todo lo que hayamos experimentado hasta ese
punto haya quedado anulado o se haya perdido. Sólo significa que algo ha
fallado en nuestra fe. Nunca debemos pensar que una persona tiene que caer
después de haber vencido. Antes de vencer tenemos que caer. Dios quiere que
caigamos, y que caigamos miserablemente. Pero después de vencer, no tenemos
que caer. Aun cuando caigamos, tales fracasos deben ser sólo ocasionales.
Cuando estamos en Adán y nos sentimos fríos, insensibles e impuros, significa
que en realidad estamos fríos insensibles e impuros. Pero cuando estamos en
Cristo, debemos decirnos a nosotros mismos que tenemos santidad y victoria.
Todo lo que afirmemos tener lo obtendremos.
¿De qué pecado está consciente usted? Suponga que es la ira. Si verdaderamente
ha vencido en Cristo, usted tendrá la paciencia que vence la ira y no podrá crecer
más en lo que a la paciencia se refiere. Su paciencia es la paciencia máxima,
porque es la paciencia de Cristo. Es la misma paciencia que Cristo tuvo mientras
vivió en la tierra durante Sus treinta y tres años y medio. Si su paciencia no es
una paciencia falsa, sino que es la paciencia de Cristo, no es posible tener más
paciencia, porque usted ya tiene la paciencia de Cristo.
Solamente podemos vencer los pecados de los cuales estamos conscientes. Sin
embargo, existen pecados de los cuales no estamos conscientes, y éstos no se
incluyen en nuestra experiencia de la victoria de Cristo. Por consiguiente,
necesitamos leer Juan 17:17 que dice: “Santifícalos en la verdad”. Por un lado,
tenemos 1 Corintios 1:30, que dice: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús,
el cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría: justicia y santificación y
redención”. Por otro lado, tenemos Juan 17:17, que dice: “Santifícalos en la
verdad”. Cristo nos santifica, y la verdad aumenta la medida de esta
santificación. ¿Hay algún hermano que conozca toda la Biblia desde el día de su
salvación? No, la conocemos gradualmente. La verdad nos dice lo que es
correcto y lo que no lo es. Por ejemplo, es posible que hace dos años no
tuviéramos conocimiento de que cierto asunto era pecado. Ahora vemos que lo
es. Es posible que hace dos semanas no tuviéramos conocimiento de que algo
era pecaminoso, pero hoy nos damos cuenta de que es pecado. Muchas de las
cosas que pensábamos que eran buenas y que aprobábamos, vienen a ser pecado
para nosotros.
Hay una diferencia entre el pasado y el presente, porque cuanto más conocemos
la verdad, más pecado descubrimos, y cuanto más pecado descubrimos, más
necesitamos que Cristo sea nuestra vida. Cuanta más capacidad tenemos, mayor
es nuestra necesidad de Cristo. Necesitamos estudiar la Palabra de Dios
diariamente de una manera cuidadosa para poder ver lo que es pecaminoso.
Cuanto más veamos nuestros pecados, más tendremos que decirle al Señor:
“Dios, muéstrame en estos asuntos que Cristo es mi victoria y mi suministro”. Si
deseamos crecer, es indispensable que tengamos la luz de la verdad. La luz de la
verdad expondrá nuestros errores y nos mostrará nuestra propia vulnerabilidad.
Una vez que la luz de la verdad exponga nuestra condición, nuestra capacidad
aumentará, y cuanto más aumente nuestra capacidad, más podremos asimilar.
Me agrada mucho 2 Pedro 3:18 que dice: “Antes bien, creced en la gracia y el
conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Este es uno de los pocos
pasajes de la Biblia que habla del crecimiento. Crecemos en la gracia. ¿Qué
significa crecer en la gracia? Nadie crece para entrar en la gracia; todos
crecemos en la gracia. No es posible decir que crecemos para entrar en la gracia;
sólo podemos crecer estando ya en la gracia.
¿Qué es la gracia? La gracia consiste en que Dios haga algo por nosotros. Crecer
en la gracia significa que necesitamos que Dios obre más en nuestro lugar.
Supongamos que Dios ya ha hecho cinco cosas por mí. Pero todavía quedan otra
tres cosas que El debe hacer. Dado que mi necesidad ha aumentado, necesito
que Dios haga más por mí. En esto consiste la relación entre la gracia y la
verdad: la verdad pone de manifiesto nuestra necesidad, mientras que la gracia
suple esa necesidad. La verdad nos muestra dónde está nuestra escasez,
mientras que la gracia llena este vacío. ¡Aleluya! Dios no sólo tiene la verdad,
sino también la gracia. En el Antiguo Testamento, los hombres fracasaban
repetidas veces porque sólo tenían la verdad; ellos no tenían la gracia. Tenían la
ley, pero no tenían la fuerza para guardarla. Damos gracias y alabanzas al Señor,
“pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron
por medio de Jesucristo” (Jn 1:17). Damos gracias al Señor por habernos
mostrado la verdad y suministrado la gracia. ¡Aleluya!
