Delimitación Literatura Latina
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LA CUESTIÓN DE LA ORIGINALIDAD
Todavía goza de una indudable salud (sobre todo entre nuestros colegas
helenistas) la falsa impresión de que la literatura latina es inferior a la
griega… En algunas variantes orales de este mito, lo que encontramos es la
noticia de que no existe literatura latina, sino literatura griega en latín. Sea
como sea, la cuestión de la originalidad de la literatura romana siempre está
presente a la hora de delimitar el carácter literario o no de sus textos, pese a
que ya hace tiempo que se viene enunciando la falsedad de este tipo de
asertos, basados en una mentalidad heredada de la Klassikphilologie
decimonónica y positivista, a su vez hija sesuda de los primeros pensadores
románticos.
Una buena forma de presentar la cuestión podemos ver en el prólogo de
J.Alsina a la Literatura latina de J.Bayet (Bayet 1966: 8):
“Durante el s. XIX, las orientaciones de la Filología Clásica positivista dieron
un cariz excesivamente negativo a la originalidad romana. No ya sólo en el
campo de la religión y de la mitología, sino, asimismo, en la literatura.
Convencidos de que Roma no era, en última instancia, más que una
prolongación de Grecia, se impuso el axioma de que los escritores romanos
dependían estrictamente de los helenos. Y éstos eran por definición
superiores. La raíz de esta orientación se debe, indudablemente, al hecho
básico y fundamental de los méritos positivistas, sobre todo al principio del
“análisis de fuentes” (la célebre Quellenforschung) y a la incapacidad radical
del positivismo por penetrar en la esencia íntima del sentido de la obra
literaria.”
Para nosotros, educados en un concepto romanticista del arte, la obra
literaria es fruto de la inspiración, del libre trabajo creador del artista, libre
de ataduras, trabas y servidumbres; la calidad literaria vive en directa
equivalencia con la originalidad y personalidad creadoras (¿cuántas veces no
se oye esto para ponderar una creación nueva?)… Parece que aún resulta
difícil conseguir que incluso algunos clasicistas lleguen a la percepción de
que no se puede enjuiciar la calidad artística de un producto con los
patrones de una época distinta. Y esto es perfectamente aplicable a la
literatura romana, que no se desarrolla en un ambiente de originalidad, sino
adaptada a una poética de la imitatio. Normalmente, este tipo de
preconceptos puede ser reducido al absurdo, de un modo aproximadamente
así:
si la literatura romana (o latina) es de secundaria calidad porque, al fin y al
cabo, se basa en la griega, debemos reconocer con la mano en el pecho y
haciendo un acto de fe que, habida cuenta de sus numerosas fuentes latinas,
provenzales e italianas, Garcilaso de la Vega no merece ser estudiado en la
Historia de la Literatura castellana.
Se trata de un prejuicio sustentado por toda una concepción filosófica
para la que el individualismo es el valor máximo y excluyente: no se
necesitan muchos conocimientos para saber que la ideología romántica hizo
una defensa a ultranza del poder creador individual y no sometido a reglas
ni magisterios, lo que llevó a postular que una relación de dependencia de
un autor o de acatamiento de un canon estilístico suponía indefectiblemente
una merma casi insuperable de la calidad literaria.
El triunfo de esta postura hizo, por ejemplo, que se considerara con un
cierto desdén la literatura romana, o que proliferaran los estudios sobre la
originalidad de un autor, una obra o un género, o incluso que se buscara con
afán el testimonio más antiguo de un tema literario. Así, podemos
encontrarnos con estudiosos como Theodor Mommsen, que decía a finales
del siglo pasado1:
"...la nación itálica no puede colocarse entre los pueblos poéticos por
excelencia. Los italianos sienten la pasión del corazón; no tienen ni las
aspiraciones sobrehumanas hacia el ideal, ni la imaginación que presta
movimiento y vida a los objetos que carecen de estos atributos; no tienen, en
una palabra, el fuego sagrado de la poesía... Ningún pueblo ha igualado a los
italianos en el arte de la retórica ni en el decorado de la escena dramática; y
si bien nos han legado modelos acabados del arte, habremos de reconocer,
sin embargo, que no han pasado de la facilidad improvisadora..."
En realidad, esta postura supone un fuerte discronismo, ya que enjuicia
productos artísticos de una época de acuerdo con criterios de otra distinta.
