Avivamiento Espiritual
Avivamiento Espiritual
Avivamiento Espiritual
Sermón predicado
Por Charles Haddon Spúrgeon
En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres
“Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos” Habacuc 3:2
La religión verdadera es obra de Dios: es pre-eminentemente así. Si Él fuera a
seleccionar de entre sus obras aquella que Él estima más, sin duda seleccionaría la
verdadera religión. Él considera la obra de gracia aún más gloriosa que las obras de la
naturaleza; y por lo tanto tiene cuidado de que esto sea conocido. Así que si alguien se
atreve a negar esto, tendrá que enfrentarse a repetidos testimonios que demuestran
que así es, que Dios es verdaderamente del autor de Salvación en el mundo y en los
corazones de los hombres, y que la religión verdadera es el efecto de la gracia, y que
es obra de Dios. Creo que el Eterno perdonaría antes el pecado de atribuir la creación
del cielo y de la tierra a un ídolo, que el pecado de atribuir las obras de gracia a los
esfuerzos de la carne, o a cualquier cosa aparte de Dios mismo. Es un pecado de gran
magnitud suponer que hay algo en el corazón del hombre aceptable delante de Dios, a
excepción de aquello que Dios mismo ha creado primero en él. Cuando se niega la
obra de Dios en la creación del sol, se niega una verdad; pero cuando se niega que Él
es quien realiza la obra de gracia en el corazón, se están negando cientos de verdades
en una; porque la negación de esta gran verdad, que Dios es el autor del bien en las
almas de los hombres, se están negando todas las doctrinas que sostienen los grandes
artículos de fe, porque si hay algo en nuestras almas que nos puede llevar al cielo es la
obra de Dios, y más aún, si ha de haber algo de bueno y excelente en Su iglesia, esto
es completamente obra de Dios, de principio a fin. Creemos firmemente que es Dios
quien despierta el alma que estaba muerta, verdaderamente muerta “en delitos y
pecados”; que es Dios quien mantiene la vida de esa alma, y Dios quien consuma y
perfecciona esa vida ahora y para siempre. No atribuimos méritos al hombre, sólo a
Dios. No nos atrevemos ni por un momento a concebir que haya métodos y medio que
se puedan utilizar, excepto la obra de Dios, quien es el Alfa y la Omega, todo es del
Señor. En consecuencia pensamos que hacemos lo correcto al aplicar la obra de la
gracia divina, tanto en el corazón como en la iglesia; y entonces no encuentro otro
texto más apropiado para el tema que tratamos que este: “¡Oh, Jehová, aviva tu
obra!”
Primero, amados, confiando en que el Espíritu de Dios me ayudará, me dedicaré a
aplicar el texto a nuestra alma de forma personal, y luego al estado de la iglesia en
forma extensa, porque de cierto necesita que el Señor avive Su obra en media de ella.
I. Primero entonces a NOSOTROS MISMOS. Debemos empezar en el hogar. Muy
frecuentemente queremos castigar a la iglesia, cuando la disciplina debería ser puesta
sobre nuestros propios hombros. Vestimos a la iglesia como a un reo, la llevamos a
juicio y queremos ejecutar sentencia sobre ella; le amarramos las manos, y
despellejamos su temblorosa carne – encontrando faltas en ella cuando no la hay, y
magnificando sus pequeños errores; cuando nosotros con demasiada frecuencia
olvidamos los nuestros. Entonces, empecemos con nosotros mismos, recordando que
somos parte de la iglesia, y que nuestra propia necesidad de avivamiento personal es
la causa en gran medida del avivamiento en la iglesia en mayor escala.
Ahora, yo responsabilizo directamente a la gran mayoría de los cristianos profesos – y
me responsabilizo a mí mismo también – con la necesidad de un avivamiento de
piedad en estos días. Creo que la gran masa de cristianos en esta edad necesita un
avivamiento, y mis razonamientos son estos:
En primer lugar, miremos la conducta y conversación de muchos de los que profesan
ser hijos de Dios. Es muy dañino para un hombre que ocupa el sagrado lugar de un
púlpito adular a sus oyentes, y por lo tanto no haré tal cosa. La evidencia la tienen
ustedes que se unen con iglesias cristianas, y en la práctica van contra su profesión de
fe.