Puedo decir delante del Señor: “Seré un mendigo para siempre. Siempre seré
pobre. Tengo que venir a Ti hoy, y tendré que venir a Ti mañana y pasado
mañana”. Agradecemos a Dios porque podemos hacerle peticiones todos los
días. Podemos hacer súplicas el lunes, y luego pedir más el martes. Si
molestamos a Dios y le pedimos de esta manera, El dirá que hemos crecido en la
gracia. Cuanto más veamos nuestros fracasos, más súplicas le haremos a Dios.
Pediremos que El se haga cargo de nuestro caso. Le diremos: “Señor todavía
sigo siendo incapaz. Necesito que Tú te encargues de estos asuntos”. Cuando
nos demos cuenta de que hemos hecho algo incorrecto, lo primero que debemos
hacer es decirle a Dios: “Te confieso mis pecados. (En estos casos, usted debe
darle nombre propio al pecado. Debe llamar pecado al pecado). Dios, no me
cambiaré a mí mismo. He aprendido una lección más. No puedo cambiarme ni
tengo la intención de hacerlo. Te agradezco porque ésta es otra oportunidad
para gloriarme en mi debilidad. Te doy gracias, Dios, porque Tú puedes hacerlo.
Te doy gracias porque puedes quitar mi debilidad”. Hermanos y hermanas, cada
vez que nos gloriemos en nuestra debilidad, el poder de Cristo extenderá
tabernáculo sobre nosotros. Cada vez que digamos que no podemos lograrlo,
Dios nos mostrará que El sí puede. Si hacemos esto continuamente, creceremos.
Esta noche les daré unos cuantos ejemplos de lo que significa crecer. Existen
muchos pecados que no reconocemos como tales. Pero una vez que nos demos
cuenta de que lo son, debemos decir: “Dios, he pecado. Necesito que Cristo
exprese Su vida en mí”. Puedo contarles que una vez un hombre me trató mal, y
yo le respondí con unas cuantas palabras precipitadas. Sabía que estaba mal
responder como lo hice, pero yo argumentaba que él estaba más errado que yo,
y que él no me había ofrecido disculpas. Yo sólo estaba errado un poco. ¿Por qué
tenía yo que ofrecer disculpas? Sin embargo, Dios quería que yo lo hiciera. Esa
persona me había ofendido, yo la había perdonado, y ya se me había pasado el
enojo. Aún así, tenía que pedirle perdón. Pensaba que todo iba bien, pero me
encontraba por debajo de la norma de Mateo 5, la cual dice que tenemos que
amar a nuestros enemigos. Si yo pudiera amar a esa persona, sería capaz de
amar a un gato o un perro. Escribí una carta en la que reconocía haber hablado
precipitadamente, pero como no podía amar a esa persona, decidí no enviarla.
Pensé escribirle otra cuando lo pudiera amar. Yo no lo odiaba y ya lo había
perdonado, pero no podía amarlo. Sólo Dios podía amarlo. Dios dice que amar
es la verdad y que no amar es pecado. Quería vencer y quería pelear con fe. Le
dije al Señor: “Si Tú no haces que lo ame, no podré amarlo”. Cuando dije que no
podía amar y que Dios era el único que podía amar, terminé amándolo. Por una
parte, la verdad nos dice que debemos amar; por otra, la gracia nos suministra
la fuerza para amar. Tales casos, a veces toman unos cuantos minutos y a veces
varios días.
Había tres hermanas británicas, una de las cuales estaba comprometida, y las
otras dos habían decidido quedarse solteras. Las tres laboraban para el Señor en
el interior de la China. La hermana que estaba comprometida era la más
descontenta de las tres. Aunque su prometido le escribía con frecuencia para
consolarla, ella se deprimía constantemente. Un día se puso a llorar en su cuarto
pues se sentía sola. Las dos hermanas le preguntaron: “¿Por qué te sientes así?
Tienes un novio que siempre te escribe. Nosotras tenemos más razones que tú
para sentirnos solas”. Después de que le dijeron esto, regresaron a sus cuartos y
de repente también se sintieron solas. Se pusieron a pensar en su labor en las
regiones del interior de la China, lo extraña que era la comida, y lo incómoda
que era la vivienda. ¡Cuánta soledad experimentaron! Hermanos,
verdaderamente el pecado es algo contagioso. Mientras se lamentaban de su
situación, recordaron la palabra del Señor: “Yo estoy con vosotros todos los días
hasta la consumación del siglo” (Mt. 28:20). También recordaron Salmos 16:11,
que dice: “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para
siempre”. Ellas le dijeron al Señor: “Es un pecado sentirnos solas. Tú nos has
dicho que estarás con nosotras hasta la consumación del siglo; por lo tanto,
reconocemos que sentirnos solas es un pecado. Tú has dicho que en Tu
presencia hay plenitud de gozo y que a Tu diestra hay delicias para siempre; por
lo tanto, reconocemos ante Ti que sentirnos solas es un pecado”. Ambas se
arrodillaron y oraron: “Señor, reconocemos que sentir la soledad es pecado”.
