Manual Alúmno Módulo 2 PDF
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INDICE
Introducción
«LA LETRA MATA; EL ESPÍRITU DA VIDA»
El resultado que en tal modo se obtiene es una realidad teándrica, esto es,
plenamente divina y plenamente humana: las dos cosas íntimamente unidas,
auque no «confundidas». El Magisterio de la Iglesia -encíclicas Providentissimus
Deus de León XIII y Divino afflante Spiritu de Pío XII-- nos dice que los dos datos,
divino y humano, se han mantenido intactos. Dios es el autor principal porque
asume al responsabilidad de lo que está escrito, determinándose el contenido con
la acción de su Espíritu; sin embargo el escritor sagrado es también él autor, en el
sentido pleno de la palabra, porque ha colaborado intrínsecamente en esta acción
mediante una normal actividad humana, de la que Dios se ha servido como de un
instrumento. Dios -decían los Padres-- es como el músico que, tocándola, hace
vibrar las cuerdas de la lira; el sonido es todo obra del músico, pero no existiría
sin las cuerdas de la lira.
Hablado de la creación, san Agustín dice que Dios no hizo las cosas y después se
fue, sino que aquellas, «venidas de Él, permanecen en Él». Igual ocurre con las
palabras de Dios: venidas de Dios, permanecen en Él y Él en ellas. Después de
haber dictado la Escritura, el Espíritu Santo es como si se hubiera encerrado en
ella, la habita y la anima sin descanso con su soplo divino. Heidegger dijo que «la
palabra es la casa del Ser»; nosotros podemos decir que la Palabra (con
mayúsculas) es la casa del Espíritu.
Pero ahora debemos tocar el problema más delicado: ¿cómo acercarnos a las
Escrituras de manera que «liberen» de verdad para nosotros el Espíritu que
contienen? He mencionado que la Escritura es una realidad teándrica, esto es,
divino-humana. Ahora bien: la ley de toda realidad teándrica (como son, por
ejemplo, Cristo y la Iglesia) es que no se puede descubrir en ella lo divino más que
pasando a través de lo humano. No se puede descubrir en Cristo la divinidad más
que a través de su concreta humanidad.
Pero éste no es el único peligro que corre la exégesis bíblica. Ante la persona de
Jesús no existía sólo el riesgo del docetismo, o sea, de descuidar lo humano;
existía también el peligro de quedarse ahí, de no ver en Él más que lo humano y
no descubrir la dimensión divina de Hijo de Dios. En resumen, existía el peligro
del ebionismo. Para los ebionitas (que eran judeo-cristianos) Jesús era, sí, un gran
profeta, el mayor profeta, si se quiere, pero no más. Los Padres les llamaron
«ebionitas» (de ebionim, los pobres) para decir que eran pobres de fe.
Así sucede también para la Escritura. Existe un ebionismo bíblico, esto es, la
tendencia a quedarse en la letra, considerando la Biblia un libro excelente, el más
excelso de los libros humanos, si se quiere, pero un libro sólo humano.
Lamentablemente corremos el riesgo de reducir la Escritura a una sola
dimensión. La ruptura del equilibrio, hoy, no es hacia el docetismo, sino hacia el
ebionismo.
3. El Espíritu da la vida
Pero hay que decir que los Padres no hacen, en este campo, más que aplicar (con
los instrumentos imperfectos que tenían a disposición) la pura y sencilla
enseñanza del Nuevo Testamento; no son, en otras palabras, los iniciadores, sino
los continuadores de una tradición que tuvo entre sus fundadores a Juan, Pablo y
al propio Jesús. Estos no sólo practicaron todo el tiempo una lectura espiritual de
las Escrituras, o sea, una lectura con referencia a Cristo, sino que también dieron
la justificación de tal lectura, declarando que todas las Escrituras hablan de
Bajo custodia de Escuela de la Fe
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Cristo (Cf. Jn 5,39), que en ellas era ya «el Espíritu de Cristo» que estaba a la
obra y se expresaba a través de los profetas (Cf. 1 P 1,11), que todo, en el Antiguo
Testamento, está dicho «por alegoría», esto es, en referencia a la Iglesia (Cf. Ga
4,24), o «para nuestro aviso» (1 Co 10,11).
Por ello decir lectura «espiritual» de la Biblia no significa decir lectura edificante,
mística, subjetiva, o peor aún, fantasiosa, en oposición a la lectura científica que
sería, en cambio, objetiva. Aquella, al contrario, es la lectura más objetiva que
existe porque se basa en el Espíritu de Dios, no en el espíritu del hombre. La
lectura subjetiva de la Escritura (la que se basa en el libre examen) se ha
difundido precisamente cuando se ha abandonado la lectura espiritual y allí
donde tal lectura se ha dejado de lado más claramente.
Lo que se necesita no es por lo tanto una lectura espiritual que ocupe el lugar de
la actual exégesis científica, con un retorno mecánico a la exégesis de los Padres;
es más bien una nueva lectura espiritual que se corresponda al enorme progreso
registrado desde el estudio de la «letra». Una lectura, en síntesis, que tenga el
Sin embargo no cierra del todo la puerta a la esperanza y dice que «si se quiere
reencontrar algo de aquello que fue en los primeros siglos de la Iglesia la
interpretación espiritual de las Escrituras, hay que reproducir sobre todo un
movimiento espiritual». A distancia de algunas décadas, con el Concilio Vaticano
II de por medio, me parece hallar, en estas últimas palabras, una profecía. Ese
«movimiento espiritual» y ese «impulso» comenzaron a reproducirse, pero no
porque los hombres los hubieran programado o previsto, sino porque el Espíritu se
puso a soplar de nuevo, inesperadamente, a los cuatro vientos sobre los huesos
secos. Contemporáneamente a la reaparición de los carismas, se asiste a una
reaparición de la lectura espiritual de la Biblia y es, también esto, un fruto, de los
más exquisitos, del Espíritu Santo.
Concluyo con una oración que oí una vez a una señora, después de que se había
dado lectura al episodio de Elías quien, subiendo al cielo, deja a Eliseo dos tercios
de su espíritu. Es un ejemplo de lectura espiritual en el sentido que acabo de
explicar: «Gracias, Jesús, porque ascendiendo al cielo no nos dejaste sólo dos
tercios de tu Espíritu, ¡sino todo tu Espíritu! Gracias por que no lo dejaste a un
solo discípulo, ¡sino a todos los hombres!».
Sesión 1
Introducción a la Biblia
Dios y el hombre
Esquema de la lección
I. Introducción
VI. Conclusión
Profundiza tu fe:
Catecismo:
Cuerpo doctrinal:
I. Introducción
Pero es una realidad que mucha gente tropieza con dificultades en su lectura,
porque:
Cierto que no es ilegítimo leer la Biblia buscando sus bellezas literarias o cultura-
les, pero debemos preocuparnos principalmente del mensaje religioso y leerla con
el mismo espíritu de fe con el cual fue escrita, conscientes de que “A Dios
hablamos cuando oramos” “a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (San
Ambrosio, cfr PL 16,50), pues la lectura de la Sagrada Escritura nos pone en
contacto con la auténtica palabra de Dios, como la lectura de la carta de un amigo,
nos pone a platicar con nuestro amigo.
Así pues, para que nuestra lectura de la Biblia sea verdadera conversación y
comunicación provechosa con Dios, debemos situarnos en actitud de escucha;
antes que buscar la simple instrucción, la utilidad o el estudio estéril, hay que
escuchar su voz con las puertas del corazón abiertas de par en par. "Cristo está
presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es
Él quien habla" (SC n. 7).
Eso significa que la Sagrada Escritura debe ser leída e interpretada con el auxilio
del Espíritu Santo y bajo la guía del Magisterio de la Iglesia, según estos criterios:
Es importante observar cómo las religiones fundadas por hombres son el intento
del hombre para llegar a Dios. En las religiones bíblicas, por el contrario, como el
judaísmo y el cristianismo el proceso es a la inversa porque es Dios quien toma la
iniciativa de salir al encuentro del hombre para conversar con él. “En los libros
Sagrados el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos
para conversar con ellos” (cfr DV 21).
¿Y por qué lo hace? ¿Qué intención mueve a Dios a salir al encuentro del hombre?
Le mueve el amor, porque “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad” (cfr 1 Tm 2,4), es decir, al conocimiento de Cristo
Jesús, y para que el hombre “se haga partícipe de los bienes divinos, que superan
totalmente la inteligencia humana” (cfr. DV 6).
Siguiendo su sabia pedagogía, Dios se revela primeramente por las obras que
realiza en la historia de la salvación. Su aparición es operativa, iniciando con la
creación; esta es la revelación de Dios que hay que descubrir examinando los
signos de los tiempos (Mt 16,1-4).
Posteriormente, Dios fue hablando de muchos modos para explicar el misterio que
encierran sus acciones y sus palabras, quedado todo esto consignado por escrito en
los libros de la Biblia.
Pero, la Biblia no es un mensaje del pasado, sino que es una palabra viva y eficaz
(Hb 4,12). Aunque fue escrita hace mucho tiempo, su mensaje sigue siendo válido.
La Palabra de Dios trasciende los tiempos. Las opiniones humanas vienen y se
van; lo que hoy es modernísimo, mañana será viejísimo. La Palabra de Dios, por el
contrario, es Palabra de vida eterna, lleva en sí la eternidad, lo que vale para
siempre. Al llevar en nosotros la Palabra de Dios, llevamos por tanto en nosotros
la vida eterna (cfr Benedicto XVI, Catequesis 07 Nov 2007).
1. La Revelación.
Dios nos manifiesta cómo es Él, cómo somos nosotros y cuál es su plan para toda
la humanidad. Es lo que llamamos Revelación. Y la realiza valiéndose de diversos
mediadores, muchos de ellos humanos, en un proceso lento y gradual, con acciones
y palabras que se explican y complementan mutuamente.
La Biblia, pues, es el conjunto de libros que relatan los incidentes de esta Historia
y el progreso de la manifestación de Dios a los hombres. Está dividida en dos
grandes bloques: Antiguo Testamento y Nuevo Testamento; cada uno con sus
características propias.
2. El inicio de la Revelación.
Sus libros conservan un valor permanente por ser inspirados. Sus enseñanzas no
pueden ser revocadas aunque contengan elementos imperfectos y pasajeros,
porque son verdadera palabra de Dios (CEC 121 y 122).
a. Etapas de la Revelación
2. Hay una segunda revelación llamada histórica. Se refiere sobre todo a las
peripecias que constituyen la historia de Israel: la llamada de Abrahán con
la promesa de una tierra y de un pueblo, la esclavitud en Egipto, la alianza
y el don de la Torah, la deportación y las más variadas vicisitudes del
pueblo se convierten en «palabras» con las que Israel comprende quién es
Dios y qué relación lo une a él. La historia de este pueblo constituye el
horizonte ineliminable de toda posible comprensión de la revelación; parece
como si se llegara a una identificación entre los dos, de manera que en las
mismas peripecias de la historia Dios se manifiesta en su realidad
personal.
El Nuevo Testamento es, pues, «la plenitud de los tiempos» (Gál 4,4; Lc 16,16). Da
cumplimiento a las esperanzas sembradas durante todo el Antiguo. Y así
constituye la nueva y definitiva alianza que nunca cesará (CEC 124). Por eso, no
hay que esperar ya ninguna otra revelación de Dios por supuestos nuevos y falsos
testigos, hasta la gloriosa manifestación del mismo Jesucristo al final de los
tiempos (1 Tim 6,14; Tit 2,13).
1. El autor de la Biblia.
La Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con
que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que
atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada
Escritura, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de
la fe. (Cf. DV 12)
Los acontecimientos que el Pueblo de Dios iba viviendo desde sus orígenes se
conservaban y transmitían de viva voz por el mismo pueblo. Se fueron
completando con más interpretaciones con el correr del tiempo, para descubrir su
verdadero sentido. Esta interpretación se hizo siempre a la luz de la fe. Al
principio, se ponían ocasionalmente por escrito. Pasado el tiempo, alguien recopiló
los diversos escritos, las tradiciones orales y los otros documentos existentes,
formando así una herencia común redactada para todo el pueblo. Esta redacción
se convirtió finalmente en el libro definitivo que ahora conocemos. Desde luego,
hay escritos, como las cartas de San Pablo que no dependen de una transmisión
oral previa.
3. Fechas de composición.
4. Lenguas de la Biblia.
Nuestro modo de expresar los conceptos es distinto del que se usaba en aquellos
idiomas. Nuestra mentalidad y forma de ver el mundo es distinta. Por ello,
cuando abrimos un libro de la Biblia, debemos tomar en cuanta las diferencias de
lenguaje y de pensamiento para poder comprender mejor lo que los autores y Dios
querían decir (cfr DV 12,1)
Dios se revela con palabras que ya están escritas en la Biblia, que contiene la
Palabra viva de Dios para que siga resonando a lo largo de los siglos (Hb 4,12-13).
A través de esta palabra Dios habla sin interrupción con la Iglesia. De forma que,
cuando en la Iglesia se lee la Sagrada Escritura, es Dios mismo quien nos habla, e
“ignorar la Escritura es ignorar a Cristo”.
2. En los acontecimientos.
Y, en el Nuevo Testamento, Jesús multiplica los panes y luego se nos revela como
el Pan de Vida explicando así el signo que había realizado (Jn. 6). Declara
también que Él es la resurrección y la vida, y de hecho resucita a Lázaro (Jn. 11).
De esta forma captamos mejor que Dios se revela a través de obras y palabras
íntimamente ligadas.
Cuando dirigimos la palabra a otra persona, esperamos que nos preste atención,
nos escuche y nos responda. Así sucede con Dios que nos habla. Espera nuestra
respuesta de fe que abarca la totalidad de nuestras dimensiones y aspectos
personales y comunitarios. La Palabra de Dios no nos puede dejar neutrales e
indiferentes: la aceptamos o la rechazamos.
En la parábola del sembrador (Lc 8,4-5.) Cristo mismo ilustra las diversas
posturas ante la palabra de Dios:
Escuchar la Palabra de Dios, pero no cumplir lo que allí se nos pide, como
la gente que acudía en tropel a Ezequiel por simple curiosidad, lo
escuchaban, pero no ponían en práctica el mensaje de Dios (Ez. 33, 30-33), o
como el hijo que dice "sí" a su padre, pero luego no cumple con su palabra
(Mt. 21, 28-32; Jer 7,23-28).
VI. Conclusión
Lucas concluye: dichosos los que la oyen y la practican (Lc 11,28) y Pablo explica:
porque al obedecerla la convierten en fuente de salvación (cfr Rm 1,5: 16,26)
Lecturas complementarias:
22. Es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso ala Sagrada
Escritura. Por ello la Iglesia ya desde sus principios, tomó como suya la
Autoevaluación:
5. ¿Qué enseñanza nos deja el modo como Dios se fue revelando a través de la
historia?
6. ¿Qué podemos hacer para no sólo escuchar la Palabra de Dios, sino también
para ponerla en práctica y difundirla entre nuestros hermanos?
10. ¿Qué debemos tener en cuenta para comprender los libros de la Biblia?
Sesión 2
El canon de la Sagrada Escritura
Esquema de la lección
I. Introducción
Profundiza tu fe:
En razón de que Dios ha inspirado los libros sagrados, podemos afirmar que
en ellos encontramos la verdad en orden de nuestra salvación. ¿Conocemos
esa verdad? ¿Vivimos de acuerdo a ella?
