Psicologia Del Terrorismo PDF
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John Horgan
ePub r1.0
Titivillus 11.09.16
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Título original: The Psychology of terrorism
John Horgan, 2005
Traducción: Joan Trujillo Parra
Diseño de cubierta: Departamento de diseño de Editorial Gedisa
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Prólogo
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decir, no poseen estructuras sólidas, ni mucho menos rígidas. Todo lo contrario: estos
grupos son fluidos e inmateriales, cuando no directamente volátiles. Como ejemplo
podríamos citar lo que la administración actual de Estados Unidos denomina «Al
Qaeda» e insiste en presentar como una organización formal con un «número 2» y un
«número 3», es decir, una jerarquía; según el gobierno estadounidense, «dos terceras
partes de su estructura de mando han sido eliminadas», lo que redunda en sugerir que
está formada por miembros estables o permanentes de algún tipo. Estas ficciones
reciben mayor difusión todavía de la mano de diversos tipos de «expertos» que con la
mayor alegría estiman «los componentes de Al Qaeda» en 1.200 (por citar un
ejemplo).
Sin embargo, es extremadamente fácil demostrar que Al Qaeda no es una
organización en el sentido en que lo es —para no salir del ámbito del terrorismo— el
IRA Provisional. Dicho de otro modo, es facilísimo probar que Al Qaeda no es
sencillamente una especie de IRA Provisional que, en lugar de profesar la fe católica
romana, está consagrado a la militancia islamista. Desde sus primeros ataques contra
las embajadas estadounidenses en Nairobi y Dar es Salaam en agosto de 1998, Al
Qaeda ha sido objeto de la mayor campaña de represión de la historia. Según nuestra
base de datos, desde 2001 se ha interrogado en 58 países del globo a unos 5.000
individuos calificados como «miembros» de Al Qaeda. Además, se han producido en
secreto centenares de detenciones, especialmente en el mundo árabe.
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Veamos ahora el caso de dos grandes organizaciones que merecen ser descritas
con este término y que también cuentan con presencia global por motivos
profesionales: una corporación multinacional y un servicio de inteligencia. Por
ejemplo, General Motors y la CIA. Si se encarcelase a entre 5.000 y 6.000 de sus
ejecutivos y trabajadores de todo el mundo, se cerrasen sus oficinas y se confiscasen
sus archivos, herramientas de trabajo, cuentas bancarias y recursos financieros, ¿qué
quedaría de estos dos gigantes? Nada de nada. También debe tenerse en cuenta que
los grupos terroristas tienen una naturaleza híbrida, en parte «política» y en parte
delictiva. Se han documentado considerables intercambios entre grupos terroristas y
criminales: entre la Camorra napolitana y ETA y el GIA argelino, o entre la banda
Dawood Ibrahim de Karachi y grupos islamistas próximos a Bin Laden, como Jaish-i-
Muhammad o Harakat-ul-Mujahideen. Contactos parecidos vinculan el IRA
Provisional con el infame y protocriminal movimiento guerrillero FARC de
Colombia. Estos peligrosos grupos poseen una capacidad de mutación ultrarrápida,
resultado del crucial «factor dólar». En la mayoría de los casos son nómadas,
transnacionales y no están implantados en territorios definidos (o se ubican en zonas
inaccesibles). Se encuentran apartados del mundo y la sociedad civilizada. Sus
objetivos pueden ser criminales, fanáticos, relacionados con el fin del mundo o
completamente fraudulentos, es decir pensados para engañar al mundo en general
(por ejemplo, en Liberia y Sierra Leona las bandas asesinas dirigidas por Foday
Sankoh bajo el nombre RUF, siglas en inglés de Frente Unido Revolucionario);
también es posible que sus objetivos desafíen toda comprensión, como en el caso de
la secta Aum. Estos grupos peligrosos carecen en general de apoyo gubernamental de
cualquier tipo, por lo que son aún más impredecibles e incontrolables. Por último,
operan con el objetivo de provocar masacres y asesinar al máximo número posible de
personas, como ilustran los ejemplos de Bin Laden, el GIA en Argelia o la secta
Aum.
Una paradoja obvia: cuanto más se habla sobre el terrorismo y más se informa
sobre atentados en la prensa, la televisión o los medios de comunicación en general,
parece que menos comprenden los expertos y los comentaristas qué sucede de verdad.
¿Quiénes son estos grupos impronunciables que aparecen un día para esfumarse al
siguiente? ¿Qué podemos pensar de los incontables grupúsculos terroristas de Irak y
Afganistán, por no mencionar Pakistán y Cachemira? ¿Quiénes son todos estos Abu
que aparecen cada día en los titulares y desaparecen como por ensalmo, en una
especie de versión criminal del juego del escondite? Y lo más importante: ¿por qué
perpetran estos atentados todos estos grupos, entidades y personas? ¿Qué pasa por la
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cabeza de un discípulo de la secta Aum cuando llena el metro de Tokio de un gas
venenoso letal? ¿Qué motivación psicológica condujo a Timothy McVeigh a volar un
camión repleto de explosivos ante las oficinas del gobierno federal de Oklahoma y
matar a casi 200 inocentes? ¿Qué siente Abu Musab al-Zarqawi cuando secciona la
garganta de otro ser humano? ¿Qué sintió Osama Bin Laden al ver que se
desplomaban las torres gemelas en Manhattan? La prensa, por no hablar de la
televisión, no dice nada sobre todo esto, sino que se limita a relatar los hechos; no se
propone explicarlos, ni mucho menos instruir al público. Pero no es éste su papel.
Explicar e instruir son tareas que corresponden al mundo académico, y es cierto que
diversas disciplinas científicas han contribuido y contribuyen a mejorar la
comprensión del terrorismo. Entre las más importantes se cuentan la geopolítica y, de
forma más indirecta, la filosofía, que ha abordado el tema desde un punto de vista
más profundo y abstracto. Teníamos ciertas expectativas con respecto a la sociología,
pero, al menos en los países latinos, nuestra decepción ha sido inversamente
proporcional a nuestras esperanzas. Aparte de estas áreas de conocimiento, está la
psicología.
La psicología es una oportunidad para aproximarse a algo crucial. Los
criminólogos sabemos bien que más allá de toda ideología, plan, proyecto y
conspiración, más allá de la avaricia, la rabia y la furia, existe un ingrediente esencial:
la conducta humana. También somos muy conscientes de que, a veces, un ser humano
puede sentir una necesidad acuciante de estrangular a la persona con la que está
hablando —como habrá sentido legítimamente cualquiera que haya tratado con el
típico burócrata quisquilloso del mundo universitario francés— y de que, al buscar el
origen de esta conducta, damos con una oscura charca de silencio que permanece
herméticamente sellada y apartada del yo consciente. Para comprender la naturaleza
secreta de esta conducta y de otros conceptos fundamentales hay que recurrir a la
psicología. Y pocas áreas son tan interesantes como la psicología del terrorismo y los
terroristas. En ella se ha adentrado John Horgan con la ayuda de una importante obra
de investigación del Departamento de Psicología Aplicada del University College de
Cork (Irlanda). El título de este prólogo hace referencia a la confusión generada por
la guerra de la comunicación. El libro de John Horgan se abre camino a través de este
desconcierto y, en algunos momentos, lo mitiga totalmente. Su lectura permite
aprender muchas cosas y comprender mejor situaciones y modelos que antes eran
inescrutables. Se trata de una obra que «instruye», lo que, en mi opinión, es lo mejor
que puede decirse de un trabajo académico. Me enorgullece haber recibido el encargo
de escribir el prólogo de un libro que promete convertirse en una obra de referencia
en su campo.
XAVIER RAUFER
Director de Estudios
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Departamento para el Estudio de la Amenaza Criminal
Instituto de Criminología de la Universidad de París II
Septiembre de 2004
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Prefacio
A principios de mayo de 2004, la página web de Muntada al-Ansar, un grupo
terrorista asentado en Irak que apoya el extremismo islámico militante, puso en
circulación un vídeo que, en cuestión de horas, cobraría una resonancia mundial. El
vídeo se titulaba Abu Musab al-Zarqawi da muerte a un americano y en él figuraba
Nicholas Berg, un ciudadano estadounidense llegado a Irak con la campaña
internacional de reconstrucción. La desaparición de Berg constaba desde el mes
anterior. El vídeo, de catorce minutos, comienza con Berg sentado en una silla,
ataviado con un mono de color naranja similar al que llevan los detenidos en la base
de Guantánamo. Berg se identifica ante su entrevistador y afirma: «Mi padre se llama
Michael y mi madre Suzanne. Tengo un hermano y una hermana, David y Sarah.
Vivo en Filadelfia». A continuación, Berg aparece sentado en el suelo atado de pies y
manos ante cinco hombres enmascarados; el del centro lee en voz alta un comunicado
en árabe. El texto condena el mal trato que reciben los iraquíes detenidos en la cárcel
Abu Ghraib de Bagdad, controlada por Estados Unidos, en la que algunos soldados
estadounidenses y personal civil habían torturado a prisioneros. Más tarde se
identificó a este hombre como al-Zarqawi, que ha sido descrito por los medios de
comunicación occidentales como el «jefe» de Al Qaeda en Irak.
Mientras se lee parsimoniosamente el comunicado en voz alta, dos hombres (uno
a cada lado de al-Zarqawi) miran a Berg y a al-Zarqawi una y otra vez mientras
comprueban el estado de sus armas de forma metódica y discreta. Berg permanece
inmóvil sentado en el suelo durante toda la lectura, hasta que ésta termina de repente.
Se oye un alarido, aparentemente proferido por quien maneja la cámara, y a
continuación al-Zarqawi lanza al suelo los papeles y extrae un largo cuchillo de su
túnica. Se produce un forcejeo cuando dos de los enmascarados empujan a Berg al
suelo sobre su costado izquierdo y se arrodillan sobre sus piernas y su espalda. En
este momento, Berg comienza a chillar, pero sus gritos se ahogan bajo una suave
letanía de «Allahu-Akhbar, Allahu-Akhbar» (Dios es el más grande). En los
siguientes segundos, el cántico aumenta en volumen y frecuencia mientras al-Zarqawi
agarra a Berg por los cabellos, tira de su cabeza hacia atrás y le rebana la garganta
hasta el pescuezo. Cuando la cabeza de Berg queda en vilo ante la cámara, el cántico
cesa. Luego el vídeo salta a otra escena que muestra cómo se coloca la cabeza de
Berg junto a su cuerpo en una cama.
¿Cómo se puede tratar de comprender un acto como éste? De hecho, ¿por qué se
debe intentar entenderlo? Tal vez sea mejor limitarse a condenarlo. Ante estos
hechos, parece más justificable y apropiado limitarse a sentir furia y horror que entrar
en debates intelectuales como el de tratar de comprender este tipo de conducta.
Cuando preguntaron al eminente erudito George Steiner cuál era la mejor forma
de reaccionar ante los horrores del Holocausto, respondió que la única reacción
apropiada era el silencio. La lengua, las palabras, las opiniones y los debates eran por
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su propia naturaleza demasiado corrompibles (como demostraron los propios nazis)
para describir lo que había sucedido. El resultado, temía Steiner, sería una nimia
simplificación y trivialización que sólo serviría para profanar cualquier imagen
precisa de los horrores del pasado.
En el mundo de hoy, el comentario de Steiner parece totalmente fuera de lugar. A
mediados de octubre de 2001, cuando aún no habían transcurrido cinco semanas del
devastador atentado de Al Qaeda en Estados Unidos, ya se había publicado el primer
libro sobre la masacre. Lo que sucedió a continuación sorprendió hasta a los más
cínicos. En los doce meses siguientes aparecieron sólo en inglés más de ochocientos
textos que trataban de explicar los acontecimientos del 11 de septiembre.
El drama que rodea al terrorismo, y la velocidad con la que los académicos y
estudiosos de todo el mundo han abrazado el tema, ha engendrado una verdadera
industria. Se han publicado más libros sobre terrorismo que los que un investigador
pueda leer en toda su vida. Ante el alud de libros, artículos, estudios, noticias y
demás, la dificultad de reseñar el material publicado puede desalentar hasta al más
aplicado de los estudiantes. Aun así, pese a la gran cantidad de datos disponibles, o
quizás a causa de ella, es irónico que continuemos sin contar con una comprensión
adecuada del terrorismo. Es sorprendente que, pese a que ahora existe más
información que nunca sobre este tema, no lo comprendemos necesariamente mejor.
Por un lado, parte de esta situación resulta fácil de apreciar, y nos podemos sentir
afortunados por ello; al ser muy pocas las personas que se verán afectadas por un
atentado terrorista, nuestra percepción del proceso que lo desencadena y de sus
autores está dictada por el drama que se establece alrededor de sus consecuencias. El
terrorismo es uno de los ejemplos más evidentes de la tendencia de los medios de
comunicación populares a «personalizar» la actividad en sí. La visión que ofrecen los
medios de cualquier tipo de violencia de origen político puede presentarse a veces
con una óptica positiva si la causa terrorista parece ostentar cualidades populares, si
se representa a sí misma como cierta forma de corrección política, o incluso produce
tal vez una vaga impresión de nobleza. Por otro lado, en cambio, la caracterización de
un grupo puede ser negativa si no se percibe ninguna cualidad positiva en él. Aun así,
incluso un comentario totalmente negativo puede contener una admiración resentida
por la sofisticación técnica del atentado (o todo lo contrario, por su simplicidad pura)
o por la determinación o la valentía del terrorista.
Los análisis mal informados, politizados, cortos de miras, incompletos y, sobre
todo, apresurados han alcanzado tanto peso en el discurso sobre el terrorismo que
incluso los estudios académicos comienzan a ceder ante éstos. En un intento de sacar
algo en limpio del tumultuoso debate acerca de Al Qaeda, Xavier Raufer[1] advirtió
recientemente que corremos el riesgo de «ahogarnos en una marea de datos
incomprendidos». Esta observación también es válida en un nivel mucho más amplio.
En el campo que algunos han sugerido bautizar «estudios sobre el terrorismo»,
nuestras teorías son cada vez más abstractas y nuestros datos cada vez menos fiables
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(a menudo, y en el mejor de los casos, de segunda mano). En este sentido, lo más
preocupante en el clima actual es que resulta extremadamente difícil apreciar el valor
del conocimiento que tenemos y de las estrategias de las que disponemos para atacar
las redes terroristas y desmantelarlas. Nuestras percepciones y, en definitiva, nuestra
comprensión del proceso del terrorismo y del comportamiento de sus autores están
influenciadas especialmente por las características reconocibles del terrorismo: su
extrema violencia y, en un sentido algo más amplio, sus tácticas que con tanta
frecuencia calificamos de «cobardes» por su naturaleza subversiva, ilegal, encubierta
y aparentemente impredecible. Aunque no sean necesariamente incorrectas, estas
percepciones se ven limitadas por la enorme escasez de datos verificables sobre todos
los grupos terroristas, excepto los más prominentes e investigados. Tal vez esto
sorprenda a la opinión pública, pero nuestra comprensión sobre quienes
denominamos terroristas sigue siendo gravemente escasa a pesar de la relevancia de
este fenómeno en el mundo contemporáneo y de la extensa cobertura que los medios
le han dedicado durante los últimos cuarenta años.
No obstante, disponemos de algunos puntos de partida. El terrorismo es un
concepto aceptado, aunque pueda ser poco claro y se utilice de forma inconsistente.
Si este libro se propusiera definir qué es el terrorismo, probablemente arrancaría con
los inicios de un debate que ha durado varias décadas y desarrollaría un análisis
sistemático para establecer un enfoque objetivo y crítico. Pero no nos proponemos
definir el terrorismo, por lo que tendremos que trabajar con los conceptos de
referencia que están a nuestra disposición. El principal motivo para escribir este libro
es tratar de explicar no sólo por qué la psicología ha tenido un peso escaso o nulo en
los análisis del terrorismo, sino también intentar despejar la confusión generalizada
sobre qué significa una «psicología del terrorismo» o qué podría ofrecer ésta. Está
muy extendida la suposición de que tal vez exista una «personalidad terrorista», y se
ha intentado muchas veces aplicar técnicamente la psicología al desarrollo de perfiles
de, por ejemplo, secuestradores o terroristas suicidas; pero, como disciplina, la
psicología ha tenido poco que decir sobre el terrorismo, y las menciones a la
«psicología del terrorista» que aparecen en los debates contemporáneos ocultan esta
ausencia de anáfisis empíricos basados en datos. En su mayor parte, ello se debe a
unas pocas razones principales. Por un lado, como ilustran los capítulos 1 y 2, el
problema estriba en que la definición del terrorismo es demasiado difusa; como ya se
ha dicho, hasta el más simple análisis crítico del concepto del terrorismo o del
terrorista revela múltiples usos confusos e inconsistentes. Además, el terrorismo es
ilegal, por lo que resulta difícil acceder a personas importantes o situaciones
significativas para extraer información útil para el posterior análisis. Dada su
naturaleza, el terrorismo puede tener un enorme efecto sobre el Estado y suscitar
problemas de seguridad y de otros tipos. Ello limita necesariamente la naturaleza y el
alcance de los análisis posibles. Existe un problema más que aquí sólo
mencionaremos de pasada y tal vez sea propio de la psicología en general: como los
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procesos inherentes al terrorismo están relacionados con actividades de nivel alto
como los movimientos sociales y los procesos políticos, la psicología ha tenido poco
que decir sobre ellos, y el balón ha tendido a quedar en el campo de otras disciplinas
(concretamente, las ciencias políticas).
El objetivo principal de este libro es explorar cómo la psicología y el
conocimiento de los procesos psicológicos puede aplicarse a nuestra comprensión del
terrorismo, darle forma y perfeccionarla. De entrada, debe decirse que esto puede
tratar de hacerse de diversas formas. Por ejemplo, resulta fácil identificar al menos
cuatro grandes áreas que cabe examinar desde una perspectiva psicológica. La
primera incluye al terrorista como individuo y los procesos que hacen posible la
aparición y el mantenimiento del comportamiento violento (y las actividades
asociadas a él) que identificamos como «terrorismo». En este aspecto se centra gran
parte de la investigación psicológica realizada hasta ahora y, en cierto sentido, refleja
los factores individuales que dan lugar a un comportamiento terrorista sostenido, los
elementos que lo reafirman, los atractivos y otras cualidades que impulsan a
involucrarse en organizaciones y atentados terroristas; lo que también incide
necesariamente en el papel desempeñado por los simpatizantes y por quienes prestan
apoyo político no violento de cara al sostenimiento de conductas más violentas.
En segundo lugar, podemos estudiar desde perspectivas psicológicas, la relación
entre el individuo y el contexto político, religioso o ideológico en el que opera. A
menudo esto implica analizar los aspectos organizativos de los movimientos
terroristas y, concretamente, las formas en que la organización afecta al
comportamiento del individuo. Hay que decir que el hecho de que estos dos aspectos
constituyan la piedra de toque de este libro refleja una necesidad crítica de poner las
cosas en su sitio y despejar las confusiones y malentendidos que rodean a estos
temas.
En tercer lugar, podemos considerar los efectos de las actividades terroristas. En
cierta forma, esta tarea es inherente a todos los análisis del terrorismo porque no es
posible separar nuestra reacción ante el terrorismo de nuestras tentativas de
comprenderlo y conceptualizarlo. Todos los estudios acerca del terrorismo y los
terroristas reflejan la preocupación sobre sus «efectos» y demás, pero la psicología ha
tratado de examinar los efectos del terrorismo principalmente en dos niveles: en el del
público (en términos de las formas de implicación como víctima de estrés
postraumático tras un atentado, por ejemplo, o como observador general), y en el del
sistema político y de quienes intervienen en niveles superiores (es decir, por encima
del electorado).
El cuarto y último aspecto importante que puede abordarse desde un punto de
vista psicológico es la cuestión general de la metodología y los procedimientos que
hay que desarrollar para el estudio del terrorismo. Una idea presente en todo este
libro es que no debemos aceptar el conocimiento del terrorismo basado en creencias
ni en autoridades. En cualquier trabajo, las dudas sólo pueden resolverse con hechos
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contrastados; para que la investigación sobre el terrorismo sea rigurosa, tenemos que
dotar nuestros análisis del rigor metodológico propio de las disciplinas académicas
establecidas. Un problema especial de los estudios existentes sobre los terroristas es
la carencia de datos empíricos importantes en los que puedan basarse enfoques
concretos. La mayoría de los datos disponibles para los investigadores proceden de
fuentes secundarias: libros, artículos periodísticos, comunicados terroristas,
declaraciones, discursos, a veces incluso autobiografías y, para los estudiosos del
terrorismo más veteranos, información directa del gobierno o los servicios de
seguridad. Se ha prestado mucha menos atención a lo que puedan decir los propios
terroristas. Por desagradable que parezca, es inevitable: para comprender el desarrollo
y la estructura del comportamiento terrorista, llega un punto en que hay que reunirse
y hablar con quienes han estado o están involucrados en la violencia política. Quizás
este argumento parezca discutible para el lector académico, pero la realidad no está
tan clara y, hoy día, es más obvia que nunca la resistencia académica a entrar en el
campo violento. Para la mayoría de nosotros, el drama relacionado con los incidentes
terroristas es lo que determina nuestra percepción y nuestra comprensión del proceso
violento y sus instigadores; ello hace aún más importante la necesidad de basarse en
una investigación rigurosa.
Con el propósito de cumplir unos objetivos claros, este libro trata de educar e
informar a la gente sobre cómo la teoría y la práctica psicológicas pueden ayudarnos
a entender mejor este complejo problema; pero esto sólo puede basarse en una
imagen más clara de la realidad que conocemos sobre el terrorismo. Un veterano
estudioso ha sugerido que éste debe ser el papel principal del investigador académico
sobre el terrorismo: trabajar para que se conozca la realidad. En este sentido, desde la
primera fase de la elaboración de este libro se ha tomado deliberadamente la decisión
de no formular directrices sobre las posibles «respuestas». Pese a que algunos
capítulos del libro poseen implicaciones de cara a la lucha antiterrorista, quienes
esperen encontrar algún tipo de manual sobre cómo reaccionar y controlar el
terrorismo quedarán decepcionados. El objetivo es dar a conocer la psicología del
terrorismo y proporcionar una serie de puntos de partida conceptuales que parecen
ausentes de la naturaleza y la dirección que han adoptado las investigaciones
psicológicas de la conducta terrorista. Para algunos, sin embargo, un enfoque
psicológico puede sugerir un diagnóstico clínico; dada la naturaleza del terrorismo, es
lógico que la psicología insinúe que quienes perpetran atentados con armas de fuego
y explosivos sean especiales en algún sentido, o diferentes del resto de la población
en algún aspecto psicológico. Este tema se abordará en detalle, pero por el momento
puede ser útil considerar que la «psicología del terrorismo» parte de un enfoque
amplio y sugiere formas más complejas de estudiar la militancia en el terrorismo.
Esta necesidad de reconocer la complejidad del problema y su significado ha ejercido
una gran influencia en la estructura de los últimos capítulos del libro, especialmente
en la decisión de dedicar partes separadas al proceso de convertirse en terrorista
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(capítulo 4), ser terrorista (capítulo 5) y abandonar el terrorismo (capítulo 6). Sólo
recientemente se ha comenzado a apreciar que los factores que llevan a alguien a
unirse a un grupo terrorista dicen relativamente poco acerca de sus posteriores actos
terroristas (o de otro tipo) y son distintos a los que contribuyen a que el miembro de
una banda terrorista permanezca en ella y a los que le puedan conducir a abandonar
este tipo de actividades.
La consolidación del conocimiento psicológico ya existente sobre los terroristas
(que se aborda en el capítulo 3) constituye el principal objetivo de esta obra y es el
factor en función del cual ésta se ha estructurado. Sin embargo, durante su
elaboración se ha tomado la decisión de dar igual prioridad a la identificación de
espacios vacíos en los análisis experimentales, teóricos y conceptuales a los que debe
prestarse atención. Por lo tanto, era inevitable estudiar cómo establecer un enfoque
interdisciplinario para el estudio del terrorismo. No nos limitaremos a citar las
iniciativas anteriores en esta dirección, sino que trataremos de desarrollar con
seriedad esta idea en el debate inicial del capítulo 2 y, de forma más prominente, en el
establecimiento de un modelo de proceso del terrorismo que integre tanto la
perspectiva criminóloga como la psicológica, cuyos detalles pueden encontrarse a lo
largo de los capítulos 4, 5 y 6, y cuyas implicaciones se debaten en el último capítulo.
Aunque este libro está escrito de tal forma que sea relevante para diversas
audiencias, sobre todo está pensado para los lectores críticos, incluidos los escépticos
con respecto al valor de una perspectiva psicológica sobre el terrorismo o de
cualquier intento sistemático de investigar el comportamiento del terrorista. El autor
ha participado en bastantes seminarios y conferencias sobre este tema y es consciente
de que los problemas debidos a la distorsión del análisis psicológico del terrorismo se
deben tanto al poco desarrollo que se ha registrado en este campo como a las
tensiones existentes entre disciplinas. Incluso para un investigador experimentado,
una psicología del terrorismo presupone algo limitado y oscuro. Con suerte, el lector
se encontrará en mejor posición para entender que un análisis psicológico puede
restar misterio al terrorismo y a la conducta terrorista, hasta el punto de que permita
formular planes de investigación mejor informados y, en última instancia, respuestas
mejor asesoradas. Ello no equivale a decir que dispongamos de respuestas claras ni
fáciles, pero al poder formular las preguntas correctas sobre este difícil tema
podremos llegar a una comprensión realista sobre él, que, al cabo del tiempo, será
más útil en los momentos de pánico y confusión que siguen a un atentado. Aunque
para algunos no se trate de un panorama optimista, es una perspectiva que refleja la
realidad de la situación actual.
JOHN HORGAN
Cork, 2004
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Agradecimientos
Sin la ayuda de muchas personas, este libro aún sería un borrador a medio
terminar en la estantería de mi despacho. Tengo una deuda inconmensurable con el
catedrático Max Taylor, cuya experiencia y grandes conocimientos me han sido de
gran ayuda desde mi llegada al University College de Cork (UCC). Sus ánimos y sus
sabios consejos han sido muy importantes para el desarrollo de este libro y para mi
carrera en general. También he contado con el apoyo y las palabras de aliento de mis
amigos y de todos mis colegas del Departamento de Psicología Aplicada del UCC.
Aunque no sea conveniente destacar a nadie por separado, debo decir que siempre
estaré agradecido a Sean, Dave y Liz por su constante apoyo. Como siempre, Noreen
Moynihan hace mucho más fáciles las cosas que parecen difíciles.
Mi mayor gratitud a todos los autores citados cuyos materiales he empleado como
base para los razonamientos aquí expuestos. De no ser por la existencia de una
comunidad de investigadores sobre el terrorismo, cuyos miembros trabajan en
muchos casos con una tenacidad difícil de sobrestimar, este libro no habría sido
posible. En particular, debo agradecer a Andrew Silke, Dipak Gupta, Orla Lynch y
Lorraine Bowman sus comentarios sobre los primeros borradores de algunos
capítulos. También agradezco a Andrew Humphreys, de la editorial Frank Cass, que
dilatase su paciencia y la entrega del libro hasta límites extraordinarios.
Parte del contenido de los capítulos 3 y 6 se compone de artículos anteriores
(concretamente, los que escribí para la colección Terrorists, Victims and Society
editada por Andrew Silke) y, aunque se han modificado en gran medida para este
libro, aparecen por cortesía del editor y de John Wiley.
La amistad y el apoyo de Barry, Richard, Andrew, Louise e Yzabel han sido,
como siempre, tan necesarios como apreciados. Laurent ha sido una gran fuente de
consejos, mientras que Martin y Ruth me mantuvieron animado durante las difíciles
fases finales. También me gustaría agradecer colectivamente a los estudiantes de las
distintas clases de AP3015 Psicología Forense y AP3016 Terrorismo y Violencia
Política por su aportación a lo largo de los años, y por ofrecerme una audiencia
perfecta para algunos de los razonamientos que finalmente han aparecido publicados.
Por último, las opiniones expresadas en este libro son únicamente mías y no
reflejan necesariamente las del University College de Cork ni las de las personas cuya
obra investigadora aparece citada en este trabajo.
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1
¿Qué es el terrorismo?
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terroristas de todo el mundo, la pistola y la bomba son el símbolo de una lucha por la
libertad sobre quienes perciben como opresores.
Estas percepciones tan populares de los terroristas están a menudo justificadas,
pero también debemos afrontar algunos hechos que se han hecho evidentes desde el
11 de septiembre de 2001 (el 11-S). Quienes llamamos terroristas no se encuentran
solos cuando cometen los actos que merecen esta etiqueta (afirmación que, por
supuesto, presupone que la esencia del terrorismo queda definida por los métodos
empleados por quienes lo perpetran). Los estados y los gobiernos han sido
responsables de actos de violencia igual o, con frecuencia, mucho más censurables,
de una escala que está fuera del alcance de las organizaciones terroristas
convencionales: esta idea es ostensiblemente obvia, pero aun así preferimos condenar
y etiquetar como terrorismo la violencia que parece emerger «desde abajo» en
contraste con la que viene impuesta «desde arriba»; esta afirmación no refleja ningún
juicio aquí, sino la realidad de cómo se emplea el término, y debemos ser conscientes
de ello. Esto no solamente ha sucedido en las denominadas guerras convencionales,
sino que también se aplica a las recientes respuestas ajenas a la legalidad con las que
varios estados han tratado de atajar campañas terroristas (y también no terroristas).
