Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Delimitación Literatura Latina

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 23

LAS DELIMITACIONES DE LA LITERATURA LATINA

Normalmente, se tiende a ver tres bloques principales de discusión en lo


que se atiene a la fijación de límites para la literatura latina. De una manera
un tanto organicista, se quiere ver el qué, el cuándo y el dónde o, en
palabras más habituales de este tipo de reflexiones, las delimitaciones
conceptual, cronológica y geográfica de este sistema literario.
En mi opinión, las dos primeras son interesantes y necesarias. La una,
porque nos ayuda a decidir qué autores y obras son o no son objeto de
trabajo para los estudiosos de la literatura latina; la otra, porque obliga a
tomar una postura en las discusiones sobre la índole –y el encuadramiento–
científica de los estudios neolatinos.

SOBRE LA DELIMITACIÓN GEOGRÁFICA

La delimitación geográfica es, en mi opinión, poco necesaria, ya que se


termina entendiendo que la literatura latina tiene como límites territoriales
los de los autores que la constituyen, cosa que termina siendo una
tautología… o una contradicción en sí misma. Cuando escribe Ludwig Bieler
(1972: 10) que:
“La creación literaria de los hombres nacidos en tales países (Italia, España,
África, Francia, etc.) pertenece esencialmente a la literatura romana; los
romanos, nativos de la propia capital apenas si la representan, salvo los
oradores: son los nativos del resto de Italia y luego de las provincias los que
nos transmiten lo típicamente romano”,
nos está diciendo claramente que es necesario adoptar un criterio flexible
de delimitación. La Literatura romana no puede ser la de la Urbs Roma en
sentido estricto, sino la producida bajo los auspicios del régimen (o
regímenes, para ser más precisos) político y social cuya principal ciudad fue
Roma.
Ahora bien, extender los límites topológicos de la literatura romana a los
de las ciudades natales de sus autores debe tener otra forma de ser
entendida para salvar este tipo de error metodológico difícil de aceptar en
cualquier estudioso: la tautología.
El problema es que el criterio restrictivo en lo geográfico debe ser
adoptado si se es partidario del criterio estricto en lo cronológico: si la
literatura Romana no es la producida por los nativos de la ciudad de Roma,
¿por qué debe ser literatura latina sólo la producida hasta el final del Imperio
Romano?
En mi opinión, una forma muy buena de plantear la cuestión es la que
hace Von Albrecht justo en las primeras palabras de la Introducción de su
manual cuando afirma (1997: 23):
“«Literatura romana» significa para nosotros la producción literaria latina de
la Antigüedad. El final oficial del Imperio Romano de Occidente tiene lugar en
el año 476 c.C.; en el 529 el emperador Justiniano clausura la Academica
platónica y Benito funda su comunidad monástica en Montecasino. El fin de
una tradición coincide simbólicamente con el comienzo de otra.”
DELIMITACIÓN CONCEPTUAL DE LA LITERATURA LATINA

Cuando se trata de abordar esta cuestión, inmediatamente se plantea el


problema de lo literario en los textos clásicos en general, y en los latinos en
particular. Al fin y al cabo, nos las tenemos con una lengua de transmisión
escrita (denominación que considero preferible a la de lengua muerta), lo
que debería implicar una diferenciación entre cualquier texto y un texto
literario.