Catecismo:
El Nuevo Testamento exige ser leído también a la Luz del Antiguo… según un viejo
adagio, El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el
Antiguo se hace manifiesto en el nuevo. “Novum in Vetere latet et in Novo Vetus
patet” San Agustín, Quaestiones in Heptateucum (CEC 120-130).
Cuerpo doctrinal:
I. Introducción
- ¡Venimos a explicarle la palabra del Señor para que sea salvo! Saludan a dueño
mientras abren el libro de la Biblia, edición Atalaya, que traen en las manos.
Enseguida afloran las diferencias: “su” Biblia tiene menos libros que la católica y
según ellas “su” Biblia es la buena, y quien quiera salir del error para “ser salvo”
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tiene que leer “su” Biblia. ¿A quién le asiste la razón? O ¿lo dejamos así?
Por canon de las sagradas Escrituras se entiende la lista concreta de los libros en
que la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, ha reconocido las huellas de Dios y
del mismo Espíritu: libros que propone al pueblo creyente para que conozca el
proyecto de Dios en favor de la humanidad y lo realice.
Para este uso del «canon» fue decisivo el concepto de norma, implícito en el
término, o sea, el contenido objetivo de los libros inspirados como « norma de la
verdad cristiana». Los libros inspirados, esto es, escritos bajo la inspiración del
Espíritu Santo, son llamados libros canónicos, ya que los conoce como tales la
Iglesia, proponiéndolos como norma de fe y de vida, El hecho de que en la Iglesia
se indicase la existencia de una norma semejante significa que desde los primeros
siglos existía un principio de autoridad.
Así entendida la función del canon es impedir que la Revelación sea adulterada
con la inclusión en la Biblia de libros apócrifos o mutilada por la exclusión de
libros auténticos.
1. Producción literaria.
El Pueblo de Israel se preocupó por escribir sus leyes, su historia, sus tradiciones
y el mensaje de los profetas, sobre todo cuando quedó formado como una nación a
partir del reinado de David. Nació así una amplia literatura de tipo histórico que
se consolidó (Gn, Ex, Jos, Re, Cro, Esd, etc.) durante el reinado de su hijo
Salomón.
Bajo custodia de Escuela de la Fe
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Está también el caso del 2° libro de los Macabeos que resume 5 libros de Jasón de
Cirene; en la versión de los LXX figura entre los canónicos y los originales no (Cfr
2 Mac 2,23)
2. El proceso de discernimiento.
2º. De esta manera las comunidades hebreas “han recibido esos textos como un
patrimonio que debía ser conservado y trasmitido. Así, los textos [...] se han
convertido en propiedad común del pueblo de Dios.”
3º. Para Jesús mismo, y luego para sus apóstoles, está claro que "las
Escrituras" (o lo que "está escrito") constituyen la máxima autoridad y
punto de referencia, y siempre se cumplen: en otras palabras, no se discute
que constituyan la palabra de Dios.
En Israel, la idea de un libro sagrado data, como mínimo, del 621 a.C. Así, por
ejemplo, durante la reforma de Josías, rey de Judá, cuando se estaba
rehabilitando el Templo, el sumo sacerdote Jilquías descubrió "el libro de la Ley"
(2 Re 22,8) que fue recibido con gran veneración. Más respeto, aún, se concedió al
texto leído por Esdras, el sacerdote y escriba hebreo, ante la comunidad a finales
del siglo V a.C. (Neh. 8,1 y ss).
Pero será hasta los tiempos de Cristo cuando habrá ya un canon claramente
formado del Antiguo Testamento. Había dos versiones del mismo. Aclarar la
existencia de estas dos versiones es muy importante, porque de ahí nace la
diferencia entre las ediciones católicas y las protestantes.
El canon palestinense
La versión alejandrina
El canon alejandrino surgió primero como una traducción de los libros hebreos al
griego. El proceso se inició en el siglo III a.C. fuera de Palestina, debido a que las
comunidades judías de Egipto y de otros lugares necesitaban las Escrituras en el
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Los judíos de la diáspora, sobre todo los radicados en Alejandría, incluían también
siete libros escritos originalmente en griego, que hoy los católicos llamamos
deuterocanónicos (Judith, Tobías, 1° y 2° Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico,
Baruc, además de algunas partes de Ester y Daniel). Su versión contaba con un
total de 46 libros y corresponde a la Versión de los LXX.
A partir del Sínodo de Yamnia (95-100 d.C.), el judaísmo oficial se decidió por la
versión palestinense excluyendo los deuterocanónicos. Este Sínodo tomó como
criterios de selección la inspiración divina, la santidad de los libros y que
originalmente fueran escritos en hebreo, considerada la única lengua sagrada.
Este último criterio fue determinante.
La Iglesia, siguió el uso que dieron los Apóstoles al Antiguo Testamento. Ellos
usaron siempre la versión de los LXX en sus escritos, aunque nunca hicieron citas
de los deuterocanónicos.
Esta unanimidad que aparece desde el siglo IV en el concilio de Hipona (año 393),
fue confirmada oficialmente en los Concilios de Florencia y Trento y ratificada en
los Concilios Vaticano I y Vaticano II tal como registra el Catecismo de la Iglesia
Católica (cfr n 120).
Ejemplo: San Pablo mismo habla de una carta suya anterior dirigida a los
Corintios (cfr 1 Cor 5,9), y en Col 4,16 de otra escrita a los laodicenses que no se
conserva (aunque según algunos sería la que conocemos como epístola a los
Efesios).
Comienzan a difundirse algunas obras apócrifas a partir del siglo II. Se les quiere
atribuir falsamente un origen apostólico. Muchos de estos escritos apócrifos eran
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La lista más antigua que poseemos es el Canon de Muratori de finales del siglo II.
Menciona todos los libros del Nuevo Testamento, menos Hebreos, Santiago y las
dos epístolas de Pedro. Las dudas se disipan poco a poco y desde el concilio de
Cartago (a. 397) no hay vacilación sobre el Canon. Los Santos Padres de Oriente y
de Occidente más destacados aceptan unánimemente los 27 libros del Nuevo
Testamento.
El criterio fundamental para fijar la lista integral de los libros que forman el
canon es la Tradición apostólica, asistida por el Espíritu Santo que hizo discernir
a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos (cfr CEC, nn 120,
1117; DV 8).
Apócrifo quiere decir "separado". Los libros apócrifos son escritos religiosos
atribuidos a personajes de la Biblia. No son canónicos, o sea que no se consideran
inspirados. Normalmente tienen la intención de demostrar alguna teoría y ponen
por autores a personajes bíblicos, para dar autoridad a lo que dicen. Aunque
pueden contener datos auténticos, en general son libros llenos de fantasías, por lo
que sólo sirven por cuanto dan un testimonio humano de cómo se pensaba en la
época y en el ambiente en que se escribieron.
Lecturas complementarias:
todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y en
la comunión, persevera constantemente en la fracción del pan y en la oración
(cf. Act., 8,42), de suerte que prelados y fieles colaboran estrechamente en la
conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe recibida.
Autoevaluación
Sesión 3
La inspiración de la Biblia
Esquema de la lección
I. Introducción.
V. Inerrancia bíblica
Profundiza tu fe:
1. Reflexiona: los libros de la Biblia han sido llamados ‹‹santos›› porque han
sido ‹‹inspirados›› por Dios. Ahora bien:
Catecismo:
Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra
eterna de Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de
las mismas (CEC 105-108).
Cuerpo doctrinal:
I. Introducción
Para precisar hasta dónde la Biblia es sólo un libro especial, fruto de la sabiduría
humana y de la inspiración literaria o hasta dónde va más allá y contiene
verdades salvíficas reveladas por Dios, necesitamos ver en qué consiste la
inspiración bajo la cual fue compuesta.
1. Definición.
La Inspiración divina es, según El Concilio Vaticano II, la acción de Dios sobre las
facultades y talentos de los escritores humanos elegidos para la composición de los
Libros Sagrados.
quiere transmitir a los hombres. Así, vemos como Dios ordena expresamente a
Moisés que ponga por escrito sus palabras (Ex 34,27). Igualmente a Jeremías:
“toma un rollo de escribir y anota en él todas las palabras que te he dicho” (Jr
36,2).
2. Qué no es.
Un dictado palabra por palabra. En ese caso el autor sagrado sólo sería un
escribano.
Por eso:
Todos los libros del canon son inspirados en toda su extensión. No podemos
decir que determinado pasaje no sea inspirado porque es difícil de
interpretar o porque no parece sagrado, o literariamente sea poco sugestivo.
Todos fueron escritos por inspiración del Espíritu Santo y tienen a Dios por
autor en su totalidad y como tales han sido entregados a la Iglesia (Concilio
Vaticano I, Constitución Dogmática Dei Filius, Cap. 2. cfr DH 3006).
También los libros que fueron compuestos por diversos autores que
intervinieron en las diferentes etapas de su composición y redacción. Por
ejemplo, si se dice que el libro del profeta Isaías fue escrito por el profeta y
por sus discípulos, eso significa que son inspiradas las partes que él escribió
y las que escribieron sus discípulos.
el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente
y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación
nuestra" (cfr n 107; DV 11).
Esto nos lleva a una conclusión muy importante: Toda la verdad no se encuentra
en un texto aislado de la Biblia. La verdad que nos salva está en toda la
Escritura en su conjunto, no en este fragmento o en aquella variante. La
inerrancia de la Palabra de Dios se encuentra en la Biblia entera. Por eso, es
necesario leer otros textos para comprender cada pasaje.
V. Inerrancia bíblica
El texto afirma: "Como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman
debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros
de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios
quiso que se consignara en las sagradas letras para nuestra salvación” (DV 11).
Con este texto se pone fin a la disputa sobre la inerrancia y se afirma que la
verdad de la Escritura se refiere a todo lo que concierne a la salvación del hombre
y de la creación.
La Iglesia ha afirmado siempre que los libros sagrados no pueden contener error
doctrinal o moral alguno, puesto que Dios es su autor principal. Pero esto no
quiere decir que todas las afirmaciones contenidas en la Biblia se deban de tomar
al pie de la letra. Por ejemplo, el libro de Josué habla de «cuando el sol se paró en
medio del cielo y dejó de correr un día entero hacia su ocaso» (Jos 10,13), y
sabemos hoy que es la tierra la que da vueltas alrededor del sol.
La Biblia, mira la creación desde el punto de vista de Dios, como Causa Primera y
Universal; por eso no atiende en su narración al desarrollo temporal objetivo, sino
que toda ella está atenta a la afirmación de la causalidad divina en cada uno de
los elementos de la creación.
Por eso, debemos descubrir el mensaje que se encuentra más allá de las palabras
y de los fallos que encontremos en los escritores sagrados. Por ejemplo, hay
narraciones que muestran acciones contrarias a la moral básica, como cuando se
nos dice que Salomón tuvo setecientas mujeres y trescientas concubinas (Re 11,3).
Es evidente que este comportamiento choca con la ley natural. Pero el autor no lo
aprueba sencillamente por el hecho de referirlo, por cierto con más retórica que
consistencia histórica. Porque narrar no es aprobar. De hecho, la Biblia menciona
el castigo de Dios a Salomón por los pecados que cometió (1 Re11, 9).
Así pues, la Biblia trasmite la verdad revelada a pesar de las limitaciones del
autor humano.
«Galileo sufrió mucho; pero la verdad histórica es que fue condenado sólo a
“formalem carcerem” –una especie de reclusión domiciliaria–, varios jueces se
negaron a suscribir la sentencia, y el Papa de entonces no la firmó. Galileo pudo
seguir trabajando en su ciencia y murió el 8 de enero de 1642 en su casa de
Arcetri, cerca de Florencia. Viviani, que le acompañó durante su enfermedad,
testimonia que murió con firmeza filosófica y cristiana, a los setenta y siete años
de edad. Galileo, el científico, vivió y murió como un buen creyente» (Cf. Paul
Paupard: Informativo del Vaticano en Internet: Zenit, ZE971107-5).
Por eso, más que de errores se puede hablar de falsas apreciaciones, y ampararse
en esto o en cosas semejantes para hablar de errores en la Biblia es infantil,
como hacen algunas sectas fundamentalistas.
Por ejemplo:
En el mismo libro (Lev 11,21) se habla de los insectos alados que tienen
cuatro patas. Todos los insectos son hexápodos. Evidentemente el autor es
un teólogo, no un especialista en vida silvestre.
trata, Yahvé es capaz hasta de parar el sol a medio camino (Ha 3,11-13).
Lecturas complementarias:
Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe
tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de
la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios
quiso consignar en las sagradas letras que nuestra salvación. Así, pues, "toda
la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para
corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto
y equipado para toda obra buena" (2 Tim., 3,16-17).
Autoevaluación:
Sesión 4
Interpretación de la Biblia:
Principios literarios
Esquema de la lección
I. Introducción
Profundiza tu fe:
1. Comenta:
Catecismo:
Cuerpo doctrinal:
I. Introducción
propias luces.
A este respecto hay algo cierto: la Biblia nunca dice que hay que seguir sólo a la
Escritura y sí hay testimonios de la necesidad de buscar quien nos asista para
interpretarla correctamente (cfr Hech 8,30-31; 2 Pe 3,16).
Aunque el mensaje de la Biblia tiene valor duradero, sus textos han sido
elaborados en función de circunstancias pasadas y en un lenguaje ajustado
a las diversas épocas. Esto presupone un esfuerzo interpretativo capaz de
discernir a través del condicionamiento histórico los puntos esenciales del
mensaje.
3. Límites de la interpretación.
Así, pues, para descubrir la intención del autor hay que tener en cuenta en primer
lugar los géneros literarios en que fueron compuestos los diversos libros. Cada
género literario expone la verdad de diversa manera y esto hay que tomarlo en
cuenta: ¿se trata, por ejemplo, de una parábola, de un relato histórico, de un
discurso profético? ¿Qué formas de expresión ha utilizado el autor sagrado para
revestir lo que pretende trasmitir? ¿En qué situación escribe? ¿A quién se dirige
en particular? Examinar todo esto es importante para descubrir lo que los autores
de la Sagrada Escritura quisieron decir y realmente expresaron.
Es obvio que no todo se puede expresar de la misma manera. Así, por ejemplo, no
se rigen por el mismo criterio literario una fábula de Esopo, una obra científica de
Newton, o el instructivo para ensamblar un artefacto doméstico.
Según Gunkel, son tres los factores internos y uno externo los que constituyen el
género literario: un tema peculiar, una estructura o forma interna propia, un
repertorio de procedimientos frecuentes y dominantes (factores internos); el factor
externo es la situación vital o circunstancia social, que Gunkel ha llamado Sitz im
Leben. Por eso se puede afirmar que el género literario responde a una necesidad
social específica por medio de un contenido literario concreto que tiene su propia
estructura, su vocabulario y su estilo.
Puede ayudarnos mucho hacer una breve descripción de los principales géneros
literarios utilizados en la Biblia para mejorar nuestra comprensión de los textos,
pues es imposible una recta comprensión de un texto sin el conocimiento del
género literario en que fue escrito.
Género histórico
Narración, bajo varias formas literarias de los eventos, sea éste pasado prójimo o
remoto, en cuanto constituye fundamento y identidad de una familia, una tribu,
un pueblo o una nación.
Los antiguos narraban la historia con criterios bastante distintos a los modernos.
Hoy en día la historia procura narrar con exactitud y detalle el hecho histórico,
apoyada en los múltiples medios de investigación de que dispone. Debemos, pues,
leer la historia bíblica con el mismo criterio con el cual fue escrita y tener en
cuenta que el fin del escritor sagrado no es ponernos al tanto de hechos históricos,
sino de transmitirnos el mensaje de la salvación a través del sentido de los
mismos.