Desde el momento en que ellas confrontaron el sentimiento de soledad de una
forma tan específica, nunca volvieron a sentirse solas. ¡Aleluya, el sentimiento
de soledad nunca volvió!
Hermanos y hermanas, podemos descubrir pecados todos los días, y cada día
podemos encontrar fracasos, pero al mismo tiempo tenemos el suministro
fresco de la gracia. “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre
gracia” (Jn. 1:16). La recibimos cierto día, y seguimos recibiéndola una y otra
vez.
Hubo una hermana que servia al Señor en la India y tenía muchas ansiedades.
Un día leyó Filipenses 4:6, donde dice: “Por nada estéis afanosos, sino en toda
ocasión sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios por medio de
oración y súplica, con acción de gracias”. Ella pudo ver que la ansiedad era
pecado y que no dar gracias también era pecado. Hermanos y hermanas, una
vez que reconocemos un pecado tenemos que confesarlo al Señor y también
debemos reconocer que el Señor vive en nuestro interior. Esto es lo que significa
crecer.
CAPITULO DIEZ
EL TONO DE LA VICTORIA
Lectura bíblica: Sal. 20:5; 2 Cr. 20:1, 3, 12, 15, 17-22, 24, 26-28
Damos gracias al Señor porque muchos hermanos y hermanas han entrado por
la puerta de la victoria, pero después de que uno experimenta esto, aún necesita
tener el tono correcto de la victoria. Posiblemente no entiendan lo que significa
tener el tono correcto. Quizás lo podríamos decir en otras palabras: la victoria
tiene sus propias características. ¿Cómo sabe uno que ha vencido? ¿Cuándo
sabe que ha vencido? Uno está consciente de haber vencido por Salmos 20:5:
“Nosotros nos alegraremos en tu salvación”.
Recuerden que después de que un cristiano vence, debe seguir jactándose con su
boca en la victoria. Un día en el que no pronunciemos un aleluya es un día en el
que no nos jactamos en la victoria. Si a diario lo único que vemos son mares de
lágrimas, no estamos jactándonos en la victoria. Nuestro tono debe estar lleno
de regocijo en la salvación y de voces de júbilo por la victoria de Cristo. Cuando
nuestro equipo de criquet ganaba, llevábamos la victoria a nuestro colegio, y
nuestros compañeros de clase se jactaban en esa victoria. De la misma forma,
nuestro Señor ha ganado la victoria y nos la ha traído a nosotros. Ahora
nosotros podemos jactarnos continuamente en esta victoria.
En aquella época “los hijos de Moab y de Amón, y con ellos otros de los
amonitas, vinieron contra Josafat a la guerra” (v. 1). En los días de Josafat, el
reino de Judá era muy débil para luchar contra sus enemigos. Josafat, por
supuesto, también sintió temor cuando se miró a sí mismo. No había podido
hacer nada antes ni tampoco podría hacer nada ahora. Cuando vinieran los
enemigos, ¿qué podría hacer? No podría hacer nada.
Sin embargo, él era un hombre que temía a Dios. El “humilló su rostro para
consultar a Jehová, e hizo pregonar ayuno a todo Judá” (v. 3). El no podía hacer
otra cosa que acudir a Dios. El oró al Señor: “¡Oh, Dios nuestro! ¿no los juzgarás
tú? Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene
contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (v. 12). El
reconoció su impotencia y puso sus ojos en el Señor. Hermanos y hermanas,
durante los últimos días hemos repetido muchas veces las condiciones para
rendirse, que son: (1) comprender que no podemos lograr la victoria por nuestra
cuenta y (2) no tratar de hacerlo. Además debemos creer en Dios. Esto fue lo
que hizo Josafat: reconoció esto al decir que no tenía la fuerza para resistir al
enemigo, ni tampoco sabía qué hacer. No tenía más alternativa que acudir al
Señor.
Josafat hizo algo más. ¡No sólo permaneció firme observando la batalla, sino
que también inclinó su rostro a tierra para adorar a Dios después de escuchar la
palabra del profeta. Todo Judá y los habitantes de Jerusalén también se
postraron delante de Jehová y lo adoraron. Mientras los otros se disponían a
atacarlos, ¿qué hacían éstos por su parte? Pidieron a un grupo de levitas que
alabaran al Señor. Ellos estaban vestidos de ornamentos sagrados (v. 21) y
fueron delante del ejército alabando a Jehová. ¿Estaban locos? Ellos no tenían
temor de las rocas ni de las flechas; iban cantando alabanzas a Dios. Este es el
tono de la victoria. Ellos tenían el tono de la victoria porque sabían que Jehová
les había concedido la victoria y que los enemigos ya estaban derrotados. Sabían
que ya habían ganado la batalla. Algunos creen que cuando las tentaciones
vienen, deben luchar y resistirlas. Pero “cuando comenzaron a entonar cantos
de alabanza, Jehová puso contra los hijos de Amón, de Moab y del monte de
Seir, las emboscadas de ellos mismos que venían contra Judá y se mataron los
unos a los otros” (v. 22). Cada vez que entonamos cánticos de alabanzas al
Señor, los enemigos son derrotados.