LA CUESTIÓN DE LA ORIGINALIDAD
Todavía goza de una indudable salud (sobre todo entre nuestros colegas
helenistas) la falsa impresión de que la literatura latina es inferior a la
griega… En algunas variantes orales de este mito, lo que encontramos es la
noticia de que no existe literatura latina, sino literatura griega en latín. Sea
como sea, la cuestión de la originalidad de la literatura romana siempre está
presente a la hora de delimitar el carácter literario o no de sus textos, pese a
que ya hace tiempo que se viene enunciando la falsedad de este tipo de
asertos, basados en una mentalidad heredada de la Klassikphilologie
decimonónica y positivista, a su vez hija sesuda de los primeros pensadores
románticos.
Una buena forma de presentar la cuestión podemos ver en el prólogo de
J.Alsina a la Literatura latina de J.Bayet (Bayet 1966: 8):
“Durante el s. XIX, las orientaciones de la Filología Clásica positivista dieron
un cariz excesivamente negativo a la originalidad romana. No ya sólo en el
campo de la religión y de la mitología, sino, asimismo, en la literatura.
Convencidos de que Roma no era, en última instancia, más que una
prolongación de Grecia, se impuso el axioma de que los escritores romanos
dependían estrictamente de los helenos. Y éstos eran por definición
superiores. La raíz de esta orientación se debe, indudablemente, al hecho
básico y fundamental de los méritos positivistas, sobre todo al principio del
“análisis de fuentes” (la célebre Quellenforschung) y a la incapacidad radical
del positivismo por penetrar en la esencia íntima del sentido de la obra
literaria.”
Para nosotros, educados en un concepto romanticista del arte, la obra
literaria es fruto de la inspiración, del libre trabajo creador del artista, libre
de ataduras, trabas y servidumbres; la calidad literaria vive en directa
equivalencia con la originalidad y personalidad creadoras (¿cuántas veces no
se oye esto para ponderar una creación nueva?)… Parece que aún resulta
difícil conseguir que incluso algunos clasicistas lleguen a la percepción de
que no se puede enjuiciar la calidad artística de un producto con los
patrones de una época distinta. Y esto es perfectamente aplicable a la
literatura romana, que no se desarrolla en un ambiente de originalidad, sino
adaptada a una poética de la imitatio. Normalmente, este tipo de
preconceptos puede ser reducido al absurdo, de un modo aproximadamente
así:
si la literatura romana (o latina) es de secundaria calidad porque, al fin y al
cabo, se basa en la griega, debemos reconocer con la mano en el pecho y
haciendo un acto de fe que, habida cuenta de sus numerosas fuentes latinas,
provenzales e italianas, Garcilaso de la Vega no merece ser estudiado en la
Historia de la Literatura castellana.
Se trata de un prejuicio sustentado por toda una concepción filosófica
para la que el individualismo es el valor máximo y excluyente: no se
necesitan muchos conocimientos para saber que la ideología romántica hizo
una defensa a ultranza del poder creador individual y no sometido a reglas
ni magisterios, lo que llevó a postular que una relación de dependencia de
un autor o de acatamiento de un canon estilístico suponía indefectiblemente
una merma casi insuperable de la calidad literaria.
El triunfo de esta postura hizo, por ejemplo, que se considerara con un
cierto desdén la literatura romana, o que proliferaran los estudios sobre la
originalidad de un autor, una obra o un género, o incluso que se buscara con
afán el testimonio más antiguo de un tema literario. Así, podemos
encontrarnos con estudiosos como Theodor Mommsen, que decía a finales
del siglo pasado1:
"...la nación itálica no puede colocarse entre los pueblos poéticos por
excelencia. Los italianos sienten la pasión del corazón; no tienen ni las
aspiraciones sobrehumanas hacia el ideal, ni la imaginación que presta
movimiento y vida a los objetos que carecen de estos atributos; no tienen, en
una palabra, el fuego sagrado de la poesía... Ningún pueblo ha igualado a los
italianos en el arte de la retórica ni en el decorado de la escena dramática; y
si bien nos han legado modelos acabados del arte, habremos de reconocer,
sin embargo, que no han pasado de la facilidad improvisadora..."
En realidad, esta postura supone un fuerte discronismo, ya que enjuicia
productos artísticos de una época de acuerdo con criterios de otra distinta.
Evidentemente, se trata de una postura aceptable, pero no debe excluir
otras; por ejemplo, pensar que Plauto es un autor de segunda fila porque
copie -término, por demás, muy discutible- a algunos comediógrafos
griegos es falsear la realidad de un sistema literario para el que el valor
supremo nunca fue la originalidad personal, sino el tratamiento que se le
diera a cuestiones ya pre-existentes: en un autor no se valoraban tanto sus
innovaciones, cuanto el uso que de la retractatio hiciera.
Y tampoco es que hoy desconozcamos el valor de esa mímesis; antes al
contrario, ha vuelto a convertirse en un punto de referencia fundamental en
nuestras coordenadas estéticas: hoy en día son frecuentes y aceptadas
películas basadas en antiguas series televisivas (y viceversa), y prácticamente
no hay cantante ni grupo musical que no incluya en su repertorio al menos
una versión de alguna canción ajena... por no hablar de géneros musicales
como el jazz, basados sobre todo en una sabia mezcla de improvisación
personal a partir de bases melódicas ajenas. Así pues, en nuestros tiempos
estamos quizá mejor preparados para juzgar con ecuanimidad los
fenómenos de tradición estética, que ha vuelto a convertirse en uno de los
componentes básicos de la actividad artística.
Pero quizá sea conveniente entrar a analizar con algo más de profundidad
lo que supone el concepto de mímesis para el desarrollo de la teoría literaria
pre-contemporánea, así como para el sistema educativo y, derivado de esto,
para el propio desarrollo de los futuros escritores. En el fondo, subyace a la
teoría de la imitación y a su favorecimiento en las estéticas pre-
contemporáneas es toda una concepción filosófica que, para variar, arranca
de Grecia y se perpetuará en el tiempo; una concepción que mantuvo que
toda creación artística se basa en la imitación de la realidad, sea ésta interior
1
Mommsen, Theodor, Historia de Roma, vol.I, Madrid, 1983, pp.321 ss.
o exterior. Esta teoría de la mímesis será formulada por Platón y, con
diferentes enfoques y mayor arraigo, por Aristóteles.
Para Platón, el concepto de mímesis varía con el tiempo, pero admite dos
significados fundamentales: de un lado, se considera un divertimento, un
procedimiento por el que el artista reproduce la apariencia de las cosas; de
otro lado, se piensa en la mímesis como algo derivado de la necesidad
humana de expresar simbólicamente la realidad, lo que le da un cierto valor
gnoseológico. Sin embargo, la consideración de la mímesis como
representación de la apariencia será la idea predominante en Platón, y
también la que le hará que, en República X, condene la poesía y las artes
poiéticas en general, debido a su alejamiento de la realidad: hay un primer
creador, origen de la Idea; un segundo creador, el artífice del objeto que se
refiere a esa Idea; y un tercer creador, que usa la palabra para representar
simbólicamente el objeto, no la Idea, lo que supone un alejamiento ya
considerable de lo deseable, que es el primer nivel.
Así, la doctrina platónica se mueve en un doble sistema de coordenadas
que, por un lado, reconoce que los seres humanos necesitamos expresar las
circunstancias por medio de símbolos, pero le niega validez a las artes
poiéticas en tanto que suponen un alejamiento inaceptable respecto de la
Verdad al ser ellas la representación de un objeto, lo que es, por definición,
sólo la materialización contingente de su auténtic esencia. Para Platón, la
literatura aceptable es la que, a pesar de sus trabas, está concebida con un
criterio utilitarista de búsqueda de la verdad o de formación de los
ciudadanos para el beneficio de la ciudad. Encontramos, pues, una definición
sistemática de la mímesis, aun cuando no sea muy aplicable a la elaboración
de una estética literaria.
En Aristóteles, por el contrario, la mímesis es un concepto central de la
teoría de la creación literaria, de lo que se llamó Poética. Para Aristóteles, la
literatura surge por la tendencia humana a aprender imitando y porque la
gente disfruta cuando se encuentra con una imitación:
"Parece haber, en general, dos causas, y dos causas naturales, en la génesis
de la poesía, Una, que imitar es una cualidad congénita en los hombres,
desde la infancia (y en eso difieren de los demás animales, en ser los más
dados a la imitación y en adquirir, por medio de ella, sus primeros
conocimientos); la otra, que todos aprecian las imitaciones."[Poética, 1448b]
La imitación, por demás, no se limita a generar goce estético, sino que, al
ser componente básico del aprendizaje humano, permite dotar a la obra
literaria con una función social, que era lo que le negaba Platón. En efecto, el
componente mimético de la creación literaria establece, en primer lugar, que
lo que se imita no es el entorno sin más, sino una representación de los
universales de cada particular, lo que le atribuye a la literatura un valor
gnoseológico que la aproxima a la filosofía: si ésta busca la verdad de las
cosas, aquélla transmite el elemento de permanencia que subyace a la
contingencia.
De otro lado, al ser la mímesis un elemento del comportamiento humano,
la creación literaria influirá sobre las personas, tanto en lo referente a su
carácter (eqoj) y a sus pasiones (paqoj) como a sus propias acciones
(praxeij), ya que puede hacerles cambiar sus esquemas de conducta al
mostrarles lo que hay tras ellos o las consecuencias de ellos, puede levantar
o amortiguar los ánimos y puede inducir a hacer o dejar de hacer algo.
En resumen, piensa Aristóteles que la mímesis es un valor propiamente
humano y que su traslación a la creación literaria arroja un balance
favorable, toda vez que la convierte en una forma de investigar la realidad, al
par que en una herramienta de influencia en la zona profunda y permanente,
y en la superficial y transitoria, de la conducta humana. Una concepción, en
suma, que se perpetuará bastante bien hasta nuestros días, y que mantendrá
que el creador, el artista, debe reflejar lo inmanente del mundo que le rodea.
Pese a lo que hemos visto, Platón y Aristóteles coinciden en un punto
fundamental de sus respectivos análisis, verbigracia, en que piensan que la
creación artística refleja una parcela de la realidad. Se diferenciarán sobre
todo, y simplificando mucho la cuestión, en la valoración que de ese reflejo
hagan.
Sin embargo, el fenómeno de la mímesis como eje de la estética literaria
pre-contemporánea no se limitará a ser un simple y sencillo trasfondo
filosófico que informa la ideología del artista. Antes al contrario, la mímesis
también tiene una presencia sustancial en la pedagogía, y se reconocerá su
valor formativo desde el momento en el que al alumno se le proporciona una
preceptiva concreta, con ejemplos de aplicación, pero también se le hace
ponerla en práctica mediante la lectura comprensiva de autores modelo y la
realización de ejercicios de composición en los que aplicar lo aprendido y lo
entendido. Así lo dice Lausberg (1975: §470):
"La retórica como ars (§82) se complementa mediante ejercicios
(exercitationes), que afectan a las siguientes materias de ejercitación:

1) La continua disponibilidad de los medios artísticos (copia rerum,


verborum, figurarum: §40; 99-100) se ejercita:

a) Pasivamente por la lectura de textos literarios que estimulan a la imitatio,


con lo que un orador muy versado aprovecha siempre consciente, medio
consciente o inconscientemente por «imitatio concentradora» el gran número
de obras que le son usuales en su memoria para la propia finalidad de su
discurso.

b) Activamente por medio de: α ) ejercicios de vocabulario en los que se


aprenden y habitualizan los sinónimos y tropos (§169,2) disponibles para un
concepto; β ) ejercicios de agrupamiento de palabras (§237-463); γ )
ejercicios de loci (§40-42).