El género histórico en la Biblia debe leerse dando más importancia al mensaje que
transmite que buscando entender los hechos completa y claramente, pues se trata
de un instrumento de reflexión teológica. Hay que distinguir en su narración lo
que es la forma externa de presentar el mensaje de lo que constituye su
Bajo custodia de Escuela de la Fe
44
afirmación teológica.
Género lírico
Género didáctico
Género jurídico
Género profético
Género apocalíptico
Está muy relacionado con el género profético. Pero es una expresión literaria con
sus rasgos propios. Utiliza mucho la referencia a sueños y visiones; suele
presentar intervenciones de ángeles, catástrofes cósmicas, etc.; da mucha
importancia al elemento escatológico, es decir, a lo que sucederá al final de los
Bajo custodia de Escuela de la Fe
45
tiempos.
Género evangélico
Género epistolar
Las metáforas.
Lecturas complementarias:
Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que
atender a "los géneros literarios". Puesto que la verdad se propone y se expresa
de maneras diversas en los textos de diverso género: histórico, profético, poético
o en otros géneros literarios. Conviene, además, que el intérprete investigue el
sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia
según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios
usados en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado
quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente tanto a las
formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos
del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo
de los hombres.
Autoevaluación:
2. ¿Para qué sirven al autor los hechos que refiere en el género histórico?
Sesión 5
Interpretación de la Biblia: Principios teológicos
Esquema de la lección
I. Introducción
Profundiza tu fe:
Catecismo:
Cuerpo doctrinal:
I. Introducción
También Dios, cuando se expresa en lenguaje humano emplea todos sus matices
posibles con gran flexibilidad y aun acepta sus limites; por eso no debe
descuidarse ningún aspecto del lenguaje y de los condicionamientos humanos de
la palabra de Dios, pero estos principios humanos no son suficientes para respetar
la coherencia de la fe de la Iglesia y de la inspiración de la Sagrada Escritura y
hay que ir más allá e integrarlos a la condescendencia divina que está a la base
de la Escritura en la que Dios adapta su lenguaje a la naturaleza del hombre y a
sus modos de expresarse (cfr DV 13)
Por eso, dado que la Sagrada Escritura es inspirada, hay que recurrir a principios
teológicos de interpretación, no menos importantes que los literarios, y sin los
Bajo custodia de Escuela de la Fe
49
El primero de estos criterios señala que es necesario prestar una gran atención "al
contenido y a la unidad de toda la Escritura", pues, por muy diferentes que sean
los estilos y los contenidos de los diferentes libros que la componen, la Escritura
es una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el
centro y el corazón (cfr Lc 24,25-27. 44-46).
Por tanto, la Biblia no se presenta y no se debe estudiar como una suma de textos
desprovistos de relaciones entre ellos, sino como un conjunto de testimonios de
una misma gran Tradición. Por eso los métodos meramente literarios no son
suficientes para la interpretación de la Biblia porque consideran cada escrito
aisladamente.
Para ilustrar esto viene muy bien al caso una intuición de la Santa de Ávila.
Cuando surgieron las primeras oposiciones y críticas a los viajes de fundaciones
que realizaba Santa Teresa algunos utilizaron contra ella el texto paulino de 1Cor
14,34: “que las mujeres guarden silencio en las asambleas; no les está permitido
hablar...”. Santa Teresa respondió con una elemental regla de exégesis bíblica:
“Diles que no se sigan por una sola parte de la Escritura, que miren otras, y que
así podrán por ventura atarme las manos”. En efecto, es toda la Biblia la que
expresa el proyecto de Dios. Por el principio de la “unidad de toda la Escritura” no
podemos aislar los textos, arrancarlos de su contexto histórico y literario y
proclamarlos como verdades aisladas y absolutas.
La tradición cumple una doble función, por una parte protege contra las
interpretaciones aberrantes y por otra asegura la transmisión del dinamismo
original del texto. (Cf. CEC 78).
3. Analogía de la fe.
El tercer criterio propone interpretar los textos teniendo en cuenta " la analogía
de la fe" (cfr Rom 12,6), es decir, recomienda servirse de las ayudas para la
comprensión que la propia fe nos proporciona, por la conexión que tienen las
verdades de la fe entre sí, y en el conjunto total de la revelación (cfr CEC 114).
El mensaje de la Palabra de Dios tiene una sola verdad. Y hay una conformidad
entre la doctrina revelada y el conjunto de verdades que la Iglesia enseña y
profesa. Por eso, podemos ayudarnos de un dogma o un pasaje bíblico para com-
prender mejor otro. (Cf. DV 20 o CEC 124).
4. Juicio de la Iglesia.
A los criterios expuestos el Concilio añade un principio teológico y afirma que todo
lo dicho sobre la interpretación de la Biblia queda sometido al juicio definitivo de
la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la
palabra de Dios (DV 12), para poner a los creyentes en relación personal con Dios.
Según una expresión fuerte de los padres de la Iglesia, que hace suya el CEC, «la
Sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de
los libros escritos» (CEC al 113). Por eso, no se trata sólo de interpretarla con la
propia cabeza; hay que interpretarla siempre de acuerdo con toda la Iglesia y no
sólo según el propio parecer.
fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad
revelada por Dios que se ha de creer” (DV 10).
Pero esta tesis choca ahora con las conclusiones de las ciencias del lenguaje que
afirman la pluralidad de sentidos de los textos escritos.
1. Sentido literal.
Todos los pasajes de la escritura tienen un sentido literal, sea propio o metafórico.
Las razones que hacen ver esto son claras.
está utilizando una figura literaria que no se puede tomar a la letra ¿desde
cuándo los muertos hablan?
Para precisar bien el sentido literal, además de lo dicho hay que tomar en cuenta:
3. El tercer círculo a tener en cuenta son otros escritos del mismo autor.
2. Sentido espiritual.
Es, pues, normal releer las Escrituras a la luz de este nuevo contexto, que es
el de la vida en el Espíritu.
No hay una necesaria distinción entre sentido literal y sentido espiritual; por
ejemplo, cuando un texto bíblico se refiere directamente al misterio pascual de
Cristo o a la vida nueva que resulta de él, su sentido literal es un sentido
espiritual.
Lecturas complementarias:
Pero esta tesis choca ahora con las conclusiones de las ciencias del lenguaje y de
las hermenéuticas filosóficas, que afirman la polisemia de los textos escritos.
1. Sentido literal
Divino afflante Spiritu, Enchiridion Biblicum, 550). Con este fin, el estudio de
los géneros literarios antiguos es particularmente necesario (ibíd., 560).
2. Sentido espiritual
Uno de los aspectos posibles del sentido espiritual es el tipológico, del cual se
dice habitualmente que pertenece, no a la Escritura misma, sino a las
realidades expresadas por la Escritura: Adán es figura de Cristo (cfr. Rom. 5,
14), el diluvio figura del bautismo ( 1 Ped. 3, 20-21), etc. De hecho, la relación
tipológica está basada ordinariamente sobre el modo cómo la Escritura describe
la realidad antigua (por ejemplo la voz de Abel: Gn. 4, 10; Heb. 11, 4; 12, 24), y
no simplemente sobre esta realidad. En consecuencia, se trata propiamente, en
tal caso, de un sentido de la Escritura.
3. Sentido pleno
Se trata, pues, del significado que un autor bíblico atribuye a un texto bíblico
anterior, cuando lo vuelve a emplear en un contexto que le confiere un sentido
literal nuevo; o bien de un significado, que una tradición doctrinal auténtica o
una definición conciliar, da a un texto de la Biblia. Por ejemplo, el contexto de
Bajo custodia de Escuela de la Fe
60
Autoevaluación:
6. ¿Cuáles son los principios teológicos para la interpretación del texto bíblico?
Sesión 6
Panorama histórico-literario
del Antiguo Testamento.
Esquema
I. Introducción al Pentateuco
II. Los Orígenes de la Revelación.
III. Los tiempos de la Promesa.
IV. El Éxodo, nacimiento del Pueblo de Dios
V. La Tierra Prometida
VI. La Monarquía en Israel
VII. El Período de los dos reinos
VIII. El Exilio en Babilonia
IX. La restauración
X. La época helenística y la dominación romana
Profundiza tu fe:
I. Introducción al Pentateuco
Los judíos clasificaban los libros de la Sagrada Escritura en tres grandes partes:
La Ley (o Torah), los Profetas y los otros Escritos (sapienciales, poéticos, etc.)
Cuando fueron traducidos al griego por los Setenta, se les llamó Pentateukos que
indica los cinco primeros libros de la Biblia,
Se le llamó La Toráh (o la Ley) porque tenía las bases de todas las normas para la
vida del pueblo. Su contenido va más allá de tener sólo normas; recoge las
prescripciones que regulaban la vida moral, social y religiosa del pueblo, pero
entrelazadas con las bases de su historia nacional, las tradiciones más profundas
y las instituciones vertebrales de sus comunidades.
HEXATEUCO
El termino «hexateuco» (del griego ex teuche, "seis» y «cofres para guardar los
rollos escritos») es la denominación que se usa frecuentemente a partir de la
mitad del siglo XIX para indicar los seis primeros libros de la Biblia; Génesis,
Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio y Josué. Así pues, se incluye en este
grupo al libro de Josué, cumplimiento de las promesas hechas a los patriarcas en
el libro del Génesis.
Los judíos alejandrinos, por su parte, derivaron los nombres griegos (Génesis,
Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) de los contenidos de la totalidad o del
inicio de cada división. Estos nombres pasaron de los LXX a la Vulgata Latina y
de ahí a las versiones posteriores.
Entre los estudiosos de la Biblia sobre todo desde el siglo XIX, se ha impuesto la
teoría de que el Pentateuco es la suma de varias corrientes. Hay cuatro más
importantes que mantenían tradiciones orales, que se conservaron en documentos
escritos de distintas fechas, de distinto origen, de distinto ambiente y, desde
luego, posteriores a Moisés.
Estas tradiciones, cada una con su estilo propio y con sus características
individuales, son cuatro diversos puntos de vista sobre una misma historia, como
los cuatro hilos de un único tejido.
La tradición Yahvista
La tradición Elohista
Es más reciente que la tradición Yahvista. Debemos situarla entre los siglos VIII
y VI a.C. Se atribuye a las tribus del Norte, antes de la caída de Samaria.
La tradición Sacerdotal
Surge en el ambiente de los sacerdotes del templo de Jerusalén que habían ido al
destierro (siglos VI-V a.C.) Da mucha importancia a las leyes, que constituyen lo
esencial de esta tradición. Pone un mayor interés en la organización del
santuario, en lo ritual, lo litúrgico. Viniendo del ambiente sacerdotal, esta
tradición resalta las funciones de Aarón y de sus hijos. Su estilo es abstracto y
solemne; a veces demasiado técnico y documental, orientado a preservar la
identidad nacional.
La tradición Deuteronómica
Surge en la escuela de escribas del piadoso rey Ezequías, quienes rescatan las
antiguas tradiciones. Construyeron una teología orientada a la reconstrucción
espiritual y moral del pueblo, que estaba abatido por el destierro.
Los primeros libros de la Biblia narran hechos difíciles de entender con nuestra
mentalidad actual. Los hechos que se narran, se agrupan y se analizan para
exponer una doctrina religiosa: hay un sólo Dios, que ha formado un pueblo y le
ha dado una tierra. Este Dios es Yahvé. Este pueblo es Israel.
Los hechos son interpretados a la luz de la fe, proporcionan una imagen fiel del
origen y de las migraciones de los antepasados de Israel; nos transmiten sus
vínculos geográficos y étnicos; nos exponen su conducta moral y religiosa. Todo
Bajo custodia de Escuela de la Fe
64
orientado para conservar el imán que da razón de ser al pueblo y a la vida de cada
uno de sus miembros: la fe en el único Dios que ha creado todo.
Génesis 1-11
Génesis 12-50
Este período que llena la segunda mitad del siglo XIII a.C. comprende los
acontecimientos narrados en los libros del Éxodo, Números Levítico y
Deuteronomio que transmitieron tradiciones orales sobre los Patriarcas, sobre la
esclavitud, sobre la liberación de Egipto, sobre la Alianza y sobre los años del
desierto.
Las normas, las costumbres y las leyes que instituyó Moisés en esta época, y que
están ampliamente documentados en Levítico, son la base de los escritos jurídicos
que aparecerán posteriormente en la Biblia.
Fue la época en que materializaron los primeros escritos. Sabemos que Moisés ya
utilizaba la escritura. Aunque debemos tener en cuenta que hubo aplicaciones y
retoques posteriores. A él se le atribuyen el Decálogo moral y el Código de la
Alianza.
Josué y Jueces
Estos libros contienen material muy antiguo sobre todo en las partes legales. Han
llegado hasta nosotros después de varias redacciones y adaptaciones, pues las
nuevas circunstancias y las necesidades espirituales del pueblo pedían retoque y
aclaraciones. Encontramos en ellos la jefatura de Josué, tiempo en el que el
pueblo fue fiel; para continuar con las historias de los Jueces, destacando entre
ellos los Jueces Mayores, Ej: Débora, Gedeón, Jefté y Sansón.
La historia de ese periodo turbulento, se pude seguir en los relatos de los libros de
Samuel que combinan y yuxtaponen diversas tradiciones sobre los inicios de la
monarquía, y en su continuación en los Libros de los Reyes que documentan la
historia paralela de los dos reinos hermanos Israel y Judá. Inicia con la elección
de los primeros tres reyes carismáticos de Israel, recibiendo David ‹‹la promesa
mesiánica››; para culminar con el destierro a Babilonia y la deportación del rey
Joaquín.
El pueblo cansado del mal gobierno de los hijos de Heli, van al profeta Samuel
para pedirle un rey: una vez más el pueblo cae en la tentación de la monarquía
que había rechazado Gedeón. El profeta pide luz al Señor y este le responde
misteriosamente "haz todo aquello que el pueblo te pedirá, porque no te han
rechazado a ti sino a mí para que no reine sobre ellos" (1 Sam 8, 5-7).
Pero Dios escucha este doble pecado (1 Sam 8, 7-22) y ordena a Samuel de
interpretar el sentido de la monarquía.
Bajo custodia de Escuela de la Fe
67
Al comenzar el siglo VI a.C. tiene lugar el desgraciado suceso que borra en pocos
años y para siempre el nombre de Judá como pueblo de la historia del antiguo
oriente. Rápidamente se precipitan los acontecimientos sobre el minúsculo estado
vasallo, situado junto al Jordán y sobre sus habitantes, que dan origen al tiempo
más penoso para Judá. Terminan con la marcha al exilio, con la deportación a
Babilonia. A este mundo brillante de riquezas llegó la caravana dentro de ella,
iba un pequeño grupo no mas de 5 o 6 mil personas ‹‹el resto fiel›› en ellos estará
la esperanza de la religión monoteísta, la religión del único Dios “Yahvé”
El período que va del retorno del destierro hasta las guerras con Roma, acarreó a
Israel nuevos problemas para ser fiel a su fe y a sus tradiciones. El estilo de vida
griego, la helenización, trató de imponerse bajo la dominación de los griegos. No
era, como antes, la tentación de asimilar las costumbres de otros pueblos; ahora
los gobernantes que invadieron Palestina trataron de imponer sistemáticamente
el paganismo, porque consideraban que la religión debía ser controlada por el
Estado.
Es el tiempo del judaísmo. Va desde el destierro babilónico hasta las guerras con
Roma. Ahí comienza la dispersión del pueblo judío.