Se ha vuelto muy común en estos días unirse a una iglesia; ir donde se encuentren
cristianos profesos y sentarse a la mesa del Señor, ya sea aquí o allá; pero ¿hay
menos engaños de los que había antes? ¿Se cometen menos fraudes? ¿Se nota un
mayor grado de moralidad? ¿Será que los vicios ya casi se han eliminado? No, no es
esto lo que vemos. Esta época es tan inmoral como cualquier otra anterior a ella;
todavía hay mucho pecado, aunque tal vez esté tapado o escondido. La parte externa
del sepulcro puede ser que esté más blanca; pero por dentro, los huesos están tan
carcomidos como antes. Aquellos hombres que, en las revistas populares nos
presentan una imagen de la vida en Londres, no tienen por qué modificar la verdad,
podemos creerles – no tienen motivo para mentir-; y la imagen que nos dan con
respecto a la moralidad de esta gran ciudad es devastadora. Está llena de criminales,
llena de pecado; y digo que si todas las profesiones de fe que se hacen en Londres
fueran verdaderas, no habría lugar para tantos lugares impíos como lo hay; no podría
ser de ningún modo. Hermanos míos esto es conocido de todos, y el que lo niegue
hablaría con falsedad, ya que lamentablemente no es garantía suficiente para medir la
honestidad de un hombre el hecho de que pertenece a una iglesia, como debería de
ocurrir. Esto es algo difícil de reconocer para los ministros cristianos, pero si no lo
decimos nosotros, y si los amigos no lo dicen, los enemigos lo harán; y es preferible
que hablemos la verdad entre nosotros, y que se sepa que nos avergonzamos de esta
situación, que los de afuera se enteren que negamos lo que deberíamos reconocer.
¡Oh, señores, las vidas de muchos miembros de iglesias cristianas proporcionan una
grave causa para sospechar que no hay nada de bondad en ellas! ¿Por qué ese afán
por conseguir dinero? ¿Por qué esa avaricia y codicia? ¿Por qué ese deseo de seguir el
estilo y las maneras de un mundo malvado? ¿Por qué ese olvido de las necesidades de
los pobres, ese mal trato a los obreros, y cosas similares, - Si los hombres son lo que
profesan ser? Dios en el Cielo sabe que lo que estoy hablando es cierto, y muchísimos
aquí lo saben también. Si fueran cristianos al menos deberían anhelar el avivamiento;
si es que hay vida en ellos, es solo una chispa que debe estar cubierta por montones
de ceniza; tendrán que atizarla, ¡Ay! Y también necesita removerse, para ver si,
felizmente, algunas de las cenizas se apartan y la chispa puede encender. La iglesia
quiere avivamiento en las personas de sus miembros. Los miembros de iglesias
cristianas no son ya lo que una vez fueron. Ahora está de moda ser religioso; ya no
hay persecución como antes; y... ¡Ah! Bueno ya casi lo dije: las puertas de la iglesia
parece que también fueron quitadas con la persecución. La iglesia está, con pocas
excepciones, del todo sin puertas; sus hijos vienen y van, salen y entran, del mismo
modo como entran y salen de la Catedral de San Pablo, y lo hacen un lugar de paso,
en vez de considerarla un lugar sagrado, santificado al Señor, y para la excelencia de
la Tierra, en el cual Dios tiene su deleite. Si este no es su caso personal, entonces no
tiene de qué arrepentirse, ni tiene que confesar su pecado; pero si esta es su
situación, Oh, humíllese bajo la poderosa mano de Dios; pídale que lo pruebe y lo lleve
a cuentas, y si usted no es su hijo que le ayude a renunciar a su profesión falsa, para
que no sea su ridícula vestimenta de muerte, su ropa de gala barata para ir al infierno.
Si usted es Suyo, pídale que le dé más gracia, de modo que puede renunciar a la
falsedad y a las necedades, y volverse a Él con verdadero propósito de corazón, como
efecto de una piedad avivada en su alma.
En los casos donde la conducta y la profesión de los cristianos son consistentes,
permítanme hacer una pregunta, ¿No es cierto que la conversación de muchos
profesores de Biblia nos hacen dudar del fruto de su piedad, o al menos nos impulsa a
orar para que su piedad sea avivada? ¿Han notado la conversación de muchos que se
llaman a sí mismos cristianos? Podríamos vivir con ellos desde el primero de enero
hasta el final de diciembre, y nunca tendríamos queja de que hablan mucho de
religión, porque ni siquiera la mencionan. Escasamente mencionan el nombre del
Señor. En la tarde del día del Señor se habla de sobre de los ministros de la iglesia, se
les encuentran faltas tanto a este como a aquel, y se hacen toda clase de
conversaciones, que podrían llamarse “religiosas”, porque tienen que ver con lugares
religiosos. Pero ¿hablan alguna vez los que van a las iglesias, de lo que se dijo y se
hizo, y de lo que el ministro sufre por el rebaño? ¿Recibe usted alguna vez el saludo de
su hermano que le dice: “Amigo, ¿cómo prospera tu alma?"? Cuando entramos en la
casa de nuestros hermanos, ¿tenemos el interés principal de hablar de la verdad de
Dios? ¿Piensan que Dios se asomará desde el Cielo para escuchar la conversación de
su iglesia, como está escrito que “El Señor se inclinó y oyó, y fue escrito un libro en
memoria para aquellos que temen a Jehová y que meditan en su nombre?" Yo declaro
solemnemente, porque lo he observado detenidamente, y creo que imparcialmente, la
conversación de los cristianos, aunque no se puede tachar de inmoral, sí se puede
tachar por su calidad de cristianismo. Hablamos muy poco de nuestro Señor y Dueño.