Otra característica intrínseca del terrorismo también importante es que para los
terroristas debe distinguirse entre el objetivo inmediato de violencia y terror y el
objetivo global de terror: entre la víctima inmediata del terrorista (como la persona
que muere a causa de una explosión o un disparo) y el adversario del terrorismo (un
gobierno, para muchos movimientos terroristas). En ocasiones, los terroristas
prescinden de atacar a víctimas simbólicas y arremeten directamente contra los
políticos por medio, por ejemplo, del magnicidio o los asesinatos políticos. La
simplicidad de dicha dinámica hace posible concebir el terrorismo como una forma
de «comunicación»: un medio violento, inmediato y básicamente arbitrario para
alcanzar un fin político ulterior. Aunque los atentados del 11-S hayan provocado la
muerte de casi tres mil personas, los mayores objetivos inmediatos y a largo plazo de
quienes los planificaron y organizaron fueron humillar al gobierno estadounidense y
amedrentar a la población general: en este caso, las víctimas pueden guardar una
relación muy distante con los adversarios de los terroristas. Teniendo en cuenta las
expectativas de Al Qaeda de desestabilizar políticamente y de galvanizar los
sentimientos islámicos fundamentalistas contra los intereses occidentales, resultan
evidentes las ventajas del terrorismo como herramienta táctica, estratégica y
psicopolítica para extremistas no representados por partidos políticos convencionales.
Es fácil explicar el terrorismo «de inspiración islámica» en Eurasia y otros lugares
únicamente como un choque entre civilizaciones, pero ello simplifica las
consideraciones estratégicas que hay detrás de un atentado terrorista muy elaborado y
exagera el papel de la religión, que muchos suponen que «inspira» el terrorismo
político contemporáneo.
El atractivo del terrorismo como herramienta táctica es fácil de comprender.
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Según Friedland y Merari[2], la violencia terrorista se basa en diversas premisas. La
primera consiste en que los atentados aparentemente aleatorios pueden «llamar la
atención de un público que, de otra forma, sería indiferente» al programa del
movimiento terrorista. Otra premisa dice que, ante la perspectiva de una campaña
prolongada de atentados, la opinión pública acabará prefiriendo aceptar las demandas
de los terroristas; por supuesto, esto comporta la paradoja de que el uso de métodos
terroristas no facilita que el adversario acepte dialogar o hacer concesiones a los
autores de los atentados. Esta segunda premisa es algo que ha dado mucho que
hablar, pero que no siempre se comprende totalmente: la capacidad (o, para algunos,
la aspiración) de crear una inquietud y una sensibilización desproporcionadas con
respecto a la amenaza futura, real o posible que representan los terroristas. Jenkins[3]
ha asegurado a menudo que muchos terroristas no quieren más que «la atención de un
gran número de gente, no su muerte», poniendo el énfasis de nuevo en la naturaleza
de los atentados terroristas como acto comunicativo. Sin embargo, de ello se deriva
que, para despertar y sostener un nivel especial de sensibilidad suficientemente
generalizado, una banda terrorista no sólo tiene que crear un clima general de
incertidumbre e inquietud psicológica, sino también mantenerlo. Esto se convierte en
muchos casos en una prioridad para las organizaciones terroristas, incluso durante las
treguas o los procesos de paz, cuando sus objetivos inmediatos reciben menor
atención. Después hacer estallar una bomba en el congreso del Partido Conservador
británico en 1984 (en un intento de asesinar a la primera ministra Margaret Thatcher),
el IRA Provisional (también conocido como PIRA) hizo público un comunicado que
decía: «Recuerden que nosotros sólo necesitamos tener suerte una vez y ustedes
necesitan tenerla siempre[4]».
En este contexto, Schmid[5] describe con precisión una de las características
intrínsecas del terrorismo que lo dota de poder: una explotación calculada de las
reacciones emocionales de la gente «causadas por la sensación extrema de angustia
por ser víctima de una violencia [que parece ser] arbitraria». Este factor crucial en la
reflexión sobre los efectos del terrorismo (y, por lo tanto, sus atractivos a ojos de los
extremistas) ha sido desarrollado por Friedland y Merari[6], que observan dos
características predominantes en el terrorismo: (1) la desproporción entre la
percepción del peligro con el que amenazan los terroristas y el peligro real que
representan, y (2) que el terrorismo tiene la capacidad de afectar a un número de
«víctimas» mucho mayor que el que sufren las consecuencias inmediatas de un
atentado. Los objetivos y resultados inmediatos de la violencia terrorista
(intimidación, heridas, muerte, proliferación de un clima general de incertidumbre
entre la audiencia de los terroristas y las personas que están en su punto de mira) son,
así, secundarios muchas veces con respecto a sus objetivos finales (desde la
perspectiva de los terroristas, el cambio político que ansian), que suelen ir ligados a la
ideología y las aspiraciones del grupo.
En este sentido, y complementando esta lista de «rasgos» del terrorismo, éste
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suele verse como una forma sofisticada de guerra psicológica: aparte del
acontecimiento inmediato, el terrorismo se caracteriza por producir inquietud y
sensibilidad en relación con sucesos relacionados con la violencia. Por ejemplo, los
dibujos de niños (como explosiones, armas, soldados) lo ilustran desde el punto de
vista infantil, pero es de suponer que también reflejen la preocupación que sienten los
adultos. En términos psicológicos, por lo tanto, no tratamos con terror propiamente
dicho, sino con inquietud. Al cabo del tiempo, la rutina amortigua la sensación de
inquietud; por eso la habituación puede impulsar, en cierto sentido, una escalada de
violencia en casos en que el terrorismo se utilice de forma explícita para lograr
objetivos políticos a corto plazo. Está claro que así fue en Irlanda del Norte hasta los
primeros acuerdos de paz de 1993 (en algunos casos en que no se pueden lograr
objetivos a corto plazo, sin embargo, se puede esperar que cierto nivel de violencia
llegue a parecer «aceptable»).
Por muy deseosos que estén los expertos de identificar qué caracteriza al
terrorismo y lo distingue de otros fenómenos, las definiciones que de él se han hecho
en los mundos académico y político varían enormemente, y eso que el terrorismo
parece haberse convertido en lo que algunos especialistas han descrito como un
elemento necesario de las conductas políticas extremistas de hoy día.
Desafortunadamente, a todos resulta familiar la «expresión típica y tópica[7]» de que
«quien para unos es un terrorista, para otros es un patriota». De hecho, ni siquiera los
intentos sistemáticos y exhaustivos de definir el terrorismo han tenido demasiado
éxito[8]. En el contexto de la descripción general que hemos visto al principio de este
capítulo, ciertas palabras (por ejemplo, en la afirmación de lo que «normalmente» se
entiende por terrorismo) se han hecho tan omnipresentes que resulta cuestionable
hacer de ellas un uso tan continuado[9]. Ello comienza a dar crédito al comentario de
Richardson citado al principio de este capítulo y, además, pone de relieve ciertas
suposiciones implícitas sobre determinados malos usos potenciales y reales del
término terrorismo. Básicamente, describir qué hacen los «terroristas» comporta para
muchos (y no sólo necesariamente los propios terroristas) un juicio de valor
previo[10]. Ciertamente, si nos basamos tan sólo en los criterios antes citados (el uso o
la amenaza de violencia como medio para lograr cambios políticos) para explicar qué
se entiende por terrorismo, no se pueden formular definiciones útiles, ni mucho
menos depurarlas. Incluso en el nivel más básico, ello se debe a que una descripción
tan amplia de lo que «normalmente implica» el terrorismo será aplicable también a
grupos a los que normalmente no querremos calificar como terroristas (por ejemplo,
agrupaciones militares «convencionales», como el ejército de un estado).
La disparidad entre el número de incidentes terroristas que denuncian
observadores que se sirven de definiciones distintas ilustra qué ramificaciones
prácticas poseen las ambigüedades de la definición de la palabra terrorismo.
Friedland[11] señala «amplias discrepancias» entre diversas estimaciones de
incidentes terroristas y apunta que Rand Corporation estimó en 1.022 los atentados
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internacionales que tuvieron lugar en el periodo de diez años entre 1968 y 1977,
mientras que la CIA los cifró en 2.690.
Similares discrepancias y confusión surgen al comparar índices estadísticos de la
frecuencia con que aparece la violencia terrorista en todo el mundo. No sólo se
aplican distintos criterios para determinar qué es el terrorismo per se, sino también
qué tipo de actos deben contabilizarse en las estadísticas. La base de datos Rand-St.
Andrews Terrorism Chronology, por ejemplo, incluye básicamente acontecimientos
de terrorismo «internacional» que se definen como «incidentes en los que los
terroristas cambian de país para atentar contra sus objetivos, seleccionan víctimas u
objetivos que posean vínculos con un estado extranjero (como diplomáticos,
empresarios extranjeros u oficinas de empresas foráneas) o provocan incidentes
internacionales al atacar a pasajeros, trabajadores o equipamiento de líneas
aéreas[12]». Por lo tanto, dicha base de datos excluye (según reconocen sus propios
creadores) «violencia perpetrada por los terroristas dentro de su propio país contra
sus compatriotas, y el terrorismo llevado a cabo por los gobiernos contra sus propios
ciudadanos. Por ejemplo, no se contabilizarán los atentados cometidos por terroristas
irlandeses contra otros irlandeses en Belfast, ni los secuestros de políticos italianos
llevados a cabo por italianos en Italia[13]». Además, como ilustraron los atentados de
Al Qaeda en Estados Unidos, basta uno o dos incidentes de gran escala para
distorsionar sustancialmente las cifras y desvirtuar la apariencia de extensión y
dirección que posee el terrorismo. Aparte de este tema, como veremos en capítulos
posteriores los actos de terrorismo no son el único resultado final de una serie de
actividades potencialmente complejas (algunas de las cuales constituyen en sí mismas
actos terroristas y, por tanto, delitos); sumado todo ello a las bases de datos de
atentados terroristas consumados presenta unos datos cuya importancia es fácil
sobrestimar o interpretar de forma totalmente errónea.
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política y el terrorismo. Dos ejemplos típicos de estos revolucionarios son el Che
Guevara, que dio alas a la imaginación de toda una generación, y Bobby Sands, el
militante del IRA Provisional que, al morir en huelga de hambre, alcanzó una fama y
una consideración social de las que nunca había disfrutado en vida. La realidad de la
muerte, las heridas y las transgresiones legales y morales que el terrorismo
necesariamente perpetra rara vez inciden en la imagen pública de los terroristas o de
sus actividades; como veremos en el capítulo 5, por otra parte, esta cuestión se
complica aún más dado que gran parte de las actividades que tienen lugar en un
«movimiento» terrorista, y que contribuyen directa o indirectamente a la ejecución de
cada atentado, no son necesariamente ilegales en sí mismas. Al contrario: durante las
crisis alimentadas por los medios de comunicación, se producen breves intervalos de
tiempo en los que el público observa con fascinación la imagen que los medios
ofrecen de los distintos cuerpos de lucha antiterrorista; ejemplos de ello fueron la
intervención del SAS (Special Air Service, Servicio Aéreo Especial) británico el
sexto día del sitio a la embajada iraní en Londres, en 1980 (cuando seis pistoleros
iraníes exigieron la liberación de 91 opositores del ayatolá Jomeini) y el celebrado
rescate del GIGN (Groupe d’Intervention des Gendarmes Nationales, Grupo de
Intervención de la Gendarmería Nacional) de los rehenes del aeropuerto de Marsella
en 1994, con el que se frustró el intento de terroristas argelinos de hacer estallar sobre
París un avión secuestrado. En ambos casos, los cuerpos antiterroristas dieron muerte
a los secuestradores y, en el caso del SAS, en circunstancias cuestionables.
Algunos expertos han sugerido explicaciones sobre por qué parecemos tan
hipócritas en nuestra condena de ciertos actos violentos y, en concreto, del terrorismo.
Taylor y Quayle[14] señalan que los actos violentos cometidos por pequeños grupos
políticos no estatales parecen chocar con el sentido que la gente tiene de lo que es
apropiado y de una especie de justicia «universal». Esto puede ilustrarse por la
aparente naturaleza aleatoria de los atentados con bomba perpetrados sin advertencia
previa, una táctica terrorista para suscitar un clima general de incertidumbre en el que
el ciudadano se pregunte si él o alguno de sus conocidos será el próximo en morir.
Estos autores aseguran que podemos comprender esta inconsistencia recurriendo al
concepto psicológico del fenómeno del «mundo justo», que se encuentra arraigado en
la psicología social y, básicamente, describe nuestra expectativa de justicia y orden
universales en el mundo. Sin duda, la imposibilidad de ver tal justicia caracteriza las
reacciones psicológicas o emocionales del terrorista y de su víctima. El hecho de que
una víctima mortal de este tipo de violencia se seleccione aparentemente al azar
asombra e indigna a la gente, y la imposibilidad de preverlo provoca una
personalización considerable de los acontecimientos incluso en el nivel individual
(por ejemplo, para la audiencia de televisión). Se percibe como algo injusto y terrible
que cualquier persona, especialmente un inocente que no tiene nada que ver con la
lucha, pueda encontrarse en el momento equivocado en el lugar equivocado y morir
en el nombre de una causa sobre la que tal vez jamás haya oído hablar. Las tácticas
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terroristas tienden a atacar preferiblemente a personas desarmadas que no alberguen
sospechas de peligro (por ejemplo, soldados o policías fuera de servicio); por ello, las
reacciones normalmente denigran a los terroristas como «cobardes» porque asesinan
sólo para demostrar algo, y sus víctimas no tienen la oportunidad de rendirse ni de
oponer resistencia. Según se ha dicho, tal vez por este motivo —potenciado por los
efectos de personalización y dramatización de la cobertura en los medios— nadie
tiene personalmente dificultades para distinguir entre qué debe considerarse como
terrorismo y qué no[15]. Así, y para aprovechar una analogía poco utilizada, tanto el
terrorismo como la pornografía son difíciles de describir y definir, pero todos los
reconocemos cuando lo vemos[16].
Lenguaje y etiquetas
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en la portada de los mejores medios cuando han informado sobre el terrorismo
internacional antioccidental, en su atención selectiva a la victimización
humana.
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italiana, por ejemplo, que están abiertos al empleo de tácticas terroristas para su
propio lucro).
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estadounidenses hicieron estallar en el edificio público de Oklahoma en 1995 y la que
detonó el IRA Provisional en 1996 en Manchester (en ambos casos, incidentes graves
a pesar de la diferencia en el número de víctimas) estaban hechas con compuestos
fertilizantes. Los principales componentes de los explosivos empleados en ambos
atentados pueden adquirirse sin dificultad alguna por precios relativamente
asequibles. Los componentes básicos de las bombas terroristas de hoy son de fácil
adquisición, de la misma forma que lo son el Semtex y otros explosivos plásticos
comerciales. El terrorismo ya no sólo es rentable en sentido comercial, sino también
como una «táctica para pobres» o una salida de bajo coste a disposición del
extremismo político cuando hayan fracasado o no hayan conseguido apoyo popular
otras soluciones más convencionales. La explosión de una bomba en un avión
comercial le garantiza al grupo responsable una amplia cobertura informativa y, en
ausencia de objetivos inmediatos más prácticos, el atentado al menos aumentará el
conocimiento de las aspiraciones de los terroristas por parte de la opinión pública.
Los objetivos del terror se encuentran en el centro de los debates sobre el
terrorismo y, en este sentido, es fundamental analizar la naturaleza de las víctimas.
Con frecuencia, la imagen que nos hacemos de las víctimas del terrorismo son
pasajeros de avión aterrorizados o víctimas de explosiones; como los hemos descrito
antes, las personas que tienen la mala suerte de estar en el lugar y el momento
equivocados. El papel de estas víctimas en la violencia terrorista subraya un aspecto
primordial de por qué aplicamos una etiqueta tan condenatoria a los terroristas. Como
hemos visto antes, en muchos sentidos las víctimas inmediatas de la violencia
terrorista no son el objetivo real del atentado: el IRA Provisional a menudo ha
asesinado, torturado y herido a civiles, pero su justificación era que un asedio
prolongado contra objetivos «primarios» o «inmediatos» (en su mayor parte, las
fuerzas de seguridad y el electorado de Irlanda del Norte y la República de Irlanda,
así como ciudadanos de Gran Bretaña) puede forzar al objetivo final (los gobiernos
británico e irlandés) a acceder a las demandas del IRA Provisional: retirar las tropas
británicas de Irlanda del Norte, politizar y legalizar las posturas del IRA Provisional a
través de su brazo político y, en definitiva, establecer una república de 32 condados.
La campaña del IRA Provisional ya ha logrado la consecución de los dos primeros
objetivos.
En consecuencia, pueden identificarse tres actores en la violencia terrorista, cada
uno con cierto grado de interacción con los otros[24]: el terrorista, su blanco simbólico
inmediato y su objetivo final. Para la mayoría de los movimientos terroristas de
orientación política, los civiles heridos o muertos a causa de sus bombas no son
adversarios (ciertos grupos terroristas con fuertes ambiciones políticas y religiosas lo
ven de forma distinta, como veremos más adelante); son víctimas básicamente
accidentales del conflicto entre los terroristas y su enemigo (es decir, el régimen
adversario o la fuente de influencia política), pero desempeñan un «papel» porque lo
que les suceda (o lo que pueda suceder a otras víctimas futuras) influirá, según los
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terroristas, en las decisiones de los políticos.
Hasta aquí, hemos considerado cuestiones principalmente personales en relación
con cómo puede definirse o conceptualizarse el terrorismo, y hemos identificado
algunas características muy básicas de este fenómeno. Sin embargo, antes de llegar a
una base más amplia para definirlo debemos explorar brevemente otras áreas, entre
las que destaca la cuestión de cómo se puede distinguir el terrorismo de la guerra y de
otros tipos de conflicto.
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teoría, aunque no siempre en la práctica) a los no combatientes inmunidad a
los ataques; imponen reglas sobre el tratamiento profesado a los prisioneros
de guerra (soldados que se hayan rendido o hayan sido capturados); prohíben
las represalias contra civiles y prisioneros de guerra; reconocen territorio
neutral y los derechos de los ciudadanos de estados neutrales, y establecen la
inviolabilidad de los diplomáticos y otros representantes acreditados.
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guerra es fútil.
Sin embargo, como también sucede con las distinciones entre terrorismo y otras
formas de conflicto (incluida la denominada «guerra de guerrillas»), existen otras
muchas zonas grises en este debate, entre las que destacan la definición de qué
constituye un objetivo militar propiamente dicho. También surgen otras cuestiones
obvias: «El soldado que tripula un tanque es un objetivo militar. ¿Y el que va en un
jeep escoltando vehículos civiles? ¿O el que vuelve en autobús de un permiso? ¿Y si
en el autobús también hay civiles, como en el que atacó un terrorista suicida en
Gaza?»[28].
Vayamos más allá: quienes persiguen derrocar o desestabilizar un estado o un
régimen pueden recurrir al terrorismo, pero también pueden hacerlo —y lo hacen—
quienes detentan el poder estatal para controlar la sociedad. Este control puede
ejercerse sobre un grupo social concreto (una minoría), un individuo o un elemento
de poder extranjero. El terrorismo nunca debe verse necesariamente como tan sólo
violencia «desde abajo», un enfoque que caracteriza los primeros análisis de este
fenómeno, que fueron encargados por instancias estatales. En consecuencia, la
descripción de las diferencias entre el terrorismo y las guerras convencionales
legítimas que llevan a cabo los estados podría no ser más que una legitimación de
estos últimos. No hay duda de que, a lo largo de la historia, las tácticas terroristas han
sido puestas en práctica mucho más a menudo por gobiernos estatales que por los
pequeños colectivos antigubernamentales a los que nos referimos como terroristas. El
debate sobre el terrorismo puede tener una vertiente sorprendente: que no prestemos
tanta atención al terrorismo llevado a cabo por gobiernos y estados como al de
movimientos como la Yihad Islámica o el Grupo Islámico Armado (GIA) argelino.
Sin embargo, esta situación está cambiando y representa una evolución fundamental
en nuestra percepción del terrorismo como recurso tanto de los débiles como de los
poderosos, y también como elemento táctico o estratégico cada vez más importante
dentro de las formas convencionales de guerra.
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establezca.
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extender la sensación de miedo, ansiedad e incertidumbre —terror, en suma—, tanto
en el contexto de incidentes específicos (una explosión o un secuestro con rehenes,
por ejemplo) como en el de campañas prolongadas. No es difícil conseguirlo si se
ataca a intervalos infrecuentes: los atentados con bomba, armas de fuego u otros tipos
de agresiones contribuyen a generar y mantener una gran inquietud que puede
exacerbarse, como sucede a menudo, a causa de la cobertura del suceso en los medios
de comunicación. No obstante, mantener un ambiente constante de terror es difícil
hasta para el grupo terrorista más beligerante; es sorprendente que, pese a las noticias
de terrorismo que vemos cada día en la prensa y la televisión, nuestros recuerdos de
atentados terroristas concretos parezcan desvanecerse con bastante rapidez.
Como hemos dicho antes, la imposibilidad de mantener para siempre un estado
constante de pavor queda ilustrado por la paulatina adaptación del público a la
situación. Para los terroristas, la «aclimatación» de la audiencia es un problema, dado
que reduce la influencia de sus tácticas. El terrorista debe plantearse, pues, de qué
forma puede impedirlo: ¿cómo es posible mantener un nivel general de ansiedad y
«aterrorizar» con eficacia?
Un ejemplo a pequeña escala de las características psicológicas del terrorismo y
de un ritmo planificado de atentados, como en la estrategia trazada por los terroristas
irlandeses, es el de la serie de atentados con arma de fuego en Crossmaglen (condado
de Armagh[31]). Se cree que un solo francotirador del IRA Provisional dio muerte a
diez soldados británicos, incluido el soldado de primera clase Stephen Restorick, el
último militar británico asesinado antes de la tregua anunciada en 1997. El terrorista
empleó un potente rifle Barret Light 50 en una zona de Irlanda del Norte
tradicionalmente temida por los británicos porque en ella el IRA cuenta con su mayor
base de simpatizantes. Concretamente, la zona donde tuvo lugar el atentado ha
alcanzado un estatus casi legendario en las filas republicanas, y tanto el francotirador
como sus actos han pasado a formar parte del folklore republicano: han aparecido
señales de tráfico y pequeños murales en su honor para recordar a cualquier enemigo
del movimiento republicano que siguen sin ser bienvenidos y advertirles de que en
esta área (a la que las fuerzas de seguridad británicas se refieren como «tierra de
bandidos») pueden morir a tiros. Como describe Keane[32]:
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a patrullar le tocará a él».
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incontrolada, frenética y malévola. Aunque el terrorismo sea a menudo malévolo,
rara vez es frenético e incontrolado y, como observa Hoffman[34], ningún grupo
terrorista «comete atentados de forma aleatoria o desprovista de sentido». Por
ejemplo, el IRA Provisional perdería gran parte de sus simpatizantes entre la
población de Irlanda, el Reino Unido y los estadounidenses de origen irlandés si sus
miembros comenzasen a asesinar a los hijos de soldados británicos o de miembros del
parlamento del Reino Unido. Está claro que no ayudaría a su brazo político, el Sinn
Fein, a propugnar su ideología republicana en el proceso político legal. Las
circunstancias en Bosnia eran distintas, y las consideraciones sobre pérdida de apoyo
no tenían el mismo peso para los implicados en este conflicto. En cualquier caso,
unos terroristas hábiles nunca utilizarán el terrorismo sencillamente como un
«ejercicio de horror carente de sentido»[35]. La escala y la brutalidad de un atentado
concreto pueden empañar la percepción de su dimensión política, pero ésta no puede
dejarse de lado si se desea analizar la conducta del terrorista o del movimiento
responsable de los atentados.
Dejando a un lado los atentados del 11-S, pueden encontrarse ejemplos similares
de escalada en la ferocidad y la ruptura de los límites de aceptabilidad en Oriente
Medio y en una serie de conflictos de Asia que han sido poco estudiados. Como en el
caso del IRA Provisional, las tácticas concretas de los grupos terroristas están
relacionadas con el tipo específico de objetivo elegido por cada grupo, con su
ideología (cualquier conjunto de creencias razonablemente articulado que inspire las
aspiraciones, métodos y justificaciones del grupo) y, por supuesto, con su estrategia
global. Una vez más, los grupos terroristas suelen emplear tácticas que garanticen la
generación de terror, si es que no existen factores externos que puedan perjudicar el
sostenimiento o la supervivencia de los terroristas.
Veamos como ejemplo un conflicto que suele pasarse por alto. En diciembre de
1996, un pequeño grupo de hombres con uniforme militar dio el alto a un autobús
público en un control de carretera de la provincia argelina de Blida, situada justo al
sur de la capital del país. Blandiendo un rifle de asalto Kalashnikov, el jefe del grupo,
una unidad del GIA (Grupo Islámico Armado), subió al autobús y preguntó al
conductor si había algún «colega» entre los pasajeros. Al oírlo, un policía se apresuró
a alzar la mano y levantarse del asiento. El agente se acercó al hombre uniformado,
pero éste le arrastró fuera del vehículo. Ante la horrorizada mirada del conductor y
los pasajeros, el policía fue degollado, decapitado y, como describen los pasajeros
supervivientes, «mutilado horriblemente»[36]. A continuación, unos cuarenta
pasajeros fueron obligados a bajar y tenderse en el suelo, y los terroristas procedieron
a darles muerte uno por uno. El periódico argelino Liberté informó de que también
fueron asesinadas tres mujeres, entre ellas una muchacha de diecisiete años y su
madre, que estaba embarazada; ambas murieron degolladas.
En 1992, el primer año del conflicto de Argelia, el objetivo de los ataques
rebeldes eran las fuerzas de seguridad del estado, pero pronto empezaron a dirigirse
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cada vez más a civiles. Al principio, las víctimas tenían parientes en las fuerzas de
seguridad, pero en lo que los diplomáticos vieron como un intento de derrotar la
«dura censura estatal», las personalidades más conocidas del país también pasaron a
ser blanco de los atentados. El asesinato de estas personas era más difícil de ocultar:
entre las víctimas había cantantes de pop, médicos, miembros conocidos de los
partidos políticos y casi sesenta periodistas o trabajadores de los medios de
comunicación a los que los terroristas acusaron de «apoyar» al gobierno[37]. Desde
entonces se ha masacrado a los habitantes de poblaciones enteras[38]. El
enfrentamiento de las fuerzas de seguridad con el grupo «rebelde» se remonta a enero
de 1992, cuando las autoridades anularon unas elecciones generales en las que había
vencido por un amplio margen el Frente Islámico de Salvación (cuyo brazo militar, el
GIA, era responsable de atentados como los descritos anteriormente). Según las
fuentes, la cifra de muertos desde entonces asciende a al menos sesenta mil.
Para avanzar en esta discusión y sentar una base para los análisis psicológicos de
los capítulos posteriores es imperativo sentar unas bases. Si el terrorismo es una
etiqueta aplicada por un grupo de gente a otro, se nos plantean algunas cuestiones:
¿qué repercusiones tiene esto de cara a establecer una definición de terrorismo? Y,
además, para una psicología del terrorismo, ¿tiene sentido tratar de definir un
concepto, cuando todo el mundo reconoce sin ambages que lo usa como término
despectivo? La respuesta es afirmativa en ambos casos. La confusión que rodea a este
concepto no debe conducirnos a descartarlo. En los razonamientos de las páginas
anteriores ha quedado claro que el terrorismo debe verse como un fenómeno
identificable por diferentes motivos.
El primero y más obvio es que la violencia cometida por grupos denominados
terroristas se diferencia de la violencia «ordinaria» por el contexto político de las
actividades y la ideología de quienes la perpetran y, a menudo, también por quiénes
son sus víctimas y cómo llegan a serlo. En segundo lugar, están los objetivos
inmediatos concretos del terrorismo, como el aspecto psicológico de sembrar el
pánico. En tercer lugar, muchas víctimas del terrorismo político (tanto del subversivo
como del de estado) son civiles que no intervienen activamente en el conflicto ni
tienen responsabilidad en él, lo que demuestra el menosprecio de los terroristas por
las convenciones establecidas para situaciones de guerra. Por último, a partir de todo
esto resulta lógico preguntarse si es verdaderamente posible distinguir el terrorismo
de las formas de guerra convencionales, cuando, como han hecho evidente a lo largo
de los años una atrocidad tras otra, la guerra convencional y la violencia de estado a
menudo se parecen demasiado a la conducta que calificamos de terrorista. Es posible
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que esta cuestión constituya un obstáculo para el desarrollo conceptual, pero
podemos abordarla de forma directa.
Schmid[39] diferencia entre diversas áreas de discurso en la definición de
terrorismo. La primera de ellas es el contexto académico, en el que es de suponer que
se pueda debatir con libertad sobre el terrorismo. La segunda área de discurso es la
gubernamental, cuyas definiciones de terrorismo tienden a ser vagas y
deliberadamente amplias para servir a los intereses del estado en el momento y la
forma en que sea necesario: es fácil argumentar que se sirven de esta vaguedad para
poder declarar exentos de este juicio los actos de violencia que ellos mismos
promueven. En tercer lugar, el discurso sobre el terrorismo que se observa en la
escena pública es, en gran parte, un reflejo diluido y fragmentado de la cobertura que
los medios de comunicación dan a los atentados, y con frecuencia es más susceptible
a las reacciones emocionales y psicológicas ante la descripción que se hace de los
actos de terrorismo.