Los libros de los Macabeos narran los esfuerzos y el acoso que los judíos
afrontaron para ser fieles a la alianza con Dios en este período de purificación de
la fe.
De gran importancia son también los libros de Judit y Ester; esta época aporta un
Bajo custodia de Escuela de la Fe
69
Lecturas complementarias:
Génesis: creación del mundo y del hombre. La respuesta del hombre: el pecado y
las consecuencias del pecado. La reacción de Dios: patriarcas.
Levítico, Número y Deuteronomio: leyes que Dios dio a los israelitas. Despedida
y muerte de Moisés.
Jueces: narración de los hechos famosos de los primeros jefes que tuvieron los
israelitas, durante 300 años.
Tobías, Ester y Judit: bellísimas historias de estos personajes, que son ejemplo
para nosotros.
Macabeos: sucesos heroicos que por intervención especial de Dios lograron los
cinco hermanos Macabeos para libertad a Israel.
Eclesiastés o Qohélet, Cantar de los Cantares, Sabiduría: tres libros que los
antiguos atribuyeron a Salomón. En ellos se esconden las grandes verdades
eternas.
Los profetas: escritos que anuncian los premios que Dios dará a los buenos y los
castigos que se auto infligen quienes desobedezcan a Dios.
Autoevaluación:
Sesión 7
Introducción al Nuevo Testamento
Esquema
I. Introducción
Profundiza tu fe:
La literatura del Nuevo Testamento se coloca por doble motivo entre dos
mundos: por un lado, por su forma y su contenido; entre el mundo literario
judío y el helenista; por otro, por la originalidad del contenido, entre el
mundo judío de donde procede y el mundo cristiano que se irá configurando
precisamente en la confrontación inteligente y vital con los libros del Nuevo
Testamento y su mensaje.
Toda esta literatura, nos hará encontrarnos con Jesús que nos arraiga en el
tiempo y en un lugar determinado. El lugar lo conocemos: es la tierra
Palestina, con sus montes, su ciudad, su lago. El tiempo se halla preparado,
nos conduce al misterio pleno ‹‹el tiempo› y el lugar de Dios››. Llega así el
momento final de nuestra creación, allí donde la historia se vuelve
escatología, el tiempo, plenitud cumplida. Jesús nos conduce a Dios para
que allí nos olvidemos de lo humano, nos conduce hacia los hombres, para
así comenzar el camino salvador prometido desde el Génesis y culminando
con su Resurrección.
Catecismo:
Los Evangelios son el corazón de todas las Escrituras “por ser el testimonio
principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador” (DV
18) CEC 125
I. Introducción
"La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se
encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento"
(DV 17). Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación divina. Su
objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas,
su pasión y su glorificación, así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del
Espíritu Santo (CEC124; DV 20).
Los Evangelios son el corazón de todas las Escrituras "por ser el testimonio
principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador" (CEC
125; DV 18).
El paso del Antiguo al Nuevo Testamento es mucho más que un cambio de época,
o el nacimiento de un nuevo movimiento religioso, porque la presencia histórica
de Jesús en la Palestina del siglo I es:
La realización del más grande testimonio de amor que Dios pudo haber
dado al hombre, pues le prometió un redentor, y más allá de lo esperado le
envió a su propio Hijo.
A pesar de ser tan diversos todos tienen como centro común y objetivo
único: anunciar a Jesucristo, Señor y salvador y la Buena Nueva de la que
Él es fuente y fundamento.
Entre los escritos del Nuevo Testamento sobresalen los Evangelios que son
de origen apostólico (DV 18) y narran fielmente...lo que Jesús hizo y enseñó
(DV 19). Los autores sagrados compusieron los Evangelios escogiendo datos
de la tradición oral o escrita, reduciéndolos a síntesis, adaptándolos a la
situación de las diversas Iglesias, conservando el estilo de la proclamación:
así nos transmitieron siempre datos auténticos y genuinos acerca de Jesús
(íd).
Dios sólo ha pronunciado una Palabra: Hijo. Con esta Palabra nos ha dicho todo.
El Hijo, Palabra de Dios, ha entrado misteriosamente en la historia, ha iniciado
su diálogo con el hombre a través de la creación, del encuentro con los profetas,
tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y finalmente mediante la
encarnación en el seno de la Virgen María, y su prolongación mística en el seno de
la Iglesia. Es en la Iglesia donde la Palabra se ofrece como realidad personal y se
nos da como alimento vivificador y transformante.
Del estudio de los textos mesiánicos, en los que a veces se habla del Mesías
sin citar su nombre, concluimos que Jesús se presenta como cumpliendo en
su persona estas predicciones. Los apóstoles después de Pentecostés así lo
entendieron y predicaron.
Los títulos cristológicos que se dan a Jesús, son atributos divinos, sin decir
directamente que él fuera Dios.
El Nuevo Testamento nos revela que el único Dios es Padre, Hijo y Espíritu
Santo: una sola naturaleza divina en tres Personas, perfectamente iguales
y realmente distintas. Jesús los nombra expresamente, ordenando a los
Apóstoles bautizar «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»
(Mt 28, 19)
Conclusión:
Lecturas complementarias:
17. La palabra divina que es poder de Dios para la salvación de todo el que
cree, se presenta y manifiesta su vigor de manera especial en los escritos del
Nuevo Testamento. Pues al llegar la plenitud de los tiempos el Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad. Cristo instauró el
Reino de Dios en la tierra, manifestó a su Padre y a Sí mismo con obras y
palabras y completó su obra con la muerte, resurrección y gloriosa ascensión, y
con la misión del Espíritu Santo. Levantado de la tierra, atrae a todos a Sí
mismo, El, el único que tiene palabras de vida eterna. Pero este misterio no fue
descubierto a otras generaciones, como es revelado ahora a sus santos
Apóstoles y Profetas en el Espíritu Santo, para que predicaran el Evangelio,
suscitaran la fe en Jesús, Cristo y Señor, y congregaran la Iglesia. De todo lo
cual los escritos del Nuevo Testamento son un testimonio perenne y divino.
18. Nadie ignora que entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento,
los Evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente, puesto que son el
testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro
Salvador.
19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los
cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican
fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó
realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo.
Los Apóstoles, ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus
oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que
ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la
luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro
Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de
palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la
condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de
manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús.
Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio
de quienes "desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la
palabra" para que conozcamos "la verdad" de las palabras que nos enseñan
(Cf. Lc., 1,2-4).
20. El Canon del Nuevo Testamento, además de los cuatro Evangelios, contiene
también las cartas de San Pablo y otros libros apostólicos escritos bajo la
inspiración del Espíritu Santo, con los cuales, según la sabia disposición de
Dios, se confirma todo lo que se refiere a Cristo Señor, se declara más y más su
genuina doctrina, se manifiesta el poder salvador de la obra divina de Cristo,
y se cuentan los principios de la Iglesia y su admirable difusión, y se anuncia
su gloriosa consumación.
El Señor Jesús, pues, estuvo con los Apóstoles como había prometido y les
envió el Espíritu Consolador, para que los introdujera en la verdad completa
(cf. Jn., 16,13).
sin patria, respetados por algunos, perseguidos por otros. Sólo en el año 1948
lograron restablecer en Palestina el Estado de Israel.
Autoevaluación:
Sesión 8
Composición de los evangelios
Esquema de la lección
I. Introducción
V. Conclusiones
Profundiza tu fe:
Catecismo:
Los Evangelios son el corazón de todas las Escrituras ‹‹ Por ser el testimonio
principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador›› Dei
Verbum 18, Vat. II. CEC 124 – 127
Cuerpo doctrinal:
I. Introducción
La Palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se
encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento.
Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación divina. Su
objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus
enseñanzas, su pasión y su glorificación, así como los comienzos de su Iglesia
bajo la acción del Espíritu Santo (cfr CEC, n. 124).
En los primeros años de vida, la Iglesia guardaba la memoria del Señor centrando
su predicación en el anuncio de la muerte y resurrección; por eso en las cartas de
Pablo no encontramos nada de la vida, ni de las palabras de Jesús. Los apóstoles
desde el día de Pentecostés sólo se refieren a lo esencial de la Buena Nueva: Dios
resucitó a Aquél que murió en la cruz por mano de los impíos (cfr Hech 2,23-24).
Pero parece lógico que cuando la gente había aceptado el mensaje de los apóstoles,
debía sentir la necesidad de conocer mejor las palabras y la vida diaria del Señor.
Sin embargo, los Evangelios son textos algo más complejos, fruto de una larga
gestación; lo que nosotros conocemos es el resultado final del proceso. Por tanto,
debemos ir hacia atrás para comprender la génesis y el tipo de obras que son los
evangelios, de forma que podamos saber cómo situarnos ante ellos y cómo leerlos,
pues no se afronta de la misma forma un libro de historia que una novela
histórica, un ensayo que un cuento.
Por esta razón, previo al estudio de cada uno de los Evangelios es importante
tomar en cuenta las etapas de la tradición que nos trasmitió la vida y doctrina de
Jesucristo, pues los Evangelios no se elaboraron el día de los acontecimientos sino
a lo largo de un proceso que va desde el acontecer de los hechos hasta la
comprensión e interpretación de los mismos a la luz de la fe post-pascual.
Así lo expresa el Concilio Vaticano II: Los autores sagrados compusieron los
cuatro evangelios escogiendo datos de la tradición oral o escrita, reduciéndolos a
síntesis, adaptándolos a la situación de las diversas Iglesias, conservando siempre
el estilo de la proclamación: así nos transmitieron siempre datos auténticos y
genuinos acerca de Jesús (DV 18-19).
Jesús, con toda seguridad, no escribió nada. Al contrario de los grandes hombres
de su tiempo, que escribían grandes tratados de historia, literatura, viajes,...
Jesús proclamó el evangelio a través de sus palabras y a través de su vida. Así,
Es la etapa oral del Evangelio sin los evangelios, en la que toda referencia a Jesús
se hacía oralmente. Después de la experiencia que tuvieron los discípulos de Jesús
sobre su resurrección, estos se lanzaron a anunciarlo por todas partes. Las
referencias a Jesús no pudieron limitarse al anuncio de su resurrección y a
proclamar que era el Mesías; tuvieron, ya desde muy temprano, que ser
ampliadas para repetir sus enseñanzas y contar lo que fue su actuación. Es
natural pensar que en los primeros años, nada de esto estaba escrito. Por otra
parte, no se debe olvidar un hecho importante: en aquellos tiempos la mayoría de
la gente no sabía leer ni escribir, por lo que el lenguaje escrito tenía menor
importancia que el hablado.
En los mismos textos evangélicos encontramos pasajes que nos transportan a esa
etapa primitiva en la que palabras o hechos de Jesús aparecen recompuestos de
forma vivaz. Encontramos también en acción la utilización de leyes
mnemotécnicas que hacen fácilmente repetible una enseñanza después de una
primera audición.
Estos recuerdos van tomando forma sobre todo en torno a tres puntos esenciales:
Las formas de expresión de este evangelio predicado llevan el sello del uso
escriturístico y contemporáneo, incluyendo catequesis, narración,
testimonio, doxologías, oraciones, etc.
«Los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas cosas
de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o
explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, conservando por fin la
forma de proclamación, de manera que siempre nos comunicaban la verdad
sincera acerca de Jesús» (CEC 126,3).
Durante los primeros años de vida de la Iglesia no había necesidad de contar con
documentos escritos acerca de Jesús, pues los apóstoles y discípulos que lo habían
conocido personalmente podían contar su experiencia.
Pero a medida que pasaba el tiempo y la Iglesia se fue extendiendo por territorios
cada vez más alejados de Palestina, ya no se podía acudir en todas partes a esos
testigos oculares de lo ocurrido y se sintió la necesidad de disponer de esos
«recuerdos» de lo hecho y dicho por Jesús. Se recurrió entonces a las tradiciones
iniciales que tuvieron que ser puestas por escrito.
Parece evidente que los evangelios empezaron a ser redactados en época bastante
próxima a Jesús, en la segunda mitad del siglo I; sin embargo, las fuentes
Bajo custodia de Escuela de la Fe
85
documentales utilizadas por los evangelistas son aun anteriores y nos sitúan con
toda probabilidad en el decenio inmediato que siguió a la muerte de Jesús. Todo
ello confirma la antigüedad de la información de que disponemos sobre Jesús, lo
que es un dato en favor de su autenticidad.
3. El testimonio de Lucas.
“Ilustre Teófilo, puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas
que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que
desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido
yo también, después de haber investigarlo cuidadosamente todo desde los orígenes,
escribírtelo por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has
recibido" (Lc 1,1-4).
Estos datos provienen del prólogo del Evangelio de Lucas, pero también los demás
evangelios proporcionan otras informaciones, sobre todo al analizar
comparativamente su contenido. Esto confirma que, antes de que aparecieran los
evangelios en forma de libros, los materiales narrativos que los componen pasaron
por etapas diferentes.
que cada uno tiene su propia originalidad, a pesar de estar elaborados con los
mismos materiales. Lo que corrobora su autenticidad por coincidencia.
Nada tiene de extraño que los sinópticos coincidan en materia, pues los tres
tratan de un mismo acontecimiento. Lo sorprendente está en lo literario: en las
coincidencias en el orden de la narración, en idénticos expresiones; algunas citas
del A.T. coinciden al pie de la letra en los tres aunque no concuerden ni con el
texto de los LXX ni con el texto hebreo (Ej.: Mt 3,3, Mc 1,3; Lc 3,4 y Mt 11,10; Mc
1,2, Lc 7.27). Todo esto no puede ser fruto de la casualidad. Hay que explicar
tanto diferencias, como coincidencias.
Si se miden al centímetro los tres evangelios, se ve que Mateo y Lucas son casi
iguales y que tienen un 50% más que Marcos. Se pueden hacer las siguientes
constataciones:
Pero esto nada nos dice sobre las posibles relaciones entre los evangelios. ¿Cómo
explicar, por ejemplo, que usando las mismas fuentes haya entre ellos tantas
diferencias, pequeñas o no tan pequeñas? ¿Quién introdujo los cambios? Si se
copiaron entre sí, ¿cuál de ellos está más cerca del original?
Lucas
Mateo
Juan
V. Conclusiones
Mateo pues las diferencias son muy acentuadas en los hechos y en los
discursos.
f. Es probable que Mateo y Lucas hayan utilizado, sobretodo para los dis-
cursos, documentos de contenido muy vecino, compuestos en arameo, pero
traducidos al griego. Lucas utilizó otras informaciones personales
provenientes de la tradición oral y escrita.
Lecturas complementarias:
“Los evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los
primeros que tuvieron fe y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido
por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio
durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad hasta el
vinagre de su Pasión y el sudario de su Resurrección, todo en la vida de Jesús
es signo de su Misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se
ha revelado que «en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente»
(Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el «sacramento», es decir, el signo y
el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había
de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina
y de su misión redentora.” (n. 515)
Esta comprensión del particular género literario que es el evangelio hace ver
que (a diferencia, por ejemplo, de los libros históricos del AT) cada detalle es
incluido conscientemente por los evangelistas, y quiere revelarnos algo real y
cierto sobre Jesucristo y su mensaje. Así por ejemplo, no es meramente
anecdótico que Lucas indique que, habiendo más de una barca presente cuando
le apretujaban las turbas a orillas del lago, Jesús eligiera subirse a la de
Pedro. En pasajes del AT, una interpretación basada en algo semejante, (Alude
sin duda al papel eclesial de Pedro y sus sucesores), no pasaría muchas veces
de ser un sentido acomodado; en algún caso, sería descubrir el sensus plenior.