La palabra “fanático” ha calado tanto en medio nuestro, que no podemos mencionar a
Cristo, para no ser tachados de fanáticos. Yo soy un fanático entonces, y espero serlo
hasta el día que muera, y me glorío en ello; porque no puedo entender cómo, en
nuestros días, un hombre puede ser un cristiano, verdadera y sinceramente, sin
siquiera intentar merecer para sí mismo este título. ¿Por qué no hablamos de esta
doctrina? Porque es posible que otros no crean así, o aún nieguen estas verdades; y
preferimos la comodidad de conversaciones en las cuales todos estamos de acuerdo, y
estos tópicos serán pues cosas mundanas y no espirituales. ¿No es esto cierto? ¿Y no
es un triste pecado de nuestra parte, que tengamos que estar orando: “Señor, aviva tu
obra en mi alma, para que mi conversación sea más semejante a la de Cristo,
sazonada con sal, y dirigida por el Espíritu Santo”?
Aún una tercera observación. Hay algunos cuya conducta es todo lo que podríamos
desear, su conversación es en gran parte relacionada con el evangelio, tiene sabor a la
verdad; pero aún ellos han de confesar una tercera responsabilidad o culpa, la cual con
dolor cargo sobre mí mismo; cual es, que hay muy poca comunión real con Cristo
Jesús. Si por la gracia de Dios hemos sido capacitados para mantener una conducta
tolerablemente consistente, y no se nos puede culpar de algo, cuánto tenemos que
llorar por nosotros mismos, por falta de aquella santa comunión con Jesús que es la
verdadera marca de un verdadero hijo de Dios, hermanos míos. Permítanme
preguntarles: ¿Hace cuánto que han experimentado una visita de Jesús en la
intimidad, de manera que puedan decir, “Mi amado es mío, y yo soy Suyo, Él apacienta
en medio de los lirios?” ¿Hace cuánto que “él le llevó a la casa del banquete, y su
bandera sobre usted fue amor?” Tal vez algunos de ustedes puedan decir, “Esta
mañana le vi; contemplé su rostro con alegría, y fui alentado con su faz”. Pero temo
que la mayor parte tendrá que decir, “Ah, señor, por meses he estado sin recibir el
brillo de su rostro.” ¿Qué han estado haciendo entonces? Y ¿cuál ha sido el camino que
han estado llevando? ¿Han gemido entonces cada día? ¿Han llorado cada minuto por
ser esto así? “¡No!” Y deberían haberlo hecho. No puedo entender cómo nuestra piedad
puede brillar de forma alguna, si no vemos la luz de Cristo y seguimos contentos como
si nada. Sí es posible que los cristianos pierdan a veces la comunión con Jesús; la
conexión entre ellos mismos y Cristo puede afectarse severamente a veces, en cuanto
a lo que los sentimientos les dictan; pero ellos han de lamentar y llorar esta pérdida de
comunión con Dios. ¡Cómo puede ser! ¿Es Cristo tu Hermano, y vive Él en tu casa, y
no has pasado tiempo en conversación verdadera con Él? Me parece que hay poco
amor entre tú y tu Hermano, puesto que no has tomado el tiempo para compartir con
Él en todo este tiempo. ¡Cómo puede ser! ¿Es Cristo el esposo de su iglesia, y no tiene
ella comunión con Él? Hermanos míos, no quiero condenarlos, no quiero juzgarlos,
pero por favor dejen que su misma conciencia hable dentro de ustedes. Mi conciencia
hablará y así debe hablar la de ustedes. ¿No nos hemos olvidado de Cristo? ¿No hemos
vivido demasiado sin tomarlo en cuenta? ¿No hemos estado bien contentos con el
mundo, en vez de tener deseo por Cristo? ¿No hemos sido todos nosotros esa oveja
querida, que ha bebido de la copa de su amo y se ha alimentado de su mesa?