¿Cuál fue el resultado? “Y luego que vino Judá a la torre del desierto, miraron
hacia la multitud, y he aquí yacían ellos en tierra muertos, pues ninguno había
escapado” (v. 24). Dios da una victoria en la que ninguno escapa o no da victoria
en absoluto. Si dependiera de nosotros, podríamos haber dejado unas cinco o
seis personas vivas. Pero Dios no dejó ni uno solo vivo. Las palabras “y cuando
comenzaron” del versículo 22 son muy significativas. Cuando el pueblo comenzó
a cantar, Jehová puso emboscada contra los hijos de Amón, de Moab y del
monte de Seir. Hermanos y hermanas, Dios sólo puede obrar cuando nosotros
comenzamos a alabar. Cuando comencemos a alabar, Dios comenzará a obrar.
Nosotros nos preguntamos si hemos vencido o no, pero yo les pregunto si han
gritado “¡Aleluya!”. “Aleluya” es el tono de la victoria. Si el tono es correcto, la
victoria es genuina. Tal vez podamos fingir muchas cosas, pero no podremos
fingir el tono de la victoria. Todo vencedor tiene un tono de continuo regocijo y
alabanza. Podemos darnos cuenta de dónde procede una persona por su acento
o su entonación. También podemos decir si alguien ha vencido, por el tono que
usa. La señal de victoria es el grito de “aleluya” y “Gloria al Señor”. Cuando
venga la tentación, la señal de la victoria es poder decir: “¡Aleluya, gloria al
Señor!”. Una persona que se fija en sí misma no puede alabar al Señor.
Solamente los que tienen su mirada fija en el Señor pueden alabarlo. Si nos
miramos a nosotros mismos, nos daremos cuenta de que somos incapaces y no
podremos decir: “¡Aleluya, gloria al Señor!”. Cuando contemplemos al Señor,
podremos decir: “¡Aleluya, gloria al Señor!”. No importa si las tentaciones
aumentan ni si los moabitas y lo amonitas son más numerosos que antes. La
guerra es del Señor, y no nuestra. El Señor se encarga de todo. Por lo tanto, el
tono de la victoria se encuentra en nuestro regocijo continuo, nuestra alabanza y
nuestra acción de gracias al Señor. No tenemos que esperar hasta fracasar,
contaminarnos y pecar para poder decir que fuimos derrotados. Tan pronto
detenemos la alabanza y la acción de gracias, ya perdimos la victoria. No
tenemos que cometer un pecado muy grande; cada vez que dejemos de jactarnos
en la victoria del Señor y de darle gracias y cantar alabanzas a El, habremos
perdido nuestra victoria. Hermanos y hermanas, la vida vencedora que Dios nos
ha dado canta “aleluya” y se regocija todos los días. Cuando esta señal
desaparece, la victoria se ha perdido.
Conocemos bien Nehemías 8:10, que dice: “Porque el gozo de Jehová es vuestra
fuerza”. La vida que Dios nos dio se expresa en gozo. Nuestro Señor Jesús vive
en una atmósfera de gozo, regocijo, alabanzas y acción de gracias. Esta es la
lección que he aprendido en estos últimos años. Anteriormente sabía que había
sido perdonado y que había perseverado, me había consagrado y había
obedecido al Señor. Pero sentía algo de amargura y tenía algunas pequeñas
quejas. No podía darle gracias al Señor ni alabarlo. Cuando no podemos darle
gracias al Señor ni alabarlo, estamos derrotados. Hermanos y hermanas,
nuestra victoria se descubre en nuestro gozo. Cada vez que dejamos a un lado
nuestro gozo y regocijo, hemos desechado también nuestra victoria. Cuando
desechamos nuestro gozo y nuestro regocijo, quedamos atados. Un hermano
testificó que nunca se había dado cuenta tanto como en estos últimos días, de la
fuerza que el gozo proporciona. Si no estamos gozosos y regocijándonos, nos
encontraremos deprimidos. Tenemos que mantener nuestra victoria en gozo y
regocijo. La victoria es como un pez que debe mantenerse en el agua. La victoria
debe mantenerse en gozo y regocijo.
REGOCIJARSE EN LA PRUEBAS
Y EN LAS TRIBULACIONES
Jacobo 1:2 dice: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en
diversas pruebas”. Leemos en 1 Pedro 1:6: “En el cual vosotros exultáis”. ¿A qué
se refiere esto? El versículo 8 dice: “A quien amáis sin haberle visto, en quien
creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y colmado de
gloria”. En el capítulo 4, versículos 12 y 13 dice: “Amados, no os extrañéis por el
fuego de tribulación en medio de vosotros que os ha venido para poneros a
prueba, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto
participáis de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de
Su gloria os gocéis con gran alegría”. Estos pasajes nos dicen cómo debemos
comportarnos en los momentos de tribulación. El libro de Jacobo habla de
“diversas pruebas”. Esto incluye tanto las pruebas que debemos afrontar como
las que no deberíamos afrontar; todas vienen al mismo tiempo. Vienen los
enemigos, los amigos, los incrédulos, los hermanos y también las cosas
razonables y las absurdas. Vienen toda clase de pruebas, pero ninguna de ellas
puede quitarnos el gozo. Recuerden que en la Biblia la palabra gozo siempre va
acompañada de adjetivos tales como gran y pleno. Todos los gozos que
proceden de Dios son grandes y plenos. Leemos en 1 Pedro 1:6 que uno se
regocija, mientras que la aflicción es sólo por “un poco de tiempo”. ¿Es posible
estar afligidos? Sí, es posible; de hecho, es inevitable que nos sintamos afligidos.