2) La capacidad de realizar discursos completos (§3) se ejercita en:

a) Ejercicios de redacción en los que se:

α ) Elaboran textos dados, a saber: I') se traducen textos en una lengua


extranjera a la lengua materna; II') se modifican textos en lengua materna
mediante paraphrasis... conforme a las categorías modificativas (§58), dando
importancia especialmente a la omisión o adición del ornatus (§162-463) y al
mantenimiento de un pretendido genus elocutionis (§465-469).

b) Desarrolla (§75, 2-3) pequeños themata dados (§29) por expolitio (§365),
a saber, mediante aplicación de diferentes modi tractationis (§365) y
mantenimiento de un ductus prescrito (§66).
b) Ejercicios de declamación en los que se atienda a: α ) la pronuntiatio (§45);
b) la capacidad de pronunciar discursos improvisados (ex tempore)."
De acuerdo con este sistema, que estuvo presente en la formación de
todos los escritores europeos mientras se mantuvo la prevalencia de la
Retórica en el decurso educativo -esto es, hasta bien entrado el siglo XVIII, y
no por casualidad fue decayendo conforme ganaba terreno el discurso
ideológico del individualismo- el creador literario llega a su producción con
una gran serie de esquemas y modelos perfectamente interiorizados y
asimilados, lo que influirá en que esos esquemas y modelos puedan tender a
manifestarse más o menos abiertamente, en combinación con lo que luego
haya ido leyendo y aprendiendo por su cuenta, y con lo que haya ido
sometiendo a un proceso de maduración personal.
Por todo esto, la mímesis es un factor esencial en el estudio de los
mecanismos de tradición literaria, ya que informa una manera de entender la
literatura, pero también informa el sistema educativo y, en consecuencia,
tendrá una buena parte de influencia en el futuro desarrollo del escritor
individual y de la aparición, desarrollo y extinción de las estéticas literarias,
que irán acompañadas precisamente por una discusión sobre los modelos y
principios estéticos que deben estar presentes en la formación de futuros
escritores. Hasta tal punto llega la relevancia de este segundo aspecto que,
incluso cuando la estética aristotélica pasa a una posición de letargo, cuando
se considera que el arte no debe o no tiene necesidad de representar la
realidad, se seguirá recomendando implícita o explícitamente el uso total o
parcial del esquema de exercitationes antes visto.
Por suerte, la rehabilitación de los estudios de tradición clásica en las
literaturas modernas, así como el triunfo de las escuelas de crítica y teoría
literarias de orientación (u orígenes) estructuralista han ayudado a ver que,
de un lado y como dicen que dijo Virgilio, mucho más mérito tiene el que se
atreve a quitarle de las manos a Hércules su maza; de otro lado, también, y
no poco, han contribuido a difundir que el valor de los materiales de una
obra literaria no guarda relación de dependencia con su origen, sino con su
estructuración y coherencia internas en el microcosmos semiótico que
llamamos texto.

DEFINICIÓN EXCLUYENTE Y DEFINICIÓN INCLUYENTE


Una acotación excluyente del campo de estudio de la literatura latina nos
lleva a postular que no todo lo escrito en lengua latina es literario, de donde
la necesidad de una selección; una definición incluyente nos hace recordar
que el principio rector de estos textos es la búsqueda consciente de la
excelsitud expresiva, lo que nos lleva a afirmar que tienen derecho a formar
parte de la literatura latina todos los textos escritas en latín que tienen
presente la utilización de los recursos expresivos propios del lenguaje
literario.
Lo malo de la acotación excluyente es que no aclara demasiado bien los
términos; lo malo de la incluyente es que incurre en una definición circular:
es literario todo lo que tiene la literariedad como principio rector…
CRITERIO PRAGMÁTICO
Quizá sea más práctico atender a una delimitación pragmática, que
podemos razonar en los siguientes términos: el objetivo de un Proyecto
Docente es proveer al enseñante con una serie de conceptos que le
simplifiquen su propia dedicación profesional. En un Proyecto Docente no se
debe buscar la perfecta precisión de los términos, sino un compromiso entre
exactitud y propiedad que se resuelve mediante el recurso a la vía del uso
normal.
En consecuencia, una delimitación pragmática de la literatura latina dirá
que su campo de actuación es el de aquellas obras que figuran en los
manuales de Literatura latina (o romana).
La ventaja de este criterio es que deja fijado con bastante claridad el
ámbito de acción de la asignatura; su inconveniente es que resulta
comprometido de usar.
LIMITACIONES DEL CRITERIO PRAGMÁTICO

Cuando decimos que se deja claro el ámbito de la asignatura, no estamos


sino afirmando que los manuales de literatura al uso tienden a una
uniformidad bastante notable en lo que se refiere a los autores y obras
estudiados; de este modo, se considera parte de la Historia de la Literatura
el tratado De architectura de Vitrubio, pero no las inscripciones pompeyanas,
por ejemplo.
En este sentido, conviene recordar la limitación de tiempo y espacio de la
materia, y la necesidad de ceñirse a los manuales disponibles, toda vez que
son la bibliografía de consulta necesaria para un grupo de estudiantes que,
nunca debemos olvidarlo, son hispanistas en formación, no latinistas.
Por el contrario, cuando hablamos de los inconvenientes del criterio
pragmático, no estamos sino viendo los párrafos anteriores en negativo: no
contamos con manuales con desarrollen de manera general las literaturas
medio y neo-latina en Europa.
En consecuencia, una utilización del criterio pragmático ad pedem litteræ
nos llevaría a la paradoja metodológica de haber definido que es literatura
latina toda aquella escrita en latín, con independencia del momento en el
que se produjera, y tener que ceñirnos a la explicación de la literatura
romana (la de la República y el Imperio, entendámonos) por falta de trabajos
de conjunto.
Tengo para mí que esto es, por ahora, un inconveniente que debe ser
salvado más con un ejercicio de voluntarismo que con materiales adecuados.
En otras palabras, centrando la atención principalmente en la literatura de la
República y el Imperio, pero con al menos informaciones sobre la producción
de las edades Media y Moderna.