Estos tres niveles de discurso difieren muchísimo de las perspectivas profesadas
en el cuarto nivel, el de los propios terroristas y sus simpatizantes, que obviamente
prefieren no denominarse terroristas aun en ausencia de otras etiquetas claras. Schmid
nos recuerda que la constante concentración de esta última categoría en sus fines
políticos facilita que su retórica y sus debates esquiven tratar de los métodos
concretos empleados en el terrorismo. Ello puede ilustrarse con un ejemplo. Un
terrorista veterano del IRA Provisional dio a este autor la siguiente respuesta en una
entrevista celebrada en marzo de 1996 cuando se le preguntó qué pensaba de la
palabra «terrorismo»:
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luego ha salido que alguien la hizo estallar, pero no fueron los voluntarios del
IRA. Ya fuera por culpa de un aparato de búsqueda o de alguna otra persona,
la bomba explotó. Es, es irrelevante quién fuera, pero se le echó la culpa al
IRA y se presentó así, ¿sabe?
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esta forma, podemos evitar la alternativa entre un modelo puramente criminal del
terrorismo, que subraye únicamente el empleo de medios ilegales, y un modelo bélico
que contemple el terrorismo como la simple —y trillada— idea de que constituye la
continuación de la política por otros medios. Al proponer la definición legal de
«equivalente de los crímenes de guerra en tiempos de paz», el debate se traslada a un
nivel de discurso, dice Schmid, en el que existe un consenso internacional mucho más
importante. Si bien se han firmado diversos tratados nacionales e internacionales para
mejorar la colaboración entre gobiernos y cuerpos de seguridad en materia de lucha
antiterrorista, no se ha avanzado hacia una legislación verdaderamente global sobre
qué es terrorismo y quiénes son terroristas[41]. Y, según Schmid[42], una definición de
este tipo sobre los actos de terrorismo permitiría «precisar qué puede considerarse
terrorismo y, por otro lado, ampliar el consenso sobre lo impredecibles que son los
métodos terroristas».
El importante ensayo de Thackrah[43] complementa este debate señalando que,
con la eliminación de palabras como «generalmente» o «normalmente» en las
definiciones, se impide que se interpongan opiniones personales y subjetivas. Si, en
cambio, nos centramos en los métodos concretos empleados por los terroristas, como
defiende Schmid, se abren muchas posibilidades para alcanzar un consenso
internacional. Incluso el Departamento de Estado de Estados Unidos en su Informe
Anual[44] sobre terrorismo redunda en que en tiempos modernos (y antes del 11-S) los
gobiernos han tendido a condenar el terrorismo de forma absoluta, sin reparar en sus
motivos. Al concentrarnos en los métodos concretos empleados en un acto, podremos
distinguir entre los que ahora clasificaremos como «rebeldes» y los «terroristas», sin
dejar cabida a retórica alguna, ni política ni de ningún otro tipo. De esta forma, al
repasar el fragmento de entrevista antes reseñado, la defensa que hace el líder del IRA
Provisional de sus correligionarios con respecto a su atentado con bomba
«accidental» pierde toda su fuerza. Schmid[45] ofrece la siguiente definición
exhaustiva del terrorismo:
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propagandísticos.
Esta concepción abarca todos los aspectos del debate aquí presentado y, junto con
la descripción del terrorismo como el equivalente de crímenes de guerra en tiempos
de paz, parece una doble definición de trabajo aceptable y útil, sea quien sea el que
comete dichos actos de violencia. Hay que enfatizar en que esto se aplica tanto a
gobiernos y estados como a elementos subversivos antiestatales.
Sin embargo, es innegable que la definición de Schmid es de tipo académico,
además de posiblemente impopular entre los gobiernos. Al hilo de lo anterior, el uso
de tácticas de terror por parte de los bandos en liza en Bosnia pone de relieve una
cuestión importante. Taylor y Horgan[46] han debatido la posibilidad de que las
tácticas terroristas vayan a ser un elemento cada vez más importante en las estrategias
bélicas de los estados. Hasta cierto punto, tácticas como la descrita sobre los
francotiradores estaban condicionadas por la geografía de los Balcanes (que, para un
ejército, dificulta las intervenciones militares a gran escala); pero las facciones
combatientes adoptaron tácticas terroristas debido a su efectividad. La capacidad de
estas tácticas para sembrar el miedo, un objetivo psicológico mucho más difuso,
ilustra cómo puede aumentar el nivel de brutalidad en una guerra convencional hasta
producir efectos que tradicionalmente no se han asociado de forma explícita a las
guerras convencionales. Taylor y Horgan[47] observan lo siguiente:
Los autores concluyen que los atributos del éxito en un conflicto de este tipo no
se miden necesariamente a partir de objetivos de tipo militar, sino psicológico, y la
provocación de respuestas de ansiedad entre la audiencia del conflicto sirve
claramente para cumplirlos.
Conclusiones
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proceso del propio terrorismo y de quienes se involucran en él. Es fácil comprender la
naturaleza humana de la respuesta al terrorismo, pero ésta no sólo afecta al proceso
de definirlo. Como veremos más tarde, además, esta respuesta emocional no es más
que uno de los muchos problemas que deben afrontar quienes se proponen estudiar el
terrorismo y la conducta terrorista.
A pesar de las dificultades obvias, existe base para una perspectiva más positiva,
especialmente si se aborda el proceso de definir el terrorismo con un enfoque más
sustancial, significativo y, sobre todo, equilibrado. Aunque el terrorismo sea un
concepto aceptado, no deja de ser poco claro e inconsistente. En función del punto de
partida de un análisis, éste puede conducir a conclusiones muy distintas, pero siempre
hay que hacer todo lo posible para trabajar dentro de los marcos disponibles. Así,
parece que resulta útil concebir el terrorismo como un uso consciente y deliberado de
la violencia contra un tipo concreto de objetivo para influir en el clima político. Al
considerar el terrorismo como un arma disponible para una amplísima variedad de
grupos tanto no estatales como estatales (en el caso de estos últimos, para poner en
práctica «terrorismo de estado» o como táctica dentro de una guerra convencional y
«simétrica», si es que este concepto aún es válido), se reconoce que no es exclusivo
de los grupos opuestos a un estado o un régimen. De esta forma se disipa en parte el
misterio que envuelve a los conceptos que salen a la luz al reflexionar sobre el
terrorismo, y resulta inevitable aceptar que la forma más útil de ver el terrorismo es
como algo que «se hace» y no como algo que necesariamente «se es».
El enfoque de Schmid constituye el paso más positivo y útil que se ha dado en
este sentido y, por lo tanto, lo mantendremos presente como un buen punto de partida
tanto para el tema en el que se circunscriben los debates más importantes de esta obra
como, concretamente, para el uso de la palabra «terrorismo» en el resto del libro. El
segundo capítulo parte de aquí y presenta una breve reflexión sobre algunas otras
cuestiones relevantes para terminar de comprender el terrorismo antes de pasar a los
análisis psicológicos posteriores.
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2
Comprender el terrorismo
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académicos más dedicados al estudio del terrorismo puede ser difícil analizar y medir
la exhaustividad de nuestro conocimiento sobre el tema. Un factor que dificulta
constatar este hecho es que pocas veces apreciamos hasta qué punto se mezclan los
datos con la ficción en muchos análisis del terrorismo. Es cierto que la práctica del
terrorismo comporta crueldad, arrogancia, brutalidad, lesiones y muertes, pero la
realidad es que los movimientos políticos de todo el mundo que hoy día lo utilizan
manipulan con destreza sus atentados y su cobertura en los medios para generar una
impresión determinada (y, a menudo, sofisticada) y una interpretación útil para sus
propósitos entre su audiencia real o potencial.
Los atentados del 11-S y las reacciones que suscitaron ilustran hasta qué punto
pueden afectar el drama y la emoción a una estrategia que debería ser coherente y
sistemática para corregir los factores que han permitido su perpetración e impedir
futuros episodios.
Por extraño que parezca para los psicólogos experimentados, el perfil del
«terrorista» como fanático enloquecido y obsesionado con la destrucción no ha
dejado de existir, con distintos grados de sutileza, en la literatura. La realidad de
quienes se involucran en atentados es muy distinta y, probablemente por ello, mucho
más inquietante. De hecho, los datos sugieren que la violencia política organizada
dirigida por terroristas suele formar parte de una serie mucho más compleja de
actividades dirigidas a la consecución de un objetivo social o político identificable;
por lo tanto, lo que vemos y oímos sobre el terrorismo siempre es un pequeño
elemento (el más notorio, por su impacto dramático) de un entramado más extenso y
complejo de actividades (tanto en el sentido de, por ejemplo, cada atentado concreto,
como en el de su significado político). A menudo el terrorismo está muy bien
organizado, cuenta con buenos conocimientos técnicos y persigue unos fines políticos
sofisticados —como sucede con muchos de los movimientos más grandes y
conocidos, como la Yihad Islámica palestina, el IRA Provisional y Al Qaeda—, pero
es importante tener en cuenta que sería un error atribuir estas características sin
pensarlo dos veces a todos los grupos terroristas en todas sus actividades. Esto es
especialmente importante en los análisis del terrorismo relacionados con la
investigación pura y aplicada, y también, en el ámbito político, de cara al estudio de
amenazas y a la gestión de los problemas de seguridad debidos a grupos terroristas.
Entre toda la paranoia y la confusión que reinó en las reacciones estadounidenses e
internacionales al 11-S, la potencia y las capacidades de Al Qaeda se han
sobrestimado de forma exagerada y continúan retratándose de forma distorsionada en
los medios de comunicación más importantes. Como todos los grupos terroristas, la
conducta de Al Qaeda se rige por consideraciones tácticas, estratégicas e incluso
psicológicas (pese a la escala de sus atentados) y cuenta con importantes puntos
débiles y con una opinión excesivamente benévola sobre su propia capacidad.
Recordemos que el éxito prolongado de un grupo terrorista puede ser en muchas
ocasiones fruto de una mala labor de los servicios de inteligencia, de la falta de
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información o de coordinación de los cuerpos de seguridad y de una política
antiterrorista errónea.
Entonces, podemos afirmar algo que resultará obvio para algunos: no se deben
sobrestimar ni subestimar las capacidades e intenciones supuestas de las
organizaciones terroristas, ni tampoco sus logros reales o posibles (o los que deberían
permitírseles), sino que deben analizarse críticamente con todas las herramientas
intelectuales, conceptuales y de otros tipos que estén disponibles. Por desgracia, por
mucho que el terrorismo se considere ampliamente un tema «complejo y
multidisciplinar», pocas veces se analizó de forma objetiva y no politizada antes del
11-S, y hoy parece más difícil hacerlo que nunca. Como han señalado dos respetados
comentaristas sobre terrorismo y violencia política en uno de los textos más citados
de la literatura especializada[2]: «Probablemente, en pocas especialidades de las
ciencias sociales se escribe tanta literatura basada en tan poca investigación. Tal vez
hasta el 80% de la literatura no se basa en estudios en un sentido riguroso; a menudo
son textos narrativos, condenatorios y prescriptivos». A pesar de que Schmid y
Jongman escribiesen este comentario hace más de dieciséis años, continúa siendo
totalmente válido para el estado de la investigación actual sobre terrorismo.
Para hacernos una buena idea de la dirección en la que deberíamos avanzar puede
ser útil analizar la dirección de la que venimos. David Rapoport[3], uno de los más
prominentes estudiosos del terrorismo, recuerda una experiencia que tuvo a principios
de su carrera docente. En 1969 realizó una infructuosa búsqueda de documentación
para preparar una serie de clases magistrales que debía dar sobre terrorismo y
asesinato político; no encontró más que unos pocos textos. Diecisiete años más tarde,
Rapoport descubrió que la bibliografía sobre terrorismo contenía más de cinco mil
elementos solamente en inglés. En 1992, Cairns y Wilson[4] describieron una enorme
bibliografía con más de tres mil referencias a trabajos referentes únicamente al
conflicto de Irlanda del Norte. Rapoport se preguntaba retóricamente si existía algún
otro campo académico que hubiese crecido tanto en tan poco tiempo. Thackrah[5]
añadió que la propia comunidad académica se ha dejado seducir por la violencia
asociada al terrorismo y, en consecuencia, «se ha lanzado casi tan rápido como los
periodistas a publicar tipologías, definiciones, explicaciones y, normalmente,
prescripciones» (ibid., p. 26). Poco tiempo después, Miller[6] expresó sus opiniones
de forma más directa:
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historiadores especializados en todas las épocas han aplicado sus recursos a
este tema. Los filósofos han jugado con la noción de la moralidad del
terrorismo, y los psicólogos han sondeado la mente del terrorista. Los
políticos han reflexionado sobre sus experiencias de primera mano con
episodios de terrorismo. A causa de la experiencia traumática que han vivido,
las personas que han sobrevivido a un secuestro parecen haberse convertido
en expertos en el tema en cada una de sus facetas, sea cual sea la disciplina
del conocimiento a la que correspondan.
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[…] de pequeña escala, y casi periférica, en la mayoría de universidades e
institutos de investigación. Aparte de los grupos que trabajan en algunos
centros importantes bien conocidos […] la mayoría de estudiosos que trabajan
en este campo lo hacen en solitario o, como máximo, con uno o dos colegas
en las instituciones académicas de mayor envergadura.
Hemos visto en el primer capítulo que el terrorismo es una táctica que pueden
emplear distintos actores que operen en distintos niveles y zonas del proceso político.
Uno de los grandes escollos inherentes al estudio de este fenómeno es la incapacidad
para superar una visión parcial del terrorismo como táctica. Ronald Crelinsten[11] lo
ha argumentado de forma sucinta al postular que las iniciativas de investigación se
basan en:
(a) un objeto de estudio truncado, lo que refleja (b) una perspectiva sesgada
por parte del investigador, lo que se deriva de (c) una estrecha orientación
política hacia la prevención y el control, lo que provoca (d) marcos de trabajo
conceptuales estrechos que ignoran la dimensión política del terrorismo, y (e)
modelos ahistóricos, lineales y causales que ignoran los aspectos históricos y
comparativos del terrorismo y se concentran selectivamente en actores
individuales y sus características, tácticas e ideologías.
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La perspectiva sesgada de los investigadores no sólo refleja un problema de
definición, sino también una confusión sustancial sobre el tema de la identificación
del terrorista; en otras palabras, otro problema que no se acota tanto con la pregunta
de «¿qué es el terrorismo?» como con la de «¿qué es un terrorista?». Éste ha sido un
obstáculo de primer orden en los análisis psicológicos, como veremos con algunos
ejemplos. Preguntada sobre qué constituye un acto de terrorismo, la mayoría de la
gente respondería con alguna referencia a la violencia, pero haría alusión también a
algo más concreto como bombas o el secuestro de rehenes en un avión. Sin embargo,
al centrarnos en únicamente un aspecto de lo que hacen las organizaciones terroristas
se pasa por alto la impresionante variedad de sus actividades y funciones: en cierto
sentido puede resultar extraño definir Hamas como una «organización terrorista»
cuando la realización de atentados es, de hecho, tan sólo la más pública de las muchas
actividades sociales y políticas de este movimiento, que presta verdaderos servicios
benéficos a su comunidad. El problema queda más claro en otros aspectos si se
examina el interior de un movimiento que ya hemos decidido que se puede etiquetar
como terrorista. ¿Merecían los militantes del IRA Provisional que realizaban huelga
de hambre el adjetivo «terrorista», por ejemplo? En este caso, y aunque el militante
pueda haber sido encarcelado por su participación en actividades terroristas, la
persona que puede morir es quien realiza la huelga de hambre. Tal vez el adjetivo
«terrorista» no sea suficientemente genérico para responder a una descripción de
todos los que se involucran en violencia política. Es éste el contexto en el que
algunos investigadores han propuesto el término «violencia política» como más
genérico[12], si bien, teniendo en cuenta los comentarios de Heskin citados en el
primer capítulo sobre las connotaciones de simpatía que puedan estar implícitas en el
término (equivalentes a las suposiciones de crítica y condena implícitas en la palabra
«terrorismo»), tal vez no resulte todo lo útil que se había pensado en un principio.
Abundan los ejemplos del problema de la identificación. En Estados Unidos, la
Universidad de South Florida puso en marcha en abril de 1986 una investigación
independiente de uno de sus profesores asociados con el argumento de que había
aprovechado un grupo de estudio para introducir terroristas en el país. Según el FBI,
el profesor había gestionado visados para que dos líderes terroristas palestinos,
Ramadan Abdullah Shallah y Basheer Nafi, entrasen en el país como profesores.
Shallah se convirtió en el nuevo líder del movimiento de la Yihad Islámica en Siria en
1995 tras el dramático asesinato de su predecesor en Malta por su intervención en una
cadena de devastadores atentados suicidas contra objetivos israelíes. ¿Era justificable
llamar «terrorista» al profesor de la Universidad de South Florida? Tal vez no hubiera
participado en ningún delito de terrorismo, pero su ayuda a la organización de la
Yihad Islámica podría haber sido de gran importancia para ésta.
En relación con los problemas de identificación, también existe la cuestión de uno
de los aspectos clave en que el terrorismo difiere de la denominada «delincuencia
ordinaria». Dado que la publicidad es uno de los objetivos principales de la violencia
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terrorista, cabe esperar que los autores de atentados reivindiquen siempre la autoría
de sus acciones[13]. Sin embargo, no siempre es así; en Irlanda del Norte, por
ejemplo, existen varios grupos paramilitares que no siempre han reivindicado sus
atentados. En ocasiones, el IRA Provisional se ha cubierto tras diferentes nombres, no
tanto para distanciarse de crímenes concretos (ya que el movimiento asume
generalmente la responsabilidad de lo que ha hecho, como señaló el presidente del
Sinn Fein Gerry Adams «cuando era impopular en muchos sentidos»)[14] como,
quizá, para aprovechar cuando se presenten las ventajas estratégicas que puedan
derivarse del uso de otro nombre (o, más bien, de no usar el nombre «IRA
Provisional»). Un ejemplo es el pseudónimo «Direct Action Against Drugs» (Acción
Directa Antidroga), con el que se reivindicó el asesinato de 13 presuntos traficantes
de drogas durante la tregua del IRA Provisional del periodo 1994-1996. Un análisis
más detenido revela motivos relacionados con cambios y desarrollos en la
organización, pero tal vez valga la pena estudiar en detalle (como haremos más tarde)
ciertas actividades que, si bien no constituyen «terrorismo» per se (ni se describiría
como «terroristas» a sus responsables), ejercen un papel y un cometido cruciales para
el funcionamiento de la organización terrorista en cuestión.
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gran escala produjo una ruptura de las condiciones sociales que normalmente
integran a la gente en la democracia liberal. Una vez liberados de sus vínculos
con el estado, los ciudadanos se involucraron en conductas no instrumentales
ni rutinarias, como la violencia llevada a cabo por pequeños grupos del IRA
Provisional […] Otra explicación, que en muchos sentidos es coherente con el
argumento de la ruptura, es que la violencia estatal enfureció a sus víctimas,
que se propusieron devolver el golpe […] Una explicación alternativa, desde
una perspectiva política teórica, es que quienes se involucraron en actividades
violentas después del inicio de las encarcelaciones y del Domingo Sangriento
tenían motivos políticos. Desde este punto de vista, a juicio de las víctimas del
estado la violencia estatal confirmó la ilegitimidad del estado.
Las implicaciones que van asociadas a cada perspectiva teórica aquí presentada
son importantes. White se pregunta si estos insurgentes son individuos «irracionales»,
«alienados» y «frustrados» que reaccionan a su exclusión de la democracia liberal
existente en Irlanda del Norte antes de los sucesos mencionados, o si hay que
considerarlos «actores políticos calculadores que tienen motivos para cuestionar los
supuestos de la democracia liberal y, comprensiblemente, responden a la violencia
estatal ilegítima con su propia violencia». Las implicaciones de estas distintas
perspectivas no son, como señala White, sólo políticas, sino que plantean sobre una
base conceptual muchos problemas para la investigación y la formulación de
programas de estudios (que, ciertamente, pueden conducir a una respuesta política).
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en ellas dentro del grupo), armas utilizadas, tácticas adicionales y demás. Por
ejemplo, para comprender el terrorismo irlandés hace falta entender no sólo la
política contemporánea sino también la dimensión histórica real (y la mitológica) de
la rebelión irlandesa. Estudiar la historia del terrorismo debe ser obligatorio para
tratar de comprender el terrorismo, como bien ilustra el comunicado del IRA
Provisional hecho público en 1970 en Dublín. En un intento de preparar al mundo
para el nacimiento del IRA Provisional como fuerza de combate, las primeras líneas
de dicho comunicado, titulado «La postura del Sinn Feinn», declaraban que «nos
inspiramos en el pasado»[18].
Ciertamente, a veces las opiniones sobre la relevancia de una disciplina
académica concreta en el estudio del terrorismo se reflejan de forma obvia en la
formación de determinadas tipologías y sistemas de clasificación. En su desarrollo de
una primera tipología de grupos terroristas basada en su población-objetivo y sus
bases operativas, el psicólogo Ariel Merari[19] escribe:
Las tentativas tipológicas para ordenar este caos se han centrado en su mayor
parte en la ideología de los grupos (por ejemplo, en distinguir entre
organizaciones de derechas y de izquierdas), en sus propósitos o razón de ser
(por ejemplo, emancipación de un estado, independencia de un gobierno
extranjero, revolución en su territorio) y en motivos psicológicos.
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incoherentes que, en algunos casos, no sólo nacen del nuevo contexto de los
conflictos surgidos de la antigua Unión Soviética, sino tal vez también de la profunda
debilitación de las ideologías políticas tradicionales como factores poderosos de
motivación en los problemas humanos. Concretamente, el crecimiento del crimen
organizado y el terrorismo en lo que Raufer[22] denomina las zonas
«desterritorializadas» ha contribuido a lo que el mismo autor llama «zonas grises», un
concepto similar a las perspectivas de Lacqueur sobre el desdibujamiento de las
fronteras entre la violencia de origen político y los grupos delictivos organizados.
Ello no equivale a sugerir que el terrorismo político como lo hemos conocido hasta el
comienzo de lo que ahora se denomina la «era posterior a la Guerra Fría» ha llegado
a su fin, sino que está claro que algunas formas de terrorismo de motivación política
no pueden entenderse con referencia al mismo contexto sociopolítico del que
procedía su predecesor. Por supuesto, esto incluye a los dos movimientos
responsables de las campañas terroristas más largas de los tiempos modernos: el IRA
Provisional y ETA.
En la búsqueda de respuestas al problema del terrorismo en la era posterior al 11-
S, no sólo ha surgido una impresionante cantidad de «expertos en terrorismo», sino
que éstos proceden de unas áreas cuya amplia diversidad sólo puede compararse con
la complejidad del tema que estudian. Psicólogos, antropólogos, historiadores,
analistas de seguridad, estrategas militares, periodistas, expertos en relaciones
internacionales, expertos en religión y muchos otros. A cierto nivel, hay que decir que
esta diversidad no sólo es positiva, sino que tal vez haya que considerarla necesaria.
En la recopilación de ensayos psicológicos sobre el terrorismo de Reich[23], éste no
sólo insiste en la complejidad psicológica del terrorismo sino también en la necesidad
de estudiar la diversidad y la complejidad del terrorismo desde la perspectiva de
diferentes disciplinas. Los intentos de comprender el terrorismo desde un solo punto
de vista, afirma Reich, pueden forzar las posibilidades de dicha explicación hasta
fuera de sus límites. Es muy posible que ello conlleve un peligro, y en todo estudio
del terrorismo hay que basarse en conocimientos provenientes de diversas áreas. De
la misma forma, también se necesitan algunos puntos de anclaje conceptuales porque,
si carecemos de un punto de partida intelectual, podemos encontrarnos con otros
problemas y acabar tan absortos por la complejidad de las explicaciones
contradictorias que no logremos ver los puntos comunes ni, lo que sería más
importante, consigamos centrarnos en objetivos más prácticos. Esto último ha
constituido un fallo obvio en los esfuerzos por resolver el problema de la definición.
Psicología y terrorismo
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advertencia de Reich, las tentativas de desarrollar una psicología del terrorismo
podrían parecer condenadas al fracaso o directamente carentes de sentido. No
obstante, Grant Wardlaw[24] argumentó en una ocasión que, pese al atractivo
multidisciplinar del terrorismo, la pregunta más frecuente acerca de la violencia
política subversiva probablemente fuera «¿por qué la gente se hace terrorista?», una
cuestión que plantea interrogantes psicológicos obvios.
En las semanas posteriores a los atentados del 11-S, el argumento de Wardlaw se
vio reflejado en particular en la pregunta «¿cómo lo han hecho?». Probablemente,
pocos de los expertos a quienes se pidió que explicasen la psicología de los autores
respondieron de forma totalmente honesta. Si Wardlaw tenía razón o no sobre la
pregunta más frecuente (o, al menos, la pregunta formulada explícitamente más a
menudo) es algo probablemente discutible, pero la obvia falta de claridad de muchas
respuestas resultó lamentable e indicativa del escaso papel que ha desempeñado la
psicología en la respuesta a las preguntas sobre terrorismo. Bombardeados con las
mismas preguntas una y otra vez, los psicólogos y psiquiatras distaron de reconocer
su fracaso y ofrecieron referencias vagas a rasgos de personalidad de los terroristas,
oscuros procesos psicológicos y alusiones no menos imprecisas a procesos sociales
muy amplios que no podían resultar más vagas. Sólo unos pocos académicos más
veteranos estaban dispuestos a reconocer el hecho incontrovertible de que,
parafraseando la célebre frase de Jerrold Prost[25], todavía somos «primitivos» en
nuestra comprensión de la psicología del terrorismo.
Uno de los puntos de partida básicos para el análisis que se desarrolla más
adelante en este libro es que toda forma de conducta se produce dentro de un contexto
sociopolítico. Dentro de este planteamiento, la conducta terrorista (al igual que la
criminal) se compone de actividades que tienen lugar dentro de un contexto que la
origina, la sostiene, la dirige y la controla, de la misma forma que sucede con
cualquier otro tipo de comportamiento. Nunca se puede separar al terrorismo de la
sociedad porque aparece arraigado en ella. Dado este hecho, su rectitud o su
perversión con respecto a sus aspiraciones políticas, religiosas o ideológicas no son lo
importante cuando tratamos de «comprender» el terrorismo. Esto puede parecer una
cuestión de sentido común para un sociólogo, pero aun así hay que subrayarlo.
Para muchos, la aplicación de la psicología al estudio del terrorismo debería
servir para determinar el perfil personal de los terroristas igual que en las obras de
ficción en que, armado de unas dotes de tipo casi parapsicológico, el psicólogo ofrece
a la policía un retrato de la mente del terrorista basándose en una interpretación de
exactitud mágica de las pruebas de la escena del atentado y en declaraciones de los
parientes o amigos del sospechoso. Por muy poco serio que parezca esto, veremos en
el capítulo tercero que muchos perfiles psicológicos de terroristas se fundamentan en
procedimientos tan discutibles como éste o más. En cualquier caso, la mayoría de
«perfiles» (palabra que ponemos entre comillas debido a la disparidad de significados
que se le atribuyen en el mundo académico y en el de las fuerzas de seguridad) suelen
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conducir al análisis de la personalidad individual de terroristas. Esta opción ha sido
atractiva para los investigadores durante treinta años, y resulta fácil comprender por
qué. Después de todo, cuando nos encontramos ante los resultados inmediatos de un
atentado tendemos, seamos psicólogos o no, a fijarnos en el drama causado por la
violencia extrema, y ello nos conduce a explicar la conducta de los terroristas en
función de su personalidad. Incluso en ese nivel, normalmente asistimos a relatos
asépticos de la destrucción física debida al terrorismo; si asistiésemos en persona al
estallido de una bomba, debería perdonársenos que pensáramos que el responsable de
lo sucedido es «anormal» en algún sentido. A su vez, esto sugiere, lógicamente, que
el terrorista tal vez sea diferente del resto de la gente, y quizá resulte fácil de detectar
entre la muchedumbre.
Por otro lado, podría parecer relevante centrar el estudio en los líderes terroristas.
Después de todo, la actividad terrorista requiere la existencia de algún tipo de
liderazgo, e incluso en grupos terroristas relativamente pequeños se da cierta
diversificación de funciones, hasta el punto de que hay responsables de funciones de
dirección. Estas son las personas que poseen medios para identificar a los reclutas
con potencial y para detectar a quienes pueden encargarse de misiones suicidas. Al
estudiar el desempeño de la cúpula directiva del IRA Provisional en Irlanda del
Norte, se observa que ha permanecido casi intacta a pesar de la gran cantidad de
miembros activos que han entrado y salido de la banda a lo largo de su historia.
Parece razonable, pues, plantearse si estas personas poseen cualidades especiales de
liderazgo.
Además, otra característica concreta del terrorismo relevante para la teoría
psicológica es su innegable naturaleza de proceso de grupo. Podemos analizar qué
dinámica de grupo unió a los terroristas del 11-S antes y durante el secuestro de los
aviones. Se ha hablado mucho de que, como al parecer ha corroborado el propio
Osama Bin Laden, no todos ellos eran conscientes de que iban a morir: así, tenemos
que estudiar qué dinámica de grupo habría sido importante o necesaria para que el
líder de la célula maximizase la cohesión psicológica y la solidaridad mutua cuando,
durante los momentos de tensión a bordo de los aviones, sus subordinados perdiesen
la concentración, la confianza en sí mismos o la fe en sus convicciones. Se ha
apuntado que los rituales compartidos (por ejemplo, la oración u otra actividad
rutinaria) pueden haber desempeñado un papel importante en la conducta colectiva de
los secuestradores antes y durante los atentados. Datos de otros grupos terroristas
sugieren que este tipo de actividades pueden estrechar la solidaridad con el grupo e
impedir a sus miembros que consideren alternativas, en diferentes niveles y grados de
participación en atentados y en el grupo terrorista en general.