Mientras tengamos ojos, siempre brotarán las lágrimas. Mientras tengamos
conductos lagrimales, las lágrimas siempre saldrán. Pero aunque haya lágrimas,
también puede haber regocijo. Por consiguiente, 1 Pedro 1:8 habla de: “Gozo
inefable y colmado de gloria”. No hay palabras para describir este gozo. Muchas
veces mientras aún hay lágrimas en nuestros ojos, podemos estar gritando:
“Aleluya!”. Muchas veces mientras las lágrimas ruedan por nuestras mejillas,
nuestros labios están dando gracias a Dios y alabándolo. Muchas lágrimas han
corrido mezcladas con acción de gracias y alabanzas. La señorita M. E. Barber
escribió un himno que contiene la siguiente línea: “Que mi espíritu te alabe,
aunque esté partido el corazón” (Hymns, #377). Mientras vivamos en la tierra,
no podemos evitar que nuestro corazón en ocasiones sea partido. El corazón
siente, pero aún así, el espíritu puede alabar al Señor. Dice en 1 Pedro 4:12 que
no sólo debemos gozarnos en medio de las tribulaciones, sino también cuando
las pruebas vengan. Esto significa que debemos recibir las pruebas y decir:
“Damos gracias al Señor y lo alabamos porque las pruebas están otra vez aquí”.
Algunos hermanos fruncen el ceño cuando ven venir las pruebas y murmuran:
“¡Aquí están otra vez!”. Pero Pedro nos dijo que diéramos gracias a Dios con
gozo de que estuvieran de nuevo aquí. Cada vez que le damos gracias al Señor y
lo alabamos, nos ponemos por encima de las pruebas. Nada puede ponernos por
encima de las tentaciones, las circunstancias y las dificultades mejor el gozo, la
acción de gracias y la alabanza. Este es el tono apropiado de la victoria y se
expresa en un vencedor.
Permítanme decirles algo que tal vez no les agrade mucho: los cristianos son un
modelo para los demás moradores de la tierra. Dios nos ha puesto sobre la tierra
como modelo para los demás. Si lloramos cuando otros lloran y nos
desanimamos cuando otros se desaniman, seremos iguales que los demás.
¿Dónde está entonces nuestra victoria? Nosotros debemos mostrarle al mundo
que en medio de estas situaciones, tenemos gozo y fortaleza. Quizá les
parezcamos locos, pero tendrán sed del Cristo que nos vuelve tan “locos”. Que el
Señor nos conceda Su gracia para que expresemos la victoria de Cristo en medio
de las tribulaciones.
Puedo hablar mucho más sobre este tema. Pablo dijo en 2 Corintios 12:10: “Me
complazco en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en
angustias”. Pablo se regocijaba en las debilidades, en afrentas, en persecuciones
y en angustias. Hermanos y hermanas, aún no sabemos lo que nos habrá de
sobrevenir, pero sí sabemos que mientras vivamos en la tierra, las
circunstancias no siempre estarán a nuestro favor. Algunos se enfermarán; otros
tienen familiares que están enfermos. Otros tienen parientes que están
muriendo, y otros están afrontando persecuciones. ¿Qué vamos a hacer?
Podemos decirle al Señor que lo soportaremos todo. Pero decir esto significa
que ya hemos fracasado. Si por el contrario decimos: “Señor te agradezco y te
alabo”, seremos victoriosos, y Cristo se manifestará en nosotros. Le daremos al
Señor la oportunidad de manifestar Su poder y nos regocijaremos. Esta es
nuestra experiencia cotidiana en esta tierra. Debemos regocijarnos, alabar al
Señor y darle gracias continuamente.
¿Por qué la vida vencedora debe manifestarse en regocijo? ¿Por qué debemos
regocijarnos antes de poder decir que tenemos una vida que vence? Romanos
8:37 dice: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores”. Dios da una
sola clase de victoria, la victoria que nos hace más que vencedores. Una victoria
que escasamente logra vencer y que a duras penas nos lleva a la cima, no es una
verdadera victoria. La victoria que proviene del Señor nos hace más que
vencedores, y sólo se obtiene regocijándonos.