En los evangelios, en cambio, es sentido literal –no literalista, ni el único y más
obvio elemento del sentido literal, pero sí lo que quiere enseñar el autor
(humano y divino).
17. La palabra divina que es poder de Dios para la salvación de todo el que
cree, se presenta y manifiesta su vigor de manera especial en los escritos del
Nuevo Testamento. Pues al llegar la plenitud de los tiempos el Verbo se hizo
Bajo custodia de Escuela de la Fe
91
18. Nadie ignora que entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento,
los Evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente, puesto que son el
testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro
Salvador.
19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los
cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican
fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó
realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo. Los
Apóstoles, ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus
oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que
ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la
luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro
Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de
palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la
condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de
manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús.
Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio
de quienes "desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la
palabra" para que conozcamos "la verdad" de las palabras que nos enseñan (cf.
Lc., 1,2-4).
Autoevaluación:
Sesión 9
Historicidad de los evangelios.
Esquema de la lección:
IX. Conclusión
Profundiza tu fe:
Catecismo:
“Los cuatro Evangelios ocupan un lugar central, pues su centro es Cristo Jesús”
CEC 139
Cuerpo doctrinal:
En efecto:
Bien decía Pascal: “Creo de buen grado las historias cuyos testigos se dejan
ahorcar.”
Nadie estaba dispuesto a dar la vida por defender las historias sorprendentes
sobre Jesús que contienen los apócrifos.
Dejando de lado las declaraciones explícitas de los mismos evangelistas (Lc 1, 1-4,
y 1Jn 1, 1.3) – válidas, pero no concluyentes en sí – ¿qué se puede deducir de un
análisis interno de sus evangelios?
d. Ello no quiere decir que cada hecho, o cada palabra reportada, tuvo lugar de
tal manera que, si pudiésemos trasladarnos en el tiempo, podríamos ser
testigos de ello ‘tal cual’. Porque, ya se ha dicho, no se trata de una obra de
historiografía, sino de una proclamación de fe que busca en primer lugar
comunicar todo el sentido de lo que Cristo “hizo y enseñó”.
En segundo lugar, para saber si una obra nos ha sido transmitida con garantías,
es fundamental que venga avalada por un buen número de manuscritos que nos
permitan comprobar las posibles variantes textuales para el establecimiento del
texto definitivo, al menos del más probable. En este sentido, el número de
manuscritos y fragmentos de manuscritos que nos han llegado de los Evangelios
es realmente abrumador si los comparamos con los que conservamos de otras
importantes obras de la antigüedad.
Con los Evangelios nos encontramos ante una situación privilegiada, pues desde
los primeros tiempos los cristianos hicieron numerosas copias en griego y en latín,
para el culto litúrgico y la lectura y meditación de las escrituras. Gracias a ello,
los testimonios documentales del Nuevo Testamento son abundantísimos.
Todo este material nos ha permitido saber que más del 54% de los versículos
evangélicos no tienen variantes textuales y, cuando las hay, son tan
insignificantes que no modifican sustancialmente el texto transmitido. A todo ello
hay que sumar las múltiples versiones antiguas, algunas del siglo II, y miles de
citas fragmentarias en escritos de los siglos I al III; con razón afirma Carlo María
Martini: «Podemos reconstruir el Nuevo Testamento haciendo converger millares
de manuscritos, y llegaremos a un texto prácticamente único. No existe un texto
tan seguro como el Nuevo Testamento; no hay un texto tan ampliamente
documentado y cuya esencia esté tan idénticamente en todos los códices» (Storia
della tradizione e critica del testo bíblico: avviamento metodológico, 1979, citado
en F. Lambiasi, El Jesús de la historia. Vías de acceso, Santander 1985, p.64). Por
eso es tan difícil probar que tal o cual versículo es una interpolación.
Evangelios otorga a esas personas una fuerte garantía de veracidad. Por lo menos,
se conocen pocos mentirosos que hayan muerto por defender sus mentiras”.
Lecturas complementarias:
Autoevaluación:
1. ¿Por qué los exegetas protestantes del siglo XIX y XX niegan la historicidad
de los Evangelios?
4. ¿Cuáles son las condiciones básicas para que un libro histórico merezca
credibilidad? Explique.
Sesión 10
Misterios de la vida de Cristo
Esquema de la lección
Profundiza tu fe:
Catecismo:
Los Apóstoles confiesan a Jesús como ‹‹el Verbo que en el principio estaba junto a
Dios y que era Dios›› (Jn 1,1), como ‹‹la imagen del Dios invisible›› (1Col 1,15),
como ‹‹el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia ›› (Hb 1,3). CEC 241
Cuerpo doctrinal:
Quien se propone estudiar el legado de una persona del pasado tiene que estar
seguro de su existencia y conocer las etapas fundamentales de su vida. En el caso
de Cristo los documentos que aseguran su existencia histórica y actividad en
Palestina durante el imperio de Tiberio Cesar, siendo Poncio Pilato procurador de
Judea y Herodes tetrarca de Galilea (cfr Lc 3,1), son de una consistencia y valor
excepcionales.
Las fuentes son de diverso origen; hay algunas fuentes romanas, que se cuentan
con los dedos de una mano, y tienen su importancia, pero son poco en comparación
con la documentación que nos dan los cuatro Evangelios, los testimonios del Libro
de los Hechos y los datos sembrados en las Cartas de los Apóstoles.
Así que nuestros documentos fundamentales son los Evangelios. Aquí entra una
cuestión importante, el valor histórico de los mismos. ¿Son dignos de confianza
porque relatan la vida de Jesús tal como sucedió o son producto de la fe de la
primitiva comunidad y presentan una semblanza de Cristo distinta de lo que fue
en la realidad? En una palabra ¿son la historia o la novela de Cristo?
Como el objetivo del tema no es hacer un largo estudio sobre la realidad histórica
de Jesús, que corresponde a la Cristología, basta aquí recordar que los autores de
los Evangelios conocían los hechos que narran, y que los refieren con fidelidad y
sin alteraciones.
En efecto:
Juan también fue uno de los Doce y garantiza que cuanto escribe sobre
Jesús es auténtico porque refiere lo que vio con sus propios ojos y tocó con
sus manos (1 Jn 1,1). Por esta experiencia directa, sus discípulos reconocen
que su testimonio es verdadero (Jn 21,24).
Como vemos los Evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al
grupo de los primeros que tuvieron fe (cf. Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron
compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y
hacer ver los rasgos de su Misterio durante toda su vida terrena. Desde los
pañales de su natividad (Lc 2, 7) hasta el vinagre de su Pasión (cf. Mt 27, 48) y el
sudario de su Resurrección (cf. Jn 20, 7), todo en la vida de Jesús es signo de su
Misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que
"en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Su
humanidad aparece así como el signo y el instrumento de su divinidad y de la
salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al
misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora. (cfr CEC 515)
Aunque los evangelistas no nos relatan todos los pormenores de la vida de Jesús,
si encontramos la figura de Cristo como fue en la realidad, como la vieron los que
desde un principio estuvieron con El y cuya veracidad testimoniaron con su
propia sangre.
El objetivo de los Evangelios no era contar los detalles de la vida de Jesús que
interesarían a la curiosidad humana. En efecto, casi nada se dice sobre su vida en
Nazareth, e incluso una gran parte de la vida pública no se narra.
Pero, lo que se escribió, cumple a la perfección su finalidad: “que creáis que Jesús
es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn
20, 31).
Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras,
sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede
decir: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14, 9), y el Padre: "Este es mi
Hijo amado; escuchadle" (Lc 9, 35). Nuestro Señor, al haberse hecho para
cumplir la voluntad del Padre (cf. Hb 10,5-7), nos "manifestó el amor que
nos tiene" (1 Jn 4,9) con los menores rasgos de sus misterios. (Catia 516)
Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cf. Rom 15,5; Filp 2,
5): él es el "hombre perfecto" (GS 38) que nos invita a ser sus discípulos y a
seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Jn
13, 15); con su oración atrae a la oración (cf. Lc 11, 1); con su pobreza, llama
a aceptar libremente la privación y las persecuciones (cf. Mt 5, 11-12). (CEC
520)
Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en El y que El lo viva en
nosotros. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo
con todo hombre"(GS 22, 2). Estamos llamados a no ser más que una sola
cosa con él; nos hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo en lo que
él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro:
La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios
quiso prepararlo durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos de la
"Primera Alianza"(Hb 9,15), todo lo hace converger hacia Cristo; anuncia esta
venida por boca de los profetas que se suceden en Israel. Además, despierta en el
corazón de los paganos una espera, aún confusa, de esta venida.
El anuncio del Reino de Dios. Después que Juan fue preso, marchó
Jesús a Galilea donde comenzó a proclamar la llegada del Reino de Dios, al
que están llamados a entrar, en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt
10, 5-7), pero, este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres
de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19), que lo acogen con corazón
humilde.
Las llaves del Reino. Desde el comienzo de su vida pública Jesús eligió
unos hombres en número de doce para estar con Él y participar en su
misión (cf. Mc 3, 13-19); les hizo partícipes de su autoridad "y los envió a
proclamar el Reino de Dios y a curar" (Lc 9, 2). Ellos permanecen para
siempre permanecen asociados al Reino de Cristo porque por medio de ellos
dirige su Iglesia.
En el colegio de los Doce, Simón Pedro ocupa el primer lugar (cf. Mc 3, 16;
9, 2; Lc 24, 34; 1 Cor 15, 5). Jesús le confía una misión única, a causa de la
fe confesada por él, será la roca inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la
misión de custodiar esta fe en su integridad ante todo desfallecimiento y de
confirmar en ella a sus hermanos (cf. Lc 22, 32).
Gloria" (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad "montado en un asno" (Zac 9, 9):
no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por
la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad.
Los padecimientos de Jesús han tomado una forma histórica concreta por el
hecho de haber sido "reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los
escribas" (Mc 8, 31), que lo "entregaron a los gentiles, para burlarse de él,
azotarle y crucificarle" (Mt 20, 19).
Lecturas complementarias:
gracia para curar y sanar. A Él acudía cuando los hombres querían desvirtuar
su misión espiritual. Presenta a su Padre como el Ideal de santidad. De Él
habla en su predicación y lo retrata como padre, como viñador, preocupado de
su viña. Vivía unido a Él con lazos indestructibles. Y a Él obedeció en todo.
Jamás encontraremos una persona que haya comprendido, como Él, en toda su
profundidad y extensión, absorbiéndole tan exclusivamente durante su vida, el
antiguo precepto: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma y con todas tus fuerzas”.
Las primeras palabras suyas que conocemos, nos recuerdan la intimidad con
su Padre: “¿No sabéis que es preciso me ocupe en las cosas de mi Padre?” (Lc 2,
49). Y sus últimas palabras serán un resumen de su vida, centrada en su
Padre: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46). Toda su vida
es la entrega a una misión encomendada por el Padre, y su Pasión en la cruz
no es más que la culminación de su lucha por cumplir la voluntad del Padre.
Jesús sólo al Padre necesita. Tres años llevan ya sus discípulos viviendo con
Él, pero nunca delibera con ellos acerca de sus planes o resoluciones, ni les
pide consejo. Había en Jesús algo íntimo, un Sancta Sanctorum al que no tenía
acceso ni su misma madre, sino únicamente su Padre. En su alma humana
había un lugar, precisamente el más profundo, completamente vacío de todo lo
humano, libre de cualquier apego terreno, absolutamente virgen y consagrado
del todo a Dios. El Padre era su mundo, su realidad, su existencia y con Él
llevaba en común la más fecunda de las vidas. Su oración no es más que un
nuevo punto de contacto con Él, una feliz necesidad de dar reposo y de fundir
la soledad de su Yo en el Padre, y orando es, precisamente, como se mantiene
unido al mismo en unidad de la que no participan los hombres, ni sus mismos
discípulos.
¿Cómo presenta Jesús a su Padre? Como Dios todopoderoso y creador que obra
(Cf. Jn 5, 17); como Padre providente y solícito con sus criaturas, que viste los
campos y alimenta a las aves (Cf. Mt 6, 25-26); como un Pastor que cuida a sus
ovejas y las busca (cfr. Lc 15, 4; Jn 10, 1-18). Pero la revelación más hermosa
que Jesús nos hizo de Dios fue el poderle llamar Padre (Cf. Mt 6, 9).
Autoevaluación:
1. ¿Qué es un misterio?
Sesión 11
El Núcleo doctrinal del Evangelio
Esquema de la lección
I. Introducción
IV. Bienaventurados…
Profundiza tu fe:
Catecismo:
Cuerpo doctrinal:
I. Introducción
Ser cristiano no es una carga sino un don de Dios; en efecto, nadie decide ser
cristiano por compromiso, por una feliz casualidad, una decisión ética o por un
Bajo custodia de Escuela de la Fe
114
impulso emotivo, sino como resultado del encuentro con la persona de Cristo que
llama.
Pero, para quienes no han sido llamados por el Padre (cfr Jn 6, 44), esta invitación
a escuchar y seguir a Jesús escandalizó, y sigue escandalizando hoy a no pocos
hombres, pues reconocer en aquel sencillo artesano oriundo de Nazareth
insignificante pueblo de Galilea, sin estudios calificados por los doctores de la ley
(cfr Mt 13,54), nada más y nada menos que al Señor y Maestro les sigue
pareciendo una pretensión realmente escandalosa.
Para los sencillos de corazón (cfr Mt 11,25), si hubiera que resaltar algunas
enseñanzas particularmente significativas del mensaje de Cristo, con sus propias
palabras se podrían señalar las cinco siguientes, con las cuales dio comienzo a una
nueva fase de la economía de la salvación, pues el Reino de Dios ha comenzado
verdaderamente a realizarse en la historia del hombre.
En la Transfiguración la voz del Padre que escuchan los tres Apóstoles confirma
la convicción expresada por Simón Pedro,”Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”,
en las cercanías de Cesárea, sobre la filiación divina de Cristo: “Éste es mi Hijo
amado: escuchadle” (Mt 16,16).
En boca de Jesús la expresión que utiliza para hablar del misterio de su persona
“Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre” (Jn
16,28), indica claramente que antes de “venir” al mundo Cristo “estaba” junto al
Padre como Hijo. Indica su preexistencia en Dios. Jesús da a entender con
claridad que sólo con esta preexistencia en Dios se puede entender correctamente
su realidad personal.
El Padre y yo somos uno (Jn 10, 30) fue solo una de las afirmaciones de Jesús
entre las que suscitaron contra Él la acusación de blasfemia. De ellas brotaron
momentos singularmente dramáticos, como atestigua el Evangelio de Juan, donde
se lee que los judíos “buscaban... matarlo, pues no sólo quebrantaba el sábado,
sino que decía que Dios era su Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn 5,18).
Muy bien habían entendido que cuando Jesús pidió que creyeran en Él, se trataba
no sólo de la aceptación como Mesías, el Ungido y el enviado por Dios, sino de la fe
en el Hijo que es de la misma naturaleza que el Padre.
más fácil intuir qué significa Reino de Dios que explicarlo, porque es una realidad
que sobrepasa toda explicación. Jesús no dice expresamente qué es el Reino de
Dios. Lo único que dice es que está cerca. Evidentemente no se trata de un reino
en sentido temporal y político, pues no es de este mundo (Jn 18,36) aunque aquí
deba desarrollarse y crecer, pues personifica el cumplimiento de la esperanza de
salvación y la victoria sobre el poder del mal (Lc 11,20) con la entrada de Cristo
en la historia del hombre.