DELIMITACIÓN TEMPORAL

Si atendemos a lo expuesto por Siles (1983: 194-199) en los párrafos


correspondientes de su Introducción a la lengua y la literatura latinas, cabe
un criterio estricto, que identifica como literatura latina aquella que se
produce mientras existe la lengua latina; y se considera que la lengua latina
existe mientras tiene una vigencia como sistema consciente, vivo y
productivo, que origina producciones habladas, pero también escritas y,
dentro de éstas, literarias.
En este sentido, la literatura latina tendría su límite temporal en Rutilio
Namaciano, en el siglo V de nuestra Era, cuando el latín se usa cada vez
menos y ya no produce una literatura propia. Son reflejo significativo de esta
postura, por ejemplo, las palabras de Siles qua aquí cito (1983: 195-196):
“Desde un punto de vista cronológico, dicho sistema de signos literarios <ie.
La literatura latina> transcurre en el espacio temporal comprendido entre el
siglo III a.C. –que es cuando se inicia, propiamente, la formación y
constitución de la lengua literaria latina– y el siglo V d.C., que en cuanto (sic)
se descompone la unidad cultural y política, que servía de base a ese sistema
de signos literarios. Estos serían, pues, los límites cronológicos de la
literatura latina: 1) como fecha inicial, el siglo III a.C., y 2) como fecha final, el
siglo V d.C., aunque hay estudiosos –como Bardom (sic)– que no dudan en
situar el comienzo de la decadencia de la literatura romana en una fecha
mucho más antigua: la del 138 d.C., a partir de la cual no hay más que –
excepción hecha de Apuleyo– tratados de gramática o de jurisprudencia,
comentarios de los autores considerados «clásicos», panegíricos y
nomenclaturas históricas o geográficas. Sin embargo, trabajos como los de
Curtius, Auerbach, Fontaine y otros han probado que la literatura latina se ha
mentenido y conservado más allá de esa frontera cronológica, que, como
fecha tope, hemos puesto y que coincide con la caída del Imperio Romano. De
modo que, aunque en sentido estricto –que es el que aquí hemos tenido en
cuenta a la hora de establecer y fijar los límites cronológicos antes indicados–
no puede hablarse de «literatura latina» con anterioridad a la constitución de
la lengua literaria de Roma ni con posterioridad a la desaparición de la unidad
cultural que hizo posible la existencia de ese sistema de signos literarios,
hay, sin embargo que –desde un punto de vista puramente lingüístico–
considerar, como literatura latina también, las llamadas literatura latina
medieval, humanística o moderna, que si bien sobrepasan los límites
cronológicos antes citados, constituyen, no obstante, parcelas de estudio e
investigación revestidas del máximo interés, no sólo filológico o lingüístico,
sino también –y sobre todo– cultura. La razón de que nosotros no las
incluyamos aquí no es otra que la de que tales literaturas –y sus «lenguas
especiales» correspondientes– constituyen el objeto de estudio de
especialidades más concretas y que, atendidas por especialistas debidamente
formados para ello, reclaman, cada vez más, un puesto propio en el ámbito
de la investigación, así como unas cátedras universitarias y unos cursos, que
contribuyan a su necesaria difusión no sólo también –y, de modo especial–
entre los romanistas y entre cuantos se interesan por los problemas y
cuestiones de Lingüística, de Historia o de Literatura en general.”
Cuando uno lee estas palabras, es forzoso recordar el epifonema con el
que concluye un trabajo de Michael D. Reeve (1996), catedrático de latín y
Fellow del Pembroke College de la Universidad de Cambridge, sobre la
erudición clásica (Kraye 1996: 41):
“Just as the humanists had to rediscover classical antiquity, so modern
scholarship has to rediscover the humanists.”
En mi opinión, es preferible hablar, como Bieler (1982) o Von Albrecht
(1997), de Literatura romana cuando se refiere a esta época, reservando el
calificativo de latina para todos aquellos productos literarios formulados en
lengua latina, sea ésta lengua materna o lengua aprendida, lengua nacional
o lengua de cultura.
La cuestión no es baladí, ya que una delimitación temporal excesivamente
restricta deja a la producción literaria medio-latina y neo-latina fuera del
campo de actuación de los estudiosos de la Literatura Latina: con sólo
echarle un vistazo al Iter Italicum de P.O.Kristeller se puede ver qué gran
volumen de producción literaria quedaría desubicado, sólo en la Península
Itálica, y sólo para los tiempos modernos.
Las discusiones sobre la cronología son interesantes, y creo que deben
abordarse de una manera definitivamente decidida en el proceso de
definición de la propia Filología latina, porque influyen en ésta. En efecto,
una postura estricta que niegue entidad de Literatura latina a la producción
latina de los tiempos del Humanismo (o a la del siglo XII, ya que en ello
estamos), está afirmando que no hay campo de estudio para la Filología
latina más allá del final del reinado del emperador Rómulo Augústulo.
Sería una postura aceptable quizá, si fuera lógico mantener la idea arriba
vista de Jaime Siles de dejarle el estudio de estas manifestaciones literarias a
los romanistas; pero la lógica no reside siempre en la organización mental
que uno se haga de la realidad, sino en la realidad misma, y la lógica de
nuestra realidad actual nos indica que los romanistas cada vez reciben
menor preparación en lengua y literatura latinas.
Dejar el campo de estudio de las letras latinas post-imperiales en manos
de una disciplina para la que el conocimiento del latín no deja de ser algo
puramente instrumental lleva indefectiblemente a mantener la situación de
relegación y abandono que la producción medio-latina recibió hasta
prácticamente nuestro siglo, y la de condescendiente displicencia con la que
todavía hay quien contempla a la producción neo-latina y, de rebote, a sus
estudiosos. Difícilmente se dedicarían a estos estudios los especialistas a los
que se les encomendaría su cultivo, y más difícilmente aún los tocarían los
latinistas, so pena de incurrir en soslayos.
¿Cómo no recordar el prefacio del tan voluminoso como indispensable
Panorama social del humanismo español (1500-1800), del profesor Luis Gil
Fernández, especialmente cuando recuerda la mirada que el P.Errandonea
tenía fija sobre él en el momento de pronunciar la ponencia que iba a
convertirse en el umbral de los estudios neo-latinos en España?
Definir como literatura latina sólo la de la República y la del Imperio
equivale a afirmar que todo el trabajo hecho en esta segunda mitad del siglo
XX; todos los Grupos de Investigación; todas las Tesis Doctorales y Memorias
de Licenciatura; todos los Congresos, Simposios, Seminarios y Encuentros
celebrados; las Cátedras de Universidad que se han dedicado a estos
menesteres; todo esto habría sido, llanamente, nada. Es una postura un
tanto extremada, pienso yo.
En mi opinión, la literatura latina es la que se produce en lengua latina,
con independencia de su época de creación, de modo y manera que tanto
derecho tienen a figurar en los manuales Tácito o Juan Ginés de Sepúlveda,
Quintiliano o El Brocense, Catulo o Juan Segundo…
De otro modo, deberíamos postular que la literatura se identifica con un
país concreto, o con un país y una época histórica concreta, lo que nos
podría llevar a enunciados difícilmente sostenibles, del tipo de:
1. Si una literatura se identifica con un país concreto, podríamos
encontrarnos con la paradoja de que, por ejemplo, fray Luis de
Granada pertenece a la historia de la literatura del país en el que
produjo sus obras: Portugal. Incluso más: dado que España no tiene
estatuto jurídico de nación hasta la integración legal definitiva de los
reinos de Castilla y Aragón, ¿por qué se estudia el Cantar de Mio Cid en
la literatura española?

2. Si la identificación se produce sobre la base de una época histórica


concreta, es arriesgado postular que Homero y Teócrito tengan
derecho a figurar en el mismo manual de Literatura. En otras palabras,
la identificación de una literatura con un régimen político es aún más
peligrosa (metodológica e ideológicamente) que con un país.
Un problema de fondo es que las historias literarias son una de las
manifestaciones externas más claras del funcionamiento de la maquinaria
ideológica de los Estados al servicio de la demostración de su propia
legitimidad, de modo y manera que se prefiere acuñar cómodas etiquetas de
las que no salirse para no perderse.
Otro problema de fondo, y éste específicamente de la Literatura latina, es
que se habla de un periodo de tiempo –desde la fundación de la Ciudad
hasta la destrucción real del Imperio– al que se le dota de una
homogeneidad claramente ficticia: no está claro que la Roma de Catón el
Viejo sea la misma que la de Horacio; ni que ésta sea la misma que la de
Isidoro de Sevilla.
Cuando hablamos de ROMA (normalmente, en mayúsculas todo), nos
referimos al constructo ideológico acuñado por los humanistas y consagrado
por la tradición enciclopedista y por la costumbre de la institución
universitaria, esto es, extendemos la sombra de los años gloriosos de la
llamada “literatura áurea” a los sistemas de organización estatal
inmediatamente anteriores (la República) y posteriores (el Dominado) a ella.
Un claro contrasentido metodológico.
En realidad, si nadie discute que la literatura alemana sea anterior a los
manejos del Canciller Bismarck, ¿qué inconveniente hay en reconocer la
existencia de una literatura latina posterior al Imperio?
MÉTODOS DE ESTUDIO DE LA LITERATURA LATINA

INTRODUCCIÓN HISTÓRICA
Si en el apartado anterior hemos visto que, en realidad, el método de
estudio de la Literatura no empieza a tener un aspecto consolidado hasta el
siglo XIX, otro tanto ocurre con los métodos de estudio de la Literatura
latina. En consecuencia, es lógico que nos limitemos a este periodo para
hablar de métodos.
EL MUNDO ANTIGUO