CAPITULO ONCE
LA CONSAGRACION
Lectura bíblica: 2 Co. 5:14-15; Ro. 6:13, 16; 12:1-2; 6:19, 22
Esta es la última de nuestras conferencias sobre “La vida que vence”. Hay un
asunto que debo mencionar. Los mensajes anteriores no nos llevarían muy lejos,
si hubiéramos terminado con el mensaje anterior. Sin embargo, no habría sido
apropiado mencionar antes el tema que tocaremos en esta ocasión. Vamos a
hablar sobre la consagración.
Algunos dicen que para vencer primero tenemos que consagrarnos, pero
Romanos 6:13 dice: “Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como
armas de injusticia, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre
los muertos, y vuestros miembros a Dios como armas de justicia”. Este versículo
nos muestra que la consagración viene después de experimentar la vida que
vence. Es un hecho evidente que una persona no se puede consagrar si no ha
experimentado la muerte y la resurrección. Sólo aquellos que han muerto y
resucitado pueden consagrarse. En los últimos días hemos venido hablando de
nuestra crucifixión con Cristo y de que El vive en nosotros. Nosotros morimos
con Cristo y vivimos con El. Por lo tanto, basándonos en Romanos 6:13,
podemos ver que un cristiano se consagra después de experimentar la vida
vencedora. Si una persona no ha experimentado la vida vencedora, no puede
consagrarse, y aun si lo hiciese, Dios no aceptaría tal consagración; El no desea
nada que esté relacionado con Adán ni con la muerte.
Dios nos compró y le pertenecemos a El. Pero El nos deja en libertad. En cuanto
a Su legítimo derecho y en cuanto a la redención, le pertenecemos a El, pero El
no nos obliga a hacer nada. Si deseamos servir a las riquezas, El nos deja, y si
queremos servir al mundo, El no nos detiene. Si queremos servir a nuestro
vientre, Dios no nos lo impide, y si queremos servir a los ídolos, El nos permite
hacerlo. Dios no se mueve; El espera hasta que un día le digamos: “Dios, soy Tu
esclavo, no sólo porque me compraste, sino porque voluntariamente quiero
serlo”. Romanos 6:16 nos habla del precioso principio de la consagración. Por
favor, recuerden que no somos esclavos de Dios sólo por el hecho de haber sido
comprados. “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para
obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis?”. Por una parte, somos Sus
esclavos por haber sido comprados, y por otra, somos Sus esclavos porque
queremos serlo voluntariamente. Hermanos y hermanas, en cuanto a la ley,
venimos a ser Sus esclavos el día que fuimos redimidos. Pero en lo que respecta
a nuestra experiencia, llegamos a ser esclavos de Dios el día en que
voluntariamente le decimos: “Consagro mi ser a Ti”. “¿No sabéis que si os
sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien
os obedecéis?” (v. 16). Por lo tanto, nadie puede ser siervo de Dios sin darse
cuenta. Tenemos que consagrarnos a Dios antes de poder ser Sus siervos. Esta
consagración debe ser nuestra decisión personal. Dios no nos obliga, y Pablo
tampoco lo hace, sino que nos exhorta y nos suplica. Dios no nos presionará de
ninguna manera. El desea que nosotros nos consagremos libremente a El.
Cuando un hebreo compraba un esclavo, éste tenía que servir a su amo por seis
años. Al séptimo año saldría libre. Pero si él decía que amaba a su amo y no
quería salir libre, su amo lo llevaría ante los jueces, y le haría estar junto a la
puerta o al poste, y luego le horadaría la oreja con una lesna. Así el esclavo
serviría a su amo para siempre (Ex. 21:2-6). Hermanos y hermanas, Dios nos
salvó y nos compró con sangre. No nos compró con cosas corruptibles, como oro
o plata, sino con la sangre preciosa de Su Hijo. Muchos cristianos piensan que
deben servir a Dios por causa de su conciencia. Pero cuando vemos cuán
precioso es el Señor, voluntariamente nos consagramos a El. Cuando le decimos
al Señor que estamos dispuestos a ser Sus esclavos, El nos llevará a la puerta y
contra el poste nos horadará la oreja con una lesna. El poste es el lugar donde
fue aplicada la sangre del cordero pascual. Hoy somos llevados a sangrar allí
mismo; también somos llevados a la cruz. Amamos al Señor y escogemos ser Sus
esclavos para siempre. Al estar conscientes de que El nos ama, estamos
dispuestos a servirle para siempre. No tenemos otra alternativa que declarar:
“¡Señor, Tú me has amado, me has salvado y me has librado! Señor, ¡te amo y
no puedo hacer otra cosa que servirte para siempre!”.
LO QUE DEBEMOS CONSAGRAR
Personas
Lo primero que debemos consagrar son las personas que amamos. Si un hombre
no ama al Señor más que a sus padres, esposa, hijos y amigos, no es digno de ser
discípulo del Señor. Si usted se ha consagrado al Señor, no debe existir nadie en
el mundo que pueda ocupar ni cautivar su corazón. Dios lo salva a fin de ganarlo
por completo. Derramar muchas lágrimas lo detiene a uno. Muchos
sentimientos humanos lo llaman a volverse a ellos. Muchas desilusiones lo
persuaden a regresar. Usted debe decir: “Señor, todas mis relaciones con los
hombres están sobre el altar. Mi relación con todo el mundo ha terminado”.