Entonces, ¿cómo es que preferimos irnos a alimentarnos lejos a las montañas, en vez
de venir al hogar? Me temo que muchos de los pesares de nuestro corazón provienen
de nuestra falta de comunión con Jesús. No muchos de nosotros somos la clase de
hombres que, al vivir cerca de Jesús, conocen sus secretos. ¡Oh! No; vivimos tan lejos
de la luz de su rostro; y tan felices lejos de Él. Hagamos pues juntos esta oración,
porque estoy seguro de que la necesitamos en alguna medida: “¡O Jehová, aviva tu
obra!” ¡Ay! Pero me parece escuchar por ahí a algún profesor decir: “señor, yo no
necesito ningún avivamiento en mi corazón; soy todo lo que quiero ser”. ¡Arrodíllense
hermanos míos! ¡Doblen sus rodillas por el que así piense! Él es el que necesita más
oración de todos. Dice que no necesita avivamiento en su alma; pero necesita un
avivamiento en su humildad, en cualquier medida. Si supone que él es todo lo que
debe ser, y reconoce que es todo lo que quisiera ser, entonces su noción del
cristianismo es bastante pobre, o de lo que debe ser un cristiano, además de ideas
muy inadecuadas de sí mismo. Porque los que están en mejor condición espiritual, aun
así desean avivamiento, y reconocen su situación y gimen por ella.
Ahora que creo que he argumentado con suficientes pruebas mi queja; permítanme
notar en el texto algo que todos nosotros tenemos. No solo hay mal implícito en las
palabras – “O Jehová, aviva tu obra”; más bien es evidente. Habacuc sabía cómo
clamar. Oh Jehová, decía él, “¡aviva tu obra!”, Ah, y hay muchos de nosotros que
queremos ver avivamiento, pero pocos de nosotros tenemos un verdadero sentimiento
de necesidad por Él. Es una bendita marca de la vida interior, cuando sabemos cómo
lamentar nuestro alejamiento del Dios viviente. Es fácil encontrar por cientos, a los que
se han apartado, pero con dificultad hallamos a los que de verdad lamentan haberse
alejado. El verdadero creyente, sin embargo, cuando se da cuenta que necesita
avivamiento, no se sentirá feliz; sino que comenzará esa continua e incesante
necesidad de clamar a Dios, el cual finalmente escuchará, y traerá la bendición del
avivamiento sobre él. Este creyente no parará durante días y noches, no tendrá
descanso, siempre clamando “¡Oh, Jehová, aviva tu obra!”
Permítanme mencionar algunos tiempos de clamor, que siempre ocurrirá al cristiano
que necesita avivamiento. Estoy seguro de que clamará siempre, cuando mire lo que el
Señor ha hecho en su vida desde antes. Cuando medite en los montes Mizar y
Hermón, aquellos lugares donde el Señor se le ha aparecido, diciendo, “Con amor
eterno te he amado”, estoy seguro de que el cristiano no puede recordar esas épocas
sin derramar lágrimas. Si es lo que debe ser como cristiano, o si piensa que no está en
una correcta condición, siempre llorará al recordar el amor bondadoso de Dios que le
ha sido mostrado en el pasado. Oh, siempre que el alma ha perdido la comunión con
Jesús, no puede soportar recordar los “carruajes de Aminadab”; no puede pensar en
“la casa del banquete”, porque hace tiempo que no ha estado allí; y cuando piensa en
ello ha de decir,
“Las horas de paz que entonces disfruté,
Cuán dulce memoria aún guardan.
Pero han dejado un vacío doloroso
Que el mundo jamás podrá llenar”
Cuando escucha un sermón que se relaciona con la gloriosa experiencia del creyente
que está en estado saludable, querrá tapar sus oídos y decir, “Ah! Esa fue mi
experiencia una vez; pero aquellos días felices han pasado. El sol se ha puesto;
aquellas estrellas que una vez alumbraron mi oscuridad se han ido; Oh! Si yo pudiera
sostenerlo de nuevo; ¡Oh! ¡Si yo pudiera ver su rostro una vez más!; ¡Oh! Anhelo
aquellas dulces visitas de lo alto; Si esta es tu situación, te sentarás por los ríos de
Babilonia y llorarás. Llorarás al recordar cuando subías a Sión – cuando el Señor era
precioso para ti, cuando Él llenaba tu corazón de la plenitud de Su amor. Aquellos
tiempos serán tiempos de clamor, cuando recuerdes “las lágrimas en la mano derecha
del Altísimo”.