Desde luego, los estudios sobre la Literatura latina son tan antiguos casi
como la profesión de filólogo, ya que era misión de éste la correcta
comprensión, interpretación y explicación del sentido de los textos, pero
también la selección de textos que deben o no ser estudiados; de otro lado,
un orador filósofo como Cicerón, o un rétor como Quintiliano, nos van a
dejar lúcidas y lucidas páginas de reflexiones sobre la índole de la correcta
comunicación literaria, e incluso clasificaciones de los géneros. Las
dimensiones heurística y modélica –incluso la teórica– de los estudios
literarios ya están dadas en tiempos romanos, pues.
EDAD MEDIA Y EDAD MODERNA
La cuestión estriba en que de este corpus de pensamiento no se va a
heredar tanto el método cuanto los resultados, de modo y manera que
durante buen número de siglos no se va sino a casi adorar las piezas
maestras de la Literatura romana, bien sea considerada como un texto con el
que, y sobre el que, trabajar, bien se la considere modelo y fuente sobre el
que trabajar nuevas creaciones. Así, prácticamente hasta la Edad
Contemporánea, la literatura romana va a ser más una referencia creadora
que una fuente de reflexión sobre la belleza y la calidad en la producción
literaria, más una fascinación por la perfección de la forma que un aliciente
para la crítica del espíritu. Mientras tanto, los eruditos irán empezando a
desarrollar algunos de los campos que más prolijos se han revelado en el
estudio de las literaturas antiguas: la identificación de las fuentes y la
preceptiva de los recursos estilísticos.
INFLUENCIA DE LA QUERELLA
En los finales del pensamiento clasicista, la definitiva Querella de los
antiguos y los modernos va a tener efectos notables sobre la valoración
misma de los autores romanos:
De un lado, se acabará por darle carta de naturaleza a las literaturas
vernáculas como instrumentos capaces de alcanzar la belleza máxima.
De otro lado, y al hilo de estas discusiones, los eruditos afinarán sus
herramientas científicas para poder defender con mayor propiedad (que no
con mayor éxito) su punto de vista sobre la excelsitud de la literatura
antigua.
Desaparecida la adoración por la forma literaria romana, queda abierto el
campo para la libre y personal valoración de ésta por sí misma, no por su
carácter de sistema de signos recombinables de uso casi obligatorio para la
creación literaria.
LA PERSPECTIVA ROMÁNTICA

Esa tarea valorativa quedará, no obstante, reservada para los románticos,


con su deseo de profundizar en lo que de individual tiene el hombre,
verbigracia, el espíritu creador. Ellos abandonarán la fijación formal, pero no
lograrán cuajar las bases de un método de estudio de la Literatura en
general, ni de la latina en particular: a todo lo más que llegarán es a
trasvasar la intuición sobre la obra al papel mientras se mantiene la callada
labor de los eruditos, pacientes buscadores de fuentes y contadores de
figuras.
El peligro de ese proceder es, como siempre que una disciplina fija su
destino a la genialidad de sus cultivadores, que el agotamiento del método
de trabajo suele ir parejo a la desaparición física de sus creadores, y tal
hubiera sido el sino de la Literatura romana de no haber contado con el
trabajo de continuado de los eruditos. Fue precisamente en el momento del
derrumbe de la mera intuición y de la genialidad como elementos únicos de
valoración de la Literatura cuando la tarea secular de la erudición clásica, la
inglesa classical scholarship, se adueñó de la exclusiva en el método y en el
concepto del hecho literario y de su ciencia correspondiente.
Una repercusión que sí tuvo el Romanticismo en el estudio de la Literatura
romana fue el comienzo del proceso de revaloración de las obras griegas y
de desprestigio de las latinas. Para el romántico, influido y no poco por la
tesis de que la Humanidad ha ido viniendo a menos desde un original estado
de bondad natural (caracterizada literariamente por el mito del ‘buen
salvaje’, sustituto del tópico horaciano del ‘beatus ille’), está claro que la
mayor antigüedad de un fenómeno lo dota per se de una calidad especial
que lo dignifica.
En este sentido, la percepción amplia de la dependencia formal de la
literatura romana respecto de la griega hará que a ésta se le confiera un
rango de calidad superior al de la romana y, en consecuencia, que capte un
interés preferente en la imaginación de los estudiosos. Esta época en la que
se empieza a vislumbrar la posibilidad de reconstruir la lengua indoeuropea
(reconstrucción que no es sólo curiosidad científica, sino respuesta a un
condicionante ideológico que flota en el ambiente de la formación intelectual
del siglo) es la misma en la que se desautoriza a la Literatura latina por poco
original al tiempo que se sacraliza a la griega por ser la fuente originaria de
la belleza moderna.
HISTORICISMO Y POSITIVISMO