Otra cuestión que podría estudiarse en relación con este tema es qué tipo de
dinámica de grupo conduce a las personas a unirse a la organización terrorista,
permanecer en ella y, tal vez (si aún viven), abandonarla; una perspectiva de mayor
nivel comportaría un análisis de la organización en su conjunto: ¿qué sucede en toda
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la organización cuando la cúpula decreta un alto el fuego? Para desarrollar esta
cuestión, no sería posible entender completamente la decisión del IRA Provisional de
entregar parte de sus armas (una medida que plantea significativas dificultades
organizativas) sin tener en cuenta el clima nacional e internacional que precedió al
anuncio del Sinn Fein. Este anuncio no pareció deberse a problemas locales: para
muchos no republicanos, la decisión era una prueba de que los acontecimientos
internacionales no sólo habían eclipsado los fuertes sentimientos de orgullo y las
exigencias políticas que caracterizaban al IRA Provisional antes de entregar las
armas, sino que ilustraba que el Sinn Fein responde a la presión internacional.
Se plantean difíciles interrogantes en relación con la naturaleza del tema que
debemos estudiar y qué nivel de análisis es el apropiado, pero también acerca de
cómo se deben responder estas preguntas. El tipo de terrorista o de campaña terrorista
que creemos poder identificar puede determinar no sólo el nivel de análisis que hay
que adoptar, sino también los métodos disponibles: por ejemplo, ¿cómo podemos
recopilar datos válidos y fiables para llegar a comprender la psicología de un hombre-
bomba? Se puede acudir a entrevistar a su familia, tratar de hacerse una idea de cómo
era y buscar similitudes con otros casos mediante análisis comparativos. Pero surgen
dificultades cuando tratamos de comprobar la fiabilidad de los datos recabados. En
términos psicológicos básicos, pocas veces nos vemos a nosotros mismos como nos
ven los demás y, por tanto, las fuentes secundarias (incluso los parientes) pueden no
ofrecernos los datos que precisamos para dar forma a nuestras teorías. Se ha
investigado en profundidad el pasado de Mohammed Atta, el líder aparente del
equipo del 11-S. Se ha entrevistado a sus padres, de clase media, en Egipto, a sus
compañeros de escuela y a sus conocidos, así como a quienes le dieron trabajo en
Hamburgo. Ninguno de los entrevistados ha apuntado síntomas de depresión ni
ninguna otra forma de psicopatología. Estos datos pueden utilizarse como apoyo para
razonamientos más amplios acerca de, por ejemplo, si los terroristas sufren
necesariamente psicopatologías o no, pero existe una confusión de otro tipo a
propósito de lo que puede deducirse de estas declaraciones y de qué tipo de datos
pueden extraerse de ellas para construir algún modelo que caracterice la evolución
del compromiso de Atta con el terrorismo político. Los datos procedentes de familias,
enemigos, diarios y autobiografías son ejemplos evidentes de información pública. La
información «privada» es más difícil de hallar, pero puede arrojar más luz sobre
cualquier psicopatología relevante o útil en la que basar un análisis psicológico, a
pesar de que sea una información obviamente incompleta. En un capítulo posterior
regresaremos a esta inevitable limitación y ofreceremos algunas soluciones.
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Existe un problema más básico relacionado no sólo con cómo identificamos el
terrorismo desde una perspectiva concreta, sino con cómo recopilamos los datos a
partir de los que formular teorías. Este es un problema especial de los análisis
psicológicos, ya que el terrorismo no podría distar más de prestarse a la investigación
con métodos tradicionales.
Durante algún tiempo, se han obtenido datos interesantes sobre la conducta de los
terroristas a través de sus autobiografías[26]. Una de las más conocidas es la escrita
por Michael Baumann[27], del Movimiento 2 de Junio alemán, una escisión de la
Fracción del Ejército Rojo (el mismo movimiento del que era miembro Hans Joachin
Klein). Sean MacStiofáin[28], antiguo Jefe de Estado del IRA Provisional, Maria
Maguire[29], otra antigua militante del IRA Provisional, y Leila Khaled[30], de la
Organización de Liberación de Palestina (OLP), escribieron algunos de los primeros
volúmenes de «Memorias de un terrorista». Otros ejemplos más recientes procedentes
de Irlanda son los libros de los agentes dobles del IRA Provisional Martin
McGartland[31], Eamon Collins[32], Raymond Gilmour[33] y Sean O'Callaghan[34];
algunos de ellos han sido objeto de una breve e intensa atención por parte de los
medios de comunicación. Uno de los escritos de terroristas que más se han citado es
el de Carlos Marighella, Pequeño manual de la guerrilla urbana, que, como ha
señalado Mallin[35], «sus instrucciones [resultaron] válidas para guerrillas en
cualquier ciudad del mundo» aunque originariamente fuese elaborado para terroristas
brasileños.
Pluchinsky[36] fue uno de los primeros en identificar un recurso de similar
importancia a través de «los comunicados [terroristas] emitidos para reivindicar la
responsabilidad por un atentado concreto, para pronunciamientos estratégicos y para
circulares internas», pero Rapoport[37] señala que, por mucho que sorprenda,
tradicionalmente estos materiales no han llamado demasiado la atención. Esto ha sido
estudiado por Crenshaw[38], que, si bien corrobora el valor que Rapoport otorga a
estas fuentes diciendo que sus análisis (especialmente los de autobiografías) «pueden
revelar patrones en experiencias y antecedentes individuales», razona que el
verdadero valor de este tipo de material no deja de ser cuestionable. El presidente del
Sinn Fein, Gerry Adams, escribió en el prefacio de su autobiografía que «los
participantes en cualquier conflicto no pueden contar toda la historia hasta algún
tiempo después de que dicho conflicto quede totalmente resuelto»[39]. De hecho,
Adams fue muy criticado en los medios de comunicación irlandeses por haber escrito
poco más que un libro propagandístico a favor del IRA Provisional y el Sinn Fein. El
historiador y comentarista político irlandés Fintan O'Toole[40], en una reseña del libro
de Adams, lo describe como «un intento deliberado de mezclar realidad y ficción;
sólo pueden encontrarse hechos en medio de una red de invenciones». Otro crítico
escribió: «el IRA domina la vida de Adams, pero no averiguamos nada sobre sus
tratos con ellos»[41].
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Estos comentarios ponen en tela de juicio la utilidad de este tipo de fuentes, pero,
en cualquier caso, los libros de este tipo continúan siendo una fuente limitada de
información porque son pocos quienes se prestan a este tipo de actividades. Muchos
(incluidos O’Callaghan, McGartland, Gilmour y Baumann) continúan en la
clandestinidad para evitar la venganza de sus antiguos camaradas o su captura por las
fuerzas de seguridad. Eamon Collins, cuyas memorias recibieron mucha publicidad,
alcanzó la celebridad por sus declaraciones como «disidente» del IRA Provisional en
la prensa, la radio y la televisión. Collins fue asesinado en febrero de 1999 por sus
antiguos compañeros del IRA Provisional del sur de Armagh; la organización ya
había reconocido haber tratado de darle muerte una vez anterior.
No obstante, abundan los casos de militantes que no se acogen a la seguridad de
no llamar la atención; es posible que, para muchos exterroristas, hacerse publicidad
sea una estrategia para protegerse contra el peligro. Se dice que Ali Nejad, el único
terrorista superviviente del famoso asedio de la embajada de Irán en Londres en
1980, ha «asesorado» con regularidad a especialistas en lucha antiterrorista desde su
celda en la cárcel[42]. Muchos otros antiguos terroristas que no cumplen sentencias en
prisión, sin embargo, no parecen sentir el temor que explica Kellen e intervienen
como oradores o participantes en conferencias sobre terrorismo y violencia política.
Como hizo Collins antes de su asesinato, el ex IRA Sean O’Callaghan habla con
frecuencia con periodistas de prensa y televisión. En cualquier caso, la verdadera
relevancia de las autobiografías de terroristas no ha sido descubierta por los
investigadores del ámbito de la psicología. Buscar algún tipo de «verdad» o validez
en los hechos que relatan es mucho menos importante que la prometedora posibilidad
sugerida por Crenshaw: identificar puntos y estructuras en común en los relatos.
Investigación primaria
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psicólogos, ha realizado investigación primaria para recopilar datos fiables sobre
terroristas encarcelados y/o en activo (o de los que se sospecha que lo están). Ello se
debe a numerosos motivos, algunos de los cuales parecerán obvios. Por ejemplo,
aparte de la aparente imposibilidad de acceder a organizaciones terroristas, los
investigadores reciben muy poca información sensible procedente de fuentes
oficiales. Los gobiernos y sus servicios de inteligencia no permiten acceder a sus
archivos ni a información relacionada con personas cuyas actividades les hayan
llevado a circunstancias punibles legalmente[45]. Así, la fiabilidad de la poca
información que ponen a disposición del estudioso es altamente cuestionable.
Otros motivos para la inexistencia de investigación sistemática por parte de
psicólogos y otros científicos es la ausencia de estudios de campo. Para realizarlos
hay que hablar con terroristas, y sólo de forma reciente han comenzado los
investigadores a explorar esta posibilidad de forma sistemática. En honor a la verdad,
con independencia de la disponibilidad y accesibilidad de material —incluidos los
mejores recursos cuantitativos del dominio público—, y quizá con independencia
también de los datos reales de inteligencia que puedan ponerse a disposición del
investigador del terrorismo, es inevitable que, para poder estudiar bien el terrorismo y
los terroristas desde un punto de vista criminológico y psicológico, haya que reunirse
y hablar con personas que sean o hayan sido miembros de una organización terrorista.
Por desgracia, la investigación que sigue este camino continúa siendo
extremadamente limitada. No es difícil comprender la reticencia de un académico a
penetrar en una área de investigación que presente peligros reales para su persona,
pero es crucial recopilar datos con este método. White[46] ha elaborado una lista de
investigadores que lo han hecho:
Los trabajos sobre los republicanos irlandeses de J. Bowyer Bell (por ejemplo,
en 1979 y 1993), Frank Burton (1978) y Jeffrey Sluka (1989), o los
elaborados sobre paramilitares protestantes por Steve Bruce (1992) y Sarah
Nelson (1982). El trabajo sobre la violencia en Italia de Donatella Della Porta
(1992; 1995) […] Cada uno de estos autores entrevistó a activistas violentos
en activo o retirados.
Ausentes de esta lista están el trabajo sobre los «líderes» y los «seguidores» de las
Brigadas Rojas italianas efectuado por Jamieson[47] y la investigación de Taylor[48]
sobre organizaciones terroristas unionistas de Irlanda del Norte, grupos
fundamentalistas islámicos en Oriente Medio y movimientos terroristas italianos.
Taylor es el único psicólogo de este grupo, en el que figuran politólogos, sociólogos
especializados en política, un periodista y un antropólogo. Sin embargo, White tiene
razón en una cosa: estas entrevistas pueden reportar unas ventajas potencialmente
enormes. Además, y en apoyo de otra afirmación de White, ello no equivale a sugerir
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que estos investigadores se involucren en actividades terroristas en el curso de su
trabajo; esto excedería claramente los límites de las restricciones morales, éticas y
legales que se aplican a la investigación. Puede parecer redundante argumentarlo,
pero el propio White[49] describió que el respetado académico Joe Bowyer-Bell se
encontraba presente mientras la organización del IRA Provisional preparaba bombas.
Estas actividades ponen en cuestión el código ético y moral de quienes entran en
tratos con terroristas. Bowyer-Bell podría ser sospechoso de expresar al IRA
Provisional directa o indirectamente que está de acuerdo con sus actividades, y
también podría argumentarse que no está siendo sincero en su objetividad implícita.
Según Alex Schmid[50], las universidades deberían «ofrecer un foro intelectual en
el que los investigadores puedan estudiar el terrorismo sin ser sospechosos de
simpatizar con él». Esta afirmación pone de relieve algunas de las cuestiones a las
que se enfrentan los académicos que participan (o desean participar) en la
investigación sobre terrorismo. Kellen[51] destaca que, para alcanzar una comprensión
plena de los terroristas y sus actos, puede ser necesario escuchar qué dicen «por
criminales o absurdas que parezcan [sus motivaciones]». Si como dice Kellen, que es
psiquiatra, inspeccionásemos los comunicados terroristas con el mismo cuidado que
escuchan los profesionales de la salud mental a sus clientes, las ventajas serían
obvias. Kellen señala diversas razones para explicar esta reticencía «a escuchar». Una
es la creencia de que se puede hacer poco para resolver el problema del terrorismo a
menos que se esté en posición de detener los atentados con medidas antiterroristas.
Kellen también sugiere que los académicos tienen miedo de parecer «demasiado
objetivos» con respecto a un tema que posee tanta carga emocional y psicológica:
después de todo, ¿por qué no limitarse a condenar a los terroristas?
Lacqueur[52] ofrece una perspectiva mucho más crítica en su conjunto sobre los
investigadores académicos sobre terrorismo, después de describir en una ocasión a
los psiquiatras, entre otros especialistas, como «casi los mejores amigos» del
terrorista: «los hombres y mujeres de bien [que] creen conocer mejor que los demás
los misterios del alma humana y que poseen la compasión necesaria para comprender
los sentimientos de “hombres desesperados”». Yendo más allá de las comprensivas
explicaciones que ofrece Kellen para la reticencia a estudiar a los terroristas, existe
otra posibilidad bastante obvia: las organizaciones terroristas no sólo son ilegales y
evidentemente peligrosas, sino que también son clandestinas y protegen sus secretos.
Los terroristas reconocen la utilidad del trabajo académico en un sentido que dice
mucho sobre el nivel de sofisticación que puede llegar a alcanzar la organización de
sus bandas. El IRA Oficial, una escisión del IRA de finales de los años sesenta y
principios de los setenta (y que, en su mayor parte, se desvaneció durante los
ochenta) produjo uno de los manuales de entrenamiento más sofisticados jamás
elaborado por un movimiento terrorista. Titulado A Reporter’s Guide to Ireland[53]
(Guía de Irlanda para periodistas), ordenaba en su sección inicial a los oficiales
regionales de inteligencia que leyesen, entre otros libros, los del profesor Richard
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Clutterbuck:
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supuesto, si el investigador no procede de una zona como el oeste de Belfast u otra
área geográfica en la que resulte difícil evitar un conocimiento siquiera rudimentario
de las figuras paramilitares, aunque sea solamente a través de las habladurías y los
medios de comunicación. La Guía de Irlanda para periodistas del IRA Oficial tiene
mucha credibilidad, lo que nos recuerda que «incluso los rumores se basan de alguna
forma en hechos» (quizás en unas situaciones más que en otras). No obstante, si
damos esto por sentado y, por el momento, nos fijamos en los investigadores
separados claramente del campo, lo primero que debe decirse es que hay diversas
formas de establecer contactos y «gente a la que acudir». Por supuesto, esto pone de
relieve el importante papel de la fortuna, pero en cualquier caso abordar formalmente
a una organización no es tan difícil como pueda parecer en un principio; en este
punto, al menos, se puede estar de acuerdo con Bowyer-Bell. Las limitadas
experiencias de psicólogos y otras «personas de bien» académicas han demostrado
que, con movimientos terroristas de Irlanda del Norte como el IRA Provisional y la
unionista UDA (Ulster Defence Association, Asociación para la Defensa del Ulster),
se pueden establecer contactos y que la gente tiende a cooperar. Sin embargo, a la luz
de los encuentros de Taylor y Quayle[61], esto sólo es posible «en tanto que uno tenga
la capacidad de cumplir sus objetivos de lograr una audiencia y una publicidad más
amplias». Al tratar de explicar su propio éxito en el acceso a miembros del IRA
Provisional, Joe Bowyer-Bell[62] escribe:
A todo el mundo le gusta hablar de sí mismo, y a nadie más que a quienes han
sido salvados. Hablar es mucho más fácil cuando la llegada de uno aporta
seriedad a la lucha armada local […] La investigación basada en el acceso —
logrado gracias a una interminable vigilia en un hotel casi desierto situado en
un lugar remoto y recóndito— suele garantizar que los ortodoxos supondrán
que el investigador simpatiza con la rebelión.
Si nos centramos en el IRA Provisional, basta pensar un poco para aclarar cuáles
son los medios. Por una parte, se pueden solicitar por escrito entrevistas con, por
ejemplo, miembros paramilitares que cumplan condenas de prisión a través de grupos
de apoyo a los presos. También se puede escribir directamente al preso en cuestión.
Si la respuesta es afirmativa, el entrevistador puede recibir permiso para acudir en
horas de visita a internos. El resultado de esta táctica difiere claramente en distintos
contextos. En Irlanda del Norte, donde los prisioneros tradicionalmente han
expresado un gran desprecio por las autoridades penitenciarias, sería imprudente y
quizá fútil que el investigador tratase de convenir una entrevista a través de los
canales institucionales. Sin embargo, en otras situaciones como, por ejemplo, un
terrorista que pueda encontrarse aislado en un país extranjero (como los extremistas
islámicos encarcelados en prisiones británicas), puede ser imprescindible una
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cooperación total entre el investigador y las autoridades para obtener el acceso. En
este último caso, el terrorista aislado carece de la red de apoyo con la que cuentan
dentro de la prisión otros terroristas encarcelados, como sucede con los paramilitares
de Irlanda del Norte. Por lo tanto, los esfuerzos prácticos invertidos en redactar con
sumo cuidado cartas que expliquen los antecedentes, motivos e intenciones del
investigador pueden valer mucho la pena cuando se trate de comunicar tanto con
prisioneros como con funcionarios, como lo demuestran ciertos casos.
Si, por otro lado, se conciertan entrevistas a través de una autoridad superior
«legítima» perteneciente al propio grupo terrorista, quizás a través del brazo político
del movimiento, existe, en una mayoría de los casos una secuencia de procedimientos
a seguir[63]. Esto se debe a que las organizaciones como el Sinn Fein y el IRA
Provisional reciben peticiones continuamente de periodistas y escritores que desean
entrevistarse en privado con figuras políticas o con terroristas, tanto en activo como
encarcelados. Tal vez sea imprescindible adelantar la lista de preguntas que se desean
hacer durante la entrevista. Por supuesto, ello implica cierta familiaridad con el
entrevistado potencial, aunque sólo sea a través de información publicada en los
medios; en otras palabras, el investigador ya habrá identificado a un individuo
concreto que cree que será importante para su trabajo. Aunque todo esto no es
indispensable, por supuesto, para los investigadores que, en lugar de proponerse
acceder a personas conocidas, no busquen más que «una entrevista o unos
comentarios». De la misma forma, es posible dirigirse al brazo político de un grupo
terrorista y solicitar hablar con, por ejemplo, «republicanos» para obtener ciertas
respuestas a una cuestión de investigación concreta, que podría incluir por qué la
gente se ha unido al movimiento republicano (como ha hecho Bowyer-Bell en su
trabajo), actitudes con respecto a la delincuencia, las drogas u otros problemas
sociales, etcétera. Volveremos en mayor detalle sobre este tema, pero por el momento
es importante poner elénfasis en que existen diversos métodos para contactar.
En una línea similar, el periódico republicano An Phoblacht publica una lista
semanal de las conmemoraciones y reuniones que se avecinan. No hay casi ninguna
conmemoración en la República de Irlanda a la que deje de asistir un buen número de
antiguos activistas del IRA Provisional, junto con algunos sospechosos de formar
parte de la organización en el presente. Asistir a ellas como un mero «espectador
inocente» puede tener ventajas para un investigador debutante[64]. Puede presentarse
a un posible entrevistado en un entorno que no es hostil y, si la respuesta es
afirmativa, el investigador tiene mucho que ganar, dada la cantidad de personas
presentes y la familiaridad que hay entre ellas.
Otro método consiste en abordar informalmente a individuos que hayan militado
en el pasado en un movimiento concreto y ya no lo hagan: por supuesto, hace falta
cierta proximidad, aunque sólo sea a través de un intermediario. En esta situación hay
dos grandes tipos de entrevistados potenciales: el terrorista retirado que ha
renunciado a su militancia (Sean O’Callaghan y, antes de su muerte, Eamon Collins
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serían dos buenos ejemplos muy solicitados para entrevistas) y el terrorista retirado
que no ha renunciado a su implicación. Aquí llegamos a un punto que evidentemente
causará preocupación a quienes crean (investigadores incluidos) que nadie «abandona
de verdad» sus vínculos con la organización[65]. Las entrevistas directas parecen
apuntar que no hay que temer si el investigador tiene preferencia por hablar con
personas que ya no estén involucradas en el terrorismo (ibid.). El presente autor hizo
esta pregunta a uno de sus primeros entrevistados (a principios de 1996), un miembro
del IRA Provisional entonces encarcelado, y obtuvo esta enfática respuesta:
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observadores objetivos y no como participantes […] Probablemente la
neutralidad total sea imposible. Es improbable que todos los bandos del
conflicto despierten las simpatías de uno en igual medida. Sin embargo,
declararse neutral puede resultar más difícil en ciertos tipos de situaciones que
en otros.
A menos que el investigador consiga una entrevista con el nivel más alto de una
organización paramilitar como el IRA Provisional, si aborda directamente a un
entrevistado potencial que esté dispuesto a acceder éste pedirá antes permiso (si
todavía es un miembro en activo) y/o consejo a una instancia más alta de la
organización[69]. Excepto en el caso de los grupos más pequeños, la mayoría cuentan
con un escalafón; en algunos casos, como los de ETA y el IRA Provisional, existe una
estructura jerárquica muy elaborada parecida a la de una gran empresa. Si la
entrevista no ha sido aprobada o concertada para el investigador por parte de una
«instancia más alta», se seguirán sencillamente los procedimientos internos de
seguridad en los que se instruye a los terroristas tras su reclutamiento[70]. En gran
parte, esto dependerá de factores como si se considera al investigador familiar o
digno de confianza; es cuestión de sentido común que, si el investigador despierta
desconfianza o desagrado por algún motivo en el entrevistado, un sencillo «no» basta
para detener las cosas. Por muchos motivos, resulta fácil entender por qué estas
organizaciones en general prefieren tratar con unos pocos periodistas muy
determinados que a lo largo del tiempo se hayan hecho familiares y merecedores de
confianza.
Resulta difícil formular conclusiones o falsar hipótesis en la literatura que pueda
salir de algunos de los problemas metodológicos aquí descritos, aunque sólo sea por
el sencillo motivo de que no se haya tratado de identificar temas ni experiencias
comunes entre los distintos estudiosos del terrorismo, en especial los que han optado
por una perspectiva tan directa. Lo que refleja otro gran vacío que queda por llenar en
nuestros análisis, aunque todavía haya algunas vías por explorar. Es interesante que,
dentro del reducido círculo de «forasteros» que pueden reunirse y hablar con
paramilitares en Irlanda, se hable con frecuencia en privado sobre la «calidad» de los
individuos con quienes se encuentra o se entrevista el investigador para escribir sus
artículos o libros. En las organizaciones grandes hay una serie de funciones y puestos
organizativos muy distintos que deben cubrirse, desde los simpatizantes y elementos
periféricos, e incluso los amigos de estas personas, hasta la cúpula directiva.
Obviamente, el número de personas con acceso a los miembros de la cúpula será
extremadamente reducido, sean periodistas veteranos y respetados o no. Bowyer-Bell
recibió permiso de la cúpula del IRA Provisional para escribir su libro sobre la
historia del movimiento. Los líderes del IRA Provisional le facilitaron acceso a
ciertas personas dado que, desde su perspectiva, una historia de la organización
debería describirlas de la mejor forma posible. No obstante, hay que subrayar que ello
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no significa que hablar con miembros de posición jerárquica muy inferior no reporte
beneficios, especialmente de cara a análisis psicológicos del terrorismo. Aunque un
activista del IRA Provisional (es decir, el que aprieta el gatillo o coloca la bomba)
desconozca la estrategia global que sigue su organización por orden de la cúpula
directiva, lo que nos interesa es a menudo conocer las acciones y la participación
individuales, así como las decisiones que toma un militante antes, durante y,
posiblemente, después de su participación en actividades terroristas. Los comentarios
de Crenshaw antes citados sobre la posibilidad de detectar patrones no deben tomarse
a la ligera. Con todo, para los investigadores veteranos la «calidad» del individuo
puede cambiar con la experiencia y la duración de su interacción con la organización,
y el valor de esto puede llegar a ser altísimo porque puede resultar muy útil para
acceder a miembros de todos los niveles posibles de la organización[71].
No se puede ignorar que estos asuntos suscitan importantes problemas éticos en
esta línea de trabajo, ya que desempeñan un papel primordial en toda investigación
que comporte hablar con personas directamente responsables de lesiones y muertes.
Recordando las palabras de Taylor y Quayle[72] sobre la posibilidad de que el
investigador se sienta moralmente obligado a colaborar con las fuerzas de seguridad,
es de sentido común dejar claro que ningún exterrorista (al menos, ninguno que no
haya renunciado al contacto con sus excamaradas) colaborará con un investigador del
que sospeche que colabora con las fuerzas de seguridad. Los graves riesgos de
seguridad que ello plantea para cualquier organización resultan evidentes, y la
seriedad que reviste esta cuestión ha quedado ilustrada anteriormente. Por lo tanto,
para un especialista en ciencias sociales «solitario» es fundamental ganarse la
confianza y mantenerla para asegurarse unas entrevistas fiables y válidas.
Esto implica que, probablemente será más prudente no tratar de discutir temas
que puedan ser especialmente delicados o peligrosos. Entre ellos se encuentran los
que, desde el punto de vista del grupo terrorista, puedan ofrecer datos de inteligencia
útiles para las fuerzas de seguridad. No es responsabilidad del académico explorar
líneas de interrogatorio que se desvíen de la materia de investigación en cuestión (si
es que resultase apropiado desviarse de ellas). En cualquier caso, es probable que
para un investigador lo mejor sea evitar ponerse en una posición comprometida y, de
esta forma, ahorrarse dilemas éticos y morales.
Además, para un investigador que trabaje con terroristas, como sería el caso de un
periodista, sería una ingenuidad pensar que cualquier organización de este tipo
desconozca, sean cuales sean sus capacidades (incluido el uso de los medios de
comunicación), la existencia de problemas éticos y cláusulas de confidencialidad. El
IRA Provisional es perfectamente consciente de que los periodistas trabajan con un
código deontológico y un derecho de confidencialidad; no sería realista pensar que
los grupos más complejos, como el IRA Provisional y ETA, desconocen la existencia
de códigos similares en el contexto académico[73]. En caso de que una conversación
derive hacia la revelación de información delicada, con los paramilitares siempre está
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implícita la amenaza del uso de la violencia, algo que ignorarán pocos entrevistadores
que valoren su seguridad. De ello da fe el hecho de que el IRA Provisional asesinó a
tiros a un antropólogo que trabajaba en Irlanda del Norte[74].
Todo miembro de una organización terrorista, tal vez sobre todo las «caras
aceptables» (es decir, las del brazo político) puede contemplar una entrevista como
un momento oportuno para declarar los objetivos o justificaciones de su movimiento.
Los medios de comunicación y el mundo académico son un verdadero balón de
oxígeno publicitario para el terrorista. Por este motivo, es obvio que cualquier
reunión de este tipo puede ser un arma de doble filo. En agosto de 1996 se produjo un
buen ejemplo de ello en el contexto del periodismo, cuando el RUC detuvo dos
coches que viajaban juntos en Annahilt, en el condado norirlandés de Down. En el
primero de ellos se encontraba Alex Kerr, a quien la UVF (Ulster Volunteer Force,
Fuerza de Voluntarios del Ulster) había amenazado de muerte a causa de una disputa
interna unionista. En el segundo coche, que conducía George Milliken, socio y
compañero de Kerr, había cuatro periodistas. Estos habían sido conducidos a una
granja de Donaghcloney, también en el condado de Down, donde tomaron fotografías
de nueve terroristas armados y encapuchados, uno de los cuales leyó un comunicado
en el que se desafiaban las órdenes dictadas por la cúpula del grupo paramilitar
relacionadas con la mencionada disputa[75].
A la luz de estos hechos, también es importante que, antes de que el investigador
inicie una línea de trabajo que comporte entrevistas, desarrolle (a) las preguntas
indicadas y (b) las técnicas de entrevista necesarias. Desde un punto de vista
psicológico, Crenshaw[76] señala que aun en el caso de que se llegue a entrevistar a
terroristas, no deja de ser improbable que puedan reconstruirse con precisión los
motivos que le empujan a actuar. Si un estudio de este tipo va a rebasar lo que
Crenshaw denomina «descripción», esta autora observa que «plantear las preguntas
correctas es tan importante como hallar respuestas»[77]. En una línea similar,
Ferracuti[78] insiste en que los materiales procedentes de entrevistas y autobiografías
«se componen de […] motivos reales [que] yacen ocultos bajo racionalizaciones y
reinterpretaciones interesadas de la realidad». Taylor y Quayle reconocen este hecho
con claridad en su desarrollo de una comprensión psicológica de los terroristas y
subrayan la necesidad de que los entrevistadores puedan apartarse de lo que parezca
propaganda para acercarse a «nociones de base psicológica[79]».
Por último, vale la pena señalar que, al investigar el terrorismo desde un enfoque
psicológico (en el que las entrevistas serán imprescindibles), la comunicación de los
resultados debe realizarse con sumo cuidado. Como observa Crenshaw de forma
implícita[80], adoptar este enfoque puede conducir al error de tratar de emitir un
diagnóstico sobre los terroristas. Por supuesto, tampoco puede ignorarse el temor de
los académicos de que sus hallazgos sean objeto de un mal uso, por lo que resulta
especialmente necesaria una buena comunicación, no sólo entre disciplinas sino
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también entre el mundo académico y el de las fuerzas de seguridad[81]. Crenshaw[82]
ha explicado que el Departamento de Estado de Estados Unidos reconoció que a los
expertos en terrorismo «sólo se acude durante la gestión de las crisis. En otras
palabras, las autoridades pueden negar que la teoría sea relevante, pero recurren a ella
constantemente, y especialmente durante una crisis, cuando creen que han escapado a
su influencia».