Evidentemente, se trata de una postura aceptable, pero no debe excluir
otras; por ejemplo, pensar que Plauto es un autor de segunda fila porque
copie -término, por demás, muy discutible- a algunos comediógrafos
griegos es falsear la realidad de un sistema literario para el que el valor
supremo nunca fue la originalidad personal, sino el tratamiento que se le
diera a cuestiones ya pre-existentes: en un autor no se valoraban tanto sus
innovaciones, cuanto el uso que de la retractatio hiciera.
Y tampoco es que hoy desconozcamos el valor de esa mímesis; antes al
contrario, ha vuelto a convertirse en un punto de referencia fundamental en
nuestras coordenadas estéticas: hoy en día son frecuentes y aceptadas
películas basadas en antiguas series televisivas (y viceversa), y prácticamente
no hay cantante ni grupo musical que no incluya en su repertorio al menos
una versión de alguna canción ajena... por no hablar de géneros musicales
como el jazz, basados sobre todo en una sabia mezcla de improvisación
personal a partir de bases melódicas ajenas. Así pues, en nuestros tiempos
estamos quizá mejor preparados para juzgar con ecuanimidad los
fenómenos de tradición estética, que ha vuelto a convertirse en uno de los
componentes básicos de la actividad artística.
Pero quizá sea conveniente entrar a analizar con algo más de profundidad
lo que supone el concepto de mímesis para el desarrollo de la teoría literaria
pre-contemporánea, así como para el sistema educativo y, derivado de esto,
para el propio desarrollo de los futuros escritores. En el fondo, subyace a la
teoría de la imitación y a su favorecimiento en las estéticas pre-
contemporáneas es toda una concepción filosófica que, para variar, arranca
de Grecia y se perpetuará en el tiempo; una concepción que mantuvo que
toda creación artística se basa en la imitación de la realidad, sea ésta interior
1
Mommsen, Theodor, Historia de Roma, vol.I, Madrid, 1983, pp.321 ss.
o exterior. Esta teoría de la mímesis será formulada por Platón y, con
diferentes enfoques y mayor arraigo, por Aristóteles.
Para Platón, el concepto de mímesis varía con el tiempo, pero admite dos
significados fundamentales: de un lado, se considera un divertimento, un
procedimiento por el que el artista reproduce la apariencia de las cosas; de
otro lado, se piensa en la mímesis como algo derivado de la necesidad
humana de expresar simbólicamente la realidad, lo que le da un cierto valor
gnoseológico. Sin embargo, la consideración de la mímesis como
representación de la apariencia será la idea predominante en Platón, y
también la que le hará que, en República X, condene la poesía y las artes
poiéticas en general, debido a su alejamiento de la realidad: hay un primer
creador, origen de la Idea; un segundo creador, el artífice del objeto que se
refiere a esa Idea; y un tercer creador, que usa la palabra para representar
simbólicamente el objeto, no la Idea, lo que supone un alejamiento ya
considerable de lo deseable, que es el primer nivel.
Así, la doctrina platónica se mueve en un doble sistema de coordenadas
que, por un lado, reconoce que los seres humanos necesitamos expresar las
circunstancias por medio de símbolos, pero le niega validez a las artes
poiéticas en tanto que suponen un alejamiento inaceptable respecto de la
Verdad al ser ellas la representación de un objeto, lo que es, por definición,
sólo la materialización contingente de su auténtic esencia. Para Platón, la
literatura aceptable es la que, a pesar de sus trabas, está concebida con un
criterio utilitarista de búsqueda de la verdad o de formación de los
ciudadanos para el beneficio de la ciudad. Encontramos, pues, una definición
sistemática de la mímesis, aun cuando no sea muy aplicable a la elaboración
de una estética literaria.
En Aristóteles, por el contrario, la mímesis es un concepto central de la
teoría de la creación literaria, de lo que se llamó Poética. Para Aristóteles, la
literatura surge por la tendencia humana a aprender imitando y porque la
gente disfruta cuando se encuentra con una imitación:
"Parece haber, en general, dos causas, y dos causas naturales, en la génesis
de la poesía, Una, que imitar es una cualidad congénita en los hombres,
desde la infancia (y en eso difieren de los demás animales, en ser los más
dados a la imitación y en adquirir, por medio de ella, sus primeros
conocimientos); la otra, que todos aprecian las imitaciones."[Poética, 1448b]
La imitación, por demás, no se limita a generar goce estético, sino que, al
ser componente básico del aprendizaje humano, permite dotar a la obra
literaria con una función social, que era lo que le negaba Platón. En efecto, el
componente mimético de la creación literaria establece, en primer lugar, que
lo que se imita no es el entorno sin más, sino una representación de los
universales de cada particular, lo que le atribuye a la literatura un valor
gnoseológico que la aproxima a la filosofía: si ésta busca la verdad de las
cosas, aquélla transmite el elemento de permanencia que subyace a la
contingencia.