La constante depuración de los aparatos metodológicos, el progresivo


afinamiento de los sistemas de estudio e identificación de los orígenes de
los textos literarios, serán la urdimbre sobre la que se tejerá el lienzo de la
Historia de la Literatura al modo positivista.
Derrumbada momentáneamente la posibilidad ‘científica’ de la intuición
genial, y enfrentada la Literatura latina a la minusvaloración conceptual
arriba explicada (y, curiosamente, aún hoy viva), quedan el catálogo, la
erudición, la clasificación de fuentes y pervivencias, el acopio de materiales
que, sin ser propios ni característicos de lo literario, ayudan a entender la
periferia del hecho literario mismo.
Historicismo y Positivismo no son hoy el ideal metodológico de los
estudios literarios, pero debemos reconocer la magnitud del corpus de datos
(y la precisión de las técnicas de trabajo) que, sin ser Literatura, todavía
siguen ayudándonos a entenderla.
Uno de los mayores logros del método historicista fue, evidentemente, la
redacción de Historias de la Literatura. Mejores o peores para nuestros
gustos actuales, pero las primeras que realmente se propusieron
conscientemente abordar la descripción diacrónica de los sistemas literarios,
entre los que el latino goza de una consideración.
Quizá, la mayor crítica que se le puede hacer hoy a la Historia literaria
positivista es que se centró con demasía en el problema de las fuentes
literarias, y que la casi obsesiva dedicación a la Quellenforschung (es el
momento en el que se desatan las discusiones sobre autoría: las cuestiones,
con la homérica como referencia) no dejó espacio para la valoración de los
textos por sí mismos. La otra crítica es que se fija como patrón de trabajo de
estas Historias, además, el interés en la enumeración de datos cronológicos,
realia históricos y, en general, un acopio de erudición acerca de la obra y de
su autor que la delimitan desde fuera, pero no por dentro.
Curiosamente, todavía hoy seguimos dependiendo del método historicista
en nuestra materia, a buen seguro porque, en pleno comienzo de los
ataques contra la utilidad de los saberes humanísticos, la Filología
evolucionó demasiado rápidamente hacia el positivismo, hacia el intento
desesperado de demostración de su capacidad para proporcionar un
conocimiento positivo. El reflujo continuado de los Estudios Clásicos ha ido
acompañado (y no digo que exista una relación causal) de una incapacidad
para irse adaptando a las nuevas modas de pensamiento, cosa que ha
afectado menos a la Lingüística latina que a la Literatura latina.
EL SIGLO XX
Podemos bien decir que con el principio del siglo se abre también una
nueva orientación en los estudios de literatura latina, gracias a un trabajo de
Heinze2 en el que se establecen tres líneas de actuación que deben seguir los
estudiosos: estilo, géneros y autores. Es la línea de trabajo que se ve en
Boyancé (1943) y su análisis de los problemas de la historia literaria de
época republicana.
Así como el historicismo había centrado gran parte de sus esfuerzos en la
identificación de los componentes griegos en la Literatura latina (verbigracia,
los trabajos de Norden), partiendo de la base de la inferioridad de esta
última, con los inicios del siglo XX comenzó a advertirse una nueva
mentalidad, cristalizada en la revaloración de la idiosincrasia literaria de los
romanos y en una búsqueda de la especificidad de sus aportaciones. Dos
manuales representan bien las diferencias de actitud: el de Norden (1961) y
el de Büchner (1968).
LA REIVINDICACIÓN DE LA "ROMANIDAD"
Desde luego, hay una clara inflexión en la orientación de los estudios de la
Literatura romana en el periodo de entreguerras, pero su apogeo llegará tras
el final de la II Guerra Mundial, con estudios como los de Klingner (1956)
sobre el mundo espiritual romano, Büchner (1957) y su Humanitas Romana,
Rieks (1967) sobre cuestiones similares, Rostagni (1956) sobre la elegía
2
"Die gegenwärtingen Aufgäben der römischen Literaturgeschichte", Neue Jahrbücher für
das Klassische Altertum (1907), 161-175.
romana, o el magistral estudio de Fränkel sobre los elementos plautinos en
Plauto (1960)... la lista es larga.
Una explicación posible de este fenómeno es la que nos proporciona
Alsina en su prólogo de la edición española de la Literatura latina de Bayet
(1981). Para él, existe una justificación filosófica y actitudinal, tanto en el
hincapié historicista por la búsqueda de las fuentes, como en el especial
interés que el siglo XX le dedica a la identificación del "yo" del escritor y, por
extensión, a la caracterización de la peculiaridad del espíritu romano (1981:
8-10):
"...durante el siglo XIX, las orientaciones de la filología clásica positivista
dieron un cariz excesivamente negativo a la originalidad romana. No sólo ya
en el campo de la religión y de la mitología, sino, asimismo, en la literatura.
Convencidos de que Roma no era, en última instancia, más que una
prolongación de Grecia, se impuso el axioma de que los escritores romanos
dependían estrictamente de los helenos. Y éstos eran, por definición,
superiores. Tal es la tesis de Mommsen.
La raíz de esta orientación se debe, indudablemente, al hecho básico y
fundamental de los méritos positivistas, sobre todo al principio del "análisis
de fuentes" (la célebre Quellenforschung alemana) y a la incapacidad radical
del positivismo por penetrar -ya sea por medio de la Einfühlung, ya por el
procedimiento de la fenomenología- en la esencia íntima del sentido de la
obra literaria. El filólogo positivista -que ha realizado, sin duda, grandes
aportaciones al conocimiento de la literatura antigua, aunque se quedara en
lo que cabe denominar lo "extrínseco" a la misma- se preocupaba
fundamentalmente por establecer los "lazos", las dependencias, las
relaciones entre el "original" y el modelo. Pero ocurría, además, que este
"modelo" quedaba reducido a la simple categoría de modelo, sin que
interesara hallar "lo original", lo propio, lo sustantivo, dentro de su
dependencia básica y esencial...
Mas he aquí que muy recientemente, Rostagni, en un volumen colectivo
consagrado, precisamente, al influjo de la poesía griega sobre la poesía
romana ha señalado hasta qué punto hallamos un distinto planteamiento del
problema erótico en una y otra aportación. Mientras el elegíaco helenístico
se mueve en un puro campo "objetivo" y "mítico", el romano sabe descubrir
una nueva inspiración, y, sobre todo, una subjetividad que en vano
buscamos en los grandes helenísticos. No hay, pues, ninguna duda, que, aun
sin olvidar que es Grecia quien aporta el estímulo inicial, la base de
inspiración, el poeta romano sabe halar sus propios caminos y sus propios
acentos. Jacoby había ya sostenido lo mismo en 1905.
En este mismo sentido, son nuevas las interpretaciones del influjo de la
comedia griega sobre la romana. Los trabajos de Ed. Fränkel, sobre todo, se
han orientado hacia el descubrimiento de lo típicamente plautino por debajo
de las imitaciones que hace de los griegos. Y, en lo que hace referencia a
Virgilio, Perrotta ha podido señalar lo "nuevo" frente a lo tradicional, a lo
heredado, que hallamos en la obra del gran poeta (Virgilio e i Greci). Y así,
hata <sic> el infinito; en el caso de Catulo -arquetipo de los neoterici- ha
sido Jean Bayet, entre otros, quien ha señalado su originalidad dentro de la
dependencia de Grecia (Catulle, la Grèce et Rome); Kumaniecki ha escrito
sobre Aportación personal y tradición en la obra de Cicerón. En el caso de
Salustio, Latte y Perrochat han señalado cómo por debajo de la imitación
griega late un típico corazón romano, que lo distingue de su modelo,
tucídides. Pasquali (Orazio lirico) y Fränkel (Horace) han sabido situar a
Horacio en su justo puesto, resaltando lo que hay en él de auténticamente
romano, y Rostagni ha podido ilustrar maravillosamente las profundas
diferencias que separan a Tito Livio de sus modelos griegos, gracias,
precisamente, a su "romanidad" y a su fe en el destino de roma. Y así
podríamos seguir hasta el infinito. Libros como Humanitas romana de
K.Büchner, y Römische Geisteswelt de Klingner son testimonios patentes,
asimismo, de esta nueva orientación en el campo de la literatura latina...
¿Cuál puede ser la razón histórica de este cambio de perspectivas?
Apunta, ahora, en las investigaciones literarias, una revalorización del
principio herderiano de la "aportación personal". En el campo concreto de la
filología clásica es ésta una de las preocupaciones básicas, hasta el punto
que uno de los recientes congresos se centró sobre el gozne "tradición y
aportación personal". El poeta, el escritor, el artista no es una mera máquina
que copia, sin más, a sus modelos. Toda obra de arte es una contestación
existencial, una respuesta a un reto. La misma ciencia de la estilística se
afana arduamente en la labor de detectar los medios a través de los cuales el
escritor da foma a su "mensaje". El mecanicismo de la Quellenforschung,
pues, ha sido sustutuido por un dinamismo que busca, en la trayectoria del
escritor, la esencia de su mundo interno. Y no es casualidad que también
ghoy, en los trabajos de filología clásica, abunden los estudios orientados
hacia la investigación de la "autoconciencia" poética del artista..."
Ahora bien, cabe otra interpretación acerca del movimiento de
reivindicación de la originalidad de la literatura romana. Una pista que nos
lleva a ella es la que nos proporciona la nómina de estudiosos citados por
Alsina: Rostagni, Perrotta, Pasquali, Büchner, Fränkel... y por uno que no
aparece, pero que también entra por pleno derecho en este aspecto, E.
Norden.
Entre ellos, hay una clara distinción que no es, pese a lo aparente, casual:
Norden y Fränkel comparten el hecho (decididamente no anecdótico) de
haber sido judíos en la Universidad alemana de la década de los años treinta,
y también las consecuencias que de ello se derivan: de hecho, Fränkel fue
apartado de los consejos de redacción de las revistas Gnomon y Hermes en
1933; Norden fue separado de la Academia de Ciencias en 1938). Por su
parte, encontramos a Pasquali y a un discípulo suyo, Perrotta 3, ambos más o
menos afectos al régimen de Mussolini, como también lo era Rostagni, o
como lo era Büchner al régimen nazi.
No puede ser casualidad que la reivindicación de la originalidad de la
Literatura romana -que, por otro lado, le ha dado a su estudio un impulso
definitivo para alejarla de las tesis mommsianas- coincida en el tiempo,
sobre todo, con el momento de expansión de la ideología fascista italiana. Si
volvemos la vista a las palabras de Alsina, creo que Tito Livio hubiera visto