Dios nos dio a Cristo como nuestra vida vencedora no sólo para que conozcamos
Su voluntad, sino también para que la obedezcamos. Nunca debemos pensar
que la vida vencedora sólo nos libra del pecado. La verdadera vida que vence
nos capacita para que tengamos comunión con Dios y obedezcamos Su
voluntad. Dios nos da Su vida vencedora para que nosotros cumplamos Su
meta, no para que El cumpla la nuestra. Ningún cristiano puede aferrarse a una
persona. Si no consagramos hoy mismo las personas que amamos, no podremos
satisfacer a Dios. Las personas que ocupan nuestro corazón deben salir de ahí.
Debemos decir: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada
deseo en la tierra” (Sal. 73:25). Debemos decir: “Serviré al Señor mi Dios con
todo mi corazón, con toda mi mente y con toda mi alma”.
Asuntos
No sólo tenemos que consagrar personas, sino también asuntos. Con frecuencia,
decidimos muchas cosas y estamos determinados a lograrlas, pero no
consultamos cuál es la voluntad de Dios en estos asuntos. Un hermano estaba
decidido a alcanzar la nota más alta en su examen de graduación y a ocupar el
primer lugar de su clase en la universidad. Todo su tiempo y su energía los
invertía en sus estudios. Después de entrar en la experiencia de la victoria, le
entregó esto a Dios. Desde ese momento en adelante, él estaba dispuesto a
seguir a Dios, aún si esto significaba quedar en el último lugar.
Había un hermano huérfano que había crecido en una familia pobre. Tenía una
caligrafía hermosa y también era muy buen músico. En el orfanato, mientras
otros aprendían a hacer artesanías de madera y se les enseñaba albañilería, él
pudo entrar en la escuela secundaria. Al finalizar cada período recibía
menciones honoríficas. Después de estudiar dos años en la universidad, los
administradores de este plantel educativo decidieron enviarlo a la universidad
de San Juan en Shanghai por dos años y luego a Estados Unidos, con la
condición de que regresara después de terminar sus estudios para trabajar en su
universidad. Su madre y su tío le enviaron cartas para felicitarlo. Dos meses
antes de que le dieran la fecha para salir, fue salvo, y muchas de las esperanzas
que antes tenía se derrumbaron. Además se consagró al Señor. Yo le pregunté
qué deseaba hacer. Me dijo que ya lo tenía decidido, que se iría y que estaba listo
para firmar el contrato. Me dijo: “Has sido mi compañero de clase por ocho
años. ¿No te has dado cuenta en todo este tiempo cuáles han sido mis
aspiraciones?”. Cuando estábamos a punto separarnos, le dije: “Hoy, todavía
somos hermanos. Pero me temo que cuando regreses de los Estados Unidos, ya
no serás mi hermano”. Cuando él oyó esto, acudió al Señor y oró: “Dios, Tú
sabes cuáles son mis aspiraciones. Sé que Tú me has llamado, pero no puedo
renunciar a mis aspiraciones. Pero si tal es Tu deseo, estoy dispuesto a ir a los
pueblos a predicar el evangelio”. Después de esta oración, fue y habló con el
rector de la universidad, y le dijo que había decidido no ir, y que por lo tanto no
firmaría el contrato. El rector, confundido, le preguntó si estaba enfermo, y él le
respondió: “El Señor me ha llamado a predicar el evangelio”. Cuatro días
después vinieron su tío, sus primos y su madre. Su madre le dijo con lágrimas:
“Desde que tu padre murió, había estado luchando todos estos años con la
esperanza de que algún día progresaras para que me pudieras sostener. Hoy
tienes la oportunidad y la estás desperdiciando”. Mientras su madre lloraba, su
tío añadió: “Antes de que entraras al orfanato, fui yo quien te crió. También
cuidé de tu madre. Ahora tú estás en deuda con ambos. Tus primos ni siquiera
disponen del dinero para ir a un colegio, y aún así, tú decides desaprovechar
esta oportunidad tan grande”. También vinieron a verme a mí y me dijeron:
“Señor Nee, usted quizás no necesite sostener a sus padres, pero él sí tendrá que
sostenernos”. Este hermano se sentía presionado por ambos lados. Así que le
preguntó al Señor qué debía hacer. Entonces pudo ver que la deuda que tenía
con el Señor era mucho más grande que la tenía con los hombres. Prometió
sostener a su madre y a su tío, pero también les dijo que no podría satisfacer las
aspiraciones que ellos tenían y que primero tenía que obedecer al Señor.
Todos debemos consagrar nuestros asuntos al Señor. No quiero decir con esto
que todos nosotros debemos consagrarnos para ser predicadores. Quiero decir
que todos nosotros tenemos que consagrarlo todo al Señor. ¿Qué es la
consagración? ¿Qué significa darnos a El como ofrenda? Es declarar: “Señor,
haré Tu voluntad”. Muchos piensan que la consagración consiste en dedicarse a
ser predicadores. No, nos consagramos para hacer la voluntad de Dios. Muchos
llegan a comprender por medio de una consagración genuina que deben seguir
siendo fieles en sus negocios y suplir la necesidad que hay en la obra de Dios.