Conclusiones
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3
Enfoques individuales
En octubre de 2002, murieron 202 personas a causa de las bombas que estallaron
en dos populares bares de la isla indonesia de Bali. Amrozi bin Nurhasyim, un
mecánico de cuarenta y un años que era miembro del movimiento afiliado a Al
Qaeda, Jemmaah Islamiyah, fue el primero de los inculpados en ser condenado. Tras
escuchar la sentencia dictada contra él, Amrozi se inclinó sobre su silla hacia la sala,
alzó los pulgares en signo de aprobación, sonrió de oreja a oreja y alzó triunfante los
puños. La prensa le dedicó el apodo de «el terrorista risueño». Algunas personas
criticaron la arrogancia de Amrozi, mientras que otras se vieron incapaces de salir de
su asombro y comprender su comportamiento. El general Made Pastika, a la sazón
jefe de policía de Bali, recuerda que no podía creer las primeras noticias que le
llegaron del atentado: «Pensé que aquella gente debía de estar loca»[1]. Quienes
planificaron y coordinaron el atentado con bomba siguen en libertad, y la imagen de
Amrozi sonriendo en el juzgado de Bali continúa grabada en la mente de muchos.
Siempre que se trata de comprender un comportamiento inusual o extremo,
resulta difícil reconocer que únicamente está a la vista el resultado de una larga serie
de actividades y sucesos, todos ellos ligados de formas que sólo cobran sentido a
posteriori. Aunque lo que aparece en televisión suelen ser relatos asépticos de los
sucesos de violencia política, la cantidad de destrucción y la escala de sufrimiento
humano que éstos provocan son los resultados del atentado que se dramatizan de tal
forma que dejan en la mente del espectador una impresión duradera. Además, cuando
pensamos en los responsables del atentado, todo este drama es a menudo
determinante en nuestra percepción. En este punto, solemos caer en lo que los
psicólogos denominan el error fundamental de atribución, un fenómeno cotidiano
que, básicamente, es una forma de comprender cómo en ocasiones tratamos de
explicar la conducta de otra gente recurriendo a explicaciones disposicionales (es
decir, su personalidad, «cómo son»), mientras que para explicar la nuestra
recurriríamos a explicaciones situacionales (por ejemplo, me comporté de aquella
forma por culpa de las compañías que tenía aquella noche).
Este sesgo puede afectar a nuestra comprensión del terrorista de diferentes
modos. Si, por ejemplo, sólo nos fijamos en el resultado de los atentados terroristas,
tendremos una visión distorsionada tanto sobre el terrorista como sobre el fenómeno
del terrorismo. En este punto corremos el riesgo de contemplar de forma sutil e
implícita (y, en contadas ocasiones, como hemos visto antes, explícita y no tan sutil)
la conducta del terrorista como un comportamiento totalmente anormal. Lo que suele
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entenderse por anormalidad no refleja más que un juicio, aunque, en términos
psicológicos, los comportamientos anormales suelen darse en presencia de alguna
afección psicológica que, como mínimo, sugiere la existencia de un trastorno que
afecta y debilita el bienestar del paciente. Al tratar de comprender los horribles actos
del terrorismo y a quienes los perpetran, las explicaciones basadas en la anormalidad
de los terroristas suelen expresarse a través de frases como «deben de estar locos». La
noción de que interviene alguna enfermedad resulta comprensible de forma intuitiva
porque parece plausible, y nos permite sentirnos reconfortados y capaces de entender
conductas extremas. Por supuesto, ello también dificulta decidir si debe considerarse
o no al terrorista responsable de lo que ha hecho.
Para algunos analistas, la afirmación de que existe una personalidad terrorista
determinada refleja este tipo de suposiciones. En concreto, refleja un debate que hoy
probablemente tenga más interés histórico que relevancia propiamente dicha. Pero
esto sólo es cierto en parte; la búsqueda de una personalidad terrorista caracterizó la
investigación psicológica de finales de los años setenta y principios de los ochenta,
mientras que, de forma más reciente, un debate productivo ha recomendado que no
aceptemos sin más una generalización como resultado de unos pocos estudios
realizados con escaso rigor sobre terroristas capturados. No obstante, la idea de que
existe una personalidad terrorista resurgió con vigor renovado en las publicaciones
académicas en los meses posteriores al 11-S. Es desafortunado que estos enfoques
desconozcan los esfuerzos previos y parezcan ignorar selectivamente la literatura
anterior, un problema al que se ha hecho alusión en el capítulo anterior.
Se dan muchos intentos de denigrar a los terroristas y sus causas
caracterizándolos expresamente como psicópatas (un adjetivo que suele causar los
mismos efectos que el de «terrorista»). En los años setenta era popular la visión del
terrorista como psicópata. En los años ochenta y noventa se descartó esta idea, pero
se propusieron rasgos de personalidad más sutiles como posibles características del
terrorista; en especial, el narcisismo y la paranoia. Pero dado el renacimiento del
debate sobre la personalidad terrorista tras el 11-S y la intensificación de la Intifada
palestina, es necesario analizar este tema para llegar a algunas conclusiones útiles
sobre por qué persisten en la literatura estas caracterizaciones tan erróneas y mal
informadas.
Terrorismo y psicopatía
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ausencia de voluntad para ajustarse a las normas sociales o de convivencia. No todos
los psicópatas adoptan conductas violentas, pero la violencia es un resultado
frecuente de las tendencias agresivas del comportamiento psicopático. De cara a las
analogías con el terrorismo, resultan de especial interés una falta de remordimientos o
culpabilidad en el psicópata por sus actividades y una visión del mundo egocéntrica
que excluye cualquier preocupación por el bienestar del prójimo.
Es fácil argumentar que la psicopatía puede ser una característica de la conducta
terrorista. Después de todo, los terroristas causan a propósito destrucción,
sufrimientos y muerte, y eso no es todo: en general, están dispuestos a asumir su
responsabilidad por estas actividades con el razonamiento de que sus actos no sólo
eran necesarios, sino también importantes y justificables, y que continuarán hasta que
se atiendan las demandas de su movimiento. La frecuente reinterpretación que los
terroristas y sus acólitos políticos hacen del sufrimiento de sus víctimas provoca la
furia y la victimización de quienes padecen la violencia terrorista. Gerry Adams, líder
del Sinn Fein, dice reconocer el sufrimiento causado a los objetivos «no militares» de
la violencia del IRA Provisional, pero explica que se trata de un efecto inevitable de
la guerra que libran sus correligionarios. De esta forma se excluye toda
responsabilidad personal, y la muerte de la víctima se presenta como el fruto de unos
acontecimientos «desafortunados», pero ajenos (y la responsabilidad del asesinato de
civiles por el IRA Provisional se atribuye directamente al gobierno británico). Estas
palabras son difíciles de aceptar para los supervivientes, y esta falta de deseos por
expresar culpabilidad empeora el trauma.
El sentido común podría llevarnos a hallar perfectamente razonable la idea de que
quienes adoptan conductas terroristas (en cualquier nivel) evidencian algún tipo de
trastorno psicológico, y muchos ejemplos de violencia terrorista parecen garantizar
un diagnóstico psicológico de psicopatía cuando se examinan en detalle las
características cotidianas de la violencia terrorista. Carroll[2] describe la práctica de
los «actos de castigo», asaltos contra quienes el IRA Provisional y su comunidad de
simpatizantes consideran que mantienen un comportamiento «antisocial». Aunque el
IRA Provisional haya comenzado recientemente a entregar las armas, un análisis
cuidadoso revela que lo que está cambiando en Irlanda del Norte es el objetivo y el
contexto de la violencia, y no los métodos tradicionales empleados por los terroristas.
Carroll da el ejemplo de un muchacho de dieciséis años «atado cabeza abajo a una
verja y apaleado hasta que le rompieron las piernas», al que ya habían «sujetado con
una soga al cuello como si fuera un animal, para que no pudiera esquivar los golpes».
Para explicar que los apaleamientos de castigo suelen ser más dolorosos que los
disparos de arma de fuego, ya que las heridas tardan mucho más en curarse, Carroll
describe a los atacantes como «psicópatas». En otro incidente, un adolescente de
Belfast llamado Martin Doherty fue literalmente crucificado: en febrero de 1996, una
banda de castigo del IRA Provisional le atravesó las manos y las rodillas con clavos
de acero fijados a un poste. Para quienes no estén familiarizados con la escala y la
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brutalidad de la violencia que continúa aquejando a Irlanda del Norte, y que ha
aumentado desde las primeras treguas de 1994, puede resultar útil la descripción
hecha por Anderson[3] de los ataques de castigo:
Los pelotones han actuado con gran celo: han asesinado a decenas de
personas y disparado tiros en las piernas a como mínimo otras 1.500. Ya no se
contentan con palizas o disparos; han pasado a formas de crueldad más
sofisticadas y han introducido todo un nuevo glosario de términos en la
lengua de la calle. Están el 50-50 (se obliga a la víctima a tocarse los dedos de
los pies mientras le disparan en la columna), el breeze bloking (destrozo
sistemático de huesos a base de aplastar las articulaciones con losas o piedras)
y el six-pack (disparos en la rodilla, el tobillo o el codo). Con la acumulación
de experiencia, los pelotones aprenden a provocar el máximo dolor posible:
las heridas pueden agravarse obligando a la víctima de un disparo a tenderse
sobre un suelo de cemento, y la mejor forma de destrozar un codo es llevar la
mano al hombro y disparar sobre la parte exterior de la articulación.
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extremo con el grupo y sus ideales. En agosto de 1997, un miembro veterano del Sinn
Fein y presunto líder del IRA Provisional, describió al detalle para el autor de este
libro cómo su entrada en el IRA Provisional le afectó a él, a su familia y a sus
camaradas republicanos:
Fue […] muy duro. Y aún lo es muchas veces. De hecho, tuve mucha suerte
de que mi esposa compartiese mis convicciones [políticas], y de que ella
entendiese la profundidad de mi compromiso sin saber qué estaba haciendo
concretamente, ella tenía una idea de qué era, y por el hecho de que a ella la
habían detenido y una vez la habían cacheado desnuda en comisaría,
comprendía perfectamente las presiones que podía sufrir y que, para su propio
bien, era mejor no saber, ¿sabe usted? Y […] tengo mucha suerte en este
sentido.
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violencia descrito por Cooper, al menos al principio de sus actividades. De forma
similar, Cooper[11] ha razonado que «pocos terroristas parecen obtener una
satisfacción real del dolor que provocan». Kellen[12] critica a los analistas en este
sentido porque «nunca postulan que los terroristas sienten hacer lo que hacen. Pero
algunos terroristas sienten culpabilidad, y tenemos pruebas de ello»[13]. La visión de
los terroristas como personas necesariamente anormales en este aspecto ignora las
situaciones en que los miembros de organizaciones se insensibilizan y adoptan un
mayor compromiso a consecuencia de su pertenencia al grupo y de su creciente
implicación psicológica en él, mientras que la responsabilidad individual por las
actividades terroristas queda subsumida bajo un sentimiento compartido de identidad
comunitaria, como veremos en el capítulo 5.
Heskin[14] sostiene que la idea de aplicar el concepto de psicopatía a la psicología
terrorista pierde credibilidad a la vista de que resulta imposible distinguir
racionalmente entre la conducta del terrorista y la de otros tipos de grupos centrados
en un conflicto. Dadas las razones por las que a veces se aplica peyorativamente el
término «psicopática» a la violencia terrorista (especialmente en las respuestas
políticas y la cobertura mediática de las atrocidades terroristas), este adjetivo (al igual
que el de «terrorista») podría emplearse también a otros tipos de violencia, en
particular a la que practican muchos soldados en la mayoría de las guerras. Pero en
estos otros contextos, al igual que sucede con el uso inconsistente y eufemístico de
las palabras «terrorismo» y «terrorista», se prefiere optar por una terminología
totalmente distinta.
Otra incoherencia, de carácter un tanto diferente pero no menos reveladora de
cierta tendencia que se produce en los análisis psicológicos del terrorismo, se
encuentra en la imposibilidad de dictaminar de forma consistente qué merece
denominarse como psicopatía cuando no se ha realizado ningún diagnóstico clínico.
Por ejemplo, los argumentos de Konrad Kellen[15] de que Carlos «el Chacal» era un
psicópata se basaban únicamente en «lo que dice él sobre sí mismo y sobre sus actos
durante las entrevistas». Además, según Silke[16], el énfasis de Pearce en la psicopatía
parece basarse en «fuentes secundarias tales como autobiografías, biografías y
entrevistas de terroristas. En un caso, Pearce realiza un diagnóstico de psicopatía
basado principalmente en que un individuo lleva tatuajes en el torso». De esta forma,
para concordar con el argumento esgrimido con frecuencia por los científicos de que
ya se conoce la conducta terrorista en grado suficiente como para persistir en la
ingenua expectativa de que existe una «personalidad terrorista» (o «fenotipo», en
palabras de Paul Wilkinson), será comprensible que tratemos de explorar en mayor
profundidad la base sobre la que se establecen tales afirmaciones, dada la naturaleza
de las aseveraciones de Pearce y Kellen.
Tal vez si se diera la oportunidad de examinar a terroristas en un entorno clínico
(y provisto de los rigores de un análisis y una investigación psicológica seria),
aparecerían pruebas que vinculasen algunos de los que «llaman muchísimo la
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atención» con trastornos patológicos. Esto parece probable, dada la naturaleza de
algunas actividades para cuya ejecución se ha demostrado que tiende a seleccionarse
a personas con disposición violenta (por ejemplo, los ataques de castigo del IRA
Provisional); las probabilidades aumentarían a causa del elevado número de personas
que forman parte de las mayores organizaciones. A pesar del «atractivo» de esta
cuestión (y la sutileza con la que éste influye en las suposiciones comunes sobre
aspectos de la literatura conductista, como quedará más claro a lo largo de las
siguientes secciones), los movimientos terroristas no deberían verse ni como
organizaciones de individuos necesariamente psicópatas por la brutalidad de su
comportamiento, ni tampoco debe considerarse especialmente probable que recluten
a gente con tendencias psicópatas.
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sus conclusiones sean objeto de desarrollo en otros análisis parecidos de la literatura
contemporánea hacen justificable que la estudiemos en cierto detalle para llegar a las
conclusiones necesarias sobre su veracidad y su valía en conjunto.
En 1981 diversos investigadores realizaron el mayor estudio hasta la fecha sobre
terroristas bajo los auspicios del Ministerio del Interior de la República Federal de
Alemania, que encargó al equipo que examinase el caso de más de 227 terroristas
germanos[17]. Entre ellos se identificó un primer tipo de líder terrorista de
personalidad extremadamente extrovertida y caracterizada por una tendencia a una
conducta «inestable, desinhibida, desconsiderada, egocéntrica y poco emotiva»[18]. El
segundo tipo de líder terrorista, según el equipo de investigación, eran los
neuróticamente hostiles que «rechazan las críticas y son intolerantes, suspicaces,
agresivos y defensivos»[19]. Según el análisis que Crenshaw[20] realiza de este
trabajo:
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ochenta y noventa, otros autores[22]. Crenshaw[23] revisa los resultados de este estudio
alemán y afirma que ciertas deficiencias emocionales ciegan a los narcisistas ante las
consecuencias negativas de sus actos. Según el análisis de Crenshaw de los resultados
de la investigación, las tendencias narcisistas que se observaron «también poseen una
alta tolerancia al estrés»[24]. Post[25] también apoya las conclusiones de los científicos
alemanes y razona que en general:
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es común entre los terroristas del IRA Provisional porque, según su opinión, puede
ser razonable asumir que los irlandeses en general (tanto del norte como del sur) sean
ligeramente más autoritarios de lo normal, dado el temperamento conservador
político y religioso tradicional en la isla. Sin embargo, esta hipótesis de Heskin no ha
sido corroborada por posteriores estudios empíricos[28].
En una reseña de 1992, Friedland[29] presentó una perspectiva general de
explicaciones del terrorismo basadas en la personalidad y en la existencia de cierto
grado de «anormalidad» en el terrorista:
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En general, vistos en el contexto de un estudio científico de la conducta (lo que
implica al menos cierto sentido del rigor), estos trabajos son excepcionalmente
endebles en su intento de demostrar la presencia de anormalidades psicológicas en los
terroristas. Dicho esto, hay que advertir que, aunque estas perspectivas de
limitaciones tan obvias puedan desecharse de entrada, en la literatura persisten tres
caracterizaciones muy concretas del terrorista como un individuo psicológicamente
«especial». Estas no han sido objeto de la misma reprobación que las más simplistas
que acabamos de ver, pero existen muchos motivos para relegarlas a la misma
papelera. Estas teorías hacen énfasis en los fenómenos de (a) frustración-agresión, (b)
narcisismo (y narcisismo-agresión) y (c) influencias psicodinámicas.
La hipótesis de la frustración-agresión
Friedland, que deja clara su crítica hacia las posturas reduccionistas sobre las
características psicológicas de los terroristas, perfila y examina factores que
pretenden explicar, en primer lugar, qué condiciones dictan que un movimiento llegue
a desear ejercer un cambio social; en segundo lugar, cómo y por qué estos
movimientos recurren a la violencia, y en tercer lugar, por qué dicha violencia tiende
a experimentar una escalada. Friedland caracteriza la entrada de grupos minoritarios
en conflictos sociopolíticos y su posterior recurso a la violencia (aunque no sea
necesariamente debido al conflicto) a consecuencia de un estatus desfavorecido real o
imaginario y una respuesta agresiva a la falta de solución de sus agravios. Este
modelo ha disfrutado de popularidad en una forma u otra entre muchos
comentaristas[32].
Según Tittmar[33], que presentó en 1992 un argumento muy contundente, el
terrorismo puede explicarse por medio de una de las interpretaciones psicológicas de
la agresión más populares: la hipótesis de la frustración-agresión (FAH, según sus
siglas en inglés). La FAH, desarrollada originalmente por Berkowitz[34], describe la
respuesta a la frustración o a la imposibilidad de culminar los objetivos personales o
sociales de una persona. La respuesta a esta imposibilidad puede presentarse como
una situación de «luchar o huir», una alternativa entre una reacción agresiva y
defensiva o ninguna reacción en absoluto (es decir, huir física o psicológicamente o
tratar de ignorar el problema o al menos intentar minimizar su importancia por medio
de la denominada «disonancia», por ejemplo). Aunque Friedland[35] encuentra «muy
atractivo» este tipo de explicación, puede criticarse de diversas formas. Ferracuti[36]
rebatió este modelo psicológico y otros derivados de la FAH[37] como explicaciones
potenciales de la violencia terrorista y política con el argumento de que «traslada el
problema desde el universo social al idiosincrático, y lidia de forma superficial con
los motivos y contramotivos. Además, esta teoría es tautológica, al menos en parte, y
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no explica la conducta de los terroristas “arrepentidos” y de quienes, aunque sientan
frustración, se abstienen de participar en actividades terroristas»[38].
La adaptación de la FAH a la comprensión del terrorismo (esencialmente,
recordemos, una hipótesis utilizada para explicar la violencia individual) fue, al
parecer, «obra de diversos autores con poca consideración aparente por las
modificaciones que pudieran ser necesarias al pasar del plano individual al
colectivo»[39]. Merari y Friedland[40] sostienen que aunque se hayan identificado
«correlaciones con la desestabilización [social]», no puede avanzarse más por este
camino para explicar el terrorismo, ya que «el proceso por el que la desestabilización
genera terrorismo aún no ha sido determinado». Como observa también el propio
Friedland, varios autores criticaron la aplicación de la FAH no sólo por ser una
hipótesis cuestionable en el contexto individual, sino por su «transferencia» al plano
colectivo, también señalada por Ferracuti. Según Friedland, un científico concreto ha
expresado que la persistencia de la popularidad de la FAH podría deberse a su
simplicidad. Aunque sea inusual, Tittmar trató de demostrar que esta teoría podía
aplicarse a las motivaciones de los terroristas basándose en la generalización del caso
de un solo terrorista fracasado.
La FAH y sus derivados (por ejemplo, la hipótesis de la privación relativa,
propuesta inicialmente por Gurr)[41] son y serán de utilidad muy limitada para
explicar el terrorismo, tanto en el plano individual como en el colectivo. Incluso la
tentativa del propio Friedland de debatir la FAH y las teorías de la privación relativa
condujo forzosamente a volver al punto de partida: dada la supuesta influencia que
las condiciones «frustrantes» dan a ciertos «miembros privilegiados de la sociedad»
(la excepción a la regla de los «terroristas como ciudadanos desfavorecidos», como
hemos visto antes), «¿por qué siguen siendo tan pocos los que se involucran en el
terrorismo?»[42].
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terrorista (y por qué ciertas personas se unen al grupo y, una vez dentro de él,
practican violencia terrorista), una teoría como la FAH no constituye una explicación
satisfactoria ni siquiera para una determinada proporción de los terroristas,
concretamente los desposeídos (calificativo que podría describir el espíritu del
resurgimiento del terrorismo en Irlanda del Norte a finales de los sesenta). Y no sólo
eso; al estudiar las excepciones a esta norma, tales como los terroristas «acaudalados»
—como, por ejemplo, los estudiantes de la Alemania Federal que militaron en la
Fracción del Ejército Rojo— o los «intelectuales», llega un punto en el que no hay
más remedio que recurrir a predisposiciones «internas», como se ha dicho
implícitamente en la literatura. Por todo ello, un marco teórico de trabajo tan poco
concluyente como éste no ofrece unas posibilidades precisamente optimistas para
abordar el tema que nos ocupa. Además, aun en el caso de que las investigaciones
mencionadas no pretendan generalizar a partir de conceptos psicológicos, queda claro
que la investigación individual se lleva más allá de los límites de aplicación y que se
cae en la trampa de la que advirtió Reich[45]. Los límites de aplicación de la teoría
deben ser mucho más explícitos para obtener resultados satisfactorios y, además, las
discusiones secundarias y los intentos de alcanzar y extrapolar resultados a contextos
más amplios no deben promoverse de forma poco crítica.
Narcisismo y narcisismo-agresión
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Pearlstein ve la teoría del narcisismo-agresión como una sucesora válida de la
FAH y cita quince referencias en las que el narcisismo se emplea para explicar por
qué la gente se implica en el terrorismo (página 28). Aunque varias de las citas de
Pearlstein (por ejemplo, tres artículos de Post) no hagan más que reiterar trabajos
anteriores de otros autores (es decir, las investigaciones de Jäger, Schmidtchen y
Sullwold), Pearlstein se basa en datos que posteriormente reconoce que sólo
contienen «someros indicios de tal interrelación»[48]. Además, en su análisis de los
estudios que aparentemente indican la existencia de narcisismo, Pearlstein no hace
referencia a ninguno de los trabajos empíricos o de otros tipos que indican
firmemente la ausencia de narcisismo (por ejemplo, ni siquiera cuando se determina
clínicamente en una época muy anterior[49]), ni las críticas (conceptuales o de otro
tipo) a los estudios que defienden la hipótesis del narcisismo[50]. Tampoco trata
Pearlstein de abordar, por ejemplo, el hecho de que Post no pasó de sugerir que la
conducta de los terroristas muestra «similitudes» con el narcisismo, y que no llegó a
postular que fueran narcisistas. Pearlstein lo expresa con mayor claridad en sus
propias conclusiones: «Los determinantes psicológicos o las fuentes del terrorismo
político parecen hallarse en el denominado trauma narcisista y en la decepción
narcisista»[51]; también asegura que «en el 90% de los estudios de terroristas
políticos, la decepción narcisista desempeña un papel psicobiográfico crucial»[52]. En
apoyo de ello, Pearlstein presenta un análisis de «nueve estudios del caso de
individuos que tomaron la decisión de convertirse en terroristas políticos»[53]. Sin
embargo, los problemas que acarrea el basarse en dichos estudios son obvios. Al
emplear tan sólo unas cuantas fuentes seleccionadas en las que los terroristas dan
explicaciones de sus decisiones, resulta evidente la dificultad de dar por válida la
interpretación de memorias autobiográficas. Acerca de una de ellas (en la que Susan
Stern relata su entrada en el grupo terrorista estadounidense denominado Weathermen
[los hombres del tiempo]), Pearlstein dice que la terrorista presenta «su vida personal
y la naturaleza de su evolución psicológica y psicopolítica» y asegura que Stern «trata
de unificar honestamente su vida personal y sus creencias políticas, y lo logra». Los
demás casos citados por Pearlstein se basan en fuentes similares, como cartas de
terroristas a jueces, informes gubernamentales, artículos periodísticos y otras fuentes
secundarias y terciarias. Aunque Pearlstein argumente que su decisión de elegir
nueve terroristas de distintos contextos y situaciones sirve para ilustrar la necesidad
de reconocer esta heterogeneidad, hace oídos sordos al problema de aceptar sin
sentido crítico los datos generados por terroristas a los que han prestado mucha
atención diferentes autores y periodistas (en especial Carlos, Ulrike Meinhof —del
grupo Baader-Meinhof— y el líder del Symbionese Liberation Army).
Relatos psicodinámicos
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Aunque, como sostiene Taylor[54], las teorías psicodinámicas sobre la conducta
humana parezcan tener más bien «un papel menguante en la psicología y, en términos
generales, hayan sido reemplazadas por enfoques de orientación más empírica», no
ha sido así en los análisis psicológicos sobre el terrorismo. La psicología
psicodinámica, cuyos orígenes se remontan a la obra de Sigmund Freud, básicamente
afirma que la conducta humana sufre una gran —si no total— influencia de diversos
deseos latentes e inconscientes originados por conflictos de infancia no resueltos de
carácter real o imaginario. En su reseña de 1988, Taylor criticó duramente diversas
teorías de orientación psicodinámica que implícitamente constituyen explicaciones
basadas en el complejo de Edipo o de Electra de los terroristas. De esta forma, dicho
autor critica una perspectiva que ha sido durante mucho tiempo, y posiblemente lo es
todavía, la más popular (en cuanto a número total de simpatizantes) para comprender
la «personalidad terrorista»[55].
Kellen[56] fue una de las primeras voces que insistieron en aplicar la teoría
psicodinámica y, al examinar el caso del exterrorista de Alemania Occidental Hans-
Joachim Klein, asegura:
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menor en las nociones más estrictamente freudianas. En la corriente principal de la
psicología, Erik Erikson[60] ha formulado una teoría de la personalidad en la que la
formación de una «identidad» (y, poco después, una identidad «negativa») es crucial
para el desarrollo de la personalidad. Erikson postula que el desarrollo del niño se
caracteriza por una serie de crisis que, para que la personalidad infantil quede
totalmente integrada, deben superarse sucesivamente. Si estos conflictos de la
infancia no se resuelven, según Erikson, se manifestarán en una fase posterior de la
vida en forma de problemas psicológicos. A este respecto, Post sostiene, al igual que
Kaplan, que la necesidad de «pertenecer» a un grupo (al parecer, sirve cualquier
grupo, y, si aparece la oportunidad, el grupo terrorista también) es primordial en la
formación de la identidad del terrorista[61], Según la hipótesis de Post, esto se
desarrolla mediante las relaciones interpersonales dentro de la estructura, la ideología
y las estrategias de los terroristas. Crenshaw[62] y Taylor[63] analizan cómo puede
aplicarse al terrorismo dicho proceso de identificación. Crenshaw[64] describe el
proceso al interpretar la teoría de Erikson en relación con la motivación de los
terroristas:
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sentido de identidad de los terroristas se forma y se desarrolla en respuesta no sólo a
su «propio» mundo sino también a los cambios externos (por ejemplo, las tendencias
de globalización). Toda reseña de las perspectivas psicodinámicas arrastra problemas
prácticos de relevancia como el hecho de que las teorías psicodinámicas son
indemostrables y siguen una lógica circular; además, se consideran en posesión de un
conocimiento «especial» y se caracterizan por su reticencia a someterse al rigor
científico propio del desarrollo de teorías y la comprobación de hipótesis en la
psicología contemporánea. Es innegable que, en retrospectiva (especialmente a la
vista de las fuentes autobiográficas), algunos casos parecen encajar bien con el
modelo de identidad en el que la influencia familiar tiene un peso en la iniciación en
el terrorismo, y, aunque esta perspectiva sirva para conceder importancia al papel de
la familia, sólo puede aplicarse de forma limitada a la comprensión de los terroristas
en general. Además, la utilidad conceptual de las explicaciones psicodinámicas
adolece de las mismas limitaciones y no hace más que añadir confusión a los
conocimientos existentes sobre la psicología de los terroristas. Los intentos
psicodinámicos de impulsar explicaciones que conllevan una «lógica psicológica»
específica de la conducta terrorista son tan vagos y amplios que poseen poco o
ningún valor predictivo.
En una reseña detallada, Silke[66] dice que «los investigadores más serios de este
campo están, al menos nominalmente, de acuerdo en que los terroristas son
individuos básicamente normales». En general, esta afirmación cobra validez a la
vista de los estudios que dan pruebas de falta de anormalidad, las investigaciones que
dan pruebas de que existe tal normalidad (lo que no es exactamente lo mismo) y los
avances en el campo de las explicaciones alternativas para las conductas anormales,
incluidas las violentas. Al respecto de esto último, cabe decir que la criminología y la
psicología forense tienden de forma cada vez más predominante a basarse en el
resultado de investigaciones bien establecidas en el campo de la psicología social
para explicar la influencia de los factores situacionales en la conducta violenta[67] y,
en particular, por qué la iniciación en conductas extremas (por ejemplo, la adopción
progresiva de actitudes y valores extremistas y el apoyo y, posiblemente, la práctica
de violencia extrema) no debe necesariamente debatirse con teorías positivistas y
suposiciones sobre la «particularidad» psicológica, ni debe conceder una importancia
excesiva al papel que desempeñan las personalidades y los diversos rasgos
psicológicos.