De otro lado, al ser la mímesis un elemento del comportamiento humano,
la creación literaria influirá sobre las personas, tanto en lo referente a su
carácter (eqoj) y a sus pasiones (paqoj) como a sus propias acciones
(praxeij), ya que puede hacerles cambiar sus esquemas de conducta al
mostrarles lo que hay tras ellos o las consecuencias de ellos, puede levantar
o amortiguar los ánimos y puede inducir a hacer o dejar de hacer algo.
En resumen, piensa Aristóteles que la mímesis es un valor propiamente
humano y que su traslación a la creación literaria arroja un balance
favorable, toda vez que la convierte en una forma de investigar la realidad, al
par que en una herramienta de influencia en la zona profunda y permanente,
y en la superficial y transitoria, de la conducta humana. Una concepción, en
suma, que se perpetuará bastante bien hasta nuestros días, y que mantendrá
que el creador, el artista, debe reflejar lo inmanente del mundo que le rodea.
Pese a lo que hemos visto, Platón y Aristóteles coinciden en un punto
fundamental de sus respectivos análisis, verbigracia, en que piensan que la
creación artística refleja una parcela de la realidad. Se diferenciarán sobre
todo, y simplificando mucho la cuestión, en la valoración que de ese reflejo
hagan.
Sin embargo, el fenómeno de la mímesis como eje de la estética literaria
pre-contemporánea no se limitará a ser un simple y sencillo trasfondo
filosófico que informa la ideología del artista. Antes al contrario, la mímesis
también tiene una presencia sustancial en la pedagogía, y se reconocerá su
valor formativo desde el momento en el que al alumno se le proporciona una
preceptiva concreta, con ejemplos de aplicación, pero también se le hace
ponerla en práctica mediante la lectura comprensiva de autores modelo y la
realización de ejercicios de composición en los que aplicar lo aprendido y lo
entendido. Así lo dice Lausberg (1975: §470):
"La retórica como ars (§82) se complementa mediante ejercicios
(exercitationes), que afectan a las siguientes materias de ejercitación:
b) Desarrolla (§75, 2-3) pequeños themata dados (§29) por expolitio (§365),
a saber, mediante aplicación de diferentes modi tractationis (§365) y
mantenimiento de un ductus prescrito (§66).
b) Ejercicios de declamación en los que se atienda a: α ) la pronuntiatio (§45);
b) la capacidad de pronunciar discursos improvisados (ex tempore)."
De acuerdo con este sistema, que estuvo presente en la formación de
todos los escritores europeos mientras se mantuvo la prevalencia de la
Retórica en el decurso educativo -esto es, hasta bien entrado el siglo XVIII, y
no por casualidad fue decayendo conforme ganaba terreno el discurso
ideológico del individualismo- el creador literario llega a su producción con
una gran serie de esquemas y modelos perfectamente interiorizados y
asimilados, lo que influirá en que esos esquemas y modelos puedan tender a
manifestarse más o menos abiertamente, en combinación con lo que luego
haya ido leyendo y aprendiendo por su cuenta, y con lo que haya ido
sometiendo a un proceso de maduración personal.
Por todo esto, la mímesis es un factor esencial en el estudio de los
mecanismos de tradición literaria, ya que informa una manera de entender la
literatura, pero también informa el sistema educativo y, en consecuencia,
tendrá una buena parte de influencia en el futuro desarrollo del escritor
individual y de la aparición, desarrollo y extinción de las estéticas literarias,
que irán acompañadas precisamente por una discusión sobre los modelos y
principios estéticos que deben estar presentes en la formación de futuros
escritores. Hasta tal punto llega la relevancia de este segundo aspecto que,
incluso cuando la estética aristotélica pasa a una posición de letargo, cuando
se considera que el arte no debe o no tiene necesidad de representar la
realidad, se seguirá recomendando implícita o explícitamente el uso total o
parcial del esquema de exercitationes antes visto.