3
En Emerita 7 (1939), 195-198 se lee una crónica de la Semana Augústea de Zaragoza,
inspirada por los generales rebeldes a la República, y en ella se habla de la participación de
Perrotta con una lección sobre, precisamente, el emperador Augusto. Parece difícil no
pensar en una vinculación ideológica cuando hablamos de un periodo como el de los finales
de la década de los años treinta, cuando los desplazamientos por Europa, y más aún en
calidad de conferenciante invitado, tienden a tener una orientación política clara. En otras
palabras: ¿se hubiera invitado a Perrotta si hubiera sido, pongamos por caso, marxista?
con humor que se defienda su "romanidad" y no, como en sus propios
tiempos, su "patavinitas".
Una buena síntesis de la cuestión es la que plantea Luciano Canfora
(1991: 72):
"¿Cómo se planteó la corporación de los estudiosos de la Antigüedad clásica
su papel en este panorama complejo de la cultura italiana durante el
fascismo? Se trata de una pregunta lógica si se tiene en cuenta el peso y el
papel puntero, incluso en el plano de la manipulación ideológica, que el
fascismo atribuyó a la cultura clásica, y sobre todo al mito de Roma; y lógica
también porque se trata de un estrato del mundo de la cultura que -salvo
raras excepciones- no rechazó en absoluto el fuerte compromiso que el
régimen exigió a los hombres d ela cultura. Y se comprende: la cultura clásica
siempre ha sufrido, en el mundo contemporáneo, el complejo de «estar
superada», la conciencia de sentirse superada por el mundo que la rodea (el
de la técnica, el de la ciencia, etc.), y por lo general se ha visto afectada por el
problema de tener que explicar a los demás su «necesidad», su papel
específico (un papel para cuyo entendimiento siempre serán necesarias,
incluso para un hombre medianamente culto, una serie de mediaciones que
no siempre serán obvias). No hay que decir lo que había representado el
compromiso con el nuevo régimen -para la cultura clásica italiana-, se
trataba de sentirse necesaria y «hegemónica» (aunque fuese sólo dentro de
los límites propagandistas del régimen). Y éste es un dato que no debemos
infravalorar si tenemos en cuenta la compacta alineación del clasicismo
italiano junto al fascismo. El «duce» daba conferencias de historia de roma
(aunque estuviesen escritas por otros), un romanista de prestigio era ministro
de la presidencia, el régimen se esforzaba en primera persona y con un gran
despliegue de medios para llevar a cabo una iniciativa como la Exposición
augustea de la romanidad, significativamente expuesta en la misma sede que
la Exposición de la revolución fascista, y las concepciones obsesivamente
desarrolladas de la identidad entre el nuevo Imperio (fascista) y el de Roma,la
asunción de algunos elementos simbólicos, términos e instituciones romanas
en la vida cotidiana, el relanzamiento veleidoso del latín como lengua «viva»,
etc., serán todos ellos elementos que -solamente exempli gratia-
convencieron a los estudiosos clásicos italianos de que tenían que
desempeñar un nuevo papel en la vida cultural del país. Sería peligroso
exorcizar todo esto sólo porque es de mal gusto: se trata de uno de los
factores de la opción política, y -en algún caso- también de un aristocrático
rechazo en nombre del buen gusto."
Desde luego, Canfora no pretende formular una ecuación ideológica
simplista sino, antes al contrario, dejar sentada la diferencia entre lo que es
la reivindicación de la "romanidad" como cuestión científica y lo que es su
apropiación propagandística por parte de los movimientos fascistas.
Podemos leer, más adelante (Canfora 1991: 100):
"...Con Leo y sus discípulos, y más en general con el nuevo clima que se
respira en los estudios clásicos a comienzos del siglo XX incluso en Alemania,
el problema ya no se planteará dentro de los esquemas de una contraposición
abstacta (imitación / originalidad), sino que se convertirá en un problema
histórico-cultural. Y esta maduración científica también comenzó a notarse
en Italia. La exasperante afirmación de la originalidad romana (o latina) por
parte del fascismo constituye por ello un retraso y una esterilización de
consecuencias irreparables. En las mentes más agudas trajo consigo el
envenenamiento de la reflexión correcta y unos efectos muy perjudiciales. Un
Pasquali, «reincorporado» a la cultura italiana con el Orazio lirico, oscilará
entre, sin hallar una solución satisfactoria, una cierta inclinación hacia la
ideología dominante (por ejemplo con su proyecto de escribir una Storia
dell'idea di Roma), y entumecimientos igualmente nocivos (como la decisión
de no volver sobre su Orazio, casi negándolo, evidentemente porque estaba
muy lejos de las orientaciones culturales dominantes)..."
Sea por el motivo que sea, parece indudable que los estudiosos que
defendieron el estudio de la Literatura romana por sí misma, esto es,
centrando su atención más en los elementos idiosincrásicos que en los
elementos de comunidad con la Literatura griega, permitieron un definitivo
despegue de esta disciplina, libre ya del pecado original de su influencia
helénica. El planteamiento de este estudio independiente permitió la
implantación de otras escuelas críticas que enumeraremos rápidamente.
ALGUNAS PERSPECTIVAS

Para la Estilística latina, el punto de partida ineludible son tres trabajos de


J. Marouzeau, a saber, su Traité de stylistique latine, el L'ordre des mots
dans la phrase latine y Quelques aspects de la formation du latin littéraire.
Podemos decir que estas tres obras sintetizan lo conocido y, a la vez,
abren el campo a tres aspectos que han dado bastante que escribir en
momentos posteriores, bien centrándose en la descripción estilística general
del latín (luego muy profusamente desarrollada en España por V.E.
Hernández Vista y por J. González Vázquez, entre otros), bien estudiando el
orden de palabras en el latín literario (imprescindible para esto el trabajo de
L. Rubio en su Introducción a la Sintaxis estructural del latín), bien
reflexionando sobre la lengua literaria latina en general.
Ejemplos de estudios estilísticos sobre autores o épocas pueden ser las
monografías de Heinze (1915) sobre la técnica épica de Virgilio, la de
Fränkel (1957) sobre Horacio o los distintos trabajos de Wilkinson sobre
Virgilio (1959 y 1969), sobre Horacio (1959 y 1968), o sobre la época áurea
en general (1963), por poner solo unos cuantos casos.
Una curiosa e interesantísima obra, inclasificable por lo que de amplia
tiene, es la Literatura latina y Edad Media europea, de E.R. Curtius (1955). En
ella se hace una revisión de los elementos estructurales de la Literatura
romana y su transmisión a través de la Literatura latina medieval.
Especialmente destacable en ella es el tratamiento que hace de la
transmisión de temas y tópicos.
El estudio de los géneros literarios tiene un punto de referencia en el ya
citado trabajo de Heinze (1915), que intenta demostrar que, más allá de
fuentes e influencias, Virgilio realmente produjo una innovación en la Épica;
también Klingner (1967) trata esta cuestión. Lucano tiene un amplio
tratamiento en un volumen colectivo (1970), pero también en los trabajos de
Morford (1969) o Rutz (1970 y 1985); Estacio ha sido estudiado por Schetter
(1960), Caucik (1965) o Plötz (1970).
Para la lírica en Roma, podemos distinguir muchos y muy buenos trabajos,
pero Grimal (1978) es una referencia indispensable, y no ya sólo por el
volumen de erudición y lo atinado del enfoque, sino por la habilidad tan
típicamente suya de sentir la Literatura.
La prosa tiene un buen tratamiento en Leeman (1963) y, más
específicamente dedicado a la historiografía, en Ferrero (1962).
En lo que se refiere a las reflexiones sobre la lengua literaria romana,
contamos con Norden (1958) y Leeman (1963) para la prosa, y con el
volumen colectivo coordinado por Lunelli (1974) para la lengua poética
latina.
El estudio generacional de la Literatura romana ha sido abordado por
Paladini y Castorina (1979) y Forster (1961), en general; también hay un
enfoque intergeneracional en Gudeman (1923). Estudios parciales pueden
verse en el de Lamarre (1906) sobre la época augústes y Grimal (1955 y
1958) para, respectivamente, esa misma época y la de los Escipiones.
LOS ESTUDIOS DE LITERATURA NEOLATINA