En primer lugar, es posible identificar pruebas de que los terroristas no
necesariamente se caracterizan por el tipo de rasgos psicológicos concretos que han
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sugerido otros estudios psicológicos de esta área. En su estudio del FLQ (Front de
Liberation du Quebec, el canadiense Frente de Liberación del Quebec), uno de los
primeros jamás realizados sobre psicología terrorista, Gustav Morf[68] no observó ni
registró ningún rasgo de personalidad concreto. Algo parecido puede decirse de un
estudio del psiquiatra alemán Rasch[69], que analizó a once hombres y mujeres
pertenecientes al grupo Baader-Meinhof. Las conclusiones de Rasch apuntan a una
total ausencia de indicios de paranoia, psicopatía, fanatismo u otros fenómenos
psicóticos o neuróticos. De forma similar, Rasch también insistió en la necesidad de
ilustrar la presencia de tales «trastornos» (en caso de que apareciesen) dentro de los
rigores del análisis y los estudios académicos: la investigación no sólo debe ser válida
metodológicamente, sino que debe dar garantías de relevancia estadística y de
interpretar los datos de forma cuidadosa de cara a formular cualquier generalización.
Como psicólogo, McCauley[70] pone el énfasis en que «ello no implica que no existan
patologías entre los terroristas, pero la tasa de patologías diagnosticables, como
mínimo, no difiere de forma significativa de la presente en grupos de control de la
misma edad y procedencia». Podría entenderse que esta afirmación da pie a continuar
buscando «la personalidad terrorista», al menos desde el punto de vista teórico (y que
debemos depurar los métodos para llegar a conclusiones más concretas), pero la
naturaleza de este estudio sería muy cuestionable, como se deduce de la discusión
que desarrollaremos a continuación.
Corrado[71] ha examinado varios estudios sobre terroristas basados en la presencia
de anormalidades psicológicas y deficiencias de personalidad, pero no ha logrado
encontrar ninguna prueba sólida y sistemática que los apoyase. Las Brigadas Rojas
italianas tampoco eran buenos candidatos para la detección de anormalidad
psicológica, sino, según Jamieson[72], todo lo contrario porque «quienes se han
enfrentado directamente al terrorismo italiano son los primeros en restar crédito a la
idea de que son forajidos sanguinarios». Jamieson ha descrito al típico terrorista
italiano como «una persona cuyas ideas están meticulosamente articuladas mediante
un cuidadoso análisis y serias reflexiones, que lo ve todo en términos políticos;
alguien que, ante todo está “bien preparado”» y se caracteriza, además, por poseer
«gran inteligencia, mentalidad abierta y generosidad, en ocasiones con una pizca de
exhibicionismo». Jamieson apunta que ha sido imposible clasificar al terrorista
italiano en un perfil psicológico o sociológico concreto y, dada su reiterada
interacción con miembros del grupo a lo largo de los años, las observaciones de esta
investigadora resultan de especial interés.
Los psiquiatras Lyons y Harbinson[73] han observado que, en un estudio
comparativo entre 47 «asesinos políticos» y 59 «asesinos no políticos» de Irlanda del
Norte, los homicidas politizados procedían en general de entornos más estables y
sufrían una incidencia mucho menor de perturbaciones psicológicas que los
«delincuentes comunes». Así, Lyons[74] ha asegurado:
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No es gente anormal desde el punto de vista psiquiátrico […] los asesinos
políticos tienden a ser normales en cuanto a inteligencia y estabilidad mental,
no presentan problemas psiquiátricos significativos ni enfermedades mentales,
ni tampoco abusan del alcohol. No expresan remordimientos porque han
racionalizado bien sus actos y creen que luchan por una causa. En general, no
desean entrevistarse con un psiquiatra; creen que no les sucede nada malo,
pero cooperan de todas formas.
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terroristas han sido tan poco cuestionadas (a pesar de la abundancia de programas de
investigación detallados en que basar investigaciones psicológicas). Es necesario
analizar estos interrogantes, ya que una de las primeras sugerencias de que se
estudiasen en mayor detalle[81] todavía no se ha atendido en la literatura, pese a los
constantes recordatorios de que es una asignatura todavía pendiente[82].
Pese a las pruebas que dan crédito a la normalidad de los terroristas (y pese a la
mala calidad de las investigaciones que indican lo contrario, habiendo no obstante
explicaciones alternativas de otros tipos), en literatura psicológica y los estudios
actuales la teoría de la «normalidad» psicológica no se ha extendido tanto como sería
de esperar a la vista de los trabajos antes citados y, en especial, a tenor de su calidad.
A pesar de los defectos observados en la literatura reseñada hasta ahora, las teorías
basadas en anormalidades psicológicas persisten incluso en trabajos relativamente
modernos[83]. Resultará útil ilustrar con algunos ejemplos la confusión conceptual
que presenta la interpretación de muchos resultados de estudios de psicología de
terroristas.
En un intento de desarrollar una perspectiva sociopsiquiátrica del terrorismo y los
terroristas, Ferracuti[84] ha apuntado que las teorías predominantes sobre la
motivación de los terroristas hablan de las «características generalmente aceptadas
[…] [de] la violencia y los impulsos asesinos», pero, basándose en sus observaciones
durante el estudio de terroristas italianos de izquierda y extrema derecha, dice que:
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otros (página 15). El propio Ferracuti ha afirmado que sus observaciones tienen
implicaciones «obvias» en el sentido de que «el terrorismo de extrema derecha puede
ser muy peligroso no sólo por su ideología, sino también porque su impredecibilidad
y su destructividad suelen deberse a psicopatologías»[86]. Por lo tanto, aunque los
terroristas no sufran un «trastorno psicopatológico claro», es evidente que «no son
normales»: se diferencian en términos psicológicos de los no terroristas por una serie
concreta y finita de rasgos de conducta. Las ideas de Ferracuti acerca de la psicología
del terrorista aparecen ofuscadas por una falta de claridad conceptual, y existen varios
factores que ilustran cómo y por qué es así.
En primer lugar, es obvia la reticencia de Ferracuti a describir a los terroristas
como totalmente «normales» (es decir, no caracterizados de forma clara por rasgos
marcados) ni totalmente «anormales», algo que posiblemente se deba a un uso
desafortunado del lenguaje. Así, en lo referente a la caracterización psicológica en
términos de atribución de personalidad, el terrorista italiano parece encontrarse en
alguna zona gris entre ambos extremos; algo ligeramente inferior al citado trastorno
«serio» de personalidad. Ferracuti dice luego que su patrón de conducta «refleja» un
tipo de personalidad, pero no que los terroristas tengan una personalidad «autoritaria-
extremista». No se trata de una crítica pedante, aunque en conjunto con el lenguaje
desafortunado antes mencionado, refleja una confusión conceptual dentro de los
parámetros teóricos adoptados por Ferracuti. El problema es que dicha investigación
está demasiado deseosa de atribuir explicaciones positivistas a la conducta, aunque
sostiene que ello no caracteriza la «anormalidad» ni separa al no terrorista del
terrorista. Este es simplemente «diferente» y, por lo tanto, no es «anormal». Además,
cuando Ferracuti asegura que las implicaciones de sus resultados son «obvias» a
partir de la «ideología», la «impredecibilidad» y la «destructividad» asociadas al
terrorismo, parece sugerir que la existencia de alguna «psicopatología» sea una
consecuencia inevitable de convertirse en terrorista de extrema derecha. Una vez más,
esto debe considerarse de forma muy prudente con respecto a los indicios de
brutalización creciente que parecen tener lugar cuando se prolonga la pertenencia al
grupo y el compromiso con sus ideales. Esto pone en cuestión, obviamente, la
utilidad predictiva del estudio de las personalidades terroristas después de un
atentado, sobre todo cuando los «rasgos» estudiados (cuando se estudian de verdad, y
no se presuponen, como sugieren Pearlstein, Post y otros) se emplean en
razonamientos acerca de por qué hay gente que se inicia en el terrorismo.
Ferracuti admitió más tarde que los intentos de explicar el terrorismo en ciertos
niveles eran todavía, incluso por aquel entonces (1982), escasos: «las tentativas de
explicar […] el terrorismo […] en el nivel de fenómeno de grupo o el proceso de
convertirse en terrorista son poco comunes»[87]. Aunque el propio Ferracuti había
sido responsable de anteriores estudios que concluían que los terroristas son
diferentes psicológicamente de los no terroristas, sostuvo que «aunque los grupos
terroristas puedan utilizar a individuos mentalmente desequilibrados, dentro de la
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escala psiquiátrica, lo que posee mayor interés es, por supuesto, el terrorista
“normal”, el individuo mentalmente sano»[88]. A pesar de este reconocimiento
implícito de una ausencia de pruebas que den fe de la anormalidad del terrorista,
Ferracuti se resiste a abandonar el argumento de que «el terrorista» no dejaba de estar
«tan sólo ligeramente alterado, en la mayor parte de las escalas psiconeuróticas o
psicopáticas».
Dada la relativa escasez de estudios psicológicos detallados sobre terroristas, la
carencia de claridad conceptual sobre las investigaciones que existen no deja de ser
sorprendente. Utilizar tales conclusiones como base para otros estudios y
razonamientos puede inducir a errores peligrosos. Como mínimo, dificulta en gran
medida el progreso en el campo y abre la puerta a interpretar con gran flexibilidad las
conclusiones de estudios como éstos (algo que, en este contexto, no es
necesariamente de ayuda).
A Ferracuti, Kellen y Cooper se deben algunos de los primeros, aunque confusos,
fundamentos de las presuposiciones de hoy día sobre la psicología de los terroristas.
En el mejor de los casos, concluyen que el terrorista está o bien completamente loco
(por ejemplo, Carlos, según Kellen) o bien «medio loco» (loco durante parte del
tiempo, como, por ejemplo, los terroristas italianos en el estudio de Ferracuti). Los
argumentos de Kellen, como los de Cooper y los de Ferracuti, no parecen abrazar
plenamente sus propias implicaciones; esta tendencia nace a partir de análisis directos
de sus trabajos originales (y no de reseñas de segunda mano que pasan de puntillas
sobre los detalles). Debería quedar claro que las interpretaciones de segunda mano
abren una plétora de problemas que son síntoma de algo totalmente distinto. A veces,
las inconsistencias de la investigación original son flagrantes; Kellen se da por
satisfecho calificando a terroristas como Carlos de psicópatas, pero no deja de criticar
a otros «observadores» porque, como hemos dicho antes, «nunca postulan que los
terroristas sienten remordimientos por lo que hacen»[89]. De nuevo, estamos ante un
detalle que ilustra la confusión conceptual debida a la escasa disposición por llegar a
una caracterización firme de los terroristas dentro de los marcos de trabajo adoptados
por los investigadores.
Por último, Kellen a menudo habla de los atractivos que hay en la vida de algunos
terroristas. En este sentido, Kellen cita dos afirmaciones de Carlos: «la revolución es
el tónico más fuerte[90]» y, con particular énfasis, «me gustan las mujeres». La idea
de que la gente se une a grupos terroristas debido a ciertos «atractivos» (aunque no
sean obvios) está bien descrita en distintos contextos (tal y como veremos en el
capítulo siguiente), pero sería engañoso interpretar que tales atractivos alimentan
algún trastorno de personalidad.
La inconsistencia parece empañar buena parte de los estudios psicológicos
individuales sobre terroristas, una vertiente de la investigación que, una vez más, no
se ha hecho un lugar suficientemente claro en la literatura. Por si la pregunta de
«¿quién o qué es un terrorista?» no fuera bastante problemática, existen ahora
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perspectivas claramente discrepantes entre los investigadores acerca de qué
constituye «anormalidad» y qué no, y también sobre si las explicaciones positivistas
son una herramienta de análisis válida en este campo dada la ausencia de
características de personalidad comunes identificables, e incluso a la vista de la
presencia de similitudes entre terroristas y no terroristas (aparte de todos los
problemas de generalización de resultados o de extrapolación teórica).
Como también se ha argumentado en el capítulo 2, el problema metodológico es
muy importante porque, posiblemente, es el único en el que se da un acuerdo total
entre las perspectivas discordantes de los investigadores; por ejemplo, aun cuando el
autor del presente libro pueda discrepar de la postura de otros (y/o viceversa), el
hecho de que algunas atribuciones de anormalidad y algunas teorías positivistas antes
descritas no se basen en análisis de primera mano es un problema real e ineludible.
Algunos estudiosos pueden tratar de desarrollar las observaciones originales que el
equipo de la República Federal de Alemania realizó sobre terroristas, pero con su
inconsistente lógica y sus defectuosos argumentos no pueden registrarse grandes
avances por este camino, más allá del uso de modelos psicopatológicos como los
descritos en los primeros capítulos; tal vez esto sirva para aclarar por qué al principio
de este mismo capítulo era necesario presentar y seguir el sencillo argumento de la
«psicopatía», aunque se trate de una idea que debamos descartar al cabo de tan sólo
unas pocas páginas. En concreto, Andrew Silke[91] se ha opuesto rotundamente a
Jerrold Post y a otros por esto: «Así, aunque por un lado reconozca sin problemas la
ausencia de ninguna “gran” psicopatología, Post […] se ha apresurado a encaminar la
investigación hacia la detección de alguna forma de psicopatología “menor”».
La tendencia a reinterpretar y volver a poner sobre la mesa las conclusiones de
anteriores trabajos basados en un «uso» renovado de los datos resta demasiada
credibilidad al contexto original en el que se utilizaron. Aunque una conclusión clara
de esta reseña (hasta este punto) apunte la necesidad de revisar de forma sistemática y
analítica (y no sólo descriptiva) esta literatura, las revisiones que examinen pruebas
de «normalidad» y «anormalidad» parecen casi totalmente carentes de sentido, ya que
algunos estudios (por ejemplo, el realizado por Crenshaw en 1986) podrían utilizar
fácilmente argumentos de los mismos análisis para apoyar cualquiera de las dos
perspectivas.
Silke califica estas interpretaciones como «peligrosamente engañosas. Promueven
la idea de que los terroristas son, en ciertos aspectos, anormales psicológicamente,
pero no llega hasta el punto de atribuirles personalidades clínicas. En definitiva, esta
tendencia ha hecho poco más que denostar el terrorismo con un aura de
patología»[92]. Silke conjetura que estas perspectivas han «corrompido la psicología
del terrorismo. La mayoría de expertos rechaza que los terroristas presenten
anomalías psicológicas ostensibles (aunque […] exista una corriente de especuladores
que retornan a esta idea). Con todo, continúa reinando la percepción de que los
terroristas son anormales en aspectos más sutiles» (página 67).
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Las dificultades de la investigación de la «personalidad terrorista»
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predictiva de las mediciones de rasgos tal y como las utilizan los psicólogos,
especialmente en el contexto de investigaciones que defienden que ciertos tipos de
personas tienen más probabilidades que otros de convertirse en terroristas. En la
psicología contemporánea está claro que los rasgos no predicen bien el
comportamiento en situaciones concretas, y las respuestas, como sugiere Blackburn,
que son «supuestamente indicativas del mismo rasgo» no se correlacionan entre ellas
de forma significativa[96]. Por supuesto, no se puede esperar que las mediciones de
rasgos predigan casos individuales. Los rasgos de personalidad no se pueden inferir a
partir de respuestas de conducta aisladas; se supone que una amplia gama de rasgos
de personalidad emocional y social presenta cierta estabilidad a lo largo del tiempo y
las situaciones (ibid.). Pero esta sencilla suposición no se presta demasiado bien a los
análisis psicológicos del terrorismo. Merari y Friedland[97] plantean una pregunta
conceptual importante en relación con esta cuestión. Resumen la naturaleza de la
investigación sobre terrorismo basada en la personalidad de esta forma:
Los autores argumentan que, por lo tanto, esto limita de forma automática la
utilidad de los perfiles de terroristas.
También se ha intentado muchas veces desarrollar taxonomías o tipologías,
individuales o más amplias, de terroristas. Las teorías más amplias incluyen sistemas
de clasificación basadas en sus «motivaciones comunes que parecen llevar a los
individuos y los grupos al uso de técnicas terroristas para lograr cambios
políticos»[98], además de perfiles socioeconómicos de grupos concretos. Handler, que
defiende el perfeccionamiento de «perfiles» de terroristas estadounidenses de
izquierdas y derechas, apunta que aunque «existen pruebas […] procedentes de
distintas fuentes […] [de que] ningún estudio ha llegado a resultados concluyentes
sobre cómo difiere la pertenencia a estos dos grupos políticos extremistas»[99]. En
1990, Handler ofreció un perfil socioeconómico, que ahora es muy conocido,
aplicable a terroristas estadounidenses de izquierda y derecha, y señaló el estudio
realizado en la República Federal de Alemania entre 1981 y 1982 como el más
importante de los anteriores. Según Handler, el desarrollo de dichos perfiles acabaría
conduciendo a una comprensión mejor informada sobre cómo «están organizados
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estos grupos», y acerca de «diferencias entre las cualidades de liderazgo y las
características de los militantes de base, e incluso la importancia del género». El
análisis de Handler apunta «claras diferencias socioeconómicas entre los terroristas
de izquierda y los de derecha». Sin embargo, para ver hasta qué punto puede ser útil
este tipo de investigaciones, lo mejor es desarrollar sus conclusiones.
Entre los intentos de producir un perfil individual de terrorista se encuentra el
realizado por Russell y Miller, que describió al terrorista «típico» como:
«Probablemente soltero, varón, de entre veintidós y veinticuatro años, con algo de
experiencia universitaria, posiblemente en el campo de las humanidades. Es probable
que provenga de una familia de clase media o alta, y que haya sido reclutado para el
terrorismo en la universidad, donde habría entrado en contacto por primera vez con
las ideas marxistas u otras de tipo revolucionario»[100]. Strentz[101] ofrece un perfil
demográfico muy detallado de los «grupos terroristas estadounidenses e
internacionales» de izquierdas de los años sesenta y setenta, y proporciona perfiles de
terroristas tanto de Oriente Medio como de derechas. Sin embargo, no le falta tiempo
en recordarnos que los datos (muy detallados) que presenta en su análisis tienen
meramente el interés histórico «de describir cómo eran miembros específicos de
grupos concretos, en momentos determinados de etapas precisas, en sus tipos
particulares de campaña terrorista». Como se ha afirmado en el capítulo 2, no
podemos estudiar el terrorismo fuera del contexto en el que tiene lugar[102].
Taylor[103] coincide en la utilidad de este tipo de retratos compuestos de
terroristas: «su utilidad depende en gran medida de la uniformidad que se suponga
que exista entre grupos terroristas, y de la aceptación de características uniformes en
esta base de datos de la que se extraen las reseñas». Por supuesto, existen
innumerables ejemplos de grupos terroristas (entre ellos los irlandeses, que Taylor
utiliza como paradigma, para contrastar con el perfil de Russell y Miller) que
disienten marcadamente con las características resultantes de su muestra de 18 grupos
terroristas. Esto sugiere claramente que la perspectiva está limitada, y su utilidad
debe quedar clara a lo largo de las discusiones presentadas en este capítulo.
Blackburn también nos recuerda que los problemas referentes a la utilidad de los
rasgos para comprender la conducta son «conceptuales y empíricos en idéntica
medida»[104], pero Friedland[105], que desecha la utilidad de los rasgos de
personalidad para comprender el terrorismo, concluye que «al criticar la atribución de
la conducta terrorista a idiosincrasias o patologías personales, no se postula que las
predisposiciones individuales no desempeñen papel alguno en la emergencia de
grupos terroristas y en las erupciones de actividades terroristas» (la misma idea que
ha expresado McCauley, como hemos visto antes). A su vez, esto puede dar crédito a
la idea de que, por ejemplo, la forma particular que tomen las tácticas terroristas (por
ejemplo, la captura de rehenes o el asesinato político) se deba a la influencia de
motivos psicológicos, una postura contraria a la de defender que la decisión de
convertirse en terrorista pueda ser consciente[106]; pero, de hecho, tal idea no sería
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más que otra pista falsa. Como bien ha demostrado Drake[107], no hemos hecho más
que comenzar a adentrarnos en una investigación muy necesaria sobre cómo
seleccionan los terroristas sus blancos. Muchos grupos terroristas, especialmente los
de mayor tamaño, como Al Qaeda, que se sirven de redes de apoyo integradas en sus
comunidades, planifican cuidadosamente sus atentados, como veremos en detalle en
el capítulo 5. Tratar de propagar el miedo sin asumir la «responsabilidad» por las
muertes puede ser un problema de primer orden, especialmente para los movimientos
étnico-nacionalistas.
Los terroristas no tienen necesariamente una propensión «psicológica» hacia el
terrorismo, ni siquiera hacia tipos concretos de terrorismo, y la lógica de su estrategia
—que a veces es relativamente sofisticada— debe examinarse con gran atención para
discernir si el terrorismo está más regido por factores de tipo psicológico o
estratégico, si es que interviene alguno de los dos. El debate no tiene por qué estar
polarizado entre la «opción racional» y la psicológica, en torno a explicaciones
estratégicas; desde las perspectivas psicológica, personal y de estrategia organizativa,
el terrorismo a menudo parece seguir un proceso racional de toma de decisiones. El
intento de oponer ambas posibilidades puede representar una mala comprensión sobre
el papel exclusivamente complementario de las perspectivas psicológicas con
respecto a las de otras disciplinas, y viceversa. Las dimensiones psicológica y
estratégica son fáciles de observar a partir de lo que dicen los terroristas de sí
mismos. Las siguientes declaraciones de un miembro del Army Council del IRA
Provisional, que habló con el autor de la ruptura del primer alto el fuego de su
organización en 1996, constituyen una buena ilustración de las consideraciones
tácticas y estratégicas del movimiento[108]:
Diría que desde la ruptura del primer alto el fuego, la campaña ha sido muy
[…] restringida, me imagino. Creo que era inevitable que [la tregua de 1994-
1996] se terminara, porque los ingleses no movían ficha. La mayoría de la
gente no lo hacía, pero había que leer entre líneas y mirar la táctica, la
estrategia […] de los británicos, los republicanos y los nacionalistas en
general. Pero ahora puede verse que, desde nuestro punto de vista, la
estrategia de los británicos era prolongar la tregua sin dar nada a cambio
durante tanto tiempo como fuera posible, por si así se acababa produciendo
desunión y división en el movimiento republicano en general. Y el
movimiento republicano tiene que verlo como que la prioridad, o el objetivo,
es entrar en negociaciones lo antes posible para poder negociar cambios
políticos en la Constitución. Y para lograrlo, necesitamos un consenso
nacionalista […] como, por ejemplo, un firme consenso nacionalista entre el
gobierno dublinés, el SDLP y otros partidos políticos nacionalistas, que, en
realidad, sería mucho más fuerte que el que pudiera ofrecer el IRA desde el
punto de vista militar. Si los británicos se dieron cuenta de ello, estaban en
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una situación de la que era imposible salir ganando. Digo que, en cierto
sentido, si se quebrase la tregua del IRA, se debilitaría automáticamente el
consenso nacionalista, ¿verdad? Por otro lado, creían que si podían prolongar
el alto el fuego, el IRA se iba a dividir y, por tanto, el nacionalismo irlandés se
quedaría sin «dientes», y creo que no teníamos otra opción. Sin duda creíamos
que iban a apaciguarnos con una serie de falsas promesas que nunca iban a
cumplir. Con respecto a reemprender las operaciones militares para mantener
la presión, la unidad y la fuerza del nacionalismo irlandés, que no cabe duda
de que siempre ha sido efectivo, en aquel momento concreto era el camino
correcto para nosotros porque estaba claro que los británicos no hacían nada.
Espero que estemos en posición de hacerlo, y no tengo la menor duda de que
podremos mantener bajo presión a los británicos con, eh, operaciones de
«calidad» y no de cantidad. Espero que sea así, ¿entiende qué quiero decir?
Hacer las cosas de forma más quirurgica, ¿sabe? Pero, claro, quiero decir,
siempre es difícil formarse un juicio correcto, ¿sabe? A partir de aquí, la
cúpula directiva en este momento sigue el pulso de todo lo que pasa, y
disponen de cosas, de información que, eh, determina qué acciones van a
emprender. Y, por supuesto, continuamos preocupados por las labores de
inteligencia. La gente a la que más seguimos la pista ahora es la que mueve
hilos desde atrás. En los tiempos anteriores al alto el fuego, digamos, quiero
decir, por ejemplo, John McMichael habría sido uno de nuestros objetivos, y
todos los que estaban en los escuadrones de acción de la UDA, los
escuadrones de la muerte, como quieran llamarlos. Todos los que entre
bambalinas han promovido sus actividades habrían sido blancos nuestros, y
McMichael habría sido uno de ellos. Obviamente habría sido uno de ellos
porque, para nosotros, los organizaba y no sólo para que fueran activos, sino
para que fueran efectivos. Así que esa habría sido la razón por la que gente
como David Ervine y Billy Hutchinson, esta gente, que anteriormente habían
sido buenos líderes militares, si entiende qué quiero decir, esto lo puede tener
muy claro. Hasta el mismísimo día en que empezó la tregua, habrían estado en
los primeros lugares de nuestra lista de objetivos. Y, en cuanto al alto el fuego,
si las cosas se van abajo, en una crisis, probablemente serán los primeros en
caer.
Los elementos «no psicológicos» del terrorismo pueden no ser siempre tan
obvios, no sólo por cómo se conforme y determine la conducta individual y colectiva
dentro de una organización terrorista (lo que afecta, por ejemplo, a cómo deba
entenderse la escalada y el declive del compromiso personal, de la violencia e incluso
de campañas completas de violencia), sino también para los análisis de por qué la
gente se une a organizaciones terroristas.
En relación con esto, tiene una gran importancia la cuestión planteada por
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Crenshaw que mencionábamos al principio de este capítulo. Es la integración de
distintos niveles de análisis lo que ha resultado difícil, especialmente en las
discusiones orientadas a dar importancia al papel de la personalidad en los análisis.
Sin embargo, la mayoría de investigadores no ha dejado de ignorar este problema. El
ejemplo que acabamos de ver del miembro del IRA Provisional ilustra la gran
dimensión estratégica presente en las decisiones internas (en relación con la conducta
de la organización, la selección de blancos, etc.), pero hay que subrayar que ello no
refleja de qué naturaleza ni de qué tipo son las razones por las que la gente se enrola
en movimientos terroristas, ni por qué los terroristas se comportan (de forma
voluntaria u obligatoria) como lo hacen una vez que forman parte de un grupo. Se
trata de una cuestión crucial, tal y como se ha reconocido desde hace tiempo en la
literatura criminológica, y como también veremos en el capítulo siguiente.
Tanto el trabajo de Taylor en solitario[109] como el que ha firmado conjuntamente
con Quayle[110] son mucho más directos en su crítica de las obras que tratan de
ofrecer una explicación general para el terrorismo. Taylor sostiene que, después de
todo, los trabajos psicológicos existentes sobre el terrorismo ofrecen poco más que
«razonamientos de sentido común» repletos de «conceptos amplios que, una vez
examinados, no son fáciles de traducir en conceptos psicológicos más
detallados»[111]; como señala el citado autor, dichas explicaciones adolecen de una
«falta de especifidad» y de no resolver por qué tan poca de la gente expuesta a las
condiciones que supuestamente generan el terrorismo acaba iniciándose en él. En el
capítulo siguiente ofreceremos una respuesta para este interrogante.
Otro problema importante sobre la validez de las perspectivas psicológicas
existentes sobre el terrorismo radica en que dista de reconocerse de forma adecuada
la inmensa heterogeneidad del terrorismo. El pensamiento sobre la conducta terrorista
continúa presentando un énfasis en el reduccionismo, pero nuestro punto de vista
continuará probablemente situado en el individuo terrorista y no en el estudio de sus
aspiraciones o su estrategia global. Esto pone de relieve la necesidad de incorporar
análisis más detallados sobre los problemas y las dificultades que plantea la
heterogeneidad del terrorismo, y confirma la necesidad de estudios de casos
detallados y específicos de contextos determinados (desde mi punto de vista, incluso
antes de sugerir estudios comparativos de ámbito psicológico). Cuando se tienen en
consideración factores culturales, también cobran fuerza los argumentos sobre la
heterogeneidad. Está claro que los analistas occidentales tienen una comprensión o un
conocimiento muy escaso de las diferencias básicas sociales, culturales y de otros
tipos que existen entre Europa Occidental, Oriente Medio y Asia y que son relevantes
de cara a una gran variedad de problemas e incluso a ciertas teorías formuladas por la
investigación occidental (y, concretamente, las suposiciones en las que se basa dicha
investigación, algo en lo que no se piensa ni se cuestiona).
Una consecuencia importante de esto, según Merari y Friedland[112], es que a
causa de la heterogeneidad del terrorismo no hay «ninguna buena razón a priori para
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suponer que los distintos grupos terroristas tengan gran cosa en común». Ello también
podría explicar el fracaso de los intentos de llegar a una teoría psicológica «coherente
y bien fundamentada» sobre las causas del terrorismo[113]. Los problemas
conceptuales de definición tampoco son de ninguna ayuda en esta cuestión, pero los
esfuerzos por formular una teoría de la conducta terrorista (en cualquier forma) deben
tener en cuenta y dar cabida a la heterogeneidad del fenómeno y a la de las
motivaciones individuales que los propios terroristas puedan ofrecer como
explicaciones. Los investigadores deben reconocer en la heterogeneidad un factor
emergente que no sólo predomina en todo el espectro de grupos terroristas sino
también en el interior de ciertos grupos. Esta es, tal vez, otra razón potencial y muy
útil para analizar los estudios del terrorismo históricos y biográficos dentro de un
contexto psicológico.