Por suerte, la rehabilitación de los estudios de tradición clásica en las
literaturas modernas, así como el triunfo de las escuelas de crítica y teoría
literarias de orientación (u orígenes) estructuralista han ayudado a ver que,
de un lado y como dicen que dijo Virgilio, mucho más mérito tiene el que se
atreve a quitarle de las manos a Hércules su maza; de otro lado, también, y
no poco, han contribuido a difundir que el valor de los materiales de una
obra literaria no guarda relación de dependencia con su origen, sino con su
estructuración y coherencia internas en el microcosmos semiótico que
llamamos texto.
DELIMITACIÓN TEMPORAL
INTRODUCCIÓN HISTÓRICA
Si en el apartado anterior hemos visto que, en realidad, el método de
estudio de la Literatura no empieza a tener un aspecto consolidado hasta el
siglo XIX, otro tanto ocurre con los métodos de estudio de la Literatura
latina. En consecuencia, es lógico que nos limitemos a este periodo para
hablar de métodos.
EL MUNDO ANTIGUO
Desde luego, los estudios sobre la Literatura latina son tan antiguos casi
como la profesión de filólogo, ya que era misión de éste la correcta
comprensión, interpretación y explicación del sentido de los textos, pero
también la selección de textos que deben o no ser estudiados; de otro lado,
un orador filósofo como Cicerón, o un rétor como Quintiliano, nos van a
dejar lúcidas y lucidas páginas de reflexiones sobre la índole de la correcta
comunicación literaria, e incluso clasificaciones de los géneros. Las
dimensiones heurística y modélica –incluso la teórica– de los estudios
literarios ya están dadas en tiempos romanos, pues.
EDAD MEDIA Y EDAD MODERNA
La cuestión estriba en que de este corpus de pensamiento no se va a
heredar tanto el método cuanto los resultados, de modo y manera que
durante buen número de siglos no se va sino a casi adorar las piezas
maestras de la Literatura romana, bien sea considerada como un texto con el
que, y sobre el que, trabajar, bien se la considere modelo y fuente sobre el
que trabajar nuevas creaciones. Así, prácticamente hasta la Edad
Contemporánea, la literatura romana va a ser más una referencia creadora
que una fuente de reflexión sobre la belleza y la calidad en la producción
literaria, más una fascinación por la perfección de la forma que un aliciente
para la crítica del espíritu. Mientras tanto, los eruditos irán empezando a
desarrollar algunos de los campos que más prolijos se han revelado en el
estudio de las literaturas antiguas: la identificación de las fuentes y la
preceptiva de los recursos estilísticos.
INFLUENCIA DE LA QUERELLA
En los finales del pensamiento clasicista, la definitiva Querella de los
antiguos y los modernos va a tener efectos notables sobre la valoración
misma de los autores romanos:
De un lado, se acabará por darle carta de naturaleza a las literaturas
vernáculas como instrumentos capaces de alcanzar la belleza máxima.
De otro lado, y al hilo de estas discusiones, los eruditos afinarán sus
herramientas científicas para poder defender con mayor propiedad (que no
con mayor éxito) su punto de vista sobre la excelsitud de la literatura
antigua.
Desaparecida la adoración por la forma literaria romana, queda abierto el
campo para la libre y personal valoración de ésta por sí misma, no por su
carácter de sistema de signos recombinables de uso casi obligatorio para la
creación literaria.
LA PERSPECTIVA ROMÁNTICA
3
En Emerita 7 (1939), 195-198 se lee una crónica de la Semana Augústea de Zaragoza,
inspirada por los generales rebeldes a la República, y en ella se habla de la participación de
Perrotta con una lección sobre, precisamente, el emperador Augusto. Parece difícil no
pensar en una vinculación ideológica cuando hablamos de un periodo como el de los finales
de la década de los años treinta, cuando los desplazamientos por Europa, y más aún en
calidad de conferenciante invitado, tienden a tener una orientación política clara. En otras
palabras: ¿se hubiera invitado a Perrotta si hubiera sido, pongamos por caso, marxista?
con humor que se defienda su "romanidad" y no, como en sus propios
tiempos, su "patavinitas".