Como resultado, renuncian a su labor de predicar. Muchos otros son motivados
por las necesidades presentes y la necesidades de otros lugares y se entregan a la
predicación. Durante los últimos años, hemos estado escasos de colaboradores.
Si Dios va a obrar entre nosotros, muchos hermanos y hermanas se entregarán
para servir al Señor a tiempo completo en un futuro cercano. Ellos se darán
cuenta de que deben consagrar todos sus asuntos al Señor.
Objetos
No sólo tenemos que consagrar personas y asuntos, sino también todos los
objetos. Hay algunos que tienen que consagrar sus joyas; otros posiblemente
tengan casas o ropa que tienen que consagrar. Quizás algunos tengan pequeños
objetos que consagrar, pero no deben permitir que éstos se conviertan en un
estorbo. Algunos quizás se aferren a unos cuantos anillos de oro o alhajas de
perlas. No hay ninguna ley al respecto, pero si deseamos tener una vida
consagrada, probablemente tendremos que deshacernos de todas las alhajas de
oro, de la ropa de moda y quizás también de nuestro dinero. Muchos malgastan
su dinero y no agradan al Señor. Muchos otros, por el contrario, han estado
ahorrando su dinero y tampoco agradan al Señor. Obviamente derrochar el
dinero no tiene cabida a los ojos del Señor, pero ahorrarlo tampoco la tiene. No
debemos gastar todo nuestro dinero de una sola vez; debemos transferirlo a la
cuenta del Señor. En el Nuevo Testamento no se dice nada acerca de ofrendar la
décima parte de todos nuestros bienes; pero sí se habla de poner todo en las
manos del Señor. El primer día que traigamos nuestro salario a casa, debemos
decirle al Señor: “Dios, todo el dinero es Tuyo. Dame lo que necesite para los
gastos de mi hogar”. No se debe gastar cierta cantidad y luego guardar el resto
para el Señor. No me atrevo a decir si Dios tomará o no todo lo que tenemos en
ocasiones. Pero sí diría que si verdaderamente le hemos consagrado todo al
Señor, lo que consagramos le pertenece a Dios.
Muchos jóvenes pueden consagrar lo que tienen cuando no tienen mucho, pero
cuando llegan a enriquecerse, sus ofrendas disminuyen. Si el Señor gana
nuestro corazón, también debería ganar nuestro bolsillo. Si el corazón se cierra,
entonces el bolsillo también está cerrado. Si el bolsillo no se abre, el corazón no
podrá abrirse.
Nosotros mismos
Debemos consagrar las personas, los asuntos y los objetos, y por último nuestro
propio ser. Tenemos que consagrarnos a Dios. Debemos decir: “Dios, me
consagro a Ti para hacer Tu voluntad”. Hermanos y hermanas, no sabemos lo
que nos sobrevendrá en un futuro. Pero sí sabemos que Dios tiene una voluntad
que se relaciona con cada uno de nosotros. Es posible que no sean bendiciones y
tal vez no sean sufrimientos. De todos modos, tenemos que consagrarnos a Su
voluntad. Debemos estar dispuestos a aceptarla, sea que venga con bendiciones
o sufrimientos. Muchas personas que están dispuestas a ser usadas por Dios,
están llenas del Espíritu y viven una vida de plena victoria. Esto se debe a que se
han consagrado al Señor.
EL RESULTADO DE LA CONSAGRACION
Una vez, regresaba a casa del parque Hsiao-feng. Estaba a punto de subirme al
autobús, pero el conductor me impidió abordarlo. Cuando miré bien, me di
cuenta que no era un autobús corriente, sino que era un vehículo expreso. Todo
cristiano debe ser como “un tren expreso”. Desafortunadamente, muchos
cristianos son de “servicio público”. Pero nosotros no somos de “servicio
público”, sino “que somos un vehículo expreso”; hemos sido apartados y
plenamente reservados para la voluntad de Dios. Romanos 12 nos muestra que
nuestro trabajo, nuestro cónyuge, nuestros hijos, nuestro dinero y todos
nuestros bienes materiales son todos exclusivamente de Dios; están reservados
para el uso exclusivo de El. Cuando somos sólo Suyos y cuando nos presentemos
únicamente a Dios, debemos creer que Dios nos aceptó, porque esto es lo que
Dios anhela. La meta de Dios no es que tengamos fervor por cierto tiempo. Si
uno no se consagra al Señor, Dios no quedará satisfecho. Dios queda contento
sólo cuando el hombre vierte el ungüento sobre el Señor; sólo queda satisfecho
cuando depositamos toda nuestra vida en la caja de la ofrenda (Lc. 21:4).
Debemos ofrecérselo todo a El.
Esta es la última reunión, y quisiera pedirles que hagan algo más. Díganle al
Señor: “Dios, soy enteramente tuyo. Desde ahora, ya no viviré para mí mismo”.