Lo que Jesús decía a sus contemporáneos sirve también para nosotros hoy. Ese
«ahora» y «hoy» permanecerá invariable hasta el fin del mundo (Hb 3,13). Esto
significa que la persona que escucha hoy la palabra de Cristo se encuentra ante la
misma elección que aquellos que la escuchaban hace dos mil años en una aldea de
Galilea: o creer y entrar en el Reino, o rechazar creer y quedarse fuera.
Cristo compara el reino de Dios a una fiesta de bodas a la que el Padre del cielo
invita a los hombres en comunión de amor y de alegría con su Hijo. Todos están
llamados e invitados (cfr Mt 10,5), pero cada uno es responsable de la propia
adhesión o del propio rechazo, de la propia conformidad o disconformidad con la
ley que reglamenta el banquete. Para entrar y permanecer en el Reino, es
necesario acoger la palabra de Jesús que exige una elección radical, reflejada en
obras (cfr Mt 21, 28-32).
Semejante camino supera la inteligencia y las solas fuerzas humanas. Es fruto del
don gratuito de Dios. Por eso lo llamamos sobrenatural, así como también
llamamos sobrenatural la gracia que dispone al hombre a entrar en el gozo divino
(cfr CEC 1722).
V. Este es mi mandamiento
Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (Cf. Jn 13, 34). Amando a los
suyos ‘hasta el fin’ (Jn 13, 1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido.
Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben
también en ellos. Por eso Jesús dice: ‘Como el Padre me amó, yo también os he
amado a vosotros; permaneced en mi amor’ (Jn 15, 9). Y también: ‘Este es el
mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado’ (Jn 15, 12).
(CEC 1823)
caridad como la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas
por El mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios (CEC
1822).
San Pablo, por su parte nos ofrece una descripción incomparable de la caridad: ‘La
caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no
se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal;
no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree.
Todo lo espera. Todo lo soporta (1 Cor 13, 4-7).
En el Evangelio hay otros textos donde también Jesús describe el alcance práctico
de esta virtud, como por ejemplo:
Yo les digo a ustedes que me escuchan: amen a sus enemigos, hagan el bien a los
que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los maltratan.
Al que te golpea en una mejilla, preséntale también la otra. Al que te arrebata el
manto, entrégale también el vestido. Da al que te pide, y al que te quita lo tuyo, no
se lo reclames.
Traten a los demás como quieren que ellos les traten a ustedes. Porque si ustedes
aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? Hasta los malos aman a los que los
aman. Y si hacen bien a los que les hacen bien, ¿qué gracia tiene? También los
pecadores obran así. Y si prestan algo a los que les pueden retribuir, ¿qué gracia
tiene? También los pecadores prestan a pecadores para que estos correspondan con
algo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Entonces
la recompensa de ustedes será grande, y serán hijos del Altísimo, que es bueno con
los ingratos y los pecadores. Sean compasivos como es compasivo el Padre de
ustedes.
Jesús fue un maestro que tuvo conciencia de serlo (Jn 13, 12-14), y que vivió
rodeado de un grupo de discípulos, que convivieron con él, lo acompañaron en
sus desplazamientos por Palestina, y escucharon su doctrina.
La novedad máxima es que de entre los discípulos elige, uno a uno, a "Doce"
para formar un grupo especial y estable. Tan grabado quedó este hecho en la
mente de los seguidores de Jesús que pusieron especial cuidado en conservar
la lista detallada (Mt 10,2-4; Mc 3,16-19; Lc 6,14-16), y sintieron la obligación
de completar el número (Hch 1, 21-26), después de la muerte de Judas.
Además, Jesús ora antes de elegirlos (Lc 6,12), anuncia públicamente sus
nombres (Mc 3,13), y les da el encargo de estar con Él y de predicar con poder
para expulsar demonios (Mc 3,14 y 6,7ss); y concede a Pedro, uno de ellos,
Bajo custodia de Escuela de la Fe
120
una misión especial (Mt 16,18ss) que incluso afecta a los otros once (Lc 22,32;
Jn 21,15-17).
Da un trato especial a los doce: solo a ellos descubre los secretos del reino (Mc
4,11); y responde a sus preguntas (Mc 9, 28-29). Luego los manda a predicar
el reino (Mc 6, 7ss) con indicaciones muy precisas, y les confiere poder y
autoridad para predicar y curar (Mc 3,15; 6,7; Mt 18,18; 28,18). Todo eso está
indicando que Jesús forma ese grupo en orden a la proclamación y realización
del reino de Dios.
Lecturas complementarias:
“Los cuatro Evangelios narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo
entre los hombres hizo y enseñó realmente hasta el día de la Ascensión. Después
de este día, los apóstoles comunicaron a sus oyentes esos dichos y hechos con la
mayor comprensión que les daban la resurrección gloriosa de Cristo y la
enseñanza del Espíritu de la Verdad. Los autores sagrados compusieron los
cuatro Evangelios escogiendo datos de la tradición oral o escrita, reduciéndolos
a síntesis, adaptándolos a la situación de las diversas iglesias, conservando
siempre el estilo de la proclamación: así nos transmitieron datos auténticos y
genuinos acerca de Jesús; sacándolos de su memoria o del testimonio de los que
asistieron desde el principio o fueron ministros de la Palabra, los escribieron
para que conozcamos la verdad de los que nos enseñaban”
Concilio Vaticano II
Dei Verbum, número 19
P1
Autoevaluación:
Sesión 12
Los milagros de Cristo
Esquema de la lección
I. Introducción
II. Breve recorrido semántico
III. Historicidad de los milagros
IV. Valor significativo de los milagros
V. El milagro, llamada a la fe.
VI. El milagro, llamada a la conversión.
Profundiza tu fe:
Catecismo:
Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado. Invitan
a creer en Jesús… los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su
Padre: estas testimonian que Él es Hijo de Dios. CEC 548
Cuerpo doctrinal:
I. Introducción
Definición de milagro: Hecho sensible, fuera del curso habitual de las cosas,
producido por Dios en un contexto religioso como signo de lo sobrenatural.
El milagro como acto divino sirve para conocer a Dios invisible a partir de las
cosas visibles.
Cabe recordar que la Iglesia no considera milagro todo hecho inexplicable (caso
frecuente en la medicina). Considera milagro sólo aquel hecho inexplicable que,
por las circunstancias en las que ocurre, rigurosamente comprobadas, reviste el
1. Terminología de la Escritura.
También la Escritura presenta los milagros como obras que requieren una
especial intervención de la causalidad divina y las llama "ACCIONES
DIVINAS", efectos de su poder. Este aspecto es subrayado especialmente
por Juan (15,24; 5,36; 9,3) al hacer ver que son obras comunes del Padre y
el Hijo. Los sinópticos y Pablo insisten en que los milagros son
manifestaciones y efectos del poder divino (Mt 11,21; Mc 6,2; Rom 15,19; 2
Cor 12,12; 2 Tes 2,9).
2. Reflexión teológica de Santo Tomás de Aquino. (Cf. S. Th. II-II, 178, 1 ad 4).
3. Teología contemporánea.
Los milagros de Jesús, confirman que el Reino ya llegó a la tierra: "Si expulso los
demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a vosotros"
(Lc 11,20; cf. Mt 12,28). Pero, sobre todo el Reino se manifiesta en la persona
misma de Cristo.
Frente a los ataques que se han hecho a los relatos de los milagros de Jesús es
necesario hacer un análisis de ellos para poder determinar si nos encontramos
ante auténticos hechos de Jesús, o si son simples narraciones de carácter
catequético y apologético, elaboradas por la comunidad apostólica.
1. El testimonio bíblico.
"Si es por el Espíritu de Dios que expulsó los demonios, esto quiere decir que el
Reino de Dios ha llegado en medio de vosotros" (Mt 12,28; cf. Lc 11,20). En este
primer relato encontramos además una alusión al reconocimiento de su actividad
exorcista por parte de los fariseos, que no niegan la actuación milagrosa de Jesús,
sino que cuestionan la procedencia de su poder (cf. Mc 3,22). El tema del Reino
(cf. Mc 1,15) y la conciencia del poder de Jesús para vencer a Satanás (cf. Mc 3,22-
27) son elementos que hacen referencia a otros episodios que ayudan a señalar la
antigüedad y originalidad del relato.
En las quejas de Jesús contra las ciudades donde más milagros había realizado,
sin que se hubieran convertido (Mt 11,20-24; Lc 10,13-15), se encuentran muchos
elementos arcaicos: se utiliza el término "duna mis" que es característico de la
más antigua tradición; se hace mención explícita a la ciudad de Corazain, que en
Bajo custodia de Escuela de la Fe
127
ninguna otra parte del Nuevo Testamento viene señalada; se habla del eco que
tuvieron los milagros de Jesús, lo cual contrasta con la actividad de la Iglesia
primitiva (cf. Hch 2,22; 10,38).
Los milagros ocupan un puesto muy importante en los Evangelios, hasta el punto
de no poder concebir la enseñanza de Jesús sin los milagros que la acompañan, ya
que ambas actividades están íntimamente ligadas y encaminadas a manifestar
una misma realidad: la llegada del Reino de Dios (Mt 4, 23).
Además, los Evangelios fueron escritos cuando todavía vivían los contemporáneos
de Jesús, que podrían haber negado sus milagros, de haber sido falsos. De hecho
nadie, ni siquiera los enemigos de Jesús, negaron que Jesús realizara prodigios.
Los fariseos no los pueden negar y usan el recurso de atribuirlos al poder del
diablo (cf Mt 12,26-27). Es curioso que una tradición judía que aparece en el
Talmud babilónico-l hable también de los milagros de Cristo atribuyéndolos a la
magia.
Precisamente porque hay una base histórica es por lo que Pedro puede en su
discurso después de Pentecostés hacer una clara referencia a un hecho
incontestable (Hch 2,22), pues ni siquiera los enemigos de Jesús podían negar que
Él realizara obras milagrosas, especialmente curando enfermos y expulsando
demonios.
Junto a los relatos de milagros, la Escritura nos ofrece también los criterios para
juzgar su autenticidad y su objetivo. El milagro nunca es, en la Biblia, un fin en sí
mismo; menos aún debe servir para ensalzar a quien lo realiza y poner al
descubierto sus poderes extraordinarios, como casi siempre sucede en el caso de
sanadores y taumaturgos que hacen publicidad de sí mismos. Es incentivo y
premio de la fe. Es un signo y debe servir para elevar a un significado. Por esto
El Vaticano II reconoce en los milagros una doble función: por una parte los
milagros son portadores de la revelación, ya que pertenecen a la economía de una
revelación que se cumple por las vías de la encarnación, es decir, se trata de una
palabra de salvación, expresada en gestos inteligibles y significantes; por otra
parte, ellos atestiguan la verdad del testimonio de Cristo y la autenticidad de la
revelación que es Él en persona. En efecto, no podemos olvidar que Cristo es la
perfecta revelación de Dios, por sus gestos, su actividad, su comportamiento y
también por su palabra y que en Cristo Dios mismo se dio al hombre sin reservas
y por las vías del hombre, de tal manera que para poder entender la revelación es
necesario tener en cuenta todo lo que implica su misterio de encarnación. (Cf.
Vaticano II, "Lumen Gentium" 5)
Ante todo, los milagros son una manifestación del poder y del amor de Dios, es
decir, son signos particularmente notables de la acción divina que obra la
salvación. Así es como los encontramos narrados a lo largo del evangelio, en
donde constituyen una garantía de que se ha cumplido la Escritura, pues
significan que el Reino anunciado ya ha llegado y que Jesús de Nazareth es el
Mesías, el enviado de Dios, cuya palabra es verídica. Igualmente, los milagros
son signos de la gloria de Cristo, del misterio trinitario, de la nueva economía
sacramental y de la gracia traída por Cristo, del orden glorioso de la resurrección
de los cuerpos y de la transformación del mundo al final de los tiempos.
Los milagros, por consiguiente, hay que verlos como una expresión significativa
de una obra divina, como una palabra de salvación dirigida al hombre en actos
inteligibles. Ciertamente muchos de los grandes temas del evangelio se esclarecen
a la luz de los milagros, porque en ellos la liberación del pecado, el sentido
redentor de la cruz, la gloria prometida, se convierte en imágenes vivas y en
símbolos cargados de sentido.
¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? Jesús les respondió: 'Id
y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos
quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se enuncia a los
pobres la Buena Nueva' (Mt 11,3-5).
Estos hechos milagrosos son realidades que tienen un sentido, pero que no tienen
valor por sí solos, sino que están íntimamente ligados a su predicación (Lc 7,21-
22), enmarcados así dentro del contexto de su misión y en relación con el anuncio
y la presencia del Reino de Dios entre los hombres.
De esta manera, pues, los milagros cumplen una función muy importante en la
comunicación de la revelación, en cuanto que siendo expresiones del amor divino,
disponen a la escucha de la Palabra. Así mismo cumplen una función reveladora
al hacer visible la misericordia divina y la liberación integral que Cristo ha venido
a realizar, atestiguando además la autenticidad de la revelación plena de Cristo
Jesús.
V. El milagro, llamada a la fe
Si con Cristo ha llegado el Reino de Dios, los signos de su presencia tienen que ser
reconocidos y aceptados. La aceptación de ellos se manifiesta a través de la
purificación del corazón, del cambio de vida, de la conversión auténtica y radical.
Es esta la razón por la que Jesús reprochó duramente la actitud de los habitantes
de Cafarnaúm, quienes no supieron reconocer los signos realizados por Él y no se
convirtieron.
El milagro es siempre una manifestación del poder y del amor de Dios. Ante él
debemos saber discernir su significación profunda y acogerlo en la fe,
respondiendo libremente a la invitación que nos hace el Señor a seguirlo y a llevar
una vida santa, ya que el milagro constituye una palabra de salvación, que evoca
la salud total a la que estamos llamados y la liberación integral que Cristo ha
venido a ofrecer al hombre.
Lecturas complementarias
4. A este propósito está bien observar que esos hechos no sólo son atestiguados y
narrados por los Apóstoles y por los discípulos de Jesús, sino que también son
Bajo custodia de Escuela de la Fe
132
6. Todos los Evangelistas registran los hechos a que hace referencia Pedro en
Pentecostés: “Milagros, prodigios, señales” (Act 2, 22). Los Sinópticos narran
muchos acontecimientos en particular, pero a veces usan también fórmulas
generalizadoras. Así por ejemplo en el Evangelio de Marcos: “Curó a muchos
pacientes de diversas enfermedades y echó muchos demonios” (1, 34). De modo
semejante Mateo y Lucas: “Curando en el pueblo toda enfermedad y dolencia”
(Mt 4, 23); “Salía de él una virtud que sanaba a todos” (Lc 6, 19). Son
expresiones que dejan entender el gran número de milagros realizados por
Jesús. En el Evangelio de Juan no encontramos formas semejantes, sino más
bien la descripción detallada de siete acontecimientos que el Evangelista llama
“señales” (y no milagros). Con esa expresión él quiere indicar lo que es más
esencial en esos hechos: la demostración de la acción de Dios en persona,
presente en Cristo, mientras la palabra “milagro” indica más bien el aspecto
“extraordinario” que tienen esos acontecimientos a los ojos de quienes los han
visto u oyen hablar de ellos. Sin embargo, también Juan, antes de concluir su
Evangelio, nos dice que “muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los
Bajo custodia de Escuela de la Fe
133
discípulos que no están escritas en este libro” (Jn 20, 30). Y da la razón de la
elección que ha hecho: “Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el
Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20,
31). A esto se dirigen tanto los Sinópticos como el cuarto Evangelio: mostrar a
través de los milagros la verdad del Hijo de Dios y llevar a la fe que es principio
de salvación.