Una buena síntesis de la cuestión es la que plantea Luciano Canfora
(1991: 72):
"¿Cómo se planteó la corporación de los estudiosos de la Antigüedad clásica
su papel en este panorama complejo de la cultura italiana durante el
fascismo? Se trata de una pregunta lógica si se tiene en cuenta el peso y el
papel puntero, incluso en el plano de la manipulación ideológica, que el
fascismo atribuyó a la cultura clásica, y sobre todo al mito de Roma; y lógica
también porque se trata de un estrato del mundo de la cultura que -salvo
raras excepciones- no rechazó en absoluto el fuerte compromiso que el
régimen exigió a los hombres d ela cultura. Y se comprende: la cultura clásica
siempre ha sufrido, en el mundo contemporáneo, el complejo de «estar
superada», la conciencia de sentirse superada por el mundo que la rodea (el
de la técnica, el de la ciencia, etc.), y por lo general se ha visto afectada por el
problema de tener que explicar a los demás su «necesidad», su papel
específico (un papel para cuyo entendimiento siempre serán necesarias,
incluso para un hombre medianamente culto, una serie de mediaciones que
no siempre serán obvias). No hay que decir lo que había representado el
compromiso con el nuevo régimen -para la cultura clásica italiana-, se
trataba de sentirse necesaria y «hegemónica» (aunque fuese sólo dentro de
los límites propagandistas del régimen). Y éste es un dato que no debemos
infravalorar si tenemos en cuenta la compacta alineación del clasicismo
italiano junto al fascismo. El «duce» daba conferencias de historia de roma
(aunque estuviesen escritas por otros), un romanista de prestigio era ministro
de la presidencia, el régimen se esforzaba en primera persona y con un gran
despliegue de medios para llevar a cabo una iniciativa como la Exposición
augustea de la romanidad, significativamente expuesta en la misma sede que
la Exposición de la revolución fascista, y las concepciones obsesivamente
desarrolladas de la identidad entre el nuevo Imperio (fascista) y el de Roma,la
asunción de algunos elementos simbólicos, términos e instituciones romanas
en la vida cotidiana, el relanzamiento veleidoso del latín como lengua «viva»,
etc., serán todos ellos elementos que -solamente exempli gratia-
convencieron a los estudiosos clásicos italianos de que tenían que
desempeñar un nuevo papel en la vida cultural del país. Sería peligroso
exorcizar todo esto sólo porque es de mal gusto: se trata de uno de los
factores de la opción política, y -en algún caso- también de un aristocrático
rechazo en nombre del buen gusto."
Desde luego, Canfora no pretende formular una ecuación ideológica
simplista sino, antes al contrario, dejar sentada la diferencia entre lo que es
la reivindicación de la "romanidad" como cuestión científica y lo que es su
apropiación propagandística por parte de los movimientos fascistas.
Podemos leer, más adelante (Canfora 1991: 100):
"...Con Leo y sus discípulos, y más en general con el nuevo clima que se
respira en los estudios clásicos a comienzos del siglo XX incluso en Alemania,
el problema ya no se planteará dentro de los esquemas de una contraposición
abstacta (imitación / originalidad), sino que se convertirá en un problema
histórico-cultural. Y esta maduración científica también comenzó a notarse
en Italia. La exasperante afirmación de la originalidad romana (o latina) por
parte del fascismo constituye por ello un retraso y una esterilización de
consecuencias irreparables. En las mentes más agudas trajo consigo el
envenenamiento de la reflexión correcta y unos efectos muy perjudiciales. Un
Pasquali, «reincorporado» a la cultura italiana con el Orazio lirico, oscilará
entre, sin hallar una solución satisfactoria, una cierta inclinación hacia la
ideología dominante (por ejemplo con su proyecto de escribir una Storia
dell'idea di Roma), y entumecimientos igualmente nocivos (como la decisión
de no volver sobre su Orazio, casi negándolo, evidentemente porque estaba
muy lejos de las orientaciones culturales dominantes)..."
Sea por el motivo que sea, parece indudable que los estudiosos que
defendieron el estudio de la Literatura romana por sí misma, esto es,
centrando su atención más en los elementos idiosincrásicos que en los
elementos de comunidad con la Literatura griega, permitieron un definitivo
despegue de esta disciplina, libre ya del pecado original de su influencia
helénica. El planteamiento de este estudio independiente permitió la
implantación de otras escuelas críticas que enumeraremos rápidamente.
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