También, para un cristiano que desea avivamiento, las ordenanzas serán momentos de
clamor. Subirá a la casa de Dios; pero dirá cuando salga, “¡Ah! ¡Qué cambio tan
terrible! Antes iba con la muchedumbre que guarda el día del Señor y lo santifica como
precioso. Al elevar las canciones mi alma tenía alas, y arriba subía teniendo su nido en
las estrellas; cuando se ofrecía la oración, yo podía decir con devoción, ‘Amén’; pero
ahora, el predicador da el sermón como antes, mis hermanos se edifican como antes;
pero el sermón me parece seco, sin sentido. No está la falta en el predicador, la falta
está en mí mismo. El himno es el mismo – la misma dulce melodía, como armonía
pura; pero mi corazón está pesado; las cuerdas de mi arpa se han reventado, y no
puedo cantar”; y aquél Cristiano volverá a los benditos medios de gracia, suspirando y
sollozando, porque sabe que desea avivamiento. De forma específica, en la Cena del
Señor pensará, cuando se siente a la mesa, “¡Oh! ¡Qué bellas temporadas tuve aquí
antes! Al partir el pan y beber el vino que mi Señor me presenta.” Añorará los tiempos
en que su alma era llevada como al séptimo cielo y se convertía la casa
verdaderamente en “casa de Dios y puerta del cielo”. Pero ahora, dice, “es pan, solo
pan seco para mí; es vino, vino sin sabor, sin dulzura alguna del paraíso en él; Bebo,
pero en vano. No estoy pensando en mi Cristo. Mi corazón no se levanta; mi alma no
eleva pensamientos como debería acerca del Él” y entonces el cristiano comenzará a
clamar de nuevo – “¡Oh, Jehová, aviva tu obra!”
Pero no los detendré más en este asunto. A aquellos entre ustedes que saben que son
de Cristo, pero sienten que no están en la condición que desean, porque no le aman lo
suficiente, y no tienen aquella fe en Él que desearían tener, solo les preguntaría: ¿Se
lamenta usted de esto? ¿Puede clamar ahora? Cuando siente que su corazón está vacío
- ¿se trata de un vacío que duele? Cuando siente que sus ropas están sucias - ¿puede
lavarlas con sus lágrimas? Cuando piensa que su Señor se ha ido - ¿levanta usted la
bandera negra del duelo y grita, “¡Oh, mi Jesús! ¡Oh, mi Jesús! No me dejes”? Si no
hace esto, entonces le exhorto a que lo haga. Hágalo, hágalo; y quiera el Señor darle
la gracia para continuar haciéndolo, hasta que venga el momento en que su alma
reviva.
Y recuerde, en último lugar, con respecto a este punto, que el alma, cuando de verdad
es traída a reconocer su propio estado, por causa de su alejamiento de Dios, nunca
disfrutará a menos que clame y se vuelva en oración y ruego, y hasta que no ore como
estamos diciendo: “Oh, Jehová, aviva tu obra”. Algunos de ustedes dicen tal vez, “sí
señor, siento mi necesidad de avivamiento, y tengo la intención de comenzar esta
tarde, en cuanto salga de aquí, de revivir mi alma” No lo diga, y, sobre todo, no trate
de hacerlo, porque nunca lo logrará. No tome decisiones con respecto a lo que va a
hacer; sus buenos propósitos van a quebrarse en cuanto los formule, y sus propósitos
mal logrados solo servirán para aumentar el número de sus pecados. Yo les exhorto,
en vez de tratar de avivar sus propias almas, ríndanse en oración. No digan, “Me voy a
avivar”, más bien clamen “¡Oh, Señor, aviva tu obra!” Y déjenme decirles esto con
toda solemnidad, ustedes nunca se habrían percatado de la triste situación de sus
almas y de cuánto se han alejado de Dios, hasta que ustedes mismos hablen de la
necesidad personal de avivamiento. Un soldado herido en batalla no se cura a sí mismo
sin tener medicina, ni va a un hospital por sí mismo cuando ha sido herido en la
batalla. Esto es lo mismo que pensar que usted se puede reavivar a sí mismo sin la
ayuda de Dios. Te advierto que no lo intentes, no busquen hacer cosa alguna para
reavivar sus almas, hasta que hayan reconocido que lo primero que se debe hacer es
dirigirse al Señor en humilde oración suplicando Su poder – si usted no ha clamado
“Oh, Jehová, aviva tu obra”
Recuerde, es Aquel que primero le dio vida, el mismo que lo puede mantener con vida;
y Aquel que lo ha mantenido con vida ha de restaurar su vida también. Aquel que lo ha
preservado de caer en el fondo del abismo, cuando sus pies casi han resbalado, es el
único que puede ponerlo sobre la roca, y establecerte con seguridad. Comience,
entonces, por humillarse renunciando a toda forma de auto-confianza o esperanza de
reavivarse a sí mismo como cristiano, en vez de esto, hay que empezar con firme
oración y sincera súplica delante de Dios: “¡Oh, Señor, lo que yo no puedo hacer, hazlo
tú! ¡Oh, Jehová, aviva tu obra!”