Autoevaluación:
1. ¿Qué es un milagro?
6. ¿Qué es un prodigio?
7. ¿Por qué se dice que los milagros tienen una dimensión apologética?
Sesión 13
Los primeros cristianos
Esquema de la lección:
Profundiza tu fe:
Catecismo:
Cuerpo doctrinal:
El proceso fundacional de la Iglesia inicia cuando Cristo elige a los Doce apóstoles,
prosigue con la designación de Pedro como piedra fundamental, y llega a su
consumación cuando los apóstoles, después de la Resurrección empiezan a poner
por obra las disposiciones del Maestro.
Lucas nos muestra aquí lo que fue la vida y el apostolado de la Iglesia en los
primeros decenios, y el papel que desempeñaron los Apóstoles, Pedro y Pablo.
El libro de los Hechos no pretende narrar lo que hizo cada uno de los apóstoles,
sino poner de manifiesto el cumplimiento de las promesas de Cristo. Jesús, en
Hech 1,8, había prometido a los apóstoles que serían investidos de poder cuando
Bajo custodia de Escuela de la Fe
136
el Espíritu Santo descendiera sobre ellos, para ser sus testigos tanto en Jerusalén
como en Samaria, Judea y hasta los fines más remotos de la Tierra.
Muy poco es, en cambio, lo que sabemos sobre el modo de difundirse la fe, y en
particular acerca de las personas a las que se debe tal expansión.
Pero también lejos de las rutas recorridas por San Pablo encontramos
diseminadas comunidades cristianas que no ceden en importancia a las iglesias
fundadas por aquél. La noticia de que la comunidad de Alejandría fue fundada por
el evangelista San Marcos está suficientemente atestiguada. De Roma, en cambio,
ni siquiera sabemos quién fue el primero en introducir el cristianismo. Cuando en
la primavera del año 60 San Pablo vino a Roma, encontró allí ya una numerosa
comunidad.
Juan se estableció en el Asia Menor y actuó en las iglesias fundadas por Pablo.
Discípulo suyo fue el Obispo Policarpo de Esmirna, que sufrió el martirio a
mediados del siglo II. Aparte de estos datos, nada más sabemos de la actividad y
vida posterior de los apóstoles.
Pedro con muchas palabras les conjuraba y les exhortaba: «Salvaos de esta
generación perversa». (Cf. Hechos 2, 40) Los que acogieron su palabra fueron
bautizados. Aquel día se les unieron unas 3.000 almas. (Cf. Hechos 2; 41-42).
La mano del Señor estaba con ellos, y un crecido número recibió la fe y se convirtió
al Señor… (Bernabé) Partió para Tarso en busca de Saulo, y en cuanto le encontró,
le llevó a Antioquia. Estuvieron juntos durante un año entero en la Iglesia y
adoctrinaron a una gran muchedumbre. En Antioquia fue donde, por primera vez,
los discípulos recibieron el nombre de «cristianos» (Cf. Hechos 11; 21; 25 y 26).
A principios del siglo III dice todavía Orígenes (Hom. in Ps. 36): «No somos un
pueblo. En esta o en aquella ciudad hay algunos que han llegado a la fe. Pero
desde que empezó la predicación, no ha habido un solo caso de un pueblo que se
convirtiera todo entero. Los cristianos se reclutan uno a uno en los distintos
pueblos».
A pocos años de distancia, a principios del siglo II, tenemos la carta de Ignacio a
los romanos, en la que declara que no se propone darles órdenes «como Pedro y
Pablo»; la misma expresión emplea al dirigirse a los efesios y tralenses, pero sin
hacer alusión a Pedro y Pablo, evidentemente porque los príncipes de los apóstoles
tenían una relación mucho más íntima con Roma que con Éfeso y Trales.
Aunque el mensaje del Evangelio fue diseminado a través de las provincias del
Imperio romano por muchos misioneros de nombre desconocido, en documentos
que han llegado hasta nosotros sobresale Pablo de Tarso, quien, tras su
conversión (Hch 9,3-18), fue ganado por Bernabé para la tarea de colaborar entre
los fieles de Antioquia (Hch 11,25s).
Pablo de Tarso, aunque no perteneció al grupo original de los Doce, fue una de las
figuras apostólicas más importantes para la propagación del Evangelio en las
ciudades de la cuenca del Mediterráneo y para la configuración del cristianismo
primitivo.
de misión:
1. Primer viaje.
2. Segundo viaje.
Para el segundo viaje, (Cf. Hch 15,36-41) Pablo, acompañado por Silas, parte de
Antioquia, por tierra, hacia Siria y Cilicia para llegar al sur de Galacia
consolidando las Iglesias de las ciudades gálatas evangelizadas durante el primer
viaje. En Listra, se les une Timoteo. Atraviesan las regiones de Frigia y Misia. Al
parecer, se les une también Lucas el Evangelista en Tróade. Decide ir a Europa, y
se adentró en Macedonia donde funda la primera comunidad cristiana europea:
la comunidad de Filipos, su iglesia predilecta. Predica con irregular éxito también
en Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto, donde permanece durante año y medio
acogido por Aquila y Priscila, matrimonio judeo-cristiano que había sido
expulsado de Roma por el edicto del emperador Claudio. En invierno del año 51
escribe la primera carta a los tesalonicenses, el documento más antiguo del Nuevo
Testamento. Al año siguiente regresó a Cesárea por barco y pasó a saludar a la
Iglesia de Jerusalén.
3. Tercer viaje.
En la primavera del año 54 inicia su tercer viaje misionero, (Cf. Hch 19,1)
estableciendo esta vez su centro de operaciones en Éfeso, capital de Asia Menor,
radicando ahí unos tres años. Ahí ante las noticias de los conflictos surgidos en la
comunidad de Corinto les escribe una primera carta el año 54, y la segunda, poco
antes de visitarlos durante el invierno del 57.
Saliendo al paso de los conflictos con los judeo-cristianos, escribe cartas a los
filipenses (año 57), a los gálatas y a los romanos, en la primavera del 58. Vuelve
entonces a Jerusalén para entregar la colecta de las comunidades cristianas
procedentes del paganismo, destinada a los pobres de las comunidades de
Jerusalén.
Bajo custodia de Escuela de la Fe
139
Puesto en libertad dos años más tarde reanudó sus actividades apostólicas en la
misma Roma. Regresó al poco tiempo al Medio Oriente y visitó Éfeso, Creta y
Acaya. Otra vez viajó a Roma, donde los cristianos sufrían por la persecución de
Nerón (años 64). En este tiempo escribió dos cartas: una a Timoteo y otra a Tito a
quienes había dejado al frente de sus comunidades.
Fue condenado a muerte y decapitado en el año 67. Por esta misma época,
también fue martirizado San Pedro. Los dos grandes apóstoles mueren, pues, pero
se había sembrado ya la semilla del cristianismo en el corazón mismo del Imperio
Romano.
Partimos del hecho de que Pablo era un hombre culto; no sólo había obtenido una
formación rabínica a los pies de Gamaliel, sino que había adquirido también
cultura helenística en la ciudad de Tarso. Ciertamente que él no presumía de esa
cultura a la hora de adoctrinar a sus oyentes, (1Cor 1, 2-4) Pero a pesar de la
espontaneidad con que la escribe, similar a la que le caracteriza cuando habla, en
el fondo actúa una mente estructurada y un corazón apasionado que expone con
entusiasmo lo que piensa y siente.
Pablo no escribe materialmente sus cartas, sino que las dicta. Es común el uso de
la antítesis: gracia-ley, luz-tinieblas, vida-muerte, vigilia-sueño, espíritu-carne.
En el canon del Nuevo Testamento figuran trece cartas atribuidas a San Pablo.
En las ediciones primero aparecen las enviadas a comunidades y luego las
particulares, todas ordenadas según su extensión de mayor a menor, sin atenerse
al orden cronológico en que fueron escritas.
Grandes epístolas, llamadas así las de mayor extensión, como son las
dirigidas a los Romanos, a los Corintios y a los Gálatas, con una estructura
bastante flexible: primera parte de corte dogmático es una exposición
sistemática, de las grandes verdades del cristianismo. La segunda, de
carácter moral, resuelve problemas prácticos, y propone las consecuencias
éticas y espirituales que se derivan.
A las Cartas Paulinas siguen siete más, conocidas como "cartas católicas" o
universales, porque varias de ellas no señalan un destinatario concreto y van
dirigidas a todos los cristianos, principalmente a los de origen judío, algo
parecido a las "Encíclicas" de hoy día. San Jerónimo las califica "de ricas en
misterios y concisas, tan breves en palabras como largas en sentencias".
El formato epistolar de estos libros tardíos del Nuevo Testamento es más genérico
que el usado por Pablo, pues, se trata más bien de breves exposiciones doctrinales,
seguidas de algunas normas prácticas para preservar la pureza de la fe.
Se atribuye su composición a los apóstoles: Santiago, Pedro (2), Juan (3), y Judas
Tadeo. La temática de todas es de índole general, tocando diversos aspectos del
cristianismo, sin embargo, cada carta enfatiza un tema distintivo y característico.
Por su parte, el Apocalipsis, último libro del Nuevo Testamento, escrito por el
apóstol San Juan, busca dar consuelo a quienes viven en medio de las
persecuciones. El drama que los envolvía bajo el imperio de Nerón y de Domiciano
hizo cuestionarse a los cristianos cómo debían reaccionar ante tanto dolor. San
Juan quiere hacerles ver que nada deben temer, aunque por algún tiempo sufran
por el nombre de Cristo, el Resucitado regresará y les dará una recompensa
superior al trance doloroso. Hay que vivir de la promesa de Cristo y confiar en su
promesa: «Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin de los
tiempos» (Mt 28,20).
Por eso, el Apocalipsis describe cómo sufren quienes son perseguidos, cómo hay un
Bajo custodia de Escuela de la Fe
142
tiempo de victoria del malvado, cómo parece que sólo vence el mal. Pero, después,
llega el momento de Dios y de su victoria.
Lecturas complementarias:
Los cuatro caballos: Los caballos, rojo, negro y verde, indican las
grandes plagas de la humanidad: la violencia, la injusticia social y la
muerte, con todos los males que acarrean. Y el caballo blanco
representa a Cristo resucitado que combatirá y vencerá a esos otros
caballos.
Los siete sellos: El quinto sello son los mártires que piden justicia por
su sangre derramada. El sexto sello indica la llegada del gran día de la
cólera de Dios sobre las divinidades paganas (astros) y la derrota de la
maldad (los poderosos). El séptimo sello con las siete trompetas que
anuncian solemnemente la presencia y el juicio de Dios en la historia,
que va destruyendo todas las fuerzas del mal y propiciando la
conversión de los hombres.
Los 24 ancianos: Son las 12 tribus de Israel más los 12 Apóstoles del
Cordero; representan la totalidad de los Santos que han intervenido
activamente en la historia de la Salvación.
Los tres ángeles: Son los predicadores del Reino de Dios, los profetas,
los misioneros, que anuncian conversión. Son los heraldos de Dios que
anuncian el juicio sobre la historia humana.
Autoevaluación:
8. ¿Cuáles son las Grandes Epístolas, cuál es el tema principal de ellas y por
qué se llaman así?
Sesión 14
Lectio divina: cómo leer y meditar
la Sagrada Escritura
Esquema de la lección:
I. Introducción
II. Historia de la “Lectio divina”
III. Metodología para una espiritualidad bíblica
IV. Conclusión
Profundiza tu fe:
Catecismo:
Cuerpo doctrinal:
I. Introducción
personal y actual, pues de nada sirve conocer lo que han sentido y vivido otros, si
uno mismo no es capaz de hacer la propia experiencia.
Se trata de descubrir el sentido que el texto tiene en sí. Indica que se ha de leer y
releer el texto bíblico, con el fin de poner de relieve los temas fundamentales, los
personajes, las figuras, las acciones y dinamismos del texto.
Hacerla desde la Biblia y con la Biblia. El primer paso es poseer una traducción
fiel de la Sagrada Escritura que posibilite conocer el texto auténtico para no
perderse en interpretaciones y menos en adaptaciones, que muchas veces son
manipulaciones tendenciosas del texto.
La meditación parte del texto, es sobre el texto, y es a partir del texto, para
compartir lo que se ve, se descubre, se conoce, se siente del texto de la Escritura.
Ahí no es el momento para hacer reflexiones paralelas sobre otros temas, sino que
todo debe girar en torno a la Escritura.
La meditación procura descubrir el sentido que el texto tiene para nosotros hoy,
mediante un proceso de rumiar, meditar y reflexionar para actualizar el sentido
del texto y encarnarlo en nuestra realidad. Aquí la pregunta fundamental es:
¿Qué me dice este texto a mí? Como palabra de Dios vivo ¿Qué me está diciendo
hoy? ¿Qué fuerza tienen para mí los valores permanentes que están detrás de las
personas, palabras y acciones? La meditación es el corazón de la lectura orante.
Este paso de la oración puede parecer innecesario para alguno ¿acaso la lectura,
no es oración?, ¿acaso que la meditación y la reflexión, no es oración?, ¿y la
contemplación…?, naturalmente que todo es oración, y todo es medio para el
encuentro con el Señor, pero se coloca este paso buscando que esa palabra que fue
leída y conocida en la lectura, que fue profundizada y reflexionada en la
meditación, que sirvió de medio para el encuentro de corazón a corazón con el
Señor en la contemplación, ahora se pretende iluminar nuestra vida personal o
comunitaria a la luz de esa Palabra pidiendo la gracia para vivirla, o
agradeciendo por el don que ella significa, o alabando al Señor por lo que ha
implicado su revelación o su persona.
Como toda oración y todo encuentro, en sí no hay reglas ni normas fijas. En este
paso de la oración cada uno, a partir del texto leído, meditado y contemplado le
pide, o le agradece al Señor por lo que crea más conveniente.
Si en toda la Lectio Divina no existe una regla fija, sino que son pasos abiertos en
busca del Señor por medio de su Palabra, en la contemplación esto es la norma.
Pues aquí uno se está metiendo en el mundo de Dios, donde no existen reglas, sino
donde todo es gracia y don.
En la contemplación se parte del texto que se leyó y se meditó, todo aquello que se
ha dicho, que se ha escuchado, que se ha conocido ahora sirve de medio para
hablarle al Señor de corazón a corazón. La contemplación es buscar que la
experiencia que ha tenido el escritor sagrado al comunicarnos el texto revelado
que eso se actualice en uno mismo a partir de lo que fue conocido. Es conocer
vivencialmente al Señor no solo intelectualmente, sino adentrándose en el corazón
de Dios a partir del texto.
Siempre es bueno recordar que la Palabra del Señor no es solo para ser conocida,
sino que ella debe ser hecha vida (Mt 7,21), y debe ser el fundamento de nuestras
actitudes y de nuestros gestos (Mt 7,24-27), porque son bienaventurados: “…lo
que escuchan la Palabra y la ponen en práctica…” (Lc 11,28). Esto es el
fundamento del quinto paso de la Lectio Divina, el ACTUAR, el vivir, el hacer
vida aquello que fue reflexionado y rezado.