Abren Ijsewijn y Sacré su capítulo dedicado al desarrollo de los estudios


neolatinos con las siguientes palabras (1998: 502):
"Scholarly interest in Neo-Latin is not as recent as one often tends to
believe. In fact, it is as old as humanism itself."
Desde luego, no cabe duda de que ya desde los tiempos mismos del
Renacimiento ha habido un notable interés por la Literatura latina de la Edad
Moderna, pero no menos cierto es que su apogeo llega junto con la
acuñación del concepto de Humanismo y se desarrolla a la vez que se van
perfilando con mayor nitidez los problemas básicos del estudio de la Europa
de la Edad Moderna. En este sentido, los estudios neolatinos son un
producto avanzado de la Filología latina, en tanto que se trata de un campo
de estudio que pudo desarrollarse (y que aún sigue en desarrollo) al ir
desapareciendo el espejismo positivista de la Altertumswissenschaft.
Me explico. Desmontada la idea de que sólo es digno de estudio aquello
que trata de los tiempos gloriosos de Grecia y de Roma, se abre paso la
posibilidad de considerar que la Filología latina tiene un campo de actuación
mucho más amplio que las épocas republicana e imperial, y que a ella
también se le pueden y deben adscribir estudios sobre las producciones
latinas de la Edad Media y de la Edad Moderna.
De hecho, uno de los más recientes compendios sobre Filología latina, el
volumen colectivo coordinado por F. Graf (1997), dedica un capítulo extenso
a la literatura mediolatina (Ziolkowski 1997: 297-323) y otro también amplio
a la neolatina (Ludwig 1997: 323-357), lo que no hace sino redundar en la
idea, tantas veces repetida, y no por ello menos necesaria, de la perfecta
imbricación del estudio de la literatura latina de la Edad Media y del
Renacimiento en el constructo científico que le da su nombre a nuestra
común disciplina.
Ha tenido que pasar mucho tiempo para que se empiece a ver la licitud de
estos estudios. Primero, se le confirió estatuto de ciudadanía a la literatura
mediolatina y, luego, a la literatura neolatina, sobre todo a raíz de los
trabajos del profesor Ijsewijn, de Lovaina, cuya serie del Companion to Neo-
Latin Studies (última edición, y casi póstuma, en 1998) es sólo comparable al
tesón con el que batalló por hacerle un hueco a esta materia en el panorama
científico de la Filología Clásica.
La diferencia de desarrollo entre una y otra subdisciplina es una cuestión
de edad: los estudios mediolatinos son bastante más antiguos, cuentan con
un corpus de autores establecido y, sobre todo, ya han podido ser objeto de
suficiente reflexión como para que se traten en manuales (Alfonsi 1972).
La Literatura neolatina está aún en su fase de construcción, esto es,
todavía se está intentando conocer qué autores hubo y qué escribieron, se
están recuperando sus textos y se está intentando poner un poco de orden
en el panorama. En este sentido, el trabajo de Van Tieghem (1994) y la serie
de los Companion... de Ijsewijn (1977, 1990 y 1998) son excelentes
muestras de las perspectivas de estudio de esta "auténtica nueva frontera de
los estudios clásicos", como en algún trabajo anterior (López Muñoz 1994:
11) la he denominado. Falta aún mucho por hacer en este campo, y
seguramente es cierto lo que Ijsewijn y Sacré manifiestan (1998: 504):
"In the course of the twentieth century the number of Neo-Latin studies
and editions has increased gradually and has now reached the point where
an individual scholar is no longer able to keep abreast of everything. If ever a
history of Neo-Latin literature will be written, it will be the work of a team. A
single scholar will, in the best of cases, write a small survey of the main
highlights."
Pero no menos cierto es que, ahora mismo, el interés que existe en el
mundo intelectual de la Filología latina acerca del neolatín ha alcanzado y
sobrepasado lo que en la terminología oficial se conoce por el protónico
término de "masa crítica de investigadores", esto es, un número y una
distribución geográfica suficientes como para que el efecto del magisterio de
un estudioso empiece a tener una repercusión, si no en proporción
geométrica, sí al menos aritmética.
Sólo en España, contamos con numerosos Grupos y Proyectos de
Investigación dedicados a esta materia: el de Humanismo médico de la
Universidad de Valladolid, el de Humanismo alcañizano de la Universidad de
Cádiz, el de Humanismo valenciano, el de los humanistas canarios, el
Proyecto de Investigación sobre Humanistas giennenses, el de Humanismo
granadino... O las series de trabajos dedicados a autores individuales, como
los que a Sánchez de las Brozas han dedicado los profesores Sánchez Salor y
Chaparro Andrés y sus discípulos; los que a la poesía latina del Renacimiento
español ha dedicado el profesor Alcina Rovira; los de Juan Luis Vives, Juan
Ginés de Sepúlveda, fray Luis de Granada...
La nómina sería demasiado extensa, y una buena muestra de lo que se
hacía y se pensaba hacer fue la que tuvimos la suerte de escuchar quienes
estuvimos presentes en el Encuentro nacional de Grupos de Investigación
sobre Latín renacentista, organizado por la Universidad de Almería en
colaboración con el Grupo de Investigación Recuperación y estudio de las
fuentes latinas renacentistas de Andalucía Oriental (PAI 5061) hace ya
algunos años.
El único peligro que se atisba en este panorama no viene de ningún tipo
de desconfianza entre filólogos, sino de algo mucho más grave, una
situación que es la que denuncian Ijsewijn y Sacré (1998: 506-507) en lo que
son, al tiempo, las palabras finales del Companion to Neo-Latin Studies y de
uno de sus autores:
"The main problem of the future seems to be the rapid wane of a sufficient
knowledge of the Latin language. Even among the students of classics one
notices an alarming regression due, among other causes, to the generalised
use of bilingual editions of classical texts and the almost complete abolition
of Latin composition. For most of the Neo-Latin texts there are no
translations in modern languages available, and many of the translations are
more or less unreliable. One can guess where this will lead us when reading
some of the recent publications of unprepared scholars in many fields,
theologians, historians, neophilologists and others. If this process goes on,
before long Latin will be in the same situation as Greek in the Western Middle
Ages, and a precious part of our cultural heritage will be a book closed with
seven seals. Utinam ne simus Cassandræ!"
ESQUEMAS PARA EL ESTUDIO DE LA LITERATURA ROMANA
Lírica y
Épica Drama Sátira Didáctica Elegía Fábula Poesía menor
epigrama
Livio Andrónico Catulo
Lucilio Enio
Nevio
Lucrecio Cicerón
Enio Neotéricos Galo
Pacuvio Varrón
Republicana Acio Elegía
Plauto patriótica
Cicerón Elegía
Cecilio
fúnebre
Estacio
Appendix
Terencio
Vergiliana
Virgilio Virgilio Virgilio Tibulo

Propercio
Augústea Horacio Horacio
Ovidio
Ovidio

Lucano Persio C. Priap.

Estacio Juvenal Laus Pisonis

Imperial (I) Valerio Estacio


Flaco Séneca Marcial Fedro
Siglos I-II
Silio Itálico Poetæ
novelli
Claudiano
P. Veneris
Juvenco Avieno Nemesiano Aviano Disticha
Catonis
Ausonio Anthologia
Latina
Prudencio Prudencio Prudencio Epigrammata
Bobiensia
Imperial (II) Rutilio Optaciano
Siglos III-IV Namaciano
Sidonio Alcestis de
Barcelona
Claudiano

Poesía
epigráfica
Mediolatina
Neolatina
Lírica y
Épica Drama Sátira Didáctica Elegía Fábula Poesía menor
epigrama
Historiografía y
Retórica y oratoria Filosofía Epistolografía Novela Escritos técnicos
análogos
Flavio Píctor Catón
Varrón
Catón Escritos jurídicos
Polibio
Gramáticos
Otros analistas
Republicana Vitrubio
César

Salustio Rhet. Her.

Nepote Cicerón

Asinio Polión
Augústea Tito Livio
Pompeyo Trogo
Valerio Máximo Columela
Séneca el Viejo
Veleyo Patérculo Séneca el Joven Petronio Apicio
Imperial (I) Quinto Curcio Quintiliano Pomponio Mela
Siglos I-II Tácito Frontino
Floro Apuleyo Plinio el Viejo
Suetonio Plinio el Joven Plinio el Joven Celso
Historia Augusta Escritos jurídicos
Frontón Gramáticos
Epítomes
Aulo Gelio
Amiano Marcelino Símaco Símaco
Imperial (II)
Siglos III-IV Jerónimo Sidonio

Rufino Agustín Otros

Sulpicio Severo
Marciano Capela
Orosio
Mediolatina
Neolatina
Historiografía y
Retórica y oratoria Filosofía Epistolografía Escritos técnicos
análogos

También podría gustarte