Conclusiones
Algunas de las disquisiciones de nivel técnico más elevado, aunque no por ello
menos necesarias, que se han presentado en este capítulo sugieren que la calidad y el
rigor de las investigaciones que defienden la anormalidad de los terroristas son tan
pobres que sus proposiciones se fundamentan en bases empíricas, teóricas y
conceptuales muy poco sólidas. A pesar de ello, muchos autores en la comunidad de
investigación y análisis continúan creyendo que los terroristas (y, en algunos casos,
incluso sus simpatizantes) son «diferentes» o especiales desde el punto de vista
psicológico y, desgraciadamente, esta visión continuará siendo difícil de cuestionar
directamente mientras se carezca de investigación básica y pura sobre actividades
terroristas elaborada por psicólogos. Resulta desalentador que una de las pocas cosas
que están claras sobre esta cuestión sea probablemente la falta de claridad práctica y
conceptual con la que se entiende y utiliza el término «anormalidad» (incluso dentro
del mundo académico); es posible que ello sea consecuencia de la
multidisciplinariedad de la investigación sobre el terrorismo y de los propios
investigadores. Sin embargo, también es significativo que los psicólogos que han
hecho aportaciones no han abordado de forma sistemática los problemas conceptuales
que giran en torno a la utilidad de la medición de rasgos. La investigación psicológica
sobre terrorismo haría bien en ponerse al corriente de problemas como, por ejemplo,
los que ha puesto sobre la mesa el psicólogo forense Blackburn; si los psicólogos
describiesen y perfilasen la relevancia y la utilidad de los rasgos de personalidad y, de
forma más general, el papel de cualquier «psicología individual del terrorismo»,
podrían aportar algo al estudio del terrorismo y al complejo proceso por el que ciertas
personas «se vuelven» terroristas.
Llegados aquí, vale la pena resumir algunas afirmaciones básicas:
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(1) Las teorías sobre el terrorismo (sobre todo en el nivel individual) basadas en
rasgos de personalidad son insuficientes para comprender por qué la gente se
involucra en actividades terroristas. Aunque tal vez sea muy obvia, se trata de una
afirmación necesaria a tenor de la dirección que ha emprendido parte de la literatura
contemporánea. Ello no equivale exactamente a decir que las teorías psicológicas no
puedan explicar en absoluto por qué la gente adopta el terrorismo (por correcta que
pueda ser esta aseveración), porque el problema del «concepto de la personalidad»
debe aislarse de forma temporal en lo que respecta a su presunta importancia explícita
e implícita. Aunque la hipótesis de la frustración-agresión (y sus implicaciones sobre
los actores cuya conducta trata de explicar) y sus derivados se han abierto camino en
diversas teorías sobre el terrorismo procedentes del ámbito de las ciencias políticas,
siguen sin reconocerse los problemas conceptuales que comporta (desde la
perspectiva de la psicología contemporánea); y no sólo es necesario dar fe de estos
problemas, sino también plantearse si tales teorías son útiles en absoluto. Esta
afirmación es también un reflejo de la atención que debe prestarse a las advertencias
de Crenshaw sobre la integración de los niveles de análisis.
(2) Las explicaciones del terrorismo en función de rasgos de personalidad son
insuficientes por sí mismas para comprender por qué algunas personas se convierten
en terroristas y otras no, o, de forma más general, por qué la gente se une a grupos
terroristas. Esta afirmación no es la misma que la del punto anterior, y hace referencia
al atractivo inherente, pero peligroso, de poner demasiado énfasis en la «cobertura de
necesidades» y la postura psicodinámica, y, por las mismas razones conceptuales por
las que pueden criticarse otras perspectivas basadas en rasgos de personalidad (y, en
conjunto, las interpretaciones de tipos y rasgos de personalidad en todo este
contexto), tales hipótesis son susceptibles de las mismas objeciones; en la corriente
principal de la psicología contemporánea, las teorías basadas en rasgos no tratan de
aglutinarlo todo y explicar todas las conductas, por lo que no deben cometerse estos
mismos errores al aplicar dichos modelos al terrorismo (que, para un profano,
parecerían comportar una conducta discreta y exenta de complejidad), algo que
deberían tener en cuenta los futuros intentos de desarrollar perfiles individuales de
terroristas. Dada la naturaleza de la investigación de la personalidad terrorista, parte
de los estudios adolecen de esta simplicidad, mientras que la mayoría de ellos se
alinean (intencionadamente o no) con una idea tan rudimentaria como la de
«naturaleza frente a educación», tanto para explicar el terrorismo como para dar
cuenta de por qué la gente se afilia a grupos terroristas; la investigación sobre el
terrorismo que se basa en conceptos de personalidad debe ser explícita en cuanto a
sus aspiraciones, la utilidad que pretende tener y sus límites de aplicación.
(3) Las teorías existentes sobre el terrorismo basadas en rasgos de personalidad
que tratan de explicar por qué algunas personas se vuelven terroristas y otras no
(suponiendo que todos los demás factores situacionales sean más o menos similares)
adolecen de tantos problemas conceptuales, teóricos y metodológicos que no sólo
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constituyen hipótesis muy poco sólidas, sino que también presentan defectos internos,
inconsistencias y una falta de comprensión de conceptos psicológicos básicos. Como
ilustrará el capítulo siguiente, tal vez haya que diferenciar entre por qué la gente se
introduce en el terrorismo y cómo lo hace. En realidad es imposible responder a por
qué cada cual elige su profesión (ya sea la de terrorista, la de contable u otra) y, en la
mayoría de casos, se debe a una serie de factores idiosincráticos y, con frecuencia,
accidentales. Sin embargo, es posible estudiar y comprender en términos de
desarrollo cómo se produce el proceso subsiguiente, que no puede analizarse
mediante teorías que presupongan la posesión de ciertos «rasgos» o cualidades.
(4) En relación con esto, es necesario contemplar con cautela los intentos de
definir perfiles de terroristas, incluso en sentido general. Para que estas perspectivas
puedan impulsarse de forma seria sería necesario avanzar en la comprensión del
papel que desempeña la personalidad en la conducta terrorista, con independencia de
si el autor de este libro está de acuerdo o no con este planteamiento. En la psicología
contemporánea, no se intentan hacer inferencias sobre la personalidad a partir de
incidencias de conducta individuales, de reuniones aisladas con personas ni de otras
observaciones informales sobre la conducta de las personas. El análisis de
personalidad es algo que se deriva de métodos de solvencia contrastada (por ejemplo,
pruebas psicométricas) y, aun en este caso, constituye sólo el primer paso hacia una
explicación de una conducta. El siguiente paso consiste en reconocer la naturaleza
instrumental del terrorismo dentro de una perspectiva psicológica, englobando de esta
forma la dimensión emocional y la instrumental.
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gente normal). La generalización de comparaciones entre elementos heterogéneos
(por no hablar de la generalización sobre qué se considera «pertenecer» a un grupo
terrorista) es una trampa peligrosa para quienes no estén familiarizados con la lógica
necesaria para efectuar análisis longitudinales (por ejemplo, los que examinan casos
aislados a lo largo de un periodo de tiempo para ver si aparecen cambios importantes
y, en caso afirmativo, cómo y por qué lo hacen). La necesidad de estudios
longitudinales en la investigación sobre el terrorismo cobra relieve con los sencillos
problemas detectados en los trabajos de investigación de psicología social, que, por
ejemplo, presentan «efectos de primacía». Para llegar a conocer a alguien hace falta
tiempo y muchas interacciones, y también debe recordarse que las primeras
impresiones son las más fuertes y duraderas. Por tanto, los escasos encuentros en el
trabajo de campo tienen un impacto mucho más sutil que el que puedan pensar a
veces los investigadores. Si los primeros terroristas con los que se entrevista un
estudioso son «normales», éste puede formarse una visión más positiva de otros
terroristas con los que trate más tarde.
Esta es una afirmación importante, ya que socava la trascendencia de la detección
de factores de personalidad (es decir, las perspectivas positivistas en general) para la
comprensión y la explicación del terrorismo. Como mínimo, pone en cuestión la
utilidad de los estudios que siguen esta línea. Una gran parte de los primeros (pero
todavía muy prominentes) trabajos sobre «psicología» del terrorismo tiene problemas
de confusión conceptual, y la validez de dichas teorías dista mucho de estar
establecida. Los trabajos descritos anteriormente no evidencian un poder
discriminatorio claro sobre las posibilidades de sus resultados. Pretenden abarcar
demasiado, ya que tratan de ofrecer explicaciones sobre por qué la gente se enrola en
el terrorismo que también den cuenta de la existencia de violencia terrorista. De
hecho, es muy posible que en ello haya influido una falta de comprensión y
apreciación de la compleja naturaleza del fenómeno. Como ilustra la discusión de
esta sección, ciertos procesos concretos pueden caracterizar varias partes de la «vida»
del terrorista (es decir, su iniciación y su militancia sostenida en la organización). Por
desgracia, la literatura sobre terrorismo todavía no refleja esto, salvo en contadas
excepciones.
Por último, a pesar de que su prevalencia avanza lentamente, gran parte de la
literatura psicológica individual examinada en este capítulo, y que continúa siendo
citada por los investigadores sobre el terrorismo, se caracteriza por su antigüedad.
Para intervenir de forma eficaz en los proyectos de investigación de una área en que
la multidisciplinariedad no sólo tiene un papel complementario, sino también
necesario, la psicología hará bien en abordar la complejidad del terrorismo (y la que
caracteriza a las preguntas que deben hacerse) de una forma mucho más clara en
diversos frentes, y hará bien asimismo en comenzar a explorar de forma más
sistemática algunos de los problemas que preocupan a los políticos y, en definitiva, a
la opinión pública. En caso contrario, se correría el riesgo de perjudicar no sólo los
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estudios sobre el terrorismo, sino también la percepción sobre la contribución de la
psicología a este complejo campo (desde las perspectivas descritas en este capítulo).
No es buena señal que gran parte (aunque, afortunadamente, no toda) la literatura
psicológica que se ha publicado desde el 11-S haya resucitado la idea de que los
terroristas son personas necesariamente anormales, pero, en cualquier caso, estas
posturas deben continuar siendo cuestionadas.
Los tres capítulos siguientes ponen en tela de juicio dichas teorías tratando de
centrar el enfoque en perspectivas distintas, formular preguntas diferentes y sugerir la
búsqueda de otros tipos de resultados.
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4
Convertirse en terrorista
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llevan a «convertirse» en terrorista, «ser» terrorista —o lo que podría describirse
como (a) mantenerse involucrado en el terrorismo y (b) participar en delitos de
terrorismo— y abandonar el terrorismo. A la luz de algunas de las conclusiones del
capítulo 1 y de los peligros de considerar siempre patológica la actividad terrorista,
tal vez sería más útil reinterpretar la expresión «convertirse en terrorista» como
«implicarse o comenzar a involucrarse en la práctica del terrorismo». Para quienes
estén familiarizados con la criminología teórica, este tipo de distinciones no será
nuevo. En concreto, estas distinciones han demostrado ser útiles para comprender qué
factores influyen y limitan la participación en la delincuencia juvenil[1], pertenencia a
bandas[2] y otras actividades delictivas. Sin embargo, su aplicación al terrorismo casi
no se ha desarrollado hasta la fecha[3].
Clarke y Cornish[4] han desarrollado la teoría de la elección racional o RCT
(Rational Choice Theory) de la conducta delictiva, que, aunque se deriva de
conceptos económicos, básicamente trata de integrar distintas fases de la toma de
decisiones y aplicar estos conceptos a la criminología[5]. Aunque esta teoría es de una
sencillez engañosa, permite integrar de forma muy clara lo que de otra forma
parecería complejo. Clarke y Cornish defienden que los delincuentes, al igual que el
resto de la población, persiguen su propio beneficio cuando toman decisiones que,
hasta cierto punto, son «racionales» o resultan de sopesar compensaciones. Además,
dicha teoría no se centra en distinguir entre delincuentes y no delincuentes, sino en
los actos delictivos y sus características. Por último, se efectúa una distinción
importante entre la implicación en delitos y la participación en episodios delictivos
concretos (o delitos[6]). Clarke y Cornish razonan básicamente que en el cómo y el
por qué una persona llega a entrar en la esfera de la delincuencia (o quizás está
«abierta» a conductas criminales) intervienen unos tipos determinados de decisiones
que son distintos a los que determinan por qué una persona decide cometer un delito
concreto. Estas nociones se han desarrollado bien en la literatura criminológica,
aunque su verdadero potencial conceptual todavía no se ha explotado; los intentos de
aplicar la teoría de la elección racional a problemas de planificación y al control de la
delincuencia han perjudicado bastante su desarrollo. Fuera de la criminología
contemporánea, en cambio, estas nociones no se han traducido en medios para
comprender el terrorismo.
Distinciones cruciales
1. ¿Por qué quieren algunas personas entrar en un grupo que practica violencia
terrorista? (Para responder, deberá recurrirse a lo que declaren algunos
terroristas en entrevistas o autobiografías, con el fin de complementar el
desarrollo de teorías plausibles y verificables.)
2. ¿Cómo llegan a involucrarse estas personas? (La distinción entre esta pregunta y
la anterior será fundamental para tratar de llevar adelante la investigación.)
3. ¿Qué tareas realizan cuando se convierten en miembros del grupo? (Aunque en
esta pregunta puede ocultarse la suposición de que existen criterios para
determinar que alguien pertenece a un grupo cuando ha alcanzado un
determinado «estado» o posición.)
4. ¿Cómo y por qué cambia la posición de una persona en la organización
terrorista?
5. ¿Cómo y por qué «asimila» la persona los valores y normas del grupo, y cómo y
por qué se «acomoda» a circunstancias y condiciones que no esperaba antes de
su entrada? (¿Y cómo y por qué diferentes miembros «asimilan» y se
«acomodan» en distintos grados? ¿Se debe ello a características individuales o a
los procesos que cada individuo experimenta tras su reclutamiento?)
6. ¿Cómo y por qué cometen los miembros ciertos actos violentos? (Es decir, ¿se
«endurecen» a causa de la experiencia?)
7. ¿Cómo y por qué influyen en otros miembros en distintas fases de su
participación y de la de los demás? (¿Y cómo y por qué influyen otros en ellos?)
8. ¿Cómo y por qué acaban deseando o viéndose impelidos a abandonar las
actividades terroristas, pasar a otras actividades no violentas, pero relevantes, o
salir totalmente de la organización?
Crecí en una familia apolítica. Mi madre votaba a los republicanos, pero eso
era todo. Mi padre era apolítico y casi nunca votaba, al menos de forma fija,
supongo. Creo que probablemente mi primera aproximación a todo esto llegó
cuando iba a la escuela primaria. Siempre me interesó muchísimo la historia
de Irlanda, y esta inquietud duró varios años, hasta entrar en secundaria. La
historia que nos enseñaban en aquellos tiempos era fascinante. Nos explicaban
la historia de Brian Boru, la huida de los condes (de 1607), hasta la Rebelión
de 1916, por supuesto. Siempre me había interesado enormemente la historia,
pero hasta que surgieron los problemas en los seis condados no […] me
encontré […] siendo consciente, y cada vez más y más […] comprometido.
Bien, supongo que nuestra idea del conflicto, o nuestra politización, es algo
que va creciendo durante toda la vida. Ya sé que varía, claro, pero, para mí,
ver a los B Specials [una fuerza de policía paramilitar de reserva de Irlanda
del Norte] y la RUC [Royal Ulster Constabulary, el servicio de policía de
Irlanda del Norte] apaleando a nacionalistas en plena calle en Derry fue un
factor determinante para que me alistase en el movimiento republicano.
Cuando comencé a asistir a manifestaciones republicanas y cosas así, se
despertó en mí un tipo de compromiso, creo, en mi conciencia. Un
compromiso que después me dediqué a cultivar. Tardé un tiempo, pero sí, me
involucré entonces como, eh, activista republicano. Para mí, «terrorismo» es
una palabra fea, y nunca […] me he considerado terrorista, pero, eh, sigo
siendo activista hoy día. Dicho esto, siempre he creído que lo que fue mi
motivación emocional del principio de alguna forma se convirtió en una
comprensión más amplia del conflicto. Y también, el hecho de que hoy no
tendría la misma respuesta emocional que tuve entonces […] ahora es más
profunda, no sé si me entiende. Diría que hoy día aún continúa
evolucionando.
Estos modelos sirven tanto como fuente de legitimidad para justificar las
reacciones violentas (como veremos en el capítulo siguiente, lo que el terrorista
percibe como la autoridad desempeña un papel excepcional en el mantenimiento de
su compromiso) como para facilitar la entrada en el grupo en general y la
participación en actos de violencia. En el análisis de Post y Denny, el contexto social
parecía ser la fuente de mayores incentivos a la hora de convertirse en terrorista (a
través de la aprobación tanto implícita como explícita de parientes y conocidos), pero
las ventajas de involucrarse en el terrorismo quedaron muy claras en las entrevistas
de los investigadores a activistas encarcelados:
Y:
Toda la familia hizo tanto como pudo por el pueblo palestino, y se ganó un
gran respeto por ello. Todos mis hermanos están en la cárcel. Uno cumple
cadena perpetua por sus actividades en los batallones de Izz a-Din al-Qassam.
Se trata a los reclutas con un gran respeto. Un joven que pertenecía a Hamas o
Fatah merecía una mayor consideración que uno que no pertenecía a ningún
grupo, y recibía mejor tratamiento que éste.
Estos ejemplos dan una idea de que las cualidades y el nivel de experiencia de los
nuevos reclutas se identifican hasta el punto de que pueden determinar o, al menos,
influir mucho en el papel que se les asigne.
El proceso por el que se reclutan nuevos miembros suele ser lento y gradual, y
es difícil decir cuándo cruza exactamente un joven el umbral de la pertenencia
a ETA […] el proceso por el que un joven vasco se transforma en miembro de
ETA es largo y lleno de rodeos en el que se prueban otras alternativas. Incluso
el propio reclutamiento sigue un proceso gradual al que muchos etarras
potenciales se resisten durante meses o incluso años, antes de acabar cediendo
a la llamada a filas.
Las cosas nunca llegaron a estar así de claras. Muchísimos otros vivían en
Roma al mismo tiempo que yo: chicos de mi edad que no estaban igual de
involucrados que yo, ni en la lucha política ni en las elecciones tomadas en los
años siguientes. Supongo que en realidad era así como vivía yo los
acontecimientos del momento, mi propio punto de vista sobre los problemas,
las crisis, las esperanzas y las expectativas que teníamos, además de los
sucesos que determinaron aquella trayectoria particular […] hubo muchos
pequeños pasos que me condujeron adonde acabé llegando […] no fue ningún
gran salto en el sentido real de la palabra. No fue más que otra etapa […] fue
Las palabras de Faranda son especialmente importantes porque revelan por qué,
en cierto nivel, las preguntas acerca de la motivación (las preguntas «¿por qué…?»)
formuladas en términos de comprender la implicación en el terrorismo son
básicamente imposibles de responder (por ejemplo, «supongo que en realidad era así
como vivía yo los acontecimientos del momento»). Además, son indicativas de por
qué cualquier trayectoria de este tipo se compone de lo que Faranda describe como
«muchos pequeños pasos». Esta exterrorista añadió más tarde en la entrevista que,
aunque veía su implicación como una serie de «muchos pequeños pasos», reconoce
que más tarde se dio cuenta de que había alcanzado un «punto de no retorno».
Veremos que ésta es la realidad de la implicación progresiva y la analizaremos en los
dos capítulos siguientes. Por el momento, no obstante, cabe señalar que alcanzar un
punto de «no retorno», o llegar a ser «miembro», no parece ser el fruto de un camino
definido claramente, sino que podría caracterizarse ritualmente: tal vez por medio de
la participación en una operación concreta, a partir de la cual la línea virtual entre las
actividades de apoyo y la «acción directa» dejaría de ser ambigua.
De nuevo en Irlanda del Norte, White y Falkenberg White[32] entrevistaron a un
veterano del IRA Provisional que mencionaba un proceso de «educación» en relación
con sus inicios en el movimiento:
Bueno, es… una progresión, ¿sabe? Al entrar, te dan tareas menos difíciles.
Después, al acumular experiencia te ascienden y alguien cubre el sitio que has
dejado. Y bueno, luego alguien… es probable que detuviesen o encarcelasen a
alguien, o sea que se daba este tipo de progresión junto con el entrenamiento
militar hasta que uno acababa participando activamente en operaciones […]
Supongo que en total dura seis o siete meses.
Aunque algunos de estos puntos o todos puedan ser relevantes para los terroristas
potenciales, su identificación debe considerarse una hipótesis de trabajo. Estos
factores pueden ayudar a comprender por qué la aparente reserva homogénea de
«miembros potenciales» expuestos a influencias internas y externas similares produce
tan sólo una pequeña cantidad de gente que está abierta a una militancia activa. En
este sentido, tal vez sea más adecuado considerarlos como factores de «riesgo»
potenciales que pueden emplearse para establecer perfiles individuales o de grupo
mucho mejores que los que hoy tratan de utilizarse para explicar mucho más de lo
que pueden explicar.
Sin embargo, sigue siendo imposible comprender los factores que influyen en la
decisión de involucrarse en el terrorismo fuera del contexto social y organizativo en
el que vive el individuo. Debemos recordar, con todo, que estos factores pueden
considerarse relevantes en todas las fases y coyunturas por las que pasa lo que
podemos considerar la «implicación» del individuo (es decir, desde las actividades
claramente legales, como una manifestación pública, hasta las ilegales).
Afirmaciones cruciales
Para desarrollar un modelo del terrorismo como proceso, identificar las claves de
cómo se involucra la gente puede ser más valioso que preguntarse por qué lo hace.
Básicamente, debemos abandonar las esperanzas de llegar a una respuesta sencilla, y
probablemente ingenua, sobre las motivaciones de los terroristas. Taylor y Quayle[42]
han comprendido bien esta complejidad en su descripción del terrorismo como:
A este respecto no difiere de ninguna de las demás cosas que hace la gente. En
un sentido, la decisión de dedicarse al terrorismo es como cualquier otra que
se tome sobre la vida […] Preguntarse por qué una persona ocupa una
posición determinada social, profesional o incluso familiar es una forma fácil,
pero engañosa, de plantear un interrogante imposible de responder. Lo que
Ser terrorista
Aquí puede ser útil recordar la dirección del modelo que se ha elaborado en estos
capítulos del terrorismo como proceso. En concordancia con la mencionada teoría de
la elección racional, desarrollaremos ahora el postulado de que los factores que
influyen en por qué la gente mantiene su condición de militante de una organización
terrorista pueden distinguirse de las razones que les llevaron a unirse a ella, y también
de las razones por las que algunos militantes abandonan la militancia y el terrorismo,
así como de los factores que influyen en la perpetración de actos de terrorismo
concretos.
En un análisis rápido de los factores que impulsan a enrolarse en un grupo
terrorista, resulta obvio que el terrorismo es un proceso de grupo. El grupo
desempeña un papel importante en la configuración de los procesos de conducta
inherentes a la transformación de un individuo en terrorista, pero tal vez aún más en
promover la prolongación de la militancia y en fomentar la participación en la
violencia. El contexto inmediato a la militancia del individuo es determinante (o,
como mínimo, muy influyente) en la participación en atentados terroristas y en la
toma de las decisiones anteriores y posteriores a los atentados. Además, la
participación en atentados terroristas puede pesar mucho en cómo se desarrolle y
evolucione la militancia de un individuo, y en cómo reaccione éste ante esas
evoluciones. Podemos, pues, estudiar si la complejidad de los actos de terrorismo
puede servir para comprender los roles y las tareas de quienes se involucran directa o
indirectamente en él.
Este capítulo examinará dos dimensiones importantes de esta militancia. En
Una de las ideas centrales de los análisis presentados en este libro hasta ahora ha
sido, como acabamos de subrayar una vez más, que el terrorismo es una actividad
compleja y, por tanto, para comprenderlo no se puede soslayar dicha complejidad.
Hay que considerar que cada atentado o incidente terrorista que se examine es, en
cierto sentido, único, y posee su propio contexto dinámico y su propia lógica. De la
misma forma, también podemos concebir los incidentes terroristas en general como
parte de un progreso en la historia del grupo terrorista a través de una serie de etapas,
con una historia natural desde su concepción hasta su consumación. Pensar de esta
forma en los «sucesos» puede ser de ayuda para comprender mejor las cuestiones
implicadas. De forma similar, los incidentes terroristas no tienen lugar en el vacío,
sino dentro de unas coordenadas organizativas, políticas y sociales que pueden influir
en la naturaleza, la dirección y la extensión de una actividad determinada del grupo.
A partir de aquí, trataremos de caracterizar la historia natural de un acto terrorista en
forma de proceso o de una serie de fases. Al hacerlo, presentaremos informalmente
las características más destacadas de estos incidentes; después procederemos a
desarrollar el marco de trabajo analítico más formal propuesto hasta hoy, que se
basará en identificar qué procesos de relaciones psicológicas y sociales propios del
«ser» terrorista acompañan al incidente y son consecuencia de él.
Para empezar, pocas veces es cierto que un terrorista lleve a cabo un atentado de
forma aislada. Excepto en los grupos más pequeños de disidentes, el terrorismo
tiende a ser una actividad organizada en la que interviene cierto número de personas
que desempeñan distintos papeles y funciones, algunos relevantes de cara a la
operación y otros meramente de apoyo. En algunos de los movimientos más grandes,
como Al Qaeda, Hamas o ETA, existe una importante especialización de funciones en
la coordinación, organización y ejecución de cada acto, y también en la utilización
del atentado dentro de los objetivos generales organizativos y políticos del grupo
(como, por ejemplo, demostró Al Qaeda de forma bastante dramática con las bombas
de la estación madrileña de Atocha el 11 de marzo de 2004, atentado al que en
adelante se hará referencia como «11-M»). Para tratar de comprender este hecho,
podemos considerar la historia natural de un incidente terrorista como un proceso
dividido en distintas fases que se analizarán por separado.
1. Excepto en las organizaciones terroristas más pequeñas, los atentados son actos
de violencia planificados y calculados.
2. Un entorno de dirigentes de algún tipo toma decisiones y marca la dirección de
las actividades.
3. La selección de blancos de los terroristas debe considerarse en el contexto
general de las necesidades y los objetivos de la organización que ha cometido el
atentado, y en términos de la crítica social y política de la organización terrorista
y las restricciones operativas impuestas por las fuerzas de seguridad.
4. El propio acto puede tener un propósito que sea abiertamente crítico o delictivo;
muchos blancos individuales o materiales pueden tener un valor directo de tipo
político o simbólico (civiles ajenos al conflicto, sus propios militantes,
militantes de una organización rival), lo que refleja la compleja dinámica del
contexto de la organización terrorista.
5. En términos estratégicos y criminológicos, esta etapa puede caracterizarse como
fase de «búsqueda» para una situación predelictiva apropiada que, en este
contexto, podría denominarse «preterrorista».
Tras identificar un blanco (o, lo que es lo mismo, culminar con éxito una fase de
búsqueda), el ciclo pasa a la fase de preparación o predelictiva (o tal vez
«preterrorista»). En este punto, se deben poner en marcha los preparativos necesarios
para explotar el atentado potencial y para hacer posible la ejecución del acto, sea del
tipo que sea. Los procesos antes descritos de toma de decisiones ponen de relieve las
funciones políticas y de estrategia del mando central de la organización. La
preparación de un ataque comporta problemas logísticos y organizativos. Esta fase
puede verse como la etapa táctica de un atentado terrorista, en la que, tras fijar un
objetivo estratégico, deben identificarse las elecciones y actividades a decidir para
llevar a cabo la operación. En la práctica, ambas fases pueden fundirse entre sí, pero
es posible identificar por separado las funciones que deben cumplir.
Todo atentado terrorista tiene aspectos financieros, logísticos y de inteligencia. En
términos logísticos, alguien tiene que hacer todo lo que haga posible ejecutar el
atentado, tiene que saber qué hacer, y tiene que disponer del armamento o
equipamiento necesario para hacerlo. La forma más simple de un atentado puede ser
Repetimos una vez más que, en términos estratégicos y criminológicos, esta fase
puede denominarse «predelictiva» o «preterrorista».
La ejecución del atentado terrorista —ya pase por detonar explosivos, disparar
armas de fuego, secuestrar a alguien u otra actividad— es la única fase de todo el
ciclo para la que está prevista una dimensión pública. Pero incluso el propio acto
puede concebirse como la sucesión de una serie de pasos, de los cuales sólo uno es la
detonación, el tiroteo o la actividad de la que se trate. El atentado presenta ciertos
requisitos logísticos que se diferencian de los preparativos generales en que,
básicamente, son a corto plazo. Otro elemento muy importante de esta fase son las
necesidades de seguridad; debe evitarse la detección antes de llevar a cabo el
atentado, mientras se prepara el equipamiento, se ejecuta la acción y las actividades
posteriores que sean necesarias, como la escapada de los terroristas o la destrucción
de pruebas comprometedoras. Estos requisitos logísticos y de seguridad determinan y
configuran el proceso de llevar a cabo el atentado.
Para analizarlo en mayor detalle, veamos el ejemplo de un atentado con bomba.