La Palabra del Señor es una propuesta de vida, es un estilo de vida, una manera
de vivir la vida, pero no es información, sino Buena Nueva, ella es para ser
asumida y vivida. De ahí la necesidad de iluminar la propia vida con esa Palabra
y ver de qué manera uno se está identificando y asumiendo ese estilo de vida. Es
en este sentido donde el Actuar es un mirarse a uno mismo y sincerarse a sí
mismo, viendo dónde uno está parado y a la luz de eso ver qué se puede hacer
para hacer vida ese proyecto que el Señor nos deja en su Palabra.
El riesgo es que las personas no apliquen el texto a su vida, sino que lo apliquen a
la vida de los demás, dando recetas para todos, menos para sí mismas. A su vez es
bueno recordar que en el mundo de la vida espiritual todo es gracia y don, y ahí es
el Señor quien actúa y se manifiesta y que nosotros apenas somos receptores de
su amor, siendo así tener cuidado para no caer en un voluntarismo e
individualismo obsesivo, donde uno dice: voy a hacer y lo voy a hacer, porque yo
quiero... Eso no, en cambio, sí es importante escuchar aquello que el Señor está
iluminando e inspirando por medio de su Palabra, escuchar y ver su voluntad por
medio del texto que se está reflexionando.
IV. Conclusión
Se trata de actitudes básicas del discípulo que, porque anhela seguir al Señor, se
sienta a los pies de su Maestro para escuchar su Palabra (Lc 10,39). Esta
disposición de escucha lo lleva a comprender la Palabra (Lectura), a hacerla
realidad en su vida (Meditación), a suplicar fuerza y luz para seguir el camino de
Jesús y a dar gracias por su obra en la Iglesia (Oración), y a impregnarse del
Reino de Dios y a trabajar por su venida (Contemplación).
No es un ejercicio de relajación.
No es un don carismático.
Lecturas complementarias:
25. Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo
y los demás que como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente al
ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y
con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte "predicador vacío y
superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su interior", puesto que
debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada
Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina.
De igual forma el Santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos
en particular a los religiosos, a que aprendan "el sublime conocimiento de
Jesucristo", con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. "Porque el
desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo". Lléguense,
pues, gustosamente, al mismo sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena
del lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por instituciones aptas
para ello, y por otros medios, que con la aprobación o el cuidado de los Pastores
de la Iglesia se difunden ahora laudablemente por todas partes. Pero no
olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura
para que se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque "a El hablamos
cuando oramos, y a El oímos cuando leemos las palabras divinas.
26. Así, pues, con la lectura y el estudio de los Libros Sagrados "la palabra de
Dios se difunda y resplandezca" y el tesoro de la revelación, confiado a la
Iglesia, llene más y más los corazones de los hombres. Como la vida de la
Bajo custodia de Escuela de la Fe
152
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Constitución Dogmática han
obtenido el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud
de la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables
Padres, las aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu Santo, y
mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para gloria de
Dios.
Autoevaluación:
Sesión 15
La sagrada Escritura en la vida del cristiano
Esquema de la lección:
I. Introducción.
Profundiza tu fe:
Catecismo:
Cuerpo doctrinal:
I. Introducción
Este tema cierra un paréntesis abierto al inicio del libro. Desarrolla ampliamente
lo insinuado en el n. 3 del capítulo primero, aunque solo pretende ayudar a que la
semilla del Sembrador fructifique al 100 % en nuestro corazón, porque facilitar es
la misión del evangelizador, pero quien realmente la hace germinar es el Espíritu
Santo que la inspiró (cfr 1 Cor 3, 6-7).
sino también para la Iglesia de todos los tiempos. Su mensaje es tan válido para
la Iglesia actual, para mí que soy Iglesia, como lo fue para los contemporáneos de
los evangelistas.
Aplicar los textos a situaciones que son nuevas pero también similares.
“Preguntarle a la Escritura” su respuesta propia, con la luz que proyecta
sobre las situaciones y problemas personales y actuales.
Ninguna lectura es neutra. Todo texto es abordado por un lector que tiene
determinados intereses, preguntas, dudas, expectaciones... Incluso, el
sentido de un texto no se da plenamente si no es actualizado en la vivencia
de lectores que se lo apropian.
La palabra de Dios revelada posee una fuerza y una virtualidad toda suya,
‘casi sacramental’.
“Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están
escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20,31).
“La presentación de los Evangelios [en la catequesis] se debe hacer de modo que
provoque un encuentro con Cristo, que da la clave de toda la revelación bíblica y
trasmite la llamada de Dios, a la cual cada uno debe responder.” (Pontificia
Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, IV, C, 3).
Es desde esta misma perspectiva que Juan Pablo II, en Novo Millennio Ineunte, lo
proponía como el fundamento del camino de la Iglesia y de cada cristiano en el
tercer milenio:
Bajo custodia de Escuela de la Fe
156
Ahora bien, se encuentra con nosotros no para hablarnos del pasado, sino para
decirnos algo que tiene que ver con nosotros, que nos concierne.
La Sagrada Liturgia
La lectura espiritual
La catequesis
Cualquiera que sea el uso, o el modo de encuentro con la Biblia, hay que tomar
muy en cuenta lo que recomienda al respecto el Concilio Vaticano II, tanto por lo
que ve al enfoque de conocimiento de Cristo, como por lo que toca a lo
indispensable que resulta el acercamiento al texto desde un espíritu orante:
“El Santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos [...] a que
aprendan ‘el sublime conocimiento de Jesucristo’, con la lectura frecuente de las
divinas Escrituras. ‘Porque el desconocimiento de las Escrituras es
desconocimiento de Cristo’. Lléguense, pues, gustosamente, al mismo sagrado
texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura
espiritual, ya por instituciones aptas para ello, y por otros medios, que con la
aprobación o el cuidado de los Pastores de la Iglesia se difunden ahora
laudablemente por todas partes. Pero no olviden que debe acompañar la oración a
la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el
hombre; porque “a El hablamos cuando oramos, y a El oímos cuando leemos las
palabras divinas.” (DV 25)
Los criterios más importantes para que la palabra bíblica dé frutos en la vida del
cristiano son:
El sentido literal, o histórico –de acuerdo con el género literario del escrito– es el
sentido fundamental. Es el sentido que el autor humano ha querido dar a sus
palabras y, mediante él, el mismo Dios; y es la base para toda actualización
correcta de los textos bíblicos.
“La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue
escrita” (Dei Verbum 12). El Espíritu Santo es el autor de toda la Escritura. Él
hizo que los primeros cristianos releyeran en “sentido espiritual” las Escrituras
antiguas, a la luz de Cristo; y es él quien ahora nos hará aplicar la Palabra
inspirada a nuestro ‘aquí y ahora’.
La verdad total que enseña la Biblia está en el conjunto de la Escritura (cfr. Dei
Verbum 12), y no solamente en determinados textos que nos son útiles porque
favorecen nuestras maneras de pensar o ideas preconcebidas.
Ayudará, para ello, valerse del Catecismo, que es ya una relectura autorizada y
actual de la Escritura. En la “lectura eclesial de la Escritura, hecha a la luz de la
Tradición, el Catecismo de la Iglesia Católica desempeña un papel muy
importante.” Como acto del Magisterio, “no está por encima de la Palabra de Dios,
sino a su servicio. Pero es un acto, especialmente relevante, de interpretación
Bajo custodia de Escuela de la Fe
159
Y porque nadie puede hacernos “entender las Escrituras” mejor que Aquél que es
su autor.
Nos pide tomar posición. O conmigo, o contra mí. No hay camino ‘intermedio’.
Por ejemplo, meditando la Perícopa (relato o discurso que constituye una unidad
literaria) de Mc 8, 27-29, no se trata de quedarse admirando y aplaudiendo la
respuesta de Pedro a la pregunta de Cristo, sino de darme cuenta que, estando
Pedro en el cielo, soy yo al que Cristo ahora pregunta, a quemarropa, “Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?” Y soy yo quien tengo que responder, sin engañarme, con
profundidad y absoluta sinceridad, y más con la vida que con las palabras.
Es el culmen y resumen de todas las actitudes que nos acondicionan para realizar
el más profundo y real encuentro con el Señor en su palabra. Realmente, no sería
un “leerla en la Iglesia” si no lo hiciésemos desde un modo de vivir y de sentir que
es el de la Iglesia. Cuando los valores y la visión del Evangelio ya penetraron
nuestra mente y corazón, y conformaron nuestro sentir; y sobre todo, cuando se ha
ido creciendo en amor a Cristo y a lo que él ama, es entonces cuando realmente se
llega a “entrar dentro” de la Sagrada Escritura y a comprenderla desde la
connaturalidad con ella. Quien no hace suya habitualmente la oración de Cristo,
“No se haga mi voluntad, sino la tuya”, no podrá nunca comprender el Evangelio.
“Los Evangelios son el corazón de todas las Escrituras ‘por ser el testimonio
principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador’” CEC
125.
Es por ello que “el Evangelio cuadriforme ocupa en la Iglesia un lugar único...”
(CEC 127). Y en la vida del cristiano.
Se aplican, desde luego, las mismas reglas aplicables para toda la Sagrada
Escritura (cfr. arriba). Aunque conviene tener en cuenta que “cuando un texto
bíblico se refiere directamente al Misterio Pascual de Cristo o a la vida nueva
que resulta de Él, su sentido literal es un sentido espiritual. Este es el caso
habitual en el Nuevo Testamento” (Pontificia Comisión Bíblica, La
interpretación de la Biblia en la Iglesia, II, B, 2).
“Los Evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los
primeros que tuvieron fe y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido
por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio
durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su Natividad hasta el
vinagre de su Pasión y el sudario de su Resurrección, todo en la vida de Jesús
es signo de su Misterio”.
Quiere decir que cada detalle es incluido conscientemente por los evangelistas,
y quiere revelarnos algo real y cierto sobre Jesucristo y su mensaje. Por decir
algo, no es meramente anecdótico que Lucas (5,3) indique que, habiendo más
de una barca presente cuando le apretujaban las turbas a orillas del lago,
Jesús eligiera subirse a la de Pedro. En pasajes del AT, una interpretación
basada en algo semejante no pasaría muchas veces de ser un sentido
acomodado; en algún caso, sería descubrir el sensus plenior (sentido pleno). En
los Evangelios, en cambio, se puede decir que la alusión al papel eclesial de
Pedro y sus sucesores pertenece al sentido literal –no literalista, ni el único y
más obvio elemento del sentido literal, pero sí lo que quiere enseñar el autor
(humano y divino).
Para sacar mayor provecho del Evangelio según San Juan, ayuda mucho tener
en cuenta lo que indica el documento La interpretación de la Biblia en la
Iglesia, de la Pontificia Comisión Bíblica: “Un autor humano puede querer
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Procure “entrar dentro” del pasaje Evangelio. Para el cristiano que se acerca al
Evangelio con fe, se realiza una auténtica anámnesis análoga a la que se hace
en la liturgia y los sacramentos, por la que los misterios de la vida de Cristo se
le hacen presentes. Debe sentirse –como lo es, para el mismo Cristo– auténtico
protagonista e interlocutor de cada escena. Ello pide que lo viva en tiempo
presente, y en primera y segunda persona: no “Jesús le dijo al joven...”, sino
“Tú me dices a mí...”: pues no es ya a aquel joven, sino a mí, a quien ahora
dice, “Una sola cosa te falta...” (Mc 10,21).
Lecturas complementarias:
Biblia y vida: actualización de la palabra de Dios (de Luis López de las Heras,
Cómo leer la Biblia, Cuadernos BAC, Madrid 1978, pp. 27-30).
Dios, con su palabra escrita, nos habla también a nosotros: «la palabra de
nuestro Dios permanece para siempre» (Is 40,8).
Muchas de las cosas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, no exigen
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ningún esfuerzo para ver que tienen aplicación a nuestra propia vida, v.gr., que
Dios es bueno, misericordioso; que es escudo para los que a El se acogen; que no
hay paz para los malvados... Bastantes de los puntos de nuestro credo y de
nuestra moral cristiana son los mismos que los del Antiguo Testamento. Si
alguna diferencia hay es que, por la venida de Cristo, han adquirido una
mayor profundidad, si bien en una línea homogénea. El hombre del Antiguo
Testamento sabía que Dios era misericordioso y amaba a su pueblo. Eso mismo
sabe el del Nuevo; sólo que con la encarnación y muerte del Hijo de Dios y la
donación del Espíritu Santo ha aprendido que ese amor misericordioso de Dios
llega a unos extremos inconcebibles para el fiel de la Antigua Alianza. Algo
análogo ha ocurrido con el amor al prójimo.
El hombre del Antiguo Testamento podía llamar Padre a Dios (cf. Jer 4,19).
Sin embargo, ese mismo concepto ha llegado a una profundidad antes
insospechada por la obra del Hijo de Dios y de nuestra inserción en la vida
trinitaria por el Espíritu Santo.
Aun en los salmos imprecatorios, en los que el antiguo Israel pedía a Dios que
castigara a sus enemigos, podemos aprender para la vida: por ellos vemos la
superioridad de la Nueva Alianza; como la aprendemos al leer las páginas
sobre los antiguos sacrificios de animales, derogados por el único sublime de
Cristo.
Las palabras mismas que parecen dirigidas a particulares del pasado, pueden
constituir un mensaje divino para nosotros. Si Dios vitupera pecados concretos,
de seguro que también reprocha los nuestros, enseñándonos a vivir en el temor
del Señor. Si Dios alaba a alguien por su virtud, eso es para nosotros una
exhortación y un aliento.
Muchas veces será fácil captar la aplicación a nuestra propia vida. Otras no
nos parecerá tanto: lo habremos experimentado ya más de una vez al tratar de
ver qué mensaje nos aporta el evangelio de éste o el otro domingo. Con todo,
podemos estar seguros de que tiene que haber una aplicación. La razón de tal
posibilidad está en que tanto nosotros como aquellos a quienes fue dirigida la
palabra de Dios, estamos enrolados en la misma historia de la salvación, y esa
historia tiene siempre la misma estructura. Dios es el mismo; y el hombre,
también, pasando por las mismas peripecias. Al Adán de todos los tiempos Dios
le ofrece su gracia, y Adán peca. Dios le castiga, y Adán se arrepiente; Dios le
perdona y le promete su asistencia. Dios exige de él siempre la fe, la esperanza
en sus promesas y el amor. Le somete a prueba para ver hasta qué punto se fía
de El; le abandona por sus pecados; le sale al encuentro cuando se arrepiente.
Tal es la historia del pueblo de Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento: la
nuestra. La historia sagrada, más que ninguna, es «maestra de la vida».
Por ello, para actualizar la palabra de Dios, hay que atender a dos cosas
fundamentales: a la analogía de las situaciones y al sentido típico, fundado
también en la analogía.
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Abrahán, David, Job..., colocados por Dios en situaciones límite, en que se pone
a prueba su fe y su fidelidad, son una lección perenne para toda persona que se
halle en circunstancias análogas.
Los salmistas que alaban a Dios, le suplican, le dan gracias, nos enseñan a
nosotros a hacer lo mismo.
Pero además hay otras cosas o personas que son tipo de realidades de la Nueva
Alianza en sentido estricto: han sido intentadas por Dios para significarlas. El
éxodo de Israel es tipo de la vida cristiana con sus peripecias, parecidas a las
de los antiguos hebreos (cf. 1 Cor 10,1-11). La liberación de Egipto es tipo de
toda liberación.
está sentado, cuando duerme y cuando vela, cuando come y cuando sirve a los
demás, cuando cura a los enfermos y cuando obra milagros”.
Autoevaluación:
3. ¿Por qué resulta importante una lectura que busca el “sentido espiritual”
de la Biblia?
10. ¿Qué significa para el cristiano entrar dentro del pasaje evangélico?