II. Y ahora seguiré con la segunda parte del asunto, sobre el cual debo ser más breve.
En LA IGLESIA MISMA, vista como un cuerpo, esta plegaria debe ser un solemne e
incesante ruego: “¡Oh, Jehová, aviva tu obra!”
En la era presente hay un triste descenso en la vitalidad de la piedad. Esta edad se ha
vuelto la edad de las formas, en vez de la edad de la vida. Volvamos unos cien años
atrás cuando se puso la primera piedra para construir este edificio donde adoramos a
Dios. Eran los días de la vida divina, y del poder, enviado de lo alto. Dios revistió a
Whitefield de poder: él predicaba con una majestad y una fuerza que pocos serían
capaces de reproducir; no porque fuera él algo en sí mismo; sino porque Su Amo le dio
estos dones. Después de Whitefield vinieron varios grandes y santos hombres. Pero
ahora, señores, hemos caído en los malos tiempos. Ya casi no hay hombres en este
mundo; ya casi no quedan. Casi no tenemos hombres en nuestro gobierno que
manejen las políticas correctamente y casi tampoco con respecto a la religión.
Tenemos quienes realizan las tareas, y de forma externa todo parece seguir la forma
antigua, pero los hombres que se atrevían a ser singulares, es decir singulares en el
sentido de que querían hacer lo correcto y aborrecían la impiedad, ya casi no se ven.
En comparación con la era puritana, ¿dónde están nuestros maestros en Biblia y
rectores? Aquellos Howes, aquellos Charnocks. ¿Podríamos juntar tantos nombres
como antes que se podían listar más de cincuenta a la vez? No lo intentaría. Tampoco
podríamos traer aquella galaxia de gracia y talento que siguió a Whitefield. Pensemos
en Rowland Hill, Newton, Toplady, Doddridge, y tantos otros que no habría tiempo de
mencionar. Se han ido, se han ido; Sus venerables cenizas duermen en el polvo y,
¿dónde están sus sucesores? Preguntemos ¿Dónde? Y el eco nos responderá ¿Dónde?
No hay ninguno. Sucesores de estos hombres, ¿dónde están? No los ha levantado Dios
aun, y si lo ha hecho, no los habéis encontrado. Hay predicación, y ¿qué es esto? “Oh,
Señor, ayuda a tu siervo a predicar, y enséñale por medio del Espíritu lo que debe
decir.” Luego se lee el sermón. ¡Un insulto al Altísimo Dios! Tenemos predicaciones
pero de esta clase. Esto no es predicación. Esto es hablar muy bonito y muy
finamente, con gran elocuencia, digamos en el sentido mundanal, pero ¿dónde está la
predicación verdadera, como la de Whitefield? ¿Han leído alguna vez algunos de sus
sermones? Ustedes no lo considerarían elocuente; más bien sus expresiones eran
rudas, frecuentemente parecían desconectadas; y se dice mucho de la forma en que
declamaba; lo cual caracterizaba en gran parte su discurso. Pero, ¿dónde estaba su
elocuencia? No en las palabras que usted puede leer, sino en el tono en que las decía,
en la sinceridad con que las expresaba, en las lágrimas que siempre corrían por sus
mejillas, en el derramamiento de su alma mientras predicaba. La razón de su
elocuencia radicaba en el significado de las palabras. Él era elocuente, porque hablaba
de corazón – desde la profundidad del alma. Podemos notar que cuando hablaba de
verdad creía lo que decía. No predicaba por contrato, como una máquina, sino que
predicaba lo que sentía que era la verdad, y lo que no podía dejar de predicar. Si le
escuchaban predicar, podía notarse que si este hombre no predicara se moriría, porque
lo hacía como si fuera una necesidad imperante para él, y con todas sus fuerzas él
llamaba a los hombres diciendo: “¡Ven, ven, ven a Jesucristo, y cree en Él!” Ahora,
esto es lo que falta en nuestro tiempo. ¿Dónde? ¿Dónde está la pasión? No la
encontramos ni en el púlpito ni en las bancas, en la medida que la deseamos; y es una
triste, triste edad, cuando se mofan de la pasión por el evangelio, y cuando el
verdadero celo que debería caracterizar al púlpito se considera simple emoción o
fanatismo. Pido a Dios que nos hiciera tales fanáticos aunque el resto de la gente se
burle y despreciara nuestro entusiasmo. Consideramos el mayor fanatismo de este
mundo dirigirse al infierno, el mayor entusiasmo de esta tierra el amor al pecado en
vez de a la justicia; y no consideramos ni fanáticos ni emocionales a aquellos que
buscan obedecer a Dios antes que a los hombres, y seguir a Cristo en todos sus
caminos. Repetimos entonces, que una triste prueba de que la iglesia necesita
avivamiento es la ausencia de esa pasión ardiente que alguna vez se veía en los
púlpitos cristianos.