Si los componentes de la bomba (temporizador, detonador, explosivos) están
disponibles, el primer paso consiste en transportarlos al lugar elegido para la
explosión. Las bombas pequeñas diseñadas para herir a los transeúntes o para
inutilizar un medio de transporte pueden trasladarse a mano. Las bombas grandes
requieren algún otro tipo de transporte, normalmente un vehículo. En agosto de 1998,
el IRA Real (un grupo escindido del IRA Provisional) colocó una bomba hecha con
explosivos caseros en el centro de la localidad de Omagh cuyo peso se estima en más
de doscientos kilos. Está claro que una bomba de estas características provoca
problemas de transporte, aunque sólo sea por su tamaño. También presenta problemas
de seguridad para los terroristas que deban transportarla por la vía pública sin ser
detectados. Para una acción breve como un tiroteo, un coche robado con matrícula
falsa es un transporte para los terroristas relativamente seguro. En el caso de los
preparativos de la bomba de Omagh, dos miembros del IRA Real sustrajeron un
turismo modelo Vauxhall Cavalier en la localidad de Carrickmacross. El robo de un
vehículo puede denunciarse, pero es improbable que sea detectado en el breve
espacio que toma un atentado con armas de fuego. Por contra, una bomba como la de
Inmediatamente después del atentado, los terroristas tienen que darse a la fuga
(excepto, obviamente, en el caso de un tipo de operación muy concreto: el atentado
suicida). El análisis de atentados apunta que la escapada es el principal factor que
determina si se llevará a cabo o no un atentado, y las principales condiciones de la
situación determinan el lugar concreto y las características del atentado. La
comunicación con una carretera para escapar en vehículo, el acceso a una área segura,
la disponibilidad de cobertura para escapar a pie y la ausencia de patrullas policiales
en la zona son factores que determinan cómo se realizará el atentado. La lógica que
hay detrás de todo ello aparece con claridad cuando se analizan los detalles de una
acción terrorista.
Una vez que el atentado se ha realizado, los terroristas se han fugado del
escenario y las armas se han trasladado a un lugar seguro, el último elemento del
proceso es la destrucción de las pruebas. Esto implica quemar cualquier coche que se
haya robado para utilizarlo como transporte, incinerar las ropas que se hayan llevado
durante la acción y darse un baño para eliminar del cuerpo cualquier prueba corporal
o residuo químico. En general, las organizaciones terroristas prestan mucha atención
a la posible identificación de pruebas forenses, y ponen en práctica procedimientos
muy estrictos para destruir o dificultar la detección de pruebas en un examen físico de
las personas implicadas.
En general, pocas veces se analizan de esta forma los detalles de los atentados; de
hecho, sólo existe un ejemplo reciente de este tipo de análisis, el de Silke[5] sobre la
bomba de Shankill del 23 de octubre de 1993, que quitó la vida a diez personas
incluyendo al terrorista. A continuación se expone el ejemplo de un atraco a mano
armada realizado por el IRA Provisional en la República de Irlanda, en el que podrá
apreciarse cómo se combinan muchos de estos elementos hasta culminar en un
análisis estratégico con importantes resultados sobre las necesidades internas y
externas de una organización terrorista.
A las 6:50 de la mañana del viernes 7 de junio de 1996, los detectives Jerry
McCabe y Ben O’Sullivan, pertenecientes a la Oficina Especial del An Garda
Siochana (la policía de la República de Irlanda), se encontraban vestidos de paisano
en un coche totalmente desprovisto de distintivos policiales cuando la furgoneta de
correos que escoltaban se detuvo frente a la oficina postal del pueblo de Adare, en el
condado de Limerick. El conductor de la furgoneta, William Jackson, estaba llevando
el correo —entre el que había pagos de pensiones y subsidios de desempleo— de la
De hecho, la Orden General n.º 8 parece un recordatorio para que los miembros
del IRA Provisional ubicados en la República o que se desplacen a la República para
sus operaciones intenten no llamar la atención. Desde la perspectiva de los dirigentes
del IRA Provisional, la zona del Mando Sur engloba una población cuya pasividad
general ante las actividades de la organización debe explotarse al máximo. Para el
IRA Provisional, las repercusiones de asesinar a un agente de policía irlandés fueron
muy graves y variadas; el apoyo pasivo de la población (que se da con frecuencia en
zonas de toda Irlanda) se resistió, así como su comunidad de simpatizantes activos.
En ésta se engloban desde los simpatizantes generales que, por ejemplo, pueden
dejarse convencer para ocultar un coche robado, hasta los más radicales, que puedan
¿Es legítimo tratar de separar o tratar de forma distinta los procesos psicológicos
que inciden en el terrorista cuando se ha convertido en miembro de la organización y
cuando participa en atentados? Después de todo, como hemos dicho desde el capítulo
3, los factores del grupo y de la organización influyen en el individuo en todas las
fases de su militancia. Se podría llegar a decir que, en términos psicológicos, la
percepción de dichos factores de grupo y organización constituye el mayor
condicionante para el contexto de los actos del terrorista. Sin embargo, en aras de la
claridad separaremos por un momento lo relacionado con los «actos» de los procesos
de naturaleza más abiertamente psicológica que atraviesa el terrorista cuando (a)
intensifica o prolonga su militancia, algo normalmente simbolizado y catalizado por
(b) la participación en actividades terroristas.
Las dimensiones del nivel de grupo y organización de las actividades terroristas
son obvias y reflejan la naturaleza general de los factores y los problemas que pueden
influir en el individuo. La mayoría de organizaciones terroristas desarrollan reglas y
normas formales, y en el caso de algunos grupos (por ejemplo, las Brigadas Rojas y
el IRA Provisional), la adherencia general a ellas ha sido muy importante para la
supervivencia del movimiento.
Una de las bases organizativas más importantes es la de imponer la solidaridad en
las filas y la más estricta obediencia a la autoridad. Desde la perspectiva de los
dirigentes, es primordial que los miembros de la organización cumplan los cometidos
que se les encarguen. Mantener la motivación, el compromiso y la disciplina es
crucial para el grupo terrorista, y, como hemos visto en los ejemplos anteriores, si se
falla en este aspecto pueden surgir problemas; es probable que la preocupación por
COMPROMISO
SUPERIORIDAD MORAL
Como representante legal del pueblo irlandés, el IRA tiene justificación moral
para emprender una campaña de resistencia contra las fuerzas extranjeras de
ocupación y sus colaboradores domésticos. El cumplimiento de los dictados
del gobierno legal por parte de todos los voluntarios está justificado
moralmente; los voluntarios son el ejército legal y legítimo de la República de
Irlanda, que se ha visto obligado por unas fuerzas muy superiores a actuar en
la clandestinidad. Todos los voluntarios deben contemplar al ejército británico
como una fuerza de ocupación.
Deshumanización y justificación
TÁCTICA
La defensa va antes que el ataque […] Lo que esto significa es que antes de
pasar a la ofensiva política o militar hay que tomar el máximo número posible
de precauciones defensivas para tener garantizado el éxito; por ejemplo, no
defendemos una Irlanda Unida que sea incapaz de justificar nuestro derecho a
vivir en este estado y no en un territorio partido. No empleamos la violencia
Esta capacidad para articular su discurso es algo en lo que pusieron el énfasis los
miembros de Hamas entrevistados por Hassan al hablar de los candidatos a
operaciones suicidas que ya formaban parte del grupo:
Los actos del terrorista, en comparación, pueden parecer el menor de los males
casi insignificante. Esto es común en la «moralidad» terrorista.
Rutinización y desindividualización
Las diferencias más obvias entre el voluntario del IRA y los británicos, aparte
del hecho de que éstos son unos extranjeros armados, desprovistos de
justificación moral o histórica para estar aquí, se encuentran en el apoyo, la
motivación y la libertad de iniciativa personal.
Todo aquello en que se apoyan los británicos, sus viviendas, armas, sueldos,
etc. […] se financia a través de impuestos obligatorios. La población que paga
estos impuestos nunca ha expresado ni se le ha pedido que exprese por
medios democráticos su voluntad de estar aquí a sus expensas. Todo el apoyo
que recibe el voluntario del IRA es espontáneo y procede de su gente.
Los británicos, aparte de los elementos aventureros, no tienen motivos para
estar aquí. Sencillamente obedecen órdenes y vienen. Un miembro del IRA lo
es por su propia decisión; sus convicciones son lo único que le impulsa a
afiliarse, y sus objetivos son la libertad política y la justicia económica y
social para su gente. Aparte de los pocos minutos que en toda su carrera pasa
recibiendo un ataque un ocupador británico, éste no dispone de libertad ni
iniciativa personal. Le dicen cuándo debe dormir, dónde dormir, cuándo
levantarse, dónde pasar el tiempo libre, etc.
El voluntario del IRA actúa la mayor parte del tiempo por su propia iniciativa,
excepto cuando está cumpliendo una misión militar concreta, y por tanto debe
asumir esta responsabilidad de forma que su conducta no pueda servir de
ayuda a los ocupadores británicos en su intento de separarnos de nuestra
gente.
Pocas veces tenemos ocasión de ver que Al Qaeda denigra a sus enemigos de
Para los miembros de las Brigadas Rojas, llevar una doble vida significaba
superar problemas sociales y psicológicos. La «intensificación» del compromiso sería
obvia:
Conclusiones
En el capítulo anterior vimos que las causas por las que se implican las personas
en el terrorismo tienden a ser complejas, difíciles de determinar (ya que los factores
individuales varían de forma importante de un caso a otro) y bastante difusas; muchas
preguntas sobre por qué la gente se convierte en terrorista son imposibles de
responder completamente. Sin embargo, los factores que intervienen en la aparición
Abandonar el terrorismo
Antes de abordar el tema en el que se concentra este capítulo —los factores que
intervienen en el abandono del terrorismo— debemos analizar la naturaleza de los
procesos generales que son relevantes al respecto. La literatura sobre terrorismo ha
estudiado cada vez más los factores generales que han contribuido al lento declive de
las formas tradicionales del terrorismo desde el fin de la Guerra Fría y el cambio de
naturaleza y dirección que han registrado muchas de las campañas terroristas más
intratables del mundo.
Los ejemplos de terrorismo ideológico y revolucionario de toda Europa han
contribuido a la visión que el mundo tiene sobre el «terrorista» anterior al 11-S, y
entre ellos se cuentan las Brigadas Rojas italianas, la Fracción del Ejército Rojo
alemana y numerosos otros grupos marxistas antiimperialistas nacidos en gran parte
del espíritu rebelde de finales de los años sesenta. Los últimos «terroristas rojos» de
Europa son, sin duda, el grupo griego 17 de Noviembre; aunque el terrorismo de tipo
ideológico no haya logrado adaptarse al cambio de los tiempos y a la opinión pública,
los movimientos etniconacionalistas —aliados con brazos políticos cada vez más
expertos e influyentes— han superado mejor el examen del tiempo. En el caso del
IRA Provisional, por ejemplo, los factores que han contribuido a que durante un
periodo notable haya sido uno de los grupos más intratables han sido: su base
popular, su capacidad de adaptación táctica, estratégica y organizativa (a menudo
aprendida a partir de malas experiencias), su respaldo financiero y el éxito de su
brazo político (el Sinn Fein); su inquebrantable creencia en que la victoria es
Pese al fin de la primera tregua del IRA Provisional (que en gran parte se debió a
acusaciones de mala fe: probablemente nunca sabremos si para los republicanos la
tregua fue un respiro que se tomaron o un movimiento genuino por lograr un acuerdo
de paz), en los años que han pasado desde que se dieron los primeros pasos hacia la
paz se ha hecho una serie de concesiones a todos los movimientos paramilitares y sus
brazos políticos, lo que ha acabado contribuyendo a la mayor implicación de los
movimientos en el proceso político y al declive general de las actividades que
normalmente asociamos al terrorismo: los asesinatos con bombas y armas de fuego.
No tendría sentido describir aquí los entresijos del laberíntico proceso de paz y la
delicada coreografía de concesiones y contrapartidas concedidas por los distintos
bandos; pero un acontecimiento reciente ha reafirmado las causas para cuestionar qué
sucede con los miembros de un movimiento terrorista cuando sus actividades llegan a
su fin.
En las semanas posteriores a los atentados del 11-S, se convocó una rueda de
prensa en la antigua sede del Sinn Fein de Belfast. Los dirigentes del partido, Gerry
En los dos capítulos anteriores hemos visto que los miembros de un grupo
terrorista deben superar o adaptarse a unas barreras psicológicas ganándose la
confianza, el respeto y un lugar dentro de la organización. En caso de que no lo
consigan, nacerán las semillas de lo que cabría denominar el alejamiento psicológico,
y diversos factores influirán directa o indirectamente en que consideren la idea de
abandonar (o incluso les animarán a hacerlo).
En el capítulo 4 hemos visto que pertenecer a un grupo terrorista puede ofrecer
recompensas como una gran emoción, estatus, objetivos vitales y admiración, además
de lo que McCauley y Segal[3] denominan «solidaridad mutua y sentimientos de
camaradería»; en el capítulo 5 hemos descrito la importancia excepcional que cobran
estas compensaciones ante las nuevas demandas a las que se enfrenta el terrorista
recién reclutado. En el contexto de una vida clandestina, estas ventajas pueden llegar
a ser muy interesantes. Pero la valoración de dichas ventajas casi nunca es muy
directa, y, en cambio, el posible lado negativo queda patente en muchas memorias y
autobiografías de terroristas que han abandonado sus organizaciones.
Por ejemplo, Michael Baumann, exmiembro del movimiento alemán 2 de
Junio[4], reflexiona sobre la influencia negativa que ejercía el poder del grupo:
El grupo se cierra cada vez más. Cuanto mayor es la presión externa, te unes
más con los compañeros, cometes más fallos, más presión revierte en el
interior […] esta desquiciada concentración durante todo el día, éstas son las
cosas que al final acaban fatal, cuando en el grupo ya no hay sensibilidad,
sino sólo concentración, una presión total por lograr objetivos que no deja de
aumentar y empeorar.
Post[16] subraya las distintas implicaciones de las presiones del grupo sobre la
toma de decisiones en su seno. En la mayoría de grupos que toman decisiones, el
juicio individual tiende a quedar «suspendido y subordinado al proceso del
grupo»[17]. El ansia de consenso se produce en situaciones en las que se da una gran
cohesión, y se interfiere en la capacidad del grupo para tomar decisiones importantes.
En estos casos, parece que la necesidad de los miembros para tomar decisiones por
unanimidad pasa a una posición preeminente sobre sus motivaciones para defender de
forma realista decisiones alternativas que tal vez sean más apropiadas[18]. El grupo se
ciega a la posibilidad de que su decisión pueda no ser la mejor, lo que, en realidad,
puede impedirle alcanzar sus objetivos. Post señala que, cuando esto sucede, el grupo
puede confundir sus deseos con la realidad hasta un grado extremo, aunque también
pone el énfasis en que los procesos que conducen a tomar decisiones de este modo
tan erróneo son muy sencillos: cuando entramos en un grupo y salen a relucir
opiniones en una conversación, podemos tratar de buscar aprobación expresando
acuerdo con dichas opiniones para así mostrar un mayor compromiso con el ideal del
grupo y, por tanto, dejar patente nuestra lealtad[19].
Sin embargo, a menudo puede suceder otra cosa: que algunos de los ideales
políticos que condujeron a entrar en el grupo terrorista tengan que supeditarse o
ponerse en duda a causa de personalidades individuales o de un ambiente agobiante
dentro de la organización (que, en muchos casos, será el resultado de una
personalidad individual) que puede dar pie a una enorme disensión, se exprese ésta
abiertamente o no. En una entrevista realizada por el autor de este libro a principios
de 1999 puede encontrarse un buen ejemplo de ello. El fragmento de la entrevista,
aunque sea breve, ilustra cómo pueden entrar en juego la obediencia, la necesidad de
consenso y la influencia de una minoría, todo lo cual puede acabar provocando un
cambio de dirección en el grupo y contribuir al desencanto de un miembro con
respecto al movimiento:
Me fui [al campo] durante unos años, de tan cabreado que estaba con todo.
Nos habíamos organizado para propugnar el socialismo. Y sé que he ofendido
a mucha gente [risas], especialmente porque repetíamos como loros cualquier
declaración del partido que llegará de Moscú, pero [el líder] se buscó sus
propios problemas por no estar en contacto con el ambiente en el terreno, y
después de eso nunca arreglé las cosas con él […] Es amargante que […]
creas en ello, creas en el movimiento y en, eh, los ideales socialistas del
principio supongo. Renuncié a mi casa, mi coche […] hubo gente que
renunció a sus granjas, y, al final, ¿para qué? Discutir todo el rato sobre
armas, porque no teníamos dinero.
O'Callaghan asegura que este momento fue el que provocó no sólo que se
cuestionase su participación en el movimiento, sino también que más tarde se
decidiera a hacerle daño al movimiento convirtiéndose en informante. Por supuesto,
es imposible generalizar a partir de ejemplos individuales, pero, como sucede con la
importancia con la que se recuerdan episodios pasados (para caracterizar tanto la
iniciación como la salida), su verdadera relevancia tiende a surgir cuando provocan
algún tipo de «disposición» o apertura de miras hacia el abandono del terrorismo. Es
probable que O’Callaghan ya albergara dudas sobre su adhesión al movimiento antes
de que tuviera lugar el momento aquí reseñado, que pareció reafirmar sus deseos de
marcharse.
En resumen, por lo tanto, podemos aventurar la identificación de factores que
parecen contribuir al alejamiento psicológico:
Alejamiento físico
Captura por las fuerzas de seguridad, con posible encarcelamiento (o, si no,
traslado del miembro forzado por los dirigentes a un puesto en el que corra
menos riesgo de ser detenido).
Traslado forzado a otro puesto por desobedecer órdenes: como mínimo, será
relegado al ostracismo; también es posible la ejecución, aunque si hay
circunstancias atenuantes puede ser que sencillamente se dictamine un traslado
forzoso.
Incremento de actividad en «otras tareas» en las que el trabajo desempeñado
hasta entonces no tenga aplicación (por ejemplo, si se trabajaba en una
especialidad relacionada directamente con la perpetración de delitos terroristas
como explotar las capacidades técnicas del miembro para preparar
equipamiento), o mayor implicación en actividades políticas (a menudo a
consecuencia del encarcelamiento, que, irónicamente, para algunos constituye
Problemas organizativos
Las organizaciones terroristas, como hemos visto hasta ahora, no sólo deben
ofrecer incentivos para captar miembros, sino que también deben promover «menos
palabras y más acción[22]» para fomentar la militancia prolongada de sus activistas.
Citando a Carlos Marighella, Crenshaw señala que «la acción crea la vanguardia» y
describe a los terroristas como «individuos que suelen estar impacientes por entrar en
acción»[23]. Los líderes terroristas de Irlanda del Norte han tenido que capear con el
problema de disuadir los propósitos de alejamiento en épocas en que la organización
atravesaba dificultades importantes. Los dirigentes del movimiento republicano
irlandés Gerry Adams y Martin McGuiness también participaron directamente en las
negociaciones de 1975 para un alto el fuego de gran calado. Esta tregua (que más
bien fue una serie de pequeñas treguas) proporcionó escasos réditos políticos de cara
a la consecución de una Irlanda unificada, pero provocó la aparición de importantes
fuentes de problemas y una debilitación del apoyo de la comunidad que la política
antiterrorista del momento no supo aprovechar. Parece que Gerry Adams ha
reconocido dichas fuentes de problemas: «Cuando la lucha se limitaba al conflicto
armado, prolongar la tregua significaba que no había ningún tipo de lucha. Sólo había
confusión, frustración y desmoralización, todo ello debido a lo que yo llamo “política
Hasta aquí, este capítulo se ha centrado en identificar las influencias que puedan
conducir a abandonar el terrorismo. Sin embargo, las implicaciones de abandonar
ilustran hasta qué punto es complejo este asunto. Los terroristas que abandonan una
organización (ya sea voluntaria o involuntariamente) no siempre agradecen
precisamente hasta qué punto ello afecta a su vida a partir de su salida. Las presiones
psicológicas que siguen al exterrorista allá adonde vaya pueden ser tan intensas que
acaben convenciéndole para que se entregue. Por ejemplo, Kuldip Singh, antiguo
miembro de la Fuerza de Liberación de Jalistán, se entregó a la policía en 2000 por
delitos cometidos en 1991. Según los informes policiales, la confesión de Singh
obedece a su deseo de comenzar una nueva vida después de su juicio. El mismo año,
Hans Joachin Klein, antiguo compañero de armas de Carlos «el Chacal», fue juzgado
veinticinco años después de participar en el famoso atentado organizado por Carlos
contra el consejo de ministros del petróleo de la OPEP (Organización de Países
Exportadores de Petróleo), realizado en 1974, y tras huir de las autoridades durante
toda la vida. También en 2000, Fusako Shigenobu, fundadora de la Fracción del
Ejército Rojo japonesa, fue detenida en el oeste de Japón al cabo de más de
veinticinco años de vivir en la clandestinidad. La protección frente al enemigo puede
no bastar para mantener en el seno del grupo a los miembros de la organización
durante la fase inicial, pero poca o ninguna protección poseen contra los implacables
intentos de las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia para llevarlos ante
la justicia.
Las fuerzas de seguridad muchas veces tratan de convencer a exactivistas para
que les den pruebas contra un movimiento terrorista. Esto puede contribuir a forzar la
salida del grupo de algún miembro. Sean O’Callaghan desempeña regularmente un
valioso trabajo educativo para promover una mayor conciencia sobre los peligros
relacionados con el IRA Provisional. Eamon Collins, otro informante del IRA
Provisional, ha proporcionado pruebas (al igual que O’Callaghan) en el juicio contra
Conclusiones
Los datos más accesibles para construir un modelo del abandono del terrorismo
proceden de fuentes autobiográficas, y no especialmente modernas. La investigación
básica sobre estas fuentes debe fomentarse; como ha quedado claro al principio de
Al inicio de este libro se señaló que quienes buscan un «manual» práctico para
comprender o «tratar» con el problema del terrorismo quedarían decepcionados.
Además, los seis capítulos anteriores tal vez hayan dejado claro que quien esté
interesado en el potencial de una psicología del terrorismo también puede quedar
decepcionado y quizás incluso sorprendido por la falta de avances en el área. Sería
fácil frivolizar y no hacer justicia a los difíciles estudios que se han emprendido para
lograr una mayor comprensión general de este complejo campo, pero los hechos
deben afrontarse de forma explícita: aunque podamos desarrollar modelos potenciales
de conducta terrorista (como se ha demostrado en los tres capítulos anteriores), y si
bien ya podemos abordar el conocimiento del terrorismo de formas más accesibles y
directas, los avances de la investigación psicológica no son satisfactorios. Existe una
grave carencia de datos imprescindibles para dar forma a las teorías y también para
poner a prueba incluso las hipótesis más básicas. En consecuencia, tras haber (a)
revisado la literatura psicológica, y (b) sugerido nuevas formas de comprender el
terrorismo desde las perspectivas psicológica y criminológica, sería fácil formar
conclusiones prematuras (y más fácil aún reconocer la derrota y contentarse con decir
que, en realidad, poco o nada puede hacerse), y por ello en esta tesitura debemos
proceder con gran cautela.
La historia del terrorismo y la lucha antiterrorista enseña muchas lecciones
valiosas. Si optamos por ignorarlas, debemos ser conscientes de las consecuencias.
Una de estas lecciones de los capítulos anteriores es que tanto quienes emplean el
terrorismo como los afectados por él pueden poseer opiniones inconsistentes y
ambiguas sobre la naturaleza del terrorismo y el uso de la violencia política en
general. En las primeras secciones de este libro hemos visto que la estrategia del
terrorismo parece estar sembrada de paradojas: los terroristas se proponen llamar la
atención del público o, al menos, eso se deduce de sus actividades observables, y a
menudo lo hacen por medio de la perpetración de actos ofensivos y atroces. Sin
embargo, este mismo proceder dificulta que el estado se plantee negociar con ellos,
por no hablar de llegar a un pacto.
Contradicciones similares a éstas abundan en los análisis de la lucha
antiterrorista; en ningún momento ha sido tan evidente como en el curso de la guerra
al terrorismo de Estados Unidos. Por muy conscientes que seamos de que ciertas
respuestas a los movimientos terroristas sólo sirven para acrecentar el apoyo con el
que cuentan en su liza con el estado, para los gobiernos es absurdo e inhumano tratar
Un análisis del terrorismo como proceso, como el que se ha hecho en este libro,
podría contribuir a desarrollar la comprensión de las teorías psicológicas sobre el
terrorismo (aunque sólo sea para determinar cuáles sean las más útiles
conceptualmente) y, tal vez, de los estudios sobre este tema en general. Aquí se han
desarrollado algunas perspectivas cuyas implicaciones tal vez sea útil intentar
identificar.
Si tratásemos de resumir el análisis colectivo y las conclusiones de los capítulos
4, 5 y 6, podríamos correr el riesgo de simplificar el «mensaje» de forma excesiva.
Por ejemplo, se podría expresar una conclusión diciendo que, en términos de
comprender el desarrollo, el mantenimiento y el declive de la participación en
actividades terroristas, debe considerarse que el terrorismo es básicamente un proceso
de tipo organizativo y de grupo. Con todo, esta afirmación puede ser equívoca si se
toma de forma aislada, y plantea el riesgo de simplificar el debate en exceso (por
ejemplo, tratando de aislar los factores psicológicos de los estratégicos y/o
ideológicos). Tal vez resulte más útil arropar esta conclusión con términos que
reflejen el proceso que se ha descrito. Por ejemplo, a partir del análisis desarrollado a
lo largo de los capítulos 4, 5 y 6:
Conclusiones
Cairns, E., 56
Canary Wharf (atentado con bomba, Irlanda del Norte), 212
carácter autoritario de los terroristas, 93
Carlos, «el Chacal», 89, 99-100, 108, 213
Carroll, R., 86
Central Intelligence Agency, 30
Kampf, H. A., 97
Kaplan, A., 101
Keane, F., 42
Kelman, H. C., 181, 187
Kellen, Konrad, 70, 72-73, 89, 100, 106-109
Kerr, Alex, 81 Khaled, Leila, 69
Klein, Hans-Joachim, 100, 213
Knutson, J., 102
Kosovo, 44
Pastika, Made, 83
Pearce, K. I., 89
Pearlstein, Richard, 98-99
perfiles de los terroristas, 111-114, 221-222
personalidad de los terroristas, 84-85, 90-123
desórdenes: persistencia en la inconsistencia de los, 106-111
formación de la identidad, 100-102
Rand Corporation, 30
Rand-St. Andrews Terrorism Chronology (base de datos), 30
Rapoport, David, 56, 69
Rasch, W., 103
rasgos psicológicos, medida de los, 111-114, 118-121, 221-222
Raufer, Xavier, 54, 64, 171
Reagan, Ronald, 33
Reich, W., 64, 94, 97
Reino Unido:
gobierno británico y las repúblicas irlandesas, el, 199-200
IRA Provisional (campaña de atentados con bomba), 166-167
(véase también Irlanda del Norte)
relatos psicodinámicos, 99-102
religión, 26-27, 141-142
respuestas del terrorismo, 51-52, 220-221, 228-231
Restorick, Stephen, 42
Sands, Bobby, 31
Sarajevo, 43
SAS (Special Air Service), 31
Schleyer, Hans Martin, 147
Schmid, Alex, 28, 33, 47-52, 72
Segal, M. E., 145-146, 202-203
seguridad de los terroristas, la, 192-193
selección del terrorista, la, 165-167, 226-227
entrenamiento/formación, 43
servicios de seguridad, los, 163-165
Shallah, Ramadan Abdullah, 60
Shigenobu, Fusako, 213
Silke, Andrew, 89, 102, 110, 141, 189
Singh, Kuldip, 213
Sinn Fein, 44, 60, 67, 199-202
marxismo, y el, 198-199
Sluka, Jeffrey, 72
Spire, A., 203
Stern, Susan, 99
Stewart, Alisdair, 57
Strentz, T., 113
Sullwold, L., 92
Symbionese Liberation Army, 99
Taylor, M.:
Bosnia, 42-44, 50-51
convertirse en terrorista, 134-135, 153-154
entrevistas con terroristas, 73-74, 80-82
perfil individual del terrorista, 113
personalidad de los terroristas, 99-101, 110-111
respuestas del terrorismo, 31-34
teorías del terrorismo, 116-117
Veness, D., 34
víctimas, 44-46
adversarios, 26-27, 35-37
distanciamiento con las, 187-188
Wardlaw, Grant, 65
Weathermen (grupo terrorista estadounidense), 99
White. R. W., 61-62, 71-73, 147
Wilkinson, Paul, 57, 90, 231-232
Wilson, R., 56
Wittgenstein, 25
(eds.), The Future of Terrorism (Londres: Frank Cass, 2000), pp. 209-219. <<
Howard (ed.), Terrorism: Roots, Impacts, Responses (Nueva York: Praeger, 1992), p.
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Shika es uno de los más destacados y excelentes trabajos de investigación empíricos
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1979); J. Bowyer-Bell, The IRA: 1968-2000 (Londres: Frank Cass, 2000); F. Burton,
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Jamieson, The Heart Attacked: Terrorism and Conflict in the Italian State (Londres:
Marian Boyars, 1989); A. Jamieson, «Entry, Discipline and Exit in the Italian Red
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algunos de los detalles aquí mencionados, se publicó más tarde como J. M. Post, E.
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Baumann’s Own Story of his Life as a West German Urban Guerrilla (Nueva York:
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Hartley (eds.), Readings in Social Psychology (Nueva York: Holt, 1947). <<
Practices in Ireland: The Silent Erosion of Individual Freedom», Temple Law Review,
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Attacked. <<
páginas en formato físico, por lo que es probable que no coincidan con las indicadas
por el lector electrónico. (Nota del editor digital). <<