La ausencia de sana doctrina es otra prueba de la necesidad de avivamiento. ¿Saben a
quiénes llaman Antinomianos ahora? ¿A quiénes tildan de “hipers?” ¿De quiénes se
burlan y rechazan por considerarlos con error en su fe? ¿Por qué lo que antes se
llamaba “ortodoxo” ahora se trata como herejía? Podemos retroceder a los días de los
padres Puritanos, a los artículos que alguna vez abrazó la Iglesia de Inglaterra, a la
predicación de Whitefield, y podemos decir que esa predicación, es la que amamos; y
las doctrinas que fueron antes proclamadas. Pero como escogimos proclamarlas ahora
también, somos considerados extraños y raros; y la razón es que la sana doctrina ha
decaído en gran manera. Veamos cómo empezó el descenso: Primero que todo,
aunque las verdades fueron creídas, los ángulos fueron suprimiéndose. El ministro
creía en la elección, pero no utilizaba esa palabra, por temor de que el diácono sentado
en aquella banca se fuera a incomodar. Creía que todos los hombres estaban perdidos,
pero no lo anunciaba positivamente porque si lo hacía, había una dama en desacuerdo,
- y ella había dado tanto para la capilla – podría ser que no volviera a la iglesia; así
que mientras él sí creía esta verdad, y la anunciaba en cierto sentido, trataba de pulir
estas ásperas esquinas un poquito. Al final se llegó a esto. Los ministros decían,
“Creemos estas doctrinas, pero no consideramos que sea apropiado predicarlas a la
gente. Dijeron: “Es verdad, las grandes doctrinas de la Gracia, fueron predicadas por
Cristo, por Pablo, por Agustín, por Calvino, y hasta esta era por sus sucesores, y son
ciertas, pero es mejor evitarlas – hay que tratarlas con mucho cuidado; son muy
elevadas y peligrosas, y es mejor no predicar de eso; aunque creemos que es verdad,
no nos atrevemos a predicarlas. Después de eso vino algo aún peor. Dijeron para sí
mismos, “Bueno, si estas doctrinas no se deben predicar, tal vez no sean tan
verdaderas”; y luego otro paso más y rehusaron por completo predicarlas. No lo
dijeron expresamente, tal vez, pero lo decían, pero insinuaban que estas doctrinas de
la gracia no eran tan verdaderas, y como si los que sí las creíamos fuéramos los
intrusos, “nos echaron de la sinagoga”. Así que pasaron de mal a peor; y si ustedes
leen el estándar según los maestros en divinidad de esta época, y lo comparan con el
estándar según los maestros en divinidad de los días de Whitefield, se darán cuenta de
que no concuerdan. Ahora tenemos una “nueva teología”. ¿Nueva Teología? ¿Por qué?
Es una teología que ha destronado a Dios y ha puesto al hombre en el trono, una
doctrina de hombres, y no la doctrina del Dios Eterno. Necesitamos un avivamiento de
sana doctrina una vez más en medio de la Tierra.
Y la iglesia en general, es posible, que necesite un avivamiento de real compromiso en
sus miembros. Todavía no somos los hombres de Dios que podemos pelear Sus
batallas. Todavía no tenemos la entrega, el celo, que antes tenían los hijos de Dios.
Nuestros ancestros fueron hombres de roble, hombres de sauce. Nuestro pueblo,
¿dónde está nuestro pueblo? Son fuertes en doctrina cuando andan con hombres
fuertes en doctrina; pero débiles y titubeantes cuando andan con otros, y cambian tan
frecuentemente como cambian de compañía; a veces dicen una cosa, y a veces dicen
otra. No son hombres que pudieran ir a la hoguera a morir; no son hombres que saben
cómo morir diariamente para estar listos a enfrentar la muerte cuando se presente.
Echemos un vistazo a nuestras reuniones de oración, con algunas excepciones aquí y
allá. Usted entra, habrán seis mujeres; y si acaso suficientes miembros para hacer
cuatro oraciones. Mírelos. Se llaman reuniones de oración; reuniones de evasión
deberían ser llamadas, porque la mayoría no asiste, sino que las evitan. Y también son
pocos los que concurren a las reuniones de compañerismo, u otras reuniones que
tienen el propósito de ayudarnos unos a otros en el temor del Señor. ¿Cómo es la
asistencia a estas reuniones en cualquiera de nuestras capillas en Londres? Se dará
cuenta que son una o dos capillas las que mantienen estas reuniones. ¡Ah! Amigos
míos, son tan pocos los que van, que juntando los de todas las iglesias, una o dos
capillas en todo Londres sería suficiente para acomodarlos. No tenemos entrega, no
tenemos vida, como una vez la tuvimos; si la tuviéramos, nos pondrían más
sobrenombres de los que tenemos; si fuéramos más fieles a nuestro Maestro; no
estaríamos tan tranquilos y confortables como lo estamos, si sólo sirviéramos a Dios
mejor. Estamos convirtiendo a la iglesia en una institución en nuestra Tierra – una
honorable institución. ¡Ah! ¡Pensaría alguno, es una gran cosa que la iglesia sea
considerada una institución honorable! Yo pienso que cuando se comienza a considerar
así, es decir, cuando el mundo considera a la iglesia como algo aceptable a sus ojos, es
porque hemos decaído. La iglesia debe ser desestimada por el mundo, y hasta
maltratada, hasta que venga el día, cuando su Señor la honre a causa de que ella lo ha
honrado a Él – en el día de Su retorno.
Amados, ¿Creen que es cierto que la iglesia necesita avivamiento? ¿Sí o No? Me
responden que No, “¡No al grado que lo está exponiendo usted! Pensamos que la
iglesia está en buena condición.” Ustedes pueden suponer que la iglesia está en buena
condición; si es así, por supuesto no simpatizarán conmigo por predicar sobre este
texto, y exhortarles a orar de esta manera. Pero sé que hay otros entre ustedes que sí
están dispuestos a clamar, “La iglesia necesita un avivamiento”. Permítanme
amonestarles, en vez de quejarse por el ministro de su iglesia, en vez de buscar fallas
en las diferentes partes de la iglesia; clamen “Oh, Jehová, aviva tu obra”, ¡Oh!, Dice
alguno, “si tuviéramos otro pastor”. ¡Oh! Si el compañerismo fuera diferente. ¡Oh! Si el
culto fuera diferente, ¡Oh! Si las predicaciones fueran mejores. ¡¡¡Como si hubiera
predicaciones del todo!!! Yo digo: ¡Oh! Si el Señor viniera a los corazones de los
hombres ¡Oh! Si Él llenara de poder las formas que ustedes usan. Ustedes no
necesitan nuevas maquinarias o nuevas formas de hacer las cosas, ustedes necesitan
la vida que hay en lo que tienen. Si hay una locomotora en la vía férrea y alguien dice
traigan otro motor, y luego, traigan otro, y luego otro, no es que se necesite otro
motor para que el tren se mueva. ¡Encienda el motor! Y échele combustible, esto es lo
que se necesita, de lo contrario el tren no se moverá nunca. No necesitamos nuevos
ministros, nuevos planes, nuevas formas, aunque se pueden inventar muchas; para
hacer que la iglesia sea mejor; lo que necesitamos es avivamiento en lo que se nos ha
dado. Ya sea el hombre que predica en la capilla y por el cual está casi vacía, la misma
persona por la cual las reuniones de oración son escasas; Dios puede hacer que la
capilla esté llena, abrir las puertas de la iglesia, y traerle miles de almas a ese mismo
hombre. No es otro hombre lo que se necesita; lo que se necesita es que este hombre
tenga la vida que Dios da. No clamen por algo nuevo; no será más exitoso que lo que
ya tienen. Más bien, clamen: “¡Oh, Jehová, aviva tu obra!”; He notado esto en
diferentes iglesias, que el ministro ha lidiado con este problema. Ha intentado un plan,
pensando que tendría éxito, luego ha intentado con otro plan; y tampoco. Use el viejo
plan, pero póngale vida a ese plan. No necesitamos de nada nuevo. “Lo viejo es lo
mejor” – aferrémonos a la forma antigua, pero es preciso que lo hagamos con vigor,
con vida, o destruiremos la forma antigua. ¡Oh!, Que el Señor nos diera esa vida. La
iglesia quiere avivamientos frescos, como en los días de Cambuslang otra vez, cuando
Whitefield predicaba con poder. ¡Oh! Cuando cientos de personas se convertían bajo
sus sermones. Se ha documentado que hasta dos mil casos creíbles de conversión
ocurrían en un solo discurso. ¡Oh! Anhelamos las épocas en que los oídos estaban
listos a recibir la palabra de Dios, y cuando la gente deseaba beber de la palabra de
vida, como en verdad lo es, la verdadera agua de vida, que Dios le da al alma
moribunda ¡Oh! Anhelamos la época del verdadero sentir- la era de la profunda y
continua pasión espiritual. Roguemos a Dios por esto; pidámoslo en súplica. Tal vez Él
tiene al hombre, o los hombres, en algún lado, que harán temblar la tierra de nuevo;
tal vez incluso ahora Él va a derramar su poderosa influencia sobre los hombres, que
va a hacer que la iglesia sea en esta era tan gloriosa como lo fue en cualquier época
pasada.